Está en la página 1de 5

Serie de Sermones – El carácter de los ciudadanos del Reino de Dios

Sermón N°1 – Bienaventurados los pobres en Espíritu


Por: Jorge Betancur

Probablemente el Sermón del Monte haya sido pronunciado en la primavera del año 28, después que
Jesús hubo pasado una noche en oración. La oración fue seguida por la elección de los doce discípulos.

Es así, que Jesús había de enseñar a sus discípulos, preparándolos para un ministerio posterior a su
muerte, resurrección y ascensión a los cielos. El Señor había venido para predicar el evangelio del Reino
de Dios. Este mensaje de arrepentimiento demandaba un estilo de vida acorde con la voluntad de Dios.

La gente estaba acostumbrada a ver con un ojo a la Ley de Dios para conocer sus demandas y con otro a
los fariseos para imitarles en el cumplimiento de ellas. Sin embargo, las enseñanzas y ejemplo de los
fariseos era continuamente una contradicción de la enseñanza que Dios había establecido en su Palabra.

Jesús, al predicar sobre el reino y llamar al arrepentimiento, tuvo la necesidad de establecer los
principios éticos que habían de marcar el sentido de la vida de aquellos que entrasen al reino de los
cielos por el nuevo nacimiento.

Juan 3:3-5 “3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no
puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede
acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? 5 Respondió Jesús: De cierto, de
cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”

En el Sermón del Monte, el Señor hizo énfasis en las diferencias que hay entre el religioso y el verdadero
creyente. Éste último pertenece al Reino de Dios.

Es por ello, que el alcance de esta enseñanza es para todo aquel que está en el reino –espiritualmente
en este tiempo- ha de manifestar las condiciones personales que acrediten esa realidad espiritual.

Los creyentes marcan una diferencia notoria con los religiosos en su intimidad espiritual. Los religiosos
de los tiempos de Jesús se esforzaban por un cumplimiento externo de la Ley y aparentaban una piedad
frente a las personas. Sin embargo, la verdadera piedad no consiste en apariencias externas, sino en
realidades internas, que conducen a una determinada manera de ver, entender y actuar en la vida.

El mensaje de Cristo conduce a las personas a un arrepentimiento que se manifiesta en frutos, esto es,
en una conducta concreta como resultado de la expresión de fe.

Harry Ironside dice:

“Debemos recordar que, aunque seamos un pueblo escogido y nacido de nuevo, tenemos
responsabilidades durante nuestra vida en este mundo y éstas están definidas en el precioso pasaje
del Sermón del Monte, constituyéndose en la más elevadas normas de conducta”

El cristiano no cumple las enseñanzas del Sermón del Monte para ser cristiano, pero lo hace porque es
cristiano.
El Sermón del Monte está bien organizado, teniendo sus puntos bien definidos, de modo que una
división del sermón pasa gradualmente a la otra.

Primero encontramos que Jesús habla de los ciudadanos del reino, describiendo su carácter (Mateo 5:2-
16). En segundo lugar, El Señor presenta la justicia del reino, la elevada norma de vida exigida por el Rey
(Mateo 5:17-7:12). En tercer lugar, Jesús concluye su sermón con una ferviente exhortación a entrar en
el reino, describiendo los principios, el progreso y el fin del camino cristiano (Mateo 7:13-27).

En esta tarde, centraremos nuestro primer sermón de esta serie, en la primera bienaventuranza, la cual
se centra en:

Mateo 5:1-3 “1 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos.2 Y
abriendo su boca les enseñaba, diciendo: 3 Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es
el reino de los cielos. “

Con ello examinaremos tres aspectos importantes de esta primera descripción del carácter del cristiano.

1.- Características de las bienaventuranzas

2.- El carácter de los pobres en espíritu

3.- La razón de la bienaventuranza, el Reino de los Cielos

1.- Características de las bienaventuranzas

Cada bienaventuranza consta de tres partes a. Una atribución de la bienaventuranza b. Una descripción
de la persona a quien se aplica la atribución, esto es, de su carácter o condición c. Una declaración de la
razón de esta bienaventuranza.

Por ello debemos entender tres aspectos que encierra cada una de ellas.

Primeramente debemos entender que las bienaventuranzas no son cosas por hacer, sino que ellas
representan el carácter del cristiano, y ellas deben ser manifestadas aquí ahora. Dios demanda que sus
ciudadanos representen cada una de estas cualidades en sus vidas, poniéndolas en práctica.

Juan 13:17 “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis.”

En segundo lugar, es necesario decir que cuando Jesús habla acerca de los pobres, los mansos, los que
lloran, no se refiere a ocho diferentes tipos de personas, sino a un solo grupo de personas.

En tercer lugar, las bienaventuranzas no dependen de la biología, es una cuestión espiritual, no se trata
de que una persona tenga la tendencia natural a ser pobre o manso, cada una de estas característica son
dadas por gracia por medio de la obra regeneradora Espíritu Santo.

Juan 14:16-17 “16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para
siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce;
pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.”
Bienaventirado “makarios”

El uso griego.

Es al principio una palabra poética y se refiere a la bienaventuranza de los dioses. Posteriormente llega a
ser usada para la libertad de los ricos respecto a los cuidados y preocupaciones normales.

El uso en el NT.

El rasgo especial en el NT es el uso de este término para el gozo (felices) distintivo que viene por medio
de la participación en el reino divino.

El gozo del creyente, la dicha intima del cristiano, no consiste en poseer la verdad y conocerla, sino en
aceptarla y obedecerla. El que cree en Dios y cree a Dios es aquel que puede experimentar este gozo
verdadero de la salvación.

2.- El carácter de los pobres en espíritu

Pobre “ptojos”

(a. pobre, necesitado) (b. pobre, desvalido), Es digno de notar que, a distinción de (a), que se refiere a
los que son pobres y tienen que trabajar para vivir, el significado (b) se refiere a la indigencia total que
reduce a las personas a la mendicidad.

Dios efectúa una reversión de todos los valores humanos. La verdadera felicidad no es para los ricos y
seguros, sino para los pobres y oprimidos que sólo son ricos en compasión, pureza y paz.

Jesús no está llamando bienaventurado a los pobres de espíritu. Estos nunca podrán ser felices. Un
pobre de espíritu es aquel que no tiene deseos ni ilusión alguna para superar sus circunstancias y
cambiar de vida.

El Señor está hablando de los pobres en espíritu, es decir, los que son pobres respecto a su propio
espíritu. Pobre en espíritu es aquel que ha perdido toda confianza en sus propias fuerzas espirituales y
en su propia justicia personal y descansa plenamente en Dios. Es aquel que ha dejado su orgullo
personal y ha pesado su fortaleza humana, encontrando que no tiene ningún tipo de recurso ni
esperanza alguna en ser rico sin la provisión de Dios. Por tanto, solo tiene el camino de clamar a Dios
para decirle.

Lucas 18:13 “Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se
golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.”

Pobre en espíritu es aquel que comprende su completa miseria y no puede esperar nada de sí mismo. Es
aquel que exclama como el apóstol Pablo en Romanos 7:24, “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de
este cuerpo de muerte?” Es aquel que descansa en la gracia de Dios.

Esta pobreza en espíritu se manifiesta con una actitud de humildad. Nada hay que Dios acepte que no
sea el espíritu humillado.

Isaías 66:2 “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a
aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.”
Debemos entender que la salvación, que abre el camino a las bendiciones, del gozo, sólo se otorga al
que viene a Dios en pobreza de espíritu.

Lucas 18:9-14 “9 A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo
también esta parábola: 10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro
publicano. 11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias
porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12
ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. 13 Mas el publicano, estando lejos, no
quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí,
pecador. 14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que
se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.”

La justificación al pecador solo es posible cuando el hombre reconoce su miseria y clama a Dios por
misericordia. De esa manera actuó el publicano que siendo pobre en espíritu decía al Señor en su
oración “se propicio a mí, pecador” (Lucas 18:3). En contraste estaba la actitud arrogante del fariseo,
que no se consideraba pobre en espíritu. Para él sus virtudes y perfecciones le hacían acreedor de la
gracia de Dios y le proporcionaban la justificación de sus pecados. No era pobre en espíritu por cuanto
era el mejor de los hombres, como se atrevía a proclamar delante de Dios en su oración “Dios, te doy
gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano (Lucas 18:11).

La diferencia entre ambos ilustra la situación del rico en su propia opinión y del pobre en espíritu
delante de Dios. El fariseo suponía que oraba a Dios, sin embargo lo estaba haciendo consigo mismo. El
publicano no se atrevía ni a mirar hacia arriba, pero estaba siendo oído por Dios. Éste último, mendigo
espiritual, descendió justificado, mientras que el arrogante en fariseo no pudo serlo porque confiaba en
su propia justicia.

El pobre en espíritu es el único que puede experimentar la libertad del yo crucificado. Su arrogancia
desaparece, su ego personal queda sustituido por el gran Tu de Dios que le hace verdaderamente libre.

Nada tiene que ver esto con la humildad fingida que aparenta santidad cuando se es esclavo del pecado,
esa actitud pecaminosa es pura hipocresía, el peor modo de mentira y la mayor expresión del pecado de
orgullo.

Romanos 6:16 “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos
de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?”

3.- La razón de la bienaventuranza, el Reino de los Cielos

La razón de la felicidad, la causa del gozo, la base de la bienaventuranza consiste en que “de ellos es el
Reino de los Cielos”. El pobre en espíritu, está en el Reino de los cielos porque clama y confía en Dios.

Colosenses 1:12-14 “12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la
herencia de los santos en luz; 13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al
reino de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.”

Sólo en la pobreza de espíritu se accede al nuevo nacimiento y con él se abre la entrada al reino de los
cielos. Los fariseos pretendían entrar al reino por su propia justicia de Dios, pero sólo podían hacerlo
aquellos que estén en la suprema y única justicia de Dios, que otorga por gracia a todo aquel que cree.
Esta es también la bendición general para el cuerpo de creyentes que es la Iglesia. La iglesia
bienaventurada es aquella de quien el Señor puede decir.

Apocalipsis 2:9 “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia
de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás.”

En contraste está la aparente felicidad, que no es más que un puro espejismo, de aquella que se
considera como iglesia grande, rica y sin ninguna necesidad. Para ella el Señor tiene palabras que
revelan su tremenda situación.

Apocalipsis 3:17 “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo
necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”

En medida que un creyente o una iglesia esté llena de sí mismo, así también está vacía de Cristo. El
pobre en espíritu es bienaventurado porque goza del cuidado y de la comunión con Dios, Aquel que
quita la soberbia de en medio de él, tiene la promesa que experimentara la riqueza plena de la salvación
de Dios. El reino de Dios es de ellos ahora, aquí, en el momento presente y luego se extenderá
perpetuamente en los cielos.

Sofonías 3:11-12 “11 En aquel día no serás avergonzada por ninguna de tus obras con que te rebelaste
contra mí; porque entonces quitaré de en medio de ti a los que se alegran en tu soberbia, y nunca más
te ensoberbecerás en mi santo monte.12 Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual
confiará en el nombre de Jehová.”

Conclusión

Hoy, en esta tarde, Dios nos llama como iglesia a tener un carácter de pobreza, a dejar nuestro orgullo a
un lado y humillarnos ante Dios reconociendo que somos pobres en espíritu, somos personas en
bancarrota espiritual, personas sedientas de pertenecer al Reino de Dios, pero no tenemos dinero ni
recursos para poder comprar esta entrada.

Isaías 55:1 “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y
comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.”

También podría gustarte