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El culto al especialista, a la persona que se dedica exclusivamente a un área del

conocimiento y omite las demás, es uno relativamente reciente. En contraste con


esta tendencia hacia la especialización, existía la idea del polímata, del llamado
hombre del renacimiento versado en todas las artes y todas las ciencias. A medida
que corren los siglos y el acervo de conocimiento, por lo menos en lo que a su
acumulación se refiere, crece astronómicamente, se hace más y más difícil
convertirse en ese polímata que pretende dominar la totalidad del conocimiento. Y
si quizá sea ingenua la pretensión de llegar a ser una figura semejante hoy en día,
puede no ser ingenua la aspiración a lograrlo.

Para esbozar un poco esta aspiración, podemos usar como ejemplo a los dos
escritores que inspiran “A la vejez industriosa”, el texto que nos ocupa esta noche:
Jorge Luis Borges y Nicanor Parra. Si ambos pueden ser considerados polígrafos por
su variedad de temas y estilos, los dos también se caracterizaron por una curiosidad
omnívora que los llevó a campos ajenos al literario: Borges redactó reseñas sobre
cine, letras para milongas o incluyó fotografías en su libro de viaje “Atlas”. Parra
incursión en el arte mural, en las artes visuales con sus artefactos, la traducción, y
claro, tuvo formación de físico y matemático.

En lo personal, encuentro que uno de los encantos de “A la vejez industriosa” es


precisamente la curiosidad omnívora que subyace a sus páginas; navega con
facilidad de Pessoa a Borges, regresa a Whitman y luego salta hacia Eugenio
Montale. Ello por mencionar sólo a los escritores. Porque la galería de referencias se
convierte en una galería en el sentido más literal del término, cuando se desarrollan
sátiras que les dan vida a siete de los “Caprichos” de Goya. Las sátiras no son
recreaciones transparentes de las obras de Goya; por ellas cruzan retratos
parrianos, kafkianas cartas al padre, desviada reescrituras de Borges, una referencia
a un tema perdido de Rachmaninoff e incluso una partitura para piano.

Esta exuberancia de citas y referencias que se superponen saltan de la poesía a la


música, de la música a la fotografía, a la pintura, al teatro o a la arquitectura, para
después regresar a las letras. Por mi parte, hallo encomiable este apetito por hallar
conexiones inesperadas entre artistas, el esfuerzo por fundar constelaciones donde
antes sólo había estrellas desperdigadas. Y claro, de “A la vejez industriosa” valoro la
inagotable curiosidad que supone; me parece el esfuerzo de materializar no tanto un
texto fijo e inamovible, como una sensibilidad que no se ve limitada por disciplinas o
campos tradicionales. Creo que si ya en estos días la figura del polímata, ese hombre
del renacimiento, parece utópica, es importante conservar el derecho a cierta
veleidad, a una curiosidad exploradora no limitada a un campo previamente
definido.

Por último, para citar directamente al texto, la voz narradora de la sátira final
titulada “Autorretrato correctivo” cuenta se ve a así misma como una réplica de un
personaje de Goya y dice “Pronto cedo y, como en un palimpsesto, fantásticamente
me dejo inscribir sobre aquella imagen”. Creo importante destacar la palabra
palimpsesto, la escritura que se sobrepone a otra escritura y usa los vestigios de la
anterior para formar su propio carácter. La voz también declara su propia
inscripción en una imagen, es decir, su rendición ante el poder avasallador de la
ficción que invade la vida misma. Detrás de esta idea acaso también pueda sentirse a
Oscar Wilde cuando decía que la vida imita a la ficción. Y claro, allí tendría un nuevo
palimpsesto.

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