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Marcelo D. Boeri
Universidad de los Andes, Santiago (Chile)
detallada del tema sino más bien hacer una presentación del mismo po-
niendo el acento en algunos aspectos puntuales que pueden resultar inte-
resantes desde el punto de vista de la discusión sistemática de los proble-
mas filosóficos. En algunos casos plantearé mis observaciones de un
modo esquemático y general y no ofreceré toda la evidencia necesaria
para confirmar mi tesis. Espero, sin embargo, ser lo suficientemente per-
suasivo como para mostrar que el mencionado trasfondo es al menos posi-
ble y para dar alguna evidencia de que, en efecto, los estoicos podrían
haber conocido algunas posiciones aristotélicas y que tuvieron en cuenta
al menos parte de las críticas de Aristóteles al socratismo en su examen de
la acción, los estados emocionales y las relaciones existentes entre el esta-
do cognitivo del agente y la elección de un curso de acción determinado.
Creo que hay algunas pistas que indican que los estoicos pueden haber
conocido algunos pasajes aristotélicos y que pueden haber tomado en
cuenta algunas críticas que Aristóteles dirige a lo que considera como una
posición intelectualista extrema: la defendida por el Sócrates platónico en
diálogos como Protágoras, Gorgias o Menón.
Sin duda el tema no es nuevo, sino que ha sido tratado largamente por
varios estudiosos;1 no obstante, creo que un intento por aclarar esta cues-
tión sigue siendo relevante no sólo para comprender mejor el estoicismo,
sino también para ofrecer un abordaje sistemático de algunos pensadores
antiguos que, partiendo de supuestos a veces diferentes y de una ontología
subyacente también diferente, examinan la misma cuestión filosófica: qué
es la acción, qué elementos intervienen en la producción de distintos tipos
de acción y qué razones tenemos para creer que un criterio es mejor que
otro en la distinción de los distintos tipos de acción. Dada la amplia gama
de temas que podría tratarse al intentar aclarar el trasfondo socrático y aris-
totélico de la ética estoica, sólo me concentraré en unos pocos que me
parecen particularmente relevantes. En primer lugar, quiero hacer hincapié
en la importancia del estado cognitivo del agente al evaluar lo que es real-
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1
Particularmente por Long 1968. El artículo de Long fue críticamente examinado
por Sandbach 1985: 24-28. Long respondió a esta crítica (en su 1996: 185, n. 7); aunque
últimamente parece haber aceptado parcialmente las sugerencias de Sandbach, sigue cre-
yendo que su posición es extrema (Long, 1998: 363, y n. 13). Inwood 1985 (cap. 1) tam-
bién se ha ocupado de la cuestión, concentrándose en el análisis aristotélico de la acción
humana y las conexiones que podrían hacerse entre el silogismo práctico de Aristóteles y
la explicación estoica de la psicología de la acción. Más recientemente el tema ha vuelto
a ser discutido por Alesse 2000 (especialmente caps. 5-9).
Trasfondo socrático y aristotélico de la ética estoica 109
mente bueno para sí mismo y las consecuencias que se siguen de ese esta-
do cognitivo en el plano práctico; esto es especialmente evidente en el caso
del malvado socrático (supuestamente involuntario) y del ruin estoico
(faàloj), pero es un aspecto que también fue considerado seriamente por
Aristóteles en sus investigaciones de psicología moral. En segundo lugar,
además del tema antes mencionado sobre el modo en que los estoicos pro-
bablemente abordaron su posición intelectualista tomando en cuenta las
críticas de Aristóteles a Sócrates, quisiera examinar la teoría estoica de los
estados emocionales (p£qh) y de los estados emocionales adecuados
(eÙp£qeiai) a la luz de la teoría aristotélica de las emociones, poniendo
especial atención en la relevancia que Aristóteles confiere al origen cogni-
tivo de los afectos o estados emocionales y su sugerencia de que nuestras
emociones deben ser cultivadas y puestas de acuerdo con la razón.2
con ello. En palabras del Sócrates platónico, “la única mala acción es
estar privado de conocimiento” (Platón, Protágoras, 345b5). Crisipo
parece seguir a la letra esta sugerencia cuando dice que habría úni-
camente una virtud (conocimiento) y un solo vicio (ignorancia),10 de
donde se sigue que
b) el vicio y, en general, las malas acciones no son más que ignorancia.
Esto significa que quien actúa mal no lo hace “de buen grado” (o
“voluntariamente”: ˜kèn; Platón, Gorgias, 468b1-e5; 509e).
c) La tercera tesis conecta lógicamente las dos anteriores: todo el
mundo desea o quiere lo que es bueno. Nadie elige voluntariamente
lo que es malo; ésta es la conclusión de un argumento ofrecido por
el Sócrates platónico, que puede resumirse en los siguientes pasos:
(i) hay quienes eligen lo que es malo para sí mismos; (ii) las cosas
malas dañan al agente, pero nadie quiere ser dañado ni ser miserable
e infeliz. De aquí que (iii) quien elige las cosas malas cree (o le pare-
ce) que son buenas (Platón, Menón, 77b-78b).11 El que obra mal no
lo hace porque quiere o desea obrar mal, sino porque ignora lo que
es verdadera o realmente bueno. El agente cree que lo que está
haciendo es bueno, pero en realidad no lo sabe. Si alguien hace lo
que es malo, sólo puede ser porque es ignorante y está en el error. La
virtud consiste en el correcto reconocimiento del bien; el que cono-
ce lo que es justo, por ejemplo, será una persona justa y actuará con
justicia (Platón, Gorgias, 460b). Pero si esto es realmente así, ¿cómo
se explican aquellos casos en los que el sujeto “sabe” que lo que está
por hacer es malo para sí mismo pero, de todos modos, lo hace? O
sea, ¿cómo se explica la acción incontinente (¢kras…a)?
cuando hacen lo que les parece mejor (¨n aÙto‹j dÒxV bšltiston; 466e2),
tienen un poder mínimo en sus ciudades (466d6-e2). Un agente que hace
lo que le parece mejor puede no estar haciendo lo que quiere. En el con-
texto es bastante evidente que Sócrates entiende que todas nuestras accio-
nes (acciones voluntarias, por supuesto) se realizan en vista de algún bien
y de ahí se sigue que lo que (realmente) queremos en cada acción es el bien
en vista del cual queremos llevar a cabo la acción (Gorgias, 468b7-c6;
499e8-9). Si un agente lleva a cabo una acción es porque cree que lo que
hace lo conduce a algo bueno o beneficioso; no es racional que un agente
lleve a cabo una acción buscando algo malo para sí mismo. Uno no puede
estar cometiendo un error al querer lo que es mejor para sí mismo, pero
puede estar equivocado al creer que un curso de acción determinado (como
matar a los enemigos políticos o confiscar su propiedad) es mejor para sí
mismo. Así, cuando los tiranos y oradores matan a alguien, confiscan su
propiedad o lo destierran lo hacen creyendo que es mejor para ellos llevar
a cabo esas acciones que no llevarlas a cabo (o„Òmenoi ¥meinon e"nai; Gor-
gias, 486b6). Sin embargo, tal como se había dado por supuesto antes
(467c5-10), el agente quiere aquello en vista de lo cual hace las cosas más
que las cosas que hace (en el ejemplo de Sócrates, los que toman una medi-
cina no quieren lo que hacen –tomar la medicina y sufrir una incomodidad
o malestar– sino estar sanos). Se sigue que lo que realmente queremos es
lo que nos beneficia, i.e. el bien real, porque lo que parece ser beneficioso
pero de hecho es dañino sólo es un “bien aparente”. Si esta conclusión se
aplica al ejemplo en cuestión, debe decirse que el tirano quiere matar a sus
enemigos si y sólo si es beneficioso para sí mismo; si es dañino no lo quie-
re (Gorgias, 468c), porque todo agente racional quiere y persigue el bien,
no quiere y evita el mal, y no persigue ni evita lo que no es ni bueno ni
malo.15 Sin embargo, dado que podría suceder que al llevar a cabo una
acción (tal como matar a un enemigo o confiscar su propiedad) tal acción
puede resultar en algo malo o dañino para el agente (Gorgias, 468d5-6), y
como nadie busca lo que es malo o dañino para sí mismo, se sigue que en
este caso el agente no ha llevado a cabo su acción deseándola (pues dicha
acción produce un daño más que un beneficio), sino más bien creyendo que
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15
Se trata de un principio práctico que Aristóteles hace suyo: Ética Eudemia [EE],
1223b7-8 y 1223b32-33; Retórica [Ret.], 1369a3-4: “nadie lleva a cabo lo que cree que es
malo”. Cf. también EN, 1169a17-19: “toda razón (noàj) elige lo que es mejor para sí
misma, y la persona equitativa (Ð ™pieik»j) obedece a su razón”.
Trasfondo socrático y aristotélico de la ética estoica 115
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16
El estado de ánimo descrito por Sócrates como propio de la persona virtuosa puede
compararse con lo que dice Platón de los perfectos guardianes, quienes tienen estabilidad
(bebaiÒthj) y tranquilidad de ánimo (¹suc…a) como su estado psicológico característico
(República, 503c5).
17
Una discusión detallada de las distintas interpretaciones sobre qué es la virtud en
Sócrates puede verse en Santas 1979: cap. 6 y Vlastos 1991: cap. 8.
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22
Estobeo, Ecl., II 111, 17-112, 8 (LS 41G). Como es obvio en mi explicación, estoy
dando por sentado que la psicología estoica se encuentra estrechamente vinculada con la
socrática. Claro que el modo en que los estoicos explican la cuestión presupone una teo-
ría de la predicación que no está presente en Sócrates.
23
Según la versión de Galeno de la teoría de las pasiones de Crisipo, éste parece
haber examinado casos en los que hay un cierto conflicto entre creencia y pasión, como el
llanto involuntario (Galeno, PHP, p. 284, 3-19; 288, 22 ss.).
Trasfondo socrático y aristotélico de la ética estoica 123
les, dice Estobeo recogiendo una discusión estoica, con frecuencia “ven” o
“advierten” (poll£kij Ðrîntaj; Ecl., II 89, 6-7) que lo ventajoso o conve-
niente es no llevar a cabo un curso de acción, pero aun cuando lo advier-
ten (k¨n m£qwsi), son arrastrados a llevarlo a cabo debido a la violencia de
la pasión (Ecl., II 90, 2-6). El contexto parece sugerir más que una psico-
logía monista, una psicología de partes en conflicto. Inwood ha sostenido
que este pasaje de Estobeo está influenciado por Posidonio o por una lec-
tura platonizante.26 Sin duda, la comparación del estado pasional con un
caballo desobediente recuerda el pasaje platónico de Fedro, 246a-249e. Sin
embargo, en el texto de Estobeo lo que se compara con el caballo desobe-
diente no es la parte irracional del alma, sino la pasión misma o, más pre-
cisamente, el ¹gemonikÒn del alma dispuesto emocional o pasionalmente.
Las acciones del ruin, como las del sabio, son cierto tipo de impulso.
Para los estoicos una acción es un movimiento corpóreo que presupone
una intención por parte del agente; en la medida en que es un movimien-
to intencional, también supone un impulso previo y algo que lo estimule
(lo que estimula el impulso es la llamada “presentación impulsiva o moti-
vante”, Ðrmhtik¾ fantas…a, de lo que es directamente apropiado o debi-
do).27 El impulso en general es considerado como un movimiento del alma
hacia algo, pero el impulso racional (logik¾ Ðrm»), el impulso de los seres
humanos adultos, es un movimiento del pensamiento o de la mente
(di£noia) hacia algo en la esfera de la acción (™p… ti tîn ™n tù pr£ttein;
Estobeo, Ecl., II 86, 17-87, 5; LS 53Q). En la secuencia de la psicología
estoica de la acción28 la presentación es seguida por el asentimiento (i.e.
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morales o virtuosos en sentido estricto. Así, aunque el ruin puede llevar a cabo una acción
que contenga una “justificación razonable” –la definición canónica de “acto debido o apro-
piado” (Estobeo, Ecl., II 85, 13 ss.; LS 59B)–, no logra hacer lo que es realmente bueno
para sí mismo, es decir, no logra llevar a cabo los katorqèmata, “actos correctos” o vir-
tuosos en sentido estricto.
26
Cf. su 1985: 142-143. Más recientemente Inwood ha reconocido lo difícil que es
argumentar que el pasaje en cuestión use la imagen platónica del caballo deliberadamente
y ha mostrado lo difícil que es decidir si el dualismo platónico es consistente o no con las
opiniones estoicas (cf. su 1993: 158-160).
27
Cf. Estobeo, Ecl., II 86, 17-87, 5; SVF III 169; LS 53Q. Véase también Orígenes,
De principiis, III 1, 2-3; SVF II 988. Cicerón, Academica, II 24-25.
28
Presentación (“apariencia” o “impresión”, fantas…a), asentimiento (sunkat£qesij)
e impulso (Ðrm»). Véase Cicerón, Academica, II 24-25, apoyado por Plutarco, Contrad.,
1056f-1057a (cf. LS 41E y 53S).
Trasfondo socrático y aristotélico de la ética estoica 125
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29
Estobeo, Ecl., II 88, 1-6; Plutarco, citando a Crisipo, dice: “el impulso es la razón
del hombre que le prescribe su acción” (Contrad., 1037f; LS 53R). Es decir, el impulso –que
se traduce en acción– deriva del asentimiento a una proposición práctica o evaluativa la que,
a su vez, describe el contenido de una presentación impulsiva del tipo “hay que hacer X”.
30
Sandbach 1985. Algunas de sus observaciones habían sido implícitamente adelan-
tadas por Bignone (1936: 33-38; 68 et passim) al sugerir que el Aristóteles generalmente
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leído y que podía ser conocido (especialmente fuera del Liceo) era el de los diálogos. Una
de las más interesantes críticas a la metodología de Sandbach es, a mi juicio, la de Hahm
1991 (especialmente 300-301).
31
Sandbach 1985: 56-57.
32
Puede compararse, por ejemplo, DL VII 137 (“elemento es aquello primero a par-
tir de lo cual se genera lo que se genera y aquello último en lo cual se disuelve”) con Aris-
tóteles, Metafísica, 1014a26-29 (“Se llama ‘elemento’ a aquello primero, inmanente y
específicamente indivisible en otra especie a partir de lo cual se compone algo. Por ejem-
plo, elementos de la voz son aquellas cosas a partir de las cuales se compone la voz y en
las que, en último término, se divide”). Las caracterizaciones aristotélicas y estoicas de
ciertos estados emocionales (como el temor) también son muy semejantes (discuto este
punto en la parte final de este apartado).
Trasfondo socrático y aristotélico de la ética estoica 127
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37
Aunque en los restos fragmentarios estoicos no encontramos un tratamiento siste-
mático del tema, como sí lo encontramos en Aristóteles, es posible sin embargo reconstruir
parte de la teoría a partir de los pasajes citados abajo de Estobeo. Ateneo cita a Zenón de
Citio, quien habría sostenido que el “amor” o “deseo erótico” (œrwj) es un dios de amistad
y libertad, y procura concordia por cuanto preserva el Estado (Ateneo, XIII, 2, 561c). Sobre
la función del amor erótico en el modelo de Estado de Zenón y sus conexiones con la amis-
tad véase Babut 1963. Entre los estudiosos más recientes Schofield ha puesto particular
énfasis en la función de éros en el modelo estoico de Estado sano (cf. su 1999: cap. 2).
Trasfondo socrático y aristotélico de la ética estoica 129
sostienen que sólo entre los sabios hay amistad pues solamente entre ellos
hay concordia o unanimidad en lo que se refiere a los asuntos de la vida.
La amistad, en efecto, no puede existir sin confianza (p…stij) y estabilidad
(bebaiÒthj), dos rasgos típicos del sabio estoico, y la concordia, al ser un
conocimiento de los bienes comunes, debe pertenecer exclusivamente a
los sabios. Los ruines, en cambio, por no ser confiables, por ser inestables
y tener opiniones hostiles los unos con los otros, no pueden tener una ver-
dadera amistad, sino solamente ciertos vínculos y apegos que se mantie-
nen unidos por la necesidad (Estobeo, Ecl., II 94, 1-6; II 108, 15-23). Si
tratáramos de explicar el tema de la concordia en el estoicismo sin dar un
vistazo a lo que dice Aristóteles en los pasajes de las Éticas recién discu-
tidos, probablemente deberíamos decir que se trata de una coincidencia
–una posibilidad admitida por Sandbach para dar cuenta de las semejanzas
aparentes–, pero habría que reconocer que se trata de una coincidencia
extraordinaria. Uno podría pensar en remontarse al Sócrates platónico o a
Platón y no a Aristóteles, pues, como también sugiere Sandbach, es mucho
más natural remontarse a Platón, donde encontramos algunos tratamientos
y afinidades temáticas con los estoicos. La tesis de que el bueno solamen-
te es amigo del bueno y de que el malvado no es capaz de tener una ver-
dadera amistad –ni con el malo ni con el bueno– aparece en el Platón tem-
prano (Lisis, 214d4-7). Pero allí todavía no se habla de “concordia” o
“unanimidad”, no se describe cómo son los deseos de los verdaderos ami-
gos y no se explica la importancia decisiva de la estabilidad psicológica
para que se dé la amistad. La cuestión de la concordia o unanimidad sí apa-
rece en el Platón maduro (República, 432a-b), aunque en ese contexto la
unanimidad es entre lo naturalmente peor y lo naturalmente mejor, no
entre los sabios (véase también Político, 311b-c). Por lo demás, hay una
coincidencia importante entre el tipo de argumento que se encuentra en
Aristóteles sobre la disposición del carácter del agente y la posibilidad real
de que pueda establecer lazos genuinos de amistad con otro y el tipo de
argumento que sobre el mismo tema encontramos en los estoicos.
Quisiera regresar ahora al problema del intelectualismo. A pesar de la
crítica de Aristóteles según la cual quien defiende una posición intelectua-
lista –como la sostenida por Sócrates en el Protágoras– no puede explicar
el fenómeno de la incontinencia, Sócrates parece haber sido el primero en
percibir la dificultad (aunque, como frecuentemente se reconoce, en últi-
ma instancia parece haber negado la existencia del fenómeno mismo).
Cuando al comienzo del Hipias Menor de Platón (365e) Sócrates dice que
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trar no sólo que es posible sostener que un agente es capaz de hacer un jui-
cio moral correcto sino también que es posible admitir que dicho agente es
capaz de actuar en contra de ese juicio. El incontinente estoico es capaz de
hacer un juicio moral correcto en la medida en que visualiza el curso de
acción correcto, pero ese conocimiento es débil y no es capaz de traducir-
lo en acción. De hecho, aunque los estoicos aceptaron algunos presupues-
tos intelectualistas en una dirección socrática, parecen haber estado dis-
puestos a admitir que, en el marco de su psicología de la acción, es posi-
ble dar cuenta del fenómeno de la irracionalidad interna.39 En los términos
estoicos más estrictos, cuando uno es un incontinente es un vicioso, una
persona en un estado pasional; no distinguen incontinencia de intempe-
rancia.40 Plutarco, siguiendo un enfoque aristotélico, se queja del modo en
que los estoicos tratan el problema, pues al sostener que es la misma parte
del alma la que usamos para desear y juzgar, argumenta Plutarco, los estoi-
cos confunden intemperancia con incontinencia (VM, 445b). Pero esta
objeción se apoya en una psicología platónica de partes en conflicto que,
como vimos (y como Plutarco seguramente comprendió), es incompatible
con el monismo psicológico estoico.
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39
Uno de los más importantes problemas que tenemos en este caso específico es que
en los testimonios fragmentarios del estoicismo antiguo no hay una discusión más o menos
sistemática de la cuestión de la akrasía. Aunque la palabra “incontinente” (¢krat»j) es
usada a veces por Crisipo para describir el movimiento del alma que es “desobediente a la
razón” (Galeno, PHP, p. 256, 5-6, citando el tratado de Crisipo Sobre la terapéutica de las
pasiones), no hay rastro de una referencia a un conflicto psíquico ni a una discusión siste-
mática acerca de cómo es posible que un agente esté inclinado a llevar a cabo una acción
que, aunque sabe que es incorrecta, de todos modos la lleva a cabo en contra de su mejor
juicio. Esto se aclara en cuanto se advierte que, como hemos visto, la teoría estoica del
alma postula un monismo psicológico que elimina desde su mismo comienzo cualquier
conflicto interno entre partes del alma con motivaciones opuestas.
40
Tal distinción está presente en Aristóteles, pero los estoicos vuelven a la posición
platónica. Para los estoicos, como para Platón, cualquier falla en ser dueño de uno mismo
cuenta como un caso de incontinencia (para el testimonio platónico véase Leyes, 637c7;
en este pasaje Platón condena las prácticas homosexuales como contrarias a la naturaleza
y afirma que dichas prácticas se llevan a cabo porque los agentes no son capaces de con-
trolar su deseo de placer: di' ¢kr£teian ¹donÁj. Véase también Leyes, 710a7; 886a9;
908c2). Aristóteles, en cambio, agudamente distingue el intemperante (¢kÒlastoj) del
incontinente (¢krat»j): aquél es conducido según su propia elección (proairoÚmenoj) al
juzgar (nom…zwn) que siempre debe perseguir el placer presente, en tanto que éste no pien-
sa que debe perseguirlo y sin embargo lo persigue (EN, 1146b22-24).
132 Marcelo D. Boeri
ción claramente polémica, recibió esta tesis como un absurdo estoico más
de los que van “en contra del sentido común” (cf. Plutarco, VM, 443c),
pero el asunto no puede ser tan sencillo pues si se tratara de la simple
“eliminación” de los estados afectivos no se entiende por qué los estoicos
introdujeron la noción de “estado afectivo correcto”.48 Una teoría filosófi-
ca siempre debe tener al menos una cierta coherencia interna que la haga
persuasiva; a pesar de la mala prensa que tuvieron los estoicos ya en la
antigüedad y de la excentricidad que algunas de sus tesis parecen exhibir,
los estoicos no fueron menos excéntricos que otros filósofos en sus for-
mulaciones y argumentos. Debe haber al menos un sentido que haga razo-
nable su tesis de la “eliminación de las pasiones, emociones o estados
afectivos” (p£qh).
Una estrategia posible de entender las eÙp£qeiai estoicas es a la luz de
la sugerencia de Aristóteles de procurar moderar los estados emocionales
en la tarea de entrenamiento y habituación que el agente debe hacer de su
carácter. Creo que puede argumentarse que hay al menos un sentido en que
los estoicos no están en contra de la moderación aristotélica de las pasio-
nes pues, contra lo que uno podría pensar en una primera lectura, “elimi-
nar los estados afectivos o emocionales” no es sin más erradicar en senti-
do estricto cualquier forma de afecto o de estado emocional. La indicación
de Aristóteles de que el virtuoso da con el medio haciendo referencia tanto
a la emoción como a la acción (EN, 1104b13-16) implica, hasta cierto
punto, que el agente virtuoso es evaluado moralmente tanto por sus accio-
nes como por sus emociones o, más precisamente, por el lugar que el agen-
te asigna a las emociones en su acción. Que para Aristóteles las emocio-
nes pueden ser moderadas o cultivadas si el agente es capaz de establecer
los estados correctos de su carácter es más o menos evidente a partir de
aquellos pasajes en los que enfatiza que el agente debe ser preparado (o
“cultivado”: prodieirg£sqai) por medio de los hábitos para disfrutar y
odiar de un modo apropiado (kalîj; EN, 1179b24-31). En el enfoque
aristotélico, los componentes apetitivos y desiderativos del alma pueden
participar de la razón pues son capaces de oírla y de obedecerla y esto,
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re es eliminar su enfermedad, no mejorar su estado de enfermedad. Sobre las pasiones
como estados patológicos, véase Donini 1995: 314-315.
48
El término eÙp£qeia ya está en Platón (cf. República, 404d9; 615a3) y en Aristó-
teles (EN, 1159a21; 1171b24), pero todavía no tiene el uso técnico con el que se encuen-
tra en contextos de psicología moral estoica.
138 Marcelo D. Boeri
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49
Aristóteles, EN, 1125b31-35; véase también EN, 1104b12; 1106b18-23; 1115b11-
18.
Trasfondo socrático y aristotélico de la ética estoica 139
de algo cuando cree que alguien la está despreciando o cuando cree que
algo dañino está por pasarle. La caracterización de “enojo” (o “ira”: Ñrg»)
como “un deseo de venganza acompañado de dolor debido a un desprecio
manifiesto” claramente muestra que el agente debe, en algún sentido,
creer que ha sido menospreciado o deshonrado” (Ret., 1378a30-32;
1382a21-22). Una emoción no sería tal sin la creencia por parte del agen-
te de que, de alguna manera, está siendo afectado. La caracterización
estoica de la causa del “temor” tiene significativos ecos aristotélicos: “la
causa del temor es la creencia de que algo malo se está aproximando”
(Estobeo, Ecl., II 90, 8-12). Como dice Aristóteles, si el orador quiere que
su auditorio sienta temor, debe convencerlo de que algo serio o terrible
–que lo amenaza o que amenaza a sus seres amados– se aproxima (Ret.,
1382a21-b34). Las creencias, entonces, parecen tener un cierto poder cau-
sal o explicativo respecto de las emociones, y esto es así a punto tal que
si la creencia de uno cambia sobre un cierto estado de cosas también cam-
bia la emoción correspondiente. Claro que, como he indicado antes (cf.
supra n. 43), Aristóteles no concluye, como los estoicos, que las emocio-
nes o estados pasionales sean juicios. El modo en que Zenón y Crisipo
parecen haber entendido las emociones ha sido un problema muy debati-
do entre los especialistas. En tanto Zenón parece haber sostenido que las
emociones no son juicios (kr…seij), sino “las contracciones irracionales,
los abatimientos (tapeinèseij) y aflicciones (d»xeij), las expansiones
(™p£rseij) y exaltaciones (diacÚseij) que se dan o sobrevienen a los jui-
cios”, Crisipo, en cambio, parece haber dicho que son juicios (Galeno,
PHP, p. 246, 36-248, 3; PHP, p. 292, 17-25). En opinión de Richard
Sorabji, la supuesta diferencia entre Zenón y Crisipo debe ser tomada en
serio pues no es lo mismo considerar una emoción como una contracción
y una expansión que se da “en ocasión” de los juicios acerca de lo que es
bueno o malo (Zenón) y considerar que una emoción es un tipo de juicio
falso (Crisipo). En mi opinión, hay razones para seguir pensando que debe
seguirse el punto de vista ortodoxo, según el cual la divergencia entre
Zenón y Crisipo es solamente un cambio de énfasis en la formulación de
Zenón.53 Sorabji, en cambio, observa que Zenón reconoció que los juicios
son causa de las emociones, pero nunca identifica a las emociones con jui-
cios, sino que ése ya es un movimiento propio de Crisipo.54 Es cierto que
____________________
53
Para la interpretación “ortodoxa” cf. Rist 1969: 30-36; Inwood 1985: 130-131.
54
Sorabji 2000: 34-35.
Trasfondo socrático y aristotélico de la ética estoica 141
rente con la tesis estoica de que las pasiones no pueden ser moderadas
porque, por definición, son estados característicamente excesivos. Dicho
de otro modo, si uno es virtuoso en sentido estoico sus estados emociona-
les dejarán de ser pasiones y se volverán estados emocionales correctos.
Así, en una situación de real peligro, el sabio será afectado pero no como
el que es afectado por el miedo, sino como el que puede ser afectado por
la precaución (eÙl£beia, el estado emocional correcto correspondiente al
temor como estado emocional incorrecto).58
En una teoría como la estoica que no admite la existencia de tipos mora-
les intermedios (entre virtud y vicio) ni estados cognitivos intermedios
correspondientes a tales tipos morales (™pist»mh-dÒxa) resulta difícil
explicar el problema del progreso moral. Crisipo, sin embargo, deja abier-
ta la posibilidad de que existan diferentes grados de imperfección moral
(cf. Estobeo, Ecl., V 906, 18-907, 5; LS 59I). Todos los actos incorrectos
(¡mart»mata) son iguales (Estobeo, Ecl., II 106, 21 ss.; SVF, III 528)
pero eso no significa que todos los individuos lleven a cabo la misma can-
tidad de actos incorrectos y con la misma frecuencia. Si éste fuera el caso,
un ruin que está progresando en su carácter moral debería ser entendido
como alguien que lentamente va reduciendo la frecuencia de sus decisio-
nes equivocadas, en la medida en que, a través de un proceso de esclare-
cimiento cognitivo, da su asentimiento con menos frecuencia a las pre-
sentaciones no cognitivas. Esto también debe significar que sus impulsos
serán excesivos con menos frecuencia y progresivamente se librará de los
estados afectivos negativos; se convertirá en virtuoso cuando solamente
preste su asentimiento a presentaciones cognitivas.59 De hecho, el mero
progreso hasta el punto más alto, argumenta Crisipo, no garantiza todavía
que esté en posesión de una felicidad verdadera; esto le sobrevendrá cuan-
do su nueva disposición interna tenga las propiedades de estabilidad
(bšbaion), habituación (˜ktikÒn) y fijeza (p»xij). Sin intención de exagerar
la cuestión, me parece que éste es de nuevo un requisito típicamente aris-
totélico para el carácter virtuoso (EN, 1105a33) que los estoicos no pue-
den haber pasado por alto al formular su doctrina de la virtud.
____________________
58
Para la distinción entre un impulso alineado con la razón y un impulso excesivo,
véase el símil del corredor (Galeno, PHP, p. 240, 36-242, 11; LS 65J).
59
Para un tratamiento más detallado de este punto me permito remitir a Boeri 2002,
especialmente 78-87 y Boeri y Vigo 2002, especialmente 38-48; 52-55.
144 Marcelo D. Boeri
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146 Marcelo D. Boeri