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Enciclopedia Sacramentum Mundi PDF
Enciclopedia Sacramentum Mundi PDF
ENCICLOPEDIA
TEOLÓGICA
Dirigida por
HERDER
Barcelona, 1978
ABSOLUTISMO
I. Concepto y formas
Los adversarios contra los cuales tuvo que imponerse el absolutismo fueron la
nobleza feudal - dotada de propios derechos públicos, pero transformada
después en una nobleza oficial, despojada de sus privilegios políticos y
dependiente de la corona-, y la jerarquía autónoma de la Iglesia, cuya
posición polar frente al Estado había de desaparecer a causa de su
transformación en Iglesia nacional, situación que no afectaba necesariamente
al primado del papa en los Estados católicos con tal que el ejercicio del poder
papal no se opusiera a los intereses del Estado.
Los medios con que se formó el sistema de poder del absolutismo fueron una
rígida burocracia centralista, un ejército permanente a las órdenes exclusivas
del monarca y un impulso económico por parte del Estado al comercio y a la
industria, que a la vez ayudaron con sus tributos a sostener la burocracia y el
ejército.
Oskar Kóhler
3. Con la evidencia per se con que lo absoluto se afirma como aquello que, a
par de pensarse necesariamente, existe también necesariamente, concuerda
la tradición filosófica de dos milenios. La universal experiencia religiosa de lo
«otro», que posee poder último e incondicionado, se convierte para la
reflexión de la India en el Todo-Uno, cuya apariencia es el mundo; y, para el
temprano pensamiento griego, en el fundamento primero (árjé) del mundo.
Platón ve en la idea suprema del bien la carencia de supuesto y el subsistir en
sí; que constituyen lo absoluto. Esta visión determina al neoplatonismo y, a
par de la revelación judía y cristiana, los siglos de la patrística (cf. p. ej.,
Gregorio Nacianceno; posteriormente, al Maestro Eckhart, a Jakob Báhme, a
Franz v. Baader, que hablan del «principio sin principio», y también del «no-
principio». En Aristóteles se dibuja el ser absoluto de la causa eterna e inmóvil
en su «separación» de todas las cosas sensibles del mundo.
Hay que atender no sólo al «qué» fenoménico, p. ej., del nexo funcional
científico entre datos observados, sino también al «hecho» ontológico (de que
efectivamente es así); pero esto exige una irrupción a través de la perspectiva
y «tras» la perspectiva metódicamente limitada de la problemática de cada
ciencia particular, a la que sólo se manifiesta la apariencia de los fenómenos,
hacia una actitud intelectual de tipo filosófico, que está abierta al ser en sí de
la realidad cósmica. Esta irrupción «a través» es obra, en su realización
efectiva, de la libertad que brota de un llamamiento dirigido al hombre en su
totalidad. En este sentido, la preparación para entender la realidad del
absoluto en el campo del conocimiento teórico, en el cual Kant y con él gran
parte de la mentalidad actual piensan que no se la puede encontrar, está en
efecto entrelazada con el ejercicio de la libertad del hombre, a la que apelaba
Kant. Pero esta apelación a la libertad moral puede recibir también una
fundamentación teórica.
Walter Kern
ACCIÓN CATÓLICA
I. Organización
1. Origen
2. Forma
El Vaticano II ha rechazado por una parte todos los intentos realizados por
convertir un determinado sistema de a.c. en el sistema universal, pero, por
otra, ha hecho resaltar los elementos que, independientemente de métodos,
formas y nombres ligados al tiempo o al lugar, son esenciales a una genuina
a.c. Por tanto, el problema de la organización es secundario y está
subordinado al interés apostólico que se persigue.
II. Objetivo
1. Características esenciales
c) Los laicos están unidos por una constitución y acción colegial y corporativa.
d) Los laicos actúan «bajo la dirección de la jerarquía misma», que con ello
asume una cierta responsabilidad suprema, lo que a su vez implica el derecho
- aunque restringido únicamente a esto- a determinar las líneas generales de
orientación, a confirmar en el cargo a los funcionarios responsables, a ratificar
las resoluciones y estatutos más importantes, pero también a emitir el juicio
sobre la existencia de las cuatro características. La relación especial con la
jerarquía se llama mandato; éste no confiere una misión con nuevas
atribuciones, pero sí un cierto carácter oficial. El concilio ha dejado en
suspenso intencionadamente las controversias teológicas sobre la doctrina del
mandato. La suprema dirección por parte de la jerarquía y el carácter laico no
deben eliminarse mutuamente; entre ambos polos hay tensión, pero no
contradicción. También en el mundo sólo existen responsabilidades divididas
de diferente grado; pero en la comunidad de Cristo, por principio, hay una
responsabilidad universal y colegial de todos para con todos.
Con una a.c. así entendida en el fondo también queda superada la «clásica»
definición de la misma, según la cual el laico podría ser considerado de una
forma exagerada como el brazo prolongado de la jerarquía, como su
instrumento y órgano de ejecución. Es cierto que todavía se encuentra la
definición en el art. 20 del decreto Sobre el apostolado de los laicos, pero sólo
en la introducción histórica. De hecho, solamente un reducido sector de la a.c.
puede describirse como colaboración, como participación en el apostolado
jerárquico. Pero así no aparece suficientemente el carácter específicamente
laico o cristiano de orden temporal de este apostolado, ni la auténtica y
característica corresponsabilidad de los seglares en la Iglesia. Es cierto que la
a.c. no puede actuar más allá de su cometido eclesial, pero incluso en este
cometido no se puede considerar a los laicos como meros colaboradores de la
jerarquía, sino que ellos siguen siendo corresponsables del apostolado de toda
la Iglesia, y la naturaleza de su apostolado no es otra que la del jerárquico; de
lo contrario, no podrían prestar su contribución específica a la Iglesia. Según
la concepción actual sería mejor, por tanto, describir la a.c. como
«participación oficial de los laicos en el apostolado de la Iglesia».
2. Importancia de la a.c.
BIBLIOGRAFÍA: A. Pieper, Sinn und Aufgaben des Volksvereins für das katholische
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polygl. Vat. 1963); Vaticanum 11, Decretum de apostolatu laicorum (Typ. polygl. Vat. 1965);
F. Klostermann: LThK Vat II 587-701; J. Gómez Sobrino, Nuevos estatutos de la A. C.
española (Ma 1967); M. Arboleya Martínez, Dos modos de enfocar la A. C. (Ba 1948).
Ferdinand Klostermann
ACOMODACION
ACTO MORAL
Esta conciencia crítica frente a las normas del ambiente, aceptadas en forma
no crítica, y frente a las exigencias de las tendencias del yo, naturalmente ,
existe primero en medida muy limitada y, en principio, se alcanza siempre con
lentitud, con una lentitud gradualmente distinta en cada caso, puesto que la
actitud y el clima reflexivos dependen siempre de los conocimientos directos y
de las deciciones, que se transforman con el desarrollo progresivo de la
personalidad y nunca pueden quedar sometidos a una reflexión plena. Debido
a ello, una crítica actuación ética que se distancie de una moral falta de
crítica, en todos los casos sólo es posible en una medida limitada y depende
de la acuñación del desarrollo de la personalidad.
Pues, en efecto, una acción sólo puede ser enjuiciada como buena o como
mala en la medida en que es conocida su conformidad con el ser o su
oposición a él. Este conocimiento, a su vez, sólo es posible en la medida de la
evidencia del ser en sí, la cual por su parte incita a la afirmación creyente del
mismo, ya que el ser en sí, por un lado, es el presupuesto intelectualmente
necesario de lo que conocemos y, por otra parte, como algo que hemos de
presuponer sin conocerlo exhaustivamente en sí mismo, puede ser rehusado
por la voluntad, aun cuando simultáneamente sea entendido por la razón
como algo que debe afirmarse. Esto significa que cualquier acto moralmente
bueno es un acto de -> fe.
Pero además es siempre un acto de -> esperanza. Y lo es porque un acto
consciente sólo puede hacer más perfecto o imperfecto a un hombre en la
medida en que se le presente como dotado o desprovisto de sentido y, con
ello, arbitrario. Esto, a su vez, solamente es posible en la medida en que un
comportamiento conforme con el ser es reconocido como absolutamente
obligatorio. Ahora bien, por un lado, la conciencia del sentido del obrar es una
presuposición transcendental y necesaria para la operación consciente, pues la
acción consciente está necesariamente dirigida a un fin; y, por otro lado, el
reconocimiento del principio de que la actuación dotada de sentido es la
conforme con el ser constituye un acto libre de esperanza, pues la prueba de
la exactitud del reconocimiento de ese principio sólo cabe esperarla del futuro,
de modo que es posible afirmarlo o negarlo libremente.
Según esto, el punto de partida para la determinación del a.m. debe ser la
relación transcendental a Dios. Y ésta sólo se halla tan desarrollada que
podamos hablar de un a.m. en sentido pleno, cuando el hombre está referido
a Dios en tal grado que, o bien él afirma a Dios con fe, esperanza y amor en
la concreta decisión moral, o bien lo rechaza incrédulamente, arbitrariamente,
en el fondo, desesperadamente y, en último término, egoístamente. Con todo,
no es necesario que la relación a Dios se actualice in actu reflexo, es
suficiente que se realice in actu exercito. Esta relación a la fe, la esperanza y
la caridad va inherente al a.m. con necesidad transcendental; y, en nuestro
orden de salvación, ella experimenta una ampliación fáctica por la que se
extiende al campo sobrenatural. Esta triple relación transcendental y
sobrenatural del a.m. a Dios debe ser desarrollada en lo que sigue.
Esto significa: cuando el hombre juzga que una acción está permitida,
prohibida o mandada, él no puede equivocarse al formular la permisión, la
prohibición o el mandato en la medida en que, necesariamente por la razón y
tendencial o voluntariamente por la disposición subjetiva, se halla dirigido a lo
verdadero en sí y, a pesar de la mediación de la subjetividad, por la
transparencia de lo objetivo goza de una evidencia que ilumina el campo de la
subjetividad y de la intersubjetividad. Y en la misma medida la permisión,
etc., se refiere inmediatamente a la afirmación o negación personal de
sujetos, a una toma de posición buena o mala en sí.
De estos actos hay que distinguir los materialmente indiferentes, los cuales
son concretamente buenos o malos en el terreno objetivo (y no sólo en el
subjetivo) según el fin a que sirven en virtud de la intención fáctica del que
obra.
1. Para que un acto sea moral debe ser comprendido como bueno o malo para
mí. La aprehensión de la congruencia o incongruencia de un acto, de lo recto
y verdadero en sí, no implica todavía el conocimiento del sentido
correspondiente, así como del valor y del carácter obligatorio que de ahí se
desprenden. Para que este conocimiento tenga efecto hay que añadirle la
visión de que el acto considerado como bueno o malo redunda en salvación o
pérdida de quien obra o de otros, y la de que, en consecuencia, quien actúa
debe rendir cuentas ante sí mismo o ante otros, o sea, es necesario
comprender el concreto carácter obligatorio del acto y la consecuente
responsabilidad del que obra. En efecto, una actuación responsable no
significa otra cosa que una acción conscientemente dotada de sentido. Pero el
hombre sólo puede obrar conscientemente con sentido cuando se pone a sí
mismo en relación con un fin reconocido, el cual tenga su sentido en sí mismo
y con ello constituya su propia meta. Pero el referirse conscientemente a un
fin todavía no es sin más una actuación responsable, pues cabe la posibilidad
de que el hombre se refiera a una meta establecida arbitrariamente. Ahora
bien, el ordenarse conscientemente a un fin arbitrariamente escogido no sólo
carece de sentido, sino que, además, a causa de la elección conscientemente
arbitraria, constituye un auténtico sinsentido y contrasentido, ya que la
conciencia siempre está intencionalmente orientada hacia el ser en sí. Por
tanto, para que la ordenación consciente a un fin tenga sentido, ese fin ha de
presentarse al que actúa como digno de ser apetecido en sí mismo, o sea, la
meta debe tener su sentido en sí misma y la ordenación a ella debe ser
conveniente para el que actúa, pues la subjetividad busca siempre con
necesidad transcendental la autorrealización y, sólo realizándose a sí misma,
puede ella seguir siendo subjetividad.
El hecho de que nosotros sólo podemos comprender el valor del amor por la
experiencia del mismo amor se funda a la postre en que toda nuestra
potencialidad debe ser actualizada siempre en virtud de una actualidad - por
lo menos del mismo orden - y, en último término, en virtud del acto divino,
primera raíz donde se basa la posibilidad de nuestra propia realización. Por
eso, nuestra actividad productiva consiste en una toma de posición frente a
las posibilidades que se nos ofrecen y no en un comportamiento
auténticamente creador. En último término, lo único que nosotros podemos
hacer es adoptar una postura personal con relación a las posibilidades que nos
vienen de fuera y, así, actualizar nuestra personalidad mediante una singular
toma de posición ante las posibilidades incesantemente renovadas. Por esto el
hombre desde su raíz es un ser individual y social y, de esa manera, una
criatura. P-1 sólo puede decir «yo» en la medida en que puede decir «tú» y,
en último término, «mi Dios». únicamente así está en condiciones de realizar
su originalidad en forma singular dentro de la historia (-> sociedad; ->
historia e historicidad).
Si el hombre niega el futuro tal como éste llega hacia él y pretende darle un
sentido arbitrario, obra irresponsablemente, es decir, obra, no en conformidad
con el sentido de la subjetividad y de la intersubjetividad, el cual se revela en
el conocimiento y exige reconocimiento, sino a tenor del propio arbitrio y, por
tanto, absurdamente.
El hecho de que el obrar moral tiene que realizarse siempre bajo condiciones
históricamente irrepetibles implica la necesidad de capacitar para las
decisiones morales por el dictamen de la --> conciencia, el cual queda
legitimado por el amor del sujeto a la verdad en sí y por la consecuente
ordenación de su juicio a lo verdadero en sí, pues en el juicio de la conciencia
el acto es juzgado subjetivamente según el conocimiento de lo verdadero en
sí, o sea, es enjuiciado para uno mismo y en forma singular o irrepetible. Así,
en la misma medida del amor a la verdad, se da una ordenación del
conocimiento a lo verdadero en sí y, con ello, una necesaria ordenación a una
autorrealización llena de sentido. Ciertamente, esto no excluye el error
objetivo ni lo exime de sus efectos objetivamente malos, pero así se convierte
en expresión - aunque inadecuada - de una postura personalmente buena, de
una actitud amorosa, de una autorrealización verdadera y dotada de sentido.
La posibilidad de error es ineludible. Mas no por eso se pierde la dignidad de
la conciencia (Vaticano zi, Constitución pastoral, n. 16), ya que permanece su
ordenación a lo verdadero, a lo bueno en sí, a lo que tiene sentido en sí
mismo.
En cambio, en el caso del -> pecado el hombre no se acepta como aquel que
verdaderamente es y, en consecuencia, da un «no» a su realidad plena, ya
que él busca su perfección solamente en la identidad consigo mismo y de esa
manera no puede encontrarla, de modo que así emprende el intento,
necesariamente condenado al fracaso, de transformar su contingencia en algo
absoluto. La posibilidad de un pecado que arrogantemente se atribuye a sí
mismo un carácter absoluto presupone un conocimiento suficiente de que el
hombre merece afirmarse por sí mismo, de que la dignidad de la persona es
inviolable, de que ésta tiene derecho al respeto y a una promoción amorosa, y
de que, consecuentemente, no podemos decidir arbitrariamente sobre su
destino. Según esto, en el plano moral somos plenamente responsables en la
medida en que conocemos formalmente los inalienables derechos del ->
hombre.
Según esto las virtudes particulares son virtuosas en el grado en que ordenan
a la caridad determinados modos de comportamiento personal. Así la
obediencia es virtuosa en cuanto, en armonía con el amor, subordina la
voluntad propia a otro que tiene autoridad sobre el que obedece. En este
sentido, la caridad puede ser llamada forma de todas las virtudes. Los
pecados, por el contrario, son pecaminosos siempre en la medida en que van
contra la caridad (distinción entre virtudes teologales, virtudes cardinales y
otras virtudes: -> virtud; G. GILLEMAN, Le Primat de la Charité en Théologie
Morale, Bru, 21954).
El --> bien en sí, al cual el hombre está ordenado por el amor a la verdad, es
inagotable, ya que las posibilidades objetivas de perfeccionamiento del
hombre son ilimitadas, a causa de su ordenación al -> ser en sí. Pero las
posibilidades concretas de perfeccionamiento y, con ello, de decisión ética son
limitadas debido a la finitud del hombre. Por eso, una actuación responsable
ha de atenerse siempre a estas posibilidades concretas, si bien conservando a
la vez la aspiración a las posibilidades absolutas por el amor á lo verdadero, a
lo bueno y a lo valioso en sí. De esa manera, por la acción moral el hombre
alcanza posibilidades siempre nuevas e insospechadas de perfección, la cual,
en último término, viene hacia e'1 como don de Dios.
V. Resumen
De acuerdo con esto, los actos conscientes, responsables y libres que no están
informados por la gracia, teológicamente hablando, sólo en un sentido
indirecto merecen llamarse morales, a saber, en el sentido de que constituyen
una disposición indirecta o negativa a la gracia y, consecuentemente, a la -->
salvación. Ciertamente, a la cuestión de si existen esos actos morales
meramente naturales, la mayoría de los teólogos le dan una respuesta
afirmativa, por creer que así lo exige la recta elaboración de la distinción entre
el orden natural y el sobrenatural y, especialmente, entre la fe en sentido
amplio (fides late dicta) y el inicio de la fe (initium fidei); pero, no obstante, la
pregunta no está definitivamente resuelta, pues la tesis según la cual hay
actos morales que carecen de importancia para la salvación resulta
problemática desde el punto de vista de una --> antropología teológica.
Waldemar Molinski
ACTO RELIGIOSO
1. La estructura apriorística
3. La estructura racional
Como acto anclado en la misma raíz del ser humano, el a.r. actualiza las dos
potencias espirituales (entendimiento y voluntad) desde aquel centro del
sujeto donde ambas están aún originariamente entrelazadas y donde han
vuelto a recogerse en una unidad conscientemente indisoluble. Por eso, en
este ámbito, al entendimiento no se le añade desde fuera la referencia
religiosa; más bien, el pensar es en sí mismo devoto, su comprender es
originariamente emoción; su objetividad es reverencia; su juicio es
convicción. Y esto es así porque el pensamiento, en cuanto autopresencia
original (la cual se realiza en forma no objetiva ni refleja y nunca admite una
certeza plenamente sometida a la reflexión), en cuanto presencia del espíritu
humano bajo su dimensión transcendente ante sí mismo, está siempre situado
ante Dios y, por tanto, el infinito misterio divino es para él no algo extraño a
su esencia, algo todavía no dominado intelectualmente, sino una realidad que
le pertenece íntimamente, pues custodia y configura su propia naturaleza
transcendente. Con esto queda hecha la delimitación de los fenómenos
originales de lo religioso dentro del pensamiento, exigida por la teoría
fenomenológica de la ciencia (Husser1) y por la filosofía fenomenológica de la
religión que sigue esa teoría (Scheler y su dirección, R. Otto, G. van der
Leeuw). Pero el a.r. directamente ejecutado es sólo la realización expresa,
libremente aceptada y afirmada, de esta religiosidad inmanente al pensar
mismo y de la abertura hacia el ámbito de lo santo. Es, por tanto,
racionalmente inteligible en sentido auténtico; no existe contraste originario
entre metafísica y religión (como p.ej. en Scheler); el a.r. es más bien la
suprema representación de la esencia metafísica del hombre, y su reducción a
un estado de sentimiento irracional (Schleiermacher, R. Otto), o a una
«disposición» religiosa específica, distinta de la fundamental condición
espiritual de la criatura, supone una concepción del entendimiento humano
racionalistamente restringida y orientada únicamente a un saber objetivo. Por
esta estructura racional se ve también claro que el a.r. no es indiferente a la
cuestión de la verdad (como en el pragmatismo religioso, por ejemplo, en W.
James), sino que la contiene en sí mismo.
4. La estructura personal
Puesto que Dios reclama al hombre en todas sus dimensiones, y puesto que
en un hombre la plena actualización de cada dimensión depende de la
adecuada realización de cada una de las otras, podemos también concluir que,
en el a.r., el misterio infinito de Dios no sólo aparece en forma no objetiva, a
manera de un fenómeno meramente anónimo, el cual permanece siempre en
segundo plano y se presenta solamente como un hecho fundamental
custodiado con un «pathos» silencioso, como algo que acompaña nuestra
inteligencia del mundo y de nosotros mismos. Indudablemente, el misterio de
Dios está siempre presente en esa forma no objetiva y transcendental, de
modo que, en este sentido, es familiar en cierto modo a todo hombre, incluso
al incrédulo; pero, además, en la ejecución del a.r. Dios se convierte en tema
directo para el hombre (aunque en medida diversa), él se hace objetivo y
cósmico, visible y accesible mediante la palabra, pues de lo contrario no
podría ser comprendido y afirmado personalmente en su verdadera infinitud y
en la universal exigencia que en ella está implícita. De esta necesaria
objetividad «mundana» de la actividad religiosa se desprende también la
peculiar «necesidad de percepción» (Scheler) en el a.r. Por su movimiento, el
cual va dirigido hacia el Dios revestido de una libertad y de un señorío
soberanos y, para hacerse real, se produce en virtud de su esencia dentro de
un punto concreto de la historia y del mundo, el a.r. hace al hombre «oyente
de la palabra», despliega su esencial receptividad con relación a la revelación
y su apertura a la libre comunicación de Dios que le sale al encuentro por la
vía de la historia.
I. Concepto y problema
1. El ente que nos sale al encuentro jamás se nos presenta con la plenitud
pura de su ser; jamás está «ahí» enteramente. Nos alcanza como algo real,
es decir, está «ahí> con su ser, y a la vez se nos escapa, no está «ahí». Pues
todo contacto con la realidad se produce en un momento, en un logro
momentáneo, el cual por su índole instantánea lleva en sí el signo de la
caducidad. La intensidad del momento pertenece necesariamente a nuestra
afección por parte del ser; e incluso en un aumento continuo de presencia del
ser ha de mostrarse también el carácter momentáneo para que nosotros
podamos quedar afectados. Pero si el ente que nos sale al encuentro envuelve
el «ahí» (existencia) de su ser en el relámpago del momento, esto significa
que su misma esencia lo arroja a la fugacidad de ese momento, o sea: todo
«ahí» del ser que nos sale al encuentro está siempre zaherido por una nulidad
interna. E1 ente nos alcanza bajo una forma esencialmente rota en virtud de
una nulidad constitutiva.
2. Puesto que la nada en y por sí es nada, el «ahí» del ser que llega hasta
nosotros debe constituir una realidad positiva, y, como tal, comprensible en sí
misma. Debe llevar en sí el fundamento de sí mismo. Pero, por otro lado,
como algo que está fusionado con la nada, no puede ser una realidad
puramente positiva. Se halla, pues, sometida a una dualidad congénita, que
no cabe entender desde sí misma. El ente empírico no puede ser su propio
fundamento. Puesto que, por un lado, una cosa sólo es comprensible en sí
misma si incluye en su esencia un fundamento inteligible por sí mismo y, por
otra parte, este fundamento no está en el «ahí» del ser roto por la nada, ese
«ahí» debe apoyarse en un fundamento que se legitime plenamente a sí
mismo, el cual, si bien no se identifica con el «ahí», sin embargo, entra en él
y lo lleva hacia sí mismo. De esta manera, por la entidad que ostenta, el
«ahí» apunta hacia algo que, siendo distinto de él, constituye la fuente de su
ser. Esta relación significa, por un lado, que el «ahí» del ser atravesado por la
nada «participa» (-> participación) del fundamento que se acredita
plenamente por sí mismo y que, consecuentemente, es el fundamento
absoluto. Por otra parte, dicha relación significa que el «ahí», en cuanto
entrelazado con la nada, está por esencia separado (-->transcendencia) de
ese fundamento y permanece esencialmente distinto de él, aunque coincida
con él por la participación (-->analogía del ser).
Puesto que una cosa sólo se acredita plenamente si excluye de ella toda
nulidad, el fundamento absoluto debe constituir el puro «ahí» del ser, el «ahí»
que por su pura plenitud se identifica con el mismo ->ser, el cual excluye de
su seno toda nada. A este puro «ahí», que es el mismo ser, la escolástica lo
llama acto puro. Ahora bien, el acto puro, siendo el mismo ser y, por tanto, no
pudiendo tener fuera de él nada que lo lleve a su existencia o que lo reciba,
también es siempre el acto «no recibido» (actus irreceptus). Por el contrario,
la existencia entretejida con la nada es a. mezclado de p. (actus mixtus). Y
este acto, por no coincidir plenamente con el ser, necesita de algo ajeno a él,
de la potencia, para llegar a existir. Y, consecuentemente, siempre es un a.
recibido en la p. (actus receptus).
Pero, aparte de esa dinámica infinita que va aneja a todo a. finito en virtud de
su actualidad, se da en los actos finitos otra forma de dinamismo. A saber, en
cuanto el «ahí» del ser está atravesado por la nada, la fuerza de la infinitud
saca a los entes de sí mismos y los arroja a la otra vertiente, a la del no ser.
Esta autoenajenación, o bien puede excluir el «estar en sí» del acto en
general, o bien puede permitir cierto estar en sí, aun manteniéndose la
enajenación en el mundo de la nada. Ahora bien, puesto que el acto persigue
su sentido óntico, hay en él una dinámica interna encaminada a retornar hacia
sí mismo desde la nada de lo otro. Sin embargo, como el acto está inmerso en
la nada, es decir, permanece finito, ese retorno nunca puede conducir a un
puro estar en sí mismo que escapara de todo a la altruidad anonadante.
Esto significa concretamente: el a. por su propia naturaleza es espíritu, y el a.
infraespiritual o infrahumano por su condición de a. tiende hacia la -->
«hominización» (II).
Oswald Schwemmer
AGNOSTICISMO
Por la dignidad de esta decisión (y, a par, por la dignidad del objeto de ella),
la teología católica rechaza también las formas más diferenciadas del a., que
aunque no niegan todo conocimiento metempírico, tampoco admiten un
conocimiento racional, objetivamente válido, de Dios, que se pueda reflejar y
justificar teóricamente y sea, por ende, en principio, comunicable. Esta
posición toma el idealismo crítico de Kant, y también la metafísica de N.
Hartmann en su concepción de lo transinteligible. Kant ha influido
decisivamente sobre algunas filosofías modernas de la religión, las cuales
entienden parcial o unilateralmente el acto del conocimiento religioso como
una decisión y un «salto» que, dado su carácter inmediato, no pueden
fundarse ni hacerse en absoluto racionalmente inteligibles. El factor
cognoscitivo del acto religioso se atribuye aquí a una potencia irreductible, a
un sentimiento y una experiencia (diversamente definidos) que no implican la
razón, la motivación ni la deducción, sino que expresamente se oponen a ellas
(-> sentimiento religioso). Esto cabe decir en gran parte de la moderna
teología y filosofía protestantes de la ->religión. Mientras aquí - como también
en el modernismo - impera un a priori filosófico y crítico, el motivo principal
del a. de la teología -> dialéctica radica en una inteligencia supranaturalista
del hombre y de las exigencias de la revelación, que ella quiere proteger
frente a toda falsificación y todo vaciamiento a base de las obras terrenas.
Pero este intento de hallar lugar para la fe más allá de lo visible significa, no
menos que el a. absoluto, una mutilación destructora de la persona; pues, al
limitar de ese modo el saber, se suprime la posibilidad de una decisión
responsable, y, al responder con un «no» a la razón natural que pregunta por
el sentido de las cosas, queda obstruida aquella apertura en virtud de la cual
se hace posible que la revelación - y sólo ella- dé una respuesta perceptible a
las preguntas humanas.
Pero también hay de hecho una forma de responder « sí» a las preguntas
postreras sobre el ser y sentido de las cosas, que cierra tanto como el « no»
la apertura del espíritu finito a la palabra histórica de la revelación de Dios.
Esa forma halla su expresión en las distintas maneras de -> racionalismo,
sobre todo en un idealismo absoluto que en principio no admita nada
incognoscible, por no reconocer, en definitiva, ninguna realidad que
transcienda la conciencia. Frente a semejante pretensión, y también frente a
la moderna concepción del conocimiento como actividad técnica y sujeción al
poder humano, la objeción del a. aparece relativamente justificada.
Efectivamente, si para la fe cristiana es ineludible la posibilidad de un
conocimiento natural de Dios, no menos esencial es para ella el carácter
religioso de este conocimiento. Dios sólo es conocido como Dios cuando se lo
conoce como incomprensible, y en medio de su carácter incomprensible se le
reconoce (Rom 11, 33; 1 Tim 6, 16; Dz 254, 428, 1782). Esta
incomprensibilidad no es sólo de hecho y provisional, como si el hombre no
conociera aún a Dios, pero pudiera asirlo en progresivo empeño; no, el
carácter incomprensible de Dios subsiste por principio. Y como tal procede, no
del hombre, de su limitación individual, social e histórica, que no le permitirían
un recto conocimiento (-> relativismo, -> historicismo), sino del ser de Dios
mismo como -> misterio absoluto. Misterio no es el residuo que aún queda,
sino el fondo abismal de todo conocimiento y de toda cognoscibilidad (la
tradición habla de la luz, que hace visibles las cosas; ella misma, empero, sólo
puede ser «vista» como invisible y no debe confundirse con lo iluminado).
De ahí que, según la doctrina cristiana, tampoco la --> visión de Dios es una
comprensión plena del mismo Dios, sino la contemplación y revelación del
misterio adorado. Ahora bien, si esto se dice del más alto conocimiento, aquí
se revela la estructura del conocimiento metafísico y personal en general
frente al comprender técnico y racional. Se tergiversa la defensa católica del
conocimiento racional de Dios cuando se la interpreta en el sentido de parejo
comprender; p.ej., cuando se interpreta la analogía como procedimiento de
«extrapolación» técnica. El conocimiento defendido por la Iglesia está más
bien a servicio del misterio, el cual sólo conserva su rango misterioso y brilla
en medio de un carácter incomprensible cuando, separando de él lo
conceptual (cuya naturaleza aún no está esclarecida conceptualmente), se lo
conoce como lo impenetrablemente estremecedor; pero estremecedor, no a la
manera de un caos que destruye todo sentido (pues lo absurdo no es ningún
misterio), sino como realidad aprehendida en su plenitud inagotable, como
sentido que nos envuelve.
Jörg Splett
AGUSTINISMO
B) Escuela agustiniana.
2. Doctrinas principales
Sin embargo, tres siglos más tarde, con Gotescalco de Orbais (t hacia el año
867) llamearon con nuevo brío las tendencias predestinacionistas. En nombre
de Agustín, a quien Gotescalco calificaba de maximus post apostolos
Ecclesiarum instructor y en cuyos escritos antipelagianos buscaba su mejor
apoyo, él defendió con gran empeño y tenaz decisión la tesis de la total
predestinación divina, tanto a la salvación como a la condenación. En los dos
sínodos de Quierzy (849 y 853), congregados por su causa, él y su concepción
fueron condenados firmemente. Y, a manera de complementación de dicho
Concilio, los sínodos de Savonniéres (859) y de Toucy (860) revalorizaron el
a. moderado, el cual, desde entonces, había de permanecer como tendencia
fundamental en la -> escolástica y en la teología en general.
2. Escolástica primitiva
3. Alta escolástica
4. Baja escolástica
5. La edad moderna
Durante la edad moderna Agustín adquiere gran importancia entre los
reformadores, iniciándose así una nueva tradición agustiniana de tipo
protestante, y el mismo concilio de Trento ostenta esencialmente el sello de la
tradición agustiniana de la edad media. En Francia, con el -> bayanismo, con
el -> jansenismo y con Quesnel irrumpe nuevamente la discusión acerca de la
doctrina agustiniana sobre la gracia, y, por cierto, adoptando las posiciones
extremas de una desvalorización y de una supervaloración de la naturaleza
humana en igual medida exageradas. Enrique Noris, apuntando contra los
jansenistas, funda la así llamada «moderna escuela agustiniana». La doctrina
agustiniana de la gracia defendida por esta escuela ha llegado a gozar de la
misma estima que la concepción de Tomás y la de Molina, las cuales resaltan
más la fuerza propia de la libertad humana. Con esto, la discusión acerca de
la gracia, que surgió ya en vida de Agustín y en la historia del a. ha quedado
siempre zanjada mediante una componenda a base de un a. moderado,
ciertamente se halla esclarecida en sus formas extremas, pero, en el fondo,
sigue permaneciendo abierta e indecisa hasta nuestros días. Actualmente
están apareciendo las primeras ediciones científicas de Agustín, y con ello se
presenta por primera vez en la historia del a. el planteamiento histórico de la
cuestión acerca del «verdadero» Agustín. Este planteamiento es el que hoy
vivifica con mayor fuerza el diálogo en torno a Agustín y el que empuja hacia
un análisis histórico y crítico de la historia de la tradición agustiniana.
Por eso la teología actual, influida tanto por el idealismo alemán como por el
existencialismo, tributa un renovado aprecio a Agustín por el interés
transcendental, existencial y dialogístico de su pensamiento.
Eberhard Simons
B) ESCUELA AGUSTINIANA
Esta corriente doctrinal de tipo filosófico y teológico dentro de la orden de los
ermitaños de san Agustín se remonta a Egidio Romano (fi 1316). Abarca
numerosos pensadores independientes entre el s. XIII y el xviu, los cuales, no
obstante sus diferencias doctrinales en puntos particulares, acusan claramente
una homogénea dirección doctrinal agustiniana. Sus principales
representantes son Gregorio de Rímini (+ 1338), el cardenal legado del
Concilio tridentino Girolamo Seripando (+ 1563 ), el poeta y teólogo Fray Luis
de León (+ 1591), el cardenal Enrico Noris (+ 1704) y Lorenzo Berti (+
1766), los cuales, frente a las opiniones del -> bayanismo y del -->
jansenismo, trataron de dar una genuina interpretación de la doctrina de
Agustín sobre la gracia.
Adolar Zumkeller
ALEJANDRÍA,
ESCUELA TEOLÓGICA DE
Friedrich Normann
ALIANZA
2. Los patriarcas
3. Moisés y la alianza
La a. que Dios pacta con su pueblo por medio de Moisés va más lejos que su
asociación con los patriarcas, aun cuando el redactor bíblico habla también
aquí de bers"t como hablaba en Gén 15, 18 en el caso de Abraham. Esta a. se
nos ha conservado en dos tradiciones fusionadas; la una el pacto de la a. en
el Sinaí (Éx 19, 1.2.18; 34, 2), y la otra la del Horeb (Éx 17, 6; 33, 6; cf. Éx
3, 12). De ahí resulta un relato completo. Sin entrar en detalles, notemos que
la a. del Sinaí se presenta sobre todo como una comida sagrada en presencia
de Dios (Éx 24, 12. 9s) y que ella es sancionada mediante un decreto del
Señor (10-28), por el cual Dios, a la manera de los reyes de la época,
reglamenta el culto, los sacrificios y las fiestas anuales en que el pueblo viene
a su presencia, «a la casa de Yahveh> (v. 26). En el otro relato la a. se
presenta más como un contrato sobre la base del decálogo (Éx 20, 1-17);
Moisés repite al pueblo las palabras del Señor, y el pueblo se compromete
solemnemente a observarlas después de haber realizado un rito en el que,
delante de las doce estelas que representan a las doce tribus, se derrama la
sangre de las víctimas sobre el altar y a la vez se rocía con ella al pueblo.
Parece ser que este rito se renovó en el santuario de Gilgal, en el que había
erigidas doce estelas (Jos 4, 20). En todo caso, en las dos tradiciones es
Moisés quien pone por escrito la orden de Dios como condición de la bendición
dada a su pueblo. La a. de Israel no es una mera a. en la sangre, como era
usual entre parientes, sino una a. que impone obligaciones, que obliga al
pueblo a respetar ciertas exigencias de orden religioso y moral.
4. De Josué a David
6. Los profetas
La crisis estalló primeramente en el reino del norte, más agitado por las
corrientes internacionales de la época. La continuidad dinástica se ha roto
constantemente y, desde el s. ix, cuando las guerras arameas, con Elías y
Eliseo aparecen los profetas como los guías religiosos del pueblo en lugar de
una monarquía languideciente. Ellos se apoyaron en las tradiciones del
pasado. Elías hizo la peregrinación del Horeb, y probablemente se elaboró
entonces con espíritu profético una nueva síntesis de las tradiciones
nacionales: es el documento E de la crítica. Más allá de la monarquía y de la
conquista, se buscó apoyo en la tradición mosaica, cuyo depositario era el
clero levítico, especialmente el clero de Dan, que descendía de Moisés, y quizá
también el de Betel. Pero este último, que a través de Pinejás procedía de
Aarón (Jue 20, 26-28), estaba más contaminado.
Hasta tal punto es Yahveh jefe de Israel que, según Ezequiel, él llegó incluso a
darle decretos que no eran buenos y costumbres que no fomentaban la vida
(20, 25), permitiendo que se matara a los primogénitos y que penetraran las
crueles costumbres extranjeras. En vez de dejar que el pueblo vaya a la ruina
por sus faltas, Dios, en su fidelidad a la alianza, toma a su cuenta la desgracia
y la convierte en un castigo para conducir al pueblo al arrepentimiento y a la
penitencia.
El mal es, sin embargo, tan profundo, y Jerusalén es una ciudad tan
«herrumbrosa», que ya no se le puede quitar la herrumbre (Ez 24, 6); y los
profetas hablan francamente de una ruptura de la a. Ya según Amós (9, 1),
Yahveh está sobre el altar y destruye el santuario. En lugar de esta imagen
cultual, Oseas habla del divorcio entre Yahveh e Israel. Los israelitas pueden
acusar a su madre «porque ya no es mi mujer ni yo eoy su marido», dice
Yahveh (2, 4). Miqueas ve la montaíía del templo transformada en un breííal
(3, 12). El más explícito es jeremías. Tomando de Oseas la imagen del
divorcio, recuerda que en virtud de la ley registrada en Dt 24, 1-4, no debiera
ser posible un nuevo matrimonio (3, 1): la nación ha cambiado de dioses (2,
11). «La casa de Israel y la casa de Judá han roto la a. que yo había hecho
con sus padres» (11, 10). Jeremías, al comienzo de su ministerio, cree que
todavía es posible el retorno y la penitencia (3, 6-18; 18, 8), pero ésta le
parece cada vez más imposible (13, 33 ). Dios le retira el derecho de
interceder (14, 11). Será necesaria una nueva alianza (31, 31-34). Ezequiel
adopta la misma actitud (16, 59-63). La a. se ha roto (59), pero Dios se
acordará (zákar, muy importante para la teología del «memorial» de la a.) y
suscitará (heqím) una a. eterna (60), en la que tendrán participación Sodoma
y Samaría, «mas no ya por el pacto hecho contigo» (61).
8. La a. del NT
Las epístolas paulinas oponen igualmente entre sí los dos testamentos o las
dos a. (Gál 4, 24). La verdadera 8cocNxrj es aquella disposición firme que
está fundamentada en la promesa divina (Ef 2, 12) y que la donación de la ley
no ha podido invalidar (Gál 3, 15.17). Mas, no obstante, se trata de una
«alianza nueva», cuyos servidores son Pablo y los apóstoles (2 Cor 3, 6).
Cristo descubrió el velo que ocultaba el rostro de Moisés e impedía que se
comprendiera la «alianza antigua» (¡bid., 5, 14), la cual era solamente una a.
de circuncisión (Act 7, 8).
Después de leer la carta a los Hebreos no nos sorprenderá que el gran acto de
instauración de la nueva a. fuera la Cena. «Este cáliz es la nueva alianza en
mi sangre, haced esto como memorial mío» (1 Cor 11, 25). Esta traducción
propuesta por J. Jeremías es la que se halla más en la línea de los textos
rituales del AT que hemos visto antes. El relato de Lucas acerca de la Cena,
como el de Pablo, contiene la misma mención del «memorial» (22, 19) y de la
«nueva alíanza». Mateo (26, 28) y Marcos (14, 24) hablan igualmente de la
«sangre de la alianza» en una fórmula que evoca, como la de Pablo y la de
Lucas, el sacrificio de Éx 24, 8. Pero -lo aquí llamado «nuevo» es el vino, fruto
de la vid, bebido por Cristo con los Apóstoles en el ya instaurado reino de
Dios. Como en Juan (6, 54s), la cena «eucarístíca» (Mc 14, 22 y par.) es la
comida en la que Cristo «despierta» a su fieles para la vida eterna en los
últimos días o en los últimos tiempos (Heb 1, 2), una vez instaurado ya el
reino por la muerte con la efusión de la sangre y por la resurrección; a partir
de este momento (&n'áprt Mt 26, 64; &7ra ~ov vúv Lc 22, 18) está dado e]
signo de Daniel, y el tránsito de la antigua a. a la nueva se ha hecho realidad
incluso antes de que pasara «esta generación» (Mc 13, 30; Mt 24, 34; Lc 21,
32). Sobre el aspecto teológico de la a., historia de la -> salvación.
Henri Cazelles
ALMA
I. Concepto
La antigüedad griega tenía otra forma de pensar. Puesto que allí la materia
era concebida como algo eterno (PLATÓN, Timeo; --> platonismo) y, en
consecuencia, Dios en su actividad tenía que ser entendido como demiurgo,
todo lo que directamente procede de él (los principios formales del mundo)
está sometido a una cierta dualidad. Como mezcla de «inmutabilidad» y de
«mutabilidad» (Timeo, 41), el a. consta de tres partes: de razón, corazón, y
de apetito concupiscible. A partir de aquí se plantea el problema (moral) de
«superar» la materia (concebida más tarde como lo malo mismo: ->
gnosticismo, -> maniqueísmo) o el cuerpo como prisión del alma, y el de
encontrar, guiados por la verdad eterna del espíritu, el yo auténtico mediante
una existencia amundana, en la pura contemplación de las ideas (-->
metempsícosis). Para Platón el hombre es a., pero entendiéndolo como
(¿eternamente?) uno con Dios (inmortalidad), como preexistente y como
separado del mundo según su «esencia». En la doctrina del -> aristotelismo
sobre el a. (-> hilemorfismo) surge aquí el problema de cómo el
entendimiento agente se une con el entendimiento pasivo y el de si puede
haber una inmortalidad «individual» y sus comentarios averroístas), pues la
parte inferior del a., la propiamente humana (?), de hecho muere. Sobre este
trasfondo el -> estoicismo concibe el alma como una materia sutil en el marco
de la gran razón del mundo, y Plotino, de acuerdo con su idea de los múltiples
estadios, la concibe como una emanación de lo divino (-> neoplatonismo).
Se acentúa ante todo que el hombre tiene una sola a. (psiqué), la cual es
logiké, y por eso no se puede hablar de dos almas (Constantinopolitano iv: DS
657). Precisamente ella, la anima intellectiva, existe en cada hombre como
individualmente distinta (non est anima unica in cunctis hominibus), y es
inmortal en esta diversidad individual (Lateranen v: DS 1440). Como
respuesta al problema (griego) de cómo se relacionan el espíritu y el cuerpo,
se afirma que la anima intellectiva por sí misma (y no mediante la anima
sensitiva: P. Olivi) es forma corporis (Viennense: DS 902). Con ello no queda
rechazada la doctrina franciscana de la pluralitas formarum corporis
(conservación de las almas correspondientes a los estadios precedentes de la
corporalidad). Esta doctrina se halla más bien en el trasfondo cuando más
tarde el dogma dice que el alma, después de la muerte y antes de la
resurrección (cf. también la doctrina distinta de Juan xxti: DS 990s), nulla
mediante creatura y visione intuitiva puede contemplar la esencia de Dios, y
que posee la felicidad (individual) usque ad finale iudicium et ex tunc usque in
sempiternum (DS 1000s; --> visión de Dios).
Elmar Klinger
AMBIENTE
I. Concepto
Cabe distinguir las siguientes clases de a.: el natural (el contorno material,
sobre todo los factores geográficos, como el espacio, las vías de
comunicación, el clima); el social (los elementos específicamente humanos y
espirituales, como normas, ideas, valores y su precipitado en usos y
costumbres, cultura y civilización, en que es introducido el joven por la así
llamada socialización); el local (familia, escuela, grupo, aldea, ciudad); y el
psicológico (hombres separados en el espacio coinciden espiritualmente, p.ej.,
miembros de un partido, de una orden religiosa).
II. A. y persona
Teóricamente hemos de afirmar que, a diferencia del animal con sus «órganos
de percepción y acción», el hombre no tiene un «ambiente» insuperable (J.v.
Uexküel), sino que está «abierto al mundo», goza de libertad respecto al a.,
no se halla fijado. De donde resulta que, por su individualidad (de acuerdo con
la disposición y de la edad), el hombre determina su a. La solución del
problema de la relación entre persona y a. está en la interdependencia: del
mismo modo que el a. determina a la persona (sobre todo bajo el aspecto de
las disposiciones hereditarias), así también la persona configura el a. La
aplicación concreta de este principio requiere las siguientes matizaciones:
III. A. y pastoral
Roman Bleistein
AMERICANISMO
AMOR
1. La Escritura
Para designar el a. a Dios, tanto el A. como el NT evitan los términos eros
y storgué, rara vez emplean filía y usan constantemente agapé y agapan,
términos que fueron introducidos por los Lxx en la lengua literaria y religiosa,
llenándolos de sentido nuevo. Ágape significa no sólo el a. de Dios para con
nosotros, sino también el a. al prójimo, al enemigo y a Dios mismo (esto
último en Juan, pero también en Pablo: p. ej., 1 Cor 8, 3). Aquí sólo hay que
hablar por de pronto del ágape del hombre a Dios y al prójimo, como
elemento de la justificación (sobre la unidad de ambas v. después). Este acto
es una actividad que integra la existencia entera del hombre («de todo
corazón», etc.) (Mc 12, 30 par., con referencia a Dt 6, 4s), está sostenida por
el pneuma de Dios (gracia) y es fruto suyo (Rom 15, 30; Gál 5, 22; Col 1, 8;
2 Tim 1, 7). El ágape es la esfera existencial en la cual hay que permanecer
(Ef 5, 2; 1 Jn 4, 16). E1 que está en el ágape, está justificado (Rom 13, 9s; 1
Jn 4, 16; Gál 5, 6; 1 Cor 13, 13; Mt 22, 36-40; Lc 10, 25-28 ).
2. Magisterio eclesiástico
Naturalmente, del hábito y del acto de esta caridad cabe decir lo que el
magisterio eclesiástico dice en general sobre las -> virtudes sobrenaturales y
los actos salvíficos, sobre la pérdida, el aumento y la experiencia de la gracia.
Si es cierto que el a. aparece como elemento universal y total que integra en
sí mismo todo lo demás de la existencia cristiana, el magisterio rechaza, sin
embargo, enérgicamente la idea de que así se niege todo pluralismo relativo
de lo moral y de lo salvífico. Pues, no sólo hay actos positivamente salvíficos
que no son simplemente a. (Dz 915, 898, 817s, 798), sino que, además, el
justificado, el cual es un ser creado, finito, todavía peregrino y, por tanto, no
puede integrarse adecuadamente a sí mismo, conoce con razón otros motivos
morales que son distintos de la caridad (Dz 508, 1327s, 1349, 13941408,
1297).
3. Sin embargo, puede decirse que existe una auténtica unidad radical
entre los dos modos del a., siempre bajo el supuesto de la comunicación de
Dios por la gracia al hombre a quien se debe amar, y no por razones
puramente «filosóficas».
Karl Rahner
AMOR AL PRÓJIMO
I. Concepto y problemática
Sin embargo, hay deberes para con los extraños que sobrepasan el marco
de la comunidad fraternal de raza, pues también ellos son criaturas de Dios y
descienden de los mismos padres primeros, Adán y Noé (Éx 22, 20; 23, 9;
Det 14, 29 y otros; Lev 19, 33s; 19, 10; 23, 22; Núm 9, 14; 15, 14ss; 35,
15) .Aisladamente, también el judaísmo tardío juntó el amor a Dios y el a. al
p.; pero el fundamento de la ética judaica es la ->justicia.
De ella hay que distinguir la ética del prójimo en las religiones mistéricas,
en las que el hombre se torna prójimo por la admisión en la comunidad
esotérica. Estas comunidades deben precisamente su existencia al deseo de
una comunión más estrecha y desarrollan consiguientemente por lo general
un ethos interno («los nuestros»), que en ocasiones conduce a hostilidad con
«los de fuera».
La unificación política del mundo trajo consigo dentro del --> estoicismo
una actitud cosmopolita, la cual hace, p. ej., que Epicteto vea hermanos en
todos los hombres, pues todos tienen su origen en Dios. A todos los hombres
conviene, por tanto, un solo y mismo ethos fundamental de a. al p.
Aquí hay que ver el núcleo de verdad de la concepción sostenida por teólogos
no católicos según la cual Dios es solamente < una manera de estar con los
demás hombres». Cuanto más nos abrimos al prójimo, que nos sale al
encuentro bajo la dimensión de su singularidad y abertura a Dios, tanto más
incondicionalmente nos damos a Dios. Esta abertura puede no haberse
convertido en tema explícito, pero materialmente se da siempre. De ahí que,
materialmente, todo acto de a. al p, es un acto de amor de Dios en la medida
que es amor. Si este amor de Dios se convierte en tema explícito, hay
también formalmente un acto de amor de Dios. Según eso, todo hombre es
potencialmente nuestro prójimo; y actualmente lo es el que nos sale al paso
en nuestra situación concreta con su singularidad subjetiva, y en la medida en
que lo hace. El prójimo tanto puede ser el buscado por mí como el que
inesperadamente penetra en mi existencia personal. El hecho de que en el a.
al p. podemos llegar a una perfección que sobrepuja toda comprensión
humana y de que estamos llamados a un incondicional a. al p., sólo es
aprehensible en la fe. Por ésta se esclarece el llamamiento de todos los
hombres a la filiación de Dios en el Hijo (-> voluntad salvífica) y,
consiguientemente, la relación - en principio matizada por la gracia - de todo -
-->acto moral a la salvación eterna. De la -> justificación se desprende que
todos los justificados en Cristo son hermanos por la gracia (Mc 3, 31-35; cf.
Jn 14, 21; 15, 14s), y por lo tanto pueden amarse sobrenaturalmente.
Hermanos en sentido propio sólo lo son los justificados en Cristo, los otros
están fuera de esa hermandad peculiar (1 Tes 4, 10-12; cf. 1 Cor 5, 12.13;
Col 4, 5). Así, las prescripciones paulinas sobre la conducta con los de fuera,
en parte son abiertas (Rom 13, 8; 1 Tes 3, 12; 5, 15; Tit 3, 2; también 1 Cor
9, 19; 1 Tim 2, 1; Rom 13, 1; Tit 3, 1; Flp 2, 15; Rom 12, 17; 2 Cor 8, 21; 1
Tes 4, 12; 5, 22; Rom 15, 2; 1 Tim 4, 12), y en parte señalan fuertemente las
fronteras (Col 4, 5; cf. 2 Cor 6, 15; Ef 4, 28; 1 Tes 4, 11-12; Ef 5, 6-7; 2 Cor
6, 17). La delimitación de la fraternidad cristiana no tiene, sin embargo, por
finalidad trazar un círculo esotérico, sino que se hace en servicio de la
totalidad (particularmente Rom 5, 12-21).
Puesto que Jesús murió por todos los hombres y, consiguientemente, todos
están llamados a esa fraternidad sobrenatural, el amor sobrenatural al
prójimo debe extenderse a todos los hombres y actualizarse con aquellos que
necesitan su ayuda en el ámbito espiritual o en el material (Lc 10, 30-37; Mt
25, 31-46), tanto más por el hecho de que los justificados han sido llamados
con miras a los no escogidos. Pues el misterio de la -> representación, que se
ha constituido en Cristo y forma la base de toda elección, a partir de él
prosigue por voluntad de Dios a través de toda una serie de representaciones
en el orden histórico-salvífico. La representación es la ley estructural de la
historia de la -> salvación. Elección es siempre, en su más profundo sentido,
elección para el otro. Esa ley es válida para la Iglesia lo mismo que para el
individuo, y por eso la elección se identifica con el mandato misional. Lo cual
significa que el cristianismo afirma la existencia de diversos ámbitos de a. al
p. y, si bien sólo a los hermanos en la fe llama simplemente hermanos, sin
embargo, él está exento de toda tendencia al esoterismo por el esoterismo.
Más bien, el que uno se delimite frente a otros, tiene su sentido último en el
cumplimiento del se icio a los demás. El a. al p. halla su forma mas n-ei
sufrimiento vicario al lado del Señor mediante el --> martirio de la entrega de
a. por el p., pues aquí se produce siempre a la postre una parusía de Dio s en
Cristo. Donde se realiza auténticamente el a. al p., está ya presente todo el
fondo o contenido del cristianismo, éste ya ha sido abrazado originariamente y
sólo falta que se despliegue expresamente.
Waldemar Molinski
ANALOGÍA DE LA FE
3. En todos estos casos el concepto de < concordancia con la fe» está usado
en un sentido que incluye los elementos formales del concepto filosófico de
analogía. Así la analogía de la fe, entendida por ejemplo como regula fidei,
presupone la proporcionalidad de lo particular con el todo y la relación de
dependencia entre el primer analogado y los analogados secundarios, a la
manera de una analogía de atribución interna. Aquí se conserva también la
unidad con la analogía entis, como lo muestra especialmente la declaración
del Vaticano i (Dz 1796). Pero las relaciones son distintas cuando el concepto
de analogía fidei es concebido en oposición a la analogía entis.
Leo Scheffczyk
Hay que notar finalmente que, desde la viva repulsa de Karl Barth, la a. del
ente ha venido a ser, de nuevo, un gran tema de controversia teológica.
Barth, que no dejó de hallar oposición dentro de la misma teología
protestante, defendía una analogía de la fe solamente (analogia fidei), pero ha
mitigado mucho su concepción desde la segunda edición de su Dogmática
eclesiástica.
Todo decir «sobre» el Dios infinito tiene su postrero y propio lugar en este
acontecer de la participación del ser y está penetrado en su más propia
estructura por la absoluta identidad-diferencia. El decir humano no puede ni
dar un salto por encima de la absoluta identidad-diferencia hacia una superior
unidad, ni escapar a su dinamismo en el fondo del espíritu humano. La
analogía ostenta la suprema posibilidad del lenguaje y a la vez su más
profunda indigencia. En la experiencia y penetración cada vez más profunda
de esta fundamental estructura de la analogía, puede verse la ley secreta y el
oculto impulso de la evolución del pensamiento cristiano. El hecho de que en
medio de todo eso cambie y tenga que cambiar la forma de hablar sobre Dios,
es lo más lógico del mundo (cf. la discusión sobre el --> lenguaje).
I. Introducción
1. Antiguo Testamento
2. Nuevo Testamento
El NT recibe con cierta sobriedad las ideas del AT sobre los á. Como expresión
de la irrupción del reino de Dios los á. acompañan a jesús, p. ej., en la
tentación, en Getsemaní, en la resurrección. En la anunciación y en el
nacimiento de Jesús aparece el á. de Yahveh; a los á. se les atribuye una
intensa participación en el juicio escatológico (Lc 12, 8; 2 Tes 1, 7, etc., cf.
Ap). Mas no aparece allí un interés específico por los á.; más bien, sobre todo
Mc 13, 32; Gál 1, 8; 3,19; Heb 1, 4; 2, 2, etc., acentúan la superioridad de
Cristo sobre los á. La carta a los Colosenses-(1, 16, 2, 18) parece que
impugna doctrinas gnósticas acerca de los á.
Junto a la idea tomada del judaísmo sobre los á. de la guarda, se habla con
frecuencia de potestades, virtudes, tronos, principados, dominaciones, sin
indicación de la diferencia exacta entre esos grupos. Algunos á. tienen
atributos demoníacos y están en relación con Satanás (1 Cor 15, 24; Ef 6, 2);
se habla incluso de á. del demonio (p. ej., Mt 25, 41) o de á. caídos (Jds 6; 2
Pe 2, 4). Pero donde más ampliamente se habla de los á. es en el Apocalipsis,
hasta el punto de que éste puede compararse con la especulación judía. Ellos
transmiten al mundo el juicio y los encargos de Dios, e incluso plagas; rodean
el trono celestial desde donde reina Dios; a veces son considerados como
fuerzas cósmicas. En cuanto los á. son de tipo demoníaco, en principio Cristo
los ha vencido por la muerte y resurrección, si bien ellos siguen ejerciendo su
poder sobre los creyentes hasta el final de los tiempos.
Igualmente, si bien los á., como todas las realidades concretas de la creación,
han de ser concebidos como distintos entre sí, sin embargo, su clasificación en
determinados «coros» y «jerarquías» es arbitraria y no tiene un auténtico
punto de apoyo en la sagrada Escritura.
3. Los á., como el hombre, por la gracia tienen un fin sobrenatural, que
consiste en la visión inmediata de Dios (Dz 1001, 1003-1005, 1009; DS
2290). Esta concepción se desprende de la unidad del comportamiento divino
con relación a la criatura espiritual, por el cual Dios, si concede su
autocomunicación gratuita, la concede a todas las criaturas espirituales y
personales; y se deduce también de aquella idea de la Escritura y tradición
según la cual los ángeles buenos están con Dios en el cielo, formando su
«corte» (Dz 228a; DS 991; Dz 430), o sea, gozan igualmente de la visión
beatífica. Ellos se han decidido libremente por este fin o contra él (cf. DS 286,
325; Dz 211, 427, 428s). La doctrina oficial de la Iglesia no dice nada sobre el
momento temporal de esa decisión. Pero, indudablemente, no podemos
atribuir a la decisión angélica aquel tipo de temporalidad sucesiva que
corresponde al hombre dentro de su historia, sino que hemos de concebirla
como una acción única y total, la cual desde siempre (desde el principio)
codetermina la situación histórico-salvífica del hombre y se manifiesta en ella.
Karl Rahner
ANGELOLOGÍA
Esta prehistoria del tratado muestra que la fuente originaria del auténtico
contenido de la a. no es la revelación de Dios mismo. En consecuencia, como
ya hemos acentuado, el tratado siempre debe tener esto ante sus ojos. La
revelación propiamente dicha, en el Nuevo Testamento particularmente (y en
general allí donde ella surge con relación a los ángeles a través de la palabra
de los profetas y de otros portadores primarios de la revelación o a través de
la Escritura inspirada), tiene, sin embargo, una función esencial, a saber, la de
seleccionar y garantizar. En virtud de esa función, la a. procedente de fuera,
de la historia anterior a la revelación, es purificada y liberada de elementos
inconciliables con lo auténticamente revelado (la unicidad y el verdadero
carácter absoluto del Dios de la alianza y el carácter absoluto de Cristo como
persona y como mediador de la salvación), y los elementos restantes quedan
confirmados `como experiencia del hombre legítimamente transmitida, y así
se conserva para él ese saber cono un momento importante de su existencia
religiosa, el cual de otro modo podría perderse. Esto se pone también de
manifiesto mediante observaciones particulares acerca de la Escritura:
ausencia de una visión sistemática, descenso de ángeles vestidos de blanco,
mención genérica como expresión de otras verdades más amplias y que
tienen importancia religiosa (dominio universal de Dios, vulneración de la
situación humana, etc.), desinterés por el número exacto de los ángeles y por
su jerarquía, por su género y sus nombres, uso de ciertas representaciones
recibidas y ajenas a la revelación, sin reflexionar sobre su sentido (ángeles
como «psychopompoi», sus vestidos blancos, el lugar donde habitan),
despreocupación con que se los menciona en cualquier contexto (p. ej.,
aparición junto con los cuatro animales apocalípticos, etc.).
Karl Rahner
ANGLICANISMO:
COMUNIÓN ANGLICANA
4. Las conferencias de Lambeth son otro lazo de unidad, y sus decisiones para
la anglican communion son importantes para la reunión de las Iglesias y la
intercomunión. Desde 1897 hay un cuerpo consultivo de las conferencias de
Lambeth; en 1948 fue creado un secretariado para la estrategia misional. En
1952 el centro «St. Augustine's» de Canterbury alcanzó rango de colegio
sacerdotal para ampliación de estudios. En 1959 el obispo Stephen Bayne
recibió en la anglican communion la función de un executive officen, y en el
congreso anglicano de 1963 se acordó nombrar nueve representantes
regionales para planificación, mediación y asesoramiento. En el mismo
congreso los primados y arzobispos se dirigieron a las Iglesias miembros para
solicitar un fuerte apoyo económico, adicional a los presupuestos y
obligaciones ya existentes. Se aceptó también que, en caso de unión de
iglesias anglicanas con otras, debería continuar el apoyo económico.
Bernard Leeming
AÑO LITÚRGICO
I. Principios generales
II. Descripción
10. Pero esta confusión es solamente una de las que han oscurecido la
estructura del a. l. Así, ya en tiempos antiguos (primeros documentos en el s.
iv) la octava de pentecostés deshizo la unidad de los 50 días en la celebración
pascual (y fomentó el que pentecostés se convirtiera en la «fiesta del Espíritu
Santo»), y la festividad de la ascensión al cielo adquirió problemáticos
motivos de despedida (con lo cual el tiempo pascual quedó partido). En
general, dentro del a. l. se vio en exceso la historia de la vida de Jesús. Esto
tiene asimismo relación con aquella evolución por la que la piedad occidental
se centró más en navidad que en pascua, con detrimento de la plenitud de la
vida cristiana. Además, la multiplicación y el excesivo ornato rubricista de las
fiestas de los santos han encubierto con frecuencia su relación al Señor
glorificado. Pero esto sucede todavía más en las muchas fiestas modernas con
ocasión de una idea o de un motivo histórico, aunque con frecuencia se
propongan celebrar y conservar: un acontecimiento salvífico de la historia de
la Iglesia, al que generalmente se concede una importancia excesiva, p. ej., la
fiesta de los «siete dolores de María» el 15 de septiembre, introducida por Pío
vit (1814) en agradecimiento por su retorno a Roma después de su
encarcelamiento; o fiestas conmemorativas de victorias sobre los enemigos de
la cristiandad; o jubileos, años santos, consagraciones del mundo,
revelaciones privadas, expiaciones, etc. Es de esperar que en la reforma
litúrgica se resalte el a. l. como celebración del misterio, que es el Señor
mismo, incluso renunciando a costumbres de larga tradición (cf. Constitución
sobre la liturgia, arts. 102-105, 107).
Angelus Häubling
ANTICRISTO
I. Problemática
b) En el Apocalipsis encontramos unidos diversos rasgos del a., así como del
Pseudomesías en la figura «de la bestia procedente del mar» (13, lss). La
descripción de la primera bestia apunta a un poder idolátrico, que persigue a
los cristianos (13, 7; ¿es el imperio romano?), y al representante de este
poder (¿el culto al césar?), cuyo aniquilamiento «en una charca de fuego» se
profetiza (19, 21). En el marco del Apocalipsis el uso parenético de motivos
antiguos (procedentes de Daniel principalmente) está asegurado ya por la
gran introducción de las siete cartas a las comunidades (Ap 2-3). Tampoco
aquí se describe y fija con todo detalle el curso exacto que ha de seguir el
final de los tiempos. El a. no aparece en un momento determinado, en el
instante «final» de la historia, sino que está ya aquí y actúa desde que Cristo
ha llegado a la historia y, con esto, ha empezado el fin; desde que la fuerza
concentrada de los poderes opuestos a Dios -tal como están descritos en el AT
y en el judaísmo tardío: cf. Ez 38s; Dan 2, 20-45; 7, 7s; Sal 2; Esd lls; ApBar
36; 39, 5-8, entre otros lugares- se dirigen contra Cristo (Ap 12, lss) y su
comunidad (Ap 12, 17); y ha de esperarse que esto acontezca en una forma
especialmente acentuada hacia el final de los tiempos.
Rudolf Pesch
ANTIGUO TESTAMENTO
Karl Rahner
Este artículo tiene muchos términos en grafía griega, que hemos suprimido. Para leerlo
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ANTIOQUÍA,
ESCUELA TEOLÓGICA DE
Antioquía, como tercera gran ciudad del imperio romano, ofrecía unas
condiciones parecidas a las de la capital de Egipto (--> Alejandría, escuela
teológica de) para el desarrollo de una ciencia de la fe cristiana.
Filosóficamente, A. se sentía más ligada a la herencia de Aristóteles, la cual
dejó su marca en la escuela teológica, tanto como la dependencia del
pensamiento platónico la dejó en la escuela alejandrina. Filológicamente
predomina el método de trabajo del judaísmo rabínico, mientras en Alejandría
se tomó como modelo el método científico de los judíos helenistas. La teología
antioquena está menos ligada que la alejandrina a un instituto fijo de
enseñanza; más bien, los mismos métodos y fines aparecen en una serie de
individualidades científicas, de las cuales algunas llegaron a influir en la
formación de una escuela.
Parece que desconocía una teología elaborada del Logos. Consta con
seguridad que en la doctrina de Dios usó el concepto de óItooúatos, el cual
podía parecer apropiado para borrar la distinción personal entre el Padre y el
Hijo. La condenación lanzada contra Pablo de Samosata puede explicar en
parte la reserva posterior de los obispos orientales en el Niceno ante ese
término.
Sin embargo, más tarde tuvo que provocar escándalo el que Teodoro pensara
que la integridad de la naturaleza humana incluye necesariamente la
personalidad. De ahí se sigue la existencia de dos personas en Cristo. Mas
como el Logos «habita dentro» del hombre jesús, Teodoro habla en vistas a
esta unión de una persona (De incarnatione, r, 8). Mientras él vivió, su
teología no fue impugnada. Si ya Cirilo Alejandrino escribió contra él, y el
concilio segundo de Constantinopla condenó en el año 553 sus escritos junto
con los «tres capítulos», la causa de esto parece radicar: más en una
terminología insuficiente y por tanto tergiversada, que en la doctrina
defendida por Teodoro.
Friedrich Normann
ANTISEMITISMO
I. Concepto
II. Historia
1. La antigüedad precristiana
2. Antigüedad cristiana
La disolución del mundo cerrado de los «ghettos» conduce a una crisis dentro
del judaísmo. Hasta entonces, para los judíos religión y nación habían sido dos
cosas idénticas. Pero en el s. xix el judaísmo es tomado generalmente sólo
como confesión, mientras en lo relativo a la nacionalidad los judíos intentan
integrarse completamente a su respectivo ambiente. A1 ser rechazado este
intento, algunos judíos se entregan más radicalmente a sus concepciones.
Pero en esa época la religión ya no es una cosa obvia. Esta crítica por
principio a la fe tradicional hace a los judíos sospechosos también por su
ideología y suscita el prejuicio de que ellos ejercen un influjo destructor en la
vida espiritual. Ese prejuicio se extendió entre los cristianos de todas las
confesiones. A pesar de que el cristianismo va perdiendo su influencia en el
pensamiento, sin embargo el odio contra los judíos no sólo no cesa, sino que
adquiere nueva fuerza. El odio invoca: a) motivos nacionalistas, sobre todo allí
donde los judíos forman una minoría tan fuerte que pueden vivir una vida
nacional propia, como en la Europa oriental; b) motivos raciales, que se
fundan en investigaciones y afirmaciones pseudocientíficas, principalmente en
el escrito del francés Arturo de Gobineau (j' 1882), filósofo de la historia y
teorético de las razas, que lleva el título: Essai sur l'inégalité des races
humaines. Su opinión acerca de la superioridad de la raza aria tuvo gran
repercusión sobre todo en Alemania, donde fue conectada con el darwinismo
social. La consecuencia de todo esto la sacó el nacionalsocialismo, con su
aniquilación sistemática de seis millones de judíos. Fue la primera vez que el
estado promovió la aniquilación de los judíos.
ANTROPOCENTRISMO
Jörg Splett
Antropología bíblica
1. Cuestiones previas de orden hermenéutico
2. Antiguo Testamento
Las dos narraciones de la creación (Gén 1-2) ven reflejada la esencia del
hombre en la descripción de su creación; él es la criatura excepcional (Gén 1,
26ss; 2, 7) que está capacitada para hablar, asemejándose así a Dios (Gén 2,
19s), es el representante de Dios en el mundo terreno y, como persona y a
pesar de su caducidad, el «tú», el socio de Dios. Creado como varón y mujer
(Gén 1, 27; 2, 18-21ss), el hombre es tan profundamente «yo» como «tú» en
el amor personal.
d) Llamado («por su nombre») a la vida (Gén 35, 10; Ex 2s; Is 45, 3s) en
virtud de una palabra históricamente única y, sin embargo, irrevocable, el
hombre está ante una responsabilidad insustituible (Gén 2, 16s), ante una
decisión por la que ha de «responder». Tanto por su condición de aliado en la
historia de la salvación, como por su estructura creada y dialogística, el
hombre es el ser puesto ante la decisión, el que claudica, el que se arrepiente
y acrisola gracias a la fuerza del perdón salvador. La responsabilidad crece
también de cara a la muerte, como el límite terrible e incierto de la vida, e
igualmente de cara al tiempo recibido como kairós. Una vida que responde
con obediencia, a pesar de toda amenaza y oscuridad (radicales en la muerte
para el pensamiento veterotestamentario), puede ser vivida con una actitud
fundamental de alegría (1 Re 4, 20; Sal 43, 4); actitud que en el NT se basa
en la «buena nueva» de la salvación definitiva.
3. El Nuevo Testamento
La sars es arrojada por el --> bautismo (Rom 8, 9s), el soma (el hombre
como un todo corporal) se transforma en la resurrección (1 Cor 15, 44; Flp 3,
21).
El «hombre viejo» antes de Cristo, ya viva bajo la -> «ley» (que no impide el
pecado), ya «sin ley», está radicalmente dividido, de modo que se halla
impedido para una realización libre y total de la existencia (Rota 2, 12ss). Por
primera vez en la fe de Cristo, donde el hombre aparta su mirada de la
justicia propia (tan sólo aparente en el « gloriarse de sí mismo») y la
convierte a la misericordia de Dios, él es liberado para la libertad de la
existencia verdadera en paz con Dios y, por eso mismo, para la vida fraternal
en el amor. Ciertamente, el hombre permanece en la tensión escatológica
hacia la consumación de la salvación, la cual ya ha «acontecido» y se ha
hecho «propia», pero, no obstante, aún no se ha convertido en un estado
firme y en una posesión. La libertad de los hijos de Dios se produce mediante
una constante actualización de la misma o, de otro modo, vuelve a perderse
por el poder del pecado que actúa en el egoísmo de los hombres; la situación
del hombre se caracteriza por el indicativo salvífico en igual medida que por el
imperativo (cf. Gál 3, 27; Rom 13, 14; Col 2, 12-20). Pero en la fe en Cristo
se da la posibilidad de una existencia totalmente personal (escatológica),
«desmundanizada» en medio de este mundo, radicada en una fe que no teme
la muerte, sino que espera la revelación en la gloria (Col 3, 4), y tiene la
mirada puesta en ella (3, 14; cf. también, teología de -> Pablo).
Es en verdad cierto que el Padre por la misión del Hijo lleva el mundo a la
crisis, pero lo hace por amor (Jn 3, 16s), no para juzgar al mundo, sino para
salvarlo (1 Jn 4, 9, 14). Pues el hombre sólo puede ser liberado del círculo
diabólico de la seguridad propia y del querer disponer por las propias fuerzas,
para el ámbito de lo inteligible por sí mismo (donde se descubre la
«desmesura» humana), en virtud de la generación «desde arriba» (Jn 3),
desde Dios. En efecto, por la fe en la misión del Híjo el hombre recibe una
nueva posibilidad de vida mediante un nuevo origen, a saber: la de la
«desmundanización» como «ruptura de todas las normas y valoraciones
humanas» (R. BULTMANN, Theologie des NT, 428), para vivir en una
existencia escatológica, la cual ciertamente es extraña para este mundo, pero,
no obstante, en la comunidad de los creyentes encuentra una nueva patria;
para vivir en la existencia de la libertad del pecado y en la del amor al
hermano, en el que se acredita esa libertad (1 Jn 3, 14-18; 4, 19ss). El
hombre no puede disponer de su nuevo nacimiento, sino que éste se produc e
en un «dejarse» atraer por el Padre (Jn 6, 44) en el suceso de la fe como
«abandono» radical. Ante el suceso de Cristo, en virtud de la exigencia del
Revelador y de la crisis que él ha traído sobre los hombres, éstos quedan
descubiertos en su respectivo «aferramiento» en la incredulidad o en la fe, en
su condición de «nacidos de abajo» -hijos del diablo- o «nacidos de arriba»:
hijos de Dios. Con lo cual no se suprime sino que se resalta el carácter de
decisión de la existencia humana, pues el hombre como creyente debe
permanecer en la palabra de Jesús y actuar según sus mandamientos (1 Jn 1,
6s; 2, 3ss). En definitiva, la escatología fuertemente presente de Juan arranca
al hombre con su preguntar por la salvación futura de toda especulación
acerca del «cuándo» y del «cómo», y lo remite al «hecho» de la gloria futura,
que él encuentra como auténtico «futuro» en la ya presente unión vital con el
Hijo y el Padre en la fe (cf. 1 Jn 1, 2s; Jn 17, 13). Según la Biblia, ser hombre
significa vivir profundamente desde la gracia.
Rudolf Pesch
Antropología filosófica
1. Historia
2. Problemas y tareas
Una vez más se ha puesto en claro lo que ya expresa la inicial pregunta sobre
el hombre (HERACLITO, fragm. 78, 101, 115): la imposibilidad de una
respuesta definitiva. Pues no se trata aquí de describir un objeto presente de
naturaleza bien delineada, sino que la misma descripción es un factor de la
propia articulación, de la propia configuración libre del «animal aún no fijado»
(Nietzsche), de forma que, sólo por la mirada retrospectiva a las
objetivaciones de su libertad, por la mirada a su historia, puede decir el
hombre qué y quién es él, sin que esta respuesta sea definitiva, pues tampoco
su historia ha terminado y, además, ese intento de definición constituye
siempre un factor libre de esta historia.
Así, pues, en los diversos ensayos de una a. filosófica hay que entender al
hombre partiendo de una filosofía del espíritu y de la libertad, lo mismo que
de las regiones de la cultura, de la historia, de la religión, de la ética, de lo
bello, de la economía y de la técnica, de la política y del bios, mostrando en
medio de todo eso su «excentricidad» y transcendencia. Esto implica la
interpretación de su concreta situación histórica (que por lo menos para el
hombre occidental incluye la -> revelación cristiana), en medio de la cual
situación se le ofrece también el -> sentido absoluto, cuya percepción lo hace
hembre, le descubre su carácter problemático y le reclama su respuesta, que
él debe dar tanto por la realización total de su vida, como por la reflexión
teórica, o sea, por la antropología.
Jörg Splett
Antropología teológica
Puesto que entre los objetos sobre los cuales habla directamente la ->palabra
de Dios se halla también el conocimiento del hombre (p. ej., Rom 1, 19ss; Dz
1806), una reflexión teórica y científica de la teología sobre su propia
actividad sigue siendo teología. A continuación esta reflexión teológica va a
versar sobre la a. teológica, no sobre ciencias profanas, que se ocupan «a
posteriori» del hombre. No se puede definir de antemano cómo la a. teológica
ha de delimitarse frente a una autointeligencia apriorística y transcendental
del hombre en la -> metafísica, sino que eso es una cuestión de la misma a.
teológica. Una mirada a la historia de la a. teológica (cf. 1) muestra que ésta,
en cuanto tal, en cuanto unidad original y envolvente, todavía no ha sido
elaborada en la teología católica, y, por eso, lo que aquí vamos a decir (cf. 2)
deberá consistir sobre todo en una reflexión preparatoria.
1. Mirada histórica
antropología teológica
Lo preguntado es por qué una interpretación del hombre que llega desde
fuera en medio de la contingencia histórica, no llega siempre demasiado tarde
para presentarse como la interpretación fundamental del hombre (cosa que
como teológica quiere y debe ser), puesto que sin eso el hombre es una
naturaleza que se posee a sí misma, es precisamente sujeto. En último
término la cuestión se soluciona a base de dos pensamientos. Primero, la
adecuada autointeligencia apriorística del hombre incluye siempre la luz de la
fe como un existencial sobrenatural y, por tanto, el hombre no sale al
encuentro de la a. aposteriorista de la revelación con una norma apriorística y
ajena a la teología. Segundo, el hombre por esencia está necesariamente
referido a lo aposteríorístico de la historia, de modo que no puede despreciarlo
como «inesencial» a la manera racionalista.
Karl Rahner
ANTROPOMORFISMO
I. Esencia y significación
Jórg Splett
II. El a. en la Biblia
Pero ahí precisamente tropieza el a. con su límite interno (cf. p. ej., el libro de
Job). De ahí que nunca se haga visible la figura exacta de Yahveh; sólo hay
descripciones parciales: Junto a la representación antropomórfica de Dios hay
también otra que lo presenta como inaccesible y excelso (Gén 18, 27; Éx 3, 5;
Dt 3, 24; Is 28, 29, etc.), la cual culmina en la prohibición del decálogo ,e de
representarlo en imágenes (Éx 20, 4; 20, 22; Dt 4, 12, 15-18), prohibición
que implica una limitación radical de toda materialización de Dios, fuera de la
-> palabra y el nombre. La materialización era el peligro que amenazaba
siempre en el confrontamiento con las divinidades de la naturaleza del
paganismo circundante. También los profetas, no obstante la naturalidad con
que usan antropomorfismos (Is 30, 27ss), los cuales son ya expresión de la
inmediatez de su experiencia de Dios, dan a conocer la infinita superioridad de
Dios con 1.a misma claridad que los primitivos encuentros de Dios descritos
en el Pentateuco (Is 31, 3; Os 11, 7). En los escritos rituales aparece la idea
de «tabú»: Dios sólo se comunica por mediación del culto y de ángeles. En la
época postexílica comienza una creciente abstracción de la idea de Dios;
sobre todo los LXX expresan imágenes concretas con términos abstractos
(LXX, Is 4, 24; Éx 15, 3; Sal 8, 6); paralelamente, esto se compensa con una
piedad popular milagresca y con fantásticas creencias en ángeles y espíritus.
Werner Post
APOCALIPSIS (apócrifos)
Todos estos a., como apelan a una autoridad que es bien conocida por la
Biblia y como su contenido es religioso o por lo menos ofrece un matiz
religioso, se presentaron como libros que pretendían ser normativos para el
judaísmo y la Iglesia cristiana. Pero ambas partes les negaron a la larga y de
modo general semejante valor, por más que algunos de estos escritos fueron
estimados, acá y allá, transitoriamente como libros canónicos; pues, al fijarse
el canon judío y luego el cristiano, dichos a. no obtuvieron el rango canónico.
Al no admitirlos la Iglesia como autoritativos, ella dio a entender que estas
obras no están inspiradas y, por tanto, no ostentan el sello que poseen los
libros pertenecientes a la S. Escritura. Tales textos pertenecen, pues, a los
llamados apócrifos.
De particular interés son las ideas de los a. judíos sobre el Mesías. Algunos
puntos tienen cierto paralelismo con el NT; así el título de «hijo del hombre»
de 1 Hen, que, por lo demás, aparece también en forma peculiar en el libro
canónico de Daniel (7, 13), o el título de «hijo mío», es decir, de Dios, dado al
salvador mesiánico de 4 Esd. En conjunto, sin embargo, lo que puede saberse
sobre la persona del Mesías es insignificante al lado de lo que nos enseña el
NT. Así estos escritos nos permiten conocer qué esperanzas alentaban, antes
y después de la era cristiana, en círculos apocalípticos judíos; pero nos ponen
a la vez de manifiesto la enorme distancia respecto de la cristología de la
primitiva Iglesia. Este hecho nos advierte que no hay que exagerar la
contribución que la esperanza mesiánica expresada en la apocalíptica judía
aportó á la cristología de la Iglesia.
Los a. del NT gustan de ocuparse del más allá, dando más pormenores
todavía que los a. judíos. Se pinta plásticamente el infierno, en que cada vicio
halla su peculiar castigo. Así quieren los autores infundir horror al pecado. Y
acaso lo lograran entonces hasta cierto punto; hoy, empero, nada nos dicen
esas pinturas, pues sabemos lo que tienen de figuradas o imaginarias. Sin
embargo, este género literario ha influido fuertemente en la literatura
occidental (con una magnífica elaboración libre, p. ej., en Dante), así como en
la predicación, en la pintura y, no poco, en la alta mística (visiones con motivo
de la conversión: Teresa de Ávila, Ignacio, etc.). En forma «secularizada»
esas descripciones aparecen en la literatura actual con idéntica intención
parenética (Dostoievski, Camus, Sartre, etc.).
Johann Michl
La fuerte tensión que hallamos en el resto del NT, y sobre todo en Pablo,
entre la actual posesión salvífica de la gracia y la justificación, por un lado, y
la plenitud que aún ha de llegar, por otro lado, apenas se nota en el A. La
comunidad se halla fuertemente distanciada del mundo. Está obligada a
excluir de su seno a los pecadores (2, 2, 20). Si el texto de 14, 4 ha de
entederse literal y no simbólicamente, parece que una élite de ascetas y
célibes se aparta del todo del pueblo de Dios. Esa Iglesia vive en ambiente de
éxodo (12, 11; 15, 3 ), de cara a la futura e ineludible muerte (6, 11; 14, 13).
Se contrapone a la ciudad mundana de la bestia como un enclave santo (20,
9). No se mueve ni por un encargo a cumplir en el mundo ni por una
obligación misional. Esa Iglesia tiene el mandato de alejarse de la colectividad
del mal (18, 4). Aunque se haga mención de los apóstoles y los profetas (18,
20) no podemos entrever la estructura de la Iglesia apocalíptica. Las iglesias
locales, siguiendo la manera de pensar de la personalidad corporativa, están
representadas por ángeles celestiales de las comunidades (Mal 2, 7; Dan 12,
3 ). Por más que el visionario apocalíptico viva en el mundo celeste, él
espiritualiza muy poco el estado final del mundo. Su esperanza permanece fiel
a la tierra. La nueva ciudad santa es la antigua Jerusalén restaurada, y
además una Jerusalén definitiva. Sin duda esa ciudad recoge todos los títulos
de grandeza del pueblo veterotestamentario de Dios, así como la división en
doce tribus (7, ls; 21, 12.21), la cual se refleja también en la función
fundamental de los doce apóstoles del cordero (Ef 2, 20); pero es una nueva
realidad que goza de inmediatez con Dios.
Engelbert Neuhäusler
APOCALÍPTICA
I. Situación hermenéutica
Adolf Darlap
II. Generalidades
2. Objeto. La revelación transmitida por esta literatura versa sobre todos los
misterios inaccesibles al conocimiento natural del hombre («a la carne y a la
sangre», Mt 16, 17 ), que sólo Dios puede dar a conocer por su espíritu y su
sabiduría (Dan 2, 19.28; 5, 11-14; 1 Cor 2, 10-11). Sus campos más
importantes son: a) Los misterios de Dios, del mundo celeste, donde él reside,
de los ejércitos celestiales que le rodean (-> ángel), de los ejércitos
demoníacos que luchan contra él (-> diablo). Bajo este aspecto, la
apocalíptica proporciona una arma literaria a la mística judía y cristiana (cf. 2
Cor 12, 1-4; Is 8-11; Abr 15-20), como a la angelología y a la demonología,
que ella enlaza estrechamente con la historia de la salvación (Hen et 1-6; Ap
12). b) Los misterios de los orígenes del mundo y de su gobierno por la
sabiduría de Dios. Aquí están incluidas las exposiciones cosmológicas de
algunos libros, los cuales describen el orbe terráqueo y los abismos infernales
(Hen et 17-19; 22-26), así como el curso de los astros, en el que se funda el
calendario (Hen et 72-82). c) Los misterios del designio divino, que rige el
curso de la historia. Aquí la a. suplanta a la vez a la reflexión teológica de los
antiguos historiadores sagrados y a la escatología de los profetas. d) El
misterio del destino individual (Sab 2, 22). Bajo este aspecto los textos o bien
hablan de la escatología colectiva c), o bien describen el cielo a) y los
infiernos b). El campo de la a. es, pues, muy vasto. Por eso la a. no sólo
influye en las obras de su campo inmediato, sino también en otras de muy
diversa índole, cuando éstas rozan temas emparentados con la a.
2. Clima psicológico
Carácter pseudónimo
3. El lenguaje simbólico
1. AT y judaísmo
2. NT y cristianismo primitivo
Pierre Grelot
APOCATÁSTASIS
Henri Crouzel
APÓCRIFOS
I. Noción general
Por el hecho de que la Iglesia ha fijado el canon, el limite entre los escritos
bíblicos y los apócrifos está suficientemente claro; en cambio, no es posible
determinar con exactitud el límite entre los apócrifos y otros libros religiosos
de la antigüedad que se les parecen. No creemos conveniente ampliar aquí
demasiado el número de los apócrifos, de modo que nos limitaremos a
comentar brevemente los que son de algún modo conocidos, y a la vez los
más importantes para entender el -->judaísmo en el momento de tránsito a la
nueva época y el cristianismo de los primeros tiempos (véase una
enumeración detallada en LThKz i 712s [resumen general]; i 696 hasta 704
[apocalipsis]; i 747754 [historias de apóstoles]; ii 688-693 [cartas]; III 1217
hasta 1233 [evangelios]). Por este motivo no se trata aquí de los escritos de -
-> Qumrán, los cuales, si bien contienen libros apócrifos, en parte conocidos
desde hace mucho tiempo, no obstante, si nos fijamos en los manuscritos más
citados y más interesantes para el conocimiento de aquel tiempo, como el
manual de disciplina, la regla de la guerra, los himnos, el escrito de Damasco,
constituyen un tipo de literatura distinto del de los a. Por motivos semejantes
dejaremos de referirnos a los escritos sibilinos.
Hay que distinguir entre a. del AT y a. del NT, según que los escritos a juzgar
por su forma (libro profético, evangelio, historia de apóstoles) y por su
contenido (judío o cristiano) se parezcan a los libros canónicos del AT o a los
del NT. Pero hemos de advertir que existe cierta discrepancia terminológica
entre protestantes y católicos. En lo referente al NT los protestantes
entienden bajo el término «apócrifos» lo mismo que los católicos; pero, co n
relación al AT, los protestantes califican de apócrifos los escritos llamados
deuterocanónicos (Tob, Jdt, Eclo, Sab, etcétera), calificación que raramente
dan a los verdaderos apócrifos del AT (3 Esd, 3 y 4 Mac), que ellos llaman
normalmente pseudoepígrafes.
b) El tercer libro de Esdras se encuentra en los LXX entre los libros del AT
como Esdras A (mientras los libros canónicos de Esdras y Nehemías están
unificados como Esdras B). El nombre de «tercer libro de Esdras» procede de
la Vg., que enumera los libros canónicos de Esdras y Nehemías como primer y
segundo libro de Esdras. El librito relata un trozo de la historia del templo de
Jerusalén, así como su destrucción y su lenta restauración, y además el
retorno y la actividad de Esdras. El escrito constituye una especie de
compilación principalmente de 2 Par 35s, de todos los capítulos del libro de
Esdras y de Neh 7, 12-8, 13, pero contiene también bastante materia propia
(3, 1-5, 3), sobre una apuesta de tres guardianes en la corte de Darío, a
consecuencia de la cual éste permitió a Zorobabel, uno de los guardianes,
regresar a Judea y reconstruir el templo de Jerusalén. El libro sin duda estuvo
escrito en griego desde el principio y probablemente procede de la segunda
mitad del siglo ii a.C.
c) El tercer libro de los Macabeos lleva sin motivo este título usual, pues no
contiene nada acerca de los Macabeos; narra el intento del rey egipcio
Ptolomeo IV Filopátor (221-204 a.C.), después de un triunfo sobre el rey sirio
Antíoco rii (año 217, junto a Rafia), de entrar en el templo de Jerusalén, cosa
que Dios le impidió. Como consecuencia persiguió a los judíos de Alejandría,
que, sin embargo, fueron salvados milagrosamente. Finalmente, Ptolomeo,
bajo la impresión que le produjo la intervención divina, se convirtió en un
protector de los judíos. El librito, escrito en griego, apareció seguramente a
finales del s. i a.C., probablemente en Alejandría.
e) Entre los libros sobre Adán se hallan varios escritos que, en forma
legendaria y a veces con tierna poesía, hablan de los primeros padres, de su
caída, de su penitencia y de su muerte: 1 °, la vida de Adán y Eva, que se
conserva en una traducción latina de un texto griego; 2 °, un apócrifo
indebidamente llamado Apocalipsis de Moisés, conservado en griego. Ambos
escritos corren mayormente paralelos en su materia e incluso en la misma
redacción, y sin duda, proceden de una elaboración hebrea o aramea del
material, probablemente en el tiempo del templo de Herodes (desde el año 20
a.C. hasta en 70 d.C.); 3 °, El libro sirio llamado La cueva del tesoro (cueva
en la que están guardados los tesoros del paraíso) es una historia del mundo
desde la creación hasta Cristo; se trata de una obra cristiana que usa
tradiciones judías; 4 °, un libro compuesto de varias partes, llamado
Testamento de Adán y también Apocalipsis de Adán. Habla de una liturgia
celestial de los ángeles y de otras criaturas, con mención de cada hora
litúrgica del día y de la noche, contiene profecías de Adán sobre Cristo y
menciona los nueve coros de ángeles con sus respectivas misiones.
a) Testamentos de los doce patriarcas. Cada uno de los hijos de Jacob narra
su «testamento», es decir, sucesos de su vida, unidos con exhortaciones
morales y profecías. Se discute mucho sobre el origen y el tiempo de
composición de este libro, que por primera vez cita Orígenes (In Ios. hom. xv
6). Muestra un cierto parentesco con el mundo espiritual de Qumrán, pero
esto no nos autoriza a considerar toda la obra como qumránica o esenia.
Muchos investigadores suponen la existencia de un escrito judío, redactado
originariamente en hebreo o arameo, entre el tiempo posterior al año 200
a.C., y la destrucción del templo de Jerusalén, el año 70 d.C.; en ese escrito
se habrían producido más tarde interpolaciones cristianas. Otros piensan en
un autor cristiano de finales del siglo II o principios del III, el cual sobre la
base de un fragmento acerca de Leví, ciertamente existente, pues ha sido
hallado entre los textos de Qumrán, habría creado los demás testamentos.
También es inseguro en qué relación se hallan los fragmentos arameos que se
han conservado del así llamado testamento de Leví (el cual no se identifica
con el homónimo de la colección de los doce testamentos) y un Testamento
hebreo de Neftalí con los «testamentos de los doce patriarcas».
Cánticos y oraciones
Es un apócrifo que antes fue muy estimado, y esa estima influye todavía en el
hecho de que lo contengan muchas ediciones de la Biblia griega y de la latina
e incluso la Vg. oficial a modo de apéndice.
4. Apocalipsis
Como escritos más importantes de este tipo son considerados los libros de
Henok, la asunción de Moisés, el libro cuarto de Esdras, los apocalipsis de
Baruc (-> Apocalipsis, apócrifos, i, 1-4).
1. Evangelios
e) El evangelio de Pedro quizá ya fue utilizado por Justino (Apol. I, 35, 6 = Ev.
Petri 7 ); hacia el año 200 hizo mención de él el antioqueno Serapión (en
EUSEBIO, Hist. ecel. vi, 12, 4-6); y luego lo citaron Orígenes (Comment. in Mt
x, 17 a Mt 13, 55s: GCS 40, 21) y Eusebio (Hist. eccl. III, 3, 2 [cf. 25, 6]; vi,
12, 2-6). Según Serapión estaba en uso entre los docetas de Siria hacia
finales del s. ii. De la obra, perdida en su mayor parte, se ha conservado un
fragmento relativamente amplio encontrado en Akhmim, en el alto Egipto, el
cual narra la pasión y resurrección de Cristo en dependencia ciertamente de
los evangelios canónicos, pero con adornos fantásticos. Toda la culpa de la
muerte de jesús es imputada a Herodes y a los judíos. Este escrito, sin duda
redactado ya originariamente en griego, surgió en el s. ii entre círculos
heréticos, probablemente en Siria, y fue atribuido al apóstol Pedro, quien se
presenta a sí mismo como autor.
i) Un evangelio de la verdad y, por cierto, como escrito gnóstico usado por los
valentinianos está mencionado en Ireneo (Adv. haer iri, 11, 9 y en el Pseudo-
Tertuliano (Adv. omnes haereses 4, 6). Ahora bien, un escrito copto
encontrado en Nag Hanunadi empieza así: «el evangelio de la verdad».
Posiblemente se trata de la obra mencionada por Ireneo. Dicha obra
constituye un testimonio de concepciones gnósticas, pero bajo ciertos
aspectos se halla también próxima al cristianismo ortodoxo. El hallazgo no
ostenta la forma de un evangelio; más bien es una meditación edificante
sobre el hecho de que jesús ha traído aquel conocimiento a través del cual los
hombres conocen verdaderamente a Dios y alcanzan su salvación. El escrito
presupone los cuatro evangelios canónicos y usa el -> apocalipsis de Juan, así
como las cartas de --> Pablo, constituyendo así un cierto testimonio de la
formación del canon en la Iglesia. E1 libro se debió escribir hacia mitad del s.
ii, y sin duda fue redactado originalmente en griego.
2. Historias de apóstoles
c) Actas de Juan son conocidas por Eusebio, quien, sin embargo, las rechaza
(Hist. eccl. 111, 25, 6). El escrito, no conservado en su totalidad, pero sí en
muchos fragmentos, narra viajes del apóstol Juan, su estancia por dos veces
en Pfeso, donde obra muchos milagros y destruye el templo de Artemis; narra
también su predicación sobre Cristo y su muerte. La narración está repleta de
concepciones gnósticas, encratistas y Bocetas; así la muerte de Cristo aparece
como un engaño. El escrito, redactado originalmente en griego, procede
quizás de Asia Menor, y debió redactarse no más tarde del s. 111. Algunas de
las tradiciones sobre Juan aquí elaboradas existían ya en el s. 11, lo cual, sin
embargo, no exige que la totalidad de la obra fuera escrita en fecha tan
temprana. Según noticias posteriores sería un tal Leucius el que habría
compuesto estas actas (Inocencio 1, Ap. ad Exsuperium 7, y otros).
3. Cartas.
Epístolas apócrifas hay relativamente pocas, a pesar de ser las cartas las que
predominan en el NT, el cual constituye el modelo para muchas creaciones
apócrifas. Por razones que desconocemos los autores de obras apócrifas sin
duda juzgaron que había otros géneros más apropiados que las cartas, tales
como evangelios, historias de apóstoles y apocalipsis, para conseguir sus
fines, a saber, la difusión de sus doctrinas y la satisfacción de la curiosidad del
pueblo cristiano. Además, la mayoría de las creaciones epistolares carecen
casi de importancia; sin embargo hay algunas que merecen ser mencionadas.
2.°, una epístola a los de Laodicea, escrita en latín, de sólo veinte versículos,
compuesta con giros tomados de las epístolas canónicas de Pablo,
especialmente de la carta a los Filipenses. Aparece en occidente a finales de la
época patrística. Quizá estuvo redactada en latín desde el principio; y, desde
luego, nada insinúa en ella que se trate de la traducción de un anterior
documento griego. Pero las noticias sobre una carta a los de Laodicea llegan
hasta el s. i. Ya en Col 4, 16 se menciona una epístola de Pablo a los
cristianos de Laodicea. Dicha carta no se conserva o, si fuera idéntica con la
carta a los Efesios, cosa varias veces sospechada desde el s. xvii (desde Hugo
Grocio), por lo menos no se conserva bajo este título. También Marción tenía
entre sus epístolas paulinas una carta a los de Laodicea; según el testimonio
de Tertuliano (Adv. Marc. v, 11, 12; 17, 1) se trataba de la carta a los Efesios.
Además el fragmento de Muratori (líneas 63-68) menciona una epístola
poseída por los marcionitas que Pablo habría escrito a los de Laodicea, pero
que la Iglesia católica rechaza. El fragmento lo distingue de la carta canónica
a los Efesios. Si la noticia es fidedigna, habría que contar con una ficción
herética del siglo ii, sin duda escrita en griego, la cual se hacía pasar por una
carta de Pablo a los de Laodicea. Pero el escrito conservado apenas tiene nada
que ver con esa carta, por más que a veces se haya afirmado lo contrario (así
A. v. Harnack y G. Quispel), pues no permite reconocer ningún origen
marcionita. Por eso la epístola que se conserva sin duda fue compuesta más
tarde, quizá en el s. iv. El autor seguramente se dejó incitar por Col 4, 16 a
añadir a las cartas de Pablo la añorada epístola a los de Laodicea. Y logró su
intento con tanto éxito, que este apócrifo fue incluido en muchos manuscritos
de la Vg. (mayormente detrás de Col), y en la edad media, e incluso todavía
en el s. xvi, era considerado como un escrito auténticamente paulino, aunque
no como libro canónico.
3º, una epístola a los alejandrinos aparece citada junto con la carta a los de
Laodicea (4, 2 °) en el fragmento de Muratori (líneas 63-68) y, lo mismo que
ésta, está allí caracterizada como una falsificación marcionita que la Iglesia
católica rechaza. No se conserva huella alguna de este escrito, que no se halla
citado en ninguna otra parte.
4. Apocalipsis
Johann Michl
APOLOGÉTICA
Johannes-Baptist Metz
Peter Henrici
APOLOGISTAS
Son dos hechos principalmente los que en el s. ii, con la era de los apologistas
provocan una nueva situación en la comprensión de la fe y en la conciencia
eclesiástica. Por un lado, pasan al cristianismo algunos paganos que, en cuanto
personas cultas están formados en su propia religiosidad, cultura y filosofía; por
otro lado, el cristianismo, debido a las nuevas circunstancias, da expresamente un
viraje: sale de su aislamiento de grupo y se presenta públicamente ante el mundo
no cristiano, el cual, por su parte, no se comporta con el cristianismo de una
manera pasiva.
II. Concepto
IV. Temática
El Logos del que hablan los filósofos no es otro que Cristo. El logos es el que
siempre y en todas partes ha comunicado la verdad, de manera que Justino no
teme llamar cristianos a los mejores de los paganos, por medio de los cuales
habló el Logos. Sin embargo, prosigue el escritor, pocos oyeron su voz, pues los
demonios están trabajando desde el principio por desfigurar la verdad conocida y
convertir en caricatura la veneración de Dios. La aparición definitiva del Logos
trajo, en el cristianismo, el verdadero conocimiento de Dios y la enseñanza de la
conducta recta que debían observar los hombres en el mundo. La prueba de la
identidad de Cristo con el Logos nos la proporciona el AT por el argumento
contundente de las profecías y de la historia. En consonancia con eso, en el
horizonte de este pensamiento la autoridad y la verdad de las palabras de
jesucristo son irrefutables para todo filósofo, y, correlativamente, todo lo
«racional» pertenece al cristianismo. En parte, esa interpretación del cristianismo
aparece en el vocabulario de la actual filosofía y doctrina de las virtudes, pero
hemos de advertir que esta filosofía tiene un carácter totalmente teológico. Se
anuncia así la universal validez e inteligibilidad de un cristianismo concebido
preeminentemente como doctrina. Los dos aspectos de la concepción señalada,
tanto el del alejamiento respecto a la filosofía pagana, como, por otro lado, el de
la conexión con ella, apuntan hacia la superioridad del cristianismo, el cual es
explicado como la nueva verdad que, desarrollándose como la antigua verdad
siempre buscada y a veces hallada en fragmentos escondidos entre errores, ahora
es plenamente aarehensible en el Locos.
Por los mismos motivos se puede notar también una selección en el contenido de
la literatura cristiana de esta época. Sin embargo, al lado de la apologética que
camina con ropaje filosófico, aparece la tradición teológica de la comunidad, con
sus testimonios trinitarios, soteriológicos, sacramentales y litúrgicos, y con la
tradición bíblica. El AT es considerado como la única fuente fidedigna y suficiente,
pues en ella hablan Dios, el Logos y el Espíritu, de modo que cada afirmación
particular de los a. encuentra en el AT su punto de orientación, y, a juicio de
éstos, sólo a base de los escritos veterotestamentarios se puede hablar de Dios
con seguridad. El -> canon del NT empieza a tomar unos contornos más precisos
en la segunda mitad del siglo. Con los a. comienza a producirse el hecho,
transcendental para la historia de la teología cristiana, de que ésta, en una fase
decisiva de su articulación, se desarrolla en el ámbito del pensamiento helenista.
El pensamiento teológico de esta época busca dominar la nueva situación por
medio de una superioridad intelectual y de una demostración del cristianismo.
Norbert Brox
APOSTASÍA
II. Concepto
De ahí que el Concilio proclame solemnemente: «Si alguno dijere que es igual
la condición de los fieles y la de aquellos que todavía no han llegado a la única
fe verdadera, de suerte que los católicos pueden tener causa justa de poner
en duda, suspendido el asentimiento, la fe que ya han recibido bajo el
magisterio de la Iglesia, hasta que terminen la demostración científica de la
credibilidad y verdad de su fe, sea anatema» (Dz 1815).
Se podía esperar que las palabras del Concilio pusieran fin a la controversia,
pero no fue así.
Hemos de advertir que las disputas posteriores al Vaticano i giran sobre todo
en torno a la interpretación de la mente conciliar, y no precisamente en torno
a la cosa en sí.
Por eso, en el caso de que se dé una respuesta negativa a la cuestión de la
mente conciliar, no cabe concluir sin más que con ello también la cosa en sí
ha quedado decidida negativamente. Pues no es lo mismo decir: El Concilio no
afirmó que un católico nunca puede tener ningún motivo justo, ni siquiera
subjetivamente justo, para abandonar su fe, que decir: En realidad, un
católico puede tener, por lo menos en el plano subjetivo, un motivo válido
para abandonar su fe y, por tanto, puede abandonarla sin cometer pecado.
Giovanni-Battista Guzzetti
APÓSTOL
4. Ahora bien, ¿hasta qué punto el concepto de a. que aparece en los Hechos,
y que es decisivo para el desarrollo ulterior, responde a la intención de Jesús
referente a la misión de los a.? De lo que no se puede dudar es de que Jesús
llamó a unos hombres para que le siguieran (Mc 1, 16-20), de un modo
especial a los doce (Me 3, 14: «Constituyó a doce»). En cambio el uso de la
palabra apostolos en el tiempo de la vida pública de Jesús parece ser
retrotracción de los sinópticos. Pero sí está fuera de duda que Jesús, al menos
de vez en cuando, encomendó a sus discípulos la misión de proclamar el reino
de Dios con palabras y signos (1 Cor 9, 14; cf. Mt 10, 10 - Lc 10, 7; Lc 9, ls).
Esta misión temporalmente limitada que tuvo lugar durante la actividad
docente de Jesús, a partir de la resurrección, por la donación del Espíritu se
convirtió en un oficio (Mt 28, 18ss). Según las palabras de Lc 10, 16, que
parecen ya palabras de Juan: «Quien a vosotros escucha a mí me escucha,
quien a vosotros desprecia a mí me desprecia; pero quien me desprecia a mí,
desprecia a aquel que me envió», los a. participan del poder para salvar y
perder que posee Jesús.
La unión de la Iglesia fundada sobre los a. con la ekklesía es tan estrecha, que
la sagrada Escritura atribuye la fundación de la Iglesia unas veces a Cristo (1
Cor 10, 14) y otras veces a los a. (Mt 16, 18; Ef 2, 20). La fundación
apostólica de la Iglesia tiene un carácter actual en todos los siglos, pues el
mensaje apostólico actúa constantemente en la Iglesia a través de la
Escritura. Pero esta confrontación constante de la Iglesia con los apóstoles en
calidad de plenipotenciarios de Cristo no sólo se produce a través de la
Escritura, la cual adquiere incesantemente una nueva actualidad, sino que
está además perennemente garantizada en virtud del --> episcopado, que es
la última consecuencia de la encarnación y la institución nacida del oficio
apostólico con el fin de que, junto a la transmisión de la palabra, estuviera
también asegurada la transmisión de los sacramentos (-> sucesión
apostólica). Por esto, 1 Clem 42 complementa la concepción del Evangelio de
Juan a base del esquema: el padre envía a Jesús, Jesús envió a los a. y éstos
transmitieron su oficio a sus sucesores.
William Dych
ARISTOTELISMO
I. La filosofía aristotélica
1. Obra e importancia de Aristóteles
Max Müller
1. La antigüedad
2. La edad media
Después del movimiento antidialéctico sobre el año 1400, que buscaba una
verdadera teología reverente (especialmente Juan Gerson), y de la
propaganda directamente antiescolástica de los humanistas, el s. xvr, en
respuesta a la reforma protestante, hostil a la filosofía, produjo en España e
Italia una renovación de la escolástica (Francisco de Vitoria, Melchor Cano,
Tomás Cayetano, Francisco Silvestre de Ferrara). Suárez influye hasta en la
filosofía escolástica protestante. En el s. xvil el a. pierde su fuerza; la ->
ilustración, Kant, el -a idealismo alemán no conocen apenas a Aristóteles
(Hegel le dedica su atención, pero lo que los separa es más que lo que los
une). La neoescolástica (--> escolástica) de los s. xix y xx ha reanudado los
hilos tanto históricamente (H. Denifle, C. Beaumker, F. Ehrle, M. Grabmann),
como sistemáticamente (escuela de Lovaina, cardenal Mercier - a los citados
hemos de añadir los nombres de E. Gilson, A: M. Sertillanges, F. van
Steenbergen, A.C. Pegis, A. Marc, M.-D. Chenu, C. Fabro -). El magisterio
eclesiástico, desde la Aeterni Patris (León x111, 1879) hasta la Humani
generis (Pío x11, 1950), puso de relieve el valor de la filosofía aristotélico-
escolástica. J. Maréchal la lleva a un diálogo con el idealismo alemán; y de
forma varia prosiguen su intención en Alemania, entre otros, P. Rousselot y,
buscando una confrontación sobre todo con M. Heidegger, M. Müller, K.
Rahner, G. Siewerth, B. Welte. Sin embargo, el -> tomismo que ahí se
defiende no es simplemente a.; cosa que puede decirse ya del a. de la edad
media, cuya distancia de Aristóteles es mayor de lo que se creía antes de los
hallazgos e investigaciones de los últimos decenios. Aun en casos en que se
sigue sobre todo a Aristóteles frente a otras tradiciones del pensamiento, la
filosofía aristotélica está acuñada y transformada esencialmente por
pensamientos neoplatónicos, árabes y judíos, y no en último término por el
pensamiento y la experiencia cristianos. Un resultado de la investigación
moderna es precisamente la visión más clara de la diferencia entre Aristóteles
y el aristotelismo.
Jörg Splett
ARQUEOLOGÍA BÍBLICA
Entre estos métodos hay dos de especial importancia. Desde el año 1894 se
usa el método Petrie-Bliss, al que han dado su nombre el inglés F. Petrie y el
americano F.J. Bliss. Se fija en los objetos de barro típicos de cada estrato.
Puesto que la cerámica prácticamente siempre estaba en uso y, además, en
los distintos siglos según la moda cambia en forma, pintura, adorno y técnica
de fabricación de vasijas, bandejas o pucheros, el método Petrie-Bliss se ha
acreditado extraordinariamente en todas las excavaciones. Por las
posibilidades actuales en el campo de la fotografía y de la reproducción, la
cerámica hallada en un lugar puede compararse fácilmente con la de otros
lugares. Hallazgos de una cerámica igual en estratos de diversos lugares de
excavación legitiman para atribuir la misma antigüedad a tales estratos.
Pero esa manera de determinar las fechas sólo conduce a una cronología
relativa, que no permite sin más hablar de «años». Desde el año 1950 es
posible superar en cierto modo esa limitación por el método radiocarbónico.
Tratándose de materias orgánicas (madera, fibras, cuero), cabe averiguar
cuándo fueron cortadas, cosechadas o arrancadas de un animal muerto, pues
el carbono isótopo 14 se descompone muy regularmente. Pero el método no
es fidedigno para el tiempo anterior al año 70 000 a.C., e incluso para el
tiempo posterior al año 70 000 a.C. contiene siempre un factor de inseguridad
de - + 10 %. Por tanto, si en un trozo de cuero, p. ej., de las cuevas de
Quirbet Qumrán en el mar Muerto dicho método da una antigüedad de 2000
años, ese cuero puede proceder de una fecha que oscile entre el año 200 a.C.
y el año 200 d.C. Sólo el hallazgo de monedas, de cerámica típica o de
material escrito puede entonces llevarnos a una determinación más exacta de
la fecha, de modo que, en el ejemplo propuesto, sea posible dar respuesta a
la pregunta decisiva de si el trozo de cuero procede de un tiempo anterior o
posterior a Cristo.
Los hallazgos de Qumrán han arrojado nueva luz sobre el Evangelio de Juan.
La parte de los discursos de este Evangelio está ciertamente acuñada por la
teología de Juan, pero, por otro lado, la a.b. muestra cada vez más que las
anotaciones cronológicas y topográficas del cuarto Evangelio son muy exactas.
Sobre todo las excavaciones en la piscina de Betesda, en Jerusalén (cf. Jn 5, 2
«hay en Jerusalén», no «hubo en Jerusalén»), han demostrado cómo Juan
elaboró tradiciones que debían proceder de la Palestina anterior al año 70 d.C.
En la piscina de Betesda, donde el arqueólogo ha dejado las piedras al
descubierto, las piedras que fueron «testigos» de la actividad pública de
Jesús, el peregrino moderno encontrará el contacto personal con la historia de
salvación más fácilmente que en los santuarios de peregrinación del Gólgota y
de Belén, recubiertos de mármol y terciopelo. Ahí está el valor pastoral de la
a.b. Cuando además de esto hace posible una mejor y más profunda
inteligencia de la historia bíblica, la a.b. adquiere también la importancia de
una disciplina teológica, sin la cual la moderna ciencia bíblica es ya
inconcebible.
Y, sin embargo, hay exegetas del NT - sobre todo en la parte no católica - que
se acercan a los textos de los evangelios y de las epístolas paulinas en forma
meramente filológica y filosófica, sin utilizar los resultados de la a.b. Quizá
una reflexión sobre los resultados de la a.b. provocaría un retorno espiritual
de estos investigadores al suelo espacial y temporalmente limitado en el que
Cristo vivió y padeció realmente, en el que el Resucitado fundó su Iglesia. La
a.b. conduce al misterio del Hijo de Dios «venido en carne» (2 Jn 7). Por otro
lado, la a.b. no puede ser la norma suprema. En las cuestiones decisivas de la
interpretación de la Biblia, p. ej., con relación a la pregunta de qué sucedió en
la mañana de Pascua, la a.b. - lo mismo que la crítica textual o la literaria-
sólo puede aportar indicios. En último término la respuesta debe darla una
exégesis dirigida teológicamente y soportada por la fe en la Iglesia de Cristo.
Por tanto, hay que seguir manteniendo la primacía de la exégesis, de la
interpretación del texto, sobre la a.b., incluso después de los recientes y
espectaculares hallazgos en este campo de investigación.
Benedfkt Schwank
ARQUEOLOGÍA CRISTIANA
La a.c. es una ciencia histórica y como tal forma parte del conocimiento de la
antigüedad cristiana. Sin embargo, mientras el conocimiento relativo a la
antigüedad cristiana abarca la patrística, la hagiografía, la liturgia y la
administración eclesiástica, en cuanto estas parcelas del saber nos informan
sobre la vida de la Iglesia dentro de la cultura grecorromana hasta la muerte
de Gregorio Magno (t 604), la a.c., como disciplina particular, se limita a
investigar la tradición monumental del cristianismo primitivo. A este respecto,
en el método crítico de la investigación de los monumentos juegan un papel
decisivo la determinación de la autenticidad, del lugar de origen, de la
antigüedad de los mismos y su interpretación. La a.c. de suyo prescinde de la
investigación de la tradición literaria, pero indirectamente tiene que recurrir
también a ella, como fuente secundaria para una más exacta interpretación
teológica de las fuentes primarias, que son los monumentos. A estas fuentes
secundarias o indirectas pertenecen: la -> Escritura, la Didakhe, la traditio
apostolica, los -> padres apostólicos, los -> apologistas griegos del s. ii, los
escritores cristianos del s. iii al vi, los apócrifos, los escritos antiheréticos del
s. ii, las actas y pasiones de los mártires, los calendarios, los martirologios,
los sinaxarios, los menologios, los sacramentarios, las listas de papas y de
obispos, los itinerarios y los catálogos topográficos (cf. P. TESTINI,
Archeologia Cristiana [R 1958] 3-36).
Por eso Pío xi en el motu proprio (11-121925) con que erigió el «Pontificio
Instituto de Archeologia cristiana» decía: «Sono (sc. monumenti dell'antichitá
cristiana) testimoni altrettanto venerandi che autentici della fede e della vita
religiosa dell'antichitá ed insieme fonti di primissimo ordine per lo studio delle
istituzioni e della cultura cristiana fin dai tempi piú prossimi agli apostolici»
(AAS 17 [ 1925 ] 619 ). Por este motivo también en la enseñanza académica
la asignatura llamada «arqueología crístiana» fue incluida en el grupo de las
disciplinas principales (Ordinationes ad Const. apost. «Deus scientiarum
Dominus» de Univ. et Facult. stud. eccles. rite exsequendam AAS 23 [ 1931 ]
271). Sobre la relación de la a.c. con la parte arqueológica del arte, podemos
decir lo siguiente: Mientras la arqueología artística se ocupa de los
monumentos en cuanto éstos son una obra de arte, la a.c. estudia los
testimonios de carácter monumental prescindiendo de si se trata de obras de
arte o de meros productos de artesanía; por esto la a.c. no puede equipararse
simplemente con el «arte cristiano primitivo» y, por tanto, también bajo este
aspecto conserva su autonomía. Por otra parte hemos de resaltar que dentro
de las fuentes monumentales las de valor artístico ocupan un lugar especial.
Así, secundariamente, la arqueología cristiana puede convertirse durante un
largo trecho en ciencia del arte cristiano primitivo, y, a este respecto, el
elemento formal y estilístico juega un papel importante si se le compara con
el arte helenístico-romano. Según CM. Kaufmann las fuentes monumentales
directas se pueden dividir en cinco grupos:
Pero también hubo en esta época, principalmente hasta principios del s. xviii,
tendencias que fueron perjudiciales al trabajo arqueológico: una búsqueda
afanosa y sin espíritu crítico de cuerpos de mártires en las catacumbas,
fomentada en parte por altas personalidades; tendencias surgidas en la
disputa con los reformadores a utilizar los hallazgos para los fines de la
teología apologética, las cuales iban unidas a la idea utópica de que a base de
los datos sacados de las catacumbas se podría reconstruir un catecismo o una
dogmática de la Iglesia primitiva. A pesar de este defecto, no cabe discutir a
los investigadores de las catacumbas en los siglos xvri y xvizi el mérito de
haber coleccionado mucho material. Si bien esta pasión coleccionista, que
llevó a copiar una gran cantidad de imágenes e inscripciones, en ocasiones
arrastró a cambiar de lugar algunas de éstas, lo cual es especialmente
desfavorable tratándose de inscripciones que en la mayoría de casos sólo
tienen significado cuando continúan en su propio lugar y contexto o, por lo
menos, cuando se sigue conociendo su origen, no obstante, el valor de ese
coleccionar está fuera de toda duda. También fueron importantes para el
enriquecimiento de la investigación los estudios literarios de las fuentes (J.
Mabillon, Bernardo de Montfaucon, los Bolandistas, L.A. Muratori).
Storia dell'arte cristiana nei primi otto secoli delta chiesa (6 vol. [Prato 1837-
81]), ha contribuido mucho por sus conocimientos bíblicos y patrísticos a una
interpretación teológica de las obras, la cual después fue muy importante para
el trabajo iconográfico del investigador de las catacumbas J. Wilpert (t 1944 ).
Sin duda en esto Wilpert fue a veces demasiado lejos, pero, no obstante él
tiene el mérito de que a través de ese doble estrato de trabajo, manteniendo
plenamente la autonomía de la a.c., la ha enfocado como una disciplina
parcial del conocimiento de la antigüedad que ayuda a descubrir el credo de la
Iglesia primitiva bajo la luz de los monumentos. F. Benoit, A. Ferrua, E. Josi,
E. Kirschbaum y U.M. Fasola han llevado adelante esta tendencia, quizá a
veces con mayor precaución. J. Kollwitz, Th. Klauser, F. van der Meer, A.
Grabar, A. Stuiber, E. Stommel, F.G. Dtilger, L. de Bruyne, A. Weis, Ch. Ihm y
F. Gerke han seguido contribuyendo a que, tomando como base las
investigaciones de las catacumbas y, en concreto, de los mosaicos y
sarcófagos, de las imágenes del AT, de las escenas bíblicas del NT y de las
imágenes de Cristo y de sus santos, se esbozara una teología sobre Cristo y
su redención así como sobre la Iglesia según la mente de los primeros
cristianos, lo cual a su vez ha sido muy importante para el conocimiento de la
devoción primitiva. A este respecto tienen una importancia singular los
trabajos de G.A. Wellen sobre la imagen de la Madre de Dios en las fuentes
monumentales de ese tiempo. Aquí, lo mismo que en las imágenes de Cristo y
de sus santos, no se trata solamente de ver lo que en sus obras el artista dijo
entonces como representante del pueblo creyente acerca de la vida de fe. Eso
aparte, estas tempranas declaraciones pueden proporcionarnos importantes
estímulos, no sólo para modernas creaciones artísticas, sino también para
nuestra actual vida de fe. Por ejemplo, el lugar que ocupó María en las obras
monumentales de entonces debería ser un motivo de reflexión para nosotros y
podría al mismo tiempo constituir un punto de partida para la transformación
de nuestro pensamiento (Theotokos [ Ut-Am 1961 ] ). Pero también la
arquitectura tiene el valor de una simbólica declaración creyente. A juzgar por
los coetáneos testimonios literarios, la basílica es símbolo de la Iglesia y de
Cristo que reina en medio de su Iglesia. Ella es igualmente imagen de la
comunidad y la tienda donde habita Dios. Aquí es sumamente interesante el
ver cómo la relación entre esas dos dimensiones, entre la comunidad y Cristo,
se halla expresada en la construcción del local. Luego la arquitectura se
transformará, centrándose exclusivamente en la sala del trono de Cristo, la
cual es de nuevo interesante para entender la concepción de entonces acerca
de la relación entre Cristo y su Iglesia. También aquí tenemos un punto de
apoyo para una nueva reflexión en la actualidad (cf. E. SAUSER,
Frühchristliche Kunst. Sinnbild und Glaubensaussage I, 1966).
Ekkart Sauser
ARREPENTIMIENTO
I. Concepto
1. Presupuestos antropológicos
La motivación del «no» que por el a. se da al propio pasado puede ser muy
diverso, pues, en conformidad con la realidad múltiple que Dios ha querido en
su variedad, hay distintos valores morales, los cuales pueden ser afirmados
como inmediato fin positivo del a., haciendo así posible un no a sus
respectivos contrarios. Mas aquí no podemos ignorar cómo ese mundo
múltiple de valores, que posibilita las distintas motivaciones del a., constituye
una unidad en que cada motivo particular apunta hacia el todo y está abierto
a él, y cómo todos los motivos y las respuestas a ellos sólo se consuman en
Dios y en su -->amor. De suyo habría que distinguir también entre el objeto
formal, que especifica internamente un acto, y el motivo externo de la
realización del mismo (si bien ambos pueden identificarse). En el fondo, en el
a. en cuanto tal el objeto formal (que puede no ser muy explícitamente
reflejo) es siempre la contradicción del pecado al Dios santo, o sea, en
términos más positivos, a las exigencias de Dios -del Santo- con relación al
hombre. Los motivos (de tipo moral) que «mueven» a poner este acto con su
objeto formal pueden ser muy variados (y pueden ser «inferiores» al objeto
formal del acto hacia el cual «mueven»), hasta alcanzar el objeto formal del
amor de Dios, que así se convierte en motivo de la contrición perfecta. Pero a
continuación renunciaremos a esta distinción más precisa.
5. Atricionismo y contricionismo
Karl Rahner
ARRIANISMO
El a., junto con la posición contraria de Atanasio y del primer período niceno,
significa la superación de una época del primitivo pensamiento cristiano, la de
la --> cristología centrada en el Verbo de la presente economía, y a la vez da
comienzo a una era de la teología en que, poniendo plenamente en juego la
metafísica contemporánea y, ante todo, la dialéctica formal, se plantea la
cuestión de Dios, de su carácter ingénito y de su Logos.
Arrio piensa sobre la base del concepto aristotélico de ->unidad, según el cual
ésta es simplemente la negación de la división. A diferencia de la concepción
platónica y neoplatónica, esa noción de unidad excluye la afirmación de una
esencia divina que en medio de su unicidad está constituida por varias
personas. Atrio vincula de tal forma la unidad y la esencia de Dios a la
innascibilidad e inmutabilidad del Padre, que el Hijo o Verbo sólo puede ser
concebido como criatura de la voluntad del Padre. Sin embargo, como los
textos bíblicos y la tradición eclesiástica hablan de un Verbo coeterno con el
Padre, Arrio llega a la afirmación de un «doble Logos». La gran tradición
eclesiástica de los s. II y III, aun subordinando el Verbo al Padre, mantenía la
identidad entre los tres Logos (el inmanente, el pronunciado y el encarnado).
Para él, el «Logos que se halla siempre en Dios» es una propiedad divina. Este
Verbo no toma parte en el verdadero proceso de la creación, pero sí la toma el
«Logos creado». Éste es hechura y producto del único Padre ingénito. Dios, en
orden a la producción del mundo, crea de la nada una sola «obra», el Hijo.
Hubo un tiempo en que el Hijo no existía. Dios, una vez creado el Logos-Hijo,
quien después, en cuanto que es la primera y más noble de todas las
criaturas, crea todo lo demás, permanece en la distancia infinita que le
corresponde frente al mundo y al hombre. El Logos creado y creador está
totalmente de parte del mundo.
Esto es tan evidente que Jesús no necesita una alma humana propia; la vida
moral de Jesús, así como toda su vida, debe ser considerada directamente
como vida del Logos.
El «grande y santo sínodo de los 318 padres» de Nicea no significa el fin, sino
propiamente el principio de las discusiones ecuménicas en torno al a. El
numeroso grupo mediador de padres sinodales con tendencia origenista,
cogido de sorpresa por las maniobras del Emperador, se organiza bajo la
dirección de Eusebio de Nicomedia, el primer «obispo imperial» de
importancia. En los sínodos de Antioquía (330), Tiro y Constantinopla (335)
este grupo consigue eliminar de la política de la Iglesia a los jefes del partido
de Nicea, que eran Eustacio de Antioquía, Atanasio y Marcelo de Ancira. La
fuerza de los eusebianos radica en su apoyo histórico e ideológico en
Orígenes, en su intención mediadora, en la razón que en parte les asiste para
acusar a sus contrarios de sabelianistas (Marcelo de Ancira) y en la ayuda que
encuentran en Constancio para su política eclesiástica.
Los sucesos que rodean las cuatro fórmulas antioquenas (341) y las cuatro
sirmias (351359) permiten reconocer tanto el progreso del a. como su
escisión final en grupos moderados y mediadores y grupos radicales.
Tanto los eunomianos radicales como los rígidos nicenos de la primera época
quedan relegados a segundo plano. Desde el punto de vista de la historia de
los dogmas, el Constantinopolitano es paradigmático para el proceso de la
autointerpretación cristiana: ómooúasios, la palabra discutida, se mantiene,
pero se la introduce de tal forma en la estructura de la relación entre
hipóstasis y oúsía, que ya no puede ser interpretada en el sentido de una
hipóstasis.
La constitución del patriarcado no es el más pequeño resultado marginal del
segundo sínodo ecuménico, una vez que ya antes, los teólogos latinos de
Nicea habían intentado en Sárdica (343), en los cánones 3-5, imponer el
reconocimiento de Roma como instancia suprema de apelación.
Wolfgang Marcus
ARTE
Sólo sobre este fondo del cambio histórico en el modo de entender a Dios, al
mundo y a sí mismo, hay que comprender ciertas evoluciones modernas y sus
interpretaciones. Por ejemplo: la «disociación» entre los diversos campos
culturales, si bien, a despecho de la afirmada autonomía cultural, se advierte
de hecho una «influencia» o bien unilateral o bien recíproca entre ellos; la
percepción de la diferencia entre las actividades intramundanas de tipo
particular dentro del horizonte de una determinada unidad de ordenación del
mundo, por una parte, y la misma actividad configuradora y ordenadora del
mundo, por otra parte, concretamente, entre la producción manual y técnica,
de un lado, y el a. en sentido auténtico, de otro. Y con relación al a. hemos de
advertir que cada una de sus obras hace a la vez brillar y estar presente el
sentido total o el «mundo» del hombre de un tiempo, siendo de notar
igualmente que el a. se vale de manera creciente de los medios auxiliares de
la -a técnica, no sólo para la «producción» y la difusión de lo producido, sino
también para abrir posibilidades enteramente nuevas de la creación artística
(a. de la fotografía, cine, televisión, música electrónica). Además de lo dicho
recordemos particularmente la «liberación teórica» del a. de su anterior
vinculación total a la -> «religión», si bien no puede negarse que
precisamente ahora el a. (al ser interpretado, p. ej., como «complemento y
elevación de la existencia», como «redención de las cosas para su verdad y su
esencia definitiva») ha podido revelar ciertos rasgos esenciales que
primitivamente latían ya en el ámbito de la experiencia religiosa; y
finalmente, la exaltación del artista a la condición de un prototipo de la
existencia humana, e incluso de un «genio» (como la forma más perfecta del
verdadero ser humano), a la condición de un espíritu soberano, vidente y
artista a par, para quien, en su acto creador y configurador de la
contemplación, el mismo mundo se convierte en obra de arte, en un
verdadero theatron (E. Brunner).
Alois Halder
ASCENSIÓN DE CRISTO
Joseph Ratzinger
ASCÉTICA
I. La doctrina tradicional
Por eso toda a. del cristiano en su sentido más profundo sólo puede ser una
participación en la a. de Cristo y, consecuentemente, una ascética de la cruz.
Sólo en cuanto tal tiene sentido y es salvíficamente operante. La participación
por la gracia en la muerte salvífica de Cristo, cuyo fundamento se pone por el
-> bautismo, ha de ser aceptada siempre de nuevo en la vida y debe
traducirse en un cotidiano morir con Cristo. La obediencia de fe se convierte
así para el cristiano en un seguimiento de Cristo, según el sentido de las
palabras: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con
su cruz y sígame» (Mc 8, 34 par). Este seguimiento del Señor entregado a la
muerte por nosotros, no sólo es el fundamento radical de la a. moral, sino
que, además, hace posible una a. mucho más honda: el movimiento activo
hacia la muerte, el abrazarse a la cruz con una renuncia voluntaria a bienes
importantes para la vida. Esta a. es la realización del espíritu de las
bienaventuranzas y de los --> consejos evangélicos. No está en manos del
hombre (piadoso) y del cristiano (celoso), sino que la suscita siempre de
nuevo la llamada del Espíritu de Cristo, del Espíritu de donde brota el amor
crucificado y la obediente y amorosa prontitud para el servicio, y este Espíritu
es a la vez su medida. La a. de la cruz es -> penitencia, expiación y
testimonio en una sola cosa; ella arranca los muros para dejar libre el camino
al ímpetu torrencial del -> amor.
Hay una última temática que tampoco puede faltar en una ascética: la idea de
la vida cristiana como camino, más exactamente, como camino gradual, como
ascensión a la perfección del amor a Dios y al prójimo, a la santidad. Se habla
aquí de un progreso, de un crecimiento en la santidad moral (sobre todo en
los tres conocidos grados de principiantes, progredientes y perfectos, que,
desde Tomás de Aquino [ST II-II q. 24 a. 9; q. 183, a. 4] se han hecho
canónicos; pero también en las tres etapas del camino llamadas «vía
purgativa», «vía iluminativa» y «vía unitiva», las cuales desde Platón y
Plotino, pasando por el Pseudo-Dionisio, entraron en la tradición cristiana, y
tenían como meta la unión mística con Dios), que en la edad moderna ha sido
entendido cada vez más en el sentido de una perfección moral. Sobre la
terminología y el problema de los grados de perfección cf. O. ZIMMERMANN,
Lehrbuch der Aszetik [Fr 1929] 66s; y J. DE GUIBERT, Theologia spiritualis,
ascetica et mystica [R 21939] número 317ss; L. v. HERTLING, Theologiae
asceticae cursus brevior [R 1939] n ° 206-208). Aquí el factor del esfuerzo, de
la renuncia y, por ende, de la a. desempeña un papel decisivo. Ahora bien,
según el NT y también según la unánime tradición teológica, se da
indudablemente un crecimiento en la perfección. Pero aparte de que tanto .la
sagrada Escritura como la Tradición hablan sobre el particular de modo muy
general y, en parte, puramente formal, de forma que poco dicen sobre el
«cómo» de ese crecimiento, los modernos, cuanto más fuertemente
experimentamos nuestra impotencia permanente, tanto más escépticos nos
hemos hecho respecto del éxito de una a. acentuadamente moral (cuya
necesidad no se discute) en orden a «adquirir la perfección». No nos fiamos ni
de nuestras más santas sensaciones; la vida diaria, lo mismo que las
conclusiones de la psicología profunda nos enseñan que podemos decir poco
acerca de la autenticidad y profundidad de nuestros actos y actitudes
cristianos y virtuosos. Este escepticismo es confirmado por razones teológicas.
La actual teología de la gracia recalca más fuertemente que antes el carácter
personal de la santidad cristiana (hasta de la gracia santificante). No
podemos, por tanto, imaginarnos que su crecimiento sea como el de un objeto
o de una cosa, representación que la concepción tradicional de la gracia y la
doctrina sobre el hábito han fomentado. La santidad no es para nosotros algo
que podamos «poseer», sino que, dentro de la primacía de la santidad óntica
(y, por ende, permanente, aunque puede perderse) sobre la moral, ella está
ligada a la comunidad personal con Dios y se halla configurada por su
condición de don gratuito, don que se extiende también a la cooperación
humana. La problemática que con ello se arroja sobre la idea de un camino
gradual hacia la perfección debe ser tratada en una ascética actual. Así
aparecería claro que, para un cristiano de hoy, el camino de la santidad debe
ser visto ante todo en el horizonte de las dimensiones teológicas de la
escética. La creciente santidad se muestra para él en que dispone sobre sí por
el amor en la medida en que deja que Dios disponga de él en las situaciones y
los imperativos de la vida diaria.
Friedrich Wulf
ASTROLOGÍA
Johannes Fasbender
ATEÍSMO
I. Aspecto filosófico
2. Posibilidad
1. La doctrina de la Iglesia
2. La Escritura
Por eso los ateos son inexcusables (cf. Ef 2, 12), pues su negativa a conocer y
reconocer a Dios es la soberana necedad, con tonos de sabia, del que,
conociendo propiamente a Dios, sin embargo no lo reconoce como tal, y
cambia al Dios conocido por otra cosa (Rom 1, 21ss; 25, 28); y, así,
culpablemente «retiene cautiva» la verdad (Rom 1, 18).
3. La teología tradicional
4. Reflexión sistemática
Las demostraciones teóricas de --> Dios, por exactas e importantes que éstas
sean, actualmente sólo pueden tener eficacia en unión con una llamada
mistagógica hacia aquella experiencia religiosa de la -> transcendencia que se
da inevitablemente en la vivencia concreta de lo ético en general, de la
responsabilidad por una configuración activa del futuro y, sobre todo, de un
amor real y auténticamente personal al prójimo. Tanto al ateo culpable como
al inculpable (nosotros no podemos establecer una distinción adecuada y
segura entre ambos) hemos de hacerle entender en qué ámbito existencial él
encuentra a Dios, aun cuando no llame «Dios» a este último «de dónde» y
«hacia dónde» de su libertad moral y de su amor, aun cuando no se atreva a
«objetivarlos» y con frecuencia considere (en parte injustamente) la religión
sometida a categorías y a instituciones como una contradicción a ese misterio
inefable de su existencia.
Karl Rahner
AUTORIDAD
Por otro lado, con la misma frecuencia nos encontramos con una actitud
claramente defensíva y desconfiada frente a la a., especialmente cuando ésta
atenta contra la existencia personal. Pero muchas veces es sólo un vago
sentimiento de amenaza lo que el hombre percibe frente a la autoridad, la
cual entonces aparece como mala y esclavizadora del hombre. Pues el hombre
ha acumulado experiencias o conocimientos, frecuentemente traumáticos,
acerca del abuso de la a., o ve el enorme crecimiento del poder de casi todas
las autoridades y considera que esta fuerza excesiva es algo totalmente
desproporcionado. Pero ese crecimiento del poder de la a. está
necesariamente condicionado por el desarrollo técnico de nuestra civilización,
desarrollo que nos presenta unas posibilidades de mando y unas necesidades
de coordinación hasta ahora desconocidas. Estas posibilidades de gobierno se
derivan del hecho de que los avances de la biología, de la medicina, de la
psicología y de las ciencias sociales, de la -> ciencia en general, y las
conquistas de la -->técnica, con sus medios de comunicación y de poder,
permiten una manipulación del individuo y de las masas en grado tal, que en
ciertas circunstancias puede desaparecer en gran parte incluso el ejercicio de
la libertad en la esfera íntima. Las mismas Iglesias, por ejemplo, tienen la
posibilidad de manipular masivamente la opinión dentro del ámbito mismo de
la -> conciencia. De la creciente multiformidad de nuestra cultura y de la
interdependencia cada vez más intensa entre cada uno de los portadores de la
cultura, se desprende también la necesidad de una coordinación cada vez
mayor de las fuerzas. A eso va unido el hecho de que aumenta
constantemente la impotencia del individuo para abarcar el todo y la red de
relaciones que éste implica (-> formación). Por eso él depende cada vez más
de la autoridad de otros hombres que, o bien le hacen posible la participación
en los adelantos de nuestra cultura, o bien, si no están suficientemente
capacitados, en ocasiones pueden causarle daños funestos. Además, el
hombre tiene el presentimiento de que las mismas autoridades se sienten
terriblemente inseguras frente a los problemas del futuro. Con esto podemos
comprender ya la . profunda crisis de a. que actualmente se da.
Se intenta poner remedio a esa crisis por diversos caminos, entre otros:
concediendo mayor responsabilidad al individuo dentro de la --> sociedad,
democratizando toda nuestra vida social, acentuando la mayoría de edad del
seglar dentro de la Iglesia y la relación de compañerismo entre el maestro y el
educando, así como mediante una concepción nueva del papel de la autoridad
en la educación. Toda reflexión que no quiera desviarse de la problemática
actual de la a. tiene que tener en cuenta este trasfondo.
II. Concepto
III. Esencia
Con esto queda también claro cómo aquellos miembros de la sociedad que por
propia inciativa y perfeccionando sus disposiciones personales fomentan la
realización de lbs distintos cometidos de la cultura objetiva, no están en
oposición con la vida social, sino que, por el contrario, posibilitan el
enriquecimiento de ésta. Por consiguiente, si la a., en lugar de fomentar la
iniciativa personal, la reprime, reprime eo ipso la variedad y, con ella, la
fuente de una vida rica y fructífera (L. Janssens).
Cuanto más desarrollada está una sociedad, tanta más a. se necesita. Cuanto
mayor es el grado de madurez de una cultura objetiva, tanto mejor y más
libremente puede desarrollarse el individuo. Y cuanto más se desarrolle la
iniciativa personal, tanto más crecerá la cultura objetiva. De esto se deduce
que entre libertad y a., si se usa de ellas correctamente, hay una relación que
no es de oposición, sino complementaria. Libertad y a. se condicionan
mutuamente, pues ambas están a servicio del hombre por su vinculación a las
personas y a sus valores, así como, en último término, a Dios.
IV. Postulados
1. Puesto que las autoridades, limitadas por ser humanas, están siempre a
servicio de unos concretos - y por ende también limitados -valores personales,
deben cumplir su servicio al -> valor en cuestión de un modo adecuado a él.
Por eso el formalmente unívoco concepto de a. bajo el aspecto del contenido
se refiere a muy diversas realidades análogas. Así p. ej., en cuanto al
contenido, la a. de los -> padres, que se refiere, por un lado, a la educación
de los hijos y, por otro lado, al orden social de la -> familia, es distinta de la
del maestro, que ha de realizar precisamente las tareas que los padres no
pueden cumplir; o la a. del estado, que debe garantizar y realizar el bien
común de orden temporal, es esencialmente distinta de la de la ->Iglesia, la
cual está a servicio de la salvación sobrenatural. El contenido de una a.
determinada no se puede averiguar, por tanto, más que confrontando el
concepto formal de la esencia de la a. con la meta de la a. respectiva, meta
que hay que precisar a posteriori. Cuanto más concretamente se pueda
comprender esta meta, con tanta mayor exactitud se podrá determinar las
medidas que ha de tomar la a. Por tanto, de la misión de la a. eclesiástica o
civil, etc., hay que tratar oportunamente cuando se hable de la doctrina de la
Iglesia, del estado, etc.
4. La a., que procede de Dios y está ordenada a él, logrará mantener sus
diversas funciones en una tensión equilibrada, si consigue en la mayor medula
posible que se haga transparente la dimensión de su transcendencia hacia
Dios, y así pone la propia superioridad y dignidad bajo la luz que le
corresponde. Por esto, la a. se esforzará constantemente por vincular a los
hombres, no a sí misma, sino a nuestro origen y a nuestra meta por
antonomasia. Esto significa que, p. ej., en la democracia una sumisión
absoluta a la voluntad del pueblo sería una sujeción a la posible arbitrariedad
del mismo. El .pueblo puede, es verdad, designar a los sujetos de la a., pero
la potestad encarnada en ella no procede del pueblo, sino de Dios (teoría de la
designación), ante quien, en último término, uno es responsable por el
ejercicio del cargo. En este sentido, también Pío ix, en oposición a
determinadas concepciones positivístas, rechaza en el Syllabus la sentencia
siguiente: «La a. no es otra cosa que la suma del número y el conjunto de
fuerzas materiales» (Dz 1760). Esto mismo tiene validez mutatis mutandis
con relación a toda clase de a., de manera que, a la inversa, se puede decir:
Una a. terrena que no se base en algo superior, se convierte en demoníaca y
en simple poder arbitrario. Y esto se da bajo envoltura «dialéctica» incluso
cuando la a. no quiere desplegar «totalitariamente» su propio poder, sino que,
en una pseudo-renuncia a la carga de la responsabilidad del gobierno, se
quiere limitar a ser mera objetivación y órgano ejecutivo de los deseos e
intereses de sus súbditos.
Waldemar Molinski
AVIÑÓN, DESTIERRO DE
Aviñón, al empezar el s. xiv, era una pequeña ciudad (sobre 6000 habitantes)
a orillas del Ródano, con Universidad (desde 1303) y antigua sede episcopal.
Pertenecía al conde de Provenza.
Sus fáciles comunicaciones con todos los países la hacían apta para sede de la
curia pontificia. Bajo los papas llegó a tener más de 30 000 habitantes, con
bellos monumentos, fuertes muros y gran prosperidad comercial y artística.
I. Causas de la traslación
Juan xxii murió sin ver resuelto el conflicto entre el papado y el Imperio. Poco
antes había tenido otros violentos choques con los «espirituales» franciscanos,
a quienes obligó a someterse a la comunidad (Dz 48490, contra los fraticelos),
y con toda la orden de san Francisco, especialmente con su ministro general,
Miguel de Cesena, declarando herética la opinión de los que afirman que
Cristo y los apóstoles no poseían, ni siquiera colectivamente, cosa alguna en
propiedad. Por entonces fue cuando G. de Ockham huyó de Aviñón y se puso
al servicio de Luis de Baviera (1328). Como casi todos los monarcas de su
tiempo, Juan xxii acentuó la tendencia hacia la centralización y el absolutismo.
Por la constitución Ex debito (1327 ) no sólo los beneficios vacantes in curia,
sino también todos los que poseían los cardenales y demás empleados
curiales, dondequiera que muriesen, y otros muchos obispados y abadías
quedaban reservados a la Santa Sede. A la par con el centralismo y las
reservaciones, creció enormemente el fiscalismo de la curia. Juan xxii
organizó la cancillería; fijó las tasas en el despacho de los documentos,
perfeccionó el sistema de contabilidad de la cámara apostólica, reguló la
Audiencia de letras contradichas y el tribunal que luego se llamará la Rota. De
los 28 cardenales que creó, 23 eran franceses (9 de Cahors, patria del papa).
II. En la Biblia
1. Antiguo Testamento
2. Nuevo Testamento
Sin duda por influjo del antiguo --> dualismo y por un renacimiento del
pensamiento legalista del AT, poco a poco el a.fuelogrando gran importancia
en los primeros tiempos del cristianismo y se convirtió en una forma de ->
penitencia.
Marcelino Zalba
BARROCO
Fueron muy florecientes en esta época las misiones católicas, las cuales,
dirigidas (desde 1622) por la congregación romana De propaganda fide y
sostenidas por las grandes órdenes religiosas, se extendieron por todo el
mundo. Pero las rivalidades entre las varias órdenes, la larga disputa sobre la
acomodación y los ritos y la supresión de los jesuitas, trajeron retrocesos
mediado el s. xvIII.
Al lado de las poderosas, realizaciones, no deben tampoco pasarse por alto las
sombras. La Iglesia no sufrió solamente por las tensiones y disputas internas
ya mentadas. Las ciencias eclesiásticas no atendieron bastante al siempre
creciente acervo de datos que reunían las ciencias experimentales y no
pudieron ya dominarlo con aliento creador. Languideció la fuerza para crear
una auténtica síntesis convincente, comparable a la lograda en su tiempo por
la alta -> escolástica. El moderno proceso de secularización, el descenso de la
influencia cristiana prosiguió lentamente, y avanzó con rapidez en el s. xviiz.
La evolución alcanzó su punto culminante con la ilustración. La sima entre la
fe y la ciencia se ensanchó inconteniblemente y pareció de momento
insuperable. La Iglesia vivió a menudo al margen de la gran miseria social de
las clases inferiores, sobre todo en el sur de Europa y en América Latina,
aunque no faltaron quienes dieron la voz de alarma. Con el avance de la
ilustración fue cambiando insensiblemente, desde 1700, la concepción del
mundo y de la vida. En lugar de la ilusión de espacios inmensos, los hombres
pedían ahora órdenes de claras perspectivas; en lugar de entusiasmo
sentimental, exigían claridad y sobriedad racional; en lugar de magnificencia
celeste y terrena, reclamaban ayuda y utilidad en el diario quehacer humano.
A los hombres de la -> ilustración se les hicieron demasiado pesados y
complicados los suntuosos vestidos de la época barroca. Así, la ilustración
vino a ser uno de los grandes ensayos de aligeramiento o descarga de la
historia espiritual de occidente. Frente a un lastre histórico que se había hecho
demasiado grueso y pesado, la ilustración retornó a algo primigenio, anterior
a la historia: al hombre como ser racional. La mística luz celeste del b. fue
substituida en la «era de la crítica» (Kant) por la luz de la naturaleza y de la
razón.
Georg Schwaiger
BAUTISMO
A) Bautismo sacramental.
B) Bautismo de deseo.
A) BAUTISMO SACRAMENTAL
Al hombre moderno le cuesta trabajo percibir la plenitud de resonancias y
bienaventuranza que hay en las palabras con que, hacia fines del s. II,
comienza Tertuliano su tratado sobre el b.: Felix sacramentum aquae nostrae:
«feliz sacramento de nuestras aguas (de nuestro baño)» (sacramento =
acción sagrada que nos obliga bajo juramento). El b. era para aquellos
primeros cristianos comienzo dichoso y consciente de la vida cristiana, de un
nuevo renacer conforme al ejemplar primero, Cristo, llevado a cabo en un
baño de agua, acompañado de unas pocas palabras. Con la sencillez de la
acción divina, en contraste con la pompa de los ritos de iniciación de los cultos
paganos, «el baño de agua con la palabra» (Ef 5, 26) comunica algo
increíblemente grandioso, la vida de la eternidad (cf. TERTULIANO, De bapt.
1-2).
El b. está estrechamente ligado con las palabras del Señor resucitado: «Haced
discípulos míos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he
mandado» (Mt 28, 19s). En estas palabras se nos ha transmitido con toda
seguridad la voluntad del Señor glorificado de instituir el b., aun cuando su
formulación trinitaria esté condicionada por la práctica apostólica. El sentido
profundo del b. es interpretado con las misteriosas imágenes tomadas de la
conversación del Señor con Nicodemo (Jn 3, 1-10), que, a decir verdad, sólo
son plenamente inteligibles para quien conozca ya el b. cristiano. En todo
caso, hallamos desde el principio la administración del b. como fundamento
para ser discípulo de jesús y cristiano (Act 2, 37-41 et passim). Desde la
venida del Espíritu Santo en el primer Pentecostés, los apóstoles entendieron
y administraron este baño bautismal como un uso santo ya tradicional.
Deducir este uso del culto helenístico pagano es imposible; sí hallamos,
empero, analogías en el AT.
2. Analogías
3. La práctica apostólica
4. Teología neotestamentaria
5. Liturgia bautismal
El múltiple contenido de la -sencilla acción que, sin embargo, tan altas cosas
comunica, se hace visible en la liturgia del b., la cual inicia pronto su
desarrollo. Tal contenido está atestiguado en la Apología, de Justino, (r, 61),
en el escrito de Tertuliano sobre el b. y, particularmente, en la Tradición
apostólica, de Hipólito, de fines del s. ir y comienzos del III. Se comienza por
una larga preparación catequética de los aspirantes al b.; sigue la preparación
inmediata con ayunos, oraciones y promesas solemnes; luego la bendición del
agua (por lo menos en Tertuliano). El bautismo propiamente es un auténtico
baño en agua corriente, con tres inmersiones, invocando en cada una
(epíclesis) uno de los tres nombres divinos. Por fin se dan la unción, la
sigilación y la imposición de manos. Y ahora -siempre con cierta solemnidad-
el nuevo cristiano es admitido al culto divino de la comunidad de los fieles, al
ósculo de paz y a la celebración de la eucaristía. Los tiempos posteriores no
han hecho sino desplegar estas líneas fundamentales: desarrollando el ritual
del bautismo con la profesión de fe, la renuncia a Satanás, la promesa a
Cristo, y la forma dada a la administración propiamente dicha del bautismo y
a las acciones que la siguen. El catecumenado se dividió también en una larga
serie de escrutinios, hasta que, en múltiple vaivén de desarrollo y abreviación,
se fijó la práctica de la administración del b. que poseemos en el ritual
romano.
6. Estructura fundamental
7. Bautismo de niños
8. La realidad actual
Este b. es posesión viva de la Iglesia y como tal se practica. Contamos con él;
es el comienzo; de él nace el resto de nuestras obligaciones; como nos une
con la muerte y resurrección de Cristo, él nos permite esperar en medio del
inagotable «aún-no» la futura consumación escatológica.
Por de pronto hallamos una reflexión sobre la riqueza del don del b. De
acuerdo con la viveza del rito que se ejecuta con auténtica acción, se da aquí
un bajar al agua para lavarse de la antigua mortalidad del pecado, y un subir
del agua como paso de la muerte a la vida (Ps: Bernabé y Pastor de Hermas).
Así, el b. es baño que lava los pecados, remisión de todas las penas por éstos
merecidas, iluminación para la contemplación redentora, perfección, es decir,
sigilación, entrada plena a través de la frontera de la muerte en la vida de
Cristo (Clemente).
2. Orígenes
Orígenes introduce todas estas ideas dentro del marco de su visión de la
historia de la salvación, en una forma no sistemática, sino ocasional, pero con
la profundidad peculiar de su intuición, tan fecunda para toda la teología
posterior. Lo que precedió en tipos y figuras del AT y se cumplió en Cristo, es
ahora resumido y recapitulado en el b. Aquí, como siempre, Orígenes aboga
por la primacía del orden espiritual e interno sobre el exterior y visible, que ha
de estar al servicio de aquél.
4. Agustín
Esta idea fue la base de la teología bautismal que desarrolló y acabó Agustín
en la discusión con los herejes de su tiempo. Una vez más se afirma con
énfasis que Cristo es autor y señor del sacramento del b., él es su verdadero
ministro; por eso el sacramento no pierde su validez aun cuando sea
administrado por un hereje, pues también éste bautiza con el b. de la Iglesia,
con el b. de Cristo, «que en todas partes es santo por sí mismo y, por tanto,
no es propiedad de los que se separan, sino de aquella comunidad de que se
separan» (De bapt. t, 12, 19). En época posterior, sobre todo en su lucha
contra los pelagianos y en el estudio de la cuestión del b. de los niños, Agustín
recalcó aún más fuertemente el factor objetivo del sacramento. Sin estar
ligado por el sacramento a la acción saludable de Cristo (primera y
fundamentalmente por el b. y luego por la participación en la mesa del
Señor), «nadie puede llegar al reino de Dios, ni a la salvación y vida eterna»
(Sobre el mérito, el perdón de los pecados y el b. de los niños i, 24, 34). Mas,
por otra parte, y ésta es la herencia permanente de su controversia con los
donatistas, Agustín no dejó nunca de prevenir contra todo automatismo del
sacramento. Sin la fe no se realiza en absoluto el sacramento; éste es ya
expresión del acto personal de fe, por lo menos de la madre Iglesia. Es
sacramento de esta fe, signo sagrado de la fe en Cristo y en su gracia. Pero
luego, aun cuando sea válido, sin la caridad de nada sirve, no es fructuoso. De
esas consideraciones salió finalmente la idea de que el b., debidamente
administrado, en virtud del verdadero ministro que es Cristo, siempre se
confiere válidamente (pero no por «mágico» poder del rito, sino por la fe
básica, que abre el acceso a Cristo); en otras palabras, de que imprime al
bautizado una nota o señal indeleble (y por eso no puede repetirse); mas para
que despliegue efectivamente su fecundidad, es menester concurran la fe y la
caridad del que lo recibe. Aquí están, entre otras cosas, los fundamentos de la
posterior doctrina, que es actualmente nuestra, sobre el carácter del b., sobre
la señal indeleble que el rito bautismal imprime en el alma.
Junto a esta visión que se funda sobre todo en la teología paulina del b. en la
muerte de jesús, aparece otra, importante ya al principio y luego cada vez
más, a saber, la del Espíritu de Cristo que llena con su virtud santificante el
agua bautismal. Las grandes cosas que nos comunica el b., las opera por la
virtud del Señor crucificado y resucitado, el cual, invocado a través de una
consagración especial, a través de la - cada vez más compleja- consagración
del agua bautismal, y luego a través de la mención del nombre de Dios, llena
actualmente el agua con el poder de su Espíritu Santo y la fecunda, a fin de
que ella, como seno santo de la madre Iglesia, pueda regenerar para la vida:
« ...a fin de que los hijos del cielo, concebidos en la santidad, salgan, del seno
inmaculado de esta divina fuente, renacidos como una nueva creación (Misal
Romano, bendición de la pila bautismal en la noche de Pascua).
6. Teología escolástica
La época posterior guardó fielmente el legado de las ideas elaboradas por los
padres, y las redujo a una síntesis cada vez más completa. Así, la teología
escolástica trató de interpretar el b. como signo sagrado, como sacramento de
la fe, en el que se confiesa y aprehende a Cristo y su universal acción
salvífica, como un signo compuesto de elemento (materia) y palabra (forma).
Según los escolásticos, el b. representa nuestra santificación apuntando en
una triple dirección: hacia su causa (pasada, histórica, pero actualmente
eficaz), que es la pasión de Cristo; hacia su realidad formal, la gracia (la cual
está presente y configura con el prototipo); y hacia su consumación
escatológica (que aún ha de llegar y conferirá la última y suprema
configuración con la imagen ejemplar, que es Cristo). Pero a la vez el signo
bautismal es causa instrumental de la santificación significada. Como tal está
en manos del verdadero autor de toda salvación, Cristo mismo. Él permanece
siempre el Señor de sus sacramentos y el administrador de la salvación, de tal
modo que en ocasiones la comunica sin el b., p. ej., cuando la comunica a un
mártir (-a martirio) a través de su muerte o cuando, en el mero bautismo de
deseo (véase a continuación), se anexiona discípulos a través de la fe. A par
de este análisis de la verdadera naturaleza del sacramento del b., viene luego,
en la teología escolástica, el estudio general de todas las cuestiones que
atañen a la administración, al ministro, al sujeto y a los efectos del b.; el
sacramento mismo queda ordenado en el contexto general de los siete
sacramentos del NT.
7. Época de la reforma
Con sus cánones sobre el b., el concilio de Trento sólo quiso asegurar y
delimitar el legado de fe de la doctrina tradicional. Sigue siendo obligación de
todos darse plenamente cuenta, dentro del marco así trazado, de la riqueza
tradicional; no basta, pues, estancarse en las fórmulas de reprobación o de
anatema del Tridentino. Es comprensible que la teología de la época posterior,
impresionada por la obra conjunta del Concilio, cediera un tanto a la tentación
del mero acatamiento, y con ello estrechara su horizonte. Hoy la situación es
otra; ya la mera necesidad del diálogo ecuménico, y más aún los intensos
impulsos provenientes del movimiento litúrgico y del estudio profundizado de
la palabra de Dios conducen inevitablemente a una ampliación y reelaboración
de la teología del b.
1. La renovación litúrgica
Más importante es una reforma del ritual del b. de adultos, que actualmente
no es caso excepcional aun fuera de países de misión. Aquí parece darse la
alternativa siguiente: partiendo del hecho de que el actual ceremonial,
desproporcionado en su conjunto, es en su mayor parte un resumen apretado
del catecumenado ahora inexistente y, por ende, un mero anacronismo
conservado por espíritu tradicionalista, síguese que, para procurar al neófito
adulto una participación viva y activa en la recepción del sacramento, o bien
habría que acortar el ceremonial eliminando razonablemente todo lo
anticuado, o bien se debería restaurar la institución del catecumenado dentro
del marco de lo actualmente aconsejable y posible (cf. Stenzel, o.c. 303).
Como hay muchas razones en pro de esto último, el deseo de reforma se
extendería concretamente a que se dejara de administrar el b. en un solo
acto. Se debería, pues, volver a la separación cronológica entre la preparación
y la administración del b. La acción total podría repartirse en tres actos
separados entre sí, que, de acuerdo con las circunstancias, se prolongarían
durante un tiempo más o menos largo. En el primer estadio, ad catecumenum
faciendum (apertura del catecumenado), se cultivaría el diálogo entre el
candidato al b. y la Iglesia; en el segundo período, predominarían los
exorcismos; como tercer período y culminación seguiría la administración del
b.: renuncia a Satanás (con unción), símbolo de la fe, baño de agua
(bautismo mismo) y ritos finales (sobre otros pormenores cf. Stenzel, o.c.
305-307). Acerca de la nueva configuración de la liturgia del b. de adultos, a
base del «Consilium ad exsequendam Constitutionem de sacra liturgia», véase
Fischer, Notitiae 3 (1967), p. 55-70.
4. Realismo sacramental
b) Mas si partimos del signo visible del baño de agua en cuanto es un lavado,
o sea, si partimos de la forma que prácticamente predomina en la actualidad,
por el mismo rito conocemos la realidad bautismal como lavatorio, como
purificación del hombre pecador por la sangre preciosa del cordero de Dios,
por el agua que brotó del costado abierto del Señor crucificado. El instrumento
de este poder purificante y redentor de Cristo es el agua bautismal, la cual,
llena de la virtud del Espíritu Santo por la invocación del nombre de Dios, libra
al bautizado de todo pecado y lo vivifica para la nueva vida de la
«regeneración por el agua y el Espíritu Santo» (Jn 3, 5). Así se le abre al
bautizado la puerta para entrar en el reino de Dios. Ahora bien, ora
consideremos el b. como la realización de la crucifixión, ora lo consideremos
como instrumento del Redentor para purificarnos y lavarnos, para darnos la
gracia y vivificarnos, él es siempre obra de Dios, comunicación
soberanamente poderosa de la acción salvífica de Cristo, que actúa sobre el
pecador con todo poderío, por misericordia, por amor preveniente y gratuito,
pero que desde este momento obliga y exige la obediencia del hombre.
5. Exigencias del b.
Pero el b. pide aún mucho más: que permanezcamos en el amor con que y al
que Cristo nos ha llamado, que llevemos unos las cargas de los otros y
cumplamos así la ley de Cristo. En virtud de la comunión con Cristo que se
nos ha dado en el b., podemos y debemos llevar a cabo en adelante lo que
actualmente llamamos la «misión universal de los cristianos», a saber: por el
cumplimiento de nuestro deber, dar testimonio de Cristo en medio del mundo,
en espera de la última manifestación de su gloria, hasta que Dios, lo sea todo
en todos (cf. 1 Cor 15, 28).
Burkhard Neunheuser
B) BAUTISMO DE DESEO
I. Visión histórica
Puesto que esa disposición está ordenada al -> sacramento como un «deseo
del mismo», la justificación que precede a su recepción fue considerada como
una especie de anticipación de la gracia sacramental. Con relación al bautismo
esta doctrina pronto se hizo común y, más tarde, también fue aceptada por el
concilio de Trento (Dz 797). La clase de disposición que es necesaria para
adquirir los efectos del bautismo (sin bautismo), fue un punto de especial
discusión entre los teólogos medievales. Una teoría muy extendida -defendida
también por Tomás de Aquino - decía que antes de la venida de Cristo era
suficiente creer en Dios y en su providencia gratuita respecto a la humanidad.
Esta fe era considerada como una -> fe implícita en el Cristo futuro. Pero.
después de la venida de Cristo, según Tomás de Aquino, es necesaria la
aceptación explícita del mensaje cristiano. Ésta fue también su opinión en la
discusión sobre la universal -> voluntad salvífica de Dios (en -> salvación).
Esa idea general del bautismo de deseo fue confirmada formalmente por la
Iglesia en la carta de Pío xii al cardenal Cushing de Boston en el año 1949 (DS
3869 hasta 3872). Esta carta explica el significado de la fórmula dogmática
«fuera de la Iglesia no hay salvación» en los siguientes términos: En ciertas
circunstancias, que están especificadas, basta para salvarse un voto implícito
del bautismo - y, con ello, de la Iglesia-, por cuanto este deseo está inspirado
por la fe sobrenatural y soportado por el amor de Dios, o, dicho de otro modo,
por cuanto este deseo es la obra de Dios mismo en el hombre.
Puesto que actualmente vemos con toda evidencia que el pueblo de Dios de la
antigua y la nueva alianza fue y es sólo una pequeña minoría dentro de la
familia humana, hoy resulta mucho más urgente que en la época de los
grandes descubrimientos reflexionar sobre el destino salvífico de la mayor
parte de la humanidad. La elección del pueblo de Dios por medio de la gracia
¿significa que la acción salvífica de Dios no se realiza fuera de este pueblo
más que raras veces y a modo de excepción? ¿No hay que suponer que Dios,
habiendo revelado en Jesucristo su universal voluntad salvífica, lleva a cabo la
salvación de los hombres tanto en la Iglesia (donde su acción es
«reconocida») como fuera de ella (donde esta acción no es «reconocida»
como tal)? La elección irrevocable que Dios hace de la humanidad en la -->
encarnación, la eficacia universal del sacrificio de Cristo y su victoria definitiva
sobre el -> pecado y la -> muerte significan que, con la venida de jesús, la
humanidad entera ha entrado en una nueva situación salvífica. Ella ha recibido
una ordenación objetiva a la forma de ser del Cristo resucitado, ordenación
que se funda en la absolutamente libre voluntad reconciliadora de Dios. Por
tanto con el concepto de b. de deseo se intenta hacer comprensible la posible
existencia de una acción salvadora y santificadora de Dios en la humanidad
fuera de los límites visibles de la Iglesia.
Gregory Baum
BAYANISMO
I. Doctrina
Movidos por el deseo ardiente de una teología más cercana a la vida, los
profesores de Lovaina M. Bayo (1513-89) y J. Hessels (1522-66) lucharon por
un retorno a las fuentes, principalmente por un retorno a Agustín. Bayo
declara que su principal preocupación es la corrupción del hombre caído y la
necesidad de la - gracia. De lo primero hizo él su tema; y tomó como punto
de partida la - naturaleza del hombre. Ésta incluye, a su juicio, la adhesión a
Dios por la observancia de los mandamientos, por la píelas y por los restantes
carismas del Espíritu Santo. Forma además parte integrante de la naturaleza
el subordinar los apetitos sensitivos al espíritu, y también pertenece al orden
de la naturaleza el que el cumplimiento de los mandamientos sea
recompensado con la vida eterna. Incluso los dones paradisíacos y celestiales
no son para el hombre íntegro ni para los ángeles dones propiamente
sobrenaturales o gracia. Lo cual no significa que estos dones surjan
necesariamente de los principios constitutivos de la criatura; pero, como el
hombre sin estos dones no es feliz, Dios no puede negarse a concedérselos.
Naturaleza es lo que al principio Dios dio al hombre. El --> pecado original es
la inversión de esta justicia natural, a saber: ceguera para las cosas de Dios,
amor al mundo y hostilidad contra Dios, la sublevacoón de las pasiones,
principalmente de las sexuales. Por esto, sin la gracia el hombre caído peca en
todas sus acciones, pues tiende a una meta final distinta de Dios. Es cierto
que el hombre puede superar un apetito por el apetito opuesto 0 también por
amor a la virtud, pero incluso una virtud ejercitada por la virtud misma es
pecado. Pues solamente podemos orientar la acción en dos sentidos: o amor a
Dios, o amor pecaminoso al mundo. La doctrina de una cierta moralidad
natural es pelagiana.
¿Cómo reconciliar esta necesidad de pecar con el libre albedrío? Bayo contesta
que la verdadera libertad, la cristiana, no es una posibilidad de elección, sino
la sumisión espontánea a Dios. No quiere negar la libertad de elección, pero la
atribuye al pecador sólo con relación a valores moralmente indiferentes. El
principio de que Dios no obliga a nada imposible, valía en el estado de justicia
original; pero es pelagiano el aplicarlo al hombre caído. Así la concupiscencia,
aun no siendo voluntaria, es también pecado. Incluso en el hombre justo
constituye una transgresión real de los mandamientos, pero en él ya no es
pecado, pues se ha perdonado su aspecto punible y la voluntad no se deja
dominar por ella. En la tierra la justicia no es tanto un estado cuanto un
progreso.
Bayo planteó agudamente toda una serie de problemas reales, pero no los
solucionó. El culto a la letra de Agustín, pero sin la amplitud del espíritu
agustiniano, y la aversión a la escolástica, que le condujo a una
infravaloración del concilio de Trento (Bayo no negó realmente la doctrina del
Concilio, pero al tratar de las cuestiones sobre el pecado original, la
justificación, el mérito, etc., no tuvo en cuenta los resultados tridentinos), le
obstruyeron el camino hacia la solución. Ahora bien, mientras los problemas
planteados por el bayanismo no encuentren una solución satisfactoria en
todos los aspectos, él influirá como tentación y estímulo en la teología
católica. La universidad de Lovaina, al afianzarse en una doctrina
explícitamente antibayanista, mantuvo despierta la discusión. Allí se formó
Jansenio y también el clero que en los Países Bajos preparó los espíritus para
el --> jansenismo.
Pieter Smulders
BIBLIA
A) Crítica bíblica.
B) Cronología bíblica.
C) Geografía bíblica.
D) Historia bíblica.
A) CRÍTICA BÍBLICA
La Biblia contiene el mensaje de Dios a la humanidad, pero este mensaje
adopta la forma de toda una literatura que, si bien inspirada por Dios, está no
obstante compuesta a la ordinaria manera humana. Se escribió hace dos o
tres mil años, por personas y para personas que vivían en condiciones
históricas, sociales, políticas, económicas, culturales y religiosas muy distintas
de las nuestras. Si bien los autores poseían sus propios recursos personales
de fantasía y de inteligencia, su lenguaje, psicología, punto de vista e
intención, sin embargo estaban también sujetos a las ideas y corrientes de
pensamiento, como también a las formas y modos literarios de composición
de su época. La sociedad a que pertenecían estaba en constante evolución,
profundamente influida por la cultura y la mentalidad de las diferentes
sociedades con que estaban en contacto: esto aparece más y más claramente
a medida que vamos conociendo mejor sus literaturas, gracias a los
descubrimientos arqueológicos.
Añádase a esto que los textos bíblicos originales se perdieron hace ya mucho
tiempo, y actualmente sólo nos quedan copias, algunas hechas sólo unos
pocos siglos después del original y otras hasta veinte siglos posteriores a él;
estas copias han estado además expuestas a todos los azares que
acompañaron la transmisión de cualquier otro documento antiguo. Todo esto
debe tomarse en consideración antes de poder comprender debidamente el
mensaje divino de la B., formulado y transmitido en forma tan humana. Tal es
el objetivo de la crítica bíblica.
Por lo que se refiere al AT, hay que distinguir ciertos tipos elementales de
otros más cuidados de poesía: cantos primitivos, y literatura sapiencial,
profética y sacerdotal; y también cabe descubrir allí diferentes especies de
leyes, así como diversas clases de narración: mito, leyenda (ambos en un
determinado sentido), epopeya, fábula, narraciones etiológicas, cuentos
literarios, midrasím, cuentos populares, relatos históricos.
B) CRONOLOGÍA BÍBLICA
En la Sagrada Escritura, especialmente en el AT, no faltan indicaciones
cronológicas, pero es difícil encuadrarlas en un sistema cronológico fijo.
I. Cronología relativa
II. Sincronismos
Para traducir los datos temporales del antiguo oriente a la cronología cristiana
es necesario recurrir a la astronomía. Con tablas astronómicas en la mano
podemos determinar el momento de la salida de Sirio en Egipto o de Venus en
Babilonia y el tiempo de los eclipses de sol y de luna a los que se hace alusión
en los antiguos documentos orientales. De este modo se ha podido calcular
que el eclipse solar del año nueve del rey asirio Asurdán iii se produjo el 15 de
junio del 763 a.C. Y a base de esta fecha absoluta podemos entre otras cosas
traducir la cronología relativa de los asirios a datos utilizables por nosotros.
Los sincronismos nos ayudan a proceder en forma parecida con otras fechas
orientales y bíblicas.
3) Época de los Jueces: debió desarrollarse alrededor de los s. xii y xi; las
fechas del libro de los jueces no ofrecen una base segura para una cronología.
La división del reino se produciría por el año 932. En los libros de los Reyes y
en las Crónicas (Par) hallamos muchos sincronismos entre los reyes de Israel
y los de Judá, pero estos escritos presentan muchos problemas no resueltos.
En 722 (y 720) cae Samaría y desaparece el reino del Norte. En 701 el rey
asirio Senaquerib pone sitio a Jerusalén.
El 16 de marzo del 597 los babilonios toman por primera vez la ciudad de
Jerusalén; a mediados del 586 la conquistan de nuevo y destruyen el templo,
y a continuación se produce el exilio babilónico.
9) Período romano: del 63 a.C. hasta el 70 d.C. Herodes el Grande reina entre
el 40 y el 4 a.C.; Arquelao es etnarca desde el 4 a.C. hasta el 6 d.C.; Poncio
Pilato actúa como procurador de Judea del 26 al 36; el año 70 se produce la
destrucción de Jerusalén por Tito.
c) Duración de la vida pública. Juan menciona tres pascuas (2, 13. 23; 6, 4;
11, 55, 12, 1 13, 1) en la vida pública de jesús; por tanto ésta duró 2 años y
algunos meses (la fiesta mencionada en Jn 5, 1, o bien es la misma que la de
6, 4, o bien es pentecostés; en Jn 4, 35 probablemente se trata de un modo
de decir refranesco; y por eso no es necesario admitir que la actividad pública
de Jesús duró 3 años). Los sinópticos sólo mencionan la última Pascua de
jesús, pero Lc 13, 1-5 parece suponer una Pascua anterior.
11) Tiempo apostólico. Pablo. El rey Herodes Agripa 1 murió en el verano del
44; por tanto el mismo año se produjo el martirio de Santiago el Mayor y la
prisión de Pedro (Act 12, 1-23). Según la «inscripción de Delfos», Galión fue
procónsul de Acaya el año 51-52 o el 52 o el 52-53 y, consecuentemente,
Pablo estuvo en Corinto por los años 51-52 (cf. Act 18, 1. 11-18). Según esto
el Apóstol inició su segundo viaje apostólico en el otoño del 49 o del 50, y el
concilio de Jerusalén se celebró en el verano u otoño del 49 o del 50. La
conversión de Pablo cae entre el 33 y el 36 (cf. Gál 1, 18 2, 1; 2 Cor 11, 32).
La prisión en Jerusalén y Cesarea se data en el 57 o 58; y como fecha del
viaje a Roma, se señala el tiempo entre el otoño (Act 27, 9) del 59 o del 60 y
la primavera (Act 28, 11) del 60 o del 61. La prisión en Roma duró hasta el 62
ó 63; y la segunda prisión romana y el martirio (junto con Pedro) se
produjeron el año 66 a el 67.
Balduino Kipper
C) GEOGRAFÍA BIBLICA
I. Situación greográfica
1. Vista de conjunto.
Situado al oeste del desierto sirioarábigo, el país bíblico abarca la mayor parte
del estado de Israel (menos el desierto del sur) y del reino de Jordania
(menos el desierto del este). Así delimitado, se extiende entre los grados 31 y
34 de latitud sobre una extensión de 300 km.
Allí lindan los montes de Samaría y de Judea, que se extienden hasta la baja
llanura de Beer-Seba, en el límite del desierto. d) La llanura costera, de 15 a
20 km. de anchura, cortada en dos por el promontorio del Carmelo.
2. Comunicaciones
Aunque el relieve bastante suave apenas ofrece grandes obstáculos a las vías
de comunicación local; sin embargo, las grandes líneas de tráfico están
centradas en un espacio relativamente pequeño.
Los montes de Palestina están más bien contorneados que atravesados por
estas rutas; lo cual no implica un aislamiento. Esta zona alta era
suficientemente rica para desarrollar el comercio y el tráfico; y ahí tenemos
una de las razones por las cuales los reinos que en tiempos tuvieron allí su
sede jugaron un papel en la historia política de la antigüedad.
3. Clima y agricultura
Más de la mitad de los lugares importantes del AT han sido identificados con
suficiente certeza; casi todos los del NT lo han sido igualmente. Ya desde la
antigüedad se procuró localizar exactamente el sitio de los acontecimientos de
la historia sagrada (cf. Jos 4, 9; 7, 26, etc. ). Las comunidades judías y las
cristianas, así como la práctica ininterrumpida de las peregrinaciones
conservaron viva la tradición. Escritores eclesiásticos como Eusebio de
Cesarea y jerónimo reunieron en los s. iv y v abundante material sacado de
fuentes fidedignas, fijando así la tradición talmudista acerca de los lugares. La
investigación histórica de los siglos xix y xx volvió sus ojos hacia Palestina.
Muchos nombres y restos de antiguas ciudades bíblicas fueron descubiertos
nuevamente. Citemos a los investigadores más importantes: los
norteamericanos Robinson y Albright, los ingleses Conder y Warren, los
franceses Clermont-Ganneau y Abel y los alemanes Dalman y Alt.
Desde la perspectiva actual resulta difícil comprender la frase bíblica: «un país
donde manan leche y miel» (Éx 3, 8 et passim). Cuando la B. hable así - y a
veces con gran elocuencia (Dt 8, 7-10; 11, 11-15)-, su descripción no
concuerda con las impresiones que el viajero actual saca de Palestina. Pero la
historia muestra que en esta zona hubo una vida económica, cultural y
religiosa sumamente floreciente hasta final del s. xvi aproximadamente. La
variedad de productos agrícolas permitía a la población del levante una forma
de vida sana y equilibrada. Y si actualmente la pobreza es manifiesta, ésta
nunca toma formas denigrantes. La tierra cultivable es explotada a fondo. En
la mayoría de los pueblos se cultivan casi todas las clases de productos
agrícolas.
Israel no era ni un país abierto a todas las innovaciones, como Siria, ni una
región extraordinariamente fértil, como Egipto, cuya riqueza contribuyó al
nacimiento de la idolatría. Era sencillamente una tierra que ofrecía los
presupuestos naturales para el singular puesto religioso de un pueblo.
No era fácil gozar en paz de este país. Lo mismo que hoy día, Palestina estaba
en el camino del comercio y de la guerra entre Egipto y Mesopotamia, y
estaba también abierta a las influencias marítimas. Por estas tres direcciones
podían venir grandes civilizaciones idolátricas. No hay mejor medio para darse
cuenta de ello que visitar, guía en mano, las colecciones egipcias y orientales
de nuestros museos.
Fue menester una guerra casi sin respiro para defender la independencia
política y religiosa de la nación frente 'a esas influencias. Finalmente, la
empresa nacional de Israel fracasó y Jerusalén fue tomada el año 587 a.C.
Pero perduró con éxito la empresa religiosa, un «residuo pequeño»
permaneció fiel al Dios único y pudo restaurar el pueblo santo. Israel vio caer
los ídolos de Egipto, de Asur y de Babilonia; lo cual no pudo menos de
confirmarlo en su fe. Cuando una nueva civilización idolátrica, la de los
griegos, irrumpió en oriente, esta fe pudo resistir a su influjo.
Michel Du Buit
BIEN
I. El concepto
III. Problemática
Jórg Splett
BIEN COMÚN
Fue un vivo intercambio, en que terciaron otros autores, por uno y otro
campo. El último enfrentamiento de posiciones se ha dado muy recientemente
entre Arthur Utz O.P. y Georg Wildmann (discípulo de Gundlach). Tantas
discusiones han servido, por una parte, para profundizar en el problema;
pero, por otra parte, engendran, tal vez, alguna confusión, pues se multiplican
los matices y las explicaciones, hasta el punto de que puede llegarse a que los
árboles no dejen ver el bosque. Por eso nos limitaremos dar las líneas
esenciales.
BIBLIOGRAFÍA: R. González Moralejo, Pensamiento pontif. sobre el Bien Común (Ma 1955);
G. Vedovato, Ven il bene comune (Fi 1958); A. Utz, Ética social (Herder Ba 1964-5 al. He¡
1958); S. Alvarez Turienzo, Nominalismo y Comunidad (El Escorial 1961); J. Zaragüeta,
Problemática del bien común (Ma 1956); S. Ramírez, Pueblo y gobernantes al servicio del
bien común (Ma 1956); V. Antolín, Doctrina marxista del bien común (Ma 1956); C. Cardona,
La metafísica del bien común (Rialp Ma 1966); J. L. Albertos, Los derechos del hombre en el
bien común universal: Nuestro Tiempo 12 (1965) 555-576; E. García Estébanez, El bien
común y la moral política (Herder Ba 1970).
BIZANCIO,
CULTURA CRISTIANA DE
El hecho de que el año 1439 se acordara en Florencia una unión entre Roma y
Constantinopla, la cual no se debía a ninguna medida coactiva del emperador
bizantino, sino que se había preparado por el camino de la persuasión,
permitió confiar hasta el último momento en el encuentro entre el oriente y el
occidente por el camino de la razón. Pero la euforia de los padres griegos de
aquel Concilio desapareció en el instante en que ellos pisaron el último terruño
de su patria no ocupado todavía por los turcos, Constantinopla, y fueron
recibidos como traidores. La mayoría decisiva optó en esta ocasión por la <
tradición de los padres», tal como la entendían los constantinopolitanos que
no habían asistido al Concilio. Éstos sacrificaron su persuasión a una fidelidad
desesperada. Y ningún emperador habría podido imponer la unión contra la
voluntad de la población de Constantinopla, en la cual él tenía que confiar
pasara lo que pasara si abrigaba alguna esperanza de defender todavía la
ciudad contra el último ataque llevado a cabo por los invasores turcos.
Hans-Georg Beek
BREVIARIO
Como todavía no se sabe hasta qué grado repercutirán los resultados de esta
reflexión en la reforma del rezo del b. exigida por el Vaticano ii (Constitución
sobre la Liturgia, ns. 83-101), no se puede hacer una exposición global y
sistemática, puesto que podría ser muy pronto superada por las reformas. Por
eso, selecionamos sólo algunos temas cuya explicación, independientemente
de la forma futura del breviario, es indispensable para una recitación razonada
y responsable de una «plegaria oficial de la Iglesia».
II. Estructura
Entre los elementos particulares el rezo de los salmos exige una atención
particular, no sólo por su importancia cuantitativa, sino también, y
especialmente, por su origen bíblico y por el sentido que les dio la antigua
Iglesia. En efecto, en las canciones de los salmos se halló desde el principio
un compendio del AT, en cuanto éste es recuerdo y preparación del acontecer
salvífico, y hallóse sobre todo la oración vocal proféticamente pronunciada, la
que pronunció el Espíritu inspirador de Dios a través de las personas que,
como figuras previas de jesús (p. ej., ¡David!), dirigían al antiguo pueblo de la
alianza. Y, de esa manera, en tal grado apuntaba el Espíritu hacia el Mesías,
que los salinos son su más propia y peculiar oración. El salterio sólo es
recitado rectamente cuando se le entiende como oración de Jesús (al Padre),
como oración de jesús que la Iglesia repite (dirigiéndola junto con él al Padre
y también al mismo Cristo, que es la imagen del Dios invisible aparecida en la
historia y la cabeza divina de la Iglesia).
V. Teologumenos de la tradición
Con estos presupuestos, a la cuestión del valor espiritual del rezo del b. se
puede responder sencillamente: así como la recepción frecuente de los
sacramentos no aumenta sin más la gracia y no glorifica más a Dios si no le
acompaña una profunda entrega de fe por parte del que los recibe, asimismo
el rezo del b. como tal no es «mejor» simplemente porque se trate de la
«plegaria de la Iglesia» y se realice por «encargo oficial», sino sólo (pero en
tal caso siempre) si esta oración se convierte en el signo de una entrega más
profunda al Señor, el cual busca para sí una Iglesia orante (y no sólo orantes
particulares). Y, a la inversa, se desea urgentemente la participación
numerosa y consciente de aquellos que no están obligados por el derecho
eclesiástico al rezo de las horas (cf. Constitución sobre la liturgia, n. 100), no
precisamente con el fin de que su oración sea así «mejor», sino con el fin de
que la Iglesia se muestre como la Iglesia orante en el mayor número posible
de miembros y sea así un signo más fuerte de la presencia salvífica de Cristo.
Angelus Häubling
BRUJAS, PROCESOS DE
Según la «doctrina» general sobre las b., son generalmente mujeres las que
se dan a la magia o brujería, pues, según esa doctrina, las mujeres son más
propensas a la sensualidad y al pecado (ya en el paraíso Eva fue quien sedujo
a Adán).
Hugo J. Zwetsloot
CALIFICACIONES TEOLÓGICAS
I. Concepto e importancia
Así habrá que estimar la significación de las c. bajo el aspecto del propter nos
homines, de la palabra para los hombres, y de la esencialidad de la
comunidad humana, de la Iglesia socialmente constituida (necesidad de
entenderse, regulación del lenguaje) y de la historicidad (como necesidad y
límite de una c. t. en conformidad con la situación).
2. Fases de la historia
c) Obligan como proposiciones infalibles las definidas por un concilio unido con
el papa, o por el papa cuando habla ex cathedra en materias de fe (->
infalibilidad). Las c. auténticas (pero no infalibles) exigen la «obediencia
religiosa de la voluntad y del entendimiento» (Lumen gentium, n .o 25). Otras
c. dadas por los teólogos tienen el peso de la autoridad técnica y de la
«doctrina dominante».
1. La f e de la Iglesia universal
Hoy más que nunca, las c. deben pensarse y pronunciarse con miras a la
Iglesia universal y a su fe (es decir, con miras por de pronto a toda la Iglesia
católica, pero también a las Iglesias separadas). Ello tiene primeramente su
razón teológica en la doctrina sobre el -> pueblo de Dios, que tomado en su
totalidad es Iglesia, y cuyo «sentido de la fe» constituye un factor decisivo en
el conocimiento dogmático. «Con este sentido de la fe, que el Espíritu de
verdad suscita y mantiene, el pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la
fe confiada de una vez para siempre a los santos (Jds 3 ), penetra más
profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la
vida, guiado en todo por el sagrado magisterio, sometiéndose al cual no
acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1
Tes 2, 13; Lumen gentium, n° 12). Si este sentido de la fe del pueblo de Dios,
de que están también dotados los laicos (cf. ¡bid., n .o 35), desempeña tan
gran papel incluso para lograr la c. más alta, la c. de fide, síguese que todo el
pueblo de Dios participa (o debe participar) con mayor razón en el proceso del
conocimiento teológico no infalible y en el logro de la recta calificación
teológica. La realización de esa comunidad creyente está posibilitada por los
modernos medios de comunicación y por la expansión, aneja a ellos, de la
formación teológica. Y precisamente en esta situación las c. sirven para
mostrar la identidad de la fe en el cambio de sus formulaciones. Así, pues, las
c. deben servir, en su cúspide dogmática, para que nazca y se manifieste con
seguridad el consensus fidelium; un consentimiento que, sostenido por una fe
personal, sólo puede nacer de la libertad de conciencia, y no puede consistir,
hoy menos que nunca, en una, fórmula impuesta de manera puramente
externa. Por eso, el campo teológico, en el cual se articula la identidad de la
fe, puede y debe ser extenso y plurifacético.
2. El pluralismo en la teología
De ahí resulta la necesidad de que una c. sólo sea pronunciada como fruto de
un diálogo entre las escuelas y tendencias, sostenido por el amor a la fe una y
por la correspondiente voluntad de entenderse. A este propósito puede ser útil
una aplicación objetiva del principio de subsidariedad en la Iglesia. Ello
significaría también en el campo de las c. y censuras una revaloración del
oficio episcopal y de las autoridades regionales, p. ej., de las conferencias
episcopales. Éstas deben tomar por consejeros a teólogos de las más distintas
tendencias, en la medida que tales tendencias sean representativas en su
región. El magisterio papal (y sus órganos) tendrían especialmente la misión
de tratar las auténticas cuestiones de fe, que como tales afectan a toda la
Iglesia, interviniendo en ellas dentro del marco del principio de subsidiaridad,
es decir, actuando como instancia de apelación. Para ello el supremo
magisterio de la Iglesia necesita del servicio de la teología mundial y también
de un anterior trabajo de calificación realizado por las autoridades
eclesiásticas regionales y por una teología posesionada de su función
eclesiástica y que realice libremente su cometido. Evidentemente hay que
distinguir aquí entre aquellas dimensiones del primado que afectan a la Iglesia
universal y aquellas funciones que el papa ejerce en calidad de patriarca de
occidente, o de metropolita de la provincia eclesiástica de Roma, o de obispo
de la diócesis de Roma.
Lo dicho hasta aquí tiene una validez especial con relación a las censuras, las
cuales son ciertamente necesarias, pero sólo deben imponerse después de
largas conversaciones llevadas a cabo con conocimiento del asunto. Mientras
una posición marcadamente anticristiana puede en principio reconocerse como
tal en todos los tiempos, en el campo interno de la teología y en sus
cuestiones límites se presentan agudizadas las dificultades mencionadas. En
este punto habría que recalcar, confiando a la vez en la asistencia del Espíritu
Santo, que la recta fe es altamente valiosa para la autoridad eclesiástica
(sobre todo en su suprema cumbre doctrinal: --> infalibilidad), pero habría
que conceder al mismo tiempo la posible «bona fides» del censurado y la
historicidad - no superada por la autoridad eclesiástica - en la inteligencia de
una determinada expresión de la fe. La fórmula de censura podría p. ej., decir
que, tras detenido examen, actualmente no es posible reconocer que una
tesis determinada está de acuerdo con la concepción que la Iglesia católica
tiene de la fe. De este modo se pronunciaría una censura (que no equivale a
la coacción «profana») con toda la autoridad de la Iglesia presente (la cual
cabalmente obliga como presente), y quedaría a la vez abierta la posibilidad
de un futuro ahondamiento en la inteligencia de la fe y de una mejor
interpretación de la tesis censurada y, por ende, de un acuerdo antes
imposible.
Johann Finsterhölzl
CALVINISMO
I. Calvinismo y Calvino
Calvinismo es el nombre (introducido por los luteranos contra la voluntad de
Calvino) de aquella forma de -> protestantismo que directa o indirectamente
tiene su origen en la obra reformadora de Juan Calvino (1509-1564). Tiene
sus raíces en el humanismo francés y suizo de principios del s. xvi y, por
tanto, no es simplemente una desviación del luteranismo, por muy verdad que
sea que «las doctrinas fundamentales de Lutero son también las de Calvino»
(E. TROELTSCH, Die Soxiallehren der christlichen Kirchen und Gruppen, T
1922, p. 610). La influencia de Bucero, Melanchton y Bullinger sobre Calvino
modificó también el c. La «conversión» de Calvino (entre 1530 y 1533) se
debió a la lectura de la Biblia, especialmente a la lectura del AT. Él la leyó
como palabra de Dios pronunciada directamente para él y la tomó como única
fuente y norma de la fe cristiana. Este principio de que la Escritura no sólo es
la única fuente sino también la única norma, de manera que el creyente, para
conseguir una seguridad sobre el contenido de la revelación, no necesita una
interpretación infalible por parte de la Iglesia, es la base de toda la ->
reforma. En este sentido el c. se consideraba a sí mismo en primer lugar como
la iglesia reformada según la palabra de Dios, que todo cristiano podía
corregir a la luz de la Escritura. La intención de fundar una Iglesia nueva
estuvo tan lejos de la mente de Calvino como de la mente de Lutero. La
preocupación más seria de Calvino fue la de garantizar la transcendencia de la
revelación de Dios, de la cual el hombre no puede participar más que por la
gracia.
Este testimonio del Espíritu Santo es, por un lado, un testimonio de la verdad
divina de la sagrada Escritura (CR 29, 259-296) y, por otro, el don de la
certeza interna y perfecta de la promesa que Dios hace a cada hombre en
concreto. El testimonio externo del Espíritu en la Escritura sobre la fidelidad
inconmovible de Dios a su promesa queda sellado por el testimonio interno en
el corazón y da así certeza de la salvación eterna (Inst. r, 9, 3). Poco a poco
va viendo Calvino con más claridad que este testimonium Spritus Sancti es
sólo un aspecto de la acción especial del Espíritu Santo para conferir al
creyente la salvación merecida por Cristo (Inst. 111, 1, 3-4).
Calvino tuvo que luchar casi desde el principio en dos frentes: por un lado,
contra la Iglesia católica romana; por el otro, contra los libertinistas, que
negaban las doctrinas fundamentales del cristianismo (alguna vez incluso la
doctrina trinitaria) y decían estar guiados personalmente por el Espíritu Santo,
sin hallarse . vinculados muchas veces a la sagrada Escritura más que por un
lazo sumamente débil.
Pero, por otro lado, Calvino se opone igualmente a los libertinistas, que
intentan separar radicalmente la acción del Espíritu Santo y la función de la
Iglesia. La divina providencia ha establecido una unión extrínseca entre la
acción del Espíritu Santo y la función de la Iglesia, dice Calvino. Así, la obra
del Espíritu Santo está ligada en primer lugar a la palabra de la sagrada
Escritura, después a la palabra predicada por la Iglesia (Inst. iv, 1, 4) y,
finalmente, a los sacramentos.
Johannes Witte
CANON BÍBLICO
Hacia mediados del s. II Marción, que fue excluido de la Iglesia por sus ideas
gnósticas y antijudías, dio en Roma un impulso decisivo para la formación del
c. eclesiástico. Marción rechazaba todo el AT por su imagen del Dios
vengativo. Concedió validez solamente a diez cartas de Pablo y al Evangelio
de Lucas, una vez expurgadas las citas del AT y la historia de la infancia de
Jesús, y con este c. suyo substituyó por vez primera el del AT. La Iglesia
rechazó la herejía marcionita al legitimar los cuatro Evangelios por medio de
un prólogo y al declarar canónicas, además de las cartas paulinas del c. de
Marción, las cartas pastorales, los Hechos de los apóstoles y el Apocalipsis.
Este proceso llega a sedimentarse oficialmente hacia fines del s. ri en el
fragmento de Muratori, que enumera 22 escritos neotestamentarios: los
cuatro Evangelios, los Hechos de los apóstoles, 13 cartas paulinas, 3 epístolas
católicas, el Apocalipsis y el Apocalipsis de Pedro, no aceptado en todas
partes. De este modo hacia el año 200 se concluyó en la Iglesia occidental la
formación del c., con excepción de la carta a los Hebreos, declarada no
paulina, y del número oscilante de las epístolas católicas. En la Iglesia griega
la carta a los Hebreos fue aceptada, pero no el Apocalipsis, que sólo a partir
del s. vi pudo introducirse lentamente. También aquí siguió discutiéndose el
número de las epístolas católicas. La 39 carta pascual del obispo Atanasio de
Alejandría, que procede del año 367, junto con los libros del AT, menciona los
27 libros del NT como parte de un canon ya fijo (Ap. 22, 18s; «Nadie debe
añadirle ni quitarle nada»). En los sínodos antiarrianos de mediados del s. iv
tiene lugar una igualación del c. oriental y del occidental. En el cap. segundo
del Decretum Gelasü que se remonta al sínodo romano del año 382, se da a
conocer el c. de 27 escritos neotestamentarios y esa extensión del c. fue
confirmado posteriormente por una carta del papa Inocencio i del año 405, así
como por los sínodos africanos de Hippo Regius (393) y de Cartago (397-
419). Desde el s. iv no se tomaron decisiones nuevas acerca del c., sin
embargo, hasta cierto paréntesis breve del pietismo en el siglo xvIII y xlx,
volvieron siempre a discutirse la validez canónica y el rango de algunos
escritos del NT, en relación con la pregunta por su autenticidad literaria. El
Tridentino fijó definitivamente en 1546 el c. del AT y del NT, apoyándose en el
Florentino así como en la persuasión existente en el s. iv, pero sin decidir la
cuestión de la autenticidad de cada uno de los escritos neotestamentarios. La
teología defiende concordemente que el Concilio sólo definió autoritativamente
la pertenencia al c. de los libros enumerados, pero no los problemas históricos
relativos a su autor y a la autenticidad de las partes discutidas. Pues la
autenticidad y la canonicidad son dos conceptos totalmente diversos que han
de ser distinguidos en forma clara.
Paul Neuenzeit
CANONIZACIÓN
La certeza de que los mártires, que entregaron la vida por Cristo, han entrado
en la gloria de Dios, así como la persuasión de que la intercesión de los unidos
con Cristo es sumamente eficaz, movieron a la Iglesia desde los primeros
tiempos a tributarles veneración, a invocar su mediación, y a celebrar su
memoria en la fiesta eucarística. Estas razones explican también la extensión
de tal veneración a los confesores (es decir, a aquellos cristianos que han
sufrido por la fe) y, finalmente, a todos los que por su vida ejemplar fueron
tenidos por amigos de Dios, creyéndose en consecuencia que después de su
muerte participaban de la gloria divina.
Esta certeza fundamental justifica tanto las manifestaciones privadas como las
públicas (es decir, las aprobadas por la Iglesia y asumidas en la -> liturgia)
del culto a los -> santos, y explica a la vez en qué manera y por qué razones
la Iglesia canoniza. En los primeros siglos bastaba la certeza del martirio para
desatar en las comunidades cristianas un movimiento de veneración del
mártir; y el mismo honor se tributaba todavía después de terminar las
persecuciones a aquellos eremitas, cenobitas, obispos y doctores de la Iglesia
cuya santidad era ampliamente conocida. Entre el s. vi y el x aumentó
fuertemente la veneración de los santos, si bien ésta con frecuencia se
fundaba solamente en los relatos de milagros. Por eso se hizo necesaria la
intervención de la autoridad eclesiástica, a fin de garantizar que el culto a los
santos se daba solamente a los que lo merecían.
Ciertamente la < vox populi» siguió siendo siempre el punto de partida, pero
ahora se añadió como nuevo elemento el juicio del obispo. Poco a poco se
formó una determinada manera de proceder. En' presencia del obispo se leían
la historia de la vida del santo y un relato sobre sus milagros, que luego debía
aprobar el obispo. Para dar mayor relieve al proceso, desde el s. x comenzó a
pedirse alguna que otra vez la aprobación del papa. La c. papal fue
haciéndose cada vez más frecuente, y simultáneamente se formó un
procedimiento cada vez más riguroso; desde 1234 la c. por el papa es la única
admitida. En el año 1558 el papa Sixto v encomendó a la congregación de
ritos la preparación de las c. papales; Urbano vilz (1642) y Benedicto xlv, en
el s. XVIII, ampliaron y perfeccionaron las disposiciones teológico-jurídicas. En
el año 1914, Pío x dividió la congregación de ritos en dos secciones; Pío xi
creó una sección histórica. A estos dos papas hemos de agradecer las últimas
mejoras de importancia; con lo cual ellos prepararon el camino para la nueva
legislación que ahora está preparándose, a través de la cual el proceso de c.
ha de acomodarse a las necesidades y exigencias de nuestro tiempo.
Paolo Molinari
CAPADOCIOS (PADRES)
Capadocia, territorio oriental del Asia Menor, conoció bien pronto el
cristianismo (1 Pe 1, 1); ya en el concilio de Nicea presentó siete obispos. No
poseyó una escuela propia de teología como Alejandría y Antioquía, sino que
la unidad espiritual de los padres de la Iglesia llamados «capadocios> se
deriva de Basilio de Cesarea, al que reconocen como maestro su amigo
Gregorio Nacianceno y su hermano más joven Gregorio de Nisa. Desde
Basilio, pasando por Gregorio el Taumaturgo, va una línea que enlaza con
Orígenes y por éste con la tradición alejandrina.
Basilio fue el primero en configurar sus sermones de acuerdo con las reglas de
la retórica, sin alejarse por eso del lenguaje de la sagrada Escritura. Gregorio
Nacianceno, en un alarde de formación, se apropió hasta los medios
artificiales del estilo «asiático» de la antigüedad tardía. El joven Gregorio de
Nisa ocupó durante cierto tiempo el puesto civil de lector. Adquirió por sí
mismo amplios conocimientos, sobre todo en Plotino, pero también en Filón y
Orígenes. Permanece largo tiempo bajo la sombra de los dos mayores y
aparece relativamente tarde en la palestra literaria. Mientras él -como Basilio
- sorprende por su conocimiento exacto de las ciencias naturales y de la
medicina, la naturaleza dulce y lírica de Gregorio Nacianceno se inclina más a
la poesía. De la manera como los capadocios se comportan con el caudal de la
formación antigua se desprende que la Iglesia reconocida y protegida por el
Estado ha concedido el derecho de ciudadanía a la cultura pagana, integrando
la sabiduría mundana en su propio pensamiento bíblico y teológico. Así, en el
escrito dedicado a su sobrino Sobre el empleo útil de la literatura pagana,
Basilio muestra que como cristiano no es necesario renunciar a los tesoros de
la formación antigua. Y Gregorio Nacianceno censura a Juliano el Apóstata
llamándolo «el más maligno tirano», porque trata de impedir el avance del
cristianismo mediante la prohibición de la enseñanza clásica.
El ministerio episcopal, que ejercieron los grandes c., parece que lo aceptaron
todos ellos más por la situación del momento y la necesidad de la Iglesia que
por seguir sus propias inclinaciones. Sin embargo, Basilio fue un obispo
extraordinario, que ordenó con mano enérgica la vida eclesiástica de su
provincia y, además, poco a poco hizo de Capadocia un bloque de ortodoxia
eclesiástica. Aun cuando, por una parte, fue compañero fiel del viejo Atanasio,
en el cisma antioqueno entre Paulino y Melecio se puso decididamente al lado
de lo, «neonicenos». Preocupado por la unidad de la Iglesia, se dirigió en esta
disputa al obispo de Roma Dámaso, de todos modos sin éxito, pues Roma no
quería abandonar al «viejo niceno» Paulino. Por su temperamento los dos
Gregorios eran evidentemente menos apropiados para el ministerio episcopal,
pero Basilio los escogió para fortalecer su posición en la política eclesiástica.
Sin embargo, tras su temprana muerte (379), ambos se acreditan como
padres conciliares en Constantinopla. Elevado a la sede episcopal de la nueva
ciudad imperial, Gregorio Nacianceno sólo pudo mantenerse breve tiempo
contra las intrigas de la política eclesiástica. Gregorio de Nisa, tras algunos
fracasos iniciales, se convierte incluso en el obispo de confianza del gobierno y
emprende grandes viajes para cubrir las sedes episcopales con candidatos
adictos a la unidad de fe recientemente recuperada.
IV. La teología
La labor teológica de los c. logró poner fin a las disputas que todavía duraban
después del Niceno y fomentar el desarrollo doctrinal en las cuestiones
trinitarias y cristológicas, de tal manera que las decisiones conciliares de
Constantinopla y Calcedonia habían de depender ampliamente de sus trabajos
previos. Apoyándose en la antigua tradición niceno-origenista, Basilio va más
lejos que Atanasio y acentúa la trinidad de hypóstasis, pero a la vez defiende
contra la doctrina anomea de Eunomio tanto la unidad de la naturaleza divina
( oúata ) como el concepto de ót,ooúaior,, y trata así de ganar al grupo más
moderado del arrianismo que capitaneaba Basilio de Ancyra. Sólo de manera
vacilante emplea el vocabulario filosófico, y se mantiene intencionadamente
en el lenguaje de la sagrada Escritura. Gregorio Nacianceno, en cuanto
teólogo trinitario, no es propiamente creador. Sin embargo, le corresponde el
mérito de haber consolidado la posición defendida por Basilio con fórmulas
más exactas y equilibradas. Mientras que Basilio vaciló por prudencia pastoral
en llamar expresamente «Dios» al Espíritu Santo, Gregorio atribuyó el nombre
divino a la tercera persona.
Como, para Gregorio de Nisa, detrás de todas las alegrías de los sentidos está
la muerte, se le plantea agudamente la cuestión del sentido de nuestro
cuerpo. A su juicio éste no es malo en sí, pero dice cierta relación necesaria al
pecado. Por eso Gregorio llega finalmente a la consecuencia de tener que
admitir un cuerpo celeste puramente espiritual, y con ello, a pesar de los
esfuerzos mentales en sentido contrario, vuelve a caer en los errores de
Orígenes. En sus homilías acerca del Cantar de los cantares sólo el alma es
presentada como la esposa que busca al esposo divino mediante la progresiva
muerte monacal del cuerpo. Su método teológico se acomoda en su totalidad
al pensamiento de Orígenes. Para él buscar un sistema es más importante que
una prueba de la Escritura. Una alegoría sin fin responde mejor a sus gustos
que una exposición verbal de la Biblia. Emulando los complicados edificios
intelectuales de la gnosis, Gregorio desarrolla una concepción que abarca todo
el proceso de la creación y de la redención, una concepción que parece un
gigantesco teatro del mundo y en la que, a la postre, todo retorna por
penosos caminos a su lugar original.
Friedrich Normann
CARDENAL
I. Historia
El derecho más importante del colegio cardenalicio tanto antes como ahora es
el de la elección del papa. Se ha pensado en la posibilidad de transferir tal
derecho al sínodo de obispos instituido por Pablo vi, pero esto no es factible
dada la estructura actual del sínodo, porque éste sólo queda constituido en
cada caso por la cooperación del papa. Durante el periodo de «sede vacante»,
el colegio cardenalicio tiene un derecho de gobierno limitado a cosas urgentes.
En vida del papa el centro de gravedad de la actividad cardenalicia no está en
el colegio, sino en la tarea peculiar de cada uno. Los c. ocupan un puesto
destacado en la curia como presidentes o miembros de las congregaciones y
de los tribunales, y fuera de la curia fomentan la unión con el supremo pastor
de la Iglesia en virtud de su prestigio y especialmente como presidentes de
una conferencia episcopal.
Klaus Mörsdorf
CARIDAD, PRÁCTICA DE LA
I. Esencia y concepto de la caridad
Caritas (que se deriva del latín carus = querido, amado, y se encuentra por
primera vez en Cicerón (De Republica 2, 14], donde significa el amor noble
entre el señor y sus subordinados) es desde las versiones latinas más
antiguas de la Biblia la traducción de agape (--> amor), una expresión que,
como nombre substantivo se encuentra por primera vez en el NT, y
concretamente porque su contenido, aquel amor que tiene en Dios su origen,
que aparece corporalmente en el Hijo y que es infundido por el Espíritu Santo
en nuestros corazones, no podía ser traducida suficientemente con ninguna
otra palabra de la lengua griega. Los cristianos también eligieron
acertadamente este término para designar la manifestación de su amor
mutuo, la cual consistía en una comida fraterna, al principio estrechamente
unida a la eucaristía, pero más tarde independiente de ella. A partir de aquí se
ha introducido en los idiomas modernos: en el italiano (caritá), en el
castellano (caridad), en el francés (charité) y en el inglés (charity); en alemán
se ha hecho usual por el nombre y la acción de la organización Caritas. C.
significa hoy en el uso común eclesiástico aquel cristiano amor fraterno que se
dirige a los que sufren y tienen necesidad de ayuda. La c. no sólo es un alto
deber y un distintivo de todo cristiano verdadero, sino también un distintivo y
una manifestación vital de la Iglesia. Es una realidad decisiva que está
presente en todas las comunidades animadas por el espíritu de Cristo.
Por esto hay que rechazar tres concepciones falsas, por desgracia muy
extendidas, en parte también entre el clero: 1) La interpretación
exclusivamente individual y ética de la c.; 2) la opinión espiritualista según la
cual en la Iglesia, en cuanto es «cuerpo de Cristo», ciertamente opera
siempre la c. como estructura de su esencia anclada en la gracia, y opera en
el ámbito litúrgico y en el servicio pastoral, pero las instituciones y
organizaciones de orden caritativo, no siendo cuando tienen su sede en los
conventos, en los grupos obligados a la -> pobreza, constituyen un mezquino
paliativo y un substitutivo remunerado de la auténtica c. cristiana; 3) la
concepción, desacertada desde la perspectiva de una visión crítica del
presente, así como desde un punto de vista antropológico y eclesiológico,
según la cual la c. eclesiástica hizo cosas imponentes en pasadas situaciones
de indigencia y sigue estando obligada en países cuya población carece del
mínimo material para la existencia; pero, en una sociedad industrialmente
desarrollada, con conciencia social y política y con un cierto bienestar, apenas
tiene un título legítimo para seguir existiendo, de modo que sería más propio
que la Iglesia dejara al estado o a las instituciones propulsoras del progreso
general, en las cuales, desde luego, deben colaborar los católicos capacitados,
la superación de la miseria que todavía existe, limitándose ella a sus
auténticas e importantes tareas: el culto, la predicación, la pastoral y el
apostolado.
V. Caridad y beneficencia
La prueba del origen divino de la Iglesia incluye el hecho de que ella, fiel al
encargo del Señor, de acuerdo con su naturaleza visible, con las estructuras
de cada época y con la fisonomía de los diversos países, pueblos y formas de
sociedad, ha cumplido siempre el testamento y la delegación de Cristo por los
cuales él le encomendó que diera testimonio de su bondad y filantropía, así
como de su voluntad salvífica. La Iglesia nunca se ha detenido plenamente
satisfecha en lo ya conseguido, sino que se ha mostrado constantemente
dispuesta a irrumpir siempre de nuevo en la tierra desconocida, en el país que
Dios dará. En la historia de la c. cada época está conscientemente en
continuidad con el esfuerzo anterior, aunque, evidentemente, cada época
tiene una relación inmediata con Dios. En la acción del amor no sólo se da la
grandiosa solidaridad en la yuxtaposición de épocas, sino también la
solidaridad en la sucesión de las mismas, pues lo temporal se ha hecho eterno
y, así, lo pasado permanece inmediatamente presente. La actividad del amor
en la Iglesia apostólica, que como c. de la comunidad decía una relación
estrecha a la celebración eucarística, y cuya ordenación se puso en manos de
diáconos y viudas, ha entrado como palabra de Dios en la sagrada Escritura,
cuya lectura ha sido llamada con razón el «octavo sacramento». De esa
manera se ha convertido en fuente incomparable de gracia, que ha seguido
obrando como ejemplo y manantial de gracia, lo mismo que la gran y bien
organizada colecta de Pablo, por la cual las comunidades pudientes ayudaron
a las más pobres, y en la que con alegría se contribuyó, no sólo según las
posibilidades, sino por encima de ellas. Surgieron hospitales y asilos, creados
en la época de los padres más antiguos de la Iglesia, especialmente en las
sedes episcopales; y fundaciones semejantes en los monasterios de oriente y
de occidente adquirieron en la communio sanctorum el carácter de modelos
obligados y patrocinados por santos. Los primeros ejemplos de c. parroquial
en la Galia del s. v incitan a una imitación adecuada a cada época. En las
ciudades de la edad media se produjo un verdadero connubio entre la c. de
los miembros de la Iglesia y la administración mundana, con lo cual se nos
muestra cuán variadas pueden ser las formas de una recta colaboración,
aunque también se nos recuerda cómo nos amenaza constantemente una
secularización, ora en lo político, ora en toda la forma de comportamiento.
X. Cáritas Internacional
Erich Reisch
CARISMAS
I. Doctrina bíblica
Los c. han sido dados para bien de todos (1 Cor 12, 7 );por esto Pablo
prefiere el don de profecía, que es inteligible para todos y sirve a la edificación
de la comunidad, al don de lenguas, que sólo sirve para la edificación y
devoción propias (1 Cor 14). En la lista de 1 Cor 12, 28ss (cf. también Ef 4,
11) el Apóstol menciona en primer lugar los ministerios carismáticos de la
comunidad, a saber, apóstoles, profetas y maestros, y luego, junto a c. tan
extraordinarios como el donde hacer milagros, el de curar y el de hablar
diversas lenguas, menciona c. que acreditan personalmente, como el poder de
asistir y de gobernar (cf. además, 1 Cor 12, 8ss, donde se enumeran
también: la palabra de sabiduría y de conocimiento, la fe y la -> discreción de
espíritus; y Rom 12, 8, donde aparecen la benignidad y la misericordia). Para
mostrar sensiblemente la ordenación mutua de los diversos c. y sus funciones,
Pablo usa la imagen del cuerpo (1 Cor 12, 12-26; cf. Rom 12, 4ss). Como los
fenómenos extáticos que en gran parte acompañan a los c. también se hallan
fuera de la comunidad y pueden existir en la Iglesia misma sin estar
legitimados por la fe, Pablo recurre al Pneutna como signo distintivo. Sólo en
él es posible decir «Señor Jesús»; este «Kyrios» es el señor de los dones del
espíritu (1 Cor 12, 3ss), y en él tiene su fundamento el amor que ha de
superar y soportar todos los dones del espíritu, para que éstos queden
adecuadamente integrados en el todo (1 Cor 13 ).
Estévao Bettencourt
CARTESIANISMO
Contra una reducción muy difundida pero superficial del móvil fundamental de
Descartes a la autonomía debiera precavernos el hecho mismo de que, en el
fondo, la certeza de sí va enlazada con el conocimiento vivo de la idea de
Dios. El antropocentrismo es relativo, está referido al ser; la autonomía
humana es, a par, teonomía. La idea del Dios infinito no sólo se le imprime al
espíritu humano externamente, no sólo es «innata» en él, sino que constituye
además el resorte más íntimo de su naturaleza dinámica (cf. Med. 3: O. vii
51s). También la otra prueba de la existencia de Dios, la ontológica, no
obstante la falsa interpretación refleja como puro conocimiento conceptual
apriorístico por Descartes mismo (y posteriormente por Kant), se funda en
una primigenia y válida experiencia espiritual del ser (cf. Med. 5: ¡bid.
115120; sobre el tema, p. ej., W. KERN, «Scholastík» 39, 1964, p. 91-97).
Sin embargo, habrá que objetar con Jaspers que Descartes dejó perder, casi
insensiblemente, el profundo sentido y la rica posibilidad escondidos en la
certeza primera; y con Heidegger, que la verdad vino a convertirse demasiado
en mera exactitud. Esto - y no el muy discutido «círculo», que se supone
¡legítimoes lo que también hay que objetar al criterio de verdad de la
«percepción clara y distinta», tal como de hecho lo manejaba Descartes.
Descartes ya era excesivamente un «racionalista cartesiano».
Walter Kern
CÁTAROS
Desde las disputas doctrinales del cristianismo primitivo, por primera vez en el
movimiento de los c. - la mayor secta de la edad media - se articuló y
configuró nuevamente en forma socialmente importante una mentalidad que
en manera latente ha constituido una perenne amenaza contra la fe cristiana.
Esa amenaza consiste en que la relación dialéctica entre la afirmación del
mundo presente y la superioridad sobre él en virtud de un más allá, sea
suplantado por un -> dualismo falto de toda dialéctica, existencial e
intelectualmente más cómodo, el cual establece una oposición ingenua entre
el ámbito de la vida terrestre del hombre y su «auténtica» destinación a la
divinidad.
Esta doctrina hacía hincapié en un dilema que pesa sobre toda la historia del
cristianismo y que se presenta tanto en la propia vida práctica como en la
reflexión creyente sobre la redención. El dilema puede formularse así: o
libertad en Cristo y victoria sobre el mundo, o vinculación a lo mundano. Los
cátaros, ante la imposibilidad de conciliar los términos del dilema,
establecieron una oposición contradictoria entre la libertad divina del espíritu
y el encarcelamiento del alma por el pecado y la maldad, y atribuyeron las
fuerzas opuestas a dos principios igualmente originales. Esta visión
fundamental fue calificada por los adversarios eclesiásticos de neo ->
maniqueísmo, aunque no guarde una relación de continuidad con la herejía
maniquea. La doctrina de los c. se articuló en fabulosos mitos acerca de
Satanás como creador del mundo y dios del AT, y de Cristo como dios del NT.
Éstos aparecen en parte como hijos iguales o subordinados del Dios absoluto,
y en parte como hijos de diversos dioses en pugna mortal, con una trinidad
celeste y otra infernal. Cristo sucumbió en la cruz sólo aparentemente. Esos
mitos hablan además de una caída de los ángeles, debida a la concupiscencia
o a la soberbia, que los hizo demasiado pesados para la arquitectura vítrea del
cielo. En consecuencia ellos se hicieron esclavos de Satanás, pero, guiados
por el modelo de profetas ejemplares y sobre todo por el de Cristo, pueden
liberarse de nuevo a través de una penosa peregrinación, ya como animales,
ya como almas humanas, que les hace pasar por diversos cuerpos.
Adán, ángel enviado a los ángeles caídos, a quien por falta de vigilancia
Satanás encerró en un cuerpo, es considerado como primer padre de los c. La
consecuencia moral de esta visión del mundo fue una total renuncia a lo
mundano como medio para liberarse de la cárcel satánica de la creación. Dada
la oposición radical, elevada al ámbito de principios contrarios y sin posibilidad
de mediación, entre el Dios bueno y el malo, la pertenencia al bien era
identificada con la pertenencia a la comunidad de los cátaros, la cual
implicaba una impecabilidad absoluta.
Konrad Hecker
CATEGORÍAS
I. Concepto
El modo fundamental del --> conocimiento humano es el acto total del juicio.
En él la multiplicidad de los datos se reduce a una unidad sintética. El que
esta unidad se llame sintética indica que ella no es el primer momento en el
proceso total del conocimiento; más bien en dicha unidad late ya la unidad
todavía no articulada de la simple aprehensión, que se articula luego a través
de los conceptos. Por tanto, en el ->concepto se disuelve la unidad inmediata,
pero se disuelve a su vez en unidades (diversos contenidos parciales). Este
proceso llega a su meta en el juicio, como unificación de unidades
conceptuales.
II. Historia
III. Problemática
Sólo bajo el presupuesto de una determinada visión del saber (p. ej.,
«científica», técnica, etc.), se pueden presentar sistemas propios de c.
Jörg Splett
CATEQUESIS,
CATECISMO,
CATEQUÉTICA
I. Resumen histórico
En los otros textos, el verbo katejein adquiere un matiz religioso por razón del
objeto a que se aplica. El judío ha sido instruido en la ley (Rom 2, 17-21), y el
cristiano en la palabra (Gál 6, 6; 1 Cor 14, 19), en la vía del Señor (Act 18,
25), en los hechos de la vida del Señor (Lc 1, 4).
Pero, a lo largo de los tres siglos que siguen, el contenido del catecismo se
alejará de la fuente vivificante de la Escritura. La institución del catecismo y el
estudio del libro del c. se revelarán insuficientes para mantener vivo el
anuncio de la palabra en la comunidad cristiana.
2. Ensayo de definición
Los dos puntos de vista se completan. Hay que mantener el uno y el otro y
definir la catequesis como un «anuncio de la palabra de Dios con vistas a la
educación del hombre en la fe». La c. así entendida se halla al abrigo de un
doble riesgo: el de inmanentismo, que sacrifica la exactitud y originalidad del
mensaje a una adaptación mal entendida, y el de ceder a una falsa concepción
de la transcendencia que ignora las condiciones reales en que Dios se da a
conocer al hombre.
En los últimos cien años aproximadamente las ciencias del espíritu han
alcanzado un desarrollo anteriormente desconocido. Ellas han elaborado una -
-> antropología que constituye un presupuesto indispensable para la c. P,sta
no puede ignorar la aportación de la psicología, de la sociología, de la
pedagogía científicas, si bien ha de evitar las acomodaciones superficiales.
Esto significa que el material de estas ciencias sólo tiene valor para la c. en
cuanto se refiere a una inteligencia del hombre que tenga en cuenta su fin.
Aquí está la tarea de una < antropología cristiana». Su cometido es explicar
qué es el hombre de hoy bajo la luz de la revelación y cómo él puede estar en
conformidad con ésta, para lo cual ha de tomar en consideración tanto la
Escritura y la Tradición como los resultados de las ciencias modernas. La
antropología cristiana pregunta por las condiciones bajo las cuales el hombre
de nuestros días puede aceptar la palabra de Dios y, por eso, pregunta
también por su concepción del mundo y de si mismo.
Desde este punto de vista, las ciencias que se ocupan del hombre ayudan a
elaborar una c. adaptada a las diferentes edades de la vida: infancia,
adolescencia, edad adulta, y a las diversas mentalidades de los grupos
humanos: ambientes populares, cultos, etcétera. En una pedagogía
catequética se deben tener igualmente en cuenta los conocimientos
fundamentales de la pedagogía moderna, aunque siempre con miras a su
propío fin, que es poner al hombre en relación con Dios.
2. Catequesis y catecismo
3. Catequesis y pastoral
Esa multiplicidad es una riqueza, pero exige cierta unidad. Ésta es obra de la
gracia de Dios en lo recóndito de la fe de cada uno, pero debe manifestarse en
las múltiples formas que adopta la acción de la Iglesia. La unidad tendencial:
el misterio pascual es el punto central de la fe y de la vida cristiana; la unidad
de lenguaje: muchos cristianos sufren al no ver la relación entre las nuevas y
más vivas formas de la c. y las formas antiguas de tipo más analítico. El
quehacer del pastor consistirá en mostrar la convergencia de las diversas
formas de expresión empleadas en la Iglesia. Eso significa que entre c. y ->
pastoral hay una constante interacción.
Jacques Audinet
CAUSALIDAD
La pérdida del carácter temporal de la c. en favor del lógico (del árjé griego
[= comienzo] se pasa al «principio»; y del télos griego [= final] se pasa al
«fin»), hace que ya en la lógica estoica el «concepto» (el momento «analítico»
del tejido del lenguaje, vinculado al tiempo y a la historia), el cual en el logos
griego está integrado al todo histórico del ser y del lenguaje, se independice
más y más. Y luego, por seguirse acentuando excesivamente lo lógico, que se
aleja de la función declarativa del logos histórico, en la edad moderna
conduce a la pregunta de la síntesis a priori, que ahora para Kant, como
síntesis de conceptos puros del entendimiento (p. ej., causa-efecto), está
anclada, ya no en el logos óntico del lenguaje histórico como condición de la
posibilidad de toda unión de ideas, sino en una «subjetividad» normativa del
hombre, reducida a la mera conciencia («evidentemente el ser no es un
predicado real...»: Crítica de la razón pura A 598, B 626; cf. ARISTÓTELEs, De
anima 3, 6; 430 a, 27ss). Así, la unidad implicada en la concepción
indoeuropea griega del ser (y de la c.) entre los conceptos analítico-
categoriales y el lenguaje sintéticosupracategorial (que hace de mediador
original entre el ser y el tiempo), se escinde en el curso de la historia del
pensamiento occidental.
CELIBATO
Por celibato no se entiende aquí un mero no casarse, aunque también esto
puede tener importancia teológica y pastoral si sirve a la realización de un
valor cristiano, sino la libre renuncia al matrimonio en aras de la fe cristiana, y
sobre todo la obligación de no casarse y de vivir en continencia perfecta que
se impone a los sacerdotes de la Iglesia latina por razón de su estado.
I. Desarrollo histórico
1. Entre los fundamentos bíblicos del c, se halla la frase del Señor en que él
habla de una renuncia al matrimonio (castrarse) a causa del reino de los
cielos (Mt 19, lOss), y aquella otra donde dice que desde la resurrección no
habrá matrimonio (Mt 22, 30; Mc 12, 25 ),así como el deseo del apóstol Pablo
de que todos fueran como él (1 Cor 7, 7 ), pues el célibe cuida de las cosas
del Señor y el casado está dividido (1 Cor 7, 32s). El c. del que ahí se habla
ha de ser entendido como fruto de una llamada que aprehende la existencia
humana y la lleva a una entrega incondicional (cf. Mt 5, 40; Lc 9, 60; 18, 22).
Por jesús y su evangelio (Mc 10, 29) o por el -->reino de Dios hay que
renunciar incluso a los bienes supremos. Pero ahí todavía no aparece una
relación directa del c. con el servicio eclesiástico. Más bien, en el cristianismo
primitivo se estableció una relación entre esos consejos y el bautismo, y
algunos los siguieron. En ciertas comparaciones bíblicas se halló un apoyo
para esta tendencia (Mt 9, 15; 22, 1-14; 24, 37-44; Mc 2, 19; 14, 33-37; Lc
5, 34; 12, 35ss; 14, 15-25; Jn 3, 29). Sólo poco a poco, en unión con el
aprecio de la -> virginidad (cf. 2 Cor 11, 2; Ef 5, 25ss 30ss; Act 21, 9), ante
la perspectiva de la consumación final (Ap 14, 3s; 19, 7ss; 21, 2. 9; 22,
17.20s), por influencia de la forma de vida de los ascetas y monjes y
apoyándose en preceptos del AT sobre impurezas a evitar antes del culto,
surgió el c, como ley del estado sacerdotal. En el desarrollo jurídico del c. fue
un punto de partida y un pensamiento director la prescripción de las cartas
pastorales, discutida en su interpretación, según la cual obispos, diáconos y
presbíteros deben ser «maridos de una sola mujer (1 Tim 3, 2.12; Tit 1, 6s).
Leonhard M. Weber
CIENCIA
1. EL problema de su definición
Desde el punto de vista del sujeto cognoscente, esta validez general significa
que los conocimientos científicos son válidos de una manera
fundamentalmente «intersubjetiva», es decir, que pueden ser comunicados a
«todo» sujeto con capacidad cognoscitiva, aunque de hecho sean inaccesibles
para algunos hombres (por causa de los límites de su capacidad individual, de
sus intereses, de las condiciones históricas). Y desde el punto de vista de la
cosa cognoscible, la validez general de los conocimientos científicos significa
que ellos son «objetivos», es decir, que sólo contienen lo que pertenece a la
cosa misma (al « objeto»), excluyendo lo «meramente» subjetivo, es decir,
las añadiduras procedentes del sujeto individual. Por consiguiente,
intersubjetividad de la c. significa aquella general actitud cognoscitiva y
realización del conocimiento en que el cognoscente sale de su aislamiento
identificándose con cualquier otro sujeto cognoscente, real o posible, y el
mismo objeto cognoscible aparece en su auténtica objetividad.
5. Ciencia y su aplicación
CIENCIA, TEORÍA DE LA
Una dirección que se orienta más por las concretas c. particulares, se dedica
al análisis lógico de las c. Bolzano todavía concibe la t. de la c. en una forma
muy general y la describe como «el conjunto de todas aquellas reglas según
las cuales debemos proceder en la tarea de la división de todo el dominio de
la verdad en ciencias particulares y en la exposición de las mismas en
manuales propíos». Pero pronto el interés se concentra ante todo en las
cuestiones que se plantean por la investigación de las bases de la matemática
y de la física. Están en primer plano, no consideraciones generales de tipo
filosófico, sino investigaciones detalladas de conceptos y teorías particulares.
La historia de la c. ofrece para ello valioso material de investigación. Tales
investigaciones en general son consideradas actualmente como t. de la c.
Referimos a continuación algunos puntos de vista que han sido elaborados a
este respecto y que tienen importancia también para la filosofía y la teología.
1. Base axiomática
2. Base experimental
Frente a una concepción demasiado simplista del esquema doble de las teorías
se han resaltado los siguientes puntos de vista: Respecto al lenguaje de
observación, es cierto que él mismo no depende de elementos teóricos
sacados de teorías en concurrencia mutua, los cuales queden comprobados o
descubiertos como falsos por el recurso a la observación. Sin embargo,
Feyeramend y Sellars llaman la atención sobre el hecho de que no puede
deducirse de ahí que el lenguaje de observación no contenga en absoluto
ningún elemento teórico. Con relación al lenguaje teórico hay que tener en
cuenta cómo no todo lo que en él se fija axiomáticamente es estipulación
arbitraria. Hay que distinguir entre: a) Convenciones lingüísticas; b)
enunciados necesariamente unidos con ellas; c) enunciados donde toma
cuerpo el contenido científico de la teoría.
3. Aplicaciones
Otto Muck
I. Ciencias naturales
Las c.n. son, por su objeto material, prácticamente ilimitadas; por su objeto
formal se limitan preferentemente a sistemas aislados (átomo, sistema solar,
espacio vital...), que no están sometidos a ninguna injerencia extraña.
Trabajan metódicamente dentro del marco de la --> causalidad funcional, es
decir, la relación de causa y efecto se fija sobre un contexto regular entre
estados de conjunto de un sistema aislado (-> materia). Las magnitudes que
caracterizan el estado de un sistema son limitadas a magnitudes
cuantitativamente determinables (longitudes, tiempos) o se reducen a ellas
(energía igual a masa por velocidad). Las unidades de medida son escogidas
de manera que puedan reproducirse independientemente del observador y de
las condiciones locales o temporales. Las leyes naturales son
interdependencias regulares entre las magnitudes del estado de un sistema.
En principio pueden siempre reproducirse en las mismas condiciones. El objeto
de las leyes naturales está en las relaciones universales, pero no en las
circunstancias singulares, que son despreciadas como casuales condiciones
marginales o iniciales. Las leyes naturales son universales porque, con
relación a igual totalidad de mutaciones, tienen vigencia en igual manera (en
el vacío son válidas para todos los cuerpos las mismas leyes de caída).
Las c.n. son tanto inductivas como deductivas. Son inductivas, porque la
necesidad de nuevas categorías resulta de la averiguación experimental de
nuevos fenómenos y leyes. La experiencia estimula la formación de conceptos
nuevos o más generales. Por eso las c.n. en su desarrollo son ciencias
inductivas. Pero, en su aspecto formal, son siempre ciencias deductivas,
porque una inteligencia fundamental de una disciplina científica sólo es posible
cuando se hace patente la relación de cada tesis particular con los principios y
leyes fundamentales; cualquier colección enciclopédica de hechos o cualquier
sistema fenomenológico sólo tiene función de estadio científico previo, de
hipótesis de trabajo o teoría.
II. Teología
2) Los escritos del Antiguo y del NT deben ser enfocados según su aspecto de
historia sagrada y, por tanto, han de valorarse como fuentes para la t., y no
para las c.n. Así, los relatos de la creación versan primariamente sobre el
carácter absoluto de Dios, frente a ciertos mitos contemporáneos, y no sobre
datos astronómicos.
Gernot Eder
CIENCIAS SOCIALES
I. Conceptos y fines
Lo «social» incluye no sólo las relaciones entre ---> hombre y hombre, entre
hombre y -> sociedad, sino también el comportamiento de éste con el mundo
de las cosas (economía); e incluso el estudio del hombre en sí mismo
presenta un aspecto social (-> filosofía social en -> sociedad). Si lo «social» y
con ello el concepto de c.s. se refieren a la « convivencia de los hombres»,
entonces su extensión es extraordinariamente amplia, pues incluso los hechos
lingüísticos, históricos y culturales, y otros factores configuran la convivencia
y deben tenerse en cuenta dentro de las c.s. Por eso parece conveniente
delimitar el objeto del conocimiento de las c.s. como «convivencia en cuanto
convivencia» (Geck). O sea las c.s. son un conocimiento de lo que constituye
la convivencia entre los hombres, de sus leyes, de las fuerzas que la
determinan, de los fines a los que tiende.
Será inevitable considerar las c.s. desde distintos puntos de vista. De esta
manera cabe descubrir distintos campos y quizá una articulación. Pero, en
último término, se pondrá de manifiesto la necesidad de un complemento
mutuo en las c.s. Partiendo de los fundamentos y considerando la sociedad
como un todo o los problemas de la convivencia en general, se deducen las
siguientes ramas: filosofía social, sociología, psicología social, biología social,
pedagogía social. La mayoría de estos campos son tan complejos, que se
requiere una subdivisión ulterior. La historia social nos lleva a conocer el
devenir de los grupos y de las circunstancias sociales y la investigación
sociológica nos describe los grupos sociales en la actualidad y su manera de
comportarse (estadística social, sociografía). Puesto que los métodos de la
investigación social se orientan en su exactitud por el procedimiento de las
ciencias naturales, la manera de pensar y el aparato científico de las
matemáticas y de la técnica adquieren una importancia cada vez mayor para
la investigación de la vida social y de sus posibilidades.
Ha sido importante la discusión entre la c.s. que se sabe vinculada a una tarea
política y social, estableciendo una valoración (G. Schmoller), y la que se
desenvuelve al margen de todo valor y de todo fin en el plano sociológico (M.
Weber, W. Sombart). Por un lado en economía se afirmaron fines prácticos,
en conformidad con ciertas valoraciones, pues cabe constatar valores, no sólo
subjetivos sino también objetivos, que sirven de meta y tienen un carácter
obligatorio tanto para la investigación científica como para la configuración
social. Por otro lado, sin querer negar las ideas subjetivas sobre los valores,
por razones de metodología científica se exigió una separación rigurosa entre
conocimiento y juicio valoratíva, entre investigación y fin a conseguir. Como lo
muestra la bibliografía aparecida hasta ahora, el debate todavía no ha llegado
a su fin y a su manera interesa también a la sociología («¿Cómo ha de
realizarse en la sociología la abstención de todo juicio valorativo?»). Y, a este
respecto, se estudian los presupuestos científicos, históricos y sociales de la
disputa sobre los juicios valorativos («¿Desde qué condiciones sociales crece
el postulado de una ciencia libre de juicios valorativos?»). Ante la evidencia de
que en la discusión sobre los juicios valorativos se debate «la integrante
función social de las c.s.» en general (Ch. v. Ferber), o sea, la importancia y
la eficacia de las c.s. para la vida social, en la actualidad se ha modificado el
planteamiento del problema. Sigue en pie que no está justificada la mezcla
entre el conocimiento científico de la sociología y el juicio valorativo, pero
discrepan las opiniones sobre la aplicación y la obtención de conocimientos
científicos de la realidad social. El programa científico del neopositivismo
(Círculo de Viena; K. R. Popper y otros) distingue entre hechos y decisiones o
normas, que no pueden reducirse a los primeros (dualismo crítico). La c.s., a
base de análisis, puede esclarecer alternativas de la acción con relación a
determinados fines previamente establecidos que es posible llevar a cabo
social y técnicamente. Con lo cual, en orden a la praxis, ella posee un carácter
informador que no puede tenerse en poco. Por otro lado se atribuye a la c.s.
una más amplia misión de asesoramiento, la cual no excluye conocimientos
fundamentales sobre las finalidades de la sociedad y de la vida social. En una
especial c.s. normativa (G. Weisser) se deben estudiar los presupuestos de la
vida social.
IV. Panorámica
Joachim Giers
CISMA
A) CONCEPTO
Por mantener el vínculo del amor se evita hoy en grado máximo calificar de
cismáticos a los miembros de Iglesias y comunidades cristianas en estado de
disidencia respecto de la Iglesia católica romana, sobre todo si, habiendo
nacido en estas comunidades, han recibido en ellas su formación religiosa.
Tales miembros no pueden, en efecto, ser tenidos por responsables del estado
de división en que viven hoy día con relación a otros, sobre todo si pensamos
que la responsabilidad pesa sobre ambas partes.
Christophe Dumont
B) HISTORIA DE LOS CISMAS
I. Visión general
Entre los c. desaparecidos y las disidencias que todavía persisten (-> Iglesias
orientales, -> protestantismo), apoyándonos en Y. Congar, podemos
establecer las siguientes diferencias: 1) Mientras las herejías y los c. antiguos
discutían la doctrina ortodoxa en cuestiones decisivas para la historia de la
salvación (doctrina de la Trinidad, soteriología, posición de María en el plan
salvífico, gracia de Dios) y tenían un carácter más bien «particular», las
disidencias que todavía perduran son de índole «universal», es decir, se basan
en una concepción fundamental que repercute en toda la inteligencia del
cristianismo. También antes se dieron tales interpretaciones globales, como,
p. ej., en el -> gnosticismo, en los bogomilos del oriente y en los -> cátaros,
pero aquí lo específicamente cristiano retrocede sensiblemente, en total
oposición a las disidencias universales de la actualidad, en las cuales el
misterio de Cristo, por lo menos en principio, es afirmado plenamente. 2) En
concreto las Iglesias ortodoxas orientales y el protestantismo no parten de la
oposición a una determinada doctrina eclesiástica, sino de la protesta contra
un determinado estado histórico de la Iglesia: en el s. xi el alejamiento
político entre oriente y occidente, y en el s. xvi el estado deplorable de la vida
eclesiástica en su sentido más amplio. 3) En su estructura interna los
disidentes actuales ostentan un rasgo de catolicidad; se tiende
conscientemente a la superación de la escisión. 4) Las grandes comunidades
disidentes de la actualidad custodian en mayor medida que los movimientos
cismáticos de los primeros tiempos del cristianismo valores fundamentales
genuinamente cristianos, los cuales son indicio de la acción del Espíritu Santo
(Vaticano it Lumen gentium, n .o 15).
II. Interpretación histórica y teológica
Viktor Conzemius
C) CISMA DE OCCIDENTE
Al principio se les hechó a los dos papas la culpa del c., pero los
contemporáneos abandonaron pronto esta postura, concentrándose en la
búsqueda de medios y caminos para restablecer la unión. Estos esfuerzos son
los únicos rayos de luz en aquella época tan confusa. La iniciativa partió de la
universidad de París. Los caminos que la universidad de París propuso el año
1394, después de realizar una encuesta, se reducen fundamentalmente a
tres: abdicación voluntaria (via cessionis), decisión de un tribunal de arbitraje
(via compromissi), o concilio (via conciIii). Los dos primeros apelaban a la
buena voluntad del papa. Esta solución, aparentemente la más fácil, fracasó
por causa de los papas mismos. Clemente vii se había opuesto a todo esfuerzo
por lograr la unión. Su sucesor, Benedicto xiii (1394-1417 o bien 1424),
estaba tan convencido de la legitimidad de su dignidad papal, que para él una
renuncia voluntaria constituía una infidelidad al papado. Cuando Francia, en
1398, le negó la obediencia para obligarle a que se retirara (via
substractionis) no cedió ante esta coacción. Francia volvió en 1403 a prestar
obediencia a Benedicto.
El concilio de Pisa había abierto el camino para la superación del c. Pero hasta
el concilio de Constanza (1414-1418) no se consiguió restablecer la unidad. A
instancias sobre todo del rey Segismundo, Juan xxrri había convocado el
Concilio que había de celebrarse en la ciudad del lago de Constanza. Esperaba
poderse imponer gracias a la ayuda del gran número de obispos italianos.
Pero las otras naciones se le opusieron, consiguiendo que se modificara el
procedimiento que se había seguido hasta entonces. Desde el 7-2-1415 no se
votó ya por cabezas, sino por naciones (italianos, franceses, alemanes e
ingleses). Con esto quedaba deshecha la preponderancia italiana. La situación
de Juan xxiir se hizo todavía más insegura, cuando fue atacado desde sus
propias filas por su conducta dudosa. El papa pisano creyó que por su huida
de Constanza (marzo de 1415) el concilio fracasaría. Pero Segismundo lo
salvó. Impidió que el concilio se disolviera y lo mantuvo reunido. Por el
decreto de emergencia Haec sancta, del 30-3-1415, el papa huido fue
depuesto el 29-5-1415. Con ello se suprimió el obstáculo mayor para la
renuncia de Gregorio xii. El concilio se avino a la condición de éste de dejarse
convocar otra vez por él. A través de sus enviados, Gregorio renunció al
papado el 4-7-1415. Quedaba sólo el papa de Aviñón, Benedicto xiii. A pesar
de que Segismundo le visitó personalmente, no se le pudo mover a renunciar.
En cambio, el rey consiguió separar de Benedicto y ganar para Constanza a
Aragón, Castilla, Navarra y Escocia. Se abrió un proceso contra el papa, y
Benedicto xiii fue destituido el 26-7-1417.
La sede apostólica quedó entonces vacante. Como nuevo papa fue elegido
Martín v (1417-1431). Con él la Iglesia recibió otra vez una cabeza reconocida
por todos. El cisma de occidente no fue definitivamente superado hasta 1449,
cuando Félix v, elegido ilegalmente por el sínodo de Basilea (1439), se
sometió a Nicolás v (1447-1455).
D) CISMA ORIENTAL
En el origen del c.o. los acontecimientos y los postulados políticos han jugado
un papel más importante que las diferencias dogmáticas, consideradas
frecuentemente como la verdadera causa del c. Las raíces de todo el proceso
hay que buscarlas en la ideología política de la primitiva Iglesia cristiana. Los
primeros filósofos políticos de la cristiandad -Clemente de Alejandría y Eusebio
de Cesarea - adaptaron a la doctrina cristiana la concepción política del
helenismo, único sistema político que existía entonces; al emperador cristiano
se le denegaba el carácter divino que le había atribuido el paganismo, pero,
no obstante, se le miraba como representante de Dios en la tierra, con
autoridad suprema respecto a los asuntos civiles y a los eclesiásticos.
La filosofía política del helenismo, una vez cristianizada, fue admitida no sólo
por los emperadores cristianos sino también por toda la Iglesia. Por tanto, los
emperadores cristianos - a partir de Constantino - creían que su primera
obligación era cuidar del bien de la Iglesia y defender la verdadera fe. De
parte de la Iglesia, el primer resultado de esta aceptación del sistema político
helénico en forma cristianizada fue el deseo de adaptar la estructura y
organización eclesiásticas a las estructuras estatales del imperio romano, pues
éste, al reunir en sí diversidad de pueblos, parecía representar el preludio de
la universalidad de la Iglesia. La división de la Iglesia en patriarcados y
diócesis seguía el ejemplo de la división del imperio en distritos de mayor y
menor magnitud. El obispo de Roma fue reconocido en todas partes de buen
grado como la cabeza de la Iglesia, tanto más cuanto que residía en Roma,
cabeza y centro intelectual del imperio. La elección de Constantinopla como
residencia del emperador no afectó a la posición del obispo de Roma dentro
de la Iglesia, posición que había sido definida por los primeros concilios,
especialmente por el de Nicea (325) y el de Calcedonia, y que había sido
confirmada solemnemente por el emperador Justiniano.
Debido a esto, León 1 y sus sucesores acentuaron, más que los papas
anteriores, el carácter apostólico y petrino del primado de Roma. Pero la
Iglesia oriental daba poca importancia al hecho de que una sede episcopal
apelara al carácter apostólico, ya que en su propio territorio había muchas
sedes que directa o indirectamente habían sido fundadas por los apóstoles.
Sin embargo, pronto aparecieron los inconvenientes que tuvo para la marcha
de la Iglesía la adaptación cristiana del sistema político. helénico. Los
emperadores abusaron muchas veces de su obligación de defender la
verdadera doctrina, intentando continuamente subordinar los intereses de la
Iglesia a sus intereses políticos y personales. Es verdad que los obispos
reconocían el derecho que tenía el emperador a convocar concilios, pero, por
otra parte, defendían, con más o menos éxito, su propio derecho hereditario a
definir y explicar la doctrina ortodoxa.
Es verdad que Focio defendía que el Espíritu Santo procede solamente del
Padre, pero esta cuestión no fue la base de su c., ya que Roma no había
aceptado aún este término en el credo niceno. Pero en el sínodo del año 867,
Focio y sus obispos acusan a los misioneros francos de estar divulgando en
Bulgaria el uso de este término. Con los papas francos se introduce esta
costumbre también en Roma. Parece ser que fue el papa Sergio iv (1009-
1012) el primero que - después de su consagración - envió al patriarca de
Bizancio el símbolo de la fe con el término Filioque, juntamente con su carta
de entronización. Sergio ii, patriarca de Constantinopla, rechazó la carta y el
símbolo de fe adjunto. A1 parecer, desde ese momento no fue indicado ya
más el nombre del obispo de Roma en los dípticos orientales. Este acto tan
poco amistoso muestra hasta dónde había llegado ya la hostilidad, pero no fue
expresión de un c. declarado.
Una reacción contra este estado de cosas fue la reforma del monacato iniciada
en la abadía de Cluny (-> reforma cluniacense). En Lorena y Borgoña
surgieron otros movimientos de reforma. Para estos movimientos la raíz de
todos los abusos consistía en el sistema teocrático introducido por los francos,
según el cual el rey, en cuanto sacerdote, tenía autoridad no sólo en los
asuntos terrenos sino también en los espirituales. La salvación de la Iglesia
consistía, según estos movimientos, únicamente en el robustecimiento del
poder papal, elevándolo no sólo por encima de todos los obispos, sino también
por encima de los reyes y los príncipes. En la Iglesia oriental la evolución fue
completamente diferente: no se produjeron estos abusos, y, además, los
sacerdotes no estaban obligados al celibato. Pero como el occidente
desconocía la situación de la Iglesia oriental, quisó aplicar las ideas de
reforma también en oriente.
El movimiento de reforma tomó pie en Italia al ser nombrado papa León ix
(10491054), de espíritu reformista, por el emperador Enrique iii (1039-56). El
papa eligió como colaboradores a tres personas que estaban dedicadas al
movimiento de reforma: los monjes Humberto y Hildebrando y el arzobispo de
Lorena, Federico; con su ayuda pudo implantar el movimiento de reforma
también en Italia. León rx quiso reforzar también su autoridad en las Iglesias
de rito latino del sur de Italia, sobre todo en Apulia. Estas regiones estaban
bajo el dominio de Bizancio y en su mayoría pertenecían al rito griego.
Las especulaciones políticas fueron en gran parte la causa del fracaso de todos
los intentos de reconciliación. Los griegos seguían aferrados a su propio punto
de vista, según el cual el papado, en cuanto cabeza de la Iglesia universal no
tiene apenas ninguna misión que cumplir. Los occidentales, por su parte,
desarrollaron la teoría de la superioridad del poder espiritual sobre el
temporal. Esta teoría, que no fue conocida en la Iglesia oriental, ofuscó, a
partir de Gregorio vii, toda la evolución de la Iglesia durante el medioevo.
Durante la época de las cruzadas fue creciendo la mutua desconfianza, hasta
terminar con la conquista y el saqueo de Constantinopla el año 1204. A1
poner en Constantinopla un patriarca latino, el c. quedó consumado. Este
último acto de la tragedia hizo que fracasaran todos los intentos de unión que
se realizaron después.
Las cuestiones teológicas, sobre todo la del Filioque, que al principio habían
jugado únicamente un papel secundario, se convirtieron en grito de batalla. A
pesar de esto, no se puede ocultar que los motivos que fundamentalmente
han contribuido al c. oriental no fueron teológicos.
Francis Dvornik
CLERO
El derecho propio del estado clerical está en que los ordenados son portadores
de la potestad sagrada. La disposición en virtud de la cual sólo los clérigos
pueden obtener la potestad de orden o de jurisdicción (can. 118), dentro del
sistema de ordenación absoluta que domina en la Iglesia latina, donde la
colación del orden y la del oficio constituyen actos diferentes, sin duda tiende
a superar esta separación y asegurar la unidad de la jerarquía. El clérigo goza
de cierta preeminencia sobre el laico (can. 119). Los privilegios tradicionales
(can. 120ss) del estado clerical son: el del canon, el del foro y el de la
competencia. Las obligaciones de este estado son en parte mandatos y en
parte prohibiciones, que tratan de asegurar una acción fértil en el ministerio
espiritual (can. 124 hasta 144).
Klaus Mörsdorf
CLERO Y LAICOS
1. Para determinar la relación entre el clero y los --> laicos dentro de la vida y
acción eclesiástica hemos de partir de la unidad de la misión de la -> Iglesia,
cuyo contenido es la salvación de los hombres, que se aprehende por la fe en
Cristo y por su gracia. El c. y los l. constituyen una unidad por el hecho y en el
sentido de que en el -> bautismo se hicieron miembros del único pueblo de
Dios, miembros del mismo cuerpo, cuya edificación está confiada a todos. Sin
embargo, la misión de la Iglesia es realizada de manera diferente por cada
uno de los miembros.
COMISIÓN BÍBLICA
La c.b. es un cuerpo permanente de escrituristas, fundado en 1902 por León
xiii con el fin de promover el estudio católico de la Biblia. A semejanza de
otras congregaciones romanas, tiene su sede en Roma, y al frente de ella
están varios cardenales, a los que asisten consultores de distintos países.
Mucho menos hay que imaginar, como hacen algunos, que los decretos de la
c.b. sean el único medio con que la Iglesia ejerce su derecho y cumple el
deber de ofrecer una guía en la interpretación de la Escritura. El magisterio de
la Iglesia en este punto se ha ejercido siempre principalmente a través de la
liturgia, en que, día tras día, expone al pueblo de Dios el sentido de la palabra
divina.
Hubert J. Richards
COMUNICACIÓN SOCIAL,
MEDIOS DE
I. Concepto e importancia
Con los medios de c.s. puede el hombre «dirigir una llamada directa al
conocimiento y a la libertad del individuo». La situación del hombre en
general, así como el destino de la humanidad están confiados a la conciencia
del cristiano y a la misión de la Iglesia, cuya más noble tarea es servir al
hombre. «La comunidad de los cristianos se siente íntimamente unida al
género humano y a su historia» (Gaudium et spes, n. 1). La postura que la
Iglesia ha adoptado frente a los medios de c.s. (prensa, cine, radio, televisión
y otros) es actualmente positiva e incluso optimista. Las palabras con que
comienzan los documentos eclesiásticos más importantes publicados en los
últimos años sobre este tema, son una prueba de esto. La encíclica de Pío xii
sobre cine, radio y televisión, del 8-9-1957, comienza con las palabras
Miranda prorsus (el avance admirable), y al principio del decreto conciliar
sobre los medios de c.s., del 4-12-1963, tenemos las palabras: Inter mirifica
(Entre los maravillosos inventos). Por tanto, la postura de la Iglesia frente a la
ciencia y a la técnica no es de desconfianza ni de indiferencia, sino más bien
de admiración. Pero la Iglesia no se queda simplemente en esto; ella va más
allá y se interesa ante todo por la función social de los medios de c.s. y por el
mensaje que estos medios nos transmiten.
El decreto Inter mirifica fue publicado al final de la segunda parte del Vaticano
ir. Este documento fue cada vez objeto de mayor discusión en el aula,
aumentando al mismo tiempo los recelos contra él. En la última votación fue
aprobado con 503 votos en contra. Sus puntos débiles obedecen
fundamentalmente, según opinión general, al hecho de que, después de la
primera discusión, se les obligó a los redactores a que se atuviesen al
contenido de un texto redactado durante la fase de preparación del Concilio.
Por tanto, no pudieron tener en cuenta el cambio de perspectivas en la
postura que la Iglesia adoptó frente al mundo, frente a las realidades
terrenas, frente al apostolado y frente a la actividad del mundo; cambio que
se había producido ya al final del segundo período conciliar.
A pesar de estos defectos hay que tener en cuenta los elementos positivos y
dinámicos de dicho documento: el valor intrínseco que tienen estos medios
por el servicio que prestan al hombre y al progreso de la humanidad; el
derecho a obtener información; el papel de la autoridad pública, que no
solamente debe proteger y fomentar la moralidad, sino también la libertad; el
derecho a poder tomar personalmente una decisión y, por tanto, a una
educación para la libertad; el respeto al carácter peculiar del respectivo medio
de c.s.; la integración de estos medios en la --> pastoral ordinaria de la
Iglesia; una definición amplia del trabajo de la prensa católica; la crítica a la
superficialidad y, por tanto, la exigencia de una gran preparación, etcétera.
Este decreto, que tiene 24 parágrafos, está dividido en dos grandes partes: la
doctrina de la Iglesia (n. 3-12) y la actividad pastoral de la Iglesia (n. 13-22),
con una introducción (n. 1-2) y una conclusión (n. 23 y 24). En la conclusión
se anuncia una instrucción pastoral sobre los medios de c.s. La comisión
papal, para los n•edios de c.s., prevista en el número 19 del decreto conciliar,
fue creada por el motu proprio In f ructibus multis, del 2-4-1964. La comisión
está unida al secretariado de estado y cuenta también con seglares entre sus
miembros y consultores.
II. Aspectos teológicos
2) Hay una segunda razón que induce al cristiano a adoptar una postura
positiva frente a la evolución de los medios de comunicación social: la
humanidad camina hacia su perfección bajo la guía de la providencia y bajo la
acción del Espíritu. Esta perfección no se alcanza realmente en este mundo,
pero la humanidad experimenta ya en su peregrinar terreno síntomas de su
futura gloria. Pero tendríamos un concepto demasiado estrecho del plan de
Dios para con la humanidad, si buscásemos esa perfección solamente en el
orden de lo sobrenatural y afirmáramos que la historia profana de la
humanidad va hacia su ruina por razón del pecado.
Dios ama al hombre en todo su ser y en todas sus cosas. Por esto, los
formidables medios de c.s., y los medios más formidables aún que nos traerá
el futuro, entran dentro del plan de la providencia de Dios. Y no ocupan un
puesto de segunda categoría, ni constituyen un mero recurso para casos de
urgencia, sino que son signos y medios positivos de perfección.
Desde este punto de vista hay que comprender la insistencia con que el
decreto Inter mirifica pide que el hombre moderno se prepare moral, técnica y
estéticamente, con miras a la utilización de los medios de c.s. Como el
hombre al elegir una comunicación determinada lo hace en razón de lo que es
o de lo que quiere ser, tiene gran importancia, tanto para la sociedad como
para la Iglesia, el que el hombre de hoy - y más aún el del mañana- esté en
condiciones de elegir, entre las muchas informaciones que se le ofrecen,
aquellas que le ayudan a realizar, con una alegría que no excluye el esfuerzo,
su imagen de hombre. La obligación de formarse a sí mismo, de que se nos
habla en Gaudium et spes (cap. it, 2) bajo el significativo título de « El
progreso de la cultura», está íntimamente unido, en nuestra civilización, con
el uso que se haga de los medios de c.s. durante el tiempo libre.
III. Conclusiones
Para formarnos un juicio exacto de los medios de c.s. en el plano que aquí nos
interesa, son necesarias antes dos observaciones:
Si bien es verdad que se deben «emplear los medios de c.s. para anunciar el
evangelio de Cristo> (Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos, n.
13) y que «los hijos de la Iglesia han de utilizar los instrumentos de la c.s. sin
la menor dilación y con el máximo empeño en las múltiples obras de
apostolado, tal como lo exigen las realidades y las circunstancias del tiempo y
del lugar» (Decreto sobre los medios de comunicación social, n. 13), sin
embargo estos medíos de c.s. presentan a la Iglesia un problema más grave
aun que el de su aplicación, por muy normal y provechosa que pueda ser
ésta, a saber: que la Iglesia tiene ante sí una sociedad y unos hombres que
llevan el cuño de la comunicación moderna y se encuentran en una
transformación continua precisamente a causa de estos medios de
comunicación.
Los medios de c.s. tienen en sí una gran fuerza para acelerar el proceso
evolutivo de toda la humanidad. Gracias a ellos todo se pone en movimiento,
y el «mensaje eterno» del cristianismo tiene que intentar llegar al hombre y a
la nueva situación de éste. Por último, el carácter peculiar de los medios de
c.s., gracias al cual toda la realidad adquiere una nueva dimensión dinámica,
puede ayudar a la Iglesia a descubrir nuevamente el horizonte escatológico
que le corresponde por su propio origen, poniendo constantemente en duda la
verdad que aparentemente ha conseguido y buscando superar continuamente
los límites alcanzados (siempre fiel a lo esencial), con una mirada impaciente
hacia el futuro.
Emile Gabel
COMUNIDAD
Eberhard Simons
2. Así es muy natural que la comunión bajo las dos especies se practicara
desde el principio como un uso que se caía de su peso. Este uso se ha
conservado hasta hoy en las Iglesias de oriente, y se mantuvo en la Iglesia de
occidente hasta el s. XIII, aisladamente todavía por más tiempo (p. ej., en la
misa papal hasta el s. xv, y también en las misas de la coronación de
emperadores y reyes); la manera de administración fue diversa: en lugar de
beber del cáliz (cáliz de la consagración, cáliz de la administración, cáliz
mixto) se introdujo después el uso de chupar con una cañita (pugillaris,
calamus, fistula), o se empleaban cucharillas, o se mojaba la hostia en el
sanguis sagrado (intinctio). En la oración «Haec commixtio...» guarda todavía
hoy la misa latina el recuerdo de esta manera de communio sub utraque
specie de los fieles.
Ahora bien, esta doctrina explica por qué la Iglesia pudo renunciar, sin daño
para los fieles en la recepción de la comunión, a la doble especie, cuando se
hicieron valer motivos razonables y graves para ello (peligros de contagio en
tiempos de peste, peligro de suciedad y derramamiento del sanguis,
repugnancia de algunos a beber del mismo cáliz que otros, gran afluencia de
gente por pascua y en las grandes festividades, falta de vino en los países del
Norte). Así, sin legislación formal se impuso en todo el occidente durante los
s. xiii y xiv la communio sub una. La negligencia en la recepción de los
sacramentos y la deficiente inteligencia, a causa de la cual el sacrificio y el
acto de comer la víctima en la misa ya no fueron considerados como una
unidad, sino que la comunión quedó constituida en un acto independiente
junto al sacrificio eucarístico, favorecieron esta evolución.
4. En el s. xiv se inició el movimiento contrario, que por de pronto sólo
aspiraba a reanimar la piedad eucarística. El año 1414 Jacobo de Mies,
basándose en Jn 6, 53, comenzó a predicar en Praga la doble comunión como
absolutamente necesaria para la salvación de todos y a deducirla
inmediatamente de un mandato divino (Mt 26, 27; Lc 22, 17ss). Tensiones de
política eclesiástica imprimieron pronto una nota polémica en su predicación y
la hicieron degenerar en una propaganda antieclesiástica. Él echaba en cara a
la Iglesia que ella había engañado al pueblo fiel respecto a la promesa de
salvación y vida eterna al sustraerle el cáliz. El concilio de Constanza rechazó
la exigencia de introducir nuevamente el cáliz (sesión 13 de 15-6-1415) y
prohibió la communio sub utraque por razón de los erróneos supuestos que
Jacobo de Mies unía con ella. El movimiento husita, que se desencadenó tras
la ejecución de Juan Hus (6-7-1415), con fervor religioso y pasión política hizo
del cáliz su símbolo (calixtinos, utraquistas, caliceros) y la bandera de su
lucha contra la Iglesia y el Estado (guerras de los husitas 1419-36). El concilio
de Basilea les permitió finalmente el cáliz para Bohemia («compactata» de
Basilea de 1436) y puso así fin al estado de guerra. Pero en 1462, Pío ii
suprimió de nuevo oficialmente los «compactata». Aun cuando muchos
utraquistas volvieron al rito romano católico, sin embargo, el utraquismo se
mantuvo en Bohemia hasta 1629 (edicto de restitución).
August Franzen
3. La c. con Cristo resulta así constitutiva para dos formas de comunidad que
están implicadas en aquélla, pues la c. con Cristo es a la vez c. con el Padre.
Ciertamente Pablo no habla explícitamente de una c. con Dios, pero el
pensamiento está afirmado implícitamente cuando él con toda claridad
considera la c. con Cristo como participación en la forma del Hijo. El texto de
1. Jn 1, 3 desarrolla más explícitamente ese pensamiento. Pero la c. con
Cristo constituye también la otra comunidad, la de los justificados, y por cierto
de tal manera que ésta no sólo resulte de la suma de muchas relaciones
individuales con Cristo.
Wilhelm Breuning
COMUNISMO
I. Concepto
Por más que en tiempos los marxistas - hasta G. Plechanov, maestro de Lenin
-sostuvieran que la revolución socialista del proletariado sería obra de la clase
trabajadora de un país altamente industrializado (y de muchos países
fuertemente industrializados a la vez), prácticamente, en el s. xx sólo en
retrasados países agrarios (Rusia, Yugoslavia, China, Cuba) se ha llegado a la
victoria autónoma de revoluciones comunistas. A estos países se les presentó
entonces la tarea - según Marx sumamente paradójica para un país socialista
- de «alcanzar y superar a las naciones capitalistas». De hecho podemos
caracterizar los procesos históricos en los países mencionados (lo mismo que
en algunas zonas de ocupación comunista) como variantes de la
industrialización capitalista sobre la base de un Estado comunista. Y también
se presentan allí dificultades no menos significativas que las experimentadas
por el mundo capitalista en su desarrollo hacia la sociedad industrial (-->
industrialismo). Mientras que en la economía liberal los problemas consistían
principalmente en la depauperación y en el desempleo masivo durante las
crisis que se repetían cíclicamente, los gravámenes de la forma comunista de
industrialización son más bien de tipo político. La ausencia de la coacción
económica es substituida por otras formas correspondientes de coacción
disciplinaria (que llegan hasta el terror físico, los campos de trabajo, etc.). Los
comunistas reformadores (como la mayor parte de los yugoslavos) rechazan
de todos modos el intento de justificar la falta de libertad por el retraso
económico. Pero, con la entrada en fases más elevadas de desarrollo de la
sociedad industrial, la dirección burocrática se ve de hecho obligada a aflojar
el sistema de presión policíaca y a fomentar mediante estímulos materiales
formas de producción más diferenciadas y elevadas.
En los últimos diez años han vuelto a discutirse los presupuestos reales para
el tránsito al c. en la Unión Soviética. Ya Stalin, en su último escrito, insinuó
sus propias ideas a este respecto, y exigió sobre todo que el sector
corporativo de la economía nacional pasara al Estado. En este punto la teoría
comunista yugoslava se opone diametralmente a la estaliniana, pues concede
la primacía, no a la propiedad estatal (o común a todos), sino a la de las
corporaciones particulares, que cada trabajador puede experimentar más
directamente; y en esa visión la estatalización de ningún modo puede
considerarse como un progreso. En la era de Kruschtschow se desarrolló sobre
todo la tesis de la creciente función del partido al acercarse la era comunista,
tesis que no han abandonado sus continuadores. También en este punto
defendieron una opinión contraria los yugoslavos, los cuales afirman que
juntamente con el Estado debe morir el partido, para dar lugar a que la
sociedad se administre por sí misma.
V. Enjuiciamiento y crítica
lring Fetscher
CONCEPTO
De hecho, conceptos sin visión sensitiva son vacíos, como -para el hombre-
visiones sensitivas sin c. son ciegas (Kant). Así, pues, si bien los conceptos
dan su dignidad a la visión humana, si bien ellos hacen posible la distancia y
la autonomía frente a la turbulenta multiplicidad del -> mundo, sin embargo,
su límite en la aprehensión de la realidad se pone de manifiesto en que - para
conocer lo espirtual o suprasensible - están vinculados a la sensibilidad, al
espacio y al tiempo (--> espacio-tiempo).
Jörg Splett
CONCIENCIA
Por razón de esta reflexión, le es posible al espíritu juzgar sus propios actos.
Distanciándose de sí mismo, puede situarlos bajo su mirada y definir su
estructura, examinando su coincidencia o no coincidencia «objetiva» con el
objeto a que tienden, así como su adecuación con la intención y naturaleza del
yo mismo, y, finalmente, su legitimidad a la luz de los primeros principios,
que son a la vez y en una sola realidad teóricos y «prácticos», o sea, exigen
tanto lo verdadero como lo bueno. Como saber acerca de estos primeros
principios del pensar y del obrar (que coinciden con los del ser como su
fundamento), la c. se llama en la tradición intellectus principiorum (por su
relación a los principios teóricos, p. ej., al de contradicción) y «sindéresis»
(por su relación a los preceptos de la moralidad): -> conciencia moral. A la luz
de esa vinculación consciente a las leyes fundamentales del -> ser, el hombre
está distanciado de sí mismo y de la realidad que le sale al paso, y por eso es
libre.
De hecho, aun en la plena c., nunca está todo presente con la misma claridad;
la «estrechez de la c.» sólo permite asir o aprehender un poco en el «centro»
con plena atención, mientras el resto queda «al margen de la conciencia», de
modo que solamente es «con-sabido» como objeto u «horizonte», que quizá
se actualizará en una reflexión ulterior. Más misterioso es aún el dominio de lo
inconsciente, que fue ya objeto de la indagación de Agustín en el fenómeno
del olvido, del querer recordar y del recuerdo.
Jörg Splett
CONCIENCIA, EXAMEN DE
CONCIENCIA MORAL
I. Naturaleza de la c.
1. Aspecto bíblico
2. Visión histórica
3. Problemática actual
Para la orientación moral dentro de una situación concreta donde hay que
tomar una decisión, la c. es insustituible e insuperable. Su lugar no puede ser
ocupado ni por el saber o la opinión moral ni por la instrucción heterónoma. El
juicio de la c. es la última norma determinante para esta decisión concreta
(regula proxima moralitatis), pero no puede convertirse en norma universal
para la decisión personal en casos parecidos. El valor moral de una acción se
mide exclusivamente por el dictamen que la c. ha emitido una vez ponderado
todo el material disponible. Esa fuerza éticamente normativa vale plenamente
incluso en el auténtico error de c. (error invincibilis), a consecuencia del cual
una acción que sigue a la c. puede revestir en un caso particular un carácter
diferente de la norma objetiva. Como última norma subjetiva de la acción
moral, el dictamen de la conciencia debe ser claro y concreto, de modo que
quede excluida la inseguridad razonable (certitudo moralis). Cuando no se
puede alcanzar esta seguridad, se da la c. dudosa (dubium practicum
conscientiae; también: error vincibilis). La duda propiamente dicha de la c. (la
práctica) no representa ningún defecto moral, sino que es un necesario
eslabón de tránsito en las situaciones en que resulta difícil decidir. El error es
posible en toda la extensión de la vida moral como obscuridad sobre las
normas morales (dubium iuris) o sobre su aplicación a cada una de las
situaciones especiales de la acción (dubium facti), así como en el caso de
concurrencia de muchas obligaciones morales. Elevadas experiencias de la
vida espiritual se mueven con frecuencia en el límite de la c. segura. La
situación más difícil es el conflicto de c. o concurrencia de obligaciones
contradictorias entre sí, hasta el caso extremo en que la c., a causa del
entrelazamiento de la vida y de sus circunstancias y órdenes con la injusticia,
no ve la posibilidad de emprender ninguna acción sin cometer, pecado
(conscientia perplexa). junto a la natural limitación del conocimiento, en cada
hombre son causas de la duda de c. la ignorancia en cosas morales y la
insuficiente seguridad del juicio moral.
Rudolf Hofmann
CONCILIARISMO
CONCILIO
I. Noción
Las formas concretas, incluso del c. ecuménico, son muy diferentes entre sí.
Según el actual derecho canónico, no puede haber c. ecuménico que no haya
sido convocado por el papa; también entra en los derechos del papa la
dirección (por sí o por otros) del c. ecuménico, la determinación de los temas
a tratar y el orden de tratarlos, el traslado, aplazamiento, disolución del c. y la
confirmación de sus decretos (can. 222; cf. 227). Poseen derecho de voto
todos los cardenales, patriarcas, arzobispos y obispos, abades y prelados con
jurisdicción propia, el abad primado, los superiores de congregaciones
monásticas y los superiores generales de de las órdenes exentas, también los
obispos titulares, caso de que en la convocatoria no se determine nada en
contra; los teólogos y canonistas llamados al concilio sólo tienen voto
consultivo (can. 223; respecto al envío de un representante y a la partida
antes de acabarse el c., cf. can. 224s). Los padres conciliares pueden
proponer también por sí mismos que se traten algunas cuestiones, las cuales,
sin embargo, necesitan de la aprobación del presidente (can. 226). El c.
ecuménico tiene autoridad suprema sobre la Iglesia universal; está excluida
una apelación al c. frente al papa; en caso de morir el papa el c. queda
interrumpido (can. 228s).
Por razón de esta historicidad, que atañe no sólo a una modalidad secundaria,
sino a la concepción de la esencia del c. mismo, los artículos -> conciliarismo
e historia de los -> concilios no sólo constituyen un complemento, sino
también una parte integrante de la temática que aquí hemos diseñado en sus
rasgos fundamentales.
Hans Küng
1. Concilios prenicenos
Del c. de los apóstoles, hacia el año 50 d.C., no arranca ninguna linea que
lleve directamente a la praxis sinodal de la Iglesia. Antes de la mitad del s. II
no se ven indicios de una actividad sinodal. Paralelamente a los sagrados
ministerios, los sínodos fueron naciendo también de la asamblea litúrgica de
las comunidades locales. La conciencia, cada vez mayor, sobre la sucesión
apostólica en el episcopado y la importancia general de cuestiones en litigio
dieron origen, a partir del año 175 d.C., a las reuniones de obispos de varias
comunidades. Hasta el 325 d.C. los participantes apenas se guiaban por la
división civil en provincias, sino, más bien, por su relación con la Iglesia
madre y por la densidad geográfica de las comunidades. Ya a fines del s. ir,
Italia y el Asia Menor desplegaron una intensa actividad sinodal. La Iglesia de
las Galias empieza en el s. rv con unos sínodos aislados. La primera en dar el
paso de las reuniones ocasionales, celebradas por alguna razón especial, a las
asambleas regulares fue la Iglesia africana en el s. iir, y la última, en el s. vi,
fue la galofranca. La discusión acerca de la fecha de la pascua, a fines del s.
ir, dio origen, por vez primera, a un cambio de opiniones entre los grupos
conciliares. En el s. iii los decretos sinodales eran comunicados a las otras
Iglesias con el fin de adoptar un procedimiento común en la cuestión de los
lapsi y del novacianismo, o para obligar a otras Iglesias a reconocer una
sentencia disciplinar. Esta forma preliminar de universalismo eclesiástico dejó
abiertas las puertas a contradicciones infranqueables; los sínodos africanos de
los años 255 y 256, bajo la dirección de Cipriano, que trataron sobre la
validez del bautismo de los herejes, apelaron a unas decisiones sinodales más
antiguas y, juntamente con el c. de Antioquía, se opusieron a la concepción
romana. La conducta autoritaria de Esteban, obispo de Roma, no logró
imponerse.
Fue por razón de sus decisiones doctrinales por lo que los c. ecuménicos
adquirieron clarísimamente una mayor categoría que los sínodos regionales. El
Niceno i condenó el -> arrianismo y formuló el símbolo de la fe; el
Constantinopolitano t combatió a los arrianos, semiarrianos y sabelianos; el
Efesino del año 431 condenó el -> nestorianismo, el Calcedonense rechazó el
-> monofisitismo, y ambos definieron la unión hipostática. El
Constantinopolitano ii (553) rechazó los «Tres capítulos» de los nestorianos;
el próximo c. de Constantinopla (Trullanum 680681) condenó el ->
monotelismo, y el Niceno ri (787) afirmó la licitud del culto de las imágenes. A
pesar de esto, todavía no se había impuesto una jerarquía obligatoria respecto
a los c. Los cuatro primeros c. ecuménicos empezaron a formar un grupo fijo
cuando Gregorio Magno los comparó con los cuatro Evangelios (o Isidoro de
Sevilla con los cuatro ríos del paraíso); Gregorio Magno admitió el
Constantinopolitano ii como c. ecuménico, porque estaba de acuerdo con los
«cuatro santísimos sínodos». Como en ellos se había formulado
fundamentalmente la fe trinitaria y cristológica, el grupo de los cuatro
concilios fue tenido en adelante como piedra de toque de todas las otras
decisiones conciliares. Pero hasta el s. ix, y con toda claridad hasta el x, los c.
ecuménicos no aparecen como fundamentalmente distintos de los sínodos
regionales; en opinión de los teólogos, los c. ecuménicos servían de norma al
c. local y ellos mismos se orientaban, a su vez, por el grupo de los «cuatro»,
dentro de los cuales el Niceno i ocupaba un puesto preeminente. Todavía
Gregorio vir recordaba en 1080 la preeminencia de este grupo, aunque la
condicionaba al hecho fundamental de que las decisiones allí tomadas habían
sido reconocidas por sus antecesores.
3. Los sínodos generales de los reinos germánicos
La unión transitoria del antiguo sínodo romano con el c. del reino constituyó
para el primero el inicio de su transformación en c. general papal. A partir de
Nicolás i aumenta el número de legados pontificios en los sínodos regionales.
De esta forma, los papas hacen valer su influjo, y la ilimitada potestad papal
de regir va tomando poco a poco forma de acciones concretas de gobierno en
el plano conciliar. El papado de la reforma ocupa la posición que el emperador
había tenido hasta entonces en el c., y la jefatura del papado va más allá de
los límites del período precedente, en cuanto que la convocatoria, el orden del
día y la promulgación de los decretos en adelante dependen exclusivamente
del papa; el dictatus papae (1075) de Gregorio vii declaraba que ningún
sínodo podía calificarse de universal (ni retroactivamente) sin sentencia del
papa. El número de obispos asistentes fue creciendo constantemente; los
temas tratados afectaban ya a la Iglesia universal; y el lugar de reunión,
condicionado siempre por influjos políticos, no estuvo ligado ya
necesariamente a la ciudad de Roma. Los sínodos de reforma convocados por
León rx en Pavía y Reims (1049), el sínodo romano de 1059 (decreto sobre la
elección del papa), y el de 1075 (reforma de la Iglesia), bajo Gregorio vtr, así
como los c. de Urbano ii en Piacenza y Clermont (1095, cruzada y paz de
Dios), fueron etapas decisivas que prepararon el camino a los c. ecuménicos
de Letrán en 1123 (solución del problema de las investiduras), en 1139
(cisma de Anacleto ir) y en 1179 (paz con Barbarroja).
Con la esperanza de lograr de nuevo una unión con las fuerzas protestantes
separadas, el c. acometió al mismo tiempo y desde el principio los dos
problemas capitales: fijar la doctrina tradicional y reforma general de la
Iglesia. Como a la mayoría de los padres conciliares les faltaba un concepto
claro de Iglesia, no se llegó a una exposición exhaustiva de la doctrina según
un plan orgánico. Su labor quedó limitada a medidas aisladas de reforma y
declaraciones dogmáticas con el fin de cerrar las grietas producidas en el
sistema existente por las ideas protestantes. Pero la presencia transitoria de
algunos protestantes alemanes en el c. (15511552) y por último la paz de
Augsburgo (1555) pusieron de manifiesto lo infranqueable de la escisión. En
lugar de la christianitas dividida se fue utilizando cada vez más el concepto de
catholicus (-> reforma católica y contrarreforma).
Odilo Engels
CONCUPISCENCIA
La c. es un dato fundamental de la antropología cristiana. P-sta entiende al
hombre como ser dotado de fuerza meramente finita, pero orientado hacia lo
infinito, de modo que por constitución lleva en sí mismo un factor de
contradicción y de tensión (entre esencia y existencia, entre -> naturaleza y
persona). Pero la antropología cristiana sabe también que este ser se halla
bajo las consecuencias del pecado (-> pecado original, --> pecado y culpa) y
por tanto vive en una profunda escisión. El hecho de esa escisión es tan
accesible y familiar a la experiencia universal del hombre, que juega su papel
en las filosofías más antitéticas (p. ej., en el -> marxismo y en el -->
existencialismo), aun cuando su explicación y fundamentación sean
totalmente diversas. Sin embargo, la concepción cristiana de la c. debe
trazarse partiendo, no de una definición puramente metafísica del hombre,
sino de la historia de la acción de Dios en la humanidad.
Leo Scheffczyk
CONFESIONALISMO
«Confesionalismo» puede tener dos significaciones distintas: 1) A veces este
concepto sirve para designar los esfuerzos por unir a escala nacional o
internacional (alianzas mundiales confesionales) a Iglesias de igual confesión.
Visto así, el «c.» puede ser una etapa previa para el diálogo ecuménico (-->
ecumenismo). 2) Sin embargo, c. designa generalmente la estimación
excesiva de una tradición eclesiástica limitada frente a la herencia de la
Iglesia universal, tal como existe también en otras Iglesias, y,
consecuentemente, significa una cerrazón autosuficiente frente a estas otras
Iglesias. Aquí nos referimos a la segunda significación.
I. Iglesia y confesionalismo
Una auténtica superación del c. debe comenzar ante todo por una reflexión
acerca de la función de la confesión misma. Si es cierto que la confesión
constituye un esfuerzo subjetivo por comprender el mensaje de salvación,
también lo es que todo sujeto de esa confesión debe entenderse siempre
como un sujeto social (cf. la etimología de homologia y con-fessio).
Originariamente toda confesión tuvo a la postre carácter ecuménico, pues su
objeto era poner de manifiesto la coincidencia de una comunidad determinada
con la totalidad de los creyentes. Por eso no hay título legítimo para una
tendencia que conceda un carácter absoluto a una limitada tradición eclesial
en nombre de un credo.
Ansgar Ahlbrecht
CONFIRMACIÓN
I. Cuestiones acerca del método
1. La Escritura
Será, por tanto, insuficiente fundar nuestro estudio sobre la c. en los escasos
textos de los Hechos que atestiguan probablemente la existencia de un rito
todavía muy rudimentario en el tiempo apostólico: oración, imposición de
manos, don del Espíritu Santo, atestiguado también por el carácter
carismático de la Iglesia primitiva (Act 8, 12-17 y 19, 1-7; Heb 6, 2 es menos
seguro). Una teología bíblica de la c. se apoya necesariamente en la teología
del dinamismo salvífico del -> Espíritu Santo como don mesiánico (doctrina
del AT) del Señor resucitado (Jn 19, 30), comunicado corporativamente a la
Iglesia naciente (Act 2, 1-47), universalmente a las naciones (Act 10-11, 18 =
pentecostés de los gentiles) e individualmente a cada fiel (p. ej., Act 1, 7-8:
tema central del libro de los Hechos). Deberemos seguir la Escritura allí donde
se remonta hasta el misterio de la --> encarnación como misión del Padre y
tipo de nuestra nueva existencia. En efecto, en el bautismo de Juan, Cristo fue
entendido y consagrado como profeta y Mesías; él predicó, hizo milagros y
oró, murió (Heb 9, 14) en y por la virtud del Espíritu (cf. sobre todo Lucas).
Finalmente, una reflexión teológica sobre estos ricos y múltiples datos bíblicos
(con lo cual la «economía» nos introduce en la «teología») nos permite
reconocer su faz propia y, por ende, comprender mejor lo que puede significar
en el NT la expresión tantas veces repetida de que el Espíritu nos ha sido
«dado», ya que él es el don por excelencia del Señor resucitado.
Es evidente que, para el NT, la actividad propia del Espíritu sostiene y mueve
toda existencia cristiana desde el nacimiento de la fe. I. de la Potterie,
recogiendo una tradición muy antigua, ha hecho ver que la «unción» del
cristiano (2 Cor 1, 21s; cf. Ef 1, 13; 1 Jn 2, 20 27) no tiene significación
ritual, sino espiritual, guardando una relación de analogía con la unción de los
profetas en el AT y la unción profética de Cristo (Lc 4, 18; Act 4, 27; 10, 38;
Heb 1, 9). Pablo la considera en su relación con el sello del bautismo,
mientras Juan descubre su influencia en todo el desenvolvimiento de la vida
cristiana por la fe que precede (1 Jn 5, 6), acompaña (Jn 19, 34-35) y sigue
(3, 5) a la recepción del bautismo cristiano. «Esta unción divina significa la
acción de Dios que suscita la fe en los corazones de los que oyen la palabra de
la verdad» (I. de la Potterie, 120). Esta fe es «confirmada» por el Espíritu. No
estará de más notar de pasada que la idea de gratia ad robur no es del todo
extraña a la tradición apostólica y postapostólica, sin que por ello sea
exclusivamente atribuida al Espíritu (1 Cor 1, 6ss; 2 Cor 1, 21s, Col 2, 7; Fil
1, 7; 1 Clem 1, 1, 2; IgnMagn 13, 1; PolyK 1, 2). Si es menester renacer por
el agua del bautismo, también hemos de renacer por el Espíritu, es decir, por
la fe en la palabra (Jn 3, 5; 19, 35; 1 Jn 5, 6-8). Esta doctrina corresponde
perfectamente a la de los sinópticos sobre la necesidad de la fe para la
salvación eterna.
2. La liturgia
3. La evolución doctrinal
Sin querer defender con G. Dix y L. Bouyer una ruptura entre la patrística y la
escolástica, no podemos negar que la teología de la c. presenta en estas dos
épocas y por razones diversas rasgos bastante diferentes. Los padres exponen
generalmente su doctrina en el curso de las grandes catequesis, preparatorias
a la noche pascual, cuya unidad litúrgica respetan con toda naturalidad. Su
intención es pastoral y espiritual. La verdad central de que la c. nos da el
Espíritu les basta, tanto más cuanto que su teología respeta más la
peculiaridad de las personas divinas. En ricas alegorías sobre los textos
bíblicos que mencionan el Jrisma o la sfragis, elaboran una amplia doctrina
acerca de la presencia y actividad del Espíritu en las almas. La escolástica
incipiente, al abordar por vez primera el tema de la c. se encuentra un tanto
desamparada. Todo su esfuerzo de reflexión teológica parece centrarse en la
especificación de la gracia sacramental propia de la c., en oposición al
bautismo y a la eucaristía. El círculo en torno al PsMelquiades tiende a resaltar
en demasía la importancia de un aspecto secundario de la tradición antigua, la
famosa gratia ad robur, cuando no se conforman con un simple augmentum
gratiae. Y por desgracia son precisamente estos dos aspectos los que el
Maestro de las sentencias resume en su IV Sent. d. 7. Sin embargo, sería
falso e injusto reducir a estos pobres datos toda la teología escolástica sobre
la c. La tradición acerca de «la plenitud del Espíritu» (Is 11, 2), conservada
especialmente en la liturgia, sigue irradiando con la misma fuerza. La doctrina
del carácter permite a la alta escolástica profundizar el aspecto eclesiológico y
cultual de la c. Los grandes temas patrísticos sobre el sacerdocio real (1 Pe 2,
5) y sobre la analogía entre la unción de Cristo, la venida del Espíritu Santo en
pentecostés y la unción de los fieles al recibir la c., tantas veces ausentes de
la «teología escolar», se han puesto de relieve cada vez más, sobre todo en
los últimos cincuenta años, aun cuando esto se deba a motivos de la época (-
> acción católica, emancipación de los laicos, etc.).
4. La evolución doctrinal en los textos del magisterio eclesiástico
Piet Fransen
Este estar en la cosa y por ello en sí mismo es el más alto sentido metafísico
tanto del ser como del espíritu; ahí se da la verdad como presencia y, en su
más profunda y sublime determinación, como epifanía ante sí misma. El
planteamiento radical del problema del c. conduce, pues, a la pregunta
fundamental de la metafísica y de la ontología. La doctrina filosófica del c. se
presenta así como el aspecto «lógico» de la ontología metafísica, como la
«lógica» de la ontología. Y una doctrina del c. que pretenda explícitamente no
ser ontológica y ser antimetafísica, lo único que hace es silenciar implicaciones
ineludibles de una ontología y metafísica germinalmente segura y capaz de un
desarrollo explícito.
Si la lógica formal reflexiona sobre sí misma desde todos los puntos de vista,
debe explicar también en qué sentido «existen» las reglas formales conocidas
por ella, en qué sentido esas leyes lógicas «son reales»; y en medio de tal
reflexión sobre todos sus aspectos ya no es mera lógica formal, sino que pasa
a ser lógica real, gnoseología como filosofía metafísica y ontológica del c. Si la
lógica formal, con el fin de cerciorarse de su propia exactitud en el terreno
lógico, cae en el procedimiento unilateral de reflexionar solamente sobre sí
misma, o sea, si investiga el c. que se da en ella solamente bajo la dimensión
de su aspecto abstracto y formal, pone en marcha su propia regresión
formalista y se convierte en meta-lógica (de sí misma), etc.
Más bien la sensación está envuelta y penetrada por una previa «significación
instintiva» como factor también constitutivo, la cual viene dada con la
estructura peculiar de la sensibilidad de cada animal. También en la
percepción humana el estímulo externo es recibido mayormente según su
significación para la vida sensitiva e instintiva del hombre (como útil o inepto
para esta o aquella finalidad parcial bajo la perspectiva total de la
conservación y el incremento de la existencia vital). Pero aquí hemos de
notar, primero, que la percepción humana puede librarse de esa vinculación a
la así llamada estructura vital del hombre, centrando el interés
exclusivamente en aquello que lo percibido muestra independientemente de la
posibilidad de referirlo a esta o aquella organización sensitiva e instintiva,
específica e individualmente diferente. Y, segundo, que la misma relación vital
al objeto excitante se debe al contacto humano con lo real y se hace posible
gracias a lo que dicho objeto significa en sí mismo «antes» de su relativismo
vital, se debe, pues, a la percepción en sentido estricto como recepción del
objeto en su acto de presencia. Pues la referencia vital al hombre no está
dirigida inmediatamente por un mecanismo meramente «instintivo», sino que
media en ella y la acuña dicha recepción, como percepción de algo sensible
que nos sale al encuentro y que en sí mismo tiene su significado («porque el
objeto mismo es esto o aquello y se comporta de esta o de la otra manera, es
también apropiado o inepto para uno u otro de mis fines»).
Del mismo modo que los datos formulados se hallan en un todo ordenado
junto con otros datos, así también cada juicio científico está enmarcado en un
todo ordenado de juicios, en un sistema del c. científico del campo respectivo.
Aquí los hechos experimentales no son constatados y relacionados entre sí en
forma más o menos casual a manera de sucesos singulares, como en la
historia general de la experiencia, sino que se los examina y ordena según las
reglas fijas de un proceso planificado y seguro de investigación. C. científico
es un c. logrado metódicamente. Mientras que en el juicio relativo a la
percepción y a la experiencia general los conceptos, a base de los cuales se
trae a la conciencia las notas indicadoras del significado del objeto, son
tomados del lenguaje usual, que tiene un amplio sector de oscilación, y lo
tiene por la razón de que este lenguaje ha de poderse utilizar en todas las
posibles situaciones experimentales, la terminología científica, por el
contrario, delimita con suma precisión el sentido de sus vocablos con miras al
campo concreto de investigación. El juicio científico tiende a la mayor claridad
(univocidad) posible en sus conceptos.
En todo conocimiento cualquier ser indidual que nos salga al encuentro queda
elevado a sus rasgos esenciales, su esencia, que lo une con los entes de la
misma especie, a su estructura categorial a priori y, en cuanto ente, a la
unidad plurifacética de los transcendentales. Cada estadio de c. remite a los
demás estadios y a la unidad análoga de todas las formas de c.; pero esta
unidad ya no puede elaborarse en una forma unívoca de c., basada en un solo
método, la cual abarcara todas las analogías. (Hegel, con su filosofía de la
identidad, intentó realizar esa unidad unívoca. Según él, el c. y el método [-
>dialéctical y la idea son lo mismo, por eso se identifican con el saber
absoluto, con la ciencia, la cual no entra en un ser distinto por el acto de
conocer, sino que en sí misma es la realidad.) Y en todo estadio de c. que
juzga a base de conceptos se conoce a la vez que la aúveeae~ en el juicio
busca la adecuación con la síntesis en la cosa juzgada. El conocimiento es
adaequatio re¡ et intellectus en el juicio; y por eso el juicio es el lugar
auténtico del c., pues en él la verdad adquiere una concreta forma «lógica».
Pero la verdad lógica está fundamentada en la verdad experimentada, es
decir, en la verdad óntica como apertura del ente que nos sale al encuentro y
de su esencia universal, y en la experiencia de la verdad ontológica como
apertura categorial y transcendental del --> ser para el espíritu que
experimenta y, por eso, puede conocer.
Por primera vez Hegel intentó pensar la unidad de ser y tiempo; pero e'1 sólo
pudo entender el presente histórico como un necesario estadio óntico en el
proceso dialéctico de evolución, dirigido por un sistema inmanente, en el cual
el absoluto llega a ser por sí mismo lo que eternamente era en sí mismo. En
esa concepción pasa desapercibido lo más peculiar del tiempo histórico, a
saber, la imposibilidad de deducirlo del pasado y la de calcular los
acontecimientos del futuro. El carácter histórico y temporal del ser que se
abre en el mundo y del espíritu que conoce el mundo, comenzó luego a
ponerse de manifiesto en la reflexión sobre las bases de la historia a finales
del s. xix (Ranke, Droysen) y en la teoría de las ciencias del espíritu (Dilthey),
y en el pensamiento de M. Heidegger ha sido sometido a un riguroso estudio
filosófico.
Alois Halder
CONSEJOS EVANGÉLICOS
El derecho canónico de 1918 (can. 497) podría dar la impresión de que los
c.e. son solamente para las religiosos y de que los «seglares», por lo
contrario, han de atenerse únicamente a los mandamientos. Pero los
religiosos, por su parte, ¿reconocen bajo los tres votos reducidos a un mínimo
obligatorio «el consejo» en su sentido original, el cual ha sido impuesto, pero
no como una obligación? Antes de abordar el triple consejo (II) y el estado
fundado en los c. (111), veamos en la Biblia el sentido de los c.e. y su valor
pastoral para todos los bautizados, afirmado abiertamente en la constitución
Lumen gentium (LG, 39).
De ahí se desprende la importancia pastoral del c. Hay que hacer ver a Cristo,
su imagen y su amor a través de la «ley» (lex Christi: Gál 6, 2), descubriendo
en ella la llamada a lo mejor; y, en las obligaciones graves (que no podemos
olvidar), hemos de hallar también su verdadero sentido de un «amor
necesario»: «No permitas que me separe de ti» (misa). La sensación de peso
que se tiene al principio quedará superada por la mirada a la benevolencia
divina como fuente de todas las manifestaciones de la voluntad de Dios. El c.
es esencialmente libre: el amor misericordioso de Dios quiere vencer nuestros
cálculos de seguridad. Pero el c. no implica ningún rigorismo. Un bautizado
aprecia todos los c., pero escoge libremente los que atañen a su situación
providencial (S. Fr. de Sales, Tratado del amor de Dios, 8, 9. Cf. LG 42c). Una
fidelidad filial, que actúe con paz interna y magnanimidad, con creciente
libertad (libertas a servitute, Agustín), se convertirá en el fundamento
auténtico para el cumplimiento de los mandatos graves o leves, que nunca
pueden ser olvidados ni puestos en tela de juicio: « El amor perfecto echa
fuera el temor» (1 Jn 4, 18 ). No se niega que la perfección cristiana esté «del
lado de los preceptos» (Tomás, De Perfect. vitae spir., 14), es decir, del lado
de los dos preceptos del amor, que no conocen límites. Pero el c. constituye
speciali modo (LG 42c) su realización y su signo. Así, en el «Hijo muy amado»
(Mt 17, 5) recibimos el llamamiento a la gracia sobrenatural, cuyo imperativo
obliga actualmente también en el plano humano del trabajo, de la economía y
de la moral.
3. Sería injurioso para el estado creado por los c.e. el que interpretáramos su
obligatoriedad legal sin tener en cuenta el sentido y la forma del c. Lo mismo
debe decirse de toda la moral cristiana (cf. i). El único c.e. es Cristo, amado y
seguido por razón de él mismo. El triple voto -interpretando los c. como
adoración perfecta- consagra la existencia entera, y no sólo un mínimo
reducido a tres obligaciones (LG 44a). Además, el voto es solamente el
presupuesto para la apropiación definitiva del espíritu del c.; él tiende a la
«libertad», que sobrepuja la ley (Pablo), a la alegría victoriosa (Agustín), a la
connaturalidad de la -> virtud (Tomás).
René Carpentier
CONSTANTINO, ERA DE
La discusión en torno a la inteligencia de la Iglesia en la historia plantea con
predilección el problema de la época constantiniana. Trátase no tanto de un
período de la historia de la Iglesia cuanto de una calificación de aquel
encuentro entre Iglesia y Estado que inauguró el emperador C. (hacia
285337), con efecto duradero, y que imprimió su sello durante siglos a la
imagen pública de la Iglesia cristiana y todavía la determina. Esta envoltura
de un juicio valorativo, por lo general negativo, en categorías históricas
explica el carácter cambiante del modo de hablar de la era constantiniana.
Si se intenta llegar a una regulación uniforme del lenguaje, en este caso, por
analogía con el vocabulario sobre la época de Augusto o de Justiniano, es
obvia una limitación al reinado de C. el Grande, que duró sus tres buenos
decenios al comienzo del s. lv. Con ello se le señala a la investigación histórica
un marco claro, en medio del cual debe esclarecerse la importancia de este
emperador para la historia universal. En cambio, si se amplía el concepto,
como, p. ej., cuando en la actualidad se habla del fin de la era constantiniana,
en tal caso resultan problemáticos tanto los límites del periodo de historia
eclesiástica así designado, corvó la insistencia en un determinado matiz de la
política de la Iglesia. De hecho, ya en la época precedente se observa por
parte de la Iglesia una clara preparación de esta evolución, y, de otro lado, no
ha de olvidarse la participación de un Teodosio z (379-395) o Justiniano (527-
565) en todo ello. La ósmosis de Iglesia y estado que fue iniciada por el
emperador C., halló su expresión universal en la res publica christiana
medieval y bajo múltiples formas opera todavía en la actualidad; esta ósmosis
no nació en pocos años, sino en un largo proceso que sólo se abre en su
carácter complejo mediante un especializado análisis histórico. Pero en tal
análisis se ve claramente que la fusión entre cristianismo e imperio, bajo la
forma como se produjo en la primera mitad del s. Iv, tuvo consecuencias de
largo alcance; éstas deben ser investigadas también, a pesar de la renuncia a
una manera global de pensar.
Es comprensible que la reacción pagana, sobre todo por parte del emperador
Juliano (+ 363) y del historiador bizantino Zósimo (s. v), denostara la
memoria de C. (p. ej., por su crueldad). Sin embargo, ya jerónimo trazó el
plan de una obra histórica, que desgraciadamente no se llevó a cabo,
fijándose en el aspecto de la decadencia. «Porque me he propuesto escribir la
historia, si el Señor me da vida y si mis vituperadores me dejan por lo menos
en paz después de huir y encerrarme, desde la venida del Salvador a nuestra
edad, es decir, desde los apóstoles hasta la hez de nuestro tiempo, mostrando
cómo y por quiénes nació y creció la Iglesia de Cristo, cómo creció por las
persecuciones y fue coronada por los martirios, y cómo después de recibir en
su seno a los príncipes cristianos, se hizo ciertamente mayor en riquezas, pero
menor en virtudes» (Vita Malchi, 1). Aquí ya tropezamos, pues, con aquella
imagen de la historia que ve en C. (sin mencionar su nombre) el viraje en la
evolución histórica de la Iglesia y atribuye, por ende, a su era una importancia
especial. Si a esto añadimos que en Sócrates (+ después del 439) se alza la
queja de un Ellénidson jristianismós (Hist. Eccl., I, 22), tenemos ya indicados
los elementos característicos de la polémica posterior.
(Inferno xix,
115ss).
Así, pues, antes de que J. Burckhardt compusiera su influyente obra Die Zeit
Constantins des Grossen («El tiempo de C. el Grande», primera edición, Bas
1853) desde el mismo punto de vista, había ya una larga tradición en torno al
juicio negativo sobre este soberano. Ciertamente en la actualidad se ha
impuesto de nuevo un juicio más positivo, a base de una cuidadosa
interpretación de las fuentes (J. Vogt, H. Di;rries, H. Kraft, K. Aland). Pero la
visión histórica del problema confirma en todo caso que el primer emperador
cristiano es una figura clave para la interpretación de la Iglesia en la historia.
Tratándose de una figura simbólica, sin duda la valoración de C. estuvo con
frecuencia más sometida a una decisión precientífica que a un objetivo análisis
histórico. No fueron menores en el curso de los siglos las objeciones contra el
modelo constantiniano de un imperio cristiano; y en nuestros días, al
reflexionarse con ahínco sobre la verdadera naturaleza de la Iglesia, esas
objeciones alcanzan nueva actualidad.
La primera mitad del s. iv sin duda trajo un gran cambio para el cristianismo,
cambio que esencialmente se remonta a la iniciativa del emperador C. y que
consistió en el encuentro entre la Iglesia y el estado romano, con lo cual se
inició un proceso sumamente importante incluso para la historia universal.
En medio de los preparativos para la guerra contra los persas murió C. el año
337, después de recibir poco antes el bautismo. Su sepelio en el mausoleo de
la iglesia de los apóstoles de Bizancio lo mostraba aún en la muerte como
igual a los apóstoles y proclamaba así el programa de su vida.
Peter Stoekmeier
CONSTITUCIONES
DE LA IGLESIA PRIMITIVA
I. Concepto
De todos modos aparece aquí bajo muchos aspectos el carácter local de las c.
eclesiásticas. Al comienzo de la historia de la Iglesia no se encuentra un libro
de derecho uniforme, sino que, más bien, se van formando las c. eclesiásticas
en medio de múltiples condiciones particulares y en armonía con la práctica
concreta de una Iglesia regional. Aquí tenemos un paralelismo respecto a la
evolución de la predicación, de la teología y del dogma, con los cuales está
íntimamente entrelazada la práctica de la vida eclesial. Los Iglesias
particulares se desarrollan con gran autonomía y variedad.
CONTINGENCIA (CONTINGENTE)
1) Filosóficamente lo c. es aquello que no existe en virtud de su propia
esencia, aquello respecto de cuya esencia el existir de hecho -bajo el aspecto
puramente lógico y formal- se comporta como un accidente (de accidere), que
«adviene de fuera» a la esencia. Según una mayor extensión del concepto, se
denomina c. todo lo que «puede dejar de ser». Así está en contradicción con-
lo absoluto y necesario, que no puede dejar de ser, porque existe en virtud de
su propia esencia. En sentido más estricto excluye lo imposible simplemente y
designa sólo aquello que «puede ser y no ser». En todo caso, la contingencia
significa una constitución ontológica, caracterizada por una deficiencia, por un
no tener o no ser, a saber, designa aquella modalidad de esencia que no es en
sí y por sí su propia realidad (--> ontología). Acerca de la relación de lo c. con
lo necesario vige esencialmente lo dicho, al hablar de lo absoluto, sobre la
historia de su pensamiento, sobre la dificultad para conocerlo con que tropieza
la conciencia actual y sobre ensayos más ligados a la experiencia para lograr
entenderlo.
Walter Kern
CONTRATO
Derechos y deberes del hombre pueden tener su fundamento: o bien (1)
inmediatamente en lo que él es - con o sin intervención propia -, p. ej., hijo
de este matrimonio, miembro de la Iglesia, poseedor de un oficio; o bien (2)
en lo que él hace o deja de de hacer, p. ej., engendra a un hijo, crea una obra
literaria o artística, causa unos perjuicios; o bien (3) en sus negocios jurídicos.
Sus acciones y omisiones son jurídicamente importantes para él en la medida
en que implican algún grado de imputabilidad moral y jurídica; pues toda
acción relativa a un negocio jurídico presupone la capacidad para él y la plena
imputabilidad. Entre los negocios jurídicos se hallan los contratos; y con
frecuencia, cuando se habla de c., se entienden los negocios jurídicos en
general.
CONVERSIÓN
En este artículo se trata (I-II) del concepto más general de conversión o
retorno a Dios, y (III) de la «conversión» en sentido más estricto, es decir,
del paso de un bautizado a la Iglesia católica.
I. Teología de la conversión
3) Respecto del trabajo para procurar c. particulares, cabría hacer resaltar los
siguientes principios como especialmente importantes:
4) El apostolado con los convertidos es algo más que una mera instrucción
sobre la dogmática y la moral católicas. Durante la preparación del ingreso en
la Iglesia, habría que esforzarse en la medida de lo posible por hacer de ese
ingreso una conversión relígiosa en todo el sentido de la palabra. Semejante
cura de almas supone un buen conocimiento de la teología no católica e
inteligencia del trabajo ecuménico. Ha de esforzarse más por combatir que
por favorecer en el converso una actitud puramente negativa contra su
antigua comunidad eclesial; debe enseñarle a no perder nada positivament e
cristiano de su herencia del pasado por el hecho de su c., y a superar por la fe
y la paciencia la vida frecuentemente muy imperfecta de la comunidad
católica en que tendrá que vivir.
Karl Rahner
COOPERACIÓN
1) En el sentido más amplio de la palabra, c. es el comportamiento que
resulta de la unión íntima del individuo con la - comunidad humana, es decir,
de la mutua interdependencia de las acciones humanasen la realización de la -
libertad del hombre; la c. se manifiesta en el hecho de que estas acciones
influyen necesariamente en los actos de otros o están expuestas
necesariamente al influjo de otras acciones. La c., en cuanto que es un
principio fundamental de la vida social, cultural, política y económica, tiene
una gran importancia para la teología moral. Además de su aspecto positivo,
como acción conjunta en el cumplimiento del mandato de la creación, puede
tener también un componente negativo, a saber en cuanto c. al pecado. La
teología moral de hoy normalmente trata el tema de la c. bajo este aspecto.
C. es toda acción (y omisión) responsable que presta apoyo a la acción
pecaminosa de una tercera persona o contribuye a ella. La c. se distingue de
la -> tentación, porque en aquélla uno ya está decidido a la acción
pecaminosa.
De una manera general se puede decir que, cuanto mayor sea la culpa en la
que influye el cooperador, cuanto más decisiva sea la aportación al pecado del
otro, y cuanto más obligado está uno a impedir la acción pecaminosa de un
tercero, tanto más importante ha de ser la causa para una c. material.,
Antonio Peinador
COSTUMBRE
1. Entre las muchas definiciones de c., aduzcamos la que da Suárez (De
legidus, 7, 1, 7): Ius non scriptum quod ex longo et continuo usu ortum est.
La primera parte de la definición se halla ya implícita en la segunda; conviene
con todo conservarla porque contiene la tan clásica división o contraposición
romana y griega del derecho, expresada por Ulpiano (Digesta, 1, 1, 6, 1):
«Hoc igitur ius nostrum constat aut ex scripto aut sine scripto, ut apud
Graecos ton nomon oí men eyygrafoi oi de agrafoi.» La c. como derecho
objetivo se distingue del mero uso social. Ella es también un uso, pero un uso
cualificado, por ser ya derecho, o por estar en vías de serlo.
Olis Robleda
CREACIÓN
I. La palabra
El Dios de Israel se revela primero como Dios racial de este pueblo y más
tarde como Señor de toda la humanidad; en la segunda fase las genealogías y
la narración del paraíso son antepuestas a la historia de los patriarcas,
estableciéndose así un enlace entre Abraham y los demás pueblos. Además
Yahveh aparece como señor de las fuerzas de la naturaleza, en cuyas manos
éstas se convierten en armas para la liberación de Israel (VRIEZEN 34). La fe
en el Dios de la alianza incluye así al mundo entero. En este clima surgen las
afirmaciones y los himnos sobre la creación (especialmente en Deuteroisaías,
Jeremías y los Salmos). La doctrina de la c. sirve para confirmar la fidelidad
de Dios a la alianza (Jer 31, 35ss) o para esclarecer el poder soberano de Dios
en la historia de la salvación (Jer 27, 5). C. y salvación son ensalzadas a la
vez en los himnos de alabanza como las obras prodigiosas de Dios (Is 42, 5s;
45, 24-28; Sal 74, 13-17; 89, 10-15, etc.). La c. e igualmente la liberación de
Egipto dan testimonio del poder, de la bondad y de la fidelidad de Dios.
Con esta especulación se inicia una evolución importante, por cuanto ella
contiene el pensamiento de que la acción creadora de Dios queda impresa en
la naturaleza profana. Pero semejante visión no está exenta de peligros.
Mientras esta visión cosmológica estuvo soportada por la ,fe de los padres en
el Dios vivo y providente, dicha especulación constituyó un enriquecimiento,
pero tan pronto como la fe en la c. se desvinculó de la perspectiva
historicosalvífica, quedó abierto el camino para que la imagen del creador se
convirtiera en una esencia abstracta (VRIEZEN 359).
Esta teología de la c., que así se había quedado por debajo de sus
posibilidades, no estaba a la altura de las circunstancias para el diálogo con
las ciencias naturales. En consecuencia los teólogos establecieron una
disociación cada vez mayor entre la acción creadora de Dios y los nexos
causales de la naturaleza, reduciendo la intervención divina al primer principio
del mundo y a pocas excepciones en la historia de la evolución. Así el sentido
actual y existencial de la creación quedó cada vez más debilitado. Sólo en los
últimos decenios se ha iniciado un cambio.
V. Aspecto sistemático
A. Negativamente
B. Positivamente
Las categorías personales son las más apropiadas para expresar la c. Ésta es
obra del Dios personal, y en la persona está la criatura más característica, de
manera que «la dimensión plena de la criatura sólo se manifiesta con claridad
en la realidad personal» (VOLK 516). Por esto el concepto de «iniciativa» es
preferible al de «causalidad».
Sin excepción alguna indica el sentido positivo del «ex nihilo». Toda la
realidad procede de la acción de Dios y está envuelta en ella.
En todas sus dimensiones significa: en la unidad de -->principio y fin, de
evolución y consumación, lo cual tiene validez no sólo con relación a la
criatura material, sino también con relación al hombre, que a este respecto no
se reduce a una naturaleza dada previamente al yo, sino que incluye también
la -> persona y la ->libertad, la persona que se afirma, configura y
perfecciona libremente a sí misma junto con su mundo circundante. En
contraposición a las concepciones tradicionales hemos de acentuar que el
hombre es creado precisamente como autorrealización libre.
La acción creadora de Dios no anula la acción propia de las criaturas, sino que
les da su libertad: «Dios capacita a la criatura para que se fundamente en sí
misma» (HENGSTENBERG 108). Aunque la doctrina sobre la c. siempre ha
tenido conciencia de esto (tesis del «concurso»), sin embargo estuvo una y
otra vez expuesta al peligro de caer en cierto --> deísmo, según el cual Dios
ciertamente crea la naturaleza como una capacidad de acción, pero deja en
manos de la criatura la actualización de esa capacidad. Semejante
tergiversación es tanto más lamentable por el hecho de que las ciencias
naturales consideran el mundo como un sistema cerrado de fuerzas que se
construye a sí mismo en un proceso natural. Pero vista así, la acción creadora
de Dios retrocedería cada vez más ante la actividad propia del mundo, y la
criatura haría la competencia al creador (cf. Vaticano ir, Gaudium et spes, n .o
34). La oposición de los creyentes al evolucionismo procede en gran parte de
esta tergiversación de la c.
Pieter Smulders
CREACIÓN, ÓRDENES DE LA
Este discutido concepto se refiere a estructuras de la vida social como el
matrimonio, la familia, el pueblo y el Estado, la economía, etc. (para
Bonhoeffer también la Iglesia), en medio de las cuales se halla todo hombre,
incluso el cristiano, por así decir antes e independientemente de su condición
de cristiano. Tales estructuras constituyen para el hombre un mandato
obligatorio que Dios le ha impuesto (LAU 1492). Por consiguiente, lo
significado ahí corre paralelo con lo que los católicos llaman «societas
naturalis», -> derecho natural y -> ley natural. Bajo cierto aspecto la
expresión ó. de la c. es más adecuada para expresar lo significado que la de
ley natural (RATZINGER 465), pues aquélla hace referencia explícitamente al
Dios creador como fundamento último de la obligatoriedad de tales órdenes y
evita el peligro de una comprensión meramente estática, tal como se da en el
concepto de -> naturaleza. Es significativo que el Vaticano II hable de leyes y
valores que van inherentes a las cosas y sociedades creadas, y que deben ser
reconocidos, utilizados y ordenados por el hombre con obediencia al Creador
(Gaudium et spes, n .o 36).
Pieter Schmulders
CRISTIANISMO
1. COMUNIDAD CRISTIANA
PRIMITIVA
2. CRISTIANISMO PRIMITIVO
3. ESENCIA DEL CRISTIANISMO
4. CARÁCTER ABSOLUTO DEL
CRISTIANISMO
CRISTOLOGÍA
I. Historia de la cristología
1. Cristianismo primitivo
2. La patrística
1. EL lugar de la cristología
2. La estructura de la cristología
2 ° En semejante exposición hay que contar con una tensión típica de este
tratado, entre una c. «de arriba» y una c. «de abajo». Primeramente hay que
hacer ver cómo «Dios está en Cristo», es decir, la c. ha de poder basarse en
la Trinidad, presuponiendo una doctrina real sobre el Logos e Hijo del Padre,
en la cual se resalte que el Verbo no sólo es una de las tres personas divinas,
sino precisamente aquella en que «Dios» (como Padre sin principio) se
expresa a sí mismo cuando el Logos, como comunicación de Dios, se enajena
entregándose al mundo. Los términos «Verbo» (Palabra) e «Hijo» entrafian
una particular referencia «hacia afuera», hacia el nacimiento, que no es propia
de ninguna otra persona. Esto lo supieron ya los apologistas del siglo ir. A esa
c. «de arriba» (que aún tendría muchos otros aspectos) debe corresponder
una c. «de abajo». En el Evangelio y en el libro de los Hechos esta segunda c.
es tan palpable, que, en muchos casos, llevó a una falsa interpretación
adopcianista. Aquí habría que mostrar cómo llegamos al conocimiento de la
personal presencia del Hijo, pues este conocimiento afirma algo esencial sobre
lo conocido mismo. Dicho conocimiento no es sólo aprehensión conceptual de
lo que Cristo dice de sí mismo en su propio testimonio (por muy indispensable
que sea ese factor en este conocimiento); sino que contiene también otros
factores o momentos que no debieran caracterizarse en general como mero
«conocimiento de fe». Pues en Cristo y con Cristo el hombre hace una
experiencia - en la cruz y en la resurrección - que no sólo es testificación
externa de algo enunciado, sino que está en conexión interna con la existencia
divino-humana de Cristo. Esa «experiencia de fe» con jesús es ya, en una
unidad sin mezcla, dogmática de Cristo y de la presencia de Cristo en el
mundo, y es teología fundamental por la visión de la historia real de Jesús
(pues Cristo, efectivamente, no es sólo el que predica, sino también el
predicado; no sólo el motivo, sino también el contenido de la fe). La
experiencia de fe llega en Cristo a su punto culminante, y, como experiencia
de la presencia real de Dios, no es sólo un caso particular de la experiencia de
fe en general, sino su síntesis y consumación.
Alois Grillmeier
CRUZADAS
I. Concepto y naturaleza
II. Presupuestos
Pero hasta el año 640 sucumbieron Palestina y Siria ante una nueva
avalancha de Asia; bajo los sucesores de Mahoma, en la vertiginosa expansión
árabe, el --> Islam se convirtió en antipolo del hemisferio cristiano. La
relación del cristianismo con el Islam tomó en parte forma guerrera, en tres
frentes: en el próximo oriente, en España y en Sicilia fue detenido el empuje
árabe (en 718 ante Constantinopla, 732 junto a Tours y Poitiers, en 1085
reconquista de Toledo, en el siglo xi luchas de los normandos en el sur de
Italia contra los árabes y también contra Bizancio). Pero de momento el
mundo quedó dominado por los centros de ambas potencias: en occidente,
Roma y Córdoba; en oriente, Constantinopla y Damasco o, desde 750,
Bagdad. Aparte de luchas fronterizas con matiz religioso, una especie de
«precruzadas», ambas culturas vívian en coexistencia relativamente pacífica.
Los cristianos continuaron peregrinando a Santiago de Compostela y a
Palestina, donde, desde 969, se habían asentado los fatimitas egipcios. El
protectorado franco sobre los santos lugares, erigido por Carlomagno en trato
diplomático con Bagdad, así como las peregrinaciones y los relatos de viajeros
mantuvieron viva la responsabilidad de occidente por la tierra santa y por los
cristianos de oriente. La transitoria persecución de los cristianos y la
destrucción del santo sepulcro por un extravagante monarca fatimita entre los
años 1009-20, provocaron la precipitada encíclica de c. del papa Sergio iv,
que no tuvo eco popular, y luego la transformación de las peregrinaciones a
Palestina en grandes expediciones (p. ej., en 1064-65 bajo el arzobispo de
Maguncia y el obispo de Bamberg partieron de 7000 a 12 000
expedicionarios).
III. Desarrollo
7. La trágica fase /final de las c., sostenida una vez más por desesperado
valor religioso, fue de nuevo obra de Francia bajo la destacada figura del rey
Luis ix el Santo. Su primera expedición (1249-1250) se estrelló otra vez junto
a Damieta. La segunda, en 1270, hubo de parar en Túnez a causa de la
muerte del rey. Con ello sucumbió también la política mundial y de cruzada
que había desarrollado la línea regia lateral dé los Anjou, herederos de la
monarquía siciliana de los normandos y de los Hohenstaufen. Las últimas
posesiones de los cristianos latinos en Siria, interiormente debilitadas por la
anarquía y las rivalidades, cayeron desde 1265 en poder de los mamelucos
egipcios, que habían vencido a la Horda de oro de Gengis-Kan. Con la caída
de Acre en 1291 quedó sellado el destino del dominio cristiano en la terra
sancta. La caída de Constantinopla el año 1453 iniciaría más tarde las guerras
contra los turcos.
IV. Balance
Laetitia Boehm
CUERPO Y ALMA
I. El problema
Jörg Splett
CULTO
I. Noción y naturaleza
Este artículo tiene por objeto esclarecer una noción, no ofrecer material. El
mundo industrializado y técnico puede imaginar que el c, está trasn ochado,
porque es improductivo. Ya Kant opinaba que el c. es expresión de < manía
religiosa» y de «falsa fe». Más al fondo van las objeciones de L. Feuerbach y
K. Marx en el siglo pasado. Según Feuerbach la idea de Dios es una
personificación de los deseos y anhelos humanos en una figura absoluta
distinta del hombre. Si el hombre no quiere debilitarse y perderse a sí mismo,
no debe consagrarse a esta figura de la fantasía, sino a sus semejantes. Sólo
el hombre es Dios del hombre. Por eso debe éste convertirse de amigo de
Dios en amigo del hombre, de creyente en pensador, de orante en trabajador.
Feuerbach no quiere abolir el culto, sino darle una dirección exclusivamente
horizontal. Marx, en lugar del Dios que él caracteriza como invención humana,
pone a la sociedad liberada de la propiedad privada y del Estado. A ella
conviene la adoración o el culto que el pueblo ha tributado anteriormente a
Dios, al crear la religión como opio eufórico en su situación atribulada. Lo que
aflora en tales doctrinas pervive en muchas teorías y prácticas de la
actualidad, y se sitúa en la perspectiva profética que dibuja el apocalipsis de
Juan. En el capítulo 13 se desenvuelve la antítesis <culto de Dios-culto del
mundo» en la imagen de las dos bestias.
Dado este alcance antropológico del c., se comprende que sea tan antiguo
como la humanidad y que, aun presentando gran diversidad de formas, no
falte completamente en ninguna parte, ni en las religiones de la naturaleza ni
en las superiores. Por los fenómenos históricos puede deducirse qué cosa sea
el culto. Lo decisivo es la adoración de Dios o de lo divino realizada en signos
visibles y la esperanza de vida y salvación ligada a tales signos. En el
cristianismo, el c. posee una propiedad especial y singular por jesucristo
(carácter cristiano del c.).
Michael Schmaus
CULTURA
I. Definición
Con ello queda también expresado que la c. sólo tiene lugar donde existe
todavía el ocio. Aquí hay que entender por ocio, a diferencia del mero tiempo
libre, el acto de aquella libertad interior que debe cultivar y mantener en sí
mismo el hombre para que sus aspiraciones no queden subyugadas por los
fines inmediatos, y él mantenga libre su mirada para lo que está por encima
del provecho inmediato y del éxito práctico. Este ocio es el fruto del
recogimiento del espíritu, es el espacio interior de la libertad, que permanece
cerrado e ineficaz siempre que el hombre se deja arrastrar por las cosas
inmediatas de la vida sin entrar nunca en sí mismo.
Así como el ocio está en relación esencial con la c., del mismo modo el --
>culto religioso como forma de expresión de la comunidad está en la cuna de
toda evolución cultural. Ya muy tempranamente se encuentran a este
propósito testimonios en la historia de la humanidad. Es de notar en la
referencia espiritual entre culto y c. que, aun en las formas de expresión del
hombre con fuerza creadora, que ponen de manifiesto su condición de criatura
respecto del creador, entran en juego muchas más cosas que meras fuerzas
racionales. Aquí tropezamos con el poder simbólico de la creación y
convivencia humanas, que son tan decisivas, más allá de lo actual, no sólo
para el mundo del arte, sino también para el mundo de los usos y
costumbres. La fuente de estas formas de intuición sensible está en la libertad
del hombre, que es imagen de la libertad creadora de Dios.
En este contexto hay que hablar de la relación entre c. y técnica, tema en que
deben considerarse dos puntos de vista. En cuanto la técnica ofrece al hombre
un espacio mayor de libertad y quiere contribuir a la pacífica convivencia entre
los hombres, pasa ella misma a ser factor cultural. En este aspecto no se
distingue de cualesquiera otras actuaciones humanas, que pueden estar
informadas por la cultura. Pero la técnica en el sentido de una organización
más racional de la comunicación humana puede también ser reclamada para
el servicio de la transmisión de la c. En tal caso se forma frecuentemente la
ilusión de que con ayuda de una difusión más rápida y perfeccionada de los
bienes culturales, se le presta a la c. misma el máximo servicio. Se trata de
un sofisma tanto más peligroso cuanto que parejo procedimiento puede
cabalmente tener efecto destructor de la c. misma. Sólo cuando se hace a la
vez algo en favor de la disposición y apertura originarias de los hombres para
los auténticos valores culturales, puede ayudar algo al hombre la transmisión
técnica de estos valores. Si no se ha creado este presupuesto, daña más que
aprovecha inundar sectores enteros del pueblo con valores culturales
objetivos. Pero precisamente la creación del presupuesto correspondiente es
la que menos puede lograrse técnicamente. Este misterioso proceso de
maduración humana y de apertura cultural siempre se realiza tan sólo en el
más íntimo espacio del encuentro humano. Si este espacio creador se
destruye o se restringe, como acontece una y otra vez en todos los sistemas
totalitarios, se ciega la fuente de toda creación y recepción cultural.
La historia de la c., que versa sobre el curso histórico y las crisis de las
distintas c., estudia las leyes del crecimiento y del cambio de las c. en las
distintas formas sociales, y considera cada vez más el cambio de las
estructuras sociales de los sujetos de la c. El hecho de que la libertad sea la
fuente de toda c., significa históricamente que esta libertad sólo se torna
concreta en el supuesto de que los hombres gocen de cierta medida de
libertad política y económica. Originariamente sólo los ciudadanos libres eran
sujetos de la c., mientras los esclavos estaban prácticamente excluidos de
ella. La historia hace ver una y otra vez cómo los pueblos o las capas
populares oprimidos y esclavizados se conquistan por las revoluciones
derechos iguales a entrar también ellos activamente en la historia de la c.;
cómo estos pueblos derriban sistemas políticos o económicos porque están
persuadidos de que ellos les cierran el camino de la libertad y, por ende, el de
la c. En la era industrial y democrática (-> industrialismo) en que vivimos, se
ha hecho ley universalmente reconocida que todos los valores culturales
deben hacerse accesibles a todos, y que todos tienen teóricamente los
mismos derechos políticos y económicos. Pero este mundo organizado en
forma igualitaria no puede conocer ni estimar el distinto grado de prestación,
y menos todavía el orden espiritual de rangos en que debería reflejarse la
diferencia en el grado de libertad interior como fuente primera de toda c. En
este hecho inextinguible de la diferencia de prestación y jerarquía espiritual se
expresa el --> orden de la libertad, que debe ser mantenido, protegido y
favorecido por el orden político y económico. Este orden interior de la libertad
es cabalmente el alma de la cultura. Donde se viola este orden, estallan crisis.
Robert Scherer
CURIA ROMANA
La c.r. es el conjunto de sagradas congregaciones, tribunales y oficios, por
medio de los cuales el romano pontífice gobierna la Iglesia universal (can. 7,
242).
I. Evolución histórica
La lectura de los Hechos y Cartas de los apóstoles nos enseña que desde el
primer momento ellos se sirvieron de colaboradores para realizar la misión
que Cristo les había confiado. Sabemos que en Jerusalén los --> apóstoles
oyeron el consejo de los presbíteros y juntamente con ellos resolvieron la
controversia suscitada por los judaizantes (Act 15, 6. 23). Ya antes habían
consagrado a siete varones para la administración de los bienes de los pobres
(Act 6, 1-6); y fue muy común entre ellos servirse de amanuenses o
secretarios: Pedro se sirvió de Silvano (1 Pe 5, 12) y Pablo, de Tercio (Rom
16, 22). Así, sencillamente, colaboraban con los apóstoles desde primera hora
tres clases de auxiliares, unos en el gobierno, otros en la redacción de
documentos y otros en la administración dé los bienes temporales. Esos
auxiliares preludiaban de forma elemental lo que con el tiempo serían las
curias episcopales.
b) A fines del s. xIII la función judicial del consistorio fue confiada a una
nueva institución, el «Auditorium», de donde surgirían, tras una compleja
evolución, los actuales tribunales apostólicos de la «Sacra Romana Rota» y de
la «Signatura Apostolica». En cambio la función consultiva y gubernativa la
conservó plenamente el consistorio hasta el s. xvt, cuando empezaron a surgir
diversas congregaciones de cardenales, cada una con la misión de ayudar al
papa en un aspecto particular del gobierno de la Iglesia.
A partir del edicto de Milán fueron creciendo los escasos bienes materiales de
la Iglesia romana primitiva, los cuales eran administrados por los diáconos. A
ello contribuyeron las donaciones de emperadores y fieles (s. iv), los censos
de las tierras o de los monasterios confiados a la tutela de los papas (s. ix),
los tributos feudatarios, el llamado «denario de san Pedro» (s. xi) y las
diversas formas de tasas beneficiales, que fueron multiplicándose hasta
alcanzar un nivel máximo en los s. xrv-xv, no sin escándalo del pueblo
cristiano. Con ritmo parecido fue también evolucionando el órgano para la
recaudación y administración de estos bienes: vestiarium, palatium (s. vIII) y
por último camera apostolica (s. xi), al frente de la cual estaba el camerarius
o camarlengo, elegido más tarde entre los cardenales. El apogeo de la c.a.
coincide lógicamente con el de la cancillería, bajo los pontificados de Juan xxii
y Benedicto xii. Constaba de un cuerpo de «colectores» o recaudadores,
distribuidos por toda Europa, y de un cuerpo de oficiales: administradores,
abogados y jueces, residentes en la curia pontificia.
4. Reforma de Pío X
Junto a una La sección que se ocupa de todos estos asuntos, hay otras dos
que cuidan respectivamente de la enseñanza del catecismo y de la
administración de bienes eclesiásticos.
3. Los Oficios
Pero, una vez que Pablo vi (ad experimentum y hasta la publicación del nuevo
CIC) suprimió la reservación mencionada, parece que ahora le queda a la d.a.
la colación de los beneficios relativos a las basílicas mayores de Roma y la de
aquellos que por alguna razón se confían a la santa sede.
Junto a la c.r. hay otras instituciones con sede en Roma, que ayudan al papa
en la dirección de toda la Iglesia.
a) La -> comisión bíblica (León xiii, 1902); la comisión para Rusia (que está
unida con el actual consejo de asuntos extraordinarios; Pío xi, 1930), la de
medios de comunicación social, la de la interpretación auténtica de los
decretos conciliares, la de estudios sobre « Iustitia et Pax» (Pablo vi, 1964,
1966, 1967 ), etc.
b) Los secretariados para la unión de los cristianos (Juan xxru, 1960), para los
no cristianos y los no creyentes (Pablo vi, 1964).
c) Los consejos para la liturgia y los seglares (Pablo vi, 1964, 1967).
Heribert Schmitz
DEBER, DEBERES
I. Noción
II. Historia
La idea ética del d. puede falsearse o recibir un matiz externo a causa de una
concepción unilateral: a) Para excluir todo condicionamiento de la moralidad
por la experiencia mutable, Kant limitó en principio la idea de d. al factor
puramente formal del imperativo incondicional, rechazando en principio toda
determinación objetiva más concreta. b) La idea ética de deber se falsea
además por una inteligencia heterónoma. Al insistir excesivamente en la
forma de concretarse el d., cabe el peligro de que la fuente de los d. y el
sujeto ético queden relacionados entre sí como un acreedor y un deudor.
Tales representaciones pueden ser sugeridas por el vocabulario latino
(debitum y sus derivados). De este modo el d. queda desprendido de su
verdadera razón interna por la que obliga moralmente y se funda en la
exigencia de la autoridad o del derecho del otro. c) Si se resalta en exceso el
matiz concreto que hay en la idea de d., su referencia a una acción
descriptible, puede destacarse con demasía el momento de la acción externa
en la norma moral, fomentándose así una concepción legalista de la obligación
moral. Entonces en los d. morales se resalta demasiado el aspecto jurídico, la
vinculación a la acción y a la cosa. Con ello se junta fácilmente una tendencia
a la fijación, propia del derecho, de un mínimo de prestación indispensable.
Con este «minimalismo» está relacionada la problemática que surge una y
otra vez en la historia acerca de la distinción entre lo obligatorio y lo
permitido. El uso plural (deberes) no pocas veces es expresión de una
concepción legalista.
V. Problemas teológicos
Rudolf Hofmann
DECÁLOGO
El d. (o las «diez palabras») designa en el AT el conjunto de prescripciones
divinas escritas por Moisés con ocasión de la teofanía en el desierto. El
Deuteronomio llama así claramente (4, 13; 10, 4) a los diez mandamientos
del Horeb que cita en 5, 6-21. Éstos fueron inscritos en tablas de piedra y se
conservaron en el arca de la alianza (10, 6; 32, 26; 1 Re 8, 9). Si se lee
superficialmente el texto de Éx 34, 28, las «diez palabras» parecen referirse al
pequeño código contenido en 34, 14-27. Pero el texto aparece sobrecargado
por la repetición del término < palabras». Como hay dificultad en agrupar en
«diez» los mandamientos del código mencionado, es probable que esta
adición se refiera en realidad al d. de i;x 20, i-17. Aquí no trataremos del < d.
ritual> de Px 34.
1. El decálogo en la Biblia
Estaba grabado en tablillas, quizá de arcilla, como las que servían para la
escritura cuneiforme (cf. Is 30, 18; Hab 2, 2), pero más probablemente,
según el texto, en < tablillas de piedra» (Éx 24, 12; 34, 1, etc.), como el
calendario de Gezer del siglo x, el más antiguo documento encontrado en
hebreo; en todo caso, no se trata de un libro (séfer). Las tablillas estaban
depositadas en el arca de la alianza, según textos deuteronómícos y
sacerdotales, los cuales, sin embargo, pueden proceder de una sola tradición,
que se remonta por lo menos hasta Salomón (1 Re 8, 9). Habiendo sido
destruidas las tablillas junto con el arca, el texto fue conservado en las copias
de la ley, en las traducciones griegas y en extractos de la Biblia. Esos
extractos constituyen los antiguos manuscritos de oraciones como el papiro
Nash, encontrado en Egipto, los textos de Qumrán e inscripciones samaritanas
de tiempos posteriores.
3. Estructura y composición
Sobre el carácter obligatorio del d., cf. Antiguo Testamento (como historia de
salvación), -> ética bíblica, -->ley, -> ley y evangelio, --> historia de la
salvación, -> teología moral, -> Nuevo Testamento.
Henri Cazelles
DECISIÓN
I. Planteamiento de la cuestión
III. Forma
Jörg Splett
DEÍSMO
El d. es un esquema teórico deficiente sobre la relación entre Dios y el mundo.
El d. reduce a un primer impulso la unión por la que Dios fundamenta la
existencia del mundo. Según la clásica comparación del relojero (que se halla
en Nicolás de Oresmes, + 1382), Dios dio cuerda al principio, una vez por
todas, al reloj del mundo, de suerte que anda sin necesidad del influjo de
Dios, creador y conservador, fuente del obrar de las criaturas. Con ello se
quita la base a una acción de Dios, libre y graciosa, sobre la historia (por la
revelación de su palabra, demostrable por los milagros, etc.). Esta concepción
deísta de Dios responde a una evolución espiritual que es fundamental para la
conciencia moderna. Las ciencias han explicado naturalmente muchos
fenómenos que se habían atribuido a una intervención maravillosa de Dios,
Dios no tiene por qué servir ya de tapagujeros (como sirve aún, p. ej., en
Newton, para las desviaciones de las órbitas de los planetas), dondequiera
falla todavía la explicación causal. Aquí radica la justificación de la respuest a
deísta. Ésta, sin embargo, se queda a mitad de camino. La representación de
una periférica causa primera del mundo había quedado ya propiamente
anticuada con la sustitución de la imagen cósmica de Ptolomeo por la de
Copérnico; sin embargo, esta crítica de la imagen del mundo todavía está
ensombrecida hasta hoy por equívocos y no se ha realizado en medida
suficiente para la conciencia general (cf. J.A.T. ROBINSON, Sinceros para con
Dios, Ba 1967). Kant criticó, reduciéndolo a la nada, el esquema teórico
deísta, meramente horizontal (Crítica de la razón pura, B 480ss = antinomia
4; -> absoluto). Sin embargo, esta crítica no afecta a la concepción de la
metafísica clásica, según la cual la acción «vertical», creadora y conservadora,
de la causa primera no sólo se necesita en el nacimiento inicial de una serie
de causas, sino también en la subsistencia permanente de cada uno de sus
miembros, que en sí son contingentes (-> necesidad).
Walter Kern
DEMONIOS
I. Problemática hermenéutica
Aquí hay que tener siempre en cuenta: a) que en último término se trata
precisamente de desenmascarar el brillo aparentemente fascinador del mal
(cf. Jn 12, 31). A pesar de los visos de desmitización, esa apariencia repercute
todavía en el romanticismo alemán, posteriormente en M. Scheler y en una
vulgar y poco ilustrada piedad cristiana, que convierte el mal personal de tipo
demoníaco en un poder contrario a Dios, del mismo rango que él y con
facultad de entrar en lucha o en diálogo con él (lo cual sólo compete a la
criatura buena e investida de. la gracia).
II. La Escritura
1. Antiguo Testamento
2. Nuevo Testamento
Esta concepción de los d. continúa en el NT; aquí los d. aparecen ante todo
como causas de -> enfermedad y de ->posesión diabólica (Mt 17, 15.18). La
enfermedad (a veces física: Me 9, 14-29; pero mayormente psíquica: Mc 9,
20ss) es un signo del estado desgraciado del mundo. Sin embargo, las faltas
morales o la perdición eterna no son atribuidos a los d., y no toda clase de
enfermedad se atribuye a ellos. Eso supuesto, en los d. y en su superación
por jesús lo que se hace visible -pero esto en forma sumamente plástica- es la
perdición o salvación de la concreta existencia humana. Estamos lejos de todo
espiritualismo: la curación real del hombre es "I,elov, signo del comienzo del
reino de Dios. Puesto que este reino está ligado de manera definitiva a jesús,
los d. sometidos a Satán (Mc 3, 20ss par) luchan contra aquél. El poder del
diablo y de los espíritus a él sometidos, poder que en el NT se muestra ante
todo en el fenómeno de la posesión diabólica, ha quedado roto ya ahora,
puesto que con la presencia y la acción de Jesús ha empezado ya el reino de
Dios. La comunidad recoge con jesús la fe en los d. propia del judaísmo
apocalíptico. Jesús posee el nveü~toc espíritu «puro» y lucha contra los d.,
contra los espíritus «impuros». La afirmación de jesús de que él puede
expulsar demonios, y puede hacerlo por la virtud del nveú~ta espíritu
«santo», es uno de los importantes puntos de apoyo cristológicos antes del
suceso pascual y constituye una decisiva condición previa para el título de
«Hijo de Dios». El hecho de que en el NT los d. aparezcan primariamente
como una dimensión antropológica y sólo accesoriamente como una
dimensión cósmica, hace comprensible el intento de interpretar los d. como la
esfera de lo que no debería existir en el hombre, lo cual no se identifica con él
mismo. La lucha de Jesús contra los d. es continuada por sus discípulos (Mt 7,
22; Mc 9, 38s; Mc 6, 7.13 par; Lc 10, 17-20;Mc 16, 17) y por las
comunidades (Act 8, 7; 19, 11-17). Pero la disputa de la Iglesia primitiva en
torno a la creencia en el poder de los d. implicaba también la negación de
toda --> magia y -> superstición (Act 13, 8ss; 19, 18s), así como de la
adivinación (Act 16, 16), entre otras cosas. El conocimiento de los espíritus
que conducen al error y al engaño (1 Cor 12, lss) sólo es posible en virtud del
nveG~ta santo (1 Cor 12, 10). La Iglesia primitiva esperaba que, junto con la
venida del Kyrios glorificado, se había de producir también la derrota
definitiva de Satán y de sus d. (Ap 20, ls; 7-10).
Adolf Darlap
DEPORTE
1. Su naturaleza
2. Ética deportiva
3. Juicio moral
Walter Kuchler
DERECHO
I. Conceptos jurídicos en teología
Nuestra teología se expresa en gran medida con términos que están tomados
del lenguaje jurídico, incluso al hablar de Dios mismo, pero especialmente al
referirse a sus obras y a las relaciones que median entre él y sus criaturas
dotadas de razón. Dios viene presentado como dueño de su creación («Tuyo
es el cielo y tuya es la tierra» Sal 88, 12); a él y a su Hijo hecho hombre se le
atribuye la realeza con todos los correspondientes derechos de soberano (Enc.
Quas primas: «triplex potestas», Dz 3677). Dios pacta repetidas veces una ->
alianza con los hombres; al hecho de pactar tal alianza se da el nombre de
testamento. --> justicia y --> justificación son conceptos centrales de la
teología: justicia de Dios, que es justo y justifica, o sea, hace justo al
pecador; justicia del que es justificado por Dios y por tanto es justo. Por el --
> pecado incurre el hombre en culpa o deuda con Dios, deuda que se debe
pagar, aunque Dios puede otorgar condonación de la deuda; cooperando con
la gracia se granjea el hombre --> méritos cerca de Dios, aunque también
puede perder estos méritos. La tradición teológica distingue incluso dos clases
de título jurídico: de condigno y de congruo, dando este segundo casi la
sensación de tener lugar aquí «punto por punto» un intercambio de
prestaciones, algo así como una transacción entre Dios y la criatura, sujeta a
la justicia conmutativa (¡equivalencia!). La doctrina de la -> satisfacción
vicaria hace que la redención aparezca como un hecho que transcurre en el
campo jurídico, más concretamente en el ámbito del derecho penal. Antes del
concilio Vaticano II la Iglesia se entendía a sí misma en forma marcadamente
jurídica; no sólo en los escritos canónicos y dogmáticos se trataba de la
Iglesia más como complejo jurídico (societas perfecta) que como misterio; su
proclamación doctrinal aparecía también como una emanación de su potestad
jurídica (iurisdictio), con la consecuencia de que la obligatoriedad y el
contenido doctrinal se enjuiciaban conforme a las reglas de la interpretación
de las leyes. Dos de sus sacramentos se confiaban a la ciencia jurídica para
ser tratados con los medios de conocimiento de ésta: el sacramento de la
penitencia, como procedimiento jurisdiccional; el --> matrimonio, como
contrato concluido entre dos partes dotadas de capacidad de contratar. Algo
parecido puede decirse del estado religioso, en el que los votos religiosos
aparecen como una transacción jurídica: el candidato que pronuncia -> votos
y la orden que los recibe intercambian prestación y contraprestación; el
candidato entrega a la orden el bien económico de su capacidad de trabajo, a
cambio de lo cual la orden le garantiza la subsistencia durante toda su vida.
Podrían multiplicarse los ejemplos. Ante este estado de cosas llama la
atención el que los teólogos muestren tan poco interés por ocuparse en
cuestiones jurídicas y por cambiar ideas con juristas, cuya ayuda les sería, sin
embargo, provechosa para formular con más rigor y esclarecer los conceptos
jurídicos por ellos utilizados y en particular el concepto mismo de d., que se
extiende a todo este campo de nociones. En otro tiempo los moralistas, en
particular los de la baja -> escolástica española, escribieron extensos tratados
sobre cuestiones jurídicas, especialmente acerca de la vida económica,
mostrándose excelentes conocedores no sólo de la economía de su tiempo,
sino también de la ciencia jurídica del mismo, aunque lo que ofrecían era en
realidad, más que teología, doctrina del -> derecho natural. Hoy día hemos de
gozarnos por el hecho de que la teología moral atienda, en cambio, cada vez
más a los problemas de auténtica ética teológica. Pero también en relación
con el d. se plantean genuinos problemas teológicos.
Por lo que hace al primer punto, existe una cierta conformidad con relación a
la extensión del concepto, por cuanto en todo caso existe un amplio sector
que unos y otros designan como d.; en cambio, tocante al contenido del
concepto, hay profunda divergencia incluso entre los juristas mismos. Una
parte de los juristas está de acuerdo con los teólogos en que en definitiva el d.
tiene fundamentos éticos, por lo cual le compete dignidad ética; por
consiguiente, existe un ancho campo para el intercambio de ideas con estos
juristas. Otros juristas (hoy seguramente la mayoría) ven en el d. y en el
orden jurídico sólo una técnica, por así decirlo, que en cuanto tal se ha de
calificar de puramente instrumental. Según los primeros, el derecho -pensado
hasta el fin - recibe su vigencia de la santa voluntad de Dios; según los
segundos, la vigencia es el elemento constitutivo del d.; lo que importa es
única y exclusivamente que esté en vigor, es decir, que esté garantizado por
medidas de organización de una comunidad, y que en caso de necesidad se
pueda incluso imponer contra los recalcitrantes. Además, algunos de estos
juristas hacen - en rigor, inconsecuentemente - que el reconocimiento de una
norma como « derecho» dependa de la circunstancia de que ella haya sido
dictada por una comunidad pública (Estado) en un procedimiento formalizado.
Oswald v. Nell-Breuning
DERECHO CANÓNICO
A) Naturaleza del derecho canónico.
I. Concepto y división
1. Concepto
2. División
II. Fundamentación
1. Predicación
2. Profesión de fe
3. La tradición
4. El dogma
5. El culto
6. Oficios eclesiásticos
Jesús transmitió, en cierto aspecto, a los apóstoles su poder recibido del Padre
(Jn 13, 20; 20, 21). Esta transmisión se realizó cuando Jesús los llamó y envió
(Mc 3, 14 par; Mt 28, 19; Act 9, 27; Gál 1, 15s). El mandato dado por un acto
histórico es de naturaleza formal y, por ende, jurídica; un hecho formal del
pasado funda la posición de los apóstoles y la convierte en posición de
derecho.
Jesús instituyó en la Iglesia un poder de atar y desatar (Mt 18, 18). Con ello
concedió a su Iglesia la potestad de obligar y de eximir de la obligación, es
decir, en primer término, potestad de dictar y abolir leyes. El ejercicio del
poder de atar y desatar está seguro de la confirmación divina.
1. Peculiaridad
2. Funciones
La justicia exige que el público infractor del derecho sea caracterizado como
tal y se cree para su acción una reparación en forma de limitación de sus
derechos. El que mancha el honor de la comunidad a que pertenece, merece
que esta comunidad se distancie de él. Como el obrar conforme a derecho
merece loa, así el infringirlo merece represión. Ante la multiplicidad de
posibles infracciones y las diferencias de responsabilidad, se requiere, para
realizar la justicia, un sistema penal graduado. Partiendo de la pena
tradicional de la excomunión, la Iglesia ha construido un sistema gradual de
penas. Pero la Iglesia no olvida un solo momento que las penas hallan su
límite en su misión y no pretende anticipar la sentencia escatológica de Dios.
2. Límites
V. Fuentes
1. Hasta el CIC
2. El CIC
La fuente principal del derecho vigente es el -> Codex iuris canonici. El papa
Pío x dio el impulso para la codificación, el 27 de mayo de 1917 fue
promulgado el código y el 19 de mayo de 1918 entró en vigor. E1 CIC
apareció por vez primera como Pars II del vol. 9 (1917) de Acta Apostolicae
Sedis; el 31-12-1917 apareció una lista completa de erratas. Las ediciones del
CIC se dividen en ediciones con y sin indicación de fuentes. Anejos al texto del
CIC se hallan algunos importantes documentos. El índice adjunto de materias
proviene de Pedro Gasparri. Éste e I. Serédi publicaron en los años 19231939
los Codicis iuris canonici f ontes, que forman nueve volúmenes. Las
interpretaciones auténticas de la Pontificia Commissio ad Codicis canones
authentice interpretandos fueron reunidas por I. Bruno hasta 1950 (Cittá del
Vaticano 1935, 1950).
El CIC quiere, en principio, ser libro legal sólo para la parte de la Iglesia
definida por la lengua litúrgica latina, pero tiene también validez limitada para
las comunidades de rito oriental. Para éstas se está formando un código
propio. No obstante la fuerte asimilación al derecho latino, se mantienen las
particularidades del derecho oriental.
3. La evolución posterior
2. Método
El d.c. como ciencia debe emplear tres métodos: a) el histórico, es decir, tiene
que exponer la evolución histórica del d.c. en el contexto del desarrollo total,
interno y externo, de la Iglesia; b) el dogmático, es decir, ha de mostrar qué
normas jurídicas son derecho vigente, explicarlas y esclarecer su aplicación;
c) el filosófico, es decir, debe exponer el contexto o la conexión de las
proposiciones jurídicas particulares entre sí y con la ratio legis, así como su
armonía con la naturaleza y el fin de la Iglesia y construir así un sistema de
derecho canónico. Aquí puede el canonista ejercer una crítica responsable
respecto del derecho que se funda en estatutos humanos, descubriendo sus
eventuales desviaciones y estimulando su reforma. Desde el siglo xvi
aproximadamente se inició una mezcla del método jurídico de la
interpretación formal de los textos en la canonística, con el método de la
deducción lógica desde los principios generales y las fuentes teológicas de
Escritura y tradición usado en la teología moral; pareja mezcla ha cedido el
paso, desde hace bastante tiempo, a un movimiento retrógrado de
desconexión.
3. Historia
El d.c. es tan antiguo como la Iglesia. Sin embargo, en los once primeros
siglos no se lo estudió científicamente por separado, sino que se enseñó en las
escuelas teológicas como una parte de la teología. El método primitivo en la
bibliografía jurídica consistía casi exclusivamente en la recopilación de
material. En el siglo xi se despertó en Italia el interés por la antigüedad y,
señaladamente, por el derecho romano. La escuela de juristas de Bolonia,
aplicando el método escolástico, que por entonces apareció en la teología,
inició una época de florecimiento del derecho romano.
4. Clasificación científica
5. Ciencias auxiliares
II. Sistema
René Marcie
DERECHO INTERNACIONAL
Por d.i, se entiende el conjunto de todas aquellas normas que, dentro de la
comunidad universal de pueblos, regulan la conducta de los Estados, las
alianzas entre ellos y el comportamiento de otras entidades jurídicas de
carácter internacional. Las normas del d.i. obligan a los Estados y a los
políticos en las relaciones internacionales; precisan hasta cierto punto las
reglas de juego para el gran juego de la política mundial. Se ofrecen por otro
lado a los Estados y a los estadistas como armas - principalmente del débil-
en la política mundial; el saberlas aprovechar es el arte del buen político. El
d.i. es el orden jurídico de aquella comunidad universal de Estados que en la -
edad media surgió por el pensamiento de la unidad de los cristianos, y de
momento sólo se extendía a las naciones cristianas de occidente, pero luego
se fue dilatando poco a poco. Así, a final del siglo xvll quedó incluida Rusia; a
principios del siglo xlx entraron en dicha comunidad los Estados americanos
nacidos de las colonias europeas y partícipes de la cultura europea; a
mediados del siglo xlx se unieron a ella Turquía y Japón. Luego, la comunidad
de naciones se fue extendiendo cada vez más y en la actualidad, por la
independencia de las anteriores colonias asiáticas y africanas que estaban
sometidas a las potencias europeas, abarca todo el mundo. En el orden del
d.i. las personas «naturales» son los Estados y las personas «jurídicas», cuya
existencia depende en cada caso de la voluntad de las personas naturales, son
las diversas uniones de Estados. Pero el sentido último y la norma del d.i. es
la protección del -->hombre en su dignidad y en su personalidad moral.
El d.i. no conoce una forma determinada para establecer los pactos; mas
como un pacto sólo puede cumplirse con ayuda de las leyes internas del
Estado, normalmente el legislador competente debe aprobarlo o «ratificarlo»
formalmente. La posición de los Estados en el orden del d.i. y en la comunidad
de naciones está caracterizada por el concepto de «soberanía», es decir, por
la autodeterminación hacia fuera, en relación con otros Estados, y hacia
dentro, en la creación de la constitución.. El «Estado soberano> sólo está
sometido a las leyes del d.i., las cuales le garantizan esta autodeterminación y
la limitan; el Estado está en relación inmediata con el d.i. Los Estados
soberanos son iguales entre sí en esta relación inmediata con el d.i., es decir,
son iguales ante el d.i. Pero en el d.i. ellos tienen distintos derechos y
deberes, según se trate de las grandes potencias, que en bien de todos
pueden presentarse como portavoces de la comunidad de Estados y garantes
de su orden, o de Estados sin el rango de gran potencia, cuyos intereses
justificados están naturalmente limitados, o finalmente, de pequeños Estados,
que sólo pueden vivir en simbiosis con otros mayores.
DERECHO NATURAL
I. Concepto
El d.n. se entiende aquí como ley moral natural, a diferencia de las leyes
físicas de la naturaleza, que actúan en ésta necesariamente para el orden de
la criatura irracional. De la ley física y biológica de la naturaleza se ocupan las
ciencias naturales. Esta ley no plantea exigencias a la libertad del hombre y
no posee, por tanto, carácter moral. En cambio, la ley moral natural (d.n. en
sentido lato) abarca todo el dominio de la moralidad en general. Se entiende
por tal aquel orden que el creador ha señalado al hombre como tarea para el
despliegue de su ser humano, orden que él ha de comprender por su razón y
respetar como base de su obrar libre. Como d.n. en sentido estricto se
entiende -por lo menos dentro del catolicismo- aquella parte de la ley moral
natural que se refiere al orden jurídico entre hombre y hombre, o entre
hombre y sociedad. Él describe aquel ámbito del deber moral que se fija en
normas jurídicas como mínimo de la conducta moral y que, en cuanto
derecho, puede también exigirse a la fuerza. Sin embargo, fuera del
catolicismo, el derecho no es considerado en todas partes como parte del
orden moral. De ahí que el concepto de d.n. se emplee en gran parte de
manera ambigua o en múltiples sentidos, aun cuando la función de la idea de
d.n. parezca estar clara. Se trata de describir la dignidad de la --> persona, el
derecho del hombre, y de hacerlo eficaz en su relación con los otros hombres
dentro de la sociedad. Ni en las declaraciones eclesiásticas ni en las
publicaciones teológicas se mantiene una distinción rigurosa entre ley natural
(d.n. en sentido lato) y d.n. en sentido estricto. Por eso también aquí
usaremos la noción de d.n. en sentido lato, como concepto más amplio. La
cuestión de la base del d.n., su cognoscibilidad y contenido, su validez general
y su mutabilidad, exige para una cumplida respuesta, esbozar antes una idea
del mundo, del hombre y de Dios.
La doctrina acerca del d.n. se halla entre los contenidos firmes de la teología
moral católica. Como quiera que la revelación de la Sagrada Escritura no
basta por sí sola para fundar las normas éticas, es menester echar mano del
ser o de la naturaleza del hombre. El concepto clave de -> naturaleza abre el
camino de las prescripciones obligatorias para todos los hombres. El relato
cristiano de la creación ofrece el fundamento para ello; una concepción teísta
del mundo ve una estrecha referencia entre el Dios creador y todo lo creado.
En el fondo de todo lo creado hay un pensamiento de Dios, que el hombre ha
de respetar. En la verdad de las cosas creadas por Dios, en su naturaleza o
esencia encuentra el hombre primeramente la ley de su obrar moral. En este
sentido tiene validez el axioma filosófico: «Agere sequitur esse»; el deber se
funda en el ser. Esta proposición sólo enuncia por de pronto una estrecha
conexión entre el ser y el deber, entre ética y ontología; y también es válida
en el orden de la gracia, por cuanto todo don que Dios concede al hombre, se
torna tarea. El axioma: «Agere sequitur esse> indica que los postulados
morales no se le presentan al hombre en forma puramente forense, sino que
se derivan de su ser mismo, de su naturaleza esencial. Por eso, no hay que
ver en el d.n. una moral heterónoma, sino que él ha de ser entendido como
aquella estructura del orden moral que Dios ha señalado al hombre conforme
lo requiere la creación, imponiéndosela como fin para su propia realización.
Con ello, sin embargo, nada se dice sobre la validez general y la invariabilidad
de las normas naturales de conducta. Lo normativo para el comportamiento
moral del hombre no es ni la naturaleza del estado original ni la caída en el
pecado; es más bien aquel resto del hombre que, independientemente de
todo modo de existir histórico y de cualquier otro posible, permanece siempre
el mismo y constituye la base de todas las realizaciones históricas del hombre,
o sea, su «naturaleza metafísica>, es decir, aquello que en todo tiempo
pertenece al ser humano en general. Pero el caso es que una naturaleza así
entendida representa una abstracción; de hecho no ha existido nunca. Con
parejo concepto de naturaleza y por influencia de ideas estoicas se llegó, a
despecho de la historicidad del hombre, a una concepción estática y a una
absoluta inmutabilidad del d.n.
III. Cognoscibilidad
IV. Contenido
Por medio de la razón buscará el hombre aquellos contenidos que sirven para
su propía realización, y rechazará aquellos que en principio se oponen a ella.
La razón no es autónoma en el conocimiento del d.n.; hay de todo punto
datos o hechos que el hombre debe necesariamente respetar. Ya sus
inclinaciones naturales le indican aproximadamente la dirección que debe
seguir en su conducta.
Muchas cosas que a lo largo del tiempo fueron vistas como orden natural
inalienable, se miran hoy como producto histórico, en ocasiones como forma
específicamente occidental de realizarse el hombre. Así, la sumisión de la
mujer al marido, tal como se pide en Ef 5, 24, ya no se considera hoy como
estructura fundamental, postulada por la naturaleza y aceptada por la
Escritura, de la relación entre marido y mujer, sino como una forma temporal
del patriarcado occidental. La personalidad del hombre, su vocación a
configurar el mundo y su sociabilidad son ciertamente postulados
fundamentales, que se fundan en la naturaleza del hombre y fueron siempre
evidentes para éste. ¿Hasta qué punto, sin embargo, tiene él capacidad de
disponer sobre la realidad no espiritual y sobre su propia «naturaleza», hasta
dónde llegan sus facultades y en qué medida éstas pueden dilatarse? Describir
eso es tema de cada tiempo. A la naturaleza del hombre pertenece también
su condición social. Mas, del mismo modo que la sociedad conoce una
evolución y una historia, así también el hombre. Por eso, el concreto obrar del
hombre no se define o determina sólo partiendo de una abstracta naturaleza
metafísica, sino también, a la vez, desde su naturaleza y situación actual, que
son producto del desarrollo histórico. Con ello cobra el d.n. una dimensión
referida a la situación; así se hace patente la necesaria relación de todo obrar
humano a lo presente.
V. Historicidad
Johannes Gründel
DESESPERACIÓN
La d. como pecado consiste en el abandono de la esperanza existente o
posible. Es, por consiguiente, la negativa libre a una dependencia
conscientemente aceptada del hombre con relación al prójimo y a Dios; tal
negativa rechaza también la obligación implicada en esa dependencia de
buscar la perfección y en último término la -> salvación en armonía con Dios
y el prójimo. Los motivos para la desesperación pueden ser muy diversos, así,
p. ej., especialmente la desidia moral (acedia), que teme los esfuerzos del
perfeccionamiento por la imitación de Cristo y prefiere los bienes terrenos a la
unión con el prójimo y con Dios, también el defecto de confianza, por el que
se rehuye la vinculación a otra persona o la entrega a la voluntad de Dios
explícitamente conocida.
Para poder desesperarse en sentido moral (-> acto moral), el hombre debe
haber conocido que ha de poner su esperanza en Dios y en el prójimo, y al
mismo tiempo ha de estar en situación de rechazar aquel amor que le es
ofrecido por otros y que desde algún punto de vista considera despreciable
para él. Se requiere para ello que el hombre, unido por naturaleza a Dios y al
prójimo, esté al mismo tiempo en condiciones de distanciarse de esa unión
por el hecho de atribuirle un carácter meramente relativo.
Waldemar Molfrrski
DESMITIZACIÓN
I. El problema
Ante todo, parte de simplificaciones abusivas. Están en primer lugar las del
recuento de datos que se suponen míticos en el NT.
René Marlé
DIABLO
1. Si por el término d. hemos de entender en algún sentido, que deberemos
precisar más exactamente, al principal de los demonios, es evidente que como
horizonte de una comprensión teológica del d. hay que tomar en
consideración todo lo dicho en los vocablos --> angelología, -> ángeles, ->
demonios.
3. Si está claro que la doctrina sobre los ángeles, los demonios y el d. es ante
todo una interpretación (y no una revelación directa) de la experiencia natural
en torno a diversas potestades y virtudes sobrenaturales; eso hace
comprensibles los datos de la historia de las religiones. Tal doctrina puede
estar y está ampliamente difundida; va penetrando lentamente desde fuera
(una vez interpretada y sometida a crítica) en la religión auténticamente
revelada; no siempre distingue claramente entre las buenas y las malas
«potestades y virtudes»; ora concede excesivo valor a esas potestades en
forma politeísta, ora las vuelve a reducir a la condición de meros ángeles o
demonios bajo el único Dios. La reflexión sobre una determinada jerarquía en
estas potestades y virtudes puede haber progresado más o menos; y esa
ordenación jerárquica puede igualmente menospreciar el pluralismo natural
del mundo espiritual y personal anterior al hombre, la contradicción interna
del reino del mal, y así identificar concretamente a los < demonios» con el
único d., o usar el término d. como fórmula colectiva para designar las
virtudes y potestades malas; en parte esas observaciones pueden hacerse
también en el AT y en el NT.
Karl Rahner
DIACONADO
Dentro de la estructura visible de la --> Iglesia, el d. ocupa el grado inferior
de la -> jerarquía de derecho divino y lleva consigo el ejercicio de una función
ministerial específica. Aparece ya en las primeras páginas de la historia de la
Iglesia. El uso preciso de la palabra griega diakonos en el Nuevo Testamento,
para caracterizar este oficio eclesial, demuestra un sentido especial y una
mística peculiar: la del servicio. En efecto, la palabra diakonos, en el Nuevo
Testamento, envuelve siempre el sentido de servidor o ministro.
Partiendo del libro de los Hechos de los Apóstoles y de las cartas de Pablo, así
como de los documentos más antiguos de la tradición cristiana, es posible
trazar la configuración propia del oficio diaconal. En Act 6, 1-6, aunque el
autor sagrado no utilice la palabra misma diakonoi, sin embargo éstos
aparecen allí como instituidos mediante la imposición de las manos y como
administradores de los bienes de la comunidad helenista, de una manera
estable y permanente. En Act 6, 10; 8, 5; 8, 35; etcétera, los diakonoi son
evangelizadores de la ->palabra de Dios y administradores del -->bautismo.
En la liturgia de Justino están encargados de distribuir la ->eucaristía a los
presentes en el sacrificio y también a los ausentes (Apol. >-, 65). Pablo los
menciona como constituyentes de un grado jerárquico en la Iglesia (Flp. 1, 1)
y exige de ellos aquellas cualidades personales, que aseguren una verdadera
autoridad en el servicio de la fe, mediante una conducta moral pura e íntegra
(1 Tim 3, 8-12). A través de los escritos de la tradición, queda confirmada la
triple orientación del ministerio o servicio diaconal: litúrgica, magisterial y
caritativa.
Por otra parte, las funciones de diversa índole que la tradición asignó siempre
al d., llevan a la convicción de que se trata de un ministerio múltiple dentro de
la unidad fundamental del servicio del pueblo sacerdotal. De aquí que el
verdadero planteamiento de la renovación del d. no esté precisamente en
discutir la oportunidad de una mediación entre el pueblo y los presbíteros,
sino en el desarrollo y en la organización de esta mediación. Por esto, nadie
puede excluir la posibilidad de diversas expresiones y distintas formas de un
mismo d. estable, según sea el oficio o ministerio que más sobresalga. En
realidad, la existencia de la ley general del orden sacramental de la gracia,
según la cual se requiere el rito para la comunicación de la gracia por, él
significada, es el argumento teológico ma~s profundo en orden a la
restauración del d. como grado estable en la Iglesia latina.
El d. en la Iglesia latina, a partir del concilio Vaticano 11, tiene las puertas
abiertas a un futuro esplendoroso. No obstante, continúa siendo un problema
muy-complejo, que exigirá mucho tiempo y no pocas experiencias, antes de
llegar a la madurez requerida para convertirse en una definitiva institución
jurídica.
Narciso Jubany
DIALÉCTICA
MÉTODO COGNOSCITIVO
Walter Kern
DIALÉCTICA
TEOLOGIA DIALÉCTICA
Pero este viraje no tiene lugar en la psicología e historia humana. Es «el acto
puro de una acción invisible en Dios> (R 168). Lo mismo que la resurrección
de Jesús no es un acontecimiento histórico al lado de los otros
acontecimientos de su vida y de su muerte; tampoco la vida nueva que ella
introduce en mi ser es un suceso al lado de los otros sucesos de mi propia
existencia (R 175). El hombre nuevo que soy yo, no es lo que yo soy.
«únicamente por la fe soy lo que yo (¡no!) soy» (R 126). «Sólo podemos
creer, y creer que creemos» (R 126). Esta fe es esencialmente esperanza,
expectación de un futuro eterno (R 295-298). En cuanto acto del hombre, es
«puro espacio vacío» (R 32), como la vida misma de Jesús (R 5). Este
carácter atemporal de la relación entre Dios y el hombre (es decir, la idea de
que ella no se efectúa dentro de la historia humana) está expresado con la
mayor claridad en la célebre frase: «En la resurrección de Cristo, el nuevo
mundo del Espíritu Santo toca al viejo mundo de la carne. Pero lo toca como
la tangente a un círculo, sin tocarlo, y justamente en cuanto no lo toca, lo
toca como su límite, como mundo nuevo» (R 6). La historia de la salvación se
desarrolla en la frontera del tiempo y la eternidad, en «el instante eterno» (R
481-482).
1. Según Gogarten (Ich glaube an dem dreieinigen Gott Je, 1926), la razón de
que todo enunciado relativo a Dios sea dialéctico está en que no tenemos
saber alguno sobre Dios donde no se dé, a la vez y ante todo, un saber acerca
de nosotros mismos. Lo dialéctico es, no nuestra relación con Dios, sino
nuestra existencia. La dualidad de Creador y criatura suprime la posibilidad de
una relación dialéctica, porque veda toda unidad, toda alternancia en la
relación entre ambos elementos. Hay una sola dialéctica de la criatura dentro
de la historia, consistente en que mi decisión presente suprime y asume mi
pasado perecedero y le confiere así un carácter imperecedero. Gogarten
explica que el elemento constitutivo de la historia es la fe en la creación,
siendo el contenido de esta fe el encuentro con el tú concreto, la respuesta al
llamamiento del prójimo. Su obra ulterior intenta fundar las relaciones entre el
individuo y la sociedad sobre la estructura yo-tú, cuyo análisis toma de F.
Ebner y M. Buber.
Henri Bouillard
DIÁSPORA
En sentido tradicional se entiende por d. católica (o protestante, invirtiendo
los términos) la situación sociológica de convivencia de una minoría de
bautizados católicos con una mayoría de bautizados protestantes (d. en
sentido estricto).
Norbert Greinacher
DIFUNTOS, LITURGIA DE
En la l. de d. la Iglesia primitiva adoptó bastantes usos contemporáneos, pero
los liberó de la concepción pagana, demasiado material, acerca de la vida del
más allá. Los antiguos ritos funerarios se convirtieron en símbolos de la vida
espiritual, y la esperanza bíblica de la - resurrección de la carne es ya desde
el principio el distintivo especial de las exequias cristianas. Especialmente en
el dies natalis se iba al sepulcro y se celebraba allí el ágape, con asistencia del
difunto desde su cathetlra coronada; y particularmente en los aniversarios se
celebraba la eucaristía. Tales celebraciones funerarias sólo podían realizarse
en el sepulcro de aquellos que se hallaban en la communio sanctorum de la
Iglesia. Al que no había muerto en la communio, al excomulgado, se le
negaba tanto el ágape como la eucaristía.
Walter Dürig
DIÓCESIS
D. es una corporación territorial erigida por la competente autoridad
eclesiástica; esa corporación forma parte del pueblo de Dios, está presidida
por un obispo (-> episcopado) como pastor propio y en su territorio
representa a la -> Iglesia universal.
I. Historia de la palabra
Del mismo modo que la imagen del obispo en los primeros tiempos de la
Iglesia (IgnMagn 6 y 7; IgnSm 8 y 9) está acuñada por la ordenación a una
grey determinada, así también la forma jurídica de la d. se fundamenta en el
oficio episcopal, que es de origen divino, aunque sea la Iglesia la que termina
de concretar su fisonomía. Aún después de conocer que el obispo no es vicario
del papa sino vicario de Cristo, nada cambiará en el futuro a este respecto,
pues el oficio episcopal, que descansa en la sucesión apostólica, es ya
inicialmente un ministerio con diversos grados de realización. En efecto, se
presenta como presidencia sobre una determinada Iglesia local bajo las
diversas modalidades de oficios supraepiscopales (metropolita, exarca,
patriarca), hasta revestir la forma del supremo oficio pastoral del --> papa. La
peculiaridad del ministerio episcopal lleva consigo que la presidencia sobre
una determinada Iglesia local, puede convertirse en base de un servicio más
amplio. Así el obispo de una d. se halla en medio de una estructura,
jerárquicamente ordenada que hace imprescindible la delimitación del
contenido de los servicios que deben prestarse en cada caso. Como típico
oficio fundamental, el ministerio episcopal sirve a la articulación del pueblo de
Dios y, con ello, a la realización ordenada de la misión salvífica de la Iglesia.
El oficio de institución divina debe, pues, concretarse en el espacio y el
tiempo. Esto sucede por la erección de una diócesis, lo cual en los primeros
tiempos se producía por una práctica creadora de derecho y, desde la
formación de un derecho constitucional eclesiástico, requiere un acto formal
por parte de la autoridad competente en cada caso. A la creación de una
diócesis va connaturalmente unida la institución de un oficio episcopal; se
crea una comunidad que recibe su cabeza por la mediación del oficio. En este
aspecto la d. y el oficio episcopal ordenado a ella son de derecho eclesiástico,
y, como medidas eclesiásticas de organización, pueden cambiar o suprimirse.
Acerca de la extensión de las d. no hay normas fijas. Todos los esfuerzos por
deducir tales normas de la esencia de la d. o del oficio episcopal son inútiles,
pues aquí está decisivamente en juego el elemento eclesiástico, sometido al
cambio de circunstancias. En la creación de d. la Iglesia se ha orientado
siempre por la ciudad, ne nomen et auctoritas episcopi vilipendiatur (sínodo
de Sárdica, can. 6). Esto podría seguir manteniéndose de cara al futuro, si
bien, ante el cambio de las estructuras sociológicas, hay que tener en cuenta
la importancia de una determinada ciudad en la región que la rodea. El
concilio Vaticano II se ha ocupado de la delimitación de las diócesis y ha
exigido una rápida revisión, con el fin de dividirlas o agruparlas, de separar
territorios, de modificar límites, o de trasladar la sede episcopal a un lugar
más adecuado (Vaticano II, Sobre los obispos, n .o 22). Conservando la
unidad orgánica de cada d., se dan unas directrices generales que, entre otras
cosas, disponen: 1 ° Cada diócesis debe estar formada por un territorio
coherente. 2 ° La extensión y el número de habitantes de la d. han de
establecerse de tal manera que, por un lado, el obispo pueda cumplir
adecuadamente su misión y, por otro, tanto el obispo como su clero tengan
suficiente campo de trabajo. 3 ° Deben existir los oficios, organizaciones,
obras y medios que se requieren para el funcionamiento de una Iglesia
diocesana, o por lo menos éstos han de poderse crear fácilmente según una
prudente previsión. Más importante y practicable es, a mi juicio, que exista
una razonable proporción entre el cuadro de sacerdotes que dirigen la
organización diocesana y los que trabajan en el apostolado parroquial. Si
partimos del mínimo exigido por el CIC para la organización de una d.,
llegamos fácilmente al número de 20 a 30 sacerdotes en la capital diocesana,
y frente a ellos debería trabajar en el apostolado parroquial un número diez o
veinte veces mayor de sacerdotes. Con esa proporción queda garantizado que
la d. sea capaz de una actuación eficaz y pueda cumplir su misión en el
conjunto de toda la Iglesia. Ofrece una dificultad especial la organización
diocesana de las grandes ciudades, principalmente la de aquellas que tienen
varios millones de habitantes; éstas deberían recibir una nueva organización
interna (Vaticano II: Sobre los obispos, n .o 22). Aquí se deberá tomar como
criterio: que se conserve la unidad de la organización; pero también que, por
una articulación adecuada, el obispo pueda realizar en forma congruente su
misión para con el pueblo de Dios.
1. Historia
La lucha con ocasión del concilio de Basilea, que había rechazado todas las
reservaciones generales no contenidas en el Corpus luris Canonici, llevó a que
en el concordato de Viena (1448) se reconociera al cabildo catedralicio el
derecho de elegir obispo, si bien con notables limitaciones. Después de ciertos
intentos iniciales en contra, en los obispados alemanes del imperio la norma
siguió siendo la elección de los obispos. Por el contrario, en los países con
soberanía nacional, en parte a causa de la disputa en torno al concilio de
Basilea, se llegó a la creación de un derecho real de nombramiento por
privilegio papal, o sea, como derivación del derecho pontificio de provisión, así
especialmente en Francia (concordato de 1516), en los países de la corona del
emperador y en otras partes. La corona española poseyó en sus dominios de
Europa e Hispanoamérica derechos de presentación y nombramiento,
fundamentados en un patronato o en una concesión papal. Los soberanos que
no pudieron alcanzar derecho de nombramiento procuraron influir en la
provisión a través de la elección. Así se formó un derecho de exclusión, que
permitió a los soberanos oponerse a la elección de personas no gratas.
2. Derecho vigente
Las potestades del obispo diocesano, como las de todo obispo, se fundan
ónticamente en la consagración episcopal (Vaticano ii: Sobre la Iglesia, n .o
21); ellas se concretan más y pueden ejercerse por la asignación de una d. (--
> Iglesia). La cuestión antiguamente discutida de si el obispo diocesano recibe
de Dios o del papa su poder pastoral, la ha decidido el concilio Vaticano ri en
el sentido de que los obispos diocesanos no son representantes del papa, sino
representantes y enviados de Cristo, en cuyo nombre ejercen la potestad
sagrada que les corresponde (Vaticano ii, Sobre la Iglesia, n .o 27). Esa
afirmación del Vaticano ii se encuentra en la doctrina sobre el oficio pastoral,
distinto del docente y del sacerdotal; pero puede extenderse también a estos
dos últimos oficios, pues se trata de la potestad sagrada del obispo, que actúa
en los tres oficios. En el decreto Sobre el ministerio pastoral de los obispos se
determina más concretamente: «Los obispos, como sucesores de los
apóstoles, tienen por sí en las diócesis que se les ha confiado la potestad
ordinaria, propia e inmediata, que se requiere para el desarrollo de su oficio
pastoral, salvo siempre en todo la potestad que, por virtud de su cargo, tiene
el romano pontífice de reservarse a sí o a otra autoridad las causas» (n .o 8a).
Con esta afirmación se restituyen en toda su amplitud a los obispos los
derechos de que ellos gozaban antiguamente. Una amplia aclaración de esta
cuestión, pero sólo en el terreno práctico, se había producido ya por el MP
Pastorale munus, del 30-111963, que atribuye a los obispos diocesanos toda
una serie de poderes nuevos, que también corresponden por derecho a los
vicarios y prefectos apostólicos, a los administradores apostólicos con carácter
permanente, a los prelados y abades autónomos, y que pueden delegarse en
los obispos coadjutores y auxiliares, así como en el vicario general. El sistema
anterior de concesión de potestades a los obispos (sistema de concesión), que
el concilio de Trento revistió con la fórmula tamquam Sedis Apostolicae
delegatus, ha sido substituido por un sistema de reservaciones papales
(sistema de reserva). Frente al derecho anterior, esto significa una inversión
fundamental en la relación entre el papa y el obispo diocesano; ahora se
presupone que éste posee todo el poder necesario para el ejercicio de su
oficio episcopal. Pero no se trata de una innovación revolucionaria, pues el
derecho canónico ha conservado buena parte de los derechos originarios del
obispo, p. ej., reconociéndole la facultad jurídica de conferir todos los
beneficios en el territorio del obispado (can. 1432 § 1), en lo cual parece estar
indicado el derecho del obispo frente a la reservación papal. Es todavía una
cuestión abierta la de cómo lo que el concilio ha decidido en el terreno de los
principios se concretará en la técnica jurídica. Se podría pensar en
confeccionar una lista de los asuntos o casos que por decisión papal quedan
reservados al romano pontífice o bien a otra autoridad (patriarca, conferencia
episcopal). Aunque esta técnica jurídica queda insinuada por el concilio, no me
parece apropiada para determinar suficientemente los poderes del obispo
diocesano. También bajo el nuevo sistema de relación entre el papa y el
obispo, deberá quedar en pie que el obispo diocesano está obligado a regir su
d. ad normam sacrorum canonum (CIC can. 335 § 1). El obispo diocesano se
halla en medio de un conjunto ordenado jerárquicamente, en el cual, además
de su cabeza (papa y colegio episcopal), hay también una estructura
intermedia bajo la forma de obispos con rango superior (patriarca,
metropolita) y de órganos colegiales (sínodo, conferencia de obispos). Por
tanto, el oficio del obispo diocesano requiere necesariamente una
determinación positiva de su contenido, con la cual pueden armonizarse muy
bien las reservaciones expresas en favor del papa o de otra autoridad.
Además hay que tener en cuenta que el problema de la delimitación de
competencias presenta un cariz distinto según se trate de la legislación, donde
es imprescindible dar normas obligatorias para la Iglesia en general o para
organismos eclesiásticos parciales, o del ámbito jurisdiccional ordinario y
administrativo, donde se trata de aplicar normas o de dar disposiciones
jurídicamente vinculantes en un campo que no está sometido a normas
generales.
El poder pastoral del obispo diocesano se divide en tres funciones. Éste es:
2. Oficios
V. Curia diocesana
Además del cabildo catedralicio (CIC can. 391-422) o del consejo diocesano
(can. 423-428) donde aquél no exista, el CIC habla de un consejo de
administración de los bienes diocesanos, constituido por el obispo y dos o más
miembros, los cuales deben ser expertos también en derecho civil (can.
1520); nada se opone a que también haya laicos entre los miembros. El
obispo debe escuchar a ese consejo en todos los asuntos importantes de
administración de bienes. En general el consejo sólo tiene la función de
órgano colegial asesor, pero en algunos casos determinados por la ley misma
(p. ej., can. 1532 § 3, junto con el can. 1653 § 1) o por documentos
fundacionales tiene también un derecho colegial de aprobación. El concilio
Vaticano il desea que en cada diócesis se cree un consejo pastoral, al cual
deben pertenecer, bajo la presidencia del obispo diocesano, clérigos,
religiosos y laicos. Cometido del consejo es investigar todo lo referente a la
pastoral y asesorar, deduciendo consecuencias prácticas de sus
investigaciones (Vaticano, Sobre la Iglesia, n .o 27). Un anhelo especial del
concilio es la revivificación del presbiterio (Ibid. n ,> 28); el obispo diocesano
debe invitar a los sacerdotes, también comunitariamente, a dialogar sobre
asuntos especialmente pastorales, no sólo en forma esporádica, sino también,
si es posible, en tiempos establecidos de manera fija (Sobre los obispos, n .o
28).
2. El sínodo diocesano
Klaus Mórsdorf
DIOS
A) Dios en el hombre y en sí mismo.
B) Posibilidad de conocer a Dios.
C) Pruebas de la existencia de Dios.
D) Atributos de Dios.
E) La comunicación de Dios mismo al hombre.
F) Relación entre Dios y el mundo.
Esto hemos de decir también sobre una forma moderna de teología negativa
que, bien sea por motivos de oculto agnosticismo, o bien por un pensamiento
extremadamente actualista y existencialista, sólo admite aquellos enunciados
teológicos que se hagan en forma de una interpretación existencial del
hombre afectado por la fe. En esa forma de enunciados meramente indirectos,
donde D. es reconocido solamente como el origen de mi inquietud (H. Braun),
él ya no aparece como el que existe por sí mismo. Aquí se llega incluso a
sugerir directamente que se olvide la palabra «Dios» (P. Tillich), y que tanto el
término como las consecuencias deducidas de él por la religiosidad teísta,
sean formulados nuevamente para el hombre moderno en forma «no
religiosa». Aunque tras este programa se esconde la problemática auténtica
de la relación entre la inmanencia y la trascendencia divina, problemática que
una fe no reflexiva desvirtúa ilegítimamente al inclinar el fiel de la balanza
hacia el segundo polo de la relación dialéctica; sin embargo, en este nuevo
planteamiento radical la dialéctica entre el aspecto mundano y el trascendente
de la fe en D. ha quedado de nuevo desplazada hacia el otro extremo.
Corremos así el peligro de que la teología como palabra sobre D. desemboque
en una « pistología» o doctrina sobre el hombre afectado por la fe, en una
interpretación existencial del hombre donde ya no se puede decir si ella
necesita de un D. objetivo y que está realmente enfrente, ni si llega en
absoluto al reconocimiento de un D. personal.
Esto hay que decir igualmente de aquellos autores según los cuales D. sólo se
hace evento en el encuentro entre hombres, negándose, por tanto, a «hablar
sin más de un D. personal» (J.A.T. Robinson). Aquí está también en el fondo
el reproche de que ni siquiera la categoría de lo personal es adecuada para D.,
pues él sería concebido a la manera de un «ser supremo» por encima del
hombre y de su mundo. Que aquí va entrañada una contradicción en el propio
pensamiento, se ve claro por las soluciones propuestas como sustitución, en
las cuales la experiencia de D. es equiparada con el hecho de que el hombre
«se siente aceptado», o con la vivencia del poder obligante del incondicional a
la luz del amor sin reservas al mundo y al prójimo. Ese «sentirse aceptado»
como experiencia de la persona humana presupone, lo mismo que la vivencia
de lo incondicional, una persona que acepta y pone lo condicionado. Así, para
el hombre personal, D. no puede ser menos que persona, si el hombre no
quiere alzarse como única grandeza absoluta reconocida.
Las dificultades que aquí surgen son las del recto pensar y hablar sobre Dios.
La tradicional teología escolástica ha buscado salir de estas dificultades por la
doctrina de la analogía de todo hablar sobre D. (analogía del ser). En ella se
da por supuesto que D. es totalmente -> distinto de lo que pueden asir
nuestros conceptos y palabras. Partiendo de esta posición negativa, que
encierra en sí, sin embargo, la conciencia tácita de la singularidad de Dios, el
espíritu se determina a dar el paso de articular el conocimiento positivo ahí
contenido mediante conceptos que, si bien por su naturaleza sólo
analógicamente pueden aprehender lo divino (cf. Dz 432), sin embargo, dan a
nuestro hablar la dirección hacia el misterio de D. y le confieren por ello un
auténtico sentido. Así los enunciados sobre el ser personal de D. o sobre sus
atributos tocan una verdadera realidad de D., pero no pueden aceptar ni
expresar, por razón de la disparidad en medio de la semejanza, el modo de
esta realidad. De lo contrario, el hablar sobre D. carecería completamente de
fin y sentido y se pararía en un agnosticismo perfecto que, en la cuestión de
D., lleva siempre al ateísmo.
El amor de Dios que en la resistencia del pecado brilla con toda su grandeza,
parece perder toda su soberanía cuando, al final de la historia, el misterio de
la iniquidad desemboca en el misterio de la reprobación (--> infierno). Aquí
parece que el amor de D. no logra imponerse frente al pecado y que esa
realidad activa de D. queda desvirtuada en su capacidad de llegar a la meta.
La hipótesis de una doble predestinación divina, por la que unos son
destinados a la salvación eterna y -> otros a la perdición (-> calvinismo),
mermaría ya en su primer momento la autenticidad de este amor de D. que lo
abarca todo. Y tampoco sería una solución el que, en una segunda edición de
la doctrina de la --> apocatástasis, se afirmara que al final el poder divino
absorberá el mal.
Una interpretación puramente horizontal del amor de D., que implique una
total reducción de la transcendencia divina a la inmanencia humana, le está
vedada al pensamiento cristiano por otra razón más, que apunta al misterio
de la ->Trinidad. A saber, el amor de D. al mundo no puede entenderse como
un movimiento natural y forzoso hacia la criatura, si no se quiere que Dios
aparezca como ser necesitado y dependiente. Ahora bien, esta impresión sólo
puede evitarse si el ser divino es también independiente de la referencia al
mundo y es creído en sí mismo como movimiento de amor, que sólo puede
darse entre personas. Así, el reconocimiento de D. como el amor que, en su
esencia, no depende del mundo, conduce a la admisión de relaciones
personales dentro del ser divino (ad intra), las cuales constituyen el misterio
de la Trinidad. Naturalmente, esta conclusión sólo es posible a base de una
revelación divina positiva sobre las tres personas de D., la cual se halla en la
historia de la salvación. Sobre todo el NT nos da a conocer cómo el ser de D.,'
que mira al mundo y crea la salvación eterna, alcanza en jesucristo, el Hijo del
Padre, su perfecta revelación y cómo, por el Espíritu Santo, esa revelación se
torna en el mundo realidad constante que abraza y penetra al hombre. Así el
hecho mismo de la revelación muestra una fijación personal del obrar de D.
en el principio sin principio del amor, que es el Padre, en el fruto perfecto de
este amor, que es el Hijo, y en la interioridad pneumática donde se actualiza
constantemente la obra salvífica, que es el Espíritu Santo, el cual, como
verdad (Jn 14, 17 ), caridad (Rom 5, 5) y santidad (1 Pe 1, 15), transmite
permanentemente la revelación como principio de vida. En este sentido, la fe
trinitaria es auténtico kerygma bíblico, aunque ella no puede demostrarse por
enunciados trinitarios filológicamente inatacables. Una fundamental conciencia
trinitaria, que se expresa en muchas formulaciones trinas, está evidentemente
contenida en el NT (cf. 2 Cor 13, 13; 1 Cor 12, 4ss; Ef 1, 3; 1 Pe 1, 2). En ella
se despliega la plenitud de la revelación dada con Cristo, tanto hacia atrás,
hacia el origen de la revelación, oculto para nosotros, como hacia adelante,
hacia el poder revelador del Espíritu Santo que habita en nosotros. Así
considerado, el misterio de la Trinidad no es un mysterium logicum, que sólo
forzaría a una sumisión de la razón, sino que es el misterio de la redención
completa, en que el misterioso «Dios sobre nosotros» (el Padre) se hace
«Dios con nosotros» (el Hijo encarnado, -> Jesucristo) y «Dios en nosotros»
(Espíritu Santo: -->gracia).
Leo Schejfczyk
DIRECCIÓN ESPIRITUAL
La d.e. tiene su origen en el monacato de la Iglesia primitiva, primero entre
los anacoretas, que en su soledad necesitaban de consejo, y después en los
monasterios, donde los «seniores» dotados carismáticamente se dedicaban a
la dirección espiritual, que también ejercían los superiores, lo cual originó
conflictos. En el monacato occidental parece que el oficio de superior se ha
impuesto más fuertemente en su función espiritual que en el monacato
oriental. En el punto culminante de este desarrollo el superior, en virtud de su
oficio, es también padre espiritual; así en la compañía de jesús, cuyo ejemplo
imitaron otras órdenes. Se llegó a ciertos abusos especialmente donde la d.e.
estaba unida con la confesión. Contra eso ha luchado el movimiento que ha
terminado separando la función oficial y la d.e.
Hoy se habla de una crisis de la d.e. Sin duda se deben buscar nuevos
caminos para la ayuda espiritual. Se ha mostrado especialmente fructífero el
diálogo en pequeños grupos: el diálogo de meditación, el diálogo en ejercicios
comunes, la revisión de vida, el "sensitivity training". Tales diálogos sólo son
posibles en grupos homogéneos; no suplen la conversación en privado (la
d.e.), pero lo complementan, sobre todo de cara a la acción comunitaria.
Dada la aversión contra el carácter institucional de la d.e. en el oficio del
padre espiritual, hay aquí una auténtica posibilidad.
Friedrich Wulj
DISCRECIÓN DE ESPfRITUS
1. La teoría de la discreción de espíritus
2. Escritura y tradición
Elmar Klinger
DISPENSA
1. «Dispensa» es palabra latina derivada de pendere; por lo que
«dispensator> era el encargado de pesar el bronce, antes de la moneda
acuñada, para realizar los pagos, como lo indican Varrón (De lingua latina, 5,
183): «ab eodem aere pendendo dispensator», y Festo (De verborum
significatione, en «dispensator»): <Dispensatores dicti qui aes pensantes
expendebant, non adnumerabant.» De ahí pasó a significar la administración
de la caja de caudales en la familia o en la ciudad y la administración en
sentido más general, correspondiendo a la otxovolit« griega, que designa una
prudente distribución de bienes tanto espirituales como materiales (1 Cor 4, 1
[Vg] usa este término en el sentido de administración de los misterios divinos:
«dispensatores mysteriorum Dei»). La recta y prudente distribución de bienes
forzosamente debía conducir a que se tuviera en cuenta incluso los casos en
que era conveniente hacer una excepción de la norma general. Y de hecho se
llegó a esto, de modo que la d. puede definirse específicamente como una
exención o liberación de la ley en casos especiales concedida por el que
gobierna la sociedad.
4. Por lo menos conceptualmente, hay que distinguir con exactitud entre la d.,
la excusación de la ley y la epikeia. El dispensado es puesto fuera del alcance
de la ley por un acto jurisdiccional (si bien administrativo, según creemos) del
legislador o de quien ostente su poder (adviértase que en la Iglesia se da la
unión de poderes); el excusado, en cambio, lo está por la misma naturaleza
de las cosas, es decir, a causa de los perjuicios que implicaría el cumplimiento
de la ley, los cuales serían superiores al bien que de su cumplimiento
resultara; y esto se advierte por un simple juicio personal, llamado epikeia.
Olis Robleda
DISPOSICIÓN
I. Concepto
DOCETISMO
Es el error cristológico que atribuye a Cristo un cuerpo aparente (dokeo =
parecer o aparecer) y niega por tanto diversos dogmas relativos a la
encarnación. Más que una secta, es una consecuencia de las doctrinas de
sectas gnósticas. Apoyado en antiguas enseñanzas del oriente medio, el
dualismo espiritualista de la -> gnosis dominaba el mundo griego del oriente
cuando apareció el cristianismo. Del choque entre ambos surgió una serie de
herejías que pretendían explicar racionalmente el misterio de Cristo. Una tesis
fundamental de la gnosis está en la afirmación de que la materia es
radicalmente mala: Como consecuencia inmediata, es imposible que Dios,
espíritu purísimo, se contamine realmente con ella. Aplicado esto a Cristo, se
dan diversas variantes: desde las más extremas que no admiten en él
ninguna realidad verdaderamente humana, pasando por los que aceptan la
encarnación pero no los sufrimientos de la cruz, hasta los que atribuyen a
jesús un cuerpo privilegiado, libre de toda miseria.
I. Historia y doctrinas
1. Época apostólica
Algunos relatos del Evangelio (Mc 6, 45ss; Mt 14, 22ss; Jn 20, 24ss)
favorecieron las primeras interpretaciones docetas. Con la desaparición del
Señor, y luego con la muerte de los últimos testigos, la tentación doceta se
robusteció. Se ha querido ver alusiones antidocetas en la carta a los
Colosenses y en las cartas pastorales. Esto es inexacto, pues allí se combate
más bien a judaizantes. Parece más probable que Juan haga alusión a los
Bocetas: 1 Jn 4, 2; 2 Jn 7. Hay que relacionar esto con 1 Jn lss, que insiste en
la realidad corpórea del Señor. La exégesis actual llega a la conclusión de que
Juan ataca a varios grupos heréticos. Todos ellos sostienen un error
cristológico unido a errores morales, y sus representantes generalmente son
paganos convertidos que luego se apartaron del cristianismo.
6. Hipólito de Roma es uno de los que más nos hablan de la herejía doceta,
que él presenta como una secta. En sus Philosophumena la describe y refuta.
Enrique Fabri
DOGMA
A) Su naturaleza. B) Evolución de los dogmas. C) Historia de los dogmas.
A) SU NATURALEZA
1. Esencia
Karl Rahner
Cándido Pozo
Otras cosas permanecen todavía vacilantes y son aún preguntas abiertas para
occidente, o se dan solamente en germen. La verdadera relación entre Iglesia
y mundo está todavía encubierta bajo una teología imperial del estado sacro
(-> Bizancio), la cual no se tambalea realmente hasta la lucha de las ->
investiduras, Agustín desarrolla por primera vez una teología universal de la
historia, pero sin superar el peligro de una identificación del estado
«cristiano» con el reino de Dios (representado por la Iglesia, pero no idéntico
con ella). Agustín (especialmente por su doctrina de la gracia libre en la
historia individual de salvación de cada uno, la cual no es simplemente un
momento en un proceso cósmico de encarnación y divinización) ofrece un
primer esbozo de orientación existencial, que por otra parte va unida a un
pesimismo salvífico en las exposiciones teológicas sobre los efectos del pecado
original. En su lucha contra el donatismo queda rechazada una concepción
antiinstitucional de la Iglesia, mas por el recurso al brazo secular contra el
donatismo, la Iglesia y el Estado se ven unidos en una forma problemática y
de graves consecuencias.
Karl Rahner
DOGMÁTICA
I. Concepto
Sobre este tema hay una orientación importante en Optatam totius n .o 16 del
concilio Vaticano II. La d. ha de ser teología positiva, es decir, debe empezar
con los «temas bíblicos> y con la historia de la proclamación ulterior del
mensaje bíblico de salvación por parte de la Iglesia en la predicación, en la
doctrina oficial y en la historia de los dogmas y de la teología. Pero luego debe
ser también «especulativa» y sistemática, es decir, debe servir a una real
apropiación interna de la verdad oída históricamente. Pero esto exige una
confrontación de la verdad oída en la revelación con el conjunto de la
concepción (trascendental y condicionada históricamente) de sí mismo y del
mundo que tiene el oyente. Naturalmente, las dos «fases» del trabajo
teológico en la d. (el histórico y el especulativo) no pueden hacerse en una
sucesión temporal, pues se condicionan y compenetran mutuamente. Es de
notar cómo el decreto se aparta claramente de una d, escolar meramente
analítica, propia de la --->escolástica tardía y de la neoscolástica, en la cual
las «fuentes positivas» eran interrogadas tan sólo con el fin de sacar de ellas
una prueba para determinadas «tesis» tradicionales. La revelación histórica
debe ser oída también, con apertura y sin prejuicios, de cara a lo que todavía
no está en la teología escolástica. En cuanto la concepción que el hombre
tiene de sí mismo y del mundo queda expresada en la ->filosofía coetánea, y
en cuanto la d. (como la revelación misma) habla con conceptos humanos,
que necesitan de una constante revisión desde la perspectiva total de la
revelación y a la luz de la experiencia (trascendental e histórica) del hombre;
la d. viva también es siempre un trabajo «filosófico». Esto no significa que la
d. presuponga una acabada autoconcepción filosófica del hombre, surgida
independientemente de aquélla. Al contrario, la audición obediente de la
revelación modifica también la situación histórica de la filosofía y con ello la
filosofía misma. Es totalmente concebible que en el futuro la d. integre más
todavía en ella la filosofía, pues la d. es la ciencia más envolvente y
existencialmente originaria, y ningún punto verdaderamente filosófico puede
serle indiferente. En cuanto, propiamente, sólo la teología misma puede
elaborar el método de su oír, que está determinado por su propio objeto (la
manifestación personal e histórica del Dios absoluto aprehendida en una fe y
un amor concretos y libres, y no en una mera «teoría»); bajo la perspectiva
crítica de la teología, no sólo pertenece al objeto de ésta la metafísica (como
exposición de la concepción que el oyente tiene de sí mismo), sino también la
-> hermenéutica, por el hecho de que la d. es también teología fundamental y
formal, sin que pueda agotarse en la hermenéutica (pues la teoría de la
historicidad y experiencia histórica, por un lado, e historia y su experiencia
concreta, por otro, jamás son simplemente idénticas, y la salvación se da por
el encuentro con la historia misma, pero no por la aceptación de la
historicidad formal).
Karl Rahner
DOGMATISMO
El procedimiento dogmático, que toma como base ciertas afirmaciones
(dogmas) sin probarlas por sus razones internas, de suyo tiene un valor
indiferente; sólo por su aplicación a un campo donde él es inadecuado se
convierte en d., con un sentido peyorativo.
1. Tal procedimiento no puede aplicar se, p. ej., a la filosofía, que por esencia
investiga sus objetos buscando las últimas razones de los mismos y sólo los
afirmaba jo esta luz, de modo que no puede hacer suyas las afirmaciones
dogmáticas. La significación originaria de «dogmatismo» (en DIÓGENES
LAERCIO 9, 74), según la cual este término caracteriza toda afirmación de
verdades, en contraposición al escepticismo de la antigüedad tardía, es
demasiado amplia. También el uso del vocablo d. para designar los
presupuestos ineludibles de las así llamadas verdades fundamentales (como la
existencia del yo, el principio de no contradicción), que por obra de J.L.
Balmes encontró entrada en la filosofía neoescolástica, pasa por alto que
estos conocimientos básicos, no susceptibles de demostración, están
fundamentados en y por sí mismos (o en una ostensión prerracional de su
fundamento). Para Kant (Crítica de la razón pura, B xxxv) es d. toda
metafísica que se desarrolla sin crítica de la capacidad de conocer. La filosofía
poskantiana que no profundiza y complementa el antiguo método objetivo de
la edad media mediante el método subjetivo-trascendental (-> filosofía
trascendental), cae en la sospecha y el peligro de d. Las modernas
investigaciones analíticas acerca del -> lenguaje y el pensamiento de
Heidegger sobre el ser han incluido también el problema de la historicidad del
pensar y del decir entre los fundamentos que la moderna filosofía no
dogmática debe investigar ineludiblemente. Y la profunda función subterránea
de la tradición y la autoridad (cf. J. PIEPER, Úber den Begrif f der Tradition, K8
1958) debe limitarse en la filosofía a estimular y orientar en orden al
descubrimiento de la cosa en sí.
Walter Kern
DOMINGO
I. Aspectos teológicos del domingo
Se trata, por tanto, de una realidad sagrada, «santificada» (Gén 2, 2-3) por
Dios mismo. El sábado es una imitación del descanso del creador y un signo
de que el Señor santifica a su pueblo (Ez 20, 12). En su dimensión
escatológica, que aparece particularmente en los profetas (Is 66, 22-23; Ez
43-45), el sábado anuncia su cumplimiento en el d. Durante el exilio, Israel se
separa del contorno pagano por medio del sábado y de la circuncisión (Lohse).
El elemento del culto y el del descanso, muy diferentes por su origen y valor,
no pueden presentarse como si tuvieran igual categoría. El d. existió durante
mucho tiempo sin el descanso. Aunque retornara la dramática situación de la
era. de los mártires, no obstante sería posible la celebración semanal de la
resurrección; esta celebración sería más difícil, pero atestiguaría de manera
más pura y auténtica la esencia del d. (Congar). Siempre es deseable que
coincidan ambos elementos: la necesidad de recreo o diversión, fundada en la
naturaleza del hombre, merece ser atendida; y la lógica del día de la
resurrección del Señor pide que pasen a segundo término, ante Dios, las
criaturas y la actividad terrena, lo cual se expresa en la suspensión de la
actividad misma. Estar libre del trabajo tiene ahora el sentido de estar libre de
pecado (Jn 8, 31). El descanso material es imagen y presupuesto del
descanso en Dios; ahora bien, el descanso en Dios no es inactividad, sino
plenitud de vida y bienaventuranza, y actividad suprema en la complacencia
por la propia obra. La razón última del descanso es la dimensión escatológica
del d. La comunidad eterna en el -> amor que se ha experimentado el d.,
exige obras de misericordia y de apostolado.
Henri Oster
DUALISMO
I. Concepto
1. Historia de la filosofía
2. Historia de la religión
3. La Biblia
4. La teología dogmática
Eberhard Simons
ECLESIOLOGÍA
El tratado sobre la Iglesia aparece tardíamente en la historia del pensamiento
cristiano. Tuvo sus primeras manifestaciones al fin de la edad media y su
coronamiento en el concilio Vaticano ir. En este desenvolvimiento
eclesiológico, distinguimos tres fases orgánicamente ligadas entre sí: i. padres
y teólogos de la edad media, ri. constitución del tratado De ecclesia, iii. actual
renovación teológica.
Puesto que la Iglesia era para los padres la salvación eterna misma y, bajo el
aspecto visible, la comunión de las diversas Iglesias locales, ellos no
insistieron mucho en su estructura de cuerpo universal. Pero no la
desconocían, pues el segundo concilio de Nicea (del año 687) afirmó que un
sínodo ecuménico no puede reunirse sin consentimiento del papa, y
testimonios orientales atestiguan la imposibilidad de legislar en materia
eclesiástica sin la conformidad del papa.
Mas, por una parte, la reforma gregoriana, que estuvo ligada a la crisis de las
relaciones entre la Iglesia y el Estado, y confirmó la libertad de éste y, por
otra parte, la ruptura con el oriente, pusieron de manifiesto el hecho de que
Dios ha dotado a la Iglesia universal con una suprema autoridad ecuménica.
La Iglesia universal depende inmediatamente no sólo de la caridad, sino
también de la autoridad y potestad de la Iglesia de Roma. Vive y se construye
partiendo de la sede del sucesor de Pedro, y tiene por regla primera ser
«unius sententiae cum Apostolico» (Juan viii a sus legados [Mansi 17, 469]).
La Iglesia de Roma representa en cierto modo la Iglesia entera: ella es
Ecclesia urciversalis, Ecclesia mater, fons, origo, cardo, fundamentum, basis;
y el papa es el Vicarius Christi. Es una doctrina dogmática el hecho de la
constitución de la Iglesia como sociedad única bajo la monarquía del poder
papal del sucesor de Pedro, fundada sobre la soliditas del princeps
apostolorum. Así lo atestiguan los primeros tratados titulados: De ecclesia
Catholica Romana, De primatu Romance Ecclesiae. Gracias al derecho
canónico, elaborado para servir al poder pontificio y promover la liberación de
la Iglesia de la influencia secular, así como su independencia incluso con
relación al poder imperial, se desarrolló por lo menos en germen la idea de la
Iglesia. Como societas perfecta. Al concebirse la unidad de la Iglesia a
semejanza de una ciudad o de un reino, las categorías jurídicas y sociológicas
se introducen en el pensamiento eclesiológico.
Después de las grandes crisis del siglo xviii y de la revolución francesa, al lado
de una corriente de restauración, orientada hacia la autoridad, que
desemboca en el concilio Vaticano i, se desarrolla en el siglo xix una corriente
de renovación de la e. por el retorno a las fuentes patrísticas y medievales.
Esa corriente comenzó con la escuela de Tubinga (Drey, Mtihler, Hirscher,
Kuhn), que, con la concepción de una teología del reino de Dios, revalorizó la
idea del cuerpo de Cristo vivificado por el Espíritu. La Iglesia ya no aparece
ahora primariamente como una sociedad visible y jerárquica, dotada de un
magisterio, sino como una comunidad de vida orgánica con Cristo. A pesar de
ciertos influjos románticos (idea de pueblo y organismo), que restaron valor a
estos intentos, la Iglesia volvió a ser objeto de la teología en la totalidad de su
realidad. Gracias a Passaglia, familiarizado con estas perspectivas, y a sus
discípulos Franzelin y Schrader, la teología del cuerpo místico recuperó su
vigencia. Introducida en el primer esquema De Ecclesia del Vaticano i, pareció
romántica a la mayoría de los padres. Después de Franzelin, M: J. Scheeben
desarrolló una teología inspirada en la idea de lo sacramental, que trataba de
unir el aspecto de la autoridad con el del orgánico y de la vida. Como fruto de
estos esfuerzos, la teología del cuerpo místico fue asumida en la incíclica de
León x111, Satis cognitum, que entiende la Iglesia partiendo de la acción
salvadora de Dios y de Cristo. Esta teología alcanzó su pleno desarrollo en la
renovación que siguió a la primera guerra mundial. La Iglesia fue considerada
esencialmente como la congregatio fidelium, como cuerpo místico penetrado
por la vida divina que brota de la Trinidad. La encíclica Mystici corporis, de Pío
xii, que vio en la Iglesia - la cual tiene en Cristo su cabeza, su autor y Señor,
su columna angular - una realidad social, visible y orgánica, cuyo principio
último de acción es el Espíritu Santo; dio valor oficial a este nuevo
descubrimiento, con tan hondo alcance, de la concepción de la Iglesia como
cuerpo de Cristo en el plan salvífico de Dios. Las investigaciones teológicas se
desarrollaron luego en líneas complementarias: la Iglesia como sacramento, la
Iglesia como comunidad, la Iglesia como misterio. Este proceso eclesiológico
se desarrolló en relación con la renovación bíblica y litúrgica, con el
ecumenismo, con la acción de los laicos, con la idea de misión, con reflexión
sobre la evolución (J.H. Newman) y la historicidad de la Iglesia. Así se
recuperó la idea de pueblo de Dios, el sentido del dinamismo misionero, la
tensión hacia la escatología, la comprensión de la comunidad como comunión,
la colegialidad, etc. En las obras de los teólogos modernos va apareciendo
poco a poco una síntesis eclesiológica, orientada hacia la plenitud del misterio
de Cristo y abierta enteramente al mundo. El concilio Vaticano ii (--> Iglesia)
ha venido a coronar esta gran renovación eclesiológica y a reanudar la gran
tradición patrística y teológica, manteniendo, no obstante, todo lo adquirido
en los períodos de controversias. El tiempo está ya maduro para una síntesis
eclesiológica armónicamente construida.
Marie-Joseph Le Guillou
ECONOMÍA, ÉTICA DE LA
La é. de la e. trata, dentro del marco de la ética social, sobre el sentido y el
orden justo de la economía según los principios morales. La ética y la
economía son, desde luego, dos ámbitos específicamente distintos con sus
leyes peculiares. Sin embargo, en el marco de toda cultura ambos órdenes
están estrechamente unidos. El espíritu económico (el estilo de la economía)
es una emanación del respectivo espíritu de la cultura y de la vida en cada
época (A. Müller-Armack). Por eso, el -> derecho natural cristiano halla
aplicación en la economía, por lo general en un sentido «complementario»
(Tomás de Aquino), es decir, tal como se deriva de los datos que cambian en
el marco de la evolución social (J. Messner).
Los más importantes conceptos claves son aquí la -> propiedad y el ->
trabajo. El contenido de ambos está sometido, dentro del marco de la historia
humana, a un cambio continuado.
I. Evolución histórica
Así el mundo agrícola y feudal (incluso el dominio del suelo) se apoyó hasta
muy entrada la edad moderna sobre el terreno de «lo jurídica y moralmente
admisible» (H. Mitteis), y, por tanto, se guiaba por el «derecho natural» en el
más pleno sentido de la palabra. En cierto modo, todas las estructuras
sociales tenían sus raíces en un suelo «natural». La fidelidad por un lado
condicionaba protección y amparo por otra. También la artesanía, el comercio
y el orden ciudadano en general conocían el concepto capital de unos ingresos
adecuados al «estamento». Para todos los estamentos estaban en vigor
ciertos derechos y deberes de acuerdo con la tradición. Los derechos
tradicionales podían también ponerse a salvo en caso de necesidad por medio
de la resistencia. La diferencia entre pobre y rico era tenida (dentro de ciertos
límites) como consecuencia del orden divino. Todo esto entrañaba
naturalmente la existencia de grandes injusticias, que también eran sentidas
como tales.
Por otra parte, las necesidades de los países en vías de desarrollo son para el
mundo occidental la «cuestión social de hoy». La renta «per capita» en los EE.
UU., Canadá, Australia y en los países del noroeste y centro de Europa oscila
entre 500 y 1.500 dólares al año. En todo el sudoeste asiático y en la mayoría
de los países africanos y sudafricanos, esta cuota está alrededor o por debajo
de los 100 dólares. El 30 % de la* población del globo posee el 80 % de los
bienes, mientras el 70 % de los hombres deben contentarse con el restante
20 % de todos los bienes y productos. Esta irritante desigualdad debe
equilibrarse según el criterio de una auténtica é. de la e. mediante la ayuda
generosa al desarrollo.
Max Pietsch
ECUMENISMO
A) Movimiento ecuménico: B) Teología ecuménica. C) Diálogo y colaboración
entre las Iglesias. D) Movimientos de unión de las Iglesias.
A) MOVIMIENTO ECUMÉNICO
La palabra «ecuménico» se deriva del griego oikoumene, que significa toda la
tierra habitada (Act 17, 6; Mt 24, 14; Act 2, 5). En el tradicional vocabulario
católico designa un concilio general o universal de la Iglesia; pero hoy se usa
especialmente para designar todos los esfuerzos en pro de la unidad de los
cristianos. Movimiento quiere decir aquí todo el proceso evolutivo de las
relaciones y actitudes entre las confesiones, encaminado a terminar con las
escisiones entre los cristianos.
August B. Hasler
B) TEOLOGÍA ECUMÉNICA
I. El lugar de una teología ecuménica
Desde hace unos veinte años existe en la discusión teológica de las distintas
Iglesias y denominaciones cristianas el concepto de «teología ecuménica». Por
razón de la contradicción existente entre el artículo del credo sobre la única
Iglesia de jesucristo y la escisión fáctica de la misma, este concepto ha venido
a ser hoy día para la teología cristiana de todas las confesiones y en todas sus
disciplinas una cuestión de veracidad y un criterio de reflexión en el
pensamiento teológico. Esto es comprensible por los problemas que plantea la
predicación. El evangelio uno de Jesucristo debe anunciarse en diálogo con el
mundo de hoy. Este evangelio habla de realidades, como la cruz y la
resurrección, que no coinciden simplemente con lo mundano, pues nuestra
salud y redención no es el mundo, sino Cristo. Ahora bien, su carácter
supramundano ha de hacerse creíble precisamente por la unidad de la Iglesia
en la fe y el amor. El Nuevo Testamento presupone esa unidad y desconoce
una separación entre las Iglesias. Bajo esa perspectiva la división de las
Iglesias es un escándalo que está en contradicción con la palabra de la
Escritura; y, consecuentemente, en la actualidad todas las Iglesias deben
buscar caminos para eliminarlo. Esto sólo es posible si las Iglesias entablan
entre sí un amplio diálogo en el que se aborden todas las cuestiones relativas
a la inteligencia del mundo, de sí mismas y de la fe. Este diálogo tan
necesario en nuestro tiempo, tiene como antecedente todo un pasado de
encuentros y polémicas entre las Iglesias.
IV. Resultado
Johannes Brosseder
Karl Rahner
También los planes de unión de la ilustración católica, entre los cuales el más
importante fue sin duda la elaboración de una estructura episcopalista
nacional de la Iglesia por el obispo de Tréveris, J.N. v. Hontheinm (Febronius;
1701-90), quedaron triturados en el roce entre los frentes. El conde N.L. v.
Zinzendorf, el renovador de la unidad fraterna entre los pietistas, cultivó
relaciones amistosas con el cardenal L: A. Noailles. Entre los esfuerzos del
romanticismo por la unión, descuellan sobre todo los de Franz von Baader,
que tendían a una reconciliación con la Iglesia oriental. Después de 1840 en
Alemania se endurecieron de nuevo los contrastes confesionales, y en la
época del ultramontanismo y del protestantismo cultutal las relaciones
interconfesionales pasaron por una honda depresión. La atmósfera espiritual
no era apta para el diálogo. I. D81linger, que en la causa de la reunificación
vio claramente una tarea peculiar de la teología alemana, sólo cuando estaba
excomulgado llegó a un diálogo con la Iglesia ortodoxa y la anglicana
(conferencias de Bonn para la unión: 1874-75). Las esperanzas de unión que
surgieron en Inglaterra en relación con el movimiento de Oxford, quedaron
sofocadas después de pocos años a causa de la falta de comprensión y de la
insuficiente formación teológica en los círculos de la jerarquía eclesiástica.
Victor Conzemius
EDAD MEDIA
A) Caracteristicas generales. B) Primitiva edad media. C) Iglesia imperial del
medievo. D) Baja edad media.
A) CARACTERÍSTICAS GENERALES
I. Concepto
1. Concepto e investigación
2. Espacio y tiempo
Como para la e.m. política y derecho son en gran parte lo mismo, ella ofrece
durante mucho tiempo un cuadro de perfecta unidad entre la Iglesia y el
Estado, el cual, según la concepción germánica, es responsable del
mantenimiento de la paz. A1 principio (era de -> Constantino) se da la idea
de gobierno teocrático, que aspira a la realización del reino de Dios sobre la
tierra. Tanto la Iglesia como los señores temporales aceptan este fin y lo
persiguen en armónica coordinación. Así, lógicamente, los reyes germánicos
de los reinos nacidos de las invasiones en suelo romano son tenidos por
vicarios de Cristo. El reino de los francos del siglo vii marca el camino por su
nueva organización a par política y misional, llevada a cabo por la monarquía
merovingia en unión con el episcopado y monacato, de origen noble. Hacia
750 se dan los presupuestos para aquel paso decisivo por el que el papado se
separa de Bizancio y se vuelve al reino franco. Tras la restauración de la
dignidad imperial de occidente en el año 800, por obra del papa León iii y del
rey franco Carlomagno, ambos poderes supremos, papado e imperio, operan
como representantes y garantes de la comunidad cultural de occidente que se
está formando. En lo sucesivo el imperio franco, sintiéndose heredero de
Bizancio, ejerce una función protectora respecto del papado y aspira a una
posición universal según el modelo romano o bizantino. Así nace una teocracia
espiritual y temporal de doble cabeza, que abarca casi todo el occidente
cristiano. Cierto que ella pronto vuelve a disolverse; pero el poder imperial se
renueva por obra de los señores germano-sajones del siglo x, sobre la base
de la tradición carolingia (evangelización de los paganos). La cristianización
interna y los movimientos de reforma (-> reforma cluniacense) conducen a la
crisis de las --> investiduras, en que, por la lucha entre el papa y el
emperador, se rompe la unidad de Iglesia y Estado. De este modo, el señorío
temporal se ve obligado cada vez más a fundar su posición por el derecho
natural y romano, y llega a postular la autonomía de la autoridad civil. El
papado organiza el orden jurídico de la Iglesia e intenta deducir del poder
espiritual el origen y modo de obrar de la autoridad secular (derecho
canónico); al mismo tiempo, por su progresiva organización de los oficios, se
convierte en maestro del Estado en el terreno administrativo. Desde el siglo
xiit los papas desgastan sus fuerzas afanándose por un monismo hierocrático
en el terreno político, y así entran cada vez más en conflicto con el deseo de
soberanía -signo de los tiempos futuros - por parte de los Estados de reyes y
príncipes, sobre todo en la Europa occidental. Con ello la curia romana va
perdiendo cada vez más la posibilidad de imponer su autoridad en el campo
de los intereses estatales, que ahora se configuran por su propio derecho. La
respublica christiana medieval se convierte en un sistema secular de Estados,
que abarca toda Europa; las autoridades seculares se conciben como
guardianes del bien común y esgrimen en propio provecho el principio
imperante de la razón de Estado. Se logra un punto final cuanto todos los
ciudadanos quedan referidos en igual forma a la autoridad central.
Karl Schnith
Fue un hecho importante el que los germanos asumieran la lengua latina del
imperio romano y con ello sus documentos culturales escritos. Este proceso de
apropiación del acervo literario de la antigüedad se convirtió en una nota
esencial de la p.e.m. A este respecto se trataba de la transmisión escrita de la
antigua literatura eclesiástica y profana, que en gran parte sólo se nos ha
conservado por copias procedentes de la p.e.m., y, por otra parte, de fijar el
acervo de la formación antigua en los grandes compendios de jerónimo,
Isidoro, Casiodoro, etc. Esta labor primordialmente receptiva y el hecho de
que las siete artes liberales, concebidas como propedéutica, se convirtieran en
base general de la formación, condujeron a una amplia unidad y uniformidad
de la misma durante la p.e.m., y otra característica de la formación fue el que
ella tuviera como base la actitud cristiana del tiempo y se impartiera en
centros eclesiásticos.
V. La fe cristiana
Kurt Reindel
Carlomagno consideró misión suya proteger a la Iglesia con las armas de cara
al exterior y de fortalecerla en el interior por la dilatación de la fe y el fomento
de la cultura (-a reforma carolingia); al papa le atribuía el papel de un sumo
sacerdote orante. La relación entre los dos poderes universales estaba
caracterizada por el predominio de la potestad secular y entrañaba, por ende,
el germen de pugnas futuras. Sin embargo, a la Iglesia imperial franca le cabe
el mérito histórico de haber afianzado la comunión cultural de occidente y
haberla asegurado así para el futuro. En tiempo de Ludovico Pío (814-840) la
soberanía imperial acrecentó su influencia en Roma misma; pero luego, por
causa de las discordias internas, perdió la libertad de acción, de suerte que,
en el siglo ix, la Iglesia careció en muchos casos de protección. Un partido
eclesiástico reformista, interesado por la unidad imperial, ahondó la
concepción universal del cristianismo e inició la reacción contra la estrecha
fusión de Iglesia y Estado en tiempos de Carlomagno. La doctrina dualista de
Gelasio i cobró ahora nueva fuerza; sin embargo, en la época carolingia no se
habían puesto todavía las bases para propugnar un gobierno de la Iglesia por
encima del Estado, si bien muchos indicios apuntaban en esta dirección.
Finalmente se vio que, por motivos políticos, era imposible la realización de la
unión entre Iglesia e imperio en todo el occidente. Con la división del imperio
de los francos (tratado de Verdún, 843 ), los grupos que representaban la
unidad del imperio hubieron de ceder definitivamente a la presión de poderes
particulares. En los posteriores siglos tx y x, la Iglesia de la parte occidental
del imperio fue transformándose poco a poco en la Iglesia franca, y la de la
parte oriental originó la Iglesia germánica.
Así en los comienzos del siglo xiii, la monarquía hubo de renunciar a los pocos
derechos que aún le quedaban de intervenir en la elección de los obispos. Por
el mismo tiempo, los príncipes eclesiásticos que aspiraban a completar y
redondear sus territorios, alcanzaron el derecho de libre disposición de los
bienes de la Iglesia; de su círculo salieron los príncipes electores (arzobispos
de Maguncia, Colonia y Tréveris) que, a lo largo de la edad media, fueron uno
de los más firmes soportes de la constitución imperial germánica y luego se
pusieron a la cabeza de la Iglesia imperial de los tiempos modernos.
Durante la alta edad media pervivieron en Francia las dos tradiciones que
operaron ya en la época carolingia: la del señorío real sobre la Iglesia y la de
la libertad eclesiástica. Sin embargo, a diferencia de Alemania, no se formó
una soberanía general de los capetos sobre la Iglesia, pues sólo una parte de
los obispados -sobre todo las archidiócesis de Reims y Sens con sus
sufragáneas - estaban de hecho sometidos a la monarquía (obispados de la
corona), mientras los otros estaban bajo la total influencia de la alta nobleza
(episcopados señoriales). Ya a fines del siglo ix había enmudecido en el
occidente de Francia toda protesta contra el poder real sobre la Iglesia, y los
señores de los siglos x y xi reclamaron como derecho indiscutible el
nombramiento y la investidura de los obispos en forma muy parecida al
feudalismo. El episcopado francés apoyó a la corona en la imposición del
principio de sucesión dinástica, y trató de aprovechar para los intereses de la
Iglesia las tendencias a la unidad nacional y eclesiástica de Francia. En la
lucha de las investiduras la idea de la vinculación feudal entre monarquía y
episcopado (prohibición del juramento feudal), fue vencida en el ámbito
interno, pero la soberanía real sobre la Iglesia se mantuvo e incluso se
extendió considerablemente a territorios que al principio no estaban
inmediatamente sometidos a la corona. Desde que, a comienzos del siglo xii,
se logró una amplia concordia entre la casa real capeta y el papado, los
obispos franceses se fueron considerando cada vez más como representantes
de la idea monárquica. Los obispados continuaron incorporados a la soberanía
regia sobre la Iglesia, de forma que en Francia no pudo desarrollarse ninguna
forma permanente de soberanía territorial eclesiástica. Luego, en la actitud
autónoma de la Iglesia francesa en el siglo xiir, la cual tendía a desentenderse
del centralismo papal, se dibujaron ya los comienzos del llamado -->
galicanismo, que más tarde combinó ideas nacionalistas, conciliaristas y
episcopalistas, y concedió grandes derechos al poder civil en asuntos
eclesiásticos (--> conciliarismo, baja --> edad media).
Karl Schnlth
Hermann Tüehle
EDAD MODERNA,
La simbiosis del cristianismo con la cultura profana francesa del siglo xvii
benefició particularmente a la Iglesia católica. Esta evolución no estaba
prefigurada en manera alguna. El protestantismo francés, que había nacido de
un clima bíblico y de un humanismo cristiano, desde su giro hacia el ->
calvinismo alcanzó tal firmeza en su organización y tal penetración por igual
en todas las capas sociales, que, el año 1598, por el edicto de Nantes pudo
asegurarse la tolerancia oficial; pero, como «Estado dentro del Estado»,
desafiaba el centralismo de la monarquía. La decadencia de su fuerza interna
de expansión después de 1620 y las disensiones internas prepararon los
caminos de la política de represión estatal, que alcanzó su punto culminante
en la expulsión de más de 200 000 hugonotes después de la revocación del
edicto de Nantes (1685). La política religiosa francesa, que en el siglo xvi
había mostrado más violencia que coherencia, en la era de Richelieu y Luis xiv
compensó esta deficiencia con el exceso de un rigorismo centralista, lo mismo
que, por otra parte, sólo la razón de Estado fue decisiva para la alianza de
Richelieu con los protestantes en la guerra de los treinta años. Pero el
fortalecimiento interior de la vida católica en Francia, que en adelante gozó
del favor decisivo del Estado y que salió también enriquecida de la polémica
espiritual con el adversario calvinista (teología francesa de controversia), se
remonta a otras causas distintas de la protección estatal o dé la reacción
anticalvinista.
II. La ilustración
El prestigio del papado, que en los siglos xvii y xviii sólo puede ostentar
propiamente dos figuras descollantes: Inocencio xi (1676-1689) y el papa del
diálogo Benedicto xiv (1740-58), estaba en decadencia. La presión de las
potencias sobre el cónclave tenía por efecto que en muchos casos fueran
elegidos hombres mediocres. Un indicio de este descenso en el prestigio papal
puede verse sin duda en la exclusión del papado en este tiempo al firmarse
los tratados internacionales de paz; el papado era considerado con creciente
menosprecio como una institución italiana. Por lo demás, después de Adriano
vi (+ 1524), todos los papas habían sido italianos (historia de los -> papas).
La debilidad del papado en este tiempo aparece sin duda con mayor claridad
en la supresión, en 1776, de la Compañía de Jesús; sin perjuicio de un
ambiente antijesuítico debido en parte a la arrogancia de miembros
particulares - ambiente que perduró hasta los siglos xix y xx como psicosis
jesuítica- la supresión de la Compañía por Clemente xi representa una
capitulación ante el Estado omnipotente, más concretamente, ante los
borbones franceses. El despotismo de los príncipes ilustrados obligó a la curia
a una política en que los criterios religiosos tenían cada vez más la
preferencia; sin embargo, Roma ignoró las causas sociales y económicas de la
revolución francesa y la entendió falsamente como una rebelión contra la
religión.
Francia estuvo expuesta como ningún otro país a la prueba de fuego de las
nuevas ideas. El torso apologético de Blaise Pascal (t 1662), fundado por igual
en raisonnement y coeur, no halló continuadores. La hazaña cultural de la
orden benedictina en el campo de la investigación histórica y de la
historiografía eclesiástica sucumbió en parte con la polémica jansenista, como
en general las contiendas jansenistas en torno a la bula Unigenitus pesaron
como un plomo en el catolicismo francés del siglo xviii. En su fase tardía, el
jansenismo avivó la vida de piedad e incitó la contradicción del espíritu del
tiempo. Estaba desde luego dogmáticamente derrotado, pero se vengó en la
vida práctica por un moralismo en muchos casos convulso que, a veces, por
reacción podía degenerar en craso laxismo. También del dominio de la moral,
en que se situó hasta el fin, había de ser desterrado a la postre, pues los
filósofos mostraban la consistencia moral de la religión racional y hasta del
ateísmo. La vida de piedad de la época ostenta sin duda puntos particulares
de contacto con el --> pietismo; su único enriquecimiento original lo
representa la propagación de la devoción al corazón de Jesús (de raíces
medievales, vivificadas de nuevo en el siglo xvii). Mirado en conjunto, el culto
burguésmente domesticado, llevaba fuertes rasgos antropocéntricos, se
asemejaba a un jardín de Le Notre, correctamente podado según criterios de
utilidad y oportunidad, pero carente de una vida apasionada. La congregación
de los redentoristas (fundada en 1732), la más importante fundación religiosa
del tiempo, permaneció limitada a Italia en el siglo xviii, y sólo en el siglo xix
pudo desarrollarse en otras partes, particularmente en territorio alemán.
También la evolución en Italia corrió en esta dirección, una vez que fueron
sofocados lentamente los primeros pasos esperanzadores hacia un encuentro
entre el catolicismo y la cultura nacional italiana dados por Manzoni, Rosmini
(-> ontologismo) y Gioberti. En Bélgica los católicos pudieron adherirse al
nuevo Estado; la universidad de Lovaina adquirió importancia internacional.
Los católicos holandeses debieron a la revolución francesa su liberación
política; la agilidad espiritual del catolicismo holandés en el siglo xx fue
posibilitada por el intensivo y abnegado trabajo de construcción durante el
siglo xix. El catolicismo inglés, que quedó decisivamente debilitado por
rigurosas coacciones legales entre 1715-50, recibió en el siglo xix fresco
refuerzo por la inmigración de Irlanda. Su emancipación política (1831), a la
que sólo tardíamente siguió el reconocimiento social en el siglo xx, posibilitó
una brillante organización de las parroquias, pero no fueron aprovechadas las
oportunidades de una profundización intelectual que ofreció el movimiento de
Oxford (--> anglicanismo: comunión anglicana). El converso J.H. Newman
(1801-90) representa sin duda la figura más atractiva de la teología católica
del siglo xix. Pero su teología de diálogo, extraordinariamente sugestiva, sólo
en el siglo xx ha fecundado la teología en Francia y Alemania, y en el Vaticano
ii ha llegado a su pleno desarrollo. En España, J. Balmes (1810-1848) y J.
Donoso Cortés (1809-1853) son figuras aisladas de formato europeo, sin eco
ni sucesión.
Uno de los más importantes presupuestos creados por el concilio para este
diálogo es la renuncia a un monopolio religioso, que parecía defender la
cumbre jerárquica de la Iglesia. La nueva orientación está atestiguada por las
siguientes declaraciones conciliares: fuera de la Iglesia puede encontrarse
auténtica religiosidad; las comunidades cristianas separadas tienen un
carácter eclesial; la Iglesia misma no se identifica con la jerarquía, y,
finalmente, el individuo tiene derecho a vivir y obrar según su conciencia, a
condición de que se incorpore a la comunidad. La actividad misional cristiana
(--> misión) sacará provecho inmediato de esta nueva orientación del
concilio. Durante los siglos xix y xx no dejó de sufrir por los problemas del ->
colonialismo y, posteriormente, por la descolonización. Sin embargo, logró de
manera considerable que la fe cristiana quedara arraigada en África, en la
India, en el Vietnam y en Formosa. El Decreto sobre las misiones recalca que
la Iglesia no está ligada a formas particulares de la cultura humana o bien a
especiales sistemas políticos, económicos y sociales, y ello puede dar,
juntamente con la nueva estimación de las -> religiones no cristianas, nuevos
impulsos a la idea misional cristiana.
Viktor Conzemius
EDUCACIÓN
A) Sentido de la educación. B) Autoeducación.
A) SENTIDO DE LA EDUCACIÓN
¿Qué significamos cuando decimos que se ha de educara los niños, que esto o
lo otro es fruto de la educación, o cuando hablamos de niños educados, mal
educados o incluso malcriados? ¿Significamos con ello que la naturaleza, o
una acción adecuada a ella, ha hecho o dejado de hacer su obra (Rousseau)?
Entonces queda aquí abierta por lo menos la siguiente cuestión: ¿qué ha de
entenderse por naturaleza? ¿O significamos con ello que la vida misma educa
para la vida (E. Key)? Pero, en ese caso, resulta comprensible que, debido a
la indeterminación del concepto «vida», se puedan poner fácilmente en su
lugar otros conceptos como Restado» (E. Krieck), «sociedad» (J. Dewey),
«clase» (Ogorodnikow - Schimbirjew), «cultura» (Litt y Spranger, con
limitaciones), etcétera. ¿O indicamos con tales expresiones el devenir o la
realización lograda de un individuo, que se desarrolla bajo la influencia de una
-> comunidad de ->personas? En este caso la e. queda enfocada bajo el
aspecto de una acción singular que se realiza entre varios sujetos humanos.
La cuestión de la e. se convierte entonces en la pregunta por la relación
educativa.
1. Con ello se diseña tina primera relación fundamental de la e., la cual queda
expresada en la afirmación: Es bueno que este hombre exista, y que él sea
este hombre. Ahí está indicado el hecho de que la e. tiende a la totalidad, al
todo del hombre y, por cierto, no como un objeto, sino como una persona, no
bajo esta o la otra propiedad, sino bajo todas las dimensiones de su ser. Lo
cual incluye también lo relativo a la nutrición y al cuidado del hombre.
Además, eso significa que la e. afirma al hombre en su carácter concreto, en
su limitación y caducidad. Pero en dicha afirmación late también un tercer
elemento, a saber: por más que la e. vea y tome al hombre tal como es, sin
embargo no quiere dejarlo tal como es, ora se halle en el estadio de mero ser
vivo, ora su vida esté en vías de pleno desarrollo, ora él haya caído ya en el
desorden. La e. no se conforma con que el otro exista simplemente. Ella
quiere que este ser llegue a su plenitud. Lo cual significa que el educador de
tal modo repercute con su ser en el del otro, que por su acción se abre lo más
íntimo del educando. Bajo este aspecto la e. se convierte en un encuentro
peculiar. Podemos llamarlo encuentro dialogístico, cuya nota distintiva es,
según observa M. Buber, el elemento de la universalidad, que por su parte se
basa en la «experiencia del otro yo» (M. BUBER, Reden über Erziehung, 35).
Con ello se significa la penetración radical en la constitución anímica del otro,
que nace de la vivencia de la pertenencia mutua. El que tiene esa vivencia
queda tocado por el misterio personal del otro.
Otra vez se abre aquí el límite doloroso de la acción educadora. Esta vez no
del lado del educando, sino del lado del educador. Él debe experimentar que
precisamente allí donde empieza la acción educativa es donde más palpables
se hacen los límites, que le señala su propia pobreza. Mas todo eso está muy
lejos de una e. del mero «dejar crecer», lo cual en el fondo constituiría un
repudiar al otro. Si el tú es abandonado a sí mismo, se le deja caer en un
mundo «sin esencia» y en el desamparo, pues queda roto el vínculo yo-tú. Un
mero dejar crecer equivale a permitir que el otro se atrofie, que se aleje del
ser. Vista así, la e. en el sentido antes expuesto, a pesar de su pobreza
óntica, constituye, no obstante, una riqueza de ser, pues ella, en virtud del
estar óntico del educador con el educando, hace que éste reciba aquello por lo
que se edifica su ser. Cf. también -->pedagogía, --> enseñanza.
Reinhold Mühlbauer
B) AUTOEDUCACIÓN
La mismidad más alta y verdadera que eleva y configura al hombre, opera así
y se desarrolla desde el prototipo. Pero esto acontece en medio de un diálogo
del hombre consigo mismo, por el cual él, a través de un «autoconocimiento
creador», intenta primero comprenderse, presentarse ante sus propios ojos y
expresarse a sí mismo en su identidad más alta, para luego introducirse en
ella cada vez más profundamente. Le incitan a ello el encuentro y el diálogo
con las cosas y con los otros hombres, que son experimentados y amados
como modelos positivos (o rechazados como «negativos») en medio de un
superior parentesco óntico por el que ellos se elevan y forman hacia un nivel
más alto. A partir de aquí la a. se realiza ulteriormente en un diálogo consigo
mismo que alaba o reprocha, reconociendo lo positivo y dando ánimo y fuerza
para ello, o condenando lo negativo y debilitándolo. Así el diálogo
autoeducador del hombre consigo mismo se realiza bajo la fuerza y la medida
judicial de un diálogo oculto con el Absoluto, en el cual queda incluido todo el
mundo circundante.
Heinrich Beck
EJERCICIOS ESPIRITUALES
I. Origen, esencia y método
Los e. se desarrollaron en el transcurso de los siglos a tono con los cambios
en la -->espiritualidad de la época respectiva. Así se formaron poco a poco los
diversos elementos esenciales de la práctica actual: retiro durante un tiempo
exactamente determinado, procedimiento planificado según determinados
puntos de vista bajo la dirección de un director de ejercicios, y elaboración de
un propósito determinado para imitar a Cristo.
Los padres del desierto fueron los primeros que crearon formas fijas para
estos ejercicios, con meditación, examen de conciencia y prácticas ascéticas,
las cuales en el siglo xiii adquirieron mayor profundidad y rigor. Pero fue la
devotio moderna, sobre todo Mombaer y García de Cisneros, la que fijó en sus
detalles los caminos (la mayoría de las veces divididos en siete partes) y
grados de meditación, aunque se abstuvo de crear un método unitario, rígido
y aplicable a otros ámbitos espirituales.
II. Espiritualidad
ELECCIÓN CANÓNICA
Por e.c. ha de entenderse la designación de una persona por decisión de la
voluntad común para un determinado -->oficio o beneficio eclesiástico. En
sentido amplio e.c. es también la designación hecha por una persona (can.
385, 1774 S 2). La confirmación de la e.c. se realiza por una de las tres
formas de la provisión canónica (colación canónica de un oficio, can. 147 § 2).
En algunos casos, a saber, cuando no se requiere la confirmación de la e.c.,
esta misma, seguida de su aceptación por el elegido, constituye la provisión
canónica.
Un colegio posee derecho de elección o bien ipso iure (can. 432, 506) o bien
por un -> privilegio (can. 455 § 1). El que se atribuye este derecho ha de
aportarla prueba de poseerlo; de lo contrario el superior competente tiene el
derecho de libre colación (can. 152).
EL plazo para el ejercicio del derecho de e.c. está limitado normalmente a tres
meses (tempus utile) después de tener noticia de que el oficio está vacante.
Un voto es inválido: a) cuando fue emitido por engaño o por temor grave; b)
cuando no es secreto, o bien es equívoco, o condicionado, o indeterminado.
Las condiciones puestas antes de la votación no tienen consecuencias en
derecho. También vota inválidamente quien se elige a sí mismo.
Los escrutadores (que han de ser por lo menos dos y deben pertenecer
necesariamente al colegio electoral) si no están nombrados por los estatutos
de la e.c. tienen que ser nombrados antes de la votación. Junto con el
presidente de la e.c. han de jurar que ejercerán fielmente su oficio y que
guardarán secreto incluso después de la elección. Un escribano debe
componer un protocolo sobre las distintas incidencias, el cual ha de
conservarse y custodiarse en el archivo del colegio.
Se llama e.c. por compromiso la realizada por una o más personas que el
colegio ha comisionado unánimemente en votación secreta y escrita (can
172).
Lndwig Bender
EMPIRISMO
En general se entiende por e. una dirección filosófica que, basándose en
presupuestos epistemológicos, sólo admite la --> experiencia (externa e
interna) como fundamento del verdadero -- conocimiento y de la ciencia. En
este sentido el e. constituye el polo opuesto del apriorismo, no menos radical,
que pretende basar la verdad y la certeza del conocimiento únicamente en
principios ideales y deducirlas de ellos. Sin embargo, en esta simple oposición
antitética, usual pero estereotipada, no aparece claramente ni el sentido ni la
intención del empirismo.
ENCARNACIÓN
I. Introducción y notas previas
Basta con exponer aquí brevemente la doctrina del NT sobre Jesús (yendo
más allá del testimonio dado por el Jesús histórico sobre él mismo). En
cuanto, de una parte, esta doctrina enseña expresamente la preexistencia de
Cristo y, de otra, toda la « cristología ascensional» del Nuevo Testamento
(Jesús el Mesías y siervo de Dios glorificado por el Padre a través de la pasión
y resurrección), se da implícitamente en la doctrina clásica de la Iglesia, con
tal no se tergiverse en parte o totalmente en sentido monofisita; no es
problema especialmente difícil comprobar la identidad del dogma de la Iglesia
con la cristología del NT. Con ello no se niega que, dentro de esta cristología
del NT, se hallen concepciones muy diversas (que, sin embargo, no se
eliminan unas a otras), según el predominio (en el plano gnoseológico y en el
ontológico) de un esquema de ascensión o descenso y, dentro de ese
esquema, se determine más o menos exactamente el punto mismo de partida.
Es también evidente que, dentro de la historia de jesús y de la cristología
neotestamentaria, hay determinados conceptos (Hijo de Dios, Hijo del
hombre, Mesías o Cristo, etc.) que recorren una historia de interpretación,
ahondamiento y perfeccionamiento, de modo que no cabe suponer que ellos
tengan el mismo sentido en todos los contextos. Cf. además --> Jesucristo y -
> cristología.
Karl Rahner
ENCÍCLICAS
I. Concepto e historia
En la Humani generis Pío xii expresa así la obligación de los creyentes con
relación a la autoridad de las e.: «Ni se ha de pensar que de suyo no exigen
asentimiento las cosas que en las letras e. se proponen, cuando en ella los
pontífices no ejercen la potestad suprema de magisterio. Pues las enseña el
magisterio ordinario, del que también vale aquello: "el que a vosotros oye, me
oye a mí" (Lc 10, 16)...» Si los pontífices de propósito expresan su parecer
sobre alguna cosa hasta entonces controvertida, es manifiesto a todos que
esa materia, según la mente y voluntad de los mismos, no puede ya tenerse
por tema de libre discusión entre los teólogos (Dz 2313). Exigen, pues, las e.
una sumisión positiva, que llevará a no manifestar externamente ni aprobar
internamente lo contrario. El magisterio infalible exige un asentimiento
absoluto e irrevocable; al simplemente auténtico se debe una adhesión
moralmente cierta y relativa, y por consiguiente reformable según las
ulteriores enseñanzas de la sede apostólica. El magisterio de las e. es
simplemente auténtico. En principio nada impide que el papa se valga de una
e. para su magisterio infalible. Para ello se requieren cuatro condiciones: 1ª.,
que el papa actúe como maestro universal; 2ª, con suprema autoridad
apostólica; 3ª, en materia de fe y costumbres; 4ª, definiendo
perentoriamente. La cuarta condición es la que suele faltar en las e. Para que
se dé, basta que el papa manifieste inequívocamente su intención de definir. A
su prudencia y arbitrio queda, o emplear la fórmula del «solemne juicio»
usada en las canonizaciones y en la definición de la asunción, o valerse de la
más sencilla y ordinaria, propia de una e. Aunque no contengan afirmaciones
infalibles, en su conjunto las encíclicas representan el grado más elevado del -
> magisterio simplemente auténtico y tienen la garantía de cierta asistencia
del Espíritu Santo, por la que él conserva la fe y las costumbres cristianas.
Joaquín Salaverri
ENFERMEDAD
1. En un primer sentido general se puede distinguir la e. de las tribulaciones
físicas que llegan al hombre desde fuera y de los sufrimientos psíquicos,
definiéndola como un mal que afecta al organismo humano desde dentro e
intenta destruirlo. De todos modos se puede establecer una relación entre --
>salud y ->vida, por una parte, y entre e. y -> muerte, por otra. El hombre
sano vive en actividad, armonía y seguridad; la e. en cambio se presenta
como pérdida del favor y desconcierto, como manifestación de la fragilidad e
inseguridad de la vida, y normalmente va unida a dolores que no sólo son
corporales, sino también psíquicos: miedo a un desenlace funesto y el
sentimiento de ser objeto de misericordia y depender de otros; el enfermo se
convierte en «paciente».
Jean-Charles Didier
ENFERMEDADES MENTALES
I. Concepto y división
Pero cada vez se tiene más conciencia de lo problemático que resulta esa
división. Del mismo modo que la psicología integral, influida por la filosofía
existencialista (e igualmente la medicina psicosomática) ha mostrado el
carácter personal de las enfermedades «orgánicas» (como maneras de
comportamiento con el mundo), así también la psicología experimental ha
resaltado, por otro lado, la imposibilidad de delimitar los influjos fisiológicos
en la vivencia y el comportamiento de los hombres. Ahora bien, si la división
clásica de la medicina se hace problemática en virtud de una más amplia
perspectiva antropológica, por otro lado la interpretación de los fenómenos
puestos de relieve por la ciencia médica constituye una tarea decisiva de la ->
antropología actual (cf. también -> cuerpo, relación entre -> cuerpo y alma, -
-> psicología).
Por otra parte el sacerdote debería evitar toda discusión con el enfermo.
Sin embargo, el estado enfermizo también puede ser culpable, aunque sólo
sea en forma indirecta; a priori no cabe descartar con seguridad esta
hipótesis. Mas eso nada cambia en el estado enfermizo en cuanto tal. Hay que
ayudar al enfermo tanto como sea posible, prescindiendo del papel que él
haya tenido en el desarrollo de su enfermedad. Además, los devaneos en
torno a la cuestión de la culpa son una parte de la enfermedad misma. Si se
trata de una auténtica falta cometida voluntariamente y de una verdadera
penitencia aceptada conscientemente, en ese caso el reconocimiento de la
culpa y el perdón que le sigue o la absolución sacramental conducen a una
liberación.
Raymond Hostie
ENSEÑANZA
I. Esencia, concepto, extensión
II. Historia
Según la doctrina católica (cf. la encíclica Divini Illius Magistri) hay tres
responsables primarios de la educación en general y, por tanto, también de la
educación escolar: la ->familia, la -->Iglesia y el -->Estado, sin negar la
existencia de otras personas o instituciones a las que secundariamente
compete la función educativa. El Estado y la familia (--> padres) poseen un
derecho natural a la educación; y la Iglesia tiene un derecho sobrenatural a
ella, el cual le da un título legítimo para erigir y conservar sus propias
escuelas independientes. E1 derecho natural de los padres a la educación y el
deber, unido a él, de cuidar de los niños se deben al hecho de que éstos
llegan a ser hombres por los padres. El derecho paterno se extiende en primer
lugar a todo aquello que los padres pueden hacer por sí mismos en orden a la
educación, pero también a la ayuda necesaria del Estado (protección y
promoción de aquello que supera las fuerzas de los padres, p. ej., formación
escolar especializada) y, finalmente, al control de aquello que el Estado
considera necesario para la educación. E1 derecho del Estado a la educación
se legitima en parte por su función protectora frente al niño (asegurar un
mínimo de formación escolar adecuado al estado general de la sociedad) y en
parte por su función subsidiaria frente a la insuficiencia de las restantes
estructuras sociales (p. ej., la familia). Pero es además un derecho autónomo
que tiene el Estado por su deber de asegurar el -> bien común. Se funda,
pues, en el bien del niño, por una parte, y en el bien común, por otra. La
extensión y los limites de la competencia debe regularlos la legislación. Si bien
en la sociedad industrial de masas, que es una sociedad de formación, no se
puede negar que en el ámbito de la e. corresponden al Estado más funciones
que antes, sin embargo, en este campo más que en ningún otro la sociedad
ha de oponerse decididamente a las tendencias totalitarias del Estado (p. ej.,
a su exigencia de monopolio sobre determinadas escuelas, o sobre la
formación del personal docente), procurando que la e. libre obtenga por lo
menos paridad de derechos respecto de la organizada estatalmente (también
en el aspecto económico); lo cual no excluye el control y la ordenación del
Estado como garante del bien común, incluso en lo relativo a la e. privada.
a) La e., como parte del todo que es la sociedad, está incluida en el proceso
de su desarrollo, y por tanto requiere una constante transformación y
acomodación; y esto tanto más por el hecho de que la educación, según su
esencia, está orientada hacia adelante, de cara a los hombres adultos y a la
sociedad futura. Por tanto, en este campo son constantemente necesarias las
reformas. Éstas no pueden ser tan radicales que pongan en peligro lo
atemporal en la formación, o que rompan la continuidad en la tradición
educativa; pero, no obstante, han de ser tan valientes que no retrocedan ante
las dificultades. La opinión pública ha de hacerse sobre todo a la idea de que
debe dedicarse a la e. una cantidad mucho mayor de medios económicos. Esta
inversión del dinero es la que tiene un sentido más noble y la más rentable.
Pues, cuanto más alto es el nivel medio de formación del pueblo, tanto mayor
es su capacidad de rendimiento. Las sugerencias y los planes de reforma que
se proponen muchas veces están expuestos a un enjuiciamiento poco
objetivo, porque los propugnan grupos políticos con una determinada
ideología, y con frecuencia se abusa de ellos para fines no pedagógicos (en
interés de un grupo y del poder político). No siempre se puede aislar lo
pedagógico, lo cual dificulta mucho la discusión objetiva.
Karl Erlinghagen
ENTELEQUIA
El concepto de e.( entelejeia) fue introducido en la filosofía por Aristóteles (--
> aristotelismo i), que lo usa en diversos sentidos, aunque relacionados entre
sí.
John Russell
ENTUSIASMO
I. Significación
II. Esencia
El e. no es algo «en» el hombre, sino que el hombre está en él; ser entusiasta
significa estar «dentro», vivir y moverse en aquello que, por su parte, como
espíritu, vive dentro del hombre y lo mueve. El otro rasgo fundamental del e,
es un activo «estar fuera de sí», estar el hombre sacado e impulsado fuera de
sí mismo por obra del espíritu que lo entusiasma. Se marcan aquí tres
direcciones de referencia. El espíritu que entusiasma es dentro del e. lo
primero y lo único, su absoluto «de donde» (procedencia). A esto corresponde
un universal ua donde» (intención): el espíritu lo abarca todo, empuja sin
límites, llega a todos, lo expresa todo, lo transciende todo (transcendencia).
Pero el yo del hombre - tercera dirección -está fuera de sí, es mero centro
entre el «de donde» y el «a donde», está enajenado de sí; pero así
precisamente es uno consigo mismo. Al amanecer en él el espíritu, amanece
también él, gana él mismo nueva y más alta originalidad; hallándose dirigido
a todo, está agraciado con la realidad entera, incluso con su propia mismidad.
E. quiere decir salir por el espíritu de sí mismo hacia todas las cosas y ser así
uno consigo mismo y con todo.
Klaus Hemmerle
EÓN
I. La terminología
1. En el judaísmo tardío
2. En el Nuevo Testamento
Anton Vtigtle
EPIQUEYA
I. Planteamiento de la cuestión
III. En la actualidad
Waldemar Molinski
EPISCOPADO
A) Historia. B) Síntesis teológica.. C) Derecho canónico.
A) HISTORIA
I. Fundamentación bíblica
El texto más antiguo es Fil 1, 1, según el cual hay todavía varios episkopoi en
la comunidad; seguramente eran los cabezas de las familias más importantes,
que desempeñan también la función eclesiástica de inspección (cf. igualmente
Tit 1, 6-9; 1 Tim 3, 2-5). En cambio se halla en la línea que conduce al
episcopado monárquico la misión de Timoteo como representante de Pablo,
narrada en Fil 2, 19-23. Sin duda, al morir los apóstoles, representantes de
este tipo concentraron y unieron en una sola persona las funciones de los
obispos. Así, la vinculación a un lugar y el contenido de dichas funciones
pasaron a constituir la figura del obispo de la comunidad; el elemento
monárquico deriva de la imitación del oficio apostólico. La importancia
teológica de este elemento monárquico se pone de manifiesto comparando el
concepto teológico de apóstol que aparece en 2 Cor con el de 1 Pe. Según 2
Cor en la comunidad sólo puede haber un apóstol, pues únicamente el
apostolado monárquico representa y actualiza, en un determinado sector al
único señor Jesucristo en comunidad de pasión y acción con él. 1 Pe muestra
cómo esta idea de que el supremo director de la comunidad es imagen de
Cristo penetra también en el concepto de episkopos. Cristo es el episkoposde
la comunidad (2, 25) y el pastor supremo (5, 4); los directores de la
comunidad son ciertamente presbíteros (5, 1), pero su acción se llama
también episkopein, función paralela, como en Cristo, a la de apacentar la
grey. La actividad episcopal de los presbíteros es por tanto paralela a la del
episkopos Cristo. En esta función los presbíteros representan al Señor
glorificado o diseñan su imagen. La función del pastor supremo es
desempeñada por varios presbíteros. Dentro de esta línea en 1 Pe se cruzan la
idea del único episkopos y el orden presbiteral. El episcopado monárquico
surge de la imitación del único Cristo, estrechamente relacionada con la
concepción paulina del único apóstol para cada comunidad. Los primeros
puntos de apoyo para el e. monárquico aparecen en el ámbito helenístico de
la actividad misionera de Pablo, en la misión de Timoteo, en 1 Pe y en las
epístolas pastorales. En cambio Pablo no conoce una constitución presbiteral
para sus comunidades, en oposición a la sinagoga, a la ley y al pensamiento
judío de la tradición. Pero esta ordenación penetró pronto en las comunidades
paulinas, pues cuando se redactó el libro de los Hechos las comunidades de
Licaonia y Pisidia volvían ya a tener presbíteros, como los tenía también
Corinto en tiempo de 1 Clem (donde con terminología helenística son llamados
episkopoi).
La mezcla del orden episcopal del mundo helenístico con el orden presbiteral
del mundo judío, aparece ya en los Hechos y en las cartas pastorales. En Act
20 los presbíteros (v. 17) son llamados episkopoi (v. 28). El criterio decisivo
para su vocación y potestad es la posesión del Espíritu Santo. De Act 1, 20 no
hay que deducir una equiparación entre apostolado y e., puesto que épiskopé
ha sido tomado aquí del salmo 108, 8; Act 6, 3 utiliza episkeptesthai para el
nombramiento de siete diáconos; el uso lingüístico de Act prueba, pues, que
la palabra era entendida todavía en el sentido general de «oficio directivo de
la comunidad» y cómo, consecuentemente, pudo aplicarse a una constitución
presbiteral. Los textos Tit 1, 6-9 y 1 Tim 3, 1-13 son del mismo género
literario que Act 20, 18-38 (episkopoi, modelos). Según 1 Tim 3, 1 episkopé
es un oficio fijo al que se puede aspirar. Se mencionan los presupuestos, pero
no el contenido del oficio: garantía moral, que se haya acreditado en la
administración de su casa, que sea apto para la predicación, modestia. Late
ahí una constitución presbiteral, cuya cima es, sin embargo, un orden
episcopal. Según 1 Tim 5, 17 los kalós proestotes son evidentemente los
episkopoi, los cuales merecen doble honor. Ellos son los portadores del
proceso que ha dado origen a la primacía del e. Según Tit 1, 5-9, Tito debe
establecer presbíteros en Creta (cosa que según Act 14, 23 ya había hecho
Pablo), los cuales en el v. 7 son llamados también episkopoi. Pero en 1 Tim 3,
2 y Tit 1, 7 ya se habla solamente de episkopos en singular, con el artículo
antepuesto. Aun cuando ahí se trata simplemente de un singular genérico, sin
embargo pronto pasa a un solo director de cada comunidad la función
episcopal, que Timoteo y Tito ejercieron todavía en varias comunidades. Lo
mismo la institución de presbíteros que la de obispos se realizaba por la
imposición de manos (cf. Act 14, 23, junto con 2 Tim 1, 6; 1 Clem 42, 4).
Klaus Berger
Wolfgang Beinert
B) SÍNTESIS TEOLÓGICA
d) Cada uno de los apóstoles recibe esta misión y este don de la gracia en
unión con los otros apóstoles. Todos juntos constituyen un todo, una
corporación exactamente delimitada, que en el NT se designa a menudo con la
expresión «los doce» (Me 3, 14; 3, 16, etc.). A este grupo reducido a once por
la defección de Judas fue agregado Matías, para ser con ellos testigo de la -~
resurrección de Jesús (Act 1, 26).
e) A este grupo cuya unidad aparece tan clara se le puede dar el título de
«rnlegio», a condición, sin embargo, de que no se entienda que todos sus
miembros son iguales. Es, en efecto, evidente que Pedro ocupa entre ellos un
puesto especial y goza de una autoridad superior que nadie le discute, pues
ésta se funda en las palabras de Cristo mismo (Mt 16, 16; Lc 22, 31s).
Así como Pedro y los otros apóstoles formaban una comunidad, un grupo o
una corporación, de igual manera el sucesor de Pedro forma con los otros
obispos un orden episcopal (ordo episcoporum), que atestigua su unidad y
solidaridad con numerosos signos. Los términos empleados: ordo (Tertuliano),
corpus (Cipriano), collegium (Cipriano, Optato de Mileve), no deben, sin
embargo, hacernos pensar -por lo que de suyo insinúa la palabra collegium -
en un grupo constituido, donde todos los miembros fueran iguales y no
hubiera otra autoridad que la resultante del acuerdo tomado unánimemente o,
al menos, por la mayoría de los miembros. En este cuerpo o colegio que
forman los obispos, hay una autoridad suprema, la del obispo de Roma, cuyas
prerrogativas fueron definidas por el Vaticano i; sin ella, el colegio de los
obispos perdería su unidad y consistencia.
1. Magisterio
2. Sacerdocio
3. Oficio pastoral
Joseph Lécuyer
C) DERECHO CANÓNICO
I. Concepto y terminología
E. es aquel -> oficio eclesiástico fundado por Cristo en virtud del cual se
concede una participación en el ministerio docente, sacerdotal y pastoral de la
-> Iglesia. Los llamados a desempeñar ese oficio son sucesores de los -->
apóstoles (--> sucesión apostólica) y, por tanto, ejercen su ministerio como
representantes y enviados de Cristo, bien se trate de un obispo (o.) que
preside una Iglesia local, o bien de una unión colegial de varios o. al servicio
de una agrupación de Iglesias locales, o bien de todos los o. unidos en el
colegio episcopal al servicio de la Iglesia universal. Al ministerio que se
encomienda a los o. como sucesores de los apóstoles va unida una potestad
eclesiástica (--> Iglesia), que radica en la consagración episcopal y puede
ejercerse gracias a la misión canónica por parte de la autoridad competente.
En la tradición eclesiástica la figura del o. está decisivamente marcada por su
relación de pastor con la grey, la cual se presenta también bajo la imagen de
un matrimonio espiritual entre el o. y su comunidad. Esta línea de
pensamiento ya está claramente desarrollada en Ignacio Antioqueno: «Donde
aparece el o., allí debe estar la comunidad; del mismo modo que, donde está
jesucristo, allí está también la Iglesia católica» (IgnSm 8, 2). El o. es
presidente de una comunidad parcial de la Iglesia, donde, sin embargo, se
representa y opera la totalidad del organismo eclesiástico. El oficio de presidir
es el ministerio episcopal en el sentido jurídico.
Klaus Mörsdorf
EPISCOPALISMO
I. Concepto
III. Historia
Fue sobre todo el ->galicanismo el que propagó las ideas episcopalistas. Los
teólogos galicanos, sin poner realmente en duda el primado pontificio,
insistieron -contra los excesos mismos de los ultramontanosen el episcopado
de derecho divino y afirmaron a veces la superioridad del concilio sobre el
papa, con la consecuente subordinación de éste a los cánones eclesiásticos.
Las opiniones eran múltiples, desde la oposición muy moderada de Almain
Tournély, Pedro de Marca y Bossuet, hasta la francamente heterodoxa de
Richer.
Joseph Lécuyer
ESCÁNDALO
I. Concepto de escándalo
1. Concepto funcional
Por otro lado, esta irritabilidad depende de factores subjetivos e históricos que
están sometidos a mutación. Efectivamente, sólo podemos escandalizarnos
por la lesión de ciertos valores en cuanto ellos son operantes en la vida
concreta. Pero como el significado de los valores espirituales en una
determinada situación no sólo depende de su importancia objetiva, sino
también de su necesidad de realizarse concretamente, la susceptibilidad con
relación a los e. cambia al transformarse la situación espiritual y cultural.
3. Distinciones
El escándalo real consiste en el error acerca del mensaje del reino de Dios y,
con ello, en apartarse del evangelio (Mt 13, 20ss par; Mc 4, 17 ). Jesús mismo
se convierte así en el gran escándalo. Al lado de una fuerza que despierta la
fe, su acción tiene también otra fuerza que lleva a errar en la fe. El error
acerca de Jesús (Mt 26, 31.33; 11, 6 par; Le 7, 23; Mt 13, 57 par; Me 6, 3)
puede así convertirse en antítesis de la fe en él (Me 14, 27; 14, 29; Mt 13,
57; Me 6, 3). Los fariseos mismos, no sólo sienten una indignación personal
porque jesús los ataca (Mt 15, 8), sino que, además, reciben un grave
escándalo religioso por la predicación de Cristo (Mt 15, 12). Su ceguera
significa incredulidad y la caída en el abismo índice de perdición escatológica.
El inesperado comportamiento mesiánico de Jesús (Mt 11, 6), su origen
terreno (Mc 6, 3), su actitud frente a la tradición meramente humana (Mt 15,
3ss), la interpretación totalmente nueva del pensamiento de la purificación
(Mt 15, 11), su posición libre frente a la ley (cf. Mc 2, 23ss; 3, lss, etc.), se
convierten en motivo de e., de repulsa a él mismo y de alejamiento de él por
la incredulidad.
Jesús sabe que su palabra y acción impulsan a la incredulidad, sin que esto
pueda evitarse. Sin embargo, persigue denodadamente el fin de evitar la
caída escatológica de la fe. Así, en las palabras sobre el e. dado a los
pequeños (Me 9, 42 par) se trata de evitar el hecho de que los hombres se
escandalicen. En el mismo contexto han de verse las frases sobre los
miembros que son ocasión de e. (Mc 9, 43-48; Mt 18, 8s; 5, 29s).
Por otro lado Pablo conoce también un e. pasivo que debe evitarse
incondicionalmente, el cual se produce en las comunidades paulinas a
consecuencia de las diferencias de fe (1 Cor 8, llss; 2, 4). Pablo, que de suyo
comparte la actitud creyente de los fuertes, como pastor se coloca al lado de
los débiles, imitando así a Jesús, que se preocupa de los «pequeños».
Según san Juan el que no ama está ciego, y por esto se halla expuesto a los
e. (1 Jn 2, 10). -> Fe y -> amor están aquí muy estrechamente ligados. Para
el que ama no hay ningún obstáculo en el camino de la fe (Jn 6, 61). Los
discursos de despedida de jesús narrados en Juan, lo mismo que los últimos
discursos de su vida transmitidos en los sinópticos, tienen la finalidad de
preservar contra la caída. Pero mientras que en los sinópticos ésta se
presenta inevitable incluso para los discípulos, el jesús que habla en el
evangelio de Juan despierta la esperanza de que ella podrá ser superada: «Os
he dicho esto para que no os escandalicéis» (Jn 16, 1; cf. Jn 6, 63).
III. Tradición
a) el psicológico (cf. p. ej., Mt 13, 57; 15, 12; 17, 27). «Scandalum» es
entendido cada vez más en el sentido de «offendiculum», y así pasa al
lenguaje popular cristiano para significar una incitación a determinados
sentimientos humanos, como el orgullo y la envidia, o un acto que provoca
irritación e indignación.
Ahora bien, la fuerza interna del cristianismo tiene una de sus bases en que se
conserve sin atenuaciones el e. de la cruz.
Waldemar Molinski
ESCATOLOGÍA
En este artículo no vamos a tratar de las postrimerías en general o en
particular, sino que ofrecemos una reflexión sobre los principios del tratado
teológico sobre la e. Pareja cuestión no sólo tiene interés científico y teórico,
sino que es también importante para la predicación del mensaje cristiano
mismo. En un mundo que se ha hecho dinámico, que programa por sí mismo
su propio futuro (inmanente) y trata de crear activamente, sin duda hay un
gran ímpetu escatológico; pero este ímpetu, si no está propiamente
«desviado», por lo menos se halla vinculado en primer plano a fines y
esperanzas inmanentes. Eso indudablemente hace más difícil que antes la
predicación de la esperanza cristiana del futuro. A ello se añade que
precisamente en este tratado vuelve a presentarse en forma apremiante el
problema general de la «desmitización». Finalmente, la predicación de los
novísimos lleva consigo sus propios problemas. En el curso de la historia, esta
predicación ha adquirido un sorprendente matiz «individualista», que debe
someterse a crítica. Efectivamente, en ella queda muy pálida y desatendida
una e. que envuelve todo el cosmos y la historia, por centrarse la atención en
la doctrina sobre la «inmortalidad» de las «almas» espirituales y de su destino
particular. Pero es totalmente posible que este modo de predicación -por muy
válido que sea siempre su contenido- esté condicionado por la mentalidad de
una determinada época. Y cabe preguntar si esa época no está acabándose,
para dejar paso a una nueva que, en virtud de las implicaciones contenidas en
su universal dinamismo humano hacia el futuro, se hallará en relación
inmediata con la e. del cristianismo, la cual abarca el universo y la historia.
I. Historia del tratado
Karl Rahner
ESCATOLOGISMO
I. Concepto e historia
Por e. se entiende una posición exegética defendida a finales del siglo xix y
principios del xx según la cual la convicción de Jesús de que la parusía y el
final del mundo están muy cerca, es un momento constitutivo de su
predicación y del primitivo -> kerygma cristiano. Tres exegetas
principalmente han contribuido a propagar la discusión en torno al e.: J.
Weiss, A. Loisy y A. Schweitzer.
Puesto que las consecuencias del e. eran insostenibles, algunos teólogos como
E. Troeltsch, M. Káhler y K. Barth propusieron una interpretación simbólica de
las frases escatológicas del Nuevo Testamento. También los dos
representantes principales de la historia de las -> formas, R. Bultmann y M.
Dibelius, han intentado salvar así la validez del evangelio. Para Bultmann hay
una única realidad escatológica: la --> palabra de Dios que llama a la decisión
en cada «ahora», con cuya aceptación o repulsa irrumpe la salvación o la
perdición para los hombres (cf. los escritos de Bultmann en general y sobre
todo sus tomos de artículos Glauben und Verstehen, T 1933ss).
Según M. Dibelius, Geschichtliche und übergeschichtliche Religion im
Christentum (GÜ 1925), las expresiones escatológicas del Nuevo Testamento
significan que el mensaje de Jesús está por encima del mundo y de la historia
y, por tanto, es válido para todos los tiempos.
Esto supuesto, para terminar vamos ahora a sugerir algunos principios que, a
nuestro parecer, pueden ayudar a interpretar las más oscuras afirmaciones
escatológicas de Jesús.
André Feuillet
ESCEPTICISMO
La palabra e. deriva en su sentido clásico de skeptomai (= considerar
comprobando). Se distingue entre un e. total (radical, absoluto) y un e.
parcial (moderado, relativo); el parcial se manifiesta como e. religioso, ético,
estético, etc., y además se habla también de un escepticismo metódico (duda
metódica).
En occidente ya entre los presocráticos surgió por primera vez un e. parcial
(Jenófanes, Parménides), el cual se desarrolló en la sofística y llegó a su
primera cima como crítica al --> dogmatismo ingenuo de la filosofía
presocrática. Gorgias discutió que algo exista, o que pueda ser conocido o
comunicado; Protágoras acentuó en su principio del «hombre-medida» la
subjetividad de todo conocimiento. Pero de ello surgió también un fructífero
estudio del arte lógico y retórico de convencer, el cual encontró en Sócrates
su punto metódico culminante y dio una respuesta a la sofística en la obra
gnoseológica y metafísica de Platón y Aristóteles. Frente a esto, todavía pudo
mantenerse un e. radical tal como lo propugnó Pirrón de Elis: A todo
fundamento se opone otro fundamento contrario, y por tanto es necesario
conservar la ataradsia y abstenerse de juicio (epoje). Arcesilao establece lo
probable (eulogon) como norma de orientación práctica. En el e. medio de la
antigüedad tardía Carnéades profundizó la problemática centrándola en la
cuestión del criterio de verdad. Él dice: Toda prueba va hasta el infinito, pues
ninguna frase se demuestra por sí misma. De ahí surgió la primera teoría de
la probabilidad. El e. más reciente (Enesidemo, Agripa, Sexto Empírico)
argumenta otra vez de manera más dogmática, en forma de diez tropos
contra toda posibilidad de conocimiento. Entre las principales razones se
aducen las contradicciones de los filósofos, las diferencias en la percepción
sensorial, las influencias de los estados de ánimo y del ambiente; y en lugar
del riesgo de buscar la verdad, se recomienda para la práctica la acomodación
al uso general y a la insinuación del momento. Para la discusión antigua entre
la filosofía escéptica y el cristianismo fue decisiva la cuestión de si se supera
el e. al pasar a la certeza de la -->fe o, por el contrario, se da una convivencia
legítima de ambos. Tertuliano establece una alternativa entre «Atenas» y
«Jerusalén», pues la fe cristiana excluye una búsqueda con duda; un diálogo
del creyente con el escéptico, a su juicio, es absurdo. Agustín niega
igualmente (Contra Academicos) la autosuficiencia del buscar, pero, no
obstante, intenta una refutación filosófica del e. Tampoco en el estado de la fe
el conocimiento ha llegado a su final, pero en ella queda excluido el principio
del e. radical. En el tránsito de la duda a la desesperación, el e. que supera la
actitud de la ataradsia logra una dimensión que dispone a la fe. En la ->
escolástica no aparece ningún e.; por primera vez en el escotismo y en
Ockham hallamos intentos de convertir el e. en un argumento a favor de la
autoridad de la revelación y en contra de una filosofía dogmatista. Montaigne
enlaza con el pirronismo antiguo, para liberar al espíritu de dogmas y
autoridades, dejándolo en un estado fluctuante y sin compromisos. Por el
contrario P. Charron toma el e. como argumento a favor de la fe. El cogito del
- > cartesianismo, que quiere superar todo e., es puesto en duda por B.
Pascal y por P. Bayle. Hume tuvo gran influencia con su duda sobre la ética
racional y sobre la fuente de conocimiento del principio de causalidad. La
«crítica» de Kant quiso, por el contrario, devolver al conocimiento una
objetividad limitada, pero redujo el conocimiento religioso al plano de un
postulado. Hegel asumió el e. como un momento en la verdad del todo; y,
contra esto, Kierkegaard sacó a la luz los componentes existenciales de la
duda. En la filosofía reciente el e. se ha ramificado en las diversas direcciones
del -+ positivismo, del --> vitalismo, del -> existencialismo y de la crítica a la
-+ ideología.
Werner Post
ESCOLÁSTICA
A) Visión general.
B) Prescolástica.
C) Escolástica primitiva.
D) Alta escolástica.
E) Escolástica tardía.
G) Neoscolástica.
A) VISIÓN GENERAL
1. Concepto
3. Método
Eberhard Simons
ESCOTISMO
1. Origen
El agudo genio del doctor subtilis sometió a crítica tanto la escuela franciscana
como la tomista; pero Escoto dirigió su discusión más contra autores
coetáneos que contra Tomás. Así, creó un sistema que ni se identifica con el
del Aquinate ni se opone directamente a él. Su sistema es más bien paralelo
al de Tomás.
Del mismo modo que el amor está al principio de todo, así también él y no
precisamente la visión intelectual es la raíz de nuestra felicidad.
Finalmente llegamos en los siglos xvi y XVII a la época áurea del e., en que
éste, junto al -atomismo y al > nominalismo, tine sus cátedras en las diversas
universidades, sobre todo en España.
En esta época surgieron cientos de comentarios a la Ordinatio («opus
oxoniense»). Entre los hombres de letras que entonces pertenecían a la
escuela escotista hemos de mencionar: en Francia, a Frassen (+ 1711),
Dupasquier (+ 1705), Boyvin (+ 1679) y Durand (+ 1710); en España a
Francisco Herrera (+ sobre el 1600), Juan de Ovando (+ sobre el 1610),
Francisco del Castillo Velasco, Francisco Félix (+ sobre el 1650), Pérez López
(+ 1724) y Carlos Moral (+ 1731); en Italia, a Lychetus (+ 1520), Mastrius (+
1673), Belluti (+ 1676), Faber (+ 1630), Vulpes (+ 1636), Lanterius,
Malafossa (+ sobre el 1562), De Pitigianis (+ 1616) Brancatius (+ 1693); en
Dalmacia, a Benedicto Benkocic (+ después del 1520) y Mateo Ferkié (+
1669); en el norte de Europa, a Petrus Posnaniensis (+ después del 1639),
Pontius (+ sobre el 1672), Cavellus (+ 1670), Wading (+ 1657), Antonius
Hiquaeus (+ 1641), Hermann (+ 1700) y Krisper (+ 1740).
Carlo Balido
ESCRITURA
I. Antiguo Testamento
1. Nombre y contenido
Para Jesús, para la Iglesia primitiva y para la generación postapostólica la
sagrada Escritura era una colección de libros que, cuando la cristiandad fijó la
extensión del -> canon, recibió el nombre de ->Antiguo Testamento. Esta
denominación con que se distingue del NT (cf. II, 1) y que significa el primer
orden de salvación dispuesto anteriormente por Dios (cf. Heb 9, 15), tiene su
origen en Pablo, que habla (2 Cor 3, 14) de «la lectura (de los documentos)
de la antigua alianza». Con la traducción latina de este pasaje queda acuñada
la expresión Vetus Testamentum (AT), que recalca más aún que aca6íxn el
carácter gratuito de la alianza de Dios. Con su pareja el NT, se convierte en
nombre que designa la Escritura, cuyo conjunto, bajo el influjo de 1 Mac 12, 9
((i4ix(a), es caracterizado con el concepto de «Biblia». Según la mente y la
terminología judías, el AT comprende tres grandes grupos de obras: la ley
(Torá), es decir, los cinco libros de Moisés (->Pentateuco, en -+ AT; los
profetas (nebiim), divididos en profetas primeros (Jos, Jue, 1-2 Sam, 1-2 Re)
y posteriores (Is, Jer, Ez, los doce profetas); las escrituras (ketubim): Sal,
Job, Prov, Cant, Ed, Lam, Est, Rut, Dan, Esd, Neh, 1-2 Par. El hecho de que
los libros históricos de Jos a 2 Reg se clasificaran entre las obras proféticas,
no deja de tener su buena razón, pues ellos ofrecen palabras y hechos de
profetas como Samuel, Natán, Gad, Ahías de Silo, Elías, Eliseo y otros, y no
contienen simple historia, sino historia interpretada por la palabra de Dios y
por la fe. La Iglesia aceptó además de los. libros de la Biblia hebraica los
adicionales de la griega, de acuerdo con el canon alejandrino, que era más
amplio. Estos escritos adicionales son los libros deuterocanónicos: Tob, Jdt, 1-
2 Mac, Sab, Eclo, Bar. Al recibir la colección entera el nombre de AT, se la
puso junto al NT y así ambos testamentos fueron recibidos como palabra de
Dios. Sólo puede hablar de AT quien acepte esta valoración y relación
teológica. AT es necesariamente una denominación cristiana.
2. Origen del AT
Pero bajo Salomón se despertó el interés de consignar por escrito lo que había
acontecido en el pueblo de Yahveh. En la historia de la sucesión en el trono de
David (2 Sam 9-2; 1 Re 2) se quiso hacer constar cómo Dios dio al gran rey
un sucesor digno. La admiración por la vida de David y la convicción de que
Dios lo había guiado, crearon la historia de su carrera ascensional (1 Sam 16 -
2 Sam 5). Estimulado, por estas obras, el yahvista escribió la primera
exposición de la historia de salvación, y antepuso a las tradiciones sobre la
salida de Egipto, la peregrinación por el desierto, el Sinaí y la ocupación de la
tierra prometida (que quizá ya estaban unidas en una narración fundamental),
la historia de los patriarcas y de los orígenes.
La doctrina sapiencial más antigua (Prov 10, 1-22; 16; 25-29) da reglas de
vida fundadas en la experiencia, que suponen un orden del mundo en virtud
del cual las propias obras condicionan el destino personal. En las
exhortaciones aparece la motivación religiosa y moral, que luego predomina.
Job, que padece sin culpa, critica la conexión entre las obras y el propio
destino. Yahveh, que lo hace todo, es enteramente libre, no está ligado a
ningún orden cósmico, Su acción es imprevisible, pero él se mantiene fiel a su
justicia y su bondad. Por eso Job se refugia en el Dios que parece enemigo,
buscando en él a su salvador. El Predicador (Ecl), que es también un
representante de la línea sapiencial, impugna rotundamente el principio de
que se puede reconocer una ley en los hechos y aprovecharla para configurar
la vida. Quedan la moderación propia, el temor de Dios y el goce agradecido
de los buenos dones divinos. Pero cuando la sabiduría se identificó con la fe y
ley de Israel, Yahveh mismo habló a través de ella. La sabiduría se hizo
maestra del hombre (Prov 1-9), mediadora de la revelación (Eclo 24),
configuradora de la historia (Eclo 44-50; Sab 10) y de la creación (Prov 8; 3,
19; Sab 7, 22).
6. Épocas de la interpretación
7. Métodos actuales
Joseph Schreiner
ESCRITURA
Pero, mientras que en todos los evangelios se conserva todavía la forma del
transcurso histórico, las teologías expresadas en la parte epistolar del NT son
ampliamente independientes, por su contenido, de las noticias históricas sobre
Jesús. Por el carácter distinto de estas teologías, parece imposible que, p. ej.,
Pablo hubiera querido o podido escribir un evangelio. Pablo manifiesta sus
pensamientos, orientados totalmente hacia el Kyrios resucitado, en epístolas a
comunidades (p. ej., Gál), en epístolas más doctrinales (Rom), en cartas
abiertas (Col) y en cartas privadas (Flm). Estas distinciones también tienen
validez con relación a otras cartas neotestamentarias: Heb puede considerarse
como epístola, Ef, 1 y 2 Pe y Jud son «cartas abiertas», 1 Jn y otras tienen
forma de sermón; y las epístolas pastorales, aunque están dirigidas a
personas particulares, sin embargo tienen forma de cartas a comunidades. Un
género que ya existía anteriormente en el judaísmo tardío halló su traducción
cristiana en el Apocalipsis.
Aparte de estas diferencias doctrinales entre los autores, no hay que olvidar
cómo los escritos neotestamentarios son tanto testimonios de la historia
global del cristianismo primitivo como productos teológicos de sus autores
particulares. Se da ahí un proceso de desarrollo que no sólo afecta a lo
doctrinal, sino también a la constitución, a la liturgia y a la ética de las
comunidades. Una mente dogmática no se admirará por las diferencias
neotestamentarias en la interpretación de la salvación iniciada con Jesús, pues
las teologías particulares en medio de la temporalidad y diversidad, dan
testimonio de la revelación en Jesucristo, la cual de suyo es única, pero antes
de la manifestación definitiva de la gloria se presenta necesariamente de
manera multiforme. Según esto la tradición eclesiástica podría tener la misión
de unificar de algún modo estas teologías, preparando así la unidad de la
revelación final. Sin duda ese procedimiento de la tradición en lo referente a la
dirección del movimiento difiere de la acción del exegeta, pues éste, al
exponer las peculiaridades de las teologías, aunque reconoce la validez de la
unidad creada por dicho procedimiento, sin embargo, muestra su carácter
transitorio con relación al eskhaton. Ambos movimientos se complementan,
puesto que la Iglesia, hasta que llegue el final ansiado, tiene que volver
siempre la mirada hacia sus orígenes.
5. La historia de la interpretación
Klaus Berger
ESCRITURA
1. Punto de partida
a) Ante todo hemos de pensar que para nosotros, como cristianos, el punto de
partida puede y debe ser específicamente cristiano; y sólo desde ahí es
posible asumir el AT como parte de nuestra s. E. Nuestra situación es, pues,
diametralmente opuesta a la del tiempo del NT, cuando la importancia
salvífica de lo acontecido en Cristo debía legitimarse por la Escritura del AT,
como instancia considerada válida con toda naturalidad. Esta historicidad del
punto de partida no puede ser superada ni olvidada. Así, también el Vaticano
11, Dei Verbum, n .o 2 [cf. n° 71), al exponer el concepto de revelación, parte
de la que se produjo en Jesucristo y no de una revelación general, sobre la
cual habla por primera vez en el n.° 3. Consecuentemente hemos de
preguntar en primer lugar por el punto de partida teológico para la teología
del NT. Aquí hemos de presuponer que están resueltas las cuestiones acerca
de la relación entre la fe y la fundamentación racional e histórica de la misma,
entre la dogmática y la teología fundamental. O sea, aquí se trata de una
cuestión teológica y no de un problema de teología fundamental.
2. Inspiración de la Escritura
4. «Suficiencia» de la Escritura
A base del breve esbozo sobre la relación entre ->Escritura y tradición que
aquí hemos hecho, en cierto modo puede darse respuesta también a la
cuestión de la «suficiencia» de la Escritura y al principio protestante de la sola
Scriptura. En primer lugar es evidente que el -> kerygma de la Iglesia en el
tiempo apostólico precede a la Escritura. Este kerygma autoritario de la
Iglesia, que implica una constante mirada hacia la predicación anterior, no
cesa con la constitución de la Escritura, y así es «tradición», pero una
tradición que no consiste en una mera relación retrospectiva a la Escritura en
cuanto tal (Dei Verbum, n .o 7 y 8). Esta tradición transmite también la
Escritura como inspirada, junto con la verdad relativa a sus límites (canon), y
así atestigua su naturaleza y extensión. En este sentido está claro que la
Escritura «no se basta a sí misma» (ibid., n° 8) y «que la Iglesia no saca
solamente de la sagrada Escritura su certeza sobre todo lo revelado» (ibid. n.°
9). La pregunta concreta sólo puede ser, por tanto, si de hecho la tradición
apostólica, aparte de esta testificación de la esencia y extensión de la
Escritura, poseyó originariamente verdades particulares que de ningún modo
están contenidas en la Escritura y se transmitieron como obligatorias para la
fe por mera «tradición oral». En caso afirmativo, prescindiendo del testimonio
que la tradición da de la Escritura, la revelación fluiría hacia nosotros
dividiendo su caudal en dos cauces (llamados a veces «fuentes», término
expuesto a tergiversaciones). A esta cuestión así planteada el Tridentino no le
dio una respuesta clara (Dz 783); o por lo menos la interpretación de este
texto se ha discutido hasta hoy. El Vaticano ii en la constitución Dei Verbum
ha evitado rotundamente una toma de posición ante esta cuestión. Para la
solución objetiva del problema en primer lugar ha de tenerse en cuenta lo que
sigue: Es una cuestión oscura, que dista mucho de estar resuelta, la de cómo
ha de concebirse exactamente la evolución de los ->dogmas, o sea, la
explicación de lo implicado en la revelación originaria. Pero sólo con el
presupuesto de una respuesta a esta pregunta será posible establecer a
posteriori si un determinado dogma actual, el cual se halle explícitamente en
la Escritura, puede o no puede estar implícitamente en ella. Mas, por otro
lado, no parece históricamente probable que un dogma definido luego por la
Iglesia existiera en el tiempo apostólico como enunciado explícito de una
verdad de fe y no entrara a formar parte de la Escritura, y que nosotros
podamos demostrar por medios históricos la existencia de tal enunciado
explícito (lo cual sería necesario para que la apelación a una tradición
apostólica materialmente distinta de la Escritura tuviera algún sentido y no se
quedara en mero postulado dogmático). Por consiguiente, la apelación a una
tradición apostólica materialmente distinta no soluciona ningún problema
concreto con relación a la historia y evolución de los dogmas. Por lo menos
desde este punto de vista nada impide la afirmación de una suficiencia
material de la Escritura (dentro de los límites señalados). Si una verdad no
está contenida explícitamente o de algún modo implícitamente en la Escritura,
no podemos demostrar históricamente que ella estuviera en el originario
kerygma apostólico. La definición de una frase por el magisterio garantiza
ciertamente que ella está contenida allí (por lo menos de un modo implícito),
pero no dispensa al teólogo de preguntarse en qué manera está contenida. Y
la respuesta a esta cuestión no resulta más fácil recurriendo a una tradición
oral que buscando una implicación en la Escritura.
6. «Inerrancia» de la Escritura
7. Teología en el NT
La Iglesia está formada por personas que siempre son históricamente libres y
singulares. La singularidad personal (que no puede reducirse como un mero
caso particular al concepto general de «hombre») repercute también en la
realización de la fe. La Iglesia es en todos los tiempos la unidad de Iglesias
distintas, con su propia fisonomía temporal, espacial, cultural y teológica.
Ambos pensamientos tienen validez también con relación a la Iglesia de la
época apostólica. Y por tanto, en virtud de la esencia de la Iglesia, ambos
aspectos deben mostrarse también en los escritos del NT, que son la
objetivación de la Iglesia de esta época; y deben mostrarse allí sobre todo por
el hecho de que esos escritos no constituyen una mera reproducción fiel del
suceso originario de la revelación, sino que contienen ya una reflexión
teológica sobre ella. Así, pues, por la esencia de la Iglesia y de la Escritura, ya
en el Nuevo Testamento tiene que haber diversas teologías; y las hay de
hecho, o sea, hay allí lo que más tarde en la historia de la Iglesia ha recibido
el nombre de «escuelas teológicas», cuya naturaleza auténtica no se
manifiesta en su eventual oposición contradictoria (entonces sólo una tendría
razón), sino en la diversidad del horizonte sistemático, de los conceptos
usados, etc., en cosas, por tanto, que no se oponen contradictoriamente, pero
que, en concreto, tampoco pueden superarse simplemente por una «síntesis»
más alta. Es derecho y tarea del exegeta ver y elaborar este pluralismo de
teologías en el NT. Antes de componer una -->«teología bíblica» él debe
exponer las teologías bíblicas. Aunque, desde la perspectiva dogmática, se da
una unidad suprema de estas teologías la cual está garantizada por la
conciencia creyente de la Iglesia, que delimita el canon y así entiende la
Escritura como una unidad, sin embargo, esto no significa que el teólogo
bíblico pueda prescindir del pluralismo de teologías en el NT, y tampoco que él
(o el dogmático) deba superar completamente este pluralismo y suprimirlo
por completo en un plano superior, en un sistema, ya que eso es imposible
por diversas razones por más que esta «supresión» sea una finalidad a la que
la teología ha de aspirar «asintóticamente». Lo que el exegeta no puede hacer
es solamente esto: sostener que en la Escritura canónica cabe hallar frases
que se oponen contradictoriamente aun después de una recta interpretación
(que tenga en cuenta la ->analogía de la fe: Dei Verbum, n. 12), de modo
que nos veamos en la necesidad de aceptar una frase y rechazar la otra. Es,
ciertamente, posible pensar en un «canon dentro del canon» (como una cierta
norma crítica que haga posible una interpretación más exacta), en el sentido
en que el Decreto sobre el ecumenismo, n° 11, habla del «fundamento de la
fe». Pero ese canon no puede establecerse como norma contra la Escritura,
contra alguna de sus partes o ciertas teologías en ella (p. ej., la de un
«primitivo catolicismo» en los escritos posteriores del NT).
b) Desde aquí hay que ver la posición de la teología bíblica con relación a la
dogmática. Por un lado, la -> dogmática no puede renunciar a cultivar por sí
misma la -> teología bíblica. Pues si la -> dogmática es la audición
sistemática y consciente de la revelación de Dios en Jesucristo (y no sólo una
deducción de conclusiones a partir de unos principios de fe que se presuponen
como premisas, tal como la teología medieval se entendió a sí misma
toeréticamente y en contra de su praxis real), consecuentemente ella debe
escuchar sobre todo allí donde está la más inmediata y última fuente de la
revelación cristiana, en la Escritura. Naturalmente, la teología siempre lee la
Biblia bajo la dirección del magisterio, pues ella lee la Escritura en la Iglesia y,
así, en todo momento emprende su lectura adoctrinada por la actual
predicación creyente de la Iglesia. En este sentido la teología siempre lee la
Escritura a la luz de un determinado saber, que en su modalidad concreta no
puede sacarse simplemente de la Biblia, pues el teólogo debe reflexionar en
todo instante desde la actual conciencia creyente de la Iglesia y, además, ha
habido una auténtica evolución de los -->dogmas. Sin embargo, la teología no
tiene la simple misión de legitimar a base de la Biblia esa enseñanza actual
del magisterio eclesiástico, buscando dicta probantia para la doctrina de la
Iglesia. Su tarea dentro del dogma, en lo que se refiere a la Escritura, va más
allá de esa misión (que por desgracia ha sido cumplida a veces en una forma
demasiado exclusiva) bajo un doble aspecto. En primer lugar no puede
olvidarse que la Iglesia actual misma es la que lee, proclama y manda leer la
Escritura. Por tanto, no es que solamente lo enseñado en la Iglesia a través
de concilios, encíclicas, catecismos, etc., pertenezca a la doctrina actual del
magisterio eclesiástico. Pues también la Escritura misma es siempre lo
proclamado ahora oficialmente en la Iglesia. Por tanto, si se le asigna al
dogmático la doctrina actual de la Iglesia como el objeto inmediato de su
reflexión, también se le asigna precisamente la Escritura como objeto
igualmente inmediato de su esfuerzo teológico. Consecuentemente, la
Escritura no es f ons remotus, o sea, aquello con lo que el dogmático a la
postre respalda la doctrina eclesiástica, sino aquello de lo que él debe
ocuparse inmediatamente, puesto que, en el fondo, no puede separar
adecuadamente la Escritura de la actual doctrina eclesiástica como una cosa y
una fuente distinta de ésta.
Karl Rahner
ESCRITURA, LECTURA DE LA
En la tradición del AT y del NT la lectura de la E. desempeña un papel
importante como base para el conocimiento y la vitalidad del patrimonio de la
fe. En el culto de la sinagoga y en la vida de las comunidades cristianas, la
palabra escrita tiene un rango tan elevado porque los escritos del AT, los
Evangelios y luego las cartas de los apóstoles son considerados como -i
«Palabra de Dios».
Una forma derivada de la lectura bíblica cultual son las lecturas bíblicas en el
Oficio. Las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento se añadieron ya
desde el siglo iv a los salmos y oraciones. Las homilías de los santos padres,
que actualmente forman parte de las lecturas del -+ breviario, muestran la
estrecha conexión entre el evangelio y su interpretación. La importancia de la
palabra de Dios para la vida entera del cristiano en el mundo exige, además
de la lectura litúrgica, la lectura privada de la Escritura (cf. movimiento bíblico
en ->Biblia, F; -->liturgia). También la lectura privada participa del carácter
religioso de la lectura de la Biblia en general, pues también en 'la lectura
privada habla el Kyrios vivo por las palabras de la Escritura. Teniendo en
cuenta esto, la lectura privada no se limitará a tomar nota de las historias de
la Biblia, sino que llevará a comprender la historia bíblica, es decir, la acción
salvífica de Dios con su pueblo (cf. historia de la ->salvación). Como la
homilía (-->predicación) responde a la lectura de la E. en el culto, así la -
>meditación responde a la lectura de la Biblia en privado. Ni la meditación
religiosa ni el estudio teológico pueden prescindir de la lectura privada de la E.
Mas para que ambos sean fructuosos, se requiere un mínimum de
conocimiento de los principios exegéticos, que varían según los -> géneros
literarios en los diferentes escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Ingo Hermann
ESCRITURA Y TRADICIÓN
I. Introducción al problema
3. Toda esta cuestión fue uno de los temas más discutidos en el concilio
Vaticano II, especialmente en la redacción de la constitución dogmática Dei
Verbum sobre la revelación y la E. Aquí el concilio acentúa (n .o 7) que la
formación de la E. misma es un acto de t.; que la t. sigue actuando en la ->
sucesión apostólica bajo la asistencia del Espíritu Santo (n .o 8); que la t. da a
conocer el canon de la E. y la actualiza (n° 8). Dice además que la E. y la t.
forman una unidad (n° 9 y 10), pues tienen un único origen -la revelación
divina, la cual es una sola- y se condicionan mutuamente. Prescindiendo de la
transmisión de la E. (canon), la función actualizante de la t. es referida por
completo a la E. (en la medida en que se dice algo a este respecto). Como
vemos, el concilio se abstiene intencionadamente (frente al esquema
preconciliar) de enseñar la insuficiencia material de la E., lo cual,
objetivamente (ya que se había exigido lo contrario), implica que para el
concilio la doctrina de la suficiencia material de la Escritura es legítima. Y en
consecuencia se puede enseñar que la tradición posterior a la Biblia no tiene
más misión que la de transmitir la Escritura en cuanto tal, la de interpretarla,
actualizarla y desarrollar sus implicaciones; o bien, expresándonos con mayor
precaución, que la tradición se produce siempre y en todos sus aspectos por
la audición de la E., bajo la E. como norma crítica que es necesaria siempre y
en todo para distinguir la tradición «divina», como parádosis de la revelación
en Cristo, de las tradiciones humanas.
Cuando el concilio dice que por la t. es conocido el canon entero de la E., ante
todo hemos de tener en cuenta que la formulación de la frase es positiva y no
exclusiva. En el sentido positivo la frase es evidente (lo cual, sin embargo, es
importante para evitar una falsa inteligencia del sola Scriptura, como si el
libro de la E. fuera de la Iglesia y de su predicación pudiera ser E. en sentido
teológico), pero no decide todavía la cuestión de si en el saber acerca del
canon y de su extensión hay una sola verdad de fe formulada en algún
enunciado que, como tal, no esté ni implícita ni explícitamente en la E. (y en
caso afirmativo se trataría de un hecho que no puede generalizarse). La
cuestión de si la frase del concilio puede leerse en el sentido exclusivo de
«solamente», depende de la solución que se dé al problema difícil y abierto de
cómo deba concebirse más exactamente el conocimiento del canon por parte
de la Iglesia misma. No cabe pensar que este conocimiento procede de una
declaración explícita del «último apóstol», pues hay escritos canónicos que
surgieron muerto ya el último de los apóstoles, aun cuando hayan de incluirse
entre los libros del período apostólico. Y si hemos de pensar que ese
conocimiento de la Iglesia (no del individuo en cuanto tal) no se produce
solamente por una vía ajena al canon, sino, de algún modo, a través de él, a
través de los escritos canónicos, entonces el conocimiento del canon ni
siquiera debería considerarse como un caso «especial» en la relación entre
Escritura y tradición.
Algo parecido habría que decir sobre la afirmación del concilio (nº 9): «La
Iglesia no deriva solamente de la sagrada Escritura su certeza acerca de todas
las verdades reveladas.» Con ello no se enseña todavía una insuficiencia
material de la E., pues se trata de la certeza en el conocimiento de todas las
verdades de fe y no, inmediatamente, de la fuente material de determinados
contenidos. Tal como suena, la frase se refiere a todas las verdades de fe y no
solamente a algunas que ex supposito no estén contenidas en la E. Añádese a
esto el hecho evidente de que la única fe total de cada uno en la Iglesia está
soportada por el acto de la predicación eclesiástica, el cual es parádosis y,
como tal, precisamente en el tiempo postapostólico tiene una relación esencial
a la E., es parádosis a través de la E.
2. Mas con ello la parádosis no queda suplantada por un libro, como si éste
por sí solo, como dimensión autónoma, fuera el heraldo y la norma para la fe
de las generaciones posteriores. A pesar de todo prosigue la tradición
autoritativa, que exige fe en ella. En cuanto la parádosis se conserva a través
de la E. y gracias a ésta se mantiene segura de sí misma y de su procedencia
legítima de la predicación apostólica, por otro lado, en su plenitud de Espíritu
lleva también el libro en que ella permanece concreta.
Karl Rahner
ESCUELA FRANCESA
1. La expresión e. f. parece que fue introducida en el ámbito de la
espiritualidad hacia 1913 por el sulpiciano G. Létorneau. Y quedó
definitivamente acreditada por obra de H. Bremond, que la usó como título del
tomo iii de su Histoire littéraire du sentiment religieux (P 1921). Bajo la pluma
del eminente historiador, estas palabras reciben acepciones variadas. A veces
toman un sentido muy preciso y se aplican solamente al grupo beruliano.
Otras veces se aplican a movimientos espirituales de tendencias análogas,
como los jesuitas discípulos del padre Lallemant. Y en otras ocasiones,
finalmente, parecen designar a todos los autores importantes del siglo xvii
francés. Estas vacilaciones muestran cuál es el mayor inconveniente del
empleo de tal expresión: parece atribuir a los autores espirituales del
clasicismo francés una unidad artificial que no existe en la realidad. Es, pues,
indispensable precisar las posiciones de los diversos grupos, que han sido
reducidos arbitrariamente a una unidad.
Es tarea difícil precisar el influjo de Bérulle fuera de los autores que dependen
directamente de él. El problema reviste especial interés con relación a aquel
grupo de jesuitas místicos en que Bremond quería ver discípulos de Bérulle
(pero esta posición no parece aceptable actualmente). El que va a la cabeza,
Louis Lallemant (1587-1635), ignaciano fiel, depende además de Harphius,
Baltasar Alvarez y Teresa de Ávila. Pero en discípulos más tardíos de
Lallemant, como Jean-Joseph Surin o Francois Guilloré, es probable cierta
influencia del vocabulario beruliano. Y no hay duda de que, a través de
Condren, los temas berulianos influyeron sobre él grupo místico de los
eremitas de Caen, dominado por la interesante personalidad de Jean de
Berniéres, del que dependen en cierto modo la venerable María de la
Encarnación y madame Guyon. Sería igualmente fácil hallar la prolongación de
algunas ideas de Bérulle en autores más tardíos, como el oratoriano
jansenista Quesnel o Juan Bautista de la Salle. En cambio ha de considerarse
como una arbitrariedad el intento de descubrir una relación entre Bérulle y
autores que siguen un camino independiente, como Vicente de Paúl o
Bossuet.
Louis Cognet
ESENCIA
1. Ciertos filósofos toman el término esencia ora como verbo ora como
sustantivo. Como forma verbal (de «esenciar»), esencia significa lo mismo
que acontecer, suceder, presentarse. Así, según Heidegger, la e. de la verdad
va más allá del «concepto usual de esencia» (Vom wesen der Wahrheit, F.
3
1954, p. 27) y coincide con el «presentarse del misterio» (ibid. 24). Tras ello
está la «verdad de la e.», entendiendo por e. el ser (ibid. 27). Y éste nos sale
al encuentro en cuanto «esencia» (de esenciar) como don suyo (Identitüt und
Dif ferenz, Pfullingen 1957, p. 72) o «evento» sin igual que actualiza «la
esencial pertenencia mutua del ser y del hombre» (ibid., 31). Como aquí e.
significa un acontecer ella se identifica con la historicidad o la historia
ontológica del --> ser, en la que se funda la historia óntica de los entes (-p
historia e historicidad).
Johannes B. Loiz
ESPACIO-TIEMPO
Joseph Meurers
ESPERANZA
I. La doctrina tradicional
1. Exposición
2. Objeciones
1. Visión de conjunto
2. Esperanza y verdad
3. Esperanza e historia
Ferdinand Kerstiens
ESPINOSISMO
Corriente de pensamiento que debe su nombre al pensador hebreo Baruch
Spinoza (Benito Espinosa), nacido en Amsterdam el 24 de noviembre de 1632
y muerto en La Haya el 21 de febrero de 1677. En dicha corriente quedan
unificados elementos de la filosofía judía, del -->neoplatonismo y del -+
cartesianismo. Núcleo central del e. es el sentido profundo de la unidad de lo
real, que Espinosa refiere enteramente a una -->substancia única, entendida
como Dios y naturaleza. Efectivamente, pensamiento y extensión no son
substancias independientes, sino «atributos», maneras de considerar la
substancia y, por ende, representan dos órdenes perfectamente paralelos de
una misma realidad. Por la misma razón, entre los «modos» del pensamiento
y los modos de la extensión, es decir, entre ideas y cosas, alma y cuerpo, no
puede haber relación causal; ni unas ni otras tienen existencia propia fuera de
la única substancia; ambas modalidades son determinaciones de ésta y sólo
se distinguen entre sí por la manera de participar de ella. De esa unidad de la
realidad, se deriva la manera de su conocimiento, y así todo es conocido more
geometrico. De esta visión unitaria deriva también la concepción de las
funciones del pensamiento y de la acción humana.
Valerio Verra
ESPÍRITU
I. Nota previa
Por eso la historia del e. y la evolución del cosmos, lejos de irse distanciando
más y más, se compenetran en forma cada vez más íntima. Aunque el e.
humano sólo aparezca dentro del cosmos y de su -> evolución y, por tanto, le
preceda e incluso supere (en cierto sentido) la historia cósmica; sin embargo,
eso no significa que el e. sea un mero producto inmanente del proceso
evolutivo de la materia, ni que su esencia sea extraña al cosmos. Pues, si el e.
humano es entendido, no como una «cosa» cualquiera entre los muchos
objetos del cosmos, sino, esencialmente, como la presencia del ser que abre
el sentido y la historia, resulta evidente que él abarca siempre la historia del
cosmos, concretamente por el hecho de que él es capaz de interpretarla en su
totalidad (incluso hacia atrás). Para el cosmos, empero, eso no significa un
proceso exterior o indiferente, pues sólo por la interpretación del e. se habla
al cosmos como cosmos, es decir, éste sólo adquiere conciencia de sí mismo
en el e. Así la historia del cosmos está siempre abierta al e. y culmina en él, y,
«en el fondo, es siempre historia del e.» (K. Rahner). Ahora bien, si el e. no
puede entenderse nunca como mero producto de la evolución material (como
afirma el materialismo dialéctico con desconocimiento radical de la esencia del
e.), consecuentemente la singular historia entre e. y cosmos sólo puede
hacerse comprensible en su unidad por un acto que los envuelva a ambos, a
saber, por el acto creador de Dios (-> creación).
BIBLIOGRAFÍA: P. Wust, Dialektik des Geistes (Au 1928); M. Müller, Sein und
Geist (T 1940); A. Willwoll, Seele und Geist (Fr 21953); W. Cramer,
Grundlegung einer Theorie des Geistes (F 1957); K. Rahner, Espíritu en el
mundo (Herder Ba 1963); A. Marc, L'étre et l'esprit (Lv 1958); P. Teilhard de
Chardin, El fenómeno humano (Taurus Ma 1963); K. Rahner, La unidad de
espíritu y materia en la comprensión de la fe cristiana: Escritos VI 181-209,
W. Kern, Einheit-in-Mannigfaltigkeit. Fragmenta rische Überlegungen zur
Metaphysik des Geistes: Rahner GW 1207-239; M. Müller, Ende der
Metaphysik?: PhJ 72 (1964) 1-48.
ESPÍRITU SANTO
I. Antiguo Testamento
En Joel (3, 1-5) aparece la alusión más clara al nuevo tiempo mesiánico. Por
la efusión del espíritu sobre todos queda garantizada la salvación. La profecía
de Joel no significa, como lo muestran los textos neotestamentarios, que el
espíritu se da a todo hombre, sino que se confiere a todos los creyentes
dentro de la comunidad de fe.
El hecho de que los creyentes son impulsados por el Espíritu, de que toda la
comunidad salvífica es constituida por el Espíritu como su principio vital, se
pone de manifiesto en la conducta. Hay criterios éticos para juzgar sobre la
posesión del Espíritu (Gál 5, 19-31; Rom 11, 17; Gál 5, 19; especialmente 1
Cor 13). Signo de la nueva vida es la nueva moralidad (Rom 8, 6 hasta 11; 1
Cor 6, 9ss; 15, 9ss; Gál 1, 13-16; 5, 9 hasta 23; Ef 1, 17ss; 1 Tim 1, 12-16).
En Juan aparece con más claridad la personalidad del E.S. Según Juan, en el
discurso de despedida, Cristo promete a los suyos «otro intercesor», que le
representará durante el tiempo de su ausencia. 181 permanecerá entre los
discípulos hasta el fin de los tiempos y los introducirá en la obra y en la
palabra de Cristo (Jn 14, 16s, 25s). 1;1 hará consciente al mundo de que hay
un pecado, una justicia y un juicio (Jn 16, 5-11). El Espíritu da testimonio de
Cristo, mantiene presente su acción y la interpreta (1 Jn 2, 1; cf. teología de -
> Juan).
III. Tradición
El patriarca griego Focio (t 1078) hizo de la procesión del Espíritu Santo sólo
del Padre el dogma capital de la Iglesia griega. Y de este modo fundamentaba
con especulaciones teológicas la separación entre la Iglesia oriental y la
romana, separación que se debía más bien a razones de política eclesiástica.
Sobre el hecho de que el E.S. procede también del Hijo, la definición hecha el
año 1742 por el papa Benedícto xiv (bula Etsi pastoralis) se expresa en los
siguientes términos: «Incluso los griegos están obligados a creer que el E.S.
procede también del Hijo, pero ellos no están obligados a profesarlo en el
símbolo. Sin embargo, los albaneses de rito griego aceptaron laudablemente
la costumbre contraria. Deseamos que los albaneses y las demás Iglesias en
que ella existe, la conserven.»
La Iglesia toma como razón para afirmar que el E.S. procede del Padre y del
Hijo la unión del Espíritu con las otras dos personas en la economía salvífica.
El hecho de que el E.S. sea enviado por el Padre y el Hijo prueba que él
procede de ambos dentro de la divinidad misma. La teología griega enseña
que el Espíritu procede del Padre a través del Hijo, pero entendiendo que el
Hijo no es un mero conducto, sino también un principio activo. No se puede
ver una oposición realmente objetiva entre ambas fórmulas. Las dos expresan
el mismo pensamiento fundamental con diversas acentuaciones. La fórmula
latina, que objetivamente -aunque no formalmente- se remonta a Agustín,
expresa que el Padre y el Hijo constituyen un principio unitario; pero no
pretende excluir que el Hijo ha recibido - y sigue recibiendo siempre- del
Padre su acción peculiar como origen del E.S. La fórmula griega resalta que el
Padre es el origen de las otras dos personas. Pero no trata de excluir la unidad
del Padre y del Hijo en la espiración del Espíritu. Agustín, a pesar de su
concepción fundamentalmente latina, tiene en cuenta la concepción griega
cuando ocasionalmente dice que el E.S. debe su origen principaliter al Padre.
En la fórmula latina se halla en primer plano la unidad, y la fórmula griega
pone de manifiesto, sobre todo, la diferencia de las personas.
Michael Schmaus
Para la inteligencia de los dones hay que tener presente que, en la Iglesia
antigua, tanto la teología oriental como la occidental, al desarrollar la doctrina
de la Escritura sobre el Espíritu, entendió a éste mismo como don de Dios a
los justos. Agustín enriqueció esa idea con el pensamiento de que el E.S. es el
amor que procede del Padre y del Hijo y, por ello precisamente, el regalo de
Dios al hombre, pues el primer don del amor es siempre el -> amor mismo.
Agustín no pudo dejar de ver que la definición de la persona del E.S. como
don de Dios al hombre entraña el peligro de atribuir al Espíritu un carácter
temporal o creado. Él cree evitarlo con la afirmación de que la persona del
E.S. no está constituida por la donación efectiva que tiene lugar en el tiempo,
sino por la «donabilidad» eterna. Agustín no se crea ningún problema por el
hecho de que también así queda incluida en la personalidad del E.S. su
relación a la creacion.
Michael Schmaus
ESPIRITUALIDAD
1. «Espíritu» en la Escritura
2. «Pneumatikós»
3. «Spiritualitas»
1. Entusiasmo e institucionalismo
3. Dualismo
IV. Desarrollo
De esta noción de e., que sólo quiere recoger el mensaje bíblico de la vida en
el espíritu, se desprenden algunas consecuencias importantes. La pregunta
por la espiritualidad una o múltiple (Bouyer, Daniélou) es sólo una cuestión
del punto de vista adoptado. Es claro que sólo hay una e. cristiana si la
mirada se sitúa en aquel plano donde el mensaje cristiano llama al hombre;
pero si, concibiendo la e. como una pirámide, miramos a la base más baja de
su realización concreta, hay tantas espiritualidades como cristianos
conscientes. Entre ambos planos están las grandes actitudes espirituales que
imprimen su sello en la historia de la Iglesia (comenzando ya a manifestarse
en los escritos bíblicos) y significan, para un tiempo y una función
determinados, una concreción ejemplar, frecuentemente carismática, de la e.
cristiana.
2. Desarrollo, consolidación
3. Período intermedio
f) Este punto cumbre fue alcanzado con Tomás O.P., Buenaventura O.F.M. y
Escoto O.F.M. Anteriormente había sido preparado con el pensamiento «sic et
non» de Abelardo. Pero a causa de este intelectualismo la e. busca otros
caminos no «teológicos».
b) En las disputas sobre la gracia (0.P: S.I., -> jansenismo, -> quietismo) se
trata, o bien de la corrupción del hombre y de la acción exclusiva de la gracia,
o bien de la supravaloración de lo humano (P. Charron). El «abandono», la
«entrega» desinteresada -hasta el infierno (Molinos, Mme. Guyon) -, lo mismo
que la e. cortesana (confesores, Pére Joseph), radican aquí. En la disputa
moral (rigorismo, laxismo) se trata de la contraposición entre la ley y la
responsabilidad propia. Las controversias en torno a la frecuencia de la
comunión y a la confesión única (renouvellement) son consecuencias de la
práctica. La diversa imagen de Dios no explica completamente las diferencias:
bondad (Francisco de Sales); rigor (St. Cyran); humanidad de Cristo y
«estados» de Bérulle frente a la teoría de la destrucción de su discípulo
Condren; exaltación jansenista del Señor frente al amor a Jesús en Pascal.
Muchos aspectos se deben a intrigas políticas.
d) El esfuerzo teórico se dirige hacia dentro y gira hasta hoy (DSAM) en torno
a la contemplación infusa o adquirida, a la diferencia entre ascética y mística,
a la llamada de todos a la mística, a la primacía de la voluntad o del
entendimiento, a la visión inmediata, a la paramística, etc.
c) Las tareas nuevas que han surgido pueden describirse desde cuatro campos
de conocimiento.
3º La nueva imagen del hombre. La tarea se desplaza cada vez más del
conocimiento a la configuración del mundo. El tema del encuentro con Dios en
la acción y no en el conocimiento que le precede, el cual ha sido abordado por
Teilhard de Chardin, siguiendo a Blondel, entre otros, apenas se relaciona con
la cuestión de «la contemplación y la acción».
4º La nueva imagen de la sociedad. La vinculación de la conciencia religiosa
del individuo a la --> sociedad y a su configuración del futuro se pone de
manifiesto en el diálogo con el -> marxismo. Así se reanuda el tema bíblico de
la forma social y socialmente operante de la fe cristiana (es decir, de la
Iglesia; cf. a este respecto «teología -> política»). Es de esperar que este
diálogo acerque toda la teología a la realización de la fe, o sea, a la
espiritualidad.
Josef Sudbrack
ESPIRITUALIDAD PATRÍSTICA
Toda mentalidad religiosa de tipo práctico supone una relación específica a los
grandes poderes de la vida y ordenación de la cultura, que la condicionan y
promueven. Por esto, también el concepto de e.p. debe lograrse mediante un
análisis de factores, es decir, hemos de descubrir necesariamente aquellos
factores de la historia del espíritu con los que está coordinada la actitud
espiritual de los padres, que caracteriza sus mentalidades en cuanto tales.
Evidentemente el número de estos factores es muy grande; pero podemos
reducirlos a la tríada de poderes vitales «fe», «saber» y «derecho». Y así
habría que coordinar: con la fe el dogma, con el saber la formación y la
cultura, y con el derecho el afán de dominio en el terreno político y en el
eclesiástico. En consecuencia a continuación entenderemos por espiritualidad
la mentalidad que está constituida por la relación mutua entre la concepción
de la fe, la actitud del saber y la conciencia jurídica. Así el concepto de e.p. se
usará aquí como categoría para entender la historia del espíritu. De acuerdo
con esto la e.p. es la modalidad de conciencia de aquellos escritores cristianos
pertenecientes a la antigüedad tardía que, en continua discusión con la cultura
helenística, configuraron las afirmaciones de la Biblia para convertirlas en
posesión de la Iglesia por la fe y el saber, creando así a la vez una concienci a
jurídica fundamentada dogmáticamente. En ese proceso creador es
totalmente posible que pase a dominar uno de estos tres factores y que así
prevalezca la correspondiente forma de inteligencia y de espiritualidad, ora
más tradicional, ora más progresista. Naturalmente la dialéctica entre la
actitud tradicional y la progresista de la inteligencia, así como la rivalidad
entre las potencias de ordenación «fe, saber y derecho», siempre llevan
consigo una perturbación de la deseada síntesis espiritual, p. ej., cuando en la
lucha contra una herejía la inteligencia tradicional se ve obligada a poner en
primer plano el factor «derecho».
Fuera de esto no se puede hablar de una e.p.; hay más bien varias
modalidades típicas de la conciencia patrística de la «novedad». Las
divergencias entre ellas son considerables. A pesar de todo se trata de
modelos de interpretación del cristianismo que han seguido influyendo hasta
hoy.
Stephan Otto
ESPIRITUALISMO
A las tendencias positivistas del siglo xlx (-> positivismo), con su repulsa a
toda -> metafísica y todo -> conocimiento que trascienda la experiencia, se
opuso una filosofía que pregunta por el fundamento de la posibilidad de la
experiencia de los «datos» positivos y lo entiende como un principio espiritual
(p.ej., R.H. Lotze, M. Wundt, F. Paulsen; en Francia, como predecesores de la
posterior filosofía existencial, F: P. Maine de Biran, F. Ravaisson, J. Lachelier
hasta Bergson y M. Blondel, y la filosofía del espíritu de L. Lavelle y R. Le
Senne).
Ernst Niermann
I. Concepto y elementos
El ->bien común como fin del E. o como unidad orgánica de los fines del E. en
general es reconocido desde Platón y Aristóteles, que ven el primero y más
importante cometido del Estado en la realización de la justicia. Los
preámbulos de las constituciones modernas dan con frecuencia muy buenas
definiciones del bien común. Así p. ej., la constitución de los EE. UU. de 1789
dice que «el pueblo de los EE. UU. se dio esta constitución para instaurar la
justicia, asegurar la paz interna, atender a la defensa frente al exterior,
promover el bienestar general y asegurar las bendiciones de la libertad para él
y sus descendientes». La justicia de la ordenación social interna, instaurada
como un orden de paz y seguridad jurídica que tiene su motivo y alimento en
los valores morales, aunque sin identificarse simplemente con el derecho
vigente, es el primer cometido del E. A este respecto los derechos y deberes
de los ciudadanos y del poder estatal se corresponden mutuamente. El
derecho objetivo positivo y los derechos subjetivos positivos, tal como tienen
su fundamento y legitimación en el derecho natural objetivo y en los derechos
naturales, son contenidos del bien común. En este sentido todo es E. de
derecho, prescindiendo de su modalidad histórica y de la forma de gobierno.
El E. no es el derecho ni su señor, sino que vive en el derecho, y su poder
tiene el fin de servir al derecho y protegerlo.
Pero el bien común es más que un mero orden positivo del derecho. Este
mismo orden está soportado por las virtudes específicamente sociales y
políticas: la libre obediencia moral de los ciudadanos libres; su legalidad, es
decir, la justicia del bien común; la mutua ayuda libre, la cual nivela las
separaciones del derecho positivo con su duro «mío y tuyo»; la fidelidad a la
profesión en la vida social y económica dentro de las comunidades
subordinadas; todas las virtudes que crecen en el jardín de la familia. En el E.
de economía (social) de mercado, con su amplia división de trabajo y
especialización, condicionadas por la técnica, el bien común no puede
realizarse solamente por el derecho civil, es decir, por la libertad de contrato y
de propiedad, pues esta libertad sólo puede conservarse bajo el presupuesto
de un poder igual de negociación. La férrea ley de salario de la clásica
economía nacional desligó completamente el trabajo realizado de la
retribución, y así originó el problema obrero y la cuestión social de la sociedad
de mercado. Entonces, con miras a una justa participación en el bien común,
hombres con sentido del derecho a base de la justicia distributiva crearon el
moderno derecho social, fundaron y protegieron las organizaciones de
trabajadores, y exigieron la «redención de la existencia proletaria» mediante
una política positiva de propiedad y una distribución más justa de la renta
nacional. Como obligación frente al bien común concreto, el E. mantiene y
apoya las escuelas públicas y privadas en todos los grados, promueve el
acceso a ellas de los capacitados, fomenta las artes y el deporte social; y, por
exigencias del mismo bien común, es decir, de la moral de todos, deberá
reglamentar la libertad ilimitada que los medios de comunicación de masas
trae consigo, pues no hay libertad pública sin responsabilidad personal.
También de cara al bien común, el E. deberá preocuparse igualmente de cosas
más materiales, como edificios e instituciones públicas de todo tipo, calles y
plazas, parques de juego y zonas de protección de la naturaleza.
Las dos formas de la justicia del bien común son la legal, que define los
deberes de los ciudadanos con relación al bien común, y la distributiva, que
impone al poder estatal el cuidado justo del bien de todos los ciudadanos.
Éstas son las virtudes clásicas, a las que hoy se añade todavía la justicia
social. Mutatis mutandis, ellas también tienen su función en la comunidad de
los pueblos.
X. Formas de Estado
No hay una única forma legítima de E., sino que el principio exclusivo para la
legitimidad, y también para un cambio justo de la forma de E. mediante la --
>revolución, es y continúa siendo la mejor realización del bien común según
las circunstancias. Esto puede legitimar también una revolución ilegítima en
su origen, a saber, cuando la forma de E. que así ha surgido realiza de hecho
y permanentemente el bien común concreto. La doctrina de la designación,
defendida con frecuencia en el siglo xix (el poder del E. no es transmitido,
sino que se «designa» solamente su portador; esta doctrina echó raíces en el
derecho canónico después de la superación del -> conciliarismo, que se basa
en la idea de que la Iglesia es una corporación), es poco fructífera y, además,
está demasiado condicionada por el momento histórico (ideas
antirrevolucionarias, posible confusión con la falsa doctrina de Rousseau
acerca de la soberanía de la infalible voluntad común), de modo que
actualmente apenas tiene defensores.
Por tanto, el cristiano acogerá con alegría todos los esfuerzos por una
eliminación pacífica de los conflictos, todos los esfuerzos espirituales y
morales por un conocimiento a tiempo de la posible solución del conflicto. Del
mismo modo que en la vida interna del E. se requiere siempre una actividad
política, es decir, una constante reforma de la ordenación concreta, en el
campo espiritual, en el cultural, en el jurídico, en el moral, en el social y en el
económico, tomando como base las virtudes de la justicia y del amor; así
también en la humanidad se requiere esta reforma constante del orden
vigente, tanto más porque aquí se ha de luchar con el egoísmo y la soberbia
nacionales en el entendimiento y la voluntad. El ordo iuris positivi, fortalecido
por pactos y protegido por la fuerza, necesariamente debe poderse modificar
o reformar por medios pacíficos a la luz del ordo iustitiae, si han de evitarse
las guerras civiles y las internacionales. Esto puede ser humanamente difícil,
pero no es imposible, pues la evolución general ha creado ya condiciones que
posibilitan una negociación política que antes de la segunda guerra mundial
parecía inconcebible. ¿Por qué el amor y la justicia humilde no han de poder
en lo bueno aquello que el odio y la soberbia diabólica pudieron en lo malo?
Heinrich Rommen
ESTADOS PONTIFICIOS
I. Origen e historia
Sólo la designación de los papas por Enrique iii creó las bases para que los
papas de la reforma desde León ix pudieran ejercer nuevamente su soberanía
en los E.p. Se llegó a auténticas ampliaciones de los mismos. Benevento se
sometió a la soberanía del papa; Espoleto y Fermo se añadieron a Benevento
bajo el pontificado de Víctor ir. La base para la -> reforma gregoriana era
naturalmente mayor que los E.p. Como un anillo con derechos de soberanía
reducida se cerraba fuertemente en torno a ellos una serie de territorios con
derechos feudales, algunos de ellos fuera de las fronteras del imperio,
empezando por el reino de los normandos bajo el pontificado de León ix y
Nicolás ii. Bajo Gregorio vii se vincularon a ellos feudalmente Dalmacia, Rusia
y Aragón; Inglaterra, Polonia, Dinamarca y los condes españoles pagaban el
óbolo de Pedro. El papa, que creó para sí su propia tropa, la militia s. Petri,
trató de aumentar el número de vasallos que se comprometieran a favor de
las necesidades religiosas y eclesiásticas, y se valió para ello de esas formas
feudales. Estos fideles s. Petri, que en parte fueron ganados apelando a la
donación constantiniana, y la donación de Matilde de Toscana, que tuvo lugar
después de 1076, hicieron posible la lucha del papa contra Enrique iv y
proporcionaron la protección armada para llevar a cabo la reforma gregoriana.
A continuación la política estatal autónoma de los papas se dirigió con más
fuerza hacia objetivos meramente territoriales y políticos en Italia, y por ello
tuvieron dificultades no sólo con los normandos, sino también en el norte,
hasta llegar a la guerra. La masa de bienes alodiales otorgados por Matilde se
encontraba en el territorio de Siena hasta Mantua. Primeramente se apoderó
de ellos el emperador, hasta que en 1136 Lotario iii hizo que el papa se los
diera en feudo, mientras que los feudos de Matilde, sobre todo Ferrara,
inmediatamente después de la muerte de la condesa (1115) quedaron
anexionados a los E.p.
Con los papas del renacimiento los E.p. vivieron el momento culminante de su
secularización ideal. Como poder temporal se incorporaron al juego de los
pequeños estados italianos. Todos los esfuerzos por conservar la paz para los
E.p. en medio de las luchas con sus alianzas tan rápidamente cambiantes, se
vieron impedidos por las intrigas y conjuras de los sobrinos, que envolvieron
al papa en disputas bélicas con Francia y Venecia. Finalmente el nepotismo si n
límites de Alejandro vi llegó a desbancar a los señores que reinaban de hecho
en Romagna, en las Marcas y en la Campagna. A éstos iba a sustituir la
amplia soberanía de Cesar Borgia. Tras la muerte del papa sus conquistas
cayeron nuevamente en manos de la Iglesia. Julio II logró someter a los
poderosos príncipes locales, recuperó en la guerra contra Venecia y Francia
los territorios perdidos, amplió los E.p. con Módena, Parma y Piacenza, y trató
de reunir en un todo gobernado uniformemente el caos anterior de señoríos,
feudos y ciudades autónomas. Es cierto que Pablo III, por la concesión de
Parma y Piacenza, creó una vez más un poder familiar de los Farnesios, pero
después de la muerte de los príncipes feudales ya no se concedieron grandes
feudos en los siglos xvi y xvii (Ferrara 1588, Urbino 1630), una vez que Pío v
hubo prohibido ulteriores concesiones.
Con la -> revolución francesa empezó el fin de los E. p. Desde mucho tiempo
antes éstos habían perdido ya su carácter religioso a los ojos del mundo
circundante. Y la revolución se negó por principio a reconocer una autoridad
espiritual, y en los E.p. vio tan sólo el mayor Estado de Italia, con el que la
república francesa entró pronto en guerra. Tras la paz de Tolentino (1797), las
legaciones de Bolonia, Ferrara y Romagna fueron cedidas a la república
Cisalpina; en 1798 fue ocupado el resto de los E.p., se proclamó la república
romana y el papa fue expulsado. Napoleón declaró a Roma ciudad libre, es
decir, imperial, e integró los E.p. en el reino de Italia. Pocas semanas más
tarde Pío vii rechazó expresamente una renuncia indirecta a los E.p. contenida
en el concordato de Fontainebleau. Tras la caída del corso, Consalvi logró la
casi total restauración de los E.p. (1815). A las limitadas reformas
administrativas siguió un período de reacción también en el terreno
económico y técnico. Los seglares, excluidos de una responsabilidad
verdadera, se congregaron en sociedades secretas que procuraban el
derrocamiento del régimen, o se entregaron a las tendencias nacionales del
romanticismo italiano. Los papas ni conocieron la fuerza natural del
risorgimento, ni, tras el desafortunado experimento de Pío ix, quisieron ceder
un poco de su soberanía o situarse a la cabeza de la guerra contra Austria. De
este modo la presencia de tropas extranjeras en Roma pudo detener el
movimiento revolucionario en los E.p., pero ya no pudo superarlo. En todo
caso era imposible una conciliación interna. Parecía una contradicción la
existencia de una constitución democrática en el Estado de un papa provisto
de una jurisdicción universal. En 1860 las Marcas y Umbría se incorporaron al
reino de Cerdeña. Tras la declaración de la guerra franco-germana las tropas
francesas abandonaron Roma. Después de una resistencia meramente
simbólica las tropas del reino de Italia ocuparon la ciudad eterna el 20 de
septiembre de 1870. Un referéndum popular declaraba extinguida la
soberanía del papa. Los E.p. fueron incorporados al reino de Italia. Como los
papas no reconocieron esto y rechazaron la ley de garantías, la «cuestión
romana» siguió siendo un problema político de primer orden para el Estado
italiano, una reclamación jurídica del papa no saldada y un fermento de
división entre el catolicismo liberal y el conservador. Por fin los pactos de
Letrán de 1929 trajeron una solución pacífica con la creación de un simbólico
Estado pontificio, la ciudad del Vaticano.
Hermann Tüchle
ESTÉTICA
Se entiende por e. la disciplina que estudia lo bello y el -> arte. Ahora bien,
comoquiera que el arte y lo bello se manifiestan en el plano sensible, surge el
problema de si hay y cuáles pueden ser las conexiones de tal disciplina con el
ámbito de los valores transcendentes. La dificultad fue advertida muy pronto,
independientemente del pensamiento cristiano. Así Platón, en la República,
condena el arte justamente por su carácter sensible. Hay que decir, sin
embargo, que la condenación del arte va asociada, en el pensamiento de
Platón, a la exaltación de lo bello, que halla su más significativa interpretación
en el Simposio. Allí se trata de lo bello físico y natural, desde donde se puede
ascender, por grados, a la belleza de orden espiritual, hasta llegar al supremo
valor de la idea. El valor catártico de lo bello está, pues, en una dimensión
suya metafísica que transciende lo meramente sensible. Tal posición halla sus
presupuestos en la especulación de Pitágoras, que establece una substancial
dimensión metafísica de lo estético, en cuanto entiende la realidad como
unida por los profundos lazos matemático-musicales de la armonía. Una
interpretación metafísica de este tipo no será seguida por el naturalismo
aristotélico, sino más bien por la ulterior especulación cristiana medieval, que
la tomará del platonismo y pitagorismo por mediación del misticismo
plotiniano. La atención de algunos pensadores cristianos vuelve al valor
sensible de lo bello, despreciado por Platón, pero justamente resaltado por
Aristóteles, que en las manifestaciones sensibles del arte vio expresada la
primacía de la forma y la posibilidad de purificarse a través de él (Poética c.
14). Agustín adopta una postura que no carece de dramatismo. Por una parte,
él se siente atraído por el valor de lo bello sensible en sus formas más
sublimes, como el arte y particularmente la música, y por otra parte huye de
lo sensible como fuente de posible perturbación para el ánimo en su ímpetu
hacia los supremos valores religiosos transcendentes (Con f es. 1.x, c. 33).
Pero también hay que tener presente el hecho de que, desde el renacimiento,
toda la estética moderna rechaza la gran síntesis cristiana de los pensadores
medievales y se aparta cada vez más de una interpretación metafísica de lo
bello. El interés se desplaza de las estructuras ontológicas de lo bello a lo que
aporta el sujeto, sobre todo en la objetivación de lo bello como obra de arte,
ora tal aportación deba entenderse como fantasía ora como dimensión
cognoscitiva. En el primer sentido se pronuncia la e. de G.B. Vico, que en la
primera y segunda Scienza nuova (1725 y 1730) anticipa teorías que luego
fueron desarrolladas por J.G. Hamann en su Aesthetica in nuce (1762) y por
J.G. Herder en sus Kritische Wülder (1769) y su Abhandlung über den
Ursprung der Sprache (1772). En la segunda dirección, es decir, la que
subraya el valor cognoscitivo del arte, se mueven la e. kantiana y la del
idealismo. Eso sucede a partir de F.W.J. Schelling, que subraya la dimensión
cognoscitiva del arte, hasta interpretarlo como el instrumento de la filosofía
misma (System des transzendentalen Idealismus, 1800). Lo bello desaparece
como estructura metafísica, y queda absorbido por el arte como modo
(aunque muy peculiar) de conocimiento. Una posición de este tipo aparece
también en G.W.F. Hegel, que incluye el arte en el ámbito del espíritu
absoluto y, en antítesis dialéctica con la religión (Enzyklopadie der
philosophischen Wissenscbaften, 1817), le atribuye una posibilidad
abiertamente cognoscitiva, la de constituir una encarnación concreta del
concepto, en cuanto el arte tiene la capacidad de transformar la idea en
realidad dándole una dimensión sensible (Vorlesungen über A., 1829). Ahora
bien, el riesgo que un pensamiento orientado por la metafísica clásica puede
ver en interpretaciones del arte como la dada por Vico, Kant y el idealismo, es
el de un subjetivismo radical. Este peligro crece por el hecho de que aquí la
dimensión cognoscitiva, en virtud del carácter creador del pensamiento, no
está claramente separada de los elementos que brotan de la fantasía. Cómo,
sin embargo, ese peligro no es tan grande, se esclarece por el hecho de que el
yo, su acción creadora y la actividad de la fantasía, en virtud de su peculiar
carácter trascendental, poseen una «objetividad» supraindividual en el terreno
de la intersubjetividad. Y, por otra parte, la dimensión metafísica y la
conexión con lo absoluto no se pierden del todo por la reducción de lo estético
al ámbito de lo cognoscitivo; pues, en el idealismo, el conocer, precisamente
en cuanto acto creador, a la postre asume en sí todo lo real y representa lo
absoluto en su totalidad.
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and Methode (T 21965); P. Cerezo, Arte, verdad y ser en Heidegger. La
estética en el sistema de Heidegger (Ma 1963).
Elisa Oberti
ESTOICISMO
I. Características generales
II. Doctrina
La sofía (-> sabiduría) se define como «el saber acerca de las cosas divinas y
humanas» y la filo - sofía (-> filosofía) como «ejercicio en el arte necesario
para la vida». Se divide en lógica, física y ética. La relación recíproca de las
partes queda esclarecida mediante la imagen de en huerto: la física, de la cual
forma parte la teología, corresponde a los árboles que se elevan hacia el cielo,
la ética a los frutos que proporcionan alimento y la lógica a los muros que le
dan seguridad.
3. Ética. Todo ser vivo, junto con la percepción externa, tiene una percepción
de sí mismo. Ésta hace que el ser vivo se experimente como perteneciente a
sí mismo (oikeiosis) y que él tienda al desarrollo de su naturaleza peculiar,
que para el hombre es el logos. En su desarrollo está la verdadera utilidaddel
hombre, la cual se identifica con lo moralmente bueno y la felicidad. Ésta es
independiente de todo lo no moral (adiaphoron). Sin embargo, dentro de los
adiaphora, hay una distinción entre aquello que corresponde a nuestra
naturaleza y aquello que es contrario a ella. El fin de la vida humana es la
armonía con el logos como facultad que distingue al hombre y ley general de
la naturaleza, de la cual se derivan todas las leyes positivas. La oikeiosis se
dirige por encima del propio yo a todos los hombres, pues ellos están
emparentados por la naturaleza racional. El estoico es un cosmopolita. En
virtud de la naturaleza racional todos los hombres tienen los mismos
derechos.
En toda virtud entra como constitutivo esencial la fronésis, el saber acerca del
bien y del mal. Las virtudes están indisolublemente unidas entre sí y, lo
mismo que los defectos, son iguales. Cada una de ellas es una magnitud
indivisible: o la poseemos totalmente o no la poseemos. Entre las acciones
moralmente perfectas, realizadas mirando a lo moralmente bueno y las
acciones defectuosas, hay un tipo intermedio de actos, los que son adecuados
a la naturaleza del hombre, pero no se ejecutan de cara a un fin moral.
III. Historia
Friedo Ricken
ESTRUCTURALISMO
Günther Schiwy
ETERNIDAD
I. La sagrada Escritura
3. Lo que distingue los enunciados bíblicos sobre la eternidad de los que hace
la metafísica, es la inclusión del tiempo o de la historia, sin mediar la
reflexión, en la concepción de la e. Así como Dios en cuanto trino es uno, así
también él, en cuanto eterno, «es el que cambia en el distinto de sí mismo»
(Rahner, iv 147, nota 3). El punto culminante de este entrelazamiento de los
enunciados se da en la -> encarnación, donde no sólo una naturaleza humana
es asumida por el Dios «intacto», sino que él mismo, permaneciendo Dios
eterno, se hace hombre, de modo que «el hecho ahí afirmado es un suceso de
Dios mismo» (ibid.). A partir de él, esta duplicidad y unidad de la e. y el
tiempo o la historia remite, no sólo a la historia de la alianza o de la -+
salvación, sino también al hecho de la creación misma. El carácter
incomprensible de esto explica por qué una teología orientada
metafísicamente, frente al peligro de una ilegítima visión temporal de Dios, da
una explicación de la e. donde no aparece o aparece insuficientemente el
aspecto de la «historicidad» de Dios.
BIBLIOGRAFIA: H. Sasse, odwv, od6vto5: ThW I 197-209; R. Loewe, Kosmos
und Aion. Ein Beitrag zur heilsgeschichtlichen Dialektik des urchristlichen
Weltverstdndnisses (Gü 1935); F. H. Brabant, Time and Eternity in Christian
Thought (Bampton Lectures 1936) (Boston-Lo 1937); J. Schmidt, Der
Ewigkeitsbegriff im AT (Mr 1940); H. Sasse, Aion: RAC I 193-204; O.
Cullmann, Cristo y el tiempo (Estela Ba 1968); Th. Boman, Das hebrAische
Denken im Vergleich mit dem griechischen (Go 21954); A. Vógtle, Zeit und
Zeitüberlegenheit im biblischen Verstgndnis: Freiburger Dies Universitatis VIII
(Fr 1961) 99-116; A. Darlap, HThG I 363-368; R. Berlinger, Augustins
dialogische Metaphysik (F 1962).
Adolf Darlap
IV. Consecuencias
Joseph de Finance
ÉTICA
A) Ética filosófica.
B) Ética bíblica.
C) Ética teológica.
D) Ética de situación.
A) ÉTICA FILOSÓFICA
I. Concepto e historia
Demos ahora un nuevo paso dentro todavía de este plano de la moral como
estructura. Hemos visto que son constitutivas del comportamiento humano la
libertad y la elección o, dicho de otro modo, que el hombre es libre a la fuerza
y que tiene que hacer por sí mismo su propia vida, bien individual, bien
socialmente. Parece sin embargo que, sobre todo si adoptamos ese segundo
punto de vista, el hombre podría desembarazarse de esta necesidad de ser
libre o de elegir, que puede llegar a experimentarse como una carga. La
explicación de la facilidad con que los hombres se someten a la tiranía, del
triunfo del «Gran Inquisidor» y de la existencia de un ideal de vida consistente
en la «esclavitud dorada», estriba en que delegar la libertad es -en cierto
modo- cómodo. Hacer lo que se hace (Heidegger), ir, como Vicente, donde va
la gente (Ortega y Gasset), seguir por modo conformista los usos y preceptos
establecidos, indudablemente simplifica la vida. Pero simplificar la vida, aparte
de que sea condenable, es ilusorio como descarga total de la responsabilidad.
Por de pronto para renunciar a la libertad es menester enajenarla, lo cual
constituye ya un acto de decisión, que seguimos confirmando con nuestra
aceptación mientras continuamos sometidos a esa situación. El ideal de vida
del perro doméstico, bien alimentado, frente al lobo hambriento (por emplear
la imagen de la fábula), nunca es enteramente accesible al hombre, pues, aun
cuando enajenemos nuestra libertad política y social, mientras no perdamos
funcionalmente nuestra condición misma de hombres, siempre nos quedará
un ámbito, más o menos reducido, de libertad, responsabilidad y necesidad de
elegir.
Hasta ahora hemos visto exclusivamente cómo el hombre, quiera o no, tiene
que hacerse individual y colectivamente; pero nada hemos dicho sobre lo que
debe hacer para ser bueno y no ser malo. A partir de Kant se ha tratado de
esquivar el problema del contenido mediante el formalismo, según el cual la
moral consistiría simplemente en el cómo y no en lo qué hacemos, en la
forma y no en la materia, en la estructura y no en el contenido. Pero la verdad
es que tanto en el formalismo procedente de Kant como en el formalismo
existencialista, más o menos subrepticiamente se predica una materia moral.
Así en Kant se predica el contenido moral del cristianismo protestante, y en
Sartre se proclama el del - > ateísmo como liberación de Dios, el tirano
imaginario, y el del marxismo, como liberación de todos los tiranizados
explotados.
Por otra parte, en lo que se refiere a la relación de la ética con la historia nos
encontramos con que, como hemos dicho, el contenido de la moral no está ya
ahí, dado de una vez, sino que en su forma concreta se va esclareciendo
históricamente. La e. tradicional apela al concepto de -> ley natural. Pero
actualmente la filosofía moral está muy lejos de poder presentarnos un
sistema indiscutible de la ley natural.
EUCARISTÍA
A) Síntesis teológica del misterio eucarístico.
I. Concepto
V. Explicación teológica
Ahora bien, para que los cristianos actualicen el único sacrificio de Jesús, no
sólo se requiere que su ser quede esencialmente configurado por la persona
salvadora de Cristo (en el banquete sacramental), sino también que su
actuación esté acuñada por la acción salvífica de Jesucristo. Esto último
acontece por el hecho de que ellos por principio celebran la e. como
anamnesis de esta obra de redención. Anamnesis significa aquí no sólo la
presencia subjetiva en la conciencia del celebrante que recuerda, sino también
la actualización objetiva, el estar de lo recordado en la obra y la palabra
cultuales. La anamnesis es además, no una mera parte limitada en el
transcurso de la misa, sino un rasgo esencial y fundamental que la domina
toda desde el principio hasta el final. Y en algunos lugares concretos
(principalmente en el unde et memores) se hace más explícito ese rasgo
general y se reflexiona sobre él. Como anamnesis, la celebración eucarística
es la presencia actual de la acción del sacrificio de Cristo, la cual empezó con
la encarnación y llegó a su culminación en la cruz, en la muerte y en la
glorificación de Jesús. Dicha presencia brilla ya en la forma cultual de la
ofrenda de los dones, en los que la Iglesia se consacrifica a sí misma, y es
invocada sobre las ofrendas y hacia su interior en las palabras de acción de
gracias, particularmente en el relato de la institución, que como forma del
sacramento es un constitutivo esencial. En él, el sacerdote habla sobre los
dones en el estilo directo de Jesús. Así, haciendo las veces de la persona de
Cristo, el sacerdote se muestra como único representante pleno de la persona
de Jesús, y sólo por sus palabras, penetradas por la fuerza de Cristo, la
ofrenda sacrificial de la Iglesia se hace idéntica con el don del sacrificio de
Cristo, que es él mismo como hombre. Y la acción sacrificial de la Iglesia se
muestra irrevocablemente una con el sacrificio de Jesús. La doble
consagración, bien entendida como disposición total y soberana de Jesús
sobre su cuerpo y su sangre, o bien, según Mc 14, 24, como separación de los
dos elementos vitales, simboliza y actualiza en todo caso la muerte de Cristo,
en cuanto hace presente a Jesús como víctima. La presencia actual del
sacrificio de Cristo se objetiva en la presencia real somática de su persona
como víctima (objeto del sacrificio) y está anclada en ella; pero la presencia
real se realiza en el horizonte y como momento de la acción sacrificial. Este
hecho, importante para la estructura fundamental de la e., se muestra todavía
en lo siguiente: al sacrificio pertenece esencialmente su aceptación por Dios;
el sacrificio real es el aceptado por Dios. Dios acepta el sacrificio de la Iglesia
porque es la presencia actual del sacrificio de Cristo. Ahora bien, del mismo
modo que Dios aceptó la víctima de la cruz y, como signo de esto, en la
resurrección llenó su cuerpo con nueva vida, así también acepta la ofrenda de
la Iglesia, idéntica con la del sacrificio de Cristo, y la llena de su vida, la
convierte en la persona corporal de Jesús. La conversión afecta a la
«substancia», que aquí significa el metaempírico, auténtico y último núcleo
esencial de las unidades de sentido que el hombre llama pan y vino. Este
núcleo es transformado y pasa a ser la esencia de la persona corporal de
Jesús. Pero permanece la imagen empírica (las especies) de los alimentos, la
cual muestra la presencia corporal de Cristo y su finalidad última, que está en
ser comido, pues a eso tienden los alimentos. La conversión es así
preparación del banquete sacrificial, en el que llega a su consumación el
sacrificio. Pero el don del sacrificio hace las veces del donador, y su
aceptación por Dios significa que en principio él acepta también a quien
sacrifica; y en este orden salvífico dicha aceptación se realiza como
comunicación de Dios mismo a la persona aceptada. En la comunión los
hombres se apropian en la forma más íntima la oblación de Jesús, que así los
lleva hacia el Padre. La presencia real somática de Jesús posibilita el más
profundo encuentro de Cristo con los cristianos, y la comunión, fin último del
símbolo del banquete y acto imprescindible por lo menos del sacerdote,
consuma el sacrificio eucarístico como parte esencial y no sólo integrante (así
Pío XII: DS 3854). Según esto la estructura fundamental de la e. es la
presencia aplicativa de la acción salvífica de Jesús en un banquete sacrificial.
AL I: J. Betz, Die E. in der Zeit der griechischen Vdter I/1 (Fr 1955); J.-P.
Audet, Literary Forms and Contents of a Normal Ei XapLarta in the First
Century: Studia evangelica = TU 73 (1959) 643-662; L. Clerici, Einsammlung
der Zerstreuten (Mr 1966). AL II: H. Schürmann, Der Paschamahlbericht Lk
22, (7-14) 15-18 (Mr 1953); idem, Der Einsetzungsbericht Lk 22, 19-20 (Mr
1955); J. Jeremias, Die Abendmahlsworte Jesu (Go 31960); P. Neuenzeit, Das
Herrenmahl (Mn 1960); P. Bidser, E. und Einheit der Kirche in der
Verkündigung des NT: ThGI 50 (1960) 419-432; E. Kdsemann, Anliegen and
Eigenart der Paulinischen Abendmahlslehre: Exegetische Versuche and
Besinnungen I (1960, GS 31964) 11-34; J. Betz, Die E. in der Zeit der
griechischen Vater, 11/1: Die Realprásenz des Leibes and Blutes Jesu im
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eucharistic en avondmaal: NThT 15 (1961) 196-214; H. Schürmann, Die
Gestalt der urchristlichen E.feier: ThJ (1961) 40-66; V. Warnach, Abendmahl
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Heilsgeschichte des Evangeliums in der pneumatischen Abendmahlsauffassung
Jesu and der Urgemeinde, auch bei Paulus: Wissenschaftliche Zeitschrift 11
(Hl - Wittenberg 1962) 1477-1494; S. Aalen, Das Abendmahl als Opfermahl
im NT: NovT 6 (1963) 128-152; N. Füglister, Die Heilsbedeutung des Pascha
(Mn 1963); W. Marxsen, Das Abendmahl als christologisches Problem (Gü
1963); N. Hook, The Eucharist in the New Testament (Lo 1964); G. Delling,
Das Abendmahlgeschehen nach Paulus: KuD 10 (1964) 61-77.
Johannes Betz
I. Crítica textual
Los Evangelios han llegado a nosotros en más de 12 000 copias manuscritas -
anteriores a la invención de la imprenta - totales o parciales, en lengua
original o en versiones antiguas (cf. versiones de la -> Biblia, G). El cotejo de
estos códices entre sí y con las innumerables citas contenidas en las obras de
los antiguos escritores cristianos, ha descubierto un texto fielmente
transmitido, que es sometido a una constante comprobación nueva en las
actuales ediciones críticas.
EVOLUCIÓN, EVOLUCIONISMO
I. Ciencias naturales
La e. de los seres vivos que aparece en los restos fósiles se presenta con las
siguientes características.
Según lo expuesto está justificado el e. biológico. Éste nos permite tener una
visión de conjunto de bastantes hechos diversos entre sí, cuya interpretación
unitaria queda con él facilitada. Sin embargo, con su aplicación al mundo
esencialmente distinto de lo humano, que implica fenómenos históricos,
culturales, políticos, éticos y religiosos, lleva demasiado lejos la idea de la e. y
se abandona el ámbito de la competencia biológica, pues se busca en la mera
e. biológica y en sus leyes el principio suficiente de explicación, eliminando la
estructura ontológicamente diversa de la realidad, con sus diferencias
esenciales.
Paul Overhage
a) Para la filosofía y la teología cristianas son verdades ciertas: 1.0, que todo
ente creado, por razón de su finitud, es un ente en devenir y sujeto a
modificaciones, y 2 .0, que en la unidad del mundo el ente todo está ordenado
al único fin del perfeccionamiento último. Por consiguiente, el concepto de e.
es utilizable para definir en general lo más característico de toda la realidad
distinta de Dios que se halla en el horizonte de nuestra experiencia. Aunque
este concepto admite una pluralidad de sentidos tan amplia y analógica como
el concepto de devenir, sin embargo, frente a éste tiene la ventaja de resaltar
más la orientación del hacerse de todos los entes hacia una meta.
c) La imposibilidad de reducir los seres vivos que están por debajo del hombre
a lo meramente material en sentido de b), podrá ser una tesis legítima y
evidente de la filosofía de la -> naturaleza, y la presuponemos sin reparo en
las páginas que siguen; pero no es un aserto estrictamente teológico la
afirmación de que existe una diferencia ontológica esencial entre el mundo
puramente físico y la biosfera.
2. La unidad de la biosfera en sí
b) Esta inserción del hombre en el mundo material (que va más allá de una
simple y mutua causalidad eficiente, puesto que por lo menos está fundada
también en la unidad de la materia, y por tanto es ontológicamente previa a
un influjo recíproco) plantea de una manera nueva la antigua cuestión de la
«pluralidad de formas» en el hombre. La emergencia del hombre desde la
biosfera ¿significa que en él se dan todavía los principios de la biosfera
configuradores de las unidades espaciotemporales (¿o el único principio nuevo
que allí actúa? [cf. antes])? El concepto formal de autotranscendencia n o dice
nada cierto ni positiva ni negativamente acerca de este punto. La explicación
de la teología tradicional, según la cual el alma espiritual es también principio
de la vida vegetativa y animal, no excluye ciertamente que esto pudiera
efectuarse por el hecho de que ciertas realidades parciales existentes ya en la
biosfera en cuanto tal quedaran asumidas teleológicamente en una substancia
superior (los tejidos que sobreviven, las deformaciones de embriones, que
quizá son hombres, desde el comienzo de la ontogenia, etc., parecen apuntar
en esta dirección). Además, la relación entre el alma espiritual y estas
«formas» subordinadas puede concebirse de diversas maneras; y la
explicación que se dé no tiene por qué estar necesariamente en contradicción
con la teoría tomista de la unicidad de la forma en un ser nuevo como el
hombre, que constituye una sola substancia, si se entiende lo que con ello se
quiere significar realmente, a saber: la única forma superior, en armonía con
su procedencia, desde su fondo plurivalente actualiza la antigua forma parcial
y puede volver a dejarla libre. Si tal pluralidad en las formas
espaciotemporales dentro del hombre se puede concebir de alguna manera
como herencia de la biosfera, entonces el antiguo problema de la multiplicidad
de formas en el hombre se hace nuevo y acuciante. Pues hoy día, gracias a la
bioquímica y a la genética (con todos sus planteamientos) podemos formarnos
poco a poco una idea concreta de estas «formas» o de sus manifestaciones.
Karl Rahner
EXÉGESIS
A este período floreciente siguió otro aún más largo en que la teología católica
se volvió con preferencia a otros terrenos, y produjo poco en ciencia bíblica,
sobre todo para el progreso de los métodos. Su cerrazón, que la distanció de
las múltiples tendencias y escuelas de la e. protestante contemporánea, no
estaba fundada solamente en el dogma, sino también en un tradicionalismo
hostil a las nuevas ideas. Por eso nada pudo oponer, que fuera
metódicamente mejor y más eficaz, a las hipótesis de los deístas ingleses, de
los enciclopedistas franceses y de los protestantes racionalistas del siglo xviii.
El siglo xviii puede presentar algunas realizaciones interesantes en el campo
de la arqueología bíblica y de la crítica textual (la obra de la Vetus Latina del
maurino P. Sabatier). La figura descollante de este tiempo fue el oratoriano
francés Richard Simon (t 1712), que, adelantándose buen trecho a su tiempo,
y combatido y perseguido por ello desde todos los frentes, fue el verdadero
creador del método histórico-crítico. El hecho de que el primero que aceptó
sus principios, rechazados por la mayoría, fuera el racionalista J.S. Semler, los
hizo todavía más sospechosos y les quitó por mucho tiempo su efecto, para
daño de la ciencia bíblica católica. Entretanto, la ciencia bíblica protestante no
sólo produjo un gran número de comentarios, como los de H. Grotius,
Clericus, C. Vitringa y J.J. Wettstein, sino también valiosos instrumentos
filológicos (John Lightfoot, Ch. Schüttgen), así como la gigantesca colección
de variantes de John Mill (+ 1707) sobre el texto del NT. Con Semler (+
1791) se inicia en la investigación protestante la emancipación de la ciencia
bíblica respecto de la dogmática, y desde entonces hasta la actualidad la lucha
entre. el ->racionalismo y el -+ supranaturalismo omina la investigación
protestante, siendo de notar que, en el método, la tendencia conservadora se
ha aproximado cada vez más a la racionalista. En el siglo xix dominó en el
trabajo exegético la crítica del --> Pentateuco (en -+ Antiguo Testamento, B
i) y la historia de la religión veterotestamentaria, cuya discusión alcanzó un
punto culminante por obra de J. Wellhausen, y, respecto del NT, la crítica
literaria de los evangelios sinópticos y, en conexión con ella, los estudios
sobre la vida de -> Jesús. Fuerte efecto logró el ensayo de F.Ch. Baur, bajo el
influjo de la filosofía de la historia de Hegel, de presentar los escritos
neotestamentarios como documentos de la lucha entre el judeocristianismo
originario y el cristianismo paulino de la gentilidad, emancipado de la ley, y de
la síntesis de ambos en la Iglesia católica. Como resultado permanente de
esta controversia en pro y en contra de la «tendencia crítica de Tubinga», ha
quedado la conclusión de que los escritos particulares del NT deben
entenderse históricamente, es decir, desde una determinada situación
histórica propia de cada uno de ellos. También el estudio de la historia del
texto neotestamentario fue impulsado casi exclusivamente por investigadores
protestantes (Tischendorf, Tregeless, Westcott y Hort), demostrándose que el
textus receptus, hasta entonces casi intangible, en conjunto representa una
estrato reciente. Hacia fines del siglo xix ejerció un fuerte influjo la escuela de
la historia de las religiones, con relación al AT por obra de H. Gunkel, y en lo
relativo al NT a través de W. Bousset, W. Heitmüller, el filólogo R.
Reitzenstein y otros. Su programa fue explicar genéticamente, llegando hasta
sus últimas raíces, que se buscaban en el sincretismo del mundo circundante,
el origen de la religión judía del AT y de la cristiana.
EXÉGESIS ESPIRITUAL
I. Problemática
Los autores de los primeros siglos conocieron una e. literal y una e. crítica
que, por su fin, no diferían de nuestra e. actual, aunque ellos no disponían de
los mismos instrumentos de trabajo ni de métodos tan perfeccionados.
Orígenes, pionero de la alegoría cristiana, fue con su Hexapla el primer gran
exegeta crítico y un gran exegeta literal, del que a menudo copió Jerónimo.
Ninguno de los dos, ni sus sucesores, veían en estos métodos la oposición que
ven ciertos autores modernos. Sin embargo, nosotros sólo nos ocuparemos
aquí de la forma de interpretación específica de los padres que se prolongó
toda la edad media: la exégesis espiritual.
Pero el AT no podía hacer más que preparar la e. cristiana. Para que ésta
tomara forma era necesario el acontecimiento de la encarnación. Exégesis
espirituales, semejantes esencialmente a las de los padres, se hallan en los
Evangelios y en los escritos apostólicos; en un hecho determinado de la
antigua alianza se ve la prefiguración de una realidad de la nueva alianza. Así,
en los sinópticos, el templo es símbolo del cuerpo de Cristo (Mt 26, 61), los
tres días que pasa Jonás en el vientre del monstruo marítimo representan los
días en que el cuerpo de Jesús descansa en el sepulcro (Mt 12, 40), la
predicación del mismo profeta a los ninivitas figura la buena nueva anunciada
a los gentiles (Mt 12, 41). En el Evangelio de Juan, la serpiente de bronce
simboliza a Cristo en la cruz (Jn 3, 14), el maná significa el pan de vida (Jn 6,
49-50). La carta a los Hebreos ve en el sumo sacerdote la imagen del
sacerdocio de Cristo y de su sacrificio. En el NT la Iglesia es el nuevo Israel;
«el interiormente judío» es cristiano (Rom 2, 29).
Pero las exégesis en que más se apoyan los padres son las de Pablo, sobre
todo las de 1 Cor 10, 1-11 y Gál 4, 21-31. Según el primer texto, la nube y el
paso del mar Rojo figuran el bautismo, el maná y el agua que sale de la peña
simbolizan la eucaristía; la roca misma es símbolo de Cristo. Estos
acontecimientos son para nosotros «tipos». Es más, todas estas cosas les
sucedían en figura a los hombres del AT; y fueron consignadas por escrito
para que sirvieran de advertencia a nosotros, que hemos llegado a la etapa
final de los tiempos. El segundo texto ve en las dos mujeres de Abraham un
símbolo de las dos alianzas, pues «todo esto está dicho por alegoría», es
decir, bajo el sentido obvio se oculta una significación profunda. Pero la
explicación simbólica no pone en peligro, ni para Pablo ni para los padres, la
historicidad del relato.
Dos textos más ayudan a los antiguos teólogos a fundar su teoría exegética:
la oposición entre la letra, única que perciben los judíos, y el espíritu, que
revela Cristo (2 Cor 3, 6-16); y la distinción que establece Heb 10, 1: «La ley
tiene una sombra de los bienes futuros, no la reproducción exacta de las
realidades... » Orígenes y tras él Ambrosio interpretan así el texto: el AT nos
da la sombra, la esperanza, el presentimiento de los bienes escatológicos; el
NT nos ofrece, desde ahora, la imagen, una posesión real - aunque imperfecta
- de los mismos, «a través de un espejo, en enigma». De ahí saldrá la
doctrina del cuádruple sentido.
Cabe objetar que todo esto justifica una e. del AT, pero no del Nuevo. Pero la
e.e. del NT aplica a cada cristiano los acontecimientos de la existencia de
Jesús. Aquí habría que citar todos los textos neotestamentarios que hablan de
la imitación o «seguimiento de Cristo». Mencionemos solamente las primeras
palabras del himno cristológico de Fip 2, 5-11: «Tened entre vosotros estos
sentimientos, los mismos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición
divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo,
tomando condición de esclavo... y se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte.» Recordemos también la configuración con la
muerte y resurrección de Cristo, la cual, según Rom 6, 3-5, es el fruto del
bautismo. Hay, pues, una e.e. del NT que de los hechos de la vida de Cristo
saca enseñanzas válidas para todo cristiano: ora se trate de los esperados
bienes futuros, ora de la vida que debe llevarse a lo largo del tiempo de la
Iglesia» en la posesión velada y espera de las realidades escatológicas.
¿Hay que concluir de ahí que, a imitación de los antiguos padres, hayamos de
buscar una significación espiritual en los menores detalles, a riesgo de caer en
lo artificial y arbitrario? Los padres tenían un concepto poco matizado de la ->
inspiración: la confundían demasiado con un dictado, descuidando el papel del
autor humano, que se expresa como hombre, aun cuando el Espíritu confiera
a sus escritos un sentido transcendente a ellos. Así, juzgaban incompatible
con la dignidad divina el que la Escritura relatara cosas secundarias. Según su
concepción, en el más pequeño enunciado late una multitud de misterios. Esta
exageración esconde sin embargo, una verdad no despreciable. Si las
prescripciones jurídicas y ceremoniales no tienen un sentido espiritual, ¿cuál
es su importancia, pues Cristo las abolió en su sentido literal? ¿Y qué
significan los relatos históricos, que pertenecen al pasado, si carecen de
importancia para la actualidad? El punto de vista de los padres es espiritual y
pastoral, no el del historiador o del arqueólogo. Todo esto «fue escrito para
que sirviera de advertencia a nosotros que hemos llegado a la etapa final de
los tiempos» (1 Cor 10, 11). Por tanto en estas prescripciones y narraciones
hay un sentido que descubre Cristo.
2. La e. de los padres del siglo ii es más sobria que la siguiente, pues sufre
sobre todo la influencia de las fuentes judías, incluso la del helenismo
judaizante con el Pseudo-Bernabé. Se la encuentra en Melitón, Justino, Ireneo
y, en el siglo iii, en Hipólito. Por su menosprecio del AT, Marción rechaza toda
interpretación que abarque el Antiguo y el Nuevo Testamento. La polémica
contra Marción inspiró en parte el trabajo de los alejandrinos. En cuanto éstos
ven una prefiguración de Cristo en la historia de Israel, demuestran la unidad
de ambos testamentos - fin primordial de la e.e. - y el valor positivo del AT.
Pero también en los gnósticos hallamos una e.e. (p. ej., en Heracleón, el
discípulo de Valentín).
Henri Crouzel
EXISTENCIA
I. Concepto
1. Los griegos son los fundadores, no sólo de la -> filosofía occidental, sino
también del pensamiento histórico de occidente. Sin embargo, la sensibilidad
griega se interesó ante todo por la naturaleza y por su fundamento
permanente. Incluso en la alta forma de la investigación filosófica, ellos se
interesaban solamente por la esencia permanente de los seres, la cual se
mantiene bajo toda modificación. La historia como lo que deviene y pasa no
se podía conocer y su conocimiento acabó por no interesar. En un pensador
tan abierto y universal como Platón, el estado que tenía él por ideal debía ser
una imagen aislada de los pueblos vecinos e incluso de su propio pasado y del
tiempo, y, una vez realizado, habrían de permanecer siempre así. Aristóteles,
que se interesó por la política de su tiempo, reunió mucho material histórico;
pero su verdadera autointeligencia giraba en torno a lo que se repite y
permanece, en torno a las leyes eternas de la razón. Explícita o
implícitamente (incluso en el gran historiador de la antigüedad griega,
Tucídides) la convicción fundamental es: la naturaleza -aun la del hombre- no
cambiará. La concepción que el griego tiene de sí mismo fundamentalmente
está trazada, según la imagen de la -* naturaleza. En todo momento el
destino concreto reviste el significado de un paradigma, en el que puede
leerse la esencia de la naturaleza. La pregunta por una posible evolución o un
auténtico cambio y, con ello, el interés por el futuro y la historia en general,
están lejos de la concepción griega del destino. La manera como los romanos
se entienden a sí mismos sólo en los acentos se distingue de la
autointeligencia de los griegos; la ligera novedad se debe a que la duración
del imperio romano y su extensión originaron un sentimiento de espacio y de
tiempo un poco distinto. Pero lo común en la autointeligencia de los antiguos
es su grandioso sentido de lo permanente, bien sea la idea eterna de toda
realidad, o bien la incontestable necesidad de lo fáctico. Ciertamente, en
Platón está desarrollado el sentido del amor y del bien, como la realidad en
virtud de la cual es posible la liberación de la cárcel de la historia, pero la
antigüedad no conoce una proyección hacia un futuro mejor, gracias al cual el
hombre pudiera alcanzar una plenitud histórica.
Eberhard Simons
EXISTENCIALISMO
I. Concepto
II. Orígenes
IV. Formas
1. Heidegger rechaza la interpretación de su pensamiento como filosofía
existencial, lo mismo que como existencialismo (sobre todo en la
interpretación atea de Sartre). A la verdad los análisis de su obra primera se
leyeron y recibieron en general como antropológicos. Pero de acuerdo con su
intención tenían como objeto una filosofía del ser. La delimitación de la
existencia por sus -> «existenciarios», como él llama a las categorías de la
existencia (de ahí el nombre de filosofía existenciaria dado a este período de
su pensamiento), debe constituir solamente una «ontología fundamental» que
proporcione los «hilos conductores» para la interpretación del ser mismo, el
cual únicamente es accesible en la inteligencia y en la autointeligencia del
hombre (sólo él, en cuanto existencia, es el ahí del ser). El hombre se anticipa
constantemente a sí mismo en la forma fundamental del «cuidado»: en
cuanto viene hacia él su origen, ineludiblemente está en juego él mismo, su
ser y su poder ser él mismo (hasta en la suprema posibilidad, la muerte). De
esta estructura del existente y de su existencia (es decir de la posibilidad de
ser él mismo o de malograrla) se desprende el tiempo como principio
fundamental de interpretación, es decir, la temporalidad, único «horizonte»
donde puede hacerse presente el ser. Tanto la aportación de la ->
fenomenología (E. Husserl, M. Scheler), como las intuiciones de W. Dilthey y
P. Yorck v. Wartenburg acerca de la -> historia e historicidad del hombre, han
adquirido así valor ontológico en la filosofía existencial.
Con todo, sin completar el plan total, respecto del cual Ser y tiempo
representaba tan sólo una parte, Heidegger emprende desde los años treinta
el intento de «pensar el ->ser mismo» a base del ->lenguaje y mediante la
experiencia de la nada de todo ente. Con esta tentativa Heidegger deja tras sí
la filosofía existencial (aclimatada todavía en el ámbito de la metafísica a
pesar de toda su oposición). Pero así como la superación de la -->metafísica
lleva a ésta hacia «su esencia», de igual manera el hecho de «pensar el ser»
consuma la filosofía existencial.
El ser al que aquí se alude es, no un ente, sino algo distinto de todo ente en
virtud de la «diferencia ontológica». Por esto mismo tampoco es el ente
supremo: Dios. En esa concepción que trabaja a base de representaciones
metafísicas, Dios, dice H., está evidentemente muerto, es decir, se ha hecho
irreal e inoperante. Pero con esto no se postula una especie de -->ateísmo; lo
afirmado es que todavía no estamos en condiciones de hablar acertadamente
del «Dios divino». Tampoco el ser es idéntico a él, más bien a partir del ser
habría que considerar primeramente la naturaleza de lo -> santo, para
preparar así la reflexión sobre la naturaleza de la divinidad y partiendo de ahí
el hablar acerca de Dios. Si el ser no es Dios, tampoco es una modalidad del
hombre, por ejemplo, aquella «autenticidad» que se debe alcanzar mediante
el esfuerzo existencial. El ser es «él mismo», no cabe expresarlo
científicamente, sólo cabe conmemorarlo en la reflexión. Hasta ahora el ser (y
bajo su luz lo santo) donde mejor se ha descubierto -aunque a la vez
volviéndose a encubrir inevitablemente- es en el arte, que «pone en obra la
verdad», y especialmente en la poesía (y aquí sobre todo en la palabra del
poeta: Hülderlin). Pero al igual que la destrucción de la metafísica tradicional,
así la interpretación de la palabra del poeta pretende solamente preparar el
terreno para una futura «metafísica», la cual, sin embargo, no puede
elaborarse a la fuerza, sino que es necesario esperarla de la hora histórica del
ser, de la hora del «evento», y, más lejos todavía, hay que esperarla de
aquello que todavía no podemos expresar de aquel lugar donde el ser y el
tiempo toman origen.
V. El presente
Jórg Splett
EXISTENCIARIO, EXISTENCIAL
I. El concepto filosófico
El concepto de existenciario (o existenciarios) fue acuñado por Martin
Heidegger en su obra Sein und Zeit (1927) y ha estado sometido desde
entonces a un amplio cambio de significado (así en la teología protestante:
Bultmann, Fuchs, Ebeling y otros [cf. i11, interpretación e.]; en la teología
católica K. Rahner, con el concepto de «e. sobrenatural»: cf. 11); pero el
tema no se continúa en el pensamiento posterior del filósofo. En la obra citada
Heidegger ha circunscrito exactamente el significado de e.: «La pregunta (por
la estructura ontológica de la existencia) tiende a desgajar lo que constituye la
existencia. A la conexión de estas estructuras le damos el nombre de
existenciariedad» (Sein und Zeit, 12). «Puesto que (los caracteres del ser de
la existencia) se determinan por la existenciariedad, (los) llamamos
"existenciarios". Hay que distinguirlos radicalmente de las determinaciones
ónticas del ente que no es existencia (Dasein), que llamamos categorías»
(ibid. 44). Y «la cuestión de la existencia sólo puede esclarecerse a través del
existir. A la comprensión de sí mismo que lleva a esto la llamamos lo
existencial... La relación de estas estructuras (constitutivas de la existencia) la
llamamos existenciariedad. Su análisis tiene el carácter de un entender, no
existencial, sino existenciario» (ibid. 12). Los existenciarios son, por tanto, a
diferencia de las ->categorías (como determinaciones ónticas de los entes que
se dan dentro del mundo), los caracteres de ser del hombre que se entiende a
sí mismo como «existencia». Así Heidegger (retornando a los orígenes de la
metafísica occidental, olvidados en la historia del pensamiento) ha hecho
nuevamente problema de la diferencia entre el hecho de ser (existencia) y el
«qué es» (esencia), problema que se transmitía en la metafísica, pero
quedaba sin explicar por no plantearse la auténtica pregunta del sentido del -
> ser. En la elaboración de la «analítica de la existencia» (que esclarece el
esbozo del sentido del ser y así, ante todo, también el sentido de las
categorías del ente), Heidegger distingue lo «existencial» -lo que atañe
inmediatamente a la existencia concreta del hombre (por ejemplo, la muerte)-
y lo «existenciario»: aquello que determina la estructura ontológica de la
existencia (por ejemplo, el ser para la muerte, que domina en todas las
relaciones de la existencia).
1. En general
2. Existencial sobrenatural
Karl Rahner
1. Naturaleza
2. Necesidad
No hay que pensar que el intento de i.e. proceda únicamente del interés que
se tiene por el hombre, y de una preocupación por la inteligibilidad que
descarte todo lo que rebase su medida. El principio de la i.e. no remite a unos
de esos tipos de ->racionalismo que no quieren reconocer más realidad que la
que puede captar la inteligencia humana. En realidad ese principio, antes de
expresar una exigencia del hombre, halla su justificación, y en cierto modo su
necesidad, en Dios mismo. En efecto, la referencia a la existencia es la
condición de todo auténtico ->lenguaje religioso. Es efectivamente imposible
hablar verdaderamente de Dios sin hablar de la relación a él. Pues no hay
punto de vista que sea extraño a Dios, ya que él es «la realidad que
determina nuestra existencia». «Por eso si el hombre quiere hablar de Dios,
evidentemente ha de hablar de sí mismo» (Glauben und Verstehen i, 28s).
Aunque sea cierto que es imposible hablar «acerca de» la existencia, sin
embargo no se puede decir que esta existencia tenga un carácter irracional.
La existencia, por el contrario, no se da nunca sin cierta «comprensión de la
misma», así como nuestras ideas y nuestros juicios generalmente expresan
una determinada actitud existencial. Esta relación entre la existencia y la
inteligencia, por la que éstas coinciden bajo ciertos aspectos, legitima la i.e.
Sin embargo, esta relación es más o menos inmediata y más o menos
aprehensible. Y esto precisamente exige que se ponga en juego un método
práctico para sacar plenamente a la luz el sentido que poseen para la
existencia enunciados neotestamentarios que sólo la afectan indirectamente, o
incluso aquellos que parecen no tener ninguna relación con ella.
No es posible decir a priori lo que podría aportar una exégesis y una teología
que tomaran en serio la problemática y el punto de partida de Bultmann tan
radicalmente como él, pero que estuvieran libres de las limitaciones impuestas
por la filosofía y la antropología a las que este autor se refiere explícita o
implícitamente.
René Marlé
EXPERIENCIA
I. Concepto previo
Karl Lehmann
EXPERIENCIA RELIGIOSA
I. El problema
2. Pero esta e. tiene muy diversos grados de valor. Contra todas las
apariencias, no existe e.r. pura. La e.r. implica siempre elementos morales,
metafísicos y místicos, insertos en una historia y en ciertas intuiciones.
Normalmente, se realiza dentro de un horizonte de pensamiento, de culto, de
vida, y a través de toda una serie de mediaciones: el hombre religioso
depende siempre de una tradición (étnica, cultural, religiosa), aunque sólo sea
para negarla. En forma somera podemos distinguir estos tipos: a) Las
experiencias religiosas primitivas, que se centran en la afectividad psico-
orgánica, en el sentimiento y la emoción, en afecciones más bien pasivas (así
en las religiones naturales y en muchas sectas no cristianas); b) las e.r. de
tipo técnico-experimental, que disponen de ciertas prácticas y de medios y
métodos extremamente sutiles, los cuales conducen a un estado de éxtasis o
éntasis superior a toda psicología normal (indios, misterios griegos,
montanismo, hesicasmo y mesalianismo); c) las e.r. que incluyen la persona
entera. Constituyen en cierto modo una síntesis de a) y b) e implican
estructuras muy complejas. Con una gradación jerárquica abarcan todos los
niveles de la existencia humana, y así han creado una amplia red de
relaciones, por las que el hombre logra el contacto con Dios. La auténtica
experiencia cristiana pertenece a este grupo, el único conforme con la
tradición cristiana.
3. Esta experiencia oscura tiene sus criterios, que constituyen una unidad con
ella. Se realiza en la comunidad eclesiástica, que es su medio vital y su
medida interna. Implica la observancia de sus indicaciones, el juicio humilde
sobre sí misma y el amor fraterno. Lejos de excluir la razón (elevada por la
fe), exige su uso. Pablo nos ofrece una crítica de la inspiración carismática,
con primacía de lo espiritual (1 Cor 12-14); y exige de los creyentes una
inteligencia concreta - la epignosis (Cerfaux) - del misterio de Cristo. Los
temas principales de Juan «presuponen como condición fundamental una
conciencia despierta de la vida, de la luz y del amor que han sido infundidos
en el creyente» (A. Leonard). 1 Jn sólo conoce una auténtica e.r. cuando se
dan los criterios del orden eclesial, dogmático, moral y místico (->
espiritualidad).
Jean Mouroux
FAMILIA
En la actual predicación sobre la f. hay que unir un realismo moderno con una
profunda visión teológica. No pueden convencer ya unos rasgos demasiado
románticos, patriarcales, sentimentales de la imagen de la f. La predicación
tampoco debe proyectar una imagen de la f. abstracta y separada de los datos
actuales, sino que debe penetrar con inteligencia en la peculiaridad, las
dificultades y las posibilidades de la f. de hoy.
2. Familia y nación
Esta f. (no el matrimonio) es la célula original de la vida nacional. Ella une los
sexos así como las generaciones, introduce la joven generación en la vida y
en la nación. Realiza en el ámbito más pequeño una variedad magnífica de
relaciones, porque abarca completamente a las personas partícipes y las
vincula en el amor. La sociología de la familia ha de investigar esas múltiples
relaciones y determinarlas en sus diferencias, teniendo en cuenta el sexo, la
posición y la edad de los miembros de la f. Esto último insinúa el hecho de
que dichas relaciones deben ser consideradas, no sólo desde el punto de vista
de lo estático en la institución, sino también bajo el prisma de su evolución
temporal.
Pero, junto con esto, había también una gran necesidad de mano de obra
propia de la f. Por eso, todo hijo significa ya en sus primeros años una ayuda
económica, la abundancia de hijos implicaba riqueza económica (y social); de
ahí que en todas las culturas agrícolas del mundo, en China como en África,
en Rusia como en la tierra de Fuego, hubiera un gran número de hijos. Dicha
abundancia se daba además a causa de la gran mortalidad infantil y porque
era necesaria para el crecimiento de la humanidad. Se trataba menos de un
problema moral que de una cuestión de tipo económico y social. La actual f,
de la sociedad industrial ha sufrido una atrofia funcional muy fuerte desde el
punto de vista económico y social; y en todo sigue una corriente contraria a la
descrita. En lugar de esto se subrayan las funciones espirituales morales.
f) Esto mismo puede decirse de la edad. Las personas de edad se han hecho
más independientes, desde el punto de vista material, de sus hijos y
parientes. Las familias jóvenes tienen derecho e incluso obligación de
configurar su vida en forma más libre y autónoma. Una relación buena,
cordial, entre las diversas generaciones con respeto de la libertad mutua,
puede ser para ambas partes una gran adquisición espiritual. Hay que
formular de manera nueva las obligaciones para con los ancianos.
6. La f. en la sociedad industrial
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Jakob David
FE
A) Acceso a la fe.
B) Preámbulos de la fe.
C) Naturaleza de la fe.
D) Motivo de la fe.
E) Fe y ciencia.
F) Fe e historia.
FENÓMENO, FENOMENOLOGÍA
Por su mayor adaptabilidad a los distintos modos del dato (p. ej., del acto de
fe), la f. y la hermenéutica se ofrecerán metódicamente como modos muy
excelentes de pensar de una teología futura. Ambas están suficientemente
cercanas al terreno de los f. que nacen de la fe viva, sin disolverla en una --
>«transcendencia» abstracta, y, sin peligro de ideología, pueden exponer el
carácter mundano de la fe, rectamente fundamentado. El pensamiento
fenomenológico y hermenéutico tiene indiscutibles ventajas sobre el estilo
deductivo a base de una lógica formal. A este respecto el retorno a la
«evidencia» no tiene por objeto «asegurar» la verdad de una experiencia
supuesta de antemano como razonable o fundar esa experiencia por un
principio, sino que el análisis constitutivo desde la experiencia fáctica hace
que aparezca paso a paso el sentido de la verdad. Por eso, propiamente, la f.
no funda nada desde fuera, sino que deja que la «cosa misma» esté presente
en su medio propio. Luego, el «pensamiento» debe proporcionar a lo
descubierto sus propias condiciones de inteligibilidad, hacer que irradie
inmediatamente el ámbito de su evidencia, y estar dispuesto a que el nuevo
encuentro con algo le abra horizontes todavía desconocidos y no entendidos
previamente. Con ello se abre nuevamente un camino primigenio hacia la
palabra del poeta, hacia la obra del artista y también hacia el pensar
originario. El canon temático y el «material» de la teología se dilatan.
Además, por la recepción de estos elementos constructivos, tal vez pueda
crearse un equilibrio entre estilos o bases metódicas que hasta ahora se han
contradicho (antropológicos, existenciales, teocéntricos, etc.). Naturalmente,
en el fondo toda gran teología ha procedido «fenomenológicamente» (aunque
luego haya cubierto indebidamente lo experimentado con un extraño lenguaje
y visión del mundo: -> desmitización). Pero ahora la f. es uno de los
instrumentos metódicos imprescindibles de la teología (hasta el momento,
quien mejor ha manejado este instrumento es B. Welte). Al unirse entre sí la
f. y la hermenéutica (y también el análisis del lenguaje), la f. queda
preservada de un concepto ahistórico de la esencia, y la hermenéutica queda
preservada de un proceso de interpretación formal, cerrado a la cosa, que
sólo recuerda históricamente, pero no transmite ninguna pretensión de un
sentido universal.
BIBLIOGRAFÍA: RGG3 III 493 ss, V 319-322; LThK2 V 545 s, VIII 431-435;
EncF II 329-334. - DESCRIPCIóN HISTÓRICA: H. Spiegelberg, The
Phenomenological Movement, 2 vols. (La Haya 1960) (bibl.). - REVISTAS:
Jahrbuch für Philosophic and phünomenologische Forschung (HI 1913-1930);
Philosophy and Phenomenological Research (Buffalo [N. Y.) 1940 ss). - OBRAS
COMPLETAS: E. Husserl: Husserliana I-XI (La Haya 1950 ss); Investigaciones
lógicas (R de Occ Ma). - COLECCIONES IMPORTANTES: Pháenomenologica (La
Haya 1958 ss) (Casi todos los volúmenes muy importantes);
PhSnomenologisch-psychologische Forschungen (B 1964 SS). - BIBLIOGRAFIA
MÁS RECIENTE: H. Barth, Philosophic der Erscheinung. Eine
Problemgeschichte I-Il (Bas 1947-59); L. Landgrebe, Der Weg der
PhSnomenologie (Gü 1963); H. Rombach, Die Gegenwart der Philosophic (Fr -
Mn 21963); M. Theunissen, Der Andere (B 1965) (bibl.); H. Rombach,
Substanz - System - Struktur, 2 vols. (Fr - Mn 1965-66); K. Schwarzwáller,
Theologie oder PhSnomenologie (Mn 1966); W. Pannenberg, Erscheinung als
Ankunft des Zukünftigen: Studia Philosophica XXVI (Bas 1966); E. Tugendhat,
Der Wahrheitsbegriff bei Husserl and Heidegger (B 1967) (bibl.); G. Noller
(dir.), Heidegger and die Theologie (Mn 1967); L. Landgrebe, Phanomenologie
and Geschichte (Gü 1968); B. Waldenfels, Das Problem der Leiblichkeit bei
MerleauPonty: PhJ 75 (1968) 347-365 (bibl.); J. C. Scannone, Sein and
Inkarnation (Blondel) (Fr 1968) 110 ss. (bibl.).
Karl Lehmann
FIDEÍSMO
Como nota A. Lalande en su Vocabulaire technique et critique de la
philosophie (París [9 1962] 348ss), f. es un término teológico que se aplica a la
tendencia de ciertos autores a restringir el poder de la razón en el
conocimiento del orden moral y religioso, particularmente en la demostración
de la credibilidad de la fe (preámbulos de la -> fe). Como tendencia, el f. es
propio de espíritus que reaccionan espontáneamente contra todo lo que
consideran como una atenuación del carácter sobrenatural y gratuito de la fe.
En este sentido, Montaigne, Pascal y Huet pudieron ser tachados de fideísmo.
Paul Poupard
FILOSOFÍA
La f. como forma de vida está determinada tanto por su fin (sofía) como por
su relación con este fin (philía).
En la edad moderna, esta inversión del alma entera fue entendida por
Descartes como eversio omnium opinionum y, con ello, como destrucción de
las tradicionales enseñanzas basadas en la autoridad. Kant consideraba la
conversión exigida, por una parte, como «giro copernicano», por el que el
hombre ve cómo no es la naturaleza la que le da leyes a él, sino que es su
razón la que da leyes a la naturaleza; por otra parte, como la «revolución
moral en el ánimo», por la que el hombre alcanza la autonomía moral y
restablece la recta relación entre el respeto a la ley moral y la aspiración a la
felicidad. La concepción marxista de la f. como iniciación a la revolución social
trata de darse la mano con los factores antitradicionales de la eversio
cartesiana y con la preferencia kantiana de la razón práctica sobre la teórica.
Con ello, la cuestión sobre la primacía objetiva de la conversión individual
(cambio del alma) o de la revolución social, es punto capital de la controversia
entre la filosofía no marxista y la marxista.
El que todas las filosofías hasta aquí mentadas y muchas otras se entiendan a
sí mismas preferentemente como forma de vida o como servicio para lograr
una forma de vida, no excluye, sino que incluye el hecho de que para esta
forma de vida se requiera conocimiento y de que ella misma facilite el
conocimiento. En cuanto la forma filosófica de vida aspira, en todos estos
modos de entenderse a sí mismo, a la sophia, la f. misma está referida al
conocimiento y a la manera de buscarlo.
2º. Así, pues, la verdad con que se relaciona el filósofo en su philía, porque
ella es la única fuente posible de la apetecida sophía, tiene para él una doble
función: la de ser criterio en que se mide críticamente a sí mismo (veritas
iudicans de homine), y la de ser origen de la posibilidad por la que él es capaz
de conocer los objetos, de ver las condiciones para su aparición y de juzgar
críticamente por la manera de aparecer (veritas qua homo iudicat).
Precisamente a su autocrítica por el criterio de la verdad que no es sabida
pero posibilita todo saber, agradece el filósofo su capacidad de comportarse
crítica y objetivamente con los objetos que tiene ante los ojos. La
particularidad de la philía filosófica tiene en esta unidad de crítica propia y
crítica objetiva su consecuencia necesaria y su criterio de distinción.
1º. En cuanto la f. aspira a la sophía y por ello reflexiona sobre el origen del
error y busca un criterio para distinguir el error de la verdad, se convierte en
una clase particular de conocimiento. Antes de conocer cualquier objeto busca
el criterio para discernir el saber aparente del real. En este sentido Platón
llamó a la f. un saber, «no de algo» (es decir, de ningún objeto particular),
«sino del saber mismo». Comoquiera que el verdadero conocimiento debe
probarse frente al conocimiento aparente por el arte de argumentar (en el
diálogo), la f. se convierte en arte del diálogo y en arte del manejo de las
pruebas. Este arte por su parte intentó interpretarse teóricamente en una
«dialéctica» y una «lógica». Así, este saber del saber mismo, por una parte,
vino a ser modelo de toda posterior teoría y crítica del conocimiento, teoría de
la ciencia y metodología; por otra parte, contiene una iniciación a la reflexión
del que piensa sobre sí mismo, y así se convirtió en origen de la doctrina
sobre el alma y de la -> antropología filosófica, de la doctrina sobre el tránsito
del «ser consciente» a la «conciencia de sí mismo», del esclarecimiento de la
existencia, etc. Aquí pudo surgir la cuestión acerca de si merece la preferencia
la fundamentación «antropológica» o la fundamentación «lógica» de la f.
Recientemente esta cuestión ha dado ocasión entre otras cosas a la discusión
entre la fundamentación de cuestiones filosóficas y sus ensayos de respuesta
en una lógica puramente formal, y la «reducción antropológica» de la f. (cf. el
contraste entre las escuelas kantianas y el -> vitalismo). Esto no impide que
las mencionadas cuestiones se desprendan de su origen, que es la reflexión
sobre la peculiaridad y la condición de posibilidad de la forma filosófica de
vida, y se conviertan en «disciplinas parciales» e independientes de la f., las
cuales luego pueden discutir sobre su primacía como «disciplina fundamental»
de la f. En el curso de la historia de la f., la base antropológica se diferencia
esencialmente por el hecho de que se cayó en la cuenta de la diferencia entre
los modos de pensar según la cultura, el grupo social y la época histórica.
No sólo el filósofo, sino también el cristiano -aun cuando por motivos distintos
y de manera distinta- se siente como un ser en un reino intermedio. Es una
parte de este mundo y, sin embargo, no está simplemente sometido a los
«elementos del mundo»; es «familiar de Dios» y, con todo, no está
simplemente a salvo en el orden divino. Y sabe, como el filósofo, que es un
ser en camino: ha recibido el Espíritu como «prenda», pero vive enteramente
en expectación. Y si bien no es su reflexión la que lo pone en ese reino
intermedio y en camino, no obstante el creyente está llamado a apropiarse
con su logos lo que la gracia de Dios ha operado en él y le promete para lo
futuro. Y lo mismo que el filósofo particularmente se convierte en necio si no
se siente y confiesa necio, así también el cristiano sobre todo se convierte sin
remedio en pecador si no se siente y confiesa pecador y, en lugar de eso,
intenta «erigir su propia justicia» (apostasía de la fe de los «judaizantes»). Y
lo mismo que el filósofo desconoce y malogra su relación con la verdad si la
tiene por posesión segura y no por meta de su philía, así también el cristiano
desconoce y malogra su relación con la gloria prometida si piensa poseerla ya
(apostasía de la fe de los «iluminados»). Por eso, al igual que la forma de vida
del filósofo, también la del cristiano está ligada a una inteligencia crítica de sí
mismo.
Cuando el filósofo habla de que sólo puede buscar la verdad en cuanto ésta se
halla previamente en él (como veritas qua cognoscitur), el cristiano puede ver
ahí una interpretación de su relación con Dios, pues él sólo tiene la posibilidad
de estar en camino hacia Dios, porque Dios está previamente en él; es más -
como la verdad respecto del filósofo-, está «más cerca de él que su propio
yo». El filósofo debe su libertad crítica frente a los objetos a la autocrítica ante
aquella veritas iudicans de homine que hace patente su propia insuficiencia. El
cristiano puede ver ahí una interpretación de su relación con el mundo: es
libre para juzgar críticamente sobre el mundo, y lo es precisamente porque
sabe que está juzgado por Dios y que no puede subsistir bajo el juicio divino.
Y si la verdad está cerca del filósofo precisamente bajo una forma no
disponible, también para el cristiano la gloria y la gracia de Dios se revelan
esencialmente sub contrario. Así, la reflexión del filósofo sobre la peculiaridad
y las condiciones de posibilidad de su vida filosófica, pudo señalar al cristiano
diversas pautas sobre la manera de entenderse en su existencia cristiana y
desde los fundamentos de su posibilidad. Ahí parece radicar una razón
esencial por la que la manera como el cristiano se entiende a sí mismo puede
expresarse en una teología desarrollada a base de medios filosóficos.
¿Es el amor a la verdad como actitud de vida una posibilidad que aparece
junto al amor de Dios, de manera que sea necesario escoger entre ambos?
Esta respuesta es dada por aquellos que -apoyándose tal vez en 1 Cor 1, 18-
25 - resaltan la locura de la cruz y de ahí deducen que quien ame al Dios del
crucificado deberá dar un sí a la locura, de forma que no podrá reconocer la
sabiduría como valor supremo.
Sin embargo, aun reconociendo esta situación común, no deben olvidarse las
diferencias. La crítica filosófica del saber demuestra la limitación de las
posibilidades científicas analizando la forma en que la ciencia llega a sus
conclusiones. La crítica cristiana de la sabiduría humana, en cambio,
demuestra su insuficiencia por el hecho de que la «sabiduría de este mundo»
fue incapaz de comprender una materia determinada: la acción salvadora de
Dios en Jesús (cf. 1 Cor 2, 7s). El esfuerzo filosófico por dilatar el horizonte de
inteligencia, que ha restringido un monismo metodológico, se apoya en la
inmanente forma de ser de la razón o de la existencia, o bien en una
transformación de la conciencia que lleva a cabo el hombre mismo. El
esfuerzo cristiano por la capacidad de oír la palabra, confiesa que el Dios
mismo que habla debe dar al hombre «nuevos ojos y oídos» para que él
pueda ver el signo de Dios y percibir su palabra.
3º. El mensaje bíblico pretende ser verdadero. En este punto no sólo tiene la
pretensión de poner rectamente ante los ojos un hecho particular, sino que,
en el acontecimiento de la salvación que predica (p. ej., en la salida de Israel
de Egipto o en la resurrección de Jesús de entre los muertos), se propone dar
la prueba del señorío ilimitado y, por tanto, universal de Dios sobre el mundo
y el hombre. Por eso no puede hacer inteligible el hecho anunciado de la
salvación sin confesar juntamente al Dios que lo realiza como Señor del cielo y
de la tierra, e interpretar así la predicación histórica mediante una cosmología
teológica (cf., para el AT los relatos de la creación; para el NT, la «cristología
cosmológica» de Col 1, 15ss). Pero con ello la t. entra en competencia con la
doctrina filosófica sobre el cosmos y su principio supremo, y se ve obligada, o
bien a reconocer la cosmología y la «teología» filosóficas (doctrina sobre el
principio supremo del mundo) como conocimiento «natural» de las mismas
verdades que ella expone fundándose en la «revelación sobrenatural» (cf. el
intento de Tomás de Aquino de interpretar la reflexión filosófica sobre la causa
prima del mundo como idéntica por su contenido con la confesión del creador
divino del mundo: Et hoc est quod omnes dicunt Deum), o bien a superarlas
con una cosmología y t. específicamente bíblicas.
5º. De lo dicho se sigue que la t., al proponerse facilitar una recta inteligencia
del mensaje, echa mano del punto de partida lógico y antropológico de la f. La
t. pretende responder a la cuestión de la cosmología filosófica sobre la arjé del
universo y a la cuestión de la f. transcendental sobre las condiciones de
posibilidad del conocimiento, recurriendo al verdadero Señor del mundo y a la
luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Y mantiene
esta pretensión, manifestada al hablar de la absoluta soberanía de Dios y del
carácter contingente de la iluminación divina, incluso cuando, según su
programa, quiera abstenerse de tomar parte en la discusión de los filósofos.
Si, finalmente, debe predicarse ante los pueblos la exigencia apremiante del
mensaje, es necesario reflexionar sobre cómo se comporta este mensaje con
las religiones y la irreligiosidad de esos pueblos (se plantea, p. ej., la cuestión
de si el cristianismo ha de contraponerse como «verdadera» religión a las
religiones «falsas» de los pueblos, o si ha de predicarse como «perfección de
la religión en general», o si en virtud de su esencia no puede incluirse en e l
nombre genérico de «religión» y en consecuencia ha de realizar la superación
de la religión en general positivamente y, por tanto, más radicalmente que el
ateísmo moderno). Comoquiera que se defina la relación del mensaje cristiano
con la religión o la irreligiosidad de los pueblos, esta definición incluye en todo
caso una afirmación sobre la religión como tal y se mueve por tanto en el
campo de la f. de la -+ religión.
2 ° Esta sospecha mutua puede documentarse por ambas partes con ejemplos
históricos. En la historia de la t. se han dado una y otra vez intentos de
utilizar la f. con intención misional o apologética, para fundamentar a
posteriori lo que ya estaba de otro modo asegurado para el creyente.
Igualmente en la historia de la f. se han dado una y otra vez intentos de
«hacer inteligibles», o por lo menos «salvar», los enunciados bíblicos
interpretándolos como testimonios de una conciencia, en el fondo filosófica,
que se habría expresado en forma religiosa solamente por falta de una
adecuada inteligencia de sí misma, pero cuya «verdad» sale a la luz tan
pronto como se desarrollan explícitamente la metafísica, la antropología e
incluso la filosofía existencial implicadas en ella.
Sin embargo, el hecho de que pueda darse esta impresión se funda en que la
apertura teórica de la f., por una parte, y de la t., por otra, tiene en cada caso
un fundamento particular y, por ende, una peculiaridad distinta en cada caso.
Para la f. el fundamento es el carácter transcendental (y, por tanto, no
objetivo) de la verdad; para la t. el fundamento es la decisión soberana de la
libertad divina (la cual no puede deducirse de ningún principio). Y su
peculiaridad es la interminable reflexión transcendental en la f., y la confesión
del carácter misterioso del designio divino en la t. Así surge para la f. la
impresión de que la t., al apoyarse en que «así plugo a Dios», zanja la
cuestión sobre las condiciones de posibilidad de lo fáctico. Para la t. surge la
apariencia' de que la f., con su reflexión sobre las razones de la posibilidad,
somete la libertad de Dios a una ley, que ha decidido de antemano sobre lo
posible y lo imposible.
También esta impresión es todavía superficial y queda superada
fundamentalmente por la evolución histórica de la ciencia.
Richard Schaeffler
FILOSOFÍA, HISTORIA DE LA
Que la f. tenga y en qué sentido tenga una historia, es ya un problema
filosófico. Lo que tempranamente se supo fue la diferencia de opiniones sobre
problemas idénticos. La consignación por escrito de tales opiniones (la
«doxografía») halló sus ejemplos más conocidos, aunque relativamente
tardíos, en las Fisikaí doxai de Teofrasto y en los Bioi kai dogmata de
Diógenes Laercio. La doxografía pudo ponerse al servicio de la filosofía
sistemática porque facilitaba la comparación de tipos de respuesta y obligaba
a todo nuevo intento de respuesta a enfrentarse críticamente con las
opiniones divergentes y sus argumentos. Pero la doxología representa, a la
vez, una etapa previa de la h. de la f.
Una respuesta a esta cuestión fue preparada por I. Kant, en cuanto éste por
su parte mostró la relatividad histórica del escepticismo. Kant admitió desde
luego el escepticismo como resultado necesario de la experiencia dentro de la
h. de la f. en una determinada fase de evolución; pero lo interpretó a la vez
como fase intermedia en la evolución de la razón, que a través del
«dogmatismo» y del «escepticismo» es conducida al «criticismo».
Esta doble alienación por la división del trabajo (mercado de bienes) y por la
explotación (mercado de trabajo) es inevitable en la fase de evolución de las
condiciones de producción caracterizada por ella. Por eso, no puede ser
superada por el hecho de que sea declarada reprobable al afirmar idealmente
valores morales. La significación histórica de la filosofía debe, por tanto,
definirse de otro modo en el sentido de una exposición marxista: la crítica que
surge en cada caso sobre la alienación es ella misma sólo un síntoma de que
las condiciones existentes de producción no permiten a las fuerzas productivas
desarrolladas bajo su influjo desenvolver su plena eficacia (ejemplo: las crisis
de ventas impiden el pleno aprovechamiento de las fuerzas productivas
desarrolladas en el capitalismo). La crítica ideal ha de interpretarse en la h. de
la f. como «reflejos» de esta mala situación real.
Richard Schaeffler
FILOSOFÍA TRANSCENDENTAL
II. Historia
FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA
I. Introducción al problema
Karl Rahner
FORMACIÓN
I. Concepto
F. designa: 1º. el proceso en que el hombre adquiere la verdadera forma de
su ser humano (concepto dinámico de f.); 2°, el estado así alcanzado
(concepto estático; cf. también -> educación). El hombre se caracteriza por
su «intencionalidad», es decir, por una fundamental apertura y orientación
hacia una plenitud aún no lograda. No está acabado como lo inorgánico, que
es siempre perfecto en la esencia (forma fundamental) y en la realidad (plena
presencia o actualidad); y, a diferencia igualmente del ser orgánico, estas dos
dimensiones no se hallan en él de tal modo que se desarrollen y alcancen con
toda seguridad. El hombre está inicialmente como vacío: sin esencia y sin
realidad. Sin esencia, porque tiene que empezar por tomar y ocupar su puesto
fundamental en la totalidad de los entes, su «lugar esencial» en la totalidad
del mundo. Sin realidad, porque la actualización de su plena presencia en la
relación con todo lo otro inicialmente es para él tarea y mandato.
Positivamente este vacío se muestra como -> «libertad»: el hombre no está
claramente predeterminado por algo subjetivo particular (sus disposiciones,
dotes e instintos), ni fijado por algo objetivo particular (ambiente, contorno
determinado y objetos y fines instintivos previamente dados en ese contorno).
El hombre puede decidir lo que quiere hacer con tales disposiciones, dotes,
instintos, intereses y deseos, lo que quiere hacer de sí mismo. Puede también
decidir si quiere dejar tal cual es su medio, permanecer en él y adaptarse a él,
o abandonarlo, cambiarlo y transformarlo. Sin embargo, esta libertad para
disponer de sí mismo no es capricho. Sin estar claramente ligada al dato
previo subjetivo y objetivo (a determinadas disposiciones formativas que hay
en él, o bien a objetividades dominables fuera de él, que constituyen el
mundo en torno), esta libertad toma su medida, norma y vinculación de la
interpretación del todo, de la decisión sobre una determinada estructura
fundamental de la misma totalidad: del ->mundo. Por eso, para poderse
decidir libremente, el máximo todo, el mundo, tiene que estar presente en el
que se decide. La fuerza para hacer presente esta totalidad como posibilidad
de toda libertad se llama espíritu o razón. De ahí que la libertad sea propia
determinación racional, es decir, decisión sobre la presencia de un todo, y
propia determinación dentro del mismo.
Hemos dicho que la actual crisis de la f. es una «crisis de mundo», o sea, hay
incertidumbre sobre los rasgos fundamentales del mundo que son hoy día
válidos; es decir, ¿qué rasgos fundamentales del mundo debe asimilarse el
hombre de hoy para ser capaz de hacer uso, dentro de ellos, de su libertad?
Puesto que no se sabe para qué mundo hay que hacer madurar al joven (para
qué mundo «formarlo»), no se sabe tampoco cómo ha de educar la escuela.
Así, de la crisis de f. y de mundo se origina una crisis de educación y de
escuela. Un pueblo seguro de su mundo transmite los rasgos fundamentales y
criterios del mismo a la generación siguiente, en primer término, por el
conocimiento de las grandes obras de la literatura y del arte, conocimiento
que puede presuponerse en la minoría rectora del pueblo. Al entrar el joven
en contacto con estas obras, surgen en él con naturalidad las respuestas a las
cuestiones sobre el sentido de la vida, la estructura del mundo y los criterios
de estimación, todo lo cual se convierte en elemento presente, vivido y
experimentado de su propia vida. Como transmisores y vivificadores
perpetuos del mundo válido; como autores en cuyas obras este mundo
adquiere actualidad como un todo, los poetas pasan luego a ser «clásicos».
En relación con este tema, véase también, --> educación, --> libertad, ->
experiencia, ->mundo (i y 11), ->historia e historicidad, -> filosofía.
Max Müller
a) Una vez que ya J.G. Herder «reconoció los problemas del estudio histórico -
formal de los Evangelios» (KUMMEL, 98) y F. Overbeck hacia fines del siglo
pasado trazó el programa de una «historia de las formas» de la «primitiva
literatura cristiana» (HZ 48 [1882] 423), J. Weiss, al comienzo de nuestro
siglo, incluyó expresamente el estudio de la forma literaria de los Evangelios y
de sus grupos especiales de materia entre las tareas de la actual ciencia
neotestamentaria (GS 1908, p. 35). Antes de la primera guerra mundial, los
filólogos P. Wendland (Die urchristlichen Literaturf ormen [Tú 1912]) y E.
Norden (Agnosthos Theos. Untersuchungen zur Formengeschichte religioner
Rede [L - B 1913, Darmstadt 1956]) dieron importantes impulsos a la
investigación histórico-formal del NT, y después de la guerra comenzó
plenamente el período del método histórico de las formas.
Al lado de una aplicación vacilante del método histórico de las formas a los
escritos de Juan (sobre todo al Ap, con sus formas hímnicas, proféticas y
apocalípticas), se realiza un trabajo más intenso acerca del corpus paulinum
(formas epistolares, acciones de gracias, pasajes autobiográficos, caudal de
fórmulas antiguas, pruebas bíblicas, doxologías, himnos, catálogos, etc. [cf. B.
RiGAUx, Paulus and seine Briefe, Mn 1964, 164ss]), el cual ha arrojado
abundante luz, de suerte que la elaboración de una historia sintética de las
formas en los escritos paulinos ha venido a ser un verdadero desideratum.
De modo general, para la tradición sobre Jesús puede proponerse hoy día una
triple «situación vital»: Jesús, la primitiva tradición de la Iglesia y la redacción
de los Evangelios. Para cada «situación» particular pueden a su vez
reconocerse diversos factores que codeterminan la forma. Por ej., con relación
a Jesús cabe mencionar las discusiones con adversarios o las instrucciones a
los discípulos; en lo referente a la tradición primitiva de la Iglesia podemos
aducir sus intereses misionales, catequéticos, disciplinares y litúrgicos; y por
lo que se refiere a los evangelistas, mencionemos su finalidad literaria y
teológica, que a su vez está también determinada por las necesidades de un
territorio eclesiástico de aquel tiempo.
Rudolf Pesch
I. Visión histórica
Por una parte Francisco de Asís mantuvo una actitud de repulsa a los
estudios, pues temía que de ellos brotara un peligro para la piedad, y rechazó
la ciencia que deja seco el corazón y no sirve al amor. Por otra parte, mostró
gran aprecio de la auténtica teología en su testamento: «Debemos honrar y
venerar a todos los sabios de Dios, como a hombres que nos dan espíritu y
vida.» A pesar de la inicial resistencia contra los estudios, se realizó un
cambio sorprendentemente rápido. Alrededor del año 1250 había ya más de
30 escuelas de la orden. Los f. descollaron pronto entre los maestros más
célebres. No sucumbieron al peligro temido por Francisco, sino que supieron
combinar una gran sabiduría con una profunda piedad y sencillez. Fue decisiva
para la teología franciscana la erección de estudios propios de la orden en las
universidades de París y Oxford, que entonces estaban a la cabeza en materia
teológica. En París, el año 1236 Alejandro de Hales (+ 1245) entró en la orden
franciscana siendo ya maestro, con lo cual hizo que la orden tuviera por
primera vez una cátedra en la universidad de París. Aquí destacó
particularmente Buenaventura (+ 1274), que sin duda es la mejor
encarnación del espíritu de la teología franciscana. Como general y «segundo
fundador de la orden», aseguró un puesto firme a los estudios científicos en la
orden franciscana. Él es el «príncipe entre los místicos» (con el título de
Doctor seraphicus). En Oxford los f. erigieron un estudio propio en 1229. Su
primer maestro, Roberto Grosseteste (+ 1253), que procedía del clero
secular, marcó su sello en esta escuela, que presenta los siguientes rasgos
esenciales: 1) estudio de la Biblia, 2) estudio de la lengua griega como medio
necesario, 3) instrucción matemática y física. El estudio franciscano de Oxford
se desarrolló rápidamente hasta llegar a ser la escuela más importante de la
universidad de Oxford, y en general la escuela más influyente de los
franciscanos.
Desde el punto de vista cronológico hay que distinguir: 1) la antigua escuela
franciscana, que abarca la primera generación, es decir, los contemporáneos
de Buenaventura (sus doctrinas características son agustinianas: materia
espiritual, rationes seminales, pluralidad de formas, conocimiento bajo la luz
increada, carácter substancial [no accidental] de las potencias del alma; sin
embargo, en principio no se rechaza a Aristóteles, p. ej., la doctrina del
hilemorfismo); 2) la escuela franciscana intermedia, a la que pertenecen los
teólogos del tiempo posterior a Buenaventura hasta Juan Duns Escoto (en
medio de un agustinismo fundamental, se aproxima más a Aristóteles); 3) la
moderna escuela franciscana, que se remonta a Duns Escoto (t 1308) y se
llama escotista. Escoto permaneció fiel al agustinismo, pero a la vez tuvo en
gran estima a Aristóteles y Avicena. Como gran pensador especulativo (Doctor
subtilis), analizó críticamente el caudal de la tradición, y además creó un
sistema original. Entre sus discípulos y seguidores hubo teólogos importantes,
pero ninguno alcanzó su altura. «Por tanto, la gran escuela franciscana de
hecho con Duns Escoto llegó a su fin» (Dettloff). La decadencia general no
pasó sin dejar huella en la teología franciscana. En conexión con la
especulación acerca de la potencia absoluta de Dios, pasaron a primer plano
meras sutilezas. La libertad soberana de Dios, tan acentuada por Escoto, ya
no fue considerada en su unión con el amor, y degeneró muchas veces en
arbitrariedad (--> escotismo).
II. Espiritualidad
No existe una teología franciscana cerrada. Por esta razón, desde el punto de
vista del contenido, la t. de los f. no puede caracterizarse a base de las tesis
concordemente propugnadas en ella. Su peculiaridad no radica tanto en la
doctrina cuanto en una espiritualidad propia. Esta queda concretada en
determinados móviles intelectuales y modos de pensar, que estructuran y
acuñan la teología franciscana. Mucho de esto se halla también fuera de la t.
f. Pero allí no constituyó, o por lo menos no en igual medida, un elemento
configurador del pensamiento teológico.
Friedrich Wetter
Klaus Mórsdorf
FUTURO
Adolf Darlap
GALICANISMO
La estrecha unión antes señalada entre el rey y la Iglesia (ora por privilegios,
ora por costumbre) vino a ser el principal argumento para las pretensiones de
la monarquía francesa en terreno eclesiástico.
Étienne Delarulle
GÉNEROS LITERARIOS
I. Concepto
1. El problema
La expresión g.l. no se usaba aún. Aparece por primera vez en la enc. Spiritus
paraclitus de Benedicto xv (1920). Sin duda el pasaje se propone
directamente excluir «los g.l1 incompatibles con la entera y perfecta verdad
de la palabra divina». Pero la encíclica sólo condena un «abuso»; cuando
reconoce «la rectitud de los principios, con tal que se mantengan dentro de
ciertos límites», parece que también se refiere al principio de los g.l. (EnchB
461).
Esta orientación, que puede calificarse como «una de las más innovadoras de
la encíclica» (J. Levie), se limitaba, sin embargo, a establecer el principio. En
1948, la comisión bíblica hizo una primera aplicación a dos problemas
cruciales, de los más discutidos por entonces: la autenticidad mosaica del -->
Pentateuco y la historicidad de los once primeros capítulos del -> Génesis,
recogiendo con ello y precisando las respuestas dadas en 1909, que atañían
sólo a los tres primeros capítulos. Así declara que «estas formas literarias no
responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no pueden ser
juzgadas a la luz de los g.l1 grecolatinos o modernos. No es posible,
consiguientemente, negar ni afirmar en bloque la historicidad de estos
capítulos, a no ser aplicándoles indebidamente las normas de un g.l. bajo el
cual no pueden clasificarse» (EnchB 581).
El primer pasaje trata explícitamente de los g.l. en la Biblia con fórmulas muy
claras. Después de recordar la doctrina tradicional sobre la «verdad
consignada en la sagrada Escritura para nuestra salvación», la Constitución
enuncia el principio que la enc. Divino af flante Spiritu llamó «la ley suprema
de toda interpretación» y del que se deriva precisamente la necesidad de
considerar el g.l.: «Ahora bien, como quiera que en la sagrada Escritura Dios
habló por medio de hombres y en forma humana, el intérprete de la sagrada
Escritura, si quiere ver con claridad qué quiso comunicarnos Dios mismo, debe
investigar atentamente qué pretendieron decir los hagiógrafos y qué quiso
manifestar Dios a través de las palabras de éstos» (n .o 12). «Y para
descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a
los g1.». No sólo está claro que «la verdad se expone de modo distinto según
se trate de un relato histórico, de una profecía o de una poesía», sino que
además la Constitución habla explícitamente de «textos históricos en diverso
sentido» (textibus vario modo historícis), y con ello confirma que un
acontecimiento «histórico» puede marcarse en formas distintas, es decir, que
hay diferentes g.l. históricos. En consecuencia carece ya de objeto la
controversia que durante largo tiempo mantuvo dividida la exégesis católica.
5. Resumen
Así, pues, aun abordando el estudio de los g.l. principalmente en función de la
inerrancia de la Escritura (n° 12) o de la historicidad de los Evangelios (n°
19), la constitución Dei Verbum va más allá del punto de vista apologético,
que anteriormente prevaleció en este problema. Efectivamente, el exegeta no
recurre a los g.l. únicamente para resolver las dificultades que pueden
presentar ciertos relatos históricos de la Biblia. En realidad, el estudio de los
g.l. es importante para la exégesis de la Biblia entera, para la de los Salmos,
p. ej., que fue precisamente la ocasión de las investigaciones de un Gunkel, y
también para la de los libros proféticos y sapienciales, así como de los textos
legislativos del Pentateuco, y lo es particularmente para la del Cantar de los
cantares. Además, un mismo libro generalmente no ofrece un solo g.l, sino
que está compuesto de elementos propios de g.l. muy varios, cada uno de los
cuales ha de ser objeto de un estudio particular.
Stanislas Lyonnet
El esfuerzo iniciado hace más de 200 años por B. WITTER y J. ASTRUC para
lograr claridad en el proceso de formación del Pentateuco, que hasta entonces,
con pocas excepciones, había sido atribuido a Moisés, ha quedado concluido en
cierto modo con la reciente hipótesis de los documentos, vinculada al nombre
de J. Wellhausen. Según esa hipótesis, el Pentateuco se compone de cuatro
fuentes: J = yahvista: (siglo x). E = elohísta (siglo viii); D = Deuteronomio
(siglo vii) y P = escrito sacerdotal (siglo vi). El método histórico de las formas
desarrollado sobre todo por H. Gunkel y H. Gressmann, dando un nuevo paso
quiso rastrear la génesis preliteraria de los documentos, llegando a la
conclusión de que éstos no son obra de autores particulares importantes, sino
el legado de una tradición antigua, que luego reunieron ciertas escuelas. Este
método queda completado con el de la historia de la tradición, que estudia el
crecimiento de las tradiciones en diversos círculos transmisores durante su
larga historia hasta llegar a la forma actual.
1. La historia primitiva
e) La alianza con Noé (9, 8-17), como relación firme de Dios, pone a la
humanidad posdiluviana en un nuevo estado de paz y se hace visible en el
signo del arco iris. Como alianza del orden creado, robora el acto de la --
creación, que queda garantizada por Dios, y quita a toda criatura a la
elemental preocupación por su existencia. De ahí que en 9, 1 se reitere la
bendición inicial de 1, 28. La alianza se convierte a la vez en base y punto de
partida para la nueva salvación que se halla en perspectiva, y está abierta a
todos los hombres dispuestos a guardar la ley ética impresa en la misma
naturaleza y que se esfuerzan por mantener una relación personal con Dios.
Frente a una visión escéptica del pasado, según la cual en Gén 12-50 se
trataría de colecciones de leyendas o los patriarcas serían un símbolo de
divinidades humanizadas, se va imponiendo la concepción de que ellos fueron
verdaderas figuras históricas, aunque la Biblia sólo ofrece escasos datos sobre
su vida (cf. W.F. Albright, J. Bright, R. de Vaux). A base de los abundantes
descubrimientos actuales, acerca de aquella época, podemos situarlos entre los
siglos xx-xvr a.C.
Heinrich Groft
GLORIA DE DIOS
«G. de D.», «dar gloria a Dios», «obrar a mayor gloria de Dios» son
expresiones fundamentales del acervo idiomático cristiano. Pero requieren una
interpretación adecuada, pues, si se entendieran en forma demasiado
antropomórfica, no podrían armonizarse con la -->transcendencia de Dios y,
en consecuencia, con su -->amor absolutamente libre y desinteresado, que
determina su actuación en el mundo.
I. En la Escritura
1. «Káböd Yahveh» en el AT
2. La «doxa» en el NT
La gloria del Hijo es también la gloria de los hijos de Dios; él conduce «a los
muchos hijos hacia la gloria» (Heb 2, 10); éstos son participantes de su gloria
(1 Pe 5, 1-4). Según Pablo el justificado ya participa de la gloria escatológica
(2 Cor 3, 18; 4, 17), si bien en forma oculta y esencialmente en ->esperanza
(Rom 8, 18). Hacia esta gloria se dirige la «expectación anhelante» de toda la
creación (Rom 8, 19-23). «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre
los hombres, objeto de su amor» (Lc 2, 14), anuncian las ángeles al aparecer
Jesús en este mundo. La voluntad de Dios es que «el Padre sea glorificado en
el Hijo» (Jn 14, 13; Flp 2, 11). Y también es voluntad de Dios que el Hijo sea
glorificado en los hombres (Jn 17, 1-6). La glorificación de Dios, la de Cristo y
la de los hombres están intrínsecamente relacionadas (2 Cor 4, 15); son
frutos de un amor creciente, que llega a su plenitud en el «día de Cristo» (Flp
1, 9ss; 1 Pe 11, 27; 2 Pe 3, 18). En el ->reino de Dios el ->culto no tendrá
más expresión que la adoración y la acción de gracias en Jesucristo (Rota 16,
27; Jds 24-25; Ap 1, 4-7; 5, 13; ->visión de Dios).
Dios ha creado el mundo, «no para aumentar o adquirir su gloria, sino para
revelar su perfección» (Vaticano i, Dz 1783; cf. 1805). La gloria de Dios es
ante todo su interna perfección ontológica y su autoposesión amorosa en la
santidad. A esta santidad y gloria está ordenada la creación, en la que Dios se
revela, y esta revelación misma es ya la g. de D. «externa»: como «objetiva»
o material. Pero la creación carecería de sentido si, por encima de esta g. de
D. «objetiva», no hubiera seres que con conocimiento y amor libre pueden
responder a la revelación de la gloria de Dios. La g. de D. «objetiva» sólo es
tal como llamada a los seres espirituales para que glorifiquen «formal» y
subjetivamente a Dios. Por eso el hombre negaría su propia esencia si
pretendiera limitarse a la mera g. de D. objetiva (por el simple hecho de
existir). Pero, en cuanto él da gloria a Dios, se perfecciona a sí mismo y recibe
su propio honor por la participación de la gloria de Dios. «El Señor lo ha hecho
todo para comunicarse», dice Tomás comentando Prov 16, 4 (ST 1 q. 44 a.
4); e Ireneo escribe: «A los que ven a Dios, su gloria les da la vida...; la
participación en la vida de Dios consiste en su visión y en el disfrute de sus
bienes...; la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la
visión de Dios» (Ad. haer. lV 19: PG 7, 1035ss).
Humbert Bouéssé
GNOSIS
Los Hechos de los apóstoles (8, 4-25), en la perícopa de Simón Mago (8, 10:
«la gran fuerza»), nos ofrecen un punto de apoyo para la primitiva g. En Ap 2,
6.14ss y 20-24 posiblemente se impugna una forma primitiva de g. libertina.
En Éfeso (2, 6) y Pérgamo (2, 15) aparecen herejes (nicolaítas; sin duda
idénticos con los herejes de Tiatira: 2, 20-24), cuya conexión con los
nicolaítas posteriores (IRENEo, Adv. Haer. 1 26, 3) no está clara. Es posible
que en Jds (cf. 2 Pe 2, 1-22) se impugnen gnósticos del mismo tipo. Éstos
desprecian los poderes angélicos (v. 8), viven desenfrenadamente (v. 8 16
18) y son degradados polémicamente por el autor al nivel de los 4uxtxoc (v.
19). Es problemático si en 1 Jn se polemiza contra herejes de la primitiva g.
(«anticristos»: 2, 18.22), que rechazan la encarnación (4, 2s; cf. 2 Jn v. 7) y
niegan que Jesús sea el Cristo o el Hijo de Dios (2, 22; 4, 14; 5, 5). La
cristología gnóstica reconstruida en la investigación, especialmente con la
ayuda de 1 Jn 5, 6 (cf. Cerinto en IRENEO, Adv. Haer. 1 26, 1), es fruto de
una interpretación insegura. Al investigar el trasfondo y las tendencias de Jn,
desempeña papel importante el modelo del «mito gnóstico del redentor»
(especialmente por el apoyo en textos del -+ mandeísmo), pues este modelo,
que, sin embargo, choca con una creciente oposición, podría facilitar la
comprensión de la cristología de Juan. Ciertamente es posible una influencia
de esquemas gnósticos, al menos en las expresiones gráficas del ascenso y
descenso del redentor (Jn 3, 13; cf. Flp 2, 6-11); pero esas semejanzas no
pueden esclarecer la esencia de los enunciados de Juan, según los cuales la
salvación aparece en el Jesús histórico. En todo caso, Cristo no es presentado
en Juan como el «protohombre redentor», y su obra no consiste en despertar
la mismidad espiritual del gnóstico, hundida en la materia y consubstancial
con el redentor.
Robert Haardt
GNOSTICISMO
Sin duda que con Simón de Samaria (Act 8, 4-25) tenemos atestiguada una
gnosis precristiana en la primera mitad del siglo i. De un discípulo suyo, el
samaritano Menandro (fines del siglo i), dependen Saturnino (Satornilos) de
Antioquía, que propugnó ya en Siria una gnosis «cristianizada», y Basilides,
que enseñó en Alejandría en la primera mitad del siglo ii (lo mismo que su
hijo Isidoro). Cerinto de Asia Menor era contemporáneo de Policarpo de
Esmirna. La gnosis se extendió sobre todo en Egipto, donde el gnóstico más
sobresaliente, Valentín, actuó en Alejandría. Hacia el año 140 llegó a Roma,
pero pronto fue excomulgado y fundó una escuela propia. Marción de Ponto,
que ocupó un lugar preeminente en la gnosis (ninguna especulación sobre
eones, o sobre el yo espiritual procedente del Dios bueno, etcétera), llegó a
Roma hacia el 139 (donde posiblemente recibió la influencia del gnóstico
Cerdón), fue excomulgado el año 144 y fundó una Iglesia propia (por lo
general el gnosticismo se organizó en escuelas y asociaciones mistéricas) con
constitución jerárquica y canon del NT (Lc purificado, 10 cartas de Pablo
igualmente expurgadas). Especialmente el valentinianismo, dividido en una
escuela occidental (itálica: Ptolomeo, Heracleón, etc.) y otra oriental
(Teodoto, Marcos, cuyos seguidores se encontraron con Ireneo en el sur de
Francia. Bardesanes no se puede considerar como valentiniano), se extendió -
lo mismo que la Iglesia marcionita - con rapidez y éxito por casi toda la
oikumene romana. Además de los grupos comunitarios cuyos nombres se
derivan de los jefes de las escuelas, como simonianos, satornilianos,
basilianos, valentinianos, marcionítas, nicolaítas (no parece que procedan del
Nicolás de Ap 6, 5), etc., se formaron muchos grupos más, que en ocasiones
difícilmente pueden distinguirse entre sí, y cuya designación no se deriva de
un jefe de escuela: ofitas (de &pLq), naasenos (de ndhás), barbeliotes ( de la
divinidad femenina de la luz Barbelo), arcónticos (de «arcontes»), setitas
(principalmente del Set bíblico), cainitas (del Caín bíblico), carpocratianos
(seguramente no se remontan a una persona histórica de nombre Carpa
crates [IRENEO, Adv. Haer. 1 25, 1], sino que, más bien, su nombre se debe
al dios egipcio Harpocrates-Horus), etc. Algunas comunidades gnósticas
tuvieron varios siglos de duración (p. ej., el valentinianismo en Egipto hasta el
siglo iv, los marcionitas en Siria hasta el siglo v). Antes de descubrirse las
fuentes originales (transmitidas en copto), a final del s. xix y en el s. xx, la
investigación dependía de los escritos de autores antignósticos, que junto a
exposiciones y citas ofrecen fragmentos de literatura gnóstica (especialmente
valiosos son los restos de los escritos de Valentín, Basílides, Heracleón,
Ptolomeo, etc.). Entre las fuentes originales son de suma importancia el
papiro berolinense 8502, en copto, y sobre todo los papiros de Nag' Hammádi.
Esta literatura se debe especialmente a grupos setitas, barbelo-gnósticos y
valentinianos. El llamado Evangelium veritatis del códice Jung (= codice i de
Nag' Hammádi) presenta entre otras cosas -lo mismo que el Evangelio de
Felipe- rasgos valentinianos. No se puede demostrar que Valentín sea el autor
del Evangelium veritatis copto, ni la identidad de este escrito con el
Evangelium veritatis mencionado por Ireneo (Adv. Haer. iii 11, 9), pero
desconocido por lo demás.
Robert Haardt
GRACIA
A) Disposición a la gracia.
B) Naturaleza de la gracia.
C) Gracia y libertad.
D) Tratado teológico sobre la gracia,
B) NATURALEZA DE LA GRACIA
I. Escritura
1. Antiguo Testamento
2. Nuevo Testamento
En Pablo, por primera vez en Rom encontramos una amplia reflexión sobre
Xaris, y allí se resalta especialmente el momento de la gratuidad. Pero ya en
Gál el lenguaje ha quedado limado, de manera que Xaris en general, es la
salvación dada por Jesucristo, a la que ha sido llamada la comunidad (1, 6).
Pero Xaris es particularmente la fuerza salvífica por la que el apóstol ha sido
puesto a su servicio (1, 15), y el mismo apostolado legítimo (2, 9; cf. Rom 1,
5; 12, 3). Así, en Flp 1, 7, los destinatarios pueden ser llamados compañeros
de g. del apóstol. Por consiguiente, la acción de Dios en la X&p.S no significa
la santificación homogénea de todos los bautizados, sino la economía salvífica
de Dios con sus estructuras. La Xaris tiene fundamentalmente el carácter de
salvación frente al pasado bajo el pecado y, especialmente, frente a la vana
tentativa de conseguir la justicia por medio de las obras hechas bajo la ley
(Gál 2, 21; 5, 4). En su esfera la justicia se alcanza por el Pneuma y por la fe
(Gál 5, 4s). Pero esta gracia se da, no a todos, sino únicamente a los llamados
y elegidos para ella (Gál 1, 6.15; Rom 11, 5); y tampoco se da a todos en la
misma medida, sino que se desarrolla en -> carismas de diversas clases.
Klaus Berger
Johann Auer
1. El punto de partida
b) Explicación sistemática
3. Gracia sanante
b) Visión sistemática
De ahí resulta que la división de todo el tratado de la g., usual después del
concilio de Trento, en una sección sobre la g. actual y otra sobre la g.
habitual, es muy extrínseca y no responde adecuadamente a la unidad y
naturaleza de la única g., que diviniza la naturaleza, las potencias y la
autorrealización del hombre. Todas las gracias actuales son el desarrollo
dinámico de la única g. divinizante en los actos del hombre, bien como
ofrecida (g. actual para la justificación), o bien como ya aceptada (g. actual
para el mérito del hombre ya justificado). Sólo se distinguen entre sí por los
distintos grados de aceptación existencial de esta g. única (g. para la mera fe,
para la fe que espera, para el amor que integra en sí la fe).
Lo mismo hemos de decir sobre la doctrina de que, a la larga, sin esta ayuda
no puede observarse (ni se observa) la «substancia» de la ley natural. Por
otra parte, como se debe mantener, contra los reformadores, Bayo y el
jansenismo (cf. también --> agustinismo, B), que los no justificados pueden
hacer actos saludables con ayuda de la g., y que por la ausencia (supuesta)
de ésta no todo acto se convierte en un nuevo pecado (Dz 817s 1025 1035
1037 1040 1297s 1301 1395 1409 1523 etc.); se desprende como
consecuencia que la absoluta necesidad de la g. salvífica para el acto
saludable y el auxilio sólo relativo para el obrar moral dentro de la ley natural
(«acto honesto») no pueden ser simplemente dos aspectos de una sola y
misma acción divina en el hombre, sino que el auxilio sanante y la g.
sobrenatural han de distinguirse entre sí. Esto implica que el auxilio medicinal
puede entenderse como externo, e igualmente la posibilidad de que en la
teología católica todavía esté abierta la cuestión de si la g. sanante en cuanto
tal (incluso como meramente suficiente) es o no indebida en todo caso, y de si
ha de considerarse siempre como g. de Cristo. Sin embargo, la relación entre
estos dos auxilios de la g. no queda completamente explicada con esta
necesaria distinción.
Karl Rahner
C) GRACIA Y LIBERTAD
I. El problema
2. Molinismo
V. Conclusión
No cabe poner en duda dos hechos seguros porque no podamos, o bien explicar
el uno del otro, o bien deducirlos de un tercero, o bien mostrar un tercer cómo y
por qué de su coexistencia. Tales hechos son la procedencia total de Dios y la
libertad autónoma.
3. Algo parecido hemos de decir sobre la acción moralmente mala (-> pecado y
culpa). Ésta es ineludiblemente nuestra acción y, sin embargo, todo lo que en
ella requiere un origen procede de Dios. Pero el acto bueno y el malo, el bien y
el mal, ni en el plano moral ni en el ontológico son dos posibilidades
completamente iguales de la libertad. El -> mal, tanto en el origen de su
libertad como en su objetivación, es menos ser y menos libertad. En este
sentido puede y debe decirse que el mal, en su deficiencia como tal, no requiere
ninguna procedencia de Dios. Esta observación no resuelve el problema de la
relación entre Dios y el mal uso de la libertad, pero muestra la posibilidad de
reservar a la criatura sola algo que, ni puede derivarse de Dios (como la acción
buena), ni ha de devolverse a él con gratitud como g. suya.
Karl Rahner
I. Esencia y división
1. Los padres apostólicos y los teólogos de los dos primeros siglos repiten la
doctrina de la Escritura, ora recalcando sobriamente, las exigencias morales,
ora aplicando inicialmente la terminología helenística de la «divinización». Se
inicia también (Pastor de Hermas, Tertuliano) una primera reflexión teológica
sobre la posibilidad de una pérdida y recuperación de la gracia bautismal.
Karl Rahner
GUERRA
I. El fenómeno de la guerra
René Coste
GUERRAS DE RELIGIÓN
La sociedad por su esencia constituye un complejo movimiento de reflexión.
Por un lado, todo hecho, como realidad que tiene un sentido interpersonal,
queda integrado en un contexto de significación. Por otro lado, toda
inteligencia común de las significaciones sociales se traduce a una objetividad
material. En consecuencia una g. como acto nunca es solamente el conjunto
de acciones político-militares, sino que, con el mismo realismo, tiene también
la significación que le dan las sociedades beligerantes. En cuanto esta
significación refleja, como toda actividad de la reflexión, aspira a lograr su
plenitud en una realidad que tenga un sentido absolutamente satisfactorio y,
en este dinamismo, presenta necesaria y esencialmente una dimensión
religiosa (dando aquí a la palabra «religión» la acepción de sentido social
absoluto), una g., como todo suceso social, tiene también su importancia
religiosa y así, en última instancia, es siempre una g. de r. Sin embargo,
según las maneras fundamentales como se puede realizar la sociedad, entre
los distintos tipos posibles de conflictos guerreros, desde el punto de vista de
su importancia religiosa se pueden distinguir dos tipos diferentes en principio,
de los cuales sólo el segundo ha de considerarse específicamente como guerra
de religión.
Este intento todavía tuvo éxito en la guerra contra los albigenses (1181;
1209-29), que fue proclamada como una cruzada de la sociedad contra los ->
cátaros, pero tuvo, más bien, el carácter de una acción policíaca por parte de
las autoridades políticas y religiosas. También en la guerra contra los husitas,
declarada asimismo en 1420 con una bula de cruzada, la «cristiandad» actuó
todavía contra los herejes como un cuerpo social unitario bajo la guía común
del papa y del emperador. Pero ya aquí (tanto en lo militar como en lo
jurídico: «compactatos de Praga») se pudo imponer ampliamente dentro de la
Iglesia y del imperio un grupo separado política y nacionalmente y, al
principio, también en el aspecto religioso.
Konrad Hecker
HÁBITO
I. Concepto
Se introduce el concepto de h. para poder entender la acción humana en su
peculiaridad. El hombre, porque y en cuanto es espíritu que se realiza con -->
libertad, no sólo se encuentra a sí mismo como un hecho dado, sino en primer
término y sobre todo como tarea. Por medio de su acción y en ella debe hacerse
el que es y debe ser. Este «ser su propia tarea» no significa una total
indeterminación, de manera que el hombre debería situarse en cada caso ante
un comienzo absoluto. Más bien, la acción esipritual y libre del hombre siempre
tiene lugar a partir de una determinación subjetiva, que precede a cada acción y
penetra en todo acto dándole su configuración. Esta determinación subjetiva
recibe el nombre de h. en cuanto: a) no se puede deducir en su esencia de una
definición formal de la ->naturaleza y, por consiguiente, podría ser de otra
manera; b) en cada caso refiere la acción del hombre a éste como un todo, es
decir, en su bondad o maldad. Este h. sólo en sentido análogo puede ser un
estado corporal (salud, enfermedad, etc.). Pues, de suyo, únicamente
determinan la acción espiritual y libre en cuanto tal aquellos modos del ser
humano que refieren esta acción, realizada en el mundo, a lo absoluto de la -+
verdad y del -> amor. Estos modos de ser se caracterizan, pues, por su
tendencia a lo absoluto: son los modos de existencia. El h. es la determinación
de la -> existencia en cuanto ésta está orientada hacia la acción del hombre.
Con esto hemos acercado el concepto de h. al de -> existencial. En efecto,
también los existenciales se refieren a aquellas estructuras fundamentales de la
existencia (del tender a lo absoluto en medio del mundo) que no se desprenden
de una definición esencial, abstracta y formal, sino que determinan el ser
concreto del hombre. Y en cuanto la existencia es también un tender a la
acción, los existenciales son también hábitos. De todos modos, en cuanto los
hábitos no sólo se refieren, como los existenciales, a las estructuras
fundamentales de la existencia, sino también a sus diferenciaciones individuales
en cada una de las personalidades, abarcan más determinaciones de la
existencia que los existenciales.
III. Importancia
Oswald Schwemmer
HAGIOGRAFÍA
2. Fuentes de la hagiografía
Junto a las noticias literarias en forma de cartas a los relatos sobre martirios y a
otras exposiciones históricas de muy diversa índole, pertenecientes a distintas
épocas y con muy diverso grado de seguridad histórica, hay que mencionar
primeramente las inscripciones, y ante todo las de los tiempos más primitivos,
que en letras torpemente grabadas traen el nombre del testigo juntamente con
la designación: «mártir». Pronto se multiplicaron las inscripciones; es
importante que el historiador sepa separar aquí la parte legendaria,
fuertemente elaborada, del núcleo histórico. Ocupan un lugar especial, en lo que
se refiere a la época del cristianismo primitivo, los llamados epigrammata
Damasiana, o sea, las inscripciones que el papa Dámaso i (366-384) hizo
preparar para las tumbas de los mártires. Es cierto que los 59 epigramas
todavía conservados, con frecuencia tan sólo contienen detalles del tiempo de la
persecución, y que estas pocas indicaciones generalmente no proceden de
testigos oculares inmediatos. A pesar de esto no se puede negar su valor para
la historia de la veneración de los santos, y para la de los mártires del
cristianismo primitivo, como complemento de otras informaciones seguras.
Además hay que mencionar los relatos de milagros y la historia de las ->
reliquias, los documentos de fundaciones, los patrocinios y las tradiciones
locales. También los sermones tienen aquí cierta función, especialmente en los
siglos vi-vmmm los llamados laudatio, panegyrikon y enkomion. Según el fin
para el que se expone la vida de algún santo, bien sea el uso litúrgico o bien el
privado, se adoptan diversas formas de exposición; a veces un mismo
hagiógrafo elabora ambos géneros literarios.
La otra forma está representada por las Acta, los protocolos de los procesos,
que, sin embargo, sólo al principio y al final, ofrecen breves referencias al
martirio. Por lo demás, se limitan a la reproducción del proceso judicial; pero,
en general, se trata «de una forma literaria y no de los protocolos oficiales del
juicio» (ALTANER-STUIBER 90). Son importantes las actas de Justino y de sus
compañeros (hacia el 165); las de los mártires de Scili (180), que representan a
la vez el más antiguo escrito fechado del cristianismo en lengua latina; y las
Acta proconsularia de Cipriano de Cartago, que informan de manera bastante
fidedigna sobre el destierro, el proceso y la muerte de este obispo. A esos
documentos, escritos por coetáneos y seguros en general, se añaden en el siglo
iv las leyendas de los mártires, entre las que se cuentan también los relatos
acerca de los mártires romanos Hipólito, Lorenzo y Sixto, Cecilia, Inés,
Sebastián, los «cuatro Coronados» y Juan y Pablo.
4. La hagiografía moderna
Ekkart Sauser
Los H. de los a. son como la segunda parte de una obra Ad Theophilum, cuya
primera parte es el Evangelio de Lucas. Los títulos actuales datan sin duda del
siglo II. El propósito del libro está indicado en 1, 8: referir el testimonio que
los apóstoles, después de haber recibido el Espíritu Santo, dan primeramente
en Jerusalén, luego en Judea y en Samaría y hasta los extremos de la tierra.
La obra se divide en dos grandes partes.
III. El texto
V. El fin
VII. La teología
Jacques Dupon
HELENISMO Y CRISTIANISMO
1. Concepto.
Entre los intentos que ahora se hacen por reducir el c. a una religión natural o
a un -> humanismo racional (J.J. Rousseau), se produce asimismo un
alejamiento de los dogmas de la Iglesia partiendo de una visión
antropocéntrica. Por otra parte, bajo el influjo de la idea de progreso, el
problema de la helenización pasa a un segundo término; esto hace posible
sobre todo la trasposición de lo esencialmente cristiano a la autoconciencia
religiosa (F.D.E. Schleiermacher), reconociendo como provisional la forma de
expresión de cada época. La irrupción del pensamiento historicista conduce
finalmente en el campo protestante a una interpretación de la decadencia en
el sentido de la historia de los dogmas. A. v. Harnack describe el dogma como
«la obra del espíritu griego en el terreno del evangelio (HL u ACK, DG i, 20),
excluyendo además los elementos judeocristianos; une el proceso creciente
de mundanización con el desarrollo del dogma eclesiástico. Su interpretación
del desarrollo histórico como decadencia salva en todo caso el cristianismo
bíblico (sola Scriptura), aunque al precio de la objetividad histórica. Por otra
parte, los representantes católicos de la historia de los dogmas apenas logran
establecer una relación con la historia, preocupados como están por
demostrar la identidad entre las aserciones bíblicas y las fórmulas dogmáticas.
La problemática planteada por el h. y el c. repercute así hasta el momento
presente de la discusión teológica.
4. Juicio crítico.
Peter Stockmeier
HEREJÍA, HEREJE
1. En el Nuevo Testamento
Heribert Heinemann
HEREJÍAS, HISTORIA DE LAS
I. Reflexiones generales
a) Una herejía seria y con vitalidad histórica tiene sus largos antecedentes en
la historia de la -> teología y de los dogmas de la Iglesia misma, antes de
llegar al «no» del -> magisterio y al --> cisma de los herejes. Y estos
antecedentes intraeclesiásticos siempre, o la mayoría de las veces
(humanamente hablando), sólo son inteligibles como inevitable crisis de
crecimiento en la evolución histórica del dogma o de la conciencia creyente
dentro de la Iglesia cristiana. Hasta tal punto que a menudo lo
verdaderamente trágico y culpable de esta herejía sólo se da por el hecho de
que ella se desliga de la unidad de la Iglesia y de la historia de su fe, y se
aísla en Iglesias independientes, bien sea por impaciencia herética y cismática
de los verdaderos e inmediatos actores de la historia, bien sea por reacción,
legítima desde luego, pero en cierto modo impaciente del magisterio
eclesiástico contra tal herejía, la cual, pasando por momentos unilaterales y
por una problemática abierta de suyo debería alcanzar su fin dentro de la
Iglesia, el fin de un verdadero crecimiento del intellectus fidei. Y esta función
positiva de la h. de las h. para la Iglesia y su crecimiento en la fe no se
interrumpe enteramente por el hecho de que la h. de las h., después de los
mutuos anatemas, se desarrolle fuera de la Iglesia. Si se reflexiona sobre todo
esto, una historia católica y teológica de las herejías (que no sea mero
capítulo de la historia del espíritu), sólo puede enfocarse como un ingrediente
de la historia de los dogmas (aunque por razones técnicas de trabajo, se la
exponga separadamente). En otro caso, esa historia estaría ciega para la
verdadera naturaleza, para el origen y sentido de la h. de las h. dentro de la
historia de la salvación. Esto tiene validez sobre todo si se piensa que, de una
parte, la fe dada por Dios nunca puede entenderse a sí misma como mera
antítesis frente a un error humano, sino que ha de entenderse como la
universal verdad superior, de la cual declina el error seleccionando tan sólo
ciertos momentos (herejía) y separadamente (cisma); y que, de otra parte la
vitalidad histórica de una herejía no se explica nunca por el error como tal (en
cuanto mera negación), sino por la verdad (parcial) que queda en ella. Por
tanto, la Iglesia puede conectar su propia verdad plena con los momentos
parciales que desarrollan su poderío histórico en la herejía.
a) La serie se inicia con la herejía reaccionaria del judaísmo (al que combate
primero Pablo), que niega la posición fundamentalmente nueva del
cristianismo en' la historia de la salvación. El extremo opuesto se da en
Marción, que niega toda continuidad entre la historia salvífica del Antiguo
Testamento y la del Nuevo.
c) Las herejías cristológicas del siglo v (-> nestorianismo, -> monofisismo, ->
monotelismo) son por de pronto herejías particulares y antidialécticas que,
siguiendo una sola dirección, sin dialéctica alguna, tratan de sistematizar el
misterio de la relación entre Dios y el mundo en Cristo ya en forma
racionalista (nestorianismo), ya en una filosofía mística de la identidad.
Karl Rahner
HERMENÉUTICA
Karl Lehmann
HERMENÉUTICA BÍBLICA
1. Principios generales
Anton Vögtle
HIGIENE MENTAL
Con su definición de la «dietética del alma» como la «teoría sobre los medios
con que se guarda la salud del alma misma» (Zur Diätetik der Seele [W
18381), E. Frh. v. Feuchtersleben marcó la importancia y necesidad de cuidar
y mantener sano no sólo el cuerpo, sino también el alma. Lo que, actualmente
entendemos por h.m. o cuidado de la salud psíquica, coincide completamente
en su finalidad con esta definición.
Como movimiento moderno la h.m. fue creada en los Estados Unidos el año
1908 por obra de C.W. Beers (A Mind that found itself [Lo 19081). El iniciador
llamó la atención del público sobre la situación en los manicomios (que él
conocía por sus propios ojos) y exigió su mejora, así como medidas que
evitaran la aparición de perturbaciones psíquicas. Después de retrocesos
durante las dos guerras mundiales, la idea se difundió a partir de 1945.
Promovida por J.R. Rees, se fundó la World Federation f or Mental Health
(organización internacional para la salud mental); en la mayoría de los
Estados existen ramas nacionales de la organización, que se dedican a la
aplicación práctica de la higiene mental.
La h.m. tiene por objeto, de una parte, combatir con la máxima eficacia las
perturbaciones psíquicas ya existentes y, de otra, actuar profilácticamente
(prevenir es mejor que curar). Si se quiere practicar la h.m. en este doble
sentido, es indispensable: a) tener en cuenta los modernos conocimientos
científicos sobre el origen y el desarrollo ulterior de las enfermedades
psíquicas; b) fundar cada vez más instituciones que apliquen estos
conocimientos para bien del individuo y de la población. Esta aplicación
práctica comprende dos grandes campos de tarea:
Erwin Ringel
HILEMORFISMO
Herbert Scheit
HISTORIA E HISTORICIDAD
I. Concepto
De acuerdo con este espíritu escribe Polilibio (sobre el año 201 hasta el 120
a.C.) la primera gran h. de Roma, uniendo las razones geográficas, climáticas
y otras causas impersonales con las causas personales, y por primera vez
pone de manifiesto la fusión entre los destinos particulares de las naciones.
Además, precisamente en él aparece con claridad la función de servicio de la
historiografía. Polibio se propone legitimar la soberanía romana, mostrando
cómo se formó de acuerdo con la ley natural, y justificar la política práctica
del presente. Por el contrario, en las obras de Salustio (86-35 a.C.) y de
Tácito (55-120 d.C.) la h. pasa a ser crítica de un presente en decadencia.
Pero las reflexiones morales quedan sin efecto. La experiencia natural del
florecimiento y del ocaso, aplicada ya desde el principio a las diversas épocas
culturales, justifica la retirada pesimista del retorno absurdo de la ascensión y
la caída.
433
espíritu. Así como el individuo (incluso el gran hombre) está al servicio del
espíritu del pueblo, de igual manera los espíritus de los pueblos son
momentos en el desarrollo del espíritu universal en la h. del mundo. De este
modo cada forma tiene su valor peculiar, pero, propiamente, no en cuanto
organismo autónomo, sino como momento que se disuelve en la forma
conjunta del espíritu del mundo en su proceso de realización. «La historia
universal es el progreso en la conciencia de la libertad, un progreso que
hemos de conocer en su necesidad» (G. LASSON, Philosophie der
Weltgeschichte, t 40). Pero su meta es la libertad del saber del absoluto,
dentro del cual todo lo individual queda liberado de sí mismo. De ahí que este
gran intento del pensamiento histórico, que envolvió todo el material entonces
conocido para comprenderlo, provocara inmediatamente la crítica de que lo
individual y sobre todo el individuo, la libertad y la h., solamente pueden
comprenderse al precio de quedar disueltos en la idea y, por tanto, no como
son en sí mismos.
Con esto la cuestión acerca de la h. se libera del círculo limitado de una teoría
sobre las ciencias del espíritu, para ocuparse con el análisis del hombre en
general. La pregunta por su h. es abordada desde la cuestión de su hi. (y sólo
a partir de ahí es posible también una teoría de las ciencias del espíritu, que
han de tratar de lo fáctico e individual, y por ello no se fundamentarán
legítimamente mientras las formas históricas sean entendidas como
realizaciones accesorias, secundarias, de un universal). Con esta cuestión se
llega explícitamente a un planteamiento ontológico, al intento de una nueva
ontología que, lejos de pretender eliminar la tradicional ontología metafísica
de la esencia, procura más bien restablecer mediante un pensamiento que ya
no dispone de la realidad mediante el procedimiento universal y racional,
técnico y metódico, sino que aceptando su propia hi., se deja aprehender por
el «destino del ser» y permite que éste disponga de él. Estas breves
indicaciones no son un relato de la h. del pensamiento; son simplemente un
enfoque objetivo y sistemático del problema (también es una consecuencia
ineludible de las intuiciones de Dilthey el hecho de que en filosofía [lo mismo
que en teología] la consideración histórica y la sistemática son inseparables
por principio). El acceso a este enfoque lo da la reflexión sobre la existencia
singular del hombre, pues en él y para él está ahí el ser.
1. El hombre histórico
Por tanto, del mismo modo que el pasado quiere ser aceptado como
desaparecido y conservado, así también, el hombre tiene que aceptar el futuro
como algo que llega y a la vez como algo que está por venir, es decir, con ->
esperanza y apertura, pues en él no sólo llega el pasado, sino también la
exigencia de su consumación. Con esto se abre la posibilidad de distanciarse
del pasado fáctico, la de asumirlo con actitud de -> arrepentimiento y
revolución.
Pero con esto el concepto de hi., cuyo estudio nos ha impuesto el concepto de
h., remite nuevamente a ésta, pues la hi. se ha mostrado como fundamento
de posibilidad de la h. en cuanto estructura, cuyo sentido y contenido debe
ser la concreta h. fáctica.
De esta manera la h. indeductible (es decir, que en cada caso procede tan
sólo del acontecer interpersonal y de su decisión originaria) no sólo llena la
hi., sino que además la transforma. Y en la transformación de la hi. la h. es a
su vez histórica, o sea, aunque la h. es siempre idéntica, sin embargo no es
siempre igual, así como el hombre y su h. no son siempre lo mismo a pesar
de su identidad.
Peter Hünermann
HISTORIA, TEOLOGÍA DE LA
I. El problema
1. Historia
2. Método
Por otra parte, en virtud del carisma de la profecía, la Iglesia tiene que
orientar su mensaje de cara a cada kairos y así con dominio del tiempo y en
conformidad con la historia (y no sólo con las cosas); debe entender los
«signos del tiempo» (Mt 16, 4). Esto exige una lógica de conocimiento
existencial y kairológico (-> discreción de espíritus), la cual, sin embargo,
como no puede reducirse plenamente a un método, ha de realizarse de nuevo
en cada momento con obediencia a la cruz y con la audacia del amor.
2. Configuración histórica del mundo: -a trabajo, -> cultura, -> ciencia, ->
técnica, -> sociología, -> política.
OBRAS SISTEMÁTIcAS: J. Bernhart, Der Sinn der Geschichte (Fr 1931); Barth
KD 1/2 11/2 111/2; Th. Haecker, Der Christ und die Geschichte (L 1935); 0.
Bauhofer, Das Geheimnis der Zeiten (Mn 1935); H. Thielicke, Geschichte und
Existenz (Gü 1935, 21964); A. Schütz, Gott in der Geschichte (Sa 1936), tr.
cast.: Dios en la historia (Studium Ma); Ph. Dessauer, Der Anfang und das
Ende (L 1939); A. Delp, Der Mensch und die Geschichte (Colmar 1940); idem,
Weltgeschichte und Heilsgeschichte: StdZ 138 (1941) 245-254; R. G.
Collingwood, The Idea of History (0 1946);,E. Rosenstock-Huessy, The
Christian Future or the Modern Mind Outrun (NY 1946); H. Rahner, Grundzüge
katholischer Geschichtstheologie: StdZ 140 (1947) 408-427; G. Krüger, Die
Geschichte im Denken der Gegenwart (F 1947); L. Bouyer, Christianisme et
eschatologie: Vie intellectueIle 16 (1948) 6-36; K. Thieme, Gott und
Geschichte (Fr 1948); E.-C. Rast, The Christian Understanding of History (Lo
1948); R. Niebuhr, Faith and History (NY 1949); F. Delekat, Der gegenwärtige
Christus (St 1949); H. Butterfield, Christianity and History (Lo 1949), tr.
cast.: Cristianismo e historia (C Lohlé B Aires); N. Berdjajew, Sentido de la
historia (Araluce Ba 1965); G. Ebeling, Die Bedeutung der der historisch-
kritischen Methode: ZThK 47 (1950) 1-46; E. Castelli, I presupposti di una
teologia della storia (Mi 1952); F. Gogarten, Verhängnis und Hoffnung der
Neuzeit (St 1953); G. Ebeling, Die Geschichtlichkeit der Kirche und ihrer
Verkündigung als theologisches Problem (Sammlung gemeinverständlicher
Vorträge 207-208) (T 1954); G. Thils, Theologie der irdischen Wirklichkeit (Sa
1955), tr. cast.: Teología de las realidades terrenas 2 vols. (Desclée B Aires);
F. Gogarten, Der Mensch zwischen Gott und Welt (St 31956); J. Daniélou,
Essai sur le mystére de l'histoire (P 1953); R. Spaemann, Weltgeschichte und
Heilsglaube: Hochland 50 (1957-1958) 297-311; R. Bullmann, Geschichte und
Eschatologie (T 1958); H. U. v. Balthasar. Teología de la historia (Guad Ma
21964); W. Pannenberg, Heilsgeschehen und Geschichte: KuD 5 (1959) 218-
237; P. Teilhard de Chardin, El fenómeno humano (Taurus Ma 1963); W.
Pannenberg (dir.), Offenbarung als Geschichte (Gö 1961); Rahner V 115-134
135-156; P. Teilhard de Chardin, El porvenir del hombre (Taurus Ma 1962); H.
U. v. Balthasar, Das Ganze im Fragment. Aspekte der Geschichtstheologie (Ei
1963); P. Schütz, Freiheit - Hoffnung - Prophetie (Gesammelte Werke III) (H
1963); P. Tillich, Der Widerstreit von Raum und Zeit (Gesammelte Werke VI)
(St 1963); J. Moltmann, Theologie der Hoffnung (Mn 1964); W. Kasper,
Grundlinien einer Theologie der Geschichte: ThQ 144 (1964) 129-169; G.
Ebeling, Zeit und Wort: Zeit und Geschichte. Dankesgabe an R. Bultmann,
bajo la dir. de E. Dinkler (T 1964) 341356; G. Gloege, Heilsgeschehen und
Welt 1 (Gö 1965); J. Mouroux, El misterio del tiempo (Estela Ba 1965); G.
Saurer, Zukunft und Verheißung (Z - St 1965).
Walter Kasper
HISTORIA UNIVERSAL
Esta unidad surge más bien del hecho de que el hombre entiende siempre su
mundo eventual como el «único mundo». Desde el comienzo la historia
aparece siempre como h.u. a través de todo el regionalismo de los
fenómenos; así cuando una pareja mítica fundadora de una estirpe se
interpreta simplemente como la primera pareja humana, o cuando los grandes
imperios de cultura superior se entienden a sí mismos como un «imperio
universal». Todo simbolismo cultural en su individualidad histórica es siempre
y simultáneamente un símbolo del mundo y de la humanidad. Hasta la
uniformidad de las innovaciones que surgen dentro de las culturas particulares
con independencia mutua, tiene por base una estructura unitaria de la h.u.,
mucho antes de que ésta pueda ser experimentada en una unidad conjunta de
los sucesos y por mucho que la difusión de las instituciones en la historia
primitiva y antigua a través de amplios espacios se asemeje a un proceso
natural, tal difusión se realiza sin embargo en un proceso histórico de
transmisiones y recepciones, que evidencia unas formas elementales de h.u.
La unidad de la historia como h.u. se refleja en cada interpretación histórica,
que siempre se interesa por la historia en general y no sabe de una pluralidad
de «historias»; e igualmente el -> mito, que no es ahistórico sino más bien
una manera peculiar de experiencia histórica, es siempre un mito único y
universal.
Así, pues, hay que examinar el carácter universal y humano en los fenómenos
históricos particulares de todas las culturas, que con esa relación universal no
quedan reducidas a mera «prehistoria» de la h.u. que acontece
concretamente desde el siglo xv; ni se las despoja de su peculiaridad, antes
bien, sólo así se las entiende en su esencial individualidad y universalidad. Sin
embargo, el comienzo de la h.u. que de hecho acontece en Europa desde el
siglo xv sigue siendo una época de la h.u., época que es comprendida en la
ilustración. Y aunque ahí se ve que el eurocentrismo de la h.u. no es sólo de
perspectiva sino también de hecho, es preciso preguntar por la historicidad
universal de los fenómenos en todos los tiempos, si se quiere comprender la
h.u. en su unidad como historia de la humanidad. Es, el problema que se
plantea el hombre sobre su universalidad histórica y que él necesita entender
para entenderse a sí mismo en la crisis en que lo ha metido la marcha de la
historia mediado el siglo xx. De ahí puede surgir, pese a todas las
diferenciaciones que deben mantenerse, una nueva correspondencia entre la
universalidad de la historia sagrada y la universalidad de la historia profana
perceptible en la misma historia universal.
Si la historia tiene su unidad como h.u. (1), si esta unidad se concibe como un
movimiento progresivo (2), y si este movimiento ha producido sin duda el
«mundo uno», ¿no ha llegado de hecho la historia como h.u. a su término, si
no concluso hoy día (en la «coexistencia» transitoria), sí por lo menos
concluible mañana? ¿Hacia dónde, pues, hay que «seguir»? Esta pregunta se
la hace el materialismo histórico, respondiendo con la tesis de la persistencia
del proceso dialéctico en la sociedad comunista final, proceso que no
necesitará ya de su motor histórico-universal, el cual es el antagonismo social.
En el mundo occidental (caso de que los pesimistas no tengan razón) se teme
esta persistencia como «aburrimiento», y las respuestas varían desde la
«configuración del tiempo libre» hasta la esperanza en la plena libertad para
la humanidad, facilitada por la liberación del hambre, de la guerra y de todas
las miserias semejantes, que quedarán desterradas por la organización
económica y política de la sociedad mundial. La utopía parece haberse hecho
imposible, porque el factor metahistórico, la imposibilidad de la utopía,
aparentemente se ha hecho posible, con variaciones en el «mundo
occidental», lo mismo que en la doctrina del materialismo histórico.
Oskar Köhler
HISTORICISMO
I. Concepto.
Los primeros indicios de una historia moderna y crítica se hallan en los siglos
xvi y xvii, y están en estrecha conexión con la penetración del empirismo
asistemático en la ciencia postescolástica. Fueron pasos importantes en el
camino hacia el h. el hecho de que la historia se liberara de la cronología
bíblica (J. Bodin) y el primer esbozo de una teoría de la ciencia histórica en el
siglo xviii (G. Vico).
Así se explica que la irrupción del h., la cual tuvo lugar al finalizar la
ilustración en el Sturm und Drang y el romanticismo, se caracterice muy
decisivamente por la oposición al racionalismo de la Ilustración y a la praxis
mecánica de gobierno en el Estado absolutista. Él fundó una visión profunda
del mundo histórico, que repercutió fuertemente sobre la política y la ciencia
del siglo xix. Frente a la idea de una naturaleza humana inmutable y al hecho
de que la razón concediera a lo histórico un valor meramente relativo, Herder
defendió el carácter singular (que no puede deducirse de una ley general) de
la individualidad de cada pueblo y sustituyó el pensamiento pragmático del
progreso por una visión que resalta la independencia de las edades
particulares. La formación orgánica y el crecimiento natural de los Estados
sustituyen en Möser, Burke y Savigny (escuela histórica del derecho) la
causalidad mecánica y la acción planificada. En estética, la voluntad del genio
arrumbó las reglas (Shaftesbury, Diderot) La transformación de la idea de
revelación en la de evolución (Lessing) y la concepción de los pueblos como
«pensamientos de Dios» (Herder), hicieron surgir una inteligencia de la
historia que interpretaba el proceso histórico como realización paulatina de la
vida espiritual infundida por Dios a la humanidad. Esta universal visión
histórica alcanzó su punto culminante en la obra de Ranke, que entiende la
historia de la humanidad como «variedad infinita de evoluciones que van
apareciendo poco a poco», donde cada época es «inmediata respecto a Dios».
En contraste con el pensamiento histórico de Hegel, que parte de la
ilustración, este h. no comprende la historia como un gradual llegar a sí
mismo del espíritu absoluto, al que se subordina el movimiento propio de las
individualidades. Más bien, en el h. están en recíproca relación, rica en
tensiones, la idea de evolución y la de individualidad; y esa relación no
permite ni un deslizamiento hacia el relativismo de infinitos fenómenos
igualmente justificados, ni un determinismo histórico anulador de la
individualidad.
La moderna crítica del h. (K. Löwith, E. Topitsch) tiende a buscar las raíces
históricas del h. sobre todo en la secularización de ideas de la historia de
salvación y en la trasposición de la especulación sobre el orden cosmológico al
ámbito histórico. Pero esa transformación secularizante ha sido a la vez, como
hoy se reconoce con más claridad, la causa de la crisis posterior de esta forma
de pensar. Aquí, el fracaso de una interpretación general del «mundo como
historia», no sólo va unido a la deficiente capacidad filosófica de la
historiografía, la cual, como ciencia empírica, no puede ofrecer una imagen
total del cosmos histórico. sino que también es consecuencia necesaria de la
tentativa teológicamente problemática de disolver en el reino mundano el
designio divino de salvación, bien en una marcha metafísica del espíritu
(Hegel), o bien en el continuum ilimitado de una historia universal del espíritu
(Dilthey). Aunque es cierto que el h. ha fracasado como sistema de
interpretación total del mundo, como sustitutivo de la metafísica y «última
religión del hombre culto» (Croce), no por eso pueden anularse simplemente
los resultados de la consideración histórica del mundo. Por muy problemática
que sea una generalización de la relatividad de la existencia descubierta por el
h., igualmente dudosa sería, por otra parte, la tentativa de huir del
conocimiento de la historicidad fáctica para refugiarse en una teoría sobre la
naturaleza atemporal del hombre, o en una concepción cíclica de la historia,
entendiéndola como repetición de lo que permanece siempre igual. Más bien,
como límite de los esbozos atemporales y de los intentos de conceder un valor
absoluto a lo terreno y político, el pensamiento histórico conserva su valor
incluso cuando renuncia (a diferencia del h.) a considerar la historia como la
esfera absolutamente importante para el hombre. Precisamente entonces
puede tener su función como correctivo de un afán de configurar el mundo
autónomamente.
FUENTES: G. Vico, Principi di una scienza nuova intomo alla natura delle
nazioni (Na 1725, 21744), nueva edición bajo el título: La scienza nuova, ed.
F. Nicolini (Bari 1911-16 [3 vols], 31942 [2 vols.]); J. G. Herder, Auch eine
Philosophie der Geschichte zur Bildung der Menschheit (Sämtliche Werke, bajo
la dir. de Suphan, V (Riga - L 1774); idem, Ideen zur Philosophie der
Geschichte der Menschheit 4 vols. (ibid. vol. XIII, XIV) (Riga - L 17841791).
Hans Maler
HOMBRE
Los reparos contra la definición del h. como animal racional pueden reducirse
a las siguientes objeciones. En ella no se expresa suficientemente la
estructura verbal e histórica del hombre. Además, esta definición puede
entenderse fácilmente, aunque no necesariamente, en sentido dualista.
Finalmente, a los hombres de hoy nos resulta en absoluto problemático que
pueda expresarse en una definición adecuada lo que «es» el hombre.
2. Mirada histórica
Joseph Möller
Los enunciados neotestamentarios sobre el h., por razón de su enlace con los
escritos del AT y del judaísmo, constituyen una unidad relativa, en cuanto se
los enjuicia «antropológica» o «psicológicamente». Pero este enjuiciamiento
carece de importancia frente al aspecto teológico y sobre todo cristológico
bajo el que se mira la imagen del h. Pero aquí aparecen diferencias
considerables en los distintos escritores neotestamentarios, condicionadas por
el hecho de que entraron en acción no sólo distintos «teólogos», sino también
comunidades de diversa orientación teológica en el empeño de responder a la
única pregunta importante de la salvación o perdición. Sobre todo este tema
cf. también -> antropología ii (antropología bíblica).
Alexander Sand
c) El alma del h. es definida como racional e intelectual (Dz 148 216 255 290
338 344 393 422 480 738), sin que se intente directamente describir con más
precisión esta racionalidad (que a la postre queda plenamente afirmada,
aunque de forma indirecta, por la doctrina sobre la posibilidad racional de
conocer a Dios: Dz 1806). En cambio, se resalta y define que el principio
espiritual en el hombre mismo es individual (Dz 738). Igualmente se define y
enseña una y otra vez la libertad del h. espiritual (aun en su relación con
Dios: Dz 129s 133ss 140 174 181 186 316s 322 348 776 793 797 1027s
1039 1065ss 1093ss 1291 1360s 1912 1914). El «alma» del h. es «inmortal»
(Dz 738; -> inmortalidad, ->resurrección de la carne).
f) Este h., desde el estado primitivo (Dz 788), ha sido llamado libremente por
Dios a la -> revelación y a la -> gracia para entrar en comunicación
sobrenatural con él (comunicación de -> Dios mismo; Dz 10011007 1021
1671 1786), llamamiento que no ha sido anulado ni siquiera por la situación
del -> pecado original (y sus consecuencias: Dz 174 788s 793 1643ss), sino
que permanece por razón de -4 Jesucristo (-> redención), y en él se ha hecho
escatológicamente definitivo. Este llamamiento es la entelequia más íntima de
la historia de la salvación eterna y se consuma en la visión de Dios.
2. Exposición sistemática
a) Reflexiones previas
3º. El conocimiento del h. acerca de sí mismo, el cual, dada la unidad del h.,
tiende a la unidad cognoscitiva, está siempre condicionado por una pluralidad
de experiencias, que no pueden sintetizarse adecuadamente por obra del h.
mismo (-> filosofía y teología), sobre todo porque esta experiencia plural no
está todavía concluida. Por eso toda antropología teológica también está
siempre bajo la reserva de que sus tesis, por verdaderas que puedan ser (y
son efectivamente en su última substancia «definida»), deben siempre
volverse a pensar a fondo y entenderse mejor partiendo de lo que la ulterior
experiencia histórica (incluso de las ciencias antropológicas profanas como
factor de la historia humana) enseña acerca del h. Así no es tampoco de
maravillar que de hecho la antropología eclesiástica en su historia haya estado
(sin perjuicio de su «substancia» última) en gran dependencia de la
antropología profana, y que no raras veces ella ofrezca una justificación,
aparentemente teológica, de la autoconcepción profana del hombre.
1º. El hombre es el ente que está referido a Dios, y debe ser entendido
partiendo de Dios y con referencia a Dios. Esta proposición no puede ser
entendida como proposición «regional», que predica sobre el h. algo junto a lo
cual hay muchos otras cosas. Si el h. no logra esta referencia o la rechaza
libremente, claudica en la totalidad de su naturaleza, en aquello que lo
distingue de una cosa inmanente. Según lo dicho antes (en 1 a 1°), esto
puede también formularse diciendo que el h. es el ser referido al -> misterio
absoluto. Lo cual significa que en el propio conocimiento y en la libertad él se
experimenta a sí mismo necesariamente (porque ello es la condición de la
posibilidad de toda acción efectiva que se le impone de conocimiento y de
libertad) como situado siempre en lo que no se puede expresar y planificar,
más allá de lo concretamente cognoscible (es decir, de lo claramente
determinable por concretos datos elementales de experiencia), de lo
manipulable y realizable. El h. experimenta que, partiendo de esta referencia,
aprehende y hace lo determinable, y así se delimita como sujeto frente a la
otra esfera experimentada. Esta referencia al misterio no es una ampliación
accesoria de un espacio existencial intuido y manipulable (y creciente), sino el
presupuesto y la condición de ese espacio, aunque no como tema explícito. En
efecto, sólo así puede entenderse la distancia subjetivamente realizada en el
obrar y reconocer entre objeto y sujeto. La aceptación de la referencia al
misterio es la aceptación (realizada ya explícita ya implícitamente) de la
existencia de Dios, como razón permanente de la apertura de la existencia
humana, pues ni un determinado ente particular finito (como transcendido ya
siempre), ni la «nada» (si no se mistifica la palabra, sino que se toma
cabalmente en el sentido de nada) pueden fundar esta apertura (->Dios, A y
C).
Karl Rahner
1. Concepto e historia
Desde la edad media esta doctrina de los estados fue desarrollada más
sistemáticamente, pero hasta hoy no se ha llegado todavía a sistematizarla en
una forma universalmente aceptada, en la cual tengan su puesto claro todos
los principios de distinción y todos los estados mencionados.
Karl Rahner
Desde aquí el ser vivo (y el consciente) es visto como un todo. En cuanto tal -
como unidad y totalidad - tiene un «fin natural», que consiste en el pleno
desarrollo y actualización de las estructuras de su sistema (plural).
El f. del h. debe ser considerado todavía bajo otro punto de vista, para que los
modelos usuales de representación no oculten su verdadera esencia.
Ciertamente, por la transcentalidad ilimitada del hombre y por la gratuita
comunicación de Dios mismo al hombre, aquél es el fin (intencional) de éste;
y ese fin, en cuanto antecede a la libre realización de todo fin, está dado
previamente, y no es aquello que el hombre se propone y produce como
meta. Pero con ello (hablando en términos escolásticos, cf. después iii) hemos
afirmado el f inis qui como dado previamente, pero no el f inis quo, la
«posesión» de Dios en su realidad concreta, quien además (aquí hay que
reflexionar sobre el misterio de la ->encarnación, y sobre la realidad de que
Dios es no sólo fundamento transcendental, sino también portador de la -
>historia de la salvación, que le califica a él mismo) asume este finis quo
como su propia determinación. Tanto el fin realizado (o que debe realizarse)
con libertad, como el dado previamente, que realiza este mismo fin (como
finis quo), es un fin puesto o que debe ponerse en forma creadora, con ->
libertad y -> esperanza, el cual no puede concebirse simplemente como
actualización de una potencia, tal como esto se produce también fuera de la
historia de la libertad, no es una mera explicación evolutiva de lo que se da
siempre. Este fin de la libertad, aun siendo Dios mismo el fin y el futuro
absoluto (por lo menos como finis quo), es elegido libremente entre las
muchas metas imaginables y proyectado en forma creadora, es el nuevo fin
que sobrepuja el pasado (también en cuanto potencia) como un -> futuro
sustraído a los cálculos, a partir del cual el hombre se entiende de modo
creativo. Por consiguiente allí donde se trata de la libertad histórica, el fin no
puede ser entendido como una actualización que desarrolla la potencialidad
del pasado, como «retorno al paraíso», como un alcanzar el pasado o la
«esencia» (-> principio y fin). Y esto tanto más por el hecho de que:
precisamente la «nueva tierra» pertenece al futuro absoluto (Cf. RAHNER viii
580-592); reino de Dios debe ser entendido necesariamente como perfección
de la historia misma (y no sólo como una recompensa secundaria por la
historia pasada); y Dios mismo (-> encarnación) alcanza la plenitud de su
propia historia en la consumación de la historia. El fin de la historia de la
libertad del hombre no es simplemente el fin alcanzado o que debe
alcanzarse, sino el proyectado en forma creadora. Si el hombre tiene una
«naturaleza» dada previamente, ésta se halla constituida también por la
«esencia» de la libertad personal e histórica, la cual no añade una
determinación meramente «accidental» a un sujeto existente ya de antemano
y completo en sí, sino que instaura a ese sujeto en su propia realidad. Es más,
en cuanto toda causalidad distinta de la libertad personal tan sólo pone
fenómenos siempre transitorios, que en todo momento pueden quedar
suplantados y superados por otros fenómenos, y, por tanto, la libertad es la
única fuerza que produce algo definitivo y dotado de sentido,
consecuentemente, la libre realización del fin es incluso la única que
realmente puede crear un «fin» en el auténtico y estricto sentido de la palabra
(->. historia e historicidad).
Pero esta determinación del fin es fruto de una historia personal y libre (por
parte de Dios y por parte del hombre), ya por la simple razón de que sólo así
puede darse un fin auténtico y definitivo. Por ello este movimiento hacia el fin
no debe tergiversarse a base de una representación orgánica como si se
tratara de un desarrollo evolutivo de lo que potencialmente se da siempre.
Por ello, este fin por su esencia es tal que su posible pérdida (->pecado)
significa una desgracia absoluta (->infierno). La orientación transcendental
del hombre (-> existencial sobrenatural) a ese fin hace que aquél, al perderlo,
exista en contradicción radical y definitiva consigo mismo y no pueda eliminar
esta situación renunciando a dicho fin; lo afirma todavía en el no definitivo de
su libertad. Y precisamente esto constituye la esencia peculiar de la
condenación.
Karl Rahner
HOMILÉTICA
I. Homilética fundamental
La h. fundamental procede del hecho de que Dios «ha hablado muchas veces
y de muchas maneras anteriormente a los padres a través de los profetas..., y
al fin de estos tiempos nos ha hablado a través de su Hijo» (Heb 1, 1).
3. Así como el Logos es engendrado como persona distinta del Padre, también
el predicador, que en virtud de la ordenación y mision «tiene y pone en acto
en su persona la misión del mismo Cristo, como maestro, pastor y sacerdote»,
pronuncia la predicación como palabra personal-existencial (Vaticano ii,
Obispos, n° 21). El oyente está llamado en su existencia personal y recibe el
carácter de una personalidad cristiana por medio de la predicación. En efecto,
de acuerdo con el conocimiento de la fe adquirido por la predicación y con la
reacción de su conciencia ante la palabra predicada, tiene que decidirse
siempre de una manera libre, personal y consciente por la fe y la acción moral
(Vaticano ii, Iglesia y mundo; Libertad religiosa, n .o 9s). Toda predicación se
dirige a la comunidad y al individuo, que, por Cristo y en el Espíritu Santo,
puede conocer, aceptar y amar a Dios como persona, como un Tú personal
(Vaticano ii, Iglesia y mundo, n° 12-17; Libertad religiosa, n° 9-15).
(K.H. SCHELKLE, Das Wort in der Kirche: ThQ 8 [1953] 282; cf. Ef 1, 13; Col
1, 5). Como «palabra de vida, de salvación, de gracia, de reconciliación» cf.
Flp 2, 16; Act 13, 16; 14, 3; 20, 32; 2 Cor 5, 18s), la predicación contribuye a
la justificación de los oyentes. La doctrina del concilio de Trento (Dz 844 851
792s) propugna una eficacia salvífica de la predicación, que debe distinguirse
de la de los -> sacramentos, aun cuando sólo ambas unidas producen la -
>justificación: a) del creyente (adulto), b) del justo bautizado, c) del pecador
bautizado.
1. La homilética material
2. La homilética formal
Ernst Haensli
HOMINIZACIÓN
I. Ciencias naturales
Paul Overhage
1. Observaciones previas
2. Doctrina de la Iglesia
4. La tradición
a) Desde luego hay que reconocer que antes del siglo xix la interpretación
general del relato del Génesis (prescindiendo de insignificantes detalles para
dar una explicación más matizada) entendía que Dios había creado el cuerpo
del hombre partiendo de una materia inanimada. Con todo, la tradición
cristiana sabía desde los principios que en los relatos de los primeros orígenes
del mundo, todavía más que en otros relatos de la Escritura, había que contar
con formas de expresión metafóricas. No se planteaba entonces la cuestión
actual. Es cierto que la revelación y la tradición objetivamente pueden dar
respuesta a una cuestión que sólo más tarde se planteará de modo explícito.
Sin embargo, en nuestro caso habrá que decir que la tradición no contiene
una reprobación explícita o formalmente implícita de una conexión del
hombre, en cuanto al cuerpo, con el reino animal. En efecto, lo que la
tradición quería transmitir como verdad absoluta de fe, a saber, la posición
especial y la creación especial del hombre, sigue siendo verdadero
actualmente bajo el presupuesto de un transformismo moderado; pero no
puede demostrarse que ese carácter de verdad absoluta se refiera también a
la manera como la tradición anterior se representaba al acto de la creación del
hombre. Aunque, por otro lado, tampoco puede decirse que la tradición
distinguiera entre contenido y forma de expresión. Pero esa ausencia de una
distinción no equivale necesariamente a la negación implícita de una
posibilidad de distinguir. En realidad, bajo los anteriores presupuestos
históricos no se podía plantear la cuestión de esa posibilidad de distinguir.
5. Consideración sistemática
Karl Rahner
HUMANISMO
3. El humanismo marxista
4. El humanismo existencialista
En parte con una relación estrecha y en parte como oposición a esta teoría
(neo-)marxista, también el -> existencialismo se entiende a sí mismo como un
h. Así Sartre arranca la libertad del hombre (como responsabilidad del propio
yo) de toda fe en una norma dada de antemano, la sitúa sola frente a sí misma
y le exige la creación de la propia realidad concreta mediante una decisión
absolutamente responsable ante una determinada situación (esa decisión tiene
carácter vinculante para la subjetividad en general y, por tanto, para todos los
demás sujetos). Partiendo de este principio, a primera vista puramente formal,
de un h. heroico-trágico, Sartre desarrolla unos criterios en orden a la
autenticidad de la autorrealización de la libertad, y piensa que el marxismo es
en la situación actual la único posibilidad que la libertad tiene para realizarse.
Heidegger aborda esa problemática de cara a la mismidad. Y en esta pregunta
la suprema culminación de la libertad absoluta del individuo, guiada por sus
propias consecuencias, se trueca en una disolución de la existencia subjetiva en
la autorrealización del ser mismo, de la autenticidad misma. En lo más profundo
el yo es «ex-sistencia» en el sentido de apertura al ser como el puro «él
mismo», lugar de manifestación de aquel ser que precede absolutamente a toda
división «metafísica» en esencia y existencia. Partiendo de lo «humano» en este
sentido (como ámbito donde acontece el ser, que el Heidegger de la última
época sitúa, no tanto en la decisión configuradora de la vida, cuanto en el
lenguaje, el cual constituye la más originaria revelación del ser), el h. verdadero
es interpretado como un dejarse abrir al «ahí» del «ser», al «ámbito de donde
brota lo sano».
5. Humanismo cristiano
El cristianismo no puede aceptar sin crítica estas modalidades de h., que no son
cristianas en su punto de partida (y que no sólo van desde la religión positivista
de A. Comte hasta el h. evolucionista con base biológicomédica de la Fundación-
Ciba, sino que además, podrían multiplicarse arbitrariamente, pues, por buscar
un plano común de diálogo, todos los puntos de vista que se presentan de
nuevo en la actual discusión de la filosofía práctica, se dan a sí mismos el
nombre de h.). Y el cristianismo no puede aceptarlas sin más porque él es la
verdad del hombre como absolutamente futura, es decir, como transformación
escatológica del hombre por obra de Dios, transformación que supera las más
elevadas posibilidades de la autorrealización intrahistórica. En este sentido el h.
-de acuerdo con las palabras de K. Barth - es para el pensamiento cristiano el h.
de Dios como la bondad comunicativa, que capacita al hombre para su propia
realidad. Por otra parte, el cristianismo no podía ni puede permanecer neutral y
desinteresado frente a los humanismos extracristianos, ya que no se entiende a
sí mismo como un elemento ajeno a lo humano, sino como una llamada de Dios
al hombre, llamada que se hace oír y, como transformación, comienza en
aquello por lo que el llamado es él mismo de la manera más auténtica y
responsable, a saber, en su humanitas en el sentido supremo.
Por esta razón el pensamiento cristiano no sólo sigue una tradición que en su
formulación explícita arranca de Erasmo, y en su contenido se remonta a los
apologistas del cristianismo primitivo y a los esfuerzos integradores de la edad
media, llegando luego hasta J.H. Newman en el mundo anglosajón, hasta E.
Przywara, Th. Haecker y H.U. v. Balthasar en el ámbito de lengua alemana, y
hasta J. Maritain, H. de Lubac e Y. Congar en Francia; sino que además realiza
su ley esencial como encarnación de la salvación cuando (consciente de la
ambivalencia de esta tarea) se esfuerza por un h. cristiano teniendo en cuenta
precisamente el planteamiento actual del problema. En este sentido la filosofía
cristiana (G. Marcel), lo mismo que la teología católica (K. Rahner) y la
protestante (R. Bultmann), ha acogido la visión humanista de la filosofía
existencial, según la cual la humanitas (y con ella el ámbito de la revelación) se
hace real no en el hecho en cuanto tal (es decir en determinados ordenamientos
sociales), sino en la acción personal, en la decisión, en la libertad, en la
mismidad auténtica (que no puede fijarse como un objeto), enajenándose, en
cambio, en lo fáctico.
Para ponerse a la altura del estado actual del problema, un h. cristiano debería
corregir (y dejarse corregir por) las diversas especies de h. ateo. Es decir,
debería situarse radicalmente en la idea de que, conociendo y aceptando que el
hombre sólo puede realizar su condición humana (y con ello su apertura a Dios)
en la relación dialogística al «tú» y en la integración social, se imponen
ineludiblemente los dos hechos que siguen. Por una parte, el hombre depende
de la realidad social como mediación de la relación interpersonal, pues la
libertad nunca puede hacerse explícita y comunicarse puramente como tal, sin
objeto (en este aspecto lleva razón el h. social utópico); por otra parte, esta
realidad no ha de llevar a una sublimación de lo fáctico, a una «comunión de los
santos» ya lograda en la tierra (y aquí se justifica la consiguiente reducción de
la importancia de lo fáctico a la intención de quien lo pone). Eso supuesto, el h.
cristiano -de acuerdo en este punto con la «segunda ilustración» y con Sartre
como el inventario quizá más honrado de la problemática humana - debería
mantener el interminable vaivén dialéctico entre la realidad positiva de la
comunicación (que en cuanto hecho se independiza, se trueca en ideología e
impide precisamente la comprensión) y su revocación por la crítica negativa
(que, de todos modos, en cuanto mera negación sólo puede realizarse en lo
positivo). De otro lado, el h. cristiano en cuanto cristiano, con la aceptación de
esta crítica negativa de lo real (del intento supremo de la humanidad por
proporcionarse dialécticamente su salvación) no cae en el vacío absurdo de un
futuro dialéctico indefinidamente abierto; pues, visto bajo la dimensión de la
cruz, este indefinido e impotente proceso de autosalvación de una sociedad en
busca de su humanitas aparece como la realización germinal del juicio absoluto
sobre la historia y sobre la alienación del hombre que sólo ilusamente puede
eliminarse en el curso de aquélla. Pero si los cristianos interpretan la crítica
negativa (muy realista en el curso mismo de la historia) como un elemento de
la crisis absoluta (que estima las formas concretas de alienación como
configuraciones de una situación alienante, que no pueden eliminarse dentro de
la historia y con ello reduce por principio cualquier h. a un plano relativo); por
otro lado, el futuro se presenta para ellos como expresión de una infinitud
absoluta, en la que por fin (llegando lo que en nuestra historia propiamente
dicha sólo puede esperarse por una ingenuidad ideológica) la ambivalencia de la
interobjetividad y la ruptura que se manifiesta de la intersubjetividad, en
aquella, quedarán soberanamente superadas en una persona mediadora, que
expresa la realidad interpersonal del amor en una adecuada realidad social
(corporeidad) y se comunica como integración universal.
Konrad Hecker
HUMILDAD
I. Escritura
1. Antiguo Testamento
2. Nuevo Testamento
Ante la llegada del reino de Dios, el hombre ha de mostrarse humilde (Mc 10,
15 par), para que así alcance la justificación (Mc 12, 38 par; Luc 1, 48; 14, 11);
ningún hombre supera a otro en méritos, a no ser en el mérito de una mayor h.
(Lc 18, 9-14). Jesús mismo da un ejemplo de la recta postura de h. Del mismo
modo que Jesús, como enviado del Padre, cumple su voluntad con h., así
también los hombres han de comportarse con h. frente al reino de Dios, que
llega en Jesucristo: «... µ&OeTe &n' á[,oü, ST6 apa05 ed[,i xai ra7reLvós T(i
xapSía » (Mt 11, 29); «Porque ejemplo os he dado, para que, como yo he hecho
con vosotros, también vosotros lo hagáis. De verdad os lo aseguro: el esclavo
no es mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que lo envía» (Jn 13, 15).
Lo decisivamente nuevo es aquí (aunque eso de algún modo estuviera ya
preparado, p. ej., en el pensamiento del acercamiento irrevocable de Dios,
proclamado por Os y Ez) que Dios se ha mostrado humilde en Jesucristo. Ésa es
la razón de que los cristianos en sus relaciones mutuas deban cultivar una
postura de h. (Flp 2, 5-11). La h., que está íntimamente unida con el amor (1
Cor 10, 24; 13, 4), debe ser la postura fundamental frente al hermano (Rom
12, 9s).
II. Teología
Alvaro Huerga
HUSISMO
Hus había ido a Constanza de buen grado, convencido de que una explicación
franca de sus ideas le justificaría, pero quedó profundamente decepcionado por
los procedimientos de los padres conciliares y se persuadió de que éstos no
constituían una asamblea ecuménica. Murió como un mártir, invocando a Jesús
y recitando el credo en voz alta.
Sus seguidores de Bohemia conservaron muy poco de sus sentimientos
católicos, pero mantuvieron indeleble el recuerdo del concilio que había
condenado a Hus a la hoguera y que además había prohibido el -> cáliz en la
comunión de los laicos. Desde 1415, un amplio sector del cristianismo bohemo
se hizo y se mantuvo antirromano. El movimiento de reforma desembocó
definitivamente en el h. desde 1419. Los husitas comenzaron por exigir el cáliz
para los laicos, la libertad de predicación de la palabra de Dios, el castigo de los
pecados mortales incluso en los sacerdotes, la supresión de los bienes
temporales del clero. Defendieron victoriosamente este programa (los cuatro
artículos de Praga) contra las cruzadas organizadas -en vano- por los papas
Martín v y Eugenio iv, al mando del emperador Segismundo (1420-1436). Tras
el fracaso de las armas, el concilio de Basilea, aprobado por Eugenio iv, se
decidió a negociar. Después que los husitas moderados ayudaron a los
imperiales a derrotar a las sectas extremistas (1434) se firmó la paz el 5 d e
julio de 1436 en Jihlav sobre la base de los cuatro artículos enmendados: los
llamados «Compactatos de Basilea». Se otorgó el cáliz a los laicos que lo
desearan; se aseguró la libertad de predicación a los que hubieran sido
debidamente autorizados; se acordó que se castigarían los pecados mortales
por la autoridad legítima; y se reconoció que la Iglesia tenía el derecho de
poseer, pero también el deber de administrar sus bienes con toda justicia. Los
«Compactatos» fueron ratificados en el Concilio de Basilea el 15-11437; pero no
obtuvieron la aprobación pontificia y en 1462 fueron anulados. Los checos
reconocieron además como su rey al emperador Segismundo, hermano del
difunto Wenceslao iv. Los «Compactatos» consagraron la existencia efímera de
un utraquismo católico en Bohemia. La Unidad de los Hermanos bohemos vino a
relevar al h. Fue fundada en 1457 en Kunvald, aldea del este de Bohemia, por el
hermano Gregorio Krajci. Los Hermanos, agrupados en colonias, vivían en
familia y se esforzaban por llevar una existencia cristiana conforme al evangelio
y animada por una fe operante en el Señor Jesús. En 1467-1468 se exigieron
sacerdotes y un obispo como presidente a los que los Hermanos bohemos
hicieron consagrar por los valdenses. Hay que mencionar sobre todo a
Chelcicky, su «precursor» entre 1425 y 1450, y a Komensky (Comenius), su
último obispo y escritor espiritual de gran envergadura, que después de la
batalla de la Montaña blanca (1620) marchó al destierro con los Hermanos. Las
medidas represivas de la contrarreforma pusieron prácticamente fin tanto al
utraquismo católico, como a la Unidad con los Hermanos bohemos y a las
confesiones protestantes que se habían propagado en el siglo xvi por el
territorio de la actual Checoslovaquia. Cuando José II promulgó un edicto de
tolerancia en 1761, apenas quedaban ya cristianos acatólicos organizados en el
imperio austro-húngaro. Más tarde los cristianos no católicos se reagruparon en
varias confesiones, todas las cuales tenían como base, además de la Escritura y
de los escritos confesionales de la reforma, el patrocinio de Juan Hus, los cuatro
artículos de Praga y la Unidad de los Hermanos bohemos. La más reciente y
más numerosa de estas confesiones es la «Iglesia checoslovaca» (1921).
Paul de Vooght
IDEA
I. Historia
Así, las i. no son aprehendidas sólo teóricamente: por intuición (Platón), por
iluminación (Aristóteles, Tomás), por constitución (Kant), por sentimiento
(filosofía de los valores), sino por el acto total de la libre recepción y aceptación
(«hacer la verdad»). De este modo, también el concepto de participación, que
desde Platón va unido al de i., adquiere un sentido personal e histórico. Idea y
participación pasan a ser factores parciales de un acontecer singular del espíritu
finito (o de la libertad), el cual, manteniendo cierta analogía en todas las
épocas, produce en cada tiempo su forma esencial y las formas esenciales de su
mundo, y así, viendo y oyendo, contribuye a su propia configuración y llega a
ser libremente aquello que debe ser en su «hora» (-> historia e historicidad).
Jörg Spielt
IDEALISMO
I. Definición general
4. El neoidealismo de fines del siglo xix y primer cuarto del xx buscó una
renovación que superara el positivismo y empirismo, inspirándose en Fichte (la
filosofía de la vida absoluta del espíritu como unidad de conciencia y acción, de
R. Eucken), en Hegel (entre otros, en Italia B. Croce, en Inglaterra F.H. Bradley,
B. Bosanquet, E. McTaggart; en Alemania hay que citar especialmente el
universalismo de O. Spann, influido por la doctrina transcendental de Kant,
aunque se desatendiera adrede su fondo y horizonte metafísico y sólo se viera
en él al destructor y superador de la metafísica. La escuela neokantiana de
Marburgo, fundada por H. Cohen y P. Natorp y orientada por el modelo de las
ciencias exactas matemáticas, buscó las condiciones lógicas del verdadero (o,
mejor dicho, recto) conocer y obrar, las cuales preexisten en la estructura de la
«pura conciencia» y son norma de toda experiencia. Si la «razón teórica»
ocupaba el centro del interés, esta mirada fue también decisiva para tratar
problemas estéticos, religiosos y morales. Ya Cohen puso de relieve en la
doctrina de Kant la importancia de ciertos elementos sociales. Partiendo de
aquí, K. Vorländer intentó una síntesis entre la ética kantiana y el socialismo
marxista. Fundándose en la doctrina de las condiciones lógicas
transcendentales, R. Stammler desarrolló su teoría filosófica sobre el «recto
derecho». La escuela de Baden, bajo la dirección de W. Windelband y H.
Rickert, se planteó más inmediatamente los problemas que giran en torno a la
«razón práctica». Los factores que verdaderamente guían la vida real del
hombre no son condiciones lógicas, sino obligaciones axiológicas. La conciencia
se siente llamada a valores absolutos e invitada a realizarlos; por tanto esos
valores no pueden fundarse en esta conciencia misma (sólo «subjetivamente»);
y si bien, como no reales, tampoco «son» objetivos, sin embargo tienen validez
absoluta. La distinción entre ciencia natural, ajena al valor, y ciencia de la
cultura, determinada por el valor, entre método nomotético (Windelband) o
generalizador (Rickert), por una parte, e ideográfico o individualizador, por otra,
tuvo importancia para la teoría de las ciencias, particularmente para las ciencias
del espíritu. Influjos esenciales de la escuela filosófica de Baden se hicieron
sentir en E. Troeltsch y M. Weber.
Alois Halder
IDENTIDAD
El que una cosa es idéntica consigo, se considera como el principio más simple y
más evidente de la lógica y de toda la filosofía. Sin el principio de i. (A = A) no
sería posible en modo alguno pensar y hablar de manera clara y congruente.
Sin embargo la i. no se experimenta originalmente en objetos externos, sino
que se da en la experiencia que de sí mismo tiene el sujeto humano. En la -
>conciencia de sí mismo el yo se conoce como mismidad que permanece en el
cambio de todas las transformaciones que le afectan, como una mismidad
individual que está delimitada frente a todo lo demás, incluso frente a sus
propios estados, relaciones, actividades, etc., que van y vienen. El «yo pienso»,
que implícitamente es pensado siempre en todo esto, confiere (como
«apercepción transcendental» según Kant [-> kantísmo]: Crítica de la razón
pura, 116-169) a todas las funciones del hombre su punto unitario de referencia
y su conexión interna. No se trata de un mero pensamiento sistemático del -
>idealismo alemán o en general de la moderna filosofía de la subjetividad,
cuando se dice que en la mismidad experimentada en el yo participa asimismo
la experiencia de las cosas en su identidad: «Sólo el yo es lo que confiere
unidad y consistencia a todo lo que es; toda identidad corresponde solamente a
lo puesto en el yo ... » (F.W.J. SCHELLING, VOm Ich... [1795]: Obras
completas, i [St-Au 1856] 178). También la reflexión no idealista ve lo
siguiente: El hecho de que las cosas existen y son así en i. real, sólo se percibe
gracias a la -> experiencia del ser, de la realidad, de la i. que se realiza en la
experiencia de sí mismo, pues el mero empirismo no ve esto en las cosas (más
exactamente: en los complejos fenoménicos que se llaman «cosas»).
IDEOLOGÍA
1. Concepto y problemática
dad burguesa y capitalista las ideologías coinciden con los intereses de la clase
dominante; pero, además, el proceso vital, roto por la división visión del trabajo
y la alienación, se articula en ideologías, por cuanto la conciencia del productor
no puede reconocerse y concretarse en el producto, que se ha convertido en
mercancía; con lo cual se establece una posición antagónica entre producción y
reproducción, pensamiento y acción, sujeto y objeto, idea y realidad. La religión
cristiana constituye una forma clásica de i., porque trata de justificar la realidad
irreconciliada por medio de una reconciliación irreal. Esta confusión ideológica
se elimina en primer lugar con la -> revolución, que ya no pretende tan sólo
interpretar la realidad, sino que aspira a transformarla de tal manera que el
proceso vital de la sociedad entera puede realizarse en forma racional,
comprensible y libre. En el siglo xix el sujeto de esta revolución tenía que ser el
proletariado, para el cual la revolución representa una necesidad vital. Desde
luego sigue siendo obscuro hasta qué punto la crítica de Marx a la i. contiene
rasgos deterministas; la ulterior evolución de la doctrina marxista de las
ideologías es muy variada.
3. Cristianismo e ideología
Werner Pos
IGLESIA
2. La efusión del Espíritu sobre los discípulos y el prodigio del don de lenguas
son acontecimientos de los últimos tiempos, que se realizan en el círculo de los
discípulos y en los creyentes de Jerusalén. Según la concepción de Lucas, en
adelante la función histórico-salvífica de los doce consiste en transmitir la
posesión del Espíritu. En el tiempo de la I. la posesión del Espíritu se comunica
por la imposición de manos que hacen los -> apóstoles. De este modo surge la -
a tradición en general, pues el círculo de los apóstoles se caracteriza frente a los
presbíteros y obispos posteriores por su proximidad a los comienzos, así como
por su singularidad histórica (-> episcopado r). Para Lc la Iglesia está siempre
allí donde se transmite por tradición lo recibido al principio en la convivencia con
Jesús y en la efusión del Espíritu. De donde se deduce claramente que para Lc
el acontecimiento de pentecostés no es lo único que constituye la fundación de
la I. sino solamente una etapa de la misma. Para Lc el acontecimiento decisivo
es la vocación de los discípulos o la elección de los doce (Lc 6, 13). Como la
vocación de Pedro en Lc 5, 1-11 se describe según el esquema lucano de la
conversión, y como además en Lc precisamente los apóstoles son aquellos que
se caracterizan por su fe (Lc 17, 5; 22,30s), ellos aparecen como los «justos» y
los «prototipos de cristianos». Lc considera de hecho el círculo de los apóstoles
como la I. en germen, que después se va desarrollando. La vocación de los
discípulos es una llamada al estado cristiano (elección y conversión para Lc son
solamente actos que se corresponden del estado de justificación).
Naturalmente, con ello el tiempo de la 1. se define por el hecho de que ésta se
halla edificada sobre el fundamento singular de los apóstoles.
¿Qué relación tiene esta visión con la del juicio que se aguarda como algo
inminente? En el Evangelio de Juan la función del juicio final ha pasado a un
segundo plano frente a la acentuación de dichos elementos: la decisión del
juicio se lleva a cabo ya ahora (como en Mt 12, 31). Si el tiempo del Espíritu
Santo alboreó gracias a Jesús y su resurrección, y si tuvo como consecuencia la
formación de una comunidad de hermanos, en consecuencia el bien esencial de
la salvación ya está dado. Las nuevas dificultades surgen ahora, no de que el fin
no llegue todavía, sino de la cuestión de cómo se relaciona la actual manera de
poseer la salvación con la que todavía está por llegar; en el fondo esas
dificultades provienen de la necesidad de compaginar la doctrina tradicional del
juicio futuro con la realidad ya poseída. Pero si el bien salvífico escatológico se
ha hecho presente fundamentalmente en la posesión del Espíritu, si esta
comunidad pneumática es además perceptible en las acciones poderosas del
Espíritu, si ella es realmente una comunidad que repite la última cena de Jesús
como anticipación del reino de Dios, y si esta comunidad espiritual deriva en su
irrevocable existencia de la posesión del Espíritu de Jesús, con todo ello está ya
dada la esencia última de la I. Tampoco podemos pasar por alto que los
apóstoles como representantes de Jesús tienen que ejercer en la tierra con
«autoridad» una función de «atar y desatar», cuya naturaleza exacta debe
entenderse a partir de la peculiaridad de esta comunidad pneumática de los
últimos tiempos. Una vez puesto este comienzo, la configuración exacta de
dicha comunidad del Espíritu puede muy bien atribuirse al tiempo apostólico, sin
que con ello deje de ser obligatoria para tiempos posteriores.
1. Definición
2. Fundación histórica
Las tentativas esbozadas por la tradicional -> teología fundamental prueban con
una demostración natural que la I. católica, incluso en su constitución
ministerial y jerárquica, es la verdadera I. de Cristo y, por lo mismo, la legítima
mediadora de la revelación divina. Esas tentativas, en sus tradicionales formas
(por una sola vía o por doble vía) son en su conjunto demasiado irreflexivas en
el orden hermenéutico frente al planteamiento teológico actual como para que
puedan ser una respuesta realmente convincente a la cuestión crítica, no sólo
desde el punto de vista teórico-académico, sino también en el plano existencial.
No bastan para poder legitimar por sí solas una existencia eclesial responsable.
La argumentación histórica mediata y la empírica inmediata (que en definitiva
deben relacionarse entre sí) abren un horizonte en el que no puede mantenerse
la dimensión cognoscitiva puramente «natural» que propugna la teología
fundamental. Ello se debe a que, por lo menos implícitamente, al final también
hay que plantearse la visión dogmática de la I. como presencia salvífica en
cuanto pueblo de Dios, que vive como cuerpo de Cristo en el Espíritu Santo,
para poder reconocer en la I. católica a la verdadera I. de Cristo y por ende a la
legítima mediadora de la salvación y de la revelación. Por consiguiente, el
procedimiento tradicional, que, por mantener la pureza de su método, sólo
puede alcanzar su objetivo excluyendo el condicionamiento hermenéutico que le
atenaza, se presenta además tanto más insuficiente cuanto que el método en
conjunto cubre el aspecto lógico-teórico del conocimiento de la I., pero no las
dimensiones dialogístico-personales del proceso de convicción existencial,
únicas que en el dinamismo racional-personal de la confianza debe demostrarse
partiendo de las fuentes pueden responder a la cuestión de un auténtico
compromiso con la I. A estas dimensiones no se puede responder simplemente
añadiendo que la verdadera fe es gracia, sino que aquello que designamos como
gracia debe entenderse (diferenciadamente) como proceso de convicción en el
problema general sobre la legitimidad de las pretensiones de la I. para ser
creída. Tales pretensiones de la I. no hay que entenderlas sólo de manera
histórica y teórica, si han de interesar al hombre práctica y existencialmente.
Por eso la «prueba» de la legitimidad eclesiástica como testimonio existencial
tampoco es objeto de una demostración teórica hecha de una vez para siempre,
sino que es una tarea constante.
Eberhard Simons
Aunque la doctrina formulada en los documentos del Vaticano ii (cf. sobre todo
Lumen gentium, Unitatis redintegratio, Nostra aetate, Gaudium et spes, Ad
gentes) constituye en la actualidad la síntesis teológica del magisterio oficial
acerca de la I., sin embargo hemos de mencionar además tres grandes
documentos, relativamente recientes: la constitución dogmática Pastor aeternus
del Vaticano i (1870: Dz 1821-1840); la encíclica Satis cognitum (León xiii, año
1896: DS 3300-3310); y la encíclica Mystici corporis (Pío XII, año 1943: DS
3800-3822). Hasta ahora las declaraciones eclesiológicas del magisterio se
referían solamente a preguntas especiales (cf. las colecciones: CAVALLERA
149284; DS ind. sist. GHJ; NR n. 335-398; L'Église. Les enseignements
pontificaux i [P 1959] §§ 356-372). En 1949 el Santo Oficio en una carta al
cardenal Cushing de Boston (DS 3869-3873) dio una explicación sobre la
interpretación teológica de la frase Extra ecclesiam nulla salus. Los concilios de
Lyón (Dz 466) y de Florencia (Dz 694) confirmaron la posición primacial del
papa. El Vaticano i definió el primado universal de jurisdicción y la ->
infalibilidad del papa en asuntos de fe y costumbres. Además han sido
rechazadas las siguientes doctrinas: en el concilio de Constanza (Dz 627-656) el
-> espiritualismo eclesiológico, en el Lateranense v el -> conciliarismo (Dz
740), y en el concilio de Trento la negación de la estructura jerárquica de la I.
(Dz 666). Los escritos doctrinales de Pío ix y de León xiii se refieren a las
relaciones entre -> Iglesia y Estado, entre -> Iglesia y mundo.
Para nuestra inteligencia de la I. la palabra de Dios nos ofrece toda una serie de
conceptos e imágenes. Tras un período de articulación demasiado unilateral y
exclusiva de la realidad de la I. con ayuda de una terminología abstracta y
técnica, el Vaticano Ii ha contribuido a la recuperación de las imágenes bíblicas
en las que se revela el misterio de la I.: cuerpo de Cristo, esposa, templo,
ciudad, viña, reino de Dios, casa, grey. Todas estas imágenes expresan
realidades colectivas, que con su progresiva actualización en la historia
(mediante la participación de todos y de algunos en especial por su puesto y
responsabilidad) descubren la naturaleza de la I. (Y. Congar).
El concepto soma Jristou designa en Pablo el ser concreto del Señor, el cuerpo
del Cristo muerto y resucitado como principio de una nueva creación.
Los conceptos expuestos hasta ahora remiten a la idea de -> pueblo de Dios por
cuanto incluyen el plan salvífico. En principio la I. ha de entenderse desde el
misterio de Dios, pero igualmente ha de entenderse partiendo del proceso
histórico en que ella ha crecido. La I. es el pueblo de Dios que por el Espíritu se
ha hecho cuerpo de Cristo.
Por tanto, en Cristo, que «en cuanto Hijo ha sido instituido como cabeza de la
casa de Dios» (Heb 3, 6; 1, 2), en el primogénito, que revela la fidelidad plena
de Dios a su pueblo, ha sido creado el pueblo uno de Dios, que en adelante es
portador y testigo de la revelación. En principio la teología de la I. como pueblo
de Dios tiene su fundamento en la cristología.
Como sabe ya la tradición (cf. Tods DE AQuiNo, Com. in Heb., cap. vira, lee. 3),
la idea de pueblo evoca espontáneamente los conceptos de sociedad y de reino
de Dios. Ante todo se requieren algunas anotaciones para mostrar los límites de
la aplicación del concepto de «sociedad» a la I. Lo más tarde desde el siglo xvi,
la -> eclesiología usa con predilección el concepto filosófico de sociedad como
«firme unión moral de varios hombres para un fin, que es conseguido con la
acción común». Esto significa que la I. es una societas perfecta, o sea,
autosuficiente e independiente, una sociedad jerárquicamente estructurada, una
sociedad sobrenatural por su origen y su fin.
Por otro lado, hasta cierto punto este concepto ha posibilitado el esclarecimiento
del carácter autónomo de la I. en el plano de sus relaciones con otras
sociedades. Ésta es una comunidad originaria, independientemente de todo
poder, raza y cultura; y tiene la consistencia de una sociedad terrena ( -
>derecho conónico, -> Iglesia y Estado). Pero a causa de una evolución
unilateral, que ha conducido a un formalismo en el significado de casi todos los
conceptos e imágenes con que la I. es descrita en la Escritura (exceptuados los
de pueblo de Dios y cuerpo místico, que a su vez son entendidos desde una
perspectiva sobre todo sociológica), este concepto ha obscurecido el carácter
específicamente cristiano del bien común, de la autoridad y de la obediencia, así
como las relaciones entre las comunidades y sus presidentes, entre la I. y la
sociedad civil, e igualmente la dimensión personal y la social de la comunidad
cristiana. Ha fomentado una consideración estática de la I. como institución,
llevando prácticamente a la pérdida de toda visión dinámica.
Esta tensión entre reino de Dios e I., que está relacionada con su estructura
sacramental, puede entenderse también en función de la acción de Dios que
determina toda la historia de la salvación (Rom 8, 18-30).
Así, pues, todos los conceptos o imágenes que caracterizan la I. muestran su
carácter complementario. Todos deben entenderse en función del misterio de
Dios, que llama a los hombres a la comunidad de su Hijo. La constitución Lumen
gentium contiene una profundización teológica. A la luz de la revelación la I. es
vista aquí como comunidad en la unidad con Dios en Cristo, como sacramento
de la salvación, como pueblo de Dios, constituido a manera de cuerpo de Cristo
y templo del Espíritu Santo.
Pero Unitatis redintegratio acentúa que la fuerza de los bienes existentes en las
otras Iglesias fluye desde la plenitud de gracia y erdad confiada a la I. católica
(n° 3), y que los hermanos separados (ya individualmente, ya en cuanto
comunidades e Iglesias) carecen de la unidad que Jesucristo quiso dar a cuantos
por él renacieron y han sido santificados, a fin de crear un único cuerpo para
una nueva vida (n° 3).
5. Iglesia y misión
«Aunque la I., por la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa
fiel de su Señor y nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe,
sin embargo, muy bien que no siempre, a lo largo de su prolongada historia,
fueron todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al espíritu de Dios»
(Gaudium et spes, n .O 43). Este texto asume una afirmación de Unitatis
redintegratio (n .o 4). Aquí aparece claramente que la auténtica base de la
reforma constante de la I. es su estructura sacramental. En aquélla se
desarrolla una lucha sin tregua por la fidelidad al Espíritu. «Cristo llama a la I.
peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la I. misma, en cuanto
institución humana y terrena, tiene siempre necesidad» (ibid. n .o 6). El Concilio
expresa con suma claridad la conciencia de los defectos de la I. en el curso de la
historia. Por ejemplo, en el decreto sobre la libertad religiosa se hace alusión a
los comportamientos antievangélicos adoptados por la I. en diversas épocas
(Dignitatis humanae, n .o 12). En Gaudium et spes (no 19) leemos: «Por lo
cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios
creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la
exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida
religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de
Dios y de la religión.» Además, la declaración común (el 7-12-1965) de Pablo vi
y del patriarca Atenágoras sobre la excomunión de 1054 confirma en un acto
solemne el reconocimiento de los defectos históricos de la I.
La I., que alberga a pecadores en su propio seno, tiene necesidad por tanto de
una incesante renovación y purificación (cf. Lumen gentium, n° 8; el tema es
tratado nuevamente en Gaudium et spes, n.° 44 y en Unitatis redintegratio, n°
6), y en el encuentro con el mundo descubre sus propias contradicciones a la
redención en Cristo. La I. aprende de la historia humana, que la ayuda a
conocer mejor todas las riquezas de su fe. Pero la I., reconociendo sus
debilidades, sabe también cómo es signo eficaz del encuentro transformador
entre Dios y la humanidad y de la creación nueva de ésta en Cristo, recuerda
cómo debe reproducir la enajenación de Cristo, que se hizo pobre por los
hombres. La pobreza de la I. está fundada en su naturaleza sacramental, que la
refiere plenamente a Cristo en el Espíritu Santo.
Véase constitución de la -> Iglesia, -> derecho canónico, -> Codex Iuris
Canonici.
Véase -> jerarquía, -> papa, -> episcopado, -> sacerdocio, -> potestades de la
I., -> jurisdicción.
Marie-Joseph Le Guillou
IGLESIA, CONSTITUCIÓN DE LA
1. Iglesia católica
8. Sin embargo, la mayoría de las Iglesias luteranas muestran aun hoy día, a
diferencia de las calvinistas, una concepción específica del «triple oficio de
Cristo», si bien todas las Iglesias nacidas de la reforma protestante desde el
siglo xvi atestiguan con toda claridad (aunque en forma más o menos marcada)
en sus escritos simbólicos el magisterio, el sacerdocio y el oficio pastoral.
10. Las constituciones mixtas, como las que surgieron primero en las «Iglesias
unidas» de Alemania (Prusia [1817], Baden [18211, Hesse [18321) y
posteriormente (desde 1910) en Canadá, Estados Unidos, India y Japón, en
muchos casos han sustituido actualmente los modelos de constitución con matiz
puramente confesional incluso en los dominios originarios de la reforma
protestante. Dondequiera existe una «unión confesional» (y no meramente
«administrativa»), se requiere legítimamente este tipo aun en virtud de la
teología del derecho.
11. En las constituciones eclesiásticas más recientes, que se han liberado (en
Europa gracias sobre todo a las experiencias de la persecución de la Iglesia en
1933-45) de la imitación de modelos políticos (como el autoritario, el liberal-
constitucional y el democrático-parlamentario), desaparecen también otros
contrastes anticuados, como el de un orden «espiritual» y un orden «jurídico»
de la Iglesia. En todas partes se intenta, con promesa de éxito, fundar los
órganos de la Iglesia y sus funciones partiendo de la existencia creyente de la
misma.
Erick Wolf
IGLESIA, HISTORIA DE LA
I. Objeto
Es evidente que cada una de estas expresiones reviste un matiz histórico por su
aptitud para expresar el crecimiento de la vida eclesiástica, y sobre todo lo
reviste la imagen del cuerpo de Cristo. Ya Agustín designaba a la Iglesia como
el Cristo que sigue viviendo y como el Christus totus, que une en sí la cabeza y
los miembros. Ha sido J.A. Móhler quien más ha profundizado en esta idea y
mejor ha hablado de la encarnación continuada de Cristo en su Iglesia: «La
Iglesia es el Hijo de Dios que aparece constantemente en forma humana entre
los hombres, que se renueva sin cesar, que eternamente rejuvenece, es su
permanente encarnación» (Symbolik i, ed. por J.R. GEISELMANN [Kó 1958-61]
389). En la h. de la I. ve el desarrollo «del principio de vida y de luz comunicado
por Cristo a la humanidad, para unirla nuevamente con Dios y disponerla para
su glorificación» (Ges. Schri f ten u. Au f siitze, ed. por I. DÓLLINGER, II [Rb
1840] 273).
Incluso esta estructura divina no es fija e inmóvil, sino que está ordenada a los
hombres. No obstante su identidad substancial y constante, experimenta un
verdadero desarrollo y evolución en la historia. Aun siendo un misterio de fe,
participa de la peculiaridad del proceso divino de revelación, que avanza bajo la
fuerza impulsora e informante del Espíritu Santo. Lo mismo que sucedió en el
AT, donde la palabra y la acción de Dios se realizaban en formas y
acontecimientos histórico-salvíficos, insertos en el pensamiento teológico de
cada época y adaptándose a las formas vivenciales condidonadas por el tiempo,
sucede también en el NT.
Fue Agustín (354-430) quien más influyó con su obra De civitate Dei (413-426)
en el concepto de historia. El fue también quien acuñó el concepto de Estado
cristiano. Rechazando abiertamente la forma de unidad religioso-política del
oriente, que Eusebio había fundamentado en su «teología del imperio», Agustín
estableció las relaciones entre -> «Iglesia y Estado» en forma dualista. En esto
como en tantas otras cosas, él pasó a ser el maestro de occidente. Cuando más
tarde Carlomagno, los emperadores otónicos y los salios le invocaron como
defensor de una nueva teología del imperio en occidente, desfiguraron su
pensamiento.
Por primera vez la reforma monástica del s. xi vuelve a una visión de la Iglesia
en cuanto tal. Las manifestaciones coetáneas de decadencia (riqueza,
mundanización, feudalismo) se contrarrestan con los ideales de la Iglesia
primitiva, la imitación de Cristo y la vida apostólica. Se abre paso una nueva
visión que la Iglesia tiene de sí misma (Ordericus Vitalis, Juan de Salisbury). En
la historia de la salvación se emplea el esquema de los tres estadios, que se
interpreta en sentido trinitario. Ruperto de Deutz (jt 1129) lo divide en el
tiempo de la creación (Dios Padre), de la redención (Dios Hijo) y de la
santificación (Dios Espíritu Santo). Joaquín de Fiore forma con el AT y NT unas
tipologías de tres grados (ley, gracia, caridad; ciencia, sabiduría, plenitud de
conocimiento; esclavitud, servicio, libertad, etc.) y concluye que, a la era del
Padre en el AT y a la del Hijo en el NT, pronto seguirá la era del Espíritu Santo
en caridad y libertad. Predijo para 1260 el comienzo de la nueva Iglesia
«joánica» y espiritual en lugar de la actual Iglesia ministerial y «petrina».
La -> reforma puso en tela de juicio todo lo que la Iglesia medieval había
edificado, y quiso remontarse a la Iglesia antigua. Buscaba en los tiempos
primitivos «testigos de la verdad» que pudieran apoyar su reforma. Flaccius
Illyricus (1520-75), en su Catalogus testium veritatis (1556) y en la Historia
ecclesiastica («Magdeburger Zenturien», 15591574), quiso demostrar de
acuerdo con las fuentes que no era el papado, sino únicamente el luteranismo el
que coincidía con la antigua Iglesia en la doctrina y disciplina. En 1588-1607
César Baronio (1538-1607) le opuso su obra histórica Annales ecclesiastici (12
tomos, hasta 1198), toda ella elaborada a partir de las fuentes. Abraham
Bzovius (+ 1637) la continuó hasta Pío v; Odorico Raynaldo (+ 1671) y Jacob
Laderchi (+ 1738) la corrigieron y completaron. Nacía un nuevo interés por la
historia eclesiástica.
El auge de las ciencias históricas en el siglo xix dio también sus frutos en la h.
de la I. En Alemania, I. Dóllinger (1799-1890), C.J. Hefele (1809-93), F.X. Funk
y muchos otros elevaron con sus investigaciones críticas la h. de la 1. a un alto
nivel científico. Las obras monumentales Monumenta Germaniae historica
(desde 1819), Corpus scriptorum eccl. lat. (desde 1866) y Escritores cristianos
griegos de los tres primeros siglos (desde 1893) enriquecieron la base de las
fuentes. La apertura del archivo vaticano por León xiii (1884) dio nuevo impulso
a la investigación. Junto a los institutos históricos nacionales que surgieron en
Roma, fueron sobre todo H. Denifle, F. Ehrle y Luis de Pastor (t 1928), el autor
de la Historia de los papas, los creadores de obras sobresalientes. Los registros
franceses de los papas, los documentos pontificios de P.F. Kehr, las ediciones de
informes de los nuncios, y el Concilium Tridentinum de la Sociedad GSrres son
obras de alto valor por su contenido y su forma. Todas las ramas históricas se
aprovecharon de este impulso: la arqueología de la antigüedad cristiana
(investigación de las catacumbas por De Rossi y J. Wilpert); la h. de la I.
antigua (L. Duchesne, P. Batiffol, F.J. Dólger, Reallexikon jür Antike und
Christentum); la patrología (con A. v. Harnack, O. Bardenhewer), los
medievalistas (A. Hauck y otros), la historia de la reforma (con el Corpus Ref
ormatorum y la edición de Lutero de Weimar, con el Corpus Catholicorum y
numerosas investigaciones y exposiciones [J. Lortz, A. Herte, K. Holl] ). La
Histoire litteraire du sentiment religieux en France (12 tomos, 1916-36) de H.
Bremond fundó la historia de la espiritualidad en Francia.
Una articulación en épocas es razonable y necesaria para poder tener una visión
panorámica de toda la historia eclesiástica; pero con frecuencia resulta
imposible porque cualquier principio de división se manifiesta insuficiente. La
corriente ininterrumpida de la historia no conoce cesuras. Las transformaciones
que se presentan nunca afectan al conjunto, sino siempre a determinados
sectores. Pero como la vida en su totalidad consta de muchas fuerzas
particulares y de diversas corrientes, tal vez convenga subrayar ciertos aspectos
parciales, si objetivamente han contribuido de manera decisiva a configurar la
imagen de conjunto.
Hasta el siglo xvii bastaba con los esquemas histórico-salvíficos. Por vez primera
el historiador protestante Cristoph Cellarius (1634-1707) introdujo en Halle el
esquema de las épocas (antigüedad, edad media y edad moderna) en la
historiografía. Humanistas y reformadores de los siglos xv y xvi acuñaron el
concepto de «edad media» en un sentido peyorativo, porque no veían en ella
más que corrupción del lenguaje y de la religión, y por eso querían enlazar de
nuevo con el «antiguo tiempo» clásico del puro estilo latino y del cristianismo
auténtico. Los ilustrados del siglo xviii pensaban todavía peor de la «tenebrosa»
edad media, período que comprende aproximadamente del 500 al 1500. Fueron
el romanticismo y la floreciente ciencia histórica del s. xix los primeros en
descubrir su verdadero valor y su contenido positivo gracias a una intensa
investigación del arte y de las fuentes. J.A. Mühler aplicó el esquema de los tres
períodos a la h. de la I. católica, el cual entonces domina toda la historiografía,
aun cuando el descontento por su insuficiencia objetiva se deja sentir en todas
partes. Hoy, en la era del pensamiento universal, ese esquema de división,
aplicado exclusivamente al occidente europeo, aparece doblemente defectuoso.
Siempre que una era llega a su fin, la Iglesia se siente llamada a desprenderse
del medio ambiente en que hasta entonces se había instalado y a abrirse a
nuevos pueblos y culturas. Por su misión divina no puede identificarse con
ninguna cultura, sino que ha de «acomodarse» al nuevo mundo para
asimilárselo, es decir, para hacer posible en él la encarnación de Cristo.
Semejantes transiciones, que las más de las veces se han llevado a cabo en
medio de graves sacudidas, siempre han modificado fuertemente la imagen de
la Iglesia: el cambio del cristianismo judío al cristianismo de los gentiles
(concilio de los apóstoles), el tránsito del mundo cultural helenista-romano a un
período de la historia occidental que se halla bajo la impronta germánica (entre
400 y 700), el paso de la cultura unitaria en religión y política durante la edad
media a la disolución de esa unidad en el Imperio y en la Iglesia (hacia 1300), y
la transición de la gran crisis debida a la revolución y secularización hasta el
presente (1800-1972). Evidentemente, hoy de nuevo llega a su fin una era y se
anuncia un nuevo comienzo.
1. La Iglesia en el círculo cultural helenistaromano (s. I-VII)
Pero también la teología de los ->padres latinos vivió con Agustín (354-430) un
período de esplendor. Abordó principalmente las cuestiones soteriológicas, la
doctrina de la justificación y de la gracia; el -> pelagianismo brindó una ocasión
especial para ello. Por este tiempo el occidente se debatía en el torbellino de las
invasiones nórdicas (aproximadamente desde comienzos del s. v). En el s. vii el
asalto de los árabes asestó el golpe de gracia al mundo mediterráneo. Para la
Iglesia, que tan estrechamente se había aliado con aquella cultura, fue una
cuestión difícil la sobrevivencia a tal ocaso y su apertura al mundo germánico-
occidental que empezaba a imponerse. (cf. ->invasiones, primitiva ->edad
media, prescolástica [en -> escolástica, B]).
En medio del gran cisma la Iglesia misma acabó por hacerse problemática.
Nadie sabía ya cuál de los tres papas que se combatían y excomulgaban entre sí
era el legítimo, ni en qué lado se encontraba la verdadera Iglesia. En los
concilios (Pisa 1409, Constanza 1414-1418, Basilea-Ferrara-Florencia 1431-42)
se llegó a la mayor crisis constitucional de la Iglesia jerárquica debido al ->
conciliarismo. Aun cuando pudo alejarse una vez más la catástrofe, el malestar
siguió latente en el papado. Pronto los papas del renacimiento se crearon
nuevas cargas. La reformatio in capite et membris fue el propósito más urgente
del siglo xv; como el papado se negó a esa tarea, se llegó a la reforma desde
abajo.
Pasó demasiado tiempo hasta que la Iglesia misma volvió a encontrar el camino
de su renovación y realización. Pero cuando en el concilio de Trento (1545-
1563) se pusieron nuevamente los fundamentos de la fe y de la disciplina, pudo
empezar la reforma interna de la Iglesia y fue posible presentar un muro de
contención a la penetración del protestantismo (->reforma católica y
contrareforma). Esta obra de edificación corresponde a las manifestaciones más
maravillosas de la h. de la I. Una auténtica reforma es siempre cosa de santos.
Por eso la reforma del papado se hizo digna de crédito cuando con Pío v (1566-
72) surgió un papa santo. Hubo entonces en todos los estados gran número de
santos. Dio comienzo el «siglo de los santos». En esos santos la Iglesia
purificada, «santa», recuperó su propia realización y concepción. Nuevas
órdenes impulsaron la reforma, sobre todo los jesuitas y capuchinos. La
paralizadora resignación cedió a un nuevo sentimiento vital católico, que
adquirió nueva expresión en el arte, la piedad y la teología durante la época del
-> barroco (1550-1750). La ciencia teológica se vio poderosamente desafiada
por el protestantismo y recibió nuevo impulso gracias a la labor del Tridentino.
En la -> escolástica barroca se eliminaron muchas obscuridades de la teología
anterior a la reforma. Descollaron sobre todos los españoles e italianos
(Belarmino, Soto, Suárez, Cano y otros, especialmente jesuitas y dominicos),
posteriormente también los franceses. Los temas capitales fueron la doctrina
trinitaria, la cristología y la doctrina de la gracia. El movimiento intelectual que
procede de Suárez (1548-1619, desde 1564 SI, -> suarismo) abarcó todos los
campos de la teología (dogmática, teología moral, canonística) y de la filosofía,
en la que él quiso infundir los principios cristianos; y también fue provechoso en
el terreno de la vida religiosa. La -> mística española (Teresa de Ávila, Juan de
la Cruz) condujo a la interiorización de la vida religiosa de la Iglesia y tuvo
particular repercusión en Francia. Allí P. de Bérulle fundó una espiritualidad
sacerdotal propia, que influyó de una manera decisiva en el clero francés del s.
xvii (-->escuela francesa).
Pero también los peligros continuaron. Por el afán de presentar una teología
conforme con el tiempo y la vida, en disputa con el -> calvinismo, M. Bayo
(1513-89) desarrolló en Lovaina una doctrina de la gracia y del pecado original
que se basaba en un -> agustinismo falseado que la Iglesia hubo de condenar
(-> bayanismo). Esta doctrina fue funesta porque en Lovaina su discípulo
Cornelio Jansenio (+ 1638) adoptó sus ideas y las introdujo en la teología y la
piedad católicas. Por su rigorista doctrina de la gracia y la práctica sacramental
el -> jansenismo sacudió gravemente a la Iglesia francesa de los siglos xvii y
xviii.
Esta reedificación se llevó adelante bajo la constante disputa con las nuevas
formas de intervención del Estado en la Iglesia y con los movimientos
nacionalistas. El - > liberalismo, el -> socialismo, el -> comunismo y el ->
materialismo (-> marxismo) le presentaron una enconada batalla. La sociedad
moderna, imbuida de una inmensa fe en el progreso, se apartó cada vez más de
la Iglesia y de todo cristianismo positivo. Se llegó a una apostasía organizada y
masiva, que se extendió sobre todo a las clases superiores y a los trabajadores
industriales. Sin embargo, en todos los países europeos se puede comprobar un
despertar de la vida religioso-eclesial, así como una consolidación del papado.
Con el apoyo de estas ideas y sostenido por el amor del pueblo católico, el
papado, por una parte, creció en importancia religioso-eclesiástica; pero, por
otra parte, fue combatido con la mayor violencia. Pío ix definió ex cathedra el
dogma de la Inmaculada (1854), y en el Syllabus (1864) declaró la guerra al ->
liberalismo como visión del mundo y a otros movimientos. Finalmente en el
Vaticano i (1869-70) consiguió que se llegara a la declaración dogmática de la
infalibilidad y del primado papales. Al mismo tiempo experimentó una violenta
oposición (Risorgimento; los viejos católicos), con la pérdida de los Estados
pontificios (Sept. 1870) y el debilitamiento político. Sin embargo, en conjunto
subió la estimación moral del papado, que, con León XIII (1878-1903), alcanzó
uno de sus momentos más gloriosos.
El problema más grave está en las relaciones de la Iglesia con los países
comunistas, que dominan hoy una parte tan considerable de la tierra. Su
agresivo ->ateísmo y su ->materialismo dialéctico no dejan lugar alguno a la fe
y la Iglesia; por ello ésta los ha condenado a menudo. Después de las amargas
experiencias que la Iglesia ha tenido con las dictaduras totalitaristas (Hitler,
Mussolini, las dictaduras de partido de los países comunistas), y a pesar de las
iniciativas de Juan XXIII, aquí, no se puede prever todavía lo que traerá el
futuro.
¿Termina también hoy una era y se anuncia una nueva? Hay cosas que parecen
indicarlo. La extensión global y el encuentro de la Iglesia con todas las naciones
y culturas a lo ancho del mundo, posible gracias a los modernos medios de -
>comunicación social, el proceso de transformación y un¡formación de la
civilización mundial, la nueva imagen del mundo que ofrecen la ciencia y la
investigación, y finalmente la -> secularización interna del hombre y la
creciente falta de fe, sitúan hoy a la Iglesia ante nuevas empresas. La exigencia
del momento presente no es la identificación con lo ya existente y la fijación en
ello, sino la apertura al futuro. Pero es evidente que excluimos todo
progresismo que no tenga la mirada continuamente puesta en lo esencial.
También hoy, la conservación de la «tradición apostólica» constituye para la
Iglesia un problema de ser o no ser.
August Franzen
IGLESIA, MIEMBROS DE LA
5. La Lumen gentium (n .o 14) distingue con una frase de Agustín entre una
pertenencia corde (en el corazón) a la Iglesia y una pertenencia corpore
(externa). El católico sabe que pertenece a la Iglesia corpore; pero que vive en
ella también corde gracias a la caridad creyente, esto no lo sabe reflejamente
con seguridad, sólo puede - y debe- esperarlo. Pero como el cristiano espera
también la salvación de los demás, y puede esperarla porque hoy sabe
teológicamente que es posible ser «cristiano» (lo que aquí quiere decir: un
hombre que vive en la gracia de Dios y de su Ungido) aun desconociendo el
nombre de Cristo o creyendo que se le debe rechazar; en consecuencia sólo
puede considerarse a sí mismo y a la Iglesia como la vanguardia de quienes
salen al encuentro de la salvación de Dios y de su eternidad por las sendas de la
historia.
IGLESIA, POTESTADES DE LA
Las p. de la I. son aquel poder sagrado que se deriva de Jesucristo y que la ->
Iglesia debe ejercer en su nombre para realizar la misión que le ha sido
encomendada.
Todos los miembros del pueblo de Dios, tanto -> clero como -> laicos, poseen
la misma dignidad de cristianos y participan de la tarea de la Iglesia, que abarca
la tríada de magisterio, sacerdocio y ministerio pastoral. La diferencia estriba
solamente en que la manera de colaborar en la Iglesia es diferente en cada
caso, lo cual está fundado a su vez en el matiz diverso de cada persona en la
Iglesia. Según esto, no es tarea de los sagrados pastores asumir por sí solos
toda la misión salvífica de la Iglesia, sino que su excelsa función es «apacentar
de tal modo a los fieles y reconocer de tal modo sus servicios y carismas, que
todos a su modo colaboren unánimemente a su manera en la obra común»
(Vaticano ii, De Eccl. n° 30). «De este modo, según la acción propia de cada
miembro, se asegura el crecimiento del cuerpo para su edificación en amor» (Ef
4, 16). La función que en todo esto corresponde a los pastores de la Iglesia es
una mera función de servicio (diakonía), que está representada en la parábola
del buen pastor como entrega amorosa en favor de los que le siguen (Jn 10, 1-
28). No es un mandar propio de señores lo que caracteriza el poder sagrado de
la Iglesia, sino un servicio que se preocupa del bien del pueblo (cf. Mt 20, 24-
28).
Portador del poder sagrado no es aquel que se sabe en posesión de un don
peculiar de la gracia divina, aun cuando éste sea reconocido en el pueblo de
Dios, sino aquel que ha sido llamado de una manera jurídicamente perceptible.
Por esta razón la estructura jerárquica no es compatible con una estructura
meramente carismática. Sin embargo los -> carismas son un elemento esencial
de la Iglesia. Son -> dones del Espíritu Santo, que actúa en todos los miembros
del pueblo de Dios; los carismas pertenecen a la realización cotidiana de la vida
de la Iglesia y son comunicados en forma de dones especiales en tiempos de
necesidad para la Iglesia. El Espíritu Santo «distribuye a cada uno lo suyo como
quiere» (1 Cor 12, 11). El juicio acerca de la autenticidad de los dones y sobre
su uso ordenado, como dice el concilio (Vaticano n, De Eccl. n° 12), está en
manos de aquellos que presiden en la Iglesia (cf. 1 Cor 14, 37s), a los cuales
corresponde de manera especial la tarea de cuidar de que no se extinga el
Espíritu y la de probarlo todo y conservar lo bueno (cf. 1 Tes 5, 12.19-21).
Con la triple división del poder referida a los tres oficios, surgió la costumbre de
designar las tres potestades según sus funciones: potestas docendi, potestas
sanctificandi y potestas regendi, por lo cual se iba retirando a un segundo
plano, sin ser abandonada, la distinción entre potestas ordinis y potestas
iurisdictionis, basada en otro motivo de división. En tanto se mantuvo la antigua
distinción entre la potestad de orden y la de jurisdicción (p. pastoral) se imponía
la necesidad de integrar la potestad docente en el sistema de la doble potestad;
esto se llevó a cabo en cuanto la potestad docente fue considerada como una
parte de la pastoral. La relación de las dos potestades con los tres oficios se
determinó -sobre todo en la canonística, que en general se aferró a la distinción
entre potestad de orden y de jurisdicción- de tal manera que la potestad de
orden (potestas ordinis = p. sanctificandi) se puso en relación con el oficio
sacerdotal, y la potestad de jurisdicción (p. iurisdictionis = p. regendi et
docendi) se puso en relación con el oficio doctrinal o pastoral. Este esquema de
pensamiento se refleja en muchas expresiones del Concilio, sobre todo al
establecer que el orden de los obispos sucede al colegio de los apóstoles en el
oficio doctrinal y pastoral (in magisterio et regimine pastoral¡. Vaticano ir, De
Eccl. nº. 22; cf. también Vaticano ii, De Ep. número 3, donde todavía han
quedado incluidas en la redacción final las palabras: ad magisterium et regimen
pastorale quod attinet). Sin embargo apenas se puede discutir que el colegio de
los obispos sucede al colegio apostólico también en el ministerio sacerdotal; me
parece que esto se halla implícitamente en la declaración «de que los obispo s
por institución divina han sido puestos en el lugar de los apóstoles como
pastores de la Iglesia» (Vaticano ir, De Eccl. n ° 20); pues los pastores Ecclesiae
ejercen los tres oficios de la Iglesia. ¿Y cómo podría justificarse que al colegio
de obispos se le atribuya la plenitud de la suprema potestad en la Iglesia
(Vaticano ir, De Ecci. n° 22), si el oficio sacerdotal no perteneciera al ámbito de
tareas del colegio episcopal? Sólo está en duda qué tareas concretas pueden ser
realizadas por un colegio y qué tareas exigen el compromiso de una persona
física.
2. Distinción y entrelazamiento
Klaus Mörsdorf
IGLESIA PRIMITIVA
I. Períodos
Mas por adecuada que parezca esta división de la I.p. en períodos, las fases
aisladas de su evolución histórica siguen planteando problemas ahora lo mismo
que antes. Es cierto que en general el juicio esquemático ha cedido a la sutil
investigación detallada; pero sus resultados difieren no raras veces, en todo lo
cual, prescindiendo de los datos históricos, muchas veces desempeña su papel
la especial valoración (dogmática) de este período.
1. Iglesia originaria
Con el paso al siglo tercero se inicia la época de la gran Iglesia del cristianismo
primitivo. A pesar de las medidas externas de violencia el cristianismo se
desarrolla en esta época, tanto en número como en la vida interior eclesiástica,
hasta convertirse en una magnitud sólidamente unida, y prepara así la
transición a la Iglesia del imperio.
Desde el punto de vista del contenido, resuenan en los máximos teólogos los
grandes temas del futuro. Siguiendo el ejemplo de Ireneo de Lyón (+ hacía el
202), los alejandrinos analizan el conjunto histórico-salvífιco del acontecimiento
de la redención en Cristo; a este respecto la reflexión sobre Cristo ocupα
necesariamente el lugar central. Dando un paso de la oikonomia a la teología,
se presenta pronto la cuestión acerca de los portadores de la única acción
sαlvífica. La problemática planteada por el monarquianismo, que surgió a causa
del intento de armonizar la divinidad de Cristo con el monoteísmo, provocó
sutiles especulaciones (cristología del Logos, subordinacionismo), aunque su
enfoque era histórico-salvífιco, a diferencia de la perspectíva ontológica del ->
arrianismo. Es notable asimismo en esta discusión la tensión entre un
vocabulario acomodado a la Escritura y los conceptos filosóficos que reclama
para sí el progreso del pensamiento teológico. Frente al gnosticismo y sus
doctrinas de la autorredención, la Iglesia se vio obligada a urgir que la salvación
viene de la gracia. Además, los padres se esfuerzan por mantener también aquí
el contexto histórico-salνífico (caída en el pecado, misión del Espíritu Santo), y
a la vez por regular el futuro lenguaje de la teologία mediante cuidadosas
distinciones (imago - similitudo; natura - gratia). La sobriedad en las
expresiones y la profundidad del símbolo caracterizan los esfuerzos pοr
circunscribir el misterio de la Iglesia; conscientemente se incluyen en la
dimensión eclesiológica la existencia del cristiano individual (disciplina de la
penitencia).
En el curso de lα historia la I.p. gozó siempre de alta estima, pues se creyó que
en ella se realizó el cristianismo en su forma pura. Cono indudable punto
cumbre de la historia de la Iglesia, esta época posee un carácter normativo, que
por otra parte fue exagerado y simplificado por υnα visión crítica de la historia,
sobre todo en relación con la llamada teoría de la decadencia. Así Jerónimo
glorifica esta era a causa de sus mártires, y lo hace mirando a la decadencia de
la Iglesia (Vita Malchi 1). Los movimientos renovadores de la edad media
evocan en cada caso el ideal de la ecclesia primitiva y miden por ella la Iglesia
del tiempo presente. También pαrα la -> reforma protestante la I.p. posee un
carácter normativo, por cuanto precisamente en esta época el Evangelio fue
predicadο sin falseamientos. Con el retorno del clasicismo a la antigüedad, la
importancia de la I.p. creció nuevamente, pues se transfirió a ella el canon de la
«noble sencillez y de la silenciosa grandeza». Todavía en el juicio de la actual
historia de la Iglesia actúa el tópico de la Iglesia pura y sin falsificación del
comienzo, sobre todo en conexión con la discusión acerca del llamado giro
constantiniano.
Sin duda esta visión esquemática de la I.p. está sometida a una idealización,
que no resiste un análisis histórico, por más estima que se tenga de esta época.
Esa visión está influida por un pensamiento vital-evolucionista, que espera una
renovación de la Iglesia por el retorno a la «fresca juventud» del tiempo
primitivo. Ahora bien, aunque esa imagen no corresponda a la situación
histórica ní a la estructura de lo histórico, sin embargo se nos plantea lα
cuestión de si y en qué sentido la I.p. posee un carácter normativo.
Peter Stoekmeier
IGLESIA UNIVERSAL
Este artículo debe ser considerado como cοmplemento de los artículos —>
Iglesia e -> Iglesia y mundo. Viene a situarse entre ambos. Su tema es actual
porque por primera vez hoy la Iglesia está acercándose de hecho y en forma
históricamente palpable a la condición de I.u., como lo ha dado a entender
claramente el concilio Vaticano II, y porque de esa circunstancia se deducen
notables consecuencias para la cοnductα de la Iglesia.
2. Pero la Iglesia puede y debe ser llaιnada I.u. en un sentido más estricto de la
historia actual. Hoy en la imagen de su aparición concreta se ha convertido en
I.u., en Iglesia para todo el mundo. Con esto no se afirma evidentemente que
todos los hombres sean cristianos (bautizados) y católicos; ni implica este
concepto la opinión de que al menos hoy la Iglesia está tan presente a to-dos
los hombres, comο llamada de la gracia de Dios, que sólo pueda ser desoída por
culpe personal; tampoco se dice con este concepto histórico de I.u. que la
Iglesia esté ya «implantada» de tal modo en todos los pueblos y culturas
(espacios históricos), que ya no sea una iglesia de misión en el sentido del
Decreto sobre las misiones del concilio Vaticano II (cf. el nº. 19 de este
decreto). No se puede discutir en modo alguno que aún hay regiones en el
mundo donde la Iglesia católica (más aún: el cristianismo) prácticamente no
está presente todavía (p.ej., algunas regiones de Asia). En todo caso la Iglesia
es aύη Iglesia de misión en extensas zonas asiáticas (China, Siberia, etc.), en el
mundo islámico y en muchas partes de Africa; es decir, la comunidad de los
fieles está tan poco arraigada en la vida social del país correspondiente, tan
escasa es su adaptación a la cultura local, tan reducido el número de
sacerdotes, religiosos y fieles seglares, tan modestas son las «instituciones»
(sin obispos nativos, etc.), que no puede decirse que la actividad misionera
haya llegado «a una cierta conclusión». Y, sin embargo, se puede hablar ya hoy
de una I.u. en un sentido de actualidad histórica. Lo que hace 150 años no se
podía decir, hoy yα se puede afirmar: la Iglesia está «presente» de alguna
manera en casi todas partes; tiene (ροr lo menos si prescindimos del sector,
ciertamente muy grande, en que gobierna el comunismo ateo militante) en
todas las partes del mundo Iglesias locales o misiones, su doctrina y existencia
pertenecen en todas partes a aquello que la opinión pública conoce y con lo que
se cuenta; en el grupο de sus dirigentes la Iglesia tiene representantes de todas
las naciones y grupos raciales de cierta importancia, etc. A ello se añade (quizás
como factor decisivo, aunque inicialmente condicionado por la historia universal
profana) que los pueblos y las historias nacionales, antes prácticamente
separados de un modo total por un terreno histórico que no era de nadie, hoy
se hαn fundido (debido sobre todo al colonialismo europeo que se inició en el
siglo xvi) hasta formar una familia actual de pueblos y una única historia
universal (proceso que continúa con resultados cada vez mejores), de manera
que hοy cada historia particular (de un pueblo, de una cultura, de un
continente) se ha convertido en un factor que condiciona empíricamente
cualquier otra historia particular (como sub-raya una y otra vez la constitución
pastoral del Vaticano II). El resultado natural de todo ello es que las grandes
religiones culturales υ vivas, aunque hayan surgido en un enclave histórico
particular y hayan tenido allí su dominio originario de vida e influencia, hoy se
han convertido en un elemento condιcιonante de la historia dcl mundo, aunque
su presencia «corporal» (a través de instituciones o de un número considerable
de adeptos) en determinados lugares sea muy débil o simplemente no se dé.
Esto vale con mayor razón del —> cristianismo: por el númerο de sus fieles,
que relativamente es el más alto y por el hecho de ser la religión del ámbito
cultural de donde hα partido la actual unificación de la —> historia universal. Y
vale aún más aplicado a la Iglesia mayor de la cristiandad. Hay que pensar
además que el hecho de lα unificación de la historia universal no tiene sólo una
importancia práctica para el devenir en la I.u. de hoy (en efecto, la expansión
europea, y las misiones a escala mundial se condicionan mutuamente desde el
siglo xvi, aunque no en provecho sino en perjuicio de las misiones, por la
sospecha de que éstas forman parte del imperialismo europeo; véase —>
colonialismo y descolonización). Se da también otra conexión fundamental: esta
relación racional europea con el —> mundo, que apunta a su transformación,
así como la -> técnica, que fueron condición y fundamento de la expansión
europea, forjadura de la historia universal —pese a todas las excrescencias de
racionalismo, tecnocracia y secularización del mundo hasta el —> ateísmo
práctico o militante— han brotado en definitiva de una postura cristiana ante el
mundo, para la cual éste pierde todo carácter divino ροr ser una criatura, cuyo
fin está en servir de marco y material para que el hombre se encuentre a sí
mismo.
3. Mas con este hecho se dan también ciertas consecuencias para el ser y el
obrar de la Iglesia, de las cuales sólo cabe mencionar algunas. En una I.u.,
enmarcada en la unidad de una única historia universal, crecen la importancia,
obligación y dependencia de cada Iglesia particular frente a las demás. Las
antiguas Iglesias particulares fundan (nο sólo con sus -> misiones) Iglesias
jóvenes en «pαíses no cristianos»; y el destino de éstas repercute en las
mismas Iglesias antiguas. Lo cual, a su vez, agrava el deber misionero, que
ahora viene a ser empíricamente una parte de la obligación de subsistir que
pesa sobre las Iglesias antiguas, ya que su propio destino está condicionado por
el destino del cristianismo en todo el mundo. En esta situación de una única
historia universal, en la cual todos los pueblos se hacen al mismo tiempo
independientes, la Iglesia debe expresar claramente su carácter de I.u. de todos
los pueblos, que tienen en ella los mismos derechos: con la institución lo más
rápida posible de un episcopado y de un sacerdocio nativos, con la admisión en
su vida de todas las culturas y mentalidades nacionales en igualdad de
derechos, con la supresión del antiguo europeísmo en las misiones, con la
internacionalización de la curia romana, con la adaptación de la liturgia a cada
pueblo, la cual debe ser una liturgia universal diferenciada, no una liturgia latina
(y casi únicamente romana). En medio de una única historia universal, la única
I.u. debe aparecer como sujeto agente de la autorrealización eclesiástica con
más claridad que antes, y no sólo mediante la acción del -> papa como
supremo garante y representante de la unidad visible de la Iglesia: con la
acción de todo el episcopado como supremo gremio de dirección colegiada de la
I.u., con una distribución de los sacerdotes en todo el mundo por encima de los
intereses de las Iglesias locales, con la «ayuda al desarrollo» de las Iglesias
misionales y de las de Sudamérica, con la responsabilidad práctica de cada
obispo ( y aun de cada cristiano) frente a toda la Iglesia y cada una de sus
partes. La I.u. deberá buscar y seguir desarrollando — por encima de los
concordatos nacionales, etc. — las relaciones de diálogo y colaboración con
otras instituciones que representan socialmente la unidad de la familia humana
y de su historia: entre otras, con la ONU, la UNESCO, el Consejo mundial de las
Iglesias (-> diálogo y colaboración entre las Iglesias, en -a ecumenismo, C).
Karl Rahner
IGLESIA Y ESTADO
Las relaciones entre I. y E. están determinadas siempre por una dialéctica que
proviene de la diferencia esencial entre ambos; pues las dos instituciones
dirigen sus pretensiones a los mismos seres humanos, aunque con diversos
fines (fin del -> hombre). Deber del -> Estado es procurar asegurar el bien
natural de sus ciudadanos en la tierra, mientras que la -> Iglesia está llamada a
proseguir en la tierra la obra salvífica de su fundador y conducir a los hombres a
la salvación eterna mediante la palabra y los sacramentos. Ambos, I. y E., se
encuentran en sus miembros, y se requiere una ordenación de sus mutuas
relaciones que corresponda al desarrollo histórico y a la situación concreta de
cada caso. Todas las tentativas por regular de modo abstracto las relaciones
entre I. y E. están condenadas prácticamente al fracaso, pues pasan por alto la
historicidad de dichas instituciones. Para la regulación de sus relaciones se han
dado en la historia de —> occidente diversos modelos de solución, que no sólo
llevaban el sello de las formas políticas propias de cada tiempo, sino también, y
sobre todo, el de la idea que entonces se tenía de la Iglesia y del Estado.
1. Visión histórica
Las nuevas relaciones de la curia con los Estados del s. xv se caracterizan por la
aparición de rasgos peculiares en las Iglesias nacionales. En Francia se
desarrolló un —> episcopalismo nacionalista que condujo a la proclamación de
las libertades galicanas (1407-1408, —> galicanismo). En espera de su
aprobación por el concilio de Basilea recibieron protección legal de parte de
Carlos vil con la sanción pragmática de Bourges (1438). El desarrollo de un
curialismo romano centralista bien pronto encontró resistencia en Inglaterra
(son importantes a este respecto las Constituciones de Clarendon de 1164), de
manera que la Iglesia inglesa — ya antes de su separación de Roma bajo
Enrique viii — llevaba en cierto modo una existencia aparte bajo la protección
del rey y del parlamento. En Alemania no se llegó a la sanción imperial de los
decretos de Basilea, fomentados por el espíritu del -> conciliarismo y acogidos
en la «Aceptación de Maguncia» de 1439, debido a que el papa, como
consecuencia del cambio dinástico en Alemania, logró conjurar el peligro
conciliar-episcopal aliándose con los príncipes a cambio de pequeñas
concesiones a las Iglesias nacionales. Las negociaciones de la curia condujeron
a la firma de los llamados concordatos de los príncipes (1447), a los que un año
después siguió el concordato de Viena, que anuló en gran parte las resoluciones
de Basilea y siguió en vigor como ley fundamental del imperio hasta la ->
secularización de 1803.
Desde 1848 la Iglesia entró bajo Pío ix (1846-1878) en una nueva era de
concordatos, determinada predominantemente por la idea de coordinación,
aunque en casi todos los países europeos provocó nuevas dificultades. La idea
de la coordinación tenía que resultar problemática para el Estado del s. x1x
celoso de su soberanía. Desde las dificultades generales que siguieron a los
primeros éxitos importantes, la Iglesia se vio afectada en Francia por la política
amistosa hacia Italia y hostil hacia los Estados Pontificios, y en Italia por la
actitud de Víctor Manuel u (1849-78), claramente anticlerical y partidaria de la
separación. Lo mismo sucedió con la Iglesia en Austria, donde el concordato fue
paulatinamente eliminado por la legislación estatal. En Alemania el liberalismo
anticlerical logró afianzarse hasta tal punto que los concordatos firmados en
Württemberg (1857) y en Baden (1859) fueron arrumbados por completo.
Basándose en los principios tomistas, León xrir formuló su doctrina sobre las
relaciones entre la I. y el E., que está vigente hasta nuestros días. También
León xrii parte de que el Estado, como institución de derecho natural, procede
inmediatamente de Dios. «Al igual que la sociedad civil, también su autoridad
tiene como origen la naturaleza, y por tanto a Dios mismo. De aquí se sigue que
el poder público en cuanto tal sólo puede proceder de Dios» (Immortale Dei, 1-
11-1885). La Iglesia y el Estado son sociedades autónomas, mutuamente
independientes, con sus propios derechos; ambos son «sociedades perfectas» a
las que en sus respectivas esferas compete la suprema soberanía. «Dios ha
repartido el cuidado del género humano entre dos poderes: el eclesiástico y el
estatal. Al uno le compete el cuidado de los intereses divinos, al otro el de los
humanos. Cada uno es supremo en su orden, cada uno tiene determinados
límites, que resultan de la naturaleza y del fin próximo de cada uno de los dos
poderes» (Immortale Dei). Y en Sapientiae christianae (10-1-1890) leemos:
«Como la Iglesia y el Estado tienen su propia autoridad, ninguna de las dos
sociedades está sometida a la otra en la dirección y el ordenamiento de sus
propios asuntos; esto es naturalmente válido dentro de los límites que le han
sido trazados a cada una por su fin próximo.» Al igual que la Iglesia reconoce la
independencia y autonomía del Estado en todos los asuntos meramente civiles
(res mere civiles), así también el Estado debe reconocer la soberanía de la
Iglesia en su esfera; «por esto todo lo que es santo en la vida de la humanidad,
todo lo que se refiere a la salvación de las almas y al servicio divino, ya sea por
su naturaleza ya por su relación con ese fin, está subordinado a la autoridad de
la Igesia y a su juicio. Por el contrario, todo lo que afecta a la esfera civil y
política está sometido con pleno derecho a la autoridad estatal» (Immortale
Dei). Hasta nuestros días se ha discutido si las declaraciones de León xrrr deben
entenderse en el sentido de una potestas indirecta o de una potestas directiva.
Cierto que en esas palabras no se pretende expressis verbis una autoridad
jurisdiccional; pero como León xui no dice más concretamente si y en qué
medida la Iglesia puede tener autoridad sobre lo temporal (y, por tanto, sobre
el Estado) ni con qué medios puede y debe imponer sus principios en el mundo,
queda sin respuesta la cuestión decisiva sobre la naturaleza de la autoridad
eclesiástica en el mundo.
Paul Mikat
BIBLIOGRAFÍA
IGLESIA Y MUNDO
Para hablar más concretamente de estas relaciones hemos de ofrecer una breve
exposición previa de los términos relacionados entre sí.
Estas relaciones entre I. y m. tienen una historia. No son ni tienen por qué ser
siempre las mismas. Y no sólo se modifican porque el mundo (como historia
libre, individual y colectiva) y también la Iglesia (en su ministerio y sobre todo
en sus miembros) con sus defectos y culpas pueden desfigurar y falsear las
relaciones entre ambas entidades (por intrusiones en las competencias de la
otra parte; por negligencia o interpretación deficiente del deber que incumbe a
cada una de las partes respecto de la otra); sino además, con anterioridad a
semejante culpa histórica, porque ambas partes son magnitudes históricas y,
por tanto, mutables, de modo que pueden cambiar sus relaciones mutuas. No
sólo existe una historia profana del mundo (en su conocimiento, en su cultura,
en su emancipación del dominio de la naturaleza, en su carácter social, en la
visión total de sí mismo, en su actitud con respecto a su pasado y a su futuro
abierto). También la Iglesia, mediante un proceso histórico y bajo la dirección
del Espíritu, es introducida lentamente y de manera plena en la verdad que
posee siempre; y esta historia de la verdad, como criterio de la acción
eclesiástica, transforma asimismo las relaciones de la I. con el m. y con todos
sus campos. Por ejemplo, sólo despacio aprende la Iglesia a valorar la libertad
del individuo y de los grupos humanos, la unidad y pluralidad de las muchas
Iglesias (así como su substrato étnico y sus relaciones con la historia profana;
véanse los decretos Orientalium Ecclesiarum y Unitatis redintegratio del
Vaticano ii), cuya cúspide unitaria es ella; sólo lentamente va valorando la
relativa autonomía de las ciencias profanas, la posible diversidad de la
constitución social, estatal y económica de los grupos humanos (eliminando su
desconfianaz frente a la democracia y a ciertas formas de mayor socialización,
etcétera). Poco a poco va logrando una apreciación más serena, más amplia y
personal de lo sexual en el hombre. Y a pesar de la motivación profana de este
desarrollo y transformación en la teoría y en la práctica, semejante cambio de la
Iglesia se encuentra en definitiva bajo el criterio de su propio espíritu y de su
vieja verdad, sin que sea sólo una «acomodación» impuesta desde fuera a una
situación histórica que ella no puede cambiar. En este cambio de la Iglesia y del
mundo ambas esferas se influyen mutuamente. El cambio del espíritu occidental
en la edad moderna (su transición de un cosmocentrismo griego a un
antropocentrismo, su eliminación de todo rasgo divino del mundo para
convertirlo en material de la acción humana, su racionalidad y técnica, la
reflexión sobre la propia historicidad y la consecuente postura crítica frente al
pasado, relativizando la tradición humana y abriendo un nuevo futuro) ha
brotado en definitiva del propio espíritu del cristianismo, aunque con frecuencia
(justa o culpablemente) se haya vuelto contra la Iglesia concreta, obligándola a
aprender lentamente lo que de hecho supo siempre. Porque estas relaciones
entre I. y m. son y tienen realmente historia, deben determinarse cada vez en
forma nueva (y concreta, aunque permanezcan sus estructuras fundamentales),
y conservan lo imprevisible e implanificable de la historia, sin que puedan
derivarse simplemente en forma concreta y adecuada de los principios eternos,
capaces de fijarlas concretamente de una vez por todas.
Esas relaciones son también fruto de la decisión primigenia de los hombres que
actúan históricamente en la Iglesia y en el mundo, y por esto acarrean luchas.
Por lo que toca a la Iglesia, su postura frente al mundo no es sólo cuestión de
instancias doctrinales, sino también de una actitud libremente adoptada por su
ministerio pastoral y sus representantes carismáticos (en la cambiante unidad
dialéctica de huida del mundo y aceptación del mismo, la cual no se puede fijar
concretamente de una vez por todas). Justo porque esta historia es historia,
sólo con dificultad y reservas puede reducirse a una fórmula. Quizá se podría
decir que se trata de la historia del encuentro cada vez más claro de la Iglesia
consigo misma (como realidad que «no es de este mundo» y como sacramento
del futuro absoluto del mundo, que éste no establece con su propio poder, sino
que lo recibe de Dios como gracia supramundana, quedando así relativizada en
la teoría y en la acción toda concepción del mundo sobre sí mismo y
produciéndose así la apertura de éste al futuro absoluto); con lo cual el mundo
penetra cada vez más en su carácter secular gracias a la Iglesia.
Por otra parte, la Iglesia puede ser más bien una Iglesia misionera, que se
dirige a todos, que trata seriamente de ganar para el bautismo a los adultos
incluso en los «países cristianos», que ofrecen campo al sentimiento vital de
estos hombres «modernos» (que traen consigo una personalidad ya forjada).
La Iglesia jerárquica tendrá además que ver con claridad cómo hoy, en un
mundo dinámico, sumamente complejo y repleto hasta límites increíbles de
bienes, planes y posibilidades inmensas creadas por el hombre ya no le es
posible promulgar imperativos inmediatos y concretos — aunque en principio
pudiera hacerlo — para regular la configuración concreta de la economía, el
control directo de la formación, la distribución de los impuestos destinados a la
ayuda económica de los pueblos subdesarrollados, la planificación del aumento
demográfico, el rearme o el desarme, etc. La Iglesia deberá anunciar los
principios generales de la dignidad del hombre, la libertad, la justicia, el amor,
etc., sin pensar en modo alguno que una predicación semejante es inútil o
irrelevante, ni que es sólo el ornamento ideológico de una vida brutal que se
desarrolla de acuerdo con unas leyes muy diferentes. Puede (como en el caso
de Juan xxiii o de Pablo vi ante las Naciones Unidas) en determinadas
circunstancias tener incluso el valor de presentarse como representante y
portavoz de un instinto histórico cristiano o de una decisión cristiana, cuando
esto es más una llamada «carismática» que una mera deducción a partir de
ciertos principios cristianos (suponiendo que tal distinción resulte clara en este
caso). Pero debe establecer asimismo una distinción real entre los principios
cristianos y la decisión concreta, la cual no puede derivarse solamente de ellos,
de manera que los límites y posibilidades de la Iglesia jerárquica (sin
pretensiones integristas) resulten claros. Esto importa sobre todo cuando un
estadista, que es cristiano, debe tomar decisiones para la sociedad pluralista
como tal que él representa. Bien marcada esa diferencia, se puede también
combatir realmente la confusión todavía existente en aquella mentalidad
cristiana según la cual el creyente está seguro de la moralidad de su actuación,
de la conformidad de sus decisiones con la voluntad divina cuando éstas no van
claramente en contra de las normas materiales de la Iglesia. Sólo entonces
resulta perfectamente claro que la conducta cristiana en cuanto tal es posible y
obligatoria incluso en el terreno de lotemporal, incluso allí donde no es
«eclesiástica»; que la actuación profana del cristiano (que como tal tiene
obligaciones con el mundo), conforme a la realidad, la historia y la situación, y
derivada de una suprema actitud cristiana, reviste un significado salvífico, pese
a su permanente carácter profano. Esta liberadora «modestia» de la Iglesia
oficial, que suscita lo auténticamente cristiano (fuera de lo eclesiástico), no es
una limitación de su poder impuesta desde fuera, sino resultado de la misma
visión cristiana del mundo, como pronto vamos a demostrar.
2. Si hoy, por una parte, la Iglesia debe estar y está necesariamente en todas
partes dentro de un mundo unificado (aunque con muy diversa intensidad), si
por otra parte la Iglesia es siempre «el signo de contradicción»,
consecuentemente (prescindiendo de todas las demás razones) no le cabe otra
«posibilidad» que la de ser y seguir siendo en todas partes la Iglesia de la
diáspora en un mundo pluralista (a pesar de su destinación en principio a todos
los hombres, destinación a la que ella debe corresponder con una misión activa
y hasta ofensiva hacia dentro y hacia fuera). Esto significa a su vez que la
Iglesia ha de tener ánimo para pasar de su situación como Iglesia nacional a ser
una Iglesia-comunidad de los que creen personalmente por propia iniciativa; es
decir, debe valorar más el tener comunidades (aunque sean numéricamente
reducidas en relación con la correspondiente población total) de hombres que
creen y viven cristianamente con seriedad personal, que el alcanzar yconservar
a «todos» en una eclesialidad tradicional; y por tanto ha de crear una estrategia
y una táctica pastorales en consonancia con ello. Así será precisamente como la
Iglesia se convertirá por sí misma en una Iglesia de diálogo abierto con el
mundo hacia fuera y hacia dentro. Diálogo hacia dentro: semejante Iglesia-
comunidad (sin perjuicio de su permanente constitución jerárquica) será una
Iglesia cuya existencia esté sostenida por los laicos en cuanto creyentes
personales (y no tanto por lo institucional de la Iglesia y su poder en la
sociedad, concretamente por el clero como tradicional soporte y beneficiario de
este prestigio social). Por ello este laicado es también el (legítimo) mundo de la
Iglesia; su formación, su mentalidad, sus esfuerzos, etc. (incluso en cuanto
repercuten en la Iglesia), no son creados (como antes ocurría normalmente) tan
sólo por la Iglesia como institución, sino que, en cuanto mundo previamente
dado, son integrados en la Iglesia por los laicos (juntamente con los clérigos
como hombres de nuestro tiempo). Y en este sentido se da y debe darse un
diálogo intraeclesial de la Iglesia con el mundo. Diálogo hacia fuera: una
Iglesia-comunidad en la diáspora, que además ha de ser misionera, no debe ni
puede encerrarse en sí misma de forma sectaria. Ha de mantenerse en abierto
diálogo con el mundo, con su cultura, con sus tendencias, con sus creaciones;
pues no puede ni debe en absoluto querer vivir exclusivamente de lo que ella
misma produce como cultura en su propio centro («literatura cristiana», «arte
cristiano»). No debe tener mentalidad de ghetto, creyendo que puede ser
autárquica en lo social y cultural. Debe querer recibir para estar en condiciones
de dar.
3. Las fuerzas de este momento presente (y también del futuro) son aquellas
sin las que no cabe pensar concretamente la actualización esencial de la Iglesia
en el mundo. Justo por eso — prescindiendo de razones más profundas — y con
toda su crítica radical a la civilización del mundo en puntos concretos, la Iglesia
tiene la obligación de afrontar esta época tal como es con ánimo abierto y
confiado. Precisamente la Iglesia no puede sucumbir ni a una resistencia
reaccionaria contra el futuro que se inicia ni a un escatologismo, que en lugar
de una sobria expectación del Señor sería una huida hacia adelante, impulsada
por una ideología en el fondo intramundana. Justamente debería ver la cruz,
que promete la venida de Cristo, en el hecho de que hemos de soportar la
dureza prosaica de un mundo nada romántico, planificado y técnico, con todas
las agravantes que una situación semejante trae consigo hasta para el propio
cristianismo. Así como el cristianismo allí donde encuentra un espíritu y un
corazón voluntariosos transforma también la situación y no sólo las intenciones,
del mismo modo la Iglesia no debe pensar en modo alguno que sólo podría
existir en la forma ahora requerida si cambiaran también aquellas circunstancias
cuya desaparición no puede esperarse seriamente: la sociedad organizada a
manera de masas, la «cultura» profana, el carácter poco explícito del
cristianismo de este tiempo, la situación de diáspora, etc. Por eso la más
pequeña victoria en esta situación y contra ella es más importante que cuanto
se consigue en una situación diferente «todavía» dada (pero de hecho en
decadencia) o en los contramovimientos transitorios de restauración contra el
rumbo fundamental y decisivo de la historia. Cuantas veces se consiga una
victoria en la nueva situación unitaria de la historia universal profana, se trata
de una victoria para todo el mundo y, por tanto, también para las naciones no
europeas y no cristianas, que cada vez en mayor medida entran en esta misma
situación. Por consiguiente la Iglesia debe renunciar, con un sentimiento vital
concreto y no sólo en una teoría abstracta, al ideal medieval de una
configuración directa y universal de todas las realidades humanas.
Quien sea y quiera ser cristiano, hará sin duda todas estas cosas diversamente
de los no cristianos (o de la mayoría de los no cristianos). Pero esa actuación
diferente aparecerá al no cristiano tolerante como una posibilidad más junto a
otras en la visión y realización de la existencia humana. Y el propio cristiano
nunca podrá decir con absoluta seguridad que su configuración de la realidad
intramundana, a la que precisamente se sabe obligado siempre en su conciencia
concreta de cristiano, sea la cristiana por antonomasia. Tampoco sabrá si por
parte de los no cristianos que hay a su alrededor ha sido experimentada ya una
posibilidad que posteriormente él conocerá como posible para él en cuanto
cristiano.
Karl Rahner
IGLESIAS ACATÓLICAS,
SECTAS Y SOCIEDADES MISIONALES
1. La Iglesia nestoriana
2. Iglesias monofisitas
1º. Tras la fundación del reino de la Armenia Menor, la sede del katholikos se
encontraba en 1293 en Sis, capital de Cilicia, que en el siglo xv fue elevada a
patriarcado. Sin embargo, por la fundación de otras Iglesias armenias, su
importancia se fue reduciendo continuamente. Desde la persecución de los
turcos en la primera guerra mundial la mayoría de los fieles viven en Siria y el
Líbano.
3. Iglesias ortodoxas
Con relación al origen, la división, los ritos y la evolución doctrinal, cf. también -
> Iglesias orientales.
Movimientos de reforma hacia mediados del siglo xrx trajeron una renovación
de la liturgia y de la formación de los sacerdotes. En los últimos años han
surgido dificultades, porque en 1954 el gobierno reconoció al patriarca como
única cabeza suprema de la Iglesia y al santo sínodo sólo lo admitió como
corporación consultiva.
f) La Iglesia de Georgia comprende hoy día unos 2,5 millones de fieles. Después
de la conquista de Siria por los árabes (643) se desprendió del patriarcado
antioqueno. Por su estrecho arrimo a Constantinopla, se adhirió a la ortodoxia.
En 1801 Georgia pasó a formar parte de Rusia y fue incorporada, por edicto del
zar, al patriarcado de Moscú, y en 1817 quedó sometida al metropolita ruso de
Tiflis. Después de la revolución de octubre de 1917, los georgianos proclamaron
su independencia eclesiástica y eligieron un katholikos. Cuando en 1918 Georgia
proclamó también su independencia política, la Iglesia rusa condenó a la
georgiana como cismática. En 1923 los georgianos volvieron a ser rusos y en
1943 el patriarca de Moscú dio por acabado el cisma.
i) Las Iglesias de los países balcánicos aspiraban, tras la liberación del dominio
turco, a lograr su independencia respecto de Constantinopla (fuera de Grecia,
cuya Iglesia se había declarado independiente ya en 1833, también desempeñó
un papel importante el deseo de introducir la lengua nacional en laliturgia, en
lugar de la lengua eclesiástica griega). La Iglesia ortodoxa de Rumania proclamó
su independencia en 1865. Después de la primera guerra mundial fue necesaria
una reorganización, que se dio por concluida en 1925 con la erección de un
patriarcado y aprobada por Constantinopla. Desde 1947 la Iglesia rumana está
subordinada al Estado comunista. En 1945, por razón de la situación política de
Rumania, el Rumanian Orthodox Episcopate in America rompió sus vínculos con
la Iglesia madre. En 1860 la Iglesia ortodoxa búlgara se declaró exarcado
independiente, que hasta 1945 no fue reconocido por Constantinopla. Después
de la instauración de la república el año 1947, una ley promulgada en 1949 ha
regido las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Al ser elevada a patriarcado, la
Iglesia recibió en 1951 una nueva constitución. La Iglesia ortodoxa servia
alcanzó su independencia el año 1879. Después de la anexión de los territorios
antaño austro-húngaros y de Montenegro, se erigió en 1920 un patriarcado con
sede en Belgrado. La proclamación de la independencia de la Iglesia ortodoxa
de Albania en 1922 fue reconocida por Constantinopla en 1937. En 1946 cayó
bajo influencia comunista. Más tarde, los albaneses residentes en América
constituyeron la Albanian Orthodox Church y se sometieron a la jurisdicción de
Constantinopla; lo mismo hicieron la American Carpato-Russian Orthodox Greek
Catholic Church y la Ukrainian Orthodox Church of America de la Greek
Archidiocese of North and South America (prácticamente independiente).
4. Sectas ortodoxas
Actualmente los adventistas de los siete días, que despliegan una viva actividad
propagandística, cuentan con más de un millón de miembros, de ellos unos 50
000 en Alemania. La federación mundial se divide por continentes, asociaciones
nacionales, uniones territoriales y comunidades. A la cabeza está la conferencia
general (Washington).
En 1884 Russell fundó con sus adeptos la Zion's Watch Tower Tract Society
Pennsylvania, que desde 1896 se llama Watch Tower Bible and Tract Society. En
1914 Russell creó en Inglaterra la International Bible Students Association. La
primera oficina filial en Alemania fue abierta en 1903. El fin de estas sociedades
es «la difusión de verdades bíblicas en distintas lenguas por la publicación de
tratados, hojas volantes, periódicos y otros libros religiosos, y por cualesquiera
otros medios legales que el consejo administrativo legítimamente nombrado
considere oportunos para lograr el fin mencionado» (Estatutos, artículo II). Los
testigos de Jehová (llamados antes «russellitas», «investigadores serios de la
Biblia») dan culto a Jehová, el Dios del AT, en quien ven un ser espiritual y
material. Niegan la Trinidad y la inmortalidad del alma. En la figura de Jesús se
encarnó el arcángel Miguel, mientras Lucifer vino a ser Satanás, a cuyo imperio
pertenecen todos los Estados civiles. Se reconocen como sacramentos el
bautismo de los adultos y la cena. La organización de esta secta es poco clara.
La dirección radica en la Sociedad de la Torre de vigía, en Brooklyn (que está
dirigida por un directorio con un presidente). Las comunidades se designan
como grupos locales, sus pastores se denominan predicadores de grupo, y los
miembros ordinarios se llaman predicadores.
13. Metodistas. La Iglesia libre metodista, que cuenta hoy día con más de 20
millones de adeptos esparcidos por toda la tierra, surgió a comienzos del siglo
xvIII de un movimiento inglés de «vida cristiana». John Wesley tomó en 1729 la
dirección de un grupo de estudiantes, que se había propuesto como fin la
renovación religiosa. Por su riguroso tenor de vida y por su método de
apostolado pronto fueron llamados «metodistas». Después de contactos con la
comunidad de hermanos de Herrnhut y de aceptar elementos pietistas, se
separaron en 1795 de la Iglesia oficial, por más que Wesley no lo deseaba
propiamente; desde 1760 los metodistas se propagaron rápidamente, entre
otras partes, en los Estados Unidos. Su teología es marcadamente soteriológica,
sin escritos simbólicos obligatorios. Sostienen la suficiencia de la Escritura;
como sacramentos admiten la palabra de Dios, la cena y el bautismo de los
niños.
18. Las sectas etiópicas nacieron entre los negros de África en el curso del
movimiento etiópico hacia fines del siglo xix. Apelando al relato bíblico sobre la
conversión de los etíopes, se dieron el nombre de «etiópicas». Su doctrina está
generalmente impregnada de elementos de las religiones naturales africanas. El
número de estas sectas se estima por encima de 500.
19. Unitarios. Los actuales unitarios se remontan al movimiento antitrinitario de
los socinianos, iniciado por Lelio y Fausto Sozzini, que se propagó hacia fines del
siglo xrx desde Italia, pasando por Rumania, Polonia y los Países Bajos, hasta
Inglaterra y América. La Biblia no es simplemente la palabra de Dios, porque la
revelación no está aún terminada y fue dada también a otros pueblos distintos
del judío. La Escritura sólo puede ser tenida por inspirada en cuanto no
contradice a la razón; en su interpretación existe completa libertad. En Cristo se
venera lo divino que habita en todo hombre. Los adictos a esta secta rechazan
la doctrina de la Trinidad (de ahí su nombre de unitarios), la muerte expiatoria
de Jesús en representación de la humanidad, el pecado original, los
sacramentos, considerados como meras ceremonias, y el infierno. Y ven el cielo
como un estado de eterna justicia y amor.
20. Los mormones o Iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días. Esta
secta fue fundada en 1830 por Joseph Smith en Fayette (N. Y.). Bajo el sucesor
de Smith, Brigham Young, tuvo lugar la marcha al gran lago Salado y la
fundación del Estado de los mormones en Utah. La doctrina fundamental
mormónica sobre la revelación de Dios dice así: «Creemos todo lo que Dios ha
revelado y revela también hoy día; creemos que todavía quiere revelar muchas
verdades grandes e importantes.» La Biblia, en la que se han infiltrado según
ellos muchos errores, es completada por otros tres libros, entre ellos el «libro
mormón». Estos libros confirman la inspiración de la Biblia y aclaran aquellas
doctrinas bíblicas sobre cuya interpretación están los hombres en desacuerdo
desde hace siglos. Los mormones ven en Dios Padre alautor de la substancia
espiritual en el hombre; Jesucristo es para ellos el Hijo de Dios engendrado en
la carne, el salvador y redentor del género humano; el Espíritu Santo es un ser
puramente espiritual. Los tres forman en común la divinidad. El hombre no es
juzgado después de la muerte, por lo que no hay cielo ni infierno en el sentido
corriente. Además de la fe y la penitencia, para la redención y salvación es
necesario el bautismo (de inmersión). Una particularidad es el bautismo por los
difuntos, que se administra a una persona allegada al muerto. En lugar de la
confirmación se ha introducido la transmisión de los dones del Espíritu Santo
por la imposición de manos. Los más importantes de estos dones son el de
lenguas y el de saberlas interpretar, así como los dones de profecía y de
santificación por la fe. El matrimonio es tenido como un contrato instituido por
Dios. Además del matrimonio para el tiempo se da también el matrimonio
celeste para la eternidad; este último es un matrimonio con un difunto, y tiene
gran importancia porque, según la doctrina mormónica, los solteros no pueden
ser redimidos. En 1895 fue prohibida por el presidente de la secta la poligamia
anteriormente practicada (apoyándose en ideas del AT). La secta dispone de un
sacerdocio, considerado como instituido por Cristo, que se divide en dos clases.
El sacerdocio aarónico, con los grados de diácono, maestro y sacerdote, tiene a
su cargo la administración de los asuntos profanos; el sacerdocio superior de
Melquisedec (ancianos, obispos, los setenta, sumos sacerdotes, patriarcas y
apóstoles) se ocupa, además, de los asuntos espirituales. La constitución de la
secta y su organización jerárquica son sumamente complicadas. Un gran papel
desempeña la administración financiera, porque, como producto del diezmo de
los miembros, la secta dispone de grandes medios. La autoridad última y
suprema es el presidente, que, como portavoz de Dios, recibe las leyes
inmediatamente de él. Los mormones cuentan hoy día con 1 800 000 miembros
aproximadamente.
21. Con relación al origen, la historia y la doctrina de los -> viejos católicos,
véase el artículo así titulado.
23. Sectas del nuevo espíritu. El movimiento del nuevo espíritu (New Thought
Movement) está estrechamente unido con la First Church o/ Christ Scientist. La
doctrina de la secta, fundada «sobre las palabras y obras de Cristo», es
calificada por su fundadora Mary Baker Eddy de «metafísica divina», de
«sistema científico de curación por la fe», o de «ley de Dios, ley del bien, que
interpreta y demuestra el principio divino y la regla divina de una armonía
universal». La fundadora consignó todas sus definiciones en el «libro de texto»
de la secta: Science and Health with Key to the Scriptures. La palabra
interpretada de la Biblia es reconocida como «guía suficiente para la vida
eterna». Jesús es maestro y camino. Su mérito principal es la reconciliación, la
prueba del amor divino. La fe en la nulidad de la materia es el núcleo del
sistema doctrinal cientista. El pecado, la enfermedad y la muerte no son
realidades. La realidad del pecado consisteúnicamente en la fe de los hombres
en él. La secta (conocida comúnmente como Christian Science) es estrictamente
centralista; la «Iglesia madre» de Boston tiene autoridad ilimitada.
Especie aparte forman las llamadas misiones de la fe. Por tales se entienden
empresas misionales que se fundan en los siguientes principios: admisión de
«hermanos» de distintas Iglesias y sectas con la sola condición de que se
mantengan en el terreno de la Biblia; proscripción de toda petición y de
limosnas misionales, por lo cual las misiones deben regirse por sus propios
ingresos que les vengan casualmente; libertad de los misioneros para dejar que
«Dios les marque su camino»; renuncia a formar en la patria una comunidad
misional organizada. Como misión de la fe fue fundada en 1842 la actual
Gossnersche Missionsgesellschaft (luterana); la China Inland Mission llamada a
la vida en 1865 por Hudson J. Taylor admite aún hoy día misioneros de todas
las Iglesias y comunidades, con la sola condición de que «confiesen la antigua fe
bíblica y se contenten con lo que Dios les ofrezca»; por lo demás, bastan para
ser admitido como misionero un conocimiento adecuado de la Biblia y la
capacidad para aprender la lengua china. Hoy día existe toda una serie de
misiones de la fe, con una orientación evangélica o fundamentalista. Estas dos
modernas tendencias teológicas han producido un gran número de pequeñas
sociedades misioneras no confesionales. Las 380 sociedades que
aproximadamente existen en conjunto ejercen una actividad que no es
despreciable, pero que en general no tiende a incorporar a un organismo social.
Estas uniones de Iglesias han repercutido sobre las Iglesias originarias, pues en
distintos países se han elaborado planes de unión con el fin de una auténtica
unificación de las Iglesias, preferentemente las que tienen igual origen. Desde
este punto de vista las misiones protestantes podrían repercutir de manera
meritoria en la unión por lo menos de las grandes Iglesias de la reforma y
contribuir así en parte a la unificación de la cristiandad (cf. también movimiento
ecuménico, en -> ecumenismo, A).
lohannes Gründler
IGLESIAS LUTERANAS
Lutero no tuvo intención de fundar una nueva Iglesia. Su idea reformista trajo
una nueva inteligencia del cristianismo frente a la tradicional, una concentración
en el Evangelio de Cristo como fuente de salvación. El movimiento así
desencadenado no tuvo originariamente por meta la formación de un cuerpo
eclesial propio, sino la reforma del existente. Sólo cuando, precipitadamente,
ese movimiento fue declarado herético por la curia y no se le concedió
posibilidad alguna de acción dentro de la Iglesia tradicional, se procedió por
necesidad a la reforma evangélica de la Iglesia independientemente del cuerpo
eclesial tradicional en aquellos territorios que se abrían a ella. Sin embargo, aun
entonces estaba lejos de los reformadores la idea de fundar una «nueva»
Iglesia. El movimiento evangélico impulsado por Lutero confesaba y confiesa
enérgicamente la «Iglesia una, santa, católica y apostólica» que existe desde el
advenimiento de Cristo y existirá como «una» hasta el fin de los tiempos (CA
vil). Pero piensa que la estructura de la Iglesia surgida históricamente, ya no es
legítima sin más. En esta estructura se dieron extravíos que han desplazado el
Evangelio de su puesto central en la Iglesia. Con su llamamiento a una nueva y
consciente concentración en el Evangelio, el movimiento reformista quiso hacer
que la Iglesia volviera a su verdadera y permanente «ley fundamental». Así se
esperaba que la correspondiente reforma en las Iglesias particulares sería sólo
el comienzo por donde el Evangelio se apoderaría cada vez más con su propia
fuerza de la Iglesia universal. Esta esperanza no se cumplió, y el movimiento
desencadenado por Lutero condujo de hecho, contra su primigenia intención, a
la consolidación de una Iglesia autónoma al lado de otras. Aparte de la renuncia
el sistema eclesiástico papal, el hecho se caracterizó por la no menos aguda
separación frente al zuinglianismo y, sobre todo, por el repudio de un
espiritualismo anárquico y de los anabaptistas. Después de lo dicho, hemos de
distinguir entre la verdadera idea de la reforma luterana: la llamada a
concentrarse en el Evangelio como centro de la Iglesia «una» de Cristo, con lo
que se quería poner delante de la cristiandad entera su verdadero «deber», por
una parte, y aquello en que dicha idea (prescindiendo de su «irradiación» más
amplia) se ha decantado históricamente, a saber: en una Iglesia aparentemente
particular frente a la Iglesia universal, por otra. De ahí que la Iglesia luterana
no puede ni debe absolutizarse nunca a sí misma. Nunca podrá negar en otros
cuerpos eclesiales la presencia (por lo menos) de ciertos rasgos de la verdadera
Iglesia. Desde su perspectiva lo decisivo es el verdadero y auténtico «deber» de
la Iglesia, determinado exclusivamente por el Evangelio, deber que ella
pretende cumplir en forma ejemplar a partir de la reforma, si bien bajo la forma
impropia de un cuerpo eclesial particular.
El hecho se fundó en teorías del siglo xv, según las cuales, cuando se da un
caso de necesidad en la Iglesia, incumbe a la autoridad civil el ius reformandi. A
ello se añadió la idea reformadora de que, caso de fallar la autoridad
eclesiástica, la comunidad cristiana ha de actuar por sí misma y, en virtud del
«sacerdocio universal de los fieles», debe nombrar por autoridad propia órganos
rectores de la Iglesia. Como praecipua membra ecclesiae estaban capacitados
para ello sobre todo los portadores de la autoridad civil. Así, pues, los príncipes
territoriales y los magistrados de las ciudades imperiales, hasta que se formara
un episcopado evangélico independiente, habían de tomar en sus manos la
reforma de la Iglesia y provisionalmente también el nombramiento (como
«obispos en caso de necesidad») de órganos rectores de la misma, pero no en
cuanto autoridad civil, sino como miembros responsables de la comunidad
cristiana. No faltaron en la época de la reforma tentativas de formar un
episcopado evangélico, pero la evolución fue por otros caminos. Los príncipes
territoriales consideraron cada vez más la responsabilidad por el orden y
gobierno de la Iglesia, que inicialmente se les había atribuido de «hecho», como
un derecho inherente por «principio» a la autoridad civil, y acabaron por ejercer
un «supremo episcopado» en un sentido abiertamente cesaropapista. En ello
vemos hoy día una falsa evolución. El que Lutero tolerara esta evolución que se
iniciaba ya en su tiempo, no obstante su clara repugnancia contra ella, depende,
entre otras cosas, de su indiferencia en asuntos de organización eclesiástica.
Por su confianza en la fuerza creadora del Evangelio, estaba persuadido de que
éste se impondría por sí mismo en la Iglesia, con tal se le dejara libre el camino.
Por qué instancias y ordenaciones debiera regirse la Iglesia, era una cuestión
que en el fondo no le interesaba. Su apasionado interés se centraba sólo en el
Evangelio mismo. Así, la Iglesia ordenada nuevamente según los principios de la
reforma luterana, en lo relativo a la constitución y al gobierno, se presentó en
forma de «Iglesias regionales». Bajo el aspecto del derecho canónico, la
«Iglesia luterana» no ha existido nunca; más bien existe cierto número de
comunidades eclesiales con organización independiente que se llaman
«luteranas», indicando así que aceptan la reforma evangélica de la Iglesia
impulsada por Lutero y afirman sus principios.
Una Iglesia luterana popular se formó en Sumatra del norte, la Iglesia de Batak,
así como en partes de Nueva Guinea.
III. Constituciones
Las constituciones de estas Iglesias luteranas no son uniformes, aunque cabe
reconocer ciertos elementos estructurales que son comunes: en todas partes la
ordenación del cuerpo eclesial se estructura no por la cualidad religiosa de los
miembros, sino partiendo de los «medios de la gracia» (objetivos), cuya
administración se regula por la profesión de fe, y el oficio de administrar los
«medios de la gracia» está coordinado con la comunidad responsable. Sin
embargo, la configuración concreta es distinta en cada caso. En las Iglesias
luteranas libres se resalta más fuertemente el elemento sinodal para el gobierno
de las mismas, mientras en las Iglesias luteranas regionales subsiste una
coordinación del episcopado y del sínodo. En Alemania, desde la desaparición
definitiva en 1918 del «gobierno eclesiástico por parte de los señores
territoriales», las Iglesias luteranas regionales (lo mismo que las demás Iglesias
protestantes) aprovecharon la ocasión para organizarse independientemente del
Estado. Y crearon constituciones que, en conjunto, están definidas por un
equilibrio entre obispo y sínodo. La mayoría de las Iglesias luteranas regionales
de Alemania se adhirieron en 1948 a la «Unión de la Iglesia evangélico-luterana
de Alemania» (VELKD), dentro de la cual hay comunión ilimitada en la
predicación y en la celebración de la cena eucarística, y paso a paso se va
realizando la uniformidad en la liturgia, en varias ramas del derecho canónico y
en la acción eclesial. A la cabeza de la VELKD están la conferencia episcopal
luterana, el sínodo general luterano y el gobierno eclesiástico, formado por el
obispo regente (elegido por el sínodo general) con representantes de la
conferencia episcopal y del sínodo general. Simultáneamente, todas las Iglesias
luteranas regionales de Alemania entraron en la liga, fundada igualmente en
1948, de la «Iglesia protestante alemana» (EKiD), que abarca a todas las
Iglesias protestantes regionales de Alemania. También en los países
escandinavos en principio se ha declarado entre tanto la separación de Iglesia y
Estado, de forma que en las Iglesias luteranas de allí no puede hablarse ya de
verdaderas Iglesias estatales. En la constitución eclesiástica de estos países se
acentúa más el episcopado, con el correspondiente cabildo catedral, que los
sínodos.