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TEMA 15: MORAL SEXUAL

Para dar juicio de la sexualidad moral respecto a la bondad o la malicia de los actos tenemos que
tener en cuenta, por no decir referirnos necesariamente, a tres hechos o criterios generales de la
sexualidad a saber;
1.- Creación.- La sexualidad es obra de Dios que brota de un preciso y providencial designio del
creador.
2.- Caída.- Este designio es turbado desde sus orígenes por el pecado original, que hay que afirmar
que no es el pecado sexual.
3.- Redención.- Cristo redime al hombre íntegramente, también está incluida la sexualidad.

Por lo tanto podemos ver que la sexualidad no es hecho puramente instintivo, sino va inserto en el
contexto de la persona; inteligencia, amor, voluntad, responsabilidad… La sexualidad incluye la alteridad
o relación con el otro, que serán uno y se multiplicarán, lo malo estará, no tanto en el contacto sexual o
corporal sino en la instrumentalización de las personas.

Principios fundamentales de la explicación cristiana de la sexualidad:

 La igualdad fundamental de naturaleza, dignidad, origen divino (Gn. 1,27)


 La diferenciación sexual, en cuanto cualificación.
 Tendencia a la unión: pues son sexos complementarios y tienden a la integración.
 La sublimación de lo sexual en la virginidad y celibato.

Cuando el hombre actúa la disposición sexual que le ha sido dada por Dios (hablamos de
sexualidad en sentido estricto) según su sentido y finalidad natural, esa actuación tiene que ser siempre
buena. El pecado no radica en la actuación en sí sino en la actuación desordenada.

1. TEOLOGÍA DEL CUERPO: HOMBRE CREADO MASCULINO Y FEMENINO


Siempre que nos acercamos al hombre desde una concepción dualista, reducimos a la persona a
una de sus dimensiones y caemos en un extremismo. La eliminación del sentido psicológico y
trascendente de la materia, o el olvido de la condición encarnada del espíritu, da al ser humano un
carácter demasiado animal o excesivamente angélico. Y entre ese reduccionismo biológico e idealismo
ingenuo se desliza el hombre real y ordinario de cada día.
La clásica teoría hilemórfica da pie para una visión mucho más unitaria y profunda de lo que
aparece en las expresiones de tipo platónico. El conocimiento de Aristóteles, con esta teoría, sirvió para
insistir en la unidad del ser humano, con sus estructuras de forma y materia. Decir que el alma es la forma
del cuerpo significa que nuestra corporalidad es algo singular y distinta a cualquier otra materia animada.
De esa realidad biológica hay que admitir un plus que la convierte en una realidad superior.
Fue Santo Tomás de Aquino quien integró la antropología aristotélica en la concepción cristiana,
dándole una interpretación con nuevos matices. El ser humano no tiene cuerpo y espíritu. El ser humano
es un espíritu que está encamado en un cuerpo, o un cuerpo que está transido por un espíritu de vida.
No se puede comparar el cuerpo del hombre con el de un animal, porque está vivificado por ese
plus que lo eleva y lo dignifica. El cuerpo humano es la única vía a través de la cual el espíritu puede
revelarse. Por eso se convierte en epifanía, manifestación, mensaje... Hace posible la relación personal, la
sostiene, la condiciona... El cuerpo es la ventana por donde el espíritu se asoma al exterior.
También está presente la dimensión de misterio, porque el ser humano se manifiesta en su cuerpo,
y a través de éste se hace a la vez presencia y opacidad: no agota ciertamente su existencia, ni siquiera en
el momento; más allá de la objetividad biológica percibimos una subjetividad psicológica, jamás del todo
manifestada en su comunicación. Desde aquí, el ser humano se nos presenta como persona, en el sentido
original del término; es decir, como máscara: ventana a la vez que velo, accesible sólo a través de la
confianza.
Partir de esta antropología unitaria, en la que el cuerpo es canal de toda interioridad humana, nos
capacita para captar auténticamente el significado y dignidad de la sexualidad humana.
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Nuestro cuerpo material es temporal, pero nuestro espíritu viene de Dios (1Cor 2,12). Así
reconocemos a nuestros padres biológicos en este mundo, y a Dios como nuestro Padre Eterno. Así como
recibimos una herencia biológica en el cuerpo, también recibimos una herencia espiritual en el Espíritu.
Esta última herencia es el amor, del cual está “hecho” nuestro espíritu. El amor, esencia del espíritu
humano, y entregado por Dios, nos hace iguales e idénticos en dignidad y nos confiere la capacidad de
amar (donarnos a otros), y la de ser amados (recibir la donación de otros). Así, para el ser humano, por su
naturaleza espiritual, amar es como respirar; amar lo es todo en la vida de la persona humana.
El hombre está llamado al amor y a donar de sí en su unidad corpóreo-espiritual. Femineidad y
masculinidad son dones complementarios, por los cuales la sexualidad humana es parte integrante de la
capacidad de amar que Dios ha inscrito en el hombre y la mujer. La sexualidad es un elemento básico de
la personalidad; un modo propio de ser, de expresar y vivir el amor humano. Esta capacidad de amar
(como donación de sí) tiene, por tanto, su encarnación en la capacidad de expresar el amor como hombre
y como mujer.
El Concilio Vaticano II ha reactualizado la valoración del cuerpo en la perspectiva de una visión
cristiana del hombre, tanto por su significación antropológica (el cuerpo, manifestación de la persona)
como religiosa (el cuerpo, expresión del amor creador de Dios) (GS, 14). También confirma la valoración
de la sexualidad humana no solamente en cuanto sirve a la transmisión de la vida, sino también en cuanto
fuerza impulsora del amor conyugal (GS 49,50). La relación entre un hombre y una mujer es
esencialmente una relación de amor: la sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor, adquiere
verdadera calidad humana.
“El cuerpo –escribía San Pablo a los corintios- no es para la fornicación, sino para el Señor, y el
Señor para el cuerpo... ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?, y voy a quitarle un
miembro a Cristo para hacerlo miembro de una prostituta? ¡Ni pensarlo!... Huid de la fornicación... ¿O
es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?... ¡Glorificad a Dios con vuestro
cuerpo! (1Cor 6,13-20).

EL HOMBRE Y LA MUJER, IMÁGENES DE DIOS


“Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra”
(Gen 1,27). El hombre, aun en cuanto varón y hembra, es infinitamente más que un simple ser sexual: es
imagen de Dios. Está creado para adorar a Dios, y sólo en Dios se abre del todo al “otro”. Esta dignidad
del hombre tiene su expresión adecuada en el consejo evangélico de la virginidad, en cuanto este es el
camino “más dichoso” del seguimiento de Cristo.
“A imagen de Dios los creó”: en esta frase memorable, irradiada por el misterio trinitario, tenemos
que descubrir algo muy particular, y es que, así como Dios es un ser personal en la comunidad amorosa
de tres personas, así también el hombre es imagen de Dios por su polarización esencial a “otro”, a vivir
personalmente con él y para él, tal como se pone claramente de manifiesto en la relación matrimonial del
varón y su mujer.

El ser humano fue creado en dos sexos: hombre y mujer. La identidad humana se define, entonces,
en dos posibilidades: masculina y femenina. Cada sexo tiene sus características específicas, tanto en el
orden físico como psicológico, como en la actitud espiritual. Pero son iguales en su dignidad, sus
facultades, y sus deberes y derechos. Por eso la Iglesia enseña que el hombre y mujer son iguales y
distintos al mismo tiempo; no idénticos pero sí iguales en dignidad personal; son semejantes para
entenderse, diferentes para complementarse recíprocamente.

El hombre, conforme a sus propiedades psíquicas predominantes, se caracteriza por la brillante


claridad de su inteligencia y la fuerza realizadora de una voluntad que sabe adónde va ; la mujer encarna
mejor el principio que garantiza la concepción y goza de la intuición global y de viva sensibilidad, por la
ternura de su amor. Ambos a dos, con el conjunto de sus características cualidades y perfecciones, son una
rica imagen de Dios; y lo son mucho más mirados en la conjunción de sus cualidades que considerados
separadamente.

Principios antropológicos de la ética sexual


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Dimensión personal:
Existe una unión sustancial entre cuerpo y alma. El cuerpo no es sólo algo que se tiene sino que se
es.
La sexualidad es una dimensión que configura y afecta directamente al cuerpo, y por ello a la
totalidad de la persona humana. La sexualidad configura a la persona en su totalidad y proporciona una
forma de sentir, de amar y de reaccionar que son diferentes en el caso del hombre o de la mujer.

Dimensión relacional:

El sexo es lenguaje íntimo de relación y comunión. Hay tres niveles:


1.-Físico: el sexo conduce a un placer que Dios ha querido en vista a la comunión reciproca hombre-
mujer.
G.S. 19: "Los actos con que los esposos se unen íntima y castamente entre sí, son honestos y dignos, y,
ejecutados de una manera verdaderamente humana, significan y fortalecen el don recíproco, con el que se
enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud".
2.-Eros o amor de complementariedad: para que el sexo sea verdaderamente humano debe ser
instrumento de comunión y amor, de complementariedad afectiva de masculinidad y feminidad
El sexo por el sexo crea soledad. El placer sexual tiene que ser integrado en una norma superior,
que es la norma moral que conduce a amar al otro en cuanto es digno de ser amado, conduciendo así a la
donación mutua del amor recíproco; ni el hedonismo ni el utilitarismo pueden ser esta norma superior.

Este amor de complementariedad se manifiesta en el amor conyugal principalmente, que tiene las
características:
*totalidad: se entrega todo el cuerpo y la intimidad de la persona sin reserva alguna
*definitivo: sin reservas en el tiempo
*fiel y exclusivo: amor total no compartido por varias personas.
*dimensión pública y social.
*fecundo.

3.-Amor de donación o ágape: va más allá del sexo o de la complementariedad humana hacia la
donación de sí mismo; hay momentos en que aparecen dificultades, la cruz, y el amor hace brotar la
generosidad donde estaba agotado el amor humano.
Dimensión procreativa:

La Humanae Vitae anuncia que todo acto conyugal debe estar abierto a la vida. El amor de los
cónyuges es fecundo, no se agota en la comunión de los esposos, sino que se prolonga en nuevas vidas.
Este principio responde a los dos significados del acto conyugal: unitivo y procreativo.

El acto conyugal por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace
aptos para la generación de nuevas vidas.
Hay que resaltar siempre la unidad amor-fecundidad-sexualidad.
La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos
de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo intimo de la persona como tal.

Estas tres dimensiones tienen plena justificación cuando la dignidad del hombre se apoya en la
verdad revelada de la creación del ser humano por Dios.

2. LA SEXUALIDAD DE LA PERSONA HUMANA


Si bien es cierto que lo que diferencia a la persona humana de los otros seres vivos es la posesión
de conciencia e individualidad, la cualidad suprema que la hace diferente de todos los demás seres de la
creación es que el hombre, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar, pues Dios lo creó a su
imagen y semejanza de la plenitud del amor, que es Él.
Pero en la actualidad se están dando muchos enfoques de la sexualidad:
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Represivo: Concibe al ser humano como fraccionado en un alma buena y un cuerpo malo; considera la
sexualidad y el placer como algo negativo y pecaminoso que es necesario evitar y reprimir. Declara al
varón superior a la mujer; y considera que la reproducción es la única razón que justifica la sexualidad.

Médico: Concibe la sexualidad solamente como aquello que se refiere al cuerpo y los genitales,
enfatizando en los problemas de la genitalidad: embarazo adolescente, ETS, disfunciones sexuales, etc.

Tecnológico: Reduce lo sexual a un problema de destrezas para obtener el placer físico y la educación
sexual a la enseñanza de dichas destrezas. Considera el placer como la única función válida de la
sexualidad, acepta como normal todo tipo de conducta o actividad sexual.

Mercantilista: Por su alianza con empresas distribuidoras de anticonceptivos, pornografía, productos de


belleza y artículos de consumo en general, considera las personas como consumidores de sus artículos,
limitando la vivencia sexual al uso de dichos productos.
Ni el cristianismo ni la Iglesia están de acuerdo ni promueven ninguna de las conceptualizaciones
anteriores por no dar un enfoque que permita la vivencia humana de la sexualidad.

La corporalidad aparece en el ser humano bajo una doble manifestación: el hombre y la mujer;
cada uno con sus diferencias sexuales concretas, que transciende lo puramente anatómico para impregnar
toda la personalidad con una nota específica distinta: masculinidad y feminidad.

La sexualidad adquiere así un contenido mucho más extenso que cuando quedaba reducido a lo
exclusivamente genital: base biológica y reproductora del sexo y al ejercicio de los órganos adecuados
para esta finalidad, designando las características que determinan y condicionan nuestra forma de ser
masculina y femenina. Así, el mismo hecho de nuestra existencia nos hace sexuados y convierte nuestra
comunicación en un encuentro sexual. Este encuentro es la llamada a la que el ser humano se encuentra
abocado desde todos los tiempos. Encuentro que persigue una complementación entre las dos formas de
vivir y experimentan una corporalidad. Hombre y mujer se complementan mutuamente para llegarse a
conocer plenamente mediante una sintonía que se despierta y explicita en ese deseo mutuo por el que se
sienten atraídos.

Por eso, quedarse en una búsqueda interesada del otro que viene a ocupar un vacío, es ignorarlo
para utilizar lo más secundario de su ser; es matar su propia sexualidad al negar el carácter, canalizador de
la interioridad de la otra persona.

Un paso posterior, en el que el hombre y la mujer alcanzan una comunión más honda y
vinculante, es a través de la genitalidad. Es el momento en que la atracción primera llega a la meta final
de todo un proceso evolutivo de comunión y diálogo.

Circunscribir este gesto al destino procreador resulta un horizonte un tanto incompleto, una
reducción que imposibilitaría comprender el auténtico valor de la sexualidad. Si el hombre expresa, habla
y se revela a través de sus gestos corporales, el sexo participa también de este lenguaje comunicativo. La
entrega corporal llega a ser, de este modo, un vínculo de cercanía y amor personal, una dimensión unitiva,
un encuentro de amor. Sólo así, cuando la actividad sexual se halla transida por el amor, deja de ser una
función biológica para integrarse de pleno en una atmósfera humana. Y es en este contexto de amor y
compromiso donde el horizonte de la procreación tiene su cabida y pleno sentido, no al revés. El hijo
aparecerá, pues, como la encarnación y prolongamiento de ese amor profesado entre dos personas.

Este clima, en el que el sexo y el amor se unifican por completo está precedido por una serie de
etapas introductorias que miran a este horizonte final. Así, el impulso sexual que busca sólo la
gratificación solitaria, que se orienta hacia la otra persona, sea cual fuere su sexo, pero de forma confusa e
indeterminada, o que se entrega a una concreta, aunque sin firmeza ni estabilidad, son peldaños que
tienden hacia la maduración plena y definitiva anteriormente citada. Renunciar a esta tarea supondría el
estancamiento en un estadio inmaduro de la sexualidad.
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En un segundo momento, en el que se descubre la reciprocidad, exige una opción por el amor y un
alejarse del nivel productivo y utilitarista del sexo, buscando únicamente la satisfacción. Esto supone,
claro está, la necesidad de un aprendizaje que encauce la atracción primera a una alteridad, que capacite al
individuo para que el ejercicio de su sexualidad sea expresión de esa relación interpersonal en la que el
otro siempre tiene una dignidad a respetar. En el fondo es darle a la sexualidad un único significado:
carácter de lenguaje que simboliza y figura un cariño que necesita encarnarse. Y al saber de la
ambigüedad del mismo, optamos por su significación expresiva, por su dimensión unitiva y procreadora.

3. LA CASTIDAD Y LA INTEGRACIÓN SEXUAL


La persona humana es un ser dotado de sexualidad y genitalidad, es natural que respete los valores
de este tipo que se dan en otras personas. Se levantan en el hombre deseos carnales y sentimientos
afectivos que son buenos en sí (forman parte de los constitutivos que pueden conformar un autentico
amor humano) en tanto en cuanto estén controlados por la razón.

Si estos deseos y sentimientos no están sujetos por la razón puede llegarse a tratar a las otras
personas como meros objetos de satisfacción sexual y no con la dignidad que les es debida.

Aquí entra en juego la Castidad que es: "el orden de la razón en lo sexual". La castidad es un
aspecto de la virtud de la templanza que se refiere a los placeres de la sexualidad. La castidad es una
fuerza integradora que hace que los impulsos de la propia sexualidad se ordenen en vista a lograr un amor
más perfecto. No se trata de una fuerza por la cual la persona sea capaz de reprimir una serie de pasiones
del cuerpo porque sean malos en sí.

La castidad no se limita sólo a un comportamiento externo, sino que es una actitud que nace del
interior del hombre: se manifiesta en la manera de pensar, de mirar, de sentir, en definitiva... de amar. (Mt
5,27,28).

La castidad se convierte entonces en una virtud que se cultiva a lo largo de toda la vida y en todos
los estados de vida: matrimonio y celibato. Es una actitud que constituye el pilar fundamental del
verdadero amor. Para vivir la castidad, el hombre y la mujer tienen necesidad de la iluminación continua
del Espíritu Santo.

La castidad no huye de los placeres y deseos, no niega el carácter de bien que puedan tener, sino
que al ser razonable no niega la sexualidad, sino más bien capacita a la persona para ordenar de forma
inteligente y afectuosa su vida pasional.

La inteligencia y la voluntad no introducen desde fuera el dominio de la pasión, sino que las
emociones y deseos se ordenan espontáneamente a sí mismos, hacia bienes auténticos de la persona, los
que éstas descubren como verdaderos por la inteligencia y dignos de ser deseados por la voluntad. No es
por ello la castidad una guerra constante entre el desorden de las pasiones y el imperio de la razón.

La castidad es la virtud mediante la cual la persona integra su sexualidad en la perspectiva de su


vocación. La vocación personal es la forma específica de responder a la llamada de Dios y de seguir a
Cristo.

Pecados Contra La Castidad

A) Lujuria Consumada:
1-Fornicación: relación sexual completa entre dos personas de sexo diferente y libres de todo
vinculo. 3 agravantes: concubinato, prostitución y relaciones prematrimoniales. Siempre pecado mortal.
2-Violación: pecado mortal contra la castidad y la justicia, ya que va contra la voluntad de la
victima y viola el derecho a su intimidad e integridad física.
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3-Incesto: relación sexual entre parientes próximos a los que el vinculo del parentesco les
impediría el matrimonio. Lesiona la virtud de la piedad.
4-Sacrilegio: una o ambas personas están consagrados a Dios.
5-Masturbación: búsqueda del placer sexual en solitario donde falta la verdad y el sentido último
de la facultad generativa.
6-Perversiones sexuales.
7-Adulterio: relación sexual entre personas una de las cuales o las dos está casada.

8-Poligamia.
9-Homosexualidad: desviación del instinto sexual que puede llegar a la pederastia o sodomía
como práctica. Puede ser ocasional (falsa educación) y total (atracción hacia el mismo sexo, inculpable).
10-Onanismo: unión sexual voluntariamente interrumpida para acabar en polución.
11-Bestialidad: lujuria dirigida a un ser distinto de la especie humana.

B) No consumada: el ejercicio de la sexualidad no llega a su fin propio. Puede ser interna (sólo
participan potencias interiores) y externa (participan potencias físicas exteriores).
Criterio moral: la lujuria directamente querida se considera objetivamente grave.

INTEGRACIÓN SEXUAL
Ante una cultura que vanaliza la sexualidad humana, pues la interpreta y vive de forma reductiva,
relacionándola sólo con el cuerpo y el placer egoísta, la educación de los padres debe basarse en una
cultura sexual que abarque a toda la persona. La sexualidad se presenta con una estructura dada ya al
hombre en orden a unas funciones vitales, el encuentro amoroso y la reproducción, de cuyo cumplimiento
depende la realización humanizante de la persona. Es necesario tomar conciencia de la sexualidad en una
perspectiva humana, es decir en una visión antropológica integral.
No basta educar proporcionando una serie de nociones anatómicas y fisiológicas. La adecuada
educación de la sexualidad es un aspecto de la educación integral, armónica, centrada en la persona y en
sus valores más profundos. La sexualidad no es sólo expresión de impulsos biológicos, sino expresión de
la personalidad total. La sexualidad comprende a la persona en su conjunto físico y moral; no hay una
sola característica del ser que no lleve huella de su sexo desde el momento mismo de su concepción. El
varón lo es en todo su ser y lo es la mujer en el suyo. La sexualidad es el conjunto de todos los caracteres
que hacen que un ser humano sea mujer o varón. Todo el ser humano es sexuado. Lo genital, es decir, los
órganos sexuales y sus funciones son sólo un aspecto de esta realidad. La sexualidad no puede ser
reducida a lo genital, cuya función especifica es la procreación. La sexualidad, como expresión de la
persona es una invitación a la realización más perfecta posible de la mujer y del varón.

4. LA VIRGINIDAD CONSAGRADA
La revelación cristiana nos presenta claramente dos caminos de realización humana, dos
vocaciones al amor: el matrimonio, y la virginidad y el celibato consagrados en la vida religiosa y el
sacerdocio. Son realidades inseparables, como las dos caras de una misma moneda, y corren la misma
suerte. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la
sexualidad no se considera un bien donado por el creador, pierde significado la renuncia por el reino de
los cielos.
El celibato por el reino de los cielos puede ser considerado como la búsqueda de un amor que o
renuncia a amar, pero sí renuncia a aquellos elementos que acabarían privando al amor de su tendencia
intrínseca a la universalidad. El célibe renuncia a que los aspectos gozosos del amor hagan de barrera que
impidan alcanzar de veras al otro.
La vida humana adquiere plenitud cundo se hace don de sí: un don que puede expresarse en el
matrimonio, en la virginidad consagrada, en la dedicación al prójimo por un ideal, en la elección del
sacerdocio ministerial.
Renunciar al matrimonio no es aversión o rechazo al misterio según San Pablo (Ef.5), sino que es
una consagración más especial, inmediata a la unión con Cristo y de la Iglesia. La responsabilidad
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pastoral en unión con Cristo desarrolla la existencia del celibato con miras a ser “TODO DE TODOS EN
CRISTO”.

En el A.T. no se promulga la virginidad: el sacerdote debía continencia sólo antes del servicio en
el altar y después. Jesús habla de la virginidad a propósito del matrimonio. Cristo es el centro de toda vida
cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares y sociales (cf
Lc 14, 26; Mc 10, 28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han
renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (cf Ap 14, 4), para
ocuparse de las cosas del Señor, para tratar dé agradarle (cf 1 Co 7, 32), para ir al encuentro del Esposo
que Viena (cf Mt 25, 6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que El es el
modelo: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay
eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los cielos. Quien pueda en ten de, que
entienda” (Mt 19, 12) CEC 1618.

Pablo aconseja que el episcopado, presbítero y diácono tengan una sola mujer (1Tim.3,2,12;
tit.1,6). Sólo pide que lo imiten en la continencia pero no la exige: “Pues yo quisiera que todos los
hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene de Dios su propia gracia; unos de una manera, otros de
otra. A los célibes y a las viudas digo: les es bueno si permanecen como yo” (1 Cor.7,7). “Os quiero
libres de preocupaciones. El célibe se preocupa de las cosas del Señor y de como agradecerle” (1
Cor.7,32-34). San Pablo exalta los dos estados: matrimonio y celibato pero propone el celibato como
superior por ser unión de almas y no de cuerpos como en el matrimonio.

De hecho hubieron muchos que practicaron la continencia perpetua, en oriente desde el siglo IV
ya no se confería el episcopado sino a los célibes. Pero en occidente ninguna ley positiva, durante los
primeros siglos obligan al celibato. Hasta el 300-306: Concilio de Elvira: “El obispo o cualquier otro
clérigo tenga con sigo solamente o a una hermana o a una virgen consagrada a Dios; pero en modo
alguno plugo (al concilio) que tengan a una extraña”. (Dz.52b.). “Plugo prohibir totalmente a los
obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio, que se abstengan de sus
cónyuges y no engendren hijos; y quien quiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía”.
(Dz.52z).

Pero, aunque no había ley escrita, la costumbre del celibato, se propaga entre los clérigos,
preparan entonces la ley escrita y hace posible su aceptación. Costumbre atestigua desde el siglo III por
Tertuliano.

Con el tiempo se empieza a desaconsejar el uso del matrimonio, a los obispos, presbíteros y
diáconos; los Papas y los concilios provinciales declaran incompatible la vida conyugal con las órdenes
sagradas. A partir de S. León de Magno, la ley se extiende a los sub-diáconos. Pero la observación del
celibato se relaja sobre todo a partir del s.X. en que la opinión pública termina por tolerar el matrimonio
de los sacerdotes.

En el concilio de Letrán (1134) se declaró nulo el matrimonio contraído por un clérigo IN


SACRIS, decisión promulgada por Inocencio II: “Prohibimos absolutamente a los presbíteros, diáconos
y subdiáconos…” (Dz.360).
En los siglos XIV y XV, la ley del celibato no deja de sufrir algunos ataques. Concilio de Trento
(1545-1563): “Si alguno dijere que el estado conyugal debe anteponerse al estado virginal o de celibato,
y que no es mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en matrimonio, sea
anatema (Dz.980).

El más notable se produce al terminar la I Guerra Mundial. En Checoslovaquia un grupo de


sacerdotes exige el derecho a casarse Benedicto XV rechaza con vigor esa exigencia pues declara el
celibato como uno de los mejores elementos de su fuerza y de su gloria.

Concilio Vaticano II:


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“La santidad es favorecida por los consejos evangélicos, entre los cuales tiene especial relieve la
consagración a Dios en la virginidad y el celibato (L.G.42)

El celibato es “signo y estímulo, al mismo tiempo, de la caridad pastoral y fuente particular de


fecundidad espiritual en el mundo”. El celibato se funda en el Misterio de Cristo y en su misión. Por lo
tanto:
 No es exigido por la naturaleza del sacerdocio
 La misión del sacerdote está consagrado al servicio de la nueva humanidad que Cristo suscita por
su espíritu en el mundo.
 Se une más fácilmente en él al servicio de Dios y los hombres.
 Se recibe la paternidad de Cristo.
 Signos vivos del Reino futuro por la fe y la caridad (Lc.20,35-36) (P.O.16).

“Los alumnos, según las leyes del propio rito, prepárense para considerar el celibato no tanto
como algo mandado por la ley eclesiástica cuanto como don precioso de Dios. Adquieran el
conocimiento conveniente sobre le matrimonio, pero comprendan la superioridad de la virginidad
consagrada a Cristo. Adviertéseles sobre los peligros a los que están expuestos en el mundo de hoy su
castidad y eduquéseles para convertir su renuncia no en empobrecimiento, sino en una riqueza de la
persona” (O.T.10).

RAZONES DE CONVENIENCIA DEL CELIBATO SACERDOTAL:


Esta no es fácil, por eso no hay que decir:
- porque es superior al matrimonio.
- porque la Iglesia así lo quiere para sus sacerdotes.
- porque es impureza la relación sexual en la vida conyugal como afirmaron:
Orígenes, Jerónimo, Cesareo de Arles y Gregorio Magno.
Tampoco el celibato está en razón a un rendimiento apostólico. El celibato hay que considerarlo en
todo su alcance bajo diferentes planos:

a. Ontológico: El sacerdote está configurado con Cristo en su triple misterio: encarnación, pasión y cruz.
Es permanente otro Cristo sacramental ontológicamente asimilado a Cristo sacerdote inmolado sobre la
cruz, y a Cristo resucitado en su sacerdocio pascual. En esta asimilación ontológica reside radicalmente la
convivencia suprema de su celibato. Es una forma de asemejarse más a El. Participamos de Cristo Cabeza
resucitado que murió en la carne pero vivificado en el espíritu; de ahí la conveniencia de ajustarse lo más
perfectamente posible a Cristo.

b. Psicológico: No se renuncia el amor, sino que es signo de amor, tiene que haber: entrega total de Dios.
Libre elección y voluntad conciente de consagrarse a Dios.
La castidad da al amor el rostro austero de la cruz, el signo mismo que Dios escogió para amarnos, porque
su amor con nosotros se expresó en el sacrificio de sí mismo para salvarnos: Cristo crucificado.

c. Social: La castidad sacerdotal nos concede amar con amor universal ofrecido a todos, con amor
trascendente, a la manera del amor paternal de Dios. Esto nos leva al plano eclesiológico del celibato.
Une al sacerdote con la comunidad y lo pone a su servicio por una paternidad más alta.

d. Escatológico: el amor humano forma parte del alimento terrestre del que nutren hombres. Pero el
hombre necesita mirar más allá del terreno, hacia lo definitivo que es el reino de los cielos, el porvenir de
la humanidad nueva. Su castidad es horizonte del porvenir para el mundo actual, indica el sentido de su
marcha y de su transfiguración en el espíritu. (1 Cor.7,29-31).

5. VISIÓN CRISTIANA DEL MATRIMONIO


El matrimonio es un sacramento mediante el cual la sexualidad se integra en un camino de
santidad, siendo al mismo tiempo vocación y mandamiento para los esposos cristianos, para que
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permanezcan siempre fieles entre sí, en generosa obediencia a la santa voluntad de Señor. La totalidad e
intimidad de la unión matrimonial como expresión de la donación de sí mismo, exige su exclusividad y su
irreversibilidad, e.d., que dure toda la vida.

La actitud de Jesús frente a la institución matrimonial es la de exigir el cumplimiento del ideal de


amor que existía “desde el principio” en la primera pareja. La enseñanza de Jesús se coloca pues en la
línea de querer llevar a plenitud el amor, tal como está dado por el creador (Mt 19, 3ss).

La formación en el amor verdadero es la mejor preparación para la vocación al matrimonio y para


ser familia. En la familia, los niños y los jóvenes pueden aprender a vivir la sexualidad con la grandeza y
en el contexto de una vida cristiana. Los niños y los jóvenes descubren gradualmente que el sólido
matrimonio cristiano no es el resultado de conveniencias ni de una mera atracción sexual. Por ser una
vocación, el matrimonio comporta siempre una elección bien meditada, el mutuo compromiso ante Dios y
la constante petición de su ayuda en la oración. La plenitud del amor entre los esposos se fundamenta en
la participación que ellos tienen con Dios. Esta participación de Dios, a través de su amor, se vive en el
matrimonio a través del amor conyugal y de la castidad (o pureza) conyugal.

PERPETUIDAD DEL VÍNCULO MATRIMONIAL


Desde los albores de la creación surge la pareja humana unida por el amor indestructible. Desde
los profetas hasta la carta a los efesios (5,22.32), el símbolo conyugal es constante en la S.E. Es lo que el
apóstol Pablo da a entender diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y
se en trepó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5, 25-26), y añadiendo en seguida: "'Por eso dejará
el hombre a su padre y a s madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne' Gran misterio es
éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia" (E 5,31-32). (CEC 1616). En la pareja mística Yahvé - Israel;
Cristo - Iglesia, la ruptura definitiva es inimaginable. Sin embargo en la pareja humana la ruptura es un
hecho. Si entre Dios y nosotros siempre está abierta por parte de Dios al camino de la reconciliación (Is.
50,1) en la pareja humana no cabe ningún otro camino.

1Cor. 7,10-11: “En cuanto a los casados, les ordenó, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe
de su marido, más o en el caso, de separarse, que no se vuelva a casar, o que se reconcilie con su marido,
y que el marido no despida a su mujer.

Esta hablando del matrimonio. Lo cita como mandato divino. Se dirige a una comunidad donde
hay judío - cristianos, paganos conversos, siervos… y con una novedad cristiana añade el v. 39: “la mujer
está ligada a su marido mientras viva; más una vez muerto queda libre para casarse, con quien quiera,
pero sólo en el Señor”.

Con excepción de un autor llamado Ambrosiaster (seudo Ambrosio), todos los demás padres de la
Iglesia rechazan al divorcio, por lo tanto aceptan la indisolubilidad del vínculo conyugal…”

La Iglesia a través de los 20 siglos de existencia, se ha mantenido firme en esta doctrina y no hay
un sólo texto que acepte un nuevo matrimonio después de fracasar el primero, más aun vemos como el
negar segundas nupcias ha sido motivo de separación de los anglicanos del seno de la madre Iglesia.

Casti Connubii, va contra la doctrina que afirma que el vínculo matrimonial puede ser disuelto por
la voluntad de quienes los contrajeron afirma el Papa Pío XI, que una vez celebrando este ya no puede ser
disuelto por nadie, pues lo que ha unido Dios no lo separe el hombre. Este precepto vale para todo
matrimonio le conviene esa indisolubilidad, por lo tanto no se puede romper ese vínculo por el capricho
de las partes o potestad secular (Dz. 2250).
Concilio Vaticano II: En su constitución sobre la Iglesia n.48: proclama más claramente la
indisolubilidad. Se refiere no sólo al matrimonio sacramento, sino a todo matrimonio.

Las razones de la indisolubilidad del matrimonio natural son:


- El bien de los cónyuges.
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- El bien de la prole; Educación, daños síquicos particularmente graves.
- El bien de la sociedad que vacila cuando el matrimonio no tiene estabilidad.

Como vemos la G.S. argumenta a partir del carácter personal del amor. El amor sacramental se
funde en la relación Cristo - Iglesia. A pesar de los trabajos de forma más o menos audaces que han ido
apareciendo. La Iglesia a través de los Papas, Pablo IV y el actual Juan Pablo II, mantienen la firmeza de
la indisolubilidad matrimonial de matrimonio rato y consumado, salvo por la muerte de uno de los
cónyuges.

Familiaris Consortio n.20: retoma el pensamiento de la G.S.48 y se pone en la línea de la tradición


eclesial. “el deber fundamental de la Iglesia es reafirmar con fuerza la doctrina de la indisolubilidad como
signo exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su
Iglesia.

"El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona-
reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de
la voluntad-; mira una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne,
conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación
recíproca definitiva; y se abre a la fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de
todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino las
eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos" (FC 13)
(CEC1643).

Por lo tanto es don y mandamiento, es testimonio del inestimable valor al mundo de hoy que no
crean la fidelidad. Se enraíza en la donación personal y total de los cónyuges y es exigida por el bien de
los hijos… halla su verdad última en el designio que Dios ha manifestado en su revelación. El es el que
quiere la indisolubilidad y la da como exigen del matrimonio cristiano y natural. Siguiendo a Cristo,
renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces (cf Mt 8, 34), los esposos podrán "comprender" (cf
Mt 19, 11) el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio
cristiano; es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana (CEC 1615).

6. SIGNIFICADO UNITIVO Y PROCREATIVO DEL ACTO CONYUGAL


La moral, que es necesaria en este terreno, ha estado cerrada, a lo largo de la historia, al
significado pleno de la sexualidad humana. Así, se ha supuesto que lo únicamente justificable de una
relación sexual era la procreación. Se llega a olvidar que lo que funda el acto sexual es el amor y la unión
entre el hombre y la mujer. De ahí que, en una ética sexual, no pueda reducirse a cumplir esa función
procreadora.

Hasta la Humanae Vitae no se llega a explicitar que todo acto que no nazca del amor, va contra el
recto orden... Se podrá pecar contra la procreación, pero se peca mucho más contra el amor. Este
exclusivismo procreador hacía reducir la ética a la pura genitalidad, como si la excitación que el hombre
siente ante una mujer o viceversa fuese la única fuente de pecado posible. No se tenían en cuenta otros
recodos que deshumanizan el sexo en su sentido más amplio.

El orden moral de lo sexual se podrá definir partiendo de los fines:

El amor conyugal: pues contribuyen a su conservación y profundidad (Gen. 2,18.243; Dz. 2241;
GS.49; H.V. 8.9.11.22) es para el mutuo enriquecimiento de la personalidad de amor de los cónyuges, El
acto sexual es el signo de la donación total.

La generación de la nueva vida: (Gn. 1,28; Hb. 12.14; G.S. 50) debe de estar abierta a la nueva
vida.
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Servicio de los hijos: pues el amor mutuo de los esposos llega a su expresión sensible y su firmeza
en los hijos y en el amor al niño y la educación del mismo a su coronamiento y perfección (H.V.9; G.S.
50).

Es pues el respeto a la finalidad del acto lo que se asegura la honestidad del acto.

El uso de la sexualidad, será desordenada cuando sólo se restringe uno de los fines, pasa a ser
instrumentalización de las personas; por lo tanto la conducta, terreno de la sexualidad, es moralmente
recto o torcido según esté o no en armonía con los fines naturales establecidos por su creador. La
sexualidad está pues ordenada al amor personal y personalizante de la pareja, esto pide una relación
permanente, así lo pide el auténtico amor. Esto se logrará en el matrimonio, donde por la gracia
sacramental se hace posible la realización del amor genuino.

En el matrimonio el ser humano conoce un modo de amar plenamente en el que se hace “un solo
cuerpo” con su cónyuge. La plenitud del amor conyugal introduce a los esposos en la plenitud de Dios,
que es amor; así, el matrimonio se convierte en camino de santidad. Cuando el amor se vive en el
matrimonio la donación de sí expresa a través del cuerpo la complementariedad que existe entre el
hombre y la mujer, y la totalidad de la entrega.

El amor conyugal es un amor total, es una forma especial de amistad personal en la cual los
esposos comparten todo sin reservas ni egoísmos. Quien ama a su cónyuge lo ama por lo que es en sí y
goza enriqueciéndolo con su propia donación. Este proceso hace del Tú el centro de gravedad de la
existencia. Igualmente, se manifiesta en la donación total y plena de la interioridad personal hacia el Tú,
que capacita para relacionarse con los otros en el respeto que todo ser humano merece.

El amor conyugal es fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo entienden y asumen los esposos el día
que libre y concientemente asumen el vínculo matrimonial. La fidelidad no sólo es connatural al
matrimonio como institución perfecta de donación mutua, sino que también es fuente de felicidad
permanente.
Signo revelador de la autenticidad del amor conyugal es la apertura a la vida. El amor conyugal, a
la vez que conduce a los esposos a recíproco conocimiento, no se agota dentro de la pareja ya que los
hace capaces de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don
de la vida a una nueva persona humana. El amor conyugal es fecundo. No se agota en la comunión entre
los esposos, sino que está destinado a la transmisión de la vida. Los hijos son, sin duda alguna el don más
excelente del matrimonio.

7. LA PATERNIDAD RESPONSABLE: CRITERIOS MORALES PARA “PLANIFICAR” LA


FAMILIA
Paternidad responsable es el modo inteligente y libre, con que los padres cumplen con su misión
de cooperar con Dios en la transmisión de la vida. Esto quiere decir que Dios tiene un proyecto sobre la
propia familia, y por lo tanto, los esposos no pueden proceder si ellos pudiesen determinar de manera
completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que han de actuar conforme a la intención
creadora de Dios impresa en el matrimonio, y constantemente enseñada por la Iglesia.

La paternidad-maternidad responsable es la toma de conciencia del padre y de la madre de su


misión progenitora y educadora, orientada a la plena realización de los hijos. En esta perspectiva, el amor
que todo ser humano tiene por la vida, y que los esposos tienen por sus hijos, no se reduce a la simple
búsqueda de un “espacio” donde puedan realizarse a sí mismos y entrar en relación con los demás, sino
que se desarrolla en la gozosa conciencia de poder hacer de la propia existencia el “lugar” de la
manifestación de Dios, en encuentro y de la comunión con él.
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Hablar de paternidad y maternidad responsable es velar por las necesidades temporales de los
hijos, pero, fundamentalmente, también velar por los aspectos relacionados con la vida eterna a la que
están llamados. Ser padre y madre responsables es velar por la realización corpóreo-espiritual de los hijos.

Fue el Papa Pablo VI en la encíclica Humanae Vitae (1968) quien acuñó la expresión (paternidad
responsable), expresión que después sería por todos:
“Hay que considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí.
En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto
de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, las leyes biológicas que forman
parte de la vida humana.
En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta
el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.
En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad
responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada de tener una familia numerosa, ya
sea con la decisión, tomada por grandes motivos y en el respeto a la ley moral, de evitar un nuevo
nacimiento, durante algún tiempo o por tiempo indefinido”
Al cooperar con Dios en sus planes, nos sometemos al orden que él ha establecido para nuestro
bien. Esta paternidad-maternidad responsable no “aparece” en forma espontánea, sino que ha de
cultivarse como se cultivan los buenos hábitos. Paternidad responsable no quiere decir poder arbitrario de
los cónyuges sobre la vida, sino el modo inteligente y libre con que ellos deben cooperar con Dios en su
transmisión.

Ante todo, la Iglesia se opone a una natalidad irresponsable. Plantea, por el contrario, esta
paternidad y maternidad responsables, en las que el gozo mutuo tiene una gran valoración, y en la que el
cuerpo es reconocido como parte esencial de la visión cristiana del hombre, que justamente cree en un
Dios que asumió plenamente la naturaleza humana. Para la Iglesia, todo padre y madre comparten la tarea
creadora de Dios. Dios es un padre bueno que se preocupa por cada uno de sus hijos. Así, el hombre y la
mujer que ejercen la paternidad física están llamados a velar por sus hijos con este mismo sentido de
amor y responsabilidad.

Es una grave distorsión considerar la paternidad y maternidad responsable como un simple


espaciamiento de los nacimientos. Esta distorsión es aun más grave cuando este espaciamiento pretende
ser impuesto, de manera directa o indirecta, por fuerzas ajenas a la libre decisión de la pareja matrimonial.

“PLANIFICACIÓN” FAMILIAR
En la Carta de los derechos de la familia, el Papa Juan Pablo II nos dice: “Los esposos tienen el
derecho inalienable de fundar una familia y decidir el intervalo entre los nacimientos y el número de
hijos a procrear... excluyendo el recurso a la contracepción, la esterilización y el aborto”.
Un aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a la "regulación de la natalidad". Por
razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben
cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una
paternidad responsable. Por otra parte, ordenarán su comportamiento según los criterios objetivos de la
moralidad:
El carácter moral de la conducta, cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la transmisión
responsable de la vida, no depende sólo de la sincera intención y la apreciación de los motivos, sino que
debe determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos;
criterios que conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto
del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad conyugal
(GS 51, 3).(CEC 2368 )
Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos
distancian los nacimientos. La Iglesia sin embargo al exigir que los hombre observen las normas de la ley
de Dios interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto
a la transmisión de la vida.
Esta doctrina, muchas veces expuesta por el magisterio de la Iglesia está fundada por la
inseparable conexión que Dios ha querido, y que el hombre no puede romper por su propia iniciativa,
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entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo (o unificante de los esposos), y el
significado procreador (o transmisor de la vida). El acto conyugal, mientras une a los esposos, los hace
aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas por Dios en el ser mismo del hombre y
de la mujer.
El orden perfecto de la creación se refleja en el orden perfecto que tiene el cuerpo de los seres
humanos, tanto en sus aspectos morfológicos (anatomía), como en sus aspectos fisiológicos
(funcionamiento). La existencia del ser humano está ordenada concordadamente con la ley divina inscrita
en su corazón como ley natural. Así nuestra vida terrena es realidad sagrada, que se nos confía para que la
custodiemos con sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección en el amor y en la donación de
nosotros mismos a Dios y a los hermanos.
Por ello, el uso sabio de los ritmos naturales dentro de la fisiología de los aparatos reproductores,
debe también estar ordenado con la ley natural. No cabe duda alguna que los esposos que ejercen el acto
conyugal durante los días fecundos manifiestan su disposición al Padre en la transmisión de la vida; la
presencia de una vida naciente en esos días es la presencia de Dios vivo en la plenitud del espíritu del
niño concebido. De otro lado, los esposos deciden abstenerse del acto conyugal durante los períodos
fecundos, su participación de Dios-amor mediante el respeto de la ley natural, intensifica la presencia
misma de Dios-amor en el único cuerpo espiritual que constituyen los esposos, y en su familia.

A las enseñanzas de la Iglesia sobre la moral conyugal, hoy día se quiere plantear la interrogante:
¿no es quizás racional recurrir a muchas circunstancias al control artificial de los nacimientos, si con ello
se aliviaran las condiciones para la manutención de los hijos ya nacidos? A esta pregunta hay que
responder con claridad: la Iglesia es la primera en elogiar y en recomendar la intervención de la
inteligencia en una obra que tan cerca asocia a la criatura racional con su creador, como es la transmisión
de la vida, pero afirma que esto debe hacerse respetando el orden establecido por Dios.

Por consiguiente, si para espaciar los nacimientos existen serios motivos derivados de las
condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que es
lícito tener en cuenta los ritmos naturales propios de las funciones generadoras, para usar del matrimonio
sólo en los períodos infecundos, y así espaciar los nacimientos sin ofender la ley de Dios.

La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurrir a los períodos infecundos,
mientras condena siempre como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación aunque
se haga por razones aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una diferencia
esencial: en el primero, los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo,
impiden el desarrollo de los procesos naturales de la transmisión de la vida, rompiendo el orden
establecido por el creador de la vida.

La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la auto


observación y el recurso a los períodos infecundos (cf HV 16) son conformes a los criterios objetivos de
la moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen
la educación de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala "toda acción que, o en
previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se
proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación" (HE 14):

"Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo
Impone un lenguajes objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce
no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior
del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal". Esta diferencia antropológica y moral
entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos 'implica... dos concepciones de la persona y
de la sexualidad humana irreconciliables entre sí" (FC 32). (CEC 2370).

Los métodos naturales son los recomendados por la Iglesia, aunque los esposos deben elegir
libremente cuáles usar. Se recomiendan porque:
 Alientan el diálogo y la comprensión de la pareja,
 No se oponen al designio y plan de Dios;
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 Evitan que los esposos cristianos pierdan la vida de la gracia.

8. HOMOSEXUALIDAD
La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una
atracción sexual, exclusiva o predominante, hacía personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas
a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado.
Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1,
24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1,10), la Tradición ha declarado siempre que "los actos homosexuales son
intrínsecamente desordenados" (decl. "Persona humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto
sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden
recibir aprobación en ningún caso (CEC 2357).

Últimamente lo hace la Declaración acerca de Ética sexual, en el n.8 afirman que “los actos
homosexuales son gravemente pecaminosos y contra la misma naturaleza de la sexualidad, dice del
texto… (no se puede) justificar moralmente tales actos… porque según el orden moral objetivo, las
relaciones homosexuales, son actos carentes de una finalidad esencial e indispensable (no) todos los que
sufren esta anomalía son personalmente responsables de ella, pero (la S.E.) da testimonio de que los
actos homosexuales son de hecho intrínsecamente desordenados y nunca pueden ser aprobados”. Como
vemos no se considera la condición homosexual como inmoralidad o maliciosa, lo que se condena son los
actos homosexuales.

Homosexual ha de estimarse como falta grave, pues está en contradicción con los fines del sexo, a
saber la generación de los hijos, amor entre hombre y mujer… además el homosexual daña su propia
personalidad al pararse en un estado temprano de la evolución síquica.
Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No
eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser
acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación
injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir
al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. (CEC
2358)

Todo esto es también dañoso para la sociedad, a esto se debe que muchos estados conminan penas
contra la actuación homosexual, aunque tienen a una liberalización de esta actuación. Las personas
homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la
libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia
sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana. (CEC 2359)

9. MASTURBACIÓN
Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de
obtener un placer venéreo. "Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante,
como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto
intrínseca y gravemente desordenado". "El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones
conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine". Así, el goce
sexual es buscado aquí al margen de "la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que
realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor
verdadero" (, decl. "Persona humana" 9). (CEC 2352)

La S.E. no habla directamente de la masturbación, aunque por la tradición judeo-cristiana, ha sido


sujeto de severas sanciones. Sólo un texto en el A.T. alude a la masturbación, pero dentro de un contexto
poético y de una forma muy oscura e incompleta : “El hombre impúdico con su propio cuerpo no cesará
hasta que su fuego se extinga” (Eclo. 23,17).
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En el N.T. se alude citar tres textos, a saber: 1 Cor. 6,9ss: “… no os engañéis, ni impuros…
entrarán en el Reino de los Cielos. Ef. 5,3: “la fornicación y toda impureza o codicia ni siquiera…” Gal.
5,19: “…las obras de la carne son: Impureza, fornicación…

Como vemos ninguno habla directamente de la masturbación, pero ciertamente se puede incluir
aquí tratar de ver aquí la fundamentación de una condenación explícita es forzar el texto. Entonces ¿La
Biblia si no condena, lo permite? Creemos que tampoco se puede sacar esa conclusión pues habla en
sentido positivo, ya que habla de la castidad, celibato y creemos que aquí se excluye tácitamente la
masturbación cómo actitud que va contra la virtud ya mencionada.

La castidad será pues, el “dominio” que el hombre ejerce, ciertamente con esfuerzo, sobre sí
mismo, para someter el espíritu, su sensibilidad. Cristo incluso prohíbe el mal deseo y El mismo es el
ejemplo de castidad perfecta.

Otro principio será: “el cuerpo es templo del espíritu santo y cualquier impureza es un sacrilegio a
esta presencia sagrada” (cfr.1. Cor. 6,12-20)

* Valoración moral.- Es una acción intrínsecamente grave por cuanto supone una inversión del orden
natural y en una materia muy grave, concretada en la perturbación del fin natural y necesario para la
propagación de la especie con la actuación separada y completa de la facultad generativa. Va, la
masturbación, contra el fin objetivo de la facultad generativa a saber el bien de la especie y no del
individuo. Pero, para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para
orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos
contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que reducen, e incluso anulan la
culpabilidad moral. (CEC 2352)

Tiene un fallo intrínseco por cuanto se ve sólo el aspecto biológico y una concepción de la
sexualidad exageradamente egoísta donde lo que importa es el placer y esto es lo que se vive más en el
mundo actual.

Compromete la evolución armónica de la dinámica personal que es la base de la integración


interpersonal y de la integración con la trascendencia por lo tanto es materia objetivamente grave, es una
acción sin apertura al otro.

La declaración sobre cuestiones de ética sexual dice: “con frecuencia se pone en duda, o se niega
expresamente la doctrina tradicional de la Iglesia según la cual la masturbación constituye un grave
desorden moral, tal doctrina contradice la doctrina y la práctica pastoral de la Iglesia Católica… (pues)
tanto la Iglesia de acuerdo con la tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado
sin ninguna duda, que la masturbación es un acto intrínseco y desordenado”.

Esta carta resume la tradición y la valoración moral que la Iglesia tiene de la masturbación en
cuanto acto moral. Hacemos notar que no nos hemos referido a la masturbación como caso patológico,
sino excluyendo esto pues requiere esto un tratamiento psicológico y no tanto moral.

Resumimos: diciendo que la inmoralidad de la masturbación no está tanto en el acto biológico en cuanto
tal, sino en la ausencia de la persona amada, implica una negación de la relación interpersonal del amor.

10. ESTERILIZACIÓN

Distinción entre infertilidad y esterilidad.


La infertilidad es la incapacidad para concebir, puede ser temporal (física, biológica o psicológica)
o definitiva. La esterilidad es la incapacidad definitiva o irreversible para concebir, aunque en algunos
casos esta imposibilidad natural pueda corregirse por procedimientos médico-quirúrgicos.
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Las personas estériles pueden ser de nacimiento u por otras causas. Sufren esterilidad aquella
personas que no tienen una capacidad de concebir bien sea de forma irreversible o transitoria; pero esto
no implica necesariamente la incapacidad de producir óvulos y/o espermatozoides.

La esterilidad-esterilización voluntaria.
La esterilización no es un método anticonceptivo, es una operación quirúrgica en la cual el hombre
y la mujer son incapacitados permanentemente para procrear. La esterilización femenina se denomina
ligadura de trompas y la masculina vasectomía: son irreversibles y definitivas. La esterilización atenta
contra la integridad de la persona al mutilar una parte sana del cuerpo. Atenta contra su libertad al privarla
de su derecho de procrear.
Es un enfoque veterinario del control de natalidad.
Esterilización voluntaria la hacen algunos esposos después de tener un hijo. Se debe por falta de
cariño entre los esposos, falta de economía, etc. También cuando proviene de un castigo legal (la
castración del violador), por un autocastigo o traumas en el sentido religioso.
Jurídicamente no suele ponerse problemas a esta práctica; sólo se requiere que sea mayor de edad,
libre, no obligado. El juez, oído el parecer de los tutores y especialistas puede ordenar la esterilización de
aquellas personas discapacitados(as) mentalmente, siempre que exista el peligro de embarazo o de
embarazar a alguien por estar limitado en su voluntad.

La postura de la Iglesia ante la esterilización.


La Iglesia siempre ha condenado la esterilización:
“Hay que excluir igualmente, como el magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces -como
vía lícita para la regulación de los nacimientos-, la esterilización directa, perpetua o temporal tanto del
hombre como de la mujer” (Humanae Vitae 1968, n. 14).
También la Evangelium Vitae (1995, n. 16) está contra la esterilización, como causa que
contribuye a crear situaciones de fuerte descenso de la natalidad.

+ CEC # 2379: “El Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los esposos que, tras
haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren por la esterilidad, deben asociarse a la Cruz
del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad adoptando niños
abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo”.
El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades
civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos
fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio (CEC 2242).

+ La esterilización terapéutica será lícita siempre que:


a) la enfermedad sea grave y justifique la esterilización,
b) la esterilización sea el único remedio para buscar la salud de la persona en cuestión,
c) la intención sea buscar la salud de la persona y no esterilidad (esterilización).

Exceptuados los casos de prescripciones médicas de orden estrictamente terapéutico, las


amputaciones, mutilaciones o esterilizaciones directamente voluntarias de personas inocentes son
contrarias a la ley moral (CEC 2297).

+ Problemas de la esterilidad física en los esposos.


La esterilidad física en los esposos puede traer consigo muchos problemas, porque entre ellos
aparece como la frustración, desesperación, desencanto, porque nunca tendrán como recompensa del fruto
de su amor, los hijos. La descendencia de los esposos es un deseo no sólo legítimo sino vital; de aquí que
los esposos no estén preparados para sublimar y dedicarse a tareas de apostolado.

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