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La comparación intraparrafal

En la Edad Media, el “arte del espectáculo” estaba representado en ese momento por dos
categorías distintas, tanto genética como funcionalmente. Una tenía que ver con la
actividad relacionada con tradiciones populares que vienen de la corriente folklórica
teutónica como de la tradición romana de los mimos. En cuanto a los mimos romanos,
estos eran actores que representaban a personajes bajos y grotescos, y donde la
improvisación y la acción eran más importante que la palabra. El rol del skop, por otra
parte, estaba vinculado con el canto de hazañas guerreras y el espíritu del pueblo, pero la
particularidad reside en que, en ese momento, era ya imposible desligar una vertiente de
otra, ya que se encontraban imbricadas. Estas manifestaciones, según Castro Caridad, “se
mantuvieron gracias a la capacidad de los actores para resistir las condenas eclesiásticas
y seguir promoviendo espectáculos bufonescos destinados al divertimento de un público
heterogéneo” (1996, p. 122). Es en esta tradición que nos detendremos en el presente
trabajo. La otra, en cambio, tiene que ver con la “teatralidad”, “espectacularidad” o
“dramaticidad” de las ceremonias de la liturgia. Junto al teatro “profano” se desarrolló lo
que dio en llamarse teatro religioso, que no podemos omitir, debido a los constantes
intercambios e influjos recíprocos entre ambos. Este tipo de teatro se vincula con la
representación de los momentos litúrgicos más importantes para la Iglesia, lo que se
conocería como los autos sacramentales. En ellos, los temas representados eran elevados
y los personajes eran fundamentalmente alegóricos. Así, desde esta orientación, el teatro
servía para divulgar las historias bíblicas y enseñar los valores cristianos.

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Párrafo adaptado del siguiente capítulo:

Eandi, Victoria (2014). El actor medieval y renacentista. Dubatti, Jorge (coord.). Historia
del actor. De la escena clásica al presente. Buenos Aires: Colihue, pp. 45-80.

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