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Los padres del desierto del Siglo v, que conocían el valor de la miel, decían que
todo monje, todo cristiano, debe asemejarse a la abeja que, pasando de flor en
flor, liba, crea, transporta, reparte miel y poliniza: crea vida, alegría y bienestar a
su alrededor, a todo cuanto toca. Enseñaba:
Así como la abeja, donde quiera que vaya produce miel, así mismo el seguidor de
Jesús, donde quiera que esté, si pretende hacer la voluntad de Dios, siempre
puede y debe convertirlo todo en “gozo”, “dulzura”, y “alegría espiritual”.
Lo que Dios creó por amor, no fue un valle de lágrimas, sino un paraíso de gozo y
hemos de conquistar y hacer realidad día a día con nuestro esfuerzo y nuestras
obras.
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Algo impresionante del mundo de las Abejas es que las colmenas son
comunidades extremadamente organizadas. Cientos de abejas vuelan día tras día
en busca de polen para generar la miel necesaria para el proceso natural de la
colmena. Y mientras un gran grupo de abejas están trabajando en conseguir la
materia prima, hay otras que se quedan en su casa. En días de calor, en la
colmena aumenta el peligro. Demasiado calor puede provocar que la miel y la
cera se derritan y crear un caos, grandes pérdidas monetarias y de vidas.
Por eso las laboriosas abejas diseñaron un plan para refrigerar la colmena. Las
abejas que no vuelan para buscar polen que se quedan en casa pero no para
descansar, sino para crear un ventilador gigante con sus alas. Ellas aletean en la
entrada de la colmena para intercambiar el aire. Hacen que salga el aire viciado
y caliente de la colmena e introducen con sus alas el aire fresco y renovado.
No se cansan de aletear, no se cansan de intercambiar el aire, pero depende del
esfuerzo de cada de ellas para alcanzar el éxito. Es imposible que con una sola
abeja se pueda refrigerar la colmena. Hace falta el trabajo mancomunado de
cientos de ellas para lograrlo.
La misma idea es la de Dios cuando nos pide que cuidemos la unidad de la Iglesia.
No es el trabajo de algún iluminado solitario. Es imposible cuidarla con el esfuerzo
de algunos. La unidad en la iglesia es el trabajo unificado de muchos que
alineados con un objetivo espiritual desean obedecer a Dios.
Para hacerlo hay que imitar a las abejas, sacar de la iglesia el aire caliente y
contaminado de los malos pensamientos, los chusmerios, la envidia, los celos, las
peleas, los rencores, la falta de perdón, del orgullo, para introducir la frescura del
aire del Espíritu, su Gracia y su amor en la iglesia.
¿Qué tipo de aire traes a la Iglesia? Que sea el aire fresco de Dios que renueva,
purifica, alienta, sostiene, refresca y bendice.