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“Algarrobal, algarrobal,
qué gusto me dan tus ramas
cuando empiezan a brotar…”
Monte de Sierras y Bolsones. La geografía de esta zona presenta gran variedad de estruc-
turas geomorfológicas y de altitud. Hacia el oeste limita con la Puna y los Altos Andes, y
ocupa bolsones y laderas bajas. Entre los 24° 35’ y los 27° de latitud sur se observan ex-
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clusivamente valles longitudinales que se continúan hacia el sur por cuencas cerradas (bol-
sones) y por valles intermontanos. El área de los bolsones es una franja relativamente an-
gosta, pero muy extendida en sentido latitudinal, y se caracteriza por no contar con una red
de agua permanente. Dentro de cada bolsón se distinguen distintos paisajes con vegetación
y suelos característicos como huayquerías, barriales, medanales y salares (Morello,
1958).
Monte de Llanuras y Mesetas. Desde Mendoza hacia el sur, el paisaje es más homogé-
neo, prevalecen los paisajes de llanura y extensas mesetas escalonadas con alturas que os-
cilan entre los 0 y los 1000 msnm (Morello, 1958; Cabrera, 1976; Burkart et al., 1999).
Las mesetas se distribuyen discontinuamente y asocian algunos cerros-mesa, cuerpos ro-
cosos colinados, depresiones, llanuras aluviales y terrazas de ríos. Tres ríos principales
atraviesan esta región: el Desaguadero-Salado, el Colorado y el Negro (Burkart et al.,
1999).
Historia y socio-economía
Según Sarasola (1992), las comunidades que ocupaban el Monte en el siglo XVI eran los
diaguitas en la ecorregión del Monte de Sierras y Bolsones, y los huarpes y los tehuelches
en la ecorregión del Monte de Llanuras y Mesetas. “En el panorama indígena del actual te-
rritorio argentino la cultura diaguita fue la que alcanzó mayor complejidad en todos los as-
pectos. Los diaguitas eran agricultores sedentarios, poseedores de irrigación artificial pa-
La Situación Ambiental Argentina 2005
ra sus productos principales: maíz, zapallo y porotos. Criaban llamas, recolectaban alga-
rroba y chañar, y ocasionalmente cazaban...”. Los huarpes cultivaban maíz, quinua y reco-
lectaban algarroba. Cazaban liebres, ñandúes, guanacos y vizcachas. En las lagunas de
Guanacache, las comunidades huarpes pescaban con balsas construidas con tallos de jun-
cos atados con fibras vegetales. El extremo sur del Monte estaba habitado por los tehuel-
ches septentrionales, una cultura nómada basada en la recolección y en la caza de guana-
cos, ñandúes, maras y zorros. Como resultado de la colonización de 1536 a 1895, la po-
blación indígena se redujo a menos de un 5% (Sarasola, 1992). Entre 1850 y 1940 llega-
ron a la Argentina unos 6.600.000 inmigrantes, predominantemente de origen español e
italiano, e importantes cifras de franceses, británicos, alemanes, rusos, polacos, sirios y de
otros países sudamericanos. En esta etapa, la Argentina ingresó en la división internacio-
nal del trabajo como productora de lanas, carnes y cereales. Así se implementaron las pri-
meras agroindustrias modernas, con características semejantes a las que presentan en la ac-
tualidad las agroindustrias multinacionales (Brailovsky y Foguelman, 1991). En la porción
septentrional del Monte se sustituyeron los cultivos tradicionales por vides, olivos y fru-
tales, en tanto que en la parte meridional se sustituyó la caza de ganado salvaje por la cría
extensiva en grandes estancias. Las Tablas 1 y 2 muestran el panorama social y económi-
co actual de la región del Monte.
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Destino de
Ecorregión Agricultura Minería Ganadería Industria
exportaciones
Vid, trigo, maíz,
Unión Europea,
nogal, olivo, Fruticultura, horticultura,
Monte de Oro, plata, MERCOSUR, otros
frutales, Bovina y industria textil,
Sierras y cobre, litio países de América
hortalizas, plantas caprina producción de vino
Bolsones y calizas Latina, Canadá, Asia y
aromáticas y
el Pacífico
algodón
Elaboración de alimentos
Vid, olivo, y bebidas, producción de
Petróleo,
hortalizas, vino, energía Unión Europea,
Monte de gas, Ovina,
frutales, hidroeléctrica, refinado MERCOSUR,
Llanuras uranio, caprina
forestales, de petróleo, fruticultura, otros países de
y Mesetas caolines y y bovina
forrajeras y horticultura, silvicultura, América Latina
arcillas
cereales productos químicos,
turismo, industria lanar
Tabla 1. Panorama económico de la región del Monte. Fuente: Biblioteca de Consulta Microsoft Encarta 2005.
Monte de
Sierras y 116.664 407.695 3,49 81 20,89 2,7 32,95
Bolsones
Monte de
Tabla 2. Información socio-económica de la región del Monte. Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas y Censos
(INDEC), Informe Geo-Argentina 2004.
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los suelos del Monte (Rossi y Villagra, 2003). A pesar de este papel ecológico esencial, los al-
garrobales del Monte han sido explotados de manera no sustentable, principalmente durante el
último siglo (ver “Principales problemas...”).
El Monte tiene varias especies de flora y fauna endémicas y otras caracterizadas como vulnera-
bles, según los criterios de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturale-
za, ver Tabla 3). Entre las plantas se pueden mencionar Romorinoa girolae y Gomprhena colo-
sacana del Parque Nacional Sierra de las Quijadas, y la verdolaga (Halophytum ameghinoi), una
hierba suculenta que crece en lodazales (Morello, 1958). La fauna de insectos es bien conocida
en la parte norte del Monte, donde existe una alta proporción de géneros y especies endémicas
pertenecientes a diferentes familias (Roig-Juñent et al., 2001).
Entre los reptiles más representativos se encuentran la iguana colorada (Tupinambis rufescens),
la falsa yarará (Pseudotomodon trigonatus), la yarará ñata (Bothrops ammodytoides), la falsa
coral (Lystrophis semicinctus), Liolaemus darwinii, L. gracilis y Cnemidophorus longicaudus.
Entre los anfibios se encuentra Pleurodema nebulosa.
Las aves incluyen gauchos (Agriornis sp.), dormilonas (Muscisaxicola sp.), la martineta común
(Eudromia elegans), la monterita canela (Poospiza ornata), el inambú pálido (Nothura darwi-
nii) y el loro barranquero (Cyanoliseus patagonus). Por otra parte, en los pastizales salobres ha-
bita el burrito salinero (Laterallus jamaicensis).
La Situación Ambiental Argentina 2005
Los mamíferos están representados por especies de tamaño grande como el guanaco (La-
ma guanicoe) y el puma (Felix concolor); por especies de tamaño mediano como la vizca-
cha (Lagostomus maximus), el zorro colorado (Pseudalopex culpaeus) y el zorro gris (P.
griseus); y por especies de tamaño pequeño como los cuises (Microcavia australis, Galea
musteloides), los tuco-tucos (Ctenomys mendocinus), el zorrino chico (Conepatus casta-
neus) y el huroncito (Lyncodon patagonicus). Algunos mamíferos se destacan por su dis-
tribución, que se restringe a hábitat de salares y médanos; varios de ellos están incluidos
en la lista roja de mamíferos amenazados de la Argentina, con categoría de “vulnerable”
(ver Tabla 3).
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Tabla 3. Lista de especies de vertebrados del Monte categorizados como “vulnerables”, según los criterios de
la UICN. *El Libro Rojo de Mamíferos amenazados de la Argentina 2000 ha categorizado a esta especie en peligro crítico.
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Estas especies habitan en salares y médanos.
pastoreo extensivo puede afectar las comunidades naturales. La cobertura vegetal basal dis-
minuye significativamente en zonas con mayor carga de ganado y sin rotación periódica.
Algunas especies de pastos se ven más afectadas que otras, aspecto que depende, en parte,
de las preferencias del ganado (Guevara et al., 1996). A su vez, éstos y otros cambios en la
vegetación influyen sobre la fauna autóctona. Así, por ejemplo, la disminución de la cober-
tura vegetal puede favorecer el aumento de la abundancia de algunos roedores.
Los incendios disminuyen la cobertura tanto de hierbas como de especies leñosas. Entre 1993 y
La expansión de la frontera agropecuaria, por otro lado, ha traído aparejada una serie de conse-
cuencias para los ambientes naturales, tales como la pérdida de la biodiversidad natural, la de-
gradación y la salinización de los suelos. A su vez, el control y la redistribución del agua para
el riego a través de la construcción de diques y embalses ha tenido como consecuencia la deser-
tificación de amplias regiones y el secado de lagunas, como ocurrió con las Lagunas del Rosa-
rio en el límite entre Mendoza y San Juan.
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La minería, una actividad tradicional en el Monte (ver Tabla 1), es considerada como una de las
causas más importantes de la degradación ambiental, por estar asociada con la contaminación de
tierras y cursos de agua. Por ejemplo, las explotaciones intensivas de metales preciosos en el nor-
te y de petróleo en el centro-sur constituyen importantes focos de contaminación en la región.
Por último, es de destacar que las zonas desérticas suelen ser consideradas como ambientes de bajo va-
lor ecológico y económico, por lo cual se las utiliza como receptáculo de residuos peligrosos. Un ejem-
plo actual de este problema se encuentra en el departamento de Malargüe, al sur de la provincia de
Mendoza, con uno de los peores pasivos ambientales en materia nuclear que hay en el país, constitui-
do por un área de residuos de uranio, procedentes de la actividad minera, que aún no han sido tratados.
grado de implementación. Existen desde reservas en las que sólo se generó la normativa para su
creación, hasta áreas en donde hay presencia de personal de asesoramiento, control y vigilancia,
equipos de investigación, planes de manejo e integración de la población en la gestión. De
acuerdo con la meta propuesta para el 2010 por “2010 - The Global Biodiversity Challenge”, es
necesario preservar al menos un 10% de la superficie de cada ecorregión. En consecuencia, el
Monte de Llanuras y Mesetas se encuentra gravemente “subrepresentado”, con apenas un 2%
de su superficie protegida. A su vez, el Monte de Sierras y Bolsones cuenta con más del 9% de
su área protegida, que principalmente se encuentra concentrada en la provincia de San Juan y su
límite con La Rioja. Otro dato preocupante es que, de las veintiséis AP (Áreas Protegidas), quin-
ce presentan un grado de control insuficiente o nulo, lo que pone en duda la dimensión real del
área “efectivamente protegida” dentro del Monte.
Un avance a favor de la resolución de esta situación requiere, por un lado, incorporar urgentemen-
te al sistema de áreas protegidas una serie de sitios de alto valor de conservación, ya sea por los ser-
vicios ecológicos que brindan o por ser sitios con biodiversidad sobresaliente, como es el caso de,
por ejemplo, los algarrobales del Salar de Pipanaco y pie de la Sierra de Velasco (Bertonatti y Cor-
cuera, 2000). Sin embargo, debe tenerse en cuenta que una adecuada conservación de la biodiver-
sidad en la región del Monte no podrá alcanzarse únicamente mediante el incremento de la super-
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ficie de áreas protegidas, sino que debe ser acompañada por una política y una acción educativa que
incentiven la conservación y la práctica de actividades sostenibles en toda la región.
Por último, el éxito de la conservación en esta región depende, en gran parte, de una acabada
comprensión de los procesos socio-económicos y ecológicos que guían los cambios en la biodi-
versidad y en los sistemas de producción y explotación de recursos naturales, que debe ir acom-
pañada de un programa de investigación sólido que garantice que las políticas de desarrollo y
extensión cuenten con el debido respaldo científico.
La región del Monte se caracteriza por una relativa abundancia de recursos naturales estratégi-
cos que pueden agotarse si no media un aprovechamiento sustentable. Asimismo, en determina-
das provincias de la región del Monte existe un nivel de educación y capacitación que, si bien
amerita los resultados de un largo siglo de escuela y enseñanza amplia y de buena calidad, re-
quiere una profunda reformulación de sentidos y contenidos para acompañar un proceso de de-
sarrollo sustentable. Por todo esto, es necesario diseñar políticas que incluyan:
• La persecución de objetivos de conservación y uso sustentable por parte del Estado mediante
políticas a largo plazo.
• El incremento del conocimiento mediante la investigación y la experimentación (ver Milesi,
F., en este volumen).
• La educación ambiental mediante la introducción de criterios ad hoc en la enseñanza formal.
• La participación comunitaria en la discusión y la resolución de los problemas.
Agradecimientos
Los autores agradecen al Dr. Luis Marone por sus valiosos aportes y sugerencias. Contribución Nº43 del
grupo de investigación en Ecología de Comunidades del Desierto del IADIZA, CONICET, Mendoza.
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Las aves muestran una estrecha relación con las características estructurales y florísticas de la ve-
getación cuando seleccionan el hábitat donde residir. Numerosos estudios han demostrado que la
estructura física de la vegetación y la composición florística son dos componentes del hábitat que
influyen marcadamente en la composición y la abundancia de los ensambles de las aves, en gran
medida por su asociación con recursos críticos (como el alimento y los sitios de nidificación) y
con la protección contra climas adversos, la predación o el parasitismo de las nidadas (Cody,
1985). Si se considera que la explotación de los recursos naturales por parte del hombre (e.g., el
uso del bosque nativo, la agricultura, la ganadería) suele tener importantes efectos sobre las co-
munidades de plantas, es de suma importancia identificar qué características de la vegetación
usan las aves como guías para determinar su selección de hábitat, ya que ésta constituye una de
las bases para implementar estrategias de conservación y manejo de las poblaciones (ver Milesi
en este volúmen).
Desde hace más de veinte años el grupo de investigación en ECODES estudia la avifauna de la por-
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ción central del desierto del Monte, principalmente en la Reserva de Biosfera de Ñacuñán (centro-
este de Mendoza). El paisaje de la reserva está compuesto en su mayor parte por el algarrobal y por
anchas franjas de jarillales que se intercalan en la matriz general. El algarrobal es un bosque abier-
to cuyo estrato arbóreo está representado por el algarrobo dulce (Prosopis flexuosa) y el chañar
(Geoffroea decorticans). El estrato arbustivo está dominado por la jarilla Larrea divaricata, acom-
pañada de otros arbustos (Condalia microphylla, Capparis atamisquea, Atriplex lampa), y también
puede distinguirse un estrato subarbustivo caracterizado por Lycium spp., Verbena aspera y Acant-
holippia seriphioides. En el estrato herbáceo predominan las gramíneas perennes (Pappophorum
spp., Trichloris crinita, Setaria leucopila, Sporobolus cryptandrus, Digitaria californica, Aristida
spp.) y numerosas especies de dicotiledóneas anuales (Chenopodium papulosum, Phacelia artemi-
sioides, Sphaeralcea miniata, Parthenium hysterophorus, Glandularia mendocina, Plantago pata-
gonica y Descurainia spp.), aunque su presencia y cobertura varían mucho a lo largo de los años.
El jarillal es una estepa arbustiva biestratificada dominada por la jarilla (Larrea cuneifolia). Allí, el
algarrobo y el chañar tienen densidades muy bajas, mientras que el estrato herbáceo es similar al
del algarrobal, con predominio de Sporobolus cryptandrus y Trichloris crinita. Desde una perspec-
tiva regional, la Reserva de Ñacuñán es representativa de uno de los principales algarrobales del de-
sierto del Monte (Villagra et al., 2004), pero no de la fisonomía característica de este bioma, ya que
a lo largo del Monte son los jarillales las comunidades más representativas (Morello, 1958).
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Relación aves-vegetación
Parte de los estudios realizados sobre la avifauna de Ñacuñán han estado dirigidos a conocer los
patrones de uso del hábitat del ensamble de aves y los efectos del uso de la tierra sobre los mis-
mos. Durante la estación reproductiva, la riqueza de especies de aves es mayor en el algarrobal
que en el jarillal (aproximadamente en un 30%). Al analizar la abundancia de aves en los dos há-
bitat, se puede encontrar que tanto las aves residentes como las migratorias son más abundantes
en el algarrobal durante la primavera y el verano (18,5% y 37%, respectivamente). Lo mismo su-
cede cuando se considera la abundancia de aves granívoras e insectívoras, los principales grupos
tróficos en la reserva. Si bien estos resultados destacan la importancia que tienen los algarroba-
les para el ensamble de aves, no identifican las causas de esos patrones. La utilización de una
aproximación mecanísmica que evalúe cómo usan realmente las aves sus hábitat puede ayudar a
la comprensión de las características del ambiente que actúan en la determinación de los patro-
nes. En los últimos años se ha estudiado el comportamiento de nidificación y de alimentación de
las aves y se obtuvieron algunos resultados muy auspiciosos para entender los patrones de uso de
hábitat. Se comprobó que las aves prácticamente no utilizan las jarillas como pie vegetal donde
nidificar, mientras que el chañar es la especie más seleccionada (Mezquida, 2004). Entre las aves
granívoras, varias especies seleccionan los algarrobos y evitan las jarillas para realizar sus des-
pliegues territoriales durante la estación reproductiva (Sagario y Cueto), mientras que entre las
aves insectívoras, los individuos seleccionan los algarrobos y evitan la jarilla L. cuneifolia para
buscar y capturar a sus presas (Damonte y Cueto). Los resultados obtenidos sugieren que los al-
garrobales proveen una mayor disponibilidad de sitios adecuados para las actividades reproduc-
tivas y de alimentación, por lo cual las aves serían más abundantes en este tipo de hábitat.
Los algarrobales del Monte también constituyen un recurso importante para el hombre (Villagra
et al., 2004). En tiempos precolombinos, las comunidades indígenas utilizaban los frutos del al-
garrobo como recurso alimenticio. A partir de las primeras décadas del siglo XX se produjo una
gran explotación extractiva del algarrobo bajo el concepto minero, es decir, sin ajustar la velo-
cidad de extracción con la velocidad de renovación del recurso (ver Pol, R. et al., en este volu-
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Agradecimientos
A Luis Marone, Fernando A. Milesi y Eduardo T. Mezquida, por compartir con nosotros su entusiasmo y
dedicación por tratar de entender la estructura y la organización de la avifauna del Monte. El trabajo de
campo fue parcialmente financiado por MAB-Unesco, Association of Field Ornithologists, el Museo
Argentino de Ciencias Naturales, el CONICET, la Universidad de Buenos Aires y ANPCYT (PICT 01-
03187 y 01-12199). Contribución Nº41 del grupo de investigación en Ecología de Comunidades de
Desierto (ECODES), IADIZA y FCEyN, UBA.
Cuando el objetivo de generar conocimiento ecológico es que sea útil para administrar los sis-
temas naturales, una preocupación central debe ser la de plantearse si la manera en que ese co-
nocimiento es adquirido y “procesado” resulta apropiada para tal meta. En este sentido general-
mente se utilizan ciertos organismos o agrupamientos de organismos como indicadores de la
presencia o la abundancia de otros organismos o del “estado general del ambiente”.
El grupo de investigación en ECODES se interesó en conocer la respuesta de las aves a las per-
turbaciones más frecuentes en los alrededores de la Reserva de Biosfera Ñancuñán: los incen-
dios y el pastoreo por ganado. El objetivo “aplicado” ha sido caracterizar el impacto de los in-
cendios y el pastoreo sobre las aves y explorar cuán adecuadas resultan las aves para generar
una herramienta de manejo sobre la base de los conceptos de agrupamiento e indicadores.
El número total de especies de aves y la densidad de aves respondieran de manera casi paralela
a la importancia del cambio en la vegetación: cuanto más alterada se vio la cobertura de la ve-
getación, menores fueron la abundancia total de aves y el número de especies. Este resultado su-
giere que las aves (como grupo taxonómico) se ven perjudicadas por estas perturbaciones. Pero
¿es esa conclusión algo que nos pueda proveer una herramienta útil a futuro?
Como estas perturbaciones involucraron una alteración de las estructuras y de los recursos
disponibles para las aves, se agruparon las especies en función del tipo de alimento que
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consumen, los microhábitat que usan para conseguirlo y los sustratos que utilizan para ha-
cer sus nidos. Esta aproximación de agrupamiento fue sugerida en varias ocasiones en la
literatura como la manera apropiada de generar herramientas útiles para el manejo y el mo-
nitoreo. Su aplicación posterior sería que, si se conociera la modificación en uno o todos
esos grupos, se podría inferir sobre las perturbaciones o la calidad del ambiente para todos
los organismos o para otros grupos (es decir, se los podría usar como indicador). A pesar
de la importancia de los cambios en la vegetación y, presuntamente, de los recursos aso-
ciados, no todos los grupos de aves respondieron igual. En este caso, el grupo que siguió
más estrechamente las modificaciones en la vegetación fue el de las aves que comen in-
sectos sobre el follaje. El punto a tener en cuenta es que este resultado no aporta nada co-
mo herramienta más que para confirmar una relación trivial: si se saca la vegetación, se
irán las aves que se alimentan sobre ella. No tendría sentido estimar la abundancia de aves
insectívoras de follaje (algo no muy sencillo) como indicador de la cobertura de la vege-
tación (algo bastante más simple de medir) o de la ocurrencia de incendios o de pastoreo.
Este ejemplo resulta excesivamente ingenuo al plantearlo concretamente, pero encierra el
mismo tipo de razonamientos que otros casos presentados de manera menos directa.
Sostiene que considerar que los riesgos asociados a la simplificación (como usar un grupo
en lugar de estudiar los componentes, o usar un indicador en lugar de estudiar el indicado)
deben, como mínimo, compensarse con el hecho de que aquello que se intente conocer sea
inobservable de manera directa, o al menos bastante más difícil de medir.
Sin embargo, el principal problema del uso de esta relación perturbación-aves es que otros
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con lo que hay. Tampoco es adecuado usar a las aves, por ejemplo, porque son atractivas
o porque es lo que ya se sabe hacer. Evitar el costo del desarrollo de tecnología ecológica
tiene justificaciones como la urgencia o la economía, pero muy probablemente esta herra-
mienta “barata” no será eficiente e involucrará limitaciones no deseadas o desconocidas y,
por lo tanto, será más bien una demora y un gasto inútil.
Agradecimientos
Agradezco a mis coautores en el trabajo que originó esta discusión: Luis Marone, Javier Lopez de
Casenave, Víctor Cueto y Eduardo Mezquida; en particular al primero, que también aportó la
“inspiración” para escribir este manuscrito. Y a Lali Guichón, que lo revisó y corrigió. Ésta es la
contribución N°42 del grupo de investigación en Ecología de Comunidades de Desierto.
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