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NOSOTROS LOS ELEGIDOS

Jesús es patrimonio de la humanidad,


no es propiedad de nadie,
ni de ninguna iglesia, ni de ninguna raza.

Los creyentes en Yahvé, en tiempos de David y sucesivos reyes, tenían un catecismo muy
simple. Dios es el dueño del universo y de los hombres. Y todo se rige por un orden
jerárquico, sacralizado. Dios elige a quien quiere y rechaza a quien no quiere. Dios eligió a
su pueblo. Eligió a Abraham. Eligió a Moisés. Masacró a los egipcios. Eligió a David. Quien
vaya contra David va contra el que lo eligió.

Es difícil imaginar una soberbia mayor a la del que se piensa a sí mismo como seleccionado
de entre la multitud, sintiéndose elegido y protegido bajo el paraguas de Dios, en su Arca de
Noé, mientras el resto del mundo se ahoga en dolor y hambre.

Sacerdotes y obispos no forman una casta sagrada, no son hombres “separados”, “escogidos”,
como una clase social diferente, como unos ángeles en la tierra. Porque una cosa es ser un
creyente “dedicado” por un encargo o misión a los demás y otra muy distinta, pretender ser
un “consagrado” o “ungido”, un intermediario entre Dios y los hombres.

Eso queda para el Antiguo Testamento, para los tiempos del Levítico. El Antiguo Testamento
no es cristiano. El velo del templo se rasgó el viernes santo a mediodía. El sacerdocio no se
dio entre los cristianos en los primeros siglos. La teología del nuevo testamento proclama
que el sacerdocio del antiguo testamento lo ha heredado el pueblo cristiano.

El mundo necesita hoy hombres y mujeres, entregados a los grupos de creyentes; que sepan
y dominen bien el Evangelio; que hagan más oración que los demás; que entreguen sus vidas
por los demás y que sean los “puntos de encuentro” para esos creyentes y lazos de unión con
los otros grupos, otras comunidades, otras iglesias.

Y que la suma de todos los grupos, comunidades, iglesias, unidos en un Pedro que confirme
en la Fe a los más débiles y que les recuerde siempre que no se olviden de los más pobres,
sea como la presencia visible, sacramental, de Jesús en el mundo, actuando a través de su
Espíritu.

Pienso que el mundo –y cuando digo mundo, pienso en Africa, Asia Sudamérica,
suburbios...- pasa ya de tantas catedrales, góticas, romanas, barrocas, de tanto arte medieval
o renacentista. Esas huellas a las que llaman cultura cristiana o, simplemente, cristianismo.

El mundo hoy necesita a Jesús, el de Nazaret, que ni fue sacerdote, ni clérigo, ni teólogo y al
que crucificaron en Jerusalén los letrados, los fariseos, los sacerdotes.
Es deslumbrante y penosa la constatación histórica de que tanto el pueblo de Israel como el
catolicismo romano levanten la bandera de pueblo elegido por Yahvé o por Dios.

Jesús nació hebreo. Por supuesto. En algún sitio tenía que nacer. Sin embargo su pertenencia
a una determinada raza, a una zona geográfica o a una cultura concreta no confiere derecho
alguno a nadie.

De ese Jesús histórico se pasó enseguida al Cristo greco latino, hecho por occidente y para
occidente. Un Jesucristo hebreo, judío, griego y romano maniatado, paralizado por todas las
contaminaciones de esas culturas, de los intereses de esos pueblos, pequeñas o grandes tribus
de la humanidad.

El seguidor de Jesús se ve, hoy, en la urgencia de liberarlo, de desatarlo del judaísmo, del
romanismo, del occidentalismo, porque Jesús es de todos y para todos.

Jesús es tan grande que está por encima de cualquier religión, y del mismo cristianismo. No
puede ser barrera que separe culturas, ni bandera contra nadie. Jesús es patrimonio de la
humanidad, no es propiedad de nadie, ni de ninguna iglesia, ni de ninguna raza.

El deseado ecumenismo podría llegar a ser una realidad. Unión de los creyentes en el diálogo,
en la fraternidad y no en el poder.
GUERRA DE DIOSES
Dios no se ha empadronado en ningún municipio,
ni en La Meca, ni en Jerusalén, ni en Roma.

“Es un error creer que Jesús estuviera inmediata y milagrosamente informado e instruido en
todo lo relacionado con Dios. En la fe de Jesús, como en la de todo creyente, se da un
verdadero proceso de aprendizaje, de maduración, de crecimiento a todos los niveles:
intelectual, físico, religioso-experiencial, etc.”

“Seguramente la cristología es la rama de la teología que más ha progresado en los


últimos veinte años… Existen dos corrientes contrapuestas… La cristología descendente
parte de Dios. Dios desciende al mundo y se hace hombre… El momento clave de esta
cristología es la encarnación… Esta cristología es la tradicional… Por el contrario, la
cristología ascendente parte del hombre… Jesús fue un hombre singular y único… que
después de realizar exactamente el plan trazado por Dios fue resucitado y constituido Señor…
Podemos decir que la cristología ascendente resulta ser la explicación más plausible del
misterio de Cristo.”
Cada día veo con más claridad que una de las cosas más difíciles y más arriesgadas, que hay
en la vida, es la libertad de pensar. Pensar sin miedo, teniendo el coraje de soltar las amarras
y las seguridades que nos proporcionan las "autoridades doctrinales", con sus "verdades
incuestionables", sus "dogmas", sus "obediencias" y sus "absolutos", por muy absolutos que
nos digan que son.

Que nadie se asuste al leer estas cosas. No es mi intención fundar la asociación de "relativistas
sin fronteras". Lo que quiero dejar claro aquí es que la condición indispensable para que haya
progreso, en todas las ciencias, en los saberes más diversos, incluidos los saberes religiosos,
para dejar de ser meros repetidores de lo que otros dijeron en el pasado, la "conditio sine que
non" es superar el miedo a pensar lo que quizás nadie antes se atrevió a pensar.

El día que Copérnico tuvo la audacia de pensar que, a lo mejor, no era el sol el que daba
vueltas alrededor de la tierra, sino que la cosa era al revés, ese día empezó a ser viable que,
unos años más tarde, Galileo planteara ese mismo asunto, no ya como una mera hipótesis,
sino como la tesis que revolucionó la ciencia (y sus seguridades) para siempre.

Desde que, en 1962, Thomas S. Kuhn publicó "La estructura de las revoluciones científicas",
quedó claro que la ciencia no avanza por mera acumulación de datos y de información. La
ciencia avanza cuando un "paradigma", que hasta un momento dado se ha considerado válido,
deja de serlo. A partir de ese momento, un nuevo "paradigma" sustituye al anterior.
Pero, es claro, para que esto ocurra es enteramente necesario que haya personas que se
atreven a poner en cuestión lo que, quizá durante siglos se ha dado como seguro, y tengan la
audacia de pensar que las cosas pueden ser de otra manera. Kuhn afirma que, en el campo de
la ciencia, esto ha ocurrido durante siglos. Porque "la ciencia normal suprime frecuentemente
innovaciones fundamentales, debido a que resultan necesariamente subversivas para sus
compromisos básicos".

Pues bien, si esto ha sido así quizás toda la vida, ahora nos encontramos en una situación
nueva que, a mi manera de ver, puede resultar tan prometedora como destructiva. La nueva
revolución científica y tecnológica, que entraña la informática, representa un avance que
pocos podían imaginar. Y sin embargo, eso también es un peligro.

Internet nos proporciona arsenales de datos y de información que nadie puede abarcar. Pero
tan cierto como eso es que Internet dispensa a mucha gente de pensar. Es más fácil "cortar"
y "pegar". O sea, resulta más sencillo y más cómodo hacer propio y repetir lo que otros han
pensado.

Por eso, entre otras cosas, el mundo entero se va cubriendo más y más con ese inmenso manto
oscuro al que ahora llaman el "pensamiento único". Todos nos creemos ingenuamente libres,
cuando en realidad es ahora cuando estamos más controlados que nunca.

Herbert Marcuse lo dijo ya en los años sesenta del siglo pasado: "El totalitarismo no es
solamente una uniformidad política terrorista, es también una uniformidad económico-
técnica no terrorista que funciona manipulando las necesidades en nombre de un falso interés
general".

Nos han metido en la cabeza que, en economía, no hay otra salida que restablecer y mejorar
(o sea hacer más fuerte) el "sistema capitalista" (y la economía de mercado) que está
destruyendo el planeta y causando millones de muertos cada año.

Nos han convencido de que, en política, el Estado de derecho se edifica sobre la "democracia
representativa", que de hecho consiste en que cada cuatro años depositamos nuestra libertad
de decidir en manos de los intereses de un partido político al que defendemos con uñas y
dientes incluso cuando nos roba descaradamente.

Y para rematar la faena, nos han dicho, por activa y por pasiva, que quienes van diciendo por
ahí que "otro mundo es posible" son gente peligrosa y utópica, que, más tarde o más
temprano, terminan siendo los "anti-sistema", los "violentos", a los que hay que mirar con
recelo o con desprecio.

Y mientras tanto, la religión con la cabeza mirando hacia atrás. Insistiendo, ante sus fieles,
en que lo más necesario, en estos tiempos de pecado y secularismo, esta religión que se queda
más sola cada día, no tiene otra ocurrencia que someter el pensamiento a los "guardianes de
la tradición". Porque sólo ellos tienen acceso al "significado exacto" de los textos, que nos
dan, ya pensado, lo que tenemos que pensar.

Es la forma más estúpida y más eficaz de anular a las personas, ofreciéndoles una
autocomplacencia y una falsa seguridad, que tranquiliza a los ingenuos y los incautos, a
cambio de hipotecar el propio pensamiento. Y todo esto, en nombre de un Dios, que, para
mantener intacta su excelsa dignidad, necesita fieles sumisos que renuncien a pensar.

Como es lógico, una religión así, se autocondena a la propia destrucción. T. S. Kuhn,


refiriéndose al progreso de la ciencia, dice que "el descubrimiento (de nuevas verdades
científicas) comienza con la percepción de la anomalía; o sea, con el reconocimiento de que
en cierto modo se han violado las expectativas".

Esto es exactamente lo que está ocurriendo ahora con lo de Dios y lo de la religión. Cuando
la gente percibe en ella más anomalías y cuando son ya demasiados los que se sienten
defraudados o, lo que es peor, enteramente desinteresados, a los hombres de la religión no se
les ocurre otra cosa que seguir mirando atrás, empeñados en reconstruir un pasado que ya
fracasó. ¿Es que antes, y sólo antes, se sabía con precisión quién es Dios y lo que le gusta a
Dios? ¡Por favor! A ver cuándo nos atrevemos a pensar.

José M. Castillo

"Eutsi berrituz", movimiento renovador de cristianas y cristianos de Gipuzkoa, nos convoca


a una mañana de reflexión y oración para el próximo sábado 28 de abril en el Colegio Santa
Teresa. "La esperanza nos sostiene en la crisis", reza el lema de la jornada.

La crisis. El panorama es desolador: espantosas cifras de paro, recesión económica,


préstamos que solo sirven para pagar intereses de préstamos anteriores, espiral del desastre.
Dramas personales, dramas familiares, dramas de pueblos y de estados enteros. Bajan los
salarios, pero suben los precios. Se abarata el despido, pero no se crean empleos. Quieren
activar la economía empobreciendo a la gente. ¿Se ha vuelto loca esta economía?

Crece la desolación. Crecen el miedo y la incertidumbre. Nadie sabe dónde parará todo esto,
o tal vez alguien lo sabe y nos oculta, y esto nos asusta más todavía. Nos asusta y nos indigna.
El temor es bueno, si no paraliza. Es buena también la indignación, pero no basta. Hemos de
pasar del temor y de la indignación al compromiso inteligente y solidario. Y solo la esperanza
lo hará posible.

Cuando, ante esta crisis, el aliento se nos corta y el desánimo cunde, es bueno que nos
juntemos para recobrar el aliento, para reanimar la esperanza. Para respirar, inspirar, esperar.
Sí, "la esperanza nos sostiene en la crisis". Sin esperanza, no podremos seguir adelante.
La esperanza nada tiene que ver con "esperar que la situación mejore": esperar sentados. La
esperanza tampoco tiene nada que ver con "esperar que Dios vendrá en nuestra ayuda, cuando
Él lo quiera". Dios es el corazón de todas las criaturas amenazadas por la crisis, y necesita
ser ayudado. Dios es el ánimo, el alma, el respiro que alienta en todos los seres, y necesita
ser liberado. Esperar es hacer nuestro el aliento divino y espirarlo como una brisa, como un
viento que transforma el mundo. Ayudaremos a Dios.

Esperar es abrir los ojos y ver la realidad como es, y exigir que nos digan la verdad de esta
crisis. Hablan de "ajustes" –divisa sagrada–, pero tienen muy poco de justo. Son puros y
duros "recortes", y hay que preguntarse: ¿quién los impone y para qué? ¿A quién benefician?
Seguro que los que imponen recortes no los padecen.

Esperar es abrir los labios y tomar la palabra, y denunciar cuando hace falta. La vida está
cada vez más cara, pero vale cada vez menos. ¿Qué vale la vida de un parado, de un
desahuciado o de un trabajador que gana 600 euros para la familia? En Grecia se cuentan por
millares los hombres y las mujeres que se han suicidado a causa de la crisis, y pronto serán
muchos más, mucho más cerca. La Goldman Sachs, el Morgan Stanley, la Deutsche Bank...,
la agencia Moody's y todos los especuladores ¿no son los responsables de tanta muerte?

Esperar es creer que es posible transformar este sistema perverso, y querer transformarlo,
movilizarnos coordinadamente para que la economía deje de ser el oficio siniestro de ganar
más, y pase a ser el arte de distribuir con justicia los frutos santos de la tierra de todos.

Estamos dispuestos a que nos bajen los salarios y nos suban los impuestos, pero no para que
los grandes bancos ganen más todavía. Estamos dispuestos a dar de lo que tenemos, pero no
a los que ya tienen demasiado, sino a los que no tienen para vivir. Hagamos como Jesús. O
hagamos como Islandia. O como Argentina con Repsol. La esperanza nos empuja.

José Arregi
QUITANDO TELARAÑAS

La culpa no es sólo de los curas.


También la tienen los que siguen delegando en la Iglesia
el contenido de su fe.

Las palabras y expresiones con las que definieron, allá por los siglos cuarto y quinto, los
obispos y teólogos de los concilios de Nicea (año 325), Constantinopla (año 381), Efeso (año
431), Calcedonia (año 451) ¿siguen expresando la realidad en la que se cree, hoy en el siglo
veintiuno?

La realidad de Dios hay que expresarla al fin y al cabo en lenguaje humano. Pero me
pregunto si se ha conseguido expresar con las palabras y gramática adecuadas la realidad en
la que se cree.

No se puede olvidar que, con el transcurso del tiempo, las palabras cambian su significado,
o pierden su significado, o simplemente se difumina el brillo del significado. Y, entonces,
no sirven para nada. El mensaje que llevaban dentro se evapora. Se quedan huecas, sin
contenido. Y eso es lo ocurrido con todo el andamiaje del credo y catecismos de los cristianos.
Llevamos en nuestras alforjas una pasta incomestible.

La culpa no es sólo de los curas. También la tienen todos aquellos que siguen delegando en
la Iglesia el contenido de su fe. Nos preocupamos de nuestra economía, sin delegar en nadie.
Pero nuestra relación con Dios se la entregamos a la Institución eclesiástica para que, a modo
de gestoría, nos lleve los asuntos divinos. Firmamos los papeles en blanco sin leerlos siquiera.
Creemos lo que nos digan, vamos por donde nos digan, aunque nos lleven al aburrimiento
¡qué mal entendieron, y entendimos, aquello del rebaño y las ovejas!

Hay que quitar telarañas a la fe. Aunque la fe se proyecte, siempre, sobre un telón oscuro.

Tenemos que pensar y repensar los llamados artículos de la fe. Cualquier cosa menos
tragarse los dogmas como si fueran píldoras elaboradas en la rebotica de nuestros vaticanos.
Entre otras cosas porque si no se digieren, explotan con el tiempo y vienen los vómitos y las
nauseas.
RECUPERAR A JESÚS

Los creyentes tenemos múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños nos vamos
haciendo nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos escuchando
a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en el colegio o lo que vivimos
en las celebraciones y actos religiosos.

Todas estas imágenes que nos hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de
purificarlas una y otra vez a lo largo de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio
de Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la tradición
bíblica: «A Dios no le ha visto nadie jamás».

Los teólogos hablamos mucho de Dios, casi siempre demasiado; parece que lo sabemos todo
de él: en realidad, ningún teólogo ha visto a Dios. Lo mismo sucede con los predicadores y
dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su interior no hay
dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto a Dios.

Entonces, ¿cómo purificar nuestras imágenes para no desfigurar de manera grave su misterio
santo? El mismo evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe
cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a conocer». En
ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro como en Jesús.

Dios nos ha dicho cómo es encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y fórmulas


teológicas sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y su mensaje,
en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para aproximarnos a Dios hemos de
acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.

Siempre que el cristianismo ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios
verdadero y de sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos impiden
colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y fraterno. Por eso
es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.
No basta con confesar a Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos necesitamos conocer
a Jesús desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con su
proyecto, dejarnos animar por su espíritu, entrar en su relación con el Padre, seguirlo de cerca
día a día. Ésta es la tarea apasionante de una comunidad que vive hoy purificando su fe.
Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada vez más de la bondad insondable de Dios.

José Antonio Pagola


Jn 01, 01-18

EL ROSTRO HUMANO DE DIOS


El cuarto evangelio comienza con un prólogo muy especial. Es una especie de himno que,
desde los primeros siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar en el misterio
encerrado en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también hoy nos puede ayudar a creer
en Jesús de manera más profunda. Sólo nos detenemos en algunas afirmaciones centrales.

«La Palabra de Dios se ha hecho carne». Dios no es mudo. No ha permanecido callado,


encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido
hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de
Dios hecho carne.

Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes que sólo pueden
entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo
puedan entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el amor
y la verdad que se encierra en su vida.

Esta Palabra de Dios «ha acampado entre nosotros». Han desaparecido las distancias. Dios
se ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontrarnos con él, no tenemos que salir
fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo, no hay que estudiar teología, sino
sintonizar con Jesús, comulgar con él.

«A Dios nadie lo ha visto jamás» Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley hablaban
mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en
la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero nadie lo hemos visto. Sólo Jesús, «el Hijo de Dios,
que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer».
No lo hemos de olvidar. Sólo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Sólo él es la fuente para
acercarnos a su Misterio. Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de
desaprender y olvidar para dejarnos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en Jesús.

Cómo cambia todo cuando uno capta por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se
hace más simple y más claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo
nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En él se
nos revela «la gracia y la verdad» de Dios.

José Antonio Pagola

Jn 1, 29-34

SÍMBOLOS DE LA PERSONA Y DEL SER HERIDO

El evangelio del hoy, no sólo es continuación del domingo pasado, sino que repite el último
versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como
un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta
definitiva de hoy.

Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa
y seguir cada uno su propio camino. El próximo domingo veremos que cinco mil lo
abandonaron. Solamente doce, deciden seguir con él.

Los judíos aquellos discutían unos con otros. Como no podía ser menos, vuelve la discusión,
ahora entre ellos mismos. ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?

Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían
un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo y lo que nosotros
llamamos cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es
su misma realidad humana, no la carne física en su materialidad. Para un judío, la idea de
comer la carne de otro, era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que
aniquilar al otro para hacer suya la sustancia vital del otro.
Os lo aseguro: Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. Jesús, en vez de intentar suavizar su propuesta, la hace aún más dura; porque si era
ya inaceptable el comer la carne, fijaros qué tendría que suponer para un judío la sola idea de
beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios; con prohibición
absoluta de comerla.

Jesús les pone como condición indispensable que coman su carne y beban su sangre. Juan
insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía,
hacer suya su misma vida.

Debemos tener muy en cuenta que en este capítulo se habla de sarx “carne”, pero en todas
las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma “cuerpo”. Para
nosotros los dos términos son intercambiables, pero para la antropología judía del tiempo de
Jesús, eran aspectos muy diferentes.

Carne es el aspecto más bajo del hombre, lo que le pega a la tierra, la causa de todas sus
limitaciones. Cuerpo por el contrario, significa el aspecto humano que le permite establecer
relaciones con los demás; sería el sujeto de todos los verbos: yo, tú, él… Es la persona, el yo
como posibilidad de enriquecerme o empobrecerme en mis relaciones con los demás seres
humanos.

Cuando en la eucaristía se tradujo por “cuerpo” se introdujo un concepto que no existía en la


mentalidad judía. Al entenderlo como la parte física del ser humano hemos convertido un
enorme fraude que ha tenido consecuencias nefastas para la comprensión del sacramento de
la eucaristía.

Para ser fieles a la mentalidad de Jesús, tendríamos que traducir: “esto es mi persona, esto
soy yo”. O mejor yo soy este pan.

Sin olvidar, que lo importante y esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden exactamente los tres
sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan, tomado, bendecido, partido y
repartido.
Después de haber hecho todo eso, Jesús queda identificado con ese pan. Lo que dijo, (en esto
no coincide ninguno) trata de explicar lo que acaba de hacer.

Al hablar de “carne”, Juan está en otra dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que
hacer nuestro de Jesús es su parte mas terrena, la realidad más humilde y baja de su ser.
Tenemos que imitar lo que él es a ras de tierra. Sin duda está pensando en el significado más
profundo de la encarnación.

En la concepción falseada de “cuerpo”, no hay prácticamente ninguna diferencia entre el


cuerpo y la sangre, porque la sangre es también cuerpo. Pero si hacemos la distinción
adecuada, resulta que son dos signos muy diferentes. El primero hace referencia a la persona
en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a un ser humano herido,
vulnerado (como dice tan bellamente San Juan de la cruz).

En efecto, la sangre como que no existe mientras no se hace una herida y brota como vida
que se escapa. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está
diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona como viva y como matada. Toda su
vida terrena, la puso al servicio de todos, y su misma muerte también la convirtió en don
absoluto y total.

Es muy frecuente que se trate de explicar estas palabras como una referencia directa a la
eucaristía. Yo creo que no son estas palabras las que hacen referencia a la eucaristía, sino que
estas palabras y la eucaristía, hacen referencia a una realidad superior que es la Vida de Dios
que se nos comunica por Cristo.

No tiene mucho sentido que Juan redacte el capítulo más largo y más elaborado de su
evangelio, para explicar un hecho, la eucaristía, al que ni siquiera menciona en su evangelio.
Para mí es enormemente significativo que Juan no haga referencia ninguna a la institución
de la eucaristía en la última cena; en su lugar, narra el lavatorio de los pies.

Seguramente, cuando escribió su evangelio, a finales del siglo I, ya se había convertido la


eucaristía en un rito estereotipado y vacío de contenido; por eso quiere llamar la atención
sobre otro gesto que dice lo mismo: el lavatorio de los pies, que es también difícil de entender,
pero que es menos manipulable.

La prueba de que está hablando de símbolos y no de palabras que hay que tomar al pie de la
letra, está en que, unas líneas más abajo, nos dice: “El Espíritu es el que da vida, la carne no
vale nada”.

El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con
la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia
Vida, tenemos que masticarlo y digerirlo; apropiarnos de su sustancia.

Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Sólo de esta
forma haremos nuestra la misma Vida de Dios.

Fijaros que lo que Jesús pretende decirles, es precisamente lo que hiere la sensibilidad de los
oyentes. No se trata, para nada, de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando
de la VIDA, la misma Vida de Dios.

Por activa y por pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El
que come mi carne... tiene vida definitiva. Si no coméis la carne... no tendréis vida en
vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando, nos daremos cuenta de lo que
significa: mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Es comida y es
bebida porque alimentan la verdadera Vida. La Vida verdadera no es la biológica.

Esto fue difícil de aceptar para ellos, y sigue siendo inaceptable para nosotros hoy. A
continuación no lo explica un poco mejor.

La frase: "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él", tiene una
importancia decisiva. Cuando nos referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte
de la proposición, “yo recibo a Jesús y Jesús está en mí”. Casi siempre olvidamos la primera.
Pero resulta que lo primero y más importante es que “yo esté en él”.
De nosotros depende hacernos cono Jesús pan partido para dejar que nos coman. Estamos
muy acostumbrados a considerar la “gracia” como consecuencia automática de unos ritos,
sin darnos cuenta que en la vida espiritua-l no puede haber automatismo, todo depende de mi
actitud vital. Sin esa actitud vital, Dios no puede hacer nada ni en mí ni por mí.

Como a mí me envió el Padre que vive y así, yo vivo por el Padre, también aquel que me
come vivirá por mí. Una vez más hace referencia absoluta al Padre. "Yo vivo por el Padre",
es decir, Jesús vive la misma Vida que Dios vive.

El designio de Dios, es comunicar Vida a Jesús y comunicar Vida a todos los hombres. La
actitud del que se adhiere a Jesús, debe ser la misma que él tiene hacia su Padre: recibir la
Vida y comunicar esa misma Vida a los demás.

Jesús nos está pidiendo que hagamos con él, lo que él mismo ha hecho con su Padre. Al hacer
nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. ¡Es la locura!

Cuando Jesús fue capaz de decir: “Yo y el Padre somos uno”, o “quien me ve a mí ve a mi
Padre”, está manifestando cuál es la meta de todo ser humano. Esa identificación total con
Dios es el “no va más”, de las posibilidades humanas. Esa unidad absoluta con Dios es un
hecho, pero tengo que tomar conciencia de él, aceptarlo y vivirlo.

Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien
come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la misma idea, señal de la
importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos
que no acababan de aceptar el significado de Jesús.

Lo que le interesa al evangelista es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos
panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná.
Éste no consiguió completar el Éxodo, no llevó a los israelitas hasta la tierra prometida. Jesús
en cambio puede llevar hasta el fin, a la Vida/amor definitivos.
REAPRENDER LA CONFIANZA
Written by José Antonio Pagola
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Lc 11, 01-13

Lucas y Mateo han recogido en sus respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin
duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las haya
pronunciado mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo de
comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos.

Probablemente, no siempre reciben la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su


confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar como él: «Os
digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo
que está diciendo pues su experiencia es ésta: «quien pide recibe, quien busca halla, y al que
llama se le abre».

Si algo hemos de reaprender de Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia


es la confianza. No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos
mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable, sino como el comportamiento
más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De hecho, aunque sus tres
invitaciones apuntan hacia la misma actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere
diversos matices.

«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir
con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y mujeres
pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de orgullo o
autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo
deplorable es pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que sólo nos
puede venir del Padre.

«Buscar» no es sólo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos
oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores
del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy en una Iglesia desconcertada ante un
futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para
sembrar el Evangelio en la cultura moderna.

«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar
y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca
hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura
premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús
gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo actual.
José Antonio Pagola

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