Está en la página 1de 2

LA RAÍZ DE TODO DESEO

“Tu mano se abre y se cierra, se abre y se cierra.

Si sostuviera siempre un puño o se quedara siempre extendida,

quedarías entumecido.

Tu presencia más profunda está en cada pequeña

contracción y expansión,

las dos muy bien equilibradas

y tan sincronizadas como las alas de un ave.”

Rumi

En la raíz de todo deseo está el deseo por nosotros mismos, por nuestros verdaderos yoes,

más allá de cualquier nombre y forma.

Podríamos creer que algo externo - una persona, un objeto, alguna sustancia, una

determinada experiencia, ya sea placentera o dolorosa - tiene la capacidad de satisfacer

nuestros deseos. En secreto lo que deseamos, por supuesto, es esa sensación de alivio,

descanso y satisfacción que acompaña el cumplimiento de un deseo. Porque cuando por fin

obtenemos lo que deseamos, o lo que creíamos desear, desaparece el sentido de necesidad,

dejamos de sentirnos atrapados en la incomodidad de creer que algo hace falta. Estamos,

por fin, presentes para nosotros mismos y dejamos de buscar fuera nuestra satisfacción, y

comenzamos a sentir el regocijo inherente a nuestra propia presencia, el sentido de que

todo está bien, la sensación de estar en casa y de ya no necesitar nada externo que nos

complete.

Ya no estamos divididos en dos: 'el que desea' por un lado, separado en tiempo y espacio de

'lo que se desea,' por el otro, sino que sólo hay totalidad, descanso, satisfacción, Unidad. El

afán que se sentía se apaga, descansamos en nuestra propia naturaleza, temporalmente.

Pero como todos sabemos, la satisfacción no dura demasiado. Es una ilusión creer que el

deseo pueda poner fin al deseo. El sistema simplemente se reinicia, y surge el afán por otro

deseo, y una nueva búsqueda por alivio, ad infinitum.

Puedes permitir el deseo, dirigido primero hacia el exterior, en el tiempo y espacio,

proyectado hacia los objetos, la gente y los lugares, para después volver a sentirlo pero
poniendo atención a su propia Fuente. Disponte a conocer el deseo más íntimamente, como

el anhelo por tu presencia, como el deseo de estar en casa.

Todo deseo es realmente por el Ser, entonces. Por eso no intentes apaciguar o extinguir

todos los deseos (auto-mortificación), ni busques poner fin a los deseos a través de tratar

de satisfacer cuanto deseo surja (auto-indulgencia), más bien acepta el deseo por lo que es,

abrázalo plenamente en el momento presente, y simplemente deslígalo de su 'contenido,' de

la narrativa, del futuro, de la historia. Honra el fuego que se siente en la barriga, en el

pecho, en la garganta, siente las crudas sensaciones sin juzgarlas, sin etiquetarlas o tratar

de detenerlas. Siente el fuego de la vida misma. Y permite que ese fuego sea abrazado. Sé

su hogar. Mira el deseo como un pequeño niño perdido, anhelando tener un hogar, rogando

por ser incluido, no extinguido; acogido, no sanado; aceptado, no abandonado.

Lo que más deseas es estar contigo mismo, amigo, y, cuando haces un alto para ver, te das

cuenta que realmente nunca estás lejos. Estás mucho más cerca que cualquier objeto,

persona, sustancia o experiencia. Aquí está la verdadera satisfacción; pleno de aliento,

pleno de vida, cerca de ti. Por siempre Uno con lo que siempre deseaste.

Permite que cada deseo te lleve de vuelta a la fuente de todo deseo: a TI.

Jeff Foster

También podría gustarte