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EL JOVEN INGENIERO
Pasaron varios días y esa frialdad del comienzo no terminaba, era siempre
igual; yo estaba seguro de que no era mi imaginación, porque poco a poco
fueron agregándose una serie de gestos y de sonidos despectivos a mi paso, y
cuando estaba en la mina, algunos dejaban de trabajar con cualquier pretexto;
otros ni siquiera me miraban o me ignoraban cuando les hablaba, excusándose
en el ruido. Una vez le dije a uno de ellos, asegurándome de que me oyera:
“Mira si le das un poco más de inclinación a la perforadora, conseguiremos el
ángulo deseado”. Estoy seguro de que él sabía de lo que le hablaba, pero su
respuesta fue seguir haciendo exactamente lo mismo.
Francamente, este estado de cosas, era para mí insostenible. No se podía
continuar así, pero lo peor de todo era que yo creía entender por qué lo hacían
y me decía una y otra vez que entre nosotros (ellos y yo) no había nada en
común. Lo que yo les podía enseñar no tenía el menor valor para ellos, puesto
que sentían que su práctica era lo único válido. En cambio, para mí el solo
hecho de estar encargado de la mina era importante, ya que así tendría la
oportunidad de comparar lo que me habían enseñado en la universidad con la
experiencia que era lo que más necesitaba a mis 23 años.
Durante bastante tiempo hice todos los esfuerzos posibles por mi parte para
“acercarme” a ellos, incluso hacía coincidir la hora de mi almuerzo con la de
ellos y me hacía preparar la misma comida, todo era igual, mis esfuerzos eran
en vano. Solo me ayudaba a seguir el convencimiento de que ellos se darían
cuenta de que yo no estaba allí para molestar a nadie, ni para hacerles ningún
mal; estaba allí porque debía estar. Si me iba, cosa que podía hacer, me haría
daño a mí mismo, y en la empresa y en la universidad, ¿qué dirían?
Dos veces al día a medio día y al final de la jornada para que coincidiera la
ventilación del frente con la hora del almuerzo y con la noche, períodos que no
trabajábamos, realizábamos las voladuras en los frentes para desprender el
mineral. Como es lógico, se tenía que esperar a que todos salieran de la mina
para efectuar la explosión. Siempre se había hecho así. Me acostumbré en el
tiempo que estuve allí a ser el último en salir; eso les demostraría que no tenía
miedo.
Una tarde que estaba en la mina y se había terminado de cargar los taladros,
con lo que todo estaba listo para el disparo, sentí la muerte, sentí el miedo más
grande de mi vida al sentir el ensordecedor ruido de la explosión estando
todavía dentro de la mina, Todo fue muy rápido, creí al comienzo que querían
matarme, luego reflexione. Por experiencia, ellos sabían, más que seguro que
no me harían daño, pero sí que me darían un tremendo susto. No sé cómo salí
de allí, debía estar más pálido que el papel. Caminé hacia la oficina, y mientras
caminaba pensaba: “este ha sido el punto final, lo que haga ahora será
definitivo”.
Nota: Este caso ha sido preparado para servir de base de discusión y no como
ilustración de la gestión adecuada o inadecuada de una situación determinada.
ANALISIS DE CASO II: