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Convertirse en escritor,

según Dorothea Brande (I)


En 1934, la escritora y editora estadounidense Dorothea Brande
publicó un libro llamado “Becoming a Writer” (*), donde postulaba que
las principales dificultades que un aspirante a escritor podía
encontrar no estaban en su arsenal de herramientas técnicas, sino
en su personalidad. Esta idea, desarrollada a través de ochenta y
dos páginas de pura sabiduría, nos enfrenta con una noción tan
sencilla como brillante: que la personalidad de un creador está
conformada por dos mitades, una mitad pragmática y otra artística, y
que es del desequilibrio entre estas dos partes, de donde surgen
todos los inconvenientes realmente profundos que pueda tener un
escritor al enfrentarse a su oficio.

Cualquier escritor puede encarar, con mayor o menor solvencia, un


problema de exceso de adjetivos, de gerundios mal utilizados o de
personajes con carencias de desarrollo. El problema verdadero es el
del escritor que no puede sentarse a escribir, el que escribe una
línea y la borra sin cesar, o el que se deja llevar por su
temperamento y desarrolla una personalidad adictiva que no es
favorable para su profesión.
Las cuatro dificultades

Dorothea Brande señala en su libro que las cuatro mayores


dificultades que enfrenta un escritor, y que, como ya he apuntado,
residen justamente en su personalidad, son aquéllas que terminan
por convencerle de que, en últimas cuentas, no ha sido traído al
mundo para dedicarse a la palabra escrita. Algunos renunciarán en
el camino; otros insistiremos a pesar de la convicción de que no
servimos para esto, de que estamos desperdiciando nuestro tiempo
y el de los demás. Muchos afirman que aquellos que se rinden, no le
hacen falta a la Literatura, así con mayúsculas. Pero Brande
sostiene que estas dificultades pueden ser vencidas, que estos
problemas pueden ser enfrentados y resueltos.

La dificultad de escribir nada en absoluto


También conocido como el tristemente célebre miedo a la página (o
a la pantalla) en blanco. El demoníaco cursor titilante que nos
recuerda que nos hemos sentado allí con un propósito, y las
palabras que no acuden en nuestro auxilio. Brande señala como
culpable de este tipo de bloqueo, a la esperanza de que,
repentinamente, la inspiración brille con una luz inconfundible y nos
ilumine en un círculo de genialidad. Bueno, esto no va a ocurrir
mientras nos quedemos viendo fijamente ese terrorífico color blanco
hasta que nos sangren los ojos.

El “autor de un solo libro”


Brande incluye en esta categoría a todos aquellos jóvenes que han
tenido un éxito temprano con su primer libro, y, ante las solicitudes
de la crítica que los aclaman como una “promesa literaria”, parecen
haberse quedado de súbito sin nada que decir. Este problema es
abordado, también, por Elizabeth Gilbert en su charla TED, donde
explica cómo, tras un éxito inesperado, la presión de que el
siguiente libro no sólo no sea un fracaso sino que supere al anterior
puede ser causa de parálisis absoluta de la mano y la mente.
El escritor ocasional
El autor que se enfrenta con esta dificultad, según afirma Brande,
escribirá como un artista… de vez en cuando. Cita el ejemplo de
una alumna suya que, luego de escribir un cuento corto,
magníficamente bien contado, podía convencerla de que nunca más
volvería a escribir, de que el pozo de su inspiración se había
secado, hasta que la historia se repetía de nuevo, año tras año. La
alumna escribía un cuento, excelente; uno al año.

El escritor accidentado
En esta categoría se clasifica todo aquel que, teniendo una idea
brillante, es incapaz de llevarla satisfactoriamente a su ejecución en
papel. Aunque Brande afirma que, en este caso, puede haber algo
que aprender en cuanto a habilidades técnicas y herramientas del
oficio, insiste en que el problema radica en la forma abrupta de
contar una historia de aquél que no posee la suficiente confianza en
sí mismo para relajarse en su narración.

El temperamento del escritor

Evidentemente, no cuento con el espacio necesario para desarrollar


todo el contenido del libro en este post. Resumiendo las ideas
principales, Brande sostiene que todas estas dificultades provienen
de un temperamento insuficientemente desarrollado, en el sentido
de que el escritor no ha aprendido a equilibrar esas dos “mitades”
de su personalidad. Si poseemos una mitad “artística”, que es
pasional y tiene ideas creativas, y una mitad “pragmática”, que hace
el mercado y se encarga de mantener la casa limpia, será un error
permitir que esa mitad pragmática se involucre en la escritura de un
primer borrador, por ejemplo: se convertirá, de manera inevitable, en
el Editor Interno que no nos permite avanzar más de una línea
porque todo lo que hacemos está mal. Tampoco es buena idea
permitir que nuestra personalidad “artística” se haga cargo de los
chamos, porque puede ocurrir que llegada la mañana, quince
minutos antes de la hora de la escuela, no tengan ningún uniforme
limpio ni pan para el desayuno.

Brande propone una serie de consejos que serán de utilidad para


cultivar el “temperamento de escritor”:
Cultivar las amistades adecuadas: Aprender que, para escribir,
necesitamos tiempo de soledad y silencio. Aprender, de la
experiencia, que hay ciertas compañías que, por más que las
apreciemos, no son fructíferas para nuestro oficio, sino que, por el
contrario, luego de pasar tiempo con ellos sentimos que el mundo
es un lugar frío y seco, incapaz de inspirarnos una sola línea.
Aprender cuáles personas nos producen el efecto contrario,
dejándonos llenos de energía y con deseos de escribir.
Aprender a leer: Realizar el ejercicio consciente de leer como
escritores, no sólo para disfrutar una obra de arte, sino para
aprender dónde están las costuras del vestido y las columnas del
edificio.
Realizar actividades físicas mecánicas: El ejercicio del escritor, por
excelencia, es salir a caminar. Sin embargo, dependiendo de a
quién le preguntes, muchos sostendrán que otras actividades
repetitivas pueden ayudar a liberar las ideas y a mover la
creatividad. Agatha Christie sostenía que las mejores ideas se le
ocurrían mientras lavaba los platos.
Ejercicios

Primer ejercicio

Estás cerca de una puerta. Cuando llegues al final (del capítulo en


el libro), debes poner el libro a un lado, levantarte y atravesar la
puerta. Desde el momento en que te pongas de pie bajo el umbral,
conviértete a ti mismo en el objeto de atención. ¿Cómo luces,
estando de pie allí? ¿Cómo caminas? Si no supieras nada acerca
de ti mismo, ¿qué podría decirse acerca de ti, de tu personalidad, de
tus antecedentes, de tu propósito, sólo allí, en ese minuto? Si hay
gente en el salón que debes saludar, ¿cómo la saludas? ¿Cómo
varían tus actitudes hacia ellos?
De acuerdo a Brande, esta práctica sirve para ejercitar tu ojo
ficcional, al igual que otras posibilidades que se plantean, como
describir paso a paso la forma en que peinas tu pelo.

Segundo ejercicio

Páginas matutinas: Durante un mes, levántate media hora antes de


lo usual, y antes de decir una palabra a nadie, o de leer cualquier
cosa, antes de cualquier otra actividad, siéntate con lápiz y papel y
escribe todo lo que te venga a la mente. Este ejercicio ha sido
ampliamente difundido y llamado “Páginas matutinas” (Morning
pages), bajo la presunción de servir para liberar la creatividad.
Brande lo receta con ciertas prescripciones: no debes leer nada de
lo que hayas escrito en días anteriores, sólo escribir lo que te venga
a la mente tal como llega, sin ninguna pretensión, onda “flujo de
conciencia”. Esto, sostiene, sirve como entrenamiento para enseñar
a tu mente a escribir, simplemente, sin criticar ni censurar lo que
vaya saliendo.

Tercer ejercicio

Después de un cierto tiempo de hacer el ejercicio anterior,


encontrarás que hay un número de palabras que puedes escribir
fácilmente. Ahora el ejercicio es empujar ese límite hacia arriba.
Primero, por unas líneas; luego, por uno o dos párrafos;
posteriormente, intenta duplicar esa cantidad. Todavía no puedes
leer nada de lo que has escrito en días anteriores.

Cuarto ejercicio

Al realizar este ejercicio, no debes abandonar las páginas


matutinas. Puedes regresar a los límites que te parecen naturales,
para no forzarte.
Al empezar el día, después de vestirte y prepararte para enfrentar la
jornada, debes tomarte cinco minutos para mirar tus planes, tu
cronograma de actividades y tus obligaciones para el día y decidir
en qué momento puedes tomar quince minutos para escribir a lo
largo del día. En ese momento, decidirás, por ejemplo, que vas a
escribir quince minutos, de 4:00 a 4:15 p.m. Llegadas las cuatro,
debes respetar ese compromiso. No es a las 4:05, ni a las 4:10. A
las 4:00, deberás escribir durante quince minutos, así tengas que
encerrarte en el baño de la oficina o dejar a alguien con la palabra
en la boca.
Si no tienes nada que escribir, escribe “Este ejercicio es
increíblemente difícil y me tiene harto” hasta que se cumplan los
quince minutos. Esto no se trata de la calidad de la obra, sino de
honrar una deuda y cumplir tu palabra.
Esto debe hacerse todos los días, cambiando cada día la hora que
has decidido. Puede ser en la mañana, o en la hora del almuerzo, o
antes de ir a dormir. Lo importante es que estos quince minutos no
aceptan excusas ni aplazamientos. El problema, según lo plantea
Brande, es que el cerebro comenzará a ver la escritura como un
trabajo, y se resistirá impetuosamente.
Si fallas repetidamente en este ejercicio, renuncia a escribir. Tu resistencia
es mayor que tu deseo de escribir, y podrías encontrar otro escape para tus
energías.

Estos ejercicios (la escritura matutina y la escritura bajo horario)


deben mantenerse hasta lograr la fluidez en la escritura.

Hay muchísimo más qué decir con respecto a este libro, y todavía
más en relación con los problemas de desbalance que pueden
surgir en el temperamento que es necesario controlar y cultivar.
Espero tener la oportunidad, en posteriores reseñas, de comentar
otras partes de este libro, profundizando en aspectos como la
elección de las compañías adecuadas, o cómo leer como un
escritor. Tómense este post como una recomendación de mi parte
para que procedan a la lectura de este libro, que ha superado la
prueba del tiempo, pues creo que el mayor problema que he podido
encontrar, al menos en cuanto a mi propia relación con el oficio, es
justamente la aparición indeseada de mi Editor Interno en
momentos y lugares a donde no ha sido llamado, provocando
catástrofes tales como parálisis general de mi mente y de mi mano
izquierda, o de las dos, si estoy escribiendo a computadora. Si
alguno de ustedes se ha enfrentado con dificultades semejantes,
este libro puede serles útil. Y si no, me gustaría saber ¿cuáles son
sus principales dificultades a la hora de escribir, que no se encuentran
en su equipamiento técnico?

(*) El enlace redirige al texto original del libro en inglés, puesto que
la autora falleció en 1948 y, de acuerdo al artículo 25 de la Ley
sobre Derecho de Autor venezolana, entró en el dominio público el
primero de enero del año 2009.

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