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Romanzas en gris

Alberto Valdivia
(Edición original 1922. Editorial Cóndor)
Para JUAN GUZMÁN CRUCHAGA
Poeta sutilísimo
y hermano espiritual
que lleva como yo puesto los ojos
en la ribera azul de los sueños,
este libro hondo,
sereno y doloroso.
A.V.P.
Emociones en la Senda
En voz baja.
Siento que por mis huertos silentes y lejanos
se desliza el arroyo de mi vida sonora
como un rumor de fibras de seda entre las manos
blancas y aletargadas de una mujer que llora.

Oh! La alegría inmensa de cruzar esta senda,


de sentirse infinitamente desorientado;
perdida la esperanza de que alguien nos comprenda
rota la voz del alma, mustio el jardín sagrado!
Otoño, pintor de un sol que apenas brilla,
pájaro que retornas de una ciudad ruinosa,
¡Cómo has hecho de fría en mi buhardilla,
con tu color de ausencia, mi carne temblorosa!

Otoño, pintor triste de un sol de antigua edad,


llegas desde los hondos silencios como una
música de olvidanza que huele a mocedad
a poner en mis ojos una albura de luna.

Otoño, pintor de triste color de la pena


que en tu paleta fundes el alma chopiniana,
mi corazón te espera temblando en la serena
playa de su ilusión, azul, lejana…
Caeré una tarde triste sobre la hierba fría
como una blanca rosa de amor y de esperanza.
Habrá una brisa errante sobre la selva umbría
y en mi alma descarnada un canto de olvidanza.

Caeré para pudrirme contigo, soñadora


tierra de mis amores, tesoros de pasión,
donde florecerán en cada aurora
tantas rosas dolientes de amor y de ilusión.
Corazón, carromato viejo y desvencijado
que vas por los tortuosos senderos del dolor
ajeno a la alegría de vivir, ignorado,
sangrante de otoñada, perdido del amor.

Eres olvido, ensueño, realidad verdecida,


fuente donde revive todo lo que no existe,
cuando al caer la tarde te viertes por tu herida
en una melodiosa quietud de canción triste.

Ya no podrá besarte la frente, corazón,


aquella mano tibia que te aromó de rosa;
solo verás que amarga tu peregrinación
la lívida tristeza de una ciudad ruinosa.
Sobre el helado hueco donde el silencio canta,
amarilla y roída mi carne de gusanos,
derramarás el óleo de tu palabra santa
sobre los lirios negros de mis manos.

Llevarás en el alma para ensalmar mi sueño


el dolor hecho miel, la alegría hecha tristezas
y será tu oración un cántico sedeño
sobre los infinitos misterios de la huesa.

Será vano tu ruego de espíritu abatido;


tu voz habrá de hacerse sombra sobre mis ojos.
Te irás, bajo la luna, sin alma y sin sentido.
¡Yo seguiré soñando con mis ocasos rojos!
Hora de amor, calleja silente, siempreviva,
recodo que te pierdes en un jardín en cala,
¿Qué fue de ti crepúsculo antiguo, fugitiva
Sombra que obscureciste la alborada de mi alma?

Ruiseñor que anidaste sobre un campo lilial


frente al oro distante de un ocaso amatiste.
Pájaro que venías de un jardín oriental
a beber a la verde ribera de lo triste…

Hora de amor, calleja, me pierdo en tu penumbra


poblada de infinito silencio y castidad,
mientras el cirio blanco que mi camino alumbra
ilumina mis ojos de azul de eternidad.
Silenciosamente.

La palabra bendita que pronunciaste un día


se hizo miel en tu boca, luz en mi corazón,
cuando en tus ojos grandes floreció la alegría
de emigrar hacia el viejo país de la ilusión.

Oh, si hasta el hondo surco que guarda tus despojos


alcanzara el arrullo de mi canción serena,
¡cómo se haría grande la angustia en nuestros ojos
En este milagroso orto de luna plena!
Tú la viste perderse como un lírico rayo
de sol en los espejos del agua verde-oro
bajo el deshojamiento de una tarde de Mayo.
Se oía de las ramas el cántico sonoro,

y al derramar la sombra de su alma en los serenos


crepúsculos dormidos sobre la senda bruna,
tus ojos se quedaron como dos niños buenos
Soñando a la piadosa claridad de la luna.

Y floreció en tus huertos un canto ensombrecido.


Hoy que el silencio es hondo y el tiempo está dormido,
hoy que tu boca sangra como una herida abierta,

te irás bajo la luna cual triste peregrino


soñando en encontrar al volver un camino
la sombra temblorosa de la querida muerta!
La calleja se muere en el vacío gris.
Un leñador la cruza. El sol como una brasa
dormida está encallado en el viejo país
del Occidente. Sueño. Alguien pasa

Por mi ventana y deja sombra en los cristales


un pájaro? Una hoja? Una ilusión que huye?
Bajo el dormido cielo se mueren los rosales
en el gélido abismo donde todo concluye.

Un carromato viejo se detiene en la senda


blanca por donde pasa un estremecimiento.
El otoño ha llegado. Ya no hay quien nos comprenda
en este vivir triste de ilusión y cuento.
Todo se irá, la tarde el sol, la vida,
será el triunfo del mal, lo irreparable;
sólo tú quedarás, inseparable
hermana del ocaso de mi vida.

Se tornarán las rosas en un cálido


ungüento de otoñales hojas muertas;
rechinarán las escondidas puertas
del alma y será todo mustio y pálido.

Y tú también te irás, hermana mía.


Condenado a vivir sin compañera,
he de perder hasta la pena un día,

para acechar, cual triste penitente,


a través de mi pálida vidriera
el último milagro de la fuente.
Por los viejos caminos

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