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GREGORIO CONDORI MAMANI1

Me llamo Gregorio Condori Mamani, soy de Acopia y hace cuarenta años que llegué de mi
pueblo. Vine de mi pueblo porque no tenía padre ni madre. Era totalmente pobre y huérfano y
estaba en poder de mi madrina. Ella me cortó los cabellos; y un día, cuando ya era
grandecito, me dijo:
–Ahora que ya tienes fuerzas y los huesos duros, tienes que ir a trabajar. Te haré, pues, tu
fiambre para que vayas a buscar un trabajo, a ver si traes plata siquiera para la sal de la
lawa2 que comes. Porque como ya tienes los huesos duros y con fuerza, ya no puedo tenerte
en mi poder, manteniéndote; mañana tendrás mujer e hijos, y a lo mejor te toca una mujer
que no te va a ayudar en nada, y me puedes maldecir. Y yo no quiero que después de mi
muerte, alguien me maldiga; porque me puedo volver penante. Así, será mejor que tú solo,
desde ahora, aprendas a tejer tu vida para que mañana mantengas a tu familia.

Así me habló mi madrina. Y le dije:


–Bueno, mamá.
Entonces, desde ese día, en mi corazón se prendió, como alfiler, la idea de salir de la casa
de mi madrina para ir a buscar trabajo. Ya no podía ni dormir. En eso llegó un arriero a mi
pueblo,
trayendo sal y azúcar en muchos caballos y mulas para canjear con lana, chuño y moraya.
Me dijeron que ese arriero, llamado don Jacinto Mamani, sabe llevar chiquitos al Cusco para
muchachos de sus compadres. Al saber esto, lo busqué en el corral de sus mulas, y le dije:

–Papay Jacinto, quiero que me lleves al Cusco a trabajar en la casa de tus


compadres.
Al escucharme, el wiraqocha Jacinto me miró de pies a cabeza y dijo:

–Todavía eres chico.


Ante eso, yo no sé de dónde todavía salieron mis lágrimas, y llorando le dije:

1Autobiografía, con la traducción y publicación de Ricardo Valderrama y Carmen Escalante. “Se trata de la
autobiografía de Gregorio Condori Mamani y de su esposa Asunta Quispe Huamán que fue publicada en edición
bilingüe en la serie "Biblioteca de la tradición oral andina" por el Centro Bartolomé de Las Casas, en el Cusco en el
año
1977. El texto tuvo su origen en la oralidad: fue grabado magnéticamente, transcrito, editado, y traducido al
castellano por dos antropólogos bilingües en quechua y castellano, oriundos de la misma región de donde procedían
sus entrevistados. Desde entonces, la Autobiografía de Gregorio Condori Mamani ha sido reeditada varias veces, y
traducida al noruego, al alemán, al holandés, y más recientemente, al inglés, en una versión publicada por la
Universidad de Texas en 1996. Examinaremos el texto en su lengua original, y en las traducciones al castellano y al
inglés que se han hecho de él. Gregorio Condori Mamani, según su propio testimonio, nunca aprendió a hablar
castellano y nunca supo usar la escritura alfabética. Durante los años 70, cuando los antropólogos Ricardo
Valderrama y Carmen Escalante lo entrevistaron, él vivía con Asunta en un "pueblo joven" de los alrededores del
Cusco, trabajando como cargador en los mercados, mientras ella trabajaba de cocinera2. El libro se ha vuelto un
ejemplo sobresaliente del género de la literatura testimonial.” (Rosaleen HOWARD-MALVERDE

2Mazamorra

2
–No papá, soy huérfano, solo; mi madrina ya no quiere mantenerme.
Después me contestó:
–Entonces, me esperas el martes en el camino junto al puente de Yuracmayo.
Hasta ahora recuerdo, cuán largos fueron esos cuatro días que esperé para partir de mi
pueblo. Nunca los días fueron tan grandes y largos, como los días que esperé para venirme
al Cusco. Sólo una vez, en una faena, había escuchado al tayta Laureano Cutipa hablar del
Cusco. El tayta Laureno estaba de Alcalde Varayoq y en esa faena dijo que cuando el
Inka estaba construyendo el Cusco, donde vivieron nuestros abuelos, todo era pampa; no
había cerros y el viento, dice, entraba como toro bramador por estas pampas derribando
cualquier pared o casa que levantaba el Inka. Así, un día, el Inka había dicho a su mujer:
–¡Carajo! Este viento no me deja trabajar, voy a encerrarlo en una cancha hasta que
termine de hacer el Cusco.
De ese modo el Inka se fue a La Raya a encerrar al viento, para lo que había construido una
cancha muy grande. Ya cuando estaba arreando al viento para apresarlo, había aparecido 3 el
Inka Qolla -dice que el viento pertenece al
Inka Qolla, por eso en el lado Qolla hay mucho viento y es puro pampa- el Inka Qolla le
había dicho:
–¿Para qué quieres encerrar mi viento?
–Para construir mi pueblo.– Había contestado el Inka.
–Si tú quieres hacer tu pueblo, te voy a consentir que encierres mi viento sólo por un
día; si no terminas en ese día, nunca podrás acabar, porque a mi viento voy a ponerle más
fuerza de la que tiene, y barrerá con todo.

Al verse en esta situación, el Inka amarró el sol, de ese modo el tiempo se convirtió
en largo día. Cuando había terminado de construir el Cusco, su mujer le había sugerido al
Inka:
–Tienes que construir hartos tajamales, porque cuando el Inka Qolla suelte al viento,
lo soplará de nuevo.
Y al comprender esto, el Inka había hecho todos los cerros que rodean al Cusco y
así estos cerros existen desde aquella vez.
Yo pensaba en esta historia: En el Inka, tratando de prolongar el día, construyendo el
Cusco, cuidándose del viento del Inka Qolla.

Entonces era tiempo de lluvias; la lluvia y la nevada caían día y noche, hasta que las lomas y
las pampas quedaban blancas, cubiertas de nieve. Creo que partimos un día martes..., casi
sin saber a dónde íbamos, porque no se veía el camino. Las mulas y los caballos andaban al
tanteo, y ya por la tarde, cuando el padre sol estaba bien inclinado, salió un ratito; los cerros
se pusieron blancos, reverberando, hasta empezaron a arder como espejos. Esto parecía

3Sic “aperecido”.

3
haber quemado mis ojos, porque me dio surunpi4; ya casi de noche llegamos a una lomadita
donde había una posada a donde también había llegado otro arriero con su señora y media
piara de mulas; la señora estaba embarazada, ya en los últimos días. Cuando estábamos
bajando las cargas de la piara de mulas, empezó una lluvia fuerte y los truenos caían a
nuestro lado, reventando como camaretazos muy fuertes, por lo que todos estábamos
asustados. Las mulas y los caballos, de puro susto también, querían saltar la cancha para
escaparse, hasta que el wiraqocha Jacinto ordenó a sus dos peones:
–Atajen desde los cercos; y tú, Gregorio, agarra mi mula de montar.
En medio de esa lluvia, todo mojadito, estaba agarrando la mula. La señora del arriero -
¡pobrecita!- estaba con dolores de barriga, gritando entre truenos y rayos, de puro miedo.
Nunca vi caer tantos rayos ni tronar tanto como esa noche, como queriendo hacer pampas
de los cerros. Así en la lluvia, en medio de rayos y truenos que caían a nuestro lado, la
huahuita salió de su mamá, también gritando, como asustada por la tormenta. Esa vez, ya
cuando estaba por amanecer, mis ojos empezaron a dolerme, como si me hubieran metido a
los ojos ese fierro candente para marcar caballos. Como nunca me hablan dolido con ese
dolor que da ganas de arrancarse los ojos, yo también empecé a gritar como esa señora, y
en lo que estaba gritando, sentía que en mis ojos había candela que me estaba quemando el
cuerpo. En eso me dijo el peón de la señora:
–No seas bruto, indio: bájate el pantalón, amontona harta nieve y siéntate encima;
verás que tu dolor va a pasar.
Hice lo que me dijo, y llorando estaba sentado sobre la nieve, agarrando la mula; era
cierto, el dolor de mis ojos bajaba poco a poco. Pero al día siguiente, mi culo estaba
hinchado, todo rojo, como si me hubieran quemado con agua hervida, y no podía caminar.
Esta mala suerte padecí aquella vez cuando quise llegar al Cusco a emplearme como
sirviente;
pero seguro mi estrella no era para llegar al Cusco a trabajar de muchacho, era más bien
para estar dando vueltas, penando pueblo tras pueblo. Porque esa vez, mis ojos y mi culo
estacan hinchados totalmente, y no podía caminar al paso de la tropa de mulas. Ellos
avanzaban y yo me quedaba atrás más y más. De esto se dieron cuenta los peones y le
avisaron al patrón; el patrón ordenó a uno de los peones para que me dejara pagado en una
estancia de ovejeros y me curaran de mi mal. El peon me dijo:
–Cuando sanes te regresas a tu casa.
Pero la noche de ese día, en la casa de estos ovejeros, estuve muy mal, ya para voltear a la

4“La RAREFACCION del aire y el reflejo de los hielos produce dos enfermedades conocidas en el país
[i.e. Perú] con
el nombre de
Soroche y Surumpi
. […] EL SURUMPI causa mayores sufrimientos y peligros. EL reflejo de los rayos del
Sol sobre las nieves produce una súbita oftalmia, ó irritación á los ojos, que á muchos les causa una
ceguera instantánea,
acompañada de agudos dolores. Se evita este peligro pintando de negro los párpados, ó bien
frotándoselos con nieve. El
mal ataca á veces de modo tan brusco que batallones enteros quedan privados de la vista […] ” (PAZ
SOLDÁN,
Mariano Felipe, Historia del Perú Independiente, Vol. 1, p. 95)

4
otra vida, enfermo con calentura, ya volteando los ojos. Mi cuerpo era como brasa ardiendo,
pero la dueña de la estancia me salvó. Ojalá a esta señora de buen corazón el Señor la haya
hecho sentar a su lado, porque ella es la que me salvó de lo que ya estaba caminando a la
otra vida. Me curó haciendo orinar en una vasija grande a todos los de su casa, desde su
esposo hasta su hijito menor. Este orín con harta sal lo hizo hervir, y con este orín hervido me
bañó todo el cuerpo de pies a cabeza, y con una bayeta grande que calentó en el fogón, me
envolvió. Así, todo mi mal era para esto, porque al día siguiente de nuevo estaba sano. Y
desde ese rato, solo, en mis adentros empecé a pensar que podía alcanzarlos a ellos, pero vi
que era difícil. Era tiempo de lluvias y no conocía los caminos. Al verme así empecé a llorar a
ocultas de los dueños de la estancia. Como yo estaba llora y llora, el dueño de la estancia
me dijo:
–Quédate con nosotros, a pastear ovejas.
Como no podía ir a ningún lugar, me quedé con ellos a pastear ovejas; así, al amanecer del
tercer día que me quedé en la estancia, estaba junto con ellos apacentando ovejas. Pero el
dueño de la estancia tenía hartos chiquitos que eran unos diablos pendencieros, que
querían pegarme a menudo. Yo no me dejaba. Ellos jode y jode, hasta que ya no había
paciencia para aguantarles; yo les hacía chillar. Por eso varias veces me fuetearon:
–Abusivo carajo, habías pegado a mis hijos.
Como me maltrataban ellos y sus hijos, y había poca comida -en las estancias siempre hay
poco de comer- no encontraba el día para irme a cualquier lugar. En lo que estaba
caminando así tras las ovejas, con el corazón puesto ya en otro pueblo, un día pasaron unos
arrieros con dirección a Acopia. Yo me fui tras ellos, dejando las ovejas que pasteaba en una
lomada.
Yéndome tras esos arrieros, aparecí de nuevo en Acopia. Así, ya en Acopia, no sabía
a dónde entrar, tenía vergüenza de regresar a la casa de mi madrina. Como aquí en Acopia
no había otro hueco donde meterme, ya de noche regresé a la casa de mi madrina. Estaba
entrando a su casa, despacio, caminando con la punta de los pies para no hacerme notar
con el esposo de mi madrina.
Pero este desalnado siempre me vio:
–Ah ¡carajo! Este mañoso había regresado; seguro le ha falt tado tragadera.
Ante sus palabras estaba temblando de vergüenza y sólo dije:
–Fui a trabajar.
En cambio mi madrina, creo, al verme se alegró, porque me dijo:
–¿Si ibas a trabajar por qué no avisaste?
Así aquella noche dormí en casa de mi madrina entre miedo y vergüenza. Pero al día
siguiente, de nuevo estaba en sus mandatos. Aunque yo ya no estaba en mí, siempre estaba
pensando en irme donde sea a trabajar. Así pasé algunos meses más en casa de mi
madrina sufriendo, porque fui un niño huérfano; que no sé si mi madre me parió para un
casado, para un soltero o para un viudo; no sé del todo para quién me parió mi madre, de
esto sólo sabe ella, que ahora ya es alma. Cuando era muy niño y no reventaba mi boca ni a

5
mi nombre, mi madre me entregó a mi madrina que no tenía hijos. Pero el esposo de esta mi
madrina era muy tacaño y me pegaba de todo, a veces hasta sangrarme, incluso de lo que
comía. Sólo una vez mi tío Luis me dijo que el pueblo donde me arrojó mi madre a esta vida
es Layo, mi legítimo pueblo, donde nací. Pensando en esto salí de Acopia para Layo, junto a
un carnicero del Cusco, que caminaba por todas partes comprando ovejas. A este carnicero
le decían ladrón, porque nunca se alojaba en el pueblo, pues siempre acampaba en un toldo
al canto del pueblo. Dentro de este toldo se cocinaba. La noche que fui donde ellos, hacía
mucho frío; y como hacía mucho frío, me entré dentro del toldo, sin que se dieran cuenta. Ya
cuando estaba dentro del toldo me cogieron riéndose:
-Había entrado ladrón, -dijeron, y me amarraron los pies y las manos. Dormí con
ellos en el toldo aquella noche. Esto me sucedió cuando era qorito5.
Mi madrina, cuando se enteró, seguro que lloraría; porque no sabe nada de mí, desde que
salí de Acopia hasta ahora; seguro que lloró siempre, porque de mí no se sabía si me había
perdido subiendo al cielo, o entrando al ukhu pacha6 Seguro que mi madrina siempre me
buscó:
–¿Dónde está mi pobre hijo? -diría.
–¿Dónde está mi Gregorio?
–¿Dónde se ha ido?
–¿Lo llevó el río?
–¿Lo enterró el cerro?
–¿Qué le ha pasado a mi Gregorio?
Así habría caminado llorando mi madrina, porque ella me quería. Pero yo, ya caminaba con
el carnicero por todas partes arreando ovejas. Íbamos siempre por detrás de las ovejas, al
ritmo del andar de estos animalitos. Así me hacían caminar, también me daban su comida;
esa temporada había bastante comida; no era como ahora escasa. Así en una de mis
andanzas con estos carniceros, un día me había dormido en la pampa de Langui. Esa pampa
está llena de ichhu y q'oya7, Mientras dormía, estos carniceros se habían ido,
abandonándome. En esa pampa, abandonado, me vi solo, solito en la vida. Entonces
empecé a corretear de estancia en estancia, de arriba-abajo, preguntando por mis
compañeros. La gente me decía:
–Hace rato han pasado por aquí.
Así, en lo que estaba caminando entre las
q'oyas, llorando y penando mi suerte amarga como la sal, una mujer de buen corazón me
llevó:
–Ya no llores, hace mucho rato se han ido, -me dijo.
En la casa de esta señora estuve dos meses, pasteando sus ovejas. Un día ella viajó a
Sicuani por harina de trigo que aquella vez costaba ochenta centavos la media fanega. Esa

5Muy muchacho
6Debajo de la tierra.
7Paja andina y otra yerba

6
vez circulaba sólo la moneda blanca; ya después Benavides hizo aparecer la moneda
amarilla de ahora.
En ese pueblo la señora me había entregado a unos compradores de trigo, que me llevaron a
Sicuani montado en burro:
–No podría caminar, -diciendo.
Así llegué a Sicuani, donde, de nuevo, estuve trabajando con otro carnicero. Pero
estecarnicero también era otro diablo. Me pegaba mucho. Mi oreja ya no era oreja. Mi
espalda ya no eraespalda. Me pegaba demasiado. Allí pasteaba vacas. En lo que pasteaba,
como todo chico, me quedaba dormido. Otras veces se me hacía tarde. De eso me pegaba,
colgándome con soga de un tirante, me daba orín fermentado con hollín:
–Toma esto. A ti te gusta, -decía.
Yo tenía que tomar aquello, por miedo a ser castigado, a ser azotado en la espalda, hasta
sangrar.
Así me hacía este cristiano, que ahora seguro ya ha muerto. Actualmente cómo estará dando
cuenta a Nuestro Señor Dios. Esto me hacía por lo que era huérfano, sin madre. En otra
ocasión me dejó al cuidado de la casa, cuando vivíamos en Acotapampa, en Sicuani. En ese
tiempo, había un gran señor hacendado apellidado Valdivia. Este hacendado tenía tierras por
todas partes, y este mi patrón decía:
-Nosotros también seremos Valdivia menor por lo menos.
Pensando así, compraba terrenitos, que en esos tiempos eran baratos. Un día cuando todos
salieron a hacer tratos sobre compra de terrenos, yo me quedé solito en la casa y no
regresaron en varios días. Entonces por juguetón, me olvidé de darles pasto a los cuyes.
Como no habían comido en varios días, los cuyes murieron y los gatos se los comieron. Al
retornar luego de tres días, se dieron cuenta que faltaban los cuyes. De ese modo empezó a
castigarme:
–Habla, mañoso, seguro los has vendido. Si hablas no te voy a castigar,–decía.
Entonces, para que no me castigara más, hablé mintiendo: –Sí, los he vendido, –dije.
–Y ¿a cuánto los has vendido?
–Sólo los cambié por cuatro panes.
–Conque los has vendido, indio mañoso.
Recién vino el verdadero castigo. Me colgó..., me latigueó hasta sangrarme la espalda y
dejarme todo morado.
Otras veces cuando iba a pastear las ovejas, jugando, me quedaba dormido y mientras, las
ovejas se dañaban, se comían todos los papales y trigales que recién brotaban. Por los
daños de aquellas inocentes ovejas, aquel cristiano, por castigarme, me obligaba a bañarme
en el Huillcamayo a las cinco de la mañana, en tiempo de helada.
Este carnicero no paraba nunca en su casa, siempre estaba viajando. Yo solo tenía que estar
enla casa, pasteando los ganados; las veces que no iba de viaje, cuidaba su asnito que tenía
la costumbre de irse a Suyopampa a comer.

7
Un día de ésos el asno desapareció definitivamente. Por temor de ser castigado por esta
pérdida, ya no volví a esa casa. Al lado de la casa de este carnicero había un canchón donde
se levantaban grandes amontonamientos de piedras; allí, en un rinconcito, acurrucado, me
oculté. En eso vi pasar a mi patrón con un zurriago grande en la mano, resoplando de cólera.
Tuve mucha suerte, seguro que Nuestro Señor me habrá ocultado; pues buscándome, no me
vio al pasar por mi lado. Entonces para que no me encontrara yo me encomendaba al
papacha Dios:
-Ocúltame, Señor, que este cristiano diablo no me vea.
Así, me fui, de noche, de Sicuani con dirección a San Pablo, por el canto del río Huillcamayo,
no por el camino, por temor de encontrarme con este diablo. En el trayecto me encontré con
un hombre y una mujer que habían estado truchando8, así de noche. Creo que ellos se
asustaron, aunque yo también me asusté mucho. Entre asustado y asustado, temblando, me
acerqué a ellos:
–¿Eres de esta vida o de la otra vida? -me dijo el hombre. -Soy de esta vida,
-contesté.
–¿Quién eres y a dónde vas? -Me volvió a preguntar. -Así estoy caminando, no tengo
padre.
Ellos eran runas no más, como yo, de buen corazón, porque me dijeron:
–¿Quisieras irte con nosotros?
Me dieron su fiambre sacando de su atadito. Sólo eso comí. Así regresamos a Sicuani. Yo
dije en mis adentros: como ya tengo otro patrón, ese diablo no me buscará. De Sicuani nos
fuimos con este Gumercindo Qhuru –así se llamaba– a la tierra de su mujer, al ayllu de Ariza.
Aquí ellos eran de buen corazón y alma limpia. No sé, así será mi suerte. Como he andado
de casa en casa, desde la vez que vi la luz del día, haciendo renegar a nuestro Dios; será así
la suerte de los que hemos sido arrojados a este mundo para sufrir. De esa manera -dice- los
pobres curamos las heridas de Dios que está lleno de llagas, y cuando estas heridas estén
totalmente curadas, el sufrimiento desaparecerá de este mundo. Eso nos dijo una vez en el
cuartel, un cabo que era del lado de Paruro v nosotros los soldados le dijimos:
–Cómo, carajo, cuan grandes son esas heridas que, con tanto sufrimiento, no
desaparecen. Ni que fuera mata caballo.- Y él nos respondió:
–No sean herejes, ¡carajo! ¡Ya Cuatro últimos! formarse.
Así fue.
Ahora, recordando, digo que hay más sufrimiento que antes. Esta vida ya no es para
aguantar.
Esta vida está más pesada que la carga en mis espaldas. Cuando los días y los años pasan,
esta espalda siente más la carga. Así está la vida. En mi ignorancia digo, si las llagas de este
Dios son causa para tanto sufrimiento, para cuatro días de vida... ¿Por qué no se le busca y
se le cura?. Así le dije a mi mujer hace años y ella me respondió:

8Pescando.

8
-Dice, para eso, los extranjeros han ido en avión a la Mama Killa9.
Y como para eso, todos esos días, en las calles hablaban de que los gringos caminando una
semana en avión, habían llegado a la Mama Killa. Pero yo creo que eso es habladuría.

Así es el sufrimiento. Aquí en el Ayllu de Ariza, este hombre Gumercindo, me tenía muy
estimado, porque yo desde chiquito sabía arar con la yunta. Iba al aporque cargadito del
yugo de la yunta, y por eso me querían más. Aunque aquí mi estómago andaba bien, mi ropa
siempre estaba haraposa como ahora; esas veces que trajinaba de chacra en chacra, no
sabía todavía tomar chichi ni trago, pero comida me daban en abundancia. A veces me
mandaba a trabajar donde su compadre, o donde su amigo o familiar, por mink'a o ayni10.

Así estaba en la casa de Don Gumercindo más de un año. Pero cierto día me pasó mala
suerte. Yo creo que la mala suerte está en mí pegada como lunar negro. Esa vez, con este
mi patrón, vinimos a Sicuani en dos asnos cargados de harina de triso para vender, y
mientras trataba de montar un asno, el otro volteó una esquina, pero cuando fui tras el asno,
ya no había. Así se desapareció, se hizo noche. Volví con un solo asno: -El otro he dejado
en Sicuani, -dije.
Después salí a buscar el asno, andaba preguntando en los caminos; esa vez habían
muchos asnos; todos caminaban en asnos; no había carro, ni uno; no se conocía. En lo que
andaba buscando el asno, cerca a San Pablo me encontré con un misti 11. Y este misti me
dijo:
-¡Chico! ¿dónde andas?
-Ha desaparecido mi asno y ando buscándolo, -dije.
-¡Qué va a haber tu burro! Lo habrán ocultado. Y ahora ¿a dónde vas a ir?
-Ahora que el asno ha desaparecido como tragado, ya no voy a regresar a mi casa,
-contesté.
-Vamos conmigo a arrear caballo, -me dijo.
Así me fui tras el caballo de este misti. No recuerdo su nombre, porque éste, al día siguiente
me entregó a otro misti, en Maranganí. Aquí en la casa de este otro misti, esa misma mañana
me dijeron:
-Anda a pastear ovejas.
Así me convertí de nuevo en ovejero. Yendo a los cerros tras las ovejas, armé amistad con
otros chicos ovejeros, con quienes jugábamos mientras las ovejas comían, haciéndonos
bolas de trapo para patear, trompos que hacíamos de unos troncos de chachacomo. Yo no
sé, hasta ahora no he perdido esa costumbre de dormir al instante, donde me siento; siempre
he sido así desde chico. Bueno, en lo que pasteaba a las ovejitas en los cerros, mientras

9 Luna
10Trabajo comunal y trabajo por reciprocidad
11Hombre Blanco.

9
jugaba o mientras dormía, éstas se dañaban o el zorro se las comía.

Por eso un día mi patrón me dijo:


-Tú puedes terminar con mis ovejas. Será mejor que te vayas, ya no te necesito.
¿Para qué voy a necesitar a uno que termina con mis animales? La ropa que me
puso estaba nueva. Me la quitó y me dio la otra, toda haraposa, y me dijo:
-Anda vete.
Así me botó de su casa a la calle. Ese día, llorando todo el día, caminé por las calles de
Maranganí, hasta que al último, fui a la casa de ese misti que me entregó:
-Esto me ha sucedido, -diciendo.
También en la casa de este misti, pasteaba sus ovejas. Este tenía asnos, vacas y ovejas;
pero con él ya no iba tras los ganados de cerro en cerro; tenía canchones y
12
Wayllares, donde cuidaba los rebaños; pero, yo no sé cómo, un día, una oveja se perdió, y
sin más compasión me botó:
-¡Fuera mañoso, carajo! -diciendo.
Trajinando por el camino grande, llorando, aparecí en el ayllu Ttiobamba, más arriba de
Maranganí, en la casa de Leandro Cutipa. Este era un paisano; no era misti; allí me quedé
nuevamente de pastor. En esta casa también tenía que cuidar las ovejas. Aquí estuve cerca
de un año. Como ya era grandecito, me enviaban como pongo, semanas enteras, a la casa
del cura en Maranganí. Antes, a los curas, en los pueblos de las provincias había que
servirles por turno. Esto hacían los priostes, personas que empiezan a hacer los cargos.
Bueno, aquí no me convenía, por eso, calladito, me perdí al pueblo de San Pablo a la casa
de la señora Águeda Palomino, que no tenía hijos ni ganado. Aquí ya también todos los días
tenía que ir a traer leña de los cerros y recoger bosta de los wayllares. Pero los dueños, que
eran unos hacendados, se atajaban la leña y la bosta de los cerros. Como yo ya era
grandecito y pendejo, tenía que pelear con esos mayordomos lambes cuando me querían
quitar la leña o la bosta. Así, cuando un día fui al wayllar de ese hacendado Zavaleta en
Onocora, él mismo me quitó mi ponchito, por la leña que recogía. De modo que me regresé
sin nada:
-Así me han quitado, -diciendo. Estando bien en esta casa, yo en mi cabeza de asno
pensé y le dije a la señora Águeda:
-Mamá, iré al Señor de Huanca a vender ollas.
Así partí a esta ermita, cargado de ollas en el asno de mi patrona y en otro que fleté. Estas
13
ollas las compré en San Pedro y las llevé para truequear ., con maíz de la quebrada. Por
una olla me daban maíz, la mitad de la olla. Aunque la olla fuese chiquita o grande, era la
mitad. Eso era sabido; como también nadie compraba con plata, ni había ollas para plata,
todo era para truequear con víveres.

12Pajonales
13i.e. , trocar, cambiar, intercambio comercial.

10
Hará tres o cuatro años que volví a esta ermita con mi mujer. Ahora ya no es como antes,
donde la gente venía desde el lago de Puno, en cientos y cientos de llamas, caballos, asnos.
Ahora la ermita del Señor de Huanca es para estar asustado o zonzo; todo es plata y van
carros como hormigas.
Cuando llegué a la feria de la ermita, el mismo día cambié todas las ollas. Los asnos comían
junto con los caballos y llamas de otro ollero que era paisano de Sicuani. Así estando
entropados, comiendo todo tranquilos los asnitos, yo los separé para hacerles tomar agua.
En el Señor de Huanca, a unos pasos de la capilla, hay cuatro peñas; al pie de estas peñas
hay manantes de agua que salen de la Pachamama. El agua del primer manante es de la
mamacha Virgen María. Cuando se toma su agua, se es más cristiano, y además cura la
fatiga de los viejos. El agua del Segundo manante es de San Isidro Labrador. Su agua está
bendecida y hay que llevar en cántaros y botellas, para echarla al ojo de los manantes dé
riego. Así el agua del manante no escasea; siempre sale el mismo caudal en épocas de
sequía. El agua del tercer manante es del Arcángel. Ese agua es para los niños y cuando la
toman, mata sus gusanos y cura la sarna. El último manante es el que tiene más caudal y es
del saqhra demonio. Su agua no hay que tomarla, tiene maleficios; dicen que esta agua sólo
la toman los layqas para hacer sus brujerías.
Bueno, como había salido en negocio de ollas, como todo sicuaneño, llevando mí negocio en
asnos, yo quería que estos asnitos tomaran el agua de la mamacha Virgen María y se
hicieran cristianos, con suerte para cargar los negocios. Pero al poco rato los asnos
estuvieron enfermos con fiebre, eso era anuncio, mal agüero. Yo no iba a ser hombre para
andar con negocios. Así, junto con el paisano curamos a los asnos, les bañamos y qué no
hicimos para quitárselos de la muerte. Pero, carajo, estos cristianos siempre se murieron. Por
eso, ese fue el día que se me partió el corazón para el Señor de Huanca, porque dejó morir a
mis asnos a su lado. Así llorando mi mala suerte, con el corazón volteado me estaba yendo
con dirección a Sicuani, cargando la carona de los asnos muertos y me quedé en Kay-Kay.
Como los asnos murieron, no había maíz. Cómo iba a regresar a mi casa sin nada, por eso
me quedé en Kay-Kay, en la casa de un misti panadero, que hacía pan dos veces a la
semana, entonces yo le ayudaba a hacer panes. Este misti era buen cristiano, no me
pegaba; un total tacaño, pero bueno; por eso haciendo panes dos veces a la semana, sólo
comí dos o tres panes durante todo el tiempo que estuve en su casa. Pero como por Kay-Kay
pasaba el camino grande de Sicuani a Cusco, un día, mi patrón, el esposo de la señora
Agueda, se encontró conmigo, cara a cara y de frente me dijo:
–¿Dónde están los burros? ¿Qué los has hecho, so mañoso?
Yo le dije:
–Se murieron con fiebre, pero aquí están las caronas.

11
Así, ese mismo día que nos encontramos por casualidad, 14 me recogió para llevarme
a Sicuani. Aquí en Sicuani le serví durante dos años, como pago por los asnos muertos.
La señora Águeda tenía su hermanita; yo en ese tiempo ya era jovencito. Esta su hermanita
se llamaba Justinacha, con ella conversábamos comprometiéndonos, era ya como mi
enamorada, y a veces ella me decía:
–Llévame.
Cuando le preguntaba:
–¿A dónde?
Me contestaba:
–A la chacra, zonzo.
En lo que conversábamos y andábamos al campo, afianzamos nuestro compromiso;
nuestros cuerpos ya se juntaban.
Aquí en esta casa, no estuve los dos años completos, como me había dicho mi patrón.
Faltando dos o tres meses para completar el pago de los asnos, me desaparecí. Siempre
quería volver a Acopia. Es cierto que no tenía papá y mamá, pero tenía unos tíos a quienes
quería saludar. Con este pensamiento que maduró durante años en mi corazón me fui a
Acopia. Como ya era jovencito cuando llegué, ninguno de mis tíos me reconoció. Claro, yo
tampoco podía reconocerlos, ni sabía cuántos eran, pero quería siempre que me
reconocieran. Y para eso, desde la madrugada, me senté al pie de la cruz en la plaza durante
el día, con la esperanza de ser reconocido. La gente pasaba y pasaba; algunos comentaban:
–Hay un forastero sentado al lado de la cruz.
Yo estaba sin moverme, sentado, ese día. Era ya tarde, los ganados ya regresaban de lo que
fueron a pacer y yo seguía sentado allí. En eso pasó un paisano arreando una tropa de
ovejas y me preguntó:
–Joven, ¿aún sigues sentado?
–Sí, tayta, estoy esperando que algún tío venga a reconocerme. Soy Gregorio
Condori Mamani, hijo del alma Doroteo Condori Mamani.
Este nombre no era el de mi padre, era el del único tío de quien sabía su nombre.
–¡Ah!, el tayta Doroteo no es alma todavía, él está en la cárcel de Yanaoca y es mi
compadre. Entonces vamos a mi casa.
Ya en su casa me enteré que mi tío, tayta Doroteo, con sus amigos, había traído llamas del
lado de Livitaca, del ayllu Totora. Seguro no habrían podido voltear a este lado con las
llamas, hasta que en la Apacheta de Huamani se hizo alcanzar con pelo. De eso estaba en la
cárcel, mi tío.
Cuando llegué a Acopia, ya era tiempo de cosecha y se necesitaba brazos. Primero anduve
de chacra en chacra, ayudando a escarbar papas. Por un día de ayuda, el pago no era en
dinero; era un atado de papas, lisas u ocas. Trabajando todo el tiempo de la cosecha, reuní
harta papa como para un troje. Al final de la cosecha un paisano me dijo:
–Quédate en mi casa, sólo me ayudarás a cuidar las ovejas.

14Sic. Casualidad.

12
Yo le dije:
–Bueno
Así estaba de nuevo como ovejero, y al segundo día me fui a la estancia con las ovejas. Esta
estancia era una chocita en las faldas del cerro. Aquí viví solo, acompañado por tres perros.
En esta estancia no había agua para tomar. Todos los días, sea por la mañana o por la tarde,
había que ir como a media legua, por agua. Desde cuando el día rayaba en la punta de los
cerros, diciendo "q'aq", yo tenía que empezar a cocinar en una sola olla, tarde y mañana,
para mí y para mis perros.

Durante el día caminando tras las ovejas recogía leña. Así estuve en la estancia, hasta que
este mi patrón, que era paisano, ya no se acordaba de mí como al principio que me mandaba
o me traía, aunque sea un poquito de víveres; era tacaño y tomador. Cuando me hallaba
olvidado, un día, un partido de mi patrón me propuso ir con él. Así estaba caminando de casa
en casa hasta que me cogieron para movilizable.15
15Reclutamiento militar.

13
II

Cuando era pollito chico y estaba en el ayllu Ariza, vino el aeroplano por lo alto, ése que
ahora llaman avión. De éste hablaban antes: en lo alto, sobre el aire, va a caminar el hombre.
¿Cómo podríamos ver al hombre caminando en el aire? ¡qué vamos a poder ver! Así como
hablan ahora por radio, por publicaciones en periódicos, que ha de haber o venir tales o
cuales cosas, así la gente antes hablaba de boca en boca: "el hombre va a caminar a trote
sobre el viento". En lo que hablaban así, llegó este animal grande con el nombre de
aeroplano. Cuando llegó el aeroplano la gente decía:
–¡Ay señor, qué animal nos ha llegado!
Y con el orín que se hace fermentar para lavarse los cabellos, hacían aspersiones al aire y
con el ajo masticado escupían:
–¡Phufh, phufh, mal agüero! ¡Qué cristiano es éste! -diciendo.
Un día, en tiempo de la era, nosotros estábamos trabajando entre doscientos a trescientos
hombres, y en eso por detrás del cerro Silquincha, apareció un pájaro grande, parecido al
cóndor, gritando como condenado. Y todos los que estábamos en la era nos asustamos. Ese
rato me acordé de un cuento que narró una vez mi tío Gumercindo, que faltando unos días
para el fin de este mundo va a venir un alqamari con cabeza de cóndor y pies de llama a
avisarnos a los runas, familias del Inka, para esperar listos el fin de este mundo. Y mi tío dijo:
–El Inkarrey, que está viviendo ahora en el Ukhu pacha, desde la vez que lo mató el
señor cura Pizarro, va a salir ese día del fin de este mundo en alcance de los runas.
Cuando el aeroplano avanzaba tomando dirección hacia nosotros, dijeron:
–Este es Taytacha milagro, que viene hacia nosotros.
Y se pusieron de rodillas a rezar: – ¡Ay, taytay, habías llegado!
Al ver que realmente se venía en dirección hacia nosotros pensé: "será, pues, taytacha
milagro". Como todos, arrodillados, murmuraban de todo al taytacha aeroplano, también en
mis adentros dije: "Ay, taytay, yo no soy pecador, siempre he trabajado la chacra ayudando a
mispadres". Y mientras decía esto, el aeroplano se pasó ruidosamente por encima nosotros.
Entonces, como el aeroplano se pasó y no bajó a nosotros, todos los que estábamos
rezando y otros que le contaban sus pecados, nos callamos y vimos que se perdió en
dirección a Sicuani. Ahí el paqo Machaca dijo:
–Va a bajar en Sicuani, vamos a ver qué dirá, a qué habrá venido.
Unos cuantos se animaron para ir a Sicuani, pero el resto seguíamos trabajando la era. Así,
aquella vez, en todas partes la habladuría general era del aeroplano. Enrique Rondán es su
chofer, decían. También los paisanos de las alturas bajaron a preguntar si era cierto o no que
un milagro había pasado por el alto. También antes del tren hablaban como del avión. Pero

14
yo antes de conocerlo, solo escuchaba lo que hablaban:
–El tren, el tren, ¿cómo será? – Se arrastra como gusano. Otros en cambio decían:
–Es animal de color negro, puro fierro, parecido a la culebra, que para caminar abre
su boca, donde tiene fuego. También había canciones del tren, cuando éste
apareció, como ésta:

Dónde está mi yana machu16


ya está en Santa Rosa, mi carreta,
ya está en Kisa-Kisa.
Si es que Rosalina
no me amas,
Si es que Rosalina
no me quieres,
que me trague el yana machu
.
Como todo el mundo hablaba del tren, en mí también creció la curiosidad. Ya después,
cuando fui jovencito, vi el tren en Sicuani. No me asusté, pero casi grito al verlo; era cierto su
color negro y que se parecía al gusano en su caminar. Más bien a mí me impresionó lo que
jalaba mucha carga. Esa vez sólo en una de sus plataformas habían cargado cientos de
cajones de alcohol "Martínez".

Así también vi por primera vez el carro, en San Pedro. El carro, creo que era un camion
chiquito que sólo andaba con carga, porque la gente en esos tiempos andaba a pie, o en
mulas, caballos o asnos; y los que viajaban en carro eran criticados. Decían:
–Claro: tiene plata, es rico, por eso anda en carro.
Así se observaban, y por esta razón la gente casi no quería viajar en carro.

16Tren = viejo negro.

15
III
Meses antes que me cogieran para movilizable, yo estaba queriendo salir de Acopía a
trabajar donde sea. Y como ya había pensado irme, un día en un camino a las afueras de
Acopía, me encontré con la mujer de mi tío Doroteo, no recuerdo qué conversamos, pero al
despedirme le dije:
–Ipay con suerte, ya me voy a ir y quizás ya no nos veremos.
Entonces, como aquella vez ya apestaban mis ganas a mujer y ya era jovencito maduro
como para una mujer, me dijo:
–Quédate en nuestro ayllu, junto a nosotros. Te ayudaremos a conseguir terreno y te
buscaremos una mujer.
Y yo le dije:
–Bueno.
La mujer que miraron para mí se llamaba Laureana, pero sus padres eran ricos, con muchos
ganados y extensos terrenos. Desde el día que me señalaron a ella, cada vez que hacían
chacra iba a trabajar para hacerme conocer y enamorarla. Así le estaba dando vueltas y
vueltas hasta que le hablaron de mí, de que yo era trabajador y la quería para mi mujer. Pero
ella no quiso. Más bien me insultaron ella y sus padres:
–Qué troje tiene ese viento desconocido; mi hija no va a entrar donde un forastero
vagabundo a ver su troje de piojos.
Así dijeron. Desde ese día se enojaron para mí y nunca más aceptaron mi voluntad de
ayudarles en sus chacras. Cuando pasó todo esto es que me cogieron para movilizable y ya
no se podía salir porque en todas partes preguntaban por el papel que daban a todo
movilizable para saber si estaba marchando o no. Eso de ser movilizable, era marchar al
compás de "un, dos, tres" y hacer ejercicios. Estos ejercicios consistían en correr, saltar para
arriba y para abajo, llevando un palo que decíamos arma. El entrenador era un ex-sargento
del ejército, llamado Layme; éste nos dividía en dos grupos. Un grupo era peruano y el otro
era chileno. Así cada domingo después de los ejercicios teníamos que pelear hasta
sangrarnos, como soldados en la guerra. Era mucha pelea, si nos ganaban los chilenos
había castigo, igual para el que no iba los domingos a los ejercicios, lo metían al calabozo del
Gobernador, y tenía que pagar multa, trabajando un día en la chacra del Gobernador.
En esta pelea siempre había que ganar al chileno, si no: castigo o multa. Haciendo los
ejercicios de costumbre, un domingo vimos guardias que habían venido de Combapata y nos
cogieron por traición a todos los movilizables para soldados.
El sargento Layme nos hizo formar. Cuando estábamos formados, los guardias aparecieron
apuntando sus armas: entonces yo sólo dije:
-¡Ala, carajo!, éstos serán chilenos, ¡Ahora a escapar!
Esta última palabra reventó en mi boca, pero nadie intentó escapar, estábamos asustados,
ya no eran palos, eran armas. Así vinimos todos los movilizables para soldados. Cuando
estuve de

16
movilizable era tiempo de Sánchez Cerro, quien dio orden de guerra. Tenía que haber guerra
en la frontera. El objetivo de la guerra era:
–Rescataremos Tacna y Arica.
Los chilenos se habían apoderado de Tacna y Arica, también haciendo la guerra en el
antiguo tiempo de Cristóbal Colón. Así se habían apropiado de la frontera Tacna-Arica. Ahora
mismo Tacna y Arica ya no son de nuestra patria. Si Sánchez Cerro no hubiera pensado
construir un camino por el Ukhu pacha, para emboscar a sus enemigos chilenos, la
Pachatierra no le hubiera comido; habría hecho siempre guerra por Tacna y Arica. Pero
también nosotros hubiéramos muerto en la frontera. En esta guerra, dice, el chileno quería
venir hasta el Cusco, porque los soldados peruanos eran pocos. Ya cuando estos chilenos
venían por el canto de la mar-qocha, (cómo así habrían pensado los paisanos de San
Martín), al ver que había pocos soldados peruanos, éstos para espantar a los enemigos
chilenos, habían reunido cientos de tropas de llamas y a cada llama le habían amarrado
espejos en la frente. Así habíamos ganado la guerra, cuando ya murió el paisano San Martín.
Cuando estas llamas avanzaban reflejando sus espejos y levantando polvareda como nube
que cubría los cerros, los chilenos habían dicho, asustados:
-¡Ay! ¡tanta gente! El batallón peruano avanza gritando como alud.
Cuando uno mira de lejos una tropa de llamas caminando, uno ve que se parece al hombre
en su caminar, por eso los chilenos las habrían confundido con el batallón. Así el peruano
había Ganado la guerra, por las llamas; por eso es que en las monedas y en las cajitas de
fósforos está el retrato illa de la llama.
Sánchez Cerro le quitó la presidencia a Leguía. Este Sánchez Cerro, había hablado en
España:
–Yo voy a ser Gobierno.
Y en España le habían regalado un aeroplano para que se viniera a Lima. Pero en
España le habían preguntado:
–¿En verdad vas a entrar de Presidente? ¿Vas a ser Presidente?
–Sí, voy a entrar, –había contestado.
Entonces, cuando Augusto Leguía cumplía diez años de Gobierno, Sánchez Cerro le quitó la
Presidencia.

17
IV
Antes de venir para ser soldado, todos los jóvenes de mi pueblo íbamos a trabajar la chacra.
Allá nadie puede estar ni un día sin trabajar la chacra; eso no se puede. Quizá uno puede
desatender u olvidar hasta a su mujer, pero a la chacra no se puede, no se puede olvidar la
chacra, la pachamama. Si uno la olvida, también la pachamama se olvida de uno. Así es ser
chacarero.
Teníamos que ir a sembrar y después de la siembra teníamos que ir a lampear. Luego las
andanzas en la cosecha; aquí es donde más se necesita gente que trabaje. Tenías que
ayudar a trabajar a tus familiares, a tus paisanos amigos, desde un día hasta semanas, de
eso ellos también venían a ayudarte cuando tú necesitabas, para esto bastaba avisarles:
–Hermano fulano, tal día hacemos chacra. –Ya, listo ¿dónde? –Y te decían el lugar.
Este era elúnico contrato.
Y venían a ayudarte. De todo esto nunca se pagaba en dinero: de lo que ayudabas, ni de lo
que te ayudaban. Esto era el ayni. Aquí en Cusco, he visto poco esta costumbre del ayni,
desde que vine. Los paisanos, cuando vienen aquí, se olvidan esta forma de ayudarse.
Muchas veces he dicho a mi mujer y también a otros paisanos:
–¿Por qué no hacemos ayni? Así, estas casas no estarían como huecos de ratón.
Ayni sólo hacemos algunos paisanos, entre parientes o amigos, uno que otro. Si todos
hiciéramos ayni, estas casas de Pueblos Jóvenes, no estarían como se ven, como casas de
condenados; será porque el corazón de todo paisano que se instala en el Cusco, ya no
escucha las costumbres del pueblo. Por eso todo trabajo que hay aquí en la barriada, es por
plata, ya no hay ayni.
Esta forma de ayudarse a través del ayni no sólo es en la chacra, está en todo: Te casas, te
ayudan en ayni; cuando alguien de tu familia muere, en el entierro te ayudan por ayni.
Cuando en la cosecha te faltan caballos o burros para trasladar la cosecha de papas de la
chacra al troje, te prestan en ayni, pero eso sí, todo ayni tienes que devolver con todo
corazón. Si tienes estos animales y parientes o amigos que los necesitan, tienes que
prestarlos. Si uno no tiene estos caballos, burros y otros animalitos que carguen guano no
puedes hacer la chacra. A ver, ¿cómo, pues, harías si no hay animales que carguen el
guano, la semilla? Así también tiene que haber animales que caguen guano, porque si no
hay animales que caguen guano, menos habrá para cargar en la siembra o en la cosecha.
Por eso, necesariamente, tienes que ayudar en el trabajo a las personas que tienen estos
animales, por su guano, por sus animales de carga. Por eso las personas con más animales
hacen harta chacra, porque los pobres sin animales van a ayudarles, ya sea por su guano o
por sus animales de carga. Quienes no tienen animales y quieren hacer chacrita en un
layme17 o, a veces, ciertos años, se presentan dos laymes; no pueden hacer harta chacra
salvo que ayuden también hartos días a los que tienen animales.
Uno tenía que trabajar mucho cuando había dos laymes. Pero eso era sólo cuando

17Vez o sembrar por partes para alternar la siembra adelantando el primer layme para setiembre y el segundo para
Noviembre.

18
chakrakamayoq,18 mirando en la coca o en las estrellas determinaba dos laymes. Esto era
cuando en la coca o en las estrellas había mal agüero que anunciaba helada o granizada.
Cuando el chakrakamayoq decía: "Helada", entonces, en la siembra, se adelantaba un layme
y el otro se atrasaba.

Esto no era común, pues el chakrakamayoq era la única persona que podía empezar a
sembrar. Este chakrakamayoq tampoco podía iniciar comúnmente, cualquier día; la primera
siembra tenía que ser siempre un martes, jueves o viernes; son los días en que la
pachamama está dispuesta. Ella también es como mujer: que se pone contenta cuando le
haces justo el rato que está con ganas. Así es la pachamama19 que quiere la semilla sólo
estos días y no los otros que son qollori.20 Lo mismo era cuando el chakrakamayoq decía:
"Chikchi".21

Había dos laymes y en cada layme la papa se sembraba en varios lugares y nunca en un
solo sitio. Porque cuando el chikchi viene, entra a los laymes, como abriendo un camino recto
o a veces zigzagueante, salvándose sólo los cultivos que están a los cantos.
Estos sufrimientos también pasan los paisanos pobres en el pueblo. Los paisanos con hartos
animales, claro, te ayudan si eres su pariente o amigo, pero siempre tienes que ayudarles,
por eso ellos hacen harta chacra y tienen buena cosecha, son ricos porque hay muchos
paisanos que les ayudan por su guanito, por sus animalitos de carga. Para cargar el guanito
en la siembra, para cargar la cosecha, siempre hay que hacer ayni.

También en épocas de lluvia se les ayuda a pastear las ovejas, las llamas, y en las noches a
velar contra los ladrones y los zorros. Estos zorros son mañosos, justo en las noches de
lluvia o de harta nevada, vienen a robarse los corderitos. De esta ayuda te pagaban en carne
o en lana para la bayeta.

Así yo también iba a pastear las ovejas de un compadre y en las noches velábamos
ganados. Por toda esta ayuda me pagaban en lana. Cierta vez me pagó por un mes de
apacentar, con la trasquila de una oveja; en otra ocasión les acompañaba a dormir en su
casa para carne y me pagaron, por tres meses de acompañamiento, con un borrego muerto;
su carne la comimos con mi madrina, un martes de carnaval.

Esa es la vida del chacarero-runa22: si no tienes hartos familiares, sufres y tienes que estar

18Chacarero?
19La tierra.
2020Qollori = interrupción de la germinación de la planta, o cualquier cosa que tiene la mala suerte de ser
interrumpido su normal proceso.

21Granizo o granizada.
22Agricultor.

19
haciendo ayni23 o mink'a.24
En esto de ayni uno tiene que ser cariñoso; si vienen a ayudarte, tienes que
atenderlos bien, porque si no hay cariño en tu casa, pocos vienen a colaborarte, porque
algunos paisanos van a la chacra por tomar chicha, trago. Entonces el chakrakuy es como
hacer un pequeño cargo. Era gasto; a estos paisanos que vienen a ayudarte tenías que
darles, por un día, un atado de papas; esto si la ayuda en la cosecha no es por ayni. Así en la
cosecha se necesita harta gente. Si se hace los cultivos en dos laymes, necesitas más
trabajadores. Esto de hacer dos laymes era de vez en cuando, porque siempre se hacía en
un solo layme; por eso cada año en lunes carnaval, se ponía un arariwa. Y era como un
cargo para todo el año; el Arariwa tenía que cuidar los cultivos de la papa, del chikchi, de la
rancha, de la helada. Para esto hacía su chocita en una lomadita, cerca del layme de papas.
Aquí tenía que estar todos los días en época de lluvia, mirando al cielo. Si el cielo se armaba
con nubes negras, era seguro para granizar, entonces el arariwa tenía que estar en su
chocita rezando –dice hay ciertas oraciones de San Ciprián para hacer pasar al chikchi–.
También hacía humear incienso y cebolla seca, y con kerosene y agua bendita hacía
aspersiones en la dirección donde había nubes negras listas para caer. Si con esto el chikchi
persistía en malograr los papales, el arariwa se desnudaba todo y así, como salido de la
barriga de su madre, le hondeaba insultándole con terrones de tierra rociados con kerosene y
agua bendita.
Dice que en el chikchi andan tres hermanos, que siempre están juntos. El primero es
Bernaku, quien es el más bullanguero, de todos, que está andando siempre para arriba y
para abajo, solo, haciendo bulla, reventando. Eso es el illapa, él sólo amenaza. El segundo
es Elaku, es algo bueno. Dicen que, cuando se le insulta con las oraciones de San Ciprián y
cuando se le hace aspersions con kerosene y agua bendita, se escapa, porque el kerosene y
el agua bendita llegan quemando a sus ojos, como ají. El último hermano es el Chanaku; es
el más loco de todos, pues no respeta nada, él es pallapero, que cuando entra a una chacra
se roba todo: las papas, las habas; se lleva todos los cultivos. Se lleva su espíritu. ¿Y cómo
ha de haber cosecha si los cultivos han quedado sin espíritu?
Estos maldadosos son asunto de cuidado, porque son unos perfectos ladrones. Por
eso, si el Arariwa no está vigilante a su aparición y se descuida, son capaces de llevarse
todos los cultivos y dejar el ayllu sin cosecha. Por eso, si era un buen año de abundante
cosecha, había razón para que el arariwa pudiera escarbar un surco en todas las chacras y
nadie debía decir nada. Él podía escogerse cualquier surco, grande o chiquito, de papas,
ollucos, ocas. Era su voluntad y así sacaba harta semilla. Pero si ese año era de mala
cosecha, por el granizo o la helada, el pobre arariwa era insultado. Le decían:
–Perro, carajo! ¿Acaso eres hombre? Hasta que estés dentro de las piernas de tu mujer ha
granizado; ¿dónde está la papa, carajo?
Y no le daban agasajo en martes carnaval. Pero si había buena cosecha, era fijo que tenían

23Trabajo recíproco
24 Trabajo comunal o trabajo pagado con productos o alquiler de animales

20
que hacerlo emborrachar. Estos arariwas siempre eran gente joven: los recién casados, ésos
que recién se ponen a vivir con la mujer. Esos, claro, tenían que ser jóvenes, con fuerza
como para combatir a hondazos con el chikchi. Cuando el chikchi mandaba un hondazo con
el rayo, el arariwa tenía que contestarle entre insultos con otro hondazo. Cuando más liso era
el arariwa, el chikchi casi nunca se animaba a robar los cultivos.
Así son estos tres hermanos que siempre andan juntos, donde sea. La mamá de
ellos es rit'i, una viejita con la cara muy arrugada, y canosa, que siempre está sentada. De
sus ojos nacen dos grandes zanjas como acequias que surcan sus mejillas, por donde noche
y día, le chorrean legañas. Estas legañas que le chorrean son la nieve que se derrite todos
los días en los cerros de respeto.
Una vez, un forastero del ayllu Pinchimuro estaba caminando por unos pajonales silenciosos;
y allí empezó a golpearle la lluvia y en lo que caminaba en esos pajonales, lo alcanzó la
noche, con su oscuridad total, y así en lo que caminaba, a lo lejos, había visto una lucecita y
se dijo en sus adentros:
–Allá hay una estancia, allí me alojaré.
Así se había acercado a esta casa. Pero, dice, no era casa estancia, sino una simple cabaña
sin cancha y sin perros que ladren. Y cuando pidió alojamiento, salió una viejita con canas
que vencían su cabeza. El forastero le había dicho:
–Alójame mamita.
Y la viejita había contestado:
–No puedo alojarte mis hijos son muy locos, te matarían.
El forastero rogó:
–¿A dónde ya puedo ir mamita? Alójame por favor
Y así ante la súplica, la viejita le había hecho pasar a su casa: -Bueno, aquí te
alojarás, dijo mostrándole un rincón.
–Te voy a tapar con una vasija y tienes que estar sin moverte.
Y así había sido.
Pero afuera, la lluvia seguía y empezó a tronar, desatándose una tormenta como para hacer
desaparecer la casa. Dice que los truenos caían con más fuerza a la puerta de la casita:
¡raqhaq, punrun! Así, en medio de esos truenos, un hombre entró a la casa. Era el hijo mayor
de rit'i25. Después llegó también entre truenos, el otro hijo, renegando. Así empezaron a caer
más truenos, y entre trueno y trueno, llegó el chanaku, refunfuñando, quién ingresó a la casa,
carajeando:
–¡Carajo! ese gran puta fulano me estaba asperjando con kerosencito. Pero, ¡carajo,
siempre lo he levantado todo!
Así ese fulano, era el nombre del arariwa del ayllu del forastero. Y por un hueco del
raki había visto, que en unas mulas había cargado papas, habas y las sogas con que
amarraba las cargas a las mulas, eran culebras vivas, coleando, de color amarillo, y en eso
se había dormido el forastero.

25La nevada.

21
Cuando despertó ya era de día y no había la casa donde se alojó en la noche: se había
dormido al borde de una laguna.
La casa del Chikchi es la mamaqocha.26 Aquí está todo lo que roban los tres hermanos:
habas, papas, maíz. Todo lo mejor está ahí, amontonado como en troje y se puede ver en las
noches de San Juan, a las doce de la noche, en luna llena. Esos runas que han muerto
cogidos por el illapa,27 cuando llegan a la otra vida, se convierten en peones del chikchi y
tienen que pasar toda su existencia en esa vida cargando y descargando a las mulas del
chikchi, todo lo que roban. Aunque estos peones vivirán en abundancia de comidas, pero son
maldecidos, porque ¿en qué ayllu no maldicen al chikchi, cuando no hay cosecha?

V
Cuando mataron al presidente Sánchez Cerro, el Gobierno lo recibió Benavides. En ese
tiempo de Benavides, yo entré de soldado, cuando me trajeron de recluta, de mi pueblo
Acopia. Así estaba de soldado en el cuartel de Maruripampa durante tres años completos. En
el ejército yo estaba en la Tercera Compañía de Ametralladoras. Era conductor de una mula.
Esta mi mula se llamaba Renunciable, y con ella tenía que caminar donde sea: a las marchas
de resistencia, descansando cada legua, pues yo tenía que vivir o morir con la mula. Para
que coman las mulas había pensión mular. Allí daban cebada en grano, que se les hacía
comer en costales que se les colgaba al cuello de las mulas. En estas campañas, sea de
mañana o de tarde, siempre andaba con mi mula, no la soltaba. Para cada mula había
cargadores, ellos eran los que cargaban. En cambio, yo tenía que estar al cuidado de la
mula; tenía que limpiarle sus pies, limpiarle con un trapito su moco, lavarle su ojete con
agüita, y rasquetearle después. Esas eran mis obligaciones para la mula. Los cargadores
también eran los que ponían la carona. En el cuartel ya usé fusil mosquito. Los primeros
meses que entré, usé todavía fusil máuser original. Después ya llegó el fusil mosquito, muy
chiquito. El casco también llegó junto a éstos; entonces sólo se usaba kepí. Tampoco había
botas; no había nada, sólo con bandas nos envolvíamos las pantorrillas, como con faja.

Dentro del cuartel todo es robarse. Se robaban bandas, botones, zapatos; después, cuando
te faltaba alguna prenda, te decían:
–Yo tengo, te lo vendo. Te vendo sólo en setenta centavos.
Cuando lo que ofrecían era de ti mismo.
Los soldados también teníamos nuestra pensión morral. De esa pensión te robaban tu
cacerola, tu cuchillo, tu cuchara, tu trinche, todo tu servicio. Y no había nada para pasar el
rancho.
Sin esto no podías pasar el rancho, así tenías que estar sin rancho. Porque al rancho se
entraba por compañías. Cuando se perdían los servicios, le responsabilizaban al cuartelero-
puerta y le decían:

26Las lagunas.
27Rayo.

22
–¿Por qué no has mirado lo que han robado los servicios?
Así, a mí también, una vez, me robaron mi polaca y mis zapatos.
Dentro del cuartel todo es robarse; ahí no pueden estar sin robar; todo es robarse, hasta tu
agujita te roban. Más bien aquí afuera están tranquilos. Así ahí dentro te roban tus zapatos,
tu kepí, tu cuchillito. Si no te robaban tu polaca, de tu capote cortaban los botones. Así
fastidiosos eran. Y así a la fuerza tenías que comprar o robar las cosas que te faltaban.
Cuando estás de soldado, así como al sastre no le falta su aguja, su hilo; así tenías que estar
para coser con todo listo, corriente. Si te faltaba, te llevaban a la cantina y ahí te daban las
cosas que necesitabas, a cuenta de tu propina, haciéndote descontar después de tu propina.
En el cuartel todo era robarse unos a otros. Así era su costumbre. Ahora, yo no sé
cómo sacaban afuera. Todas estas cosas se perdían en la cuadra, de noche, cuando
dormíamos. Yo creo que entraban en combina con el cuartelero para sacar. Cuando se
perdía la chompa que daban en el cuartel, también entraba a cuenta de tu propina. Y cuando
tenías que salir de franco, ya no había propina. A veces se perdía de tus zapatos sólo un
lado. Eso hacían, carajo, por joderte; y también entraba a la cuenta, porque te daban otros
calzados de acuerdo a tu número. Ya cuando salí de franco, escuchaba decir:
–Ladrón, ladrón.
Pero eso no era ser muy ladrón; en el cuartel sí, todo es robarse; no te dejan nada; ni dormir
puedes, pues, para que no te roben, tienes que dormir agarrando tus cosas. Después en las
salidas de los domingos, en la calle, te encontrabas con tus amigos, con tus paisanos, que te
decían:
–¿Cómo estás? No hemos venido a visitarte. Vamos a tomar chicha.
Así te llevaban a tomar chicha. Esa vez la chicha no valía tanto; el vaso era a real. A veces
salíamos a media semana, después del tiro, pero sólo cuando hacíamos un buen puntaje.
Con veinte o veinticinco puntos ya tenías salida. Yo en tiro siempre hacía veinticinco puntos.
Eso hacíamos en la pampa del rodadero. Las salidas de los domingos eran ansiosamente
esperadas. Salíamos a pasear, a hacer cocinar con las enamoradas, porque la comida del
rancho no es como aquí afuera con sabor. Allí es como para el perro, sal botada al agua y
eso no te convenía. Cuando estaba de soldado, tenía mi enamorada, se llamaba Elenacha,
era de Pomacanchi. Antes las cocineras no salían, como ahora, todos los domingos de
franco; tenían que servir día y noche, sin descanso, a sus patrones. Pero ella, como ya sabía
que yo salía cada domingo, no sé cómo se escapaba y me esperaba, a veces, ya en la
puerta del cuartel. Pero cuando estaba de soldado tenía otra, aparte de Elena, porque las
mujeres estaban paradas en la puerta del cuartel, esperando a sus hermanos, a sus
enamorados, paisanos, ahí nos conocíamos.
Los domingos, después de izar la bandera, podíamos salir hasta las diez de la noche. Pero
cuando hacías pasar esta hora, había castigos, rigor-castigo. Con este castigo no daban
propina o uno tenía que estar encerrado en el calabozo. Había también otro castigo: te
quitaban tu salida de los domingos por un mes. Estos castigos eran por lo que llegabas tarde
o de lo que guapeabas borracho a los guardias o de lo que querías pegar a los clases. Todo

23
esto era el castigo rigor.
Los clases eran como los jueces: los cabos, los sargentos; el sargento segundo tenía que
mandar, pero el sargento primero era como nuestro padre. El sabía si tu ropa estaba gastada
o no; si el zapato ya estaba viejo, te hacía dar otro. El zapato se cambiaba cada siete meses.
Si estaba gastada tu polaca, tu chompa o tu pantalón, también te hacían dar otros; para esto
pasaba revista y teníamos que mostrarle nuestras ropas. El decía:
–"A formarse, indios. ¡Todos! Sácate la ropa interior".
Tenías que sacarte todo, se presentaba otro cabo o sargento y apuntaba:
–"Tal fulano, ya está gastado ropa".
Los sargentos y los cabos eran para respetarlos como a tus padres; de ellos no podías
burlarte. Tu banda tenía que estar bien amarrada. Tu polaca no podía estar sin botones o
rota. A todo pasaban revista. Si tu polaca estaba rota, ellos la rompían más: ¡caj - caj!
–¡Por qué, carajo, no coses ésto! ¡So gran puta, indio!
Para eso tenías que comprarte hilo, aguja, botones, crema para calzado; después, había
escobilla de dientes, para lavarse los dientes. También tenías que tener tres pañuelos
limpios: Uno era para bailar con tu enamorada, el otro era para prestarle a tu enamorada, si
no tenía; y otro era para limpiar tu moco. También había medias de lana. No acostumbraban
las medias extranjeras, como ahora.
Así era la vida de soldado; tenías que vivir o morir con lo que eras, en tu puesto. Si
eras tirador o proveedor, con eso tenías que estar reglamentado, si no, carajo, patada. En el
cuartel todo es recto, "patria servir obedecer todo". Ahí no se puede decir no a nada. Si dices
no o haces de mala voluntad, es castigo, calabozo o patadas. Si te ordenan matar a tu
mamá, también tienes que hacerlo, si no, eso no es obedecer a la patria. También en el
cuartel hay abecedario para el que no sabe leer, letras en madera ensartadas en alambre: a,
b, c, d, j, k, p. Los clases enseñaban todo el abecedario, y cuando terminabas, te daban
primer año. Cuando entrabas te preguntaban:
–¿Sabes leer?
Si decías: No sé leer, traían esas letras para enseñarte. los sargentos, el subteniente. El
abecedario siempre se hacía después del almuerzo. Después del abecedario teníamos que
barrer, rasquetear a nuestras mulas. Eso era por las tardes, pero por las mañanas, así como
nosotros lustrábamos con crema los zapatos, así también teníamos que lustrar con sebo los
cascos de las mulas.
Si no hacías buen puntaje en el tiro, eras castigado: te tenían parado sobre una tarima,
cargado del morral con equipo completo y dos fusiles, durante tres horas, o hasta cuatro
horas. Otro castigo era cuando peleabas. Los cabitos te fastidiaban y, cuando al no aguantar,
te dolía el corazón, tenías que pelear. Estos cabitos te decían:
–¡Cuádrese, carajo! ¡Cuádrese, carajo! Te pateaban y eso hacía rebalsar de cólera el
corazón. Entonces, tú le decías:
–Espérate, carajo. Vamos a salir de aquí. Pasajeros no más somos. Cuando salgamos te
voy matar, ¡carajo!

24
Estos mis compañeros incluso eran indios, runas como yo, porque ahí no había mistis.
Cuando ascendían a cabitos, a clase, eran bien jodidos; ahí adentro son igualitos que Dios
todavía. Después, en la noche no dormíamos comunmente, nos hacían formar afuera y
después de que estábamos formados, nos decían:
–Cuatro últimos. Sargento de semana...
Entonces todos, atropellándonos, corríamos. Teníamos que desvestirnos en un
instante. Una vez desvestidos teníamos que volver a vestirnos en un ratito. Para esto, desde
antes de la prueba, ya tenías que tener todo listo. El zapato tenía que estar listo, con los
pasadores aflojados. Después de hacer esto, dormíamos con la ropa amontonada a nuestro
lado, sin movernos, pues si te movías ya te llamaban y tenías que vestirte en un ratito y te
mandaban para imaginaria, desde las diez hasta las doce de la noche; luego venía otro
relevo hasta el amanecer. Todo era aburrido, eso de estar parado, con sueño, con frío,
cuidando la puerta o la torre. Yo decía:
–Para qué se cuida tanto, carajo, si aquí no entran ladrones. Más bien cuidaríamos la
ropa, para que no roben tanto.
Así le dije a mi amigo, que era imaginaria como yo, una noche, cerca al veintiocho de julio, y
él me dijo:
–No seas cojudo, Gregorio. El sargento ha dicho que los chilenos vienen a Lima y
quieren hacer la guerra en Cusco, porque ellos se antojan las mujeres de aquí.
Y yo le dije:
–¿Y vamos a ir a la guerra por esas arrechas? Lo que es yo carajo, no suelto mi
mula.
Así, en la cuadra no te dejaban dormir. Cuando estabas en dulce sueño, te despertaban y te
llevaban a relevar. Si no ibas a relevar a las dos o a las cuatro de la mañana, te hacían barrer
las cuadras y caballerizas. Hasta por gusto te hacían barrer.
Cuando ascendían, carajo, a cabito o clase, ésos ya no pisaban tierra, al soldado
raso lo miraban como a perro.
Cada semana, para salir el domingo, la propina era de dos soles cincuenta centavos.
Una vez me castigaron, todo un mes dejándome sin propina, por culpa de un cabito que me
judía mucho. Entonces, con otros amigos soldados, nos emborrachamos y yo me recogí
muy tarde, todo borracho; y a mi cabito lo carajeé, lo perseguí para pegarle. Por mí quería
hasta matarlo.
Ahora pienso que la vida en el ejército es muy fácil, porque no es como antes, que había que
estar amarrando la banda, caminar a las campañas jalando a la mula...
En el ejército me enseñaron el abecedario. También firmaba mi nombre, las letras a, o, i, p,
reconocía en el papel. Pero yo creo que no tenía cabeza para el abecedario porque no
aprendí. Las letras que sabía leer y mi nombre, me olvidé al poco tiempo de salir del cuartel.
Ahora dicen que los que entran al cuartel como ésos sin ojos, salen con los ojos abiertos,
sabiendo leer. Esos que no tienen boca, también salen con la boca reventando a castellano.

25
Así era. Se entraba al cuartel sin ojos y sin ojos se salía, porque no podías salir con
abecedario correcto. También sin boca entrabas y sin boca salías, apenas reventando a
castellano la boca. Hasta antes de entrar al cuartel no sabía castellano; ya en el cuartel mi
boca reventó al castellano. En el cuartel esos tenientes, capitanes, no querían que
hablásemos runa simi.28

-Indios, carajo, ¡castellano!- decían.


Así, a pura patada, te hacían hablar castellano los clases.

28Runa simi = quechua.

26
VI

De recluta me trajeron desde Combapata, en tren, al puesto de Saphi; de aquí me pasaron al


cuartel de Manuri, donde me examinaron todito el cuerpo: la boca, la nariz, las orejas, los
ojos, hasta mi pene, y me dijeron:
–Buen cholo, carajo; pasa.
Me quitaron mi ropa y me dieron traje de soldado para vestirme: polaca, chompa, morral y
zapatos.
Al día siguiente, ya de soldado, salimos a hacer ejercicios a las alturas de Saqsaywaman.
Aquí, nos enseñaron a marchar. Si no podíamos nos pegaban a patadas. Aquí, en un
principio todo fue sufrimiento, puro castigo.
Antes de entrar al ejército, yo había estado de movilizable, por lo que ya sabía esos
ejercicios y para mí fue fácil. Así, ya no me hacía pegar mucho, como los que entraron
recién. Esos sí se hacían pegar mucho. Nuestro primer cabo apellidaba Calle y ése fue el
que nos enseñó a marchar y hacer ejercicios. Era un perro desalmado. Ese, si ha muerto, no
creo que esté al amparo de la Mirada de nuestro señor Dios. Debe de estar en el Coropuna,
de condenado penante. Nunca vi, en la vida, a otro como a ese cabito Calle del ejército que
le gustaba pegar a un hombre. Este perro, carajo, pateaba a mis compañeros, hasta que
orinen sangre cuando no podían hacer los ejercicios. Perro era, carajo, que hacía arder la
sangre.
En el ejército no ascendí ni a cabo, porque no avanzaba en el abecedario. No podía
pasar las lecciones, era para los prácticos. Yo siempre quería ascender, por eso, muchas
veces, me soñaba de cabo, para vengarme, carajo, de lo mucho que me pegaban. Con las
personas de quienes quiero vengarme, nunca he vuelto a verme, hasta ahora. Parece 29 que
la pachatierra se los ha tragado, de lo perros que eran, sin corazón.
En el cuartel nunca estuve contento. A uno lo cogen como a animal, lo meten a la
bodega del tren como a animal, y en el Cusco le cortan el cabello, le amontonan ropa y ya es
soldado. Eso de hacer ejercicios diarios, carajo; eso de estar de vigía, con sueño y frío,
cuidando la puerta, no me gustó. Tarde y mañana, carajo, hasta para orinarte están
persiguiendo con:

–"Cuatro últimos. A ver cholos, a quitarse los zapatos. ¡Cuatro últimos al baño!".
Así era el ejército; toda la vida cuatro últimos, sin terminar. El ejército no es cristiano.
Mientras cargo ahora, escucho lo que habla la gente:

–El Gobierno, Lima, Velasco, ha dicho: "todos van a servir a la patria". Antes los
soldados eran puro indio, la vida del cuartel ya no es como antes, dicen.
Cuando salí de baja del cuartel, no quería ir a mi pueblo con ropa de soldado, al ver la ropa
del cuartel, los paisanos dicen:

29Sic.Parce.

27
–Estará de misticito, sólo hasta que le dure la ropa del Estado.

Por eso cuando salí, buscando trabajo, encontré uno para hacer adobes en el panteón,
durante dos semanas. Hicimos adobes para reponer una pared que se había caído. Después
de haber hecho los adobes; durante casi un mes, abrimos los nichos para sacar a las almas;
las sacábamos y las botábamos a un hueco. En este hueco, echándoles kerosene, se les
quemaba. Así hacíamos con los muertos, pero un día le pregunté a mi compañero de trabajo:
–¿Para qué molestamos a estas pobres almas? No vaya a ser que, con estas cosas,
nuestro Señor Dios se moleste con nosotros.
Y él me dijo:
–No tengas miedo, Gregorio. Nuestro Señor sabe que estas almas son morosas, dice no
pagan de lo que están aquí.

Hasta ahora, muchas veces, desde aquella vez que quemé a las almas, digo: No debí haber
hecho eso. Porque me sigo soñando, que unos mistis wiraqochas, ya viejos, ya jóvenes;
unas señoras vestidas con hábitos negros, jalando unos chiquitos, vienen a la puerta de mi
casa, a llorar. Muchas veces, en mi sueño, veo unos mistis, hombres, mujeres y niños,
vestidos de negro, con sus caras blancas como papel, todos juntos están llorando como
muertos y desde la puerta de mi casa, me dicen:
–Gregorio, para qué nos has quemado, nuestros cuerpos están con llagas.
Pero nunca en mis sueños los he visto entrar a mi casa, siempre me están diciendo sólo
desde la puerta:
-Gregorio, Gregorio, para qué nos has quemado, nuestros cuerpos están llenos de
llagas y ampollas.
De esto mi mujer me ha dicho:
–Seguro el día que entren a la casa, nos vamos a morir.
Para que me cure de esto, muchas veces acudí al hanpeq, 30 para que les ponga alcanzo a
las almas. Pero el hanpeq dice:
–No resulta. Las almas son puro misti wiraqocha y no quieren recibir.

El primer pago y todos los pagos que recibí por los trabajos que hice como peón, fue cuando
salí de licenciado. Nuestros pagos los hacíamos agarrar –junto con mi amigo Bernaco Ttito–
a la señora Teodolinda Baca. Hasta ahora recuerdo su nombre. Era muy buena, dueña de
una chichería, en Pampa del Castillo. Aquí nos alojábamos, no pagábamos de lo que nos
alojábamos, solo teníamos que ayudarle, sea por las mañanitas o por las tardes, a lavar su
isanga. Era muy honrada, la plata que le dábamos la guardaba en una servilleta, en uno de
los cantitos guardaba lo mío y en el otro lo de Bernaco; y así, nunca faltó un centavo.

30Hanpeq = (hampiq) el que cura, el curandero

28
Como en el Cusco se podía ganar plata, haciendo cualquier cosa, como peón o cargando,
para ir a mi pueblo, después de salir de soldado, con la plata que gané me compré harta
ropa: Dos pantalones, un chaleco, un saco, una camisa, dos pares de medias blancas -de
ésas que decían alemán- eran muy bonitas, hasta la rodilla, como de los futbolistas. Todo
esto me costó ocho soles. Era como tener un terno. Por todo esto, ya no me acostumbré a mi
pueblo.

En ese tiempo también cargaba por las mañanas o por las tardes. Esas veces no había plata
en sencillo como ahora. Sólo a veces pagaban en plata, cinco centavos por una cargada, y
eso cuando era de la estación al centro, o del mercado a los cantos. Un buen pago era un
real. Siempre el pago era en rocoto o en ají, que lo llevábamos a los que vendían mote. Por
cinco centavos se podia almorzar tres platos rebalsando, con grandes presas de carne. Antes
se comía bien, ¡ah, eran tiempos buenos para comer carne!

29
VII

Túpac Amaru era de Tungasuca, paisano, hijo de Inkas, pero un día esos enemigos
españoles lo mataron. Le habían sacado su lengua, sus ojos, desde la raíz. Así lo habían
matado a Túpac Amaru sus contrarios. Los contrarios de Túpac Amaru eran los mismos
contrarios de nuestros abuelos, los Inkas. De Inkarrey, del tiempo de los abuelos, dicen esto:
Nuestro Dios había preguntado, caminando de pueblo en pueblo:
-¿Qué trabajo quieren que les dé?
A lo que Inkarrey había contestado:
–Nosotros no queremos ninguno de tus trabajos. Está en nuestras manos todo
trabajo si queremos trabajar.
Así habían contestado:
–Nosotros hacemos caminar las piedras; con un solo hondazo construímos
montañas y valles.
No necesitamos nada, sabemos de todo.
Bueno, este Dios había sido de dos caras y había ido donde el enemigo de nuestro
antiguo abuelo Inka, a España, también a caminar de pueblo en pueblo. Y les había dicho:
–¿Qué quieren? Les voy a dar trabajo. Pídanme lo que quieran.
Mientras el Inka le había despreciado, aquí, en el pueblo de España, todos eran ambiciosos y
le habían pedido de todo:
-Queremos esto, aquello, – diciendo.
Por eso ahora, nosotros los runas, no sabemos hacer caminar las máquinas, los carros, esos
aparatos que caminan por lo alto como pájaros: helicópteros, aviones. No sabemos hacer
ninguno de esos aparatos, pero esos españas son prácticos, saben de todo. Así un
wiraqocha españa había inventado la luz, sólo mirando el agua, con unos vidrios inventó la
luz del foco; ahora mismo, esta luz es del agua de Calca.

Así, pues, el Inka, nuestro Inkarrey fue sobrado y no quiso trabajo. Pero esos españas,
pidieron todo tipo de trabajos, "queremos nosotros", diciendo. Por eso ahora, ellos trabajan
carros, maquinarias y ollas de fierro. Todo lo que nosotros no hacemos. Esto es porque a
ellos, el propio Dios les dio esos trabajos y no como nosotros que despreciamos los dones de
Dios.
Nosotros somos peruanos, indígenas, ellos eran inka runas, pero somos sus hijos por eso
también mataron esos españas a Túpac Amaru.

Así como ahora hay monjas en el Convento Santa Teresa y en San Pedro, así, dice había
mujeres del Inka. Sacando a estas mujeres, estos españas se habían casado y ellas parieron
sus hijos.
El Inka, cuando estos españas querían matarlo, había dicho:

30
–No me maten.
Y les hacía dar choclos de oro a sus caballos.
–Así les vamos a dar oro, pero no nos maten.
Bueno, ambicionando totalmente los españas31 habían matado a nuestro Inka. Los Inkas no
conocían papel, escritura: cuando el taytacha quería darles papel, ellos rechazaron; porque
se enviaban noticias no en papeles sino en hilos de vicuña: para malas noticias eran hilos
negros; para buenas noticias eran hilos blancos. Estos hilos eran como libros, pero los
españas no querían que existiesen y le habían dado al Inka un papel:
-Este papel habla,- diciendo.
-¿Dónde está que habla? Sonseras; quieren engañarme.
Y había botado el papel al suelo. El Inka no entendía de papeles. ¿Y cómo el papel iba a
hablar si no sabía leer? Así se hizo matar nuestro Inka. Desde esa vez ha desaparecido
Inkarrey. Los Inkas Huayna Ccapac, Inka Roca, eran sus tíos y el Inka Rumichaka era su
hermano. A todos ellos habían matado los españas.
Pero ahora yo digo:
–¿Qué dirían los españas, cuando vuelva nuestro Inka?
Así había sido la vida.

31Sic. Espinas.

31
VIII
Cuando salí del cuartel, al año, nos fuimos en busca de trabajo a Quincemil, con un amigo de
Pomacanchi. Porque todo el mundo se iba a Quincemil y volvía con mucho dinero.
-Hay oro en el río para sacar con la mano,- decían.
Y todos se iban. Y también yo y mi amigo nos alistamos. Así partimos para Urcos. Cuando
llegamos a Ccatcca, se hizo de noche y nos alojamos en la casa de un conocido de mi
amigo. Nos dormimos. Pero el dueño de la casa había sabido andar de noche, por ganados;
era ladrón, y trajeron, a eso de la media noche, una vaca y entre todos sus hijos y su mujer,
degollaron en wayka. En una olla grande, pusieron agua para el caldo, y así empezaron a
sacar trozos de carne, uno para caldo, otro para kanka. Al poco rato, la kanka empezó a oler
por toda la casa y nosotros alojados en un rinconcito, sobre dos cueritos, haciéndonos los
dormidos, sin movernos. Comieron toda la noche, pura carne.
Ya cuando estaba por amanecer nos invitaron un poquito de caldo. Y como no
durmieron todita la noche, comiendo carne, tampoco nos dejaron dormir a nosotros; después
de tomar caldo, nos habíamos dormido todos, hasta de día. Mientras, los dueños del ganado,
junto con las autoridades: Gobernador, Teniente y otros acompañantes, habían seguido las
huellas del Ganado hasta la casa de nuestro amigo. Como los dueños habían dado parte y
vinieron con otros acompañantes, entraron a la casa. Y ya cuando estaban buscando y ante
el ladrido de los perros, despertamos. Encontraron carne en las ollas. Seguían buscando y
encontraron carne trozada que habían ocultado en la cancha, en unos costales, enterrada
con guano. También a nosotros nos encontró el Gobernador de Ocongate, y nos dijo:
–A ver, ustedes.
–No papay, somos alojados, estamos de viaje a Marcapata.
El Gobernador llamó al teniente:
–A ver, teniente, a estos ladrones.
Así nos tomaron presos. Pero el amigo de la casa no había robado sólo una vaca, sino tres.
Cargados de carne en hartas llamas nos trajeron a la cárcel de Urcos. Aquí después de estar
encerrados tres días en el calabozo, nos sacaron para prestar nuestra declaración. Nuestro
amigo declaró:
–Sí, papay, señor Juez, empujado por mis pecados, para hacer comer a mis hijitos,
robé esas vacas.
Escribieron todo lo que hablaba el amigo en el papel y el juez dijo:
–Esos alojados pasen: Gregorio Condori, prestar declaración.
Primero me preguntó a mí:

32
–Tú, hijo, ¿has visto lo que trajo las vacas o han traído contigo más? Avisa, hijo para
ti no habrá pena. Entonces, ¿juntos han vaqueado estas vacas?, avisa sin miedo.
–No señor, no nos hemos metido a eso nosotros. Eramos alojados. Cómo íbamos a
robar esa noche si sólo éramos alojados. Claro, el dueño de la casa caminaba esa noche,
pero no hemos visto que degolló la vaca esa noche.
En ese rato, yo pensé para mí: ya estamos perjudicados cuatro días del viaje. Avisaré lo que
comieron carne toda la noche.
–Sí, señor, han comido toda la noche?
Y el Juez:
–¿Comieron toda la noche?
–Sí, señor, han comido toda la noche.
–Y a ustedes ¿no les invitaron siquiera un poquito para comer?
–No nos dieron nada para comer.
–¿Cómo? Avisa, entonces, si han robado con ustedes más. Avisa toda la verdad, yo no te
voy a castigar.
–No, papay.
–Entonces, nada les invitó.
–Nada, papay.
Así preguntaba. Pero después volvía a preguntar:
–Y cómo ¿nada les ha invitado? ¿Ni siquiera un poquito?
Entonces, como tanto preguntaba, yo le dije:
–Sí, nos invitó sólo caldito, pero no su carne; sólo su caldito.
Y el Juez decía:
-No, hijo; ahora, de eso vas a ir a la cárcel. Ese caldo vale, era sustancia de la vaca. La
carne no vale sin el caldo, en el caldo está la sustancia. De eso vas a ir a la cárcel. Si
estabas comiendo carne robada has debido avisar a la justicia; ésa es tu culpa: no haber
avisado.

Así, ese juez nos mandó a la cárcel, por haber tomado caldo invitado en la casa de un amigo.
Así es la justicia que también manda a la cárcel por seis meses, como a nosotros, por haber
tomado caldo. Esa fue la causa para no llegar a Quincemil a sacar oro del río. Yo siempre he
dicho: si los jueces y todos los mistis están comiendo carne tarde y mañana y eso también es
de ganado robado y ellos lo saben. Como ese Luis L. que es juez en Urcos, quien conversa
con los ladrones, que roban para él. Ni va a la cárcel, ni a la justicia avisa. Así es la justicia,
que no tiene ojos para los mistis.

Así, en falso, por haber tomado un caldo que nos invitó un amigo, estuve en la cárcel,

33
injustamente.
Los primeros días que estábamos en la cárcel, los pasamos pensando, preocupados. No
teníamos nada para comer, nada para dormir, estábamos sólo con nuestros ponchitos. sin
hacer nada. Los otros presos sólo nos miraban. Ya al tercer día, empezamos a armar
amistades; unos nos decían:
–Vengan, ayúdenos a tejer.
Y otros:
–Vengan, ayúdennos a hilar.
Pero de ese oficio de hilar y tejer, no sabía nada. En mi pueblo este oficio era sólo para las
mujeres. Como en la cárcel, el que no hila o teje, no tiene nada para comer, yo también tuve
que aprender a hilar. A un comienzo sólo miraba. Así mira-mirando hilaba todo chambón. A
veces grueso, a veces delgado, pero al último, salí diestro en el oficio de hilar. Desde el día
que aprendí a hilar, la vida en la cárcel se me hizo fácil. Desde el momento que nos soltaban
de la celda al patio hilábamos hasta el rato que nos encerraban de nuevo. Dentro de las
celdas también seguíamos hilando, porque en la cárcel nunca faltaba trabajo para hilar y
tejer. Traían de todas partes, en costales, lana para hilar y tejer: ponchos, costales, frazadas,
mantas. Nunca faltaba lana ya sea de alpaca, oveja o llama. Todo esto hilábamos de día y de
noche. De día todos los presos hacían sus cosas: ya hilando, tejiendo o atendiendo a sus
visitas, a su abogado, a sus testigos. Pero de noche, todos los presos, que llegábamos quizá
a doscientos, entre hombres y mujeres, estábamos encerrados. En una celda las mujeres y
en otra celda nosotros, los hombres. Aquí en nuestra celda, los varones, todas las noches
nos juntábamos en medio de velas y mecheros, haciendo círculos como para la merienda de
una faena. Aquí seguíamos hilando entre risas y sin preocupaciones, escuchando los
cuentos de los cuentesteros.32
Nunca, como en la cárcel, he escuchado tantos cuentos que hasta ahora los
recuerdo todavía,
muchos de ellos.
Como el cuento de un ganadero que había ido a comprar ganado a las comunidades
que están al lado del Apu Ausangate. Este ganadero, cansado de no encontrar ganados, se
había sentado frente al Apu, sobre una roca grande. Cuando estaba así el ganadero, se le
había acercado un runa vestido a la usanza de ese lado, a preguntarle:
–¿Qué cosa haces, señor, aquí?.
–Quiero comprar ganados. Soy comprador de ganados, -había respondido.
Al escuchar esta respuesta, el runa, en un cerrar de ojos había desaparecido. Después, casi
al atardecer, mientras el ganadero seguía sentado, inmóvil sobre la misma piedra, el runa
había vuelto a aparecer para preguntarle:
-Señor, si es verdad que quieres ganados, yo te vendo. Tengo harto ganado... y también
tengo hijas que quieren casarse. Si quieres casarte, yo te hago casar con mi hija. Mi hija no
ordena, yo ordeno.

32¿?

34
Y el ganadero había aceptado casarse con su hija: -Bueno, vamos a que conozcas a mi hija;
como yo digo, mi hija no ordena, yo ordeno.
Así, mientras caminaban, a la mitad del cerro Ausangate se abrió la roca, como puerta; allí
habían entrado. No recuerdo si esa noche le hizo dormir con su hija o no; pero sí, que el
ganadero al día siguiente estaba como en un extraño pueblo, lleno de ganado, donde las
llamas y las alpacas cubrían como nubes los cerros.
A los pocos días, el ganadero se casó con la hija de ese runa. Pero este runa había sido el
Apu Ausangate. Por eso, para el matrimonio de su hija, el Awki Arequipa Maisisco y el Apu
Cunurana se habían llamado de cerro a cerro para ser sus padrinos.
Desde el día que el ganadero se casó, había pasado mucho tiempo hasta que un día le dijo a
su suegro:
–Papay, ya es mucho tiempo que no sé nada de mi ayllu, iré a averiguar con mi
mujer más.
Él Apu había aceptado. Así habían partido contentos, con carguita en una llama que
le dio su suegro. Seguro que la carga estaba llena de plata. Caminando como marido y
mujer, habían llegado al Cusco, como todos los caminantes, cansados y sedientos.
Entonces, el marido había dicho:
–Tomaremos chicha.
Pero la mujer no quería tomar; más bien le aceptó que le hiciera samincha33. Esto es que, de
todo alimento que se ingiere o bebe, antes de tomarlo se tiene que soplar su olor a la tierra y
a los machu Awkis, pues ellos se alimentan saboreando el olor de la samincha. Como ella
era hija de un Apu, quería que le hiciera la samincha para saborear la chicha que tomamos
nosotros. Pero este bruto no entendía esto. Más bien se puso a tomar él solo, sin hacer la
samincha a su mujer. Al cabo de un rato, dice, borracho la empezó a carajear:
–Tú, carajo, no quieres tomar la chicha que tomo yo, toma, carajo; toma, carajo.
Así, este asno le había pegado. Le había echado con chicha. Como le pegó, ella desapareció
del lado del ganadero, en un abrir y cerrar de ojos, junto con la llama y la carga. Entonces, ya
al día siguiente, cuando le pasó su borrachera y al verse sin mujer, sin llama y sin carga,
arrepentido, viajó de nuevo a sentarse sobre la misma piedra en que había estado sentado
antes de conocer a la hija del Apu Ausangate. Así dice que este asno animal estaba sentado
sobre la misma piedra, mañana y tarde, durante varios días. En lo que estaba sentado, cierto
día en el cerro se abrió una puerta, con harto ruido que hacía retumbar los cerros. Era esa
misma puerta por donde él había entrado a la entraña del Ausangate. Pero esta vez, por esa
puerta salió una mano gigante que lo atrapó como a mosca y lo metió a la entraña del
Ausangate, donde se encuentra hasta hoy día. No se sabe si lo castigaron o lo mataron.
Este cuento escuché en la cárcel, y en otra ocasión escuché también otro de mismo
Apu Ausangate. Dice el Apu Ausangate había ido hasta Lima a conversar con el Gobierno, en
su misma

33Ritual?

35
casa. Para esto el Apu se había vestido con su mejor ropa, lindo, puro oro; y como
alumbrando había entrado a la casa del Gobierno y como esta ropa no hay en ninguna parte,
hasta el Gobierno le había envidiado su ropa al Apu:
–¡Lindo, carajo!- diciendo.
Pero el Apu había ido a decirle al mismo Gobierno, que sus guardias y sus
compadres andaban matando a sus vicuñas. Si seguían matando, él se las iba a arrear al
Ausangate a todas las vicuñas y así en el mundo del Perú, no iba a haber más vicuñas.
Ya después pensé por qué ahora no hay vicuñas. Dice que han desaparecido todas. Como el
Gobierno no cumplió en decirles a los guardias "no maten a las vicuñas"... ¿O habrá dicho y
no le hicieron caso? Pero el Apu Ausangate, seguramente encolerizado, se ha arreado sus
vicuñas. Por eso no hay vicuñas ahora en el mundo del Perú.
En la cárcel, a las cinco de la tarde ya estábamos formados para pasar lista.
Inmediatamente, temprano todavía con el sol encima, ya estábamos encerrados en la celda.
Las celdas eran cuartos muy grandes, uno era para los hombres y el otro era para las
mujeres. Pero, estas mujeres presas, de día estaban en el patio junto con todos nosotros.
Ellas también hilaban, tejían, cocinaban para vender. Para todo preso en la cárcel, sea
hombre o mujer, la vida era tejer o hilar. Nadie podía estar
sin trabajar. También había carpinteros y sastres, pero eran pocos. Esos que entran a la
cárcel por ladrones como nosotros, ésos eran los que más trabajaban. Ganaban harta plata
hilando, tejiendo, de ese modo tenían plata para el abogado, para el escribano, para el papel.
La cárcel también es puro plata, si no das plata al abogado, y no compras papel, puedes
estar olvidado durante años, en la cárcel.
Como uno estaba encerrado desde temprano en la celda, galpón totalmente oscuro,
siempre había algo en qué ocuparse. La celda era un solo cuarto para todos los presos, cada
preso tenía un rincón para dormir, amontonar su cama y sus cosas. Pero como siempre te
hacen quedar preso, apenas con tu ponchito... así solo te ves en la cárcel, sin cueros y sin
frazada para dormir, y tienes que pasar frío y hambre, porque en una cárcel de pueblo, hasta
ahora no dan comida; te encierran como quien dice: "que muera, carajo, este perro". Y tú, va
adentro, tienes que ver por ti. Así no podías estar sin hacer nada en la cárcel, tenías que
hilar o tejer. Si no sabes tejer, tienes que aprender a tejer, porque aquí no hay eso de: "la
gente me va a ver haciendo oficio de mujer". Más bien salen prácticos y en sus pueblos
también siguen tejiendo, aunque sea a ocultas. Así también yo, en el tiempo que estuve en la
cárcel, salí práctico hilando. Porque en mi pueblo eso de hilar y tejer era oficio sólo de mujer.
Si a uno le veían con este oficio se burlaban:
–Pobre llamero, mujer de llamero.
Pero hilando me mantuve en la cárcel. Como no tenía ni ollas ni platos, ni nadie que
me llevase leña para cocinar, peor víveres, comía como en pensión, lo que cocinaba una
paisana del lado de Quiquijana; por una semana de pensión -almuerzo y comida- le pagaba
ochenta centavos que me ganaba hilando. Pero eso sí tenía que hilar todo el día y toda la
noche. De noche, la celda parecía un matrimonio, llena de velas y mecheros a kerosene. Así,

36
entre hilando e hilando, nos contábamos cuentos hasta altas horas de la noche. Para esto de
cuentos, Matico Quispe era especial. El era preso del pueblo de Oropesa y su mujer era de
Huaro donde él vivía. Aquí, cuando estaba de pondo tendalero, en la hacienda de un señor
Díaz, cierta noche del tendal desaparecieron tres costales de semillas de maíz. El era
inocente, pero el hacendado no creía.
Más bien lo denunció en Urcos, donde su cuñado que era juez, como ladrón de su
tendal. Por eso Matico estaba preso. Matico era especial, pues desde aquella vez de la
cárcel de Urcos, hasta ahora, nunca me he topado con otro paisano que sea tan cuentestero
como Matico. El era tan cuentestero que nunca le escuché, el tiempo que estuve en la cárcel,
narrar un cuento hasta dos veces. Todo estaba listo en su cabeza.
Así también, en eso de avisarnos cuentos todas las noches, escuché de otro preso
contar de la Pachamama. Yo no sé en qué tiempo todavía nuestro Taytacha había ordenado
para que de una sola planta, con una sola raíz, creciesen todos los frutos que come el
hombre. Así, en la cabeza de esta planta tenía que estar el trigo; en sus costados, diez o
cinco mazorcas de maíz y en la raíz, papas.
Aquí la Pachamama había hablado protestando, coléricamente:
–Yo no puedo dar tantos frutos. Más bien uno por cada planta con raíz aparte.
Desde esa vez la papa, el maíz v el trigo, son apartes con sus propias raíces. Si aquella vez
la Pachamama no hubiera protestado para dar simultáneamente tantos frutos en una sola
planta, con una sola raíz; también hoy las mujeres en cada parto hubieran alumbrado cinco o
diez hijos, entre varones y mujeres. A esto, todos decíamos en coro:
–O sea, ¡carajo, íbamos a ser más hartos que las hormigas!
Y Matico decía:
–Zonzos, si una planta iba a dar tantos frutos. ¿Por qué las mujeres no hubieran
podido parir hartos hijos?
Había también otro preso, cuentestero como Matico. El era del lado de Ccatcca, de
la Comunidad de Ccamara. Este ccamara estaba preso por el robo de una tropa de llamas,
que le había ocasionado a su compadre de matrimonio. Estos ccamaras, en la cárcel, eran
hartos y bien machos.
Algunos de ellos vivían con sus mujeres más en la cárcel; ellas cocinaban para todos sus
paisanos, que vivían juntos. De lo que nos contó este ccamara, sólo algunas cosas recuerdo.
Dice que en otros tiempos nuestro Dios era conocido por brujo y ladrón en este mundo. Estos
eran tiempos cuando nuestro Dios tenía muchos enemigos que le perseguían:
–¿Dónde está ese brujo? ¿Dónde está ese ladrón? ¿Por aquí pasó un ladrón brujo?
Y las gentes contestaban:
–Por aquí no pasó ningún brujo ni ladrón.
Así preguntando le buscaban por todas partes. En lo que andaban preguntando pueblo tras
pueblo, un día estos enemigos se habían tropezado con San Isidro Labrador, cuando estaba
sembrando trigo. Pero, rato antes, nuestro Dios había pasado por la chacra de San Isidro
Labrador, dejándole un encargo:

37
–Si preguntan por mí, di: "Sí pasó, pero hace un año, cuando recién sembraba el trigo".
Al poco rato, los perseguidores de nuestro Dios, habían preguntado:
–¿Por aquí no pasó un brujo, un ladrón?
Y San Isidro Labrador, había contestado:
–Sí pasó un brujo, pero hace un año, cuando recién sembraba este trigo. Hasta el
trigo ya está maduro.
Así el trigo que estaba sembrando San Isidro Labrador, en un solo mirar, ya estaba
para la trilla.
En otra ocasión, en tiempos atrás, cuando las vacas eran de puro color negro,
nuestro Dios, aburrido de tanta persecución que le hacían, ocultó las vacas de sus enemigos,
para ordeñar su leche. Y con esa misma leche –como agua bendita– roció a la tropa de
vacas. Y de ese modo las vacas cambiaron de color, haciéndose irreconocibles ante sus
dueños. Entonces los dueños empezaron a caminar por todas partes:
–¿Qué será de mis vacas? No hay mis vacas. Hay unas vacas como las mías, pero
su color es distinto.
A partir de entonces, los enemigos de nuestro Dios dejaron de perseguirle, porque ya
también empezaron a buscar las vacas, caminando pueblo tras pueblo.
De esta manera, eso de robarse las vacas había empezado con esta chanza que hizo
nuestro Dios.
Bueno, estos ccamaras eran bien pendejos, por eso les decían azote de los pueblos. En la
cárcel más que de nadie, había que cuidarse de ellos; se te acercaban y yo no sé cómo
estos brujos, te sacaban aunque sea una aguja o tu trapito de limpiar el moco. Pero como
nosotros también éramos paisanos, que estábamos presos por ladrones, ya éramos como
amigos. Ellos en el pueblo de Urcos eran bien conocidos y nunca les faltaba cueros de lana
para hilar. Siempre les traían, y los que no teníamos lana para hilar les ayudábamos. Pero
estos pendejos ccamaras eran también interminables contando sus pendejadas.
Así, una vez a un ccamara, en el juzgado, cuando pasaba juicio oral, el juez le había
preguntado:
–Oye fulano, sí quieres salir libre, tu obligación es decir la verdad a este tribunal.
El camara había contestado:
–No, papá, como tú sabes, todos los pobres sabemos caminar. Yo nunca he robado
esa vaca, papá. Yo pasaba montado en mi caballo por el canto de la comunidad y esa vaca
había estado comiendo en una hondonadita. Yo, por travieso, como jugando boté una de las
puntas de mi lazo y lo dejé así, arrastrándose, pero cuando llegué a mi casa, esa maldita
vaca había seguido a mi lazo, tras mi caballo. Y ese rato, con intensa alegría, dije: ¡Gracias a
nuestro Dios! Seguro esta vaquita nos está enviando él. Pensando así, papá, señor Juez, la
degollé para comerla junto con toda mi familia. Como ves, papá, papacito, señor Juez, yo no
soy ladrón. La vaca había seguido a mi lazo hasta mi casa.
Así, para este pendejo ccamara la vaca le había seguido tras él hasta su casa. Seguro que
esos

38
ccamaras han nacido con esta estrella, porque ellos creían que hasta los condenados se
escapaban de ellos cuando están en sus andanzas. Así también cierta noche avisaron que
un ccamara, durante sus andanzas nocturnas, se había cansado. Entonces, para descansar,
había entrado a una casa abandonada en la puna. En esta casa sólo había unos perros
grandes y lanudos, que, al ver al ccamara, se escaparon. Entonces, como el ccamara tenía
hambre y cansancio, se puso a buscar comida por todos los rincones.
Buscando encontró unas ollas repletas de mote y chicharrones y se puso a comer. Pero
quería más chicharrones y en lo que estaba buscando más ollas, encontró otras ollas llenas
de chicharrones, pero eran chicharrones de orejas de gente y las ollas de mote, eran dientes
humanos. Mientras el ccamara miraba las ollas que había comido, con los ojos que se le
saltaban, a lo lejos escuchó un grito de lamento como de una corneta y cuando los gritos de
lamento estaban ya cerca a la casa, el ccamara de un salto, se prendió como taparaku del
mojinete de la casa. Entre tanto, lamentándose, había entrado un hombre oliendo a azufre,
terriblemente harapiento, lleno de llagas sangrientas en los pies y en las manos. Era un
condenado. Y entre lamento y lamento, en un instante, se comió los chicharrones, haciendo
sonar el mote de dientes como tostado de habas. Ya en lo que lamía las ollas, husmeó:
–¿Qué es eso que huele a madeja de gente?
Busca, buscando se lamentaba y en cada lamento que daba, le salía por la nariz, como
viento fuerte, humo de azufre. En esto el palo del mojinete crujió con el peso del ccamara.
Entonces el ccamara tuvo que saltar, dando un grito descomunal sobre el condenado:
–¡Jukuy! ¡Jukuy! – diciendo.
Así cayó sobre la cabeza del condenado, y este penante escapó de su casa gritando:
–¡Wauuuuuu! Y haciendo caer al suelo su cucuruchu.
Una vez que se escapó el condenado, abandonando su casa, le robó todas sus cosas.
Entonces el ccamara, con su botín llegó a su casa diciéndole a su mujer:
–¡Trabajo también, carajo, estoy pasando! Así se avisaban estos ccamaras, no
tienen miedo, roban hasta la casa del condenado.
Ahora qué será de los ccamaras, seguro deben seguir en el mismo camino, porque
ellos han nacido con esa estrella. Por eso eran hasta chistosos, como un ccamara que en un
año cae a la cárcel hasta tres veces: la primera vez que lo soltaron, al mes ya estaba
robando una tropa de ovejas y para su mala suerte lo capturaron. Entonces de nuevo lo
habían despachado desde Ccatcca a la cárcel de Urcos. Después de haber estado seis
meses nuevamente en la cárcel de Urcos, había salido pagando caución. Entonces este
zamarro, el mismo día que lo soltaron de la cárcel por segunda vez, se había
ido arreando un toro que encontró en las afueras del pueblo de Urcos. Seguro que el toro era
de algún misti conocido de Urcos, porque cuando preguntaron por el toro, avisaron
fácilmente:
–Tal fulano está llevando-, diciendo.
En casos de robo, cuando la persona que busca es sólo un runa chacarero sin amigos de
confianza, qué le van a avisar, ni los parientes así que hayan visto el acto mismo del robo, no

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le avisan. Porque si los ladrones se enteraran siquiera por noticia de que el robo que hicieron
está por descubrirse o ya se descubrió por una acusación, también le roban a la persona
que anda cargada de chismes. Siendo así, quién va a querer perder sus cosas, sus ganados.
Por eso los ladrones siempre son personas para tenerles temor y cuidado.
Bueno, este ccamara había llegado a su pueblo arreando el toro; sus paisanos, contentos por
su regreso degollaron al toro y ese mismo rato lo banquetearon. Cuando ellos seguían
festejando el retorno del paisano, la noche de ese día, el dueño del toro preguntando y
siguiendo las huellas, había llegado a la casa del ccamara, cuando aún ellos seguían
tomando. Entonces el dueño del toro y sus acompañantes buscaron toda la casa, ya no
había ni un pedazo de carne, ya todo se habían repartido; sólo encontraron el cuero y una
parte de las menudencias. Así, el ccamara, al día siguiente, borracho todavía, llegó de nuevo
a la cárcel cargado del cuero y de las menudencias del toro que robó. Entonces el Juez antes
de destinarlo a la cárcel, le había tomado una declaración:
–Ni un día pasó y ya robaste, carajo. Ahora vas a saber, so matrero abigeo. Tu
condena por no escarmentar, ahora es por diez años. ¿Estás contento?-Así la había dicho el
Juez.
–Por últimamente, señor Juez, aunque sea de tu boca que sean cien años. Pero,
¿qué maldad te he hecho a ti, señor, para que tú a cada rato me mandes a la cárcel, abigeo,
diciendo? ¿Yo te he quitado a tu mujer, señor Juez, para que me odies tanto?
Así había contestado el ccamara.
Así era la vida de estos ccamaras.
Mi condena en la cárcel era por seis meses, por cómplice de robo de ganado, pero ellos me
tuvieron nueve meses. Un día martes, del mes de abril, en la tarde, me llamaron:
–Gregorio Condori: ¡Alistar cosas!
Como me llamaron a mí solo y no a mi amigo más, no pensé que era mi libertad. Pensé:
¿dónde me mandarán estos diablos? Ya en la puerta, donde habían estado todos los
carceleros, al verme se reían a carcajadas y uno de ellos me dio una patada con lo que casi
me estira al suelo:
–Fuera, gran puta indio. A las piernas de tu mujer.
"Carajo, estos cristianos me han sacado para castigarme", pensando así, caminaba despacio
asustado mientras ellos detrás mío seguían riéndose. Así avancé sin mirar hacia atrás hasta
perderme en las calles. Ya para voltear una esquina miré si alguien venía por mi detrás y
como no había nadie, recién creí que en verdad era mi libertad y me puse contento.
Allá en Urcos yo era un desconocido, nadie me conocía y para averiguar si había viajeros al
Cusco, entré a una casa donde habia una banderita colgada, indicando venta de chicha. Aquí
compré cinco centavos de chicha. Era harto, dos jarritas llenas lo que ahora serian seis
caporales, que valen treinta soles. Antes valían sólo cinco centavos. Una de estas jarras le
invité a la dueña de la chichería y la otra la tomé yo. Como aceptó mi invitación, le conté que
yo era forastero y que acababa de salir de la cárcel, que quería saber si iban viajeros al
Cusco para poder pasar en compañía de ellos la apacheta de Kumiccolcca. Esta señora me

40
dijo:
–Martes y miércoles siempre hay arrieros que salen de Marcapata al Cusco.

Así, ese mismo día, no pude viajar yo solo al Cusco, porque la apacheta de
Rumiccolcca era bien mentada: habían asaltantes que mataban a los viajeros para quitarles
su plata o su carga. Era posible pasar sólo de día, haciendo una tropa entre hartos viajeros.
Así una vez en Rumiccolcca, ya en Piñipampa unos asaltantes habían golpeado, hasta
matarla, a una mujer para quitarle su atadito y muerta la habían botado a un hueco, fuera del
camino. Al cabo de unos días, cuando las mulas de un arriero de Quincemil se cansaron en
la cuesta y sus peones arreglaban la carga de las mulas de pronto habían escuchado llorar a
una huahua. Como eran varios empezaron a buscar qué era éso que lloraba como una
huahua, toda esa apacheta está regada de casas antiguas, cuando se aproximaban más
entre el matorral al lugar de la huahuita que lloraba, ellos contentos habían pensado que
quizás era un idolito de oro del ñawpa machu, que estaba llorando. Y antes de acercarse,
todos botaron, en un solo acto, sus sombreros y como en bacenicas orinaron en su
sombreros, para que el idolito de oro no se encante. Pero cuando se aproximaron al hueco
vieron, al fondo, una mujer muerta y la huahuita que lloraba le estaba lactando a su mamá,
que ya estaba descomponiéndose.

En otra vez, a un viajero qolla, para quitarle su carga, en esta apacheta le cortaron la
cabeza, después de matarlo. Por estas razones esta apacheta era bien mentada y temida
por todo viajero.

Estos asaltos creo que han desaparecido en esta apacheta, desde la vez que pasa la
carretera, desde cuando llegó el primer carro para pasajeros.

41
IX
Cuando llegué al Cusco después de estar en la cárcel de Urcos, trabajé durante varios
meses en el Convento La Merced, abriendo puertas y ventanas a unos cuartos que daban a
la calle y que ahora son tiendas en la avenida Sol. Trabajando aquí, en el descanso de las
doce iba a almorzar al mercado de Cascaparo. En ese tiempo era soltero, pero ya con ganas
de tener una mujer que me cocine. Yendo todos los días a almorzar a este mercado conocí a
mi primera mujer, Rosa Puma. Ella era chupi qhatu, natural del ayllu de Sullumayu, que está
en las alturas de Urpay, junto a Urcos. Era muy conocida en este mercado. Ella antes de mí,
ya había tenido marido, pero la había abandonado.
Como sabía cocinar y me atendía bien y ella estaba sin marido, la enamoré. Ella me aceptó y
desde ese día dormí con ella en mi casa y en lo que venía a dormir o yo iba a su casa,
también para dormir, una noche ella se vino a mi casa cargando su cama y sus ollas. Así
empezamos a vivir haciendo un solo cuerpo, en mi cuarto, donde apenas entramos yo y sus
ollas. Desde ese día pasaron dos meses.
Entonces empezó la cosecha de papas en el ayllu de ella. De Sullumayu empezamos a
trasladar, en hartas llamas, la cosecha de papas a Urpay. En todos estos viajes ella me
acompañaba y seguro que ella no estaba acostumbrada a caminar varias veces al día, de la
quebrada a la puna. Y en uno de los viajes le dio mal viento, pues no podía caminar, estaba
como paralizada. Y así, apenas llegué cargado de ella tras las llamas, hasta Huaro. Aquí los
curanderos qué no hicieron para curarla. Fui a Urcos para comprarle medicamentos, hice de
todo para que la curen; pero así habrá sido la suerte, no podía. A los tres días amaneció sin
poder hablar y a nadie ya reconocía. La noche de ese día, su mal era peor, tenía fiebre y
sudor frío y ya para el amanecer del cuarto día, sudando sudor frío, se estiró y allí murió.
Para los gastos del entierro vendí las papas que estábamos juntando como nuestro pago, y
la enterramos en el panteón de la capilla del Señor de Kaninkunka.
Ella había salido de su comunidad, traída por la dueña de la hacienda, cuando recién
era chiquita, para su muchachita de cocina. Por eso ella sabía cocinar y cuando su primer
marido la abandonó, se salió de esa casa y se dedicó al negocio de comidas.
Después de esa mala suerte en Huaro me vine de nuevo al Cusco, junto con un
familiar de ella, quien se llevó todas sus cosas: su cama, sus ollas. A los pocos días empecé
a trabajar en la calle Saphi, reparando una pared que estaba por caerse. En esta casa había
una picantería y la dueña, cuando terminé el trabajo me propuso:
–Si tú vives aquí, en Cusco, te puedo dar un cuartito, no pagarás arrendamiento,
sólo molerás jora de maíz para la chicha.
Como no iba a pagar arrendamiento y de nuevo estaba yo solo, acepté quedarme. Por el
pago del cuarto, que era un perfecto hueco de ratón donde yo apenas podía entrar, molía
todas las mañanas una arroba de jora de maíz: para sábados y domingos, dos arrobas.
Claro, chicha me invitaban todos los días pero era mucho moler los pulmones todos los días
por un hueco de ratón.
Así, siempre todas las mañanas, después de moler la jora, tenía que irme a mi trabajo; a las

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doce, en el descanso, a veces te invitaban almuerzo en el mismo trabajo. Porque en aquel
tiempo, si trabajabas de peón en la reparación o construcción de casas, a veces te invitaban
comida, y otra veces nada; cuando no había almuerzo, iba al mercado de Cascaparo. A este
mercadito ahora llaman comedor de agachados. Yendo todos los días, conocí a una
pampamarquina, que fue mi segunda mujer. También ella era chupi qhatu, 34 se llamaba
Josefa Tuna Quispe. Ella, cuando la conocí ya tenía dos hijitas: su marido era de Abancay; la
había abandonado para irse a otro pueblo con otra mujer. Para vivir con mi mujer Josefa, que
era muy buena, conseguimos un cuarto en la calle Belén, por tres soles de alquiler al mes.
Pero después de tres años nos trasladamos a la calle Matará, a la casa de un señor
Quintanilla, donde viví como portero de una casa grande, con dos patios. Aquí vivimos
durante muchos años haciendo de todo, trabajando de peón, cargando, hasta haciendo
negocio de comidas para poder mantenernos con ella y sus hijas. Con esta mi mujer Josefa,
vivimos haciendo de nuestras vidas un solo atado de pecados para darnos de comer: yo sé
que ahora esas sus hijas me reconocen en la calle, pero ellas se hacen como si yo nunca
hubiera existido para ellas. Esto da asco, que tengan vergüenza de su padrastro, ahora que
son mesticitas y que no digan este mi padrastro, nos dio un día algo de comer. Por eso hasta
pienso que estas mis entenadas no se acuerdan de mí ni al cagar.
Con Josefa, quizá después de cinco o seis años, nos vinimos de la casa de la calle
Matará, porque el dueño Quintanilla, cuando se volvió más viejito, quería que esté en su casa
sin moverme. Cuando le decía:
-Tengo que ir a trabajar.
-No se puede, para eso eres portero,- me respondía.
Yo aquí era portero por el alquiler del cuarto que ocupábamos, pero no había pago.
Por esta razón nos salimos y fuimos a vivir al Puente Rosario donde el dueño de una chacra
nos dio, en un rincón, una laderita donde hice mi casa. Era como la choza de un estanciero,
pero con paredes de adobe, techo de pedazos de lata, plancha de cilindro y con palos de
pino. Todo este material de construcción lo tenía reunido de toda construcción a donde iba a
trabajar; cuando esta chocita estaba concluida, nació mi hijo único Tomasito Condori. Cuando
mi Tomasito ya tenía tres años, le dio una fuerte diarrea, que no pudimos hacer sanar con
nada y por consejo de una vecina lo llevé al hospital Lorena. Allí un doctor lo hizo quedar en
la sala de niños, cama número veintiuno. A los tres días ya estaba casi sano de la diarrea,
pero en cambio aquí en el hospital, le dio fuerte tos convulsiva que cada vez que tosía, le
hacía desmayar. Así, cuando ya estaba sin diarrea, un día le pusieron una inyección en su
nalguita, seguro que esta inyección no se esparció por todo su cuerpo, y se hinchó ese lugar
donde le pusieron la inyección. A los pocos días empezó a salir abundante pus, como de una
bolsa. Esta herida de la inyección se hizo una llaga grande que empezó a hincharse
expandiéndose la hinchazón por todo su cuerpito. Con esta hinchazón murió mi Tomasito
Condori, en el hospital Lorena. Si él hubiera vivido, éste sería el rato en que hubiera estado

34Vendedora de comida.

43
joven y seguro yo no estaría así, porque mi hijo siempre me hubiera dicho:
–No papá, si ya no puedes con la carga, aquí está tu hijo, con este brazo.
Aún cuando hubiera sido traguero, como todo hijo para con su padre, me hubiera
preguntado:
–¿Te falta para tu pan, para tu chicha, para tu trago? Toma, papá, yo estoy trabajando.
Pero desde que se murió Tomasito, no hay nadie que diga esto. Por eso cada vez que
recuerdo a mi hijo me dan ganas de llorar, porque Tomasito era roba corazón.
Mi Tomasito Condori no está en el limbo, porque él es bautizado y se le ha dado
sepultura de cristiano, en cajón. Por eso él debe estar en el jardín del Taytacha, como
guardián y jardinero; las flores del cantu 35 allá se convierten en cántaros donde llevan agua
para regar las flores del jardín. Y no creo que esté callado, al ver arrastrándose con la carga
a su padre. El, que es un angelito guardián del jardín del Taytacha, seguro que siempre pide
a Dios por mí.
El limbo está en el ukhu pacha, es noche oscura, totalmente negra. Aquí van las
almas de las huahuas que han muerto sin bautizarse. Estas almitas, dentro de esta oscuridad
total, están gateando para arriba y para abajo, leguas íntegras, buscando el huato del badajo
de la campana. Cuando en esta búsqueda, una huahua o un grupo de huahuas dan con el
huato, hacen sonar la campana: bunnn.
Cuando suena esta campana, entra un rayo de luz en dirección de las huahuas, con lo que
les crece alas y por este rayo de luz salen como por un camino, convertidas en palomas. Así
se salvan estas almitas del limbo, como palomas, para irse de jardineros al hanaq pacha36
El único hijo que nació de mi sangre es Tomasito Condori. Esto no es voluntad de
mí, esto es voluntad de nuestro Dios, porque hay cosas que no son de nuestra voluntad. Así
él no quiso darme más frutos, pero si él quiere darnos frutos, uno puede tener cuantos sean,
hasta veinte hijos.
Cuando empecé a vivir con Josefa, ella era todavía una mujer de piernas duras, que
podia parir hijos, después de Tomasito, descansa, descansando la subía hasta cinco a seis
veces, pero mi sangre ya no fermentaba en sus entrañas. Por eso andaba preguntando a mis
amigos qué era bueno para tener hijos. A esto unos me decían: toma cerveza hasta
emborracharte y anda a subir a tu mujer, pero otros amigos, cuando les preguntaba, se reían
y se burlaban. Me decían uspha aransach'a; pues así dicen a los que no tienen hijos. Este
árbol aransach'a, es árbol pequeño, puro palo, sin hojas y sin ramas, que crece sólo en los
roquedales de las cuestas o barrancos. En otra ocasión, después de conversar con un amigo
que tampoco tenía hijos, comencé a pensar que a los cinco o cuatro meses que empecé a
vivir con Josefa, me enfermé hasta estar tirado en la cama con inflamación a los ríñones,
orinando sangre con bastante dolor y estaba sin poder dormir noche tras noche. Para curame
de esto, le habían aconsejado a mi mujer, sus amistades del mercado, que por lo menos
durante un mes tomara mate de hierba alonso, rábanos, cerraja, llanp'u qhana, llantén,

35Flor nacional de Perú y Bolivia (cantuta).


36Paraiso

44
lengua de buey, haciéndolos hervir. Mi mujer juntó estas raíces y queriendo sanar bien, tomé
no sólo un mes, sino durante dos meses con lo que sané de este mal. Pero seguro va
también el zumo de estas hierbas atravesando mis huesos llegó hasta mi médula espinal,
quemándola. Así mi sangre está negada para tener hijos.
Esta mi mujer Josefa siempre se enfermaba, va con dolor de cabeza, va con dolor de
estómago, de espalda. Y como ella era del pueblo de Pampamarca, donde tenía sus
familiares, faltando una semana para el día de la feria del Señor de Pampamarca, le dije:
–Mira Josefa, yo estoy trabajando en la reparación de esa casa; si dejo mi trabajo
para ir contigo al Taytacha, a mi vuelta ya no me recibirían y de nuevo estaría sin trabajo.
Anda tú al Taycha y pide por todos nosotros.
Diciendo así, para que llegue a su pueblo decentemente, le di cien soles para sus
gastos y para que mandara celebrar una misa en salud de ella. Pero ella, al llegar a
Pampamarca, al lado del Taytacha, seguro se antojó en la feria de las comidas y ropas y se
olvidó de la misa. Llegó al Cusco con ropa nueva, a los cuatro días de la octava del Señor de
Pampamarca. Como estando a su lado, en su día se olvidó del Señor de Pampamarca, a las
pocas semanas se enfermó gravemente. Esto era castigo del Señor de Pampamarca para
ella.
Este Señor es bien milagroso; tiene su historia y no es todo común como nosotros.
Desde ese día su enfermedad aumentaba hasta amontonarla en un rincón. Como esta mi
señora era pampamarquina y este Señor milagroso está en su pueblo, la castigo por haberse
olvidado de él.
Este señor de Pampamarca es milagroso, por eso vienen de todas partes en busca
de él. Pero este Taytacha no es pampamarquino, él es del pueblo de Curahuasi, de donde se
había venido al lado de Pampamarca. Cansado de tanto caminar, este Taytacha había
acampado bajo un arbusto de llaulli, en la quebrada de Chhallakacha. Y una mujercita
pampamarquina, muy pobre, que recogía yuyo, le había saludado:
–Buenos días, papay. Ah papay, estás cansado.
–Sí, hija.
–Pero, papay, te habías cansado mucho, estás sudando sangre.
–Sí, hija, estoy cansado y me estoy sombreando.
Esta mujercita andrajosa, como en un cuento, en dos pasos, ya estaba en Pampamarca con
lanoticia.
–Allá en Chhallakacha hay un wiraqocha con ojotas de plata, cansado, sudando
sangre bajo un arbusto de llaulli.
Y las gentes del pueblo habían empezado a murmurar:
–Sudando sangre, sudando sangre; no puede ser misti común, para sudar sangre.
Vamos a traerlo.
Y se echó todo el pueblo tras la mujercita andrajosa, mientras otros habían pasado
papel alcura de Pampamarca, que estaba en Surimana; también el cura, al recibir la noticia,
se vino, jalado de azotes, tras sus sacristanes cargando la Cruz Alta. Bueno, lo habían

45
encontrado y zaumeando con incienso entre cantos y oraciones lo habían traído a
Pampamarca. Pero aquí no había querido vivir, se había regresado al mismo lugar donde lo
encontraron. Ya después de unos días, se habían dado cuenta:
–No hay ese wiraqocha, se ha desaparecido.
Y de nuevo el pueblo fue en su busca, hasta el mismo lugar donde lo encontraron la primera
vez. Al encontrarle nuevamente le volvieron a traer todo bonito, zaumeándole siempre con
incienso, hasta Pampamarca. De Pampamarca a Chhallakacha es más de una legua. Ya
cuando Todo el pueblo estaba tranquilo, volvió a desaparecer este wiraqocha. Entonces las
autoridades y todo el pueblo de Pampamarca fueron con azotes y banderas peruanas al
compás de pitos y tambores. A la cabeza fue el cura y cargó descalzo la Cruz Alta en acto de
penitencia. Volvieron a encontrarlo siempre bajo ese arbusto de llaulli y como era ya dos
veces su majadería de no quererse quedar en el pueblo de Pampamarca, todo el pueblo,
junto con el cura, le había rogado para que nunca más se volviera a ir y que se quedara
como en su pueblo, en Pampamarca. Entonces el cura, zaumeándole con incienso, cantando
oraciones, se había lavado sus pies para cargarle descalzo de Chhallakacha hasta
Pampamarca. Desde esta vez, este wiraqocha se ha quedado y es el Señor de
Pampamarca.
Por eso dicen que desde que se quedó él en Pampamarca, nunca permite que surja
ningúnmozo con dinero y poder. El es el único señor de este pueblo. Ahora mismo sus
autoridades: Juez, Gobernador, Alcalde, que son los principales del pueblo, son mocitos
tristes. El no consiente porque él es alta vara de justicia, justo Señor Juez, por eso no
permite a los mocitos ricos, sólo a los mozos tristes. Y como no admite a éstos, ellos no
pueden vivir en este pueblo, siempre se van.
Este Señor de Pampamarca también tiene sus hermanos, que son cinco. Uno de
ellos es el Señor de Pampak'uchu; él también había caminado por Acomayo, por el lado de
Pillpinto, hasta el pueblo de Cochirihuay y llegando ya a este pueblo, cansado, en una cuesta
se había cobijado bajo un arbolito para sombrearse. Este arbolito era el aransach'a. Ya
cuando estaba por sentarse a su sombra, el aransach'a se escapó lejos, y lleno de ira el
Señor de Pampak'uchu le había negado:
–¡Carajo! Tú todavía, aransach'a, te has burlado de mí; desde ahora serás negado.
Y continuó andando. El aransach'a ahora es arbusto, puro palo, con diminutas hojas pegadas
al tronco, que crece en las cuestas desiertas, llenas de piedras. Pero antes de ser negado, el
aransach'a era árbol frondoso, con ramajes como de sauce que cobijaba a su sombra a los
caminantes cansados en las cuestas secas de los valles a las punas. El señor de
Pampak'uchu no descansó en esta cuesta y arrastrando su cansancio llegó apenas, sediento
de agua, a la loma junto a un manante, aquí tomó agua de puna y le dio costado, porque
seguramente el agua era fría para él. Como le dio costado, escupió sangre; hasta hoy día,
con lo que escupió, esa loma está teñida con su sangre. Esto había pasado con el señor de
Pampak'uchu, aunque su verdadero nombre es Jacinto Roque. Así, botando sangre por la
boca, apenas había llegado hasta el lugar donde ocurrió su milagro. Yo no sé cómo lo

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encontraron, pero seguro fueron los hombres de Cochirihuay; tampoco sé de dónde haya
venido el cura para darle misa; de Nayhua, de Cocha, de Paruro, no sé; pero cuando se
enteraron del milagro, de todas partes vinieron los bailarines, como llegan hasta hoy el
canchi, el cachampa, el aucachileno el molino tusoq. Estos bailarines vienen de todas partes:
de Sicuani, Tinta, Ocongate, hasta veinte o quince conjuntos sólo de un tipo de danza. Aquí
bailando, y jugando, como si fuera cierto, cultivan papas, maíz, hasta con yuntas de ganados,
amarrados con la bandera peruana, y las mujeres, tras la yunta, cantando, ponen la semilla,
también con la bandera peruana amarrada a la espalda. Así también trillan la era y cuando ya
está terminada, dejan como cuidantes a cinco o seis chanacos37 juguetones que incendian la
era jugando, mientras los bailarines, al ver la era en llamas, correa a apagar:
–¡Carajo!, ahora van a ver, hijos del Diablo.

37Niños pequeños menores.

47
Diciendo esto, azotan a los chanacos, esto era chistoso. La gente miraba en medio
de grandes carcajadas. Este señor Jacinto Roque, está en una capilla, en el mismo lugar
donde paso el milagro, con la boca ensangrentada, sudando sangre, sus ojos son fieros,
como balas persiguiendo a uno, él está cargado de una pesada cruz, de eso el cura
sermoneaba:
–Miren bien, hijos, pobre Nuestro Señor, nunca descansa. Nuestros pecados son
sufrimientos para el. Cuanto mas pecados hay en el mundo, su carga le pesa más. Pobre
Nuestro Señor.
Así le compadecía el cura de su carga; ahora, dicen, el Señor San Roque, se ha ido lejos,
pero yo no sé a dónde. A lo mejor no le han atendido bien en este pueblo por eso se ha ido.
El otro hermano del Señor de Pampamarca es el Señor de Huanca. Su milagro
sucedió en las alturas de la Comunidad de Huacoto que está muy cerca al Machu
Pachatusan. Junto a Huacoto está el abra de Atas donde hay una pampa; dicen que era el
lugar donde los chiquitos de Huacoto llevaban a pastear sus ganados, ovejas, llamas. En
esta pampa, un día había aparecido un niño misticito llevando panes, quien se hizo muy
amigo de estos pastorcitos. Así empezaron a jugar y ya no cuidaban el ganado; se pasaban
los días íntegros jugando; tampoco el ganado se perdía, ni era devorado por los zorros, ni
por los pumas. Más bien el ganado empezó a engordar y a reproducirse.
Los pastorcitos no comían su fiambre; lo regresaban sin haberlo tocado.
–¿Qué no más comen? ¿No les da hambre? Así les preguntaban sus padres a los
pastorcitos.
-No papá, un misticha nos trae rico pan. Eso comemos; por eso ya no probamos
nuestro fiambre.
Entonces los padres de los pastorcitos se preguntaban: -¿Quién puede ser ese misticha?
Un día, uno de los padres, fue a catear a ese misticha que jugaba con sus hijos y no vio a
nadie más que a sus hijos que jugaban descuidando los ganados.
Antes, este niño vivía en la misma apacheta de Atas, pero aquí hacía mucho frío y el viento
soplaba fuerte, silbando. Esto no le gustaba al niño, que entonces ya era joven. De esta
apacheta bajó a vivir a un lugar llamado Huanca Huanca. Entonces este niño, ya joven, hizo
un viaje. En este viaje encontró en el camino a un hombre enfermo de bubónica, de quien
todo su cuerpo era una sola llaga hedionda, supurando pus, y el Taytacha, días después, fue
a curarle hasta su casa. Este enfermo era Pedro Arias, un macuquero rico y con dos mujeres,
aunque ellas ya no le atendían como a ser humano, le alcanzaban la comida de lejos,
escapándose luego como de un perro rabioso, asustadas.
Yendo a su casa el Señor le había dicho:
–¿Qué te pasa, Pedro?
–Así, papay, ningún curandero puede ya con mi mal, ¿qué mal puede ser, papá?
–A ver, yo te curaré, hijo.
Y sacó una botella de agua con la que le bañó, y su llaga empezó a secar como secan las
heridas de viruela, todo limpio. Así le había purificado el agua del Señor de Huanca.

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Entonces Pedro Arias, contento y agradecido, le preguntó al Señor:
–Y ¿dónde vives papá, para que te visite?
–Si quieres visitarme, ven tú solo a Pumac-Huancananpata, en Huanca Huanca.
Como era macuquero, Pedro Arias tenía mucha plata y un día partió despidiéndose de sus
mujeres, montado en una mula y cargando harta plata en otra mula; así empezó a andar,
preguntando pueblo tras pueblo:
–¿Dónde es Huanca-Huanca?
Anduvo por todos los rincones de valles y punas, preguntando a todo caminante por Huanca-
Huanca, Pumac-Huacananpata; pero ninguno de los miles a quienes había preguntado daba
razón.
Cansado y rendido, ya sin fiambre y sin plata, volteó de los valles al Cusco.
–¿Dónde puede vivir?- diciéndose.
Ya en el Cusco Pedro Arias se había alojado en un tambo en San Blas, y en una chichería de
ese barrio se había encontrado con un comunero del lado de Huanca-Huanca, a quien le
había preguntado:
–¿De dónde eres, amigo?
–Soy de Huanca-Huanca.
–¿Y en Huanca-Huanca, está Pumac-Huancananpata?
–Sí,- había respondido.
–¿Y podrías llevarme a tu pueblo?
–Bueno, señor.
Y contento le había llenado de caporales de chicha. Al siguiente día, se hizo llevar con el
comunero por el camino de San Salvador, y dejando sus mulas en este pueblo, había ido a
pie, hasta Pumac-Huacananpata. Bueno, aquí el Señor vivía entre matorrales de tumbos; y
acercándose le había dicho:
–¡Ah, papay, dónde no te he buscado! Aquí habías vivido. –Pero, hijo, si te dije que
vivía en Huanca-Huanca. -De eso nadie, en ningún lugar donde he estado, me ha dado
razón.
Y Pedro Arias, al ver que el Señor sudaba sangre, le preguntó: –¿Aquí no más vas a estar,
papá?
–Sí., le había respondido.
Así, impresionado y asustado, Pedro Arias se vino a San Salvador a avisarle al cura.
Entonces el cura y sus sacristanes fueron al sitio ése, llevando una Cruz Alta. Pedro Arias
había sido el primero en llegar al lugar donde se vieron, pero el Señor ya no estaba en el
lugar donde se vio con Pedro Arias; se había ocultado; pero buscando, Pedro Arias le había
encontrado:
–Papay, ya no te ocultes, te estamos buscando.
Al ver al cura y a tanta gente, el Señor se escapó, pero la gente empezó a perseguirle. Y ya
cuando faltaba sólo un pelito para que lo chaparan, fatigado, se estiró de espaldas sobre una

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inmensa roca, donde, temblando, se pegó. Y en la roca sólo quedó el retrato de su cuerpo.
Bueno, como pasó este milagro, rezando, le dieron misa, y Pedro Arias le hizo una casita que
ahora la han tapado con un convento grande. Para conjurar la capillita que le hizo Pedro
Arias, vino un padre capellán, desde el lado de los chilenos y desde esa vez también este
capellán se ha quedado en Huanca Huanca, hasta ahora.
Ya cuando pasó su milagro, un día el Señor se le había aparecido a Pedro Arias, llamándole:
–Pedro, Pedro, don Pedro, bueno hijo, desde ahora sólo vas a vivir la vida con una
de tus mujeres, con la casada, si no es así, te voy a degollar.
–Bueno papay, no te voy a olvidar.
Así había contestado. Y contento, había llegado a su pueblo, Pedro Arias; pero su mujer con
la que era casado, se hizo la desentendida, incluso la que no le conocía; mientras su otra
mujer, hasta llorando de alegría, le recibió con harta chicha y comida. Así Pedro Arias seguía
conviviendo con ambas mujeres. Pero, después de un tiempo, nuestro Señor lo mató con
fiebre, por haber olvidado su encargo.
Esta es la vida del Señor de Huanca. Por él la gente viene de todas partes, como
hormigas. Ya para rezarle, ya para vender o comprar o para purificarse con su agua. Cuando
fui esa vez, de chico, con negocio de ollas, la gente caminaba a pie para ir al Señor y
regresaban como en un desfile, todos jalando cántaros o botellas, con agua del Señor. Este
Señor de Huanca no quiere a los bailarines, "me fastidian", dice; tampoco quiere que tomen
trago o chicha, al lado del Señor toman leche, leche para la sed, diciendo. No le dicen trago
al trago que toman.
Bueno, su otro hermano es Qoyllurit'i, pero no sé nada de su milagro. Dicen que es
milagroso, pero para qué voy a decir que sé. De su otro hermano también dicen que es
milagroso y está en Acllamayu, tampoco sé dónde será eso.
Con mi segunda mujer, Josefa, viví nueve años; ella murió en el hospital Lorena, en la sala
cuatro, con pulmón resfrío, eso que llaman tisis. Estaba muy mal. Día a día decaía va sin
fuerzas; al último, de lo que estaba amarilla, cambió de color, era medio amarilla y medio
negra. Su cuerpo estaba ya vacío, sin carne, puro hueso. Así, muchas veces, la cargué al
hospital para que la curaran los doctores. Pero éstos cada vez sólo le miraban su boca, sus
ojos y me daban unas pastillitas, diciéndome:
–Traer a la otra semana.
En lo que le cargaba semana tras semana al hospital, su pulmón se iba enfriando. Al último
ya me dijeron: para mañana hay cama. Esto era verdad, cuando al día siguiente la llevé, la
internaron, pero ya estaba mal. Yo creo que no la curaban, porque todos los días iba al
hospital y esas señoritas vestidas de blanco, no me dejaban visitarla. En el hospital, ella ha
estado sólo dos semanas, y durante ese tiempo apenas me dejaron ver a mi mujer sólo tres
veces. Pero aún así iba todos los días; cuando preguntaba a esas señoritas, me decían:
–"Está bien, está bien".
Así, mientras me decían: "está bien, está bien", al ir una mañana, como de costumbre, una

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señorita de blanco me dijo en mi idioma:
–Gregorio, tu mujer ha muerto. Tienes que llevártela.
Entonces recién me dejaron ver a mi mujer; esa misma señorita me llevó donde estaba ella.
Abrió un cuartito y desde la puerta vi cuatro almas tiradas en el suelo, tapadas con frazadas,
y la misma señorita me dijo:
–Aquélla es.
Destapé la frazada y era ella. En verdad mi mujer estaba muerta, con los ojos como
mirándome. Aquí es donde mi corazón se puso amargo y como sonámbulo, desesperado, la
sacudí agarrándola de sus cabellos:
–Oye Josefa, oye Josefa, – diciendo.
Pero estaba muerta, desnudita, la ropa de enferma que le dieron ya le habían quitado.
Si no hubiera llevado a mi mujer al hospital, creo que no hubiera muerto. Porque ya después
me enteré que se podía curar fácilmente el pulmón-resfrío, haciéndole tomar
qonchu caliente con trago y huevo batido. Porque con la tos de este resfrío nuestro pulmón
se llena de huecos y este medicamento tapa los huecos como barro. Así, ella no hubiera
muerto, hasta ahora me hubiera estado acompañando.
Mi pobre alma, en la morgue, estaba botada en el suelo. Unos me decían: llévatela, y
otros me decían: para sacar tu alma primero haz esto, haz aquello. En eso intervino un
panteonero, diciendo:
–Es alma pobre, que la boten a la fosa común.
Mi corazón que estaba amargo de dolor, se volteó, hirviendo, al odio. Parecía que de mis
ojos salían llamas de fuego que lo iban a matar a ese panteonero. ¿Cómo, a ver, la iban a
botar a la fosa común a mi pobre alma, si yo estaba a su lado y podía darle sepultura de
cristiano, en cajón? Y a esa señorita de blanco, le dije:
–No, mamitay, a mi mujer como a cristiana le voy a dar sepultura en cajón.
Pero no tenía plata que alcanzara al precio de un cajón, que costaba trescientos cuarenta
soles. Y, derecho, sin pensar, me fui a la casa de un paisano que era del lado de Sicuani a
prestarme plata. Que Nuestro Señor Dios se lo pague a este buen cristiano. No me negó.
Me prestó doscientos sesenta soles; era todo lo que tenía y con lo que prendé mi poncho y el
mantón de ella, alcanzó para los gastos del entierro. Así para que no la botaran a la fosa
común a mi pobre mujer, regresé rápido al hospital. Pero cuando estaba llegando a la puerta,
cargando el cajón, esos porteros estaban cerrando y ya no me dejaron entrar. Cuando estaba
parado con el cajón en la puerta, seguro después de terminar de almorzar, abrieron la puerta.
Cuando entré, mi mujer ya no estaba botada en ese cuartito. La habían llevado a otro cuarto,
donde estaba sobre un povo de adobe, envuelta con un trapo blanco. Como estaba yo solo,
no me animé a cambiarla con la ropita que le llevé. Ahí llegaron los parientes de mi mujer que
esa vez estaban aquí, en Cusco; mi compadre y un amigo. Ya con ellos, tomando el trago
que habían traído, nos alistamos para cambiarle su ropa. Cuando la desenvolvimos de ese
trapo blanco, vi que mi pobre mujer estaba, cuartoneada como carne de oveja. Cortando le
habían descalabrado, su pecho y su barriga también le habían cortado. Desde ese rato

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mi fuerza se murió, no podía va ni hablar. Pero ¿para qué ya la cortaron así, si ella estaba
muerta?
Así la tarde de ese mismo día, la enterramos en compañía de seis paisanos.

52
X
Ya eran cuatro meses que vivía solo en Puente Rosario, pues desde que murió mi mujer
Josefa, yo solo andaba trabajando y cocinándome. Ya para que me vendieran sut'uchi para
los cuyes, iba a la chichería "Chuspi Cárcel" de Mercedes Cusi, en Puente Rosario, como a
tomar chicha. En esta chichería, tomando chicha conocí a mi mujer actual: Asunta. Ella
estaba empleada de cocinera; como yo estaba sin mujer y ella servía muy bien, empecé a
buscar su amistad invitándole chicha; ella aceptó y a veces ya nos bromeábamos, hasta que
un día ella salió de su trabajo, como quien va de visita a su mamá, pero yo la llevé a otra
chichería donde tomamos chicha con cerveza, hasta estar muy borrachos y así, borrachos,
nos fuimos a mi casa a dormir.
Desde ese día que Asunta pisó mi casa, estamos viviendo juntos hasta ahora. Ella, aquella
vez, ya era separada, con una hijita que estaba a su lado.

Pero en Puente Rosario ya no podíamos vivir. Desde que amanecía hasta que anochecía,
todo era pelear, insultarse y estar en queja en el puesto de los guardias. Teníamos un vecino
que trabajaba de soldado técnico en el ejército. Su mujer era una huayllabambina, totalmente
endiablada. Desde el día que vino como mujer del soldado, rompió la tranquilidad que había
con nuestro vecino. Ella se nos prendió como enemiga y nos insultaba todos los días. Mi
mujer no se aguantaba y le contestaba también. Así se insultaban hasta que ya no podían ni
hablar. Entonces ya también, cuando no podían ni hablar, peleaban hasta ensangrentarse, o
estar con la cara amoratada. Por este motivo muchas veces hemos estado en quejas, pero ni
con las quejas terminaban las peleas, porque después de haber pasado la demanda en el
puesto, ni bien llegábamos a nuestras casas, ya empezaban de Nuevo los insultos y la pelea.
Entonces, al día siguiente, con la cabeza rajada y la cara ensangrentada de nuevo
estábamos pasando la justicia en el puesto policial. A raíz de estos colerones, mi mujer, una
vez, se enfermó, y como de caballo envenenado su lengua se puso toda morada y se hinchó
llenando su boca. Cuando pregunté qué mal era, me dijeron "colerina". Entonces yo razoné y
me dije:
–Bueno, carajo, antes que también se me muera ésta, mejor la hago escapar de las
cóleras.
Así me vine aquí, a Coripata. Primero viví donde ahora es el chalet de los militares. Antes era
un canchón grande, de la señora Baca Rivero. En este canchón había un chiquero, y la
casita de este chiquero la arreglé poniéndole como techo unas latas que siempre he tenido.
No pagaba ni un centavo de alquiler, pero los domingos siempre tenía que trabajar en algo,
bajo la orden de la dueña del ranchón. Cuando estaba viviendo aquí, sin que ningún vecino
me jodiera, un domingo vino mi compadre Leocadio Mamani. El hizo bautizar a mi Tomasito;
esa vez vino a visitarme, y me ayudó a arreglar la casita, diciéndome:
–Ah. compadre, la agrandaremos, ahora habías estado viviendo en un chiquero.
Así. bajando las latas, agrandamos la casa. Al terminarla, me puse a tomar con mi compadre,
hasta emborracharnos, hasta el día siguiente. Ese domingo no fui a trabajar donde la dueña

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del canchón, eso fue la causa para que la dueña se enojara y me dijera:
–Desocupa mi canchón.
En ese canchón, creo que viví cinco o seis meses. Entonces me trasladé a Dolorespata, mi
mujer siempre seguía mal de su colerón, queriendo morir. Por eso mi compadre, un día me
dijo:
–Gregorio, como no hay suerte y toda mujer muere a tu lado, cásate, así tu suerte va
a cambiar. Y yo dije:
–Cuánto gasto sería, compadre. Este hombre de buen corazón me dijo:
–Te ayudaremos, compadre. Si no quieres matar a esta mujer, cásate.
–Bueno, compadre, gracias. Pero, tú serás, entonces, mi padrino.
Para qué decir, este mi compadre que ahora es alma, ha cumplido conmigo. Que Nuestro
Señor siempre le ayude, aunque ahora ya se habrá salvado. El me dijo, entonces:
–Carajo, Gregorio, no seremos cojudos, no estamos en hawallaqta, para que tu
compadre de matrimonio también sea otro runa como tú. Estamos en hatun llaqta, de misti
puro; cómo no vamos a poder conseguir a un misti para que alguna vez hable por ti.

Pero en esos momentos, yo no sabía a qué misti ir.

Bueno, yo no tenía mucha amistad con los mistis. Pero mi mujer, en la chichería "Chuspi
Cárcel" conocía a mucha gente que iba a tomar chicha. Y con uno de esos mistis había
armado amistad. Este señor que fue mi compadre, se llamaba José Díaz. El era brequero del
tren Santa Ana y su señora, mi comadre, también era mestiza. Ella atendía su tienda en la
calle Avenida. Conversando con mi mujer más, empezamos a alistarnos para ir a hablarles.
Aquí en el Cusco o en hawallaqta, conseguir un compadre misti es siempre gasto, no es
como un paisano:
–Quiero que seas mi compadre, tomaremos esta t'inka, compadre.
Y listo, el compadre está armado.
Para pedirle a ese señor José Díaz, que sea nuestro compadre de matrimonio,
fuimos acompañados de mi compadre Leocadio, cargando un atado de choclos, un cuarton
de carne de cordero, una docena de cerveza y jalando dos jarras llenas de leche. Todo esto
es gasto. Los choclos, la carne y la leche, los trajo mi mujer desde San Jerónimo, que es su
tierra, donde fue arrojada a esta vida.
Gracias a nuestro Señor, este mi compadre no fue como otros mistis que se hacen
de rogar. El nos aceptó y ya cuando estábamos comadre dijo: medio tomaditos, fijamos la
fecha. Era el mes de marzo; entonces, mi
–Que sea un sábado de gloría, casarse los sábados, es casarse con la suerte.
Nosotros dijimos:
–Bueno, mamitay.
Nuestro matrimonio iba a ser en la primera semana de abril, pero no fue así. Se retrasó tres
meses, mientras nos preparábamos en el rezo. No sabíamos rezar yo ni ella; y como cuando

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uno se casa hay confesión y comunión, había que alistarse; el cura hace rezar si es que uno
es runa; cuando uno no puede el rezo le hace regresar del confesionario: "hereje" diciendo.
Esto era pasar vergüenza. Los rezos, el padre nuestro y el credo, no podían entrar a la
cabeza de mi mujer. Pero para San Juan, ya estábamos diestros en el rezo y recién nos
casamos, el mismo día de San Juan.
Para el matrimonio, un día antes de la misa, nos bañamos los dos. La noche de ese
mismo día fuimos a la iglesia de San Pedro, a confesarnos. Y como yo estaba pensando, el
cura, cuando nos acercamos, preguntó si sabíamos rezar o no; entonces el cura ordenó:
–A ver, reza.
Y recé; no había ya nada para que el cura corrigiera: todo estaba bien, y de nuevo el cura
dijo:
–Ahora cuéntame tus pecados.
Como nunca me había confesado, le conté mis pecados. Lo que dormí con mujeres casadas,
con otras mujeres sin haberme casado, lo que me emborraché. Aquí ya estaba como zonzo,
ya no sabía dónde estaba mi cabeza y ya no encontraba más pecados para avisarle y el cura
dijo:
–¿Eso es todo, hijo?
–Sí, papay.
–Cómo; no puede ser, avisa la verdad hijo.
Y yo le dije:
–Papay, de haber pecados hay, pero mi cabeza se ha ido. -Reza, hijo.
Empecé a sudar, pero los rezos no se habían ido y así sudando salvé la confesión.
Al día siguiente era San Juan; a las seis de la mañana pasó nuestra misa en la iglesia de
San Pedro. Después de misa, en automóvil de plaza que pagó mi compadre, nos fuimos
hasta su casa en la calle Avenida, donde se preparó todo. Para ese día vinieron los parientes
de mi mujer, de San Jerónimo, trayendo chicha; por el lado mío, sólo estaba mi compadre
Leocadio. Ese día comimos, bailamos, tomamos; pero no me gustó, pasé vergüenza. Mi
compadre había invitado a sus hermanos, cuñados, vecinos, y el almuerzo no alcanzó.
Casarse con compadre misti, siempre es gasto. Al día siguiente, tempranito, yo y mi mujer
fuimos a saludar a nuestro compadre. Nos hizo invitar té sin trago, pero con pancito; después
de saludarle nos vinimos a nuestra barraca de Dolorespata, donde nuestros familiares, con
quienes tomamos hasta el día siguiente el trago que habían traído.
Con esta mi mujer Asunta, aunque no se iguala a Josefa en ser buena, pero estamos
bien. En ella ya no he tenido ningún hijo, pero por su parte tiene una hija, ya con marido y
dos hijos. Su hija es buena: papá, me dice. No nos olvida, siempre está con nosotros.
También mi mujercita Asunta se porta bien. Desde el día que vivimos juntos, ha dejado de ser
cocinera de las chicherías, y como sabe cocinar bien, siempre hace su negocio de comidas
en el mercado de Huánchac. En este su negocito que trabaja dos veces a la semana, a
veces gana de diez a veinte soles, pero muchas veces fracasa. Porque ahora todos los
recados de cocina están muy caros. Los días que no cocina, anda comprando botellas de las

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tiendas de Coripata, Dolorespata, Santiago y también va al basural de San Sebastián, donde
escoge las botellitas, botellas y pedazos de fierro. Todo eso lo lavamos conmigo más, para
que lo lleve el sábado al baratillo, a venderlo. Esto también ya deja algunos soles para el
estómago.
Bueno, esta barraca de Dolorespata, la estábamos ocupando ya durante cuatro años, y
desde que la ocupábamos reforcé con mis latas sus paredes de carrizos y su techo de
calaminas gastadas.
Así la tenía bien arreglada. No pagaba arrendamiento por esa barraca, era como su cuidante,
pero las veces que me hacía llamar esta viuda para trasladar fruta de su casa de Santiago al
mercado, tenía que ir a cargar. Pero un día empezó la urbanización de Dolorespata, y la
señora había vendido su terreno-barraca, sin decirnos nada. Al mes de la venta, vino el
dueño, acompañado de dos peones para desatar la barraca, ese día yo estaba trabajando de
peón en el techado de una casa en Almudena, a donde mi mujer llegó gritando, como loca:
–¡La casa! ¡La casa!- diciendo.
Entonces corrí, pensando: "se estará quemando". Pero cuando llegué, mi casa ya estaba
pampa. Nuestras cositas amontonadas, los cuyes espantados, correteando por todos lados.
Sus peones ya estaban cargando las calaminas, con mis latas más. Entonces, carajo, por la
cólera hasta me estaba saliendo espuma por la boca. Y como no sabía qué hacer, gritar o ir
corriendo a quitar mis latas a los peones, dije:
–¡Carajo! Quién hizo así mi casa.
Un misti, medio mozo, me contestó:
–Yo soy el dueño.
Y ya no podía aguantar mi cólera. A este mocito ratero, carajo, le di un puñetazo, con lo que
se cayó como adobe este mal tragado. Pero, al poco rato me hizo llevar con los guardias al
Puesto de Santiago; allí, un guardia civil me dijo:
-Indio liso, habías pegado a un misti, ahora por tu lisura vas a ir a la cárcel. ¡Toma,
gran puta, indio!
Me dio una patada. Pero no me mandaron a la cárcel; después de veinticuatro horas, salí.
Entre tanto, mi mujer había correteado, llorando, por donde ahora es la oficina Inca Motors,
donde venden carros. Ahí vivía un misti, criaba hartos perros, y este misti había visto llorar a
mi mujer, como a una loca; compadeciéndole, le había señalado un galpón que había entre
papales, aquí en Coripata:
–Anda a vivir allá.
Cuando me soltaron estos guardias granputas, mi casa ya era total pampa; ya no estaban ni
mi mujer, ni nuestras cositas. Entonces fui donde un vecino, también cuidante de un canchón
junto al bosque de eucaliptos en Dolorespata, a preguntar por mi mujer y nuestras cosas, y él
me dijo:
–Sí, ayer hemos cargado tus cosas al galpón de Coripata. Era cierto, mi mujer
estaba botada en ese galpón, junto a nuestras cosas. Ella me dijo:
–Aquí nos quedaremos a vivir, el señor dueño dice que necesita alguien que viva

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aquí, cuidando estos cultivos.
Fui donde el dueño a agradecerle y a preguntarle si quería que viva en su terreno. Le dije:
–Gracias, papacito, la habías llamado a mi mujer, que nuestro Dios te lo pague. Nos
hemos quedado sin casa; si quieres, papacito, yo cuido tus cultivos.
Este buen cristiano aceptó que cuide los cultivos de su terreno. Bueno, esa vez
Coripata estaba llena de cultivos de papas, cebada, arvejas, pero en un canto, junto a una
zanja, donde actualmente es mi casa, no sé en qué tiempo todavía, los soldados habían
hecho una casita, cuando venían a hacer ejercicios. Pero para entonces, de esa casa sólo
quedaban los cimientos, que ya se habían estado haciendo pampa. Y el dueño me dijo:
–Arregla esa cimentación; ahí será tu casa.
Entonces yo arreglé la cimentación, la pared, con adobes y piedras; y unos palos, que
conseguí en préstamo de mi compadre Leocadio, los puse de mojinetes y teché con mis latas
que aún quedaban. Así hice esta mi casa, donde actualmente vivo. Pero aquella vez, junto a
mi casa, ya había un vecino, llamado Puma. El era albañil y su mujer, frutera. Este mi vecino
Puma y yo, hemos sido los primeros en vivir aquí en Coripata, como cuidantes de la chacra.
Cuando el número de perros de este misti aumentó, mi obligación era traer comida para sus
perros, del Hotel Savoy, que empezaba a funcionar. Iba cada mañana, a las seis, a sacar la
comida que era la sobra de los alojados. Era buena comida y también siempre había algo
para nosotros. Por esto empezó a envidiarnos la mujer de mi vecino Puma. Se volvió una
diabla; esta mujer no es cristiana; así que anda de dame lawa. Así que muera o algo pase
con ella, se va a condenar, porque esta mujer es el infierno andando. Tambien con esta mujer
era insultarse a diario, pelear, de eso muchas veces hemos estado de puesto en puesto: en
Huanchac, en Santiago, pasando la queja. Añora esta mujer está amontonada, con
reumatismo, en su casa, toda vieja. Mi mujer dice contenta:
–Dios es justicia, mis lagrimas no han sido agua de lluvia: ha caído en mis
maldiciones. Así amontonada como esta, así va a morir esta perra.
De un momento a otro se dejó de cultivar la tierra. Su dueño era un extranjero
llamado Repeto; él lo había vendido a los urbanizadores. Estos, como en sindicato,
empezaron a hacer sesiones, asambleas, domingo tras domingo para repartir los lotes. Yo
también fui a conversar con ellos y me dijeron:
–Como ya vives muchos años aquí, si quieres te hacemos socio, pero los lotes se
van a vender, y tienes que dar tu primera cuota de aportación.
Conseguimos mil soles, prestándonos de nuestros conocidos para que nos consideraran
como urbanizadores, y nos designaron un lote, junto al bosque. Pero todos los domingos era
asamblea, puro cuota, cuota para todo, y como ya no se podía afrontar las cuotas, traspacé
mi lote a un conocido, y así recuperé las cuotas que puse. Coripata parecía lugar de faenas,
todos construían casas como a la gana-gana, y cuando todos estaban terminando de pagar
el precio de los lotes y muchos ya tenían hasta los títulos de sus lotes, vino esa ley de Pueblo
Joven. También nosotros estábamos pensando, preocupados: como no somos de la
asociación, seguro que nos sacan.

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Entonces un domingo vinieron unos señores oficinistas, un jefe militar y un señor cura, a una
asamblea grande a declarar a Coripata, Pueblo Joven. Era chistoso, los asambleístas no
sabían qué hacer; entonces, uno no más empezó a silbarles; de ahí empezó todo: arrojando
piedras, entre insultos, los sacaron corriendo, a estos señores. Con esto había más
asambleas y a menudo. Todos decían:
–Nosotros no podemos ser Pueblo Joven, estos terrenos son nuestro sudor, nos
cuesta, no es invasión, no es regalo. Coripata no puede ser Pueblo Joven.
Así hablaron unos dos años, resistiéndose a ser Pueblo Joven. Pero ahora se han
hecho ganar; Coripata siempre es Pueblo Joven. Hasta ahora, a nosotros, nadie nos ha
dicho nada; más bien dicen que con Pueblo Joven, el que ocupa un lote, ya es su dueño.
Pero esta nuestra casa no aparece como lote, porque no está en el plano; según ese plano,
está en la calle, como espacio que han dejado para construir un malecón con jardín. Así me
dijo una vez el secretario de Coripata, cuando quise hacer instalar agua en mi casa. Aquí ya
todas las casas tienen agua, luz, desagüe; pero en mi casa no se puede instalar, porque no
está registrada como lote. Por eso me proveo de agua en la casa de mis amistades, para
quienes cargo. Pero, carajo, he sido uno de los primeros que vivió aquí, en Corípata.
Ni Pueblo Joven ni Asociación me van a poder sacar, ni con cuentos de calle o jardín,
porque en estas pampas está derramada mi sangre, mi fuerza. No se puede permitir que me
hagan eso.

XI

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Para reponer una pared que se había caído en la Fábrica Huáscar, necesitaban peones, pero
no aceptaban a desconocidos; eran desconfiados. Uno tenía que ser llevado por alguien
conocido de esos señores de la fábrica. Pero yo sólo tenía un amigo: Leandro Mamani Tito,
que trabajaba de obrero en la fábrica. El habló por mí; creo que dijo:
–Este hombre es albañil -yo no era albañil, sólo era peón- y sabe trabajar con barro.
Así me aceptaron en la fábrica, creyendo que era albañil. Como era fácil eso de colocar un
adobe encima de otro, me desempeñé muy bien de albañil. Ya cuando eran varios meses
que estábamos trabajando, un día vino mi amigo a avisarme que tenía que ir a la asamblea
de obreros.
Esto era de tarde, en la misma fábrica y es aquí donde vi a todos los obreros, que eran como
cuatrocientos, reunidos como uno solo.
En esa asamblea decían:
–Compañeros, ha subido el precio de la gasolina, ha subido el precio del kerosene...
Esto no conviene, afecta al pueblo, a nosotros. Sube la gasolina y sube todo: el pan, la
ropa... todo. Y no sube el jornal.
Y esa misma noche se salió a la plaza de Armas, vivando, con banderas y cartelones:
–¡Abajo gasolina! ¡Abajo gasolina!
Cuando llegamos a la plaza de Armas, ya éramos hartos. Tras nosotros también habían
salido los obreros de la cervecería y también en la plaza hablaban sobre lo mismo, los
dirigentes: sobre la gasolina, y todos los obreros vivaban con fuerza. Yo también vivaba con
todos mis pulmones.
Cuando terminaron de hablar, junto con mi amigo Leandro, nos vinimos de nuevo a la fábrica,
aquí me dijo:
–Te voy a hacer conocer a un gran compañero.
Yo le dije:
–¿A quién?
-Al compañero Emiliano Huamantica.
Claro, yo ya le conocía. Esa noche, en la plaza, habló con fuerza, puro macho. Yo me puse
contento. Iba a ser amigo de un compañero de buen corazón. Cuando me presentó, el
compañero Emiliano Huamantica, me dio la mano:
–¿Qué tal, compañero?
Y agarrando su mano, le contesté en runa simi:
–Para servirte compañero, Gregorio Condori Mamani. Así fue.
Desde que lo conocí personalmente a Emiliano Huamantica, pasó un mes, hasta que una
tarde nos avisaron a todos los peones contratados:
–Desde mañana descansan.
Los peones contratados éramos algo de diez, y con la noticia de despedida, nos pusimos
preocupados. De nuevo íbamos a estar en la calle, sin trabajo fijo, mirando ¿Dónde hay
trabajo o carga para cargar?
Esa misma tarde, al salir le esperé en la puerta de la fábrica a mi amigo Leandro a quien le

59
conté:
–Desde mañana no hay trabajo. Nos han despedido.
Y Leandro, inmediatamente, dijo: -Vamos donde Emiliano.
Cuando nos acercamos a Emiliano Huamantica, éste conversaba con un grupo de obreros; le
esperamos a que terminara; mi amigo le dijo:
–A este Gregorio lo han despedido de su trabajo, compañero ¿no podemos hacer
algo por él?
El compañero Emiliano Huamantica, se puso preocupado y después de breve silencio,
contestó:
–Que venga no más mañana.
Cuando fui al día siguiente, ya había conversado con los de la fábrica para que yo trabajara
de obrero. Me dijo:
–Compañero Gregorio, ya hemos conversado para que te quedes a trabajar. Hace
unos días, un compañero se ha enfermado gravemente, él es barrendero; por ahora
ocuparás su puesto.
Ya después supe que ese compañero se había enfermado con pulmonía y que murió a los
pocos días. Así fue como ocupé el puesto de un compañero muerto, en la fábrica.
En la fábrica, durante el tiempo que estuve, mi ocupación era barrer todo el local de la
fábrica: el patio, la sala de máquinas, las oficinas, los pasadizos. Tenía que estar barriendo y
trapeando. Así, el tiempo apenas me alcanzaba. Yo barría contento, no era cansado, sólo era
el tiempo. El trabajo en la fábrica no me duró mucho, porque un día, en lo mejor, se dijo:
–La fábrica va a cerrar.
Todos afuera, desde el oficinista hasta el barredor. De nuevo, carajo, a estar preocupado. La
fábrica va a cerrar; la fábrica va a cerrar; eso jodía más. Se hicieron varios mítines en la
plaza, pero ya no se podía: el sindicato ya se había hecho comprar. Los dirigentes decían
más bien, justificando:
No hay material para trabajar. Estos ya se habían hecho comprar con la fábrica una casa en
Ttio a condición de callar. El secretario era un tuerto; muchas veces me he tropezado con él
en la calle, en lo que estoy cargando. Si tuviera balas en mis manos, las veces que me
encuentro, su otro ojo más
lo haría reventar, porque, por culpa de este desgraciado, se cerró la fábrica; e hizo botar a la
calle a más de cuatrocientos obreros. Si éste reclamaba como sabía reclamar el compañero
Emiliano Huamantica, la fábrica no se hubiera cerrado. Porque el dueño Lomellini decía: No
hay material, no hay plata, con qué voy a hacer traer algodón; y el sindicato no decía nada.

Así salimos de la fábrica, pues ya no se podía hacer nada. Desde esa vez me estoy

60
dedicando a cargar, porque la carea es segura. Si el compañero Huamantica no hubiera
muerto, yo no hubiera sido cargador como soy ahora, porque este compañero era de
carácter macho. El jamás hubiera permitido el cierre de la fábrica, porque él hubiera hecho,
como están haciendo en la fábrica La Estrella, una cooperativa. Lo mismo seguro hubiera
pensado. Así nuestra suerte, de cuatrocientos obreros, cambió rápidamente con la muerte
del compañero Emiliano Huamantica, quien era paisano del lado de Calca y murió en mala
forma: yendo a conversar con el Gobierno el carro en que viajaba, cavó a un abismo en
Santa Lucía, más arriba de Arequipa. Pero él todavía había logrado vivir, pero los
hacendados ricos le habían dado un calmante (veneno), por ser sus contrarios; con esto
había muerto.

La fábrica había fracasado por culpa de los hijos de Lomellini. El padre de ellos había hecho
bien la fábrica, trayendo maquinarias del extranjero. Pero cuando murió el viejito Lomellini,
sus hijos empezaron a administrar la fábrica. Estos gastaban el dinero, sin ninguna medida;
ya no había plata para comprar materiales, para pagar jornales; entonces la fábrica iba
cayendo.
Aquí, dice hay muchas mujeres que hacen gastar la plata, por miles, en tomadas de primera.
Te hacen bailar y después, entre todititas, te violan y te sacan toda tu plata. Este
rancho wasi, primero funcionaba en Tullumayu, al lado de la picantería "El Bayo". Después
pasó más abajo, al frente del colegio La Salle; allí iban los hombres como nosotros, como a
la fiesta de un santo. Allí siempre habían muchos borrachos peleanderos. No sé por qué iban
a esa casa, no tendrían su mujer, estarían peleados con su mujer, o no quería darles su
mujer: porque eso de dormir con una mujer que se acuesta con todo el mundo, es suciedad;
mejor es tener una mujer que sea de uno y de nadie más. Después esta casa se trasladó a
Quilque, donde está funcionando ahora. Esta costumbre de estas casas es sólo aquí; afuera,
en los pueblos, no hay esa costumbre. Cada uno tiene su mujer, para hacer cuando uno
quiere. Aunque el rancho wasi es sólo para los ricos, que gastan toda su plata allí, la mitad
de la plata que ganan las mujeres de estas casas, dice, es para el Gobierno, pues ellas son
como sus empleadas.
Así era.
El compañero Emiliano Huamantica siempre estaba andando, ya a Lima, ya a Arequipa,
reclamando por los obreros. Esto, en el pensar de los Gobiernos, era dolor de cabeza,
seguro; por eso, desde tiempos de Odría hasta el de Belaúnde, siempre lo mandaban preso.
Junto con Huamantica trabajaba el abogado del sindicato, Dr. Angles. Ellos eran partidarios
de las gentes pobres, conocidos como comunistas. Por eso les odiaban los hacendados
apristas, pues estos enemigos ricos, eran de mala fe.
Estos apristas ricos, querían poner de Presidente a Haya de la Torre. Para eso le habían
traído en tren, aquí, al Cusco, de noche, vistiéndole de simpática dama. Entonces así, de
dama, habían venido desde la estación hasta la Plaza de Armas. Ya cuando estaba en la P
–Este no es una dama, es Haya de la Torre.

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Y le empezaron a apedrear. Ese día corrió mucha piedra, mucha bala silbando. Después de
la pelea había muchos heridos; unos con los ojos hinchados, otros con la cara y la cabeza
reventadas, sangrando; todo pasó ese día, hasta que hicieron escapar a ese Haya de la
Torre del Cusco. En el tiempo del Gobierno de Bustamante era habladuría general: "Haya de
la Torre presidente, Haya de la Torre presidente". Pero ahora se han olvidado de él, ya no se
escucha ni su nombre.
Cuando cinco grandes panes de puro trigo costaban un real y tres panes, medio;
Odría le quitó la presidencia a Bustamante. Este Odría le había quitado la presidencia a
Bustamante por haber hecho subir el pan, de lo que era tres por medio y cinco por un real.
En tiempo de Bustamante, un pan subió a un real. Lo peor es que no había plata. Ahora hay
harta plata, pero no es plata que sirve, porque no alcanza para nada. En ese tiempo, un real
de pan te duraba toda la semana y todavía era de trigo puro. Ahora, en mi casa, diario se
compra cinco soles de pan para el desayuno, y esos panes, carajo, parecen botones de mi
polaca de cuando era saldado. Cinco soles de pan en ese tiempo hubiera sido para pasar un
buen cargo y no como ahora para tragar diario cinco soles de hambre.
Así está la vida, jodida. Esta vida, carajo, jode; jode al estómago y esta espalda ya no puede
con la carga. Cuando Odría le quitó la presidencia a Bustamante, yo no sé si Odría vino o no
al Cusco a hacerse conocer como Gobierno. Yo no lo he visto, pero sí a Bustamante. El sí
vino al Cusco para hacerse conocer, antes que Odría le quitara la presidencia. Bueno yo no
sé; estos Gobiernos siempre se están quitando entre ellos. Parecen hermanos que se pelean
una herencia. Uno está de Gobierno como este Bustamante, entonces viene otro, como ese
Odría que le quitó a Bustamante. Y otro viene a quitarle a Odría, y éste que le quitó a Odría
está de Gobierno; luego viene otro, encima de este Gobierno. Pero sobre este Gobierno
también viene otro, que le quita, como al Gobierno de Belaúnde le quitó Velasco. ¿Hasta
cuándo también estará el Gobierno de Velasco? Aunque he escuchado que a él no le van a
sacar, porque está apoyado por todos los cuarteles y está favoreciendo a los pobres
haciendo desaparecer las haciendas.
Cuando no se hablaba todavía de la Ley Agraria, se empezó a hablar de Hugo Blanco. El
vivía como cualquier otro arrendire en el valle. Ya después, su nombre salió del valle, cuando
formaron sindicatos y él se hizo cabecilla. Y en la asamblea de estos sindicatos Hugo Blanco
había dicho:
–Que ya no haya ninguna hacienda, las tierras de las haciendas van a ser tierras del
ayllu.
Por eso los hacendados se habían opuesto haciéndole la contra. Pero Hugo Blanco había
respondido:
–No importa que se opongan esos hacendaditos, nosotros derramaremos contentos
nuestrasangre, por la tierra.
Asustados con esta amenaza, los hacendados pidieron guardias. Los días que se hablaba de
Hugo Blanco en el valle, los soldados y guardias eran como hormigas para buscar a Hugo
Blanco. Pero él estaba oculto como gentil machu, en el hueco de una peña. Aquí, dice, sus

62
amigos le llevaban comida sólo de noche. Desde ese hueco miraba durante el día, cómo le
buscaban los guardias, tonteando, por todos los lados. Pero cierto día, cuando un guardia
pasaba cerca del hueco donde estaba Hugo Blanco, había pisado una mina de dinamita que
había hecho volar en pedazos al pobre guardia. Iban otros guardias y también se hacían
volar con otras dinamitas. Entonces llegaron más guardias y agarraron a Hugo Blanco,
cuando estaba escapando de su hueco.

Cuando lo chaparon, fueron aviones y helicópteros al valle, para traerlo a la cárcel.


Dice que Hugo Blanco estando preso en el cuartel, un día había pensado escaparse, y yá
cuando estaba en la puerta, lo habían chapado los vigías. Como el cuartel también ya no era
seguro para Hugo Blanco, el Gobierno lo había despachado a la Colonia Penal del Frontón.
Pero del Frontón también el Gobierno lo había despachado al extranjero. Así, ahora, Hugo
Blanco está preso en el extranjero.

XII

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Desde que soy cargador, día tras día, desde las cinco de la mañana, empiezo a
trabajar cargando. En el mismo mercado central o del mercado a las casas, o cumpliendo
con mis contratas. La carga siempre es variada, desde un paquete de panes o de ropa, hasta
cajones, canastas de víveres o costales de papa. Esto depende de la fuerza, pero siempre
hay que estar desafiando a la fuerza.
Aunque no es mucho, siempre hay para la casa, desde veinte o veinticinco hasta
setenta soles por día. Pero para ganar setenta soles al día, hay que corretear por lo menos
de veinte a veinticinco veces y estar mirando a todas partes buscando quién necesita un
cargador. En el mercado o en las puertas de las tiendas, super market, hay que estar así.
Antes, cuando sobraban fuerzas, se podia hacer una contrata en la estación del ferrocarril,
sea para cargar o descargar del tren. Pero ahora no quieren, le miran a uno como a extraño y
no le aceptan ni para ayudar, al ver que uno ya es viejo. Por eso estoy entre el mercado
central y las calles, buscando carga. Pero no faltan algunas señoras,
que en lo que me estoy poniendo comedido para cargar, me empujan:
–Tú ya eres viejo, ya no puedes, a descansar. Llamen a otro joven.
Estas señoras ricas, bien vestidas, son las más regateadoras. A uno le hacen cargar del
mercado o de las tiendas y ya en la puerta de su casa, sin preguntar el precio de la cargada,
le botan de dos a tres soles. Por eso, muchas veces, con la cólera, dan ganas de hacer
regresar la carga a donde se levantó. Y si uno reclama, peor; le dicen:
–Ya eres viejito, anda a descansar.
Eso dicen estas señoras, sin consideración, como si el estómago descansara. Pero otras
señoras son razonables, pagan lo que uno pide. Y creo que hacen esto porque a uno le ven
viejo. No hay estos contratiempos cuando uno carga las contratas, por eso yo quisiera tener
más contratas, pero durante la semana apenas tengo seis contratas. Una de mis contratas
es cargar tres bloques de hielo, desde Coripata, donde fabrican, hasta el mercado central,
todos los días a las seis de la mañana. Esta contrata es de una señora que vende pescado y
camarones, y por cada viaje me paga seis soles. La otra, es de un zapatero, desde
Rosaspata, también al mercado central, cargo tres grandes cajones de zapatos. Los cajones,
son puro porte, casi no pesan mucho; estos mismos cajones, a eso de las seis de la tarde o
siete de la noche tengo que volver a llevarlos. De la llevada y traída me pagan trece soles. Y
la otra contrata que tengo es con la señora Angélica Salas: desde el Puente Belén hasta el
mercado Central. Cada mañana, a las ocho, cargo sus ollas de comida. De esto sólo me
paga trece soles, pero me aumenta con un plato de sopa o de segundo. Esta comida la
vende a esos chicos que lustran zapatos o venden periódicos y a algunos choferes.
Esa señora Angélica tiene mucha suerte para vender sus comidas, porque a las diez
ya no hay comida. Por eso sus compañeras que venden comida, la envidian. Comentan:
"Esa señora tiene mucha suerte, está curada con despacho para tener venta; ese viejo
también es suerte". Dicen: "toda la comida que carga, nunca regresa, y de lo que carga mi
cargador, regresa casi todo". Así, los cargadores también somos suerte para las personas
que cargamos y según la suerte que llevamos en las espaldas, nos quieren. Pero hay otros

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compañeros salados. El negocio que cargan no se termina de vender; por eso dicen: "La
espalda de este cargador es mala suerte", y nunca más hacen cargar con ellos. Pero desde
que soy cargador, mi espalda siempre ha sido buena suerte para cargar negocios. Por eso,
aunque pocas, no me faltan las contratas durante el año. Mi espalda tiene suerte porque está
curada a mi marka. Esos compañeros que están andando en las calles y que nadie los
llama, es porque cargan común, sin hacerse curar.
Las otras contratas que tengo son eventuales durante la semana, para traer algunas
mercaderías que faltan en las tienditas de aquí, de Coripata o Rosaspata. Pero esto de
cargar mercaderías a las tiendas, se presta a chanzas. Hace un año, cuando traía una caja
de pisco para una de estas tiendas, cuando pasaba por Limacpampa, se me acercaron unos
jóvenes, diciéndome:
–Taytay, la señora nos ha dicho que ya no cargues la caja, porque nosotros ya lo
vamos a llevar en el carro, con más cajas.
Y yo, zonzo, les entregué la caja de pisco, creyendo en el encargo, cuando los que me
pidieron la caja, habían sido rateros. La dueña pensaba que yo había ocultado o vendido la
caja y me exigía, todos los días, que le pague más de quinientos soles. Como no había, ¿con
qué se lo iba a pagar?
Hasta que se cansó de cobrarme. Pero eso sí, cerca de un año estuve en sus mandados,
con lo que seguramente pagué el doble de la caja de pisco.
De aquí a unos días tendré una contrata más para cargar todos los días jora de maíz
al Molino y llevarla ya molida a la chichería. El pago va a ser de siete soles, con aumento de
dos caporales de chicha. Según la dueña de esta chichería, su cargador de jora ha
abandonado la contrata, sin decir nada, porque hace semanas que no aparece. Pero yo
escuché que su cargador está enfermo. Así es la vida de un cargador. Cuando ya estamos
viejos en lo que vamos cargando, nos dan enfermedades, y las personas para las que hemos
cargado durante toda nuestra vida, año tras año, cuando dejamos de aparecer en su casa,
nunca más preguntan por nosotros: "nuestro cargador no viene, ¿qué le habrá pasado? ".
Nunca ellos pueden preguntar así. Ellos sólo quieren que uno les sirva. Aunque uno esté
botado, como perro sin dueño, en el rincón de una casa o de una calle, no preguntan por
uno.
Cuando por viejos, los cargadores no tienen ya ni fuerza para cargar sus propios
huesos, doblados, raras veces son recogidos al Asilo de Ancianos. Pero aquí piden papeles,
partida de nacimiento, preguntan de dónde es uno, qué se llama, si tiene familiares. Si los
papeles les gustan aellos, te hacen ingresar, pero como ningún cargador tiene papeles de
ninguna clase, nunca los reciben. Y así, en lo que van limosneando por todas las calles,
mueren. Por eso los cargadores siempre morimos andando, con las manos extendidas.
Quizás algo de esto pase conmigo, quizá me atropelle 38 un carro, me lleven al hospital y me
hagan autopsia y de ahí me arrojen al panteón. Cuando muere un cargador que no tiene a
nadie en algún rincón de alguna calle o casa, alguien que le ve da parte a la Comisaría. Van

38Sic. Atrepelle.

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los guardias para hacerlo llevar a la morgue. Si tiene familiares, ellos reclaman y lo hacen
enterrar. Pero cuando no hay ningún reclamante, esa alma está tirada sobre una piedra fría,
dos o tres días, en la morgue. De ahí la llevan para botarla a la fosa común, la tapan con
poquita tierra, con su misma ropa, no hay hábito ni cajón; la botan como a perro callejero. En
la fosa común están, va niños, va mujeres, ya viejos, amontonados como leña, unos encima
de otros. Aquí es donde lo botan al cargador y a otros que no tienen familiares.
Así, hace poco, vi la muerte de un amigo cargador llamado Purificación Quispe
Seguro que la carga le aplastó su pulmón él murió escupiendo sangre en la Calle Belén, en
el paradero de los carros de Santo Tomás y Urubamba. Este alma Purificación Quispe estaba
tirado sobre un amontonamiento de ichhu que descargaron de un camión; así muerto, estaba
tirado casi todo un día.
Ya al anochecer fueron guardias del Puesto de Santiago y lo hicieron llevar a la
morgue. Como en la morgue no apareció ninguno de sus familiares hasta el segundo día,
tuvieron que botarlo a la fosa común. Para no ver esta vida de cargador, yo, como viejo,
quisiera que todos los cargadores que vivimos aquí en Cusco, viejos y jóvenes, nos
juntásemos en un sindicato. Así haríamos una sola fuerza, con una sola voz. A ver si así se
abren los ojos de la justicia hacia nosotros y viéndonos nos ayuden en algo y ya no
moriríamos como perros, en las calles, arrastrando nuestros harapos tras la carga.
Así estamos nosotros los cargadores, en las calles y mercados, arrastrando nuestros
harapos como condenados. Estos harapos se pueden remendar todavía, pero el hambre de
nuestro estómago, no se puede remendar. Así estamos los cargadores, viejos y jóvenes.
Aunque los cargadores jóvenes no están como nosotros los viejos, en las calles; pues ellos
paran en las estaciones, cargando y descargando las bodegas del tren. Si aquí en las
estaciones no hay carga, están en las agencias de los camiones que viajan a Lima o a
Arequipa, cargando o repartiendo la carga a domicilio. El trabajo en las estaciones o
agencias de los camiones es a destajo. El pago es regular, pero hay que sudar como caballo
o mula. Aquí hay tarifa fija. Por descargada o cargada de un camión, es desde ciento
cincuenta a doscientos cincuenta soles. Y por la cargada o descargada de un camión a una
bodega del tren, es la misma tarifa. En estos lugares, en un día, puede haber de uno hasta
dos camiones para cargar o descargar, como también puede no haber ningún camión.
También hay otros cargadores que son paisanos de las alturas, ellos vienen al Cusco sólo
ciertos meses al año, después de la cosecha, entre julio y agosto. Ellos permanecen una,
dos, tres semanas o un mes, o hasta un poquito más; se dedican a cargar, si no consiguen
contratarse como peones de los contratistas de adobes.
Desde el mes de mayo hasta setiembre u octubre, aquí en el Cusco, empieza la
construcción de casas. Casas que se construyen con adobes, sobre todo en los Pueblos
Jóvenes, donde necesitan peones. En las grandes construcciones casi nunca aceptan a los
paisanos; no saben trabajar, dicen; y prefieren a los peones de construcción. También en los
meses de enero, febrero, o marzo, después de la siembra o del primer lampeo de los
cultivos, la paisanada llena las calles del Cusco. Ciertas semanas de estos meses pareciera

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haber más cargadores que carga.
Para uno que conoce el sufrimiento que hay en las calles, ver a estos paisanos que
no conocen la maña del sufrimiento, en la ciudad, duele en el corazón. Porque aquí ellos son
desconocidos, no tienen familiares y duermen donde pueden, en suelo pelado, en los
tambos, en el portal de las chicherías, en el pasadizo del alojamiento Melgar. Y cuando está
rayando la mañana empiezan a caminar en busca de carga. Ellos vienen porque en su
comunidad no pueden ganar dinero; son pobres, trabajan la tierra sólo para ellos, y como no
se puede comprar si no es con dinero ciertas cosas que faltan en la casa, como sal, azúcar,
ají; herramientas para el trabajo, vienen en busca de trabajo. Y como tampoco aquí en la
ciudad hay trabajo seguro, si no es la carga, se hacen cargadores para reunir dinero que les
falta para las compras.

FIN

disponible en: https://es.scribd.com/doc/142877060/Gregorio-Condori

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