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Extracto de la obra “Moral para Intelectuales” (1908). Ligeramente modificado para fines didácticos por
los editores del boletín.
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La peptona es una sustancia química útil para digerir. Aquí el autor usa la palabra “peptonizar” para
metaforizar el proceso de asimilar información sin exigencia, “digiriéndola” mejor.
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los exámenes que tiene que rendir, los pleitos que tiene que defender, etc.: a algo
que no sea su vida profesional inmediatamente utilitaria.
Ese hábito, lo necesitarán ustedes más adelante; pero ya tal vez no podrían
adquirirlo. No sé cuántos habrá que lo tengan en estos países; pero los que lo
posean, son la excepción. Entretanto, si nuestros hombres de inteligencia lo
hubieran adquirido; si lo hubieran hecho carne, si él estuviera en su espíritu y en
su cuerpo como una necesidad fisiológica, las manifestaciones de la cultura
sudamericana serían bastante diferentes, como procuraré demostrarlo en estas
mismas lecciones. Lo que nos falta no es inteligencia, ni aun capacidad de
trabajo, sino algo diferente, que no se puede adquirir sino sobre la base de
hábitos semejantes al que preconizo.
Los anteriores consejos sobre moral y práctica de la cultura durante la vida
estudiantil, conducen, o conducirían si fueran aplicados algún día, a modificar
más o menos nuestro medio desde el mismo punto de vista de la cultura.
Una descripción tal como yo no puedo hacerla aquí, eso es, con ejemplos
(imposibles, por las razones que ya les expuse), daría una impresión de la mayor
tristeza. Ante todo, ¿han observado ustedes lo que ocurre con nuestros jóvenes
que van a cursar estudios a Europa y vuelven después? El fenómeno es
curiosísimo y tan patente que tiene que haber preocupado a todos.
En el medio europeo, nuestros estudiantes se distinguen, o desempeñan por
lo menos, un papel honorable; y no me refiero solamente a los dotados de una
capacidad intelectual extraordinaria, no: lo verdaderamente digno de atención, es
que aun muchos de los que entre nosotros son mediocres, son distinguidos allá.
Vuelven, esos estudiantes, con su carrera hecha. Se les ve chispear, diremos,
durante algún tiempo. Después se apagan.
Entendámonos sobre lo que quiero significar cuando digo que se apagan:
profesionalmente, serán distinguidísimos; pero nada más que profesionalmente.
Hay una gran cantidad de jóvenes sudamericanos que aun en la edad en que
su cultura tiene que ser forzosamente deficiente, han realizado en Europa trabajos
originales; originales en mayor o menor grado, modestos si se quiere, pero
trabajos, en todo caso, que representan un esfuerzo propio y la voluntad de hacer
obra personal.
Cuando regresan, algunos de ellos, durante algún tiempo, un año, dos o tres
años, siguen todavía aspirando a alguna observación propia, a algún
descubrimiento; pero, casi siempre, acaban por quedar reducidos de hecho
puramente a la actividad profesional. El médico seguirá siendo un médico
distinguidísimo tal vez; pero no será más que médico profesional: sólo por
excepción, por rarísima excepción, procurará hacer observaciones, ver algo por
su cuenta, descubrir algún síntoma, algún tratamiento; lo que en Europa intentó
con menos cultura, con menos conocimientos, aquí no lo intenta ya. Y esto es
aplicable a todas las otras profesiones.
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(¡Cuántas veces ocurre el hecho!) “Yo había visto esto”... Y lo había visto, como
el médico europeo; quizá lo había visto antes; pero en otro estado de espíritu; lo
había visto pasivamente. No había creído nunca que él tuviera la capacidad, y el
deber, de hacer uso personal de sus observaciones; ni que él fuera capaz de
modificar una cosa recibida.
De igual manera el físico uruguayo, el químico uruguayo (debo decir, en
realidad, sudamericano), que maneja los aparatos o las substancias de su
laboratorio, los maneja habitualmente en ese estado de espíritu pasivo; los
maneja con la sugestión anticipada, tan intensa que ni siquiera se le ocurre otra
cosa, de que su única misión es constatar con esos aparatos lo que otros han
observado, y enseñarlo, nada más.
Tanto desde el punto de vista intelectual como desde todos los otros,
seríamos capaces, no, naturalmente, de hacer innovaciones o descubrimientos en
la misma proporción que los experimentadores o investigadores europeos (pues
todas aquellas razones o factores desfavorables que enumeré, existen, y producen
su funesto efecto); pero, por lo menos —tengo esa convicción íntima, bien
cierta—, seríamos capaces de hacer muchísimo más de lo que hacemos, y de
empezar, por lo menos, a tener personalidad intelectual y científica, con sólo
cambiar de psicología. Y a eso irían encaminadas mis lecciones. Es ya el
estudiante, les decía el otro día, el que debe, sin perjuicio de la extensión
superficial de cultura que le imponen sus programas y sus ocupaciones escolares,
detenerse a profundizar aunque sean dos o tres puntos en sus años de estudio.
Pues bien; una vez terminada la carrera, se trata simplemente de seguir
ejercitando esos hábitos y de seguir llevando adelante esas prácticas, en el estado
de espíritu que hemos descripto como posible.
Si los estudiantes, preparados por los hábitos y prácticas que les aconsejo,
se formaran una voluntad firme de hacer dos cosas más adelante, cuando tengan
una carrera, una profesión práctica, es posible que en algún tiempo, y quizá
mucho menos difícilmente de lo que el hábito o la sugestión pasiva nos hace
imaginar, nuestro medio intelectual se modificara:
Primero: mantener siempre esa hora diaria consagrada a un trabajo original,
cualquiera que fuese. Y, segundo, continuar, después de adquirir un título
profesional cualquiera, las lecturas, las reflexiones sobre algún punto que no se
relacionara directamente o solamente con la práctica utilitaria de la profesión.
Creo que de todos los fenómenos intelectuales tristes que ocurren entre
nosotros, el más triste de todos sea ese abandono que hacen nuestros
profesionales (los de orden intelectual), una vez que su carrera está adquirida, de
toda lectura y de toda reflexión que no conduzca a resultados prácticos
inmediatos. No es tan reducida la cantidad de estudiantes de preparatorios o de
derecho que, mientras son estudiantes, encuentran tiempo y afición para ocuparse
de otras cosas que no sean sus exámenes y sus textos; pero es brevísima (a tal
punto que con unos cuantos nombres, si correspondiera citarlos aquí, yo la
agotaría) la lista de las personas en quienes esas aficiones no han muerto una vez
que iniciaron su vida profesional.
Como les digo, pues: lo que hay entre nosotros (agregado indudablemente a
los males de orden material o social de que he hablado), lo que nos afecta
principalmente, es un mal de orden psicológico, y que es parcialmente
remediable, que se atenuaría con voluntad y conciencia clara.
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