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Abusos sexuales a menores

El abuso sexual a menores se define como la exposición coercitiva de la niña o el niño


a experiencias sexuales inadecuadas a su desarrollo físico o emocional, para la satisfacción
del propio adulto.

Es un tema del que no se quiere hablar y por ello muchas veces es silenciado e ignorado,
sin embargo, estos abusos existen y la mejor manera de combatirlos es haciéndolos
visibles.

Por ese mismo motivo, las cifras no están del todo claras, pero se habla de que una de cada
cuatro niñas y uno de cada seis niños, menores de 17 años, podrían haber sido víctimas de
abuso sexual. Además, la mayoría de ellos son llevados a cabo por personas del entorno
familiar y es importante destacar que ocurren en todo tipo de familias y clases sociales.

Dadas las graves secuelas que puede tener el/la menor que sufre un abuso, es necesaria no
sólo su prevención sino también detectarlos cuando ocurren y ponerles fin, así como ayudar
al niño o la niña a superarlo cuanto antes.

La importancia de trabajar en la prevención de los abusos sexuales a menores se deriva de


los datos, ya que estos confirman que las cifras disminuyen bastante de esta forma. Para ello
es necesario poner el acento en la observación de los y las menores.

Es vital también a la hora de la prevención que las niñas y niños reciban una educación
sexual adecuada a su edad, y enseñarles a detectar las relaciones sexuales forzadas, así
como darles las herramientas para decir “no” y comunicar los abusos para que puedan
ayudarles.

Esto se consigue mejor si el ambiente familiar es de confianza y se siente seguro/a para


hablar. Pero, sobre todo, hay que creer en ellas/os porque no es habitual que inventen que
están siendo víctimas de abusos sexuales.
Por otro lado, los síntomas que pueden presentar son muy variados, aunque ninguno de ellos
por si mismo significa que se esté siendo víctima de violencia sexual: miedo, desconfianza,
agresividad, ansiedad, depresión, hiperactividad, problemas de sueño, aislamiento,
conductas antisociales, pérdida del control de esfínteres, conductas autolesivas, bajo
rendimiento académico, baja autoestima, manifestaciones sexuales…

En este sentido hay que prestar especial atención a conductas sexualizadas (conocimiento
sexual precoz, dibujos sexualmente explícitos, actividad sexual o masturbatoria con animales
o juguetes, interacción sexualizada con otras personas, etc.).

En cuanto a indicadores físicos del abuso sexual, estos se pueden encontrar al observar los
genitales del niño o la niña (desgarros, heridas, laceraciones…). Además, infecciones de
transmisión sexual como gonorrea, sífilis o el VIH, son claros indicadores.

Finalmente, la menor o el menor que ha sufrido abusos sexuales en un futuro puede mostrar
rechazo a la sexualidad o, por el contrario, una conducta promiscua. Dado que la
psicoterapia puede ayudar en las alteraciones de la sexualidad derivadas del abuso, así como
en otros aspectos psicológicos y emocionales, cuanto antes se busque ayuda mejor.

Por ejemplo, volver a confiar en los demás no es fácil para estas niñas y niños (que pueden
además sentirse culpables y avergonzados) por lo que, como parte del tratamiento
psicológico, hay que trabajar en aspectos como la reconstrucción de su autoestima.

También poner la denuncia y hablar de ello, aunque hayan pasado años, puede
ayudar mucho a la víctima.

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