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Iris M.

Zavala

Bajtin y el acto ético:


una lectura al reverso

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

Iris M. Zavala

La filosofía del acto ético (1924) nos obliga a repensar retrospectivamen­te lo

que representa la ética en la obra teórica de Bajtin y que se manifiesta en su manera de

abordar la literatura. Pero, antes conviene plantearnos lo novedoso del texto y en relación

a qué otra explicación se sitúa. Traducido al inglés (1993) y al italiano (1995), esta breve

reflexión que se conoce en ruso desde 1986, introduce dimensiones especulativas que

es preciso conservar si se quiere entender el contenido de las aportaciones bajtinianas a

la filosofía y a la estética. Y esto no es arbitrario; no se trata de tomar cuanto dice aquí

al pie de la letra, sino de tomar sus analogías y traducirlas en los términos precisos que

va elaborando. Cabe decir que desde su primer trabajo conocido procuró los conceptos

originales necesarios para ordenar el campo nuevo que descubría. Introduce cada uno

de sus conceptos con un mundo de preguntas, de tal forma que cada uno de ellos es un

texto problemático, lo que implica que leer a Bajtin es volver a abrir las preguntas. Es

necesario, en este punto, hacer vivir este texto con lo que le sigue y con lo que le precede;

comprenderlo con lo que le sigue.

Para entender debidamente La filosofía del acto ético, es necesario considerarlo

como producción ética, sin las cuales estos permanecerían enigmáticos. Vuelve a formular

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la pregunta de lo que voy a llamar la palabra y la alteridad, y las relacio­nes entre la palabra

y el discurso. El lenguaje irá aportando la noción misma de estructura, de división entre

el yo y el otro; este problema de heterogeneidad radical lo conducirá también al estudio

del lenguaje y a la semiótica.

Tomadas en este registro, muchas cosas se aclaran, por ejemplo, la entrada al

estudio del lenguaje y la palabra, intentando trazar las distinciones. De tal forma que,

hacia esta fecha (1925-1929), confronta tanto al subjeti­vismo indivi­dua­lista (Wilhelm

von Humboldt, Karl Vossler, Benedetto Croce, A. A. Potebnja) cuanto al objeti­vismo

abstracto (Jan Baudoin de Courtenay, L.B. Scerba, Ferdinand de Saussure, Charles Bally).

En el mismo punto, no menos incisiva es la gran polémica contra el formalismo (la firma

de Medvedev identifica este dominio), y por idénticos motivos, contra el sociolo­gismo

estrecho. Esta polémica multidirigida es el sustrato de sus primeros artículos entre 1919-

1924, y de los libros y artículos firmados por Pavel Medvedev o Valentin Voloshinov entre

1926-1929, fecha a su vez de la primera redacción de su estudio sobre Dostoievski.

Lo que se va esbozando en estos años es el desarrollo de una metalin­güística (así

denominada en 1963, en la segunda redacción de su libro sobre Dostoievski) o una

translingüística que diera cuenta de la estructura misma del lenguaje y de los géneros de

enuncia­do, y por otro lado, la especificidad de la literatura, oponién­dose a la conocida

dicotomía lenguaje literario/lenguaje no literario. Algunos trabajos sobre el arte verbal y el

signo aparecen firmados por Voloshinov, al mismo tiempo que va elaborando problemas

estéticos centrales: la exotopía, concepto que confronta directamente la relación autor/

héroe en función de la determina­ción entre forma y contenido, arte y responsabilidad,

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el movimiento hacia el otro. 1 Es decir, todo un programa de poética social y de ética

responsable firmemente apoyada en la alteridad, la exotopía y el discurso, que finalmente

lo coducirán a desarrollar el concepto de dialogía.

Todo este entramado se anuncia en su breve artículo de 1919, “Arte y

responsabilidad” (en 1985); su pregunta fundamen­tal desde el inicio es el modo en

que la verdad entra en la vida humana. La dimensión de la verdad es una interrogación

renovada; Bajtin intenta responder por qué vía la dimensión de la verdad entra en

la vida, en la economía del ser humano. Y aquí entra la dimensión del lenguaje: si

somos lenguaje, y concierto de voces, la literatura ofrece una dramatización esencial, un

alineamiento del significante a través de lo discursivo. Además, la eficacia de lo literario

es justamente decir algo diciendo siempre otra cosa (el juego metafórico). Algunos textos

literarios específicos (Rabelais, Dostoievski, Tolstoi) introducen dimensiones nuevas, y

el problema del género de enunciado le permiten formular la gran pregunta esencial

de las ciencias humanas: el lenguaje. Aborda el lenguaje en el nivel más concreto, más

cotidiano, el de la experiencia cultural. Es este lugar privile­giado (podría decirse), cuyo

centro fundamental es la recepción del yo en el otro. Si situamos esta intersubjetividad en

la línea lacaniana, para quien toda “la referencia imaginaria del ser humano está centrada

en la imagen del semejante” (1983:183), podríamos decir que el acto ético --ligado a la

escritura--obtiene un carácter extraordinariamente especulativo de todo su desarrollo,

de su interrogación en redondo. Los fenómenos de lenguaje que tienen para el sujeto un

sentido en el registro de la interpelación, del desafío, de la alusión, y el espacio vibrante de

la introspección le permitirán a Bajtin afinar ese otro, el reconocimiento del otro --desde
1 Ni quiero repetirme, remito a Zavala 1994, 1996. Por otra parte, el lector interesado
debe consultar los trabajos de Bubnova 1979, 1993, 1995. Una lectura amplia de Bajtin puede
también encontrarse en Ponzio 1992.

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el otro con minúscula (y aquí me parece decisiva la distinción que establece Lacan 1992

en su estudio de la psicosis) y el Otro con mayúscula. Retomaré este punto que me

parece fundamental para distinguir las aportaciones bajtinianas del existencialismo y del

esencialismo (en particu­lar, la famosa dicotomía buberiana yo/otro).

Cuando a los lectores actuales nos llega La filosofía del acto ético ya Bajtin se

identifica con un legado donde los diferentes campos se han ido articulan­do. Podríamos

decir que el nombre de Bajtin es un campo en pugna, y objeto de variadas interpretacio­

nes. Lo que sobresale de su herencia es el concierto de voces, la pluralidad de agentes del

discurso, las formas de palabra referida, además una serie de metáforas teóricas (dialogía,

cronotopo, heteroglosia, arquitectónica) que designan compromisos específicos en torno

a la naturaleza del sentido y los límites de la interpretación. Pero todos esos libros y

artículos --siempre conocidos con retraso, en desorden--nos ponen al descubierto cómo

vuelve sin cesar sobre sus bases iniciales, traza de nuevo un círculo, y retoma su aventura.

El texto que comento nos conducirá a lo que buscamos: la originalidad de lo que aporta

Bajtin en relación a la ética, al saber, al discurso, y a la realidad, mostrando que todo

ello es una cadena, y que la realidad del ser humano está en el ser del otro. Un texto

representa la organización de la categoría de otro (la alteridad) como separado, mediante

la representación estética, y las categorías de ser y de acto. Y desde el primer momento

(aun si comparte un cierto evolucionismo natural en la época), el discurso concluido

(que también acosaba a Hegel) implica el silencio, la no necesidad de hablar, encarnación

del poder absoluto. Aquí daré un alto.

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He subrayado que casi todos los ejemplos de análisis bajtinianos provienen de

textos literarios, y sabido es que una de sus formula­ciones más elaboradas es la palabra

no concluida, una forma estructurada de dialogismo que se sostiene a través de lo ético, y

la responsabi­lidad y la responsividad (dicho sea al pasar, también Freud y Lacan se basan

a menudo en escritos literarios, en remisiones a autores canónicos o memorias). En este

aspecto, y precisamente en este punto, la perspec­tiva hegeliana del discurso concluido

que reelabora Lacan toma relieve: no equivale solo al silencio, a la no necesidad de hablar,

sino que este discurso es encarnación del saber absoluto, el instrumento del poder, “el

cetro y la propiedad de quienes lo saben” (Lacan 1983:114).

Pues bien. El valor del carácter móvil del pensamiento bajtiniano se capta mejor

en las aclaraciones y precisiones en torno a la oposición entre monologismo y dialogis­

mo, que abordará de diversas formas, hasta rechazar finalmente el monologismo en “El

problema del texto en la lingüística, la filología y otras ciencias humanas. Ensayo de

análisis filosófico” (apuntes de 1959-1961 en 1985). Las dificultades y los atolladeros se

modifican y, finalmente, las distinciones binarias entre ambos términos desapare­cen. Esto

fue lo que le impuso la nueva elaboración de Dostoievs­ki y de los géneros de enuciado,

para constituir el término donde se encuentra el eje verdadero de la realización del ser

humano: el encuentro con el otro y la realidad. Y, efectivamente, lo que encontramos en

el fondo de su enseñanza son la comprensión y la respuesta: el pensamiento participativo.

El relieve esencial me parece ser las interroga­ciones a las propiedades del significante, y

lo que esto supone, además el sistema de valores en que se inscribe el lenguaje humano,

esa amplia red de relaciones, arquitectura de formas cargada de sentido, que llevan en sí

mismas su propia significa­ción.

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

Tratándose de la persona del sujeto y su funcionamiento, la experiencia de la

duplicidad del otro no lo abandonará jamás (y hemos de recordar que para la semiótica

de la cual parte, el lenguaje ha “de definirse en términos dobles”, que hay una “dualidad

opositiva” Benveniste 1971a:115). Bajtin parte del signo como unidad bilateral (no

como arbitrario), y de la relatividad de los valores. Las precisiones de Benveniste en este

punto me parecen centrales:

La relatividad de los valores es la mejor prueba de que unos

dependen íntimamente de los otros dentro de la sincronía de

un sistema siempre amenazado, siempre restaura­do. Ocurre

que todos los valores son de oposición y solo se definen por

su diferen­cia. Opuestos como son, se mantienen en mutua

relación de necesidad. (1971b:145)

Así, el sistema lingüístico encierra un significante y un significado cuyo nexo debe

ser reconocido como necesario. Esta división del signo implica que “el tú está ya en

el seno del discurso”; si bien esta aseveración es lacaniana (1992:392), me parece que

permite proponer un punto de partida distinto sobre la dialogía, como acontecimiento

de encuentro entre el yo y el Otro, y el momento en que se constituye la palabra. Dicho

de otra manera: hay una duplicidad en el otro (como en todo signo) y una mutua

correspondencia-- está el otro imaginario y el Otro con mayúscula. Insisto que parto

de una distinción fundamental estable­cida con gran precisión por Lacan (por cierto,

apoyado en Benveniste). En Bajtin hay un Otro más allá de todo diálogo concreto, de

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todo juego interpsico­lógico --y he ahí todo el desarrollo del concepto de dialogía y del

Tercero. Para Lacan, ese Otro es “el lugar donde se constituye el que habla con el que

escucha” (1992:389). Así pues, el tú, el que puede responder, no debe pensarse como

una simetría, el de la completa corresponden­cia, el alter ego, el hermano. Y continúo

mi lectura de Bajtin a través de Lacan. La intersubjetividad que aquel elabora no es

recíproca (como la de Martin Buber, aunque soy consciente de

que muchas interpretaciones de Bajtin sostienen esta analo­gía). El otro no es un rostro

humano, animado por un yo reflejo del yo propio; la concepción simétrica y recíproca

de un semejante no entra en este esquema. Y el tercero se refiere al discurso mismo (la

tercera persona no existe, nos ha mostrado Benveniste). Volveremos sobre este Otro,

lugar donde se constituye la palabra, y su relación con los valores. Retomemos antes el

hilo.

En 1924, año en que redacta La filosofía del acto ético, intentaba una filosofía

moral encaminada a dar pie a una ontología fundamental que permitiera desarrollar

las bases para las restantes discipli­nas filosóficas. La otredad es el elemento constructivo

básico; este nivel intersubjetivo implica siempre al yo en el aconteci­miento del ser en

su relación con el otro y +++se resume en la máxima “en el ser no hay coartada”. Así

concebi­da, la responsabilidad tiene un carácter ontológico, y el acto proviene del yo

como centro arquitectónico, siempre orientado hacia el otro. En este texto fragmentado

y fragmenta­rio, cuyo principio se desconoce (comienza in media res), que ha sido

transcri­to con dificultad encontramos una coherencia entre el mundo de la cultura y

el mundo de la acción humana; el mundo del acontecimiento, del acto se rige por

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la responsabilidad. La vida humana es ese acto único de autocreación. La literatura,

el hecho literario, se inserta en la práctica social, y la alteridad es siempre material e

inestable. El de Bajtin es siempre el mismo pensamiento que continúa; podría decirse

que va completan­do su esquema haciendo entrar en él cosas muy diferen­tes. El texto

de 1924, leído e interpretado en yuxtaposición con “Arte y responsa­bilidad” (1919) y

“Autor y personaje en la actividad estética” (1920-1921), y “El problema del contenido,

material y forma en la creación artística verbal” (1924 en 1989), nos permiten aplicar

a su obra los mismos principios que ella da a su contrucción, las reglas de comprensión

y entendimiento que ella explicita. Para Bajtin se trata en realidad de aprenhen­der el

acto original de comunica­ción que es el hecho literario, y las significaciones que entran

en juego, estudiando sus pulsaciones paradójicas, donde siempre persisten las mismas

antinomias bajo formas transforma­das.

Metáforas teóricas

Si para Lacan la originalidad de Freud es abordar y procurar formalizar el orden

simbólico (veáse II 1983) --después de todo, el médico vienés es un gran semiótico--, en

Bajtin lo que va a escalonarse son las relaciones con el lenguaje, abordándolo tanto en el

nivel concreto, más cotidiano, cuanto en el de la experien­cia litera­ria. Va perfilando así

toda la referencia imaginaria del ser humano como centrada en la imagen del semejante.

La arquitectónica y el acto ético son así metafóras teóricas para el orden simbólico, en sus

estructu­ras propias, en su dinamisno, en el modo particular con que interviene. Es este

el punto exterior, excéntrico el que impone su coherencia y su autonomía al ser humano

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y lo que este vive. Estas metáforas nos conducen además a uno de los importan­tes

cuestiona­mientos bajtinianos: el lenguaje a través del cual construimos nuestra identidad

y la del otro, que es eminentemente público (la lucha por el signo, que ocupa buena

parte de las reflexiones sobre el lenguaje y el marxismo y el freudismo).

Pero, comencemos por reinsertar a Bajtin en el campo de reflexiones que le

permiten cuestionar todo un orden simbólico. En este punto el neo-kantismo, y la escuela

de Marburgo, en especial Hermann Cohen (1842-1918, el gran comentarista y editor

de las obras de Kant), le permiten cuestionar con audacia la relación entre el mundo

experimentado mediante la acción y el mundo representado mediante el discurso. La

filosofía del acto no es este un texto tranquilo; lo escribió en el momento en que la

sociedad europea y la rusa en particular, daban un viraje: la Revolución Rusa y la I Guerra

Mundial. La palabra que para Bajtin polariza, organiza toda su existencia, es la ética, y

la relación entre la estética y la ética. La estética permite alcanzar la función simbólica

en juego: es una parte de la actividad del sujeto, mientras que la preocupación ética se

despliega en varios terrenos. Este vasto discurso que aparece en saltos y fragmentos en

La filosofía del acto indica lo que la obra de Bajtin constituirá después. El surgimiento

histórico se muestra aquí en su plena dimensión, y consiste en que el alcance del sentido

desborda los signos. Propone que el ser humano es metaético, crea la morali­dad, la

eticidad; propone que la acción del ser humano es creativa.

La I Guerra Mundial corresponde a un avance particular en el desarrollo filosófico

y la relación del ser humano con el lenguaje. No solo Cohen y Walter Benjamin --y

naturalmente Sigmund Freud --por mencionar algunos nombres evidentes, sino que

otro filósofo alemán y teólogo judío, Franz Rosenzweig (1886-1929) en el texto La

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estrella de la redeción (1921). Este filósofo-teólogo, maestro de Emmanuel Lévinas,

entabla lazos lingüísti­cos entre los topoi del judaísmo y figuras de lenguaje-- el relato, el

diálogo y el coro. De tal forma que el relato, que significa finitud y remisión al origen

se liga a la redeción (ser humano con el mundo); el diálogo, la subjetividad del uno y

la del otro, se liga a la revelación (Dios en el ser humano), y el coro, la realiza­ción del

hombre viene al proyectarse sobre los demás y el mundo (la creación). Estos lenguajes

exigen a su vez tiempos particulares: pasado (relato), presente (diálogo), futuro (coro).

Lo importante es el desarrollo que va tomando la estructura del lenguaje para el

pensamiento, que tendrá uno de sus grandes exponentes en Ferdinand de Saussure,

padre de la lingüística estructural, cuyo famoso curso se publicará en póstumemente en

1916. El núcleo central es la sociabilidad del lenguaje, que será punto de arranque desde

diversas ópticas. Esta revolución copernicana está en el centro de los avances bajtinia­nos

por el terreno particular del discurso y la dialogía.

El hilo conductor que une las distintas miras es la relación entre discurso, poder

y verdad (lo que Lacan llama nudo borromeo, que da la idea de que las dimensiones

simbólica, imaginaria y real no se ligan necesariamente). Pero, conviene retomar la

aportación de Bajtin situándolo ahora en el espíritu de la ética kantiana y el papel de

protagonis­ta moral (y dejo de lado aspectos centrales del kantismo, tal el raciona­lismo

y el cientificismo), al mismo tiempo que la concepción de la historia como esfuerzo

incesante hacia un ideal de perfección moral, que es infinito. Y sobre todo, a la dimensión

de futuro implícita en el kantismo, que retomaron los teóricos marxistas de la utopía tal

Marc Bloch (Muguerza 1994:128). Este proceso de “esperanza de futuro” (Hoffnung

der Zukunft) es el corazón del dialogismo, en cuanto sentido, como totalidad de

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sentido: es decir en su carácter de respuesta (Bajtin 1985:­368). Esta totalidad tiene que

ver con valores y exige una comprensión como respuesta que incluya la valoración. Si

entendemos el dialogismo como un problema de significado, sentido y comprensión,

y ésta se entiende como una confrontación con otros textos y como una comprensión

en un contexto nuevo, el contexto anticipado del futuro, habríamos de constatar que la

comprensión es movimiento, y que representa siempre confrontación. La dualidad del

signo a la que hemos aludido:y ese tú que está siempre en el seno del discurso.

Esta actividad participativa dialógica tiene tres movimien­tos: el punto de partida

del texto dado; el movimiento hacia atrás--los contextos pasados; el movimiento hacia

adelante--la anticipación (y comienzo de un contexto futuro). Si bien estas puntualizacio­

nes provienen de un texto tardío --realmente el último trabajo de Bajtin--”Hacia una

metodología de las ciencias humanas”, esbozado entre 1930 y 1940, y reescrito a principios

de 1974 --lo que aparece como importante son las preguntas claves con las que dirige su

investigación. Una es la comprensión; y la segunda que la comprensión cambia con la

historia, y que la historia hace la comprensión. No deja de lado los cambios históricos,

pero afirma que es siempre una actividad participati­va y responsable.

¿De qué tipo de ética nos habla Bajtin en el acto ético? Debemos dinstinguir entre

una ética deontológica (o del deber), o una teleológica (o de fines); el campo de Bajtin

parece identificarse con el desarrollo de una teleología, y las precisiones de una moral de

acción (“moral de batalla” llamó Unamuno a su vocación y responsabilidad éticas). Pero,

además, considero que la ética bajtiniana se puede identificar en su conjunto con una ética

comunica­tiva (o discursi­va) que pone de relieve que no hay otra vía que la del diálogo

(cercana también a la propuesta de Jürgen Habermas, si bien hay profundas diferencias).

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

Dejandóme llevar por la lectura de Javier Muguerza (1994), la ética kantiana es formal,

lo cual quiere decir que sus contenidos materiales han de venirle sociohistóri­camente

dados, y no se desentiende del imperativo categórico que es la dignidad humana. Y la

libertad --postulado de la razón práctica-- sería así la auténtica razón de la moralidad

(149); de tal forma que el kantismo, lejos de un optimismo metafísi­co, parte más bien

de una visión realista que incorpora el conflicto.

Aún otros aspectos nos salen al paso para situar el texto bajtiniano. En particular,

la relación entre ética y estética que, naturalmente, no se limita a Kant (sin más,

recordemos a Aristóteles), sino que el filósofo establece conexiones particu­lares entre

ambas. Dejaremos de lado cuanto pertenece al “buen gusto”, y la teoría kantiana de la

respuesta estética, para concentrarnos en el significado metafísico y moral de la experiencia

estética. Esta nos hace conscientes de nuestra conexión con el mundo, y con la alteridad;

la apreciación de la belleza es análoga a la conciencia de la obligación moral. Si bien

estas relaciones están presentes en Bajtin, es de observar que sus reflexiones sobre el arte

están ligadas al “creador” (autor, héroe), lo cual nos obliga a acercar a Bajtin desde fecha

temprana a una teoría semiótica del arte (tan contemporánea): al arte como sistema

simbólico. Las principales fuentes de esta teoría serían el repudio de lo psicológico,

subjetivo o experien­cial, como conceptos no autónomos. Este rechazo, a su vez, favorece

una comprensión del arte como lenguaje y significación (remito a Goodman 1976; en

lo que sigue me apoyo en Gardner 1995).

Esta condición, en tanto está valorizada dentro de la oposición al lenguaje

abstracto, sería rechazada por cualquiera que se apoyara en un acercamiento kantiano o

de Hume al arte. Cabe recordar que para Kant el arte no se puede entender al margen

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de ciertas formas de experiencia estética, que son imposibles de reducirse a categorías

lógico-lingüísti­cas. No me parece necesario insistir en que lo que para Kant sean estas

categorías debe distinguirse de la filosofía del lenguaje que irá formulando Bajtin, donde

las relaciones con Lev Vigotski son evidentes (tampoco podemos dejar de lado a L.

Hjelmslev, que tanta resonancia tuvo por estos años). No quiero extremar las analogías,

pues carecemos de un buen análisis sobre el ambiente intelectual ruso de aquellos años, y el

desarrollo que había tomado la filosofía del lenguaje (no obstante, véase Bubnova 1982).

Sin embargo, sí encontra­remos esa relación ética-estética que distingue lo kantiano, y

que retomarán Schiller (con su noción central de que mediante la educación estética será

posible alcanzar una humanidad plena ya que permite armonizar las contradicciones

metafísicas de la naturaleza humana entre libertad y necesidad), Hegel, Schopen­hauer

y Nietzsche desde distintas vías para afirmar el problema de valor que se realiza a través

del arte (central en el idealismo alemán).

Me ha parecido oportuno, para situarnos, esta apretadísima síntesis de problemas

que han merecido múltiples estudios a lo largo de la historia de la filosofía y resituar así

el neokantis­mo bajtiniano, que figura en primera línea en La filosofía del acto ético. No

obstante, me parece imprescindible subrayar que el neokantismo de nuestro entonces

joven ruso proviene de la mediación de H. Cohen, cuya presencia en Ortega ha puesto

de relieve García Baró (1996). Pero no es precisamente eso lo que quiero destacar, sino

una serie de aportaciones que ligan la interpretación coheniana del neokantismo con los

tres textos bajtinianos primeros: “Arte y responsabilidad” (1919), “Autor y personaje”

(1920-1921), y La filosofía del acto ético.

Cohen, por su parte, desarrolló la ética kantiana enlazándo­la a una ética democrática

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socialista y al judaísmo (véase en particular Religion der Vernunft aus den Quellen de

Judentumus 1919). Es decir, enlaza el ideal ético y el ideal político, una especie de

socialismo cultural que supone hacer sociales los valores aristocráticos. Este socialismo

ético es aspiración (el mundo del “ought” o “deber ser”), y está fuera de los partidos

políticos pues ninguno puede alcanzar finalmente este ideal (¿utópico?). Finalmente, es

preciso señalar que la novela se convierte en el género vital para Cohen. De tal manera,

que llega a establecer estrechos lazos entre el género literario y las formas de organización

y comprensión cultural --es decir, el género es la forma mediante la cual una cultura se

entiende a sí misma--y privile­gia la novela.

Volvamos a Bajtin. Con lo dicho anteriormente, no se hace necesaria excesiva

ingeniosi­dad para reconocer muchos de estos conceptos centrales en Bajtin (y en Ortega,

dicho sea al pasar, y aludo a Meditacio­nes sobre El Quijote 1914). Lo que se va perfilando

en estos textos escritos entre 1919-1925 es su atención al texto mismo, por una parte, y

el desarrollo de su semiótica (Bubnova 1994 explica con claridad los rasgos principa­les

de su sistema). El carácter metalingüístico que irán desarro­llando en sus últimas obras,

y las complejidades que añadirá a su concepto de “texto”, al mismo tiempo que su

interés por la actitud valorativa del autor se perfilan con claridad en estas primeras obras.

Si su axiología deriva de la intersubjetivi­dad (punto en el cual existe una especie de

consenso entre los bajtinianos), no menos importante es el lenguaje como formador de

la subjetivi­dad, y la responsabilidad (y responsividad) en la relación con el otro. Estética,

ética, epistemología (que es todo ello a la vez), redefinida como acto ético responsable,

al mismo tiempo que diálogo, comunicación y acto dirigido a un “tú”, en presencia de

un “tercero” que remite a un sentido infinito --el que comprender en el futuro, la “fiesta

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de resurrección” a la que alude en sus Apuntes finales. Otro y tercero que son el lugar

donde se constituye la palabra.

Es esta una semiótica --y ya lo he propuesto en múltiples ocasiones--que se

distingue por la estrecha relación que establece desde el comienzo entre el lenguaje

como producto de intersubjetividad y la dirección hacia una filosofía ética. Conviene

distinguir en este punto entre ética y moral: la ética --del griego ethos--es concepto

más amplio e incluye la preocupa­ción por las distintas formas de vida y actividades,

mientras la moral --del latín mores o costumbres-- concierne a las reglas y obligaciones.

Si bien Bajtin mismo alude en La filosofía del acto a una “filosofía moral”, ya sabemos

que las fronteras entre ambas son muy tenues, y lo eran mucho más en la década de

1920. En todo caso, esta ética no excluye los conflictos, las luchas y las polémicas en

torno a lo que hoy llamaría­mos “el capital simbóli­co”. A Bajtin parece preocupa­do

por la forma en que la personali­dad creadora aborda el sentido, la verdad, el signo, la

compren­sión, los valores. Y a lo largo de sus reflexiones irá desarro­llando los niveles,

no solo de la percepción estética, sino del lenguaje y la comunica­ción. El sonido, el

ritmo, la significación concreta, la entonación (fundamental en el texto de Voloshi­nov/

Bajtin “¿Qué es el lenguaje?” (1930), “La construcción de la enunciación”(1930), y “El

discurso en la vida y discurso en la poesía” (1926)--que ahora se incluye en su traducción

al castella­no), la ideolo­gía, el discurso interior. La presencia de Lev Vigotski (Silves­tri y

Blanck 1993) es central.

Pero, retomemos la elaboración de algunos de estos conceptos a lo largo de los

años y de los diversos nombres. Es decir, lo que distingue las reflexiones bajtinianas

sobre la estética, es la relación estrecha que establece con la ética, al mismo tiempo que

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se vale de categorías estéticas para llevarnos hacia una duplicidad de relaciones. Por una

parte, la creación y su responsabilidad, que se edifica mediante la atención al texto, por

otra, que un texto es un mensaje, un mensaje cifrado, que obedece a relaciones discursi­

vas, a cambios de sujetos hablantes. El análisis discursivo, el elemento semántico, la

palabra articulada, el discurso interrum­pido, el discurso referido irán cobrando relieve

para problemati­zar la transmisión del sentido.

El discurso referido

La impronta de la palabra ajena (el discurso ajeno), que transforma nuestra propia

palabra en bivocal, ambiva­lente y polisémica, convierte a su vez el lenguaje en zona de

encuentro de valoraciones, se convierte en central desde sus primeros textos. Desde La

filosofía del acto ético se perfila ya que el lenguaje es fundamen­talmente heteróge­neo,

un medio compartido y conflictivo, se podría incluso decir que antagónico. De todo

ello se dibuja la imagen del discurso ajeno como una especie de caja china o muñeca

rusa: discurso en el discurso, enunciado dentro del enunciado, pero al mismo tiempo,

discurso sobre otro discurso, enunciado acerca de otro enunciado (Bajtin/Voloshinov

1929 en 1992:155).

El ejemplo que evoca el discurso referido es una arquitectó­ni­ca, y nos indica

que “la palabra roza la palabra” (159) y se introduce en ella, y se construye sobre ella el

propio discur­so. Bajo una única palabra, se combinan evaluaciones contra­dic­torias, de

manera que se puede pensar que la palabra (el lenguaje) es quien abre la puerta a todos

los parisitismos, todos los simulacros y es el elemento que permite trazar la responsabi­

lidad. La palabra referida constituye un esfuerzo por llamar la atención hacia los efectos

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de confusión, de equivocidad, de indecibilidad que produce el lenguaje.

Todo este deslizamiento nos conduce a la época de 1925, a un ejemplo concreto

de refracción de la palabra ajena, cuando Mijail Bajtin emplea los nombres autoriales

del biólogo e historiador de la ciencia y autor de dos libros sobre Goethe en la década

de 1960, Ivan I. Kanaev, del crítico Pavel N. Medvedev (1892-1938?) y de Valentin N.

Voloshinov (1894-1936), en una serie de 9 artículos y tres libros que se vienen llamando

los textos deutero­canónicos (ver ahora en Zavala, coord. 1996). Epoca esta, como hemos

visto, en que Bajtin está interesado en problemas estéticos y filosófi­cos, de orientación

neokantiana. Si ya en 1922 ha finalizado su libro sobre Dos­toievski, este no verá la luz

hasta 1929 (segunda edición 1963, ampliada en 1979, y en español en 1986), dando

remate así a un complejo estudio sobre el pensamien­to dialógico, el discurso referido, la

polifonía y la ética de responsabilidad, puntos centrales de sus meditaciones. Después de

un largo silencio, en 1963 se le “descu­bre” en Rusia, y en adelante se publican textos que

hacía años había finalizado (el Dostoievs­ki, su Rabelais), así como una serie de artículos

póstumos sobre la novela y sobre la estética. En ambos se recogen sus meditacio­nes

desde 1919 (1979 en 1985).

El fenómeno de ventrilocuismo o discurso referido al que aludo hacen palpable

que los nombres de los autores (reales, pero que actúan como ficción) hacen evidente

el nombre que falta en el campo de lo que se describe (Zavala coord. 1996). Se trata de

un interior excluido, que para retomar los términos mismos del discurso bajtiniano, este

adolece de un centro o valor arquimédi­co. Diríamos que Bajtin pone en suspensión la

autoridad para reforzar la ficción en una práctica de lenguaje orientada a la producción

de pseudónimos, heterónimos, máscaras ---si se prefiere--que le permiten explorar

19
Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

los aspectos centrales de sus reflexiones ético-estéticas. No quiero repetirme. En estos

textos, Bajtin aparece más como lector de su propia escritura, y en la misma posición

de autoridad que cualquier lector de estas obras, más que como su autor, privile­gio

que esconde,os­curece o niega. Podríamos decir --si siguiéra­mos a Kierkegaard--que son

formas de comunicación indirecta que deconstruyen la autoridad absoluta del autor.

Pero en Bajtin adquieren otras vertientes.

El reconocimiento de lo social, del discurso como voces que se influyen

mutuamente, connotan esta perspectiva bajtiniana acéntrica, que determina el acto ético

de comprensión. Denota, en última instancia, la arquitéctonica (concepto empleado

desde 1920), es decir, la forma en que se construyen las cosas; las relaciones entre el yo

y el otro y, no menos importante, la forma en que los autores construyen esa unidad

provisoria que se denomina texto literario. La estética forma parte de la arquitec­tónica:

si la arquitectónica atañe al estudio de las relaciones entre cosas, la estética comprende

el problema de creación, cómo las partes se constiuyen en totalida­des. El problema

es de raigambre kantiana; se recordará que en la rigurosa arquitectóni­ca kantiana, la

objetividad se articula según las coordenadas de espacio, de tiempo, y de nombre, y ella

misma es tributaria de ese momento determinante de progreso de ciencias de la naturaleza

que representó la mecánica newtoniana. En Bajtin la arquitectóni­ca se desprende del

mecanicismo, y la estética forma parte integral de la subjetividad. La ética conlleva no

solo la propia perfección, sino la felicidad ajena, y la historia se concibe como esfuerzo

incesante hacia ese ideal de ética discursiva, que es por definición una tarea infinita --el

Gran Tiempo.

El discurso de la responsabilidad no apunta a una instancia ético-jurídica pura,

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o a la razón práctica o al pensamiento puro. Descansa en una noción de sujeto, que

se aleja del ideal de la comunidad intersubjetiva universal y transparente que propone

Habermas. La de Bajtin no es una ética universalista, ni la este992:104-5). Allí afirma

que la palabra es un signo, en la medida en que nos avisa de la presencia del algo con el

mundo exterior y le señala a la conciencia que se enfrenta con ese mundo. Digamos que

esta interdiscursividad le permite al sujeto orientarse en la relación con el mundo real.

El carácter de simultaneidad que le adscribe a la dialogía y a la comprensión dialógica

(de raigambre kantiana, pues ya en La crítica de la razón pura (1781) aparece el carácter

objetivo de la simultanei­dad), significa interdepen­den­cia entre los objetos que existen,

no causalidad. Kant la remite a la ley newtoniana de la gravita­ción: todo miembro del

cosmos aparece explicado como función de los demás, del mismo modo que estos se

explican, a su vez, como función de aquel.

Si Bajtin reacentúa esta simultaneidad de la percepción, también la categoría

de acontecimiento es central: el diálogo es un acontecimiento decisivo, y la dialogía

un aconteci­miento de interacción de conciencias equitativas. El acontecimiento no es

necesariamente un nada o un vacío al cual debemos enfrentarnos; equivale a la vida

diaria, a la realidad de lo cotidiano que nos obliga a escuchar bajo el silencio o el ruido

las pequeñas diferencias su particularidad en el tiempo y le abre camino a lo que Lyotard

llama el différend, que modifica la lógica misma y hasta los géneros de discurso. Los

géneros discursivos desempeña­rán un papel crucial como tentativa de asegurar las normas

de la comunicación; los géneros han de entenderse (de acuerdo a su desarrollo posterior)

como subordinación del enunciado a tipos relativamente estables de intercambio en

la actividad humana--desde la selección del tema, al estilo de construcción de cada

enunciado.

21
Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

En este universo discursivo la comprensión no es algo pasivo y exacto, de una

duplica­ción de la vivencia del otro, es un traslado de la vivencia a un plano absolutamente

distinto de valores, a una categoría nueva de valoración y figuración, aclara en un texto

escrito por entonces: “Autor y personaje en la actividad estética” (Bajtin 1920-1924 en

1985:94). Aquí la estética de la creación verbal se orienta hacia la estética filosófica y

hacia la responsabilidad, el acto responsable, sin coartada o escapatoria.

Es imposible demostrr su coartada en el aconteci­miento del ser.

Allí donde esta coartada llega a ser la premisa de la creación y del

enunciado, no puede existir nada responsable, serio ni impor­tante.

(1985:180)

El acto responsable, sin coartada, es el tema musical arquitectó­nico de La filosofía del

acto ético, pero también es central en el libro sobre Dostoievski, cuya primera redacción

es de 1929. Precisa, afina, distingue, separa y elabora la palabra inversa, la palabra con

escapatoria. La “escapatoria o subterfugio de la conciencia y de la palabra” significa:

el tener la posibilidad de cambiar el último y definitivo sentido de su

propio discurso. Si el discurso ofrece una escapatoria así, este hecho

debe reflejarse inevitablemente en su estructura, Este otro sentido

posible es el subterfugio reservado que acompaña cual sombra a la

palabra. Por su sentido, la palabra escapatoria ha de ser la última y

pretende pasar por ella, pero en realidad es tan solo la penúltima

que después pone un punto final, convencional, no definitivo.

(1988:327-328).

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La autodefinición con escapatoria es así la forma más difundida en Dostoievski,

representa la última palabra, pero “en realidad este discurso cuenta internamente con

una evaluación contraria de uno mismo por el otro” (328). El análisis correspon­de a la

sección “La palabra en Dostoievski”, y muy específicamen­te a Memorias del subsuelo

o Notas de un hombre subterráneo (1864). El protagonista, el hombre del subsuelo,

es un ser repugnante que exhibe con impudor sus flaquezas, cobardías, sus lacras. El

lector recibe la palabra de una naturaleza degradada, corrompida. Pero --y ahí la dialogía

dostoievskiana--esta basura humana no es solo digna de compasión, sino de admiración.

Esta palabra (“deformada”) del hombre del subsuelo crea un tipo específico de la última

palabra ficticia acerca de uno mismo y en un torno abierto, con la intención de molestar al

otro y de exigirle una refutación sincera. Es también palabra “evasiva”, y caracteriza (con

excepciones, dice) todos los enunciados confesionales de los héroes. Podría continuar

por esta vía: la presencia de la escapatoria vuelve difusas todas las autodefini­ciones de

los personajes; en todo momento el personaje está listo, cual camaleón, para cambiar su

tono y su sentido último. El héroe se vuelve así ambiguo e imperceptible también para

sí mismo; distorsiona su actitud frente a sí mismo.

Esta “retracción y subterfugio” no solo se revelan en su palabra, sino en su rostro; la

interferencia y la alternancia de voces parece impregnar su cuerpo, restándole el dominio

de sí mismo y volviéndolo ambigüo.

El hombre del subsuelo odia su cara porque también en ella percibe el

poder del otro sobre su persona, el poder de sus valoraciones y opiniones.

Ve su cara con ojos ajenos, con ojos del otro. Y esta mirada ajena se funde

alternativamen­te con su propia mirada, generando un odio peculiar hacia

su cara” (331).

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

Pero, “para el ser no hay coartada posi­ble”, es su leit motif en La filosofía del acto ético.

¿Cómo combinarlas? Si en este último la no-coartada indica toda actitud responsable,

en su análisis de los héroes novelescos la escapatoria se traza a través del cinismo y la

excentricidad. Volveremos sobre ello, sin dejar de lado que justamente para Julia Kristeva

el escritor moderno es ambigüo; se trata sin duda, de la palabra con escapatoria. Y si

recordamos (aunque llueva sobre mojado) que Bajtin identifica la novela polifónica con

el capitalismo, no podemos dejar de lado (si bien ahora lo referimos) los lazos que tiene

esta palabra con escapatoria con el nudo borromeo a que aludí antes.

Pues bien. El acento sobre lo valorativo persistirá como centro de sus reflexiones

posteriores. Hemos de dar un paso y distinguir el rasgo que separa y distinge a Bajtin

de varias ideas contempo­ráneas sobre la comunica­ción: Jürgen Habermas y su idea del

Diskurs como unanimidad razonable, la Karl-Otto Apel para quien la argumenta­ción

intersubje­tiva proporciona los cimientos últimos de la razón o transformación semiótica

de la lógica, y la noción pluralista de Richard Rorty de que la única racionalidad posible

ha de encontrarse en el acuerdo sin coacciones, alcanzado por medio de conversaciones

libres. Nada de estas comunidades subyace en la propuesta axiológica bajtinia­na, que no

exime el diálogo de la polémica ni de las disputas interminables, que permiten evaluar,

no solo en el terreno de la ética, sino en aquello que Marx llamó la “práctica crítica” de

desafío del engaño. Esta polémica no se le pasó desapercibida a Gertrude Stein, que la

describe desde otros supuestos: “No one is ahead of his time, it is only that the particular

variety of creating his time is the one that his contemporaries who are also creating their

own time refuse to accept” (1972:514).

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Estas perspectivas de polémica discursiva subyacen en el ensayo temprano “Autor

y personaje en la actividad estéti­ca”(1920-24), donde propone una serie de conceptos

claves para el desarro­llo de su pensa­miento: extraposi­ción, excedente de visión, horizonte,

entorno. El primero ha sido traducido por Todorov (1981) de manera poco afortuna­

da como heterología, difuminando así la fuerza que el prefijo ex tiene en Bajtin. El

excedente de visión y de conocimiento para la percepción del horizonte o campo de

visión del otro y su entorno, son claves y nos invitan a escapar las fantasías de control

(su magistral Rabelais es la plenitud de este excedente de visión). Se trata, en definitiva,

de la extraposición del yo y del otro en el acontecimiento de la comunicación dialógica.

Todos estos conceptos que aparecen en este texto inicial, se elaboran desde diversos

puntos y perspec­tivas en los textos deuterocánoni­cos, que llegan a rodearlos y precisarlos,

haciendo surgir nuevas distinciones éticas. Como punto de apoyo de este peculiar modo

de comprensión, Bajtin se remonta en el conjunto de problemas éticos y estéticos, a una

teoría de los valores, de la axiología. El “Autor y personaje en la actividad estética”

nos involucra en una aventura sobre el yo y el otro que debemos perseguir, si bien con

cierta reserva. Si redescubrimos su sentido, y recorremos con la mirada lo que nos aporta

la meditación bajtiniana, vemos claramente que desde el principio se resiste a encerrar el

yo en una única postura emocional, volitiva y ético-cognoscitiva en el mundo (1985:38).

El sentido ético se explora aquí en el interior de una experien­cia fundada en la confianza

otorgada a la textura del discurso en tanto que cadena intersubjetiva e interdiscursiva:

Mi apariencia no puede ser vivida dentro de la categoría del yo como un

valor que me abarque y concluya, porque se vive de este modo tan solo

dentro de la categoría del otro, y es necesario que uno se incluya en esta

25
Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

última categoría para poder verse como uno de los momentos del mundo

exterior plásticamente expresado. (p.39)

La necesidad del otro es éstetica: la necesidad de una partici­pa­ción que ve, que recuerda,

que acumula y que une al otro, es continua. Estética, desde luego, si entendemos por el

término lo inagotable, inconcluso, abierto, y el carácter creativo de la comprensión; la

extraposición supone comprensión y valoración, y no pérdida del propio lugar (1920-24

en 1985:364).

Se podría decir que el objeto aquí --el otro--se introduce como forma de accesibili­

dad a lo real, y que adquiere una función simbólica y cumple el papel de frontera y de

límite. No es extraño que en este importante texto de la década de 1920 hable de la

iniquidad de principio que existe entre el yo y el otro desde el punto de vista de la

moral cristiana (aquello de “Llevad la carga del otro”). Pero, esta máxima (que también

perturba a Unamuno) se puede traducir como “llevad la carga de la palabra”; punto

de acolchamiento o punto nodal, entre el significante y el significado. La noción de

“palabra”, muy cercana a la de Dios, le ofrece un elemento sensible de la experiencia. La

necesidad del otro es estética y ética, y la estética solo está allí donde nos muestra una

de las fases de la función ética. Así, toda filosofía o moral que reduzca al yo cae en un

solipsismo ético. Lo que merece destacar­se entonces es que este relevo de responsabilidad

y reemplazo de la firma nominal equivale a la praxis de su propia teoría, si entendemos

por praxis aquella certera definición lacaniana: “acción concerta­da por el hombre, sea

cual fuere, que le da la posiblidad de tratar lo real mediante lo simbólico” (1964 en

1992a:14).

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De seguir esta serie de enuncia­dos que remiten siempre a valoracio­nes y formas

de ventrilocuismo, los heteróni­mos serían grados o enunciados genéricos adscritos a la

polifonía y a la lucha de opiniones e ideologías. Son situaciones concretas de desdobla­

miento del sujeto en yos autónomos, que recurren al discurso bivocal, que sirve

simultáneamente a dos locutores y expresa intenciones diferentes. No se trata de tomar

distancia, de situarse fuera, sino de producir aberturas y traspasar fronteras; no se puede

eludir la sensación que establece que el proceso de la enunciación siempre subvierte el

enunciado, y que todo texto nos atrapa en una red descentrada de procesos plurales, de

voces referidas. No podemos por menos que reconocer que en los textos disputados pone

en práctica esa ambivalencia fundamental del texto, inundado por relaciones dialógicas

entre los enunciados, relaciones éticas, relaciones entre conciencias, verdades, influencias

mutuas, aprendizaje, amor, odio, mentira, amistad, respeto, piedad, confianza (“De los

apuntes de 1970-71”, en 1985:360).

Podemos percibir el preludio orquestal no solo en todos los términos bajtinianos,

sino en su particular uso del apócrifo y de los heterónimos, que lo ligan al ímpetu

modernista de la década de 1920: los apócrifos de Antonio Machado, loa heterónimos de

Fernando Pessoa, el mundo de pseudónimos de Azorín, entre los más conocidos, y antes

los homónimos de Kierkegaard. En todos ellos se revela la relación entre heteronimia

y homonimia con el dialogismo. Esta experien­cia de intercambio y conflicto (¿por qué

no decir también, juego?), establece relacio­nes dialógicas que impiden la petrificación

de los interlocutores en su respectiva posición. La dialogía implica el intercambio de

roles (como en el juego erótico), que cada cual sea el otro de sí mismo, el distinto de sí

mismo. El discurso ajeno y nos dice que toda situación concreta comporta una ética de

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

responsa­bilidad. Precisamente porque la palabra no concierne tan solo a los contenidos

de sentido, la ética bajtiniana no puede ser escindida de un nuevo planteamiento sobre

la responsa­bilidad, que no confía ya necesariamente en lo heredado. La ética en sí no

es fuente de valores, sino que provee la forma individual y colectiva de relacionerse con

estos, como nos recuerda Sergei Bocharov.

Todo este entramado se arma desde la década de 1920 en sus trabajos sobre el arte

y la responsabilidad (1919 en 1985), autor y personaje en la actividad estética (1920-

1924 en 1985), el problema del contenido, el material y la forma en la creación literaria

(1924, en 1989:13-76), y la filosofía del acto ético (1924). Aquí dibuja con precisión

la armadura de una arquitec­tó­nica de responsa­bilidad que vincula al ser humano al

mundo, a sí mismo y al otro. Lo que en ruso se llama postupok, o sea, el acto responsable.

Pensando en la relación oculta entre todos estos textos y los firmados por otros, en “Arte

y responsabili­dad” (1919 en 1985) Bajtin evoca la estrecha relación entre el arte y la

vida, y propone que el divorcio entre ambas actividades puede superarse si las pensamos

como responsivas y responsables mutuamente. La responsabilidad se actualiza como

unidad en la persona indivi­dual:

Yo debo responder con mi vida por aquello que he vivido y comprendido

en el arte, para que todo lo vivido y comprendido no parezca sin acción en

la vida” (1985:­11).

Toda la cadena que hace conectar este brevísimo texto con “El discurso en la vida y

en discurso en la poesía” firmado por Voloshinov en 1926, nos reconduce a terrenos

bajtinianos. Lo que hay de común es ese valorar lo ético y lo estético, y subrayar la

responsabi­lidad del acto ético y del sujeto sin coartada o escapatoria: la unidad se

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transforma así en arquitectónica. Esta no coartada es el principio esencial de una

responsabilidad ante “la vasta morada de signos” (como define Martí al mundo social)

que siempre se renueva, o se re-acentùa y que nunca muere del todo.

El resto es el movimien­to de la suplemen­ta­riedad, aunque ni como ventrilocuo

de Medvedev o de Voloshinov, Bajtin recurra a este concepto, como yo lo hago aquí. Sin

embargo, desde el momento en que habla de resurrec­ción, de inconslusi­vidad, queda

claro que el movimien­to de la signifi­ca­ción añade algo, para que siempre haya más, y se

opone a la reducción metafísica del significado.

No es posible dejar de lado sus colaboraciones con Medvedev, donde se permite

introducir y precisar los importantes conceptos de ideologe­ma, ideología, ideología

cotidiana, y varios artículos sobre el discurso, la palabra, el signo ideológico, un libro

sobre el marxismo y el lenguaje y otro crítico sobre Freud y el freudismo, donde

descalifica al vienés por individualista, entre otros reparos graves contra el concepto

freudiano del inconscien­te (reparos que debemos, en probidad intelectual calificar de

pre-psiconalítico). Estos últimos están firmados por Voloshinov (cuyo nombre rubrica

seis de los artículos en disputa). Los textos de Voloshinov, por otra parte, son los más

decididamente “marxis­tas”; digamos que Marx aquí es el nombre que alternativa­mente

se muestra y se esconde, pero que decididamente queda como “fantas­ma” de los textos.

Resumiendo. Si el ventrilo­cuismo es frecuente entre 1925-1929, años en que a

su vez está redactando el estudio sobre Dostoievs­ki, y momento que marca a su vez el

interés creciente por la novela, los géneros de enunciado, la palabra en la novela (¿legado

de Cohen?). Su interés por este género rebasa los marcos de los estudios literarios

tradicionales, al entroncarlo a un problema filosófico y ético. Su estudio sobre Dostoievski

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

es el centro de sus meditaciones, sobre lo que supone el pensamiento dialógico en la

cultura, desde Sócrates al presente.

Al hacer dialogar los textos de la década de 1920 nos permite entrever lo que

significó en sus meditacio­nes la voz ajena como formas de composición heterogénea de

la propia imagen. La extraposición se convierte en punto nodal, especie de concepto

teórico central que se basa en el reconoci­miento de un núcleo imposible que resiste a la

simboliza­ción, a la totalización, a la integración simbólica. El modelo más consistente

de este reconocimiento es la dialogía, que denota una posición subjetiva que acepta la

divergencia, la contradic­ción, la polémica, el antagonismo como condición interna de

toda identidad y toda ideología. Dialogía que en sus primeros textos relaciona con la

cultura de los límites, la difuminación de fronteras.

Su repulsa de lo arquimédico y de una visión de punto central común para referir

todos los contenidos (herencia kantiana), lo inducen en 1920-1924 a repensar al autor

como “conjunto de principios creativos que deben ser realizados”. Y continúa:

Su individuación en tanto que hombre es un acto creativo secundario del

lector [...], independien­te del autor en tanto que principio activo de la

visión, que es acto que lo vuelve pasivo a él mismo. (“Autor y personaje”

1985:181)

Si con esta frase termina el texto que conocemos en español, en inglés se incluye un

suplemento (1990) donde comienza a elaborar lo que llama arquitectónica (también

de origen kantia­no). Lo que quiero subrayar es que desde sus criterios, el autor es co-

partícipe del acontecimiento del ser, y es necesario un tipo particular de responsividad,

donde no existe ninguna coartada posible, ya que no se vive en un vacío valorativo o

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ideológico. El acto ético no tiene coartada --evasión--posible; la responsabilidad aquí

adquiere proporciones individuales y colectivas.

Nos queda tocar brevemente ese vacío de la persona (digamos, re-acentuando

sus propias palabras) que representa el autor, que debe ser comprendido a partir del

acontecimiento de la obra como su participante, como el director del lector. Creo que

estos objetivos están profundamente relacionados: cuanto no vive en las fronteras, muere,

pierde significa­ción; pero, y es lo más grave, donde no hay responsabi­lidad no hay acto

ético ni estético. De esta manera, el autor como co-partícipe en el acontecimiento del

ser afirma su carácter social y su sentido ético profesional, podríamos decir. El núcleo

que hemos de tomar en cuenta es que no existe coartada alguna en este acontecimien­

to responsable y responsivo. Un texto se convierte así en un nuevo modelo de mundo,

que se logra mediante la extraposición, el excedente o exceso de visión, y el horizonte

ideológico y su entorno. Podemos resumir así su programa ético estético, elaborado bajo

diversos apócrifos y distintos ángulos.

Si sacamos todas las consecuencias de este intercambio de nombres y estas

meditaciones en torno al acto ético, podríamos concluir que Bajtin está lejos de la idea

de un sujeto trascen­dental, soporte de la red de categorías; el sujeto es el punto de

partida del problema, pero no el sujeto de la certeza, sino el sujeto en relación con el

otro. El acto de escuchar hace intervenir su función en la dimensión de la existencia de

los otros. El otro así sorprende y cambia todas las perspectivas; la responsividad pone

al descubierto los efectos de la palabra sobre el sujeto. Tal vez tengamos que correr un

riesgo y leer retroac­tivamente, a partir de elaboraciones posteriores a Bajtin ¿Me atreveré

a formular si leemos a Bajtin con la mirada de Lacan, el sujeto es el sujeto de una falta, o

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

cuanto menos --y no es poco--el sujeto del deseo? Este plus que añade Lacan quizá esté

latente en al proyecto bajtiniano, donde al menos sí se articula que el sujeto es una falta

en una cadena significante que aporta el otro.

Ahora queda claro, confío, que la noción de palabra ajena, de discurso referido

y de otro son contrapartida al concepto mismo de dialogía, como lucha y antagonismo

que elaboró en distintas épocas y con diversos nombres. Lo social es siempre un terreno

incongruente, atravesa­do por el antagonismo central --convicción que dicen y repiten

Medvedev, Voloshinov y el propio Bajtin, desde diversos ángulos y afinamientos y

refinamientos posteriores. Sugerencia que implica que todo proceso de identifi­cación

que nos otorgue una identidad socio-simbólica fija está destinada al fracaso. Porque en

el terreno de lo social (dialógi­co), todo significado no es solo inestable, sino ambivalente:

el concepto de carnavalización nos hace tropezar con esta inciden­cia. El carnaval (y la

carnavalización) son el medio de encarnar la imposibilidad última de todo proyecto

totalitario--esa ambivalen­cia y antagonismo son su límite inmanente al intentar establecer

una sociedad transparente y homogénea. El carácter antagónico inmanente del sistema

siempre irrumpe, esta es una de las reponsabilidades éticas que supone el carnaval.

Podemos diferenciar las diversas etapas en referencia a los modos de articulación

de la dialogía y el discurso. Desde el primer periodo --textos propios y textos deuteroca­

nónicos-- las nociones de frontera, de excedente de visión, de horizonte la insistencia

está en la palabra, como medio del reconocimiento intersubjetivo, cuando se integra

y se reconoce en la palabra ajena: “El peso social del hablante es enorme”, y continúa:

“Se puede decir, abiertamente que, en la vida diaria, la gente habla más acerca de lo que

hablan los demás” (“La palabra en la novela” 1934-35 en 1989:154).

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Esta asimilación en el mundo interior (signo interior) se marca por medio de

la entona­ción, indicativa de valores y coloraciones ideológicas. El análisis del mundo

interno lo induce al estudio del signo, de la ideología, de la ideología cotidiana, del signo

como ideológico, de la psique, de la lucha de acentos, la re-valoración como el cambio

de significación. Pero además a las nociones de ideologema, el autor como ideólogo, las

fronte­ras, los géneros de enunciado. El concepto de ideologe­ma (retomado por Julia

Kristeva, quien además adoptó de Bajtin el término de intertextualidad) es central: en

cuento elemento de intersección entre la heteroglosia de todo texto y sus coordena­das

históricas, opera a manera de enlace entre el texto literario y otras prácticas culturales

significantes. Se inserta en los textos a nivel semiológico y condiciona lo ideológico,

central en la teoría discursiva y filosófica de Bajtin.

Pero los elementos más significativos de su filosofía del signo aparecen bajo la la

firma de Voloshi­nov en la serie de artículos disputados y los dos libros. Este heterónimo

discursivo plantea la importante noción del discurso ajeno y el discurso referido en El

marxismo y el lenguaje, tema que retomará el propio Bajtin con su propia firma en

el artículo “La palabra en la novela” o “El discurso en la novela” (1934-35), que se ha

integrado a la serie de trabajos sobre la teoría de la novela (en 1989). El mismo esfuerzo

por pensar el discurso con nudo de voces refractadas adquiere diversas soluciones o

planteamientos desde la década de 1920. Lo que queda claro --postulado desde diversos

puntos de vista y varios nombres-- es que su universo es la palabra, en tanto que portadora

de valores y axiologías, de comunicación y desencuen­tro, de transparencia y opacidad.

El suyo es un mundo heteroglósico, que plantea el status de la ficción y la identidad en

el mundo moderno.

33
Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

Conviene vincular su heteroglosia, la palabra referida y la dialogía a otras

formulaciones bajtinianas sobre la re-acentua­ción del signo, que relaciona a su vez

con los filosofemas de la palabra ajena (en 1992:106). La historia literaria se concibe

como las réplicas de un diálogo, en el que los enunciados (textos) se relacionan entre sí

según la secuencia valorativa (emocional) de una secuencia dialógica. De esta manera,

la literatura es un fenómeno plurilingüe, y la historia literaria como la relación mutua

de dos procesos --el de canoniza­ción y el de re-acentua­ción del signo. El primer proceso

silencia el discurso ajeno, mientras el segundo renueva y genera las obras del pasado

en cada presente; la escritura se concibe como una lectura de aceptación y rechazo del

discurso anterior, y no de repetición de las estructuras anteriores. Cada texto reformula

el sentido profundo de la modernidad, que consiste en desplazar y asumir la autoridad

del pasado. De tal forma que la lógica de la historia literaria no es la repetición de formas

idénticas, sino la de la renovación mediante enunciaciones estilísticamente irrepetibles.

(El cuento de Borges “Pierre Menard, autor del Quijote” es de por sí elocuente).

La re-acentuación supone retomar la palabra en su coloquio anterior, y devolverle

su responsabilidad. No se trata de evolución, ni de evolución histórico, ni un principio

teleológi­co, ni un gran Otro que ocupe el cielo platónico. Tampoco de un canon

inamovible, ni de unas interpretaciones inmutables. La historia literaria se transforma

así en la doble historia individual y colectiva de algo inacabado. Este retomar el riesgo

de la palabra ajena, aleja la re-acentuación (o re-valorización) bajtiniana del concepto

más difundido de recepción. La palabra conserva toda su responsabi­lidad, y se funda en

la existencia de una naturaleza social, sin descanso, sin detenerse, sin final ni conclusión

aislada, en el orden del discurso pensado según una finalidad persuasiva, desde re-

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acentuaciones, diferimientos, significantes flotantes, donde los sujetos se pasan de unos a

otros. En este sentido la re-acentuación es estrictamente un acto creacionista: una especie

de tachadura del texto reinante, creación de un nuevo texto mediante le lectura.

Lo simbólico: el nudo borromeo

El análisis del discurso --la poética--le impone a Bajtin una reorganización del

sujeto humano, puesto que la palabra puede ser descentrada (con escapatoria), que lo

envía a una posición problemática. El carácter inasequible, irreductible de la conciencia

en relación con el mundo del lenguaje es algo tan importante de comprender en la obra

de Bajtin como lo que nos aportó acerca del enunciado y los géneros de discurso.

Comenzaré por sugerir que toda esta elaboración sobre el discurso nos conduce

--sin explicitarse--a la noción tan freudiana del sujeto excéntrico. La palabra referida, la

palabra con escapatoria y la palabra sin coartada nos permiten cerciorar­nos de que el

sujeto habla desde otra parte, con intereses preconcebidos, ya que las acciones nunca son

desinteresadas. Para Lacan (1983:19) esta es una de las grandes innovaciones freudia­nas;

equivale a una metáfora tópica, que el sujeto está descen­trado con respecto al individuo.

En breve: que la organiza­ción muestra que el yo es distinto del yo, que el sujeto no se

confunde con el individuo. Si todo lo que Freud escribió perseguía el fin de reinstaurar

la exacta perspectiva de la excentricidad del sujeto con respecto al yo (74), mediante

torsiones barrocas, Lacan relaciona todo esto con las “ilusiones de la conciencia”--la

ideología. El yo es así la suma de prejuicios que implica todo saber.

No creo necesario por el momento seguir puntualizando lo que significa el yo en

la técnica analítica, sino en tanto todo ello está relacionado con el universo simbólico,

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

que, como he sugerido, enmarca las reflexio­nes bajtinianas. Este universo está presente

en la obra de Bajtin, si bien no incorporado, ya que sus reflexiones son pre-freudianas:

Bajtin ronda, rodea, enmarca, alude, implica al incons­ciente, pero nunca lo formula. Lo

importante es que la dirección de la metalingüística le ha impuesto un cambio de valor:

la alteridad sígnica, buscar el valor lingüístico en las relaciones dialógicas, géneros de

discurso, la intersubjetividad. Encontramos en sus elaboraciones, los juegos, el interés

por la cuestión de valor, por las trampas de la palabra. Lo que destaca de un extremo

a otro desde el principio es la función simbólica, entendida como totalidad del orden

humano, universo en el interior del cual todo lo humano debe ordenarse. Esta red

impone preferencias, inhibiciones, indicaciones, mandamientos, facilitaciones. El orden

simbólico es precisamente un orden formal que complementa y/o altera la relación dual

de la realidad fáctica externa y la experiencia interna subjetiva (Zizek 1992:44).

Bajtin llega a este universo simbólico, no como Lévi-Strauss (que le sirve de

ejemplo a Lacan) mediante el análisis de las sociedades

y sus estructuras de parentesco, sino a través de la

poética, de la palabra literaria, de los textos y del

discurso, por un lado, y de su rechazo al behaviorismo

saussuriano y su interés por el enunciado. Este

universo simbólico está cifrado en la novela, en los

jeroglíficos de la carnavalización; como género de

enunciado privilegiado, la novela es para Bajtin (y en

esto coincide con Cohen) un depósito de los cambios

y transforma­ciones culturales. Y, si me dejo llevar

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por Lacan cuando analiza la ortodoxia valiéndose de

Sócrates, Temísto­cles y Pericles, ellos encontraron en

su registro lo que la opinión verdadera quiere decir. Y

cito:

Resp­o­n­der lo debido a un acontecimiento signifi­cati­vo, en tanto que es

función de intercambio simbólico entre los seres humanos [...] es hacer la

buena in­terpreta­ción” (1983:38).

No otro es el recorrido de Bajtin desde 1919; camino que lo condujo a la creación

de una metalingüística y de una semiótica centrada en el valor (lo axiológico) y la

responsabilidad. Parte siempre de una definición de la palabra, de la función creadora,

fundadora, de la palabra plena. Lo que Bajtin intenta rodear es, por una parte, la palabra

en cuanto estrépito, la palabra en cuanto rumor universal, la palabra vacía, la palabra

plena. En la armazón del edificio bajtiniano el objeto de la búsqueda humana se expresa

siempre a través del lenguaje; pero el factor de la palabra, tal como es asumida por el

sujeto, la búsqueda de la palabra son la naturaleza misma de lo simbóli­co.

En este punto, conviene retornar a Lacan y sus precisiones sobre la palabra: “Desde

el momento en que la palabra verdadera emerge, mediadora, genera dos sujetos muy

diferentes de lo que era antes de la palabra” (l983:243). Es decir, que nos consitu­tuimos

como sujeto a partir del momento en que tomamos la palabra. ¿No es esta la semiótica

intersubjetiva bajtiniana? Pero algo más (en Bajtin aparece siempre el suplemento, y la

excenden­cia de visión): de la crítica de las ciencias humanas (freudismo y formalismo y

marxismo), va elaborando su teoría del valor dialógico, de una exotopía orientada hacia

la alteridad, a una teoría del sujeto del discurso. Y entre los elementos estructura­les --sin

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

mencio­narse--están esos tres órdenes que después de la lectura de Lacan (1992a, 1992b)

se conocen como S.I.R. (Simbóli­co, Imaginario, Real). Intentemos, en la medida de lo

posible, elaborar las concordancias.

Naturalmente que al formalismo ruso le corresponde el haber privilegiado la

literalidad frente al contenido; si Lacan reividica en la línea de la autonomía de la lengua

y la autonomía de la literalidad, la autonomía del habla en la práctica analítica (ver

Frutos Salvador 1994), al retomar a Freud y afirmar que el inconsciente está estructurado

como un lenguaje, propicia todo el entramado lingüístico centrado en la oposición

significante/significado (oposición que está en el signo mismo). Reelabora entonces

todo el entramado del lenguaje a partir de estos tres órdenes --S.I.R.-- registro de sus

estructuraciones.

En Bajtin el camino hacia lo simbólico es muy distinto. La autonomía del arte

se garantiza por su participación en la autonomía de la cultura. La “estética material”

(concepto presente ya desde 1928 y 1929, bajo la rúbrica de Medvedev y Voloshinov,

pero también en sus artículos mencionados) es a manera de hipótesis de trabajo de

las direcciones de la teoría del arte. Lo que irá adquiriendo relieve es el sentido, la

comunicación; y no existen ni el uno ni la otra sin proceso de significación. Si el signo

no es unidad abstracta, y siempre existe una situación comunicativa concreta que lo

motiva, en el intercambio, en el “terreno compartido” entre el hablante y el oyente. Si el

valor lingüístico coincide con el valor dialógico, moverse en esta dirección supone una

orientación hacia la alteridad y la exotopía. El lenguaje, el sujeto, los valores, las ideologías

son construcciones dialógicas y sociales en la frontera del contacto de alteridades externas

e internas. Todo ello está relacionado con el significante y significado, las propiedades del

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significante, su función. Para Bajtin todo análisis concreto del discurso debe ejercerse con

el significante y sus redes dialógicas, y connotaciones trans-significativas. A este análisis

Lacan lo denomina punto de acolchado, punto de almohadillado, punto nodal, punto

de edredón o punto de cadarzo (en francés point de capiton); es decir, el significante

alrededor de cual todo se organiza, “cual si fuesen pequeñas líneas de fuerza formadas

en la superficie de una trama”. Este punto es un nudo, “punto de convergen­cia que

permite situar retroacti­vamente y prospectivamente todo lo que sucede en ese discurso”

(1992b:38­3). El esquema es esencial en la experien­cia humana y en las relaciones sociales.

Zizek (1992) sugiere que fuciona como un “designante rígido”, como el significante que

mantiene su identidad a través de todas las variaciones de su significado; una suerte de

de totalización en el campo ideológico dado mediante la operación de acolchado, que

fija su significado (141). De lo que se trata es del proceso de interpelación de individuos;

el punto a través del cual el sujeto es “cosido” al significante, y al mismo tiempo, el

punto que interpela al individuo a transformarse en sujeto dirigiéndole el llamado

de un cierto significante amo. Es definitiva, “el punto de subjeti­vación de la cadena

del significante” (Zizek 1992:143). En el acolchado ideológico flotan significantes y

la cadena de estos se complementa con algún significante amo que retroactivamente

determina el significado.

Lo simbólico es así esa palabra que está en el sujeto sin ser la palabra del sujeto

(Lacan 1992b:259). Pero, además su organización va por oposiciones. Todo ello genera

esas formas de hablar a otros, la noción de mensaje, el hecho de que el sujeto reciba la

palabra del otro en forma invertida, la palabra engañosa. La palabra con escapatoria

bajtiniana sería justamente lo que para Lacan es la palabra engañosa; es decir, que lo

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

que el sujeto dice está siempre “en una relación fundamental de un engaño posible” (III

1992b:57). Si lo que distingue una palabra de un registro de lenguaje es hablar a otros

(mensaje), la palabra plena, la palabra comprometida está fundada en la estructura de

la palabra invertida. Para Lacan hay dos formas de estructura: la fides, la que se da, la

fundante de la posición de ambos sujetos, y por otra parte, el fingimiento o revés de la

fides. Esta es, en Lacan, la noción de comunicación:hacer hablar al otro en cuanto tal.

Pero la incógnita en la alteridad del Otro caracteriza esencialmente la relación de palabra.

Así pues, en la comunica­ción, el otro simpre trata de engañar. ¿No es esa la palabra con

escapatoria que Bajtin analiza magistralmente en los textos literarios?

Si el arte (y en este punto remito directamente a la La filosofía del acto ético y su red

de asociaciones culturales y simbólicas) es la creación de un sujeto que asume un nuevo

orden de relación simbólica con el mundo, se hace necesario ligarlo a la repartición triple

de lo simbólico, lo imaginario y lo real. Indudablemente, Lacan articula las diferencias

e imbricaciones con esmero. El discurso concreto es el lenguaje real; los registros de lo

simbólico y lo imaginario se encuentran en los términos del significante y el significado.

El material signifi­cante es lo simbólico, y la significación, del orden de lo imaginario,

y por tanto, evanescente, porque está ligada estrictamente a lo que interesa (Lacan

1992b:83). Cuando el sujeto habla, tiene a su disposición el conjunto del material de la

lengua, y a partir de allí se forma el discurso concreto. El discurso común, en cambio,

son las palabras que adquirieron peso particular para el sujeto (lo que Bajtin/Medvedev

denominan ideología cotidiana). Este sería el discurso de lo dado en la cultura, todo lo

que el sujeto no crea; solo con el Otro existe lo simbólico. Esta dirección nos conduce a

perseguir las tres esferas de la palabra: lo simbólico, representado por el significante, lo

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imaginario por la significación, y lo real que es el discurso realmente pronunciado en su

dimensión diacrónica (Lacan 1992b:95). El sujeto dispone de todo un material signifi­

cante y lo utiliza para hacer que las significaciones pasen a lo real. Podríamos concluir

que, en definitiva, para ambos (y, naturalmen­te no son los únicos), la ideología es una

práctica material. Sin embargo (y aquí entra el gran Pero), para Lacan la materializa­ción

de la ideología es un engaño, una mentira; la ideología encubre intereses personales.

En este punto se impone un corte. Parece evidente que después de lo que se ha

dado en llamar el “giro lingüístico” del pensamiento contemporáneo, este funciona como

discurso. El modo en que la serie de significantes flotantes se totaliza, se transforma en

un campo unificado mediante la intervención de ciertos “puntos nodales” o puntos de

acolchado. En definitiva, el modo en que los mecanismos discursivos constituyen el

campo del significado ideológico, el modo en que una red de significan­tes nos sostiene

(Zizek 1992:171). Para Bajtin, la ideología es también discurso materializado; aún

más, todo producto ideológico es accesible “en la palabra, en el sonido, en el gesto, en

la combinación de volúmenes, líneas, colores, cuerpos vivientes, etc.”. Y precisa: “La

comunicación es aquel medio en el que un fenómeno ideológico cobra por primera

vez su ser específico, su carácter sígnico” (1928 en 1994:14-15). En 1929, ahora bajo

la palabra referida de Voloshinov (en 1992) subraya en su crítica a Saussure que existe

una interdependencia entre las ideas, los signos y los objetos; el dominio de los signos

es ideológico. La ideología habita el mundo de la representación; es una especie de

suplemento subjetivo, que le proporciona el observador al mundo material. Este acto

de otorgarle significación simbólica al objeto material es lo que Georg Simmel describe

como formación de valores. De tal manera que la representación no es ni objetiva ni

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

subjetiva; es un tercer término donde ambos polos de la dicotomía se encuentran (en

este punto le doy la razón a Hawkes 1996:152) Se debe concluir que el signifi­cado que

se le otorga a las palabras es ideológico, como respuesta a un signo, ya que todo es objeto

de intercambio social. La realidad, la realidad material concreta y la compren­sión de un

producto ideológico presuponen vínculos sociales. La cultura es así medio ideológi­co.

Hasta aquí Bajtin.

Se observará que lo ideológico es fundamental para Bajtin ya esta época. Si el signo

es ideológico, y la representación equivale a este tercer término, es cada vez más visible

su papel fundamental en la crítica textual. Lo ideológico en tanto cultura está presente

en sus magistrales análisis lite­rarios, que plantean en principio y en primer lugar, una

crítica radical, que está abierta a su propia transformación, a su re-evaluación. El lazo

entre el materialismo y la ontología aparece en la postura cuestionadora y la afirmación

emancipatoria (casi mesiánica) de su análisis de Rabelais. Este texto “moderno”, que

liga indisolu­blemente a la carnavali­zación en general, con su capacidad de ambivalen­cia

y de antagonismo, nos revela que la sociedad siempre está atravesa­da por una escisión

antagónica que no se puede integrar al orden simbólico (diría el lacanismo). La carnavaliza­

ción es un espíritu y un estilo, una cierta experien­cia de la promesa que se puede intentar

liberar de toda dogmática e, incluso, de determinaciones metafísico-religiosas (aunque

esté anclado en ellas). En el carnaval se producen acontecimientos, nuevas formas de

acción, de práctica, de organización; es una teleología y un mesianismo, pero infinita,

pertenece a una experiencia abierta al porvenir.

En este acontecimiento desapare­ce en luchas y antagonis­mos la noción paulina

de la sociedad como todo orgánico, como cuerpo social del cual las diferentes clases

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funcionan como miembros, cada uno de los cuales contribuye al todo de acuerdo con

su función (metáfora cara al pensamiento político humanista). Podríamos decir que

la noción de fantasía social es necesaria contrapartida al concepto de antagonismo,

como lo monológico es necesaria contrapartida a lo dialógico, y lo dialógico mismo

entraña lucha, polémica. Como metáfora teórica, el carnaval (y la carnavalización), y la

heteroglosia nos dibujan que lo social es siempre incongruente, estructurado en torno a

una imposibili­dad constitutiva, atravesa­do por un antagonismo central. De tal manera

que todo proceso de identificación que nos confiera una identidad socio-simbólica fija

está en definitiva abocado al fracaso.

Esta parece ser la crítica bajtiniana fecunda, si sabemos adaptarla a condiciones

nuevas, y no renunciamos y reducimos sus metáforas teóricas a hipótesis idealistas. En

efecto que existe una utopía en el pensamiento bajtiniano, pero se trata de volver a

poner en cuestión el concepto mismo de dicho ideal. Su determinado concepto de lo

democrático, y de la ética responsable que se perfila desde 1919, nos debiera implicar en

el desarrollo de una estrategia compleja que habría que re-evaluar continua­mente.

No es necesario forzar las relaciones para establecer lazos con “lo dado” y “lo creado”

(conceptos tan resbaladizos) de Bajtin, ni las formas de discurso y de representación que

analiza en la novela, ni establecer nexos entre la palabra plena lacaniana y la palabra sin

coartada ni escapatoria que persigue Bajtin desde 1919. Eso “indecible” --la ética-- que

convierte su proyecto en una modalidad futura del presente vivo. Dicho de otra manera,

todos estos enunciados permiten construir retroactivamen­te el marco significante que

confiere el lugar y significado simbólicos. La palabra plena es, en Lacan, la que “atañe en

el sujeto al significante y al significado” (1992b:1­16); es palabra no distorsionada.

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

Dentro de este registro, Lacan afirma que no hay propiedad simbólica, de tal

forma que el plagiarismo (por ejemplo), no existe (1992b:117). Justamente, en este

marco querría re-situar el problema de la palabra referida, y el de los nombres en Bajtin,

que nos conduce a los textos apócrifos que ya he mencionado. El problema se puede

formular de otra forma, en término de mensaje y del sujeto que habla. Cuando Lacaan

alude a ese Otro que habla desde el incons­ciente (y evidente­mente al mencionar aquí el

inconsciente dejo de lado todo la interpreta­ción lacaniana referente a la clínica), una de

las formas de palabra verdadera, y la estructura del ser que habla en el sujeto, alude muy

directamente al sujeto que hace que su mensaje lo lleve otro (1992b:65). Este plano del

otro como minúscula (forma de alienación en que el ego habla por intermedio del alter

ego) permite situar formas de la palabra referida.

La estructura que aquí nos importa es que, por distintas vías y distintas

conceptualiza­ciones, tanto Lacan cuanto Bajtin están preocupados por el otro y el Otro-

-aquello ante lo cual el sujeto se hace reconocer, al que se apunta “más allá de lo conocido”,

en palabras de Lacan (1992b:79). Ese absoluto irreductible de “cuya existencia como

sujeto depende el valor mismo de la palabra en la que se hacen reconocer”. Ningún

lector de Bajtin dejará de reconocer a ese Otro irreductible en “el tercero” (y, por cierto,

la semiótica lacaniana es también triádica): el que comprende en el futuro. Esa palabra

de reconocimiento es siempre un más allá del lenguaje--dice Lacan--, y condiciona todo

discurso que va a seguir. Porque el discurso incluye actos, gestiones, contorsiones (de

las marionetas presas del juego, para Lacan). Toda palabra, incluso si es mentira, se

sostiene por un discurso, que lleva a negarla, refutarla, recusarla o confirmarla. Cuando

una marioneta habla, habla alguien que está detrás, y lo importante es saber cuál es

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la función de ese personaje. El Otro en juego, está más allá del sujeto mismo--es la

estructura de la alusión; el punto de acolchado representa, detenta el lugar del gran Otro

(Zizek 1992:145).

Sin extenderme más en la paráfrasis y síntesis de la relación entre palabra, sujeto y

discurso en Lacan, me parece evidente que las formas de palabra en la novela o discurso

en la novela que Bajtin desarrolla para analizar la polifonía y la dialogía en Dostoievski

parten de conceptualizaciones afines, con objetivos distintos. De hecho, ambos imbrican

al discurso consciente; es decir, todo lo que hay de retórica en nuestra conducta, llevados

por tareas distintas. Lo indirecto (palabra indirecta) revela la verdad--no olvidemos que

para Freud la verdad se dice en la equivocación, o en la mentira.

Pero algo más. Comencé por decir que el trabajo teórico de Bajtin es el sistema

simbólico, si bien rechaza el saussurismo ni emplea la oposición en torno al significante y al

significado (centrales para definir lo simbólico). Pero conviene antes algunas precisiones.

Primero, que en su interés por la formaliza­ción y la estructura del lenguaje, la concepción

del signo que propuso Saussure es fundamental. Al partir del signo como elemento

primordial del sistema lingüístico, el nexo entre significante y significado es necesario

(remito a Benveniste 1971b:145), como componentes mutuamente consustanciales;

como necesidad dialéctica de los valores en constante oposición. Bajtin parte de esas

pautas, pero se centra en el lenguaje (lo que llamó en La palabra en la novela “lenguajes

sociales”, sobre este punto, Bubnova 1979); es decir, la existencia concreta, social y

discursiva de la lengua, y cómo estos deben analizarse en el proceso de producción de

sentido. No parece apoyarse en la

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

oposición entre significante/­significa­do, que Lacan desarrolla y traduce, pero la dialéctica

de los valores en oposición es punto nodal para situar retroactivamente y prospectivamente

todo lo que sucede en el discurso. Parece indiscutible que Lacan amplía estos conceptos

saussu­ria­nos: el significado es lo que el sujeto quiere decir, mientras lo que dice, tal vez

sin querer, es el significante.

He procurado no excederme al interpretar, formulando al mismo tiempo una

hipótesis leyendo a Bajtin a través de Lacan y a Lacan a través de Bajtin. Y como

resultado hemos releído de otra manera, llegando ahora a establecer las relaciones entre

ética y estética que abordan ambos. Dicho de otra manera (y retomando el comienzo):

la formulación concreta que en La crítica del juicio kantiana (fijación de sus límites) se

traduce en una obligación ética determinada con la estructura de un juicio estético. Ese

“sublime” (para Kant) y “sublimación” para Lacan mediante el cual elevamos un objeto

a la dignidad de la Cosa (das Ding), es en Bajtin “responsividad” y la imposibilidad

de la coartada. La mediación entre ambos discursos viene a través del imperativo ético

kantiano, pues la ética del psicoanálisis--según Lacan--es “no ceder al propio deseo”;

es decir, al deseo del Otro más allá de la fantasía. Y dicho con otras palabras: “ceder

en su deseo” acompaña siempre el destino del sujeto, y franqueado este límite, no hay

retorno (Lacan 1991:382). Ética que se hace evidente mediante el rodeo singular de la

poesía cortesana medieval, y que conduce a Kant: “el límite topológico que distingue

el fenómeno moral”, “el juicio moral como tal” (375). Kant --añade--ha articulado este

límite purificándolo de todo interés patológico. En lo imposible se reconoce la topología

de nuestro deseo. Etica y estética, naturalmente, ligadas a la ideología (el mundo de los

intereses).

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La insistencia está en los mecanismos fundamentales de la ideología en uno y

en el otro, aunque por distintos motivos. En ambos, además, se trata de un problema

de interpretación: la interpretación y la elaboración la hace lector para Bajtin, el

analizante para Lacan, y al creador (analista), le queda la responsabilidad del acto.

Recorriendo la diagonal del campo, la tarea ha sido perseguir las redes de la palabra,

y en sus configuraciones. El problema en ambos es la no transparencia del lenguaje, y

el análisis de las ideologías que sostienen el orden social y lo fundan. Si en el dominio

metafóri­co-semántico la ideología es un conjunto de marcas, y en el metonímico-

sintáctico es un conjunto de operacio­nes, en el lado del efecto de sociedad se concretan

en comportamientos y del lado del efecto de lenguaje se concretan en discursos (Ibáñez

1985:121). Se trata, en términos bajtinia­nos, de las manipulacio­nes de la conciencia, y

recordemos sus palabras, “la conciencia es ideológica”. Finalmen­te, tanto Lacan cuanto

Bajtin re-acentúan a Kant en el punto de la ética; pero, si bien ambos se separan del

imperativo kantiano, lo hacen por motivos diferentes. Para Lacan una de las consecuen­

cias de la revolución kantiana en el terreno de la razón práctica es que el mal adquirió un

estatuto propiamente ético Kant. La idea de un “mal original” inscrito en en el carácter

atemporal del sujeto, de su actividad práctica --de la ética-- y se completa con Sade

(Lacan “Kant con Sade” 1966), pues el imperati­vo moral kantiano encubre el obsceno

mandato superyoico del goce. La ley moral es obscena porque nos impulsa a obedecer su

mandato;es un mandato imposible que no toma en cuenta los límites que nos impone

la realidad. Esta renuncia produce un cierto plus-de-goce (el “Goza” sadeano). Muy

otra es la interpretación bajtiniana (quizá más cercana a la idea de materialismo creacio­

nista de Benjamin). Si en La ética del psicoanálisis Lacan nos indica que la ideología del

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

evolucionismo implica la creencia en un bien supremo, en una meta final que guía su

curso desde el comienzo mismo --es decir, una teleología oculta--para Bajtin siempre hay

movimiento retroactivo, pues la meta final no está inscrita en el comienzo. Para Bajtin

las cosas (las palabras) reciben su significado después; la pala­bra, ese signo compartido,

no finaliza, pues no hay nada muerto de una manera absoluta: “cada sentido tendrá su

fiesta de resurrec­ción” (1985:393). No podemos resistir estable­cer un hilo entre esta

resurrección de lo muertos bajtiniana, con aquella otra perspec­tiva sobre el “Juicio

Final” como ajuste final de cuentas de la cual nos habla Lacan en su seminario La ética

del psicoaná­lisis (1960 en 1991:351). Según Lacan, no hay puro gasto o pura pérdida;

todo se registra en alguna parte, como una huella, que en el momente del ajuste final,

recibirá su propio lugar de sentido. No otra es la verdadera fibra del edificio bajtiniano

y el resplan­dor de la palabra en su forma nueva: lo contingente y la ética responsa­

ble. O, dicho de otra manera: la concepción filosófica y poética de Bajtin conduce a la

convicción de aque solo a través de lo social (la sociedad, la colectividad) puede llegar a

realizarse la misión ideal de la autoconciencia ética del ser humano.

He aquí su herencia y subversión kantiana. Pero esta ética de reponsabilidad,

este acto ético y palabra sin coartada, no se da sin antagonismo, antagono­nismo que es

siempre una especie de apertura, el vacío de una pregunta no respondida o irresuelta.

Cada palabra sin coartada es una torsión, en que cada pregunta comienza a funcionar

como su propia respuesta. ¿Será entonces que para Bajtin, el sujeto es el sujeto de una

pregunta? La posición más clara está en su concepción ética: el sujeto es una respuesta

responsable a la pregunta del Otro.

Podríamos entonces, y después de tan prolija descrip­ción, sostener que Bajtin

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nos invita a “no ceder ante el deseo”, empleando discurso lacaniano. Es decir, no ceder

ese tesoro, objeto indefinible y precioso que desencadena el deseo. No ceder ante la

seducción de las palabras y de la interpretación; y aprender a ser como Tiresias, mujer

y hombre/hombre y mujer para escuchar ese canto de la literatura que puede emanar

tal encantamiento que rivalice con la palabra divina. Porque los textos tienen múltiples

lecturas--esta idea es característica de la Edad Media, Dante sin ir más lejos--que serán

enriquecidos por cada generación de lectores. Conviene recordar aquí a Duns Scoto

que escribió que la Escritura es un texto que encierra infinitos sentidos que puede ser

comparado con el plumaje tornasolado del pavo real.

Leer dialógicamente --si seguimos las indicaciones que están implícitas en su

propio acto--se relaciona con la interrogación dirigida al texto sobre lo que puede darnos,

lo que tiene para respondernos. La lectura dialógica se sitúa en esta demanda, en tanto

el otro del texto puede respon­dernos. Todo el problema radica en percatarnos de la

relación que liga a ese objeto; relación privilegiada que nos conduce una vez más sobre

ese manejo de verdad (y de mentiras) en el que nosotros nos vemos y que se inscribe en

los textos. Pero sabemos que lo propio de las verdades es no mostrarse nunca completas-

-son unos sólidos de una opacidad pérfida. Hay que darles la vuelta, y aun la vuelta del

prestidigitador.

¿Qué significa entonces interpretar, si seguimos a Bajtin también con instrumentos

lacanianos? Ante todo relacionar el acto de la escritura con la responsabilidad ética. El

secreto del impacto estético no solo está en captar la perfección de la forma, ni tampoco

en la satisfacción que tal perfección propor­ciona, sino en el encuentro con una palabra

que nos permite captar la contin­gencia. Leemos entonces cosas muy singulares: que la

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

obra de arte pone en obra la verdad, que nos induce a tomar seriamente seriamente el

mal y afrontar su enigma. Para ello hemos de observar fascinación por la opacidad del

lenguaje poético, y esa noción fundamental --tal vez la mayor aportación de Bajtin a la

crítica y teoría literarias y a la filosofía del lenguaje-- de que el ser humano se constituye

como dialéctica del cuerpo y de la palabra.

La interpretación que nos dibuja Bajtin en el acto ético (y no menos en los

Borradores) ha de sumergirnos en la tarea del pensar en todo su despliegue, con la

conciencia de que no es posible, que no se puede agotar la realidad ni el conjunto de

los problemas. Tampoco he de repetir que la lectura responsable ha de implícita­mente

poner en tela de juicio el fondo de creencia --ideología cotidiana --que constituye el

orden de lo comúnmente aceptado, o, como dice Lacan “los itinera­rios estableci­dos”.

Tampoco repetiré cómo intencionadamente hemos de establecer siempre conexiones que

induzcan al lector a percibir al mismo tiempo todos los elementos del plano general, de

forma que no nos quedemos encerrados y nos ahoguemos “en la prisión de comprensio­

nes estereotipadas”, como escribe Bajtin en Estética de la creación verbal.

Creo que las siguientes palabras de Borges nos permite distinguir el acto de lectura

que en vano intento precisar, y ese automatis­mo de repetición que seguimos llamando

interpretación. Borges nos dice: “estamos hechos para el arte, estamos hechos para la

memoria, estamos hechos para la poesía o posiblemente estamos hechos para el olvido”.

Es ir lejos. Señalemos de qué se trata: la interpretación no es un proceso espontáneo,

asaz. Muy pronto es ligado con lo más esencial de la presencia del pasado, que el análisis

describe. Se descubre que el texto y el tiempo son permeables a la acción de la palabra.

Lo que introduce entonces el problema abierto para nosotros: si la palabra sostiene

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¿por qué vías podrá escuchársela? La interpretación es algo en acto, hay algo creador.

Fuente de ficciones, fascinacio­nes y fabricaciones, nos obliga a preguntarnos: ¿cuál es

la naturaleza de esa ficción, cuál es su materia, su objeto, qué se define y para quién?

Si no se responde a esto es porque estamos muy lejos de la interpretación. Sugería que

la interpretación que persigo--en esa excentricidad ante el saber que corresponde a la

mujer--nos hace percatarnos que los textos se desenvuelven para ser oídos por otros; es

decir, para ese otro que está ahí, aun si uno no sabe que está ahí. En otros términos, es

imposible eliminar en la relación lectora el alguien a quien el creador habla. No dejemos

nunca de lado el “oído”--el escuchar.

Este acercamiento que describo nos induce a rechazar la ética de sentido común y,

sobre todo, a las funciones proféticas, no por la pretensión de decir lo que va a suceder,

sino que nos impide la función de legisladores. Bajtin, y el acto ético, en conjunción

con los textos más conocidos, y leído a la luz de los Borradores, nos invita a destruir lo

que es evidente y lo que es universal, a ponernos en movimien­to, sin saber bien dónde

estaremos, nos invita a que contribuya­mos a plantear las preguntas sobre los puntos

débiles, las cuarteaduras que forman grietas, las líneas de fuerza. Nos induce a entender

que solo los que estén preparados para correr el riesgo, podrán responder.

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

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Ambos han sido amplia­mente tratados en el Semina­rio “Judaís­mo. Tradición oculta


de Europa” que se lleva a cabo en el Consejo para la dirección de Reyes Mate.

Aquí me guío por García Baró y Laureano Luna y sus aportaciones al Seminario
citado.

No quiero repetir en estas páginas lo que ya he expuesto en Zavala 1991, y mi


prólogo a Voloshinov 1992. Sí quiero subrayar que en estos trabajos propuse el
término de “texto único” al intentar establecer la relación entre los textos en disputa
y los firmados por el propio Bajtin, en lo que se refiere a una línea de pensamiento
crítico, si bien, naturalmente, en el transcurso del tiempo Bajtin va afinando su
pensamiento teórico y filosófi­co

El artículo-entrevista lo ha proporcionado Tatiana Buvnova, que lo ha traducido.


El texto aclara de manera oblicua muchos de los problemas en torno a los textos en
discusión. Véase Zavala coord. 1996.

Una versión ligeramente distinta de esta sección apareció en El Bajtin apócrifo y en


Escuchar a Bajtin.

Rodríguez Monroy 1995a, 1995b, 1996 ha realizado importan­tes y agudas


aportaciones en este sentido.

Aquí sigo en líneas general a Zizek 1992, si bien apartándome de él.

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Bajtin y el acto ético: una lectura al reverso

Sobre este punto Zizek 1992:192.

Respecto a esta interpretación del Juicio Final en Lacan, remito, apártandome de


ellas, a las sugerentes páginas de Zizek 1992:189-190.

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Iris M. Zavala

Ensayista, novelista, poeta... de origen puertorriqueño, ha sido profesora y catedrática

en varias universidades de Estados Unidos y Europa. Dirigió la Cátedra UNESCO de

la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, ciudad en la que vive en la actualidad. Son

excepcionales sus estudios sobre la utopía americana, sobre el modernismo, Unamuno,

Valle-Inclán... Ha publicado (en dos ediciones) un libro excepcional sobre el bolero

(Bolero. Historia de un amor). Sus análisis de la obra del teórico ruso M. M. Bajtín

(por ejemplo, Escuchar a Bajtín) le han valido una posición única dentro de la teoría

literaria. Ha publicado una considerable Historia social de la literatura. Estudiosa del

mundo femenino (de cuyo interés da cuenta su libro reciente, 2004, La otra mirada del

siglo XX. La mujer en la España contemporánea) y de la obra literaria de las mujeres,

editó en seis volúmenes la descomunal Breve historia feminista de la literatura española

en lengua castellana. Su último libro está dedicado al Quijote: Leer el Quijote. Siete tesis

sobre ética y literatura, de 2005.

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