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La memoria histórica: derrota, resistencia y reconstrucción del pasado1

Una lectura de las “Tesis sobre el concepto de la historia”, de Walter Benjamin, y otros
textos2
La tradición de todas las generaciones muertas
oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.
Carlos Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte.

La memoria histórica en la resistencia: el recuerdo como herramienta


Al mirar hacia el pasado no estamos haciendo una pregunta científica que busca saber la
“verdad” de lo que ha sucedido, sino una pregunta cargada de angustia. Articular el
pasado históricamente no significa descubrir „el modo en que fue‟ (verdad científica)
sino apropiarse de la memoria cuando ésta destella fugazmente en un momento de
peligro (verdad política).
Le preguntamos al pasado con la intención de responder las urgencias del presente. “En
el pasado hay una promesa incumplida de felicidad”3, por lo tanto “nos habla de cosas
que interesan al futuro”4.
Cualquier otro tono en que nos preguntemos sobre el pasado es una pregunta que no
merece responderse, porque “es odioso todo aquello que únicamente me instruye pero
sin acrecentar mi actividad ni animarla de inmediato” (palabras de Goethe, citadas por
Nietzche, 1999: 37). Necesitamos de la historia “para la vida y para la acción”… “para
actuar contra y por encima de nuestro tiempo a favor de un tiempo futuro” (Nietzche,
1999: 38-39).
La memoria histórica es un recuerdo colectivo, una evocación volcada hacia el presente
del valor simbólico de las acciones colectivas vividas por un pueblo en el pasado. Es
una acción que preserva la identidad y la continuidad de un pueblo, es no olvidar lo
aprendido, muchas veces con sangre, es el camino para no repetir errores pasados.
Es un ejercicio peligroso porque recordar que un día fuimos libres amenaza romper el
dominio de quien hoy se aprovecha de nuestras cadenas. Solo las clases dominantes
parecen tener memoria histórica, porque para ellos no es importante determinar los
hechos históricos, solo necesitan que todos recuerden el resultado final: quien se
enfrente con ellos terminará derrotado (García Bilbao, 2010), aunque la tarea de
dominación se haya tornado cada vez más difícil en virtud de la resistencia de los
dominados.
Un pueblo con memoria histórica es dueño de su destino. Los que consideran necesario
impedir que eso suceda cuentan con los recursos sociales, políticos y económicos para
lograrlo. Basta con aniquilar los símbolos, el lenguaje, vaciar la educación y la vida

1
Paper preparado para las Jornadas “35 aniversario del golpe de Estado en la Argentina”, Auditorio
Mario de la Cueva, Torre II de Humanidades, Ciudad Universitaria, UNAM, México, 5, 7 y 11 de abril de
2011.
2
Dr. Norberto Emmerich, doctor en Ciencia Política y Licenciado en Relaciones Internacionales,
Investigador invitado por el Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) de México en el
Posgrado en Estudios Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana, Distrito Federal, México.
3
Amador Ibañez, El concepto de historia de Walter Benjamin,
www.marxismo.cl/mod/forum/discuss.php?d=1421, 18 de marzo de 2010.
4
Eduardo Galeano, El tigre azul y nuestra tierra prometida, citado por Löwy, 2007: 5.

1
colectiva de señas de identidad entroncadas con la realidad y la memoria común (García
Bilbao, 2010).
Los problemas que ahora vivimos ya los vivieron otros antes que nosotros. Sin memoria
histórica estamos condenados a vivir un eterno presente, la repetición constante del
mismo sufrimiento, como Prometeo encadenado (García Bilbao, 2010).
El pasado que recordamos no es el pasado tal cual sucedió, sino el pasado tal cual lo
actuamos en el presente. Antes de que podamos informar sobre lo acontecido, este
pasado ha cambiado varias veces y siempre nos enteramos demasiado tarde de todo ello.
Por eso es importante el rol de los militantes, que pueden predecir el presente porque lo
contemplan en el medio de las fatalidades que ya han sucedido. Como en el Viejo
Testamento son los profetas de un pasado ya vivido.
Por más difícil que sea, la memoria histórica siempre está consagrada a la memoria de
“los sin nombre”. No se consagra a ellos solo porque rescata del olvido sus nombres,
sus trayectorias y sus datos, sino porque pone en tiempo presente “efectivamente” sus
acciones. Recordar sus acciones significa querer y saber reproducirlas, saber para qué
sirven, necesitar sus objetivos, participar de sus sueños.
Cuando un joven obrero se reúne casi clandestinamente para organizarse junto a sus
compañeros, la memoria histórica lo liga con un pasado que quizás no conoce, pero que
renace a través suyo, en un momento de urgencia, impulsado por la sensación de
peligro. La memoria histórica necesita atrapar ese destello del pasado, puesto que en él
se juega la verdad del presente, las clases oprimidas que son víctimas de la “fuerza de
las cosas” han olvidado el pasado y su fuerza subversiva.
Esta tarea de reconstrucción de una memoria histórica perdida es difícil porque los
dominadores de un determinado momento son los herederos de todos los que alguna vez
vencieron en la historia. Quien haya alcanzado en el día de hoy la victoria en alguna de
las mil batallas que conforman la historia tiene su parte del botín en el festín de los que
dominan a los dominados. Esa pequeña reunión es un evento mentalmente difícil porque
el inventario que los vencedores muestran a los vencidos se llama cultura5, y de esa
cultura se alimenta diariamente el dominado. Con las palabras de esa cultura, el
dominado percibe, entiende y explica la realidad en la que vive. Solo la memoria
histórica le permite descorrer el velo de la cultura dominante y escapar de la ignorancia.
El pasado recreado en el presente por una resurrección y por motivos del presente,
busca en el pasado argumentos que respondan las urgencias de este presente. Pero sólo
puede utilizar este mecanismo redentor si los argumentos del pasado son „emergentes‟,
si atraviesan por el momento fugaz de volverse reconocibles, solo si forman parte de ese
poder mesiánico débil con el que fuimos dotados originariamente, si encaja con ese
índice temporal por el cual es convocado al rescate.
La verdadera imagen del pasado es fugaz. Se vuelve reconocible solo por unos instantes
y amenaza con desaparecer imprevistamente, nunca será vista otra vez. Pero ¿quién nos
trae desde el pasado esa imagen olvidada y perdida? Los militantes, los portadores de la
memoria histórica, los actores centrales de la praxis social. Los militantes son quienes

5
“Las Pirámides de Egipto, construidas por los esclavos hebreos, o el Palacio de Cortés en Cuernavaca,
por los indios sometidos” (Löwy, 2007: 2).

2
hacen que la historia no sea una sucesión catastrófica de acontecimientos imprevisibles,
sino una herramienta consciente de re-construcción del pasado. La represión establece la
ruptura de los enlaces sociales que actúan como portadores de la memoria. Si la
memoria histórica no transporta solo conceptos o “recuerdos” sino experiencias, la
desaparición física de los “mensajeros” destruye las posibilidades de reproducción
política de la población. Nuevas experiencias se asientan y se construye una nueva
memoria histórica, basada en el miedo, la desmovilizacion y la apatía. En términos de
memoria histórica, aparece el “olvido”.
Dice Paolo Virno que los neurobiólogos y psiquiatras identifican como causas del
olvido dos tipos de interferencia:
 Retroactiva, es el disturbio que una nueva información acarrea al recuerdo de un
evento anterior.
 Proactiva, es la dificultad de la experiencia actual para memorizar lo que
sucederá a continuación (Virno, 2003: 14).
El golpe de Estado fue una interferencia de los dos tipos que no irrumpió por el
contenido, sino por la forma. De acuerdo a la memoria histórica anterior era un golpe
más que se acumulaba en una larga serie de golpes de Estado. La forma del golpe,
determinada por su contenido, es una nueva información que no encaja con el recuerdo
anterior (interferencia retroactiva) y no permite anticipar qué sucederá a continuación
(interferencia proactiva).
En el ámbito historiográfico tenemos la memoria de procedimiento: pasado consolidado
en el saber-hacer o en una costumbre, conservado como técnica o ethos, lo que
específicamente entendemos como memoria histórica. Y la memoria semántica:
evocación específica de signos y significados inherentes a hechos pasados, lo que
podríamos llamar memoria de la historia.
Hay además tres nociones adicionales:
1. Hipermnesia: incremento de la capacidad mnésica en caso de peligro o trauma.
En una situación de peligro los militantes capturan todo el bagaje histórico del
que disponen para intentar responder, buscan en el pasado la chispa de la
esperanza que haga saltar el polvorín hoy (Löwy, 2003: 77).
2. Criptomnesia: tomar un recuerdo que aflora imprevistamente, por una idea
totalmente nueva. Es el intento de apelar a viejos esquemas para responder a
nuevos desafíos.
3. Allomnesia: atribuir a una experiencia pasada un contenido o una ubicación
distinta de la real. En la nostalgia de la derrota, los sobrevivientes encuentran en
el pasado acontecimientos, símbolos o palabras, que asimilan al presente.
El peligro no amenaza solo a los portadores o receptores de la tradición, también
amenaza al contenido de la memoria trasmitida. Y la amenaza siempre es la misma:
convertirnos en instrumento de las clases dominantes. En cada época histórica es
preciso arrancar la memoria de las manos del conformismo. Porque la redención que
deseamos y prometemos no es glorificación sino guerra, no es honor sino sangre.
“Ni los muertos estarán a salvo si el enemigo vence”, dice Benjamin, y el enemigo no
ha hecho sino vencer hasta ahora.

3
El pasado re-creado no se alimenta de la búsqueda caprichosa de hechos inconexos, sino
del descubrimiento de la significación social de hechos emergentes. No es una búsqueda
ex nihilo, sino un buceo en la corriente general de pensamiento de la época, entre las
esperanzas comunes compartidas, de un espíritu general que sobrevuela nuestras
frustraciones. Por eso nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe darse por perdido para
la historia.
Cargamos con las exigencias del pasado, exigencias veladas, ocultas, enterradas y
pisoteadas bajo las botas de los vencedores y la sangre de los vencidos. La revolución
no es una proclama de gloria en el panteón de los dioses, es el desgarramiento de la tela
que oculta tras un destello de luces el barro de la historia.
Solo los derrotados pueden escribir esta historia, porque ellos pueden mirar de frente la
sangre y el barro sin sentir vergüenza, porque es su sangre y su barro, no de otros.
De ese barro y de ese hedor estamos hechos, nuestros mejores sueños sueñan un futuro
cargado de pasado. Es el “acuerdo secreto entre las generaciones pasadas y la presente”.
Lo que tenemos para decir está todavía vestido con los ropajes del ayer, mientras
anuncia el mañana. La letra de nuestra proclama se mueve en la frontera de la vida y la
muerte, entre las demandas de las generaciones pasadas y la envidia que lanzamos hacia
un futuro que no conocemos, pero que a pesar de ello deseamos.
Reconocer y reivindicar el pasado significa tener en cuenta todo lo que ha sucedido
después, significa no tener empatía con el vencedor6, significa comprender que el
presente es el futuro del pasado, que todo pasado fue presente, que todo pasado fue
futuro y que todo presente será pasado.
La empatía con el vencedor, la “idolatría de lo fáctico” (Nietzche, 1999: 96), no se
anima a adueñarse de la imagen histórica auténtica, que es la imagen del vencido. En
consecuencia la principal tarea del historiador es adueñarse de la tradición de los
oprimidos. Nuestra historia es la historia de Tupac Amaru, José Martí, Emiliano Zapata,
Augusto Sandino, el Che, nuestros 30 mil muertos. Es una historia de oprimidos,
derrotados y muertos.
¿Cómo se transmite la memoria histórica si nuestro pasado sólo acumula muertos?
Giorgio Agamben7 nos recuerda que en latín hay dos palabras para referirse a testigo,
una de ellas es testis, el que se sitúa como tercero en un litigio entre dos contendientes,
adoptando una postura imparcial no participante; la segunda es superstes, se refiere a
quien ha vivido personalmente un proceso, generalmente hasta el final y puede dar
cuenta fiel de lo sucedido. De superstes deriva la palabra sobreviviente. Nuestros
sobrevivientes han sido a la vez las dos cosas: han dado cuenta de lo sucedido y han
sido testigos en los juicios contra los genocidas. El testigo sabe lo que los demás
olvidan y se siente urgido a hablar porque el crimen una vez cometido, solo existe si se
conserva en la memoria de los hombres. Su papel lo convierte en la puerta giratoria de
toda mirada presente hacia el pasado y de toda vigencia del pasado en el presente. Los
sobrevivientes argentinos no sólo nos recuerdan lo que pasó, también militaron para

6
Löwy señala que las celebraciones del quinto centenario del Descubrimiento de América fueron
manifestaciones típicas de la “empatía con los vencedores” (Löwy, 2007: 3).
7
Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, Valencia, Pretextos, 2005, págs.
15-16. Citado por Erice Sebares, 2008: 92.

4
hacer justicia. Auschwitz, igual que la Esma, “no sólo fue una gigantesca fábrica de
muerte, sino también un proyecto de olvido”, en el que todo estaba pensado para no
dejar rastros8.
El continuum de la historia es el continuum de los opresores, los que igualan todo al
nivel del suelo, para quienes la continuidad de la historia es la garantía de la
continuidad de sus intereses históricos. Porque hasta hoy la historia de las conquistas es
la historia de los conquistadores, porque hasta hoy “la historia la escriben los que ganan,
eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia”, como dice una conocida
canción argentina.
La conciencia de una discontinuidad histórica es propia de las clases revolucionarias en
el momento de su acción. Sin embargo prevalece una estrecha conexión entre la acción
revolucionaria de una clase y el concepto que esta clase tiene de la historia pasada. La
revolución francesa se remontó dos mil años hasta la república romana para encontrar
un espejo donde reflejarse. Esta relación se perturba en el proletariado: a la conciencia
de la nueva intervención no le correspondió ninguna precedencia histórica, no tuvo
lugar ningún recuerdo. Al principio se intento instituirla. Mientras la idea del continuum
lo iguala todo al nivel más bajo, la idea del discontinuum es el fundamento de la
tradición auténtica. La clase trabajadora se presenta como la última clase avasallada,
como la clase vengadora, anclada en la tradición de los oprimidos. De esta conciencia se
deshizo la socialdemocracia desde un comienzo, atribuyendo a la clase trabajadora el rol
de redentora de las generaciones venideras y no el rol de vengadora de las generaciones
pasadas.
Si la idea del discontinuum es el fundamento de la memoria histórica auténtica, ésta
siempre vive un nuevo comienzo, una ruptura, porque se nutre de las derrotas, es la
herencia cultural de los vencidos, aquellos que han sufrido su propia muerte y la muerte
del mensaje del que eran portadores. ¿Qué significa rescatar la memoria histórica? No
se busca tanto remediar el desprestigio y menosprecio en el que han caído tanto los
portadores como el contenido de su mensaje. El rescate busca remediar la forma en que
fue trasmitido el mensaje. Y el rescate no puede ser la dignificación como “herencia”
(continuidad), sino la dignificación como “interrupción” (ruptura). Si queremos
honrarlos, digamos que su lucha fue destruida, no digamos que su lucha continúa.
Porque los dominadores dan mucha importancia a la elaboración de la continuidad,
rescatando aquellos elementos que han entrado a formar parte de una eficacia posterior
(la banalización del Che). Pero se le escapan aquellos momentos en que lo trasmitido se
interrumpe, con sus asperezas, contradicciones y limitaciones. Éstas ofrecen un punto de
apoyo a quienes quieren ir más allá de lo transmitido.
¿Y cuál es el punto de apoyo que nos dejan los 30 mil desaparecidos? No se trata de
que el pasado arroje luz sobre el presente, sino que el pasado se funda con el presente.
Pero esa unión solo es posible en un momento de peligro. Son imágenes que vienen
involuntariamente. El historiador debe tener la capacidad de percibir la crisis en la que
ha entrado en ese momento el sujeto de la historia, es la clase oprimida luchando en su

8
Baer, A., Holocausto. Recuerdo y representación, Madrid, Losada, 2006, págs. 38-43. Citado por Erice
Sebares, 2008: 91.

5
situación de mayor riesgo. En ese momento, el conocimiento histórico es solo para ella.
Y solo es un instante: son los obreros en huelga contra el golpe el 24 de marzo de 1976
en Córdoba, son los trabajadores argentinos gritando contra la dictadura en la tarde del
27 de abril de 1979, es la multitud reunida en los alrededores del Congreso en la
Semana Santa de 1987.
La gran historia no registra estos hechos, pero son los hechos imperceptibles que tienen
importancia histórica, son el destello de odio en un momento de peligro, son un
momento de ruptura con la continuidad histórica. Como resultado “nunca más” habrá un
golpe de Estado en la Argentina, 30 mil muertos nos han dejado esa enseñanza para los
momentos de peligro. La consigna del “Nunca más” es acumulativa en el concepto de
memoria semántica, como simple recuerdo; pero es revolucionaria en el concepto de
memoria histórica, como experiencia en un momento de peligro.
Los bienes culturales son el botín de guerra que cuelga del carro de los vencedores. No
hay un documento de cultura que a su vez no sea un documento de barbarie, y también
es un documento de barbarie el proceso de transmisión a través del cual los unos lo
heredan de los otros, eso que llamamos educación.
El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate y solo
cuando combate porque el conocimiento histórico se elabora en el laboratorio de la
praxis social, no en las bibliotecas.
En la historia del movimiento obrero hubo etapas donde se desaprendió el odio y la
voluntad de sacrificio. Ambos se nutren más de la imagen de los antepasados
esclavizados que del ideal de los descendientes liberados. El odio es el alimento de la
revolución, que capta simpatizante mediante un proceso de adhesión negativa, en
rechazo al malestar pasado o presente, no por la búsqueda de una utopía por venir. En
todo caso es una utopía por dejar de ser, una mirada cargada de odio hacia el pasado.
En consecuencia las generaciones futuras no deberán agradecer nuestras grandes
acciones sino recordar que fuimos abatidos, debemos despertar su odio no su compasión
porque fuimos derrotados ni su admiración porque fuimos vencedores. Por eso es
razonable la consigna de la revolución rusa: sin gloria para el vencedor, sin compasión
con el vencido.
Hay una fuerte vinculación entre presente y pasado, pero la vinculación entre presente y
futuro es lábil y quebradiza. Los 30 mil desaparecidos (derrotados) alimentaron nuestro
odio y nuestra voluntad de sacrificio entendida como la determinación de que nunca
más vuelva a suceder algo semejante. La solidaridad con nuestros muertos (solidaridad
entendida como odio y abnegación) será la fuerza para luchar en nombre de los
vencidos y convertirnos en clase reivindicadora. La culminación de esa lucha fue la
justicia de los jueces, después de haberse construido la justicia de los necesitados de
justicia, la justicia de los oprimidos.
La historia se construye en un tiempo que no es homogéneo y vacío sino que está lleno
de un tiempo actual que da señas de estar “en la espesura del pasado”. El pensamiento
burgués, que en la física acepta -con ciertas excepciones- la ruptura epistemológica que
representa la teoría de la relatividad de Einstein, no lo hace en el terreno filosófico y de
las ciencias sociales. En la filosofía y las ciencias sociales, esta ruptura epistemológica
es impensable para el pensamiento burgués porque la economía capitalista se basa

6
necesariamente sobre un concepto del tiempo lineal e inmutable. El tiempo es la única
medida que tiene el capitalismo para comparar lo incomparable: el trabajo distinto de
seres humanos distintos. Con la aceptación de la teoría de la relatividad para la filosofía
y las ciencias sociales se derrumbaría todo el orden existente.
La revolución es un salto de tigre al pasado bajo el cielo libre de la historia, rompiendo
el continuum de la historia. La revolución no interviene pasivamente en la cronología de
la historia, la revolución no es un hecho que se suma a otros hechos, la revolución es
interrumpir el momento. Por eso es incómodo “relatar” a los revolucionarios. Como si
dijéramos: todo marchaba cadenciosamente bien, hasta que apareció Fidel e interrumpió
la historia.
Por eso las revoluciones lo primero que cambian es el calendario, mueven las rutinas,
cambian las fechas, rompen el protocolo histórico. Los calendarios miden el tiempo de
la conciencia histórica, no son relojes, son recordatorios de lo que somos porque nos
recuerdan (con-memoran) el momento en el que “fuimos”. Los gobiernos
revolucionarios insertan fechas, resaltan personajes, introducen símbolos y si pueden
“crean” y “re-crean” la historia, incorporan personajes olvidados, ponen en primer plano
acontecimientos perdidos, premian a personajes “malditos”.
El rol de los relojes en el capitalismo es marcar el tiempo del trabajo, unificar las rutinas
humanas, convertir lo inaudito en normal, aislarnos de la totalidad y sumergirnos en las
partes.
Si el tiempo perdiera su carácter homogéneo y vacío sabríamos que lo que hoy existe
visiblemente no es la totalidad, no es la última palabra de la historia, hay algo más que
esta fuerza destructora del capitalismo contemporáneo. La incapacidad de tomar
distancia de la propia derrota termina por crear las condiciones de la traición a la propia
causa. Por eso la máquina de represión siempre adquiere un carácter apabullante,
urgente, histérico. La intención es no permitir “tomar distancia” del estado de
excepción, no dejar comprender cuál es la norma inserta en el caos represivo, no pensar,
solo sentir. El objetivo no es solo derrotar, también se busca lograr empatía con el
vencedor. Si la derrota lo aleja de los suyos, la empatía lo acerca a los nuestros. Porque
la empatía con lo que eternamente ha sido está en armonía con su reactualización. De
este modo se elimina todo eco de lamento en ella, se elimina el dolor de las
generaciones pasadas y el odio que ese dolor debería provocar y se solicita el
beneplácito de un futuro incierto. La tortura rodea al torturado de “partes” y lo enajena
del todo anterior, pero también propone la inclusión en una nueva totalidad, la
aceptación de la autoridad excepcional. Por eso Massera era el represor más peligroso,
porque buscaba crear nuevas totalidades, destruyendo e incorporando.
La revolución francesa introdujo el calendario republicano, abolido por Napoleón en
1806 pero reinstaurado brevemente por la revolucionaria Comuna de París, la
revolución rusa abandonó el calendario bizantino, la Iglesia abandonó el calendario civil
egipcio-romano de Julio César (juliano) y adoptó el calendario litúrgico gregoriano, que
lo impuso a toda la humanidad. Los trabajadores parisinos destruyeron los relojes en la
revolución de 1830 (tesis XVI de Benjamin), los indios brasileños rompieron los relojes
de la cadena O Globo en la celebración del quinto centenario del descubrimiento de

7
Brasil en el 20009. Las revoluciones hacen visible la ruptura del continuum histórico,
por eso a veces comienzan un nuevo recuento de los años, con la finalidad de acelerar el
tiempo histórico e introducir un “nuevo comienzo”.
El historiador común establece nexos causales entre distintos momentos de la historia.
Pero el verdadero historiador sabe que un hecho no es histórico solo por ser una causa.
En todo caso lo será en virtud de acontecimientos que pueden estar separados de él por
milenios. ¿O acaso había un esclavo llamado Espartaco en la liga creada por Rosa
Luxemburgo?
Cuando el historiador se da cuenta de ello, no deja que los acontecimientos se le
escapen de las manos como arena, comprende en qué constelación del pasado ha
entrado su propia época presente. Así define un concepto del presente como un tiempo
en el que están incrustadas astillas del tiempo mesiánico, un tiempo en que cada
segundo es una pequeña puerta por la que puede entrar el futuro.

La memoria histórica en la derrota: el recuerdo como locura


Aunque la memoria histórica es un valor que permite que los pueblos no cometan
nuevamente los mismos errores del pasado, también es una garantía negativa porque
provee de respuestas automáticas a situaciones nuevas que son incorporadas y
“etiquetadas” en los viejos odres donde bebíamos el viejo vino. En el peor momento,
cuando tarda en llegar el convencimiento de que nada de lo aprendido sirve para resistir
el “progreso” que invade la sobrevivencia diaria, la experiencia de lo nuevo y el olvido
de lo aprendido es un camino necesario para tomar distancia del frenesí represivo.
Es cierto que la experiencia no es percibida ni valorada como un tesoro, no goza de
autoridad ni está ligada al pasado (Fernández, 1995: 109). Hablando sobre la primera
guerra mundial Benjamin decía: “las gentes volvían mudas del campo de batalla. No
enriquecidas, sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable”10. Su
empobrecimiento consiste en la devaluación de los bienes de la educación, del
aprendizaje, de la tradición, de la memoria, de la narración que ensanchan el horizonte e
intensifican las posibilidades de nuestra existencia (Fernández, 1995: 110).
Las situaciones nuevas exigen pensar por sí mismo, sacudirse el peso de la tradición
para que no hipoteque. Avanzar exige alejarse del pasado y seguir viajando,
aprendiendo. Cierto grado de olvido es un recurso imprescindible de salud vital. Solo la
memoria aligerada y selectiva tiene la soltura necesaria para tejer la propia historia.
En esa liberación se produce el empobrecimiento de la experiencia y una especie de
nueva barbarie. Barbarie real pero positiva, que pone en evidencia que la experiencia no
es mera acumulación, ni se hereda sin hacerla propia, ni impone la ley del pasado. De
hecho su pobreza de experiencia lleva a estos bárbaros a comenzar desde el principio.
Para inventar y crear, en un universo repleto de signos, costumbres, órdenes, es
necesario vencer la tentación de quedarse en meros conservadores del patrimonio,
olvidar, borrar huellas y experimentar (Fernández, 1995: 112).

9
Citado por Michael Löwy, 2007: 7.
10
Walter Benjamin, Experiencia y pobreza, en Discursos Interrumpidos, Taurus, Madrid, pág. 168.

8
La experimentación es la dimensión activa, positiva de la pobreza de la experiencia. Su
lado negativo está en la pérdida de parte de la herencia de la humanidad, en el peligro de
reducción y vaciamiento de la experiencia misma en la modernidad triunfante y
asentada (Fernández, 1995: 113-114).
La estructura de la memoria es decisiva para la experiencia. Pero la memoria no es un
registro exacto y completo de todos los acontecimientos. Es selectiva, rechaza o
margina algunos hechos, privilegia y maquilla otros, asocia y separa. Tiene lagunas
estructurales y no solo accidentales, se mueve acicateada por el peligro.
Pero la relación entre conciencia y memoria no es de colaboración sino de oposición. La
conciencia no cuida de la conservación de la experiencia, sino que su tarea consiste en
proteger contra los estímulos que pueden producir un shock traumático. Cumple una
función vital, puesto que la defensa contra los estímulos es para los organismos vivos
tan importante como la recepción de éstos, pero contraria a sus aspiraciones de
conocimiento completo. La conciencia actúa contra la memoria histórica, entre lo
conveniente y lo necesario, siempre elige lo posible intentando preservar la normalidad
de la psiquis social.
La selección que realiza no responde a intereses de conocimiento sino a criterios de
angustia soportables. Procura evitar las impresiones fuertes, desagradables,
desestabilizadoras; y si no lo logra, se afana en borrar sus huellas. Cuando el dispositivo
de defensa fracasa, aparece el trauma, el espanto (Fernández, 1995: 115).
En virtud de esa función de vigilancia y alerta, la memoria consciente ordena
temporalmente los acontecimientos y los retiene “a costa de la integridad de su
contenido”. Ello significa que la memoria voluntaria es espontáneamente desmemoriada
ya que constantemente alteramos nuestros recuerdos para que nuestro pasado no entre
en conflicto con nuestro presente. Recordamos las cosas de otra manera o directamente
las olvidamos. Así se entiende que durante mucho tiempo las Madres de Plaza de Mayo
fueran llamadas las “locas” de la Plaza. Su conciencia trasvasaba toda angustia, su
memoria voluntaria no era desmemoriada, se esforzaron por no recordar como un
simple recuerdo las cosas tal cual fueron, contra toda conveniencia, contra toda lógica,
contra todo interés.
Por un lado no tenían la herencia de la vieja memoria histórica, por otro lado siempre
experimentaron la desaparición de sus hijos como un hecho de la realidad presente, no
como un recuerdo del pasado.
La misma noción de tiempo dista mucho de gozar de orden interno, de ser consistente;
al contrario, resulta manifiestamente paradójica. Se supone que el curso del tiempo es
una flecha que va del pasado al futuro y así se ordena la historia y se afirma la prioridad
de los antecedentes, el valor de lo antiguo y la autoridad de las fuentes, de los orígenes y
de sus elementos (Fernández, 1995: 117).
En virtud de esto tomamos el tiempo como ordenador primario de los sucesos, operando
también en las explicaciones correspondientes. Es un principio básico que la causa
precede al efecto, derivando en un supuesto orden jerárquico: la causa es anterior y
superior al efecto. De esa manera se desliza la idea de que los procesos causales son
descendentes, se da primacía a la causa y se la considera independiente, mientras que
los efectos son dependientes y están sometidos a su predominio, hasta el punto de

9
excluir toda retroactividad. Termina pareciendo ridículo afirmar que los padres son tales
en virtud de sus hijos. La causa sujeta a los efectos y termina resultando una condena
para ellos (Fernández, 1995: 116). La historicidad de la memoria subvierte el orden
cronológico del tiempo y en virtud de la praxis política logra que los hijos sean causa
originaria de los padres, como lo demostraron las Madres de Plaza de Mayo, que
transformaron la locura en norma.
Pero la primacía cronológica en el estudio del tiempo también afirma que el pasado
resulta irrecuperable e irreversible. No se puede querer ni actuar hacia atrás, el curso de
la vida y de la historia se asienta sobre la muerte de los muertos. Pero alguien dijo una
vez: “nadie está muerto hasta que lo olvidan”, y la consigna de las Madres siempre fue:
“aparición con vida”. Nuestros muertos que murieron no están muertos, estamos
actuando hacia atrás, estamos cambiando el pasado de la historia, seguimos destruyendo
el orden temporal siniestro que constituyó nuestra experiencia del pasado.

La memoria histórica en la revolución: la negación del recuerdo


La militancia revolucionaria tiene una relación conflictiva con el pasado. Feuerbach
escribía que para fundar una nueva era “la humanidad debe cortar cualquier vínculo con
el pasado, debe establecer que todo lo que ha habido hasta ahora es nada”. Esta es una
tendencia espontánea frecuente en el espíritu revolucionario. En filosofía y en política el
innovador parece contrario al principio de historicidad.
Historia significa un vínculo necesario entre momentos sucesivos, en el cual presente y
porvenir dependen del pasado. Para quien aspira por un nuevo orden, ese deseo se
presenta ante la realidad como una antítesis, porque la afirmación del deseo significa
negación de la realidad, ya que no “contemplo” la realidad, proceso en el que se revela
el objeto, sino que la “deseo”, proceso en el que se revela el sujeto. En consecuencia la
niego en lo que es (realidad) para afirmarla en lo que no es (deseo). La forma
verdaderamente humana de conocer es una forma de conocimiento que transforma la
realidad mientras la va conociendo porque no conoce una realidad fuera de sí, sino una
realidad humana.
Por eso el revolucionario no es considerado hijo de su tiempo, siempre se le declara
extraño y enemigo porque no reconoce los vínculos que lo atan a su época, sino que
afirma los antagonismos que lo desvinculan de ella.
Cuando el revolucionario expresa su acción como una antítesis entre lo real repudiado y
lo ideal deseado destruye toda posibilidad de comprender la historia como un proceso
vital, que tiene una necesidad interior de desarrollo. Comprender la historia significa
volver a vivirla y no se puede vivir sin simpatizar, ni comprender sin justificar. La
mentalidad revolucionaria así presentada es refractaria al concepto histórico.
La realización del ideal se coloca en el futuro y la distinción entre real e ideal se
convierte en una distinción temporal y una división de momentos. En lugar de un
choque entre energías coexistentes, se considera a la historia como una sucesión de
fases o períodos. La realidad que se quiere destruir queda en el pasado, la idealidad que
se quiere realizar, se proyecta en el futuro. Entre una y otra época, separadas entre sí, la
concepción del ideal es una fase intermedia que funciona como línea de separación más
que como eslabón de enlace.

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La separación es tal que el momento de destrucción del pasado queda separado del
momento de construcción del porvenir. Todo el pasado personifica a la clase
conservadora y todo el futuro a la clase revolucionaria. El presente actúa como línea de
separación entre pasado y futuro y se pierde así la unidad y continuidad de la vida.
Cuanto más se afirma la mentalidad revolucionaria en su mirada hacia el futuro, le quita
al concepto de progreso, concepto histórico por excelencia, toda idea de historicidad
(Mondolfo, 1968: 16).
Marx decía que “nada tenemos que hacer con la construcción del porvenir y la receta
buena para todos los tiempos… no se trata de una separación de pensamientos entre
pasado y porvenir, sino de un acabamiento de los pensamientos del pasado”.
La mentalidad revolucionaria posee el verdadero concepto histórico al reafirmar la
interioridad de lo humano y reemplaza la separación de los elementos por el concepto
de unidad histórica, la sucesión por la continuidad.
La actividad revolucionaria se afirma no solo porque ansía el futuro, sino porque
encuentra resistencia. El que busca un mundo mejor lucha porque los que están
interesados en conservar lo existente se oponen a los cambios.
La tendencia conservadora no argumenta estar defendiendo un interés de clase, sino que
asienta la defensa de sus intereses invocando un principio universal, el derecho
histórico. De la legitimidad otorgada en el pasado quiere deducir, en nombre de la
historia, la ilegitimidad de un futuro diferente o la legitimidad de un futuro igual, la
continuidad histórica que denuncia Benjamin. El principio de Giambattista Vico de que
lo verdadero se identifica con lo hecho, es aplicado unilateralmente: se reconoce como
hecho lo que ya está establecido en las instituciones vigentes, lo que constituye la
realidad del presente frente a la irrealidad del futuro. Así surge una negación de los
derechos de la idealidad y de la subjetividad, excluidos de lo verdadero porque no son
parte de lo hecho.
En los revolucionarios nace una unilateralidad opuesta. Como la realidad (lo hecho) es
defectuosa, se divide y separa la realidad de la verdad y se legitima el deseo de
realización de lo ideal mediante la afirmación de la irracionalidad de la realidad, como
diciendo que lo racional es lo no-hecho, lo que está por hacerse.
Si la clase conservadora personifica el pasado, la clase revolucionaria personifica el
porvenir. Así se construye una clara afirmación del ideal revolucionario, presentado
como puro, sin mezclas con el fondo oscuro de la realidad y del pasado.
En este contexto cualquier ideal de innovación necesita presentarse como libre de
vínculos con el pasado. Por eso dice Feuerbach: “el presente no puede conocerse por
medio de la historia… el presente puede ser aprehendido únicamente por sí mismo. Y
puedes comprenderlo solamente si no perteneces ya al pasado, sino al presente, no a los
muertos, sino a los vivientes”.
El contraste entre pasado y futuro se acentúa, convirtiendo al concepto dialéctico de
desarrollo en un esquema rígido, diferenciando sus momentos por completo.
El porvenir se presenta como una creación absoluta, originada ex nihilo, sin arraigo en
la historia, de la cual, sin embargo, debería extraer su origen y sustento.
Lo cierto es que el revolucionario enfrenta una contradicción surgida de la lucha
concreta contra tendencias opuestas. Se acentúa el contraste que lo obliga a usar las

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palabras “apropiadas” para definir la situación en que se encuentra. Evita entonces el
vocabulario político que tenga que ver con la continuidad histórica, con el desarrollo,
con la evolución, con la dialéctica no-fragmentada de la realidad. Las condiciones
exteriores constriñen el uso de la palabra apropiada por la necesidad de acentuar el
contraste con las tendencias conservadoras. Por las propias necesidades de la lucha de
clases cotidiana en todo revolucionario hay una tendencia anti-histórica.
Desde Heráclito en adelante el carácter revolucionario consiste en considerar el
desarrollo como un proceso interminable de luchas, que superan las resistencias y
dominan la realidad.
Pero el revolucionario debe circunscribirse a las contingencias históricas de su época,
con lo cual se hace concreto y por supuesto sufre determinaciones. Porque no tiene ante
sí la totalidad del proceso sino un determinado y específico instante, no abraza la
historia total de la humanidad, sino apenas la lucha peculiar de su momento. Aunque la
visión teórica sea universal, la unilateralidad y la parcialidad son propias de todo
programa revolucionario.
Esta contradicción se invierte cuando se pasa del programa a la acción concreta. Aquí el
revolucionario se encuentra con la realidad que había repudiado y no puede prescindir
de ella sin fracasar. Ninguna revolución puede tener eficacia histórica sin tener en
cuenta la realidad existente, que es una herencia del pasado, y sin comprender que
superar no es destruir, sino realizar potencialidades engendradas en el pasado, ofrecidas
en el presente y concretadas en el futuro.
La acción histórica debe adaptarse a la continuidad del desarrollo y alejarse de la
separación entre pasado y presente que caracteriza al programa revolucionario. Por
supuesto que podrá acentuarse la antítesis y la negación en la lucha contra las fuerzas
opuestas, pero en el conjunto de la acción revolucionaria vuelve a mostrarse la
continuidad que había desaparecido en los momentos aislados.
La antinomia (tesis-antítesis) del espíritu revolucionario se manifiesta en un doble
contraste: primero, entre su teoría general de la historia y su programa particular;
segundo, entre el programa proclamado y la acción histórica concreta (Mondolfo, 1968:
28).
Las dos exigencias opuestas, la del historicismo y la del anti-historicismo, son entonces
intrínsecas a la naturaleza y acción de la conciencia revolucionaria. Este es el drama
interior de todo espíritu innovador: las exigencias del pasado y la necesidad de negarlo
para marchar hacia el porvenir. El presente no es aniquilamiento del pasado, sino su
desarrollo y complemento. Pero ese desarrollo y complemento no es tan unidireccional
como la línea de continuidad histórica promete. Si algo caracteriza a la historia es su
doblez, su trama ambigua, su ruptura. El complemento se realiza a saltos, sin que pueda
preverse hacia dónde nos llevará el instante siguiente. Cuando ese instante llega,
comprendemos lo que ha sucedido, no antes.

La memoria histórica en la encrucijada: la memoria como olvido


¿Por qué toda nuestra experiencia, incluso la más intrascendente, es una experiencia
histórica? Memoria e historia son categorías que se relacionan aunque la relación se
presta a equívocos. Uno de ellos es reducir la historia a las evocaciones biográficas,

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imponerle la casaca doméstica del tiempo vivido. Es el equívoco donde la memoria son
solo recuerdos y donde la memoria histórica es la acumulación de recuerdos históricos.
En ambas concepciones hay un debilitamiento de la memoria como experiencia. Para
comprender el debilitamiento de la experiencia histórica hay que comprender qué es un
recuerdo del presente (Virno, 2003: 18).
El fenómeno del déja vú es la vivencia de una experiencia presente como si fuera una
evocación del pasado. Es un momento de la verdad en el funcionamiento de la memoria,
no es una anomalía sino un aspecto del “recuerdo normal” que habitualmente
permanece disimulado. Al explicar el fenómeno Paolo Virno dice que la formación del
recuerdo “no es posterior a la percepción sino contemporánea a ésta” (Virno, 2003: 19).
La huella mnésica es el correlato de la experiencia. El recuerdo no es inferior sino
simultáneo, con la misma potencia pero de distinta naturaleza respecto a la percepción,
un modo perceptivo distinto. En consecuencia cada evento es captado por dos
mecanismos distintos y concomitantes: percepción y recuerdo. En este sentido se puede
afirmar que la memoria es ante todo recuerdo del presente porque todo evento vivido es
al mismo tiempo un evento recordado.
¿Por qué entonces el déja vú es la excepción y no la regla? Bergson responde que el
impulso a la acción privilegia la forma-percepción sobre la forma-recuerdo. La
“atención a la vida” (el impulso práctico orientado al futuro) interpela al patrimonio
mnésico solo para extraer de él la información que sea útil para resolver las tareas
apremiantes propuestas por la percepción. Para la acción no hay nada más inútil que un
recuerdo del presente. Desaparece de la escena el hecho básico, el hecho de que nos
acordamos de algo mientras está sucediendo. Esta verdadera estructura, olvidada por las
necesidades de la acción perceptiva, se vuelve evidente cuando se corrompe el gusto por
la acción y la “atención a la vida” declina. Solo entonces, en ocasión de una crisis,
adquiere relieve el recuerdo del presente, el déja vú, que aparece provocado por una
disminución de las tensiones vitales.
Hay un presente percibido y un presente recordado; recuerdo y percepción muestran así
su heterogeneidad esencial (Virno, 2003: 20-22). Toda nuestra vida presenta dos
aspectos, la percepción y el recuerdo. Y ambos se escinden en el mismo momento en
que se producen. La percepción fija el presente como hecho acabado, como algo real; el
recuerdo lo retiene como potencialidad, como algo posible, como un recurso de la
memoria histórica que será utilizado en la situación en que un nuevo presente lo
convoque. Por eso todo evento por más insignificante que sea es un acontecimiento
histórico. En el lenguaje mesiánico utilizado por Benjamin todo será parte del orden del
día en el juicio final, todo acontecimiento microscópico puede “emerger” si un probable
presente lo considera conveniente y necesario “en una situación de peligro”.
Con esto estamos diciendo que proyectamos lo potencial en el pasado, cuando la lógica
indica que el potencial, aquello que todavía no es, se proyecta en el futuro. Se supone
que la memoria siempre es objeto de espera, no de recuerdo; que recordamos lo que fue
porque puede volver a ser, no recordamos lo que fue porque pudo haber sido. En
síntesis: proyectamos en el futuro aquello que pudo haber sido, pero que no sabemos si
fue, si es o si será. Solo sabremos todo, en un presente eventual, donde toda la historia
será nuevamente convocada en un recuerdo del presente.

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Bergson sostiene que algo se vuelve posible solo cuando es real. Eso significa que si
algo sucedió, al mismo tiempo se volvió posible, potencial, incompleto, contingente.
Cuando sucede un hecho determinado, además de percibir la realidad, aprehendemos su
trama potencial. Lo posible no es otra cosa que lo real más el agregado del recuerdo que
relanza la imagen al pasado. Lo posible es el espejismo del presente en el pasado, el
recuerdo no viene después del hecho, lo posible no precede a lo real. El recuerdo es
simultáneo a la percepción (Virno, 2003: 25-26). En esta tesis de Bergson no hay lugar
para que lo posible se desenvuelva independientemente de lo real, lo posible sería la
imagen del pasado de lo real que está en el presente.
Hasta ahora sabemos que lo posible tiene la forma del pasado y se estructura como
recuerdo, mientras lo real tiene la forma del presente y se estructura como acción.
Ambas están organizadas alrededor de la misma experiencia pero son independientes.
Pero debemos aclarar que aunque toma la forma de recuerdo, lo potencial no es algo del
pasado, es un recuerdo del presente.
El pasado en el cual se inscribe lo posible no es próximo ni remoto, es un pasado
indefinido, el pasado en general, es un antes que no se deja circunscribir en la sucesión
cronológica, no hay fecha. El pasado en general acompaña cada actualidad sin haber
sido nunca actual.
La historia se detiene cuando es reducida a un cúmulo de acciones que se reiteran hasta
el infinito. Es la contracara negativa del fenómeno del déja vu, donde todo lo que
sucede parece que ya ha sucedido antes. Aunque se asista al frenesí del cambio
continuo, todo permanece igual, todo se repite (Virno, 2003: 41), es la tesis del fin de la
historia.
La tesis del recuerdo del presente parece atentar contra la existencia de la memoria
histórica. Cada hecho es realizado y recordado al mismo tiempo. Pero lo que se
estructura como recuerdo y adquiere la forma del pasado es lo potencial, mientras lo
real tiene la forma del presente y se estructura como acción. Lo potencial se separa de
lo real, se sumerge y “desaparece” para que la estructura de la vida siga su curso y lo
real perceptible emerja predominante. Una concepción del recuerdo descripta de esta
manera hace que la memoria sea olvido, para que la percepción sea acción. Y
precisamente eso es la memoria histórica. La memoria histórica no es simple
“recuerdo”, es historia vivida, es percepción de la realidad en su aspecto potencial, es un
sedimento histórico de todo el pasado humano acumulado en el sótano secreto de los
tiempos, listo para “emerger” cuando el presente lo solicite, solo por un fugaz instante.
Ese biblioteca experiencial de la historia vivida está mejor disponible, es más abundante
y es mejor entendida, si existe una generación de cuadros políticos portadores de la
memoria que construyan una constante emergencia, que aporten peligro y exijan
respuestas de las clases dominadas.
En su trabajo titulado “Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida”, Nietzche
afirma que una sobreabundancia de memoria paraliza la acción. Si la memoria es solo
recuerdo practicamos una reverencia sumisa hacia el pasado, justificamos nuestro
presente proyectándolo hacia atrás en el tiempo: “todo es indiferente, todo es vano, todo
ya ha sido”. Los hombres se abandonan a un fatalismo impregnado de resignación en la
época en que el presente percibido parece copiar al presente recordado.

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Si ya todo ha sido, todo evento actual repite otro evento previo y está destinado a ser
repetido en el no-futuro que es el futuro. Es terrible una vida en que todo lo nuevo es
viejo, en que todo futuro es pasado. En las sociedades imperialistas, donde mañana será
la repetición de hoy, las tasas de suicidio son muy altas, porque el orden repetitivo
asfixia.
Pero el hechizo que considera la acción en curso como duplicación de una acción
precedente, decae cuando se hace la incontestable pregunta de cuál es la acción central
que se repite. En el déja vu parece que repetimos algo, pero no podemos decir qué
estamos repitiendo porque el contenido de la repetición se establece solo por la
experiencia actual, le corresponde al presente determinar retroactivamente lo ya
sucedido.

La memoria histórica en acción: entre la quebradiza continuidad del tiempo


histórico y la ruptura definitiva de toda continuidad
Toda la vida actuada ahora es actuada por primera vez, aunque dentro de esa
experiencia a veces se siente algo extraño y oscuro, como que se ha experimentado en
otro momento. Pero ¿qué cosa retornará desde el pasado? Heidegger lo contesta con
certeza: “aquello que ocurrirá por primera vez en el instante siguiente”11.
La importancia vital de la memoria histórica es relevante solo en el presente, por
urgencias del presente y por mecanismos que solo el presente puede desencadenar. Una
vez que el presente reclama el desencadenamiento del mecanismo de urgencias, todo el
pasado es convocado y toda la historia es re-construida en beneficio de la contingencia
histórica actual, aunque solo una partícula de ese sedimento sea utilizada en la
emergencia. Ese eventual presente hará que la contingencia que acompañó en el pasado
lo real de ese pasado pierda su viejo carácter potencial y se “complete” en el nuevo
presente, donde adquirirá un distinto carácter potencial para un nuevo y desconocido
futuro. Ese es el tiempo histórico que explica la continuidad como una sucesión de
rupturas. Sin embargo muy de vez en cuando aparece una clase social dispuesta a
romper para siempre todo esbozo de continuidad, por más quebradiza que ésta se
presente. La revolución, que no puede ni debe desentenderse de la historia y que
necesita comprender la continuidad de las cadenas que esclavizaron a la humanidad
desde que surgió sobre la tierra, solo podrá establecer un nuevo tiempo histórico si
rompe definitivamente todo vestigio de continuidad, todo rastro de “progreso” en el
desarrollo histórico.

La memoria histórica: todo pasa y todo queda


1. En la Francia ocupada por los nazis era obligatorio el registro de los judíos. Uno de
ellos, por ser famoso y estar enfermo, fue dispensado por las autoridades de esa
inscripción. Se registró voluntariamente diciendo “quiero estar entre los que mañana
serán perseguidos”. Era el filósofo Henri Bergson.
2. Con fecha 5 de noviembre de 2010 ingresó a la Cámara de Diputados de la República
Argentina un proyecto de ley cuyo artículo 1° dice: “la Nación Argentina reconoce el

11
Heidegger, Nietzche, Tomo 1, pág. 332.

15
derecho individual y colectivo de las personas a la titularidad y al ejercicio de la
Memoria Histórica que les permita decidir sobre el futuro propio y de la sociedad y
obtener justicia y reparación de las violaciones a los derechos fundamentales de los
que hayan sido víctimas”. Firma: Cristina Fernández de Kirchner.
3. El pasado 1° de abril de 2011 el gobernador del estado de Maine, en Estados Unidos,
Paul LePage, ordenó a los trabajadores públicos que retiraran del vestíbulo del
Departamento de Trabajo de ese Estado un mural de 11 metros que describe la
huelga de 1937 en Auburn y Lewiston. El mural incluye la imagen icónica de Rosie
la Soldadora, quien en la vida real trabajó en Bath Iron Works, uno de los mayores
astilleros de los Estados Unidos, situado en Maine. Un panel del mismo mural
muestra a la ex secretaria de Trabajo del gabinete de Franklin Roosevelt, Frances
Perkins, quien fue enterrada en Newcastle, Maine.
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En la década de 1930 llega a la Argentina un ciudadano español, Juan Avellaneda,
militante anarquista que por su actividad sindical y política estuvo detenido 36 meses en
los años posteriores al golpe de Uriburu.
Unos 40 años después, un 15 de abril de 1976 un grupo de tareas busca
infructuosamente en Munro a su hijo, el militante comunista Floreal Avellaneda,
delegado textil de la fábrica Tensa. Al no poder capturarlo, ingresan violentamente a la
casa de la familia y secuestran al hijo adolescentes de 15 años, Floreal Avellaneda. El
cuerpo del joven Floreal aparece en las costas uruguayas, con señales de haber sido
salvajemente torturado y de haber muerto por empalamiento. La madre de Floreal, Iris,
también fue secuestrada, detenida y torturada durante los dos años siguientes.
33 años después, en el año 2009, fueron acusados, juzgados y condenados por la
comisión de delitos de lesa humanidad: el general Santiago Omar Riveros, a prisión
perpetua; el general Fernando Ezequiel Verplaetsen, a 25 años; el general Julio Horacio
García, a 18 años; los capitanes Raúl Jarcich y Cesar Fragni, a 8 años de prisión y el
comisario Alberto Aneto a 14 años de prisión.
El padre del adolescente Floreal Avellaneda, falleció al año siguiente, el 23 de junio de
2010, 34 años después del golpe. Los militares nunca pudieron saber dónde estaba
Floreal Avellaneda aquella noche de abril de 1976. Ni su hijo adolescente ni su esposa
jamás revelaron su paradero. Con su muerte, un largo ciclo de impunidad que había
comenzado en los años 30, se cerró. Pero la historia no se detuvo.
Sin embargo, el 19 de marzo de 2011, pocos días antes de conmemorarse los 35 años
del Golpe militar de 1976, el dirigente de las Confederaciones Rurales Argentinas
(CRA), Mario Llambías, dijo en un acto en la ciudad de Junín, provincia de Buenos
Aires: “hay muchos que quieren remplazar nuestra bandera nacional por un sucio
trapo rojo”.
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La rueda de la historia sigue girando.

“Dejaría de hablar del pasado, si no estuviera tan presente”.


Barthelémy Boganda,
héroe de la independencia de la República Centroafricana.

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Bibliografía

1. BENJAMIN, Walter, 1973; Tesis sobre el concepto de la historia, Taurus,


Madrid.
2. BUCK-MORSS, 2005; Susan, Walter Benjamin escritor revolucionario,
Interzona Editora S.A., Buenos Aires.
3. ERICE SEBARES, Francisco, 2008; Memoria histórica y deber de memoria: las
dimensiones mundanas de un debate académico, Entelequia. Revista
Interdisciplinar, Monográfico N° 7, www.eumed.net/entelequia
4. FERNANDEZ, Eugenio, 1995; W. Benjamin: Experiencia, tiempo e historia,
Anales del seminario de Historia de la Filosofía, Universidad Complutense de
Madrid, N° 12, Madrid.
5. GARCIA BILBAO, Pedro A., 2010; Sobre el concepto de memoria histórica,
http://dedona.wordpress.com/2010/01/01/sobre-el-concepto-de-memoria-
historica-pedro-a-garcia-bilbao/, blog de Sociología Crítica.
6. HEIDEGGER, Martín, 2000; Nietzche, Tomo 1, Ediciones Destino, Barcelona.
7. LÖWY, Michael, 2003; Walter Benjamin aviso de incendio, Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires.
8. LÖWY, Michael, 2007; El punto de vista de los vencidos, Rebelión, 12 de
mayo.
9. MONDOLFO, Rodolfo, 1968; Espíritu revolucionario y conciencia histórica,
Editorial Escuela, Buenos Aires.
10. NIETZCHE, Friedrich, 1999; Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia en la
vida, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid.
11. VIRNO, Paolo, 2003; El recuerdo del presente. Ensayo sobre el tiempo
histórico, Paidós, Buenos Aires

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