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LA BOBINA MARAVILLOSA

Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber


recibido una buena regañina por su pereza, suspiro tristemente, diciendo:

¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?


Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo
de oro de la que salió una débil voz:
Trátame con cuidado, príncipe.

Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se
ira soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el don
de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado no
podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven.

El príncipe, para cerciorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido en
un apuesto príncipe. Tiro un poco mas y se vio llevando la corona de su padre.
¡Era rey! Con un nuevo tironcito, inquirió:

Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos?

En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su


lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió
soltando mas hilo para saber como serian sus hijos de mayores.

De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos


cabellos nevados. Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la
bobina. ¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente, intento
enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo.

Entonces la débil vocecilla que ya conocía, hablo así:

Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días


perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por la
vida sin molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues tu castigo.

El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin
hacer nada de provecho.
LA POMPA DE JABÓN
Era una pompa de jabón que se iba elevando; cuanto Clara más la miraba la
intensidad del ascenso aumentaba. Parecía como si el filo de sus ojos pudiera
incluso controlar la dirección de la pompa. Acostada sobre la cama la veía
elevarse, trepar sobre los pósters que adornaban las paredes de su habitación, en
los que posaba una Mariah Carey jovencísima y unos Ramones de muchos años.

La pompa amarillenta subía lentamente. Ahora que Clara la estaba observando


con más ahínco parecía hacerlo más deprisa y con ganas de escaparse; pero
entonces se topaba con la araña y torcía su camino para rodearla lentamente.
Clara cerró los ojos intentando imaginarse dónde se encontraría cuando los
abriera. Cuando volvió a dejar la oscuridad absoluta descubrió que seguía en el
mismo punto: el vértice donde la araña se besaba al abismo con ganas de caerse.
Y en cuanto sus ojos enfocaron esa bola casi traslúcida esta retomó la velocidad,
ese viaje hacia las alturas. Los techos de la casa eran altísimos; todavía faltaban
un par de metros hasta llegar al límite del falso techo.

‘Mientras dure tu viaje, jugaremos’, le murmuró la niña. Y como entendiéndola, la


pompa volvió a elevarse y pareció crecer, quizás por esa sensación de
satisfacción que genera el ser nombrado. Y jugaron unos minutos más. A cerrar
los ojos la niña para perder el mundo e imaginar; a estarse inmóvil un instante la
pompa, para detener ese viaje que acabaría con ella.

Cuando la niña estaba deseando que la tarde se hiciera eterna el techo se acercó
mucho a la pompa y quiso aplastarla; Clara cerró los ojos y contempló la
posibilidad de dejarlos así para siempre, para evitar la ruptura, para quedarse para
siempre junto a esa pompa de jabón que era en ese instante el diseño perfecto de
la felicidad. Lo intentó, estuvo un buen rato con los ojos cerrados; hasta que no
pudo más y los abrió. La pompa amarillenta se fue acercando al techo lentamente
hasta que con un simple ‘plop’ desapareció. ‘Plop’ repitió Clara mientras secaba
sus ojos bañados de lágrimas.
EL MUÑECO DE NIEVE
Había dejado de nevar y los niños, ansiosos de libertad, salieron de casa y
empezaron a corretear por la blanca y mullida alfombra recién formada.

La hija del herrero, tomando puñados de nieve con sus manitas hábiles, se
entrego a la tarea de moldearla.

Haré un muñeco como el hermanito que hubiera deseado tener se dijo.

Le salio un niñito precioso, redondo, con ojos de carbón y un botón rojo por boca.
La pequeña estaba entusiasmada con su obra y convirtió al muñeco en su
inseparable compañero durante los tristes días de aquel invierno. Le hablaba, le
mimaba...

Pero pronto los días empezaron a ser mas largos y los rayos de sol mas
calidos... El muñeco se fundió sin dejar mas rastro de su existencia que un
charquito con dos carbones y un botón rojo. La niña lloro con desconsuelo.

Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo dulcemente:


Seca tus lagrimas, bonita, por que acabas de recibir una gran lección: ahora ya
sabes que no debe ponerse el corazón en cosas perecederas.
LA LIEBRE Y LA TORTUGA, SOBRE EL ESFUERZO
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no
cesaba de pregonar que ella era la más veloz y se burlaba de ello ante la lentitud
de la tortuga.
- ¡Eh, tortuga, no corras tanto que nunca vas a llegar a tu meta! Decía la liebre
riéndose de la tortuga.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:
- Estoy segura de poder ganarte una carrera.
- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la
carrera.
La liebre, muy ingreída, aceptó la apuesta.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho señaló
los puntos de partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó la carrera en
medio de la incredulidad de los asistentes.
Astuta y muy confiada en si misma, la liebre dejó coger ventaja a la tortuga y se
quedó haciendo burla de ella. Luego, empezó a correr velozmente y sobrepasó a
la tortuga que caminaba despacio, pero sin parar. Sólo se detuvo a mitad del
camino ante un prado verde y frondoso, donde se dispuso a descansar antes de
concluir la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga siguió caminando,
paso tras paso, lentamente, pero sin detenerse.
Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a una
corta distancia de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas,
pero ya era muy tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que
burlarse jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza es un
obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie, absolutamente nadie, es
mejor que nadie
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que
el exceso de confianza puede ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con nosotros y los
demás padres, estaremos encantados de recibirla.
Idioma
Español
Quiché’
Quekchí
Kaqchikel
Mam
Poqomchi
Tzutujil
Achí
Q’anjob’al
Ixil
Acateco
Jakalteco
Chuj
Pocomam
Chortí
Aguateco
Sacapulteco
Sipacapense
Garífuna
Uspanteco
Tectiteco
Mopan
Xinka
Itzá

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