En las heladas playas de la Antártida, se registra un curioso fenómeno de paternidad
entre varias de las especies conocidas como pingüinos antárticos; resulta que durante dos meses que dura la incubación del huevo de donde nacerá un crío, el macho lo sostiene sobre las patas para evitar que toque el hielo, mientras lo calienta con su cuerpo, y son casi 60 días en los que el futuro padre no prueba bocado. Cuando nace la cría, la madre que obviamente no tuvo la delicadeza de convidar siquiera unos camarones al padre – comienza una tarea cotidiana que durará cerca de un mes; ir y venir al mar, para traer en el buche peces y calamares pequeños con los que alimenta al hijo, mientras el padre se toma unas vacaciones de 30 días, lo que dedicará principalmente a devorar su platillo favorito, camarones, desquitándose de su larga dieta. Entonces, el crío tiene ya desarrollo suficiente para asistir al “Jardín de Infancia” y convivir con otro pequeño pingüino, aprendiendo juntos a defenderse de las tempestades de nieves y de otros págalos o pingüinos, de mayor tamaño. Como generalmente cada pareja tiene 2 críos en esa comunidad de menores, ahora ambos, el padre y la madre, llegan al jardín de niños juntos y con el buche lleno de alimentos para sus hijos; los buscan, los encuentran – aveces entre medio millar de pequeños – y sin darle de comer dan vuelta y corren en dirección al mar glaciar. Los polluelos corren frenéticos tras de sus padres, impulsados sin dudar por el apetito hasta que estos se detienen y dan de comer a sus hijos, en un lugar cada vez mas alejado del “Kinder” y más cercano al mar. Este curioso juego, que aveces tiene apariencia de crueldad cuando los pequeños picotean a los padres arrollan con sus torpes patas a los críos que se les han cruzado en el camino en su afán de comer, en su comedor natural. La enseñanza dura 9 semanas, al cabo de las cuales los padres no convidan calamares, ni camarones, ni pescado a los hijos, sino que los tragan ellos mismos al terminar la carrera en la playa a pocos metros del mar. Entonces los hijos saben que su alimento está justamente allí, en el agua. Pescan por sí mismos, son autosuficientes, y sus padres jamás vuelven al jardín de niños; sus hijos se han graduado ya.
PERO PODRÍA SUCEDER…
¿Qué tal si un día el pingüino macho, protestando por la “ingratitud” de su pareja y
movido por el hambre, abandona los huevos sobre el hielo para ir a almorzar? ¿Quién pagaría las consecuencias…?.
Y, ¿Si la madre hubiera encontrado tan cómodo responsabilizar al padre de la anidación
que ahora se desentendiera de la alimentación de sus críos recién nacidos? Bueno, pero ¿Qué pasaría si ambos, padre y madre “quisieran” tanto a sus hijos que optarán por no llevarlos con los demás críos de la especie al jardín de infancia en donde correrían peligros graves que se podrían ahorrar permaneciendo a lado de ellos? También podría suceder que el padre o la madre, ante el riesgo de perder el cariño de los hijos, decidieran darles pronto de comer, sin enseñarles el camino al mar.