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La vaquita estropeada

Érase una vez, hace muchísimo tiempo, en un pueblo llamado Colorines, sucedió un acontecimiento
maravilloso…

El pueblo de Colorines era distinto de los demás porque sus calles rebosaban de divertidos colores
por doquier e incluso los animales tenían unas tonalidades diferentes de las demás.
Los caballos eran de color rojo, las gallinas eran verdes, los perros de color azul y las vacas eran
naranjas y amarillas o rosas y azules…

¡Colorines era un pueblo muy especial!

En la granja de animales del Tío Pío, la vaca Filomena parió una hijita en el establo, a la que puso por
nombre Margarita. Cuando Margarita nació, todos los animales de la granja se quedaron asombrados
porque la pequeña vaquita en lugar de mugir, como todos esperaban, emitió un sonido muy
particular: La, la, la, la, la, laaaaaaaaaaa.

El señor Pato, que era un experto reconociendo sonidos animales no acertó a adivinar de qué tipo
de animal podía proceder aquella melodiosa entonación. A la madre de Margarita no le importaba
que su hija fuera diferente del resto de las vacas, pero en la granja no todos opinaban igual…

La vaquita Margarita creció muy feliz comiendo hierbita en el campo, durmiendo en su camita de
paja y entonando su característico mugido, pero cuando ya comenzó a ser lo suficientemente mayor
para darse cuenta de las cosas, fue cuando descubrió que sus amiguitos y amiguitas se reían de ella,
incluso le habían puesto un mote, la llamaban “la vaquita estropeada”.

Margarita se puso muy triste porque no le gustaba que se rieran de ella y lloraba mucho, pero su
mamá le dijo:
“Mira cariño, todos nacemos en este mundo por algún motivo, por ejemplo, nosotras, las vacas,
damos leche para que los humanos crezcan sanos y fuertes, nuestra piel sirve para confeccionar
prendas que dan abrigo y nuestra carne sirve de alimento. Pero tú, mi vida, tienes un talento especial.
Si en lugar de decir muuuuuu como todas nosotras, entonas ese soniquete, tiene que ser por algo, y
seguro que tú ya sabes, en tu interior por qué lo haces…”.

Margarita se secó las lágrimas y entre sollozos le dijo a su mamá: “Mami, es que… no sé cómo
decírtelo, pero, a veces, cuando estoy sola, pastando en el prado, me gusta cantar…”

La vaca Filomena soltó una tremenda carcajada y respondió: “Pero cariño, a mí también me gusta
cantar y eso no supone ningún problema. A ver, cántame una de esas canciones que tanto te
preocupan”.

La vaquita Margarita se afinó la garganta y con una voz melodiosa entonó una dulce canción.
Todos los animales de la granja se fueron acercando hasta donde se encontraban las dos vacas y, en
silencio, escucharon aquella bonita melodía.

El Tío Pío, que por casualidad pasaba cerca de la granja, se quedó asombrado y pasmado al oír a una
vaca cantando.

Aquel día, Margarita no sólo se ganó el respeto de todos sus vecinos de la granja, sino que se hizo
famosa en todo el mundo ganando infinidad de premios, porque el Tío Pío la llevaba a todas las
exposiciones de animales que había por el país.
Todos los que antes se habían burlado y reído de la vaquita Margarita, ahora, se sentían tan
avergonzados que pidieron perdón a la pequeña.

La vaquita Margarita, como no era rencorosa, les perdonó y compartió con todos los animales de la
granja, no sólo su estupenda voz, sino los regalos con los que el Tío Pío le obsequiaba cada dos por
tres.

La vaquita Margarita vivió feliz el resto de sus días, entonando maravillosas canciones que conmovían
hasta a los corazones más duros.

Y como en todos los cuentos llega el final, y este no iba a ser menos, así que colorín, colorado, este
cuento tan especial, se ha acabado…

Fin

Moraleja: Nunca hay que reírse ni despreciar a los demás porque sean diferentes a nosotros. Todos
tenemos algo bueno que ofrecer si se nos da una oportunidad.

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