Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cook Roger - El Arbol de La Vida
Cook Roger - El Arbol de La Vida
s;:mop1pd
31V830
SOUlSO:J
zap
uaSvm¡
Dirección editorial de la serie
Ángel Lucía y Juan María Martínez
Edición
Luis G. Martín, Íñigo Castro y Lourdes Lucía
Suscripciones
Francisco Perales
Texto
Roger Cook
Versión castellana
Flora Casas
I.S.B.N.: 84-7444-783-6
Depósito legal: M. 29.062-1994
Impreso en marzo de 1995
Impreso en Gráficas Almudena, Madrid
Impreso en España (Printed in Spain)
Sumario
AGRADECIMIENTOS 6
El Árbol de la Imaginación 7
El Árbol del Centro 9
El Árbol de la Fertilidad 12
El Árbol del Ascenso 15
El Árbol Invertido 18
El Árbol dtd Sacrificio 20
El Árbol de la Ciencia 24
El Árbol de la Historia 29
El Árbol de la Necesidad Interior 30
LÁMINAS 33
El Árbol de la Imaginación
7
arco sagrado de mi pueblo era uno de los múltiples arcos que conformaban un círculo,
ancho como la luz del día y como la luz de las estrellas, y en el centro crecía un enorme
árbol en flor que cobijaba a todos los hijos de una sola madre y de un solo padre. Y vi que
era sagrado.»
Este párrafo de la autobiografía de Alce Negro, hombre santo de los sioux oglala, nos
recuerda otra visión, otra época.
«Y [el ángel] mostróme un río puro, con el agua de la vida, límpido como el cristal,
que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la corriente, y en ambas orillas
del río, estaba ... el árbol de la vida, que daba doce clases de frutos, que se recogían cada
mes; y las hojas del árbol servían para la curación de las naciones.»
Ésta es la imagen bíblica del Árbol de la Vida que aparece en las Revelaciones de san
Juan (22:1-2). Al compararla con la visión de Alce Negro, comprendemos que también el
santo la «vio», que no la inventó o «imaginó» en el sentido peyorativo de la palabra, único
sentido que, por desgracia, suele atribuírsele a la imaginación, pues debido a los prejuicios
científicos de nuestra educación tendemos a asociar lo imaginario con lo ilusorio e irreal.
Estos prejuicios tienen sus raíces en la Ilustración del siglo XVIII y su culto a la razón.
Desde entonces, el enfoque racionalista de la educación moderna obliga a dar crédito
únicamente a los dos campos de experiencia en los que se basan las ciencias naturales: la
razón y la percepción sensorial. A la luz de estos dos elementos ha ido desvaneciéndose el
campo intermedio de la imaginación, que, al no ser reconocida como modo válido y uni-
versal de percepción y cognición, se convirtió, sobre todo en las postrimerías del siglo XIX,
en prerrogativa exclusiva de una minoría de estetas y amantes del arte.
Contra esta tendencia elevó Blake sus protestas proféticas. El poeta comprendió que el
creciente empirismo de las ciencias naturales acabaría por relegar la imaginación a los
caprichos de un mundo interior «personalista», sin estructura, fundamentos ni realidad
propios. Para Blake, la imaginación no era vaga, irreal ni «simplemente subjetiva»; por el
contrario, describía un orden preciso de la realidad que pertenecía a un modo concreto de
ser, con una estructura coherente. Y no era el único que la experimentaba así, pues todos
los románticos, ya fueran pintores, poetas o filósofos, afirmaban la coherencia estructural
de la imaginación y se rebelaban contra la tiranía de una razón técnica y mecánica que
amenazaba la base imaginativa de toda la experiencia humana.
Con el fin de ayudar a restablecer la imaginación como facultad con un valor cognitivo
real, Henry Corbin ha propuesto que se sustituya el término «imaginario», cuando sea
necesario, por otro de carácter más afirmativo, «imagina!», derivado de la palabra latina
imagina/is. A Corbin le resultó necesario emplearlo al escribir sobre las experiencias visio-
narias de los místicos islámicos, pues estos filósofos reconocían la existencia de un plano
real de experiencia que ellos denominaban 'alam al-mithal, el mundo de la imagen, o
'a/am-i-malakut, el mundo de la imaginación, que concebían como un terreno intermedio,
situado entre los de la percepción sensorial y el intelecto, con los que establece una inter-
acción. Según este esquema, la imaginación es la facultad fundamental y central, la del
alma, que actúa como puente vital entre los sentidos y el intelecto, la mente y el cuerpo, el
espíritu y la materia.
Esta estructuración de la experiencia tiene sus orígenes en una idea mitológica ances-
tral, la de la estructura triple del cosmos, en muchos casos expresada en la imagen de un
árbol. El Árbol de la Vida, o Árbol Cósmico, penetra en las tres zonas, el cielo, la tierra y
el infierno; sus ramas entran en el mundo celestial y sus raíces descienden hasta el abis-
mo. Al igual que el árbol, la imaginación une el cielo y la tierra; tiene «raíces» arriba y abajo.
Al unir el mundo luminoso de lo consciente con el inframundo oscuro de lo inconsciente,
8
y al nutrirse del mundo «celestialmente inmaterial» del significado inteligible con el mundo
«terrenalmente material» de la percepción sensorial, crea el mundo intermediario y «mági-
co» de las imágenes. Es esta mediación viva entre mundos opuestos lo que explica la
multiplicidad del simbolismo: el hecho de que una sola imagen arquetípica, como el árbol,
pueda producir tal florecimiento y tal derivación de imágenes en el espacio y en el tiempo.
Al igual que el árbol, la imaginación es fuente de regeneración infinita. Es al mismo
tiempo joven y vieja, y tiene primaveras y otoños, pues si los sentidos se embotan y se
apegan demasiado a las formas tradicionales, la imaginación las abandona: rechaza los
antiguos significados, anula los dogmas prescritos y revive las verdades eternas, envol-
viéndolas continuamente en la luz de las nuevas. Como dice el filósofo Gaston Bachelard:
«La imaginación es un árbol. Posee las virtudes integradoras de un árbol. Es raíces y
brotes. Vive entre la tierra y el cielo. Vive en la tierra y en el viento. El árbol imaginado se
convierte imperceptiblemente en el árbol cosmológico, epítome de un universo que crea un
universo.»
9
representada en forma circular, con la base cuadrada. Tradicionalmente, estas formas
geométricas básicas, así como sus equivalentes tridimensionales, la esfera y el cubo, simbo-
lizan el Cielo y la Tierra. A cada lado, y ascendiendo hasta la cúspide, hay una escala o
escalera que rememora los múltiples mitos, ritos y símbolos de ascensión asociados a
todos los símbolos del Axis Mundi. En Ja cúspide, en el centro de Ja cruz radial de los
cuatro puntos cardinales, se alza el Árbol Cósmico, representado por siete discos, símbo-
los de los siete cielos planetarios (nueve en algunos casos).
El punto en el que el Axis Mundi atraviesa la base cuadrada de Ja Montaña se encuen-
tra en el centro de una espiral plana, que representa el sendero iniciático, largo y plagado
de dificultades, que llega hasta el centro. En los mitos, leyendas y cuentos de hadas del
mundo entero se hace hincapié en que deben superarse múltiples obstáculos (pruebas de
fortaleza, combates con bestias feroces, etc.) para alcanzar el centro (conseguir el fin pro-
puesto, conquistar a la doncella, encontrar el tesoro). Podríamos imaginar que esta espiral
continúa, en forma de laberinto, hasta más allá de los muros del santuario en el que se
yergue la Montaña Cósmica.
Estos muros (lám. 31) señalan los límites entre lo sagrado y Jo profano y, al igual que
lO
el laberinto, constituyen un medio de defensa contra las fuerzas demoníacas del caos que
continuamente amenazan el centro. En el transcurso de la historia han existido múltiples
ritos de circunvalación destinados a fortalecer las defensas mágicas de los espacios sagra-
dos y los muros de ciudades y templos. Es en estos límites donde hacen su aparición las
deidades guardianas, como máscaras monstruosas y gárgolas, con el doble fin de atemori-
zar a los no iniciados y de ahuyentar a los malos espíritus, circunstancia que sirve para
ilustrar lo que suele denominarse «ambivalencia de lo sagrado». El hombre teme y venera
lo sagrado, al experimentarlo como manifestación de un poder terrible que trasciende lo
humano y lo cósmico. Pero, paradójicamente, este poder sobrenatural y trascendental se
revela a los hombres a través de cosas humanas y cósmicas. El cielo, la tierra, las plantas,
las piedras, los animales y los árboles pueden aparecer cargados con lo sobrenatural, y es
entonces cuando estas cosas familiares parecen extrañas, cuando despiertan los sentimien-
tos mezcla de adoración y miedo que caracterizan el elemento suprarracional de la expe-
riencia religiosa.
Desde la espiral plana de la base de la montaña que se ve en el diagrama asciende una
doble hélice formada por serpientes entrelazadas, que, al igual que la escala, es símbolo
del ascenso; pero en esta ocasión se trata del ascenso «interiorizado» de las disciplinas
ascéticas y meditativas, como el yoga kundalini, en el que se concibe el cuerpo como un
microcosmos. En muchos casos, encontramos la serpiente relacionada con los símbolos
del centro; por ejemplo, la serpiente con el árbol en el centro del jardín en el Génesis, la
que se enrosca alrededor de las representaciones del Huevo Cósmico o los múltiples dra-
gones que defienden los equivalentes simbólicos del centro en la mitología y el folclore. La
asociación de la serpiente con lo femenino, sobre todo con la Diosa Madre (señora de la
tierra, los animales y la fertilidad) deriva de este movimiento rítmicamente ondulante,
vital, apegado a la tierra: su forma confiere una asociación especial con la energía sexual,
y su renacer periódico (al mudar la piel) establece una relación con los cambios cíclicos de
la luna. Encarna los poderes regeneradores de las aguas, regidas por la luna, y las energías
latentes contenidas en el cuerpo de la tierra. En el diagrama se sugiere la tradicional
ambivalencia de la serpiente con una imagen doble, ya que, como representante de la fuer-
za vital, es creativa y destructiva al mismo tiempo. Este carácter dual representa la
unión de los opuestos y su síntesis en una forma más elevada.
El doble carácter regenerador de la serpiente se hace uno con la ambivalencia de lo
sagrado que fluye por el cosmos y la savia vital que atraviesa el Árbol Cósmico, el tan
buscado «elixir de la inmortalidad», la mágica hidromiel, el agua de fuego de los dioses. El
árbol también incorpora este simbolismo serpentino y lunar, porque se despoja de la cor-
teza y las hojas y renace en primavera, creciendo rítmicamente con la luna que aparece y
desaparece.
Quizá la exposición más clara del Árbol Cósmico se encuentre en las eddas escandina-
vas, recogidas en los siglos X a XII pero de creación muy anterior a esta época. En VO'lus-
pá, poema oscuro y premonitorio, una vidente profetiza el destino de los dioses y el fin del
mundo, el Ragnarok. Cuando el gran dios Odín la despierta de un profundo sueño, la
vidente dice lo siguiente:
11
de agua blanca está el gran árbol húmedo.
De él cae el rocío que riega los valles,
verdes con el manantial de Urd que los hace crecer.
Yggdrasil se yergue en el centro de los tres planos cósmicos. Sus tres grandes raíces
descienden hasta el inframundo tripartito: Hel, la tierra de los muertos; el reino de los
gigantes helados y los dominios subterráneos de los dioses, el Aesir, donde se reúnen a
diario, junto al torrente sagrado del Destino, el manantial de Urd, para celebrar juicios y
dirimir disputas. El tronco pasa por el segundo plano, Midgard, la Tierra Media, el terri-
torio de los mortales, y las ramas ascienden hasta Asgard, el mundo celestial de los dioses.
En la base del árbol se encuentra el manantial de Mimir (el Recuerdo), en el que en una
ocasión Odín sacrificó un ojo a cambio de un trago de su sabiduría.
Tres Nornas, diosas del Destino, riegan las raíces del gran árbol día y noche, mientras
que una gigantesca serpiente, Niogghr, las mordisquea sin cesar. Estas tres deidades repre-
sentan las tres caras de la diosa de la luna: el cuerpo celeste en las fases creciente, llena y
menguante, que afectan, sobre todo, a los ritmos vitales. Las tres diosas están sentadas al
pie de Yggdrasil; se pasan la lanzadera cósmica de una a otra y tejen los destinos de los
hombres y del mundo. Riegan las raíces con las aguas del manantial de Urd, en torno al
cual están sentadas, presidiendo el mundo «irracional» de las semillas y lo latente, de las
formas en germinación: el Agua, el Caos y la Noche.
La serpiente es enemiga del águila que vive en las ramas más altas del árbol. Aquí
también está el trono de Odín, desde el que vigila «los nueve mundos cubiertos por el
árbol». En el árbol, o junto a él, viven diversos seres: una ardilla que corretea por el tron-
co, y seres cornudos, ciervos y cabras, que devoran las ramas, las hojas y los brotes tier-
nos. Estos animales, que atacan continuamente el árbol, forman, junto a la imagen de las
Nornas que riegan las raíces sin cesar, una imagen de los procesos cíclicos del tiempo, la
infinita regeneración del cosmos, al igual que la perenne contienda del águila y la serpien-
te, que simbolizan los principios solar y lunar (lám. 50).
El tema de la resurrección, junto a la unión de los opuestos, aparece en otra imagen: en
el Ragnarok, el gran árbol se estremece, causando la destrucción de los dioses y del mun-
do. Sin embargo, en el interior del tronco están ocultas las semillas de la renovación del
mundo, bajo la forma de un hombre y una mujer, de cuya unión surgirá una nueva raza
que repoblará el orbe.
El Árbol de la Fertilidad
«Sobre las anchas e inmóviles profundidades, bajo las nueve esferas y los siete pisos del
cielo, en el punto más central, el ombligo del mundo, el lugar más sosegado de la tierra, en
el que la luna no mengua y no se pone el sol, en el que reina un verano eterno y el cuco
canta sin cesar, allí se encontró a sí mismo el Joven Blanco.»
Así comienza el mito de la creación de la tribu yakut, que vive en Siberia. En este
prodigioso lugar, el Joven Blanco ve una inmensa montaña, y sobre ella un enorme árbol.
La resina de este árbol es transparente y desprende un dulce aroma; la corteza jamás se
seca ni cuartea, las hojas no se marchitan, y por entre las ramas fluye una luz líquida.
Estas ramas atraviesan el cielo, penetrando en «las nueve esferas y los siete pisos del cielo».
En la copa se encuentra el lugar en el que está atado el dios supremo, Ai-Toyon. Sus
raíces, al igual que las de Yggdrasil, penetran en los infiernos, donde se convierten en
12
soportes de extraños seres míticos, y el árbol se comunica con los espíritus del mundo
celestial mediante el susurro de sus hojas.
Cuando el Joven Blanco lo mira, las hojas empiezan a susurrar, de ellas se desprende
una fina lluvia blanca y sopla una cálida brisa. El árbol comienza a encogerse, entre
gemidos y crujidos. De su interior surge un espíritu, una ancestral diosa de pelo blanco,
«de tan vivos colores como una perdiz y pechos tan grandes como bolsas de cuero». El
Joven Blanco, u Hombre Solitario, como también se le denomina, se dirige a la divinidad
arbórea. «Venerada Señora», le dice, «Espíritu de mi árbol y de mi morada, todo cuanto
vive se mueve en parejas y tiene descendencia, pero yo estoy solo. Deseo viajar y encontrar
a alguien digno de mí. Deseo conocer a otros y medir mis fuerzas con ellos. Deseo vivir
como debe hacerlo un hombre. No me niegues tu bendición; te lo ruego, con la cabeza
humillada y las rodillas dobladas.»
Se entera por la diosa de que su madre es Kubaichotum, madre de todas las cosas, y su
padre Ai-Toyon, dios celestial. Lo bajaron desde los cielos con el fin de que fuera el
antepasado de la humanidad. A continuación, la diosa del árbol coge agua de debajo de
las raíces, llena con ella una vejiga y se la da, al tiempo que dice: «Átate esto bajo el brazo
izquierdo; te salvará cuando estés en peligro.» (Más adelante, el héroe entabla combate
con un dragón y recibe una herida mortal en el corazón, pero al reventar la vejiga su
corazón se restablece.) Por último, la diosa le da su bendición y le ofrece leche de sus
generosos pechos: al beber, el Joven Blanco nota que su fortaleza se multiplica por nueve.
La divinidad arbórea de vivos colores y grandes pechos es una de las múltiples epifa-
nías o manifestaciones divinas de la Gran Diosa Madre conocida en las mitologías del
mundo entero. En su condición de Madre de la Tierra (Tellus Mater), «Madre de todas las
Cosas», encarna los poderes regenerativos contenidos en la tierra y en las aguas. Toda la
vida emerge de sus profundidades acuáticas, y toda vida potencial reside en sus cuevas y
hendeduras. La vida surge torrencial en su vientre, capaz de absorber y reabsorber eter-
namente, de crear y regenerar, fuente perpetua de fertilidad cósmica.
La mujer y el árbol encarnan por igual a la Gran Diosa Madre, pues ambos son
manifestaciones visibles de su fecundidad (láms. 10, 11, 13). En el mito yakut, el Joven
Blanco descubre junto al gran árbol, quizá alrededor de la montaña en la que se alzaba,
«un lago de leche, cuajada en las orillas». Difícilmente podría encontrarse una imagen más
impactante de las aguas maternales de las que surgen todas las cosas y en las que conti-
núan su existencia. Es la leche de la Gran Diosa, el líquido esencial que da la vida, que
abulta los pechos de las mujeres y fluye como savia por los árboles. En la India, esta savia
vital se conoce con el nombre de Soma o Amrita y es el elixir celestial o «agua de la vida»
con el que los dioses obtienen la inmortalidad. Constituye la esencia misma de todos los
líquidos vitales (agua, sangre, semen, leche, savia) que fluyen por el cosmos, garantizando
la regeneración de la vida.
Para el hombre primitivo, la muerte y resurrección anuales de la naturaleza suponían
un gran misterio y una gran tragedia, cuyo significado se conmemoraba en mitos y ritua-
les. En invierno, todo parecía retornar a sus oscuros comienzos en el vientre de la Madre
Tierra. En primavera se repetía el acto primordial, la creación original del cosmos. Este
acontecimiento se celebraba en la Antigüedad como el hieros gamos, el matrimonio sagra-
do, entre la Madre Tierra y su hijo y amante, el dios de la vegetación, que renacía todas
las primaveras en plantas y árboles, alcanzaba su plenitud en el verano y regresaba al seno
de la Madre Tierra en otoño para fecundarla con su «semilla madura» en la gran noche
cósmica del invierno.
Alrededor del 4000 a.C., se contaba en Mesopotamia que la diosa Istar inicia la bús-
13
queda de su joven hijo-amante, porque su ausencia está causando desolación y pesar inde-
cibles en la tierra de los vivos. En los himnos babilonios se le compara con el sauce y el
tamarisco que se marchitan. Los griegos adoptaron su culto alrededor del siglo VII a.C.,
con el nombre de Adonis (que significa Señor). Se decía que había nacido de un árbol de
la mirra, cuya corteza había estallado al cabo de diez meses de gestación (lám. 18).
También los egipcios tenían un dios de la vegetación cuyo mito conocemos gracias a
Plutarco y a los Textos de las Pirámides. Según este mito, el rey Osiris, de carácter divino,
gobernaba Egipto con su hermana-esposa Isis. En el vigésimo octavo año de reinado, Set,
su malvado hermano, lo encerró en un arcón de madera y lo arrojó al Nilo. El arcón fue a
parar a Biblos, ciudad situada en la orilla oriental del Mediterráneo en la que crecía una
hermosa erica que rodeó el arcón con su tronco. El rey de Biblos, que admiraba aquel
árbol, lo convirtió en una columna para su palacio, y entre tanto llegó a la ciudad Isis,
transida de dolor tras haber recorrido el mundo en busca de Osiris. Al ver la columna,
reconoció de inmediato lo que había en su interior y le rogó al rey que se la diera. El
monarca accedió a su deseo y la diosa se llevó el arcón, pero dejó la columna para que la
adorasen los habitantes de Biblos. Más adelante vemos que el malvado Set se topa con el
arcón mientras está cazando, en ausencia de Isis. Al reconocer el cuerpo, lo corta en
pedazos y los disemina por Egipto. Tras prolongada búsqueda, Isis acaba por recuperar
todos los trozos, con una excepción vital, el falo, que, circunstancia significativa, ha vuelto
a entrar en la tierra, descendiendo hasta las profundidades del océano en el cuerpo de un
pez. Con la ayuda de las artes mágicas de su hermana Neftis, Isis construye una efigie del
falo y con él y las demás partes devuelve al cuerpo de Osiris una vida eterna en el mundo
de ultratumba egipcio, en el que el dios pesa los corazones de los muertos para decidir si
también ellos deben recibir la recompensa de la inmortalidad.
Existe un importante símbolo egipcio que se asocia con el inmortal Osiris: la colum-
na djed que pasó a ser el jeroglífico de «duración y estabilidad». En principio, la columna
djed derivó de la imagen del árbol con ramas podadas; pero lo que resulta especialmente
interesante es que esta imagen arbórea original se fusionara con otra, la del sacro, la
articulación inferior de la columna vertebral, de Osiris. Se creía que esta parte del dios
desmembrado era la sede inmortal de su virilidad; su situación en la base de la columna
vertebral corresponde al «chakra-raíz» del yoga indio, en el que reside la energía vital o
kundalini.
En la antigua Roma, el gran festival de primavera conmemoraba el hieros gamos de
Cibeles, diosa asiática de la fertilidad, con el pastor Atis, su joven amante. Atis era hijo de
la virgen Nana, que lo había concebido al ingerir una almendra madura, semilla del árbol
que anuncia la llegada de la primavera al florecer mucho antes de que se abran sus hojas.
Según el mito, Cibeles amaba a Atis cbn tal pasión que lo obligó a castrarse para que sólo
pudiera pertenecerla a ella. Atis se automutiló bajo un pino, en el que moró su espíritu
tras haber muerto desangrado.
En Roma, el 22 de marzo se cortaba un pino y se llevaba al santuario de Cibeles,
donde se vendaba como un cadáver con tiras de lana y se adornaba con guirnaldas de
violetas, pues se decía que estas flores habían brotado de la sangre de Atis, cuya efigie se
ataba al tronco, y a continuación se llevaba el árbol en procesión solemne hasta el templo.
Al día siguiente se observaba ayuno riguroso como preparación para la celebración del
Día de la Sangre (Dies Sanguinis), el 24 de marzo. En tal fecha tenía lugar una representa-
ción ritual de la muerte de Atis, en la que, entre lamentos y duelo, se retiraba su efigie y se
enterraba en una tumba, mientras los sacerdotes de Cibeles se acuchillaban los brazos en
recuerdo del sacrificio del pastor. (En el rito original frigio, los iniciados llegaban a auto-
14
castrarse, y sus órganos cortados se inhumaban ritualmente, en la tierra). Tras una noche
de ayuno y vigilia se abría la tumba, que estaba vacía, y a continuación se anunciaba el
ansiado mensaje: «Neófitos, alegrad vuestro corazón. El dios se ha salvado. También noso-
tros hallaremos la salvación tras nuestros afanes», momento en el que la aflicción se tor-
naba en júbilo. Este día se conocía como Hilaria, la festividad de la Alegría, y en ella
reinaba la conducta licenciosa.
La fiesta de la Alegría recuerda las celebraciones de las comunidades populares euro-
peas, en las que las gentes participaban activamente en la resurrección del mundo vegetal.
Era y sigue siendo costumbre en algunas zonas de Europa, en primavera o a principios del
verano, ir a los bosques, cortar un abeto y llevarlo al pueblo, donde se deshoja y se decora
del mismo modo que el árbol de Atis. En La rama dorada, J. G. Frazer cita una curiosa
descripción de estas festividades en la Inglaterra rural realizada por Phillip Stubbes, puri-
tano de la época isabelina, que explica en tono de desaprobación cómo llevaban el mayo
en los días de la Buena Reina Bess.
«En mayo, por el día de Pentecostés o en alguna otra ocasión, todos los jóvenes y
muchachas, los viejos y las mujeres, echan a correr por bosques, arboledas, colinas y
montes, y pasan allí la noche entera en medio de gran regocijo; y por la mañana regresan,
cargados de ramas de abedul y otros árboles, para engalanar y dar aún mayor esplendor a
las fiestas. Y nadie puede maravillarse, pues entre ellos está presente un gran Señor, que
preside y rige sus juegos y diversiones, a saber, Satanás, príncipe de los Infiernos. Mas la
joya principal que de allí traen es el mayo, que transportan con gran respeto, y del siguien-
te modo: aparejan yuntas de veinte o cuarenta bueyes, cada animal con un hermoso rami-
llete de flores en la punta de los cuernos, y estos bueyes arrastran el mayo (ídolo repug-
nante habría que llamarlo), por completo cubierto de flores y yerbas, rodeado con cuerdas
de arriba a abajo y en ocasiones pintado de diversos colores, mientras lo siguen dos o tres
centenares de hombres, mujeres y niños, en medio de gran reverencia. Y una vez erigido,
con pañuelos y gallardetes en lo alto, cubren con paja el suelo, ciñen el mayo con ramas
verdes y construyen emparrados y pérgolas en derredor. Y a continuación se dan al baile
en torno a él como hicieran las gentes paganas en las celebraciones en honor de los ídolos,
de las que esto es perfecta copia, o más bien una y la misma cosa. Y o he oído referir (y
viva voce además) a hombres dignos de crédito, de seriedad y reputación probadas, que de
cuarenta, sesenta o aun cien doncellas que han pasado la noche en el bosque, apenas un
tercio de ellas han regresado intactas a casa.»
15
El mayo es el poste cómico, el Axis Mundi, que en lugar de sacar sus ramas, hojas y
flores al mundo se centra en la Estrella Polar, alrededor de la cual giran los cielos, y
desciende desde allí para convertirse en eje del mundo.
Este eje central, en forma de columna o de abertura para la salida del humo, constituye
una de las características de numerosos habitáculos «primitivos», a los que se puede apli-
car el mismo simbolismo, pues tales estructuras humanas están construidas a imitación del
cosmos, un cosmos creado, estructurado y santificado por los dioses. Que el eje central sea
el rasgo más destacado de un habitáculo, incluso si se encuentra bajo cielo abierto, queda
ilustrado trágicamente en el nivel de cultura más arcaico, en un relato sobre uno de los
clanes de los arunta, tribu aborigen de Australia central. En su mundo siempre se alzaba
un poste sagrado, pues después de haber hecho el mundo en una época mítica, su dios
creador, Numbakula, modeló un palo con un árbol gomero, trepó por él hasta el plano
celestial y no se le volvió a ver. La tribu llevó consigo una imitación de este poste durante
sus viajes, dirigiéndose siempre en la dirección que parecía señalar. Los etnólogos Spencer
y Gillen cuentan que el poste se rompió un día y que, tras vagar sin rumbo fijo durante
largo tiempo, el clan entero se tendió en el suelo a esperar la muerte. La vida carecía ya de
sentido para ellos, pues se había roto el eje de su mundo y se había perdido la comunica-
ción con lo sagrado.
Los ascensos al cielo y los descensos al infierno constituyen un rasgo fundamental del
chamanismo, nombre con el que se conoce la religión de los pueblos cuya vida espiritual
se centra en torno a un chamán (lám. 60), figura de la religión extática en la que se aúnan
los papeles de místico, visionario, curandero, artista, poeta y mago. El chamanismo posee
una estructura simbólica propia que mantiene incluso cuando se mezcla, como ocurre en
muchos casos, con otras formas religiosas (como el budismo y el cristianismo). Los testi-
monios de las pinturas rupestres parecen indicar que era la religión de los cazadores del
Paleolítico. En la época moderna, su forma más pura se ha encontrado en las regiones
polares, y sobre todo entre las tribus de Siberia y del Asia central. Desde estas zonas se
propagó hacia otros puntos de Asia, hasta Oceanía y, atravesando el estrecho de Bering,
llegó a América.
El chamán tiene una importancia vital para su comunidad, aunque esté separado de
ella, pues establece una comunicación directa con el mundo espiritual, en el que entra cada
cierto tiempo gracias al éxtasis y el trance religiosos. En tales estados llega al «centro del
mundo», ya que sólo puede penetrar en el mundo espiritual a través de este centro.
Cuando surge la necesidad, los chamanes altaicos de Siberia llevan a cabo el ascenso
ritual al mundo celestial, algo que realizan de vez en cuando para todas las familias y que
se prolonga durante dos o tres noches. En la primera, el chamán coloca un abedul joven,
despojado de las ramas inferiores, en el centro de una tienda de piel especialmente cons-
truida para la ocasión, o yurt. El techo de la tienda representa la bóveda celeste, y por él
asoman las restantes ramas. Se practican nueve muescas en el tronco del árbol, que repre-
sentan los nueve cielos que atravesará el chamán en su ascenso ritual. A continuación se
elige un caballo de pelaje claro para ser sacrificado; el chamán cabalgará sobre el alma del
animal en su viaje celestial. Después, el chamán invoca a los espíritus y los invita a entrar
en su tambor, sobre el que también cabalgará, pues es el prolongado tamborileo lo que
llama y concentra las energías que necesita para entrar en el mundo espiritual. El tambor
es la pertenencia más importante del chamán; se piensa que su armazón de madera está
hecho de una rama que dejó caer del Árbol Cósmico el dios supremo, Bai Ulgen, y que el
chamán ascenderá por él. A la noche siguiente comienza la parte más importante de la
ceremonia, un ritual muy largo en el transcurso del cual el chamán trepará simbólicamente
16
por el abedul, en éxtasis creciente. Mientras va alzándose poco a poco por las muescas,
entona el siguiente cántico:
He ascendido un peldaño,
he alcanzado un plano.
Sigue elevándose, con varias pausas, durante las cuales cuenta anécdotas y aventuras
extraordinarias sobre los diversos seres que encuentra en el camino. Así va pasando de un
cielo a otro, hasta llegar al noveno o incluso al duodécimo. Cuando ha alcanzado el nivel
más alto que le permiten sus poderes, encuentra a Bai Ulgen, habla con él y se entera de
las predicciones sobre los cambios atmosféricos y la siguiente cosecha. A continuación,
una vez alcanzado el culmen del éxtasis, se desploma, agotado, y queda inmóvil y sin
habla durante un rato. Por último, se despierta, frotándose los ojos, y saluda a los presen-
tes como si hubiera estado ausente mucho tiempo.
Para los navajos del suroeste de Norteamérica, el Axis Mundi es un junco, por cuyo
centro gatearon sus antepasados míticos al avanzar por los cuatro mundos subterráneos
que se extienden bajo éste. En su mito de los orígenes, mito de salida como el de sus
\·ecinos, los zuñí, se cuenta que sus antepasados se vieron obligados por una serie de
catástrofes naturales (diluvios, superpoblación y enfermedades) a pasar de un submundo a
otro, tránsito en el que cada mundo suponía una mejora con respecto al anterior. Cada
uno de ellos está dominado por un solo color y por una especie de animales y plantas.
Únicamente en este mundo, el quinto, se unen todos los colores y las especies naturales,
creando la plenitud de luz y color, hombre y mundo. Pero, según los mitos navajos, aún
no está todo terminado. El propio hombre necesita más transformaciones, por lo que el
Axis Mundi continúa ascendiendo. En las pinturas sobre arena de este pueblo (lám. 5)
aparece una planta de maíz gigantesca por cuyo centro discurre el «sendero de la bien-
aYenturanza» o «sendero del polen sagrado», imagen del camino de la vida del Hombre.
Los héroes gemelos navajos, el Matador de Monstruos y el Erguido en la Tierra, siguieron
el Axis Mundi por este sendero atravesando los diversos mundos celestiales para llegar a
la casa del sol, su padre. Según los mitos, fue allí donde tuvieron que someterse a una
dura iniciación, una ordalía de fuego y agua, tras la cual recibieron la bendición del sol y
regresaron a la tierra con el conocimiento del arte sagrado de la pintura sobre arena.
Los navajos ejecutan estas pinturas como parte de los complejos ceremoniales o «ca-
minos del cántico» en los que representan simbólicamente los acontecimientos de épocas
místicas. La estructura de las pinturas siempre es simétrica y está centrada en torno a un
símbolo del Axis Mundi, dos características de gran importancia, pues el objetivo primor-
dial de las pinturas es terapéutico (véase p. 100). En cierto momento del proceso se sitúa al
paciente sobre la pintura y se le aplica arena de las figuras sobre el cuerpo, con el fin de
sumergirlo, psicológíca y espiritualmente, en el tiempo y el espacio míticos. Se trata de
una dimensión más fuerte y más vital que la de la existencia profana y cotidiana, porque
se trata del tiempo y el espacio en los que las cosas empezaron a ser. Esta experiencia de
17
«retorno a los orígenes» en el centro axial del mundo integra al paciente y produce la
curación.
El Árbol Invertido
18
texto cabalístico de mayor influencia, el Libro de Zohar, escrito por Moisés de León en el
siglo XIII, encontramos la siguiente frase: «El Árbol de la Vida se extiende desde arriba
hacia abajo, y el sol lo ilumina todo.»
Para describir el estado latente de Dios los cabalistas combinaban las imágenes de la
semilla («Semilla Oculta»), la raíz («Raíz de todas las Raíces») y el punto matemático
(<<Punto Primordial o Liso»). La asociación del «Punto Primordial» y la «Semilla Oculta»
es especialmente significativa, pues también la encontraremos en un importante contexto
moderno. Así se describen los comienzos de la creación en el Libro de Zohar:
«Cuando el Oculto de los Ocultos deseó revelarse, lo primero que hizo fue un punto
único: el Infinito era totalmente desconocido y no difundía luz antes de que este punto
luminoso se abriese camino hasta la visión.
»Más allá de este punto nada era cognoscible, y por eso se lo denomina reshith, princi-
pio, la primera de las palabras creativas por la que fue creado el universo.»
La primera revelación de la interioridad de Dios se desarrolla en una serie de diez
emanaciones divinas, llamadas Sephiroth, esferas de Dios, que representan los atributos
divinos, los poderes y las potencias, y están distribuidas en grupos de tres para formar el
19
Árbol de la Vida cabalístico. Hay tres columnas verticales: la columna del Juicio, integra-
da por Binah (la Inteligencia), Din o Gevurah (el Juicio) y Hod (el Esplendor); la Colum-
na de la Misericordia, integrada por Hokhmah (la Sabiduría), Hesed (el Amor) y Netsah
(la Firmeza), y entre ellas la columna de la reconciliación, la Columna Media, denomina-
da a veces el Equilibrio, formada por Kether (la Corona), Rahamin (la Compasión) o
Tifereth (la Belleza), Yesod (la Fundación) y Malkuth (el Reino). También pueden leerse
horizontalmente, en cuyo caso forman los tres mundos interdependientes del Intelecto
(Kether, Binah, Hokhmah), la Imaginación (Din, Hesed, Tifereth, Hod, Netsah y en oca-
siones Yesod) y la Materia (Yesod y Malkuth). Existe además un simbolismo sexual desa-
rrollado en la urdimbre de las relaciones entre las diez Sephiroth, pues cada una de ellas
representa una potencia masculina y activa o una femenina y pasiva de Dios. Por último,
este árbol místico vincula los tres mundos de Dios, el Hombre y el Universo, puesto que
revela los actos internos de los tres. El Hombre y el Universo se reflejan recíprocamente y
ambos son reflejo del infinito sin límites de lo que los cabalistas denominaban En-Sof, lo
Inacabable, ese «dios más allá de Dios» impersonal que la conciencia humana, finita, no
puede alcanzar pero en la que tanto el Hombre como el Mundo se encuentran misteriosa-
mente sumergidos.
Un símbolo judío muy importante, y quizá más conocido, relacionado con el árbol
cósmico, es el candelabro de siete brazos, la menorah. Encontramos sus orígenes bíblicos
en el Éxodo (25: 31-40), cuando Dios ordena a Moisés que fabrique una menorah, que
sería uno de los objetos principales del Tabernáculo. Debe construirse de una sola pieza,
de oro puro batido, según el modelo divino que ve Moisés en el monte, el modelo que
finalmente se colocaría en el templo de Jerusalén (lám. 52). Al igual que muchas otras
formas del árbol cósmico, el de la menorah deriva de la antigua Mesopotamia. Los siete
brazos tienen sus orígenes en el significado astrológico del número siete, que represen-
taban los siete cuerpos celestes que se conocían en aquella época (el Sol, la Luna, Mer-
curio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). Para el gran filósofo judío Filón de Alejandría
(h. 30 a.C.-50 d.C.), cuya ambición consistía en unir la ley mosaica y el pensamiento
oriental con la filosofía griega de Platón, los arcos ramificados del candelabro representa-
ban los senderos que describen los planetas alrededor del Sol, representados a su vez por
el fuste central, vertical y «fijo», cuya lámpara era la luz de Dios de la que las otras seis
extraían su esplendor reflejado. El modelo que se le mostró a Moisés en el monte era la
forma espiritual interna del cosmos, de la que la menorah constituía el reflejo exterior. Las
siete lámparas de la menorah eran también los siete «ojos del Señor» que percibió el
profeta Zacarías en su visión del candelabro de oro (Zacarías 4), que se alzaba entre dos
olivos que proporcionaban el aceite de las lámparas. También encontramos esta asocia-
ción en el Corán (h. 24), en el que «un olivo que no es ni del Este ni del Oeste» (es decir,
que está situado en «el centro del mundo») ardería «incluso si no lo tocara el fuego».
Los historiadores modernos consideran muy improbable que Cristo fuera crucificado
en una auténtica cruz. Seguramente se trataba de una simple estaca, y la cruz adquirió tal
forma merced a la acción del mito, no de la historia. Para los primeros cristianos era la
importancia cósmica del sacrificio de Jesucristo lo que confería significado al aconteci-
miento histórico del Calvario, significado que se expresaba en el símbolo de la Cruz. El
20
sacrificio de Cristo tiene lugar en el centro del mundo, en el Árbol Cósmico, que se ex-
tiende desde el cielo hasta la tierra y se alza en el punto medio de la cruz radial horizontal
de los cuatro puntos cardinales. La Cruz se homologa con el Árbol de la Vida, que, según
las escrituras, se yergue en el centro del Jardín del Edén en el comienzo de los tiempos y
en el centro de la Ciudad Celestial de Jerusalén al final de los mismos. En el siglo 111
aparece una hermosa evocación de esta imagen de la Cruz Cósmica de Jesucristo en el
sermón pronunciado en la Pascua por Hipólito, obispo de Roma: «Este árbol, ancho
como los mismos cielos, ha llegado desde la tierra hasta el firmamento. Es inmortal y se
yergue entre el cielo y la tierra. Es el fulcro sobre el que se apoyan todas las cosas y el
lugar sobre el que todas ellas descansan. Es el cimiento del mundo redondo, el centro del
cosmos. En él forman una unidad todas las diversidades de nuestra naturaleza humana. Se
mantiene en su sitio gracias a los clavos invisibles del espíritu, de modo que no se des-
prenda de lo divino. Alcanza las cúspides más elevadas del cielo y afirma la tierra bajo su
pie, y abarca las regiones intermedias con brazos inconmensurables.»
Todos los atributos cristianos del poder espiritual y temporal participan de este simbo-
lismo cósmico. El orbe regio es una imagen del mundo con la cruz cósmica en el centro, y
el cetro regio y la cruz obispal, representados en muchos casos como una rama viviente,
confieren a quien los porta el carácter central y el poder del Árbol de la Vida que crece en
el Centro. Cuando se colocaba el manto de la coronación, que llevaba bordado dicho
árbol, sobre los hombros del soberano del Sacro Imperio Romano y cuando el patriarca
de Venecia ocupaba el trono de San Marcos, con el Árbol de la Vida y los cuatro ríos del
Paraíso tallados en la parte posterior del respaldo, ambos se situaban simbólicamente en
aquel lugar supremo y sagrado, el centro del mundo (véanse págs. 102-103).
En los niveles culturales más arcaicos, las formas elementales del lugar sagrado consti-
tuyen un microcosmos en miniatura. En la mayoría de los casos consiste en un paisaje de
árboles, piedra y agua, como ocurre con los centros totémicos de los aborígenes australia-
nos, o en un recinto sagrado con altar, piedra y agua, tal y como puede encontrarse en
algunas zonas de la India, incluso actualmente. En la época en la que Buda predicaba en
la India (h. 563-483 a.C.) había numerosos altares sacrificiales de este tipo, destinados al
culto popular de las divinidades de la fertilidad (Yaksas), y sobre uno de estos altares
situados bajo un baniano sagrado decidió sentarse el futuro Buda para sacrificar su ser y
obtener la iluminación. El árbol bajo el que se sentó se convirtió en el Bo santo o Árbol
Bodhi, el Árbol de la Iluminación, un esqueje del cual sigue creciendo y es objeto de
veneración en Bodh Gaya (lám. 27).
Las leyendas budistas cuentan que tras haber comprendido a la perfección las limita-
ciones y condiciones finitas de la existencia, Buda decidió trascenderlas mediante la re-
nunciación. Resolvió que, aunque sus huesos se consumirían y se secaría su sangre, no
abandonaría su asiento bajo el baniano sagrado hasta haber logrado trascender tales limi-
taciones y haber traspasado la barrera que le llevara a una comprensión inmediata de la
Verdad Última y Sin Condiciones (Bodhi). La lucha del Buda por alcanzar la iluminación,
que, según se cuenta, se prolongó durante cuarenta y nueve días, tiene su representación
mitológica en la Tentación y el Ataque de Kama-Mara, señor demoníaco del proceso
cósmico. En primer lugar se le apareció bajo la forma de Kama (el Deseo), con sus tres
hermosas hijas, que cantaron y bailaron ante Buda, valiéndose de todos los medios a su
alcance para despertar en él la pasión y el deseo. Al fracasar en su intento, se le apareció
bajo la forma de Mara (la Muerte), con sus huéspedes infernales. Entre vientos y lluvias
tormentosas y erupciones volcánicas de lava y barro ardientes, unos seres monstruosos lo
atacaron con rocas y árboles desgajados, mientras la tierra se inclinaba vertiginosamente
21
hacia los cuatro puntos cardinales, pero siempre volvía a enderezarse y los proyectiles
infernales se convertían en flores al entrar en el campo de concentración del Buda, pues
éste se mantenía fijo e inamovible en el centro: espiritualmente, era uno con el eje del
universo: simbólicamente, había ascendido por el Árbol Cósmico y contemplaba las bufo-
nadas de Kama-Mara desde otro plano, una de las razones por las que en las primeras
representaciones budistas de este acontecimiento nunca aparece retratado el Buda como
tal, al haber trascendido el nivel en el que se producían tales situaciones. Como había
obtenido la iluminación, ya no estaba sujeto a las limitaciones y condiciones de la existen-
cia, y al haberse hecho uno con el ser interno del cosmos, se le representa con mayor
veracidad en la imagen del Árbol Cósmico propiamente dicho. Además, el árbol, con sus
raíces subterráneas y extendidas, el estrecho tronco y el amplio follaje, constituye la ima-
gen perfecta del proceso real de la iluminación, del ascenso, la canalización y la concentra-
ción de las energías latentes necesarias para la transformación espiritual. Por este motivo,
en los primeros textos budistas se menciona el Árbol Bodhi y no al Buda al hablar de
Aquel que Despierta.
Los indios norteamericanos celebraban numerosos rituales destinados a fortalecer las
relaciones con el mundo sagrado en torno a un árbol o un poste santificados. El más
famoso es la danza del sol. Alce Negro describe este rito de los sioux en su libro La pipa
sagrada, en el que habla de sus orígenes: un bravo tuvo una visión del árbol y a partir de
entonces empezaron a conmemorar el acontecimiento.
En el complejo ritual, se tala un álamo sagrado y se lleva al campamento ceremonial-
mente. El árbol se convierte en el poste central del recinto en el que tiene lugar la danza
del sol y de él irradian veintiocho postes que representan las veintiocho fases del mes
lunar. «Construimos algo a semejanza del universo», dice Alce Negro, «pues cada uno de
los postes del recinto representa un objeto concreto de la creación, de modo que el círculo
completo es toda la creación, y el árbol del centro, sobre el que descansan los veintiocho
postes, es Wakan-Tanka, el Gran Espíritu, centro de todas las cosas.»
Tras haber construido esta casa cósmica, se elige a ocho guerreros de entre los más
valientes y se les pintan los símbolos sagrados: el círculo, la cruz, el sol, la luna y la estrella
de la mañana. A continuación se les colocan pieles de conejo para que les hagan dóciles y
les ayuden a aceptar los sufrimientos con espíritu de humildad, «cualidad que todos debe-
mos poseer cuando nos dirigimos al centro del mundo». Después, tras volver a orar y
prestar juramentos sagrados, recorren el círculo del recinto, siguiendo la dirección del
movimiento del sol, al tiempo que gritan: «¡Oh, Wakan-Tanka, ten piedad de mí, permite
que mi pueblo viva! Por eso te ofrezco mi sacrificio.»
A continuación se perfora el pecho de los bailarines en dos puntos con estacas de
madera unidas a una correa de cuero que va atada a la parte superior del poste central.
Cuando comienza la danza, los guerreros se inclinan hacia atrás, apoyándose por turnos
sobre las correas, que representan «rayos de luz procedentes de Wakan-Tanka», y bailan
alrededor del poste hasta que las estacas se despegan del cuerpo. El ritual termina cuando
los bailarines depositan un trozo de su propia carne en la base del árbol, mientras se eleva
una oración al Gran Espíritu: «Estas ocho personas te han ofrendado su cuerpo y su alma;
en su sufrimiento han dirigido sus voces a ti; incluso te han ofrecido un trozo de su carne,
que yace ahora al pie de este árbol sagrado. El favor que te piden es que su pueblo pueda
caminar por la senda santa de la vida y que mejore en lo sagrado.»
Por último, se dirigen las siguientes palabras a los bailarines: «Con vuestros actos
habéis fortalecido el arco sagrado de nuestra nación. Habéis establecido una relación más
estrecha con todas las cosas del universo.» Alce Negro concluye así: «Se ha logrado algo
22
muy importante, y en los inviernos venideros se concederá gran fortaleza a la vida de la
nación gracias a este rito.»
El dios nórdico Odín estuvo colgado del gran Árbol del Mundo, Yggdrasil, que se
yergue en el centro de las tres regiones cósmicas, y en él padeció sufrimientos durante
nueve días y nueve noches. En la edda titulada Havamal (La articulación del Alto), Odín
dice lo siguiente:
Antes se pensaba que esta imagen del dios sufriente colgado del árbol era consecuencia
de las influencias tardías del cristianismo sobre la mitología nórdica, pero en la actualidad
se desecha tal interpretación debido a los múltiples paralelismos que se han hallado con el
simbolismo chamánico del norte y centro de Asia. Hemos visto, por ejemplo, que los
chamanes siberianos sacrifican un caballo, sobre cuya alma cabalgan en su ascenso extáti-
co al mundo celestial. Uno de los nombres de Odín es Ygg, y el nombre del Árbol del
Mundo, Ygg-drasil, significa «corcel de Odín». Además, se habla de la copa del árbol
como del lugar en el que estaba atado el dios. Por último, en la tradición nórdica (lám. 51)
se denomina a la horca el «caballo del hombre colgado», y los ahorcamientos rituales
desempeñaban un papel importante en el culto a Odín.
Odín ofreció el sacrificio de sí mismo a sí mismo con el fin de obtener la sabiduría de
las runas mágicas, que representan el lenguaje secreto del otro mundo, o de lo sagrado.
No me ayudaron
ni con bebida ni con alimento.
Miré hacia abajo,
cogí las runas,
las así, gritando ...
y después retrocedí.
23
árbol, y a continuación le dij o lo siguiente: «No doy una rama solamente a los chamanes,
porque la tengo para el resto de la humanidad. Pueden construir sus moradas con ella y
utilizarla para sus necesidades. Yo soy el Árbol que da vida a todos los hombres.»
Tras lo cual el chamán echó a volar, sujetándose a la rama, y al cabo de diversas
aventuras llegó a una grieta al pie de una montaña. Al mirar en el interior vio su propio
cuerpo, que estaban cortando en pedazos que iban a parar a un gran caldero en el que
estuvo cociendo durante tres años. Después los retiraron y lo forjaron pieza a pieza en tres
yunques gigantescos. Lo último que reconstruyó el herrero fue la cabeza, y le dio unos
ojos «místicos» nuevos, y también perforó sus oídos, para que pudiera leer las letras en el
interior de su cabeza y comprender el lenguaje de los animales y las plantas.
Éste es uno de los múltiples ejemplos que cita Eliade para demostrar que la sensibili-
dad del chamán cambia con sus experiencias iniciáticas. Después, éste recibe poderes pa-
ranormales -clarividencia, clariaudición y la capacidad de entrar en estado de trance y
abandonarlo a voluntad-, dones a los que debe la capacidad para chamanizar. Sus su-
frimientos, al igual que los de Odín, le capacitan para comprender el lenguaje del otro
mundo; al traspasar los confines normales de la condición humana, puede ascender a
voluntad a las regiones en las que se extravían involuntariamente las almas de los enfer-
mos y descender de ellas.
El Árbol de la Ciencia
En el Paraíso había otro árbol además del de la Vida: el de la Ciencia del Bien y del
Mal. En el Génesis (2: 17) Dios les prohíbe a Adán y a Eva que coman los frutos de este
árbol, pues si lo hacen morirán. Pero la serpiente tienta a Eva y le dice que los frutos les
están prohibidos porque Dios sabe que «el día que los comáis, se abrirán vuestros ojos y
seréis como Dios, y conoceréis el bien y el mal» (Génesis 3:5). Adán y Eva comen el fruto
prohibido, se abren sus ojos y por primera vez saben que están desnudos. En castigo a su
desobediencia Dios los expulsa del jardín, los maldice y les dice que a partir de entonces
tendrán que trabajar con el sudor de su frente, «hasta que regreses a la tierra, de donde
vienes; pues polvo eres y en polvo te convertirás». Después, Dios envía a un ángel con una
espada llameante a las puertas del Paraíso para que vigile «el camino hacia el Árbol de la
Vida», para impedir que también «coman sus frutos y vivan eternamente» (Génesis 3:24).
El tema de los dos árboles no se limita al judaísmo y al cristianismo. Los babilonios
también tenían dos árboles, el de la Verdad y el de la Vida, situados en la entrada oriental
del cielo. En las islas de Hawai, los dos, el de la vida eterna y el que proporciona el
conocimiento de la muerte, aparecen representados en uno solo. Para los nativos de estas
islas, las entradas a la tierra de los muertos eran las hendeduras de la tierra, llamadas
«lugares de abandono». En uno de sus mitos, el alma que llega a una de estas entradas
encuentra un árbol con un grupo de niños a su alrededor. Un lado del árbol está vivo y
verde y el otro muerto, seco y frágil. Los niños le dicen al alma que ascienda por este lado
y descienda por el otro con el fin de que coja una rama viva que se romperá y la arroje al
«laberinto que lleva hasta el infierno».
Al igual que en el Génesis, en este mito existe una paradoja. Los niños que rodean el
árbol hawaiano son las almas de los nonatos; representan el estado de perfección insatis-
fecha, como la «inocencia soñadora» de Adán y Eva antes de la caída; pero, como señala
el teólogo contemporáneo Paul Tillich, este estado de potencialidad no es la perfección,
por mucho que el cristianismo haya intentado considerarla como tal en numerosos casos.
24
Para que se cumpla la perfección debe haber en primer lugar caída, desobediencia y peca-
do. En el relato bíblico es la aceptación de la mujer, Eva, de la sutil sabiduría de la
serpiente lo que provoca la necesaria caída. Ella es la responsable del segundo nacimiento
de Adán, de su salida al mundo. Según Tillich, podemos considerar los árboles como las
dos tentaciones o angustias entre las que se encuentra el hombre: «La angustia de perderse
por no realizarse y la angustia de perderse por realizarse y hacer realidad sus potencialida-
des. Se encuentra en el dilema de conservar su inocencia soñadora sin experimentar la
realidad de ser y la pérdida de la inocencia a través del conocimiento, el poder y la culpa.
La angustia de esta situación es el estado de tentación. El hombre se decide por la auto-
rrealización, que conlleva el fin de la inocencia soñadora.»
Al igual que Adán, el hombre coge el fruto de la libertad finita y de la experiencia, y
con ello acepta el temor y la culpa que acompañan a cualquier acto de autorrealización
independiente. Antes de la caída, Adán y Eva comieron los frutos del Árbol de la Vida sin
saberlo; tras la caída, prueban los frutos agridulces del Árbol de la Ciencia del Bien y del
Mal, que acaba por convertirse, con el ejemplo de Jesucristo, en el redentor Árbol del
Sufrimiento y la Salvación. En la obra de Blake sobre la caída (lám. 45) es el mismo
Jesucristo, hijo encarnado del Dios Trascendente, quien los saca del Jardín de la Inocencia
y los guía al Mundo de la Experiencia, para seguir el largo sendero del sufrimiento y el
pecado, la Vía Dolorosa, que al final les llevará a la plenitud.
Se encuentran con frecuencia en los mitos, el folclore y los cuentos de hadas, serpientes
o animales fabulosos que defienden los equivalentes simbólicos del «tesoro difícil de alcan-
zan> espiritual, como en la leyenda de san Jorge o en la búsqueda de las Manzanas de Oro
en el jardín de las Hespérides que lleva a cabo Hércules, pues si bien cualquier objeto del
cosmos puede revelar la presencia de lo sagrado, sólo si el héroe tiene éxito en la difícil
tarea de dominar las fuerzas vitales, simbolizadas por los «poderes animales», obtendrá el
acceso personal al reino de lo sagrado propiamente dicho (lám. 3).
Lo que aparece descrito a nivel popular en estos mitos y leyendas se «interioriza» en las
técnicas de meditación y las disciplinas espirituales, como el yoga. En el yoga kundalini,
por ejemplo, se concibe el cuerpo como un microcosmos, cuyo eje es la columna vertebral,
y se imagina la fuerza vital, estrechamente vinculada a la sexualidad, como la serpiente
Kundalini, que duerme enroscada en la base del «árbol vertebral». La tarea del yogui
consiste en despertar esta fuerza dormida y hacer que ascienda por el árbol vertebral,
atravesando los diversos centros espirituales (chakras) en el camino, hasta que finalmente
se libera en el chakra Sahasrara, el loto de mil pétalos, situado en la parte superior de la
cabeza. En este punto emprenden el vuelo las pesadas fuerzas materiales de la tierra y las
aguas, encarnadas en la serpiente; la lucha por el ascenso se convierte en vuelo trascenden-
te. El águila mítica Garuda se lleva a Kundalini en el pico, y cielo y tierra, luz y oscuridad,
espíritu y carne acaban por unirse extáticamente. Se concibe el difícil ascenso por el árbol
Yertebral como un sendero doble que serpentea entre opuestos que simbolizan las trágicas
ambigüedades y las polaridades dinámicas de la vida (véase pág. 113). Estos contrarios se
resuelven en los diferentes niveles de experiencia, simbolizados por los chakras ascenden-
tes: los senderos se cruzan y se consigue avanzar en el nivel de conciencia. Este motivo de
serpientes entrecruzadas constituye un modelo arquetípico del proceso de crecimiento es-
piritual y psicológico. Lo encontramos asimismo en la tradición espiritual de Occidente,
en el caduceo o cayado de Hermes, curador de almas, mensajero de los dioses y maestro
del arte hermética de la Alquimia.
La mayoría de las personas sabe que la Alquimia, cuyos orígenes se remontan al traba-
jo con metales de los mundos antiguo y primitivo, es la predecesora de la ciencia física de
25
la Química; pero quizá pocos sepan que también es la predecesora de la psicología profun-
da moderna, o al menos así lo entendía Carl Gustav Jung, uno de los pioneros de la
psicología de lo inconsciente. Jung pensaba que el extraño lenguaje simbólico de los anti-
guos alquimistas podía enseñarnos mucho sobre la naturaleza de la psique. En su gran
obra Psicología y Alquimia muestra que la tentativa del alquimista de transmutar el metal
bajo en oro constituye la manifestación externa de un proceso interior cuyo objetivo real
consiste en transformarse a sí mismo. La Magnum Opus, la Gran Obra alquímica, los
crisoles, redomas y hornos, los poderes elementales de la tierra, el aire, el fuego y el agua,
los metales con sus significados astrológicos, el proceso de ennegrecimiento, blanquea-
miento, enrojecimiento y amarilleamiento, de calcinación, conjunción, putrefacción, di-
solución y coagulación son reflejos externos de las fuerzas psíquicas internas con las cuales
el alquimista intenta transmutar su propia alma.
Jung veía una correlación entre el proceso alquímico y lo que él denominaba proceso
de individuación. Tras estudiar la estructura del inconsciente durante largo tiempo, si-
guiendo escrupulosamente la imaginería espontánea de los sueños, tanto los suyos como
los de sus pacientes, Jung descubrió que se atenían a una pauta semejante a la del creci-
miento natural y orgánico. Por lo general, el desarrollo psicológico sigue una pauta en
forma de espiral. En el transcurso de la vida, los sueños parecen «formar un círculo en
torno a un centro», girando alrededor de un núcleo oculto de significado y dirigiendo la
atención del que sueña hacia problemas iguales o similares, siempre a un nivel de com-
prensión más profundo y más elevado que antes. A medida que se desarrolla dicho proce-
so, produce gradualmente un despertar a la conciencia de la unidad del ser, que, a ajemplo
de los metafísicos indios, Jung denomina el sí mismo. Este cambio gradual de centro, el
paso del ego a un sentido más profundo y amplio del sí mismo se produce por medio de
un diálogo entre el ego, con sus valores mantenidos conscientemente, y las imágenes ar-
quetípicas que surgen de los niveles colectivos más profundos de lo inconsciente, que
comparten todos los hombres. Las imágenes que se repiten en sueños y fantasías se aseme-
jan hasta extremos sorprendentes a las imágenes míticas de las culturas antiguas y «primi-
tivas».
Este proceso de autorrealización aparece frecuentemente representado en los sueños
por imágenes centradas y simétricas, imágenes de polaridad e integridad que Jung domina
mandalas. Una de las que aparece con frecuencia en los sueños, en muchos casos bajo una
forma extrañamente simbólica y arquetípica, es el árbol. Jung lo interpreta como «símbolo
del sí mismo en perfil ... el sí mismo representado como proceso de crecimiento». Para el
alquimista simboliza el propio proceso alquímico bajo la forma de arbor philosophica
(lám. 39), que el experto bien podría haber «visto» al mirar por el cristal brumoso y
reflectante de la redoma alquímica.
«Te ruego que mires con los ojos de la mente el arbolito del grano del trigo, conside-
rando todas sus circunstancias, de modo que puedas hacer crecer el árbol de los filósofos»,
escribe un alquimista del siglo XVII, proyectando sobre la naturaleza la imagen interior de
su propia transformación. Al cabo de tres siglos, el poeta alemán Rainer Maria Rilke, que
también comprendió instintivamente este proceso, se hizo eco de sus palabras en los si-
guientes versos:
26
El autoperfeccionamiento de los alquimistas iba acompañado por la redención de toda
la naturaleza, que se consideraba realización final de la última materia, el estado de per-
fección definitiva potencialmente presente en la materia prima o materia primordial con la
que comenzó la Gran Obra. Pensaban que la mena metálica maduraba y se gestaba en la
tierra y que con su trabajo aceleraban este proceso cósmico. Así, el alquimista Gerard
Dom ve reflejada su propia transformación interior en los procesos transformativos del
crecimiento natural y orgánico, que imagina como un árbol metálico que crece en la tierra.
Dice que «... el árbol metálico crece en medio del vientre de la naturaleza; su tronco en la
tierra está dividido en diversas ramas, que se extienden por todo el orbe, desde Alemania
hasta Hungría e incluso más allá, al igual que en el cuerpo humano las venas se extienden
por diversos miembros, que están separados entre sÍ».
Por el Árbol Filosofal fluye un misterioso líquido, ardiente y espiritual, identificado
con el «mercurio filosofal» o con el aqua permanens, y en un texto alquímico la materia
prima, el líquido mercurial y el árbol ramificado están unidos a la tapis philosophorum o
piedra filosofal, el símbolo más corriente tanto de la fuente como del objetivo del proceso
de transformación. «La prima materia es un agua oleosa, y la piedra filosofal a partir de la
cual se multiplican las ramas hasta el infinito.»
En otro texto se da el siguiente consejo al estudiante: «Planta este Árbol sobre la
Piedra, para que no haya de temer los embates del viento.» En este caso, la piedra es al
mismo tiempo semilla potencial, de la que se ramificará el árbol de la realización, y una
imagen del objetivo: el tesoro, la <rjoya de gran valor» oculta en sus raíces.
Con sus estudios sobre el simbolismo alquímico Jung confirmó una opinión que man-
tenía anteriormente: que la imagen simbólica del árbol aparece en los sueños y las fanta-
sías con el fin de fortalecer la realización consciente del sí mismo del individuo, pues
descubrió que dicha imagen aparece con más frecuencia en períodos críticos de la vida, en
momentos en los que existe una necesidad imperiosa de una imagen de crecimiento e
integración que sirva de apoyo. En momentos como éstos, tal imagen responde a la situa-
ción del que sueña de un modo que no pueden lograr ni los mejores consejos.
En Alchemical Studies, Jung incluyó una serie de dibujos del árbol imaginados espon-
táneamente por personas que no sabían nada sobre simbolismo alquímico o religioso, y
muchos de ellos fueron realizados antes de que Jung hubiera investigado el significado
simbólico de la imagen del árbol. Sólo tras haber estudiado religión y mitología compara-
das llegó a comprender con exactitud por qué lo inconsciente produce esta imagen concre-
ta con tanta frecuencia: porque la imagen universal del Árbol Cósmico, que se yergue en el
centro y cuyas ramas y raíces unen el cielo y la tierra, es el símbolo más adecuado de la
fuente inconsciente (la raíz), la realización consciente (el tronco) y el objetivo «transcons-
ciente» (la copa) de la individuación, que, en el plano humano, supone una continuación
del proceso cósmico. El inconsciente no podría elegir una imagen más adecuada como
encarnación de los procesos transformadores y los poderes regeneradores de la vida.
Para el yogui y el místico, que han vencido a los guardianes y dominado el «poder de
la serpiente» que defienden el Árbol de la Ciencia y la Sabiduría, las imágenes tradiciona-
les del Paraíso se convierten en símbolos transparentes del estado de éxtasis y bienaventu-
ranza interiores que han alcanzado.
El mundo musulmán conmemora la ascensión mística del profeta Mahoma la noche
del 27 del mes de Rajah. Durante esta festividad se iluminan las mezquitas de forma
especial y se celebran servicios religiosos, en el transcurso de los cuales se recitan prolijos
relatos sobre el viaje nocturno del profeta (lailatal-miraj). En ellos se cuenta que Mahoma,
en compañía del arcángel Gabriel y a lomos del extraño animal mítico Burak, atraviesa las
27
regiones cósmicas, desciende al infierno y sube a los siete cielos, en cuyos jardines del
Paraíso se reúne con los profetas y los bienaventurados (láms. 25, 26).
Siguiendo el ejemplo del Corán, la literatura islámica se recrea en la descripción de
estos maravillosos jardines celestiales. Se dice que, en ellos, los bienaventurados, vestidos
con ropajes de seda, reposan en divanes nupciales y son atendidos por huríes de ojos
oscuros y jóvenes divinos bajo deslumbrantes árboles de oro puro, coral y madreperla, con
las ramas cargadas de piedras preciosas. En el centro de tan fabulosos jardines se alza el
Árbol Celestial (lám. 24), el Tuba o Sidra, desde el que fluyen cuatro ríos de aguas crista-
linas, miel, leche y vino, y en sus lindes se alza el misterioso Árbol Lote, más allá del cual
nadie puede pasar.
El viaje nocturno de Mahoma constituye el modelo ejemplar en el que basaban sus
experiencias extáticas los místicos musulmanes. U no de ellos, Abu Bayid, de Bistam, es-
cribió lo siguiente en el siglo IX: «... mi espíritu nació y llegó a los cielos. No miraba nada
y a nada prestaba atención, a pesar de que ante él se desplegaban el Paraíso y el Cielo,
pues estaba libre de fenómenos y velos. Entonces me hice como un ave, cuyo cuerpo era
de Unidad y cuyas alas eran de Perpetuidad, y seguí volando por el aire de lo Absoluto,
hasta que traspasé la esfera de la purificación y contemplé los campos de la Eternidad y vi
el Árbol de la Unidad.»
El mayor poeta lírico persa, el místico Hafiz, escribió lo siguiente en el siglo XIV, en
términos parecidos:
28
El Árbol de la Historia
29
como Auguste Comte, que desarrolló el concepto de las tres fases de la historia: la teológi-
ca, la metafísica y la científica. Por último, pasaron a constituir el telón de fondo del
Tercer Reich (o Reich de los Mil Años) del nacionalsocialismo, de la idea marxista de los
tres estadios, el comunismo primitivo, la sociedad de clases y el comunismo sin clases del
futuro, y de lo que con frecuencia se denomina la «secularización radical» de la época
moderna, con su peligrosa doctrina del progreso infinito.
Lo anterior pone de manifiesto el enorme poder de transformación creativa y destruc-
tiva que puede poseer una imagen arquetípica. Naturalmente, a Joachim le habría horrori-
zado el desarrollo posterior de sus ideas y sobre todo su aplicación deformada. De haberlo
sabido, tal vez hubiera citado de nuevo las siguientes palabras de san Pablo, que aparecen
nada menos que treinta y seis veces en sus dos obras principales, Liber concordiae y
Expositio: «La Letra mata, mas el Espíritu da Luw (Corintios 11 3:6), pues la aplicación
literal de la letra de las ideas de J oachim llegó a distorsionarlas hasta tal extremo que se
pasó por alto una gran parte de su revelación sobre el significado interno de los aconteci-
mientos históricos.
30
»El punto de origen entre el suelo y la atmósfera se alarga, y la imagen generalizada de
la planta se convierte en árbol, raíz, tronco, copa. El tronco es el medio para que la savia
ascienda desde el suelo hasta la elevada cumbre. Las fuerzas lineales se reúnen en su
interior para formar una poderosa corriente, e irradian hacia fuera, con el fin de impreg-
nar el espacio aéreo a una altitud libre. De aquí que la articulación delantera se ramifique
y se abra más y más, para aprovechar al máximo el aire y la luz. Las hojas se convierten
en lóbulos planos, y todo ello empieza a parecerse a un pulmón, o a una agalla, poroso,
subdividido, con un único propósito. Este organismo puede servirnos de ejemplo, una
estructura que funciona de dentro a afuera o viceversa. Hemos de aprender lo siguiente:
que la forma en su totalidad es el resultado de una sola base, la base de la necesidad
interna. La necesidad se encuentra en el fondo.»
Con ocasión de una exposición de sus obras realizada en Jena en 1924, Klee dio la
famosa conferencia que se publicó bajo el título de Sobre el arte moderno, en la que se
servía de la parábola del árbol para describir el proceso creativo que funciona en el inte-
rior del artista. El artista moderno no distorsiona ni deforma intencionadamente su expe-
riencia de la naturaleza, la vida y el arte, sino que, al igual que el tronco del árbol, la
transforma de manera natural, ya que «nadie puede esperar que un árbol forme su copa
exactamente del mismo modo que sus raíces». Lo único que hace el artista «en el lugar que
le está señalado en el tronco del árbol es recoger lo que surge de las profundidades y
transmitirlo. Ni sirve ni manda; sólo actúa como intermediario. Su posición es humilde. Él
no es la belleza de la copa; simplemente, aquélla pasa a través de él».
En sus escritos y enseñanzas, Klee establece continuos paralelismos entre los procesos
naturales y orgánicos y el proceso creativo, pues consideraba la creatividad humana conti-
nuación del proceso cósmico, idea que puede servir en sí misma para ilustrar la parábola
del pintor sobre la copa y las raíces. Klee la tomó del pasado: la heredó de los románticos
alemanes y la transformó, mediante el «tronco» de su práctica personal, en la «copa» de su
obra como pensador y como pintor.
Goethe, con quien Klee tenía numerosas afinidades, estuvo obsesionado durante toda
su vida por las imágenes del crecimiento orgánico y las relaciones de éste con el proceso
poético. En su juventud buscó apasionadamente lo que él denominaba Urpjlanze, la plan-
ta primordial, no tanto una especie botánica cuanto la proyección de la pauta dinámica
que subyace en todo crecimiento natural. La combinación de sentimiento estético y espe-
culación biológica goethianos también queda reflejada en la obra de un íntimo amigo del
poeta, Car! Gustav Carus (1789-1864), anatomista comparativo, psicólogo especulativo y
conocido paisajista cuya importancia radica en haber sido uno de los precursores de la
teoría del inconsciente que ha desempeñado un papel relevante en la transformación cultu-
ral de nuestra época y sin la cual resultaría inconcebible el universo poético de un pintor
como Klee (lám. 58). En su tratado Natur und Idee, Carus presenta la vida mental del
hombre como una planta que tiene sus raíces en el suelo del inconsciente y crece hacia la
«luz divina» de una conciencia más amplia (véase pág. 111).
Esta identidad fundamental de la vida psíquica interna del hombre y la vida vegetal
constituía el supuesto básico del que partían los poetas y pintores románticos que atri-
buían tanta importancia a la imaginación creativa, contrarrestando el modelo mecanicista
del funcionamiento interno del hombre, propio del siglo XVIII, con la visión orgánica de
la imaginación. Se establecía una distinción entre la unión mecánica, consciente y artificial
de las piezas de una obra de arte a partir de modelos conocidos y la fusión orgánica de las
piezas dispares en un todo mediante la fuerza de la imaginación, eruptiva y cohesionadora
por naturaleza. Ya en 1759 el poeta Edward Young escribía lo siguiente: «Puede decirse
31
que un original tiene carácter vegetal; surge espontáneamente de la raíz vital del genio;
crece, no se hace.»
Parafraseando al filósofo alemán Schlegel, Coleridge escribió lo siguiente: «La forma
es mecánica cuando estampamos una forma predeterminada en un material dado. Por
otra parte, la forma orgánica es innata; se configura a medida que se desarrolla desde
dentro ... La naturaleza, primer artista genial, inagotable en sus diversos poderes, es igual-
mente inagotable en formas. Cada exterior es la fisonomía del ser interior.»
Otra cita de la obra de Coleridge caracteriza a la perfección el empuje interno del
movimiento romántico, así como sus prolongadas repercusiones en el arte del siglo XX. Al
invitar al individuo a participar de un modo activo en los procesos regenerativos que
encarna el árbol, el poeta se expresa en los siguientes términos: «Lo que es una planta por
un acto inconsciente y no propio, eso debes hacerte tú.»
32
'
·q _ü
2, 3, 4 En el mundo antiguo y arcaico no se rinde culto al árbol
por sí mismo, sino porque revela el funcionamiento de un poder
«totalmente otro» o fuerza sagrada que el hombre teme y venera a
un tiempo. Este poder se manifiesta como centro cósmico e irradia
hacia la plenitud. Como encarnación viviente del centro y del todo ,
el árbol sagrado se convierte en Árbol Cósmico, que, por sus leyes
naturales de desarrollo (su «muerte y resurrección» anuales) encar-
na la regeneración perpetua del cosmos a partir de la fuente. (2. To-
ros flanqueando el Árbol de la Vida, cuenco de bronce, período
asirio-casita, siglo XIII-X a.C. 3. Gilgamesh y Enkidu, el hombre-
toro , luchando con el toro sagrado, sello impreso, asirio , 11 mile-
nio a.c. 4. El rey Asurnasirpal 11 y un dios alado adorando el árbol
sagrado, relieve en alabastro de Nimrud, neoasirio, siglo IX a.C.)
34
5 El «sendero del polen» o «camino de la bien-
aventuranza» de los navajos del suroeste ameri-
cano se eleva por la gigantesca planta de maíz,
entre espíritus guardianes femeninos. A un lado
de la planta, el zigzag masculino del rayo; al otro,
la curva femenina del arco iris; arriba, el ave de la
felicidad, símbolo de la libertad definitiva, la tras-
cendencia, el vuelo. (Árbol de la Vida, pintura so-
bre arena de los navajos, Nuevo México.)
36
l(
7, 8 El árbol como eje del universo. La estupa budista, representada
aquí por una pagoda japonesa y una estupa india en miniatura, es una
imagen del centro sagrado del mundo, el punto fijo del que emana toda
la creación. El eje cósmico o Axis Mundi, extensión lineal de este punto
cosmogónico, pasa por los diversos planos del ser (representados aquí
por los discos, círculos y cuadrados planos del cielo y la tierra) que
constituyen los niveles múltiples del cosmos. En el centro, bajo el Árbol
38
'ti!irrt1!'f~
39
>..).
~
\
""~
\
.,.
"'J,.
~
41
.... - 'I "'\
20 El dios hindú Krisna, situado bajo el árbol Kadamba que le está consagrado, en
el trono de loto, centro de la manifestación divina que se encuentra a su vez en el
centro del mundo, mantiene la vida del universo con el poder de su música, atra-
yendo los corazones de todos los seres hacia el centro, donde se manifiesta lo sa-
50 grado. (Krisna tocando la flauta, miniatura, Jodhpur, principios del siglo XIX.)
21 En el teatro de sombras ja-
vanés (wayang), este objeto,
denominado gunungan («mon-
taña») o kekayon («árbol»),
representa el centro sagrado
en torno al cual se desarrolla
la lucha entre las fuerzas divi-
nas y las demoníacas. Las
puertas aladas, motivo que se
repite en la arquitectura java-
nesa (véase pág. 118), sugieren
un «paso» y un «vuelo mági-
co» desde este mundo al mun-
do sobrenatural en el que tiene
lugar el drama mítico. ( Gunun-
gan, cuero, Java, siglo XVIII.)
56
mos de Burak, extraño animal mítico . En Ja ilustración de Ja izquierda, el arcángel
Gabriel muestra a Mahoma (que no aparece) el árbol de Ez-Zakoum, el Espino Infer-
nal que fue plantado para tormento de los malvados. En Ja de Ja derecha, el profeta
aparece representado como un árbol de rubíes, zafiros y esmeraldas, quizá el mila-
groso árbol Tuba que se yergue en el centro del Paraíso musulmán. Las descripcio-
nes de las experiencias de los místicos se basan en el modelo del viaje nocturno de
Mahoma (véase pág. 28). (Miniaturas, obra de Miraj-nameh, Turquía, siglo XV.)
57
27, 28 El Árbol Cósmico no sólo encarna la unidad y diversidad
del cosmos; también expresa el ascenso y la expansión. En pala-
bras del poeta Rilke:
60
. ~ rt§"'.r
• Iµ . 1
rL_,... / 1
!
64
34-36 Al gran emperador indio Ak-
bar ( 1542-1605) le obsesionaba la
unidad esencial de todas las religio-
nes. Se sentaba en el árbol-columna
(símbolo de la unidad) de la foto-
grafía del centro para dirigir discu-
siones entre los representantes de
las diversas religiones. A cada lado
vemos otros árboles-columna, cuyas
curvas regeneradoras y ritmos ser-
pentinos realzan el misterioso pro-
ceso de la transformación, el as-
censo de la savia. (34. Columna
budista con la forma del loto y el
Árbol de la Iluminación, relieve,
Amaravati, India, siglo 11. 35. Co-
lumna de Akbar en el Diwan-i-Khas,
Fatehpur Sikri, siglo XVI. 36. Co-
lumnas de la puerta de Saint-Laza-
re, Avalón, Francia, finales siglo XI.)
67
~~ . .
· J{\ccb , 7'1 ~¡ •b')¡'f:: "1onA "b u n
.$ ""l'ti.!n'l;f..\.< fª f '"' .,re
l4 \.'.)Í: S U'-~;LrAt t5
t
6 o 1'"<-f~- ; • !°'M"Ul-'Y ff
~f!1Jr;
&'bp-t . Y:tlrt"1,;.ll<
70
mtgetpoumtntmn\T'.ttutlttfutttliltttltl)Uttt&s.tttnr-ym:;pouu;n.euuttttlm'ettumt¡rzmom.aa1num·gtn1
})ommdrftl aptlct wflu.nt~tr\)omuñ. tttt.tílu pozmrt l)aincettlttt«tuantQ}w:áttLUltttffútdtftm11uuuJ
Etnruttf tñmanmfktl)oumtftt1tdtfttdtl\lrd)arfaunfufttnmtefvuft:'cotttapdtrmnuanu.u.t1tkadfrul
raniidrpmfm-:fet1una1uú6í't"ttUflulll~Tlapl!uuti.cttuítu.f.ttttmrdl'úOuientttfm(Jdolantfúuu:
tu aumrcydlñ. tlñattttfauñ.(l)mfungtfUtt"alieu.uóufunTtunubtáentttltg!l!tmtf>li.l)u{ttUl\IUtUÍUuum
qdauncc.t~muufutt.tttttntitnahtt.t1ttt'dd}pafdrnufmmfüngt(.Jlúttámtttliutgáftii;kúifrtttmttatú.Sttl
uuruttgv;dtddkamt. t"d0blaffinut'. tkt uruttn:de1)aint. ede mtttt. r cteauautc.t'dtmutt ~e. famakd
Ult' 101)an dtil:.droí eftuttttt. tnukttttc~ú cu.mtrutautttttciiuunfuttgt.lhutd.«~dtCtmtmn'fútta mtt
taunk dtíu tdtútflt. Uum: l.\ múmwult dt' dtu tutíganlt'¡!fa pur. tuurc ettugtlt'm íatt'df'údáamm.
40 En el final de los tiempos,
el Árbol de la Vida se alza en
el centro de la Ciudad Celes-
tial, Jerusalén. «Y [el ángel]
mostróme un río puro, con el
agua de la vida, límpido como
el cristal, que brotaba del tro-
no de Dios y del Cordero. En
medio de la corriente, y a am-
bas orillas del río, estaba ... el
árbol de la vida, que daba
doce clases de frutos, que se
recogían cada mes; y las hojas
del árbol servían para la cura-
ción de las naciones.» (Revela-
ciones 22: 1-2). (La Jerusalén
celestial, miniatura del Apoca-
lipsis, siglo XIII.)
41 El comentario al Apocalip-
sis de san Juan del Beato de
Liébana (t 789) disfrutó de
gran popularidad en España y
otros lugares durante unos cin-
co siglos. En los manuscritos
encontramos numerosas repre-
sentaciones del hombre justo
trepando por una palmera, que
ilustra los versos del salmo:
«El virtuoso florecerá como la
palmera: crecerá como un ce-
dro en el Líbano.» (Salmo
92: 12.) (Miniatura del Com- """t,,~ .J..p;u L.t..,r.i·,.,,. rr·ff1n
mentarius in Apoca/ypsin, del
Beato de Liébana, 975 .)
42 El Árbol de la Historia,
una de las figurae del Árbol
Trinitario empleadas por el
visionario medieval J oachim
de Floris para exponer su
teoría de los tres status,
etapas o estados de la his-
toria. De Noé, que repre-
senta la era o el estado del
Padre, brotan dos troncos
que representan a sus dos
hijos, Sem y Jafet, de quie-
nes descienden los dos gran-
des pueblos, los gentiles y
los judíos. Estos troncos se
cruzan sobre la cabeza de
Jesucristo, que representa
la edad o el estado del Hijo.
Continúan sus caminos se-
paradamente hasta volver a
cruzarse sobre la paloma
del Espíritu Santo, que sim-
boliza el tercer estado o
era, momento en el que,
como podemos ver en las
ramas que se unen en el
centro del círculo, se recon-
ciliarán judíos y gentiles.
(Miniatura de Liber figura-
rum, de Joachim de Floris,
siglo XIII.)
74
44, 45 En la obra de Blake (derecha), el propio Jesucristo guía a Adán y Eva cuando abando-
nan el Jardín de la Inocencia para adentrarse en el Mundo de la Experiencia, donde se hará
realidad lo que era potencial. El Árbol de la Vida y el Árbol de Ja Ciencia del Bien y del Mal
representan las dos tentaciones entre las que el hombre se debate constantemente (pág. 24). En
la miniatura medieval (arriba) los dos árboles aparecen representados como uno solo, el árbol
en el que crecen los frutos de la Vida y de la Muerte, que condicionan la existencia humana.
(44. Árbol de la Vida y de Ja Muerte, miniatura realizada por Berthold Furtmeyer, del misal
del arzobispo de Salzburgo, 1481. 45. La caída del hombre, acuarela de William Blake, 1807.)
76
46 La gran cruz de Letrán. en Roma, mosaico del
cristianismo primitivo en el que aparece la cruz en
el centro del mundo con los cuatro ríos del Paraí-
so y el Árbol de la Vida (coronado por el fénix,
símbolo de Cristo) en medio de la Ciudad Celes-
tial, protegida por el arcángel Miguel. (Jesucristo
sobre Jerusalén, mosaico de San Juan de Letrán,
Roma, restaurado por Torini en 1884.)
78
47 Es muy probable que este mosaico desempeñara un papel importante en la
difusión por Europa del antiguo motivo inconográfico, procedente del Oriente
Próximo, del Árbol de la Vida con animales afrontados (láms. 2, 3), pues es obra
de unos artesanos sarracenos y estaba destinado al palacio árabe-normando del
rey cristiano Roger lI de Sicilia en Palermo, donde se fabricaron muchos de los
tejidos bizantinos (en los que aparece con frecuencia este motivo) más hermosos
y caros. En la parte superior, ante la palmera, vemos a Sagitario, el arquero-cen-
tauro, mitad animal, mitad hombre, que, al igual que el árbol, simboliza la unión
del Cielo y la Tierra y apunta la saeta hacia el centro. (Mosaico, Stanze del
Palazzo, Palermo, normando, 1160-1170.)
79
48 En el arte irlandés y anglosa-
jón encontramos numerosos te-
mas de la mitología pagana. Este
manuscrito del siglo VIII mues-
tra dos dragones sobre el Árbol
del Mundo. Las esvásticas del
tronco representan el movimien-
to de los cielos alrededor del eje
cósmico y, probablemente, los
doce círculos sobre cada dragón,
los doce meses del año. La postu-
ra de las águilas solares, situadas
frente a los dragones, emisarios
del mundo nocturno, sugieren la
alternancia del día y la noche, la
eterna batalla entre las fuerzas de
la luz y de la oscuridad. (Minia-
tura de Litterae paulinae, Nort-
humberland, siglo VIII.)
49 Destinada en un principio al
convento florentino de Santa Chia-
ra, esta obra ilustra un texto reli-
gioso de san Buenaventura, Lig-
num vitae, en cuyos doce capítulos
se exponen los misterios del ori-
gen, la pasión y la glorificación
de Cristo. En esta pintura apare-
cen representados como las doce
ramas del árbol: las cuatro infe-
riores con medallones que con-
tienen escenas relacionadas con
el origen, las cuatro del centro
con la pasión y las cuatro supe-
riores con la glorificación de Cris-
to. En la parte superior de la pin-
tura vemos a Cristo glorificado
con la Virgen y, debajo de ellos,
ángeles y santos. En el extremo
superior de la cruz, entre los pro-
fetas Daniel y Ezequiel, hay un
pelícano, tradicional símbolo del
sacrificio de Jesucristo. En la
parte inferior aparecen ocho es-
cenas del Génesis; sobre éstas, a
la izquierda, Moisés y san Fran-
cisco, y a la derecha, san Juan y
santa Clara. (Cristo en el Árbol
de la Vida, obra de Pacino da
Bonaguido, Italia, principios del
siglo XIV.)
50, 51 El simbolismo del
Árbol del Mundo escandi-
navo, Yggdrasil, aparece en
las curvas regeneradoras y
los fantasmagóricos entre-
lazamientos de la talla de la
izquierda. A la derecha, la
estela conmemorativa vikin-
ga en piedra muestra esce-
nas del culto al gran dios
Odín, que venció a la muer-
te y obtuvo «la sabiduría de
las runas» tras permanecer
colgado durante nueve días
y nueve noches del Árbol
del Mundo. Los guerreros
que luchaban en nombre de
Odín se denominaban los
«furibundos» , pues el dios
les inspiraba un valor béli-
co incontrolable y frenético
que los liberaba de inhibi-
ciones y del temor a la
muerte. El dios poseía asi-
mismo el poder de «atan>,
de provocar un terror para-
lizante y poner los grilletes
del pánico a los guerreros
en el campo de batalla. Tal
poder para atar y desatar se
pone de manifiesto en el
simbolismo de los nudos y
el tejido, motivos que se
asocian con frecuencia a
Odín y el Árbol del Mun-
do. Destaca sobre todo en
el símbolo talismánico del
dios , el va/knut, tres trián-
gulos entrelazados que apa-
recen en esta lámina junto a
un ahorcamiento ritual, mé-
todo tradicional de sacrifi-
cio a Odín. En la base de la
piedra vemos el barco de la
muerte, símbolo del viaje al
otro mundo y, encima, una
escena que representa la
muerte de un guerrero en
combate. El águila situada
sobre el caballo y el va/knut
representan la forma espiri-
tual de Odín, que es «clari-
vidente», pues, al trascen-
der la condición humana, el
dios, al igual que el cha-
mán, asume la forma del
espíritu de un animal para
viajar con absoluta libertad
por el mundo espiritual. (50.
Ciervo comiendo el Árbol
del Mundo, relieve en el
Stavkirke, Urnes, Noruega.
51. Historia de Odín, estela
conmemorativa en piedra,
Labro, Gotlandia.)
52 Moisés ordenó que las copas, letras mayúsculas y flores de Ja menorah de oro (Éxodo 25:
31-40), cuyos orígenes se remontan al Árbol de la Vida o Árbol Cósmico del antiguo Oriente
Próximo, se construyeran «siguiendo Ja forma de la almendra», el fruto del árbol más sagrado
de Israel. (Menorah con masorah mayor y menor, biblia hebrea, Perpiñán, 1299.)
53 «Surgirá una vara del tronco de Jesé, y brotará una rama de sus raíces y el Espíritu del
Señor reposará sobre él.» (lsaías 11: 1-2). En el árbol que nace de la espalda de Jesé vemos las
figuras de sus descendientes, el rey David, Ja Virgen María y Jesucristo. Es muy probable que
el Árbol de Jesé, que apareció en el siglo XII, sirviera de modelo al Árbol de Ja Historia de
Joachim de Floris (Jám. 42). (Árbol de Jesé, miniatura del salterio de Enrique de Blois, Win-
84 chester, 1140-1160.)
54 Con el caballo
simbólico y la rueda
solar, este candelabro
celta sugiere el carro del
Sol y muestra la
Columna del U ni verso en
el centro del mundo que
gira. El caballo y el árbol
están relacionados
simbólicamente en
muchos casos, como en el
sacrificio de este animal y
el ascenso ritual que se
mencionan en las
antiguas escrituras indias
y que se encuentran entre
los chamanes de Siberia
(que ascienden al mundo
celestial sobre el alma de
un caballo sacrificado). En
la mitología nórdica, el
dios Odín ata su caballo
al Árbol del Mundo
(llamado Yggdrasil,
«corcel de Odín»).
(Caballo con rueda solar,
candelabro, celta, España,
I milenio a.C.)
55, 56 En su búsqueda
del significado de la
imagen visual, el pintor
del siglo XX Marce!
Duchamp separó de su
contexto utilitario este
botellero parisino, en
apariencia sin el menor
significado, y lo presentó
como «obra de arte»,
confiriéndole dignidad y
poder como símbolo. Su
simbolismo latente queda
realzado al situarlo junto
a este Árbol Celestial
budista. (55 . Árbol de
Buda con ornamentación
de templo, talla en
madera [destruida en la
actualidad], China. 56.
Botellero, hierro
galvanizado, Marce!
Duchamp, 1914.)
86
l8
57 Muchos de los grandes pioneros del arte moderno sintieron la necesidad de volver a los
orígenes reflejados en el arte primitivo y popular. En este cuadro, el pintor ruso Mijaíl Lario-
nov vuelve a las imágenes primarias del arte campesino de su país y recupera los placeres de la
vida sencilla. El texto del cuadro dice lo siguiente: «¡Feliz otoño - que brilla como el oro - con
uvas maduras - con vino que te emborracha!» (Otoño, obra de Mijaíl Larionov, 1911.)
88
68
59, 60 El chamán viaja por el centro cósmico y recorre el Axis
Mundi cuando asciende al cielo y desciende al infierno en estado
de éxtasis (pág. 16). A la izquierda, el Árbol Cósmico que brota
del «barco del alma» o «barco de los muertos» que lleva al chamániin-
donesio al otro mundo. En la parte inferior del traje del chamán
siberiano, a la derecha, el árbol con escamas representa el descenso
al infierno por el centro (que aparece arriba). En el otro lado de la
túnica hay otro árbol que representa el ascenso del chamán al
mundo celestial. (59. Árbol de la Vida, detalle de tela ceremonial,
Kroe, Sumatra. 60. Vestidura de chamán, Siberia, finales del si-
glo XIX.)
90
61, 62 Al igual que el chamán «primitivo», el artista moderno am-
plía las fronteras del ser al ascender y descender a mundos imagi-
narios. A Ja derecha, Ja Columna sin fin. versión del Axis Mundi
de Constantin Brancusi (véanse págs. 126-127). Arriba, la imagen
que aparece en muchas obras de Joan Miró: el pintor Ja denomi-
naba «escalera de escape». (61. La columna sin fin. escultura en
hierro fundido, Constantin Brancusi. parque público de Tirgu Jiu,
Rumania, 1937. 62. Perro ladrando a la luna. loan Miró, 1926.) 93
63 La combinación de elementos del arte indio, persa, chino y
europeo produce el motivo del «árbol en florn, origen del chintz.
Entre el siglo XVII y comienzos del XIX se enviaron desde la
India a Europa ingentes cantidades de estos tejidos de algodón
decorados con un árbol florido en el centro. (Arbol rodeado de
animales, algodón pintado y teñido, Palampore, India, siglo XIX.)
94
65 El Árbol Cósmico ha desempeñado un papel vital en la transformación radical
del arte moderno a través de la obra de Piet Mondrian. El pintor empezó por
estudiar un árbol real, y tras trabajar durante un período de unos cinco años, reali-
zó numerosos dibujos y cuadros en los que se pone de manifiesto, cada vez con
mayor intensidad, el aspecto cósmico del árbol, representado por el tejido de sus
dos ejes vitales. Por último, la imagen del árbol desaparece por completo, dejando
lo que Mondrian denominaba «la única relación primordial», el «equilibrio» o ritmo
«dinámico» de la vertical y la horizontal, los ejes cósmicos del universo. Este cuadro
refleja el proceso en una fase intermedia, cuando la imagen observada del árbol real
se disuelve gradualmente en la urdimbre y la trama de verticales y horizontales
(véanse págs. 124-125). (Árbol horizontal, Piet Mondrian, 1911.)
96
so11u¡ugruo~ Á
sg1u¡ugrun~op sguo1~u1¡sn11
.
3
5
El Árbol del Centro
El poder «totalmente otro» que el hombre siempre ha experimen- 3 Mayo en Tynwald Hill, isla de Man.
tado como lo sagrado irradia por el cosmos desde su fuente , si-
tuada en el centro ( 1, 2, 4), que, como punto medio del cosmos 4 Danza de mayo conocida como la «tela de araña», Ickley
(3 , 4, 5) garantiza la comunicación entre los diferentes niveles Green, Bedfordshire. El cosmos se recrea a partir del centro en
cósmicos: el cielo, la tierra y el infierno (7, 8). primavera o principios de verano: simbólicamente, en los rituales
Aquí, en el «punto inmóvil del mundo que gira», bajo el árbol primaverales vuelve a ponerse en escena este acontecimiento.
Bodhi, se sentaba Buda, ajeno al deslumbrante juego cósmico de
ilusiones (maya) que el dios Kama-Mara, cuyo nombre significa 5 La estupa budista es una imagen del cosmos, por la que pasa el
Amor y Muerte, desplegaba ante sus ojos (6; véase pág. 21). Uni- Axis Mundi. (Gran estupa de Sanchi, siglo l.)
do con el centro de la manifestación, su divina compasión irradia
por el cosmos, atrayendo el corazón de todos los seres hacia el 6 La tentación de Buda. (Relieve de Borobudur, Java, siglo VIII. )
centro y la fuente.
7 El árbol como eje cósmico. (Calco del altar del templo de Ta-
mamushi, Nara, Japón, siglo VII.)
Culto de la estupa de Buda y del Bodhi (el Árbol de la Ilumina-
ción). (Relieve de Amaravati, siglo 11, British Museum, Londres.) 8 Yggdrasil, el Árbol del Mundo escandinavo. (Richard Folkard ,
Plant Lore, Legends and Lyrics. [Tradiciones, leyendas y cancio-
2 Estupa budista de Borobudur. (Java, siglo VIII.) nes sobre las plantas], Londres, 1884.)
A- ·-
"
;"'~·
~
(.""'· ~
~~;s.-........->-
.JS- "·
-~ ·~~
t/i:t
)
7 8 ....r ...;:-.•./'!:.
99
9 Tambor de chamán lapón en el que aparecen las tres regiones
cósmicas (cielo, tierra e infierno), unidas por el Axis Mundi, por
el que asciende el chamán. (Staatliches Museum für Volkerkunde,
Munich.)
10 Tambor de chamán laón con el centro del mundo y el Axis
Mundi en forma de cruz que une los tres mundos. (Museo Nacio-
nal, Copenhague.)
11 Pintura sobre arena de los indios navajos con las ocho plantas
sagradas que brotan del centro. (Museum Navajo Ceremonial Life,
Santa Fe, Nuevo México.)
12 Ornamentación de bambú del Or-Danom Dayak de Borneo
que representa el Árbol de la Vida brotando de una serpiente del
infierno y el universo en forma de casa con el Axis Mundi en el
centro, coronado por un ave.
10
12
11 13
100
13 Paño ceremonial de algodón con el Árbol de la Vida que brota cuernos, símbolos de la fertilidad y el poder. (Sello, Mohenjo-da-
del «barco del alma» o «barco de los muertos», que lleva al cha- ro , h. 3000-1500 a.C.)
mán indonesio al otro mund o. (Kroe, sur de Sumatra.)
16 En las primeras representaciones de la tentación de Buda, éste
está presente, pero no aparece su imagen. Unid o con lo sagrado
14 Buda, misericordioso, derramó una lágrima que se transformó
que irradia por el cosmos, es el Árbol Cósmico lo que verdadera-
en un lago lleno de lotos. En uno de ellos nació una diosa, repre-
mente lo representa. (Buda tentado por Kama-Mara, Amaravati,
sentada aquí entre la flor y la copa, como tronco del árbol celes-
siglo 11 a.C.)
tial. (Relieve del templo de Chandi Mendut, Java, siglo Vlll.)
17 La savia del árbol sagrado es el elixir de la inmortalidad , la
15 El árbol sagrado asvatha (Ficus religiosa); en el ángulo iz- ambrosía de los dioses. Un inmortal flota en el centro del mund o,
quierdo, representación diagramática del recinto sagrado con un mientras una liebre mítica bate el elixir. (Kung O so bre la luna,
símbolo circular en el centro, fuente de toda la creación y punto reverso de espejo de bronce, dinastía T'ang, siglos VII-IX , Victo-
en el que brota el árbol cósmico, del que surgen animales con ria and Albert Museum, Londres.)
14 16
15
101
18
102
mi
zz
El Árbol de la Vida está defendido por poderes animales, mons-
truos y grifos. Para llegar al centro, comer los frutos de la inmor-
talidad y beber el elixir de los dioses, antes hay que conquistar lo
sagrado.
104
27
\ ·:r
' /
28
105
30 El Árbol de la Cruz brota del cuerpo de la Virgen María,
quien, en el cristianismo , es portadora de las intuiciones primarias
de la Madre Tierra que aparecen en el simbolismo arcaico y «pri-
mitivo». El sacrificio de Cristo en la cruz renueva perpetuamente
el mundo. (El sueño de la Virgen, pintura de Simone dei Crocifis-
si, siglo XIV, Pinacoteca Nazionale, Ferrara.)
31
30
106
32 Los antiguos egipcios buscaban la inmortalidad. El árbol ce-
lestial de este mural de una tumba egipcia simboliza la perpetua
renovación en el más allá. (Tumba de Senufer, Tebas, Deir el Me-
dineh.)
32
33
34
107
NORTE
OESTE
SU R
35 36
37 38
108
El Árbol del Alma
El psicólogo C. G. Jung consideraba la imagen onírica del árbol pués ve a «un vigilante, un santo» que baja del cielo, gritando:
como símbolo del yo transpersonal, que, al abarcar la totalidad de «Talad el árbol, cortad sus ramas, agitad las hojas y desperdigad
los procesos conscientes e inconscientes, refleja la plenitud poten- los frutos ... y que su tocón quede en la hierba de la tierra. Que su
cial del ser del hombre. Como tal, Jung lo distinguía del yo perso- corazón deje de ser de hombre y désele el de una bestia.» Según la
nal o ego, centro del campo de lo consciente, y prevenía contra las interpretación de Daniel, este árbol representa al propio rey que,
consecuencias catastróficas de su identificación inconsciente, que en términos de psicología moderna, había identificado su yo per-
deriva en la manía de los fanáticos religiosos, los tiranos, los dic- sonal y limitado con el Yo divino que simbolizaba su condición de
tadores y los locos. rey. Fue esta circunstancia lo que provocó su locura, cuando sus
«cabellos crecieron como las plumas de un águila y sus uñas como
39 En el Libro de Daniel (cap. 4), el rey Nabucodonosor sueña las garras de un ave» y volvió al estado de una bestia salvaje. (El
con un gran árbol «en el centro de la tierra», alrededor del cual se sueño de Nabucodonosor, de la biblia de Rodan, Bibliotheque
reúnen todas «las bestias del campo» y las «aves del cielo». Des- N ationale, París, MS. Lat. 6 [3].)
39
109
40
1JO
111
47
48
112
El Árbol y la Serpiente
51
113
52
54
114
~11
58
El Árbol del Ascenso
116
ll I
c;;9
65
66
118
El Árbol de la Luz
69
67
119
En la Cábala. la Luz Divina se refracta y refleja a través de las
diez .. esferas» o Sephiroth, que representan las emanaciones creati- ""
15.,p "º'
,,'.',,~
.PifoJl
.;¡ig
tl'll-'l
f.P.P
'7Cf)
7 lJ
' as del ser íntimo de Dios y constituyen el Árbol Sefirótico de la
\"ida. que despliega la estructura oculta de Dios, el Hombre y el
l" ni\·erso. unidad inseparable en el En Sof, el Infinito. La Luz
Oi\ina que se refleja en las Sephiroth es como la luz del sol, que se
refleja en las esferas celestiales, y cada una de las siete esferas
inferiores del árbol se asocia con un cuerpo celeste. En el diagra-
ma (70), cada una tiene un signo astrológico según el sistema de
Kircher: Tifereth-Belleza-Sol, en el centro; debajo, Hod-Splendor-
Venus, Netsah-Firmeza-Marte, Yesod-Fundamento-Mercurio, Mal-
kuth-Reino-Luna; arriba, a la izquierda, Din o Gevurah-Juicio-
Saturno, y a la derecha, Hesed-Amor-Júpiter. También encontra-
mos este simbolismo astrológico en la menorah, que aparece en
un diagrama cabalístico tradicional (71) con las letras hebreas que
designan los diez Sephiroth en su tallo y ramas.
//
70 Árbol sefirótico. (Grabado de Athanasius Kircher, Oedipus
I"
aegyptiacus, 1652.)
Stp1-.~..,...
Summa: Corona
SYSTEMA <';.. ,.2 SEPH.IROTICVM
X-DNINO
°?nn~~f'l4St
A,,.ttAtt Ol'r.!91"
~t"n dt.6.lmtts
71
120
El Árbol y la Cruz
73
74 75
121
77-85 Estas xilografías ilustran una popular leyenda medieval so-
bre la misteriosa relación entre la Cruz de Cristo y el Árbol de la
Vida. Tiene numerosas versiones, estudiadas por E. C. Quinn
(The Quest of Steh. Chicago, 1962) junto a los complejos orígenes
del relato en la mitología de Mesopotamia y los escritos apocalíp-
ticos judíos.
Adán, con 932 años de edad y moribundo, llama a su hijo Set y le
dice que vaya al Paraíso a coger el aceite de la misericordia (77).
Tal y como se le ha ordenado, Set sigue el camino que recorrieron
sus padres tras la caída, pisando sobre las huellas oscurecidas en
un paisaje gris y desolado. Al aproximarse al Paraíso, el paisaje
empieza a cambiar poco a poco, hasta que el aire se llena de músi-
ca y del aroma de la hierba y las flores. Continúa andando, sin
pensar en su tarea, absorto en la belleza que lo rodea, cuando de
repente una línea vertical de fuego destella ante él, la espada lla-
meante del arcángel Miguel, guardián de las puertas del Paraíso.
Set cae de rodillas, incapaz de pronunciar palabra, pero el ángel
conoce su misión y le dice que aún no ha llegado el momento del
perdón de Adán. «Han de pasar cuatro mil años para que el Re-
dentor abra las puertas que cerró la desobediencia de Adán», dice.
Pero, a modo de prueba del futuro perdón, de la tumba de Adán
brotará la madera con la que se obtendrá la redención de la hu-
manidad (78). 77
El ángel invita a Set a que contemple el Paraíso tres veces. La
primera, Set ve una hermosa fuente en el punto de encuentro de
cuatro ríos, detrás de la cual se alza un árbol seco y sin corteza.
La segunda ve una temible serpiente enroscada en el tronco de
este árbol, que se asoma a un abismo en el que Set ve a su herma-
no Caín luchando, enredado entre las raíces fibrosas del mismo
árbol, que penetran en su cuerpo. Aterrorizado, Set aparta la mi-
rada. Al mirar por última vez, contempla un magnífico árbol que
extiende sus anchas ramas y llega hasta el cielo. En las ramas
superiores hay un niño prodigioso, que observa siete palomas que
vuelan en círculo por encima de su cabeza, sentado en el regazo de
la mujer más bella que Set ha visto en su vida. El ángel le dice que
el niño es el segundo Adán, el futuro redentor de los pecados de la
humanidad. Por último, le da tres semillas del fruto de este árbol
y le dice que cuando regrese, al cabo de tres días, Adán morirá y
deberá colocar las semillas en la lengua de su padre (79).
Cuando Set regresa, Adán escucha el relato y ríe por primera vez
desde que fuera expulsado del Paraíso. Tras su muerte, brotan
tres árboles sobre su cuerpo: un ciprés, un pino y un cedro (80).
Con el paso del tiempo, las ramas de estos árboles llegan a tocarse
y sus raíces se entrelazan formando un solo árbol magnífico, el
más noble del Líbano (81 ).
En la segunda parte de la leyenda aparece un número infinitamen-
te variable de episodios que vinculan este árbol milagroso con
acontecimientos del Antiguo Testamento. Moisés lo trasplanta al
monte Tabor, y con una de sus ramas extrae agua de una roca en 78
medio del páramo y divide el mar Rojo, para que los hijos de
Israel puedan huir de los ejércitos del faraón, y cuelga de ella la
cínica serpiente para que quien la mire se libre de la plaga de estos
animales. Esta rama es también la de Aarón. Más adelante, el rey
David lamenta bajo él sus pecados y, según cierta versión, lo tras-
planta a Jerusalén. El rey Salomón intenta que sea la columna
que sustente su palacio (82), pero el árbol-columna cambia de al-
tura a voluntad. Cuando el rey baja los muros, la columna crece y
atraviesa el techo. Desesperado, la arroja a un arroyo, donde se
utiliza como puente y se pisotea (83). Pero, al comprender sus
virtudes, la reina de Saba se niega a pisar sobre ella y vadea la
corriente (84). Por último, Salomón la entierra y después constru-
ye en el mismo lugar un estanque, que adquiere propiedades mila-
grosas y los enfermos van a bañarse en él para curarse.
Cuando se aproxima el momento de la crucifixión, la viga vuelve
misteriosamente a la superficie del estanque y la encuentran los
centuriones romanos, que construyen con ella la cruz en la que
muere Jesucristo. Esta cruz se yergue en el lugar preciso, el ombli-
go del mundo, en el que fue creado Adán y en el que murió: el
Gólgota, el lugar de la calavera. La sangre de Cristo cae sobre la
calavera de Adán en la base de la cruz, bautizando al padre de la
humanidad y redimiendo los pecados de la raza de Adán (85).
(Illustrations from the Legendary History of the Cross ... from a
Dutch Book Published by Veldener, 1483 [Ilustraciones de la his-
toria legendaria de la Cruz ... de un libro holandés publicado por
Veldener, 1483], ed. John Ashton, Londres, 1937.) 79
122
fZI
j78 18
08
.1
86 87 1
El Árbol de la Historia
86, 87 Las generaciones de los árboles históricos de Joachim, ba-
Debido a la influencia de Joachim de Floris (1135-1202), la ima- sadas en Mateo 1, van desde Adán hasta Jesucristo, pasando por
gen del árbol desempeñó un papel fundamental en la conforma- Jacob y Josías. En estas dos figurae hay cuarenta y dos genera-
ción del concepto moderno de la historia (véanse pág. 28 y lám. 42). ciones que parten de Jesucristo, representadas por los numerales
Lo verdaderamente revolucionario en la visión de la historia de romanos XXX (es decir, 30 años): 42 X 30 = 1.260 y el 1260 es
este pensador radica en la superposición de los períodos histó- el año en el que los seguidores de Joachim sitúan el comienzo
ricos, períodos de germinación y de fructificación: al igual que del período de germinación de la tercera etapa de la historia, la
cada nuevo brote se desarrolla a partir del que le precede, cada era del Espíritu Santo. (Joachim de Floris, Líber figurarum, si-
período de la historia hace germinar al que le sigue. glos Xlll-XIV, Seminario Vescovile, Reggio Emilia.)
88
124
vida: la perpetua interpenetración de lo masculino y lo femenino ,
de lo activo y lo pasivo, del espíritu y la materia, de lo universal y
lo único. Tras haber logrado su destilación en el transcurso de este
período crítico, Mondrian dedicó el resto de su vida artística a
pintar celebraciones del «matrimonio místico», el hieros gamos, o,
como él lo denominaba, el «equilibrio dinámico» de esta pareja
primordial.
90
Otro artista que efectuó un «regreso a los orígenes» personal, sig- el pequeño grupo de pintores, escultores y poetas del que formaba
nificativo y profundo, fue el escultor rumano Constantin Brancusi parte descubrió las tallas de madera tradicionales de África. El
(l 876-1957). La vida de Brancusi presenta todos los rasgos del profundo simbolismo de estas imágenes «primitivas» le devolvió a
mito. Nacido y criado en una remota comunidad campesina de los su tradición nativa, a las vigorosas formas de la arquitectura cam-
Cárpatos, donde trabajó de pastor desde los siete hasta los nueve pesina (93, 94) y a las imágenes poéticas del folclore rumano que
años, llegó a ser, gracias a «una sucesión de milagros», según sus habían despertado su imaginación durante la infancia.
propias palabras, uno de los artistas más destacados de la van- Una de estas imágenes, que le obsesionaría prácticamente durante
guardia parisina. Irónicamente, lo que le había enseñado a olvidar el resto de su vida artística, es la serie del «ave» o «Mai:istra», en
su educación en la tradición escultórica «clásica» de Occidente le la que investiga el tema arcaico y universal del «alma-ave» (95, 97),
convertiría en padre de la escultura moderna. tema que conocía por los cuentos populares rumanos, en los
El momento decisivo de su desarrollo artístico sobrevino cuando que el «alma-ave», Pasarea Maiastra, nombre que significa «pája-
ro milagroso», ayuda al héroe en todos sus combates y pruebas.
98 En algunos de estos relatos se cuenta que la Maiastra consigue
robar las tres manzanas doradas que da todos los años un manza-
no milagroso; en otros, que sólo un príncipe puede herir o captu-
rar el ave y que, después, ésta resulta ser la amada que el príncipe
ha buscado desde siempre. Al iniciar la serie, Brancusi realza la
femineidad de la Maiastra destacando la suavidad y rotundidad
de su pecho, y poco a poco, a medida que la serie va progresando,
este misterio se fusiona con otro, el de la verticalidad y el vuelo.
«Durante toda una vida he buscado únicamente la esencia del vue-
lo .. . Volar ... ¡Qué felicidad!», dijo Brancusi, a lo que Eliade aña-
dió lo siguiente: «No le hizo falta leer libros para descubrir que el
vuelo es el equivalente de la felicidad, pues simboliza la ascensión
y la trascendencia de la condición humana. El vuelo proclama que
ha quedado abolida la pesadez, que ha tenido lugar un cambio
ontológico en el ser humano.»
126
' f.:' ;,~;.,
·iJ,f.·;•¡ro-.:.· ·"
95 96 97
12-
M. Beckwith, Hawaiian Mytho/ogy, New Haven, 1940.
William Blake, A Vision of the Last Judgment [Visión del Últi-
mo Juicio], en Obras completas, ed. Geoffrey Keynes, Lon-
dres, 1966.
Paul Carus, Natur und Idee, Leipzig, 1861.
Henry Corbin, Creative Imagina/ion in the Sufism of Ibn 'Arabi
[Imaginación creativa en el sufismo de lbn 'Arabi], Londres y
Princeton, 1969.
- - , «Mundus lmaginalis or the Imaginary and the Imagina!»,
Spring, Nueva York, 1972.
Mircea Eliade, Cosmos and History: the Myth of the Eternal Re-
turn, Nueva York, 1954. Hay traducción al castellano: El mito
del eterno retorno, Taurus, Madrid, 1974.
- - , Images and Symbols, Londres y Nueva York, 1961. Hay
traducción al castellano: Imágenes y símbolos, Taurus, Ma-
drid, 1974.
- - , Shamanism: Archaic Techniques of Ecstasy, Londres y
Nueva York, 1970. Hay traducción al castellano: El chama-
nismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1976.
J. G. Frazer, The Golden Bough, edición abreviada, Londres y
Nueva York, 1957. Hay traducción al castellano: La rama do-
rada, Fondo de Cultura Económica, México, 1944.
Hafiz: citado por George Lechler, «The Tree of Life in Indo-Eu-
ropean and Islamic Cultures», Ars Islamica, vol. VI, 1937.
Hipólito de Roma: citado por Hugo Rahner, «Christian and Pa-
gan Mysteries» [Misterios paganos y cristianos], en Papers
from the Eranos Yarbooks, 2: The Mysteries [Escritos de los
anuarios eranos, 2: los misterios], Princeton, 1965.
Car! Gustav Jung, «The Philosophical Tree», en Alchemical Stu-
dies, Londres y Nueva York, 1967.
Vasili Kandinsky, «Reminiscences» [Reminiscencias], en Modern
Artists on Art, Robert L. Herbert, ed., Nueva Jersey, 1964.
Paul Klee, On Modern Art, Londres, 1947.
- - , Notebooks, II: The Nature of Nature. Londres y Nueva
York, 1973.
Mito yakut; citado por Uno Holmberg, Mythology of Ali Races,
IV: Finno-Ugric, Siberian. Nueva York, 1964.
Marjorie Reeves y Beatrice Hirsch-Reich, The Figurae of Joachim
of Fiare, Oxford, 1972.
Rainer Maria Rilke, poema escrito en agosto de 1914, incluido en
Poems. 1906-1926, Londres, 1959.
Gershom Scholem, Majar Trends in Jewish Mysticism, Nueva
100 En la famosa conferencia que dio en 1924, publicada bajo el York, 1969.
título de Sobre el arte moderno, Paul Klee se sirvió de la imagen , On the Kahhalah and its Symho/ism, Nueva York, 1969.
del árbol para demostrar que el artista es un medio o canal para Samuel Taylor Coleridge: citado en M. H. Abrams, The Mirror
los procesos de transformación de la naturaleza. «La savia se eleva and the Lamp: Romantic Theory and Critica/ Tradition, Lon-
desde las raíces hasta el artista, fluye por él y por sus ojos. Él es el dres, 1973, caps. 7, 8.
tronco del árbol. Embargado y conmovido por la fuerza de la Paul Tillich, Systematic Theology [Teología sistemática], Londres
corriente, dirige su visión hacia su obra. Visible por todos lados, y Chicago, 1957.
la copa del árbol se despliega en el espacio y en el tiempo, y lo Voluspii: citado por Mircea Eliade, From Primitives to Zen: a
mismo ocurre con la obra.» En este dibujo, Klee hace pasar la K Thematic Source Book on the History of Religions, Londres y
de su firma por el centro del tronco del árbol, uniendo simbólica- Nueva York, 1967.
mente sus propios poderes creativos con los de la naturaleza. (El
abeto, dibujo de Paul Klee, 1940, colección Felix Klee, Berna.)
Bibliografía general y lecturas recomendadas
128