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Crónica X

Informes clínicos de los padecimientos del General Cabrera y su


importancia en el mantenimiento de la guerra

10-1 Introducción

Ramón Cabrera Griñó, Conde de Morella, Teniente General de los ejércitos carlistas,
no quiso aceptar el pacto entre Espartero y Maroto, “El abrazo de Vergara” del 31 de
agosto de 1839, que ponía fin a la primera contienda entre carlistas y liberales. El
discutido caudillo, se negó a asumir, ni ese, ni ningún otro posible pacto. En su manera
de ver las cosas: - La guerra no había terminado de ninguna manera, el acuerdo era del
todo punto inadmisible y una traición a la causa-. Cabrera hizo jurar a suS hombres que
no lo aceptarían jamás y prosiguió beligerante y en pié de guerra durante diez meses
más, hasta que enfermo (ese va a ser nuestrO motivo de estudio) y acosado, escapó a
Franci! con 10.000 hombres.

Veinte meses antes del pacto reseñado, Cabrera había conseguido dgminar un amplio
territorio de la serranåa del Maestrazgo entre las provincias de Teruel y Castellón; una
zona muy especial de una orografía anárquica, donde los Maestres de las órdenes
religiosas en la Edad Media habían tenido sus castillos y retiros; justo donde unos siglos
antes Abderramán III había instalado las defensas de Al Andahus. Regióö elegida por
Cabrera para dar su batalla particular, terrhtorio que conocía bien al haber nacido cerca
en Tortosa y en dond% destacaban las poblaciones de Morella y Cantavieja, bien
fortificadas con murallas, situadas en altu2as dominantes con dafícides accesos.

Un general liberal argumentaba: -Lo que ha dado más importancia a Morella y


Cantavieja es la falta de caminos apropiados, para llevar contra ellos carruajes y
artillería y cuando llegaban se habían averiado, solo los caballos pasaban sin
dificultades.-

El proyecto principal del general,“su obra” había consistido en organizar, dentro del
territorio, entre sus diversas localidades, una estructura de pequeño estado autónomo,
con Tribunales de Alzada, Juzgados militares, Direcciones generales y administrativas,
Dirección de Sanidad, hospital de heridos de guerra, fábricas de pólvora y armas,
imprentas, periódicos y almacenes de suministros. Un desafío en toda regla al poder
gubernamental.

El pacto de Vergara, vino a significar para Cabrera, la necesidad imperiosa de


fortalecer todavía más su zona de dominio, ante la amenaza inminente de los ejércitos
gubernamentales de S.M. La Reina Gobernadora. La región del Maestrazgo se había
convertido en un refugio de carlistas “enroscados” que no querían tratos ni rendiciones.
Como era de esperar, el Gobierno liberal no iba a quedarse parado, y enseguida
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amenazó con una respuesta contundente. El propio general Espartero, al que se
consideraba vencedor de la contienda, se puso al frente de un gran ejército de 40.000
hombres y partió rumbo al Maestrazgo.

Los historiadores han ido definiendo a Cabrera como hombre de mediana estatura,
cejijunto, pelo y ojos negros, mirada fija y penetrante, nervioso, poco hablador. Su
carrera militar había sido meteórica y sus acciones de guerra brillantes y peligrosas que
le habían hecho ser comparado con el genial caudillo Zumalacárregui. Del seminario de
Tortosa, había pasado a voluntario carlista y dos años después, se había convertido en
el comandante interino de las fuerzas del bajo Aragón. Valiente, astuto, osado, con
dotes de mando y oportunidad, apodado en sus comienzos como “el cabecilla
analfabeto”, enseguida cambiarían el mote al “ Tigre del Maestrazgo” y el “Napoleón de
las montañas”, en una de las progresiones militares más espectaculares de la historia; al
mismo tiempo se convirtió, en un general vengativo y cruel, sobretodo después que los
liberales torturaran y fusilaran a su madre, sólo por el mero hecho de serlo; en su
paroxismo justiciero devolvió con creces la atrocidad, condenando y ejecutando en sus
campañas, a más de 1000 personas. Es cierto que al final firmó un armisticio con el
general británico Lacy para humanizar la guerra, parecido al que firmaran
Zumalacárregui y Valdés.

Los primeros meses del plante del general y de su tropa en el Maestrazgo, fueron de una
gran actividad. El desafío de –solo contra todos-, desoyendo cualquier ofrecimiento de
arreglo, era una aventura temeraria con pocas posibilidades de llegar a buen fin. Cabrera
fortificó sus posesiones a “marchas forzadas” en espera de una resistencia numantina.
Mientras andaba por el norte de sus territorios con sus mandos, asegurando una buena
línea de comunicación con la zona catalana, se sintió mal, al principio parecía un simple
catarro, pero le enfermedad se fue complicando.

La defensa del Maestrazgo es una página difícil de entender de la historia de España. Es


nuestro objetivo, acercarnos otra vez al controvertido personaje, desde la óptica de la
medicina y del estudio de sus enfermedades, buscando un nuevo enfoque del antiguo
episodio.

10-2 Informe preliminar – Las cicatrices de las batallas

La salud de Cabrera había sido excelente, no se le conocían enfermedades y había


conseguido superar varias heridas de guerra recibidas en sus arriesgados y valientes
enfrentamientos habidos en los años anteriores. En un viaje de incógnito a Navarra, para
hablar con el Pretendiente don Carlos, fue sorprendido en una población cerca de
Rincón de Soto, recibiendo una herida profunda de bayoneta en la pierna, otra de puñal
en la espalda y un golpe de culata en la cabeza que le lanzó por un precipicio; fue dado
por muerto, pero uno de sus ayudantes lo encontró y llevó a Almazán, a casa del cura,
donde lo escondieron y trataron las heridas durante un mes, reapareciendo curado sin
secuelas ante la algarabía de sus incondicionales que no daban crédito a lo que veían.

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Unos meses antes Cabrera había protagonizado una acción arriesgada y espectacular:
había ayudado a escapar de una emboscada a miembros de su guardia personal, citando
con una gran capa blanca a los liberales, a manera de “larga cambiada” a caballo. Los
liberales se cebaron sobre él, disparándole desde todas las posiciones sin llegar a herirle;
terminada la maniobra, se contaron en su capa siete agujeros de bala.

En otras ocasiones también había sido herido; en una carga de caballería en Alcalá de
Chisvert contra Borso de Carminati, recibió un balazo en el muslo con entrada y salida
de proyectil, perdiendo mucha sangre y quedando malherido y febril. Como en otras
ocasiones había conseguido esconderse en casa del cura de Jana. También se temió por
su vida y sus enemigos corrieron el rumor de su muerte; pero su recuperación no se hizo
esperar, reapareciendo y sembrando el desconcierto en el ejército liberal. Poco tiempo
después en la batalla de Maella, de buen recuerdo para los carlistas, recibió una herida
en el brazo izquierdo y no consintió ser curado hasta que sonaron las trompetas de su
gente anunciando la victoria.

El general prusiano Príncipe Lichnowski, que luchó junto a Cabrera, lo recuerda


cabalgando encima de una mula y al estilo amazona, por culpa de una herida de guerra
en las posaderas, que no le impedía dirigir al ejército con energía

De todo se recuperaría bien sin secuelas, sin mella en su espíritu valeroso y en enero de
1838 era un general todavía joven, 33 años, de gran energía y decisión. Las heridas de
guerra sufridas y sus recuperaciones habían creado alrededor de su persona la aureola de
un general indestructible.

10-3 Informe de la enfermedad

En Diciembre de 1839 había gran actividad en el Cuartel General de Cabrera,


preparando la defensa del territorio ante la inminente llegada de Espartero. Cabrera y su
séquito emprendieron una marcha para vigilar controlar y mejorar las fortificaciones del
Norte del Maestrazgo y así mismo asegurarse la comunicación continua y segura con
Cataluña. Cuentan sus colaboradores que la expedición se realizó en unos días
infernales con temporal de lluvia y viento. Cabrera llevaba una temporada agotado
físicamente, decepcionado por la traición de Maroto y preocupado por la posibilidad de
deserción de algunas unidades.

En la localidad de Fresneda se sintió mal Cabrera y hubo que guardar cama; estaba
agotado, inapetente, tenía estornudos y escalofríos. Era claro que se había enfriado
durante la marcha; le recomendaron reposo que no hizo falta insistir ya que estaba falto
de fuerzas y de energía. Lejos mejorar, empezó a complicarse con tos más persistente,
calentura, dolor de cabeza y garganta, intolerancia digestiva -con nauseas, diarreas
leves-, incomodidad general con tendencia al sopor

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Los ayudantes del general empezaron a impacientarse; mandaron un emisario a sus
médicos que se encontraban en el hospital de Cantavieja. El catedrático Sevilla acudió
de inmediato en su auxilio y no pudo evitar al reconocerle un gesto de preocupación;
llevaba cinco días en cama, con fiebres e inapetencia y su aspecto denotaba gravedad.
Cabrera observó la cara de contrariedad del galeno y le hizo un comentario: –Mi
enfermedad parece importante, estoy al frente de mi ejército en circunstancias críticas,
las consecuencias si esto progresa pueden ser negativas, el ejército se quedaría sin
dirección. Quiero en todo momento saber mi situación-.

La expedición de vigilancia de fortificaciones por Norte del Maestrazgo que llevaban


entre manos Cabrera y su estado mayor, debía interrumpirse definitivamente y dejarla
para mejor ocasión; ahora primaba retornar con el general a su “bienamada” villa de
Morella, la capital administrativa de su estado. Hubiera sido todavía mejor llevarlo mas
al sur, hasta el cerro rocoso del poblado de Cantavieja, centro de operaciones militares
carlistas, donde estaba ubicado el hospital principal, pero dadas las dificultades que
atravesaba el paciente, quedaba demasiado alejado. Montaron a Cabrera en el caballo y
lentamente empezaron el camino a la capital.

Al llegar al término de Herbes, hubo que detener la caravana, Cabrera iba penosamente
y no podía sostenerse encima de la cabalgadura. El general que apenas podía hablar,
tuvo un arranque de sinceridad y les dijo al grupo que le acompañaba: -Señores, estoy
sufriendo mucho, me encuentro muy débil. Ruego me dejen quieto aquí, hasta ser
llevado al cementerio muerto, o sano al frente de los ejércitos-.

Descansaron esa tarde y noche; el general estaba agitado aunque pudo dormitar un buen
rato; a la mañana siguiente apareció más descansado, situación que aprovecharon para
recorrer las tres leguas que quedaban para llegar a Morella. Este pequeño trayecto
soportó bastante mal, a pesar de ser llevado en camilla a pulso por cuatro miñones y
nada más llegar a su residencia empeoró alarmantemente con desmayos y pérdida de
lucidez; unas horas después entraba en estado comatoso, ante la desesperación de sus
ayudantes. Todos se asustaron temiendo lo peor, le fue administrada la Santa Unción.

Los médicos Juan Sevilla y Simeón González hacían lo que podían y soportaban gran
presión y hostilidad del ambiente que no aceptaba la situación desesperada de su
caudillo. Preguntados insistentemente por el diagnóstico; los galenos decían que padecía
varias enfermedades al mismo tiempo: la principal, la más grave era la “calentura
nerviosa” una especie de mal de fiebres y nervios debidos a la presión y el agotamiento
que soportaba de forma continuada en los últimos tiempos. Pero no sólo era eso, había
algo más y no estaba bien aclarado; añadían que no podían descartar el tifus, ya que
también tenía diarreas; ni la tisis galopante por la tos rebelde angustiante, ni el
paroxismo abúlico por el sopor. Confiaban en su juventud y su buena estrella que le
había hecho superar otras situaciones dramáticas. Para mayor intranquilidad, el paciente
tuvo hasta convulsiones y calambres y circuló nuevamente el rumor que había muerto.
Llamaron en consulta al medico del territorio carlista catalán Roque Hernandez que no
aporto nada nuevo y dio por bueno el complicado diagnostico de fiebres nerviosas
tíficas

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La esperanza era lo último a perder y más con los antecedentes del general. Se hacían
rogativas pidiendo otro milagro; afortunadamente pasados quince días comenzó a
mejorar, a recuperar la conciencia y a pedir alimentos. Las oraciones habían sido
escuchadas, el líder había iniciado la convalecencia. La mejoría fue celebrada con
fuegos artificiales, suelta de vaquillas, bailes etc.

Desde el análisis retrospectivo de la medicina del siglo actual, pensamos que Cabrera
tuvo una enfermedad respiratoria y una sepsis generalizada; empezó por un catarro
fuerte mal curado con tos y fiebre; ya hemos comentado que era un invierno crudo, en el
que tuvo que inspeccionar las defensas de las fortalezas del norte, que unido al
agotamiento, hizo que el “simple trancazo” evolucionara hacia una neumonía o
pulmonía, que significa una infección local del pulmón. Y las mismas malas
condiciones ambientales (frío y lluvia) y la deficiente situación del paciente (disgustos,
angustias, estrés), hicieron el resto y la neumonía se convirtió en una en una infección
generalizada (septicemia) de mal pronóstico. El sopor y las diarreas eran consecuencia
del cuadro séptico avanzado.

Las pulmonías solían durar un par de semanas, y antes de cumplir el tiempo hacían
crisis hacia la curación o la muerte; esta última coyuntura era más que probable, sin
embargo el joven organismo, reaccionó a tiempo, dando la vuelta a la situación.

¿Cómo trataron la neumonía?

Al principio, cuando hubo quedado en cama en el pueblo de Fresneda, no dieron mayor


importancia al proceso, le alimentaron a base de caldos vegetales, le administraron
bebidas diaforéticas para provocar sudoración y también pediluvios (baños de pies). Los
dos días siguientes como no mejoraban le hicieron sendas sangrías.

En Herbés en el regreso a su base de Morella, donde el general pidió descanso y


quietud, cambiaron el tratamiento: por boca le dieron cocimientos de arroz, agua de
cebada y jarabe atemperante. Intentaron ayudarle a vomitar con agua emetizante (2
onzas de tartrato de emetina disueltas en 5 onzas de agua) provocándole vómitos
biliosos que mejoraron su dolor de cabeza. También le aplicaron sinapismos en las
extremidades inferiores (cataplasmas hechas con polvo de mostaza)

El general parecía seriamente intoxicado por una enfermedad; los siguientes pasos
consistieron en colocarle diez sanguijuelas en el cuello que extrajeron 4 a 5 onzas de
sangre y 18 en la tripa que extrajeron el doble; añadieron como medicación
complementaria los denominados tónicos difusivos, que al principio le despejaron un
poco la cabeza, pero luego volvió a obnubilarse

Llegó un momento que las cosas se pusieron mal del todo, con pérdida de lucidez y
cuadro comatoso superficial; entonces decidieron cambiar el tratamiento. Aplicaron a la
desesperada pócimas antiespasmódicas y revulsivos externos, intentando provocar una
reacción- respuesta del organismo y al parecer consiguieron cambiar el curso de la
enfermedad. La nueva terapia consistía en tomar cada cuarto de hora una cucharada de
una infusión que contenía raíz de valeriana, alcanfor, vino y azúcar y entre las
cucharadas un poco de caldo animal, el que buenamente toleraba. Como repulsivo

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externo le aplicaron cantáridas en la columna vertebral, polvo obtenido por trituración
de mosca (cantaridis vesicante) y aplicado en forma de emplasto, que provoca aparición
de vesículas en la piel; también le dieron embrocaciones (frotaciones) de éter sulfúrico
en el abdomen y lavativas con quina para bajar la fiebre.

Mantuvieron el tratamiento completo hasta observar una franca convalecencia y luego


comenzaron una alimentación oral suave y sustanciosa de forma progresiva
acompañada con bebidas antiespasmódicas. El parte de los doctores que le atendieron
termina diciendo que el 30 de enero de 1840 el general pudo acudir a misa, había
pasado mes y medio desde que enfermó.

En medio de la enfermedad los lugartenientes de Cabrera, dieron batidas sorpresa con


los ejércitos, por Cuenca Albacete y Guadalajara para que los liberales no sospecharan
de su situación, consiguiendo buenos botines. La mejoría del general llevó la
tranquilidad a los cuarteles en espera de la gran defensa del territorio que se aproximaba

Conviene afirmar en esta parte, que el general había sido tratado de la neumonía con
todos los medios disponibles, aunque el resumen era que solo le habían suministrado
buena voluntad. Ninguno de los tratamientos del momento, eran eficaces para combatir
la grave infección que se había producido. Además el tratamiento era secreto, las
medicinas había que comprarlas en lugares y pueblos diferentes, el general había sufrido
un intento de envenenamiento y se tenía miedo a una nueva agresión de parte de
infiltrados liberales camuflados. Era su propia hermana, desconocida para la mayoría, la
que se encargaba del aprovisionamiento de medicinas

10-4 Informe adicional – Una recuperación que tarda en llegar

Todos aguardaban después de la crisis, la aparición en escena de un general pletórico,


tal como había ocurrido después de las heridas de guerra, lo necesitaban, el ejército de
Espartero acosaba por todos los lados, tomaba posiciones en las cercanías de Morella y
conquistaba algunas poblaciones importantes como Alpuente, Segura o Castellote.

¿Qué hacía Cabrera?

Había trascurrido más de dos meses con el general apartado del mando. Cabrera se
había marchado a San Mateo a reponerse, estaba desaparecido, triste, ausente, abúlico,
los médicos no conseguían animarlo y volvían a estar preocupados por su salud, decían

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que había tenido una nueva recaída de su grave enfermedad o que era otra complicación
en cadena.

Alguna culpa podría tener el cuadro séptico padecido, que había dejado su organismo
exhausto, pero lo de ahora era diferente. No se trataba de nueva recaída, no tenía ni
fiebre, ni tos ni falta de aire; ahora estaba sumido en un estado de profunda melancolía,
dominado por la abulia y el desinterés; Cabrera no quería hablar con nadie y ninguno se
atrevía a hablar con él; al general se le habían sumado muchas cosas: la debilidad, el
disgusto por la traición de Maroto, la incertidumbre o la certidumbre sobre el porvenir
del estado que había conquistado.

En opinión de los doctores, el organismo de de Cabrera, más concretamente su bazo,


había producido una cantidad excesiva de bilis negra, que oscurecía todo su ánimo y
provocaba un cuadro clínico de letargo, también lo denominaron depresión reactiva o
depresión catatónica o simplemente depresión; un estado de negatividad transitoria por
intoxicación de su cerebro por la bilis negra y posterior desconexión del mundo que le
rodeaba.

Le trataron como pudieron, fundamentalmente con caldos sustanciosos y tónicos


difusivos, que eran bebidas diversas preparadas de varios componentes (vino, jarabe de
quina, miel, membrillo); se llamaban así, porque rápidamente se difundían por todos los
órganos, eran energéticos y estimulantes, pero no le hacían nada. También le
administraban infusiones de algunas plantas que aportaban minerales, como la cola de
caballo o la corteza de sauce, y hasta le daban a masticar hojas de coca esperando una
reacción euforizante, pero el general parecía desconectado del mundo que le rodeaba.
Llamaba poderosamente la atención, que un personaje lleno de dinamismo, fuego en el
cuerpo, excitabilidad, características que le acompañaban siempre y sobretodo al frente
de sus soldados, estuviera metido en un pozo de mutismo e indiferencia

A pesar de todos los cuidados, Cabrera pasó otro largo período hasta que consiguieron
sacarlo de esa situación e interesarlo por algo. Entre la primera enfermedad y la crisis
habían transcurrido tres o cuatro meses sin aparecer por el cuartel general, sin dar la
cara, sin preocuparse de fortificaciones ni enemigos; otra vez se empezó a especular
sobre su muerte.

Las personas más cercanas al general, su Junta, con Calderó, Arnau, y Forcadell entre
otros, consideraron que -la situación era insostenible-, había llegado a cotas imposibles
de soportar y que pasara lo que pasara había que hacer reaccionar al caudillo que a la
sazón se encontraba en Morella. Se sentaron a su lado a hacerse escuchar, y no salir de
sus aposentos hasta que fuera consciente del drama que se avecinaba, sin importar el
tiempo que tardaran.

Le contaron que estaban prácticamente sitiados por los ejércitos de Espartero, Oraá y
O´Donnell; también le trasmitieron que habían intentado numerosas acciones de
guerrillas para despistarlos, pero que ya no servían para nada. Pareció que empezó a
reaccionar cuando le informaron que había tenido que evacuar Cantavieja y perdido
Mora y se puso excitadísimo al oír que los enemigos estaban encima y la invasión a

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gran escala era inminente. Alguien fue más lejos y planteó al general, negociar con el
enemigo para buscar una salida honrosa.

Cabrera muy nervioso tuvo un ataque de cólera con violencia gritos e insultos para
todos los presentes, empezó a echar espuma por la boca, patadas al aire, convulsiones.
Luego salió por peteneras: –He sido engañado. ¿Con qué derecho se me ocultan
tamañas novedades?-.

-Temíamos por su vida-, dijo alguno intentando justificarse.

Como seguía sin calmarse, le administraron con engaño una infusión de adormidera,
consiguiendo tranquilizarlo, había pasado de un extremo al otro. En un ambiente de
extrema tensión, empezó Cabrera a dar vueltas por la habitación como leopardo
enjaulado, intentando buscar una solución, mientras su Junta permanecía en silencio y
asustada. Después de unos minutos, dijo a sus lugartenientes: -De rendición nada de
nada, vamos a mover ficha a engañar al enemigo cambiando de lugar; decir a la tropa
que se prepare para una larga travesía, iniciamos un plan secreto de movilidad y
despiste. Si no sale bien buscaré una muerte al lado de mis camaradas-.

No dijo nada más, pero era suficiente, la mayoría de las veces no comunicaba sus
estrategias hasta estar enfrente de los objetivos. A partir de ese momento comienza
nuevamente la frenética actividad militar y política de Cabrera, su actitud habitual antes
de enfermar. Cabrera salió de sus cuarteles de noche y de sorpresa con 10.000 soldados
hacia el norte, cruzó el Ebro hacia Cataluña, a Berga, sede carlista catalana, cerca de
Andorra y la frontera francesa. Una marcha arriesgada, con celeridad, sorteando
obstáculos y burlando al enemigo que le esperaba y acosaba.

Su llegada a Berga coincidió con un momento de confusión, había sido asesinado su


jefe, Conde de España, y su sustituto Sagarra estaba en negociaciones con portavoces
liberales, preparando un pacto al estilo del de Vergara. La apoteósica llegada de
Cabrera, con vítores y aclamaciones cambió el panorama. Este y su tropa, tras breve
reposo en la ciudad, menospreciaron a Segarra, hicieron creer a todos que preparaban
una resistencia heroica; tan solo era una artimaña de despiste, para también ganar
tiempo; se fortificaban de cara al exterior y mientras tanto negociaban con las
autoridades francesas.

Después de la abulia, volvía a surgir el temperamento del genio. No solo hizo creer que
se volvía a “enroscar” en Berga, sino que contraatacó posiciones enemigas que le
podían perjudicar en una hipotética defensa de la población. Y mientras, en secreto,
llevaba una intensa negociación con las autoridades francesas, consiguiendo la promesa
de que serían tratados y respetados como refugiados y que tendrían derecho a residir en
Francia. El 5 de julio de 1940, diez mil soldados carlistas, abandonaron de forma
inesperada Berga y se presentaron en el país vecino.

Espartero entró en la capital carlista con la débil resistencia de unos pocos, a los que no
dudó de calificar de valientes, después dijo a sus ayudantes: -Lo que en Morella había
empezado en Morella ha terminado-.

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Ya en el país vecino, interrogado Cabrera por el Prefecto y el General de los pirineos
orientales, del ¿por qué? de su obstinación en proseguir la guerra después del abrazo de
Vergara, contestaría sin componendas que: - Don Carlos en persona, su monarca y
señor, le había pedido que siguiera y mantuviera la posición. Si le hubiera ordenado lo
contrario había abandonado antes, ya que la decisión de Maroto de pactar con Espartero,
les había dejado sin salidas, condenándoles desde el mismo momento de su traición.
Varias veces solicité de Don Carlos me diera la orden de licenciar el ejército y pasar a
Francia solo y siempre me contestó que me mantuviera en España-.

Había concluido un episodio inverosímil de la historia; quedaban heridas sin cicatrizar y


otras cerradas en falso. Cabrera residiría unos años en Francia, participando en alguna
acción bélica y después de ciertas dudas y vacilaciones, que no son de este escrito, se
instalaría en Inglaterra, donde su vida iba a dar un giro espectacular: Se casaría con una
rica heredera Marianne Catherine Richards y viviría confortablemente muchos años
más. Pasado algún tiempo, haría una profunda reflexión personal y acabaría: -
condenando la guerra como instrumento de conquista-.

Así terminaba de forma definitiva la primera guerra carlista, la de los siete años

10-5 Comentarios inevitables

Se ha afirmado desde posiciones liberales, que la forma de actuar de Cabrera, la parte


referente a su aparente desinterés al final de la guerra, era una posición táctica, para
ganar tiempo y buscar una salida. El hecho de difundirse la noticia de que Cabrera
estaba agonizando era una invitación a los liberales para actuar con prudencia y esperar
su muerte. Nosotros pensamos todo lo contrario, que el general carlista padeció, una
enfermedad grave y vamos a tratar de demostrarlo.

Las vicisitudes narradas sobre Cabrera, en su época de guerrillero carlista, desde


cabecilla a Teniente General, constituyen las andanzas de un individuo que vivió bajo
gran presión esos años y que llegaron a afectar gravemente su organismo. Un siglo
después se hablaría de vivir bajo estrés y sus consecuencias peores son el agotamiento,
irritabilidad, depresión y disminución de las defensas del organismo.

¿Por qué le afectaría de manera tan llamativa?

Seguramente por la falta de perspectiva de futuro. En expresión de Mark Twain “Dios


nos libre del árbol de la esperanza, que no echa flores” El general confesaría que desde
la rendición de Maroto, su rebeldía no tenía posibilidades de éxito y ese sentimiento de
perdedor, tiene unos efectos devastadores sobre el temperamento de los seres humanos,
la conciencia prolongada de impotencia es un veneno muy peligroso. Además
tendríamos que considerar también, la importancia de la personalidad previa del general

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y sus conflictos durante el desarrollo de su carácter; basta recordar que fue un rebotado
de seminario y que su ascensión al poder estuvieron marcados, por situaciones previas
poco claras.

La duda que nos queda, es saber, que fue antes -el huevo o la gallina-, si la neumonía
respiratoria fue una situación independiente, que apareció por sus bajas defensas y que
después colaboraría en el en el desarrollo de la segunda parte, la cerebral, la de la abulia
y depresión; o todo el proceso es la misma enfermedad de estrés y agotamiento que tuvo
un inicio infeccioso respiratorio y después sin haber recuperado sobrevino una fase
cerebral de negativismo.

Nadie puede imaginar lo que hubiera acontecido de haber estado Cabrera en plenitud de
facultades físicas y psíquicas; es fácil pensar que se hubiera entregado con su ardor
habitual a la defensa del Maestrazgo y que sus correligionarios le hubieran seguido sin
vacilaciones. El enfrentamiento entre el implacable Espartero y el imprevisible Cabrera
hubiera sido más dramático para todos, más muertes y desolación para los sitiados y
también para los atacantes. Tampoco se puede descartar que una defensa prolongada de
las posiciones, una resistencia heroica de los sitiados, hubiera abierto las heridas todavía
sin cicatrizar de muchos combatientes y conducido a nuevas peleas. No cabe la menor
duda, de que -para bien o para mal-, las enfermedades de Cabrera, y más concretamente
la última fase de las mismas, la depresión, tuvieron una gran importancia en el
desarrollo de los acontecimientos.

Al final volvería a reaccionar y en un rasgo de genialidad amagaría una postura y haría


la contraria, salvando a su tropa de una posible masacre.

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Apéndice. La organización hospitalaria carlista del
Maestrazgo

Si al principio de la guerra, la organización hospitalaria carlista brillaba por su ausencia,


no iba a pasar lo mismo al final, en territorio del Maestrazgo. El general Cabrera, al que
hemos conocido parcialmente y durante la enfermedad, era un gran organizador y tuvo
siempre muy claro la necesidad de disponer de centros apropiados; creó una
organización muy avanzada para su época. Se preocupó muy personalmente del tema,
estuvo encima, vigilante, buscó los medios y financiaciones y consiguió unos servicios
modernos y dignos.

Su planteamiento sanitario ha sido objeto de estudios y alabanzas. Llegó a tener 1.250


camas en funcionamiento, repartidas entre diversos hospitales de la región, con tres
características diferentes: Hospitales de heridos de guerra, de convalecientes y de
enfermedades habituales de la población. Unos hospitales eran estables, en zonas
consolidadas y estaban bien preparados y acondicionados y otros itinerantes (de quita y
pon), en zonas cercanas a conflictos bélicos, lo que le permitía trasladar enfermos de un
lugar a otro si las cosas se ponían mal.

a) doctor Juan Sevilla.

Todo su organigrama sanitario estaba coordinado. Nombró un jefe de Sanidad, en la


persona de Juan Sevilla, un profesor de cirugía del hospital de Valencia que hubo de
escapar por haber sido perseguido por sus ideas carlistas. Se convirtió en una especie de
ministro de sanidad, al principio visitador de todos los hospitales, después encargado de
los reglamentos de funcionamiento, por último máximo responsable y coordinador
general; llegando a mandar sobre unos 30-40 cirujanos que estaban distribuidos por los
centros. También creo la figura de un Boticario Mayor, Joaquín Obón, encargado de la
compra y elaboración y distribución de medicamentos, un laboratorio y almacén central,
de donde se distribuía por los demás centros.

Tenía bien reglamentado el personal y sus obligaciones de cada centro hospitalario. El


personaje clave de la organización era “el controlador” o director, en contacto directo
con el Jefe de Sanidad. Otra figura interesante era el “recibidor de enfermos”,
encargado de hacer las fichas administrativas de cada paciente, con capacidad para
enviar el paciente al centro más apropiado. Existía un boticario en cada lugar,
dependiente del boticario jefe central de Cantavieja y con obligación de estar en el
despacho todo el día, para poder ser requerido en cualquier momento; otros
componentes habituales era el capellán y personal de servicios, destacando en la cocina
a parte del cocinero, “el despensero”. Dentro del personal estrictamente sanitario
disponía casi siempre de médicos y cirujanos en cada hospital, aunque en ocasiones
debían de trasladarse de uno a otro para cubrir necesidades. Había también practicantes

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que dependían de los cirujanos y hacían las guardias del centro y enfermeros
coordinados con la figura del enfermero mayor.

b) Hospitales de Cantavieja y Morella

El hospital principal estaba en Cantavieja, muy cerca del cuartel general de Cabrera, el
Hospital de San Roque, pegado a la Iglesia barroca de San Miguel (utilizada como
almacén de pólvora). Se trataba de un antiguo hospital-convento de 1775, que Cabrera
acondicionó con todos los adelantos de la época; tenía poca capacidad por ser un
edificio reducido, por eso se dispuso también de una casa cercana amplia para
complementarlo.

Este fue un hospital piloto de referencia y de gran actividad, desafortunadamente


cuando los carlistas tuvieron que abandonar precipitadamente Cantavieja, la guarnición
le prendió fuego y con ello se perdieron los documentos. Se sabe que en el centro fue
atendido el príncipe prusiano Lichnowsky y murió el dirigente carlista Villalain. Parece
ser que la actividad principal había consistido en tratar e inmovilizar fracturas o
luxaciones, extraer balas de las extremidades, curar todo tipo de heridas colocando
buenos apósitos y también intentar poner remedio a los numerosos casos de fiebres
tíficas de la población y de la tropa. Allí trabajaron entre otros, los médicos Simeón
Gonzalez y Puelles.

En Morella había dos casas grandes en el centro del pueblo bien ventiladas, que se
acondicionaron como hospital. En Benifasá se habilitó un convento de los monjes
Bernardos. En Castellote el convento de Servitas. En Iglesuela del Cid se utilizó la
Iglesia En los puertos de Bezeite había casas para la recuperación y rehabilitación de
los heridos de guerra, que luego se incorporaban al ejército en el batallón de Guías de
Aragón.

Mención especial y con sonrojo, merecen otros lugares como el convento de


Montesantos de Villarluengo y el de Bezeite y varios mas, donde estaban alojados
prisioneros hacinados, a los que apenas atendieron y alimentaron. Es conocido que
alguno de ellos prefería ser fusilado antes de seguir detenido, pasando penurias y viendo
morir compañeros.

La organización sanitaria de Cabrera fue siempre un apoyo extraordinario para todos los
ejércitos carlistas y en numerosas facetas, sobretodo en la época de las expediciones
carlistas. En primer lugar el propio Cabrera, personalmente y con su ejército apoyaría a
la Expedición Real, sobretodo en el paso del Ebro y apunto estuvo de entrar en Madrid;
también en momentos puntuales apoyaría la expedición de Gómez, al que ayudaría a
salir de algún atolladero.

Donde prestaría buena ayuda sería con los heridos de las expediciones; muchos de ellos
como no podían seguir su ritmo de huida, les organizaban traslados de heridos propios

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840).


Javier Álvarez Caperochipi
Doctor en Medicina y Cirugía
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en carruajes a la zona del Maestrazgo para ser atendidos en los hospitales de Cabrera.
Tenemos constancia del coronel Isidro Díaz, que realizó un largo viaje desde Castilla
con heridos hasta Cantavieja.

También apoyaba dando cobijo a prisioneros que no hubieran podido ser canjeados, que
los llevaban a cárceles de Cabrera en la zona de Bezeite. En algún momento este
trasiego llegaría a ser tan importante, que desbordarían las posibilidades de
internamiento y de alimentación a los mismos. Numerosos documentos demuestran que
estuvieron mal atendidos, que pasaron hambre y penalidades y ya se ha comentado, que
algunos preferían morir a estar encarcelados.

Nuevos datos de la capacidad organizadora del general y de sus preocupaciones por la


salud e higiene de su tropa y colaboradores, fueron las 20.000 raciones diarias de
comida de buena calidad y abundancia que se dieron en sus dominios durante uno o dos
anos, en especial a soldados y funcionarios a base de esquilmar los pueblos del lugar y
hacerse con su ganado y cosechas, no faltando carne, pan, aceite y vino, haciéndose
también con sus telares para confecciones uniformes.

En Cantavieja estaba también la fábrica más importante de munición que abastecía a


todo el ejército.

Prestigio y miseria del controvertido general. Militares profesionales de países afines al


carlimo, venían a España a luchar con Cabrera, a ayudar y a aprender su forma de
combatir. El Príncipe Lichnowshi y el Barón Rahden son un ejemplo; sus memorias
están plagadas de alabanzas hacia su valor y espíritu organizativo. Después de
Zumalacárregui nadie tuvo su prestigio militar, ni su espíritu decidido y arrojo. El
Príncipe Lichnowski, lo conoció al frente de su ejército, montado en una mula, al estilo
amazona, debido a una herida en la zona glútea que no le permitía ir sentado con
normalidad.

Sus enemigos hablaban de su crueldad y más tarde intentaron menospreciar su imagen


con el asunto de la depresión. No cabe duda que esas dos situaciones formaron parte de
su historia, pero lo que nadie le niega era su valentía y su espíritu organizador. Montar
un estado dentro de otro estado, montar un servicio sanitario de primera magnitud, son
valores que hasta sus más encarnizados detractores no han tenido más remedio que
reconocer y rendirse a la evidencia.

Además la historia de Cabrera no termina con la primera guerra carlista, habría que
estudiar sus vacilaciones y colaboraciones con la segunda, y su postrer período de retiro
y meditación en Inglaterra.

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840).


Javier Álvarez Caperochipi
Doctor en Medicina y Cirugía
2009
Parés y Puntas E. 1977 La sanidad en el partido carlista de Aragón y Cataluña
Medicina e Historia Biohorm. Barcelona

SevillaJ, Gonzalez S, 1840 Relato de la enfermedad del Conde de Morella. Imprenta


Real de la Junta de Gobierno

Otras citas:

Benaventura de Córdoba 1845 Vida política y militar de Cabrera. Madrid

Cabello F, Santa Cruz F Templado RM 2005, Historia de la guerra Carlista en Aragón


y Valencia. Edit, Rujula Zaragoza

Carranza A 2006 El invierno del tigre Edit. Lactio Barcelona

Martinez Laines F. 2005 El rey del maestrazgo Edit. Martinez Roca Madrid

Oyarzun R. 1969 La historia del carlismo Alianza. Madrid

Oyarzun R 1961 Vida de Cabrera Aedos Barcelona

Rojas Marcos L. 2005 La fuerza del optimismo. Santillana Madrid

Urcelay J 2006 Cabrera El tigre del Maestrazgo. Ariel Barcelona

Crónicas médicas de la primera guerra carlista (1833-1840).


Javier Álvarez Caperochipi
Doctor en Medicina y Cirugía
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