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10-1 Introducción
Ramón Cabrera Griñó, Conde de Morella, Teniente General de los ejércitos carlistas,
no quiso aceptar el pacto entre Espartero y Maroto, “El abrazo de Vergara” del 31 de
agosto de 1839, que ponía fin a la primera contienda entre carlistas y liberales. El
discutido caudillo, se negó a asumir, ni ese, ni ningún otro posible pacto. En su manera
de ver las cosas: - La guerra no había terminado de ninguna manera, el acuerdo era del
todo punto inadmisible y una traición a la causa-. Cabrera hizo jurar a suS hombres que
no lo aceptarían jamás y prosiguió beligerante y en pié de guerra durante diez meses
más, hasta que enfermo (ese va a ser nuestrO motivo de estudio) y acosado, escapó a
Franci! con 10.000 hombres.
Veinte meses antes del pacto reseñado, Cabrera había conseguido dgminar un amplio
territorio de la serranåa del Maestrazgo entre las provincias de Teruel y Castellón; una
zona muy especial de una orografía anárquica, donde los Maestres de las órdenes
religiosas en la Edad Media habían tenido sus castillos y retiros; justo donde unos siglos
antes Abderramán III había instalado las defensas de Al Andahus. Regióö elegida por
Cabrera para dar su batalla particular, terrhtorio que conocía bien al haber nacido cerca
en Tortosa y en dond% destacaban las poblaciones de Morella y Cantavieja, bien
fortificadas con murallas, situadas en altu2as dominantes con dafícides accesos.
El proyecto principal del general,“su obra” había consistido en organizar, dentro del
territorio, entre sus diversas localidades, una estructura de pequeño estado autónomo,
con Tribunales de Alzada, Juzgados militares, Direcciones generales y administrativas,
Dirección de Sanidad, hospital de heridos de guerra, fábricas de pólvora y armas,
imprentas, periódicos y almacenes de suministros. Un desafío en toda regla al poder
gubernamental.
Los historiadores han ido definiendo a Cabrera como hombre de mediana estatura,
cejijunto, pelo y ojos negros, mirada fija y penetrante, nervioso, poco hablador. Su
carrera militar había sido meteórica y sus acciones de guerra brillantes y peligrosas que
le habían hecho ser comparado con el genial caudillo Zumalacárregui. Del seminario de
Tortosa, había pasado a voluntario carlista y dos años después, se había convertido en
el comandante interino de las fuerzas del bajo Aragón. Valiente, astuto, osado, con
dotes de mando y oportunidad, apodado en sus comienzos como “el cabecilla
analfabeto”, enseguida cambiarían el mote al “ Tigre del Maestrazgo” y el “Napoleón de
las montañas”, en una de las progresiones militares más espectaculares de la historia; al
mismo tiempo se convirtió, en un general vengativo y cruel, sobretodo después que los
liberales torturaran y fusilaran a su madre, sólo por el mero hecho de serlo; en su
paroxismo justiciero devolvió con creces la atrocidad, condenando y ejecutando en sus
campañas, a más de 1000 personas. Es cierto que al final firmó un armisticio con el
general británico Lacy para humanizar la guerra, parecido al que firmaran
Zumalacárregui y Valdés.
Los primeros meses del plante del general y de su tropa en el Maestrazgo, fueron de una
gran actividad. El desafío de –solo contra todos-, desoyendo cualquier ofrecimiento de
arreglo, era una aventura temeraria con pocas posibilidades de llegar a buen fin. Cabrera
fortificó sus posesiones a “marchas forzadas” en espera de una resistencia numantina.
Mientras andaba por el norte de sus territorios con sus mandos, asegurando una buena
línea de comunicación con la zona catalana, se sintió mal, al principio parecía un simple
catarro, pero le enfermedad se fue complicando.
En otras ocasiones también había sido herido; en una carga de caballería en Alcalá de
Chisvert contra Borso de Carminati, recibió un balazo en el muslo con entrada y salida
de proyectil, perdiendo mucha sangre y quedando malherido y febril. Como en otras
ocasiones había conseguido esconderse en casa del cura de Jana. También se temió por
su vida y sus enemigos corrieron el rumor de su muerte; pero su recuperación no se hizo
esperar, reapareciendo y sembrando el desconcierto en el ejército liberal. Poco tiempo
después en la batalla de Maella, de buen recuerdo para los carlistas, recibió una herida
en el brazo izquierdo y no consintió ser curado hasta que sonaron las trompetas de su
gente anunciando la victoria.
De todo se recuperaría bien sin secuelas, sin mella en su espíritu valeroso y en enero de
1838 era un general todavía joven, 33 años, de gran energía y decisión. Las heridas de
guerra sufridas y sus recuperaciones habían creado alrededor de su persona la aureola de
un general indestructible.
En la localidad de Fresneda se sintió mal Cabrera y hubo que guardar cama; estaba
agotado, inapetente, tenía estornudos y escalofríos. Era claro que se había enfriado
durante la marcha; le recomendaron reposo que no hizo falta insistir ya que estaba falto
de fuerzas y de energía. Lejos mejorar, empezó a complicarse con tos más persistente,
calentura, dolor de cabeza y garganta, intolerancia digestiva -con nauseas, diarreas
leves-, incomodidad general con tendencia al sopor
Al llegar al término de Herbes, hubo que detener la caravana, Cabrera iba penosamente
y no podía sostenerse encima de la cabalgadura. El general que apenas podía hablar,
tuvo un arranque de sinceridad y les dijo al grupo que le acompañaba: -Señores, estoy
sufriendo mucho, me encuentro muy débil. Ruego me dejen quieto aquí, hasta ser
llevado al cementerio muerto, o sano al frente de los ejércitos-.
Descansaron esa tarde y noche; el general estaba agitado aunque pudo dormitar un buen
rato; a la mañana siguiente apareció más descansado, situación que aprovecharon para
recorrer las tres leguas que quedaban para llegar a Morella. Este pequeño trayecto
soportó bastante mal, a pesar de ser llevado en camilla a pulso por cuatro miñones y
nada más llegar a su residencia empeoró alarmantemente con desmayos y pérdida de
lucidez; unas horas después entraba en estado comatoso, ante la desesperación de sus
ayudantes. Todos se asustaron temiendo lo peor, le fue administrada la Santa Unción.
Los médicos Juan Sevilla y Simeón González hacían lo que podían y soportaban gran
presión y hostilidad del ambiente que no aceptaba la situación desesperada de su
caudillo. Preguntados insistentemente por el diagnóstico; los galenos decían que padecía
varias enfermedades al mismo tiempo: la principal, la más grave era la “calentura
nerviosa” una especie de mal de fiebres y nervios debidos a la presión y el agotamiento
que soportaba de forma continuada en los últimos tiempos. Pero no sólo era eso, había
algo más y no estaba bien aclarado; añadían que no podían descartar el tifus, ya que
también tenía diarreas; ni la tisis galopante por la tos rebelde angustiante, ni el
paroxismo abúlico por el sopor. Confiaban en su juventud y su buena estrella que le
había hecho superar otras situaciones dramáticas. Para mayor intranquilidad, el paciente
tuvo hasta convulsiones y calambres y circuló nuevamente el rumor que había muerto.
Llamaron en consulta al medico del territorio carlista catalán Roque Hernandez que no
aporto nada nuevo y dio por bueno el complicado diagnostico de fiebres nerviosas
tíficas
Desde el análisis retrospectivo de la medicina del siglo actual, pensamos que Cabrera
tuvo una enfermedad respiratoria y una sepsis generalizada; empezó por un catarro
fuerte mal curado con tos y fiebre; ya hemos comentado que era un invierno crudo, en el
que tuvo que inspeccionar las defensas de las fortalezas del norte, que unido al
agotamiento, hizo que el “simple trancazo” evolucionara hacia una neumonía o
pulmonía, que significa una infección local del pulmón. Y las mismas malas
condiciones ambientales (frío y lluvia) y la deficiente situación del paciente (disgustos,
angustias, estrés), hicieron el resto y la neumonía se convirtió en una en una infección
generalizada (septicemia) de mal pronóstico. El sopor y las diarreas eran consecuencia
del cuadro séptico avanzado.
Las pulmonías solían durar un par de semanas, y antes de cumplir el tiempo hacían
crisis hacia la curación o la muerte; esta última coyuntura era más que probable, sin
embargo el joven organismo, reaccionó a tiempo, dando la vuelta a la situación.
El general parecía seriamente intoxicado por una enfermedad; los siguientes pasos
consistieron en colocarle diez sanguijuelas en el cuello que extrajeron 4 a 5 onzas de
sangre y 18 en la tripa que extrajeron el doble; añadieron como medicación
complementaria los denominados tónicos difusivos, que al principio le despejaron un
poco la cabeza, pero luego volvió a obnubilarse
Llegó un momento que las cosas se pusieron mal del todo, con pérdida de lucidez y
cuadro comatoso superficial; entonces decidieron cambiar el tratamiento. Aplicaron a la
desesperada pócimas antiespasmódicas y revulsivos externos, intentando provocar una
reacción- respuesta del organismo y al parecer consiguieron cambiar el curso de la
enfermedad. La nueva terapia consistía en tomar cada cuarto de hora una cucharada de
una infusión que contenía raíz de valeriana, alcanfor, vino y azúcar y entre las
cucharadas un poco de caldo animal, el que buenamente toleraba. Como repulsivo
Conviene afirmar en esta parte, que el general había sido tratado de la neumonía con
todos los medios disponibles, aunque el resumen era que solo le habían suministrado
buena voluntad. Ninguno de los tratamientos del momento, eran eficaces para combatir
la grave infección que se había producido. Además el tratamiento era secreto, las
medicinas había que comprarlas en lugares y pueblos diferentes, el general había sufrido
un intento de envenenamiento y se tenía miedo a una nueva agresión de parte de
infiltrados liberales camuflados. Era su propia hermana, desconocida para la mayoría, la
que se encargaba del aprovisionamiento de medicinas
Había trascurrido más de dos meses con el general apartado del mando. Cabrera se
había marchado a San Mateo a reponerse, estaba desaparecido, triste, ausente, abúlico,
los médicos no conseguían animarlo y volvían a estar preocupados por su salud, decían
Alguna culpa podría tener el cuadro séptico padecido, que había dejado su organismo
exhausto, pero lo de ahora era diferente. No se trataba de nueva recaída, no tenía ni
fiebre, ni tos ni falta de aire; ahora estaba sumido en un estado de profunda melancolía,
dominado por la abulia y el desinterés; Cabrera no quería hablar con nadie y ninguno se
atrevía a hablar con él; al general se le habían sumado muchas cosas: la debilidad, el
disgusto por la traición de Maroto, la incertidumbre o la certidumbre sobre el porvenir
del estado que había conquistado.
A pesar de todos los cuidados, Cabrera pasó otro largo período hasta que consiguieron
sacarlo de esa situación e interesarlo por algo. Entre la primera enfermedad y la crisis
habían transcurrido tres o cuatro meses sin aparecer por el cuartel general, sin dar la
cara, sin preocuparse de fortificaciones ni enemigos; otra vez se empezó a especular
sobre su muerte.
Las personas más cercanas al general, su Junta, con Calderó, Arnau, y Forcadell entre
otros, consideraron que -la situación era insostenible-, había llegado a cotas imposibles
de soportar y que pasara lo que pasara había que hacer reaccionar al caudillo que a la
sazón se encontraba en Morella. Se sentaron a su lado a hacerse escuchar, y no salir de
sus aposentos hasta que fuera consciente del drama que se avecinaba, sin importar el
tiempo que tardaran.
Le contaron que estaban prácticamente sitiados por los ejércitos de Espartero, Oraá y
O´Donnell; también le trasmitieron que habían intentado numerosas acciones de
guerrillas para despistarlos, pero que ya no servían para nada. Pareció que empezó a
reaccionar cuando le informaron que había tenido que evacuar Cantavieja y perdido
Mora y se puso excitadísimo al oír que los enemigos estaban encima y la invasión a
Cabrera muy nervioso tuvo un ataque de cólera con violencia gritos e insultos para
todos los presentes, empezó a echar espuma por la boca, patadas al aire, convulsiones.
Luego salió por peteneras: –He sido engañado. ¿Con qué derecho se me ocultan
tamañas novedades?-.
Como seguía sin calmarse, le administraron con engaño una infusión de adormidera,
consiguiendo tranquilizarlo, había pasado de un extremo al otro. En un ambiente de
extrema tensión, empezó Cabrera a dar vueltas por la habitación como leopardo
enjaulado, intentando buscar una solución, mientras su Junta permanecía en silencio y
asustada. Después de unos minutos, dijo a sus lugartenientes: -De rendición nada de
nada, vamos a mover ficha a engañar al enemigo cambiando de lugar; decir a la tropa
que se prepare para una larga travesía, iniciamos un plan secreto de movilidad y
despiste. Si no sale bien buscaré una muerte al lado de mis camaradas-.
No dijo nada más, pero era suficiente, la mayoría de las veces no comunicaba sus
estrategias hasta estar enfrente de los objetivos. A partir de ese momento comienza
nuevamente la frenética actividad militar y política de Cabrera, su actitud habitual antes
de enfermar. Cabrera salió de sus cuarteles de noche y de sorpresa con 10.000 soldados
hacia el norte, cruzó el Ebro hacia Cataluña, a Berga, sede carlista catalana, cerca de
Andorra y la frontera francesa. Una marcha arriesgada, con celeridad, sorteando
obstáculos y burlando al enemigo que le esperaba y acosaba.
Después de la abulia, volvía a surgir el temperamento del genio. No solo hizo creer que
se volvía a “enroscar” en Berga, sino que contraatacó posiciones enemigas que le
podían perjudicar en una hipotética defensa de la población. Y mientras, en secreto,
llevaba una intensa negociación con las autoridades francesas, consiguiendo la promesa
de que serían tratados y respetados como refugiados y que tendrían derecho a residir en
Francia. El 5 de julio de 1940, diez mil soldados carlistas, abandonaron de forma
inesperada Berga y se presentaron en el país vecino.
Espartero entró en la capital carlista con la débil resistencia de unos pocos, a los que no
dudó de calificar de valientes, después dijo a sus ayudantes: -Lo que en Morella había
empezado en Morella ha terminado-.
Así terminaba de forma definitiva la primera guerra carlista, la de los siete años
La duda que nos queda, es saber, que fue antes -el huevo o la gallina-, si la neumonía
respiratoria fue una situación independiente, que apareció por sus bajas defensas y que
después colaboraría en el en el desarrollo de la segunda parte, la cerebral, la de la abulia
y depresión; o todo el proceso es la misma enfermedad de estrés y agotamiento que tuvo
un inicio infeccioso respiratorio y después sin haber recuperado sobrevino una fase
cerebral de negativismo.
Nadie puede imaginar lo que hubiera acontecido de haber estado Cabrera en plenitud de
facultades físicas y psíquicas; es fácil pensar que se hubiera entregado con su ardor
habitual a la defensa del Maestrazgo y que sus correligionarios le hubieran seguido sin
vacilaciones. El enfrentamiento entre el implacable Espartero y el imprevisible Cabrera
hubiera sido más dramático para todos, más muertes y desolación para los sitiados y
también para los atacantes. Tampoco se puede descartar que una defensa prolongada de
las posiciones, una resistencia heroica de los sitiados, hubiera abierto las heridas todavía
sin cicatrizar de muchos combatientes y conducido a nuevas peleas. No cabe la menor
duda, de que -para bien o para mal-, las enfermedades de Cabrera, y más concretamente
la última fase de las mismas, la depresión, tuvieron una gran importancia en el
desarrollo de los acontecimientos.
El hospital principal estaba en Cantavieja, muy cerca del cuartel general de Cabrera, el
Hospital de San Roque, pegado a la Iglesia barroca de San Miguel (utilizada como
almacén de pólvora). Se trataba de un antiguo hospital-convento de 1775, que Cabrera
acondicionó con todos los adelantos de la época; tenía poca capacidad por ser un
edificio reducido, por eso se dispuso también de una casa cercana amplia para
complementarlo.
En Morella había dos casas grandes en el centro del pueblo bien ventiladas, que se
acondicionaron como hospital. En Benifasá se habilitó un convento de los monjes
Bernardos. En Castellote el convento de Servitas. En Iglesuela del Cid se utilizó la
Iglesia En los puertos de Bezeite había casas para la recuperación y rehabilitación de
los heridos de guerra, que luego se incorporaban al ejército en el batallón de Guías de
Aragón.
La organización sanitaria de Cabrera fue siempre un apoyo extraordinario para todos los
ejércitos carlistas y en numerosas facetas, sobretodo en la época de las expediciones
carlistas. En primer lugar el propio Cabrera, personalmente y con su ejército apoyaría a
la Expedición Real, sobretodo en el paso del Ebro y apunto estuvo de entrar en Madrid;
también en momentos puntuales apoyaría la expedición de Gómez, al que ayudaría a
salir de algún atolladero.
Donde prestaría buena ayuda sería con los heridos de las expediciones; muchos de ellos
como no podían seguir su ritmo de huida, les organizaban traslados de heridos propios
También apoyaba dando cobijo a prisioneros que no hubieran podido ser canjeados, que
los llevaban a cárceles de Cabrera en la zona de Bezeite. En algún momento este
trasiego llegaría a ser tan importante, que desbordarían las posibilidades de
internamiento y de alimentación a los mismos. Numerosos documentos demuestran que
estuvieron mal atendidos, que pasaron hambre y penalidades y ya se ha comentado, que
algunos preferían morir a estar encarcelados.
Además la historia de Cabrera no termina con la primera guerra carlista, habría que
estudiar sus vacilaciones y colaboraciones con la segunda, y su postrer período de retiro
y meditación en Inglaterra.
Otras citas:
Martinez Laines F. 2005 El rey del maestrazgo Edit. Martinez Roca Madrid