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Pikaza - MARIA LIBERTAD
Pikaza - MARIA LIBERTAD
Kavier Pikaza
Libertad es palabra de siempre. La experiencia humana lleva a que sea pronunciada
como grito de angustia o como grito de gozo. Libertad es palabra de hoy, con frecuencia,
palabra equívoca; nadie la entendemos del todo, pero la pronunciamos con aires de verdad
y de absoluto. Ahora, al hablar de María como palabra de libertad, intentamos ofrecer
aspectos de esta realidad sin grandes pretensiones; mostrar a María en su dimensión de
persona libre que incluye la tarea liberadora serán nada más que unos apuntes.
Intentaremos no confundir la libertad con las libertades; la libertad la entendemos como un
don de Dios y como una ardua tarea humana.
Queremos acercarnos al tema en la doble perspectiva en que vemos a María: como
criatura única y singular, persona concreta, y como pueblo, Israel colectivo sintetizado en
ella, símbolo del Israel caminante en búsqueda.
1) María recibe una libertad con su vida, y la recibe de una forma diferente a como la
hemos recibido los demás; sus capacidades iniciales son pura gracia; su libertad original,
don de Dios, es lo que le revela en su vocación al llamarla llena-de-gracia; el Señor que
está con ella es el Señor de la libertad. Por tanto, María en el comienzo de su existencia
humana recibe la libertad misma de Dios. Por eso no está determinada, aun cuando existan
a su alrededor factores de condicionamiento; por eso puede realizar su despliegue personal
como camino. Estamos ya en el segundo plano.
3) Hay, por último, otro plano de libertad: la libertad final que viene a ser el término del
camino de realización, es decir, el final del proyecto de libertad que se nos da al comienzo
de la vida. María ha realizado su libertad total: su glorificación última, unida a la glorificación
pascual de Jesús, es asimismo una palabra de la iglesia; cuando ésta proclama que es
asumpta, en el fondo viene a decir que ha culminado su proyecto de mujer libre. Dice que
ha conquistado su libertad, que ha vencido.
4) Y María elige valores; y tiene que seguir eligiendo a lo largo de su vida según el
horizonte de su planificación, ella misma crea valores; está invadida por el Espíritu Santo
que es como el viento, del que oyes su rumor y no sabes a dónde va, ni de dónde viene, el
Espíritu, como el viento; pero Jesús lo afirma del que nace del Espíritu (cf Jn 3). María elige
los valores del plan salvador de Dios por la encarnación y la redención.
5) Por último, la libertad de María es intencional, es decir, que no sólo incluye las
intenciones, sino que la intencionalidad se apodera de toda su persona como cualidad de la
libertad.
- El Padre no se puede encarnar como tal en nuestra historia. Pienso que no hay
hombre que se pueda realizar como expresión total de su misterio, como ser que da la vida
desde el fondo de sí mismo. Por eso el Padre permanece siempre en una altura que resulta
inalcanzable para nosotros: tenemos que venerarle como fuente originaria y trascendente
de la vida. Dicho esto, podemos añadir: María viene a presentarse sobre el mundo como
signo (no como encarnación) del Padre cuando engendra sobre el mundo a Jesucristo el
Hijo.
c) En tercer lugar, María es madre para hacerse hermana, como muestra de una forma
privilegiada todo el NT. Ella comienza siendo madre: es signo de Israel, del pueblo que
camina, abierto hacia el futuro nacimiento de la vida, es signo de la antigua humanidad que
está esperando a su mesías. Por eso debe realizarse en forma de mujer y madre: sólo así
ha podido compendiar todo el camino de los hombres, siendo la mujer-humanidad, el
culmen y compendio de la historia. Quiero precisar bien esto: sólo en figura de mujer y
madre María se presenta (puede presentarse) como expresión universal del ser humano.
Pero éste es sólo un primer plano del misterio: una vez que ha realizado su función de AT,
una vez que ha engendrado a Jesús, María puede presentarse ya como creyente, entre el
grupo de creyentes de la iglesia. Ahora es simplemente hermana de la nueva comunión de
los salvados por el Cristo, como muestran de manera muy precisa aquellos textos que a
veces se han llamado antimarianos del NT: Mc 3,31-35; Lc 11,27-28; He 1,14-15.
María viene a desvelarse como la primera persona de la historia allí donde se cumple ya
la etapa vieja, allí donde san Pablo nos hablaba de la "plenitud del tiempo" (Gál 4,4). Ella
pertenece, por un lado, al mundo antiguo: es la doncella de Sión que sigue caminando en la
esperanza y que concibe a través de la palabra. En ese aspecto debe actuar como mujer,
es la mujer definitiva de la historia. Por otro lado pertenece, sin embargo, al mundo nuevo
que ha surgido del mensaje y la presencia de Jesús resucitado. En esa perspectiva ya no
puede definirse más como mujer (aunque evidentemente sigue siendo mujer sobre la tierra):
se define en su sentido radical como persona a través de la palabra de su encuentro con
Dios (cf Lc 1,26-38), y de su misma inserción dentro de la iglesia (cf He 1,14-15).
PERSONA/TRES-NOTAS: Por todo lo anterior ya queda claro que nosotros definimos a
María en su clave más profunda como persona: es creatura que se eleva respetuosa frente
a Dios y que le escucha y le responde a través de su palabra, realizándose a sí misma para
siempre. Es creatura que se abre en solidaridad y amor a sus hermanos, ofreciéndoles el
don de su existencia, que es la vida de Jesús, el Cristo. Tres son, a mi entender, las notas
que definen sobre el mundo a la persona. Las tres se cumplen de manera primordial,
perfecta, en la figura de María:
n María es persona como dueña de sí misma, es decir, como responsable de su propia
realización y su existencia. Así lo muestra de manera radical el texto de la anunciación de
Lucas (I,26-38). Dios mismo le pide permiso, Dios mismo dialoga con ella. María responde
diciendo guenoito, en palabra que expresa su vida. Con eso se eleva ante Dios y le dice
"que se haga" (fiat, hágase). Sólo como dueña de su propia palabra y de su vida María es
persona y puede presentarse luego como modelo de interioridad, de fe o vida creyente.
n María es persona dialogante, en relación con Dios. Ya hemos dicho que persona es
el que sabe dialogar con el misterio: acoge la palabra de Dios Padre y le responde, en un
encuentro de amor definitivo, que nunca se termina (porque Dios Padre es eterno). Pues
bien, María es la persona radical de nuestra historia: en ella ha culminado y se ha cumplido
el diálogo que había comenzado por Abrahán y los profetas. Ahora un hombre, una persona
humana, ha dicho a Dios que sí de forma plena, y de esa forma restablece el diálogo
mesiánico por siempre: engendra al Hijo Jesucristo. Sólo en esta línea de diálogo personal,
María viene a presentarse como expresión de la paternidad de Dios sobre la tierra y se
convierte en madre del mismo Hijo de Dios, de Jesucristo. De esta forma se resumen, en
nuestra perspectiva, las visiones ya indicadas del principio mariológico fundamental
(maternidad divina, asociación redentora con Jesús).
n María es persona en cuanto vive en relación abierta hacia los hombres, como ya
hemos indicado previamente. Ella es por un lado la mujer, hija de Sión, que ha
compendiado en su persona los caminos de esperanza de la historia; por eso, al dialogar
con Dios y responderle, ella responde en nombre y para bien de todos los humanos. Pero
hay más: haciendo todo el camino de Jesús, María misma ha culminado en el misterio de la
iglesia, como hermana entre los hermanos (cf He 1,14-15), como madre que ahora forma
parte de la casa del discípulo que Jesús amaba (Jn 19,25-27). Ella se viene a definir, de
esa manera, como hermana entre todos los hermanos, como amiga radical en el gran
círculo de amigos que forman la comunidad fundante de Jesús. Por todo eso es persona, la
primera persona de la nueva humanidad de los salvados. En esta perspectiva ha de
entenderse, a mi sentir, la tesis de aquellos que presentan como principio mariológico
fundamental la visión de María como imagen o icono de la iglesia.
Podemos concluir. Por todo lo anterior pensamos que María se define antes que nada
como la primera persona realizada en un nivel humano: es hermana entre los hermanos,
amiga entre los nuevos amigos de Jesús. Ella ha recorrido, por la gracia de Dios, ese gran
camino que nos lleva desde el viejo tiempo de la espera (la maternidad de Israel) al nuevo
tiempo de la plenitud mesiánica en que Cristo ha vinculado en su gran cuerpo a todos los
humanos (Gál 3,28). En ese cuerpo de liberación y plenitud está María.
(·PIKAZA-X. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 1590-1602)
FUNDAMENTOS BÍBLICO-TEOLÓGICOS
DE UNA VISIÓN MARIOLÓGICA DE LA LIBERTAD
En ciertos ambientes se piensa que la figura y la piedad marianas se han empleado
dentro de la iglesia como un medio de opresión. La presencia de María como "esclava del
Señor" ha reforzado la exigencia del sometimiento religioso: los hombres tenemos que
inclinarnos ante la voluntad poderosa de Dios, como seres indefensos, dependientes,
siempre menores de edad ante el misterio. Se dice que María ha reforzado también la
estructura sexista de la iglesia: ella es la mujer que brilla como reina muy querida, en nivel
de belleza y corazón, de transparencia y de ternura; precisamente por eso debe hallarse
resguardada, dentro de un hogar, y protegida, mientras los varones son los que deciden por
sí mismos la marcha de este mundo. Finalmente, María puede interpretarse como signo de
la división social; ella pertenece a las clases más humildes de la tierra, a los pequeños
labradores o artesanos; ha realizado su camino de santidad viviendo entre los pobres, sin
proclamar jamás la lucha en contra de los ricos, por eso es patrona de los unos y los otros,
sosteniendo a todos en una reconciliación que sólo tendrá lugar en el reino de los cielos.
Los que han interpretado así a María van en contra de los datos del NT, que entienden
la palabra sierva en otra perspectiva humana y religiosa, como ha indicado certeramente E.
Perettot. Teniendo en cuenta sus aportaciones, quiero desarrollar el aspecto más teológico
del tema. Expresamente me sitúo en la base del pensamiento dialéctico moderno,
representado por Hegel y por Marx. Ellos interpretan la historia de los hombres como lucha
donde los extremos (amo y esclavo, burgués y proletario, varón y mujer) tienen que
oponerse en una especie de batalla originante. Sólo a través de esa violencia o esa lucha
podrá triunfar la justicia y los hombres llegarán a reconciliarse. Por eso, una visión de María
como sierva sometida (en plano religioso, sexual o político) resulta contraria al camino de
transformación liberadora, y debe superarse.
Esto es lo que opinan los autores de la linea dialéctica. Con ellos pienso que María no
puede ser manipulada al servicio de las clases o grupos opresores. Pero debo añadir dos
pequeñas observaciones: 1 ) La presentación bíblica de María como sierva no puede
utilizarse para favorecer ningún tipo de opresión interhumana. 2) La figura y mensaje de
María no se puede interpretar en categorías de dialéctica entendida como lucha de
opuestos: ella nos ofrece el testimonio de una reconciliación mesiánica que es signo de la
gracia de Dios y viene a explicitarse desde ahora sobre el mundo, por medio de Jesús su
hijo, que es el Cristo.
En esta perspectiva queremos releer y analizar los textos del NT que presentan a María
en el espacio semántico de sierva: esclava, servidora, humilde... Partiendo de ellos
estudiamos eso que podríamos llamar la inversión significativa del concepto: así pasamos
de servicio a libertad, de sometimiento a autonomía, de lucha violenta a fraternidad, etc.
María viene a presentarse ante nosotros como signo de ese "proceso de liberación" que ha
realizado Jesucristo, el siervo por excelencia, conforme a Flp 2,6-11. Como Cristo es siervo
victorioso que ha ofrecido la gracia y plenitud para los hombres liberados, así María es
sierva creadora: es la persona que, aceptando su propia realidad de creatura y
desplegando el potencial de gracia que Dios le ha regalado, viene a presentarse como
principio y modelo de liberación para los hombres.
M/PROFETISA-DE-LBT: Cinco son, a mi juicio, los temas principales de esta estrofa del
canto de María: Dios, oprimidos, opresores, Cristo e inversión de nuestra historia. Como
profetisa de la libertad, María ha traducido su experiencia en la palabra y música de un
himno que preludia la gran fiesta del reino: ella proclama la verdad de Dios sobre la tierra y
proclamándola comienza a realizarla, en una especie de gran manifiesto de liberación.
El punto de partida en su experiencia es Dios. El mismo Dios que la ha mirado y ha
actuado en ella es quien se muestra ahora actuando en todo el mundo, sobre el ancho
espacio de los hombres. Es el mismo Dios que se define como dynatos, el poderoso (Lc
1,49), frente a los dynastas o falsos potentados de la tierra (1,52). Es el Dios que actúa con
su brazo, como actuaba en tiempo antiguo en medio del mar Rojo (cf Éx 14,3i): entonces
fue liberador de algunos pocos, ahora muestra su misericordia y santidad (1,49-50) al
liberar a todos los que se hallan oprimidos.
La opresión se ha explicitado en dos niveles: uno de tipo más económico-material, en
que se encuentran los hambrientos (peinontas), y otro de tipo más antropológico-social,
donde se cuentan los humillados (tapeinous). Al mirar esta opresión con las palabras y los
ojos de María pueden sorprendernos dos matices. a) En primer lugar, la ausencia de todo
comentario de tipo estrictamente religioso: no se especifica si los hambrientos-humillados
son creyentes o no; tampoco se investiga su conducta; se sabe que están necesitados y
eso basta para considerarlos privilegiados, dignos del amor de Dios y de su reino. b)
Igualmente sorprende la estructura antitética del texto: los hambrientos-humillados no se
han definido por sí mismos, como realidad aparte; se definen en su relación con los
poderosos y los ricos.
Esto significa que, a los ojos de María, la opresión no se presenta como necesidad
abstracta, ni tampoco como signo de una voluntad divina que reparte las fortunas y los
bienes de este mundo de manera arbitraria (o providente). La misma antítesis indica que
esta opresión es resultado de un enfrentamiento interhumano, de una lucha que va en
contra de Dios y desemboca en la derrota y sumisión de los pequeños.
En esta perspectiva, pudiéramos decir que el canto de María nos presenta una
verdadera genealogía de la opresión (o de los opresores), reasumiendo y condensando
elementos que encontramos esparcidos en las obras de la apocalíptica judía
(especialmente de Daniel). La opresión nace de la soberbia, como indica el primer verso de
la estrofa ("dispersa a los soberbios de corazón"). Significativamente, al hablar de los
oprimidos, el texto no indicaba su trasfondo religioso: son pobres o humillados y eso basta,
no hay que andar con más razones. Por el contrario, al tratar de los opresores identifica su
religión, o mejor, su antirreligión: son los soberbios de corazón, aquellos que se oponen al
poder de Dios.
IDOLATRIA/OPRESORES: Dentro del trasfondo israelita, esa soberbia de los opresores
se explícita como idolatría. Los textos más significativos resultan, a mi juicio, aquellos que
nos hablan de la estatua sagrada que los grandes poderes de este mundo han erigido
sobre el suelo con el fin de autodivinizarse a sí mismos, exigiendo que todos les adoren (cf
Dan 2,31-35, 3,1-ó). De esta soberbia, que es ausencia de Dios o religión invertida, brotan
los dos restantes males, que se oponen a los tipos de opresión ya señalados: pecado es el
poder de los que están sentados en el trono, humillando o sometiendo a los pequeños;
pecado es la hartura de los ricos que mantiene y justifica el hambre sobre el mundo.
En esta situación viene a introducirse la palabra de María cuando canta, como profetisa,
la presencia transformante de Jesús, el Cristo, ya encarnado dentro de su seno. El mismo
Jesús que ha llevado Espíritu de Dios y gozo a Juan Bautista, no nacido todavía (cf Lc
1,44), es el que habla ahora por medio de María, anticipando de esa forma su presencia y
su mensaje sobre el mundo. María, liberada de Dios, está al servicio de una libertad y
creación que le trasciende: ella no dispone de poder para cambiar directamente la
estructura de la historia, pero tiene una experiencia de Dios que es libertad, y la transmite
de manera universal hacia los hombres; así se ha introducido, como sierva, en el tejido de
opresión y de pobreza de los siervos de la historia, por eso puede anunciar la redención y
plenitud a todos ellos; precisamente de esa forma les anuncia a Cristo.
Llegamos, finalmente, al quinto de los temas anunciados: la inversión de nuestra
historia. Externamente hablando, las palabras de María pueden situarse y se sitúan dentro
de un contexto de violencia escatológica: sobre las fuerzas de soberbia de este mundo Dios
actúa con fuerza superior, de esa manera cambia, invierte las actuales condiciones de la
tierra: caen los opresores, ascienden los oprimidos; se vacían los ricos, los pobres quedan
llenos. Si esto fuera simplemente así, si es que no hubiera un cambio cualitativo en la
existencia de los hombres, la redención de Cristo hubiera sido poca cosa: cambiarían los
factores de la historia, pero el orden de conjunto (la estructura de violencia) seguiría
inalterada.
Por eso, sobre el lenguaje apocalíptico de inversión, que nos lleva hacia un plano de
dialéctica de opuestos, donde puede triunfar sólo un tipo de resentimiento de los pobres,
tenemos que escuchar la realidad más profunda de este texto, como palabra de gracia,
abierta desde María hacia todos los hombres de la tierra. Dentro del esquema que venimos
desarrollando, resulta claro que María no pretende una inversión sin más; ella no quiere
hacerse poderosa o rica, para seguir oprimiendo desde arriba a los nuevos humillados o
pobres de la historia; lo que busca es un ascenso, un tipo de hartura en el que exista
espacio de salvación para todos.
Lógicamente, las palabras de inversión de esta estrofa, reasumidas desde la tradición
israelita (cf I Sam 2,1-10), han de interpretarse a la luz del mensaje universal cristiano de
gracia y libertad para los hombres oprimidos. En contra de Juan Bautista, que parece haber
predicado un juicio de Dios sobre la historia (cf Mt 3,7-11), Jesús anuncia salvación y amor
a todos, a partir de los pequeños de la tierra. Precisamente en esa linea se sitúa el canto
de María, esclava que proclama la grandeza y libertad para los hombres oprimidos de la
historia; esa libertad es para todos, pero aquellos que prefieren quedarse en su soberbia,
oprimiendo a los pequeños y justificando el hambre de los pobres, corren el riesgo de
perderse para siempre. También el anuncio de este riesgo, con el juicio de condena,
pertenece al canto de María; ¡en el reino de la gracia de Dios no habrá lugar para aquellos
que pretendan seguir siendo opresores, dice su mensaje!
María es mujer (gyne) y como tal es madre de Jesús, pero ella no se define en su
oposición al varón: no es thely o hembra que vive en guerra con el arsen, que es el macho.
En el comienzo de la iglesia, allí donde san Pablo ha proclamado la unidad fundamental de
todos los creyentes, rectamente interpretada, María viene a presentarse como signo de esa
unidad (igualdad) fundamentante. Por encima de judíos-griegos, siervos-libres,
machos-hembras, enfrentados en lucha permanente, quedan los hombres (seres humanos:
varones y mujeres) que viven la nueva filiación de Cristo, en ámbito de fe o de mutua
fidelidad.
Por eso hemos querido decir que, quizá en primer nivel de lectura, el nacido de mujer de
Gál 4,4 no debía interpretarse en plano de gracia y salvación cristiana (era todavía un
elemento de la ley). Pero una vez que Pablo, y de modo especial Gálatas, viene a releerse
en un ámbito de hermenéutica cristiana (matizada desde Mt 1 y Lc 1), la perspectiva
cambia. Esa misma palabra nacido de mujer nos introduce en ámbito de gracia: situada en
un espacio de diálogo con Dios, María, la mujer, se presenta como elemento fundante de la
libertad cristiana. La cooperación de María, hija de Dios, hace posible que nosotros
dejemos de ser siervos y empecemos a ser hijos, herederos de la casa de Dios Padre (Gál
4,7); aquella cooperación maternal ha influido en esta gran ruptura mesiánica del Cristo,
que ha venido a crear un mundo nuevo donde ya no exista opresión o división entre
machos-hembras, judíos-gentiles, esclavos y libres.