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Violència Filio Parental FOCAD PDF
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VIOLENCIA FILIO-PARENTAL
O MALTRATO DE HIJOS A
PADRES
ESTEFANÍA ESTÉVEZ
Doctora en Psicología Social
Prof. Psicología Evolutiva
Universidad Miguel Hernández de Elche
ISSN 1989-3906
Contenido
FICHA 1 ........................................................................................................... 17
Programa de tratamiento para adolescentes que agreden a sus padres (P.A.P.)
FICHA 2 ................................................................................................................................. 20
Teorías parentales sobre el inicio de la violencia filio-parental
Consejo General de la Psicología de España
Documento base.
Violencia filio-parental o maltrato de hijos a padres
ÍNDICE
1. ¿Qué es el maltrato hacia los padres?
1.1. ¿Cómo es de frecuente en nuestras sociedades?
2. El perfil de los hijos maltratadores y de los padres maltratados
3. Algunos aspectos que alertan de peligro
3.1. Características del adolescente
3.2. Características de la familia
3.3. Características del entorno social
4. Resumen
5. Recomendaciones en el trabajo con adolescentes
Este capítulo se centra en el comportamiento de tipo abusivo cometido por hijos adolescentes hacia sus padres. Para
analizar esta conducta es necesario, en primer lugar, aportar una definición de lo que se denomina violencia filio-pa-
rental, algo que resulta notablemente complejo por las distintas valoraciones morales que de un mismo comporta-
miento se pueden realizar entre sociedades y culturas. El primer apartado de este capítulo trata estas cuestiones. En el
segundo apartado se plantea la también complicada tarea de delimitar la frecuencia de este comportamiento, y se co-
mentan las principales dificultades existentes para poder establecer cifras fiables de prevalencia. En el tercer y cuarto
apartados, se ahonda en el perfil de los agresores (hijos e hijas adolescentes) y de las víctimas, y se comentan las prin-
cipales características de las personas implicadas, de la familia y del entorno social más amplio en el que vive el ado-
lescente que muestra un comportamiento agresivo hacia sus padres. Seguidamente, se ofrecen algunas pautas sobre
cómo ayudar a las familias con estos problemas, y se cierra el capítulo con un resumen de ideas principales y algunas
recomendaciones finales para padres y educadores.
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de la realidad de algunas familias y algunas culturas. Podemos preguntarnos entonces ¿Existen valores morales univer-
sales que guían las relaciones entre padres e hijos? ¿Deben el padre y la madre mostrar respeto hacia los hijos y estos
hacia sus progenitores en igual medida? ¿Depende la respuesta a esta pregunta de la cultura?, y en ese caso, ¿son los
valores fomentados en todas las culturas igualmente válidos y aceptables?Así, cuestiones familiares que para algunos
son de índole totalmente privada como la infidelidad o el aborto, en otras sociedades se analizan desde un prisma
más social o incluso religioso. No podemos olvidar, por ejemplo, que algunos libros que se consideran sagrados por
sus fieles, autorizan el maltrato y la violencia física contra mujeres e hijos.
El panorama actual en la mayoría de sociedades occidentales muestra un tinte diferente respecto al posicionamiento
social sobre estas problemáticas. Cada vez es mayor la preocupación de los ciudadanos, las autoridades y los investi-
gadores por responder a las cuestiones derivadas de las situaciones que implican violencia familiar. De hecho, mu-
chas legislaciones actuales y un significativo volumen de investigación consideran aspectos relacionados con el
maltrato y abuso infantil y la violencia de género. Sin embargo, todavía en nuestros días existe una laguna importante
respecto a otra cara de la moneda: los hijos que agreden a sus padres. Hace relativamente poco tiempo que este tema
está adquiriendo visibilidad social y, por tanto, la preocupación de profesionales, investigadores y autoridades por las
relevantes repercusiones negativas que estos comportamientos tienen en el contexto familiar y en la salud tanto física
como psicológica de los integrantes de la familia.
Sin embargo, tanto los problemas de delimitación moral del comportamiento humano, como la escasa investigación
científica en este ámbito, dificultan la definición consensuada de lo que entendemos por “comportamiento violento
hacia los padres”, “maltrato hacia los padres” o, en terminología más específica, violencia filio-parental. En otras pala-
bras, ¿cómo podemos distinguir este comportamiento de otras conductas que se pudieran considerar como “norma-
les”dentro de la familia, como la actitud rebelde y desafiante de los hijos en la adolescencia o los conflictos y
discusiones familiares sin graves repercusiones? La clave parece estar en el término abuso. Así, lo que entendemos
por “comportamiento violento hacia los padres”, siguiendo la definición de Cottrell (2001), supone claramente una
conducta abusiva que conduce a una situación de humillación, acoso y desafío de la autoridad de los padres con la
intención evidente de dominar y herir.
El psicólogo Roberto Pereira (2006) comenta, además, que en la definición de violencia filio-parental se incluyen las
agresiones reiteradas, no los casos aislados, y se excluyen por tanto las agresiones puntuales por consumo de sustan-
cias, psicopatología grave del hijo y deficiencia mental. En cuanto a la clasificación de la violencia hacia los padres,
se distinguen cuatro tipos: física, psicológica, emocional y financiera, que definimos en el Cuadro 1.
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auto-lesión en el hijo maltratador. Estos miedos nos hacen suponer que existe una escasez de denuncias presentadas
por los padres que son agredidos por sus hijos, lo que significaría que realmente hay más casos de los documentados
en los datos oficiales de la policía.
Otro motivo por el que es dificultoso poder establecer la prevalencia del abuso hacia los padres y el establecimiento
de cifras fiables sobre la extensión del problema es que éste ha sido tradicionalmente relegado en la investigación so-
cial y clínica, que ha avanzado mucho más en el análisis y descripción del problema del maltrato en la pareja. Ade-
más, los estudios llevados a cabo hasta el momento actual se localizan principalmente en Norteamérica (Estados
Unidos y Canadá), mientras que sólo en muy pocos países europeos se cuenta con alguna estadística. A este hecho se
suma que los datos disponibles no diferencian entre los tipos de maltrato que hemos distinguido en el cuadro 1.
La mayor parte de los estudios se llevaron a cabo en las décadas de los años ochenta y noventa, y por entonces sólo
tuvieron en cuenta la violencia de tipo físico, sin examinar la incidencia de otros tipos de agresión como la psicológi-
ca, emocional y financiera, que hoy en día sabemos que resultan igualmente dañinas para el bienestar de los padres y
del propio hogar. Este hecho nos indica que los datos de prevalencia van a variar notablemente dependiendo de las
definiciones y métodos empleados para la recogida de información de cada estudio. Del mismo modo, muchos traba-
jos han recopilado sus datos preguntando directamente a los adolescentes sobre su comportamiento, lo que aumenta
la probabilidad de obtener información poco precisa o incluso equivocada, puesto que los implicados pueden mini-
mizar su nivel de participación y severidad de los comportamientos violentos que han llevado a cabo.
Dicho esto, no obstante, recopilamos aquí la información disponible hasta el momento actual, que es la siguiente.
En Estados Unidos, se estima que el número de adolescentes que agrede a sus padres se sitúa entre el 7% y el 18%
dependiendo de las comunidades y estados. En Canadá, se calcula que alrededor del 10% de padres son agredidos
por sus hijos, mientras que esta cifra es del 4% en Francia.
Los números varían también en función del tipo de familia. Así, las características propias de las familias constituidas
por un solo progenitor, las denominadas monoparentales, parecen ser más vulnerables a que los hijos desarrollen pro-
blemas de comportamiento que deriven finalmente en agresiones hacia, fundamentalmente, la madre. Decíamos que
en Estados Unidos se estima que entre el 7-18% de los hijos agreden a sus padres en familias completas (con dos figu-
ras adultas con el rol de padres), pero esa cifra alcanza el 29% en las familias monoparentales.
Un trabajo muy interesante llevado a cabo en Canadá en familias donde el único progenitor es la madre aporta da-
tos que van también en este sentido. El grupo de investigadores dirigido por Pagani (2004) encontró que el 64% de los
adolescentes a los que entrevistaron (tanto chicos como chicas) agredían verbalmente y habitualmente a sus madres;
el 14% cometía además agresiones físicas; de entre estos últimos, el 74% daba empujones a la madre, el 24% la gol-
peaba, el 12% admitía lanzarle objetos, el 44% amenazarla con violencia física, y el 4% llegó a atacar a su madre
con un arma.
Las estadísticas en España indican un aumento considerable en la presencia de esta situación violenta en los hogares
de nuestro país. Según datos de la Fiscalía General del Estado, la presencia de este problema se ha multiplicado por
seis desde el año 2000, con cerca de 6.500 denuncias de padres a hijos recibidas por esta Fiscalía en 2010. Algunos
de los datos más recientes de que disponemos para ejemplificar lo que esto implica proceden del estudio de Calvete y
sus colaboradores (2011) en el que se diferencia entre violencia física y verbal, y donde se concluye que el 85% de
los adolescentes de entre 12-17 años ha gritado, insultado o amenazado con pegar a sus padres alguna vez, y el 10%
lo ha realizado a menudo; respecto de las agresiones físicas como abofetear, golpear con objetos y dar patadas o pu-
ñetazos, el 5% afirmó haberlo realizado alguna vez, y el 2% a menudo.
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Aproximadamente un tercio de los niños y niñas que presenten estas características mostrarán problemas de agresivi-
dad unos años más tarde. Al alcanzar la adolescencia, el comportamiento agresivo irá acompañado de una personali-
dad fría, con actitudes desafiantes hacia los demás, y especialmente hacia los adultos, que no tiene en cuenta ni
valora los sentimientos de la víctima –en este caso sus propios padres- y actúa cruelmente contra ellos sin mostrar
sentimientos de culpabilidad.
En ocasiones el maltrato hacia los padres se extiende hacia los hermanos. Los hijos maltratadores no suelen ser hijos
únicos, aunque en la mayoría de ocasiones sí ocupan la primera posición entre los hermanos en casa, bien porque
ellos son los mayores o primogénitos, bien porque los hermanos mayores están ausentes del hogar, ya se han emanci-
pado. El abuso se produce hacia los hermanos menores y es frecuentemente una estrategia más para intentar llamar la
atención de los padres.
Ahondando en el perfil del maltratador, se plantea ahora la pregunta ¿es más probable que se observen estos com-
portamientos en chicos o en chicas? En respuesta a esta pregunta, se conoce que no existen grandes diferencias entre
ellos y ellas en cuanto a la probabilidad de implicarse en conductas de abuso y maltrato hacia los padres, aunque sí
se ha observado que chicos y chicas suelen utilizar tipos diferentes de violencia. Así, es más probable que los chicos
participen en comportamientos que implican agresiones de tipo físico, como empujones, lanzar objetos contra los pa-
dres o dar puñetazos, mientras que las chicas hacen un mayor uso de los chantajes emocionales. El maltrato psicoló-
gico y financiero parecen utilizarlo en la misma medida.
Respecto de la edad, estos comportamientos pueden manifestarse con marcada gravedad y desafío a la autoridad so-
bre un inicio tan temprano como los 12-14 años, y alcanzan normalmente el pico sobre los 15-17 años. Hay que te-
ner en cuenta, además, que cuanto más temprano se manifiesta la conducta agresiva mayor es la tendencia de los
padres a subestimarla, considerándola como una rabieta o pataleta sin importancia que no supone una seria amenaza
para la seguridad e integridad de la familia. Sin embargo, cuando estos padres analizan retrospectivamente las situa-
ciones que ha vivido con sus hijos maltratadores, son entonces conscientes de la gravedad que esas “pataletas norma-
les” llevaban implícita.
En relación con el perfil de las personas maltratadas, es mucho más probable que las víctimas sean las madres
u otras cuidadoras (por ejemplo, las abuelas) las que sufran maltrato y acoso por parte de los hijos e hijas. En al-
gunos casos la violencia se dirige hacia ambos progenitores y rara vez tiene como único objetivo al padre. Este
hecho de que sean las mujeres el blanco principal de la violencia, se puede explicar por diversas razones. Por
un lado, las madres suelen implicarse más que los padres en la supervisión y el establecimiento de normas y lí-
mites a los hijos, unos aspectos que conllevan en numerosas ocasiones la frustración y consiguiente enfado de
estos, sobre todo al alcanzar las edades adolecentes con la demanda de mayor independencia y autonomía pro-
pia de esta etapa de la vida.
Por otro lado, tal y como Gallagher (2004) comenta, las madres suelen ser más débiles desde el punto de vista físico
que los padres, suelen pasar más tiempo a solas con los hijos, y suelen sentirse culpables por el mal comportamiento
de sus hijos (lo interpretan como un fracaso en la educación que se les quiere inculcar), lo que les atrapa en una situa-
ción donde se dificultan las expresiones tanto de disciplina como de afecto. Estos elementos hacen que las madres se
encuentren en una situación de mayor riesgo frente al abuso de sus propios hijos.
Otro aspecto muy interesante que hay que señalar es que, en los hogares donde ya existía violencia de género del
padre hacia la madre, los chicos, especialmente, aprenden a considerar a la madre como un blanco apropiado y
aceptable para la violencia. Resulta curioso que, en estos casos, las agresiones se dirigen exclusivamente hacia las
madres pero no hacia los padres. Este hecho se ha
CUADRO 2 explicado con el argumento de que los chicos tie-
SEÑALES QUE ALERTAR DE UN COMPORTAMIENTO FUTURO AGRESIVO
nen más probabilidad de identificarse con un mal-
(ADAPTADO DE GARRIDO, 2005)
tratador del mismo sexo que las chicas. Aunque
1. El niño o la niña tiene mucha dificultad para expresar emociones morales como son también se ha observado que los adolescentes de
la empatía (la capacidad de “ponerse en el lugar del otro”), la compasión y el amor,
así como para mostrar sentimientos de culpabilidad por actos con consecuencias ne- mayor edad, con un desarrollo físico más potencia-
gativas para los demás. do, toman como diana a sus padres (no sólo las
2. El niño o la niña no aprende de sus errores ni responde a los castigos, sino que guía su madres), sobre todo cuando estos tiene también
comportamiento exclusivamente en base a sus propios intereses de manera egoísta.
una cierta edad y son percibidos como más vulne-
3. El niño o la niña utiliza frecuentemente la mentira, la amenaza y otros actos crueles
hacia sus hermanos y amigos. rables ante los ataques físicos.
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los actos cometidos, desde actos menores a otros de mayor importancia y seriedad. Esta escalada constituye al mismo
tiempo un círculo vicioso donde el adolescente se encuentra atrapado y encasillado en un estilo de vida arriesgado y
peligroso, donde además disminuyen notablemente las oportunidades de participar en otro tipo de relaciones sociales
más positivas.
Por último el consumo de sustancias en edades escolares se ha relacionado con el desarrollo de problemas de com-
portamiento y, en particular con la violencia en años posteriores. Consumir sustancias que alteran el normal funciona-
miento de las emociones y pensamientos, puede desencadenar cualquier tipo de agresión, incluida la dirigida hacia
los padres. En el estudio del equipo de investigación de Pagani (2004) se encontró que un consumo elevado de dro-
gas (tanto alcohol como otras sustancias ilegales) aumentaba la probabilidad de que estos adolescentes agredieran a
sus madres, incrementando el riesgo de violencia verbal en casi un 60%. Estos autores comentan que la explicación
estriba en que el consumo frecuente de drogas facilita la interpretación errónea de las conductas de los demás (a las
que se atribuye hostilidad y malas intenciones inexistentes) y también desinhibe a las personas para expresarse de un
modo más rudo e irrespetuoso.
El tema del consumo de drogas es, además, en sí mismo provocador de discusiones en la familia. Se trata de un tema
muy conflictivo para dialogar en familia que en una cuarta parte termina en agresión hacia los padres. Los hijos con-
sumidores no están dispuestos a hablar sobre su consumo y consideran que los padres se están entrometiendo en un
aspecto muy personal de su vida que, además, creen falsamente que controlan.
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choso acostumbrado a saltarse las normas familiares porque siempre han cedido ante sus peticiones. Este aspecto lo
vamos a analizar en mayor detalle en el apartado sobre características de la familia.
En aquellas otras con bajos recursos financieros, el estrés al que están sometidos todos los miembros es el mayor de-
safío y, además, la pobreza familiar conlleva que los hijos tengan menores oportunidades de participar en actividades
de interés para ellos, creando esta falta de oportunidades frustración, ira y resentimiento que puede dirigirse directa-
mente hacia los padres. En estos casos la clave estriba en cómo la familia se enfrenta a una situación de estrés que
puede prolongarse en el tiempo. Las familias que adopten una determinación de lucha positiva y de comunicación y
apoyo hacia los hijos, tendrán más probabilidad de mejorar su situación y de no repercutir negativamente en las rela-
ciones familiares, sino de enfrentarse a ellas unidos.
El tema de los recursos financieros en el hogar está actualmente en auge. Son muchas las familias que se enfrentan
en nuestros días a la inestabilidad económica relacionada con la inestabilidad laboral, y la disminución de ingresos
económicos familiares puede ejercer, como decimos, una influencia negativa en la armonía y estabilidad familiar y,
por tanto, en el bienestar de sus integrantes. El hecho de que la familia disponga de una cantidad suficiente de dinero
para cubrir las necesidades básicas de todos, y el hecho de que padres e hijos mantengan una relación armoniosa,
constituyen dos aspectos que se encuentran interrelacionados en numerosas ocasiones.
Esto es así porque las dificultades económicas pueden alterar muy marcadamente el estado de ánimo de los padres y
el ambiente familiar en general, en una situación en la que se es consciente de que existe un desequilibrio muy im-
portante entre las necesidades a cubrir y los recursos disponibles para cubrirlas. Este aumento de estrés por no dispo-
ner de una vivienda o un empleo, y por sentir que no se tiene el control sobre la propia vida, provoca en muchos
padres un aumento en los niveles de ansiedad, de depresión, y de irritabilidad, que se expresa en el trato negativo con
la propia pareja y con los hijos. La desmoralización que sienten algunos padres por esta pérdida de control va unida
al sentimiento de fracaso por sacar adelante una familia, y es un aspecto muy devastador a nivel emocional.
No obstante, también es importante señalar que existen variaciones entre familias, puesto que además de los recur-
sos financieros propios del hogar, hay que tener en cuenta los recursos sociales disponibles, como por ejemplo algún
tipo de ayuda por parte de la familia extensa, como abuelos o tíos, o de apoyo de la comunidad a través de asociacio-
nes o instituciones públicas y religiosas.
Una de las situaciones más complejas es el caso de las familias de madres solteras o separadas en las que recae la
principal responsabilidad de la administración del hogar y el cuidado de los hijos, y muy especialmente en los casos
de madres jóvenes y pobres. Aunque se ha observado que muchos de estos hogares pueden ser estables, es cierto que
existen mayores riesgos de que esto no sea así por distintos motivos. La mayoría de estas madres cambian frecuente-
mente de empleo o realizan varios trabajos mal remunerados y pasan mucho tiempo fuera del hogar sin poder atender
y supervisar a sus hijos como quisieran; paralelamente cambian a menudo de lugar de residencia, o incluso de pareja
y amistades. Todos estos cambios son estresantes para la madre y ello repercute negativamente en su relación con los
hijos. Ya adelantábamos en el apartado anterior que las características propias de las familias constituidas por un solo
progenitor o monoparentales, las hacen en general más vulnerables a que los hijos desarrollen problemas de compor-
tamiento hacia la madre principalmente.
Finalmente, es importante destacar otros aspectos que entran en juego para determinar la influencia del tipo de fami-
lia, del trabajo y los ingresos familiares en el desarrollo de problemas de conducta en los hijos, como por ejemplo su
nivel madurativo y su personalidad, la posibilidad de que otros adultos (como los abuelos o cuidadores remunerados)
les supervisen en ausencia de sus padres, así como la satisfacción de los padres con su trabajo. La satisfacción laboral
hace que las personas vivan de un modo más positivo su día a día, repercutiendo así el mundo laboral en el familiar y
en cómo los padres enfocan la educación de sus hijos de un modo más eficaz, combinando adecuadamente la aten-
ción a las necesidades y demandas de éstos y la organización de una serie de normas claras que impliquen un reparto
coherente de responsabilidades con los hijos. Estos aspectos contribuyen a que los niños sean más independientes,
responsables y maduros.
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dicho en otras palabras, cómo se produce el proceso de socialización de los hijos, puede diferir notablemente de unas
familias a otras, puesto que depende tanto de la sociedad en particular donde viven y han crecido los miembros de la
familia (no se educa igual a los hijos en Japón que en Canadá que en Egipto) y de las propias creencias de los padres.
La tendencia que muestran los padres a educar a sus hijos de un determinado modo se ha denominado estilo paren-
tal de socialización. El estilo parental crea un clima o ambiente familiar particular (más agradable o más estresante)
donde se expresan las conductas de los padres hacia sus hijos. Este ambiente familiar se considera uno de los aspectos
más esenciales y cruciales que influye en el comportamiento y bienestar emocional de los hijos.
Musitu y García (2004) han establecido una clasificación de estilos de socialización basándose en dos aspectos: 1)
implicación/aceptación de los padres sobre sus hijos, que se refiere al grado en que los padres asumen la responsabili-
dad parental aceptando, respetando y valorando al hijo e implicándose en las tareas propias del cuidado y satisfac-
ción de necesidades de éste; y 2) supervisión/control, que se refiere al grado de imposición que los padres ejercen
sobre los hijos mediante el establecimiento de normas y límites a su conducta. A partir de estas dos dimensiones se
establecen los cuatro tipos de estilos de socialización que se recogen en el Cuadro 5.
Cada estilo parental de socialización ha mostrado tener una influencia particular en el ajuste de los hijos. Por ejem-
plo, se ha observado que los estilos donde existe una falta importante de expresiones de afecto y de apoyo hacia los
hijos, son los más dañinos en general para el bienestar emocional y el desarrollo de problemas de comportamiento.
Así, los hijos de hogares autoritarios obedecen por miedo al castigo durante la infancia, pero una vez que alcanzan la
adolescencia y comienzan a cuestionarse las normas rígidas establecidas por los padres, puede revelarse contra ellas
y, por tanto, contra ellos.
En los hogares autoritarios, además, suelen existir actitudes y valores más proclives hacia la utilización del castigo y
la violencia como medio para resolver conflictos entre las personas. El hecho de que los padres utilicen estas estrate-
gias negativas para tratar los problemas, junto con técnicas de crianza agresivas, abusivas y excesivamente coerciti-
vas, los ponen en mayor riesgo de ser agredidos por sus propios hijos en comparación con aquellos padres que se
decantan por modos más pacíficos de resolver conflictos. Esto es así porque los hijos han aprendido desde bien pe-
queños que el único modo de tratar un problema es a través de la violencia.
En los hogares con padres negligentes los hijos se sienten desprotegidos porque han sido aislados emocionalmente
desde su infancia y no han aprendido a sentir ni expresar cariño, como tampoco a seguir unas pautas marcadas por
adultos. Esto conduce a un desamparo tremendo en estos niños, que sufren las consecuencias más devastadoras a to-
dos los niveles y que les dificultan la vida en sociedad cuando llegan a otros contextos como la escuela, donde no sa-
ben desenvolverse con otros compañeros y con los profesores.
Las familias democráticas son las que parecen construir el ambiente más favorable que sienta las bases para el co-
rrecto desarrollo y crianza de los hijos. Los padres democráticos permiten que los niños y adolescentes expresen sus
opiniones y sentimientos y se sientan valorados y queridos, pero al mismo tiempo les supervisan cuidadosamente para
que aprendan a respetar normas básicas de convivencia por el bien de la armonía común, tanto en el contexto fami-
liar como en el más amplio que abarca la comunidad.
El mayor debate respecto al efecto en el comportamiento de los hijos lo ha planteado el estilo permisivo. En los últi-
mos años se ha sugerido que es precisamente el estilo parental excesivamente permisivo, tan presente por otra parte,
en numerosas sociedades modernas actuales, y en donde la relación entre padres e hijos es entendida como “de igual
a igual”, uno de los aspectos más destacables en la base del problema de la ausencia de respeto de hijos hacia padres.
En estos hogares no se han establecido normas ni
CUADRO 5 límites por no “frustrar a los hijos”, lo que ha impli-
ESTILOS PARENTALES DE SOCIALIZACIÓN cado una ausencia de control y supervisión durante
4 Estilo autoritario: baja implicación/aceptación y alta supervisión/control. Estos padres años y, por tanto, llegada la adolescencia, los pa-
fomentan la obediencia y el castigo, e imponen normas sin aceptar las opiniones de dres no son percibidos por sus hijos como figuras
los hijos.
4 Estilo permisivo: alta implicación/aceptación y baja supervisión/control. Estos padres
de autoridad a respetar. Estos adolescentes no han
fomentan el diálogo, pero no ejercen ningún tipo de control ni límites al recibido un ‘no’ por respuesta ante de las deman-
comportamiento de los hijos.
das exigidas a los padres, que siempre han cedido
4 Estilo negligente: baja implicación/aceptación y baja supervisión/control. Se trata de
padres que muestran indiferencia hacia sus hijos tanto a nivel afectivo como en el ante las peticiones de sus descendientes, provocan-
establecimiento de pautas de supervisión. do lo que conocemos como un “comportamiento
4 Estilo democrático: alta implicación/aceptación y alta supervisión/control. Estos tiránico”, es decir, un comportamiento caprichoso
padres combinan de modo equilibrado las muestras de afecto y cariño hacia sus hijos,
con el control del comportamiento de éstos mediante normas claras en el hogar. y egocéntrico.
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El hecho de no haber establecido límites al comportamiento de los hijos puede explicarse por varias razones: porque
los padres tienen unos principios educativos laxos, porque se sienten culpables en un caso de divorcio y no quieren
imponerse ante el hijo por si éste prefiere irse con el otro progenitor, o simplemente porque no cuentan con la posibi-
lidad de hacerlo por motivos financieros, sociales o de salud. En estas familias con una ausencia total de normas y re-
glas a seguir y donde los padres no asumen su rol como adultos y educadores, el ambiente familiar desprende una
gran inseguridad para los hijos que, en muchas ocasiones, se ven obligados a asumir el rol que debieran cumplir sus
padres, así como un grado muy elevado de autonomía antes de estar preparados para ello. Ante esta situación es pro-
bable que los hijos muestren un rechazo manifiesto hacia sus padres e incluso pretendan castigarles por no asumir el
rol parental.
De hecho, se ha observado que una de las características comunes de las familias donde se producen agresiones a
los progenitores es la confusión que existe en la estructura de poder, haciendo que el menor asuma responsabilidades
impropias y tome decisiones por toda la familia. El hijo agresor utilizaría en este caso la violencia como respuesta an-
te la enorme frustración que le provoca la desorganización de la familia (nadie sabe qué lugar ocupa en la familia ni
qué funciones tiene que asumir).
En algunas de estas familias uno o incluso ambos progenitores han delegado su posición de autoridad o existe una
competición encubierta entre ellos que provoca que las normas no sean efectivas (o no lleguen a formularse). A me-
nudo, además, buscan el consejo de los hijos para la toma de decisiones lo cual socava aún más su autoridad de
adultos. El joven utiliza aquí la agresión para ganar poder y control que sustituya la inefectividad de sus progenitores.
Así la violencia sería el resultado de otorgar el poder al joven cuando aún se siente vulnerable y dependiente.
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reducir el maltrato que sufre por sus propios padres. Esto hace que muchos niños y niñas que cometen agresiones ha-
cia sus progenitores sean considerados al mismo tiempo como verdugos y víctimas.
A este respecto, algunos autores señalan los peligros de considerar a estos niños exclusivamente como víctimas, ya
que esta etiqueta puede eximirles de toda responsabilidad por sus acciones al tiempo que sienten que sus actos están
plenamente justificados, mientras que se refuerza la culpabilidad exclusiva de los padres. Sin embargo, el hecho de
que un niño haya sido abusado, no le otorga el derecho de abusar de otros, por lo que esta asociación debería que-
brantarse en las intervenciones con niños maltratadores.
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tanto, que se espera que sean respetadas. Cuando el vínculo entre el adolecente y su familia, la escuela y el grupo de
amigos son lo suficientemente fuertes, disuaden al joven de realizar conductas de riesgo. Así, por ejemplo, la actitud
de los adolescentes hacia las reglas escolares y hacia el profesorado está muy relacionada con sus actitudes hacia la
ley y otras formas de autoridad institucional como la policía, de ahí que una conducta agresiva hacia los padres o pro-
fesores se manifieste en el mismo chico que delinque fuera del hogar o la escuela.
Con respecto a las relaciones con otros adolescentes, hay que tener en consideración que las amistades en esta eta-
pa de la vida pueden ejercer tanto una influencia positiva como negativa. El grupo de amigos puede constituir una
fuente fundamental para el aprendizaje de valores, el desarrollo de habilidades como el manejo de los conflictos o el
estrés, y la formación de la propia identidad y el autoconcepto; sin embargo, la red de amistades también puede ejer-
cer un impacto negativo en el adolescente para el consumo de sustancias, las conductas sexuales de riesgo o la impli-
cación en comportamientos antisociales y violentos, si en este grupo en particular se aprueban dichas acciones.
En el caso de los jóvenes agresores en el hogar que mantienen relaciones familiares poco gratificantes, ocurre en
muchas ocasiones que terminan identificándose más con su grupo de amigos que con sus progenitores, siendo enton-
ces los compañeros -antes que la familia- quienes les proporcionan la principal fuente de apoyo emocional. Este gru-
po de amistades puede contribuir negativamente en el comportamiento del adolescente por varios motivos: por
ejemplo, los jóvenes que han sido victimizados por sus iguales, podrían usar la conducta violenta contra sus padres
como medio para compensar los sentimientos de impotencia y expresar su enfado en un contexto seguro (lo que se
conoce como “desplazamiento”, porque el joven ha desplazado su ira y malestar del entorno escolar al familiar); en
segundo lugar, algunos grupos de compañeros actúan como modelo de violencia que puede ser utilizado por el joven
como una estrategia efectiva para ganar poder y control en la relación con sus progenitores; y finalmente, la implica-
ción en una serie de actividades prohibidas (como el abuso de sustancias, robo, absentismo escolar) que se llevan a
cabo con el grupo de iguales, provoca importantes conflictos y luchas de poder en el hogar cuando los padres tratan
de establecer límites más firmes a sus hijos.
En el estudio desarrollado por Ibabe y sus colaboradores (2007) se observa la estrecha relación entre el maltrato ha-
cia los padres y la elección de amistades poco recomendables. Estos autores concluyen en su trabajo que dos terceras
partes de los jóvenes que abusan de sus progenitores se relaciona con grupos de amistades antisociales y violentos.
Finalmente, no podemos soslayar que muchas agresiones siguen influenciadas por los estereotipos culturales del pa-
pel masculino que promueve el uso del poder y el control en las relaciones entre hombres y mujeres. Estos adolescen-
tes varones están sujetos a las normas sociales que promueven la fuerza física y la autoridad como atributos que
definen al hombre. La presión del grupo les anima a realizar conductas machistas y a participar en actividades con las
pandillas que son un ejemplo de cómo se manifiestan estos estereotipos que despliegan la virilidad que quieren mos-
trar. Para algunos niños y adolescentes, esos prejuicios pueden conducir a un conflicto cuando una mujer (general-
mente la madre) intenta establecer límites e imponer una disciplina o supervisión en el hogar, más aún si han crecido
en hogares expuestos a actitudes machistas.
En el caso de las chicas con problemas de violencia filio-parental, en contraposición a los chicos, utilizan en ocasio-
nes la agresión como una respuesta paradójica para crear una distancia entre ellas y el estereotipo femenino que se
les atribuye. Estas chicas intentan apostar por un cambio de estereotipo donde las mujeres empiezan a representar una
imagen masculina de poder. El observar a sus madres como débiles y sin fuerza sometidas al abuso, les lleva a despre-
ciarlas por adoptar la imagen de vulnerabilidad femenina de la que ellas se quieren desprender.
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Una influencia similar ejercen los medios de comunicación como la televisión, el mundo de internet y los videojue-
gos. Existe un acuerdo generalizado sobre el hecho de que algunos comportamientos violentos cometidos en la vida
real, y en la mayor parte siendo los autores niños y adolescentes, se han inspirado en películas, series de televisión y
comics. De hecho, hay estudios que han encontrado una relación entre la cantidad de tiempo utilizado para ver la te-
levisión a edades tempranas y la implicación en actos violentos durante la adolescencia y la adultez. La cantidad de
tiempo es importante porque, puesto que muchas programaciones televisivas (incluidas las series y películas infanti-
les) contienen escenas que implican agresiones, cuanto más tiempo se ve la televisión, más escenas de este tipo se vi-
sualizan.
Sin embargo, desde un punto de vista riguroso no se puede defender que la causa de la violencia en la vida real es la
violencia presente en la televisión, o de otro modo todos seríamos seres agresivos sin distinción alguna. De hecho, la
exposición a escenas violentas no afecta del mismo modo a todos los espectadores, ni todos los contenidos violentos
tienen el mismo potencial de influencia. Pero sí se han identificado determinadas características de las escenas de vio-
lencia que las hacen más imitables, sobre todo por los más pequeños, como las resumidas en el Cuadro 7.
0Así, resulta que en numerosas ocasiones los héroes suelen ser precisamente los personajes más agresivos e insolen-
tes, y los que normalmente retan las normas sociales establecidas para defenderse. Esta actitud trasladada a los hoga-
res y las aulas se relaciona con la rebeldía de chicos y chicas frente a padres y profesores, con el propósito de obtener
poder frente a los adultos, o prestigio y popularidad entre los compañeros. Otro efecto devastador de la excesiva ex-
posición audiovisual a la violencia, además del aprendizaje de actitudes y conductas agresivas, es la desensibilización
del espectador hacia tales situaciones y hacia el sufrimiento de las víctimas, que termina por convertirse en un acto
“habitual y normal”.
Hoy en día, además de la importancia fundamental de la televisión como agente socializador en la vida de los
más jóvenes, también internet y los videojuegos constituyen canales esenciales de entretenimiento, comunicación
e intercambios sociales. En contraste con la mera visualización de escenas violentas en la pantalla de la televi-
sión, los videojuegos violentos van un paso más allá e invitan a “ponerse en el lugar del violento”. Es decir, aquí
el jugador asume el rol de agresor virtual. Así, los videojuegos violentos pueden ser incluso más perjudiciales pa-
ra el ajuste de niños y adolescentes por su carácter interactivo, donde se requiere que el jugador se sienta identifi-
cado con el agresor.
La exposición a contenido violento en Internet puede ejercer igualmente un muy similar al de la televisión y los vi-
deojuegos. En Internet es posible encontrar contenidos de escenas reales de agresiones como torturas, violencia de gé-
nero y sexo violento y, al mismo tiempo, también es un escenario de entretenimiento y juego virtual. A esto debemos
añadir un riesgo asociado a sus especiales características: es de fácil acceso, permite el anonimato del usuario, y difi-
culta la supervisión de los padres acerca de las páginas que visitan sus hijos.
Es fundamental por tanto que todos los agentes socializadores se impliquen en el compromiso de formar a nuestros
jóvenes para que no acepten pasivamente cualquier contenido audiovisual, fomentando en ellos el análisis crítico de
lo que ven y escuchan. Los valores pacíficos y cooperativos son unos valores en cierto modo contrarios a algunos gru-
pos de interés en la industria audiovisual que, por el contrario alimentan y favorecen la existencia de violencia en los
medios de comunicación. Es por esto que el papel educativo de padres y profesores es esencial.
Sería conveniente seguir reflexionando en la idea
de que las pantallas no son un reflejo fiel o una
CUADRO 7
ventana abierta a la realidad, sino un discurso so-
CARACTERÍSTICAS DE RIESGO DE IMITACIÓN DE LAS ESCENAS
VIOLENTAS EN TELEVISIÓN
bre la realidad, una forma sesgada de contarla. Es-
ta forma sesgada de contar la realidad junto con el
4 Escenas representadas por personajes atractivos que justifican su modo de actuar carácter lúdico que implican muchas de estas ac-
violentamente. Por ejemplo, protagonistas que utilizan la venganza por algo cometido
tividades –televisión, Internet y videojuegos- tie-
contra un familiar o amigo.
4 El protagonista o personaje principal es recompensado por sus actos violentos. Por
nen una influencia notable en la aceptación de la
ejemplo, consigue a la chica más guapa o mayor popularidad entre los amigos. violencia en la sociedad. Muchos niños y adoles-
4 La acción del personaje no tiene consecuencias negativas. Por ejemplo, el héroe que centes, por influencia de los medios de comunica-
utiliza la violencia para vengarse no es juzgado si infringe alguna ley, si destroza ción, perciben la violencia con naturalidad, se
mobiliario público, etc. Tampoco se suelen observar las consecuencias negativas o
daños infringidos a las posibles víctimas del protagonista. encuentran como ‘inmunizados’ frente al dolor
4 Se utilizan armas convencionales en escenarios reales. ajeno, y presentan problemas relacionados con la
4 Muchas escenas se desarrollan en un ambiente humorístico. Se trata, por tanto, de una capacidad empática en relación con sus víctimas
violencia “embellecida y saneada”. (padres, pares, profesores...).
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4. RESUMEN
La violencia filio-parental supone un comportamiento abusivo de maltrato de hijos hacia padres, que conlleva una si-
tuación de humillación y desafío a la autoridad adulta con la intención de herir y dominar la relación. Este comporta-
miento se clasifica en cuatro tipos de agresiones: física, psicológica, emocional y financiera. Es complicado establecer
la prevalencia de esta problemática, pero se ha confirmado un aumento en la última década en la mayoría de países
de cultura occidental y, entre ellos, España. No existen diferencias entre chicos y chicas maltratadores, pero sí en el
género de la víctima, que suele ser más frecuentemente la madre. Los hijos que agreden a sus padres pueden mostrar
una alta impulsividad e irritabilidad, egoísmo, falta de empatía, participación en actos antisociales y violentos fuera
del hogar y consumo de sustancias. En la mitad de los hogares de estos adolescentes ha existido una historia previa de
violencia, bien entre los padres o de éstos hacia los hijos, y en otros casos los padres han optado por una educación
excesivamente laxa sin un establecimiento claro de límites y normas que regulen la conducta de sus hijos desde la in-
fancia. Es frecuente que estos chicos presenten fracaso escolar y se asocien con otros iguales con los que comparten
actitudes y conductas antisociales.
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15
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REFERENCIAS:
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Ficha 1.
Programa de tratamiento para adolescentes que agreden
a sus padres (P.A.P.)
Son varias las aportaciones que desde la psicología se han centrado en la intervención en el maltrato de hijos a pa-
dres, también denominado maltrato ascendente. González-Álvarez, Gesteira, Fernández-Arias y García-Vera (2009)
proponen una apuesta específica, un Programa de Adolescentes que Agreden a sus Padres (P.A.P.) que intenta superar
las principales limitaciones encontradas después de una exhaustiva revisión de tratamientos centrados en proble-
mas de conducta, comportamiento disocial y/o delincuencia. En palabras de sus autores, el programa de tratamiento
que presentan “propone como una posible solución a dichos problemas”. A continuación se presenta el protocolo es-
pecífico, que se compone de un tratamiento estándar que puede complementarse con una serie de módulos específi-
cos. Además, cabe destacar la inclusión dentro del programa, de un protocolo de evaluación pre, inter y post
tratamiento.
4 El protocolo de evaluación se compone de 2 sesiones tanto para padres como para hijos, con una sesión extra para
los primeros de presentación y consentimiento explícito de su participación en el programa de tratamiento. La eva-
luación incluye una entrevista semi-estructurada elaborada ad hoc y la aplicación de una serie de cuestionarios re-
lacionados con variables que se han mostrado relevantes en la literatura, cuya fiabilidad, además, ha quedado
sobradamente probada. La evaluación se realiza también durante la aplicación de los diversos módulos de tra-
tamiento con el fin de medir las variables proceso, así como al finalizar el mismo, contemplándose en el programa
seguimientos amplios, superiores a un año.
4 El tratamiento estándar incluye la intervención con los adolescentes, con los padres y con el conjunto de la familia.
El tratamiento de los adolescentes incluye 16 sesiones de una hora de duración a lo largo de aproximadamente 5
meses. Este tratamiento está dirigido al desarrollo de recursos psicológicos (habilidades sociales, conductas de auto-
control, empatía, etc.) que permitan al adolescente afrontar las situaciones cotidianas de una manera más adaptati-
va, manejar su ira y agresividad, y resolver sus problemas interpersonales, de forma que, en última instancia,
aprenda un estilo de vida que no contemple la violencia como respuesta adaptativa, generando así una nueva iden-
tidad basada en el rechazo de la violencia. Otra parte fundamental del programa, que mantiene un enfoque in-
tegral, es la intervención con los padres. A lo largo de 9 sesiones de una hora (2 meses aproximadamente), los
padres aprenden herramientas para la gestión de situaciones conflictivas y habilidades para mejorar la comunica-
ción y el manejo de contingencias. Finalmente, la intervención con la familia da la oportunidad a sus miembros, du-
rante 6 sesiones de dos horas de duración, aproximadamente, a lo largo de 2 meses, de practicar conjuntamente
todo lo aprendido en el manejo de las situaciones conflictivas cotidianas y de favorecer el mantenimiento de los
cambios logrados a lo largo del proceso, fortaleciendo, además, la comunicación entre todos los miembros de la fa-
milia. El programa estándar puede adoptar tanto un formato individual como grupal, dependiendo de las ca-
racterísticas específicas de la población a tratar.
4 Los módulos específicos de tratamiento constituyen un último elemento del proceso de intervención. Estos módulos
se han concebido dentro del programa de tratamiento para dar respuesta a aquellas necesidades específi-
cas de cada familia, de modo que no tienen por qué ser aplicados como tratamiento estándar, sino únicamente
cuando sea preciso. Así, cuando el terapeuta lo considere necesario, está previsto incluir un módulo específi-
co de intervención que responda a los problemas planteados por los pacientes. La literatura revisada y la práctica
clínica ponen de manifiesto una serie de necesidades relativamente frecuentes que han llevado a la inclusión en es-
te programa de tratamiento de módulos que den respuesta a esas exigencias. En este sentido, encontramos módulos
centrados en el manejo de la negativa por parte del menor a acudir a terapia, la presencia de ideación suicida o la
posible presencia de trastornos comórbidos como el TDAH o el consumo de alcohol y/ drogas, entre otros.
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En la Tabla 1 se presenta un breve resumen de los objetivos y técnicas aplicados en el programa de Tratamiento con
Menores.
El programa de tratamiento con los menores tiene como objetivo fundamental el de generar una nueva identidad al
margen de la violencia. Para ello, se plantea un trabajo inicial a nivel motivacional con el objetivo de reducir el pro-
blema de la elevada tasa de abandonos presente en esta población. A continuación, el proceso terapéutico avanza ha-
ciendo un especial hincapié en el groso de creencias y pensamientos que justifican la violencia y que por tanto,
favorecen el mantenimiento de la conducta agresiva. Otro elemento importante lo conforma el desarrollo de estrate-
gias centradas en el manejo emocional. Para ello, se realiza un trabajo centrado en la adquisición y/o incremento de
la respuesta empática del menor así como en el desarrollo de habilidades adaptativas de autocontrol.
Un cuarto nivel de intervención tiene que ver con el desarrollo de conductas alternativas a la violencia, mostrando
por ello interés en la mejora de habilidades de comunicación y solución de problemas que permitan al menor gestio-
nar los conflictos de manera apropiada. Por último, y como en cualquier proceso terapéutico, se introduce un módulo
destinado a la prevención de recaídas con el objetivo de mantener los logros adquiridos tras el proceso terapéutico y
tratando de evitar así el problema del mantenimiento de los logros en espacios temporales amplios. De manera com-
plementaria, se presenta en la Tabla 2 un breve resumen del Tratamiento para padres.
El programa de tratamiento para padres muestra una gran similitud con el protocolo de menores. Lo que se pretende
es desarrollar en los padres las mismas habilidades que posteriormente exigirán al menor, de manera que éstos mues-
tren un modelo de comportamiento adaptativo que favorezca tal fin.
Por último queda mencionar las características del Tratamiento para familias. El programa de tratamiento para fami-
lias tiene como objetivo fundamental poner en
práctica en sesión y bajo el control del terapeuta,
TABLA 1
PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS
todas aquellas habilidades aprendidas a lo largo del
PADRES: TRATAMIENTO DEL MENOR (GONZÁLEZ-ÁLVAREZ ET AL., 2009) proceso terapéutico. El profesional planteará diver-
sas situaciones conflictivas con el objetivo de mol-
Módulo 1: “Empezar con buen pie”
dear las estrategias puestas en marcha por cada
Sesión 1: miembro de la familia. Se trata de plantear situa-
4 Favorecer y fomentar la motivación al cambio a través de entrevista motivacional ciones generadoras de conflicto aumentando pro-
Módulo 2: “Comprender la violencia y su porqué”
gresivamente la implicación emocional de la
familia en las mismas. Un último objetivo de este
Sesiones 2 y 3: programa será realizar un trabajo conjunto de pre-
4 Comprender el concepto de violencia y su funcionalidad a través de psicoeducación
vención de recaídas con el objetivo de favorecer el
Módulo 3: “Aprender a pensar sin violencia” mantenimiento de los logros. En la Tabla 3 se
muestra de manera resumida el mismo.
Sesiones 4,5 y 6:
4 Modificar los pensamientos y creencias que justifican la violencia a través de
Continuando con el proceso de evaluación, cabe
reestructuración cognitiva destacar además, que el presente programa con-
templa la realización de evaluaciones inter trata-
Módulo 4: “Emociones que nos acercan o nos alejan de la violencia”
miento con el objetivo de evaluar y analizar las
Sesiones 7, 8 y 9: variables proceso que permitan explicar el éxito o
4 Mejorar el manejo emocional mediante psicoeducación sobre emociones fracaso de la intervención. Se trata, por tanto, de la
4 Mejorar el autocontrol del menor a través de la técnica del semáforo
realización de una evaluación continua de la evo-
4 Mejorar la respuesta empática del menor mediante role-playing e inversión de roles
lución de los casos, empleando nuevamente instru-
Módulo 5: “Una nueva forma de relacionarse con los demás” mentos válidos y fiables que permitan obtener una
variedad considerable de medidas. De esta manera,
Sesiones 10, 11, 12 y 13:
4 Mejorar las habilidades sociales del menor mediante role-playing, feedback y
entonces, podrá saberse qué variables van modifi-
modelado cándose en diferentes momentos del tratamiento y
4 Mejorar las habilidades de solución de problemas del menor mediante el
con qué intensidad.
entrenamiento en la técnica de solución de problemas (TSP)
Al hilo de lo anterior, otra cuestión de vital impor-
Módulo 6: “Una nueva historia que contar” tancia es la realización de medidas post tratamiento
con el fin de conocer el efecto que el presente pro-
Sesiones 14, 15 y 16: grama PAP pueda tener en los pacientes. Para ello,
4 Favorecer el mantenimiento de los cambios mediante la prevención de recaídas
4 Favorecer el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor mediante
se contempla una evaluación nuevamente amplia,
técnicas narrativas en la que se evalúan todas las variables tenidas en
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cuenta en el proceso de pre tratamiento y en el desarrollo del programa de intervención. Siguiendo esta línea, se
muestra también muy relevante el hecho de realizar una evaluación del mantenimiento de los potenciales cambios
que hayan podido darse tras la intervención. Para ello, en el presente programa, se contempla además, una evalua-
ción extensible en el tiempo, considerando la necesidad de realización de seguimientos prolongados, superiores a un
año de duración, con el objetivo de conocer los efectos del tratamiento a largo plazo tal y como recomiendan nume-
rosos autores y guías de interés. Por último, en lo relativo a la evaluación, se considera como aspecto fundamental el
hecho de, en la medida de lo posible, adaptarse al
contexto individual de cada paciente así como a las
TABLA 2
características idiosincráticas del mismo. Pare
PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS
ello, es necesario facilitar la individualización
PADRES: TRATAMIENTO DE LOS PADRES (GONZÁLEZ-ÁLVAREZ ET AL., 2009)
de las intervenciones, promoviendo a su vez, la
creación de enfoques flexibles. Por ello, una eva- Módulo 1: “Dando los primeros pasos”
luación promenorizada como la propuesta hasta
ahora, ayudará a considerar e incidir de manera Sesión 1:
4 Favorecer y fomentar la motivación al cambio
concreta en los principales déficits de cada sujeto, 4 Comprender el concepto de violencia y su funcionalidad a través de psicoeducación
Sesiones 2 y 3:
REFERENCIA 4 Modificar los pensamientos y creencias que justifican la violencia (reestructuración
cognitiva)
González-Álvarez, M. Gesteira, C., Fernández-
Arias, I. y García-Vera, M.P (2009). Programa de Módulo 3: “Las emociones y su relación con la violencia”
adolescentes que agreden a sus padres (P. A. P.):
una propuesta específica para el tratamiento de Sesiones 4 y 5:
4 Mejorar el manejo emocional mediante psicoeducación sobre emociones
problemas de conducta en el ámbito familiar. 4 Mejorar el autocontrol de los padres a través de la técnica del semáforo
4 Mejorar la respuesta empática mediante role-playing e inversión de roles
Psicopatología Clínica Legal y Forense, 9, 149-
170. Módulo 4: “Encontrando alternativas y poniéndolas en práctica”
Sesiones 6, 7 y 8:
4 Mejorar el manejo de contingencias de los padres mediante técnicas operantes
4 Mejorar las habilidades sociales mediante role-playing, feedback y modelado
4 Mejorar las habilidades de solución de problemas mediante el entrenamiento en la
TSP.
Sesiones 9:
4 Favorecer el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor y las
habilidades aprendidas por los padres mediante técnicas narrativas
TABLA 3
PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA MENORES QUE AGREDEN A SUS
PADRES: TRATAMIENTO DE FAMILIA (GONZÁLEZ-ÁLVAREZ ET AL., 2009)
Sesión 1:
4 Proseguir con el fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor y las
habilidades aprendidas por los padres mediante técnicas narrativas en familia
Sesiones 2, 3 y 4:
4 Fortalecer las estrategias trabajadas a lo largo de todo el proceso terapéutico
mediante la práctica conjunta de las mismas a través del juego
Sesiones 5 y 6:
4 Favorecer el mantenimiento de los cambios mediante la prevención de recaídas
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Ficha 2.
Teorías parentales sobre el inicio de la violencia
filio-parental
El equipo de Arroyo, Martínez, Suárez, Ávila y Vera (2015) realizaron recientemente un estudio exploratorio acerca
de la percepción que tienen los progenitores de familias con problemas de violencia filio-parental sobre el origen del
desarrollo de tales problemas de comportamiento en sus hijos. La información fue obtenida a partir de seis grupos de
discusión guiados por entrevistas semiestructuradas. En total, participaron 42 progenitores víctimas de violencia filio-
parental (VFP; 18 padres y 24 madres) seleccionados por muestreo intencional teórico de dos contextos: un centro de
reforma de menores y un centro privado especializado en terapia de violencia intrafamiliar. Los resultados indicaron
que, en general, los progenitores mantienen tres teorías para explicar el inicio de la VFP: (a) la teoría del alumno au-
sente, que alude al absentismo escolar como predictor de la conducta violenta; (b) la teoría del alumno consumidor,
en la que el consumo de sustancias (alcohol, cannabis y cocaína) sería el factor antecedente; y (c) la teoría de la acu-
mulación de la tensión, en la que se plantea la presencia de unos factores previos que contribuirían a incrementar el
malestar (“rabia”) que antecedería el consumo abusivo de drogas y, posteriormente, la violencia hacia los padres. A
continuación se exponen en mayor detalle estas tres teorías implícitas que, desde la perspectiva de los progenitores,
explican el primer episodio de VFP.
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amenazar porque necesita dinero. Desde que mi hijo empezó a consumir más y más todo vino junto, no quería
ir al instituto y en casa empezaron los gritos, levantar la mano (…) Se alejó de todos los que lo queríamos.”
Otra madre refiere:
“Yo no sabía a qué meterle mano primero, si llevarlo a Proyecto Hombre o internarlo por lo que nos estaba
haciendo pasar. Yo creo que la droga hizo que todo se derrumbara: familia, estudios…”
CONCLUSIONES
El objetivo del estudio aquí resumido fue conocer las teorías implícitas acerca del inicio de la VFP que sustentan los
padres que la han sufrido. Los resultados obtenidos permiten diferenciar tres teorías explicativas consideradas de gran
interés: (a) la teoría del alumno ausente, (b) la teoría del alumno consumidor y (c) la teoría de la acumulación de
tensión. En las dos primeras se optó por el sustantivo alumno por reflejar la enorme conexión intercontextos que, se-
gún los padres, existe en el inicio de la VFP. Es decir, los problemas manifestados en el contexto escolar (tanto como
hijo y alumno) se asocian con el consumo, con frecuentar amistades negativas y con la desconexión de los procesos
de desarrollo esperables para la etapa evolutiva por la que transitan.
Un aspecto importante a destacar es el acuerdo generalizado entre todos los padres sobre el inicio de la VFP al co-
mienzo de la educación secundaria. En efecto, los padres coinciden en señalar la entrada en el instituto como el pun-
to de inflexión o como un acontecimiento que precipita la expresión de conductas violentas hacia ellos. Por supuesto,
la entrada al instituto coincide con el inicio de la adolescencia, un momento evolutivo de importantes transformacio-
nes físicas y psicológicas en el ser humano, en el que también confluyen importantes cambios en el ámbito escolar y
social que, para los padres, explican la conducta del menor.
La primera teoría explicativa, desde la perspectiva parental, viene a indicar que la causa principal de la violencia ha-
cia ellos reside en las dificultades escolares. Gran parte de la investigación empírica coincide con esta idea. Así, Paul-
son et al. (1990) afirman que los jóvenes que agreden a sus padres tienen más probabilidad de aburrirse, faltar a clase
y considerar sus esfuerzos de aprendizaje como poco importantes. Otros autores constataron que las conductas dis-
ruptivas en clase, el hacer novillos, ser expulsados del centro educativo y caer en el acoso al profesorado representan
un importante predictor de conductas violentas hacia los padres, en ambos sexos de adolescentes (Kratcoski, 1985;
Pagani, Larocque, Vitaro y Tremblay, 2003). Este resultado podría sugerir que los adolescentes cometen actos vio-
lentos contra figuras de autoridad de su contexto cotidiano como expresión de rechazo, cuestionamiento y agresión
(Emler y Reicher, 1995, 2005). Se sabe que aproximadamente el 35.3% de menores que agreden a sus padres utilizan
la violencia en el contexto escolar, ya sea hacia iguales o hacia el profesorado (Ibabe, Jaureguizar y Bentler, 2013b), y
que solamente en el 5% de los casos se hace referencia explícita a una clara implicación de la familia en el proceso
escolar del menor (Romero et al., 2005).
Por su parte, en la teoría del alumno ausente, destaca un factor que parece precipitar la violencia hacia los padres.
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Bajo el término “calle”, los padres aluden a la influencia de amistades negativas, la implicación en actividades sin
ninguna supervisión de adultos y la ruptura de hábitos saludables y funcionales. Cuando se contrasta este discurso
con los resultados obtenidos en otras investigaciones, se observa de nuevo una coincidencia. En este orden de ideas,
se ha observado que los jóvenes violentos en el hogar tienen relaciones familiares poco gratificantes, se identifican
más con su grupo de pares que con sus progenitores y valoran a los amigos como los principales proveedores de apo-
yo emocional (Paulson et al., 1990). En esta línea, Ibabe et al. (2007) señalan que el 65% de los jóvenes que maltra-
tan a sus progenitores se relacionan con grupos disociales y violentos; asimismo, un 61.4% y un 65.2% presentan
conductas violentas hacia iguales y conductas violentas hacia adultos, respectivamente, en especial contra otras figu-
ras adultas de autoridad como los profesores (Ibabe et al., 2013b; Jaureguizar, Ibabe y Straus, 2013).
En opinión de Cottrell y Monk(2004), el grupo de pares contribuye fundamentalmente a las agresiones que
realiza un adolescente de dos formas, la primera alude al hecho de que los jóvenes que han sido victimizados por
sus iguales podrían utilizar la conducta violenta contra sus padres como medio para compensar los sentimientos
de impotencia y expresar su enfado en un contexto seguro (desplazamiento). La segunda hace referencia al hecho de
que algunos grupos de compañeros actúan como modelos de violencia que pueden ser utilizados por los jóvenes co-
mo una estrategia efectiva para ganar poder y control en la relación con sus progenitores. También hay una serie de
actividades prohibidas (abuso de sustancias, robo, absentismo escolar) llevadas a cabo con el grupo de iguales que,
con frecuencia, generan luchas de poder en el hogar cuando los padres tratan de establecer límites más firmes, nor-
malmente, cuando ya es demasiado tarde. Recientemente, Jaureguizar et al. (2013) encuentran que la presencia de
conductas antisociales es una de las variables mediadoras más importantes entre las relaciones familiares y la VFP,
destacando la importancia de profundizar en este tipo de estudios.
Otra de las variables que los padres resaltan en dos de los modelos explicativos es el consumo de drogas, al situarlo
como factor antecedente de la VFP. Este dato coincide con los hallazgos obtenidos por la mayoría de los autores que
estudian este tema, quienes destacan la influencia del consumo de drogas, al situarlo como factor antecedente de la
VFP. No obstante, hasta la fecha no se ha podido establecer una relación causal (Coogan, 2011; Ibabe, Jaureguizar y
Bentler, 2013a; Jackson, 2003; Pagani et al., 2003), pero sí se ha podido establecer una relación con un consumo pro-
blemático (Calvete et al., 2013, 2014a). Por ejemplo, en el estudio realizado por Pagani et al. (2003) se encontró que
el alto nivel de consumo de drogas (tanto alcohol como otras sustancias ilegales) era un predictor significativo de la
violencia, fundamentalmente verbal, hacia las madres, explicando en torno a un 60% de la conducta violenta. Por su
parte, Cottrell y Monk (2004) observaron que el 50% de los jóvenes agresores que conformaban la muestra de su estu-
dio también consumían drogas.
Varios autores señalan que el abuso de alcohol y otras drogas no causa la violencia, sino que incrementa la proba-
bilidad de que ocurra, así como la severidad con la que ocurre. Además, suelen ser los chicos más que las chicas
quienes suelen ser violentos bajo sus efectos (Cottrell, 2001; Ibabe et al., 2013a; Walsh y Krienert, 2007).
Un aspecto común a las tres teorías implícitas, emergentes en este estudio, es que los padres consideran que los
factores distales son externos al control de los hijos. A su juicio, la VFP resulta del fracaso escolar, de la elección
inadecuada de amistades y del consumo de sustancias psicoactivas, lo cual conlleva el abandono de las pautas
normativas que los padres consideran han transmitido a sus hijos. En consonancia, los padres no consideran que la
conducta violenta sea la consecuencia de una enfermedad, rasgos de personalidad, etc. Los padres separan proble-
mas y personas, no etiquetan al hijo sino a su conducta, liberándolo de cualquier responsabilidad, de la cual ellos
también se excluyen, un aspecto abundantemente contrastado por los terapeutas familiares especializados en esta te-
mática. Estos datos contradicen parcialmente los hallazgos de Calvete et al. (2014b), quienes encuentran que la atri-
bución a las características temperamentales de los hijos para las madres y el mal funcionamiento de la ley y de las
instituciones para los padres estaría explicando la conducta violenta de sus hijos. Ahora bien, en el presente estudio
se encontró que las madres sí reportan que el cambio de amigos se relaciona con el inicio de la VFP. Este es un aspec-
to de gran interés y relevancia que merece una mayor exploración en futuras investigaciones.
Únicamente en la teoría implícita de acumulación de tensión se considera que la violencia hacia los padres puede
estar asociada con un estilo parental particular. Sin embargo, las teorías restantes ponen el foco en ámbitos ajenos al
familiar y destacan la visión de la familia despojada de poder como un agente que poco puede hacer ante estos facto-
res sino sufrir sus consecuencias. Esta victimización, aparentemente sin culpa, parece que desempeña un rol de pro-
tección para padres e hijos, particularmente, los protege de los procesos atribucionales de culpabilización, así como
de la evitación del sentimiento de fracaso como educadores. Ahora bien, estas teorías de los padres se alejan sustan-
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cialmente de la evidencia empírica, en el sentido de que los estilos parentales en la VFP, sobre todo el permisivo-ne-
gligente y autoritario- punitivo, son las dimensiones más relevantes en la explicación de esta conducta (Calvete et al.,
2014a; Routt y Anderson, 2011; Tew y Nixon, 2010). Una mayor profundización en este sentido sería recomenda-
ble, pudiendo analizarse los distintos estilos de socialización familiar, en relación con las distintas formas de inter-
vención familiar en casos de VFP (negación, denuncia, internamiento, psicoterapia, etc.), así como al propio
sentimiento de culpa y vergüenza.
Estos hallazgos pueden tener claras implicaciones para la práctica profesional, en la medida en que aportan ideas
sugerentes para el trabajo terapéutico con las familias. Un primer aspecto que se debe trabajar a la luz de los resulta-
dos obtenidos es la toma de conciencia del papel desempeñado por los padres en la génesis de la VFP, no solamente
como víctimas sino también como agentes socializadores cuyas prácticas educativas se relacionan con la conducta
del menor. Este proceso de concienciación y asunción de la responsabilidad tiene el fin de abandonar el rol de vícti-
ma y tomar conciencia de su papel como agentes del cambio en sus hijos. En este sentido, resulta de gran interés que
las intervenciones vayan dirigidas a dotar a los padres de habilidades parentales encaminadas a establecer límites, evi-
tar la excesiva indulgencia como el uso del castigo físico y mejorar la comunicación parento-filial.
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