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Esperanza

Josef Pieper

«Aun cuando me diera la muerte, esperaré en El»


(Iob 13, 15)

I. Acerca del Concepto de «Status Viatoris»

Cuando se habla del hombre como «peregrino en la tierra», del «peregrinaje» de


la vida terrena, una especie de unción melodramática suele desvirtuar no sólo la
seriedad y virilidad de esta expresión, sino también su fuerza como imperativo.
Esas palabras no son ya el claro espejo de la realidad que deben en primer
término reflejar. Su sentido originario queda encubierto por diversas resonancias
de carácter estético e irresponsable; casi le oculta un velo de alusiones
secundarias perturbadoras, cuyo falso sentimentalismo priva al hombre de hoy, y
ante todo a la joven generación y quizá precisamente a los mejores de ella, del
placer de encontrarse con la realidad última a que se alude en aquellas palabras.

Sin embargo, dicha expresión pertenece a los fundamentos de la humana


existencia cristiana, pues el concepto de status viatoris es uno de los conceptos
fundamentales de toda teoría cristiana de la vida.

Viator quiere decir el que está en camino, y status viatoris, el estado del ser que
está en camino. El concepto opuesto correspondiente es el status
comprehensoris. Quien ha captado, logrado, alcanzado, no es ya viator,
sino comprehensor; la Teología ha tomado esta palabra de una carta de San
Pablo: «Hermanos, yo no creo haber logrado (comprehendisse) aún el fin»
(Epístola a los Filipenses 3, 13). Estar en camino, ser viator, quiere decir caminar
hacia la felicidad; haber alcanzado, ser comprehensor, quiere decir poseer la
felicidad. Con la palabra felicidad, sin embargo, se entiende ante todo la
plenitud objetiva en el orden del ser, y sólo en segundo lugar la respuesta
subjetiva a esta plenitud. Y dicha plenitud es la visión beatífica de Dios.

Los conceptos status viatoris y status comprehensoris caracterizan de forma


absoluta los modos de ser primarios de toda criatura, ante todo los del hombre.
Más o menos expresamente, casi todas las tesis teológicas relativas al hombre (y
al ángel) están referidas a uno de estos conceptos; y es sorprendente cómo
muchos conceptos fundamentales de la teología tienen un doble sentido según
sean en orden al estado del ser que está en camino o al de la posesión alcanzada.
Es casi imposible una afirmación que cale más profundamente en la zona más
íntima de la existencia creada que la de que el hombre hasta su muerte está in
statu viatoris, en el estado de un ser en camino.

La explicación que de esta tesis da la piedad popular —que el alma humana


después de esta vida terrena sin reposo logra el descanso de la patria celestial—,
a pesar de ser superior en grado sumo a la desesperación racionalista del hombre
humano, sin embargo, sólo es la fórmula abreviada, plástica y expresiva, de un
comportamiento metafísico que transparenta únicamente de un modo imperfecto
el pensamiento popular y cuya iluminación puede llevar al espíritu humano al
más profundo conocimiento de su propia existencia.

El estado del ser en camino no es, en su sentido más inmediato y externo, una
determinación local. Este estado expresa más bien la constitución más íntima del
ser de la criatura. Es el intrínseco y entitativo «aún no» de la criatura.

El «aún no» del status viatoris incluye en sí dos aspectos, uno negativo y otro
positivo: el no ser plenitud y el ser encaminamiento hacia la plenitud.

Lo que ante todo constituye y fundamenta el lado negativo del status viatoris es
la proximidad, en el orden de la existencia, de la criatura a la nada. Esta
relación de la criatura con la nada radica en el hecho primario de que todo lo
creado se crea de la nada.

Este hecho se manifiesta en el reverso de la libertad humana, en la posibilidad


de pecar; pues los pecados no son más que un viraje hacia la nada: «No se puede
sustraer, de un modo natural, la criatura dotada de razón a la posibilidad de
pecar; pues, por el mismo hecho de que procede de la nada, su poder se puede
dirigir hacia el no ser». La supresión del status viatoris y el ingreso en el status
comprehensoris significa que este poder de la criatura de dirigirse libremente
hacia la nada queda impedido (ligatur) por la unión sobrenatural con el ser
absoluto. La libertad de pecar se convierte en la libertad, de orden superior, de
no poder pecar.

La parte positiva que encierra el concepto del ser en camino, el intrínseco


encaminamiento del ser de la criatura hacia la plenitud, se revela ante todo en
su virtud que tiene el hombre de fundamentar con su propia acción una especie
de justa «aspiración» a un término feliz de su camino. Esta virtud no es más que
la posibilidad de la actuación «meritoria», que tiene, pues, el carácter de un
auténtico «paso». (Con esto no se toca la cuestión de que la actuación «meritoria
» presupone algo que no se puede merecer»). El status comprehensorissatisface
la «aspiración» de los «méritos» y aquella posibilidad de acción meritoria
desaparece como tal, así como la libertad para pecar.

En el tránsito del estado del ser en camino al status comprehensoris queda,


pues, superado el status viatoris en su aspecto negativo y en su aspecto positivo:
la posibilidad del viraje hacia la nada queda superada por la fijación definitiva
del ser, y la aspiración y el encaminamiento hacia la plenitud, por esta misma.

El status viatoris termina en el instante en que la revocabilidad limita con la


irrevocabilidad. Este instante consagra no sólo la plenitud, sino también la no
plenitud. También la decisión en favor de la nada es en ese momento definitiva.
Queda superado el estado del ser en camino, tanto en uno como en otro caso;
también «Satán perdió en un instante por su pecado el status viatoris».

La condenación es la irrevocable fijación de la voluntad en la nada;


la confirmatio in bonoes, como el status comprehensoris, el «afianzamiento» de
la voluntad en el Ser Supremo. En la condenación, el aspecto positivo del status
viatoris, el encaminamiento hacia la plenitud, queda definitivamente suprimido y
destruido; y el aspecto negativo se convierte, aislado, en una magnitud absoluta.
El intrínseco «aún no» del ser de la criatura se convierte simplemente en un
intrínseco y entitativo «no».

El «camino» del hombre conduce a la muerte. Desde que el hombre, al comienzo


de su historia, quedó por el pecado bajo la ley de la muerte, su vida se convirtió
en un incipiente morir. El «camino» del hombre lleva a la muerte como fin suyo,
pero no como su sentido. El sentido del status viatoris es el status
comprehensoris. Para el hombre, pues, el status viatoris dura tanto como su
existencia corporal; el status viatoris termina con su existencia corporal. Por eso
el «camino» del hombre es la «temporalidad» misma. Así pues, sólo hay tiempo
cuando se considera lo perecedero del hombre. La unión del espíritu con el
cuerpo funda su unión con el tiempo; el espíritu en sí, y el del hombre también,
está «por encima del tiempo». En la muerte, puesto que el hombre pierde
el status viatoris, se sale también del tiempo. Lo cual no quiere decir que
ingrese en el ámbito de la eternidad propia de Dios.

La «filosofía existencial» actual, que considera la existencia humana, como «ser


para la muerte», exclusivamente en su temporalidad, tiene completa razón en la
medida en que se opone a una teoría idealista del hombre en la que el status
viatoris aparece revestido, en oposición a su ser mismo, de una semejanza divina
intemporal. Pero en la medida en que esta «filosofía existencial» concibe la
existencia del hombre como esencialmente y «en la raíz de su ser temporal»
(Heidegger), no se da cuenta de la verdadera índole de su objeto. La existencia
humana es temporal sólo como status viatoris. Quien intenta, pues, concebir la
temporalidad, sin restricción alguna, como la nota esencial absolutamente
necesaria de la existencia humana, no solamente no ve el «allende» del tiempo,
sino tampoco el sentido de la existencia misma intratemporal. El idealismo yerra
en el conocimiento de la esencia de la existencia humana porque «se deja»
el status viatoris, y a la «filosofía existencial» le ocurre lo propio, porque niega
el carácter de «camino» que tiene el status viatoris, su encaminamiento hacia la
plenitud allende del tiempo, y en rigor, por tanto, el status viatoris mismo.
También los ángeles, los santos y los caídos fueron, en sentido estricto, viatores,
estuvieron «en camino». Pero su camino no era la «temporalidad» (lo cual no
quiere decir que participen de la eternidad de Dios). Para el ángel era el status
viatoris un instante único —«instante» quiere decir ya tiempo; no podemos
pensar sino de una forma temporal—, un instante de la posibilidad de una
decisión espiritual hacia Dios o contra El. Desde el primer momento de su
existencia el ángel estaba «al final de su camino»; el margen de un único acto
intemporal de decisión le separaba de su fin. Este acto suprimió en el ángel
el status viatoris.

Dice Santo Tomás que Dios ha fijado al hombre un «camino más largo» que el del
ángel, porque el hombre, en la jerarquía de las naturalezas, está más alejado de
Dios propter maiorem distantiam a Deo secundum ordinem naturarum.

El concepto de status viatoris describe en un especial sentido la estructura


interna del hombre como criatura.

La condición del hombre de ser criatura se revela particularmente en la profunda


diferencia entitativa frente a Dios, que se expresa con el principio de la
«analogía del ser». Esta diferencia está ante todo en el hecho de que Dios es el
ser sin más, en cuya plenitud entitativa la esencia y la existencia son una misma
cosa; mientras que el hombre ya no «es» su esencia, sino que «se hace». Este
carácter que tiene lo creado resalta de un modo especialmente claro en el
concepto de status viatoris; en el «aún no» del ser en camino se ve como en un
espejo de aumento la distensión del «ser» creado «que se hace» (Przywara),
entre los límites del ser y de la nada.

Ser criatura quiere decir «estar sosteniéndose dentro de la nada» (Heidegger);


pero, además, ser criatura significa estar fundamentándose en el ser absoluto y
estar orientándose fácilmente hacia el ser: hacia el ser propio y hacia el ser
divino al mismo tiempo. Y se tiene razón al decir que «los seres creados podrían,
puesto que proceden de la nada, volver a ella de nuevo, si Dios quisiera». Sin
embargo, Dios «ha creado todo para que exista» (Libro de la Sabiduría 1, 14).
Entre las innumerables objeciones que Santo Tomás se hace a sí mismo en sus
cuestiones, se encuentra una frase que literalmente podría hallarse en los libros
de la nihilista «filosofía existencial» de nuestro tiempo: proprius motus naturae
ex nihilo existentis est ut in nihilum tendat, el movimiento propio de un ser que
procede de la nada se dirige a la nada. Y a continuación el Doctor Universal de la
Iglesia da la siguiente respuesta: la dirección hacia la nada no es el movimiento
propio del ser natural, el cual siempre se dirige al bien (bien, sin embargo,
quiere decir ente), sino que la dirección hacia la nada se presenta precisamente
por la falta de aquel movimiento propio. A pesar de todas las posibilidades de
abismarse en la nada, la dirección del «camino» apunta al ser, tanto que incluso
la decisión por la nada, para ser posible, ha de tener la máscara de una decisión
por el ser.
La distensión que la existencia creada mantiene entre el ser y la nada no se
puede entender nunca como si la referencia a la nada estuviese simplemente
yuxtapuesta en el mismo plano a la referencia al ser o superpuesta o antepuesta.
El «camino» del homo viator, del «hombre en camino», no es un desorientado ir
y venir entre el ser y la nada: lleva al ser y se aparta de la nada, lleva a la
realización y no al aniquilamiento, aunque la realización «aún no» se cumple y el
abismarse en la nada «aún no» es imposible.

Para el hombre, que en status viatoris experimenta ser esencialmente criatura,


el «ser que aún no es» de su propio existir, sólo hay una respuesta a esa
experiencia. La respuesta no puede ser la desesperación, pues el sentido de la
existencia creada no es la nada, sino el ser, es decir, la verdad.

La contestación no puede ser tampoco la descansada seguridad de poseer, pues


entonces el «ser que se hace» de la criatura bordea peligrosamente la nada.
Ambas, la desesperación y la seguridad de la posesión, contradicen la verdad de
los hechos reales. La única respuesta que corresponde a la situación real de la
existencia humana es la esperanza. La virtud de la esperanza es la virtud
primaria correspondiente al status viatoris; es la auténtica virtud del «aún no».

En la virtud de la esperanza se entiende y afirma el hombre ante todo como ser


creado, como criatura de Dios.

Fuente: Josef Pieper, Las Virtudes Fundamentales,


Ediciones Rialp - Grupo Editor Quinto Centenario, Bogotá 1988, páginas 367-375.

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