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MAMAMORFOSIS

Las 200 caras de la Luna

Un libro que recoge testimonios reales


sobre maternidad consciente de 200 madres
de todo el mundo.
Promotora y coordinadora:
Maribel Jiménez Espinosa (Aguamarina,
autora del blog De mi casa al mundo).
Mamamorfosis, las 200 caras de la Luna

I edición digital 15 de septiembre de 2015.

Idea original, promotora y coordinadora del proyecto:


Maribel Jiménez Espinosa (Aguamarina, del blog
De mi casa al mundo).

Ilustración y diseño de portada: Mommo

Diseño de interior: Editorial Minis

Mamamorfosis. Las 200 caras de la Luna by Maribel


Jiménez Espinosa is licensed under a Creative Commons
Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual.

4.0 Internacional License. Creado a partir de la obra en:


http://www.demicasaalmundo.com/p/mamamorfosis
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/
Dedicado a:
Todos los hijos e hijas de las 200 caras de la Luna
Por orden alfabético y nombrándolos a todos:

Abril, Abril, Abril, Abril, Ad., Adam, Adrián, Adriana, Agustín, Aiko, Aila,
Aitana, Aitana, Alba, Alba, Alba, Alegría, Alejandro, Alia, Alicia, Alicia, Alma,
Amalia, Amanda, Ana, AnaMa, Ananda, Ángel, Ángel, Ángela, Anka, Antía,
Aquiles, Ara, Arán, Ariadna, Arnau, Aurora Luna, Axel, Azul, Berta, Bichito,
Biel, Bruno, Candela, Cangrejito, Carlota, Carolina, Celeste, Ciruelina Azul,
Ciruelina Marrón, Clara, Claudia, Cloe, Daibel, Dalia, Daniel, Daniel, Daniel,
Daniel, Didac, Doan, Eduardo, Elena, Elisa RG, Ella, Eloi, Eloísa, Elsa, Elsa, Elsa,
Emma, Emma, Enara, Enrique, Eric, Eric, Erik, Esteban, Estel, Eva, Fátima, Flor,
Franc, Gabriel, Gaby, Gael, Garbancita, Gema, Gerard, Guille, Guim, Héctor,
hijo de Raquel Galavís, hijos de Abedul, hijos de Wikitoria, Hugo, Indio, Inés,
Irene, Iria, Iris, Iris, Israel, Iu, Izan, J., J., Jade, Jaime, Jara, Javier, Jorgeras,
Juan Pablo, Juan Pablo, Juanjo, Julia, Julia, Júlia, Júlia, Julián, Julieta, Julieta,
Kaelí Arnau, Kai, Kenji, Kerala, Kilian, Kimetz, Kiran, Krzyś, L., Lao, Laura, Layla
Yumari, Leo, Leo, Leonardo, Li., Liam, Lila, Little D., Little Light of Love, Lluc,
Lluna, Lola, Lola, Lorenzo, Luca, Lucas, Lucía, Lucía, Luis, Luna, Lur, M., M., M.,
Maia, Maití, Manuel, Manuel, Marc, Marc, Marco Hoang, Marcos, María, María,
Mariana, Mariano, Marina, Marina, Marta, Martí, Martín, Martín, Martín, Mateo,
Mateo, Mathias, Matilde, Matis, Mauro, Maya, Mía, Milena, Mirulina, Moon,
Muhammad Gabriel, Nala, Narada Agustín, Naya, Nerius, Nico, Nicolás, Nicolás,
Nicolás, Nina, Noa, Nohan, Nora, Nuara, Nur, Núria Queralt, Oier, Ojos Negros
Saltimbanqui, Ojospardos, Oliver, Olivia, Olmo, Pablo, Pablo, Pablo, Pau, Paula,
Paula, Penélope, Perdigón, Pestiño, Petunia, Pirata, Queen Elsa, Quim, Quim,
Rafael, Rainbow, Raúl, Rayo, Rodrigo, Roger, Roger, Romeo, Rosa Linda, Ruby,
Sachayoj, Samuel, Santiago, Santiago, Sara, Sarah, Sary, Saule, Sebastián, Sofía,
Sol, Sol, Sonrisas, Sun, Sunflower, Superboy, Suyay, Talia, Tao, Teo, Tommaso,
Uma, Uma, Unai, Valeria, Vega, Vera, Vida, Zoe.
Dicen de Mamamorfosis…

Había una vez un lugar fuera del tiempo y


del espacio en que se alinearon las mentes,
los cuerpos y los corazones de un puñado
de mujeres convertidas en madres, que quis-
ieron contar al mundo sus propios cuentos y
sus propios llantos. Fueron atraídas por cier-
tas melodías que resonaban en sus verdades
internas y —dejándose fluir— fueron llegando
a un mismo jardín cuya dueña era la mismí-
sima naturaleza femenina. Sucedió que la
música era tan agradable que otros espíritus
se hicieron presentes formando un círculo tan
invisible como mágico. Entonces aconteció lo
inevitable: se sumaron espontáneamente los
bebés que gateaban, los niños que trepaban,
las niñas que corrían y los jóvenes que enam-
oraban. Incluso aparecieron otras criaturas
celestiales que lanzaban gotitas con perfume
de rosas y perlas rociadas con agua de aza-
har. Las mujeres abrazaban a los niños y los
niños abrazaban la vida. La felicidad fue tal,
que todos comprendieron que no habría fies-
ta más divertida, reunión más exitosa ni even-
to más interesante que reunir las conciencias
de las mujeres que aman a sus hijos. A partir
de ese acontecimiento singular, el mundo ya
no fue el mismo. Esas memorias fueron escri-
tas en un libro sagrado y lanzado a los cuatro
vientos.

Y hubo otra vez más en un lugar fuera
del tiempo y del espacio en que se alinearon
las mentes, los cuerpos y los corazones de un
puñado de mujeres convertidas en madres.
Fue cuando Mamamorfosis volvió a contar sus
cuentos, sus llantos y sus sueños. Y la rueda
de la vida siguió girando.

Mis bendiciones y todo mi amor para


las mujeres y los varones de Mamamorfosis.

Laura Gutman
Terapeuta y escritora
Laura Gutman
Madres que te abren la puerta de sus casas
aunque los muebles tengan polvo y hayan
pelusas.
Madres que se juntan para contarse sus histo-
rias de parto, sus lactancias, sus crianzas, sus
heridas, sus imperfecciones, sus deseos y sus
miedos más profundos.
Madres que crean —de la nada— una Tribu a su
alrededor.
Madres que teniendo historias complejas de
desamparo y violencia siendo niñas, son ca-
paces de poner un poco más de Amor en cir-
culación para con sus hijos.
Madres que, aun sabiéndose perfectamente
imperfectas, no se esconden de ellas mismas.
Madres que se dan a sí mismas el Amor que
nadie les dio.
Madres que anteponen el deseo de un niño
pequeñito a la mirada crítica de un adulto.
Madres que aprenden a dar lo que no reci-
bieron.
Madres que se ríen de sus propias rigideces y
fluyen con la Vida.
Madres que aprenden de sus hijos a vivir ple-
namente el presente.
Madres de carne y hueso, de sangre y de le-
che.
Madres despiertas que sueñan cuando todos
duermen.
Madres dispuestas a sumergirse en la mater-
nidad hasta encontrarse a ellas mismas.
Madres vulnerables y poderosas.
Madres en transformación, madres en meta-
morfosis.
A todas vosotras gracias. Gracias por dar valor
a lo que aún tan pocos valoran.
Gracias por poner palabras a una realidad
compartida por tantas mujeres pero invisible
aún a los ojos de esta sociedad, que tanto
desprotege a la maternidad y a la crianza.

Cristina Romero
Directora de la revista Tu Bebé, autora del
libro Pintará los soles de su camino.
Despertar en la luz


Cuando estaba embarazada por pri-
mera vez, todo el mundo tenía consejos para
mí: “aprovecha ahora para leer”, “aprovecha
para dormir”, “aprovecha para salir”, etc. Yo
pensaba que exageraban, que a mí no me pa-
saría lo mismo que a ellos, yo sabría hacer las
cosas diferente. Pero no, no supe. Tendría que
haberles hecho caso. Entonces no sabía que a
todos los padres nos pasan las mismas cosas.

La maternidad cambió la forma en la


que vivo. Ahora mis decisiones no sólo me
afectan a mí; ahora soy responsable y sin em-
bargo me siento también más libre. Desde el
principio he querido ser la mejor madre para
mis hijas y he puesto todo mi empeño, ener-
gía e ilusión en relacionarme con ellas con
amor y ternura, responder a sus necesidades,
darles mi apoyo e intentar no hacerles daño.
No siempre he sabido hacerlo. Y en esas oca-
siones he sentido mucha frustración e impo-
tencia. Me he sentido culpable y he pensado
que era la peor madre que mis hijas podrían
tener. He sentido vergüenza y me he sentido
muy, muy sola. En esas ocasiones siempre se
me olvida que a todos los padres nos pasan
las mismas cosas.
A través de los testimonios de madres
conscientes, Mamamorfosis nos proporciona
una ayuda fundamental: nos recuerda que no
estamos solas y nos insufla la energía para se-
guir buscando nuestro camino.

Laura Díaz de Entresotos Bajo


Psicóloga especializada
en educación consciente
Aware Parenting

No es fácil ser madres hoy, en la era de la


máxima información y de la mayor desco-
nexión con el instinto maternal. Este libro no
te ofrecerá aún más información, sino que te
acercará a los corazones de madres llenas de
instinto, que se confrontan con éste, con su
amor y con su sombra. Madres dispuestas a
vivir (y a sufrir) plena y conscientemente su
maternidad, más allá de los estándares esta-
blecidos.

Tamara Chubarovsky
Experta en desarrollo sensomotriz y del len-
guaje en niños y desarrollo personal
a través de la voz
Voz y movimiento
Soy amante de la inteligencia colectiva y
los proyectos colaborativos. Me encanta ver
cómo todo fluye cuando de forma desintere-
sada pones en marcha un proyecto útil y bo-
nito, implicando a otra gente. Por eso cuando
me invitaron a amadrinar #mamamorfosis no
lo dudé ni un minuto. Solo el nombre ya me
parece absolutamente sugerente: creo que
en mayor o menor medida toda mujer experi-
menta una auténtica metamorfosis al ser ma-
dre. 

Yo, que soy una persona muy activa, que no


puedo pasar un minuto sin hacer nada, de-
diqué los cuatro meses de la baja maternal a
mirar a mi hijo y a tratar de entender lo que
pasaba a mi alrededor, a repasar mi pasado
y replantearme mi futuro, a restablecer mi
orden de prioridades y valorar lo verdadera-
mente importante.

Ser madre me ha hecho conocerme mejor.


Saber quién soy y quién quiero llegar a ser.
Mi hijo me ha enseñado a vivir despacio, a
disfrutar de las pequeñas cosas, a redescubrir
el mundo…Me ha enseñado que una flor de
papel huele tan bien como la rosa más fres-
ca del jardín, que se puede hacer música con
cualquier cosa y que un ratón de ordenador
puede ser un aspirador. ¡La imaginación no
tiene límites! 

Son tantas las cosas que me ha enseñado, tan-


tas las cosas que he aprendido desde que soy
madre, que me gustaría haber sido una de las
200 caras de la luna. Ahora estoy deseando
sumergirme en estas líneas para conocerlas a
todas. 
Usúe Madinaveitia
Promotora del movimiento social
#mamiconcilia
Mami concilia

“Ser madre no te cambia la vida, le da sentido


a tu existencia”.
Recuerdo una conversación con mi amigo
Miguel, Doctor en Biología, cuando le conté
que estaba embarazada de mi primer hijo, a
lo que él me contestó que para eso realmente
veníamos a este mundo, para reproducirnos.
Es el acto más animal, natural y orgánico que
un ser humano puede hacer y que te llena de
una felicidad tan inmensa que uno solo pue-
de llegar a entender cuando ha pasado por
lo mismo. Tener un hijo es un acto de gene-
rosidad y más en la época en la que vivimos,
donde uno va posponiéndolo para más ade-
lante demasiado atareado en proyectos que
no acaban. Y con esa sensación, que nos ha
pasado a muchos, de que nunca es el buen
momento.

Y ahora estoy convencida de que siempre es


el buen momento.

Los hijos llegan cuando tienen que llegar.

Y a pesar de la noches de insomnio, los dolo-


res, los miedos y de abandonar y retrasar un
montón de planes que tenías entre manos,
son el mejor regalo. Es un proyecto fruto del
amor y de la necesidad de transmitir y dar
todo lo que tienes sin pedir nada a cambio.
Bueno sí, a cambio de que me obedezcan y
de que no sean contestones por favor.

Tengo la suerte de tener a mi lado a un hom-


bre maravilloso, lleno de amor, de energía y
que me quita todos mis miedos. Somos un
equipo. Le encanta la familia y hacer planes
familiares. Él hace que todo sea más fácil.

Después de que naciera nuestro primer hijo,


León, teníamos claro que queríamos tener
otro y entonces llegó Catalina a los 2 años.

El día que di a luz a Catalina, cuando entré en


el “paritorio”, ese lugar que tantas veces se ha
retratado en las películas y que es tan cinema-
tográfico, ese lugar que recuerdo con tanto
cariño, ya que es la meta de un viaje muy lar-
go en el que la recompensa está a punto de
llegar a tus brazos, en ese instante supe que
no era la última vez que iba a estar allí. Lo últi-
mo que podía pensar en ese momento era en
otro embarazo, pero la idea de otro hijo pasó
por mi mente como algo secreto que no pue-
des compartir con nadie porque van a pensar
que estás loca.

Tengo dos hijos preciosos, que me enseñan


cada día y me hacen descubrir y aprender co-
sas nuevas. Mi único deseo es que estén sanos
y que sean felices. Y estoy casi segura de que
todas la madres que han participado en #ma-
mamorfosis, este proyecto tan bonito, desean
lo mismo para sus hijos. Qué bueno encontrar
un espacio en el que poder compartir con las
demás madres nuestras experiencias.

¡Enhorabuena por el proyecto!

Lucía Jiménez
Actriz y cantante española
@luciajimeneztv

De momento, en mi corta vida como madre,


entre otras muchas confusiones, he llegado a
dos conclusiones bastante claras:

La primera, y la menos buena, es que cuando


nace tu primer hijo, al principio, dejas de ser
tú. No sé si poca gente lo vive o poca gente se
atreve a hacerlo público, pero quizás este avi-
so pueda servir a futuras madres. Al principio,
tu independencia se ve mermada a cero, por-
que ya no tienes tiempo real ni para ti, ni para
tus hobbies y si se da el caso de que puedas
seguir haciéndolos, siempre tienes esa par-
te de tu mente y de tu corazón que están en
otro lugar que no es el tuyo, sino en el de tu
hijo, en el de su propio bien. Puede parecer
exagerado, pero una vez aceptas que ya no
vas a volver a lo de antes y maldices no haber
hecho no sé qué viaje pendiente de aventuras
antes de parir (aunque lo hagas ahora ya no
será lo mismo que ir sola), la cosa va mucho
más rodada. Sí que habrá algunos momentos
de angustia que surgen de tu inconsciente,
explosiones súbitas de mal humor o desespe-
raciones varias que se alternan entre lloros o
peticiones a Dios para que te ayude a supe-
rar alguna situación, pero tu parte consciente
estará recordándote que quieres hacer de tu
hijo una buena persona para este planeta y
que vas a ayudarle a forjar los cimientos para
que sea un ser feliz.

El segundo fenómeno que tengo claro es lo


que aprendo cada día tras ser madre. La ma-
nera en que Kilian, nuestro hijo, descubre y se
sorprende por cosas que yo había olvidado
que eran extraordinarias: un simple interrup-
tor, resultado de horas y horas de estudios
y laboratorios. El viento que hace volar una
hoja recién caída, demostrando leyes básicas
de la física. El vuelo de un avión, desafiando
la gravedad. Una simple mirada, lo que tanto
puede expresar. La pureza de un animal, la
belleza de una flor o el sabor de un tomate re-
cién cogido del huerto. ¡Tantas y tantas cosas!
Veo su cara llena de alegría pura, de sorpre-
sa por la vida misma y al observarle siempre
descubro con él algún nuevo acontecimiento.
Es increíble que alguien tan pequeño e inex-
perto tenga la más sabia de las actitudes: re-
cordarte cada día que hay que agradecer vivir
en este precioso planeta y sobretodo no dejar
de admirar cada uno de sus sucesos.

Gracias por vuestra iniciativa.

Andrea Fuentes
Medallista olímpica española
Andrea Fuentes

Este es un libro sobre maternidad y crianza es-


crito por las principales expertas: las madres.

Las mujeres llevamos decenas de años, por


no decir algún siglo que otro, ocupando un
lugar subordinado con respecto a los profe-
sionales, siendo objeto de sus intervenciones,
no siempre acertadas, y recibiendo instruc-
ciones y consejos sobre todo lo concernien-
te a la maternidad: cómo llevar el embarazo,
como parir, como criar a nuestros hijos, como
amamantar, cuanto tiempo amamantar, si co-
ger en brazos a nuestros bebés o no, como
gestionar el sueño de nuestros hijos, cómo
educarles…

Esto es así no sólo por motivos culturales. Hay


un momento crítico en la vida de toda madre
que tiene una influencia decisiva en todo lo
que ocurre después: el parto. Que la atención
al parto convencional reprima nuestra fisiolo-
gía, ignore nuestras necesidades y sustituya
nuestras maravillosas hormonas por sustan-
cias químicas de síntesis que desvirtúan la ex-
periencia no es algo inocuo.

Una de las consecuencias es la desconexión


de nosotras mismas y de nuestras hijas e hijos,
la extrañeza ante nuestro cuerpo o ante nues-
tro bebé, la desconfianza hacia la propia na-
turaleza. No damos crédito a nuestra intuición
porque nos hemos desconectado, no con-
fiamos en ella, no es “científica”. Los “exper-
tos” nos dicen entonces cómo deben ser las
madres, cómo debemos de comportarnos,
qué debemos hacer o no hacer, qué es nor-
mal y qué no; en suma, como portarnos bien.
Nos recuerdan constantemente todo lo que
puede ir mal, pero no nos dicen que muchas
reacciones y situaciones consideradas pato-
lógicas son en realidad reacciones normales
a situaciones anormales, no previstas por la
naturaleza, contrarias a nuestras necesidades.

Hoy ya sabemos que muchos postulados de


la cultura convencional de la maternidad y la
crianza están más basadas en creencias que
en la ciencia, en los prejuicios personales más
que en la observación de lo que es, en autén-
ticos mitos, más que en la verdad. A pesar de
ello, muchas madres siguen recibiendo una
asistencia y unos consejos obsoletos que per-
petúan la desconexión de su naturaleza y de
su bebé, y que se siguen transmitiendo a las
siguientes generaciones de madres, aunque
ya se haya demostrado cuan equivocados es-
tán.

Afortunadamente, eso ha empezado a cam-


biar. Ha llegado el momento de hablar con
libertad, de escucharnos unas a otras, de ob-
servar y aprender de lo que observamos, de
poner voz a las legítimas demandas de nues-
tras hijas e hijos y a nuestras necesidades, de
entender el valor de la tribu y encontrar nue-
vas fórmulas para re-encontrarla, de re-gene-
rar una cultura de la maternidad y la crianza
propia, basada en nuestra propia experiencia,
en el conocimiento profundo de nuestra pro-
pia naturaleza. Una cultura que reconozca el
valor de escuchar y satisfacer las necesidades
profundas de los bebés y las familias, y la im-
portancia de transmitir esta cultura entre no-
sotras y a nuestros hijos e hijas sin intermedia-
rios, traductores ni “expertos” que en realidad
transmiten sus propias creencias y opiniones.
Volver a ser protagonistas de nuestra mater-
nidad.

El premio es para todos: una sociedad más


saludable no sólo física sino emocional y
mentalmente. Estamos criando futuros ciuda-
danos, la sociedad de mañana. Nada menos.
Eso tiene un valor, merecemos todo el apoyo.

Vivimos un momento histórico: por primera


vez, la ciencia respalda de forma unánime la
intuición de las madres. Por primera vez, la
ciencia está demostrando que detrás de los
comportamientos instintivos de los bebés
y las madres está la inteligencia innata de la
naturaleza, que se manifiesta a través de una
psicofisiología precisa, perfecta y autorregu-
lada, de unos instintos afinados a lo largo de
milenios, si se dan las condiciones apropia-
das. Por primera vez vamos sabiendo cuáles
son esas condiciones apropiadas. Por primera
vez sabemos que no necesitamos saber cada
detalle de lo que dice la ciencia, porque te-
nemos un acceso directo a esa información a
través de nuestra capacidad de observación,
de nuestra intuición, del sentido común, de la
sabiduría heredada de nuestras antepasadas
y escrita en nuestras células. Pero además te-
nemos la ciencia que corrobora todo eso, una
ciencia por una parte tan accesible y por otra
tan lejana e ignorada por ciertas estructuras.

Pero las cosas están cambiando. Por eso este


libro, que recoge la voz de las auténticas ex-
pertas en maternidad y crianza: las madres.
Estamos escribiendo nuestra propia historia.
Por fin.

Isabel Fernández del Castillo


Autora de La nueva revolución del nacimiento
Isabel Fernández del Castillo
PRÓLOGO

—”Sé el cambio que quieres ver en el


mundo”. 
Gandhi

Una vez tuve un sueño, casi una epifanía, muy


vívida, en la que una tribu de madres conec-
tadas se unían para alzar la voz. Era un grupo
de mujeres muy dispares, pero todas con una
misma motivación, recuperar el valor social
de la maternidad, acompañando y sostenien-
do amorosamente a toda madre que lo pu-
diera necesitar.
Probablemente aquella tribu que visualicé en
mi sueño era un anhelo escondido de algo
que deseé encontrar cuando yo misma me
convertí en madre.
¿Acaso sería posible constituir una tribu así?

Dejándome llevar por la intuición, y sin pen-


sármelo demasiado, publiqué un llamamien-
to urgente en mi blog.
Buscaba mamás, pero  mamás conscientes,
aquellas que han utilizado el gran poder de
autoconocimiento y transformación vital que
supone su nacimiento como madres.
Y a todas ellas les hice una petición, una única
cosa, que compartieran su testimonio con el
mundo en un proyecto literario conjunto.
Mi llamamiento se escuchó, se compartió y se
propagó de forma viral por las redes en un
efecto inesperado y súbito.
En pocos días reuní a más de  500 mujeres
de 19 países distintos  que me cedían su
voz y compartían conmigo su devenir como
madres.
Así fue como nació este libro que tienes en
tus manos, un libro de testimonios reales so-
bre maternidad consciente.
Llegados a este punto, te puedes preguntar
¿pero, qué es ser madre consciente?

Me aventuro a decir en pocas frases que…

  …una mamá consciente y consecuente, es


aquella que gracias a la maternidad reconec-
ta con su verdadera esencia.
…que gracias al privilegio de ser madre ad-
quiere una consciencia profunda y comienza
un camino de aprendizaje.
…que es  responsable profundamente  de la
manera en la que cría a sus hijos.
…que  comprende y respeta sus necesi-
dades y sus procesos evolutivos.
…que no hace lo que se espera, influenciada
por las modas o las costumbres.
…que tiene momentos de auténtica conexión
con sus hijos.
…que cría a sus hijos en libertad.
…que se encuentra en el camino de ir con-
siguiendo todo esto. Porque es un proceso,
que no se genera de un día para otro.

Este libro está escrito por madres que


han experimentado todo este despertar en
sus vidas y sin embargo son muy distintas en-
tre ellas; desde madres “estándar” a madres
solteras, madres separadas e incluso viudas,
madres enfermas, madres con hijos enfer-
mos, madres heterosexuales y también ho-
mosexuales, madres adoptivas, madres muy
jóvenes, y por supuesto más mayores…. con-
forman las 200 caras de la Luna.

Mamamorfosis es un libro concebido


de madre a madre, y está organizado para ir
mostrando el camino de transición que sub-
yace a la maternidad, desde el primer deseo
de serlo hasta las últimas fases de la crianza.
Por eso, todas las historias que se plasman
aquí son reales, están escritas desde el cora-
zón, desde el coraje y la valentía de 200 ma-
dres generosas y comprometidas. Y lo más
importante, son historias compartidas que
buscan acompañar a otras mamás, darles
sostén y apoyo, no solo en estas realidades
que aquí se plasman, en las que pueden sen-
tirse identificadas y encontrar referencias, si
no que las coautoras se ofrecen desinteresa-
damente a escuchar, alentar, acoger, orientar
a toda madre que lo requiera, y por ello al fi-
nal del libro se incluye un apartado con todos
sus datos de contacto.

Cuando promoví este proyecto, nunca


pensé que fuese un viaje tan increíble y sor-
prendente, en el que a cada paso que daba,
sentía que el universo se alineaba para que
todo fluyera. Pero debo reconocer también
que ha sido un trayecto duro y complejo, de
un desgaste emocional con el que no contaba.

Durante todo el proceso he conec-


tado profundamente con cada una de estas
mujeres; me he emocionado, he llorado, he
sufrido, se me ha puesto la piel de gallina, he
compadecido, he empatizado, me he visto
arropada y a la vez que las arropaba a todas
ellas en sus procesos personales, tan íntimos
pero tan comunes para todas.

Ha habido momentos en los que me


sentía pequeña e indefensa ante la grandeza
de estas historias genuinas, tan llenas de amor
de madre, y me he sentido una justiciera ante
la ingrata tarea de deber seleccionar los tex-
tos más representativos. Todos merecían estar
al completo, si bien he actuado en todo mo-
mento desde el corazón, y pensando en aque-
lla mujer desorientada, perdida y sola que yo
misma era cuando me convertí en madre.

Puedo decir que la producción de Ma-


mamorfosis ha sido como revivir mi puerpe-
rio, casi en toda su intensidad en pocos me-
ses, pero ha sido un viaje sanador, del que he
salido fortalecida y mucho más sabia. Por eso
sé que este libro va a ayudar a muchas ma-
más, se encuentren en el momento en el que
se encuentren, permitiéndoles aprender, en-
tender, sanar, despertar, encontrarse, cambiar
y dirigir conscientemente el rumbo de sus vi-
das y de su maternidad.
La energía femenina, dadora de amor,
que envuelve este libro se percibe desde el
primer testimonio que aparece hasta el últi-
mo, lo que te brinda una energía invisible que
te mueve a tomar conciencia de quién eres y
a dónde te diriges. Me parece extraordinario
y sin duda ha marcado un antes y un después
en mi vida.
Espero que también lo provoque en la tuya.
Con todo mi amor y gratitud, te deseo un via-
je próspero en esta lectura.

Maribel Jiménez Espinosa


(Aguamarina en la red)
De mi casa al mundo
Promotora y coordinadora del proyecto
de madres conscientes
Mamamorfosis. Las 200 caras de la Luna
INDICE
EL DESEO
DE SER MADRE
MIS FANTASÍAS
SOBRE LA MATERNIDAD

SIEMPRE DESEÉ SER MADRE

¿SER MADRE? NO, POR FAVOR...

EL CAMINO RECORRIDO
HACIA EL EMBARAZO

CÓMO SUPE QUE


ESTABA EMBARAZADA

1
EL EMBARAZO,
ME PREPARO PARA
SER MADRE...
CÓMO VIVÍ MI EMBARAZO

LA PREPARACIÓN AL PARTO CONVEN-


CIONAL ¿SIRVE?

LA PREPARACIÓN AL PARTO
NO CONVENCIONAL
(O ALTERNATIVA)

LAS PRESIONES EXTERNAS


Y LA TOMA DE DECISIONES
SOBRE EL PARTO


VIVIR UN EMBARAZO
RESPETADO
O NO…

PREPARARSE EMOCIONALMENTE
PARA LA LLEGADA DEL BEBÉ

CONECTAR CON EL BEBÉ


DURANTE EL EMBARAZO

LA SEXUALIDAD
DURANTE EL EMBARAZO

CUANDO EL EMBARAZO
SE INTERRUMPE

ENTENDIENDO MI ABORTO

VIVIR EL PARTO
MIS FANTASÍAS SOBRE EL PARTO

EL MIEDO A PARIR
EL DOLOR EN EL PARTO

HACERSE RESPETAR EN EL PARTO

MI PARTO FUE INDUCIDO

MI PARTO FUE ANESTESIADO

LAS INTERVENCIONES
EN EL PARTO
Y LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA

EL PARTO NATURAL
EN HOSPITAL ES POSIBLE

PARIR EN CASA

CESÁREAS,
¿SON SIEMPRE NECESARIAS?

TÉCNICAS Y PREPARACIONES
NATURALES QUE ME FUNCIONARON
EN EL PARTO
QUÉ HE APRENDIDO DE MI PARTO

SI PUDIERA VOLVER ATRÁS…

MI EXPERIENCIA CON DOULAS

LA VUELTA
A CASA
CON EL BEBÉ
MIS EMOCIONES
DESPUÉS DE PARIR

PENSAR QUE TODO


VOLVERÁ A LA NORMALIDAD
DESPUÉS DEL PARTO

LOS CONSEJOS DE LOS DEMÁS


ME VUELVEN LOCA
LA CONFUSIÓN MENTAL,
¿QUÉ ME ESTÁ PASANDO?

LA SOLEDAD
ENTRE CUATRO PAREDES

SENTIR RECHAZO
HACIA EL BEBÉ

CUANDO HAY OTROS


HIJOS QUE ATENDER

LACTANCIA
EL DESEO DE DAR TETA,
O NO…

NO VOY A PODER MÁS,


LOS PRIMEROS 15 DÍAS…

A MIS PECHOS LES PASA ALGO

DAR TETA ME DUELE


MI LECHE NO ES BUENA,
O ESO DICEN…

PROBLEMAS DEL BEBÉ


PARA SUCCIONAR

EL BEBÉ NO ENGORDA

A MÍ NO ME DIERON TETA,
PERO YO SÍ HE PODIDO…

LA ETERNIDAD
DE LAS HORAS DE LACTANCIA

¿LACTANCIA A DEMANDA?

LA TETA ES MARAVILLOSA,
LO SOLUCIONA TODO

LACTANCIA Y OPINIONES EXTERNAS

LACTANCIA DESPUÉS DE CESÁREAS


LACTANCIA Y ALIMENTACIÓN COMPLE-
MENTARIA

LACTANCIA PROLONGADA

LACTANCIA EN TÁNDEM

LACTANCIA ARTIFICIAL CONSCIENTE

LO QUE APRENDÍ
DANDO TETA

EL DESTETE

VINCULAR DESPUÉS DE LA TETA

EL PUERPERIO,
UN TIEMPO
HACIA ADENTRO
SER MADRE NO ES COMO
ME LO HABÍAN CONTADO

LA PÉRDIDA DE IDENTIDAD

EL BEBÉ Y YO SOMOS UNO

¿TODAS LAS MADRES SE SIENTEN


TAN SOLAS COMO YO?

LA DEPRESIÓN POSTPARTO
Y OTRAS HERIDAS
DEL PUERPERIO

LA BATALLA CON EL BEBÉ:


SUS NECESIDADES VS. LAS MÍAS

CRISIS VITAL

BAILAR CON MI SOMBRA

ENTENDER LO QUE ME SUCEDE


¿QUIÉN ME AYUDA?
LA FALTA DE TRIBU

LA SEXUALIDAD DURANTE
EL PUERPERIO ¿REVOLUCIONADA?

EL PUERPERIO FELIZ
TAMBIÉN EXISTE

ATRAVESAR
LA NOCHE
CON UN BEBÉ
DORMIR CON EL BEBÉ,
EL COLECHO

YO LE DEJÉ LLORAR
PARA ENSEÑARLE A DORMIR
EL BEBÉ LLORA
TODO EL TIEMPO,
¿TIENE CÓLICOS?

CONEXIONES NOCTURNAS
CON EL INCONSCIENTE

LA TRANSICIÓN A SU CAMA

EL PADRE
¿TENER UN HIJO ES UNA CRISIS MATRI-
MONIAL O MUESTRA EL VERDADERO
VÍNCULO DE PAREJA?

PADRES MADUROS,
O INMADUROS…

LO QUE YO NECESITABA DE ÉL

EL PAPÁ QUE APOYA


Y COMPRENDE
EL PAPÁ QUE SE SIENTE
EXIGIDO Y SUPERADO

EL PADRE AUSENTE

EL PUNTO DE VISTA DEL PAPÁ

SUPERAR EL DESEQUILIBRIO
EN LA PAREJA

MADURAR COMO PAREJA


Y COMO FAMILIA

CRIANZA
DE HIJOS
PEQUEÑOS
CRIANDO EN BRAZOS

LA VUELTA AL TRABAJO
¿QUÉ HAGO CON LA CULPA?

EL TRABAJO COMO REFUGIO

¿QUIÉN CUIDA A MI BEBÉ?

COMO ENTENDÍ Y
ME DI CUENTA
DE LAS NECESIDADES
DE MIS HIJOS

COMO ENTENDÍ Y ME DI CUENTA


DE LOS SÍNTOMAS QUE ME MOSTRABA

CÓMO ENTENDÍ Y ME DI CUENTA


DE QUE MI HIJO ES MI ESPEJO

MIS HIJOS SACAN LO MEJOR Y


LO PEOR DE MÍ

ACEPTAR LAS RABIETAS

ENTENDIENDO SU LLANTO
ENTENDIENDO SUS ENFERMEDADES

MEDICINA ALTERNATIVA
PARA MIS HIJOS
¿SÍ O NO?

NO QUIERE COMER

NO QUIERE COMER

LA RETIRADA DEL PAÑAL


¿RESPETANDO SUS RITMOS?

MI ESTILO DE CRIANZA

LAS NORMAS Y LOS LÍMITES

ENTENDIENDO LOS CELOS


ENTRE HERMANOS

REPRESIÓN DE LAS NECESIDADES


DE LOS NIÑOS
EN LA SOCIEDAD OCCIDENTAL
ESCOLARIZACIÓN TEMPRANA
¿SÍ O NO?

EDUCACIÓN ALTERNATIVA
COMO OPCIÓN EDUCATIVA

BENEFICIOS
DE LA CRIANZA RESPETUOSA
A LARGO PLAZO

SER MADRE CONS-


CIENTE
ANTES DE SER MADRE
YA ERA UNA MUJER CONSCIENTE

ANTES DE SER MADRE


ERA DE TODO MENOS CONSCIENTE

EL DÍA EN QUE
MI PERCEPCIÓN CAMBIÓ…
DESTAPANDO
MI CEGUERA EMOCIONAL
DESCUBRO…

QUÉ ES PARA MÍ
LA MATERNIDAD CONSCIENTE

NECESITÉ TENER
MÁS HIJOS PARA APRENDER

LO QUE APRENDO
DE MIS HIJOS CADA DÍA

SITUACIONES
DIFÍCILES
CUANDO EL BEBÉ ES PREMATURO

CUANDO EL BEBÉ ESTÁ ENFERMO

CUANDO LA MAMÁ ESTÁ ENFERMA


CUANDO LA MAMÁ ESTÁ EN DUELO

CUANDO HAY MÁS HIJOS


A LOS QUE ATENDER
(FAMILIAS NUMEROSAS)

CUANDO MAMÁ Y PAPÁ SE SEPARAN

CUANDO PAPÁ Y/O MAMÁ


TIENEN OTROS HIJOS

CUANDO PAPÁ Y MAMÁ


SON DE DIFERENTES CULTURAS

CUANDO MAMÁ
FUE UNA NIÑA ABUSADA

CUANDO MAMÁ ES ADOPTIVA

CUANDO PAPÁ ES AGRESIVO

CUANDO PAPÁ
TIENE OTRA FAMILIA A LA VEZ
AGRADECIMIENTOS

SOBRE AGUAMARINA

DATOS DE CONTACTO
DE LAS CARAS DE LA LUNA
EL DESEO
DE SER MADRE
MIS FANTASÍAS
SOBRE LA MATERNIDAD

— ”Cuando el bebé real irrumpe en nuestra


vida adulta, nos sorprendemos al constatar
que hay pocos puntos en común entre
el bebé soñado y […] que no es verdad
que los bebés sólo comen y duermen.
[…] Posiblemente la sorpresa tenga que
ver con el desconocimiento con el que
las mujeres llegamos a la maternidad
respecto al fenómeno de la fusión
emocional”.
Laura Gutman
El nacimiento de nuestro ser madre

Desde siempre había considerado que ser ma-
dre era una de las cosas más fantásticas, mági-
cas y maravillosas que me podían ocurrir.

Mágico porque es increíble cómo fun-
ciona el cuerpo humano. Todos sus engrana-
jes funcionando para crear una vida.

Fantástico porque siempre me han


gustado los niños, me parecen seres especia-
les de los que podemos aprender muchas co-
sas, y tener uno “propio”, un pedacito de mí,
debía ser fabuloso.

Maravilloso porque nunca pensé que


la maternidad fuera tan cansada, que hubiera
bebés que apenas duermen, que los desper-
tares nocturnos consumieran tanta energía...
ni siquiera creía que existían los bebes de alta
demanda o incluso que se pudiera ser madre
de distintas maneras… Y a pesar de todo sen-
tir ese amor tan puro y sencillo.

Por supuesto sigo creyendo que es


todo eso y mucho más, pero he despertado
y visto que los bebés no solo comen y duer-
men, que tengo que enfrentarme a diario a
mis propias sombras y miedos y que la mater-
nidad realmente te remueve hasta los cimien-
tos, cambiándote, haciéndote evolucionar.

Patricia, 34 años, mamá de Alia.


Leganés (España)

No recuerdo el día en que sostuve por primera


vez a un muñeco en mis brazos, pero estoy se-
gura que ese día, deseé e imaginé a mis hijas:
mis Ciruelina. Con los años, y una crianza de
una madre que luchó mucho para poder tener
unos estudios y un trabajo digno, la materni-
dad no fue algo soñado, no volvió a mi cabeza
hasta los treinta años. Tal vez fue la denomina-
da “crisis de los 30” o encontrarme cada vez
más cerca de mí misma, de lo que soy y de lo
que deseo y no de lo que debo ser.

Las luchas de la generación de mi ma-


dre no son las mías, y cuando me dijeron que
los sexos somos iguales, ahora grito “NO”. No
lo somos ni tenemos por qué serlo. El emba-
razo, el parto y la crianza (siempre que haya
lactancia materna) deben ser una etapa que
hay que cuidar y respetar por parte de toda la
sociedad. Y actualmente no se está haciendo
como se debe.

Antes de ser madre no tenía estas ideas,


de hecho, soñaba con tener un embarazo fá-
cil, tranquilo, rápido, trabajaría hasta el día de
dar a luz y daría biberón para compartir las
tareas con mi compañero. Tendría un bebé
precioso y dormilón con quien compartir mis
planes: ir a museos, leer, dar paseos, tomar
cervezas e infusiones con mis amigas, ir de
tiendas… Nada que ver con la realidad, con
tener que adaptarme a mis hijas, tener que
cambiar mi vida de arriba abajo, con sentirme
mujer y madre y con saberme muy diferente
al hombre.

Antes de ser madre, fantaseaba con el


amor, las caricias, la ternura, un mundo bello,
un mundo maravilloso. Todos esos adjetivos
acompañaban mis pensamientos. Y cuán-
tas ganas tenía de abrazar a Ciruelina Azul, y
que bonito era soñarla. Sí, Ciruelina Marrón,
pensaba también en ella desde el principio,
y cuando no lo hacía algo me recordaba que
tenía que venir a este mundo para abrazarla y
amarla sin parar.
Y nacieron mis Ciruelina, pero no fue
como lo imaginé, fue mejor y peor, maravillo-
so y duro. Y cuando nacieron, el contador de
mis días se puso a cero, volvía a nacer. Y aho-
ra soy consciente que nunca antes había sido
más Yo que ahora. Ahora soy consciente que
no soy igual al hombre, y que por primera vez
no quiero serlo. Ahora soy consciente que la
mujer tiene mucho que aportar a este mundo
desde lo femenino y debe abandonar su lu-
cha por meterse en el mundo de los hombres.
Hagamos juntos de este mundo un mundo
femenino donde caben todos los hombres y
todas las mujeres.

Mamá Ciruelina, 36 años,


mamá de Ciruelina Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)

Desde muy pequeña deseo ser madre. Al me-


nos es esa la memoria emocional que tengo.
Miles de “fotografías mentales” me represen-
taban el momento, los momentos... Lo recuer-
do, la imagen de mi propio embarazo era idí-
lica y de mi rol como madre también.

La gestación de mi retoño fue soñada,


disfrutada, vivida a cada instante con amor,
mucho amor. El trabajo preparto increíble
(volvería a hacerlo mil veces más. Sí, así, exa-
geradamente). Parí sin dolor físico pero con
miedo (cesárea de urgencia)... Y de esa “bola”
de sensaciones encontradas nacieron casi
cuatro kilos de amor y cachetitos: nuestra
Lola, la mariposa. Y ahí, justo ahí se vinieron
todas las fotografías previas a la maternidad.
Esas, las idílicas, y con ellas apareció en mí “un
lápiz” con el cual modifico diariamente todas
esas imágenes que en un momento hicieron
de mis fantasías “un tormento”, porque eran
eso, fantasías “hermosamente tormentosas”.
En estas no había trabajos fuera de casa, ni
deseos de mujer más allá de la maternidad,
ni personas opinando de todo en cualquier
momento sobre lo que haces o no haces, no
existían los miedos ni las culpas, benditas cul-
pas.

Hoy retomo esas fantasías como inspi-


ración. Ya no me atormentan, no las sufro tan-
to, las cambio, intervengo, vuelvo a rearmar,
me enojo y me amigo, con ellas y conmigo.
Así genero otras que implican el crecimiento
de Lola, de mi familia y el mío propio, enten-
diendo que son para volver a desarmar con
amor y paciencia.
Y las mujeres… las benditas muje-
res-madres que forman mi círculo. Esas que
te aportan desde las similitudes pero también
desde las grandes e inamovibles diferencias.
Ellas, todas ellas, las mujeres-madres (que no
significa que “tengan” hijos propios) son las
que apuntan “mi lápiz” para seguir redibujan-
do (¡reciclando!) las fantasías-realidades que
acompañan mi maternidad.

Guadalupe Trava, 30 años,


mamá de Lola- mariposa, educadora.
Buenos Aires (Argentina)
SIEMPRE DESEÉ SER MADRE
— “Antes de que fueras concebido te
deseaba. Antes de que nacieras te amaba.
Antes de que estuvieras aquí ya daba mi
vida por ti. Ese es el milagro del amor de
madre.”
Maureen Hawkins

Desde siempre he deseado ser madre. Ya en


su momento, siendo pequeña, jugaba con mis
muñecos y recorría el sendero de la materni-
dad: simulaba estar embarazada, luego juga-
ba a “parir” y, finalmente, me dedicaba a dar
el biberón a mis muñecos. Los dejaba dormir
en su cunita, y listo. Eso era lo que yo entendía
en aquellos años por maternidad, claro.

Me encantan los niños y las niñas, for-


man parte de mi mundo (profesional y perso-
nal) y considero la niñez como la principal eta-
pa creadora de las demás. Durante el primer
año universitario, se me quedó grabada una
frase de la educadora y pedagoga italiana
María Montessori: “Si la ayuda y la salvación
han de llegar sólo puede ser a través de los
niños. Porque los niños son los creadores de
la humanidad”.

Junto con todas mis motivaciones an-


teriores para convertirme en maestra, aquella
frase hizo clic en mi yo interior, me impulsó a
continuar, mejorar y esforzarme en conseguir
ser maestra. Estando en la carrera, ya notaba
como el “reloj biológico” apremiaba. Pero
tampoco le di mucha importancia, sólo tenía
18 años, ¡aún quedaba mucho mundo que
explorar!

Hisui, 33 años,
mamá de Little Light of Love, maestra.
Barcelona (España)

Aún recuerdo vívidamente cuando era


una niña de ocho años, y a mi madre emba-
razada de mi hermano. Desde ese momento
sentí el llamado de la maternidad, como un
despertar en lo más profundo del alma, que
me acompañaría hasta el momento de mi
propia maternidad. El deseo de ser madre
siempre estuvo muy claro y muy profundo en
mi interior.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)

En realidad no era la maternidad en sí lo que


me atraía sino el tener conmigo un peque-
ñín/a que me quisiera incondicionalmente. El
retrato de volver a casa del trabajo y que me
recibiera con un fuerte abrazo es lo que siem-
pre había soñado.

Noe, 34 años,
mamá de Antía, investigadora (ingeniera).
Barcelona (España)


Si me hubieran concedido solo un deseo en
la vida, tendría muy claro que sería ser ma-
dre. Una madre representa el comienzo de la
vida, la protección, la esperanza y la alegría,
ser madre es algo tan valioso, tan hermoso y
tan necesario que el deseo de serlo debe ser
imprescindible.
El papel de una madre (abuela) duran-
te un embarazo es muy importante, para to-
das las que no podemos disfrutar de ello, sen-
timos que en nuestro ser siempre permanece
la esencia de nuestras madres, esa conexión
que nace en un vientre y perdura para siem-
pre.

Ángela Clar,
mamá de Axel, educadora infantil.
Girona (España)

Siempre he querido ser madre. Sentía dentro


de mí que la adopción era mi camino a la ma-
ternidad y, a pesar de poder tener hijos bio-
lógicos, siempre ha sido mi primera opción.

He nacido y crecido sin padre, su aban-


dono, su ausencia hizo que me sintiera afor-
tunada de tener una madre valiente y cariño-
sa. Cuando era pequeña imaginaba la suerte
que tenía de contar con el amor de mi madre,
incondicional, puro, limpio y la desdicha de
otros niños que no tenían el calor de una fa-
milia y la seguridad de sentirse amados. Sabía
que estaba preparada para ser madre adop-
tiva y dar todo mi amor a un niño que había
sufrido un abandono y que necesitaba de una
segunda oportunidad para crecer feliz y sin-
tiéndose amado. Siempre supe que la mater-
nidad vendría de la mano de la adopción.

Ser madre es toda una revolución. El


hecho de ser madre adoptiva implica aún
mayor responsabilidad y conciencia. Es una
maternidad elegida, meditada y muy busca-
da. Mi deseo de ser madre me ha llevado muy
lejos, hasta Vietnam, país de origen de mi hijo
Marco Hoang. Desde lo más profundo, inclu-
so antes de conocerlo, supe que lucharía por
ser su mamá y darle todo mi amor.

No he adoptado por solidaridad, ni por


ayudar. Soy madre adoptiva porque puedo
amar a mi hijo sin límites, respetando su ori-
gen y sus diferencias raciales y porque deseo
y quiero ser su madre, sostenerlo y decirle
que es lo que más amo en mi vida.

Para mí es importante transmitir a mi


hijo que soy su madre para siempre y que
le acompaño en su vida desde el respeto, el
amor y la estabilidad de ser una familia.
Muchas veces me dicen lo valiente que
he sido al adoptar y lo afortunado que es mi
hijo de tenerme. En realidad y sin dudarlo, la
afortunada soy yo. Mi hijo me ha convertido
en madre y él es mi orgullo, mi gran maestro.
Si quieres adoptar, si estas decidido y es tu
deseo, lucha por seguir tu camino.

Begoña Machancoses Martínez, 38 años,


mamá de Marco Hoang, periodista.
Valencia (España)

No recuerdo exactamente cuando empecé a


desear ser madre, pero desde bien pequeñi-
ta tenía muy claro que quería tener muchos
hijos.

Siempre me veía jugando con ellos


y cuidándolos. Todos mis juguetes los trata-
ba con mucho mimo y me decía a mi misma
esto lo guardaré para que mi hijo/a también
juegue con ellos. Me gustaba tanto la idea de
compartirlo todo con mi futuro hijo que con-
servo absolutamente todos mis juguetes, li-
bros, lápices, estuches… como si fuesen teso-
ros. Tengo algunas cosas hasta sin usar, en su
caja original. Cuando mi madre me pregunta-
ba por qué guardaba todos mis juguetes, por
qué no los usaba. Yo contestaba sin pestañear
que todo eso era para sus futuros nietos. Mi
madre me miraba como si yo estuviese loca,
¿una niña pequeñita diciendo que quería ser
mamá ya? Pero yo sabía que algún día tendría
hijos y me parecía lo más normal del mundo.
Ser madre es lo único que he tenido claro
siempre en mi vida.

Tina, 30 años, mamá de Enrique.


(Suiza)
¿SER MADRE? NO, POR FAVOR...

—“Tener un bebé rara vez es una decisión


racional o lógica y no se puede tomar
sólo con el intelecto, pero sí puede
tomarse conscientemente y con el
corazón. Mi deseo para todas las mujeres
es que adquiramos la valentía necesaria
para elegir la concepción consciente
juiciosamente.”

Dra. C. Northurp
Cuerpo de Mujer, Sabiduría de Mujer

Ya desde adolescente decía que no quería


ser madre. Y que si alguna vez lo fuera, sería
porque habría adoptado a un bebé. Tampoco
entendía cómo las mujeres eran madres, ¡con
la de cosas que hay para hacer en la vida!

Hace cuatro años me enamoré de mi pareja


actual. Nos conocimos, intimamos y al cabo
de un tiempo, compartimos piso. Un día, me
dijo que quería ser papá, y yo, que me había
pasado la vida diciendo que no quería ser
mamá, entré en conflicto. Recuerdo el día que
entré por la puerta gritando ¡vale, quiero ser
mamá! Al tener 36 años creía que tardaría en
quedarme embarazada. El hecho de disponer
de tiempo me tranquilizaba, me podía ir pre-
parando poco a poco.

Elitsibeta, 37 años, mamá de Eric, psicóloga y


maestra, Barcelona (España)

Habíamos hablado de ello. Los dos éramos


un poco mayores ya, con 38 años. La inercia,
la comodidad, el miedo al cambio... todo eso
pesaba. Éramos una pareja sin hijos, feliz y
acomodada en una vida sencilla pero en la
que no sentíamos que faltara nada. Pienso en
ello ahora y me doy cuenta de que podría ha-
ber seguido así, muchos años seguramente,
pero mi vida habría estado tan vacía sin que
me diera cuenta.

Desde las tripas, quizás, en algún momento


nos llamó la maternidad, la paternidad. Fue
por un instante, si acaso. La razón siempre era
más fuerte. La razón de que este mundo no
parece invitar a traer niños y niñas, que es un
mundo hostil, lleno de incertidumbres, de an-
gustias, de horrores incluso. Ese miedo es lo
único que sigo compartiendo con esa no-ma-
dre que fui.

Siempre digo que ella, Jara, fue quien quiso


venir. Aunque quizás me engañe. Yo también
quería que llegase. Pero no me atrevía a de-
cirlo, ni a pensarlo. El deseo estaba ahí, muy
en el fondo, tanto que era casi imperceptible.
El deseo de darle a alguien el cuidado, el ca-
riño, que había recibido, más si podía ser. El
deseo de que nuestro amor, como pareja, se
transformara en un ser a quien poder ayudar
a ser feliz, más de lo que nosotros hubiéra-
mos sido.

Diana de Horna, 42 años, mamá de Jara. Santa


Cruz de Tenerife (España)

En mi estructura mental nunca estuvo ser ma-


dre, mis padres ya estaban resignados a no
ser abuelos y mi esposo lo había aceptado
como una condición previa a dar el “SI”. Mis
amigas me miraban con asombro y desidia
cuando fríamente les decía que eso no estaba
en mis planes, que quería viajar por el mun-
do y disfrutar la vida, que ni siquiera me iba
a casar y bueno… eso fue lo primero que me
permití. Fui formada en el discurso de la ra-
cionalidad, alejada de la comprensión de los
procesos naturales, por tanto la maternidad
era para mí un monstruo de 10 cabezas.

Ahora que soy madre pienso que ese NO


rotundo al que me aferré por 30 años era mi
protección ante el pánico que se instauró so-
cialmente en las mujeres de mi generación.

Hago parte de una generación de mujeres


profesionales que compiten en un mundo la-
boral, en un sistema donde la productividad
se mide en términos del mercado y por ello
el estar en el hogar, cuidar a los nuestros y
desbordarnos de amor no tiene asignado un
valor monetario, por eso no cuenta.

Nos enseñaron a no depender de un hombre.

Laura López González, 32 años, mamá de


Muhammad Gabriel, psicóloga, Buenos Aires
(Argentina)

Tras postergarlo durante tres semanas, el mo-


mento de la verdad llegó un frío domingo de
febrero a las once de la mañana. Cuando vi
aquellas dos rayas rosas, no logré encajar mi
mandíbula ni cerrar la boca durante varios
minutos. No podía estar más claro, estaba
embaraza. En ese instante, me invadieron di-
versas emociones entre las que destacaban el
miedo, el enfado y la desesperación. Mi men-
te me repetía furiosa “No es justo, no en este
momento de mi vida, en el máximo potencial
de mi carrera profesional y una semana des-
pués de trasladarme a Berlín con mi nuevo
novio”.

En aquel momento, la maternidad su-


ponía para mí la desaparición de todo lo que
había construido en mis 33 años, el declive de
mi carrera profesional y una vida de sacrificio
y abnegación. ¿Cómo podía permitir que eso
pasase? ¡Sería un suicidio! En los siguientes
meses de embarazo, entré en un profundo
proceso de deconstrucción de mi identidad.
Desapareció el suelo bajo mis pies y me sentí
como si fuera la ciudad de Berlín en los años
40, destrozada y sin visión de futuro.

Todavía sin amigos y sin hablar alemán,


me dedicaba a pasear por los parques berli-
neses, a observar y a llorar por la pérdida que
ser madre suponía para mí. Cada vez que en
los parques infantiles veía a madres sonrien-
do me preguntaba ¿Cómo podrían ellas sufrir
la maternidad y estar contentas? ¿Por qué no
podía sentirme feliz con la idea de ser mamá?
¿Cuál era mi fallo?

En respuesta a estas preguntas, hice


un repaso de los modelos de maternidad
que habían existido a mí alrededor y me di
cuenta, que no tenía ningún ejemplo que me
inspirara. No había conocido ninguna madre
que además fuera una mujer realizada. Triste-
mente, las madres que había encontrado a lo
largo de mi vida, se sentían víctimas, frustra-
das o resentidas con sus hijos, con su mari-
do o con el mundo, incluida mi madre. Ante
aquella revelación, me pregunté si habría una
manera de ser madre en la que pudiera ser
feliz, y si así era ¿cómo podría construirla sin
tener ningún modelo?

Necesitaba inspiración. Volví a los par-


ques a observar a las mamás sonrientes, que-
ría conocer su manera de pensar, su sistema de
creencias. Comencé a hablar con ellas, a leer
artículos sobre la percepción de la maternidad
en otros países, y a investigar profundamente
en las teorías feministas de liberación de la mu-
jer y psicología femenina. Obtuve interesantes
claves que me ayudaron a conectar con la ma-
ternidad y lo femenino desde otro lugar, des-
de aquello que nos hace grandes como muje-
res y madres, nuestro poder creativo, nuestra
capacidad para dar, nuestra intuición…

Me di cuenta, que durante toda mi vida


solo me habían enseñado a ser una mujer
exitosa profesionalmente, pero nadie me ha-
bía enseñado a ser una mujer integral y una
madre consciente. Todas aquellas madres
sonrientes tenían un factor común que les
ayudaba a mantener su bienestar, a respetar
su espacio personal y a fomentar su autoes-
tima. Me mostraron que independientemente
del tipo de maternidad que decidas ejercer,
del contexto en el que vives, y de tu país de
origen, lo primordial es conocer tus derechos
fundamentales como persona, respetarlos
y ejercerlos activamente en tu maternidad.
Agradezco a todas las mamás musas que me
inspiraron a crear pasito a pasito una materni-
dad liberadora en la que “ser” y desde la que
puedo disfrutar con mis hijas.

Mónica Hetzer, 37 años, mamá de Marta y


Paula. Berlín (Alemania)
EL CAMINO RECORRIDO
HACIA EL EMBARAZO

— “Debes correr tu propia carrera. No


importa lo que la gente pueda decir de
ti. Lo importante es lo que te digas a ti
mismo. […] Decide lo que está bien y
aférrate a ello.”
Robin S. Sharma
El monje que vendió su Ferrari

Tras casi siete años de matrimonio y amor in-


finito con Alex, decidimos que había llegado
el momento de abrir un espacio en nuestro
mundo para un nuevo ser, una nueva luz que
iluminaría aún más nuestras vidas. Para mí la
maternidad se presentaba y se presenta como
un camino lleno de aprendizaje y de Sabidu-
ría de la Naturaleza, de la Vida, y siento que
los hijos vienen a enseñarnos y a armonizar en
nosotros aquellas partes de nuestra alma que
están separadas u olvidadas, y que es necesa-
rio integrar para completar nuestro puzle.
La primera lección no se hizo esperar.

Por mi naturaleza yang y mi pasado de gue-


rrera, y porque me encontraba en una épo-
ca bastante centrada en lo material, desde el
principio quise “controlar y programar” este
embarazo, escogiendo las fechas que a mí
“me venían bien” y creyendo que yo era al-
guien para escoger el signo astrológico de mi
bebé… pensando únicamente en mí, claro.

Tardé unos meses en tomar conciencia de


que tenemos que abandonar el deseo de
controlarlo todo, ¡sobre todo en este caso,
donde otra alma está implicada, donde todo
el cosmos está implicado, pues un nacimiento
es, según mi manera de ver las cosas, un gran
acontecimiento cósmico!

Y así fui regresando a la Madre, a lo femeni-


no, que por circunstancias había tenido algo
abandonado en los últimos meses. Me abrí,
literalmente, a lo femenino en todas sus ver-
siones, en todas sus formas, y muy especial-
mente a lo que representa en cuanto al juego,
a la rendición y al disfrute.


Así fueron los meses en los que fue
concebido nuestro bebé; gozosos, curiosos,
fueron momentos de apertura y de transmu-
tación, de re-descubrimiento de mi cuerpo,
de la sensualidad, del juego y de la confian-
za en lo que no se ve... Agradezco mucho los
encuentros que tuve en aquellos meses aquí
y más allá, sobre todo a partir del Equinoccio
de Primavera, y que me ayudaron a crecer, a
sanar y a comprender y poner más conciencia
en todo el proceso.

Empezaba a sentir cómo mi cuerpo se iba


preparando, de manera natural, para recibir
la maternidad. Mis caderas se fueron abrien-
do y ensanchando (lo cual resultaba bastante
molesto, la verdad), y algo se movía energéti-
camente en mi vientre, pues estuve muy mo-
vilizada sobre todo en la primavera del 2009.

Para mí, el momento de la concepción (no


confundir con fecundación) llegó durante el
Solsticio de verano, en París. Fue un momen-
to muy mágico, en el que tanto Alex como yo
sentimos la presencia de alguien más con no-
sotros, compartiendo una unión muy especial
que teníamos en aquel momento. Fue como
un “acoplamiento a tres”, un momento de mu-
cha conexión, un momento muy amoroso y
eterno...

Todavía pasarían dos o tres semanas para que


se produjera la “fecundación”, o sea, lo que
se suele llamar “quedarse embarazada”, pero
nunca olvidaré el hermoso momento que vivi-
mos en la ciudad de la luz, la ciudad del amor...
Una ciudad también dedicada a la Diosa Isis,
Diosa Madre, también llamada “Gran Maga”,
“reina de los Dioses”, “Fuerza fecundadora de
la Naturaleza”, “Diosa de la maternidad y el
nacimiento”... Y sí, ¡al final va a ser verdad que
los niños vienen de París...!

Noraya Kalam Llinás, 40 años, mamá,


terapeuta, Madrid (España)
Teníamos todo perfectamente planeado; des-
pués de cinco años de relación, la mayoría de
los cuales estuvimos viviendo juntos, íbamos
a casarnos y enseguida intentaríamos ampliar
la familia.

Pero, muchas veces, pensamos que consegui-


remos lo que deseamos cuando queramos.
No tenemos en cuenta que hay cosas que nos
superan y sobre las que no tenemos ningún
control. Y eso es lo que nos ocurrió. Dábamos
por supuesto que en cuanto decidiéramos te-
ner un hijo así sería. Ni por un momento pen-
samos que no pudiera ser de otra forma.

Pero las semanas, los meses, fueron pa-


sando y no nos quedábamos embarazados.
Pasó un año, que era el plazo que los médicos
nos dieron como “normal” y empezó el largo
calvario por análisis, citas médicas que pare-
cía que nunca llegaban, resultados de prue-
bas que nos decían que todo estaba bien...

Como no cumplía los parámetros para que se


me incluyera en la lista de reproducción asis-
tida de la sanidad pública, recurrimos a una
amiga médica a la que estaré por siempre
agradecida, que me presentó a un compañe-
ro especialista en ginecología. Con un solo
mes de tratamiento fue suficiente.

Hoy creo que la frustración que sentí, el


temor a no poder tener hijos y la felicidad de
saber que estaba embarazada, fue el inicio de
un camino hacia la conciencia de ser madre.

Silvia, 36 años, mamá de Enara, gestora de


banca. Bizkaia (España)

Al cabo de cuatro meses de decidir ser pa-


dres, me quedé embarazada. Recuerdo que
en mayo no me venía la regla. Yo tenía una
sensación extraña, y les comenté a unos ami-
gos que creía estar embarazada. Entonces
con mi pareja nos fuimos fuera el fin de se-
mana y compré un test de embarazo. En el
test no apareció la rayita, pero al cabo de una
hora, apareció una tímida y difusa línea. Fui-
mos a la farmacia para preguntar qué signifi-
caba aquella pequeña línea y nos dijeron que
aunque apareciera una mínima señal, estaba
embarazada. En cambio, en otra farmacia nos
dijeron que era confuso. Aquella noche me
vino la regla.
Como sentía alguna cosa extraña, le
comenté a mi pareja que prefería usar pre-
servativos durante el mes siguiente y luego ya
seguiríamos buscando. Esto fue así, al menos
hasta el día de San Juan. Celebramos la ver-
bena en casa de unos amigos cenando y dis-
frutando de una fiesta. Durante la noche hice
un conjuro para pedir quedarme pronto em-
barazada. Cuando llegamos a casa hicimos el
amor. Y ya no me vino la regla. Estaba emba-
razada desde el la noche mágica de San Juan.

Elitsibeta, 37 años, mamá de Eric, psicóloga y


maestra. Barcelona (España)

Tú, hijo mío, naciste en mis sueños. Allí lle-


gaste. Allí te vi por primera vez. Con mis ojos
cerrados, unas veces por el sueño y otras por
el ensueño, viniste a mí. Yo te busqué. Nos en-
contramos. Y así empezó la historia de tu vida
junto a la mía.
Así lo sentí y, después, sólo di los pasos para
cumplirlo, porque ya estaba sucediendo.

El primero fue buscar la inseminación artifi-


cial, porque no tenía pareja y fue el paso más
coherente para mí. Para mí pensando en ti.
Dar ese paso para cumplir un deseo tan in-
menso fue una de las sensaciones más plenas
que he sentido en mi vida. Abandonarme a
esa pasión por decisión propia, íntimamen-
te, llenó mi alma de fuerza y de una decisión
inamovible de querer, de ser, de buscar, de
encontrar en la esencia. Así se abrieron ante
mí, durante el embarazo, multitud de caminos
insospechados.

Para cuando comencé a sentirte dentro de mi


vientre, tu latir ya era el latir del mundo, de la
humanidad entera, porque nunca antes había
sentido un pulso tan intenso como ese.

Irene, 42 años, madre de Rafael, ingeniera.


Madrid (España)

Mi embarazo no fue planeado, si bien pensa-


do y añorado en algún momento de mi vida,
no fue decidido por mí en aquel momento.
Desde el minuto cero tuve miedo. Pensaba
que por mi personalidad y todo lo que había
leído y descubierto, estaba preparada para
ese momento, pero no fue así. Un miedo que
me paralizaba, mucha emoción retenida, y la
verdad, no sabía cómo expresar mi alegría,
porque en el fondo sentía mucha felicidad,
pero era nublada por mis temores.

Temía ilusionarme, yo misma, mi pareja, mi fa-


milia y amigos. Era un miedo incontrolable a
que ese ser que me había escogido como su
madre, decidiera que no lo merecía, y se arre-
pintiera de su decisión. No me sentía ni tan
buena, ni tan correcta, y con muchas imper-
fecciones para poder llevar a cabo la tarea.

Silvia, 39 años, mamá de Nicolás y Milena,


contable. Buenos Aires (Argentina)

Fue un camino principalmente largo y lento.


Desde que decidimos que nos gustaría ser
padres hasta que supimos del embarazo tu-
vimos que pasar por muchas etapas. La etapa
de probar lo normal, tener relaciones y es-
perar la retirada de la regla, la etapa de las
pruebas simples buscando un problema de
fertilidad aparente, la etapa de ir a por ello
un poco más en firme, cuando pensamos que
era el momento de buscar una clínica espe-
cializada en reproducción, pasando por prue-
bas duras para mí y el sometimiento a dos tra-
tamientos, dos inseminaciones artificiales que
acabaron en negativo las dos. Y para finalizar,
la decisión de someterme al tratamiento que
nos trajo el tan buscado embarazo, la in vitro.

Todo esto pasó en cinco años, en los cuales


nos tomábamos nuestras pausas en el reco-
rrido. Grandes descansos que nos ayudaba a
atravesar el camino con aceptación.

Flappergirls, 39 años, mamá de Pirata, maes-


tra. Madrid (España)

Me quedé embarazada con 23 años. Siem-


pre fui una niña muy madura para todo. Mis
padres siempre me lo decían, pero en el mo-
mento en el que mi test de embarazo dio po-
sitivo me di cuenta de que la mujer que creía
ser o que los demás creían ver, no era más
que una niña llena de miedos y ansiedades.

Mi embarazo no fue buscado, pero tampoco


poníamos medios, era como jugar con fue-
go, con la incertidumbre del qué pasará. Mi
pareja y yo llevábamos un año de relación.
Estábamos ahorrando para comprarnos una
vivienda. Una pareja normal de jóvenes que
empiezan a vivir. Y de repente, ahí estaba,
sentada en el baño de mis padres a escondi-
das, con mi novio haciéndome un test. Ense-
guida las dos líneas se dejaron ver y mi vida
cambió para siempre.

Él opinaba que quizás era un poco


pronto, que deberíamos pensar si seguir ade-
lante. Y yo, inmadura, con millones de mie-
dos, de dudas y sintiéndome más pequeña
que nunca, tenía una idea muy clara. Ese ser
que crecía dentro de mí no era culpable de
mis juegos e irresponsabilidad. Mi novio de-
cidió apoyarme y así llegó uno de mis tesoros
más preciados, mi hijo.

Rosa María Sánchez, 29 años, mamá de Israel


y Valeria, dependienta. Sevilla (España)


Una gran escalera de caracol. Esa es la ima-
gen que me viene a la mente si pienso en
cómo ha sido el camino que he (hemos) re-
corrido desde el día en que verbalizamos que
queríamos ser mamá y papá.

El primer peldaño de esa espiral de ba-


jada al inframundo más oscuro, la dificultad
para quedarme embarazada. Parece tan fácil,
tan sencillo, todo el mundo lo consigue… y yo
no lo lograba. Un aborto en la semana doce,
mi hija no iba a nacer. Un segundo embara-
zo, un saco gestacional vacío. Bajamos varios
peldaños de golpe. Pruebas genéticas, profe-
sionales que no te ven como una persona y a
los que no les importa tu historia, hospitales,
tecnicismos… Y seguimos bajando; soledad,
llanto, duelo, introspección… Y de repente,
un día, empiezas a darte cuenta que ya no ne-
cesitas bajar más, que puedes subir también.
Y despacito, de la mano, subimos un escalón,
y luego otro y otro, y otro más…

Sales al mundo exterior, una mañana,


más sabia, más mujer, mamá al fin y al cabo,
aunque los demás no lo entiendan. Te da el
sol en la cara, aprendes de nuevo a sonreír,
juegas, disfrutas de la vida que llama a otras
puertas, de verdad, de corazón… Y entonces,
apareces tú, primero intuición, luego rayitas
en la prueba de embarazo, y 36 semanas más
tarde, como si de un regalo inesperado se tra-
tara, le digo a papá: “creo que he roto aguas”.
Y vamos de la mano, como siempre, a conti-
nuar con nuestra historia de amor en espiral.

Espe, 42 años, mamá de Nala y Gael, doula y


terapeuta. Zaragoza (España)

Reconocer que la maternidad no es una deci-


sión tomada de forma consciente y meditada
como opción personal, no es fácil. En muchos
casos forma parte de las etapas vitales por las
que una pasa de forma natural casi sin darse
cuenta: crecer, estudiar, trabajar, casarse y…
tener un hijo; así de simple y así de transfor-
mador. Pero eso se aprende después.

Así pues, llega ese momento en la vida


en que se desea un “embarazo”. Claro que yo
no lo llamaba así; como muchas otras muje-
res, me decía que quería tener un hijo, aun-
que ahora sé que realmente buscaba alcanzar
un hito en una larga carrera sin haber reflexio-
nado lo suficiente en el siguiente paso: ser
madre; suponía que esto llegaría por sí sólo y
de forma natural una vez conseguido el obje-
tivo marcado.

Cuando consideré que era la etapa


adecuada anhelé con gran intensidad “tener
un hijo”. Entonces llegaron los problemas:
después de casi un año intentando conseguir
un embarazo sin éxito, acudimos a los médi-
cos quienes diagnosticaron un problema de
fertilidad importante en mi marido.

Una vez asimilada la realidad, sin caer


en la desesperación, iniciamos el largo pro-
ceso de la fertilización asistida. Este proceso,
en el que dejas en manos de terceros el cum-
plimiento del deseo íntimo de tener un hijo,
confronta a cada miembro de la pareja con
sus propios miedos y angustias, pero permi-
te abrir caminos de superación y de conoci-
miento mutuo.

Cada uno en la pareja vive esta etapa


de forma diferente. En nuestro caso, él asu-
mió con serenidad su problema de fertilidad
y aceptó iniciar el proceso médico como me-
dio para conseguir nuestra meta. Para mí fue
fundamental ver su actitud confiada y tran-
quila, pero, sobre todo, percibir su propia
autoestima. Él no se sintió menos “hombre”
por descubrir su problema de fertilidad, no se
dejó llevar por la desesperación ni se sintió
humillado o inferior, sentimientos que, tal vez,
podrían haber surgido en su virilidad herida.

Intenté no culparle ni rechazarle, le traté


con comprensión y sin recriminación; haberlo
hecho de otra forma hubiera sido completa-
mente injusto. Sin embargo, los sentimientos
pueden salir a borbotones y es fácil mezclar
dudas y reproches, algunos originados por
heridas distintas, por lo que, alguna vez, tuve
que controlarlos para que no lastimar a quien
amaba.

Afortunadamente, todo esto permitió


que nuestra relación amorosa y sexual no se
viera dañada y nuestra pareja se mantuvie-
ra fuerte. Así pude aprender, a través de sus
ojos, que si nosotros mismos nos amamos,
nos respetamos y nos valoramos los demás
nos acogerán con la misma comprensión y
aceptación.



En cambio, reconozco que no viví el
proceso médico de forma tranquila, a pe-
sar de los buenos profesionales con los que
tratamos. Aunque éramos jóvenes, el proce-
dimiento fue lento y cada paso se me hizo
eterno, parecía que nunca se acababan las
pruebas. El problema original era de él, pero
sentía que era yo la que debía sufrir las con-
secuencias: pinchazos con altas dosis de hor-
monas, análisis, ecografías, sedación para la
extracción, reposo en cama, etc. Supongo
que el chute hormonal no ayuda a llevar este
proceso con calma y magnifiqué las dificulta-
des haciendo que viviera esta etapa con cier-
to sentimiento de víctima. Pero una vez más,
aprendí que yo elijo los sentimientos con los
que recubro mis experiencias y que en mi in-
terior está la capacidad de decidir los colores
con los que pinto las escenas de mi lienzo.

Felizmente, tras un largo proceso, na-


ció un bebé precioso y, aunque no lo sabía,
también nació una madre nueva, que no era
la misma mujer que deseaba un embarazo,
pero que desnuda como su bebé recién sa-
lido, tendría que aprender mucho sobre ella
misma, sobre la personita que viviría pegada
a ella los próximos años y sorprenderse por la
gran transformación que la maternidad ejer-
cerá en su vida.

Marta García RN, 39 años, mamá de Jaime,


Daniel y Guille, ingeniera agrónoma. Madrid
(España)
CÓMO SUPE QUE
ESTABA EMBARAZADA

—“Nunca es más evidente la conexión


o desconexión de la mujer con su guía
interior que durante el embarazo”.

Dra. Christiane Northrup

Sé que mi historia de cómo lo supe a algunos


les resultará un tanto rara, pero es así y creo
que debo compartirla. Fue en mi primer em-
barazo.

Una mañana de verano, al levantarme y cuan-


do me disponía a vestirme, noté como una
fuerza arrolladora de amor me rodeaba y en-
traba en mí; Supe en ese mismo momento
que era mi hijo, y que había quedado emba-
razada por el fuerte sentimiento maternal que
me embargó; lo sabía mi cuerpo, lo sabía mi
espíritu, y todo mi ser se llenó de gozo.
No me hice prueba alguna para corro-
borarlo, el embarazo se manifestó por sí mis-
mo, claro está.

Abedul, 52 años, 5 hijos.


Antas de lla, Lugo. (España)


Llevaba unos días un poco rara, me encon-
traba bastante sensible por todo, cualquier
cosa me hacía llorar o emocionarme al extre-
mo. Estaba convencida de que era mi particu-
lar síndrome premenstrual, que siempre me
arrancaba alguna que otra lágrima.

Sin embargo esa noche al acostarme


tuve un sueño. Estaba en un lugar descono-
cido para mí, pero a la vez me resultaba muy
familiar. Era un sitio hermoso, lleno de una
vegetación cuya belleza rozaba lo irreal. Yo
me encontraba muy tranquila y caminaba casi
flotando, me sentía muy ligera. En un abrir y
cerrar de ojos me encontré en otro sitio, den-
tro de una especie de cúpula que hacía la fun-
ción de templo y allí estaba mi abuela. Ella iba
toda vestida de blanco, era muy joven, su pelo
muy bonito con un peinado sencillo pero muy
bello. Me dijo que estaba embarazada y que
se alegraba mucho por mí. Yo la miré incré-
dula al principio y muy ilusionada después,
sabiendo que era cierto y que en unos meses
me convertiría en madre.

Al despertar me encontré sonriendo


y con una paz infinita. Dos días después me
hice un test de embarazo y aparecieron las
dos rayitas que me cambiarían la vida.

María Sánchez Mateo, Mamá de Gema y re-


cientemente de Elisa. Cartagena (Murcia)

La forma en que me llegó la certeza de estar


embarazada fue para mí una confirmación
muy hermosa de mi conexión con mi intuición
y mi cuerpo, y el comienzo de una relación
mágica con mi hijo que tanto disfruto y por
supuesto pude disfrutar en esos meses de ab-
soluta fusión.
En ese momento estaba haciendo un
trabajo personal a través de los arquetipos
femeninos. En una meditación, frente a una
copa con agua, me resultó muy curioso per-
cibir que algo me inquietaba. Era como si a
la copa “le faltara algo”. Así que abrí los ojos y
sentí el impulso de meter un huevo de cuarzo
en ella. Y me escuché a mí misma decir: “¡Eso
es!”. En ese momento sentí que muy pronto
llegaría ese embarazo que tanto deseába-
mos.

Y fue unas semanas más tarde en un


viaje en crucero cuando recibí la confirmación
de que estaba embarazada, también de una
forma un tanto curiosa. Estaba algo revuelta,
con mareos puntuales, pero mi “consciente”
me decía que era algo normal, cuántas perso-
nas no se marean cuando van en barco. Una
noche soñé que iba a la consulta de la mé-
dica del crucero, una mujer hermosa, sabia y
amable. Me sentaba delante de ella y antes
de decirle ni una sola palabra me decía: “Tú
sabes muy bien que tu mareo no es por viajar
en barco. Estás embarazada. ¡Enhorabuena!”.
Aunque tuve que esperar unas semanas aún
para confirmarlo, mi mente subconsciente,
que siempre tiene un contacto mucho más
directo con el cuerpo, ya lo tenía claro. Y yo
sentí esa certeza, ahora unos años después
me encanta contarle a mi hijo esa forma tan
especial de recibir la noticia de su llegada a
mi cuerpo y a nuestras vidas.

Esther Santiago Hernández, 36 años, mamá de


Nohan, psicóloga y musicoterapeuta.
Pinto, Madrid (España)

EL EMBARAZO,
ME PREPARO PARA
SER MADRE...
CÓMO VIVÍ MI EMBARAZO
— “Cada uno de nosotros sabe en un
nivel celular profundo cómo nuestra
madre se siente como mujer, lo que ella
cree acerca de su cuerpo, cómo cuida
su salud, y lo que cree que es posible en
la vida ... Si estaba temerosa, ansiosa, o
profundamente infeliz en su embarazo,
nuestro cuerpo lo sabe. Si se sentía
segura, feliz, y satisfecha, también lo
sentimos”.
Dra. Christiane Northrup

Antes de quedarme embarazada pensaba


que este período de la mujer era como una
época de estado de gracia. Me fijaba en las
que ya habían iniciado esta etapa de prema-
má, con sus redondas barrigas, y tenían un
halo tan mágico y radiante, que creía que de-
bían sentirse especiales.

A los veintisiete años me quedé emba-


razada de Roger y no encontré el estado de
gracia por ningún sitio. Vomité a menudo du-
rante los cinco primeros meses y sufrí de le-
ves mareos durante todo el embarazo. Cuan-
do me quedé embarazada de Alba la cosa no
fue diferente a nivel orgánico. Más mareos,
más vómitos y mucho más cansancio y debi-
lidad. Un día llegué a pensar incluso que no
saldría, que me moriría. Ese día comencé con
vómitos continuados por la noche, una vez,
dos, tres, cuatro, seis, doce… Llegué a contar
en una hora siete paseos al lavabo, y siempre
conseguía echar algo de mi cuerpo aunque
no hubiese ingerido nada. Fue increíble. Aún
recuerdo claramente la sensación, como si
fuese ayer, de estar sentada en el suelo del
baño, abrazada a la taza del váter, pensan-
do que si seguía así no iba a poder resistirlo.
En mi vida me había sentido tan débil y tan
mal, me dolía todo el cuerpo especialmente
el estómago, tenía la tráquea ardiendo y no
podía más. Llevaba muchos días pasándolo
mal pero aquellas horas que llevaba así eran
el colmo, quizá debería haber ido al hospital,
pero era de noche, tenía a mi hijo de dos años
durmiendo a mi lado y no tenía con quien de-
jarlo. Así que le pedí a mi marido que me pre-
parase una botella de agua de mar isotónica
para hidratarme y con mucha paciencia iba
bebiendo sorbito a sorbito.

Poco antes de pedirle a mi marido el


agua de mar estaba en el cuarto de baño, vi-
viendo uno de los peores momentos del em-
barazo, llorando de puro cansancio. Pensaba
en esos momentos que yo tenía que poder
con el embarazo, que tenía que llegar al final
en esta carrera de fondo y quería llegar bien
junto a mi hija. Sentí en esos momentos mucha
fuerza y determinación y si bien no sabía qué
iba a pasar en el camino, tenía la certeza de
que yo estaría dispuesta a luchar por las dos.

Creo que fue por mi decisión, entre


otras cosas, que a partir de ese momento em-
pecé a encontrarme mejor. Todo pasa y llega
a su fin, y en general me queda un buen re-
cuerdo de ambos embarazos ya que aprendí
muchísimo en el transcurso. Y ambos fueron
el revulsivo inicial que me permitieron con-
vertirme en la mujer que soy hoy día, mucho
más consciente, valiente, realista y capaz.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, mamá de


Roger y Alba, consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)


El embarazo fue todo un viaje de reencuentro
con mi cuerpo, llevaba algunos años hacien-
do danza y Yoga, pero jamás había sentido mi
cuerpo tan poderoso y tan vivo. En mí desper-
tó la consciencia de la vida, los árboles, las flo-
res, las aves y sus cantos, las mariposas y todo
lo que se manifestaba de la vida en la tierra
me conmovían profundamente. Empecé a
sentir una fusión entre mi cuerpo, el cuerpo
de mi hija, el de mi pareja y todo lo que habita
la tierra. Cuidar de mi era cuidar de mi bebé,
como cuidar a la tierra. Las plantas de la casa
comenzaron a crecer, a estar más verdes. Mi
cuerpo junto con el de mi bebé crecía, sen-
tía, el amor hacia todo se manifestaba con el
sólo hecho de sentir los movimientos de Ma-
ría dentro de mí.

Lila, 25 años, mamá de María. (México)


Al principio cuando me enteré que estaba
embarazada sólo quería abortar. Mi parte ra-
cional me decía que no podía tener un hijo
con una persona que apenas conocía en la
intimidad y con las circunstancias económicas
restrictivas.

Sin embargo, el día que me realicé la


primera ecografía mi ginecólogo me aconse-
jó que reflexionara sobre abortar puesto que
no era coherente querer abortar y proteger
el estado psicofísico del feto. Y vamos si re-
flexioné, me hice hasta un DAFO de esos que
tanto practiqué en la carrera de Trabajo Social
para tomar con conciencia el compromiso de
ser madre. Desde ese momento viví mi emba-
razo con consciencia, me comuniqué con pro-
fundidad con mi bebé y disfruté de cada eta-
pa. Cuidando mi mente y mi cuerpo aunque
viviendo con tristeza la ausencia de un padre
que cada vez se hacía más evidente que no
quería asumir este compromiso.

Almudena, 37 años, mamá de Ángel, trabaja-


dora social y profesora de Yoga. Los Abrigos,
Tenerife (España)
Mi situación emocional a lo largo del embara-
zo no fue fácil, me embaracé a los tres meses
de estar en una relación, bella y chispeante,
me embaracé enamorada y me embaracé sin
planearlo de un hombre algunos años mayor
que yo. Él acababa de perder a su padre y una
relación de siete años, de la cual aún no es-
taba desenganchado. Esto hizo que la deci-
sión de continuar el embarazo no fuera fácil.
El amor y la vida se impusieron ante la confu-
sión mental y emocional. El embarazo fue sa-
ludable salvo mi presión que bajaba mucho.
Yo seguí mi vida bailando, dando clases, has-
ta que a los siete meses, un sangrado fuera
de lo común me hizo parar e irme a mi casa a
ordenar el nido, tanto interno como externo,
a descansar, a conectar con mi bebé y con mi
cuerpo, a prepararme para dar a luz.

Alhelí Pérez, 38 años, mamá de Layla Yumari.


(México)


Quedé sin aire. En un estado de profundo y
absoluto silencio. Suspendida en una burbu-
ja. Todo se detuvo en ese mutismo. Todo co-
menzó a girar más lento. Floté dentro de esta
burbuja durante nueve meses.
Me costaba mucho ubicarme en el
tiempo y el espacio. No era dueña de mis
emociones y sin embargo avanzaba dentro
de esa burbuja, en ese silencio, en ese hacer-
se todo más lento. Todos esperaban de mí
cosas distintas, lo que “normalmente” deben
hacer las mujeres que están embarazadas. Yo
sonreía poco. Mis ojos redondos y nostálgi-
cos eran ausentes.

Dos amigas contemporáneas estaban


también embarazadas. Cada niño con un mes
de diferencia. Sentí un gran alivio de poder
compartir este suceso paralelamente con
dos grandes amigas. Tres procesos distintos
de maternidad. Yo no podía entender ni co-
nectar ni sentir lo que ellas me expresaban.
Muchos me señalaban porque no podía mirar
de otro modo, sentir de otro modo, respirar
de otro modo ni vivir como mariposa de flor
en flor. Quedé sin voz. No podía interiorizar
mi nuevo estado. Estaba en una gran burbuja
de silencio que hacia involuntariamente todo
más lento y desde que me recuerdo he gira-
do en mil revoluciones. Pero aquella burbuja
en la que me sentía suspendida me obliga-
ba a ir en cámara lenta. No podía controlar
mis emociones, cualquier cosa era más fuerte
y hacía un gran ruido, por ejemplo el sueño
que se apoderaba de mí sin darme cuenta.
Por ejemplo las lágrimas que brotaban sin
razón. Algunos callaban por prudencia. Otros
murmuraban sobre lo extraña que era. Me ob-
servaban como a una extraterrestre y así me
sentía algunas veces frente a mis preguntas
sin respuestas. Afortunadamente había un
cómplice, mi compañero, la palabra fecunda
me acompañaba y con una sonrisa cargada
de ternura parecía entenderme. Esto era un
oasis de gran fortuna pues mi olfato estaba
increíblemente sensible y percibía cualquier
olor a largas distancias. No soportaba el olor
de ningún otro hombre diferente a este abra-
zo que me acompañaba y consolaba en silen-
cio de día y de noche.

Diariamente me preguntaban, ¿Puedo


tocar? ¿Ya se siente? ¿Ya se mueve? Yo no po-
día sentirlo, en realidad no podía creerlo. Casi
no se notaba. Pensaba que tal vez dormía pro-
fundamente. Me sentía perpleja y curiosa.

Me sentía una niña que tímidamente


intenta introducir muy lentamente su pie des-
calzo en el lago profundo, misterioso y que
observa si alguien la mira.
Es que no me lo esperaba. Lo creó su
padre con su palabra fecunda. Lo creó una
noche fría frente a una fogata en medio de un
bosque oscuro, acompañó la palabra con su
armónica y con sus ojos de miel que endulza-
ban el olor del viento. Nació de la palabra an-
tes que de la carne. Las estrellas, fecundaron
la palabra mucho antes de hacerse semilla.
Había escuchado que cada ser nace del sue-
ño y el anhelo de su madre. Puedo decir que
mi hijo ha nacido de la palabra de su padre
cuando yo… ya había perdido el sueño y el
anhelo era lejano tras dos pérdidas justifica-
das medicamente y sin mucha esperanza.

Soñamos con milagros pero cuando


ocurren quedamos mudos. Me sentía una
niña asustada y taciturna. A la vez sentía una
llama sagrada dentro de mí que anunciaba
una gran transformación, el asomo de una
Mujer-Loba fuerte y valiente que ahora tenía
una manada por la cual podría dar la vida.

Mi hijo nació de la palabra de su padre


y de mi silencio. Me costaba mucho hablar-
le. No podía creer nada de lo que pasaba, ni
cuando veía la ecografía, simplemente no lo
creía…ni cuando de repente comenzó a cre-
cer y mutar todo mi cuerpo… me sentía ex-
traña. No podía conectarme y muchas veces
en soledad mi elipsis se transformaba en es-
truendosa culpa.

Todo esto pasaba de modo incom-


prensible. Apareció algo que lo cambió todo.
Una gran excepción; En la cita de control mé-
dico, por primera vez, en un aparato amplifi-
cador escuchaba el sonido del tambor de su
corazón dentro de mí… un sonido galopan-
te y fuerte… era el sonido de la vida misma
con toda su imperiosidad. Entonces sentía el
llamado, entonces ese sonido hacía eco per-
manente en mi corazón y retumbaba todo
dentro y fuera expandiéndose… y esta músi-
ca me llevo a un nuevo mundo… al encuentro
conmigo misma. A una búsqueda sagrada, a
recorrer un camino para llegar a mí misma,
era la antesala para mirar y sentir este nuevo
ser y su significado. No tenía idea de lo que
ocurriría tras el miedo.

Era el sexto mes de gestación, aun no


podía hablarle, era mucho más sencillo para
su padre leerle un poema, hacerle chistes,
saludarlo, tocarle un instrumento y cambiarle
cien veces el nombre en un día, yo solo me
reía y aún me sentía extraña. No tenía idea de
cuál sería su nombre, no creía aún que dentro
de mi pudiese haber un ser que al llevar un
nombre se convierte en persona. No tenía un
solo pañal comprado, ni sentía temor del par-
to ni emoción por el baby shower y los prepa-
rativos y listas interminables de pendientes en
el que andaban mis amigas embarazadas.

Yo prefería resguardarme en mi casa,


en mi sigilo y con mi compañía más cercana
y aromatizada. Para bailar, cocinar, darme ba-
ños interminables de agua caliente, caminar
desnuda en casa y así mismo bailar zamba y
disfrutar el único lugar donde me sentía plena
y sin murmuraciones ni miradas. Donde dis-
frutaba mi increíble metamorfosis. Intentando
escuchar aquel galopante sonido sin poder
conseguirlo… observaba durante largos ins-
tantes mi cuerpo cambiante.

Al mismo tiempo, mi sentido de res-


ponsabilidad aumentó a su nivel más alto.
Todos los cuidados al orden del día, vitami-
nas, comida sana, y excelentes hábitos hacían
parte de mi vida ahora, una fuerza me movía
instintivamente a hacerlo.
Pero entraba al mes octavo y aun no te-
nía ni el nombre de mi primogénito varón, ni
pañales, ni podía hablarle a mi barrigota. Aún
continuaba sin creerlo completamente, para
mí era el misterio más increíble del universo.

Sucesos inesperados sacudieron mi


burbuja y necesitaba escuchar esa música de
ese tambor de fuego. Añoraba y proponía
visitas a la ginecóloga para escucharlo una y
otra vez hasta interiorizarlo y llevarlo conmigo
cada instante. Este sonido me curaba. Me sa-
naba. Era un encuentro con algo fuerte y sa-
grado.

Este sonido fuerte era una clave tonal


que hacia vibrar algo dentro de mí y encen-
derse. Acudí al llamado. Inicie esta búsqueda
hermosa, de lectura, de conexión con todo a
seguir el sonido y el camino que me señala-
ba. Inicié paso a paso lentamente y todo fluía
comencé a escuchar mis latidos a danzar con
este tambor todo era un puente necesario,
inicié Yoga, asistí a terapias de reiki y a cere-
monias de temazcales, comencé a pintar un
mandala hermoso para él que hoy adorna su
espacio.

Todo comenzó a fluir con el impulso
de este tambor, el camino se hacía hermoso,
a mis pasos brotaban personas hermosas, un
camino acompañado de mujeres todas ma-
dres de todas las edades, sabias y fecundas,
me enseñaron a escuchar cuencos tibetanos
y hasta mi propia voz, mi propio latir, compar-
tieron conmigo su sabiduría como madres y
me llevaron a lograr conectar a ser parte de la
creación, fue un renacimiento y pude hacer-
lo. Pude comenzar a llamarlo por su nombre,
de la manera más hermosa comencé a soñar y
escuchar la fuerza de este latido en mi interior.
Cerca del nacimiento en un sueño muy bello
sentí a mí hijo, no lo vi, lo pude sentir y me
reveló su nombre: Alejandro. No había duda.
Ese era su nombre. Valiente, Fuerte, Poderoso
“El grande” y fue él quien me susurró al alma
y allanó el camino para llegar y hacerse carne.
Ahora podía verlo claramente desde la bur-
buja en perfecta perspectiva.

Brisa, 35 años, mamá de Azul, Medellín (Co-


lombia)

Durante el embarazo, la conexión con el bebé


fue surgiendo con mucha lentitud.
No me desesperé ni me esforcé, viví y valo-
ré cada situación. Con mi panza también cre-
cían incertezas y dudas. Busqué mantenerme
tranquila y fui descubriéndome en un nuevo
formato, una nueva diosa aparecía y se iba
apoderándose de mí. Al ir descubriéndome,
empecé a sentir la necesidad de diferenciar-
me de lo que no coincidía conmigo (tenía en
claro qué cosas no me agradaban por algún
motivo), fui aislándome de los comentarios
de experiencias ajenas donde no coincidía
ideológicamente y buscando transitarlo a mi
manera. Si bien todo conocimiento nutre,
sentía que ciertos comentarios me hacán cier-
to ruido interior.

Es tan diferente el embarazo para cada


mujer. En mi primer trimestre me dormí todo.
Infinitas horas, solo así lograba mantener mi
rutina diaria. Sabía lo que estaba viviendo, y si
bien no dudaba, tampoco demostraba felici-
dad. ¿Conexión? Cero. Ni siquiera quería en-
frentar la situación de contarlo y menos que
menos ¡recibir las felicitaciones! Decir que
estaba embarazada era reconocer que había
tenido sexo. Es obvio que las parejas adultas
mantienen relaciones sexuales, pero no lo an-
damos gritando por ahí. Si me preguntaban
si lo había buscado, entonces tenía que reco-
nocer que había tenido mucho sexo, si ¿eso
quería saber? Si se alegraban por mi emba-
razo ¿se alegran de que me esté por defor-
mar, se alegran de saber que tuve sexo, o que
ya no voy a poder hacer lo que quiera? Me
surgían muchas dudas de las frases que escu-
chaba. Y, sobre todo, me daba ¡vergüenza! Sé
que en las preguntas había buena intención,
pero no podía evitar sentirme muy incómoda.

El segundo trimestre fue de mayor ple-


nitud, ya era evidente mi embarazo y no me
felicitaban tan regularmente. Con ciertos re-
caudos logré hacer muchas cosas y disfrutar-
las sin miedos. Viajamos, lideré una campaña
de investigación en la Patagonia, me fui de
campamento, bailé, caminé, probé comidas
nuevas... Llevé adelante mis proyectos, sabía
que debía aprovechar mi independencia. En
las ecografías, hasta ese entonces, prefería no
mirar la pantalla. Saber que todo estaba bien
era suficiente. Me decían que disfrutara la co-
nexión, pero no entendía a que se referían.

En un recital de cuencos tibetanos sen-


tí que el cachorro se movía por primera vez.
Si bien me alegró, también me sentí poseída.
Esta ambivalencia me acompañó hasta el fi-
nal del embarazo. Fue por eso que empecé a
indagar sobre qué estaba pasándome, pero
con una mirada más fisiológica y de autoco-
nocimiento que dé cómo va el desarrollo. Y
claro, las páginas sobre maternidad no me
ofrecían nada de lo que buscaba. Sentí que
esas páginas y libros me trataban como una
tonta que entiende poco de su cuerpo, a la
que hay que decirle todo como a una nena
pequeña. Entonces, busqué por otros lados.
Y de a poco fui encontrando información que
me informó de la manera que necesitaba. Bá-
sicamente eran blogs de mamas o de doulas.
Así, de la fisiología pasé a la neurobiología, al
parto respetado, a valorar el cuerpo, a enfren-
tar los miedos y las sombras, a buscar lo na-
tural. No eran autores que hablaban de algo
que les pasaba a los demás, sino relatos de
mujeres y sus experiencias. Científicos que
intentaban encontrar explicaciones a las re-
laciones que veían o ellos mismos sintieron.
De esta manera, con cada movimiento del
cachorro en mi vientre se me sacudían ideas
previas y rompían estructuras viejas y sociales.
Pero fueron cambios muy internos, que tardé
mucho en asimilar y más en reconocer. ¿Yo,
la que no iba a tener hijos, disfrutar del em-
barazo? ¡Ja! De ninguna manera iba a reco-
nocérselo fácilmente a nadie. Tal vez por eso,
del estado de desconexión pasé a una sutil e
intermitente conexión, y sobretodo, muy ínti-
ma entre mi panza y yo. Creo que respetar mi
propio ritmo y evitar a rajatabla compararme
fue una clave.

El tercer trimestre coincidió con las


vacaciones de verano. Muchos se fueron de
vacaciones y yo seguí con mis averiguacio-
nes navegando en la web y auto-reconocién-
dome, ya anticipando el futuro próximo. Di
con información sobre el llanto en los niños
y su necesidad de apego, de piel, de olor a
mamá. Descubrí las telas de porteo y entendí
que eso era lo que yo necesitaba. Esa cone-
xión por cercanía que me permitía movilidad.
Siempre me pareció horrible el llanto de los
bebés y los papás que no actuaban, la lejanía
que imponen los cochecitos de bebés. Com-
prendí que lo veía poco natural. Eso no pasa
entre los demás mamíferos.

Pero mi gran punto de cambio fue des-


cubrir que la placenta estaba mal ubicada e
impedía la salida del cachorro por vía vaginal,
nos ponía en riesgo. Esa fue una ruptura in-
terna, terminé por doblegarme. Ahí terminé
de entender que necesitaba comprender lo
que ese ser que me bailaba por dentro me
enseñaba: calma y reposo, armonía y char-
la, reflexión y comprensión. Mi tristeza por el
parto natural que no iba a ser y las explica-
ciones para que él dentro mío no se angustia-
ra, poner en palabras todo lo que sentía y lo
esperaba y también todo lo dispuesta a reci-
birlo y cuidarlo que estaba, permitieron la co-
nexión y el vínculo que debíamos establecer.
Cuando nació aun no sabía todo lo que ya me
había cambiado al elegirme y dejarme ser du-
rante esos nueve meses que lo llevé dentro y
sentí crecer.

Cecilia D, 38 años, mamá de Sachayoj y en


espera de otro bebé, bióloga. Buenos Aires
(Argentina)

Eran tantas las ganas de tener a mi hijo ya,


que la idea de estar embarazada no me gus-
taba nada. Tuve sentimientos contradictorios.
Al principio recuerdo que lo pasaba fatal, no
quería estar embarazada, no quería pasar por
ese proceso.
Cuando empezó a moverse, me sentía
incómoda sabiendo que tenía alguien dentro
de mí. Me daba repelús. Pero con el tiempo,
si no sentía que se movía, me volvía loca pen-
sando si estaba bien. En uno de sus estira-
mientos vi como sobresalía la forma de una
manita en mi barriga y me alteré tanto, que
no quería tenerlo más en la barriga. Soñaba
con tenerlo ya entre mis brazos. Pero al mis-
mo tiempo, me gustaba cogerme la barriga y
abrazarla sabiendo que dentro estaba mi hijo.

El embarazo se me hizo eterno, me sen-


tía impaciente y no quería estar tanto tiempo
embarazada. Quería tener a mi hijo ya.

Tina, 30 años, mamá de Enrique. (Suiza)

Recuerdo el momento de la confirmación: en-


valentonada, asustada, expectante, ilusiona-
da, asustada….y casi todos los adjetivos que
terminan en “-ada”. Domingo, 9 de la mañana,
Clear Blue en el lavabo, yo en el salón, el papá
vigilando el test...Y “Embarazo 2-3 semanas”,
el papá se acerca, me mira y me dice ¡que
sí! Cara de sorpresa, y abrazo de fusión. En
ese momento sentí que firmaba un contrato
de preocupación de permanencia vital don-
de la primera cláusula era “¿estará bien todo
dentro del saco? Lo siguiente que recuerdo
es sentarnos y preguntarnos “¿Y ahora qué se
hace?”, como dos niños que acaban de des-
cubrir un tesoro.

El embarazo lo viví muy ilusionada,


emocionada y alucinada con que el cuerpo
humano pudiera crear vida de esa forma. En-
tendí que realmente esto era el milagro de la
vida, porque tenían que darse tantas circuns-
tancias para que el espermatozoide fecunda-
ra el óvulo y todo empezara a marchar. Los
primeros tres meses se vieron enturbiados
por las famosas náuseas, pero aun así me en-
contraba tan feliz de haberlo conseguido (en
esa época la felicidad la demostraba desde
el sofá de mi casa sintiendo un revuelto cons-
tante). La expectación fue una nota común en
todo el embarazo, nuevas sensaciones, agra-
dables, menos agradables, alguna preocu-
pación del tipo ¡madre mía, he comido una
albóndiga un poco cruda!¡Me he comido una
anchoa, pero ¿no se puede? ¡Si no sé ni cómo
son las anchoas en origen!

Blanca, 35 años, mamá de Daniel, Madrid (España)


El embarazo lo viví con mucha paz y sereni-
dad. Mi cuerpo me lo pidió. Me sentía muy
capaz y madura para hacerlo, además había
vivido de cerca otros embarazos y eso es una
gran ayuda. Confiaba plenamente en que
todo iba bien, así lo sentía y las pruebas de
los médicos para mí eran simples confirma-
ciones. Tuve algún desacuerdo con ellos por
no querer hacerme un par de pruebas, pero
consideré que era más perjudicial que bene-
ficioso y no veía la necesidad de hacerlo con
las razones que me daban.

Voy a contar mi experiencia al respecto


por si le puede ser útil a alguna mujer. En pri-
mer lugar, soy una mujer sana que me alimen-
to saludablemente, hago ejercicio y no tengo
antecedentes de diabetes. Y en el embarazo
me estaba cuidando más aún si cabe. Pues
bien, en la semana 12 quisieron hacerme la
prueba del azúcar sólo porque era mayor de
35 años, cuando todos los demás valores es-
taban correctos. Me negué y todo fue bien. En
la semana 20 pasé la prueba corta del azúcar
sin ningún problema (prueba que no hubiese
querido hacerme si no fuera porque mi pareja
me lo pidió, a lo cual accedí), y todo fue bien.
Y en las últimas semanas quisieron hacerme
la prueba larga del azúcar porque, según la
ginecóloga, el niño era un poco grande. El
ecógrafo dijo que estaba en los límites nor-
males pero a veces son un poco cuadricu-
lados y en vez de mandarme una ecografía
futura, me mandó la maldita prueba. Le pedí
si podía medirme el azúcar durante una se-
mana o 10 días a cambio, ya que me habían
informado de que daba el mismo resultado y
se negó. Aun así conseguí un aparato de me-
dir el azúcar y con ayuda de otras personas e
información lo hice. Pasé unos días bastante
angustiada por este tema, tuve que dar expli-
caciones a la gente que me veía pinchándo-
me durante esa semana y aguanté varios co-
mentarios sobre el tema, pero no quería por
nada del mundo darle un “chute” de azúcar
a mi bebé… Me sentía fuerte por él. Mi pa-
reja me apoyó con la decisión y eso también
me ayudó. Qué contradictorio que te estén
diciendo que no tomes azúcar y te manden
esas pruebas a la primera de cambio, no pue-
do entenderlo. Cuando le llevé los resultados
a mi ginecóloga me dijo que lo había hecho
muy bien aunque insistió en que era más par-
tidaria de la prueba… Espero mi experiencia
pueda servir a otras mujeres, al menos para
que puedan tener la opción de elegir. Mi pa-
reja y su familia son grandes y mi hijo tam-
bién, cosa que mi ginecóloga nunca tuvo en
cuenta, siendo algo tan lógico.

Súperhada, 39 años, mamá de Jorgeras.


Madrid (España)
LA PREPARACIÓN AL PARTO
CONVENCIONAL ¿SIRVE?
—”Necesitamos encarnar la sabiduría
que se filtra a través de todas nosotras,
incluyendo lo que nos dicen nuestra
mente corporal y nuestra guía interior.”

Dra. Christiane Northrup

Jamás olvidaré mi primera clase de prepara-


ción al parto. Acudí muy ilusionada, la idea de
un grupo de mujeres embarazadas sentadas
en círculo y hablando sobre el parto me infun-
día poder, hermandad femenina, empatía…
Sin embargo, al llegar nos comunicaron que
la clase consistiría en el visionado de un par
de documentales. Cuando la matrona fue a
poner el DVD y se dirigió a la sala diciendo “a
ver, un hombre que nos lo ponga” supe que la
cosa ya sólo podría ir a peor…

Nos tuvimos que tragar un documental muy


antiguo de imagen granulada en la que el na-
rrador protagonista era un doctor muy serio
con bata blanca y bigotito propio de épocas
franquistas, explicando básicamente que “el
parto es un proceso muy doloroso”, interca-
lando en sus explicaciones imágenes de mu-
jeres tumbadas en las camillas con brillantes
camisones de raso celestes y rosas rematados
con lacitos y el cabello de peluquería carda-
do estilo años 70, todas ellas llorando en sus
camillas como si estuvieran absolutamente
desvalidas. No eran gritos desgarrados de es-
fuerzo y poder, no eran rugidos de leona de
parto salvaje a cuatro patas, eran llantos silen-
ciosos de mujer-niña muerta de miedo, quieta
y triste. Desolador.

Tras varios minutos de estas imágenes


acompañadas de la típica música de docu-
mental antiguo, llegaba el mensaje salvador:
“Pero no os preocupéis porque hoy en día la
mujer no tiene por qué sufrir en el parto gra-
cias a la epidural”. Y acto seguido ya todo fue
información sobre la anestesia epidural: colo-
cación, imágenes de la aguja clavándose en
la espalda, acción de la anestesia, etc. Ningu-
na imagen de parto, ni de cuerpo femenino,
ni de bebés si quiera… Y ya las mujeres con
los camisones horteras impolutos aparecían
con una sonrisa de mona lisa y el niño vestido
de batón impecable a su ladito en una cuna
de metacrilato, en un supuesto posparto en el
que ellas ni se habían despeinado.

Después la matrona puso la parte final


del documental “En el vientre materno” de la
BBC, cuando se ve a la madre pariendo de
pie con el cuerpo apoyado en la cama. Con
los pujos resoplaba, gruñía, jadeaba y apreta-
ba con mucha fuerza. La matrona entonces se
apresuró a decir “no os asustéis porque gri-
te, ahí ya no duele porque ya han puesto la
epidural, está sólo gritando por el esfuerzo...”
y muchas de las chicas sentadas a mi lado
adoptaron expresión de “Ah menos mal, qué
alivio…”.

Yo estaba cada vez más perpleja y des-


ilusionada con todo aquello, no podía creer-
me que se enfocara el tema desde esa pers-
pectiva tan deprimente. Después nos puso a
mover los pies en círculos porque era bueno
para la circulación y nos enseñó una especie
de respiración jadeo que me dejó bastante
mareada. Definitivamente, ésta es una prepa-
ración al parto que NO SIRVE. En aquel mo-
mento sabía que la epidural era una opción
a mi alcance durante el parto y que si lo veía
conveniente recurriría a ella, pero no me es-
peraba en absoluto que la “preparación al
parto” fuera así, parecía que nos iban a llevar
a todas al matadero. No se habló nada del
bebé, de lo que íbamos a sentir de verdad, de
la importancia que tienen las contracciones,
de nuestro cuerpo y nuestra naturaleza fe-
menina, del momento inolvidable del primer
encuentro, del piel con piel, del amor que te
atraviesa incandescente desde el alma hasta
los pies (madre mía qué poco sabía enton-
ces...).

Me atreví entonces a indagar un poco


más en otras perspectivas: “¿Y qué pasa si
no te pones la epidural?”. Todas me miraron
fijamente con esa mezcla de sonrisita con-
descendiente y expresión de “pobre criatura
ignorante”. Una de las mujeres se apresuró a
decir que lo mejor es ponérsela, que el dolor
no se aguanta, que para qué, a ella le había
ido fenomenal, salvo por que le entró fiebre
bastante alta y perdió un poco de sensibili-
dad durante unos días en un ojo, detalles sin
importancia, pero por lo demás genial... En-
tonces, viendo que nadie tomaba en serio mi
pregunta, dije (y que se me perdone la men-
tira piadosa): “Soy alérgica a la anestesia, no
puedo ponérmela”.
De pronto paró el cacareo, las que se estaban
riendo y cuchicheando entre ellas dejaron de
hacerlo y me miraron fijamente, ya sin juicio
en la mirada. Y fue entonces y sólo entonces
cuando surgió por primera vez en aquella ha-
bitación de mujeres sentadas en círculo, una
llamita pequeña de calor de fogata antigua,
de alma de madre, de empatía... “No te preo-
cupes”, “Estoy segura de que podrás, si nues-
tras abuelas podían, todas podemos…”.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)

Lo primero que me llamó la atención en mi


clase de preparación al parto es que excepto
yo, nadie había visto un parto ni en el youtu-
be. Y esto de ver los partos ajenos era algo
que las mujeres llevábamos generaciones ha-
ciendo, pero se acaba con el rollo de ir a parir
al hospital. El caso es que excepto yo, de vein-
te chicas, ninguna había visto un parto y casi
no habían visto ni dar teta a ningún bebe. Y el
tema de la anatomía femenina, la mayoría lo
tenían bastante olvidado y no vamos a hablar
de los músculos del suelo pélvico, que una
alucinó de tener músculos ahí abajo. Para mí
la conclusión general positiva es que la pre-
paración al parto es una gran herramienta de
educación para la salud y hay que ir; Te repa-
san la anatomía interna y te dan a conocer lo
que es un parto normal. Además nuestra ma-
trona hizo mucho hincapié en la lactancia y en
nuestro caso, nos resolvió millones de dudas.
También te enseñan o procuran que lleves un
embarazo lo más sano posible, animándote a
realizar ejercicios suaves de primero de jubi-
lado.

Vamos ahora a ver para qué no sirve:


No sirve para prepararte para la toma de de-
cisiones difíciles, lo cual sucede en la mayoría
de los partos de primerizas, siendo parte ac-
tiva en el parto, quiero decir aparte de pujar
de forma activa la madre apenas toma parte
en las decisiones. Pasan de puntillas por los
partos “feos” o instrumentales, no te enseñan
casi lo que es un fórceps o una ventosa, ni las
consecuencias de su uso en tu cuerpo y en el
del bebé. Y de la episiotomía, solo te explican
cómo cuidarla. No te explican lo que es un
plan de parto, que tienes derecho a hacerlo
y que se respete. Las primerizas que vamos a
la preparación aún vivimos en nuestro mundo
de luz y color, ni oímos y ni preguntamos pen-
sando que nuestro parto será rápido y fácil y
sin epidural. Las que ya han parido nos miran
con cara de “veras veras”.

Belén Berlanga, 31 años, mamá de Teo, fisiote-


rapeuta. Guadalajara (España)

Cuando me quedé embarazada de mi prime-


ra hija, sentí que era el momento de buscar
“alternativas” y no quedarme en la prepara-
ción de la que me había hablado la matrona
del centro de salud. Esta señora me explicó
que a lo largo de las cuatro sesiones se abor-
darían temas como el embarazo, relajación y
ejercicios de cara al parto, los cuidados del
recién nacido y la lactancia.

Deseosa pues de buscar algo más


completo pregunté a otras mamás recientes
y sus recomendaciones me llevaron a un cen-
tro de preparación privado, al que las mamás
solían ir cubiertas por su seguro médico. La
formación se dividía en varias sesiones, que
englobaban teoría y práctica.
En ese momento me sirvió para co-
nocer más a fondo todo lo que ocurre en tu
cuerpo durante el embarazo, para tener más
información sobre el proceso del parto, para
saber algo sobre la lactancia y la importancia
de que no se produjeran interferencias en las
primeras horas de vida del bebé y ésta pudie-
ra ser un éxito. Me sirvió también para algo
importante en mi opinión: no tener ninguna
idea preconcebida de cómo sería mi parto y
estar abierta a cualquier posibilidad y acep-
tarla fuese la que fuese. Sin embargo, en esta
preparación no mencionaron que estamos
preparadas para parir por naturaleza, y que el
equipo médico debía acompañarnos pero no
dirigir, que el dolor del parto no es un enemi-
go. Se olvidaron de decirnos que los partos
son de cada madre y de nadie más, y que no
podemos permitir que nos los roben.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo. Cór-


doba (España)

Tengo que decir que antes del parto estaba


convencida que me habían servido las sesio-
nes que asistimos yo y mi pareja en el centro
de salud. Estaba segura que toda la informa-
ción recibida era la única que me podía ayu-
dar.

Pero no. No era suficiente, y realmen-


te las sesiones se olvidaron de lo que para
mí habría sido lo más importante; Qué es el
acompañamiento emocional en el parto y
posparto, qué es y para qué sirve una doula,
que tenía más opciones aparte de parir en un
hospital, cómo gestionar el dolor y la ansie-
dad, ayudarme a conectar con el bebé antes
de nacer y aprender a escucharlo, a tomar
consciencia de la metamorfosis de mi cuerpo
y como esto me afectó... Y un largo etcétera.

De todo esto tomé consciencia mu-


chos meses después del parto, y sé que de
todo esto lo incluyen en preparaciones al par-
to no convencionales. Espero que algún día
en los centros públicos esto sea una realidad.

Txell, 36 años, mamá de Ojos Pardos, mamá


viajera, interiorista e ingeniera. Terrassa, Bar-
celona (España)
LA PREPARACIÓN AL PARTO
NO CONVENCIONAL
(O ALTERNATIVA)
— “La mejor preparación al parto es la
confianza”.
Michel Odent. 

Después de haber vivido dos partos sé que es


una experiencia única y extraordinaria, trans-
formadora si te lo permites. En esos momen-
tos tan intensos los contornos de lo físico se
desdibujan y visitas, aunque sea por un ins-
tante los confines de la vida para volver más
fuerte, más sabia, más poderosa. En un parto
hay que ir ligera de equipaje y entrenada en
relajación para permitir que todo fluya y la co-
rriente de la vida pase a través de una. Cual-
quier sombra que anide en el interior, que no
hayamos mirado o trabajado, asomará sus
fauces en el momento del parto sin duda, así
que, como yo lo sabía (con el segundo parto,
con el primero no) me propuse hacer las pa-
ces con ellas.
Mi primer parto fue hospitalizado, y me
pusieron epidural, gotero, etc. Inicialmente yo
quería que fuese natural, pero me sentí agra-
decida por haber contado con esas ayudas,
ya las necesité de verdad. Luego decidí traba-
jarme para que cuando llegase el momento
de tener a mi segundo hijo pudiese hacerlo
en casa, ya sabía dónde estaban mis trampas
que no me permitían seguir adelante en un
proceso tan natural como parir.

Cuando me quedé embarazada por


segunda vez la decisión estaba tomada, iba a
saltar al vacío, o al menos así lo sentí al deci-
dir parir en casa. Cuando estaba embarazada
de seis meses empecé a buscar a la matro-
na que nos asistiría en el parto, y encontré a
nuestro ángel de la guarda, Assum, que me
ayudó a deshacerme de mucha carga mental
y emocional para llegar al encuentro con mi
hija más liviana. Me ayudó a prepararlo todo
con mucho cariño, sobre todo a mí misma. El
dar a luz eran dos cosas a la vez: un nacimien-
to para mi hija y un parto para mí. Que mi hija
naciese no necesitaba preparación pero que
yo “pariese” de la mejor manera sí.
Assum me acompañó en el viaje hacia
lo desconocido, que era para mí el parto na-
tural, con dulzura, tranquilidad y mucha sabi-
duría. Hablamos de todo: mis traumas infan-
tiles, mi linaje, el padre, el linaje del padre,
etc. Pusimos hilo a la aguja y remendamos los
descosidos que poblaban mi alma. Perdoné,
lo que tuve que perdonar y agradecí lo que
tuve que agradecer, no solo a mí misma sino a
mis padres, a mis abuelos, a la personas de mi
alrededor. Solté mucho lastre, deje ir muchas
penas y agradecí muchas bendiciones.

También me reencontré como mujer,


un hecho imprescindible a vivir en algún mo-
mento de la vida, si es que te has desconec-
tado de tu fuerza vital femenina. Yo no estaba
en sintonía con la verdadera mujer que soy, y
elegí volver a conectar con ella, conmigo, un
mes antes de dar a luz. Paseé por el ciclo lu-
nar, como nos afecta a las mujeres y estudié
nuestros arquetipos, con un curso bien es-
tructurado por una mujer maravillosa, Sophia
Style. Rebuscando en mi interior saqué a la
luz mis herramientas más poderosas que, sin
duda, me ayudaron a parir. Descubrí que era
capaz de llevar a cabo todo lo que me propo-
nía, que era bella en todas mis facetas, que el
dolor siempre sana si te lo permites, que te-
nía una voluntad de hierro, que era importan-
te saber jugar y divertirse y reír y que toda la
sabiduría del universo, toda la luz, todo lo que
necesitase estaban dentro de mí esperando
tan solo a que me atreviese a tomarlo.

Así el último mes lo pasé haciendo


ejercicios de meditación y relajación para
afrontar el parto confiada y tranquila, estuve
buceando en mi interior para tomar fuerzas,
y sacar a flote mi perseverancia, mi valentía y
mi capacidad de soltar, de dejar ir sin apegos,
pues finalizaba una etapa, la del embarazo y
ya nada volvería a ser igual.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)


En mi segundo embarazo, seguí bus-
cando lo que no había encontrado en el pri-
mero, una visión distinta de la gestación, el
parto y el puerperio. Algo que estuviera más
en la línea de lo que sentía dentro y de cosas
que había leído y experiencias a mi alrededor
que había conocido (El parto es nuestro, foro
de crianza natural...). Así, no sé de qué mane-
ra exactamente me tropecé con un centro de
preparación distinto, con un equipo de matro-
nas maravilloso. Un lugar de empoderamien-
to absoluto para mí. Estas matronas, mujeres
sabias y poderosas, nos hablaron de multitud
de aspectos relacionados con la alimentación
durante el embarazo, el desarrollo del bebé,
la fisiología del parto y sus posibles complica-
ciones, la lactancia materna, las vacunas, etc.

Una preparación muy completa, con


sesiones grupales y otras individuales, donde
desgrané muchos asuntos relacionados con
mi anterior embarazo, con mi primer parto y
conmigo misma. Donde me planteé cuestio-
nes verdaderamente relevantes para mí y para
el bebé, así como para la familia al completo.
Comprendí a la perfección lo innecesario de
muchos protocolos médicos que se llevan a
cabo con las embarazadas y parturientas, tan-
to en lo que se refiere a las pruebas de rutina
como a la instrumentalización en el paritorio.

Nos pensamos mucho si hacer la pre-


paración en este centro, pues nos suponía
desplazarnos unos 150 km. hasta otra ciudad
un día en semana y dejar a nuestra hija con
la abuela hasta las once de la noche, que es
la hora a la que solíamos regresar. Al día si-
guiente yo tenía además que coger un tren
muy temprano para ir a trabajar a Sevilla. La
primera entrevista que tuvimos con Maite,
una de las matronas, a mí me disipó las dudas.
Este tipo de preparación era lo que buscaba.

Estas sesiones nos sirvieron de mucho


a mí, a mi pareja y a nuestra relación. Fue un
proceso muy rico para ambos, una transfor-
mación interior muy bonita. Cuando comen-
zamos yo tenía en la mente la opción de parir
en casa, pero no lo tenía nada claro, y a mi
pareja ni se le pasaba por la imaginación esa
opción. Por eso siempre digo que fue un pro-
ceso para nosotros realmente precioso, nues-
tro cambio de posicionamiento desde dónde
vivir y sentir las cosas, nuestra proyección de
todo lo que tenía que ver con nuestro hijo,
con su manera de venir al mundo...
Un de las cosas más valiosas que
aprendí en este período de preparación, fue
repetirme cada día dos palabras que nos di-
jeron en una de las sesiones: ACEPTA y CON-
FÍA. Fueron el mantra de mi embarazo, y aún
lo siguen siendo a día de hoy.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo. Cór-


doba (España)

En mi segundo embarazo mi prepara-


ción al parto fue en solitario y espontánea. No
acudí a ningún centro de salud o grupo. Mu-
chas tardes me sentaba en mi pelota, junto a
la ventana más grande de mi casa, y mientras
vigilaba a mi niño de dos añitos de soslayo,
me sumergía en la música, basculaba y mecía
mis caderas al ritmo que me marcaba mi pro-
pio cuerpo e imaginaba flores abriéndose,
expansión, vida… De manera no planificada
hice eso durante todo el embarazo y, llegado
el momento, también lo hice durante el par-
to, sentada sobre una pelota, escuchando las
mismas canciones.
A día de hoy si me quedara de nuevo
embarazada volvería a realizar esta prepara-
ción introspectiva por mi cuenta pero también
seguro acudiría a grupos de preparación al
parto, alternativos, muy interesantes que por
desgracia he conocido a posteriori.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)

Al leer el libro “Por un nacimiento sin


violencia”, de Frederick Leboyer, me sentí pro-
fundamente conmovida, y al terminarlo me
quedé rendida y emocionada ante tan sobre-
cogedora descripción de uno de los momen-
tos que más van a marcar nuestras vidas... fue
como un pequeño estado de shock. Y la ver-
dad es que supe que había aprendido algo
muy importante, y no he necesitado leer nin-
gún libro más sobre el embarazo desde en-
tonces.

Todos hemos vivido el viaje del naci-


miento, y todos, en mayor o menor medida,
tenemos las marcas que éste “trance” ha deja-
do en nosotros. Es una experiencia tan intensa
y profunda que afectará a todos los aspectos
de nuestra vida, y que demandará atención
y sanación desde nuestro inconsciente cons-
tantemente, lleguemos a estar conscientes de
ello o no.

El recibir al nuevo ser en un ambiente


sereno y pacífico, cuidando que las voces de
alrededor o la música no suenen demasiado
altas, con luz tenue para no deslumbrarle, y
respetando amorosamente sus tiempos para
adaptar sus pulmones a la nueva respiración
(lo que implica esperar unos minutos antes de
cortar el cordón umbilical), entre otros, son
factores que facilitarán mucho la llegada de
nuestro hijo al mundo, que es para él un cam-
bio de dimensión en todos los sentidos.

Aprendí que la mujer da a luz, pero


que es el bebé el que nace (con el esfuerzo
que ello conlleva), que sólo tengo que con-
fiar, que abrirme y permitir...

Noraya Kalam Llinás, 40 años, mamá, terapeu-


ta. Madrid (España)


Algunos países de Latino América, tie-
nen desafortunadamente, una de las mayores
tasas de cirugía en el mundo. Muchos de mis
amigos y familiares han nacido a través de ci-
rugía, incluidos mi esposo y yo, o han tenido
un hijo a través de ella. Para el tiempo del em-
barazo vivíamos en Alemania y allí el sistema
de salud público cubre un parto en hospital,
en casa o en una casa de parteras, depen-
diendo de la elección de los padres. Indepen-
dientemente de la elección, las embarazadas
cuentan con una ginecóloga que se puede
ver tan seguido como sea necesario y con una
partera que está disponible las 24 horas prin-
cipalmente durante las últimas semanas de
gestación. La partera ofrece curso prenatal,
acupuntura, y visita a la familia en casa duran-
te aproximadamente ocho semanas después
del parto, para controlar el estado general del
recién nacido y de la madre, así como aseso-
rar con la lactancia y resolver dudas.

Mi esposo y yo decidimos tener a nues-


tro hijo en una casa de parteras, que es una
casa con un ambiente muy tranquilo y familiar,
donde la partera ayuda a los bebes a llegar al
mundo. Como madre primeriza y además de
vivir lejos de mi familia su acompañamiento
fue fundamental no solo por que nos enseñó
trucos como limpiarle la colita al bebe solo
con un trapo húmedo, no usar crema antipa-
ñalitis (de no ser necesario) y amamantar en la
cama, sino porque en los casos en que tenía
dudas y me sentía insegura, sobre todo los
primeros días, ella estaba ahí para aconsejar-
nos y apoyarnos.

Admiro profundamente la labor de las


parteras, hacen que los bebés lleguen a este
mundo de una forma amable y respetuosa;
sin embargo incluso en países como Alema-
nia, hoy en día reclaman que no se les remue-
van ciertos privilegios que han obtenido por
derecho, además que sus salarios están lejos
de ser justos.

Somos muchos los que queremos que


se respete el deseo de las familias, la liber-
tad de elegir la forma en que nuestros niños
vienen al mundo y el ritmo tanto de la madre
como de su hijo al momento de dar a luz. So-
mos muchos los que apoyamos el cambio y
vemos un futuro esperanzador. Este libro es
muestra de ello ya que somos mujeres de di-
ferentes partes del mundo unidas por un mis-
mo fin, alzando nuestras voces para contar
a otras madres y padres que un embarazo y
un parto natural con mínima intervención, así
como una maternidad consciente sí son posi-
bles.

Adriana, mamá de Mathias, de Colombia resi-


diendo en Alemania.

Movida por mi curiosidad ante lo que


era un parto y el dolor que se sentía en el mis-
mo busqué más información-formación en
otro lugar distinto al sanitario. Una buena ami-
ga me recomendó un centro conducido por
una matrona que realizaba partos en casa y en
el que también se formaba a aquellas pare-
jas que desearan prepararse para tan mágico
momento. No lo dudé y empecé mi curso de
preparación al parto embarazada de unas 28
semanas.

Desde el primer momento todo fue


muy revelador y me sentí muy especial. Me
sentía cuidada, mimada y podía compartir
mis miedos y mis inquietudes sin temer ser
ninguneada por la profesional que nos for-
maba-informaba. Mi hija y yo al fin teníamos
un nombre para la persona que nos atendía
y se estableció una relación más personal y
humana.

Para mí esta preparación al parto fue


muy especial. Pude realizarla con mi pareja,
ya que se impartía por la tarde y no por la ma-
ñana, allí oímos hablar por primera vez de lo
que era un plan de parto, mi pareja y yo nos
construimos como un verdadero equipo y yo
me sentía más mujer que nunca y con un gran
poder para parir.

María Sánchez Mateo, mamá de Gema y re-


cientemente de Elisa, Cartagena (Murcia)
LAS PRESIONES EXTERNAS
Y LA TOMA DE DECISIONES
SOBRE EL PARTO
— “Vivir el parto desde la tranquilidad,
confianza y sabiduría de tu cuerpo puede
convertirse en una de las experiencias más
intensas y transformadoras”.

Esther Navarro
(psicóloga creadora del método hipnoparto).

Alrededor de la semana 35 de embarazo me


di cuenta que deseaba opinar y decidir sobre
el parto que quería. Hasta ese momento no
me había sentido capaz de parir, y supongo
que me había sido mucho más fácil no pensar
en ello y dejarme guiar. Al fin y al cabo, sien-
do el primer parto, yo no tenía ni idea (o eso
pensaba yo).

La idea del parto natural me había cautivado


e informándome y preparándome para ello,
entendí que mi cuerpo “sabría”. Lo primero
que pensé fue en consultar el tipo de partos
que se hacían en la clínica donde tenía que ir
yo a parir, así que llamé a la comadrona que
trabajaba con mi médico para hacerle algu-
nas preguntas sobre la posibilidad de un par-
to natural.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando me


empezó a decir todas las maneras en que un
parto podía ir mal y terminar en cesárea. En
ese momento de vulnerabilidad y miedo, era
lo último que necesitaba. Aun así, insistí en la
conversación para preguntarle todo lo que yo
quería incluir en mi plan de parto. Y mi sorpre-
sa fue todavía mayor cuando literalmente me
dijo que en lugar de perder el tiempo pen-
sando en el parto, mejor me fuera al cine por-
que cuando mi bebé naciera no podría ir en
mucho tiempo. Supongo que me quedé tan
atónita, que se pensó que no lo había enten-
dido, así que me lo volvió a explicar diciéndo-
me que cuando llegase el momento, simple-
mente tenía que dejarme hacer.

Ya han pasado más de dos años y to-


davía tengo la conversación grabada en mi
mente. No pude parar de llorar en unos días,
porque a un mes vista de salir de cuentas lo
único que tenía claro era que no quería ir a
parir a esa clínica con esa comadrona. Me en-
tró miedo. Por suerte, mi marido que me apo-
yó en todo momento, podía pensar con más
claridad que yo y se puso a buscar alternati-
vas.

En ese momento, no nos atrevimos a


organizar el parto en casa; vimos más clara
la opción de parto natural en un hospital, y
conseguimos hacer el traslado de expediente
y todo lo necesario en muy pocos días. Pero
todavía me quedaba un frente abierto: comu-
nicarle a mi familia que habíamos hecho este
cambio. Y no fue fácil. Discutimos mucho y
me intentaron convencer de volver a la idea
del parto “convencional” ya que para ellos un
parto natural no era para nada sensato y sí pe-
ligroso.

Esa discusión me dolió mucho más


que la llamada telefónica con la comadrona.
Me sentí sola y tuve que tomar una decisión
drástica de pura supervivencia: apartarme fí-
sica y emocionalmente de ellos para no caer
y seguir adelante en un momento en que yo
estaba muy vulnerable.
Contar con el apoyo incondicional de
mi marido, y el de dos grandes mujeres con
las que podía hablar de esto, me ayudó mu-
chísimo para encontrar mi fuerza interior y co-
nectar con mi hijo.

Ahora, con perspectiva y después de


un largo camino recorrido, solo me salen pa-
labras de agradecimiento. Por un lado, para
mi familia, ya que sin ninguna duda lo hicie-
ron des del amor y gracias a esta experiencia
he podido crecer y evolucionar en muchos
sentidos. Y por otro lado, me agradezco a mí
misma haber confiado en mi instinto, porque
el parto fue la experiencia más grande, mági-
ca y extraordinaria de toda mi vida.

Anna, 30 años, mamá de Marc. Mataró, Barce-


lona (España)

Yo no fui realmente consciente de la decisión


que tomé acerca de mi parto. En el camino
de mi maternidad he vivido un crecimiento
en mi “consciencia”, pero en ese momento me
arrastraron las corrientes de nuestra socie-
dad y me dejé llevar. Mi parto fue en hospital,
anestesiado y me llevé de regalito una episio-
tomía. El parto en casa o el parto natural eran
posibilidades que llegaban a mis oídos, pero
el hecho es que no me sentí suficientemente
fuerte para afrontarlos y tuve miedo. Me los
planteé, pero no me creí capaz. Tenía pensa-
mientos como: “No tendré la fuerza física su-
ficiente”, “No voy a poder aguantarlo”, “Esto
no es para mí”… Y sobre eso he reflexionado
mucho desde entonces. ¿Por qué? ¿Por qué
si soy mujer, y está en mí la capacidad de en-
gendrar hijos y traerlos al mundo, yo no me vi
con fuerzas para hacerlo por mi misma? Sien-
to que se nos ha arrebatado ese rol de mujer
mamífera. La sociedad actual nos quita esa
fuerza, nos quita esa valentía, nos quita ese
don. ¿Parir por ti misma? ¡Parece una locura!
Primero nos hacen creer que se necesitan a
todo tipo de médicos especialistas, y después
que lo mejor es no sentir nada en el proceso.
Si me lo hacen todo y si no siento nada, ¿dón-
de quedo yo? Se nos ha infundido un miedo
desproporcionado. Ese miedo pudo conmi-
go entonces, espero ganarle la partida en un
próximo parto, si Dios quiere, cuando venga
un hermanito o hermanita para Adam.
Alba, 28 años, mamá de Adam.
Barcelona (España)
Desde pequeña sólo conocía una manera de
nacer, con la intervención de un ginecólogo y
en el hospital. No creía que hubiese otra for-
ma de hacerlo, y así lo hice. Cuando me inte-
resé por el parto natural sin anestesia, se lo
expliqué a mi ginecólogo. Me dijo que vaya
tontería, si había una manera de que el do-
lor fuera más soportable, por qué quería su-
frir. También le pregunté sobre los partos en
el agua, me dijo claramente y sin tapujos que
eso era sucio y antihigiénico, con las manos
de todos allí dentro, los líquidos corporales....
Recuerdo que pensé, tiene razón. De esta for-
ma tomamos la decisión de parir en un hos-
pital, sin cuestionarme nada más, siguiendo
las pautas que nos recomendaron, y pedir sin
problemas la epidural.

Ahora soy consciente que mi ginecó-


logo recomienda lo mejor para las mujeres y
los bebés en el parto según su punto de vista,
siendo uno de los precursores de la epidu-
ral cuando se implantó. Está bien que piense
así, y que haya mujeres que piensen como él.
He tenido que vivir esta presión externa para
cambiar y tomar consciencia de mi misma y
de lo que quiero. Así que le estoy agradecida.

Txell, 36 años, mamá de Ojos Pardos, mamá via-


jera, interiorista e ingeniera. Terrassa, (España)

VIVIR UN EMBARAZO
RESPETADO
O NO…
—“ Por ejemplo, estamos ahora en
condiciones de entender que cuando una
mujer embarazada se siente dominada
por un jefe autoritario, por el marido,
o por profesionales sanitarios, su nivel
de hormonas como el cortisol es alto. El
cortisol es un inhibidor del crecimiento
fetal. Por supuesto, una enzima de la
placenta se encarga de convertir el cortisol
activo en cortisona inactiva, y por lo tanto
tiende a proteger al feto. Sin embargo,
este sistema de protección tiene sus
límites.”
Michel Odent
Boletín del Primal Health Research Centre
Otoño 1994, Vol.2 nº2.

En mis dos embarazos aumenté de peso más


de lo “esperado”, no por mí, sino por el obste-
tra que me atendió en las dos ocasiones.
Yo sabía que mi cuerpo necesitaba ha-
cer acopio de reservas para afrontar el em-
barazo, ya que partía de un peso muy bajo,
además era muy cuidadosa con lo que comía
y hacía ejercicio, por lo que no me pareció
preocupante ganar 10 kilos en el primer tri-
mestre.

Pero mi obstetra no opinaba lo mis-


mo… En lugar de fijarse en que mi peso era
perfectamente normal para mi estatura, él
simplemente se fijó en los 10 kilos que había
ganado. En lugar de preguntarme cómo era
mi alimentación o si mi estilo de vida era más
activo o más sedentario, se limitó a escanda-
lizarse y a darme una dieta de 2.000 kcal. Me
sentí juzgada e incomprendida, además de
tratada como “un número más” y no como
una persona. No digo que no sea necesario
controlar el peso durante el embarazo, pero
creo que se le da una importancia excesiva y
se pone mucha presión en las futuras madres
sin tener en cuenta otros factores igualmente
importantes.

Cristina Tébar, 34 años, mamá de Alejandro y


Sara. Vera, Almería (España)
Decidí que mi embarazo lo seguiría mi gine-
cólogo, pero también la seguridad social; en
ese momento me sentí más segura de esa
manera. No nos podíamos permitir tener un
parto en la clínica privada con él, y decidi-
mos que al parir en un hospital público, prefe-
ríamos hacer un seguimiento paralelo, y que
ellos tuvieran ya toda la información sobre el
embarazo.

Me hacía ecografías y controles de


peso mensuales, aparte de las tres ecografías
por la seguridad social. Los primeros meses,
subí muchísimo de peso, y mi ginecólogo
sólo verme ya me dejo claro que estaba muy
gorda, que era peligroso para el parto, y que
luego me iba a costar mucho perderlo. Cada
vez que subía a esa báscula, iba angustiada,
con miedo. Mirando ese momento, creo que
la angustia me hacía comer mucho más. En
total, me engordé unos 19 kilos; y conservo
algunos tras dos años.

Estoy segura que ahora, tras haber vi-


vido esta experiencia, seguiría mi embarazo
y planificaría mi parto de una forma muy di-
ferente a como lo hice la primera vez. No me
haría tantas ecografías (que no está comple-
tamente probado que no afecten al bebe),
sólo las mínimas necesarias. Confiaría en el
seguimiento de una comadrona, con las vi-
sitas necesarias a un ginecólogo acorde con
un embarazo y parto respetado, y planificaría
parir en casa con la misma comadrona, y una
doula que me acompañase.

Txell, 36 años, mamá de Ojos Pardos, mamá


viajera, interiorista e ingeniera. Terrassa, Bar-
celona (España)

La ecografía de las doce semanas fue horri-


ble. Una ginecóloga con muy poca empatía
me realizó la visita. La medición del pliegue
nucal dio un número alto y eso, sumado a mi
edad, podía ser debido a una malformación
del feto. En esa visita me empecé a dar cuenta
de la violencia con la que es tratada la mujer
en esta sociedad. La ginecóloga me anunció
que como el feto ya era grande, si decidía no
tenerlo, me tocaría parirlo muerto. Así, tal cual.
Me programaron una biopsia de corion
para descartar y a partir de allí decidiríamos.
Era un jueves o viernes, y tenía la biopsia el
martes siguiente.
En aquel momento una grieta se abrió
bajo mis pies y descendí a toda velocidad. Iba
dando vueltas y más vueltas. Sólo quería llo-
rar, llorar y vomitar esa angustia. Me sentí sola.
Fui con mi madre, mi pareja no vino conmigo.
Le llamé y al segundo estaba junto a mí. No
podía dejar de llorar. Fui a mi médico y me
dio la baja. No podía ir a trabajar en ese es-
tado. Viví el fin de semana más largo de mi
vida. Las horas se quedaban congeladas en la
pantalla de los relojes.

La prueba resultó perfecta, pero ya me


marcó el resto del embarazo. No lo pude dis-
frutar plenamente, aunque ese instante cam-
bió algo en mí y me dirigió hacia la materni-
dad consciente.

Mireia Sanmartin, 37 años, mamá de Quim.


Lleida (España)
PREPARARSE EMOCIONALMENTE
PARA LA LLEGADA DEL BEBÉ
—“La esencia de la feminidad es ser
generosa, bella y dichosa. El embarazo
es un regalo que te libera y te permite
conocer tu verdadera naturaleza. Según
el kundalini Yoga cuando una mujer
se conoce y se ama a sí misma, irradia
luz hacia el exterior y decimos que
es hermosa. Cuando, además, siente
compasión, no sólo por los demás, sino
por sí misma, decimos que es generosa. 
Y, por último, cuando experimenta
la inmensidad de su poder y toma
conciencia de lo que es capaz de logar
pasa a ser dichosa.”

Del libro Kundalini, Yoga para el embarazo.

Mientras el bebé se prepara para nacer, yo me


preparo para mi nacimiento como madre, am-
bos estamos inmersos en una tarea tan íntima,
profunda e inconmensurable que se me hace
muy difícil traducir en palabras el torrente de
emociones en el que estoy inmersa.
Mientras todavía permanecemos uni-
dos en nuestra tarea de iniciación, de viaje,
en mí se mezclan la ilusión e inmensa alegría
que siento cuando pienso en dar a Luz, con
la impaciencia y con profundos miedos que
emergen desde mis profundidades, mientras
quedan días, horas, para verle la cara al recién
nacido, al ser que me ha estado acompañan-
do durante todas estas lunas, al ser que ha ha-
bitado mi cuerpo durante todo este tiempo,
al hijo...

Me preparo para mi nacimiento como


mamá-bebé, y al mismo tiempo que siento la
necesidad de abrirme a la entrega total, conec-
to también con estos miedos que surgen de la
oscuridad; miedo a perder la vida que tengo
ahora, a perderme a mí misma, a dejar de ser
yo, miedo a la muerte por la que necesariamen-
te tengo que pasar en este rito de pasaje tan
importante como es el paso a la maternidad.

Y este miedo, esta muerte, me produce


cierto estrés, lo cual me hace retener al bebé
dentro de mí unas horas más, unos días más.
Por favor, ¿qué será de mí ahora? ¿Cómo me
voy a manejar en esta nueva vida? ¿Dónde
quedará mi independencia?
Programo actividades que me hagan
sentir que sigo siendo activa, que seguiré
siendo la misma que soy ahora. Y mientras
tanto, en el presente que me estoy perdien-
do, esta realidad está cambiando, como la es-
piral de un laberinto en el que el núcleo per-
manece intacto, en paz con el mundo, en paz
con los cambios, en paz con lo que es ahora...
un centro que ahora empiezo a vislumbrar...

En esta espiral del alma en la que me


encuentro existe una necesidad de evadir-
me, de reafirmar mi individualidad, mi inde-
pendencia, de que mi yo no se escape, de
que no se pierda en este sinuoso laberinto
del alma en el que estoy penetrando; un la-
berinto donde me reencontraré una vez más
conmigo misma, y donde el arquetipo de la
Madre me espera, quieta, generosa, apacible
y paciente en el centro del laberinto, para re-
gresar a la vida más fuerte, más amorosa, más
entregada a mi nueva realidad, con un nuevo
compañero de viaje, un nuevo amor, un Hijo...

Noraya Kalam Llinás, 40 años, mamá, terapeu-


ta. Madrid (España)
Me centré en el embarazo y el momento del
parto pero en ningún momento en el postpar-
to y la crianza. Mi ego junto a mi ignorancia
me hicieron creer que estaba dotada de las
herramientas suficientes para abordar estas
etapas. Sin embargo, ese fue el encuentro
con mi propia sombra.

Almudena, 37 años,  madre de Ángel, trabaja-


dora social y profesora de Yoga. Los Abrigos,
Tenerife (España)

Llegué a la maternidad ilusionada, feliz, llena


de expectativas y clichés fantásticos sobre la
vida en familia. La verdad es que era inocente,
porque no sabía lo que se me venía encima,
y estaba poco preparada a nivel emocional,
porque sólo había sanado algunas de mis
múltiples heridas y poco o nada había traba-
jado sobre mis creencias autolimitantes. Ha-
bía desarrollado mi voluntad bastante poco y
no me conocía la suficiente, ni como persona,
ni como mujer. No sabía de lo que era o no
capaz, no conocía mis múltiples tesoros im-
prescindibles en una maternidad consciente.
Todo lo he ido aprendiendo por el ca-
mino, desde que me quedé embarazada de
mi primer hijo, y no cambiaría nada o casi
nada, aunque si hubiese tenido a mi alcance
a alguien que me hubiese acompañado en el
proceso hacia la maternidad desde una pers-
pectiva más sabia y respetuosa con la natu-
raleza holística de la mujer y del niño, desde
el momento de concebir a Roger, sin duda
hubiese utilizado ese recurso. Leí cantidad de
libros sobre crianza con apego, lactancia y en-
cuentros con la sombra en el puerperio. Leí a
Laura Gutman, Carlos González y Rosa Jové.
Y me sirvieron, aunque erróneamente pensé
que ya sabía mucho sobre crianza…

Pero la realidad lo puso todo en su lu-


gar y hoy sé lo importante que habría sido
para mí mirar hacia dentro con la ayuda de
alguien. He aprendido que antes de tener un
hijo una debe tener remendados los desco-
sidos del alma, y sobre todo se tiene que co-
nocer bien. En el puerperio van a salir a flote
todos los fantasmas que hay en el subcons-
ciente. Si los trabajamos antes de que llegue
nuestro bebé, podremos gozar de un puerpe-
rio mucho más feliz. Se puede, yo lo hice.

Tuve un puerperio “standard” con mi
primer hijo y un puerperio mágico y precioso
con mi hija Alba, y pudo ser así porque me
trabajé en profundidad.

Primero trabajé con mi linaje y agrade-


cí todo lo que tuve que agradecer y perdoné
(y me perdoné) todo lo que dolía. Dejé ir los
desconsuelos que ya no me hacían falta y me
reconocí de nuevo como mujer. Me conecté
con mi sabiduría y mi poder femeninos. Fui
a buscar a la “diosa” que hay en mí un mes
antes del parto y la crianza y encontré que
dentro de mí hay un manantial inagotable de
capacidad de albergar y de dejar ir, de fuerza,
de amor, de calor, de sabiduría. Descubrí que
en verdad podía aceptar la realidad con todas
sus alegrías y sus sinsabores y hacer de todo
ello algo magnífico. Tomar conciencia de que
esto es así es un regalo y una fuente de fuerza
inagotable para la crianza.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)


Estaba aterrorizada, aquellas primeras sema-
nas de embarazo me sumergí en el miedo, la
incertidumbre y la negatividad. No eran las
náuseas, la fatiga o ese sueño constante que
me invitaba a dormir durante horas, simple-
mente me encerré en el espacio más oscuro
de mí ser para retroalimentarme de aquel te-
rror que sentía. Era mi segundo embarazo, el
primero lo perdí, aquella pena que llevaba
dentro y creía extinta renació. ¿Saldrá bien?
¿Mi bebé estará sano? ¿Tendré insisto mater-
nal?

Me pasaba horas pensando, realizando


preguntas variopintas que me llevaban siem-
pre al mismo punto. ¿Seré capaz de ser ma-
dre? Un día, durante un largo baño posé las
manos sobre mi vientre y cerré los ojos, pre-
gunté ¿estás ahí? Era la primera vez que ha-
blaba directamente con el ser que crecía den-
tro de mí, la primera que me dirigía a mi hijo.
Entablé un monólogo en solitario, le hablé
de mis miedos e incertidumbres y de algún
modo mágico e inexplicable él respondió. No
escuché su voz, simplemente me invadió una
sensación de paz, amor y equilibrio que ja-
más había sentido. Al abrir los ojos compren-
dí que aquella mujer triste y aterrorizada no
era yo, me había dejado llevar por los miedos
convirtiéndome en una imagen distorsionada
de mí misma.

¿Qué clase de madre quería ser?


¿Cómo quería que me recordase mi hijo?
¿Qué tipo de infancia nos merecemos todos?
La respuesta estaba clara, una madre feliz,
una madre que lucha, una madre positiva,
comprensiva…consciente.

Fue en aquel momento cuando em-


prendí un viaje interior, una búsqueda que
me llevaría cuarenta y dos semanas de emba-
razo. No pretendía modificar mi personalidad,
pero sí prepararme emocionalmente para la
llegada de mi hijo. Necesitaba reconocerme
como mujer, entender mi esencia femenina,
conocer aquello que yo podía aportar a mi
hijo como persona. Escribí mis puntos fuertes
y débiles, meditando sobre ellos durante días,
buscando respuestas, abriendo caminos para
afianzar todo lo bueno que había en mí, pero
sobretodo intentando comprender aquellos
puntos negativos de mi personalidad que no
aportaban, dañaban o no me dejaban crecer
como persona. No pretendía convertirme en
una supermamá de la noche a la mañana,
pero de algún modo sentí que mi hijo necesi-
taba de todo lo bueno que yo llevaba dentro,
aquello que durante años me iba negando y
ahora debía florecer.

Fue un arduo trabajo donde pasé ho-


ras psicoanalizándome, llegando a la raíz de
los problemas. Durante todo el tiempo bus-
caba una hora al día para dedicársela al bebé
que crecía en mis entrañas, conecté con él
para comprender mi propia esencia. Recor-
dé mi infancia, comprendí y acepté los pun-
tos negativos de mi madre, perdoné mientras
buscaba alternativas para no cometer los mis-
mos errores. Fue ella, mi madre, quién puso
la guinda sobre aquel pastel emocional que
yo llevaba tiempo preparando. “Quiérete a
ti misma, amate, perdónate por tus fallos y
da gracias por el aprendizaje. Cuánto más te
ames y te respetes, más podrás dar a los de-
más”.

Aquellos meses de introspección me


sirvieron para sobrellevar los primeros meses
tras el parto, cuando una se vuelve un coctel
de hormonas y tu recién nacido te necesita
más que nunca. Fue en este momento don-
de la preparación emocional durante el em-
barazo me ayudó para afrontar las nuevas
sensaciones que crecían en mi interior, ese
sentimiento de amor puro hacía tu hijo que
a la par se entremezcla con la necesidad de
encontrarte a ti misma, porque te pierdes, es
así. Las pocas horas de sueño, las necesida-
des del bebé pueden llevarte a olvidar quién
eres, pero sobretodo qué tipo de madre y
mujer siempre quisiste ser. Todas nos cae-
mos, pero si antes has caminado consciente
por esta preparación para abrazar lo que está
por llegar, el camino aunque difícil se hace
menos angosto, más positivo, en equilibrio y
armonía.

Conectar con la vida, con los instintos,


las necesidades de ese ser recién nacido que
es más parte de ti de lo que imaginaste. Todo
aquello era una necesidad primitiva, sin lógi-
ca, más qué la puramente animal-humana de
vencer los obstáculos que a menudo la socie-
dad o nuestras propias exigencias anteponen
a lo que realmente importa, conectar, amar,
fluir, criar, amar.

Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik.


Barcelona (España)
Con la llegada de la primavera, fui consciente
de que una nueva alma hermosa había deci-
dido ocupar un rinconcito de mí. Un alma que
meses antes nos había elegido para formar
parte de nuestras vidas.

Desde el principio, supe que   habías


llegado para ayudarnos, para fortalecer vín-
culos y nutrir una relación que a veces parecía
estar algo deteriorada. Para mí, significaba el
comienzo de un nuevo ciclo y el final de otro,
porque inconsciente y conscientemente te
estaba esperando y te necesitaba para seguir
creciendo, para encontrarme y conectar una
vez más conmigo misma, tal y como había
ocurrido en mi anterior embarazo.

Y  ahí estabas, revolucionando de nue-


vo mi vida con cada movimiento tuyo, con
cada latido, tejiendo los hilos invisibles que
cada vez más fuerte te unían a mí y llevándo-
me a conectar de nuevo con los ancestros;
con las mujeres que llevan mi sangre, con mi
madre, con la madre de mi madre…

Ahora, pasados los meses, recuerdo


como sentí una inmensa felicidad al saber
que estabas dentro de mí, en lo más profun-
do de mi ser, sin olvidar que al mismo tiempo
aparecieron los miedos, las inseguridades, la
desconfianza en mí misma,… Sabía que tenía
un largo camino por delante, de sanación, de
encuentro doloroso con mis propias sombras,
con las heridas abiertas que aún no había sido
capaz de cerrar y sabiendo, que todo aquello
que llevara conmigo, iría contigo.

Cuántas veces necesité evadirme, en-


cerrarme en mi burbuja y permanecer allí
contigo en silencio, mimándome, mimándote,
acurrucándome contigo dentro, compartien-
do los silencios, mis emociones y sensaciones,
fortaleciendo nuestra fusión. Sin embargo, no
siempre es fácil, no siempre se nos permite a
las madres permanecer en silencio, conectar
con nuestros bebés cuando éste nos llama o
cuando nosotras así lo necesitamos.

Victoria Ramírez, 34 años, mamá de Vera y


Alba. Córdoba (España)
CONECTAR CON EL BEBÉ
DURANTE EL EMBARAZO
—“Si puedes empezar a establecer un
vínculo afectivo con tu hijo antes de que
nazca, probablemente te costará menos
atender pacientemente las demandas del
bebé después del parto”.

Aletha J. Solter
Mi bebé lo entiende todo.

Para mí conectar con mis bebés durante el


embarazo fue mi religión, y mi manera de de-
cirles cuánto los amaba. Conectaba con ellos
por medio de meditaciones, afirmaciones, y
visualizaciones que yo misma grabé con mú-
sica para escucharlas con mi propia voz y así
hacerlas más mías.

Para mí conectar con mi bebé duran-


te el embarazo consistió en estar presente la
mayor parte del tiempo, bajar mi ritmo, y es-
cucharme. Fue un momento para la introspec-
ción, y no para seguir distraída por todo lo que
acontecía a mi alrededor. Intenté desconectar
de mi día a día para así poder conectar en el
presente con mi bebé. Tuve la gran suerte de
poder dedicarle casi todo mi tiempo al em-
barazo, pero incluso cuando trabajaba, pude
ritualizar momentos durante el día para bajar
el ritmo, haciendo alguna rutina de relajación,
y así conectar con intención con mis hijos.

Tuve muy en cuenta que los bebés son


sensibles y reaccionan ante todo estímulo que
reciben y perciben de nosotras y sus padres.
Pero tampoco me sentía culpable cuando no
era muy positiva o tenía un mal día. Durante
los meses de gestación es importante que el
bebe sienta a través de ti, una amplia varie-
dad de sensaciones y emociones. Lo impor-
tante es mantenerse positiva la mayor parte
del tiempo.

Maribel, 39 años, mamá de Izan y Kiran. Profe-


sora de Yoga. Palma de Mallorca (España)



Mi hija Alba y yo nos acompañamos mutuamen-
te en el embarazo. Ambas tuvimos el regalo de
podernos comunicar desde el momento en el
que decidimos ir a buscarla Dani y yo. Antes del
embarazo hablaba con ella con mucha fluidez,
me comentaba las ganas que tenía de conocer
a su hermano Roger y que se sentía feliz de po-
der volver a la Tierra de nuevo.

Más adelante una vez iniciado el emba-


razo tuvimos un momento de incertidumbre
y angustia en el que no sabíamos si Alba se
quedaría con nosotros o no, comencé a tener
pérdida y aunque los profesionales me asegu-
raban que no pasaba nada y que era normal
yo sabía que algo no andaba bien, sobre todo
porque las pérdidas iban cada vez a más.

Al hablar con Alba me comentó que se


sentía mal porque se estaba alejando de su
casa, el mundo espiritual del que todos veni-
mos y estaba pasando por un período de os-
curidad, en el que literalmente no veía nada,
para ella esto resultaba muy angustioso y no
tenía claro si volver a casa o quedarse y nacer.

Para mí fue un alivio explicarle que yo la


quería y el resto de la familia también y que po-
día mantener cierta comunicación con el reino
espiritual una vez hubiese encarnado, al fin y al
cabo yo podía hacerlo, sin duda ella también
podría. Sobre todo le envié todo mi amor, le
dije que tomase la decisión que tomase, yo la
aceptaría pero prefería que se quedase conmi-
go porque yo ya la quería. Evidentemente deci-
dió quedarse y me lo hizo saber en su momen-
to. Fue saberlo y dejar de tener pérdidas.

Hubo muchos otros momentos de co-
municación en el embarazo en el que ambas
aprendimos muchas cosas. Yo la ayudaba a
ella a recordar el mundo terrenal y la ayudaba
a anclar sus fuerzas anímicas aquí en el mun-
do y ella me ayudaba a mí a recordar lo que
vive el alma del niño durante el periodo del
embarazo.

Otro momento en el que nos sirvió mu-


cho comunicarnos fue al final del embarazo
donde Alba a pocos días de realizar la última
ecografía se dio la vuelta y se puso de nalgas,
pasó unos cuantos días así hasta que una tar-
de empecé una comunicación con ella en la
que le pregunté qué le pasaba. Me dijo que
estaba asustada por el parto, sabía que tenía
que pasar por un lugar muy estrecho y tenía
miedo de no aguantarlo y de volver a sentir
la oscuridad que sintió al inicio del embarazo.
Le expliqué que yo podía traerla al mundo,
como traje a su hermano y que las mujeres
estamos perfectamente diseñadas para ello y
que ella también podía conseguirlo al igual
que lo habíamos conseguido todos. Le infun-
dí ánimos y le expliqué que si no se daba la
vuelta sería mucho peor para ella y para mí
porque entonces no podríamos gozar nin-
guna de una bienvenida acogedora en casa.
Acto seguido Alba se dio la vuelta y pudo na-
cer en casa, llegado el momento.

Al hablar con Alba aprendí que quizá


no siempre sea posible hablar con un hijo y
que nos responda de manera que lo poda-
mos entender, pero sin duda alguna el bebé
capta nuestra señal, capta las emociones que
le estamos transmitiendo mientras le estamos
hablando o lo estamos acariciando. Lo que
más captan con diferencia es cuando le esta-
mos prestando atención absoluta. A ellos esta
atención les resulta muy necesaria para poder
crecer de una manera más vinculada a noso-
tras y les facilitará la conexión con el mundo.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)

¿Conectar con el bebé? Pero cómo funciona-


ba eso, ¿se supone que yo tendría que hablar-
le a mi bebé en voz alta? Me daba muchísima
vergüenza que alguien me escuchara, ¿qué le
podría decir? Que lo amaba, si eso ya lo sen-
tía, me metía a bañar y le hablaba en voz baja
pero aun así eso no era para mí, bueno, en-
tonces pensaba: “tu estás aquí dentro de mí y
yo no puedo hablarte en voz alta porque me
siento extraña, entonces te voy a pensar todo
lo que siento, porque si estás a dentro de mí
también puedes escuchar mis pensamientos”.

Ale Ja, 28 años, mamá de Marian.


Monterrey, N.L. (México)
La conexión con el bebé durante el embarazo
la he vivido de manera diferente en las dos
ocasiones pero a la vez de manera muy mági-
ca, íntima y especial en cada uno.

En el embrazo de Aitana me sentía feliz


y alucinada a partir del momento de ser cons-
ciente de la nueva vida, tocando la barriga,
enviando energía a la pequeña, hablándole,
bailando, cantando su nombre, sintiendo los
movimientos, tomando el sol con la barriga
al aire, con mi pareja hablándole y tocando
la barriga, haciendo partícipe abuelos y bis-
abuelos de los movimientos y el hipo de Aita-
na en la barriga. Siento que era una conexión
muy activa, muy de movimiento. El día del
parto con los monitores decíamos su nombre
y le subían las pulsaciones… me parecía im-
presionante. Cuando la vi por primera vez, me
parecía como si siempre la hubiese querido.

En el embarazo de Abril, al tratarse de


un embarazo de alto riesgo, aún sentía más
la necesidad de conexión con la pequeña,
como manera especial de hacerle saber que
era merecedora de la vida, del espacio que
necesitase para desarrollarse, y que la quería-
mos desde el primer momento. Así que, nos
recomendaron hacer haptonomía (tacto afec-
tivo), durante el embarazo, como una manera
de estar presentes con Abril cada día.

Durante el día yo hacia haptonomía y


cada noche, con papá, lo hacíamos los tres.
Durante los ejercicios nos sentía a los tres
muy presentes, como un momento muy es-
pecial. Abril se movía muchísimo y respondía
con movimientos a las presiones. Momentos
de presencia que nos ayudaron a ganar se-
mana a semana hasta llegar el nacimiento de
Abril.
Además de la haptonomía me ayudó muchísi-
mo en la conexión y en la gestión del paso del
tiempo la realización de meditaciones diarias
a través de la práctica de canto carnático y
mantras.

Siento que la conexión con Abril ha sido pro-


funda y desde momentos muy iniciales del
embarazo.

Laia Font Maldonado, 35 años, mamá de Aita-


na y Abril. Terrassa, Barcelona (España)
En mi caso, usando la imaginación hice los si-
guientes ejercicios:

• Ponía una mano sobre la tripa intentando


notar los movimientos del bebé. Si no los
notas porque aún es pronto, imagínalo flo-
tando suavemente, feliz y calentito. Si ya lo
notas intenta presionar levemente donde
notes sus patadas.
• Otro ejercicio que hacía era poner una
mano donde supuestamente estaba la ca-
beza del bebé y otra mano donde supues-
tamente estaba su culete. Y me imaginaba
una luz blanca entre mis manos que ro-
deaba y protegía al bebé.
• Hablar con el bebé y cantarle. Y ponerle
música sobre la barriga.
• Intentar llevar un embarazo saludable,
al andar estimulas al bebé con tus movi-
mientos. Al nadar, el movimiento, que es
distinto, también llega al bebé. Moverte
sobre la pelota de pilates.
• Estar a gusto. Hacer cosas que te hagan
sentir bien. Sentirte feliz de estar embara-
zada, de que tú bebé crece y es feliz.

• Dejar que el papá y resto de la familia te


toque la tripa y salude al bebé. Es impor-
tante para el papá, y para el bebé. Ya que
el papá no le será tan familiar como lo eres
tú.
• Visualizar el parto, un parto sin dolor, don-
de todo sale bien y tú misma coges al
bebé. Te ayudará a llegar al parto sin mie-
do. Y te llenará de endorfinas, como todos
los pensamientos positivos.

Belén Berlanga, 31 años, mamá de Teo, fisiote-


rapeuta. Guadalajara (España)

Nunca olvidaré la sensación de verlo en la pri-


mera ecografía. ¡Por fin me lo podía creer! Ahí
había un ser haciendo cabriolas, moviéndose
de un lado para el otro y revolcándose diver-
tido. Dani y yo nos agarramos de la mano y a
ambos se nos escaparon las lágrimas.

No quisimos saber el sexo durante todo el


embarazo. Quisimos darle la oportunidad de
seguir guardando su secreto durante los nue-
ve meses, que siguiera el ritmo “natural” de
las cosas. No queríamos ponerle “etiquetas”
de un nombre ni inventarnos al ser que tenía
dentro.
Al cuarto mes y medio de embarazo le
sentí moverse. Sentí como unas pulsaciones
en mi vientre y supe que era él. Por las noches,
disfrutaba mucho de irme a dormir temprano
y jugar con él a imaginarme lo que estaba
haciendo, a respirar con él, a sentir cada mo-
vimiento, cada pulsación… Es mágico sentir
vida dentro de ti.

Cuanto estaba de ocho meses me fui


a un retiro de meditación budista Vipassana,
que dura diez días. Son 10 días meditando
y sin hablar con nadie. Pude sentir mucho a
mi retoño. Ahí sí que pude profundizar en sus
movimientos y en su energía. Sabía yo per-
fectamente donde tenía un brazo, un pie y
la cabeza. Cuando se movía, qué movía para
un lado y qué para el otro. Sentí cuando se
me colocó cabeza abajo. Y, durante la medi-
tación, nunca se me olvidará cuando “viví mi
parto”. Tuve un momento en el que parecía
que estaba pariendo, tan real, tan profundo…

Me gustaba cantarle cuando estaba


dentro de la panza, acariciándole despacio
amorosa y rítmicamente. Es un tiempo tiempo
de las canciones de cuna, como dice Michel
Odent porque cantarle te une aún más con él.
Practiqué Yoga durante todo el emba-
razo (algo más flojo los tres primeros meses)
y, en Yoga, al unir mente y cuerpo, unes más a
tu bebé contigo, lo sientes más presente, res-
piras más con él y le beneficias y te beneficias
con las asanas o posturas. Tal y como dice Do-
rothy Guerra en su libro “el método Yoga para
un parto natural”, yo recité mantras durante
el embarazo tales como “mi hijo crece sano”,
“mi bebé está lleno de amor”, “mi bebé y yo
formamos un equipo”, “mi pequeñín es feliz”,
etc. Estos mantras o repeticiones te ayudan a
conectar y a creerte dicha realidad, fue una
gozada hacerlo.

Rompí aguas un viernes y no quería ir


al hospital, ya que el parto lo tenía planeado
en casa. El domingo, Natalia, mi doula, y yo
hablamos con el bebé. Le dijimos claramen-
te que él había roto la bolsa el viernes y que
tenía que salir ese día o sino íbamos a ir al
hospital a sacarlo y que no iba a ser tan boni-
to. Le dijimos que no se lo tenía que perder,
el nacer en casa. Media hora después de la
charla, sentí una contracción muy fuerte y un
cabezazo del bebé seguido de unas patadas
muy fuertes. Parecía decirme “mamá, lo he
entendido, allá voy”. Al cabo de cinco horas
comenzó el parto.

Adela, 31 años, mamá de Leonardo.


Santa Eulalia (Ibiza)

La conexión bebé-mamá embarazada existe


siempre, a veces puede haber momentos ínti-
mos, casi místicos de conexión, y otras veces
incluso, tener una respuesta clara del bebé;
esto es lo que me ocurrió cuando estaba cer-
ca de dar a luz a mi hija María.

Una tarde había tomado un baño ca-


liente, tan relajante que incluso noté como la
pequeñina que estaba en mi seno, se estiraba
y se cambiaba de posición poniéndose atra-
vesada en mi barriga.

No le di mucha importancia, pero po-


cos días después, cuando me tocaba una revi-
sión, antes de una semana de la fecha prevista
del parto, el médico de turno hizo saltar todas
las alarmas, insistiendo en que no me podía
dejar ir así. De modo que me enchufaron a
la máquina de monitorización prometiéndo-
me una cesárea segura, que a mí me parecía
precipitada pues aún quedaban unos siete u
ocho días para el parto y se podría dar la vuel-
ta entre tanto.

Pues ahí me encontraba yo, aterrada


ante tal perspectiva, tratando de calmarme y
ponerme a meditar, enganchada a la maqui-
nita y sus ruiditos, poco a poco lo fui consi-
guiendo, rezando, hablando con Dios y con
mi hija, con la campeona de mi hija que me
escuchaba, claro que sí.

Según le iba hablando y diciendo que


se diera la vuelta, notaba como lo iba hacien-
do y oía el ruido que su movimiento provo-
caba en la máquina, así que cuando acabó
la media hora de monitorización yo estaba
segura de que estaba ya colocada perfecta-
mente.

De nuevo en la consulta del médico


se lo intenté decir, pero él, que ni me veía ni
me oía, se dirigió a la enfermera dando la or-
den de preparar el quirófano y un análisis de
sangre, haciendo caso omiso de mí. Entonces
me revisó otra vez, le vi levantar la cabeza con
asombro, volver a inspeccionar, volver a le-
vantar la cabeza y decir para sí mismo, más
que para mí, “¡pues está perfectamente en-
cajada!”. Así que nos dejó ir tranquilamente a
casita, sin hacer un solo comentario sobre el
tema, ni preguntarme nada. Yo me fui, asom-
brada de ese pasotismo médico, pero orgu-
llosa de mi campeona, que había salvado con
éxito la situación.

Abedul, 52 años, 5 hijos.


Antas de Ulla, Lugo.
LA SEXUALIDAD
DURANTE EL EMBARAZO
—“La sexualidad es una función orgánica,
normal, física y emocional de la vida
humana, y somos capaces de funcionar
sexualmente y tener este placer toda la
vida.”
Dra. Crhistiane Northrup
Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer

Mi forma de sentir durante el acto se volvió


completamente diferente, los sentidos se
agudizan y te aportan beneficios extras a par-
te de los conocidos, ya que el mismo cuerpo
lo demanda en gran manera. Va a ser para mí
uno de los recuerdos más grandes del pro-
pio embarazo. Tuve ganas y lo disfruté hasta
el último momento. Lo que me aportaba era
como una droga que te engancha, una mon-
taña rusa de sensaciones que además sabía
que a mi hijo le aportaba un extra de pensa-
mientos positivos.
El sexo en el embarazo es algo que nin-
guna mujer debería perderse, por lo menos si
son capaces de sentirse como me sentía yo.

Dada la ausencia paterna en mucho


aspectos, puedo puntualizar que me hubiese
gustado tener mucha más cantidad. Estaba
enganchada a sentir mi tripa, mi sexo, cómo
todo siendo uno hacía que fuera una autenti-
ca experiencia.

También quiero apuntar que la matrona


que tuve en las clases de preparación al parto
me transmitió la idea de que en muchas cul-
turas el propio parto se considera algo muy
sexual; la importancia de la oxitocina en esos
momentos. Por lo que pensé en que podría ser
muy interesante practicar sexo una vez llegado
el momento del parto. Digamos algo así como,
entre contracción y contracción (por lo menos
si el padre no tiene prejuicios y es capaz).

Así fue y con resultados satisfactorios.

Ane, 34 años, mamá de Aquiles.


Guipúzcoa (España)
La sexualidad durante mi embarazo pasó por
varias fases. Durante el primer trimestre se
esfumó. Literalmente, no deseaba tener rela-
ciones sexuales, me costaba... Creo que era la
mezcla de miedo, angustia, emoción e ilusión
lo que hizo desvanecer mi apetito sexual.

Antes del segundo trimestre todo cambió, mi


cuerpo me obligó a dejar de fumar, me en-
contraba muy bien, sólo un poco pesada, y
me sentía con muchas ganas de disfrutar se-
xualmente a todas horas.

Esto continuó hasta la semana 34 del emba-


razo, que con la barriga que tenía, y lo que
había subido de peso, me costaba levantar-
me, agacharme, dormir, y está claro que tener
relaciones sexuales también.

Txell, 36 años, mamá de Ojos Pardos, mamá


viajera, interiorista e ingeniera.
Terrassa, Barcelona (España)
CUANDO EL EMBARAZO
SE INTERRUMPE
—“El aborto es un tema que sigue relegado
a la sombra; al terreno de los temas
censurados de manera latente, al tabú.”

M. Àngels Claramunt
La cuna vacía

Era el 20 de marzo de 2015 y teníamos revi-


sión de rutina en la ginecóloga. Lo que nos
acababa de decir era muy triste: “Tiene mala
pinta, el feto es muy pequeño y el corazón
apenas late. Seguramente, lo expulsarás en
unos días”.

Al salir, las enfermeras estaban en el


balcón observando el eclipse de Sol, prote-
giéndose los ojos con radiografías. Nos die-
ron algunas y todos apiñados lo contempla-
mos en silencio. Me recorrió un escalofrío, me
sentí insignificante dentro de lo inmenso.
En los días siguientes, estaba a la vez
muy triste y muy tranquila. Había entendido
algo: no podemos controlar nuestras vidas ni
las de nuestros hijos, será nuestro cuerpo en
sintonía con el universo el que lo haga. Hay
veces que por mucho que nos duela, los be-
bés que concebimos con tanto amor no lo-
gran desarrollarse para ver la luz. Si somos
pacientes y le concedemos un tiempo a nues-
tro cuerpo, él mismo los dejará ir en un proce-
so natural.

Me duele mucho que mi embarazo no


siguiera adelante, pero estoy tranquila por-
que sé que no depende de mí. El Sol oculto
por la Luna me recuerda que soy parte de ese
universo increíblemente complejo y grande,
muy difícil de entender. Hoy, en ese universo,
brilla una estrella más.

Quiero expresar mi amor y compren-


sión más sincera a todas las mamás que como
yo, tienen una estrella en el cielo.

Victoria, 36 años, mamá de Pestiño.


Berlín (Alemania)
Manuel tenía 13 meses cuando me quedé
embarazada por segunda vez. Queríamos
que se llevaran poco y todo parecía indicar
que lo íbamos a conseguir, hasta que en la
ecografía de las 12 semanas nos dijeron que
el pliegue nucal era demasiado alto. Me ins-
taron a hacerme una biopsia de corion o una
amniocentesis. A mí no me gustaba la idea
porque sabía el alto riesgo de aborto que
tienen ambas pruebas y yo quería tener a mi
bebé independientemente de lo que saliera.
Repetimos la ecografía, fui a dos ginecólogas
y todos los médicos que me atendieron me
dijeron lo mismo. Había un alto riesgo de que
el bebé viniera con una malformación gené-
tica, concretamente Síndrome de Down o de
Edwards.

Yo no quería hacerme la prueba pero


lo estaba pasando fatal, estaba muy nerviosa.
Tengo una buena amiga que me dijo: haz la
prueba para saber a qué atenerte y después
decides. Le hice caso, y como no quería espe-
rar más, me hice la biopsia de corion, puesto
que se podía hacer hasta la semana 14.

La realización de la prueba fue normal,


hice reposo los tres días, la prueba fue un vier-
nes y el lunes ya podía ir a trabajar. El martes
me llamaron pero no quise coger el teléfono
porque estaba en el trabajo y si era una mala
noticia, no quería vivirla allí.

Al llegar a casa pregunté a mi marido si le ha-


bían llamado a él y me dijo que sí. Su cara era
un poema. Parecía que había una sonrisa pero
fue un espejismo. El pobre intentaba disimu-
lar lo mal que se sentía para apaciguar el do-
lor que me iba a comunicar. Por un momento
me ilusioné pensando que eran buenas noti-
cias. Pero eran las peores. Nuestro hijo tenía
Síndrome de Down. Sentí como si una gran
losa se deslizase encima de mí, me ahogué,
lloré, lloré durante horas, días, semanas, le
sigo llorando.

Manuel mientras tanto vivía al margen


de nuestro dolor. Seguía deleitándonos con
sus sonrisas y sus nuevas adquisiciones. Ya ca-
minaba aunque con dificultad y había que es-
tar muy pendiente de él. Aquellos momentos
han sido y son mi bálsamo, mi medicina que
cura las heridas pero que no puede disimular
la cicatriz que me ha quedado en lo más pro-
fundo de mi ser.
Bebi se llamaba mi segundo hijo, así le
llamé cariñosamente desde el momento en
que supe que estaba embarazada. Fue un em-
barazo difícil con muchas náuseas, pero eso
no me importaba, sólo quería despertarme
y descubrir que había tenido una pesadilla y
que mi niño estaba bien, que no tenía ningu-
na malformación y que lo vería correr con su
hermano.

No fue así. Me tocó vivir la dura realidad, la


más cruel para una madre. Tuve que decidir
sobre su vida. La decisión más difícil que he
tenido que tomar. Lo que yo pasé no se lo de-
seo ni a mi peor enemigo. Nadie que no haya
pasado por una situación parecida, puede ni
tan si quiera imaginar lo mal que lo pasé.

Quería tenerlo, quería que viviera.

Sin embargo, Bebi no sólo tenía Síndrome de


Down, sino que también le habían detectado
que algo en su pequeño corazoncito no iba
bien. Era muy probable que muriera antes de
nacer, o que lo hiciera poco después. Y en
caso de sobrevivir, tendría que someterse a
varias operaciones de corazón.
Pensé entonces en cuanto sufro cuan-
do veo a Manuel malito y no pude soportar la
idea de verlo sufrir.

Mi marido me apoyó, me dijo que él


creía que lo menos malo era abortar, pero
que aceptaría mi decisión fuese la que fuese.

No quería ver sufrir a Bebi, no quería ver sufrir


a Manuel, no quería restarle atenciones y lue-
go acabar perdiendo a Bebi de todas formas.
No quise pasar por ese sufrimiento y decidí
abortar.

Si me volviera a ocurrir, Dios no lo quie-


ra, no sé si tomaría la misma decisión. Pero
en aquel momento, fue lo que hice. No me
arrepiento. Sé que para mucha gente es difícil
de entender y no les culpo. Yo misma nunca
pensé que sería capaz de hacerlo. Por eso, lo
que mi Bebi me ha dejado es una enseñanza,
a no juzgar. Las circunstancias de cada uno,
no las sabemos, por eso no debo juzgar a la
gente por lo que hacen, sin saber el porqué,
sin pasar por lo que ellos han pasado. Porque
he aprendido que hasta que no te encuentras
delante de la situación no puedes saber lo
que harás. No puedes decir: “De este agua no
beberé, porque ante la necesidad, acabarás
bebiendo”.

Interrumpí mi embarazo en la semana


15, me hicieron un legrado con anestesia to-
tal. Estaba convencida de que era lo que tenía
que hacer. Cuando desperté de la anestesia
lloré amargamente, sola en la camilla, tapán-
dome con las sábanas. Mi Bebi ya no estaba
conmigo, se había ido al cielo, donde sólo
pueden ir las almas más puras.

Sé que si tengo otro hijo no será mi Bebi, por-


que Bebi sólo hay uno.

Sigo llorándole, hoy y siempre, porque a un


hijo nunca se le olvida, y se le quiere para
siempre.

Perséfone, 35 años, mamá de Manuel, técnica


de calidad. Rubí, Barcelona (España)


¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? Estaba de casi
nueve semanas de embarazo cuando el test
dio positivo, mi alegría duró más bien poco,
al día siguiente de la feliz noticia comencé a
sangrar. Todo apuntaba a que había sido un
aborto, no había restos de embarazo en el
útero, pero los niveles de GHC (hormona que
se produce en el embarazo) seguían dupli-
cándose, ¿dónde estaba mi bebé?

Un embarazo ectópico o extrauterino, es


aquel que ocurre fuera del útero. El óvulo
fecundado se implanta generalmente en la
trompa de Falopio. También pueden implan-
tarse en los ovarios, el abdomen o el cuello
uterino. Sí, yo pertenecía a ese 1% de mujeres
que sufren un embarazo ectópico, o como yo
le llamo, el gran desconocido.

El embarazo era inviable, mientras mi bebé


crecía me rompía por dentro, a nivel físico y
emocional. No es una pérdida, es un ser al que
amas que crece dentro de ti, se nutre de ti, te
mata lentamente. Porque aunque suene exa-
gerado es así, si el embrión seguía creciendo
en mi trompa de Falopio terminaría rompién-
dola, causando una hemorragia interna que
te lleva a la muerte. ¿Cómo puede algo tan
bonito hacer tanto daño? ¿Habrá sido por
montar en la Montaña Rusa en las fiestas del
pueblo? ¿Será por dormir boca abajo? Bus-
qué mil maneras de explicar lo que estaba
ocurriendo, a cual más variopinta, algo tenía
que haber hecho mal para que se alojase en
la trompa de Falopio y no se hubiese implan-
tado en el útero.

Lo peor de todo fue que dimos la no-


ticia antes de tiempo, todo el mundo lo sabía
y preguntaba, cuando intentaba explicar que
estaba sufriendo un embarazo ectópico na-
die lo entendía. El embarazo ectópico era el
gran desconocido para la sociedad. Mi bebé
seguía creciendo, los médicos intentaron lo-
calizarle pero aún no salía en las ecografías.
Fueron cuatro semanas de análisis cada vein-
ticuatro horas, exploraciones, ginecólogos
que se agolpaban a mi alrededor intentando
descubrir dónde se alojaba el embrión, pero
no había ni rastro.

Cuando los niveles de GHC llegaron a


su punto álgido ya no hubo más esperas. Me
hablaron del Metotrexato (MTX), un fármaco
usado en el tratamiento del cáncer y enfer-
medades autoinmunes. Era una forma no in-
vasiva de terminar con todo aquello, el MTX
disolvería la vida que crecía en mis entrañas.
Cuando recibí la primera dosis lloré como
una niña, asustada, horrorizado por lo qué
aquel medicamento iba a hacerle a mi bebé,
porque sí, era mi bebé, aunque el resto del
mundo lo catalogase de embrión parásito,
aunque las personas que me rodeaban insis-
tiesen en que lo viese como “una mala regla”.
Con la primera dosis comenzaron los mareos,
los dolorosos pinchazos en el bajo vientre, los
vómitos y las náuseas. A la semana los niveles
de GHC habían subido, mi embrión resistía y
crecía, seguían sin verlo y decidieron que de-
bíamos pasar a una segunda dosis.

Ya no lloré, solo me perdí en aquel va-


cío que sentía dentro, en el latir de un corazón
que comenzaba a escucharse, estaba de 12
semanas cuando a los dos días de la segun-
da dosis el MTX hizo sus efectos. De aquello
solo recuerdo dolor, carreras por un hospital
desconocido donde todo el mundo me mira-
ba con cara de angustia. El embrión se estaba
desprendiendo causándome una hemorragia
interna, finalmente consiguieron localizarlo,
entré de cabeza en quirófano, con el alma en
un puño, aferrada a mi vientre, despidiéndo-
me de la vida que aún latía dentro de mí.

Salvaron mi trompa de Falopio, pero


aquello poco me importaba. Tan solo las mu-
jeres que han perdido una vida saben del va-
cío del útero, de la sensación de ruptura con
la realidad, del hambre de amor, de la necesi-
dad de abrazar. De hablar con un vientre va-
cío, de mirar a las estrellas buscando su alma.
Cuando esto ocurre, nada de lo que los demás
puedan decirte tiene sentido, sabemos que
esto sucede en muchas ocasiones, que son
muchas las madres que han tenido una pér-
dida. Pero no nos vale el “hubiese sido peor
si naciese mal”, “piensa que puedes volver a
quedarte embarazada”. Es traumático, todos
te piden que pases página, te recuerdan que
cuando vuelvas a quedarte embarazada lo ol-
vidarás. Pero no es así, una pérdida semejante
nunca se olvida, no se repone un jarrón roto
por otro, se supera, pero no se olvida.

Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik. Bar-


celona (España)


Yo nunca he perdido un bebé, no sé
qué siente una mujer, una familia, cuándo
pasa por semejante circunstancia. Siento do-
lor y algo se me clava en el pecho cuando
pienso en la pérdida de un hijo, es un dolor
empático. Mi capacidad empática y mi sensi-
bilidad me han llevado a conocer de primera
mano qué pasa con el alma de la madre y del
bebé cuando se produce una pérdida gesta-
cional, lo he visto bastantes veces en mi con-
sulta, leyendo sus campos energéticos y los
registros que dejan en los diferentes planos
de existencia por los que pasan hasta llegar a
tomar un cuerpo.

Un bebé entra en contacto por primera


vez con su madre en el momento en el que
ella lo desea (desconozco si también sucede
con los padres). He podido observar que a
veces una mujer desea un bebé porque exis-
te un alma que la ha escogido para nacer. El
impulso, el deseo de ser madre en este caso
viene inspirado, a veces sucede al revés, y a
veces ya viene pactado desde antes de nacer
la madre. El caso es que una vez el alma del
bebé es llamada empieza el baile aquí abajo,
en la Tierra, hasta que la mujer queda emba-
raza. En este transcurso pueden suceder mu-
chísimas cosas, entre ellas que los padres co-
miencen a capacitarse para esa nueva alma,
aun sin tener conciencia de ello.

El bebé viene de un mundo maravi-


lloso, donde la luz y el amor son la expresión
de vida y donde todo está conectado. Allí no
existe la individualidad como aquí la conoce-
mos. Uno es uno porque está unido amorosa-
mente a todo, no existe otro concepto fuera
de este. La sensación de gozo y de plenitud
de donde viene el bebé es absoluta. Cuando
un niño decide nacer abandona este “hogar”
para entrar en el vientre la madre. Mantiene
una conexión, muy fuerte al principio, que
poco a poco se va debilitando con el paso de
los meses o los años, depende del niño, hasta
llegar al total olvido. El embarazo es un mo-
mento complicado para el bebé, sobre todo
el inicio. Hacia la séptima semana, la mayor
parte del alma desciende súbitamente hacia
el feto en formación y pasa por un periodo de
oscuridad y desconexión que resulta angus-
tioso. Algunos abortos espontáneos suceden
en este periodo, a veces el alma del niño de-
cide volver atrás en este trance.
A veces sucede que su alma desciende
y al poco decide marchar, haciendo retroce-
der cantidad de energía anímica hacia el mun-
do espiritual y dejando una mínima conexión
con su cuerpo, cuando esto pasa, la cantidad
de fuerza vital que debería ayudar al feto al
crecer se ve disminuida y aunque el feto sigue
vivo no crece bien y el aborto provocado es
inevitable.

El inicio de la gestación no es el único


momento complicado para un bebé, hay otros
en los que el bebé necesita mucha fuerza y
vitalidad para hacer que su cuerpo crezca, se
necesitan unas condiciones de nutrición, de
hidratación y de energía idóneas que permi-
tan que el bebé tome de nosotras lo que pre-
cisa para crecer. Si esto no sucede, pueden
desarrollarse problemas en su crecimiento,
llegando incluso a detener su corazón, pues
no puede tomar la energía que necesita para
mantener su cuerpo.

Lo que más ayuda a un bebé a anclar


su alma en su cuerpo es la conexión y el amor
que su madre le profesa, aunque a veces esto
no es suficiente para hacer que el alma del
niño decida quedarse. Hay algunos niños que
simplemente vienen a vivir esta corta expe-
riencia, por lo que nada de lo que hagamos
hará que el bebé se quede. Esto lo he vivido
en consulta y he podido observar cómo este
pequeño bebé venía con un regalo de con-
ciencia para la madre, y/o la familia, que lo es-
taban esperando. He acompañado a madres
que tras una pérdida gestacional han desa-
rrollado un poder, una fuerza y capacidad de
decisión que antes no tenían, madres que han
decido emprender proyectos preciosos tras
decir adiós a su bebé, madres que empeza-
ron a quererse más, a cuidarse más, e inicia-
ron el camino hacia el autoconocimiento y la
realización personal…

Si el bebé decide marcharse se produ-


ce la pérdida espontánea o el corazón se para
sin más. Hay almas que son acompañadas y
dejan su huella energética en la madre, este
es el regalo que antes comentaba, pero vuel-
ven al mundo espiritual igual que llegaron, sin
más. En estos casos las madres suelen tener
en duelo llevadero, le dicen adiós al bebé con
mayor facilidad y sienten esa pequeña luz en
su interior, ese regalo, que algún día florecerá
y verán que todo tenía un sentido o al menos
que pudo honrar a su pequeño realizando
una transformación de la experiencia en algo
bello e importante para ella. Este es un final
que se debe perseguir tras el aborto, cada
una a su ritmo, pero una mujer tiene el dere-
cho y el deber de hacer un duelo a su bebé,
despedirlo con amor y con gratitud por haber
pasado por su vientre y haber vivido con ella
esos pequeños instantes.

Si esto se hace, si una madre habla con


su bebé, si le escribe una carta explicándole
todo lo que quería decirle y despidiéndose
de él, el dolor será acompañado por la paz.
He observado varias veces a mujeres que no
han despedido a sus bebés y que lejos de eso
se aferran al niño que no nació. Esto produce
un intenso dolor en el alma para la madre y
para el bebé, que no se marcha, el alma queda
retenida en el cuerpo energético de la mujer
y a veces a causa de esto la mujer no puede
volver a quedar embarazada, porque hay un
alma ocupando el lugar que debiera ocupar
otra o bien se une al alma del niño que está
por nacer, naciendo con él y acompañándolo
hasta que alguien pone conciencia en ello y
lo despide como debió hacerlo su familia en
un primer momento.
Hay un hecho indudable y es que una
mujer que haya perdido a su bebé siempre
será madre de ese hijo, aunque lo perdiese
justo al mes de estar embarazada. Entre las
dos almas habrá un vínculo imborrable que
puede llegar a ser una fuente de crecimiento
y transformación inagotables para la madre o
una fuente de dolor intenso, todo depende
de ella, lo que hace que vibre hacia un lado o
hacia otro es la aceptación y el amor incondi-
cional, que nos permite decir adiós aun cuan-
do nuestras ilusiones se hayan roto.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)
ENTENDIENDO MI ABORTO
—“Bienvenido a mi vida, ese bebé me ha
abierto la puerta de mi espíritu, ha sacado
a la luz potencialidades y habilidades que
nunca había conocido de mí misma. He
sido y soy capaz de amar, he descubierto
quién soy y de lo que soy capaz, jamás
nadie llegará al nivel de profundidad que
ha llegado mi bebé”.

Ángeles Doñate y Patricia Pozo


Cuando la cigüeña se pierde.

Querido hijo:

La gente me dice que como te fuiste tan pron-


to tu aborto ha sido una suerte, que como
sólo tenías 8 semanas y no medías ni un centí-
metro esto ha sido lo mejor que podía pasar.
¡Lo mejor! Y yo intento no volverme loca por-
que sé que eres mi hijo y que te amaré eter-
namente porque no importa lo que mida una
persona, lo que verdaderamente importa es
el amor hijo mío, y tu padre y yo te queremos
con toda nuestra alma, estés donde estés.
Nuestra agonía, la tuya y la nuestra,
duró cinco días, cinco días en los que nos
agarramos a la esperanza, cinco días en los
que presenciamos como luchabas por vivir
mientras tu corazón se apagaba en mi vientre.
Finalmente te fuiste de mí, te escurriste entre
mis piernas y aún estoy en este proceso de
dolor físico y emocional. Aunque te hayas ido
tan pronto, vaya a donde vaya me presentaré
como tu mamá, tu orgullosa mamá que gra-
cias a tus ocho semanas de existencia se ha
transformado.

Gracias por tus lecciones mi vida, gra-


cias infinitas por enseñarme tanto sobre el
Amor verdadero porque me he dado cuen-
ta de lo mucho que tengo, de la gente que
realmente me quiere y me siento mucho más
unida a tu papá. Es muy curiosa esta vida a la
que no has llegado, las tristezas más profun-
das, al igual que las inquietantes tormentas,
nos sirven para limpiar lo viejo y cuando de
nuevo brilla el sol, ver las cosas con nuevos
ojos. El dolor que me ha causado tu muerte es
devastador, pero aún dentro del huracán bri-
llan las lecciones que me has traído y aunque
mi cuerpo se duela y mi corazón enmudez-
ca siento la mente clara y me demuestra, me
dice, que algo viejo de mí se ha ido contigo.

Gracias hijo mío. Te quiero mi bebé.


Aquí, ahí, ahora y siempre.

Tu madre.

Noemí Aguiló, 36 años. Mamá de Marc,


mi bebé de agua y Eric.
Palma de Mallorca (España)


Tras mi embarazo ectópico vinieron las prue-
bas pertinentes para saber en qué estado
había quedado mi trompa de Falopio, recibí
buenas noticias. Nadie supo decirme la cau-
sa, tampoco le dieron más importancia, mi
aparato reproductor estaba bien y para los
especialistas era lo que importaba.

Tuve que esperar seis meses para po-


der volver a concebir, las dos inyecciones de
MTX dejaron secuelas y debía eliminar el me-
dicamento de mi cuerpo. Los primeros meses
me sumí en la desesperación por contar los
días para poder volver a buscar un embarazo.
Miraba a otras madres, me pasaba horas ob-
servándome en el espejo imaginando como
sería estar embarazada. Me dejé mecer por la
tristeza y los recuerdos de aquella experiencia
traumática, hasta que mi marido se sentó un
día frente a mí y me pidió que volviese a ser
la que era. Había dejado de ser, simplemente
moviéndome como una autómata, aferrándo-
me a un bebé que nunca nacería. Pensando
en si fue mi culpa, en qué momento cometí un
error para que aquello no saliese bien, pero
sobretodo esa sensación de haber arrebata-
do una vida. No se había ido sin más, pero lo
cierto era que él no hubiese podido sobrevi-
vir sin mí, ni yo con él creciendo dentro.

Mi abuelo solía decir que cuando una


puerta se cierra, una ventana se abre. Abrí la
ventana, me concentré en limpiar mi cuerpo
y mi alma de todo aquello. No olvidarlo, sim-
plemente aceptar que por alguna razón yo te-
nía que pasar por todo aquello, fue mi prueba
de fuego para plantearme si realmente quería
ser madre. Pero sobretodo que tipo de madre
iba a ser, comencé un camino iniciático para
descubrirme a mí misma, aprender de aque-
lla experiencia y valorar la vida. Me ayudó a
darme cuenta de que mis instintos maternos
estaban ahí, floreciendo y pidiéndome dar
todo ese amor que sentía a un nuevo hijo.

Tras la pérdida de un hijo no nacido la


sociedad te pide que lo niegues y olvides, pero
para nosotras que durante unas semanas nos
sentimos madres es algo inviable. No se trata
de negar lo que ha existido, como en cada una
de las pérdidas que sufrimos en esta vida, per-
der un bebé es un proceso de duelo, de ne-
gación, de tristeza y finalmente de aceptación.
Para mí lo importante fue ser consciente de
qué aquel bebé había existido, le había ama-
do durante las semanas que lo llevé dentro y
ahora tocaba despedirse. Aprender a aceptar
lo ocurrido y centrarme en el futuro, en ese
nuevo hijo que estaba por llegar. Confiar en mi
cuerpo fue el punto de partida para superar el
embarazo ectópico. Intenté no obsesionarme
con otro positivo, simplemente dejarme llevar
y disfrutar de los pequeños placeres de la vida,
hasta aquel día donde descubrí que iba a ser
madre de nuevo.

En aquel largo camino comprendí


que la naturaleza es sabia, por alguna razón
mi cuerpo no estaba preparado para alojar
aquel primer embarazo. No hay mucho que
una pueda hacer en estos casos, lo inevitable
está ahí. Mientras intentas recuperarte física y
emocionalmente te das cuenta de que es un
proceso duro y solitario. En esta sociedad en
la cual vivimos los embarazos que no llegan
a término son tabú, olvidados por todos me-
nos por la madre que los ha sufrido. Nosotras
aunque en silencio también necesitamos en-
terrar al hijo no nacido, aceptar el vacío, dejar-
lo marchar y curar las heridas. Una no puede
mirar al futuro arraigada al pasado, pero ese
pasado importa y hasta que no cicatriza es di-
fícil volver a sonreír. Si en lugar de ocultar lo
ocurrido fuésemos capaces de hablar con el
mundo, si el mundo reconociese que nuestro
caso no es único seguramente todo sería más
fácil y la madre aprendería a llorar sin miedo,
a dejar la tristeza de lado a su debido tiempo,
a ilusionarse por un nuevo hijo, pero sobreto-
do a comprender y asimilar que la pérdida de
un bebé es real, que se supera y que somos
muchas las que pasamos por ello, en defini-
tiva atravesar el proceso de duelo sin miedo,
en compañía.

Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik.


Barcelona (España)
“Nuala” significa “excepcionalmente hermo-
sa” en idioma gaélico. Y estoy segura de que
excepcionalmente hermosa hubiera sido mi
primera hija, si hubiera llegado a nacer.

Escribí estas palabras en uno de los mu-


chos cuadernos que llené durante la vivencia
del duelo por mi bebé perdida. No teníamos
nombre elegido todavía, pero sentí que de-
bía tener uno con el que recordarla, porque
yo quería (y quiero) que tenga un hueco en mi
vida. Cuando dejé de preguntarme “por qué”
y empecé a pensar en “para qué”, descubrí que
traía muchos regalos a mi vida y algo para mí
muy importante, que en el dolor también hay
belleza, si te dejas interpelar por él.

Mi bebé me trajo más que una profe-


sión, una forma de vida; tiempo después de
perderla, empecé a formarme como doula,
especialmente en acompañamiento en due-
lo perinatal y en ello sigo, aprendiendo de
mamás y papás fuertes que transforman el
sufrimiento en amor. Me regaló “unas gafas”,
con las que veo la vida de manera distinta, en-
tendiendo que el dolor y la alegría van de la
mano, así como la luz se gesta en la oscuri-
dad; es el ciclo de la vida-muerte-vida y está
presente, lo veamos o no. Me hizo ser mamá,
aun no habiéndola acunado en mis brazos;
ese fue uno de los mayores descubrimientos
del proceso de aceptación, que ya era mamá,
aunque ella no me lo pudiera decir nunca. Y
además, me regaló generosidad, empatía,
fortaleza, paciencia… tantas y tantas emocio-
nes que fui reconociendo en mí, aceptando,
asumiendo.

Nuala fue hermosa en el poquito tiem-


po que estuvo en mí, hermosa y sabia, porque
me trajo un sinfín de cosas buenas que cada
día me ayudan a ser mejor mamá y mejor per-
sona. Y me sigue acompañando, sobre todo
cuando el miedo anida en mi corazón, recor-
dándome que me eligió y que fui la mejor
mamá para ella.

Espe, 42 años, mamá de Nala y Gael, doula y


terapeuta. Zaragoza (España)


Cuando una mujer sufre un aborto vive un
duelo interno que solo otra mujer que haya
pasado por lo mismo puede comprender.
Cuando a mí me tuvieron que realizar un le-
grado estaba embarazada de diez semanas.
Era mi primer embarazo y estábamos ilusio-
nadísimos pero, un día comencé a manchar
un poquito y, al día siguiente cuando fui a
urgencias me dijeron que no había latido. En
ese momento se te viene el mundo encima, el
llanto se apodera de ti y una tristeza te inunda
el alma. Después del legrado, la gente, con
buena voluntad me decía cosas como “Mejor
ahora que no cuando hubieras estado más
avanzada”, “No te preocupes, a muchísimas
mujeres les pasa (y te dan nombres de sus
sobrinas, vecinas, etc.)” “Si iba a ir mal mejo
perderlo ahora” (¿y ya sabías tú que iba a ir
mal?) y cosas así.

Los meses siguientes que viví fueron duros


porque, para empezar, la baja que te dan es
de solo tres días, con lo que al cuarto tienes
que ir al trabajo como si nada hubiera pasado
y tú tienes la moral por los suelos. Me ayudó
muchísimo el tener el apoyo de mi pareja que
no dejó de mimarme y cuidarme y el ir a un
psicólogo me sirvió de catarsis para contar
y expresar todo aquello que me dolía en el
alma y que a nadie más era capaz de contar.

Ese aborto me dolió pero también me enseñó


que la vida es muy efímera y que debemos de
preocuparnos de lo que realmente importa,
me ayudó a mantenerme serena y tranquila
en el siguiente embarazo cuando comencé
a tener pérdidas y del cual finalmente tengo
una hija maravillosa y me enseñó como estar
al lado de una de mis amigas cuando esta su-
frió un aborto.

Sol, 34 años, mamá de Ara, maestra.


Zaragoza (España)
VIVIR EL PARTO
MIS FANTASÍAS SOBRE EL PARTO
— “El éxito de un parto depende en gran
parte de la capacidad que demuestra
la madre de tomarse las cosas tal como
vienen”.
Beatrijs Smulders y Mariël Croon
Parto seguro. Una guía completa.

A menudo visualizaba mi futuro parto como


un trance, o como un conjuro mágico en el
que estaría sumergida durante horas y que
requeriría toda mi energía física y mental.
Imaginaba un abrazo interminable de mi ma-
rido, imaginaba música… y en el momento
del clímax, me veía desprendiéndome de la
consciencia, para abandonarme a mi yo salva-
je, irracional y desinhibido.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)
Tal cual, fantasías, pues no contrasté informa-
ción, ni busqué, ni nada. Me limité a imaginar
que todo iría bien, como yo quería. Que ten-
dría un buen parto, no muy largo y sin com-
plicaciones. Que estaría conectada conmigo
y sobre todo con mi bebé, que le sentiría y
le acompañaría para que no tuviera miedo. Y
por supuesto, imaginé un parto sin dolor, o
al menos, con un dolor soportable. Aunque
confieso que en ocasiones, tras leer cositas
por ahí, incluso imaginaba un parto placente-
ro físicamente… ¡Fui una ilusa!

En fin, no se cumplió ninguna de mis


fantasías y esto me generó un gran trauma, o
al menos, así lo creo.

Ainara Soldeinvierno,
mamá de Ojos Negros Saltimbanqui.
Alicante (España)
Nunca me imaginé que iba a soñar con un
parto sin epidural. Durante el embarazo me
fui animando y he de reconocer que incluso
obsesionando, con la idea de un parto 100%
natural.

Quería sentir todo el proceso. Quería


dar vida de manera consciente. Quería ser la
dueña de ese momento, sentir a mi hijo y tra-
bajar con y junto a él. Quería vivirlo de la for-
ma más romántica y transcendental.

Elena Rodríguez Álvarez, 32 años,


mamá de Martín, maestra de infantil.
Granada (España)
EL MIEDO A PARIR
— “Es inútil toda palabra de consuelo o de
ánimo si no va acompañada de explicar
las cosas para que las embarazadas
puedan pensar y razonar sobre ellas. Decir
“no tengas miedo” no es suficiente, hay
que demostrar y convencer de por qué no
hay que tener miedo”.

Consuelo Ruiz Vélez-Frías


Cartilla para aprender a dar a luz

El miedo a parir estuvo presente en diferen-


tes etapas del embarazo, a veces preguntas
como: qué pasa si no tengo la suficiente fuerza
para hacerlo y si el dolor es tan fuerte que no
lo puedo aguantar, daban vueltas en mi cabe-
za. Creo que tener miedo es algo natural y es
un sentimiento que como llega se va, si no le
damos más importancia de la que tiene. De lo
contrario podemos apoyarnos en nuestra fami-
lia o en técnicas de respiración, afirmaciones o
visualización para desvanecerlo.
Cuando mi hijo nació cualquier mie-
do o dolor fue automáticamente disuelto, me
sentía además de cansada, empoderada, es-
taba muy feliz y orgullosa de que juntos, mi
hijo y yo hubiésemos logramos semejante ha-
zaña. Claro con la ayuda también de mi espo-
so y las fuerzas del universo, que se unieron
para que el bebé naciera sano, tan perfecto y
además con tanto pelo en su cabecita. Fue la
primera vez me enamoré a primera vista, tan-
to que cuando lo vi, solo se me ocurrió decir-
le a mi esposo que era el niño más lindo que
había visto en mi vida.

Adriana, mamá de Mathias.


De Colombia residiendo en Alemania.

El miedo al parto es algo que nos inculcan


desde pequeñas, bien a través de las historias
familiares, normalmente de partos interveni-
dos, rodeados de poco amor y empatía; bien
desde la publicidad, el cine; y por supuesto
por nuestro bagaje patriarcal y/o religioso.

Cuando supe de mi primer embarazo,


uno de los pensamientos que me rondaba
era que ya no había más remedio que parir.
Hoy me parece triste esa reflexión cuando he
vivido un segundo parto en casa, respetado
y sin intervención de ningún tipo y he podi-
do comprobar lo placentero y la capacidad
de empoderamiento que da a una mujer el
hecho de parir (imagino que de ahí las cons-
tantes trabas que el patriarcado ha impuesto
a todo el ciclo sexual femenino).

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia,


enfermera y madre de día.
Murcia (España)

Al contrario de la mayoría de las madres, en


el primer parto, no tenía miedo a parir. En la
familia materna, todas las mujeres habían pa-
rido fácilmente (abuela, tía, madre, prima...),
incluso demasiado rápido como fue mi naci-
miento, y siempre tuve claro que parir no era
algo malo ni horrible.

Pero “algo” sucedió en mi primer parto


que hizo que fuera larguísimo, con bloqueos,
mucho dolor, cansancio y 45 minutos cosién-
dome sintiendo cada punto que me ponían...
Además del sentimiento de enfado-fracaso
que sentí al ser la excepción de la familia.
Así que esta vez, sí le cogí miedo a parir. Lo
recuerdo y veo que sólo me fijé en la parte
negativa de este especial proceso y no disfru-
té del todo de la positiva: el haber dilatado
tranquila en casa, con mi pareja, mi madre, la
comadrona (madrina de mi pareja); el haber
podido parir por mí misma, de forma natural,
como yo deseaba en el hospital; el haber te-
nido la misma comadrona en casa que en el
hospital; el tener un niño sano y primer gran
regalo de mi vida.

Con el tiempo, entendí que mi primer


parto fue como debía ser. Por historias per-
sonales y familiares, durante mi parto, salió
todo el dolor de mi niña interna, de mi mamá
y hasta me atrevería a decir de mis ancestros.
Con mi sacrificio, me convertí en mujer-mamá
y empezó mi verdadera Conciencia. Así que
hoy día, le doy gracias a mi primer parto y a
mi hijo Quim que ya nació enseñándome mu-
cho.

Escribí una carta a una brujita-coach-te-


rapeuta-amiga de mi hermana, contándole
mis miedos. Fue ésta:
“Hoy miércoles 5 de junio cumplo las 40 se-
manas de embarazo y hace unas dos sema-
nas que siento angustia y miedo respecto a
mi próximo parto. He intentado deshacerme
de ellos, hablarlo con las comadronas, con mi
marido... Hasta también intentar no pensar en
ello pero lo llevo dentro y ahora que se acer-
ca cada vez más el parto, el miedo crece (la
primera vez que parí, ahora hace 20 meses,
no tenía miedo, fue un parto sin epidural en
el hospital, pero como hay cosas que no me
gustaría repetir, tengo esta angustia). 

Te explico:
- La intensidad del dolor => Mi primer parto
fue largo y con unas contracciones muy inten-
sas. Recuerdo como si estuviera dentro de un
bucle de dolor y no avanzara. Cuando estaba
de 7-10 cm estuve muy bloqueada, no me ter-
minaba de dejar ir, de fluir. Y cuando por fin
estuve en dilatación completa, la comadrona
del hospital me dijo: “Ahora ya puedes empe-
zar a empujar”. Y así lo hice. Siempre he sen-
tido que empujé porque me lo pidieron y no
porque me lo sintiera (aún). Fue un expulsivo
de casi 3 horas muy duro, doloroso, no podía
más. 
A mí la intensidad me cohíbe, no la termino
de “disfrutar”. Cuando ahora algún día me
noto algún dolorcito de útero, me recuerda a
aquel dolor y me asusto. Me angustia volver a
entrar dentro de esas olas brutales de dolor
y sentir que no avanzo, que estoy sola y no
puedo. Que me ahogo dentro del dolor. Éste
es mi GRAN miedo.
- Desgarrarme => Desde hace unos dos me-
ses tengo la vulva muy inflamada, los labios
mayores y menores me los noto cuando ca-
mino o cuando estoy sentada en el váter. De
hecho, el masaje perineal casi no me lo he po-
dido hacer porque me molesta mucho. Bási-
camente me he puesto aceite de almendras,
como si fuera un hidratante. También tengo
hemorroides de hace tiempo y eso que como
mucha fibra e intento beber bastante. 

Me da miedo saber que la cabecita de Lluc


tiene que pasar por mi vagina inflamada, me
preocupa mucho que me desgarre tanto otra
vez. Del nacimiento de Quim, llevé muchos
puntos por dentro, me desgarré también por
fuera y viví con hemorroides durante unos
meses.”

Estas son algunas de las respuestas que recibí


de esta estrellita de Luz. Me las imprimí y las
colgué en la nevera. Así, durante el día, iba
leyendo estos mágicos mensajes. Me daban
fuerza y confianza.

En esos momentos en los que tu mente ven-


ga con preocupaciones: te haces consciente:
“ostras, ya me estoy preocupando, y estoy
nerviosa, y estoy pensando esto...”. Lo siguien-
te: aceptarlo, porque son tus pensamientos,
es tu mente... y como es tuyo es perfecto.

Luego, lleva tu atención a la respiración, qui-


tando entonces el foco de tu mente: 
• Simplemente observas atentamente cada
vez que el aire entra... y cada vez que el
aire sale de tu cuerpo... 
• Observas su temperatura al entrar...y al sa-
lir...y así sientes cada inhalación....y cada
exhalación... 
• Y poco a poco unificas mente, cuerpo,
emoción, respiración.... y entras en quie-
tud, en silencio...  y así, lo vas haciendo
cada vez poco a poco.
• “Perdona” la situación de haber empujado
sin decidirlo conscientemente...seguiste
las recomendaciones...hiciste muchísimo
y lo mejor que pudiste...entiéndete en ese
momento y que se libere ese recuerdo,
esa sensación... que te perdones en esa
situación y ahí lo sueltas...

Si ahora sientes esos miedos, tienes también


la capacidad de convertirlos en amor...Dale
las gracias a esos miedos, porque te avisan de
una situación fuerte, te preparan para la resis-
tencia,... Y seguidamente, con tu respiración,
lleva la atención a tu corazón, y siente todo
el amor que eres... siente tus pies conectados
al suelo, a la Tierra, y mírate como reflejo de
ella, con la misma capacidad para crear, para
fluir con los ciclos... Y, de la misma manera,
conecta con tu útero como un lugar que está
acogiendo a tu hijo, siente que es el primer lu-
gar al que le has invitado...Desde tu corazón,
conecta con el corazón de la Tierra, de todas
las madres...

Pon tus manos sobre tu vulva, una vez
hayas contactado con tu respiración... Y le das
las gracias por llamar tu atención y conectarte
con este miedo... Es una aviso, es perfecto...Y
ahí respiras...Y después imagina y elige cómo
quieres que tu vagina esté, la sensación, la
forma... Y la puedes sentir y visualizar como
prefieras... Como el mejor lugar para que Lluc
pase de estar dentro a estar fuera de ti, la me-
jor transición... Y confías en la capacidad de tu
cuerpo y de tu vagina de ser los más adecua-
dos para esta experiencia...

Di afirmaciones del tipo: estoy acom-


pañada, inspirada... Mi cuerpo es sabio y el
mejor receptor para Lluc,... Mi cuerpo es fuer-
te, resistente... Yo soy capaz de vivir este parto
de la mejor manera… Y sobre todo, que des-
de tu corazón te recuerdes o te des amor a ti
misma, que te reconozcas lo maravilloso que
estás haciendo por ti, por tu pareja, por Quim
que también recibe la vibración del parto de
Lluc, por Lluc... Algo así solamente puede te-
ner recompensas y facilidades...”

Al cabo de cinco días di a luz en casa. Dis-


fruté enormemente de un parto precioso, fácil,
tierno, ágil,... perfecto. No me tuvieron que po-
ner ni un punto y tampoco empujé ni me cansé,
mi cuerpo se encargó de empujar tres únicas
veces antes de tener a Lluc en mis brazos. Fue
maravilloso. Lo volvería a hacer una y otra vez.

Pathway, 31 años, mamá de Quim y Lluc.


Mallorca (España) y Silvia Hernández Muñoz
Realmente soy una persona con una toleran-
cia muy grande del dolor, que no sé a qué se
debe, pero me dicen que no “siento nada”.
Pero aun así, yo tenía mucho miedo al parto, y
especialmente por el dolor. Me ayudaban dos
cosas, primera: no pensar en ello; Y la segun-
da: los ojos de las madres cuando hablaban
del parto. Había algo tranquilizador en ellos,
algo que decía que nunca serás igual después
del parto. Sentía que el parto escondía un po-
der muy grande y al final tenía más ganas de
dar a luz que miedo.

Alma Lazauskaite, 35 años, mamá de Saule y


Nerius, Tarragona (España)
EL DOLOR EN EL PARTO

—“El sufrimiento aumenta
considerablemente ante el intento de
reprimirlo y disminuye cuando se acepta
sin oponer resistencia “.
Verena Schmid.
El dolor del parto

He parido dos veces sin anestesia epidural.


Me llama mucho la atención lo asombradas
que se quedan algunas personas cuando
conocen este detalle de mis partos. He escu-
chado de todo, desde un “que ganas de ser
masoquista tienes, para qué sufrir pudiendo
evitarlo” hasta un “madre mía, con lo que due-
le eso...yo no podría”. En todos los casos, in-
tento explicar que el dolor del parto yo no lo
he vivido nunca con sufrimiento. Es un dolor
de una intensidad brutal para mí, una llamada
de tu cuerpo que te dice que te prepares por-
que el momento ya ha llegado, que estés lista
para abrirte a la vida. También intento hablar
de las contraindicaciones de la anestesia epi-
dural, que suelen estar bastante silenciadas
en general y que pueden ser muchas (desde
las más leves como dolores de cabeza hasta
la aparición de shocks anafilácticos, parálisis
intestinales, muerte o desconexión de la ma-
dre con su bebé).

Cuando estaba embarazada de mi hija


mayor y me preguntaban cómo y dónde ha-
bía pensado parir y si iba a pedir la epidural,
siempre contestaba lo mismo “No es mi inten-
ción, pero como no sé qué tipo de dolor es
ni cómo voy a encontrarme en el momento,
pues ya veremos”.

El dolor en el parto tiene un sentido.


No informa de que algo vaya mal, como cuan-
do te duele una muela o cualquier otra parte
del cuerpo, sino que te avisa de que algo im-
portante está comenzando a suceder: el na-
cimiento de tu bebé. Si no existiese el dolor,
el recién nacido llegaría sin que su madre se
enterara, por lo que el dolor protege al nuevo
ser indefenso.

Ahora, desde mi experiencia, veo lo


influenciadas que estamos culturalmente por
las películas, libros, imágenes en las que el
parto siempre se visualiza con gritos, dolor y
sufrimiento. Es un legado más del patriarca-
do. Por eso puede resultar muy interesante
descubrir otras visiones del dolor como el li-
bro “El Dolor del Parto” de Verena Schmid, así
como conocer experiencias de partos orgás-
miscos. Yo a día de hoy me siento agradecida
por haber sentido dolor en mis dos partos, y
lo repetiría así sin dudarlo.

El dolor en el parto también está relacionado


con el miedo y la tensión. Estos tres elemen-
tos forman un triángulo y están íntimamente
relacionados. Cuanto más en tensión estés,
más miedos aperecen y el dolor también au-
menta. Es interesante no perder esto de vista.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

Por experiencia propia he aprendido que el


dolor en el parto es relativo y depende de va-
riables como el entorno y las creencias y las
emociones personales.
El entorno determina nuestro grado de
relajación. No es lo mismo parir en una fría
sala de partos, iluminada en exceso, acom-
pañada de personal sanitario que acabas de
conocer y estirada en un potro que parir en
casa, o en un ambiente acogedor en su defec-
to, al lado de gente en la que confías y adop-
tando en cada momento la postura que de-
sees, permitiéndote moverte y expresarte con
total libertad. Yo he vivido ambas opciones.
En el hospital pasé mucho dolor, en casa no.
Los motivos no fueron solo el ambiente y que
las personas que me rodeaban sino también
lo trabajado que tenía el tema del dolor en mi
segundo parto.

Lo primero que hice fue aprender re-


lajación especializada para embarazadas y
reprogramación subconsciente para fortale-
cer en mí la idea de que parir podía resultar
placentero, y no llegué al éxtasis pero no me
morí de dolor. Otra de las cosas que llegó a
mí como un regalo y que me resultó impres-
cindible a la hora que enfrentarme al dolor
del parto fue la lectura del libro partería es-
piritual de Ina May Gaskin. Una de las cosas
que deja claro al principio del libro es que se
utiliza mal el concepto de dolor para referirse
a las contracciones del parto, ya que lo que se
siente no es exactamente dolor sino intensi-
dad o “ráfagas” de energía como ella lo llama
en el discurrir del libro. Llegué a leer tantas
y tantas veces la palabra ráfagas, que se me
quedaron grabadas en el consciente y en el
subconsciente y las adopté como propias.

Llegado el momento del parto efecti-


vamente no sentí dolor, intensidad sí, mucha,
dolor no, ninguno. El parto de Alba fue largo y
difícil a ratos, pero no doloroso. Es cierto que
sentí que me iba, que me abría y una fuerza
arrolladora pasaba a través de mí, sentí fue-
go en mi vagina, pero si soy sincera no puedo
llamarlo a eso dolor. No hay sufrimiento emo-
cional, que es lo que hace aflorar el dolor,
puesto que entre otras cosas no había miedo
sino confianza. Confiaba en mí, en mi hija, en
mi comadrona y en la vida.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)

¡En paz! Así es como me siento. Esta vez sí
volví a renacer de manera consciente. Mi
cuerpo desborda felicidad.

He aprendido que no es necesario aprender


a parir. El cuerpo es sabio y sabe lo que tiene
que hacer y cuándo.

Era de noche rompí aguas y sin apenas tener


contracciones que indicaran que el parto era
inminente nos dirigimos hacia el hospital.

Al llegar dejamos claro nuestra intención de


parto natural y respetado. Presentamos nues-
tro plan de parto y no hubo ningún problema.
Llegué dilatada de 2 cm así que parecía que
el asunto iba para largo. Me dieron habitación
pero apenas estuve en ella. Acompañada de
mi marido y con ganas de que el proceso de
parto empezara realizamos largas caminatas
por los pasillos del hospital que al ser de ma-
drugada se hacía muy bien pasear. Parecía
que funcionaba, empecé a tener contraccio-
nes cada vez más intensas y más continuadas.
Llegó el momento. El dolor empezó a hacer-
se sentir cada vez más. Con cada contracción
mi cuerpo pedía movimiento. En la pelota, de
pie, a cuatro patas… Me hice amiga de mi pro-
pio dolor. Agradecí los masajes incesantes de
mi marido en esos momentos. Cuando llegué
a un punto de inconsciencia mi marido avisó
a una matrona. Porque hasta entonces había-
mos estado solo mi marido y yo. ¡Lo había-
mos conseguido! La dilatación era completa.
Y sin poder aguantar más mi cuerpo necesita-
ba empujar. Todo fue muy rápido. Mi cuerpo
se abría para dar paso a mi pequeña. En tres
empujones Núria ya estaba encima de mamá.

Olga Torres, 34 años, mamá de Gerard y Núria


Queralt, funcionaria de adm. local.
Mallorca (España)

Vivimos en una sociedad muy poco acostum-


brada al dolor, tratamos el dolor como a la en-
fermedad cuando en realidad es el síntoma
de ésta, nos recetan mil cosas para no sentir-
lo, cuando el dolor es el lenguaje del cuerpo
y la mente, que nos explica que algo está su-
cediendo en nuestro cuerpo físico o mental y
en vez de silenciarlo, deberíamos aprender a
escucharlo.
En mi parto hubo dolor, lo recuerdo
perfectamente, al principio era soportable,
las contracciones iban y se iban sin ser muy in-
tensas. Pero poco a poco, se fue intensifican-
do el dolor y acortando el tiempo entre ellas.
Cuando eran fuertes pero soportables, sentía
como toda la parte de debajo de mi espalda,
toda la zona de los riñones se contraía y me
invadía por todo el cuerpo ese dolor que nun-
ca había experimentado y que a pesar de to-
dos los libros de preparación al parto que me
leí, no sabía manejar.

Durante el embarazo me preparé le-


yendo sobre parto en movimiento, posturas,
respiraciones, concentración, parto orgásmi-
co, partos al agua… pero no leí ningún libro
específico sobre el dolor del parto, solo sabía
que era necesario para acallar mi mente pen-
sante y que así pudiera fluir mi instinto animal,
y que me debía abandonar a él, pero yo no
estaba preparada para vivir y dejarme llevar
por ese dolor.

El dolor insoportable llegó cuando ya


estábamos en el hospital, hacia más de veinte
horas que tenía contracciones y estaba ago-
tada, pedimos la sala de partos naturales, con
la piscina. Yo quería un parto en el agua. En el
hospital me dijeron que hasta los 5cm no me
ponían agua en la piscina, llegué con 3,5cm, y
estuve dos horas en la sala de partos natura-
les, eso fue algo inolvidable. Me recuerdo en
un rinconcito entre la piscina y la pared, sola,
no quería que mi pareja ni nadie me tocara,
sentía que se me hacía añicos la parte baja de
la espalda, empecé a vomitar, yo solo quería
dormir, no podía soportar el dolor, me sacaba
fuera de mí, o me metía demasiado en mí, no
lo sé, tenía miedo. Me ofrecieron la epidural
unas cuantas veces, como a un niño cuando le
ofrecen una golosina, al final la pedí, no podía
más, estaba de 4,5cm.

Estoy contenta con mi parto porqué


aguanté hasta que pude, tuve un parto vaginal
sin episiotomía y con espejo, me encantó ver-
lo todo, y porque mi pareja se portó muy bien
y me ayudó mucho, primero aliviándome las
contracciones, con movimiento, masaje, pre-
siones, agua… todo lo que él había aprendido
ya que también se preparó conmigo, y des-
pués, cuando el dolor me encerró en mí mis-
ma, con respeto. La verdad es que aunque no
quería que nadie me tocara, necesitaba que él
estuviera allí, me daba seguridad y fuerza.
Me gustaría decir que no tuve un em-
barazo perfecto, ni veía mi parto desde un
punto de vista infantil, ni idealizado, sino con
respeto. Sinceramente pienso que el dolor es
un tema pendiente en la preparación al parto
y a la vida, supongo que sentirlo plenamente
te lleva a mundos desconocidos, y para eso
hay que estar preparado.

Yo, intentaré estarlo para si algún día


hay un segundo parto.

Thais, 25 años,
mamá de Maya, educadora social.
Deltebre, Cataluña (España)

Tengo dos experiencias diferentes sobre el


dolor durante el parto. Tengo dos hijos, los
dos tuve con partos “naturales”, que quiere
decir nada más que fueron “vaginales”, esa es
la única cosa que une los dos partos, porque
todo fue muy diferente y el dolor también.

Mi primer parto, cuando ni idea tenía


qué es y cómo es (solo he leí un poco acer-
ca del parto y de todo el proceso) fue muy
doloroso. Fue un dolor tan fuerte que prefe-
ría morirme que dar a luz. Pasó mucho tiem-
po cuando entendí porque fue así y, ojalá mi
experiencia sirva para que las futuras mamás
puedan evitarlo.
Llegué al hospital con 4cm de dilata-
ción y ya tenía que pararme para resistir las
contracciones, pero todavía no era nada gra-
ve. Sentía dolor como durante de menstrua-
ción, cólicos, nada insoportable. En cuanto
llegué me acostaron en la cama y (¡sin pre-
guntarme!) me pusieron suero con oxitoci-
na artificial. Fue algo horrible, porque desde
aquel momento empecé a sentir el dolor mu-
cho más fuerte, unas contracciones que no
podía controlar. Todo esto duró 6 horas. Cada
rato venía el doctor y me hacía el chequeo
de tacto (eso fue muy feo y doloroso), ya no
pude decidir cómo quería parir, ya no podía
pensar en nada, solo quería que se acaba-
ra aquel horrible dolor. Se acabó después de
6 horas más, cuando nació mi hijo. En el últi-
mo momento me cortaron la vagina (igual sin
preguntarme), gracias a Dios comparado con
todo el proceso del parto, eso no fue nada
doloroso, tampoco los puntos. El dolor del
corte vino después y duró como tres semanas
después del parto.
Cuando me embaracé la segunda vez
empecé a investigar el tema, me daba muchí-
simo miedo este aquel dolor horrible. Habla-
ba con parteras, leía mucho, y solo así entendí
que ese dolor fuerte fue debido a la oxitoci-
na sintética y que fue sin ninguna razón (mi
organismo ya estaba en el parto, todo estaba
bien, era innecearia), simplemente me la pu-
sieron para que el parto fuera más rápido... Sí,
no duró mucho, pero ahora pienso que po-
dría haber sido mucho más humano y menos
doloroso. Igual como la episiotomía que me
hicieron, creo que no fue necesaria. Me acuer-
do muy bien que después del parto el corte
que me dolía tanto que no podía caminar y
tuve que tomar pastillas para aliviar el dolor.

Mi segunda experiencia es totalmente
diferente. No recuerdo el dolor para nada. Por
una parte, porque que leí mucho, me prepa-
ré mentalmente, practiqué cómo controlar el
dolor usando las técnicas de respiración y de
Yoga, y por otra, porque tuve un parto natural,
en casa y sin asistencia médica.

Cuando empezó el parto (fue en la tar-


de) sentí un poco los cólicos, cuando podía
me acostaba a descansar (aunque era un poco
difícil, porque tenía que atender a mi hijo de
4 años). Cuando empezó el trabajo del par-
to, en el expulsivo, me ayudaba mucho can-
tar fuerte y gritar y trabajar con la respiración.
Usaba mucho la imaginación, visualizaba mi
matriz y a la bebé adentro. Cuando sentía que
venía la contracción, la usaba para acercar a
mi hija a la “salida”, con cada aspiración ima-
ginaba mi matriz ancha y lisa y con cada es-
piración (a veces gritando) imaginaba que se
iba el dolor. Es una técnica que aprendí prac-
ticando Yoga y que desde entonces siempre
me ayuda con las molestias y dolores. En este
parto me observaba mucho, aprovechaba el
tiempo entre las contracciones para descan-
sar e ir al baño y ponía mucha fuerza y cons-
ciencia para aprovechar las contracciones y
trabajar bien. También me ayudó mucho la
presencia de una amiga que vino a atender-
me y trajo sus dos hijos – el niño de 9 años y su
pequeña hijita de 1,5 años. Ella mostró a sus
hijos la manera de tocar mi espalda para que
el dolor no fuera tan fuerte. No recuerdo bien
el dolor del parto (las hormonas hacen que la
mujer durante el parto esté como “drogada”),
pero me acuerdo el dolor que vino después.
Dando el pecho a un bebé se contrae la ma-
triz y esto duele. Pero mi vagina estaba muy
bien, una pequeña herida que tuve se alivió
solita con el liquido y sangre, que salió des-
pués del parto. No necesité tomar ningún me-
dicamento contra el dolor. Después de este
parto aprendí que la consciencia y observa-
ción pueden ayudar mucho para atravesar el
dolor del parto

Magdalena Urlich,
mama de Krzyś i Anka.
Cancún (México)

Primero de todo, te aconsejo que leas el libro


de Verena Schmid “El dolor del parto”, “Las
mil y Una Noches de Sueños de Luz” de María
Calvo y Sonia E. Waters; Y también visualizar
el documental “Orgasmic Birth. The best-kept
secret” en DVD dirigido por Debra Pascali-Bo-
naro.

La mayoría de las mujeres sentimos dolor


cuando parimos aunque las hay que no. Sien-
ten placer o ambas sensaciones. Sí, es posible
que te ocurra a ti, ¿por qué no?

Si sientes dolor, es normal, todo un cuerpeci-


to tiene que salir y ensanchar el canal por el
que pasará. Entiende este dolor. Aunque tran-
quila, hay maneras para disminuir el dolor de
forma natural: canto carnático, hacer sonidos,
respiraciones, moverte, masajes, agua calen-
tita, hipnosis,... busca la que más te apetezca.
Pero sobretodo, tranquilidad y confianza en
que todo irá bien. Será tu momento, vuestro
momento.

Quería recordarte que el dolor será tu


compañero en el parto, te guiará y te indicará
qué postura te va mejor para dar a luz, cómo
respirar, a acallar la mente de ideas, juicios y
pensamientos...a conectarte contigo misma y
con tu bebé y a poner toda tu atención a una
de las experiencias más increíbles de tu vida.
También será la excusa perfecta para mover-
te y chillar (si te apetece) como antes no te
habías atrevido, para sacar a la mamífera que
llevas dentro, al animal más primario. Así que
acepta el dolor, dale la bienvenida, no lo re-
chaces.

Pathway, 31 años,
mamá de Quim y Lluc.
Mallorca (España)
HACERSE RESPETAR EN EL PARTO
—”Yo sé parir.
Como parieron las mujeres que me
precedieron.
Mi madre, mi abuela, mi bisabuela, mi
tatarabuela,
Y así hasta la primera mujer.
Lo llevo grabado en mis células.
Es su legado.
Mi cuerpo sabe parir.
Como sabe respirar, digerir, engendrar,
andar, hablar, pensar.
Está perfectamente diseñado para ello:
Mi pelvis, mi útero, mi vagina,
son obras de ingeniería
al servicio de la fuerza de la vida.
Yo soy ‘la que sabe’.
Y ‘la que sabe’ me susurra:
‘Cabalga la energía de las contracciones
como si fuera el éxtasis,
Loba, leona, hiena, yegua, zorra, gata,
pantera…
Encuentra tu hembra de poder y
conviértete en ella’.
Y siendo ella, mamífera todopoderosa, doy
a luz.”
Mónica Manso.
Mantra para la mujer embarazada
Tengo que reconocer mi inseguridad al com-
partir mi historia de parto. Cuando la gente
me pregunta (o me preguntaba porque ahora
Eva ya tiene 3 años y cada vez la gente pre-
gunta menos) siempre tengo que pensar qué
versión doy si la larga o la corta.

Pero hoy me apetece explicar mi histo-


ria. Porque siento que no tengo que escon-
derme. Porque me siento orgullosa de lo que
hice y espero que la gente lo entienda correc-
tamente. Y por mi hija.

Pero tranquila, intentaré hacer la ver-


sión corta de mi historia larga de parto. Los
antecedentes son los siguientes: mamá pri-
meriza, con historial perfeccionista y un poco
hippie en la juventud, hace natación y Yoga
en el embarazo, lee sin parar, escucha música
de Rosa Zaragoza. Y sin conocer el sexo de su
bebé quiere que todo sea perfecto y suenen
violines cuando la criatura nazca y el amor in-
vada todo su cuerpo... A más de una le sonará
la película.

Todo parecía perfecto. Todo, menos la


clínica donde tenía que dar a luz. Era una clí-
nica que entraba por el seguro privado y su-
puestamente muy “buena”, pero no me sentía
cómoda. Había algo que me decía que no,
que tenía que cambiar. Pero toda la familia in-
sistía en la reputación de la clínica, así que casi
a escondidas, al final del embarazo me inscri-
bí en el Hospital público de la ciudad donde
tenían un programa de parto respetado. Ese
fue mi primer esfuerzo contracorriente, una
verdadera honra a mis deseos e intuiciones
que nunca estaré suficientemente agradecida
por seguir.

Y así llegamos al día en que Eva deci-


dió venir a conocernos. Estaba yo durmiendo
la siesta cuando de repente me entró una
urgencia de ir al baño. Tal urgencia que no
llegué y después de unos pasos rompí aguas
como en las películas. Bueno, quizás no fue
como en las películas pero a mí me pareció
que no podía quedar más líquido dentro, ¡y
vaya si quedaba!

Llamé a mi pareja, que vino todo dis-


puesto a hacer masajes, pelota, caminar y lo
que hiciese falta, pero las contracciones eran
muy flojas e intermitentes.

En ese momento decidimos llamar a la
clínica del seguro privado para que nos die-
ran instrucciones de cómo proceder, y nos
dijeron que esperásemos hasta ocho horas si
las contracciones no aumentaban y después
fuésemos hacia allí.

Te preguntarás por qué llamamos a la clí-


nica en vez del hospital público…. yo también.
No lo sé, era el plan oficial (el otro era el secreto)
y simplemente pensé que todo iría bien.

Después de ocho horas las contraccio-


nes venían cada diez minutos pero no eran
muy intensas. Así que muy obedientes fuimos
a la clínica. Esperamos a que llegase la coma-
drona de su casa y lo siento mucho, pero verla
fue como un jarro de agua fría.

Yo no sé si es lo habitual en el colectivo
de matronas pero verla con esas uñas posti-
zas extra largas de color rosa… ¡cómo se pue-
de atender un parto con esas uñas! Quizás es
una exageración pero al fin y al cabo era mi
vagina la que tenía que explorar.

Nos llevaron a la sala de dilatación y


aquí empieza lo bueno. Le damos nuestro
plan de parto firmado por la obstetra y direc-
tamente lo deja en una mesita sin mirar, bue-
no veamos qué tal, pienso yo.

A continuación enciende todas las lu-


ces, me coloca los monitores y me dice que
hay que empezar con el antibiótico porque
han pasado ocho horas tras la ruptura de
aguas “es el protocolo del hospital”, según sus
palabras. Yo sin chistar lo entiendo y allí que
vamos.

La mujer no suficientemente conten-


ta me trae suero para hidratarme y otro bote
más que ni me acuerdo lo que era… Aquí ya
tanto mi pareja como yo le pedimos que mi-
rara el plan de parto y que preferíamos tener
el máximo de movilidad posible y comer y be-
ber por mí misma.

Parece que a la buena mujer no le gus-


tó mucho la respuesta, así que contraatacó
con el discurso del miedo. Solo recuerdo al-
gunas palabras pero nunca se me olvidarán
“yo lo hago por ti”, “todos queremos que el
bebé esté bien pero a veces suceden impre-
vistos”, “no queremos sufrir riesgos innecesa-
rios que luego podamos lamentar”.
Aquello fue la chispa que encendió
la llama en mí. La buena mujer no sabía con
quien hablaba y que el truco del miedo causa
el efecto contrario en mí.

Después de casi dos horas con los mo-


nitores, tumbada en la camilla, le dije que te-
nía que ir al baño y el colmo ya fue cuando el
atril (el perchero donde van colgando el sue-
ro etc.) ¡no rodaba! ¡Qué broma de movilidad
era esa que tenía que levantar el palo en alto
para poder caminar!

Ahora me rio porque eso parecía una


película de Almodóvar de lo caricaturesco, yo
con todo el panzón levantando el palo en alto
para poder ir al baño…

Y siguiendo con la caricatura, como no


podía ser de otro modo, en el baño, sentada
en el váter tuve mi mayor momento de lucidez.
De verdad que fue casi como una iluminación.
Entonces pensé “Cristina, tienes que salir de
aquí”. Lo vi clarísimo, esa mujer no estaba res-
petando el plan de parto que insistentemente
le pedimos que leyese en más de tres ocasio-
nes. Esa mujer me estaba robando mi parto
y me estaba convirtiendo en una paciente de
hospital.
Salí del baño y muy seria le dije a mi
pareja “llama al hospital público y si te dicen
que sí, nos vamos de aquí”.

El solo contestó “¿estás segura?”. Yo le


dije que sí y no hizo más preguntas. Me apoyó
sin ninguna duda y eso hace que me sienta
afortunada y orgullosa de tenerlo a mi lado.

Confirmada la posibilidad de ir al otro


hospital, le dijimos a la buena mujer que nos
diera el alta qué nos íbamos y la mujer se que-
dó petrificada. Empezó a mirar el plan de par-
to finalmente, a preguntarme qué necesitaba,
a llamar a la obstetra al teléfono y por lo que
pudimos escuchar llevarse una bronca, inclu-
so llegó a decirme que por qué le hacía eso.
¿Que por qué yo le hacía eso a ella? ¿Es que
acaso me había confundido y era ella la que
estaba de parto?

En fin, tuvimos que insistir en que era


nuestra voluntad irnos ya que no se estaba
respetando nuestro plan de parto, y por su-
puesto firmar una alta que eximía a la clínica
de toda responsabilidad.

Cuando llegamos al otro hospital, nos
llevaron a la sala de dilatación y parto del
programa de parto fisiológico, y me pareció
llegar al paraíso. La pelota, la cuerda, la silla
de parto y una bañera que no podría usar por
haber roto aguas pero que era maravillosa
solo verla. La comadrona bajó las luces y me
ofreció un poco de agua.

Todo lo que vino después fue duro y


largo. No importa si fue con o sin epidural, si
fue vaginal o por cesárea, si fue niño o niña….
fue mi parto y me sentí respetada, informada
y apoyada en mis decisiones.

Cuando la gente me pregunta dónde


fue mi parto, o cómo fue, casi siempre explico
a partir de llegar al hospital público. En otras
ocasiones cuando es una persona cercana o
siento que me va entender explico toda la his-
toria.

A ver, entiéndeme. No es que yo pro-


mueva que las embarazadas abandonen el
hospital si no les gusta, ¡ni mucho menos! Hay
que decir que yo estaba solo de tres centíme-
tros cuando llegué al segundo hospital y las
contracciones casi habían parado.

Yo tuve que dejar la clínica porque no


se me estaba respetando y por un lado me
siento muy orgullosa de ello. Después de esta
experiencia reconocí lo fuerte que puedo lle-
gar a ser, lo valientes que somos las mujeres
cuando se trata de nuestras crías y nuestro
cuerpo. Doy gracias por tener esa visión en el
baño y por seguir mis instintos. Pero por otro
lado, siento pena de haber tenido que defen-
derme en esa situación de vulnerabilidad. Lo
hice y lo volvería a hacer, pero ojalá ningu-
na mujer tuviera que defender sus derechos
cuando está dando a luz.

Cris Moreno, 34 años, mamá de Eva.


De Barcelona residiendo en Francia.
MI PARTO FUE INDUCIDO
— “Para cambiar el mundo, es preciso
cambiar la manera de nacer”.
Michel Odent

Desde que menstrué por primera vez fui cons-


ciente de que partir de allí podría ser madre;
supe que iba a ser maravilloso algún día parir
y amamantar.

Profundamente mi corazón deseaba un parto


natural, acuclillada como las indias; mi marido
Pedro acompañando amorosamente, cortan-
do el cordón y recibiendo a la criatura. Por su-
puesto que en mi mente figuraba un parto en
casa, pero esta vez no fue posible.

En las primeras semanas del embarazo ex-


presé a la matrona mis deseos de un parto
respetado y ella muy contenta me ofreció un
impreso con el plan de parto natural del hos-
pital que me correspondía. Yo sentí que iba
todo maravillosamente, el plan de parto en-
cajaba a la perfección con lo que queríamos.
El embarazo transcurrió en armonía, rodeada
de mimos y de ilusión.
Eran los últimos días de noviembre y
ya entraba en la semana 41, que, como todas
sabemos, casi nunca coincide con nuestros
cálculos. Para mí era la semana 39.

Hablar de una mamá primeriza de 38 años,


de semana 41 y de una niña de más de tres
kilos y medio en este sistema sanitario dispa-
ra todas las alarmas, por lo que en todos los
controles de las últimas semanas me ofrecían
inducir el parto.

Sabemos que lo partos inducidos, en su ma-


yoría, terminan en cesárea por lo que yo man-
tenía mi rotunda decisión de esperar hasta
cumplir la semana 42 (40 según mis cálculos).
Supuestamente respetaban mi deseo y me
hacían el “favor” de esperar hasta el 9 de di-
ciembre.

Es en esta última etapa cuando debe-


ríamos estar más tranquilas y relajadas. Entre-
gadas a la sabiduría ancestral, conectadas con
aquello que conocemos intuitivamente. Solo
tenemos que recordar cosas que ya sabemos.
Es momento de ir para adentro. Bucear hondo.
Pero no.
Debemos ponernos en guardia, estar alertas.
Defendernos.
Luchar por nuestro derecho a un parto respe-
tado.

Día 25 de noviembre: Si en dos sema-


nas no estás en trabajo de parto “inducimos”,
dijo la doctora.

Día 2 de diciembre: Entro a la consulta


para el chequeo de rutina. Aún sin contraccio-
nes ni dilatación. La doctora mira la ficha y le
dice a la segunda doctora: “Viene atrasada”.
Me mira: “¿Quieres que induzcamos hoy?”.
Contesto que no, que habíamos quedado en
esperar hasta el próximo martes. Parece no
gustarle mi respuesta. Paso a la sala para la
ecografía y tacto. “La niña es grande. Ella está
muy bien, pero no sabemos cuánto puede
pesar”. Mientras se prepara para el tacto. “Re-
lájate. Uh, no has dilatado más de 1 cm. Voy
a ver si te puedo ayudar. Te va a doler un po-
quito”. Miré a Pedro y vi sus ojos. No le gustó
la situación. A mí tampoco. Entra la segunda
a querer hacer otra vez el tacto: “Déjame ver
si…”, la primera le contesta: “Ya está, ya lo hice
yo”.

Toda la escena fue surrealista y un poco amar-
ga.

Salimos del hospital y caminando bajo el sol


de mediodía, sentí un líquido caliente que me
chorreaba y se metía a mis botas. Me dio risa,
era como estar haciéndome pis sin poder de-
tenerme. Creí que era la incontinencia debido
a mi barriga esplendorosa. Luego paró.

Ya en casa, doce horas más tarde nos


íbamos a la cama. Estábamos felices y ansio-
sos, planeamos tener sexo todos los días de
esa semana para que no tuvieran que inducir
artificialmente. En pleno éxtasis algo se rom-
pió, un globo gigante lleno de agua. Mucha.
Limpia, tibia. Comenzaron unas contracciones
suaves cada 4 minutos. Otra vez al hospital.

Madrugada del 3 de diciembre: Ingre-


samos con aguas rotas. Contracciones sin di-
latación. 10 horas más tarde me administran
oxitocina sintética. 5 horas más tarde aún sin
dilatación. A las 20.30 entro a la sala de ope-
raciones para una cesárea. La fórmula hospi-
talaria se cumplió al pie de la letra.
3 de diciembre a las 20.50, nace Alma.
Todo cobra sentido.

Pero quedan preguntas. Muchas.


¿Si esta doctora no me hubiera hecho
la maniobra de inducción, hubiera desenca-
denado en cesárea de todos modos? ¿Es ésta
la manera de respetar los partos? ¿Por qué
quieren acelerar procesos para que encajen
en 42 semanas (que casi siempre es la 40)
que nada tienen que ver con el proceso na-
tural? ¿Por qué los números y las estadísticas
tienen más importancia que la escucha de un
ser humano a otro?

Marifer, 39 años, mamá de Alma.


Argentina residiendo en Tarragona (España)

Quién me iba a decir a mí que después de


dos partos anteriores justo el día que salía
de cuentas, mi tercer parto iba a ser induci-
do. Veía pasar los días, que se convertían en
semanas. Y aunque tenía contracciones, sa-
bía que esas contracciones no eran efectivas,
de esas que había tenido antes y que sabes
que por dentro están abriendo el camino a tu
hijo. Esperaba a que la noche cayera y todos
durmieran. Siempre con el recuerdo de mis
partos anteriores, que se han desencadena-
do de noche. Me quedaba sola en el salón,
en el silencio, y recibía las contracciones, pero
transcurridas un par de horas desaparecían.
Y volvía a la cama, pensando en que esa no-
che tampoco. Me sentía ansiosa y con miedo.
Me veía cerca de la inducción. Probando todo
eso que dicen que funciona: largos paseos,
me comí una piña de una sentada, relaciones
sexuales, subir y bajar escaleras... y nada. Es-
taba claro que el momento de Elsa no había
llegado aún. Pero esto chocaba con el proto-
colo del hospital de Salamanca. Si no me ha-
bía puesto de parto a la 41+2 me inducían.
Y llegó ese día.

Tras el último monitor me dieron fe-


cha para el 21 de junio. Tenía miedo. No sa-
bía cómo la oxitocina sintética me afectaría.
Cómo lo viviría mi cuerpo. ¿Y si me descontro-
laba mucho por el dolor? No quería epidural.
Me la puse con Ángel, y me dije que si tenía
más hijos no quería volver a ponérmela. Y así
fue con Oliver, sin anestesia. Y ahora con Elsa,
tampoco quería. Me presenté el 21 de junio
a las 9 de la noche. Respeté el día, pero no la
hora. Debería haber ido a las 9 de la mañana.
No me importó la regañina del personal sa-
nitario. Yo me excusé diciendo que en el vo-
lante no ponía hora. Lo que quería era ganar
tiempo. Así que como las inducciones se ha-
cen por la mañana, me dejaron volver a casa.
Y ya sí, a la mañana siguiente debería estar a
las 9 de la mañana en el hospital. Me quedaba
una noche. Las molestias aumentaban, pero
la dinámica de parto no acababa de comen-
zar. Así que una vez que se hizo de día y los
peques se quedaron con los abuelos, ahora
sí, nos fuimos al hospital. Tenía ganas de parir.
Pero creo que a mi niña le quedaban un par
de días más ahí dentro. Con voz miedosa y
pidiendo permiso comenté a la matrona que
me fueran poniendo la oxitocina poco a poco.
Y sí, me dijeron que lo harían de ese modo. Ya
que era el tercero y viendo cómo iba la dilata-
ción. Al principio eran contracciones soporta-
bles. Para acelerar el proceso me rompieron
la bolsa. Nunca antes me lo habían hecho,
porque se rompieron espontáneamente. Y a
pesar de saber que es útil, me sentí invadida
y presionada. Elsa estaba muy arriba. Mi niña
todavía no quería salir. Y desde fuera le está-
bamos metiendo prisa. Si ella está bien, ¿por
qué no esperar? No se pueden tratar todos
los casos igual.
Incluso así, con esas actuaciones que
no me gustan, no me queda más que acep-
tar, ya estaba dentro de la inducción, y esas
intervenciones forman parte de ella. Las con-
tracciones se hicieron muy intensas y muy se-
guidas. Sola en la sala, me trajeron una pelota
de dilatación, y a pesar de estar monitorizada,
el cable me daba para levantarme y ponerme
a cuatro patas encima de la pelota. Gracias.
Esos momentos los recordaré siempre. Me
dejaron vivir mi dolor. Entrar dentro de cada
contracción. Durante dos horas las contrac-
ciones estaban ahí, no me daban tregua para
recuperar, una, y otra, y otra... Mi camisón se
pegaba a mi cuerpo. Y ya estábamos de 5.
¿Sólo 5?

Pensé en tirar la toalla. No puedo sopor-


tarlo. Me abandono. Le insinué a la matrona,
la posibilidad de ponerme la epidural. Yo que
decía que no me la volvería a poner. Sus pala-
bras fueron tajantes. Tu niña está muy alta, si
te pones la epidural, todo irá más lento, y casi
seguro que iremos a una cesárea. ¡Cesárea!
La quería evitar a toda costa. Así que creo que
saqué las fuerzas de reserva, esas que toda-
vía quedan cuando crees que ya no puedes
más, y al rato ya estaba de 8 y con ganas de
empujar. “Pues empuja”, me decían. Pero era
mi cuerpo el que empujaba. Yo sólo le acom-
pañaba. Las contracciones tomaron las rien-
das, y mi vientre empujaba y empujaba. Y Elsa
estaba ahí, tan lejos, y tan cerca a la vez. Y le
podían tocar la cabecita. Así que pasamos a
paritorio y allí se hizo el milagro. Reclinada en
la camilla nadie me dirigió, sólo me dejaron, y
sujetaron mi periné. Me emociona recordarlo.
Ni me cortaron, ni me ordenaron, ni me criti-
caron... sólo eran espectadoras de lo más ma-
ravilloso del mundo, ver nacer a mi hija. Me
sentí acompañada. Y tras un par de contrac-
ciones más Elsa llegó a este mundo. ¡Mi niña!
¿Es una niña? Después de dos niños, que la
tercera fuera una niña nos alegró mucho a
todos. Sí, era una niña. Tan grande como su
hermano, 4,100Kg. Un pequeño desgarro, y
ya está. Mi niña en la teta y mi cabeza la mira-
ba y yo sólo sentía su cuerpecito y el subidón,
la felicidad, mi niña conmigo, se acabó todo,
sin epidural, sin cesárea, con mucho dolor, sin
episiotomía.... ¡Gracias!

Esmeralda, 38 años,
mamá de Ángel, Oliver y Elsa.
Salamanca, (España)

Marina nació un 15 de abril de 1988 a las


20.35h, en la clínica del Pilar de Barcelona.
Pesó 3.400kg y era una niña sana y preciosa.
El parto fue “muy bonito, aunque difícil” a de-
cir de Roser, la comadrona, aunque a mí no
me pareció nada “bonito”, más bien fue como
un cataclismo en mi cuerpo, lo más bestia que
había sentido nunca. Pero el equipo del Dr.
De la Riba, que practicaba partos naturales y
tenía reservado un quirófano en la clínica para
sus parturientas, estaba muy satisfecho de
cómo había ido todo: “con otro médico, este
parto hubiera sido una cesárea fijo” me dijo el
ayudante. Y no, no fue cesárea sino un parto
natural tal como lo habíamos estado prepa-
rando durante 9 largos meses (el final se me
hizo eterno porque mi hija no quería venir al
mundo y yo estaba fuera de cuentas), pero sí
que fue un parto que tuvo su dificultad: la niña
no salía y hubo que inducir el parto a base de
oxitocina. Como me dijo Roser: “baja a la clí-
nica y este viernes te lo provocamos que aún
te vas a poner de parto por Pascua y nos vas a
dar las vacaciones”. ¡Qué buena noticia¡ ¡qué
ganas tenía de parir, qué ganas de quitarme
aquel barrigón¡ Iba al parto con la alegría de
la inconsciencia, de la ignorancia y la inexpe-
riencia.

Así que bajamos a la clínica y nada,


que no paría. Me pusieron la vía intravenosa
con su carga hormonal. Ya entonces sabía-
mos que Marina venía de nalgas, y aunque
Roser intentó por dos veces colocarla, la niña
volvía a encajarse de nalgas que era su po-
sición natural, con la que se encontraba a
gusto. Empezaron a venir las contracciones
y empecé a enterarme de lo que era parir…
venían rápidas, seguidas, intensas…resoplan-
do intentaba tomar aliento pero apenas me
quedaba espacio para atrapar bocanadas de
aire y practicar la respiración que tantas ve-
ces habíamos ensayado en las clases…no te-
nía ni idea de lo que me esperaba, iba como
una moto y me guiaba por instinto, con la voz
del médico y mi marido de fondo, solo quería
que “aquello” se acabase pronto porque no
sabía si iba a resistir. Resistir, resistir…La resis-
tencia tenía mucho que ver con mi madre…Mi
madre me había criado como una niña débil,
escuchimidiza…mi madre era la última per-
sona que yo deseaba tener a mi lado en ese
momento porque era capaz de quitarme las
pocas fuerzas que me quedaban para parir…
Le dije a Roser que tenía miedo de marearme
y vomitar. A la comadrona le dio la risa: “no
he conocido a ninguna mujer de parto que
se maree y vomite”. A pesar del dolor que me
estaba partiendo en dos, me sentí ridícula y al
mismo tiempo aliviada.

No quería hacer ningún numerito, no


quería gritar, no quería defraudar a nadie…
tenía que ser valiente… Así que cuando los ri-
ñones y la espalda empezaron a incendiarse y
sentí que se me quemaban las entrañas, supe
que iba a resistir y oí al Dr. De la Riba decir-
me: “ahora quieta, no empujes. La cabeza ya
está fuera pero viene con dos vueltas de cor-
dón”…como si yo pudiera pararme…pero ahí
estaban ellos intentando que Marina no se as-
fixiase y cuando al fin vi su cabecita supe que
lo peor ya había pasado. Me la pusieron sobre
el pecho y sentí la tirantez del cordón que aún
me unía a ella. Eduardo, mi marido, que había
estado todo el tiempo a mi lado, lo cortó y
recuerdo que dijo.”Jo, qué duro” y todos (mi
marido, el doctor, la comadrona, el ayudante
anestesista y las dos enfermeras) empezaron
a felicitarse y felicitarme… No creía todavía
lo que había pasado. Mi hija ya estaba en el
mundo pero no lloraba, no lloraba como en
las películas y pregunté si eso era algo malo y
Roser me dijo que no pasaba nada, que había
niños que no lloraban y no había que darles
ningún cachete y hacerles llorar. No hacía falta.
Marina respiraba normalmente. Tenía los ojos
bien abiertos y lo miraba todo con avidez…
era una cosita tan pequeña…Yo estaba atur-
dida pero no agotada porque la oxitocina me
mantenía activa. Los médicos se cachondea-
ban de las dos enfermeras porque eran nova-
tas y les decían que fueran a buscar el manual
de “partos de culo” para saber qué tenían que
hacer… Se reían mientras yo aguantaba y me
cagaba en ellos… Roser se ocupó de Marina
y el Dr. De la Riba acabó de “arreglarme” a
mí. Pude bajar de aquella horrible camilla (un
potro de tortura) cerrar las piernas y ponerme
en pie. Entró una monja y dijo si era necesa-
ria una silla de ruedas. “Usted ya sabe que las
madres del Dr. De la Riba salen andando, gra-
cias” dijo el anestesista. Y tenía razón. Salí con
mi hija en brazos. Me sentía pletórica. Me hu-
biera ido de juerga a celebrarlo. Eduardo y yo
nos miramos en el ascensor sonriendo. Luego
volvimos a mirarnos. Fue una mirada intensa.
Estábamos emocionados y perplejos: ya ha-
bía pasado todo y teníamos una hija. Éramos
padres y no sabíamos qué hacer.

Macarena A.M., 51 años,


mamá de Helena y Martín.
Barcelona (España)
MI PARTO FUE ANESTESIADO
—“Las mejores oportunidades para que
cada mujer se conecte con sus aspectos
más naturales, animales, salvajes de su ser
esencial son el parto y la lactancia”.
Laura Gutman,
La maternidad y el encuentro con la propia sombra.

Después de tener a mi segunda hija de par-


to natural me aventuro a afirmar que un par-
to anestesiado no es lo más recomendable.
Al menos no lo fue para mí, pero considero
que dados los factores que rodeaban la esce-
na ese momento, la anestesia me llegó como
una bendición y fue necesaria.

Al haber parido con epidural y de modo na-


tural puedo observar las diferencias entre am-
bas maneras de parir y existe un mundo. La
epidural, y supongo que el cansancio de no
comer y no dormir durante más de 48 horas,
me adormeció y me dejó sin sensaciones de
piernas hacia abajo, no sentí descender a mi
hijo, no notaba nada. Me sentía atontada y
cuando nació Roger no hubo euforia por mi
parte, aunque sí amor. No nació un vínculo ins-
tantáneo y lo tuvimos que crear poco a poco.
No es mejor ni peor, simplemente fue así. El
instinto maternal estaba y con él el cansan-
cio de las horas sin dormir, sin comer y de la
epidural. Me informé después hablando con
varias comadronas y todas aseguraban que el
hecho de no haberme vinculado rápidamen-
te con Roger y la sensación de abotargamien-
to y de cansancio eran efectos colaterales de
la anestesia, no a todas las mujeres les sucede
comentaban, pero a algunas sí.

No estaba contenta, aunque aceptaba


la realidad tal como se me había presentado,
no podía hacer más y me sentía agradecida
por tener a mi hijo en brazos aunque no hu-
biese podido tener un parto natural como yo
quería. Acepté ponerme la epidural porque
no aguantaba más y llevaba muchísimas ho-
ras de parto estacionada en los siete centíme-
tros, todo hubiese sido diferente si hubiese
trabajado ciertos aspectos desde el embara-
zo pero estaba en pleno parto, en el hospital,
y no era momento de ponerse a solucionar
nada, así que opté por la opción más adecua-
da en ese momento y lo celebro, me estaba
empezando a poner muy tensa y con seguri-
dad no hubiese podido ir más allá, no había
ningún factor que me hiciese pensar lo con-
trario. Fue un mal menor (para mí) fácilmente
asumible para evitar males mayores.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)

No me siento orgullosa de mi actuación en


mi parto. Cuando pienso en aquel momento,
siento, con sinceridad, que lo hice tal y como
la sociedad occidental esperaba que lo hicie-
ra. Pero, por otra parte, sé que mi parto fue el
punto de inicio de un proceso profundo de
cambio que me ha conducido a la mujer que
soy ahora, y solo por eso honro aquel mo-
mento, y lo agradezco.

Mi parto fue un punto cero en mi vida,


me ha servido para aprender mucho de mí, y
de todo lo que tenía que trabajar y solucionar.
Aunque no haya sido fácil aceptarlo, ni inte-
grarlo.

En realidad mi parto mostró la verdad,
fue la manifestación palpable de la mujer que
yo era en aquel momento; Una mujer instala-
da en el mundo intelectual, preocupada por
el qué dirán y las apariencias, con una forma-
ción terriblemente conductista, muy inmadu-
ra y muy poco conectada.

Y como la “niña” que era, entregué mi


parto. No me lo robaron. Yo lo ofrecí de bue-
na gana. Lo entregué a un protocolo de hos-
pital privado, de los más reputados de mi isla,
y me dejé hacer.

Ahora sé que en aquel momento no


quería responsabilizarme de lo que ocurriera,
era tal mi inseguridad que no me sentía capaz
de tomar las riendas y decidir por mí misma.
Preferí inconscientemente que otra, una des-
conocida con una bata blanca, me manipula-
ra y decidiera por mí.

Con cuatro centímetros de dilatación


y unas contracciones preciosas, que podía
aguantar bastante bien a base de paseos
continuos y respiraciones profundas, dejé
que me pusieran la epidural. Y lo permití por-
que la idea de sufrir, de atravesar el “auténti-
co dolor”, me aterraba enormemente, y por-
que todo el mundo en mi entorno se la había
puesto, y porque era lo práctico, lo moderno,
lo habitual.

La epidural conllevó una serie de proce-


sos después de los que no me había informado
y que fueron terribles: rompimiento de bolsa
instrumentalizado, tactos continuos, oxitocina
sintética para acelerar el proceso y un expulsivo
de más de tres horas (no sentía nada, ni siquie-
ra sabía cómo debía empujar), que acabó en
ventosa y una episiotomía de más de cincuen-
ta puntos. Eso sí, en el hospital tenía disponible
para mí una suite privada de lujo.

Más tarde llegaría la hemorragia, que


se abrieran los puntos y la infección, lo que
provocó semanas de curas, medicación y me-
ses de rehabilitación del suelo pélvico.

Fue el precio que tuve que pagar. Mi


cuerpo, maltratado, cosido, sangrante sin po-
der caminar ni sentarme con normalidad du-
rante semanas y en mi cabeza pensando que
eso debía ser “lo normal”.

Pero no era lo normal. Hubiera podido


hacerlo de otro modo, si hubiese estado dis-
puesta a “sentir”.

Mi parto fue anestesiado, porque yo vi-


vía anestesiada.

Lo que más me duele es haberle roba-
do a mi hija la oportunidad de nacer por sí
misma, de alcanzar esa satisfacción profunda
de llegar al mundo por sus propios medios.
Ella estaba preparada para hacerlo. Pero me
encargué de impedírselo, anestesiando mi
cuerpo y todo lo que supuso después para las
dos. Para ella, estar adormecida casi doce ho-
ras seguidas, sin reflejo de succión, y dos días
después, cuando ya estábamos de vuelta en
casa, llantos imposibles de calmar, pero que
al menos me sirvieron para reaccionar.

Y a pesar de todo, sé que mi flor del sol,


que es todo amor compasivo, me perdonó y
no sólo eso, me ofreció el regalo más gran-
de que he recibido nunca; me hizo despertar,
me ayudó a tomar consciencia y me acompa-
ñó en un viaje profundo de autoconocimien-
to del que todavía estoy aprendiendo. Y todo,
gracias a su luz. Por todo eso, honro mi parto.

Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y


de Leo (n.n.), maestra y blogger.
Mallorca (España)
LAS INTERVENCIONES
EN EL PARTO
Y LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA

— “El único problema es la creencia


introducida en el inconsciente colectivo,
que determina que los partos sólo se
atraviesan bien si es dentro de una
institución, con médicos asistiendo,
controlando y dirigiendo la “operación”.
Esta aseveración es sencillamente falsa.
Sin embargo... tendríamos que ser muchos
miles y cientos de miles de mujeres que
experimentemos la tranquilidad y la paz
de los partos en la intimidad y cariño, para
que alguna vez nos volvamos a apropiar
de nuestros cuerpos y, por lo tanto, de
nuestros partos. Mientras los partos no
regresen a nuestros hogares, las mujeres
no podremos asumirnos “feministas”.”
Laura Gutman
Cuando yo me quedé embarazada de mi pri-
mer hijo no sabía lo que era la violencia obs-
tétrica, ni el concepto de parto respetado, ni
las recomendaciones de la OMS… Todo eso
lo aprendí después y no fue por casualidad.
Mi curiosidad germinó de la agridulce insa-
tisfacción por no haberme sentido respetada
durante el parto, y ésta es una realidad que no
siempre es fácil de aceptar.

Cuando sostienes a tu bebé en brazos


por primera vez, el universo brilla tanto que
disculpas todo lo demás, o más bien te lo tra-
gas y lo digieres como buenamente puedes:
ya pasó y se acabó.

El parto que yo llevaba grabado ins-


tintivamente en mi alma y el que me encon-
tré a modo impuesto en el hospital chocaron
como dos mareas en mi cuerpo. Ahora, con la
distancia del tiempo transcurrido, compren-
do muchas cosas, asumo lo aprendido y lo
utilizo para hablar de ello a otras madres que
cada día acuden a los hospitales a dar a luz,
sin sospechar lo que se pueden encontrar y
la diferencia tan abismal que puede suponer
acudir a un centro o a otro en función de los
protocolos que utilicen.
Cuando fui a dar a luz por primera vez
no llevaba ideas preconcebidas pero encon-
tré todo un protocolo innegociable de inter-
venciones, me obligaron a estar tumbada en
una camilla todo el tiempo aunque no lo de-
seaba, me presionaron para ponerme oxitoci-
na y epidural, la epidural me la colocaron mal
pero no me retiraron la oxitocina, me hicieron
la violenta maniobra de kristeller, una episio-
tomía brutal… en todo momento me sentí
desorientada y desinformada. Comparto la
parte final del relato de mi expulsivo interve-
nido:

“Y ya, para rematar, el último sinsenti-


do: Tenía que trasladarme al cuarto contiguo,
sentarme en el potro de partos e inyectarme
una anestesia raquídea para dejarme por
completo insensible de cintura para abajo.
A esas alturas no podía discutir nada, mi ce-
rebro estaba apagado a la lógica entre con-
tracción y contracción. Para ponerme la inyec-
ción raquídea me empujaron el cuerpo hacia
delante y pensé que la postura mataría a mi
hijo, que le partiría el cuello si me venía un
pujo, sólo recé para que no me viniera ningu-
no cuando me pinchaban. Recuerdo el coma-
drón discutiendo tímidamente la decisión de
ponerme una raquídea en contra de mi volun-
tad y sin ningún motivo necesario. —¡Pero si el
bebé está saliendo ya!

Después me enteré de que este gi-


necólogo gustaba de poner siempre, y por
protocolo, la anestesia raquídea a todas sus
pacientes en todos los partos, a veces incluso
después de nacer el niño para poder meter
bien las manos y “vaciar mejor” los restos, coá-
gulos y sangre que quedan tras la expulsión
de la placenta, supuestamente para disfrutar
de un tiempo mucho más corto de expulsión
de loquios durante la cuarentena. Absoluta-
mente demencial.

Me vino otro pujo, la cabeza saliendo.


El ginecólogo procedió a hacerme un corte
en la vagina (episiotomía). Noté la presión del
objeto cortante, pero cuando esperaba sen-
tir la punzada de dolor ésta no llegó, toda mi
sensibilidad empezó a desvanecerse, todos
mis músculos quedaron dormidos. Los pujos
se fueron, se fue la fuerza. Se fue el parto…
Los dos últimos pujos para sacar a mi hijo a
este mundo ya no los noté, fueron pujos diri-
gidos por el ginecólogo cuando veía la con-
tracción llegar en el gráfico. Yo enviaba olea-
das de fuerza fantasma hacia la dirección que
esperaba con todo mi corazón que fuera la
correcta, porque ya no sentía nada. Apreté y
apreté, casi sin respirar, me metieron unas pa-
las y por fin salió mi niño. Recuerdo su mirada,
sus ojos bien abiertos, de un profundo azul
oscuro como el comienzo de una noche de
verano. Esa mirada me dejaba el alma desnu-
da y entregada a la vida, con la certeza de que
cada paso, cada segundo, cada cosa ocurrida
en este mundo desde los albores del tiempo
eran pasos necesarios para llegar a ese mo-
mento”.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora.
Jerez (España)



Quiero aclarar que yo no he sufrido violencia
obstétrica en primera persona, mis dos partos
fueron en casa y me sentí muy respetada en
todo momento.

Soy doula y he acompañado partos en


hospital. He visto con mis propios ojos esa
violencia gratuita de muchas matronas que
simplemente por no “doblegarse a la volun-
tad de la parturienta”, han amenazado, han
hecho más violentos tactos de los necesarios,
han inmovilizado mujeres por una supuesta
necesidad de monitorización continua...

Muchas mujeres piensan que por lle-


var un plan de parto sellado y completo van a
poder tener el parto que quieren si todo sale
bien. Esta no ha sido mi experiencia como
acompañante. El hospital, al menos en mi ciu-
dad, se convierte la inmensa mayoría de los
casos en un medio hostil en el que parir por
nuestros propios medios es prácticamente
una utopía, y si la mujer llega a realizar esta
heroicidad, llegan los pediatras y después de
un par de frases con la palabra muerte inclui-
da, consiguen poner sus mágicos antibióticos
o realizar sus fabulosas y caras pruebas.
Después las mamás se van a casa más
o menos satisfechas los primeros días, pero
cuando pasa el tiempo, salen las lágrimas que
estaban guardadas y la frustración de lo que
le no pudo vivir se transforma en problemas
de lactancia, vínculo…

Quiero invitar a todas las madres que


hayan sufrido violencia obstétrica de un tipo
u otro, a que vuelvan al hospital, pidan su his-
toria clínica y denuncien con nombres y ape-
llidos. No hay otra forma de hacer que este
sistema podrido cambie. Si no nos hacemos
escuchar van a seguir acumulando planes de
parto en el armario. Tenemos que decirles lo
que no nos gustó, lo que no tendrían que ha-
ber hecho, lo que no estaba justificado. Estoy
segura de que si todas y cada una de las mu-
jeres que se han sentido maltratadas en los
hospitales salimos a reclamar lo que nos co-
rrespondía por derecho, comenzarían a cam-
biar las cosas.

Desde la asociación El parto es nuestro


están ayudando a muchas mujeres a dar ese
paso. Hay un grupo en cada ciudad y si tienes
dudas de si puedes reclamar o no, o no sabes
cómo hacerlo, ellas seguro pueden ayudarte.
La unión hace la fuerza y juntas seguro que
podemos conseguir que no sea una lotería ir
a parir a un hospital.

Luna Fernández, 26 años,


mamá de Dalia y Ananda, doula.
Sevilla (España)

Sabía por mi doula que la episiotomía era un


procedimiento muy recurrido por los doc-
tores para facilitar y acelerar el proceso del
parto para ellos, pero innecesario pues el ín-
dice de mujeres que realmente lo necesitan
es bajo. Vaya casualidad, me tocó a mí. Pero
este proceso no me afectó, ni siquiera lo pen-
sé, hasta que el doctor dijo: “Voy a necesitar
un poco de apoyo arriba”, de inmediato, un
médico se subió junto a la camilla, donde por
cierto yo estaba amarrada de piernas y total-
mente horizontal, y comenzó a empujarme
con la fuerza de sus brazos, empujaba mi es-
tómago hacia abajo cada vez que yo pujaba.
Mi esposo comenzó a decir que si eso era ne-
cesario. Sé que el sentía y veía mi desespe-
ración, dolor e impotencia. El doctor le dijo:
“Sí es necesario, de lo contrario necesitare-
mos fórceps, el niño viene muy grande y no
logra salir”. Sus palabras sonaron terribles en
mi mente, me tomé de las orillas de la cama
y recuperé fuerza para sentarme y pujar con
un grito. Leonardo salió completo. Me dolía
el cuerpo, las costillas, pero me dolió más por
lo que tuvimos que pasar. Se lo llevaron, lo
limpiaron, me lo acercaron unos minutos para
verlo y se lo llevaron 6 horas a una incubado-
ra, porque son las “reglas” del hospital.

A la fecha, cuando recuerdo esos mo-


mentos, todavía me duele, vuelvo a sentir esa
rabia, esa impotencia, saber que en las horas
más vulnerables estuvo lejos de mí, y recuer-
do las primeras semanas de llanto incontrola-
ble mías y suyas, no me canso de pedirle per-
dón.
Me prometí no volver a pasar por eso
jamás, me prometí hacer valer mi derecho de
madre y defender a mi cría con la fuerza que
sea necesaria. La violencia obstétrica te mar-
ca de por vida, infórmate, decide y exige. No
permitas que se abuse de tu cuerpo con técni-
cas arcaicas que únicamente dejarán secuelas
en tus emociones y no traen ningún beneficio
más que posiblemente ahorrar unos minutos
a tu doctor.

Ari Echandi, 33 años,


mamá de Leo, terapeuta.
(México)

Transitando mi primer embarazo me informe


mucho sobre como recibir a mi hijo Nicolás.
Conocía teóricamente, cada síntoma, cada
uno de los procesos que debería pasar si ele-
gía uno u otra forma de parto.

La forma de parto que elegí era la de


un parto “humanizado”, sin intervención. Por
qué digo “humanizado”, ¿acaso no somos hu-
manos los que asisten el parto? Pues sí… pero
no nos tratamos como tales.

¿Qué es un parto seguro sin interven-


ción? Es un parto planificado en el cual las
mujeres y sus maridos o acompañantes par-
ticipan del proceso y expresan sus necesida-
des y preferencias con anterioridad, con el
objetivo de que el nacimiento sea tan fisioló-
gico como se pueda. Para eso, se evitan las
intervenciones farmacológicas rutinarias y
se resguarda la seguridad tanto de la mamá
como del bebé.

Todo iba en ese camino, partera y obs-


tetra en el mismo sentido…..todos alineados.

Fui a la clínica y me esperaba un equi-


po en el cual confié, y en donde me asegura-
ron respeto a mis tiempos y a mis decisiones
y me aseguraron que tendría un parto respe-
tado. Pero no fue así.

Fueron muchas horas, muchas caras


muchas manos, poca intimidad, poco respec-
to… violencia obstétrica, me enteré después.

Estaba muy cansada y mi bebé tam-


bién. En la sala era todo frío, mucha gente, mi
partera que me miraba también cansada, mi
compañero siempre conmigo. Sentía que mi
objetivo había fracasado, no estaba libre, es-
taba intervenida, estaba medicalizada, en un
quirófano. Qué frustración.

Maniobras con violencia porque Nico


no bajaba, enfermeras, anestesistas, neonató-
logas…. todos con un trato hacia una nueva
vida, tan distinto a lo que yo hubiera querido.

Silvia, 39 años,
mamá de Nicolás y Milena, contable.
Buenos Aires (Argentina)

Primero de todo, falta de respeto hacia mi


persona, ya que nadie se presentó. Yo no
sabía quién era matrona, obstetra, pediatra,
etc.… Tactos realizados sin avisar ni consultar.
Intentos de dejar a mi marido fuera de la sala.
No mantenerme informada de cómo se iba
sucediendo el parto a pesar de que yo pre-
guntaba. No contestar a mis preguntas y ha-
blar entre ellas en otro idioma creyendo que
ni mi marido ni yo las entenderíamos. Decidir
romper la bolsa sin avisarme, ni consultarme.
Igualmente hacer episiotomía y utilizar fór-
ceps sin tenerme en cuenta. Y por último, eso
del piel con piel nada más nacer, inexistente.
Sacaron a mi hija y yo levanté los brazos para
cogerla, y van y la ponen en una encimera
como a cuatro metros de mí. “¡Dádmela! ¡Está
llorando! ¡Lleva nueve meses dentro de mí y
ahora está ahí sola!”. Me decían que tenía que
verla el pediatra. Yo les dije que mientras ve-
nía el pediatra me la pusieran en mi pecho,
pero me ignoraban. Nadie me escuchaba.
Solo al recordarlo se me pone un nudo en el
pecho y me salen las lágrimas. Nunca en mi
vida he sentido mayor desconsuelo, y nunca
me sentí tan mala madre como en aquel mo-
mento. Mi hija estaba sufriendo y yo no hacía
nada por solucionarlo, ni nadie me la daba
para consolarla…

Pilar, 38 años,
mamá de Clara, administrativa,
Barcelona (España)

Salí contenta de ambos partos, y si no me hu-


biera parado a pensar, si no me hubiera in-
formado, no hubiera sabido que la violencia
obstétrica engloba mucho más de lo que el
nombre parece indicar. Que no se respetara
mi elección, que no se me pidiera permiso en
ciertos momentos, hace que yo no tuviera un
parto respetado.
Mi primer parto tuvo varias cosas que
me dejaron con una sensación agridulce: una
anestesia que me dejó sin sentir las piernas
ni poder caminar, tener que estar estirada en
una cama sin poderme levantar durante 6 ho-
ras, que una enfermera me aplastara la barri-
ga en el expulsivo, una episiotomía de 5 o 6
puntos, que no me dejaran más que saludar a
mi bebé al nacer…pero salí del hospital pen-
sando que sencillamente así eran los partos
hoy en día. Que si pudieran ser de otra mane-
ra, los médicos lo harían de otra manera.

Mucho leí entre un parto y otro, y en el


segundo creía saberlo todo. Pedí dosis bajas
de anestesia para sentir el parto, pedí que no
me hicieran episiotomía por defecto, alargué
lo máximo posible la ida al hospital para di-
latar en casa en la postura que yo estuviera
cómoda…pero aun así hubo cosas que me
sorprendieron: que me rompieran la bolsa
porque estaba casi completamente dilatada y
el bebé no podía nacer así (y si no recuerdo
mal, ¡el permiso se lo pidieron al ginecólogo
no a mi!), la misma postura incómoda de estar
estirada para dilatar, y que me pusieran una
dosis extra de anestesia “porque es lo que
toca antes del expulsivo” que me hizo bajar la
tensión hasta casi desmayarme.

Pero salí feliz porque hice piel con piel


con mi bebé, porque salió de un pujo y la sen-
tí salir, porque nadie me estrujó la barriga al
empujar, porque la episiotomía fue apenas un
pequeño punto…

Pero el tiempo, mi interés por saber


más, por aprender, por conocer, mi entrada
en el mundo de los blogs me hizo ponerle
nombre a todas esas situaciones que no me
habían gustado. Hay muchos ejemplos de
violencia obstétrica. Yo creo que es violencia
obstétrica aquello que se realiza sin tu permi-
so, aquello que no favorece en nada el pro-
ceso ni te beneficia, al contrario, aquello que
coarta tu libertad de parir como tu quieres.

Aprendí que la dilatación hubiera sido


más fácil en la posición que yo hubiera elegi-
do. Caminando, de rodillas, de cuclillas, pero
que no era necesario que me mantuvieran es-
tirada boca arriba.



Que uno puede elegir la epidural, pero
que ésta no debería dejarte sin sentir siquiera
las piernas.

Que apretarte la barriga para pujar se


llama Kristeller, y es una maniobra prohibida.

Que el piel con piel es algo que, aun-


que no sea ley, debería cumplirse en todos
aquellos partos donde el bebé no esté en
condición de riesgo al nacer.

Que un bebé puede nacer con la bolsa


amniótica intacta.

Y bueno, que supongo que no me de-


jaron ser dueña completa de ninguno de mis
dos partos, y eso no debería suceder.

Lai, 34 años, mamá de dos terremotos,


gerente de servicio y emprendedora.
Catalana residente en Chile.
EL PARTO NATURAL
EN HOSPITAL ES POSIBLE
— “Nacer en penumbra, sin interrupciones
ni intervenciones innecesarias, con silencio
y sin prisa, es imprescindible para que el
parto pueda evolucionar normalmente
y se puedan evitar la mayoría de las
complicaciones.”
Michel Odent
El bebé es un mamífero.

Papá y yo llegamos al hospital de Puerto Real


sobre las 2. Leyeron mi plan de parto con
mucha atención y me dijeron que no había
inconveniente ninguno, que de hecho si de
ellos dependiera todos los partos serían así
siempre. Me hicieron un tacto muy suave y
con mucho cuidado que no me molestó nada.
Nos acompañaron a una habitación con una
cama, una pelota de dilatación y un baño,
todo para nosotros solos. Me pusieron el mo-
nitor un ratito mientras estaba sentada en la
pelota, vieron que todo marchaba bien y lo
quitaron. Prácticamente no hubo interrupcio-
nes, Alex y yo pasamos la madrugada, tran-
quilos y solos en la habitación. Si alguna vez
entraban lo hacían en silencio y con mucho
respeto y cariño.

Y así pasaron las horas; luz tenue, el


silencio íntimo de la noche, la luna casi lle-
na en el cielo, muy brillante. Desde la venta-
na se veían las copas de los árboles. Con los
primeros rayitos del alba veía los pájaros ne-
gros que se posaban y volvían a emprender
el vuelo. Sentada en la gran pelota, apoyada
mi espalda en papá, paciente, fuerte, cariño-
so. Los dos en un silencio sagrado sólo roto
para charlar un poco en voz baja o reírnos de
cualquier cosa. Las contracciones iban y ve-
nían como olas de mar. Las veía acercarse, me
sumergía en ellas, me dejaba llevar intentan-
do no resistirme. En algunas sentía dolor, en
otras, placer. Algunas tenía que acompañar-
las con un gemido largo y pausado… papá
siempre sujetándome, acompañándome. Es-
cuchaba música y me evadía del mundo.
Cuando el sol ya llenaba la habitación,
sentía que era el momento de que salieras,
pero por algún motivo el momento se demo-
raba y yo no sentía ganas de empujar, más
bien de descansar un poco. Tu bolsa de agua
estaba aún intacta y muy arriba. La luz del día
y el cambio de turno de las matronas rompie-
ron un poco mi trance. Registramos tus lati-
dos, de momento todo iba bien y podíamos
seguir esperando pero alguien mencionó la
posible cesárea si pasara el tiempo y la niña no
descendiera… En ese momento sentí mucha
ansiedad. No quería tenerte en un quirófano,
no quería que sacaran fuera a papá, no quería
que te separaran de mí al nacer. No podía ser.
Yo estaba lista, dilatación en diez centímetros,
teníamos que lograrlo Claudia. Si tú no em-
pujabas empujaría yo. Me puse de pie y me
apoyé en la pared. Con las contracciones más
intensas empujé con todas mis fuerzas Clau-
dia, animándote a bajar a este mundo. Enton-
ces empecé a sentir tu descenso dentro de mí
como si toda la fuerza de la tierra tirara de ti.
Las rodillas se me flexionaban pero mi cuer-
po resistía cada embestida. Parecía imposible
soportarlo, una realidad inminente e imposi-
ble al mismo tiempo. Apoyé mis rodillas en
la cama y supe que ya no había vuelta atrás.
Vi a la matrona colocar gasas en la cama. Ya
viene… Cada contracción me atravesaba, esta
vez ya como olas de un océano furioso y sal-
vaje. Notaba tu cuerpo descendiendo por el
mío con una fuerza de titanes. Tus huesos, tu
cabeza, tu ser entero con una energía arrolla-
dora e imparable. Y yo quería huir de aquel
dolor pero en lugar de huir, me zambullía en
él cuando lo veía acercarse, loca de amor por
ti, y apretaba con todas mis fuerzas, con todo
mi ser.

Dije varias veces “no puedo más”, pero


papá me besaba y me decía “sí puedes cariño,
lo estás haciendo muy bien, estoy tan orgullo-
so de ti…” La matrona, dijo “su cabeza está sa-
liendo, ¿la quieres tocar?” Pero de nuevo venía
otra ola y me aferré con los puños a la cama,
hundiendo el rostro en la almohada, gritan-
do con una voz que no sabía que yo tenía. No
pude soltar las manos porque estaba a cuatro
patas y en ese momento eran los pilares de
mi esfuerzo pero no me hacía falta tocarte la
cabeza con los dedos, te sentía con todo mi
cuerpo. Cogía aire unos segundos, otra vez…
En esta ya tienes que salir Claudia, abre, abre,
abre, pensaba…. Me abandonó la cordura y
mi cuerpo se abrió rompiendo las leyes de la
física, o mejor dicho, cumpliéndolas a la per-
fección. Sentí tu cabeza y quemaba. Todo se
abría, se expandía más y más, llegué a mi lími-
te, el cielo y la tierra se tocaron con la punta de
la nariz a través de mi cuerpo. Aún entonces
parecía imposible… y de pronto todo tu cuer-
po calentito salió en una cascada de agua clara
que empapó todo, alivió todo, que me hizo re-
cobrar la cordura en un instante.


Qué alivio más indescriptible, qué
plenitud, qué sensación, Claudia… Aún me
temblaban los brazos y sollozaba por la emo-
ción y el esfuerzo cuando te pasaron bajo mis
piernas y me giré recostándome hacia arriba.
Recuerdo tu cuerpecito, tu carita mojada, tos
ojos celestes, el cordón rizado que salía de ti
y se perdía dentro de mí. Unidas todavía, la-
tiendo juntas. “Mi niña, eres preciosa”. Ya no
existía nada más en el mundo para mí. No re-
cuerdo verte llorar, en cuanto te sentiste cerca
de mí tu expresión era de descanso. Pegadita
a mi piel, calor con calor. Papá a nuestro lado,
abrazándonos en un triángulo perfecto. Yo
tampoco lloré, estaba feliz. La leona arqueada
y rugiente se había convertido en mamá leo-
na con su cría preciosa. Mi respiración aún era
agitada por el esfuerzo, pero si grande fue el
esfuerzo, mayor fue el descanso. Eras un mila-
gro para mí, Claudia.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)


María nació en la semana 42, después de una
noche larga pero inmensa, en la que las con-
tracciones parecían balanceos del mar que
me arrullaban. Si ese día no me ponía de parto
de forma natural, a los dos días siguientes me
lo provocarían. Dado que estaba totalmente
decidida a que María tenía que venir cuando
ella quisiese, y que no fuera empujada, ese
día me conecté aún más a ella. Todavía hoy,
un año después, recuerdos sus movimientos.
He de agradecer mucho a mi amiga Nayra,
quien me sugirió que le hablara, dulcemente.
Así lo hice. Mantuve una conversación de ma-
dre a hija, acompañada de mi hija Laura que
dormía a mi lado. Y de mi maravilloso marido,
que me arropaba entre sus brazos.
A las doce horas de esa misma noche
ya comencé a sentir como mi cuerpo cambia-
ba. Sentía una agradable presión en mi bajo
vientre. Que al mismo tiempo se convertía en
placer. A pesar de ir notando ese cambio, ese
ciclo... continuaba plácidamente acostada.

Eran las dos de la madrugada del 26 de


mayo de 2015, cuando mi cuerpo se contrajo
al sentir una fuerte sacudida. Sin embargo, las
contracciones todavía eran muy espaciadas. Y
como me aconsejó mi amiga Carol (doula), in-
tenté mantenerme serena y tranquila. Seguía
concentrada en mi viaje hacia María.

A las cuatro de la madrugada aproxi-
madamente ya supe que mi pequeña venía.
En medio de una contracción, abracé a mi
marido y le dije “cariño, no te vayas. Ya María
viene”. Siempre con una sonrisa dibujada en
mis labios.

Cuando iba saliendo de casa, rompí


aguas. Eran las cinco y cuarto de la madruga-
da. Durante el trayecto al hospital, en el que
las contracciones se sucedían cada tres minu-
tos, me sentía cada vez más feliz y relajada.
Llegamos al hospital, donde recibí un
trato inigualable. Llegué a las 05:45 y María
llegó a las 06:15. Fue maravilloso, tierno.

Lo sorprendente es que María no llo-
ró, al principio eso me preocupó. Nada más
nacer, la arropé entre mis brazos y se pegó a
mi pecho. En ese preciso instante comenzó a
mamar. Ahora comprendo por qué no lloró.
Porque se sentía segura, arropada por su ma-
dre y porque continuaba escuchando su voz.

Nayi, 37 años, mamá de Laura y María,


mediadora familiar.
Las Palmas de Gran Canaria (España)
PARIR EN CASA
—“Es imprescindible perder la
noción del tiempo y del espacio
para parir, ingresando en un túnel
de desprendimientos y rupturas y
alejándonos del mundo concreto. Parir es
un rompimiento espiritual”.
Laura Gutman

Siento un profundo respeto por la mujer. Ad-


miro la fortaleza de aquellas indígenas que
paren en casa, en cuclillas, quienes deciden
hacerlo solas y en la oscuridad como verda-
deras lobas.

Decidí parir en casa cuando escuché


a mi suegro contar una de las experiencias
más asombrosas que marcaron su vida: estar
presente en el nacimiento de sus hijos en la
intimidad de su hogar. La sonrisa dibujada en
su rostro reflejaba el orgullo de haber parti-
cipado en un momento de gran significado
para la familia. De inmediato me visualicé así,
rodeada de mis seres queridos, siendo dueña
mi cuerpo y de cómo parir y brindarle ade-
más a mi marido el regalo de conservar ese
recuerdo en su corazón.
Si pudiera describir mi primer parto
con una sola palabra sería: expectante. Todo
era nuevo. Recuerdo haber iniciado labor muy
rápido y visitar el sanitario infinidad de veces,
caminar, recostarme, gemir, con mis testigos
que permanecían a mi lado, tocándome, en
silencio… Ahí estaba yo, sin más conocimien-
tos que mi intuición, las palabras de apoyo de
mi partera, mi marido, mi suegro y mi madre
me tomaban de las manos, mientras yo en va-
rias ocasiones mencioné sentir que moría (sí,
el dolor sigue siendo dolor aún en casa).

Poco antes de parir mi cuerpo por ins-


tinto, me pidió ponerme de cuclillas. Recordé
las sabias palabras que una bella mujer me
mencionó: “Y cuando estés ahí, recuerda, que
toda mujer está diseñada para parir…” Lancé
un grito con fuerza, sentí un ardor intenso…
un desgarre… y luego envuelta en sangre,
una pequeña me convirtió en madre en una
madrugada de agosto.
Mi segundo parto lo describiría como
conexión total. En esta ocasión, el silencio
nocturno fue testigo de mi transformación,
sentí paz. Sabía lo que pasaría en las siguien-
tes horas. Nuevamente mis seres queridos es-
taban ahí, pero esta vez yo surgía como una
mujer más empoderada. No pedí sus manos,
esta vez pedí soledad, como una loba.

Nunca antes había experimentado tan-


ta conexión conmigo misma, con mi cuerpo,
con mi bebé. Caminé moviendo mis caderas
con cadencia, le pedí a mi pequeña que co-
laborara conmigo mientras tocaba mi vientre
endurecido. Me supe guerrera, dadora de
vida. Esta vez, el dolor fue mi aliado, tumbada
en el sofá a oscuras, en silencio con la luna y
la brisa entrando por mi ventana me brindé
a mí misma el regalo de recibir agradecida
cada ola, abracé con amor cada contracción
que llegaba que pronto tendría en brazos a
mi pequeña llena de luz y ofrecí palabras de
respeto y admiración a mi cuerpo que se abría
suave y lentamente.

Y entonces todo transcurrió rápido, me


incliné a la bañera y sobre mis cuatro extremi-
dades me posé y me dejé fluir. En su punto
más alto, comencé a tener deseos de pujar,
no pude controlarlo, mi desgarre ya conocía
su camino y lo trazó de nuevo. Y así, antes de
la llegada del sol, Jade llegó, en el agua tibia
de mi bañera, abrazada de mi esposo, con el
apoyo incondicional de mi madre y mi herma-
na, con la mirada inocente de Ruby y mi total
confianza depositada en mi partera.

Todas las mujeres deberíamos tener


la oportunidad de parir en libertad y con res-
peto, decidir sobre nuestros cuerpos y traer
naturalmente a nuestros hijos a este mundo
maravilloso.

Madai Guido, 30 años,


mamá de Ruby y Jade.
Playa del Carmen (México)


Cuando me quedé embarazada leí mucho.
Una de las cosas que me llamaron más la
atención es que el vínculo entre el bebé re-
cién nacido y la mamá puede tardar algo en
aparecer. Mi chico y yo hablamos mucho so-
bre esto y de cómo en él podía aparecer más
tarde ese enamoramiento.

Yo me sentía preparada y me permi-


tí fluir para ver cuándo y cómo se producía
ese vínculo entre ambos conectada y amaba
al bebé que llevaba en mi interior. Lo que no
imaginaba es que el amor se podía multipli-
car hasta límites insospechados en el mismo
momento en que sus ojos y los míos se en-
contraron.

Mi bebé iba a nacer en casa. Así lo de-


cidimos desde el principio. Los partos en casa
solo son atendidos por comadronas si son
partos de bajo riesgo y se desencadenan an-
tes de la semana 42. El único miedo que tuve
durante ese embarazo fue pasarme de esa se-
mana y que me tuviera que ir al hospital.

En la semana 37+6 me di un baño lar-


go y hablé con mi bebé. Le conté lo que sen-
tía y le dije que ya no quería tener más miedo.
Le expliqué que había decidido acompañarle
en la manera en la que quisiera nacer y que si
nacía más tarde no pasaba nada. Allí estaría
yo con los brazos abiertosEsa noche me puse
de parto y mi bebé nació en casa en la sema-
na 38+0.

Fue un parto intenso y maravilloso en


el que me adentré en el planeta parto hasta
perder el sentido del tiempo y del espacio.
Conecté con la parte más animal de mí misma
y me convertí en una leona pariendo a su cría.
La sensación de diosa tardó en diluirse unos
meses y siempre tendré un recuerdo increíble
de aquel día.

Recuerdo el cansancio durante las con-


tracciones. El momento del expulsivo fue bru-
tal. Sentía cómo mi bebé iba bajando y el aro
de fuego que subía para casi partirme en dos.
Un dolor inmenso a la vez que una sensación
enorme de poder. De pronto, estando yo en
cuclillas, su cabeza salió y el dolor se esfumó
de golpe. Fue mágico. Me puse de pie en la
bañera y mi chico lo recogió. Recuerdo per-
fectamente el instante en el que me lo ofre-
ció para ponérmelo sobre mi pecho. No me
salían las palabras. No sabía si reír o llorar.
Desde el mismo momento en el que nos mi-
ramos ya fuimos uno, la fusión emocional fue
inmediata. Amaba a esa criatura desde lo más
profundo de mi ser.

Mi bebé ya estaba sobre mí, no dentro


de mi útero. Por fin podía descansar, después
de toda la noche con contracciones, pero no
podía. No podía dejar de mirar a mi bebé, a
mi lado dormido. Imposible dejar de olerle
y hasta casi lamerle. El olor más maravilloso
que jamás podré oler.

Y la sensación de que el amor seguía


y seguía creciendo… Recuerdo las palabras
de mi chico antes de dormirnos: “Le acabo de
conocer y ya le quiero”.

Ruth Cañadas Cuadrado, 36 años,


mamá de Nico y Emma, doula.
Madrid (España)

Sin duda lo mejor que hice en mi vida. La me-
jor decisión que tomé nunca. El dinero mejor
invertido, fue el parto en casa de Julia.
La segunda reflexión que hice tras el naci-
miento de mi segunda hija (la primera fue:
“pues tan poco me ha dolido tanto”, lo que
produjo carcajadas en todos los presentes,
aunque realmente era mi vivencia); fue que
no era justo que no se nos permitiera a las
mujeres vivir esa experiencia, que nos roba-
sen por norma lo mejor de ser mujer, lo que
más nos empodera: parir a nuestros hijos.

Poder parir a tu hija en tu cama, en la tranqui-


lidad, calma y penumbra de tu hogar, rodea-
da de las persona elegidas por ti, con respe-
to absoluto, amor, cercanía emocional… eso
es algo indescriptible. Y eso es algo a lo que
toda mujer tiene derecho, y todo bebé tiene
derecho también a un nacimiento respetado
y sin violencia. Por lo tanto tenemos la obliga-
ción de luchar por ello; Por nosotras, por las
que vendrán y por la humanidad que está tan
falta de amor y respeto.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia,


enfermera y madre de día, Murcia (España)
Despedida del hijo único.- A las 7 de la tarde
del 15 de noviembre, de repente, me levanté
y supe que iba a ponerme de parto en cual-
quier momento. En ese momento, pequeñas
contracciones empezaron a ser evidentes, me
fui a la cama de nuevo y me tumbé junto a
Lucía que aún dormía. La abracé muy fuerte
y deseé, como no lo había deseado en todo
el embarazo, ya que llevaba varios meses sin-
tiendo una intensa agitación, darle de mamar.
Sabía que sería la última vez que no compar-
tiría su tetita, que sería mi única hija, y que
dejaría de ser mi pequeña, para convertirse
en mi mayor. La moví un poco y enseguida,
dormida, se enganchó. Y yo… pues yo empe-
cé a llorar. Fue un momento maravilloso. No
sentía agitación. Sólo un intenso deseo de
transmitirle a Lucía que la nueva situación iba
a ser maravillosa, así que empecé a susurrar-
le: “Nunca dejaré de quererte, nunca nadie
podrá ocupar tu lugar, pase lo que pase siem-
pre podrás contar con mamá, vamos a dar la
bienvenida a Maya todos juntos, en familia y
sólo espero que para ti sea tan maravilloso es-
tar en el parto como lo es para mí tenerte a mi
lado. Creo que tu hermana va a ser el mejor
regalo que puedo darte. Mi niña…..Mamá se
va a multiplicar, nunca va a dividir su amor”.
Fue como un ritual de despedida, el despe-
gue hacia el encuentro con su hermana, con
mi segundo bebé, que iba a nacer en casa.

Planeta parto.- Me levanté a eso de las 8:30


y ya tenía contracciones rítmicas, muy espa-
ciadas aún, pero repetitivas. “Maya va a na-
cer hoy”. Preparamos el salón, pusimos coji-
nes, preparé en un lugar visible el collar con
cuentas que me había preparado mi tribu de
amigas, bajamos las persianas para conseguir
una íntima penumbra, encendimos velas y
Fran puso a Yiruma, la banda sonora que nos
acompañó ya todo el día. Tenía las contraccio-
nes cada 10 minutos. Me dejaban aún recu-
perarme muy bien.

El papel de Fran empezó a cobrar mu-


chísima importancia. Tener a tu amor acom-
pañándote en el parto, cómplice de tus con-
tracciones, de tu ritmo, confiando en ti, en él,
en nuestra fuerza como familia es la mejor
compañía para que tu cuerpo se deje llevar,
para que las hormonas hagan su trabajo, para
que la oxitocina recorra tu cuerpo y para que
sientas lo que tu cuerpo va pidiéndote.
Cuando tenía una contracción le avisa-
ba, venía raudo y veloz y me presionaba fuer-
temente en los riñones. Lucía me observaba
desde el sofá y en una de las contracciones
ya no pudo resistirse se subió por encima de
los cojines, me abrazó fuerte, muy fuerte y
no dejaba de preguntar “tas bien mami, tas
bien!?”. No contaba con ello y tenía una mara-
villosa doulita para acompañarme. Éramos un
equipo formidable. Me masajeaba con esas
manos tan pequeñas y con ese sentimiento y
esas ganas de querer hacerlo bien que sólo
una peque de 29 meses puede tener. En com-
pañía de los dos estaba siendo tan fácil que
me hubiese quedado mucho tiempo en ese
planeta parto en el que empezaba a flotar.

Las contracciones seguían avanzando


y yo me notaba como entraba en trance, no
tenía miedo, ni dudas, ni nervios. Estaba de
parto. Estaba de parto en mi casa donde todo
estaba preparado desde hacía semanas para
recibir a nuestra hija en nuestro hogar. Maya
estaba abriéndose camino y sólo tenía que
acompañarla. Fran ya había avisado a las ma-
tronas que nos iban a atender el parto de que
habíamos empezado. De repente los masajes
ya no eran tan efectivos y le pedí a Fran que
hinchara la piscina. Tenía una mezcla de emo-
ción, felicidad y nerviosismo difícil de explicar
pero sabía que no podía estar en un lugar
mejor. Me encontraba cómoda, feliz, segura.
Descanso del útero.- Aquí las contracciones
se espaciaron un poquito, el anunciado des-
canso del útero para retomar el parto con
toda su fuerza. Me encontraba fenomenal en-
tre contracciones así que estuvimos charlan-
do, le hice unas fotos, conectó la manguera
y Lucía se entusiasmó, “¡¡agua!!”. Esto fue lo
más divertido del parto. Me metí en la pisci-
na, Lucía se desnudó y apareció con todos sus
muñequitos de la bañera ¡en la piscina! ¡Esto
era ya una fiesta! El agua calentita me había
calmado mucho por el momento. Pero, de
repente, las contracciones empezaron a ser
muy fuertes y el parto que había sido pausa-
do y sereno entró en vorágine.

La llegada de Maya.- Las contracciones ya no


dolían en los riñones. No sabría decir cuánto
pero algo había cambiado. Maya descendió
bruscamente. Noté que tenía prisa por salir.
Las contracciones empezaron a ser muy se-
guidas y me costaba más recuperarme y de
repente, noté una pequeña explosión…había
roto aguas. Fran se acercó con la linterna y es-
tuvimos mirando el agua, era muy clarita, todo
iba bien. Y mis contracciones eran salvajes.

La matrona apareció por la puerta


y vino directa a la piscina y así se turnó con
Fran para seguir echándome agua por enci-
ma. Tanti tiene cuatro hijos, valoró rápido la
situación y vio que todo iba fenomenal. Me
sentí comprendida, mimada por sus manos
que acariciaban mi espalda y mi cabeza. Me
apoyé en la piscina, echada hacia delante.
Escuché sus susurros diciéndome que siguie-
ra respirando, que lo estaba haciendo muy
bien….pero entonces empecé a gemir, a gri-
tar, a aullar….Maya quería salir, ya no iba a es-
perar. “¡Quiero empujar!” alcancé a gritar en
medio de mis gemidos salvajes. Y Tanti sólo
me dijo “Escúchate, empuja, haz lo que sien-
tes”. Me dio todo el poder que como madre
tenía pariendo. Me hizo sentirme capaz de ha-
cerlo sola. Me giré y me puse en cuclillas en el
lado opuesto de la piscina. Buscaba un alivio
donde no lo había. Apoyé firmemente un pie
en el fondo de la piscina, apoyé la otra rodilla,
me toqué y noté un abombamiento tremen-
do. Empujé. Y en ese momento sentí que me
rompía. Noté como Maya empujaba conmi-
go, noté cómo estábamos trabajando juntas,
me toqué y mi vagina estaba rebosando de
mi bebé. Le palpé la cabeza, el pelo, estabas
tan cerca. Necesitabas sólo un poco más para
estar en los brazos de mamá. Otra ola llegó,
con otra contracción salvaje volví a empujar
y noté tu cabeza saliendo. No tenía miedo
de volver a empujar…y saliste. Caíste entera
entre mis manos. Te noté escurridiza, suave,
pequeñita y te cogí con todas mis fuerzas de
ti para que no te me escaparas. Te saqué del
agua y me senté hacia atrás abrazándote muy
fuerte. Te olí, te miré, te palpé, me faltó lamer-
te….La madre más salvaje y más animal esta-
ba ahí, pariéndote. Eran las 3 de la tarde.

Las hermanas se conocen.- Me prepararon el


sofá para que me tumbara con Maya y Lucía
vino hacia nosotras, con toda la normalidad de
ver que ya estaba su hermana fuera de la tri-
pita de mamá. Lucía le cogió la mano. La miró
y le sonrió. “Mama, ¡el bebé!”. La emoción co-
rría por mis venas con una felicidad suprema.
Lucía escuchaba a Maya con el doppler casi
todos los días. Había presenciado todas las
ecografías, todas las revisiones de las matro-
nas. Parecía que no, pero sí. Lucía comprendía
perfectamente que el bebé ya estaba aquí.
Maya comenzó a mamar enseguida y así en el
minuto uno de su existencia hicimos nuestro
primer tándem. Mis niñas preciosas. Lo había-
mos conseguido. Fran vino a abrazarnos. Me
moría de amor. No me dolía nada. Me con-
firmaron que no tenía ningún desgarro, nada.
Es increíble la paz que se respira en un hogar
que ha vivido un parto. Al cabo de un rato las
dos se quedaron completamente dormidas
encima de mí. Estaban agotadas. Mis niñas.
Mis amores. Fue todo perfecto.

Estábamos en casita y Maya ya estaba
entre nuestros brazos. Nos acostamos en la
camita los cuatro, estábamos agotados. Fran
preparó cenita y nos la trajo a la cama. Dur-
mieron felices. Yo no podía conciliar el sue-
ño completamente excitada por lo vivido. El
amor ya se había multiplicado, por dos….por
dos mil. Fran que había llevado el peso y la
responsabilidad del parto por fin se relajó.
Creo que es imposible tener un mejor com-
pañero de viaje, un padre más comprometi-
do. Por fin, lloramos emocionados, y dejamos
fluir las emociones de todo lo vivido.


Nuestra manada está completa. Bien-
venida Maya.

Gemma y la manada, 37 años, mamá de Lucía


y Maya, profesora universitaria.
Málaga (España)

No recuerdo haber gritado nunca tan fuer-


te. Ha sido la experiencia más brutal, salvaje
y empoderadora que he vivido nunca. Y no
cambiaría absolutamente nada. Sí que en un
momento dado conecté con las mujeres que
han de parir atadas a una camilla, a unas co-
rreas para saber el pulso de su hijo, o con una
vía de fármacos, bajo unas consignas, a me-
nudo gritos, órdenes que las desconectan de
ellas misma, de su poder de mujer para parir
sin más consejo que los que ella pida... Y me
sentí muy triste por ellas. No entiendo cómo
se puede parir sin gritar si lo necesitas, sin res-
puestas si tienes preguntas, con luz artificial,
con frío, rodeada de gente que no conoces,
con miedo infundado a cada segundo, pri-
vada del transcurso natural de dar a luz. Ra-
cionalmente puedo entender cómo se llega
hasta este momento en que bastantes partos
se asisten bajo esas consignas, pero mientras
yo paría, mi corazón no lo podía aceptar. Fue
sólo un instante, pero conecté con los partos
medicalizados y di gracias por poder estar a
oscuras, retorciéndome sobre las piernas de
mi compañero que me sostenía física y emo-
cionalmente, con las ventanas abiertas dejan-
do que mi voz inundara la plaza, con la mirada
femenina que más amo inspirándome con-
fianza para afrontar lo que venía después, y
con la presencia del comadrón tan silenciosa
y respetuosa.

Neus F, 31 años, mamá de Nuara.


Celrà, Catalunya (España)

Pau nació un 22 de noviembre de 1991 a la


1’35h de la madrugada en nuestra casa de
Campanet. Nunca supimos lo que pesó con
exactitud porque la balanza que había traído
Pedro el comadrón de Santa María, no fun-
cionaba bien y oscilaba entre los 4’600 y los
4’800kg. Como dijo Micaela, la vecina de en-
frente que fue la primera que lo vio, el niño
nació criao. Era un niño sano y hermoso. Tenía
un color de piel extraordinario, aterciopela-
do como la piel de un melocotón. El parto
fue “muy bonito, sin complicaciones”, a decir
del comadrón. Pero a mí no me pareció nada
“bonito”. Fue otro cataclismo en mi cuerpo, lo
más bestia que había sentido nunca por se-
gunda vez. Pero Pedro, el comadrón que prac-
ticaba partos naturales en casa, se sentía muy
satisfecho de cómo había ido todo e insistía
en que había sido precioso y en la suerte que
habíamos tenido porque el niño pesaba mu-
cho y era más grande de lo que creíamos…
así que ese parto en un hospital cualquiera
hubiera sido una cesárea fijo. Y sí, sí que tuvi-
mos suerte.

Aquella tarde había llevado a Marina a


la fiesta de cumpleaños de su amiguita Mal-
va. Cuando volvíamos ya de noche a casa, nos
encontramos con Micaela que señalando el
cielo estrellado me dijo: “hoy es la luna llena,
hoy parirás”. Y así fue. En cuanto la luna “hizo
el ple” redonda, resplandeciente y misteriosa
yo me puse de parto. Eduardo llamó a Pedro.
Nos dijo que esperásemos porque podía ser
una falsa alarma. Al cabo de una hora volvió
a llamarlo. Nada de alarmas, “aquello” iba en
serio. Entonces nos dijo que no tenía coche.
La furgoneta no arrancaba y su mujer, que era
enfermera, se había llevado su coche al traba-
jo y estaba de guardia. Eduardo tenía que ir a
buscarlo a Santa María. Cosa de media hora.
Me quedaba sola en casa… Me acomodé en
la cama lo mejor que pude e intenté relajar-
me; empecé a respirar como tantas veces ha-
bía ensayado en las clases pero la cosa no iba
como yo había previsto…en realidad no po-
día creérmelo… aquello era como si tuviera el
goteo intravenoso con su carga de oxitocina
enchufada al brazo: las contracciones venían
rápidas, seguidas, intensas… ¿qué estaba
pasando? Iba como una moto y apenas me
daba tiempo a recuperarme entre una y otra
contracción. Me tapé la cara con las palmas
de las manos unidas sobre el rostro como si
fuera a rezar… unos segundos de oscura paz
interior… he vuelto a repetir otras veces ese
gesto de recogimiento y acción de gracias,
porque esa noche le pedí a Dios que Mari-
na no se despertara… en tres años y medio
la niña no había dormido una noche entera,
siempre se despertaba llorando asustada… y
yo esa noche no estaba “pa nadie”… sobre
todo en aquel momento que se me revolvían
las tripas… Bajé las escaleras, llegué al baño,
metí la cabeza en el váter y vomité. Me acordé
de Roser, la comadrona de Marina. Lo que no
sé es cómo conseguí subir las escaleras y vol-
ver a la habitación. Pero ya no podía meterme
en la cama. Andaba como una posesa. Tenía
que conseguir relajarme un poco, concentrar-
me y respirar para resistir… la resistencia tenía
mucho que ver con mi madre y con el miedo.
Esa era la palabra clave: miedo.

Cuando Eduardo y yo buscamos a un


equipo como el del Dr. De la Riba para prepa-
rar el parto natural de Pau, no lo encontramos.
Entonces una compañera me habló de su ex-
periencia y me puso en contacto con Pedro
que también era psicólogo. La primera vez
que hablé con él le dije por qué necesitaba
su ayuda: ya sabía lo que era parir y estaba
muerta de miedo. No queríamos que Marina
se criara como hija única y nos habíamos em-
barcado otra vez en la aventura de ser padres.
Pero yo estaba acojonada con el dolor, con el
dolor a parir. Pedro me ayudó a enfrentarme
con el miedo, no solo con el miedo al dolor,
sino con el miedo de verdad, con el que venía
de atrás, del pasado, de mi infancia. Fue un
trabajo lúcido y provechoso porque yo conse-
guí mantener a mi madre y mi suegra lejos de
mí aquel verano, lejos del momento del par-
to… aunque ninguna de las dos me perdonó.
Marina no se despertó. Fue un milagro. Pau
vino al mundo y no lloró. Tenía los ojos bien
abiertos y lo miraba todo con avidez. Yo
aproveché el dolor para gritar y echar fuera
todo lo que no quería que se quedara dentro
como me aconsejó Pedro. “No te reprimas,
saca todo lo que quieras”… y funcionó pero
me quedé agotada, vacía, sin fuerzas. No fue
como tres años atrás. Insomnio y trabajo me
habían dejado exhausta. Eduardo me acom-
pañó al baño y me di una buena ducha. Luego,
cuando volvió de llevar a Pedro, despertamos
a Marina y le enseñamos al hermanito. Bueno.
Vale. Para ella lo importante era meterse en la
cama con nosotros y dormir los cuatro juntos.
Así se sentía segura. Y así estuvimos un par de
años más, en plan tribu porque Pau tampoco
dormía una noche entera… Teníamos dos hi-
jos y seguíamos sin saber qué hacer.

Macarena A.M., 51 años,


mamá de Helena y Martín,
Barcelona (España)
El parto duró 15 horas. El ambiente era pre-
cioso, incienso suave, velitas esparcidas por
todo el salón, música de Yoga que yo misma
había seleccionado y Dani, mi amor.

Tuve un momento malo hacia la do-


ceava hora… Me encontraba en la piscina y
el médico anunció que ya estaba en el expul-
sivo. No sé porque me dio por empujar, y lo
pasé muy mal. Además, la fase expulsiva en
primerizas suele durar 3 horas, pero yo no me
acordaba. No sabía si me quedaban 3 horas,
20, 10 o 5 minutos… No veía nada cerca a mi
bebé y hasta se me pasó por la cabeza el ir al
hospital, estaba muy cansada, me agobié. Na-
talia, mi doula, me ayudó hablándome suave.
Me decía que me acordara de todas las hem-
bras de mi familia que habían parido, que tu-
viera presentes sus partos, de mi madre, de
mi abuela, que las tuviera presentes. Me ayu-
daron mucho, las mujeres de mi vida, las tuve
presentes. Y Dani también me ayudó mucho,
me dijo claramente: mira Adela que aún que-
da mucho, guarda tus fuerzas, y le hice caso.
Y en ese momento decidí que no iba a em-
pujar más, que con media hora de empujar
ya me había dado cuenta de que solo servía
para pasarlo mal. Sentí que mi cuerpo era sa-
bio y que con “no hacer nada”, el bebé iba a
salir sano. Y así fue. Salí de la piscina y decidí
no empujar, solo respirar mientras mi cuerpo
hacía todo lo demás. Decidí vivir cada con-
tracción como si fuera la única, vivir en el pre-
sente. Las contracciones son como la diges-
tión, tu no las fuerzas, el cuerpo las hace solas,
no hay que forzarlas ni empujarlas. Entonces,
cuando tenía una contracción, hacía la respi-
ración completa de Yoga y llevaba el aire al
cuello del útero, para relajar toda esa zona.
Para la respiración completa hay que tratar
de inspirar aire y llevarlo hacia todo el cuer-
po: clavículas, costillas, estómago y cuello del
útero. Mientras vas relajando estas zonas. Lo
mejor que puede pasar es que tengamos el
cuello del útero relajado, así las contracciones
son más efectivas y no nos rasgamos en el ex-
pulsivo.

Y así, fuera del agua (ya que son más


efectivas las contracciones por la gravedad),
viviendo el presente, toqué la cabecita del
bebé.

Una vez que pude tocarlo yo ya era una


mujer feliz, porque sabía que ya estaba todo
hecho, que no quedaba nada. Y sacó la cabe-
cita en una contracción. Yo no es que empuja-
ra, es que el cuerpo en ese momento empuja
solo, pero no lo hice conscientemente. Sino
que relajé esa parte y no me rasgué nada, ni
puntos ni nada.

Esperé con la cabecita fuera a la si-


guiente contracción, que se espació bastante
aunque a mí se me hizo muy corto. Al cabo
de 4 minutos vino la contracción y con ella,
mi bebé. Dani me estaba aguantando por
detrás en ese momento y estaba respirando
conmigo las contracciones, parí en cuclillas.
Me ayudó mucho sentirlo cerca. El llevaba el
peso de mi cuerpo y yo me ocupaba de rela-
jarme para el expulsivo. En esos momentos,
como durante el parto, yo estaba a lo mío, en
mi mundo. Disfrutando de ese éxtasis sexual
que te producen las contracciones, algo de
dolor, el cansancio y le emoción. Te vas a otro
mundo y es precioso el haber podido disfru-
tar de la sensación de dolor, hacerla mía y no
sentirla como algo malo, sino placentero.

Fue el momento más feliz de mi vida.


Lo tomé en brazos y lo puse contra mi pecho.
Al cabo de un rato lo aparté de mí para ver el
sexo. ¡¡Un varón!! Lloramos los dos de alegría.
Leonardo. Pasaron unos 5 minutos hasta que
Leo lloró, abrió sus pulmones y lloró con fuer-
za. Dani y yo sonreímos al ver la energía que
traía consigo el pequeño.

10 minutos después, tuve unas pocas


contracciones más y salió la placenta y algo
más de sangre. Salió perfecta, entera. No le
cortamos el cordón a Leo hasta 15 horas des-
pués del parto, para que se pudiera nutrir de
la Placenta todo lo que esta tenía para darle.
Como dice el Dr. Michel Odent en su libro El
Bebé es un Mamífero “hay rituales agresivos
profundamente arraigados, como la nece-
sidad de cortar el cordón inmediatamente,
cuando no hay ninguna razón imperiosa para
interrumpir brutalmente la circulación de san-
gre entre el bebé y la placenta. Según Lau-
ra Gutman en “la maternidad y el encuentro
con la propia sombra”, “el corte prematuro del
cordón umbilical es la más atroz de las rutinas,
totalmente innecesaria”.

Ahora, voy a empezar a nombrar las
verdades de mi parto. Son verdades para mí
porque no las leí, las viví y sé que es así, en mí
fue así.
Lo más importante, en el parto como en
la vida, es respetar el TIEMPO de cada una y
del bebé. No hay que acelerar nada de nada,
de ahí, de las prisas vienen luego muchas de
las complicaciones en los partos.

No hay que empujar nunca conscien-


temente. Solo en el momento del expulsivo
hay unos segundos, cuando sale la cabeza del
bebé, que el cuerpo empuja solo.

En lugar de empujar, en cada contrac-


ción hay que RESPIRAR. Hay que respirar y lle-
var la respiración al cuello del útero.

Al llevar la respiración al cuello del úte-


ro conseguimos RELAJAR más esta zona. Res-
pirar en el dolor para sentirlo más presente y
quitarle la importancia y lo malo. Disfrutar de
sentir el dolor lo hace mucho menos doloro-
so, hasta placentero.

Estar en el PRESENTE, disfrutar, si, DIS-


FRUTAR cada contracción como si fuera la
ÚNICA. No pensar en el futuro en cómo será
el expulsivo, cuánto queda, cuándo saldrá el
bebé, ni nada de eso… PRESENTE. Respira-
ción y relajación.
Dedico estas líneas a todas aquellas
mujeres que quieren parir de forma más
consciente. Les doy todo mi apoyo y solo les
digo que confíen, que ellas pueden hacerlo.
¡Bienvenidas a la magia de dar vida!

Adela, 31 años,
mamá de Leonardo,
Santa Eulalia (Ibiza)
CESÁREAS,
¿SON SIEMPRE NECESARIAS?
—“La sensación más generalizada entre las
madres que han tenido una cesárea es la
sensación de pérdida, es decir, el duelo
por no haber tenido el parto soñado.”

Ibone Loza y Enrique lebrero,


¿Nacer por cesárea?’.

Primeriza, miedo a lo desconocido, pánico a
los hospitales pero a su vez confianza plena
en los médicos; temido parto pero a la vez
tan deseado, en ningún momento pienso que
algo pueda ir mal, ¿por qué iba a pasarme a
mí? Una mujer joven, sana y con un embarazo
perfecto...

Llegué al hospital dilatada de tres centíme-


tros por mi propio pie y con contracciones fre-
cuentes pero cortas. Allí mismo rompí aguas,
me tumbaron, me enchufaron un gotero de
antibióticos solo por haber roto la bolsa y me
iban a poner la epidural, dije que no la quería
pero cuando estaba de 6 cm, ante la “amena-
za” de que no me la podría poner más tarde
accedí, de todos modos estaba inmovilizada
con un gotero qué más me daba tener dos,
así al menos no dolía.

Siete horas después de haber llegado


vuelven a reconocerme, tres o cuatro perso-
nas distintas, uno tras otro, ya no sé cuántos
tactos llevo, 15, 20..., he perdido la cuenta. Al
parecer estoy dilatada de ocho o nueve centí-
metros ya.

Me dicen que allí mismo empiece a em-


pujar, que me dan una hora para ver si puedo
parir por mí misma o tienen que hacerme ce-
sárea. Como no noto las contracciones es Isi,
mi marido, el que me indica según el monitor
cuándo tengo que empujar. Lo hacemos todo
tal y como nos habían enseñado en las cla-
ses de preparación, los nervios aumentan, el
tiempo se acaba. Viene la matrona y nos dice
que lo estamos haciendo genial pero ha pa-
sado la hora que nos dieron de plazo.

Me llevan a paritorio, él se queda fuera


y le dan la ropa para que se la vaya ponien-
do, pero de pronto con cara de sorpresa la gi-
necóloga (presente durante todo el proceso
de parto y siendo ella la que toma cada una
de las decisiones) dice “tenemos que hacer
cesárea, la pelvis es muy estrecha y no cabe
la cabeza”. Miedo, mucho miedo, cada vez
me pongo más nerviosa, no paro de hablar
para no marearme (solo con sacarme sangre
me desplomo). El padre espera fuera comido
también por los nervios.

Me siento sola, muy sola a pesar de


que hay unas doce o quince personas a mi al-
rededor; estudiantes, anestesistas, matronas,
ginecóloga... No sabría ni decir quiénes eran.
Se oye un llanto, ¡qué tranquilidad! Pregunto
si puede entrar el padre ya, pero dicen que
no, que ahora se lo enseñan a él. Lo pesan allí
mismo, no llega a 3,5 kg cuando se suponía
que iba a rozar los cuatro.

No me ponen al bebé en brazos, me lo


enseñan y lo ponen junto a mi cara, empieza
a chuparme el moflete como si estuviese ma-
mando, ¡qué felicidad! Pero solo dura unos
segundos, se lo llevan mientras terminan de
coserme y se lo enseñan al padre. Le dicen
que los familiares pueden subir a ver al niño y
que yo estoy en la sala de recuperación.
Cuando salgo en la camilla no hay na-
die fuera, me extraña no verlos allí y es que
les habían dicho que yo no pasaba por ahí. La
ginecóloga nos da las gracias a los dos y nos
dice que aunque nadie esperaba la cesárea, lo
habíamos hecho todo estupendamente. Nos
felicita a ambos, a cada uno por separado.

Ingenua yo creo que me mandan a una


habitación, pero no… Paso más de tres eter-
nas horas sola en una sala de recuperación
fría, oscura, grande y vacía (era un domingo
por la tarde), sola por decir algo porque había
unas ocho personas hablando de sus asuntos
mientras yo preguntaba una y otra vez si po-
día entrar un acompañante, que dónde esta-
ba mi bebé, que necesitaba darle el pecho,
que cómo iba a estar tanto tiempo sin comer,
que yo no quería que le diesen biberón (y eso
que yo me suponía que estaba con su padre,
jamás me imaginé que estábamos los tres lite-
ralmente separados). Su respuesta insistente
era que “nacen hartos y no necesitan comer
en las primeras horas”. Yo lo creía, o quería
creerlo. No termino de entender por qué no
puede estar alguien conmigo, ni mi bebé,
pues solo tenía el tensiómetro y unos electro-
dos y no había más “enfermos” en la sala, te-
nía mucho frío, no paraba de tiritar a pesar de
las mantas.

Una vez en la habitación me dicen que no me


pueden traer al pequeño porque ¡ha cogido
frío! Pero ¿qué me dices?, otras tres horas sin
él, él sin nosotros, solo, a saber dónde y cómo.

Por fin traen a Kenji y podemos pasar con él


toda la noche, ahora sí, ¡ya está con nosotros!
Ya solo nos queda disfrutar de él, pasamos
toda la noche sin dormir, dándole una teta
tras otra.

Dos días después nos vamos a casa, parece


que estoy bien pero poco a poco la herida se
va complicando, se ha formado un hematoma
y me quedo más de tres meses con la herida
abierta, curas y más curas, miedo a hacer es-
fuerzos, no puedo coger a mi bebé, no puedo
portearlo, no puedo disfrutarlo como merece,
menos mal que tenemos nuestra tetita que lo
sana todo.

Con el tiempo me fui dando cuenta


que no le había dado el nacimiento que se
merecía, que además de tener una herida en
mi abdomen también la tenía en el corazón,
iba más allá de lo físico porque llega a lo más
profundo de mi ser. Es lo que muchos llaman
la herida emocional y me di cuenta que no era
la única que tenía este sentimiento. Esos “pro-
fesionales” a los que habíamos confiado el
momento más importante de nuestras vidas,
nos lo habían robado, no solo el momento
sino las horas siguientes.

Treinta meses después nació Kai, fue


un parto vaginal después de cesárea, nada
de pelvis estrecha ni explosión de útero como
me querían hacer creer, incluso pesó y midió
algo más que su hermano.

Mónica, 33 años,
mamá de Kenji y Kai
El Puerto de Santa María (Cádiz)

Lorenzo, en tu primera ecografía no dejabas


de moverte: con doce semanas golpeabas
con los pies en un lado del útero y te impulsa-
bas hacia el otro extremo. Sin embargo, en la
última ecografía habías decidido que estabas
muy a gustito y que no te ibas a poner boca
abajo.
Estuvimos investigando acerca de los
partos de nalgas. Por un estudio que consi-
deraba que el riesgo de este parto era mayor
que el de una cesárea se dejaron de atender
partos de nalgas. Si bien posteriormente se
demostró que este estudio era erróneo, ge-
neraciones de médicos habían dejado de ser
formados en este tipo de partos. Sin embargo
en distintos sitios del mundo esto se está co-
rrigiendo, y en Canadá por ejemplo se está
abogando por volver a atener partos de nal-
gas. Sin embargo, recomiendan que la aten-
ción debe ser realizada por profesionales con
experiencia, y en España no hay muchos sitios
que cumplan los requisitos.

Seguimos las recomendaciones de la


Organización Mundial de la Salud (OMS) para
conseguir que te colocases, y probamos con la
moxibustión, pero empezamos a hacerlo más
tarde de lo recomendado ya que en el hospi-
tal de Salamanca, donde en un principio ibas a
nacer, no lo realizaban, y nos costó encontrar a
alguien que lo hiciese. He de dar las gracias a
las personas de El parto es nuestro ya que me
ayudaron a localizarlo y también me ayudaron
mucho en la elección del hospital.
Como ves, me preparé para tu llegada
buscando lo más adecuado para tu nacimien-
to. Las recomendaciones del Ministerio de
Sanidad para la Atención al Parto Normal nos
hicieron decidir dar a luz en un hospital en el
que se seguían dichas recomendaciones. Así
llegamos al hospital de Torrejón de Ardoz.

Allí nos ofertaron hacer una versión cefálica


externa, una maniobra recomendada por la
OMS para posibilitar que te dieses la vuelta,
que entrañaba el riesgo de acabar en cesá-
rea. Una atención magnífica y respetuosa de
los sanitarios de Torrejón. Pero Lorenzo, no
te gustó mucho y sufriste una desaceleración
cardiaca, por lo que había que programar una
cesárea para evitar que en un eventual parto
pudiese sucederte lo mismo; eso sí, la cesá-
rea sería lo más próxima a tu fecha estimada
de parto, que era el 28 de diciembre.

El 27 de diciembre nos citaron para la cesárea


pero había muchos otros niños que habían
decidido nacer ese día y no íbamos a poder
estar contigo sin ser separados, así que ese
día nos fuimos a disfrutar de la Navidad por
Madrid, y al día siguiente aparecimos prontito
en el hospital para verte la carita.
Comprobaron que no te habías dado la
vuelta. Yo estaba preparada tanto para un par-
to como para una cesárea. La preparación al
parto que más me ayudó fue la que seguí con
el libro The mindful birthing. Gracias a este li-
bro descubrí el parto como un proceso natural
de la mujer como mamífero, un momento que
debe ser respetado para favorecer la libera-
ción de nuestro instinto y el progreso natural,
frente a los partos intervenidos que están al
orden del día en muchos hospitales españo-
les. Me quité el miedo al dolor y me empoderé
como mujer y mamífera que soy. Solo era ne-
cesario un poco de ayuda con el ambiente. Y
eso lo íbamos a tener en Torrejón.

Al ser cesárea programada la elección de To-


rrejón quedaba aún más justificada si cabe.
Papá iba a poder estar con nosotros en ese
momento maravilloso de conocerte por pri-
mera vez, y estaríamos juntos sin separarnos
para pruebas u observaciones.

Me pusieron la anestesia epidural y me dio


una bajada de tensión y bradicardia que sol-
ventaron eficientemente, la ginecóloga pre-
guntó si podían empezar ya, yo dije que si
podían llamar a papá que estaba en la puerta,
eran las diez de la mañana del 27 de diciem-
bre de 2013, hicieron un pequeño corte en mi
vientre, la matrona dijo: “se ve el culito”, papá
se levantó para verte (dice que lo primero
que viste fueron sus gafas), tiraron de ti y sa-
liste moradito, yo te miraba preguntándome
cuándo ibas a empezar a respirar: claro, mi
pequeño, hasta ese momento estabas respi-
rando por el cordón umbilical que unía tu om-
bliguito con la placenta, por medio de la cual
te nutrías de alimento y oxígeno, y al salir, tus
pulmones tenían que hacer una inspiración
profunda y empezar a respirar: cogiste bien
de aire, echaste un pequeño llanto, y el color
rosáceo inundó tu cuerpo mientras venías ha-
cia el mío. Te quedaste apoyado en mi pecho,
observándome con esos ojos maravillosos y
grandes bien abiertos. Y en ese momento, Lo-
renzo, me quedé eterna, maravillosa e irreme-
diable enamorada de ti.

Terminaron de coser la herida y me cambiaron


de cama, momento en el que papá te cogió por
primera vez. Un papá que desde el primero mo-
mento de serlo se convirtió en un padrazo. Un
papá que varias semanas antes tenía miedo de
coger a un bebé pequeño te tenía ahora entre
sus brazos extasiado y seguro de sí y de ti.
Lorenzo, tu llegada fue preciosa. Fuimos
a dar a luz al mejor hospital en que podíamos
hacerlo, dónde íbamos a estar juntos desde
el momento en que salieses de mi cuerpo. En
que seguían las recomendaciones que abo-
gan por un parto lo más natural posible, en
que no separan al bebé de la mamá para hacer
cosas como pesaros o mediros o abrigaros.

Nos enamoramos de ti nada más verte.


Y los primeros días contigo los recordamos tu
padre y yo en nuestros corazones como unos
de los días más felices de nuestras vidas.

Carolina Fraile-Maceín, 34 años,


mamá de Lorenzo.
Puerto de la Calderilla, Salamanca (España)

Finalmente pedí la epidural rozando los 8


centímetros y cuando estaba de 10 una ma-
trona me animó a empujar, eso hice durante
3 horas, pero no dio resultado. Llamaron a la
ginecóloga que confirmó que mi niña estaba
tan alta que era difícil que bajara, así que de-
bían hacerme una cesárea de urgencia.
Una cesárea que fue como un alivio
momentáneo y una pesada carga a largo pla-
zo a partes iguales, que me recordaría siem-
pre que quise parir de forma natural pero que
no había podido, que me alteró mi estado de
conciencia de tal forma, que generó en mí un
miedo en relación a lo que es el parto, que
me robó la parte de la confianza en mí mis-
ma que durante el embarazo había ganado,
y que me hizo volcar todo mi agradecimiento
en el personal sanitario que salvó la vida de
mi hija y mía, sin ser consciente entonces de
que fueron ellos los que provocaron esa esce-
na final de parto.

Una cesárea que me hizo temblar en


la mesa de operaciones por el miedo a estar
sola, sin mi pareja, por la tristeza de que todo
fuera diferente a lo que, juntos, habíamos pla-
neado, por los efectos de la anestesia, por la
cantidad de medicación que me pusieron sin
yo saber qué era, por la emoción de recibir a
mi hija y por la desilusión de que no sería mi
cuerpo el primero sobre el que estaría, que
no sería yo quien con mis pechos le daría la
bienvenida, solo pude darle un beso en su
preciosa carita, como quien se presenta a un
desconocido, y se la llevaron a hacer piel con
piel con su padre, porque era el protocolo…
El tiempo me ha dado la capacidad de cono-
cer, de formarme, de investigar y de querer
saber qué ocurrió en mi parto, y de descubrir
que esa fue una cesárea in-necesaria (¡qué
juego de palabras!) y voy más allá, que su-
frí una serie de intervenciones que tampoco
fueron necesarias y fue una práctica dentro
de la violencia obstétrica, que aún en muchos
ámbitos hospitalarios se sigue negando que
exista. Si desde el momento en que llegué al
hospital hubieran atendido a la mujer que ha-
bía roto aguas, a mi estado psicoemocional
y no al protocolo de parto, tengo claro que
todo habría ido mucho mejor.

Hoy sé que, como todo lo negativo en


mi vida, esta experiencia me ha aportado mu-
cho aprendizaje y fuerza personal, un autoco-
nocimiento más profundo sobre mí y sobre
mis capacidades de resiliencia y valentía, a
reconocer esa belleza física y emocional que
durante mucho tiempo he ignorado. Generar
un vínculo seguro con mi pequeña ha sido
uno de mis objetivos posteriores al nacimien-
to.
Además ha logrado despertar en mí un
interés grande sobre los efectos psicoemo-
cionales del nacimiento en nuestra vida, por
ello, actualmente estoy formándome sobre
ello y trabajo con familias para apoyarles y
acompañarles en su proceso de maternidad y
paternidad, porque todo eso me ayuda a sen-
tir que esa cesárea innecesaria tiene algo de
sentido y utilidad.

A., 33 años,
mamá de Garbancita.
Madrid (España)

La herida emocional que te deja una cesárea


no justificada, cuando eres consciente de que
aquello no solo no lo querías, sino que sabes
que fue innecesaria y fruto de una serie de
intervenciones decididas por alguien que se
tomó la libertad de decidir según sus crite-
rios, es abismal, y tan profunda que sus con-
secuencias te cambian de algún modo para el
resto de tu vida. Y lo que es aún peor, afecta
a esa criaturita que está preparada para pasar
por el canal del parto y a quien lo le permi-
ten tener ese contacto inmediato con su otra
mitad, su mamá; afectando a determinadas
áreas de la vida de ese nuevo ser ya que se
dificulta el vínculo, el apego, la lactancia….

Puedes tener más hijos y vivir experiencias


buenas y placenteras de partos posteriores
pero entristece sobremanera saber que tu
hija no puede volver a nacer, que la violencia
con la que vino al mundo, esa huella que dejó
en ella, no la puedes cambiar.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia,


enfermera y madre de día,
Murcia (España)

En Marzo del 2010 tuve a L. Intentando con


todas mis fuerzas parir a mi hijo, nacía por ce-
sárea después de más de 38 horas debido al
sufrimiento fetal.

Sin avances en la dilatación, accedía, o


decidía, o sencillamente me dejaba “aconse-
jar” y me colocaba la epidural. Entre contrac-
ción y contracción, intentaba leer un consen-
timiento que advertía de cosas espantosas
que podían suceder y en ese momento, con
el miedo en el cuerpo ya no por mí sino por lo
que le podía ocurrir a mi hijo, lo firmaba.
Media hora después entraban corrien-
do dos matronas y un ginecólogo; que respi-
rara más profundo, que mi hijo estaba muy
mal (las pulsaciones si no recuerdo mal, esta-
ban en 40). Comenzaban a realizar extraccio-
nes de sangre de su cabeza a través de mí, y
ya no había vuelta atrás, me llevaban al qui-
rófano. (Aún se ven las tres cicatrices de las
extracciones de sangre en su cabeza.)

Cuando realizaban el corte en mi ab-


domen, sentía un dolor inexplicable en mi
lado derecho, al comunicarlo me durmieron
completamente.

Se llevaban a mi bebé con su papá.

Conocía a mi hijo tres horas después.

Toda mi familia ya lo conocía (hasta la parte


de la familia que vive en Argentina). Todos lo
conocían menos yo.

Soy parte de ese pequeño porcentaje


de humanidad que es alérgica al acero qui-
rúrgico. Cinco días después de la cesárea me
quitaron las grapas metálicas y tras un mes y
medio de curaciones cerró mi herida, la física,
de la psicológica, de esa me sigo curando.

Una mamá sudañola, 35 años,


mamá de L. y M., arquitecta y fotógrafa,
Madrid (España)

Ahora que he tenido tiempo de informarme,


leyendo mucho y hablando mucho, aún sigo
asimilando poco a poco lo que pasó aquel
día. Y para cuando se me pase el susto y deci-
da tener otro bebe sabré cual es la respuesta
a las siguientes preguntas:

¿La anestesia epidural pudo pasar al bebé y


por eso hizo las bradicardias?

¿Si no me hubiese puesto la epidural habría


aguantado el dolor?

¿No podrían haberme aguantado hasta las 42


semanas yendo a monitores a diario?

¿Me habría puesto así, de parto sola?

¿Podría haberme puesto las prostaglandinas


en mi casa y habrían actuado mejor, ya que
en el hospital dudo que segregara en algún
momento oxitocina ya que estaba superner-
viosa?

¿Fue un abrupcio (desprendimiento de pla-


centa) de verdad o se pasaron de prudentes?

¿A dónde voy a parir que me pueda tener un


parto natural y respetado?

Belén Berlanga, 31 años,


mamá de Teo, fisioterapeuta.
Guadalajara (España)
TÉCNICAS Y PREPARACIONES
NATURALES QUE ME FUNCIONARON
EN EL PARTO
— “Los enemigos del parto son cuatro:
la ignorancia, el miedo, el dolor y la
impaciencia.”

Parir Sin Miedo El Legado De Consuelo Ruiz 

El parto de Alba era el segundo que tenía y


había decido que fuese en casa. Un par de
meses antes de la fecha probable de parto
Assum, mi comadrona, me dio una lista con
todo lo que debía tener preparado para cuan-
do llegase el día. Había de todo, toallas, una
linterna, un espejo, palanganas… Entre todo
ello también varias plantas medicinales, unas
para preparar mi útero para el parto y otras
para las curas posteriores.

Durante las últimas semanas estuve tomando


infusiones de hoja de frambueso para reblan-
decer el cuello del útero y creo que me fueron
bien pues pude llegar a 9cm. de dilatación con
bastante facilidad y el cuello se borró muy rá-
pido, ya antes de los 7cm. de dilatación. En la
despensa también tenía canela, por si las con-
tracciones no eran lo suficientemente fuertes.
Durante el parto utilicé aceite esencial de la-
vanda para relajarme cuando lo necesitaba y
Assum me fue administrando flores de Bach
sobre todo para superar los nueve centímetros
de dilatación en los que estuve unas siete horas.

Durante el parto recuerdo que en un


momento dado Assum empezó a presionar-
me el sacro para favorecer que me abriese y
para paliar la presión que sentía en mi vientre,
realmente funcionaba.

Desde los siete meses de embarazo


empecé a realizar con regularidad sesiones
de relajación y meditación asociadas al par-
to para borrar las creencias arraigadas en el
subconsciente sobre el dolor y el sufrimiento
y substituirlas por creencias empoderantes
sobre mi capacidad de traer vida al mundo y
aceptando como propia la posibilidad de que
fuera fácil y placentero. Teniendo en cuenta el
parto que tuve con Roger y el que tuve con
Alba, considero que me ayudaron mucho es-
tas técnicas, sobre todo para creer que tenía
la capacidad necesaria y para confiar en que
el proceso debía ir bien.

Asociadas a las meditaciones y a la relajación


que ya hacía por mi cuenta, empecé a traba-
jar mi parto también con la noesiterapia del dr.
Escudero. Había oído hablar de que se podía
parir sin dolor gracias a este método, estuve
practicando en casa con sus meditaciones,
ejercicios de relajación y músicas. Ciertamen-
te dolor no hubo, sí intensidad, mucha inten-
sidad, presión, apertura, cansancio… Al ver los
vídeos colgados en youtube pensé que parir
con la noesitarapia sería un paseo… No lo fue,
quizá porque no asistí a las clases que ofrecía
en Valencia, o porque llegado el momento de-
cidí vivirlo con mucha intensidad, no obstante,
la noesiterapia me resultó muy útil para frenar
y paliar dolencias durante el embarazo como
piernas inquietas o dolor de muelas. Y en la
hora del parto ciertamente mi concentración
y tranquilidad fueron evidentes, y quizá sí, po-
dría decirse que parí sin dolor.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)
Durante mis dos embarazos he practicado
Yoga. El Yoga es una práctica muy completa,
tanto a nivel físico como emocional y energé-
tico. La práctica de ejercicios junto a las respi-
raciones, las visualizaciones, me sentaron ge-
nial en los meses de embarazo. Era además
un momento a la semana que me dedicaba a
mí misma y a seguir conectando con mi bebé.

La práctica de las asanas aumentaron


mi elasticidad, así como la toma de conscien-
cia de determinadas partes de mi cuerpo gra-
cias a los ejercicios de suelo pélvico, impres-
cindible en mi opinión para la hora del parto.

La libertad de movimiento pienso que


ha sido una pieza clave en el fluido desarro-
llo de mis dos trabajos de parto. A raíz de la
lectura de “Parir en movimiento” de Blandine
Calais y de la puesta en práctica de sus ejerci-
cios, la movilidad de los huesos y articulacio-
nes de todos los huesos de mi canal pélvico
fue estupenda, y tal vez debido a eso en par-
te, mis dos partos han sido tan rápidos.
El uso de aceites esenciales, como el
de lavanda, para mí también fue eficaz a la
hora de parir. Aparte de usarlo como aroma-
terapia, mezclados en el agua de un humidifi-
cador prácticamente cada día, también usaba
este aceite esencial impregnado en la palma
de mi mano antes de dormir. Su efecto rela-
jante para mí era un bálsamo.

A la hora de parir en casa usé el mis-


mo humidificador, y el olor a lavanda me ha-
cía sentir segura, confiada. Mi pareja me hacía
masajes con sus manos untadas en aceite de
almendras y aceite esencial de lavanda, cada
vez que una contracción me apretaba fuerte.

La música ha sido otro elemento para


mí importante en mis partos. Durante los dos
embarazos he intentado escuchar música que
me hiciera sentir bien, relajada. Y después esa
misma música, en el trabajo de parto, ha sido
una ayuda para desconectar del mundo exte-
rior, para aislarme, conectar conmigo misma,
con mi fuerza interior, con el bebé.

La oscuridad también ha sido un ele-


mento presente en mis dos partos, necesario
a mi modo de entender este momento. En
ambas ocasiones yo misma eché la persia-
na para que hubiera poca luz. Eso era lo que
me pedía el cuerpo, mi instinto. A mí me ayu-
dó, como la música, a mirarme hacia dentro
y sentir cada oleada, cada contracción, cada
instante previo a la llegada del bebé.

Elisa, 35 años,
mamá de Julieta y Olmo.
Córdoba (España)


Las técnicas que listo a continuación me ayu-
daron tremendamente durante mis dos partos:

• Tener preparado un plan de parto con to-


dos los puntos importantes que mi marido
y yo creímos necesarios.
• Tener música y cantos en el paritorio.
• Escuchar las meditaciones guiadas graba-
das con mi voz, con las que me había pre-
parado durante el embarazo.
• Hacer la dilatación en la bañera.
• Los masajes que mi marido me dio en la
parte lumbar.
• Llevar el collar y la pulsera con las piedras
cargadas de energía positiva que mis fa-
miliares y amigas me dieron en las cere-
monias de maternidad de ambos bebés
y que habíamos hecho unos pocos días
antes.
• Fluir sin miedo entregándome a la sabidu-
ría de la naturaleza.
• Tener a mi doula cerquita para recibirme
al llegar al hospital y apoyarme en ella con
cada contracción.

Maribel, 39 años, mamá de Izan y Kiran, profe-


sora de Yoga. Palma de Mallorca (España)
 
Mi primer parto fue inducido, había roto la
bolsa pero no tenía contracciones así que me
pusieron oxitocina. Tardé unas 15 horas en
dilatar, el dolor era insoportable (en mi se-
gundo parto entendí que las contracciones
provocadas artificialmente son más dolorosas
y menos efectivas que las contracciones natu-
rales), y acabé necesitando una epidural que
me permitió descansar un par de horas antes
del expulsivo.

Durante mi segundo embarazo me preparé a


conciencia para tener un parto natural, aun-
que sabía que había posibilidades de que me
lo tuvieran que inducir otra vez, o que fuera
una cesárea, pero tenía claro que quería ha-
cer todo lo que estuviera en mi mano para te-
ner un parto lo más natural posible. Esto es lo
que hice y que creo que me funcionó:

• Movimiento y ejercicios para estabilizar


y abrir la pelvis. el movimiento es muy
importante en todo el embarazo y por
supuesto durante la fase de dilatación,
porque ayuda al bebé a posicionarse y a
descender por el canal del parto.
• Desde que las náuseas me lo permitieron
(más o menos a partir del cuarto mes) es-
tuve haciendo pilates para embarazadas y
aprendí la importancia de estabilizar la
pelvis (no sólo durante las clases sino en
cualquier actividad como caminar, sentar-
se, etc). Creo que esto fue crucial no sólo
para facilitar el parto sino también para
evitar los dolores de espalda que tuve en
mi primer embarazo debido a las malas
posturas.
• Otra cosa que hice para movilizar la pelvis
durante los últimos meses fue cambiar mi
silla por una pelota de Pilates, así que tan-
to para comer como para trabajar en el or-
denador me sentaba en mi pelota y hacía
movimientos circulares, de un lado a otro y
de atrás hacia adelante con la pelvis.

• Ejercicios para ayudar al bebé a posicio-


narse bien: En mi primer embarazo sabía
que lo ideal es que el bebé esté con la ca-
beza hacia abajo para nacer, pero no tenía
ni idea de que además tiene que estar mi-
rando hacia detrás y con el cuerpo colo-
cado preferiblemente en el lado izquierdo
de nuestra barriga para que el descenso
por el canal del parto sea lo más fácil posi-
ble. De manera natural los bebés tienden
a adoptar esta posición pero el ritmo de
vida sedentario, las malas posturas y otros
factores pueden dificultarlo, así que no
está de más echarle un cable al bebé para
que adopte la posición óptima. Además
de los ejercicios de pilates, como el perro
y el gato, estuve practicando otros que
aprendí en la web Spinning Babies, sobre
todo durante el último trimestre.

• Infusión de hoja de frambuesa. En España


no es muy popular, pero en otros países es
muy común que las embarazadas tomen
infusión de hojas de frambuesa en las úl-
timas semanas del embarazo. Se dice que
esta infusión ayuda a tonificar el útero, por
lo que las contracciones son más eficaces,
lo que puede ayudar a que el parto sea
más rápido y menos doloroso. También
ayuda a reducir la hemorragia postparto.
Empecé a tomar dos tazas al día en la se-
mana 38, y cuatro tazas a partir de la 39,
y lo cierto es que mis contracciones fue-
ron muy efectivas y sólo las últimas fueron
realmente dolorosas.Aunque siempre se
debe consultar con un especialista antes
de tomar cualquier suplemento durante el
embarazo.
• Visualización positiva. Esto parece ob-
vio pero no siempre trabajamos en ello a
conciencia, y a mí me ayudó bastante; en
primer lugar a esperar el parto con tran-
quilidad y sin miedo, y en segundo lugar a
afrontar cada contracción como algo posi-
tivo, como un trabajo que mi cuerpo hacía
y que me acercaba un poco más al mo-
mento de conocer a mi bebé, y no como
un dolor contra el que había que luchar.
Al tener esa percepción de las contraccio-
nes, las afrontaba de una manera diferente
a como lo hice en mi primer embarazo; en
lugar de tensarme y contener la respira-
ción, acompañaba cada contracción con
movimientos circulares de la pelvis y me
centraba en mi respiración y en todo el
oxígeno que estaba enviando a mi útero y
a mi bebé con cada inspiración.

Cristina Tébar, 34 años,


mamá de Alejandro y Sara.
Vera (Almería)
QUÉ HE APRENDIDO DE MI PARTO
— “Cuando el proceso del nacimiento
sea visto como un período de suma
importancia en el desarrollo de la
capacidad de amar, ocurrirá la revolución
en nuestra visión de la violencia”.
Michel Odent

He tenido dos partos, en el primero nació Ro-


ger y en el segundo Alba.
En el parto con Roger tuve que acep-
tar que la vida tiene sus propias reglas y no
siempre se adaptan a mis deseos. Entre otras
muchas cosas deseaba un parto natural, y no
lo tuve. Aprendí que no hay que dar las co-
sas por sentadas y acabé amando el cambio,
pues observé que en él se encuentra la semi-
lla del crecimiento.

En el parto con Alba, sin embargo, cam-


biaría para siempre mi percepción de la rea-
lidad. Desde que nació Roger ya cambié la
perspectiva hacia la vida, empecé a contar con
que realmente te podía dar muchas sorpresas,
gratas y no tan gratas, y asumí que si quería vi-
vir feliz debía estar en sintonía con ella.
A partir del nacimiento de Alba diría
que “Ella”, la vida, sintonizó conmigo y no al
revés. Me enseñó que el parto es como la
vida, en la que hay dejarse llevar y confiar en
los procesos y en lo misterioso, mientras una
está centrada en su trabajo haciendo lo que
hay que hacer para que todo salga bien. Si
confías y haces tu trabajo justo, sin intentar
controlar, sin querer manipular la situación,
observas como todo fluye y la fuerza de la
vida pasa a través de ti para traerte cosas ma-
ravillosas. Sin duda para llegar a tal grado de
confianza es importante trabajar el momento
del parto desde el embarazo, es vital que el
ambiente sea adecuado y nos incite a sentir-
nos relajadas y confiadas, si no, si sentimos la
más pequeña hostilidad, y en el momento de
parto estamos increíblemente susceptibles,
no podremos llegar al estado de relajación
requerido para que todo transcurra agrada-
blemente.

Otra de las cosas que aprendí, y que


me ha dejado una huella imborrable en el
alma, es la importancia de sentirte querida,
apoyada y acompañada. Con mi segundo
parto, que transcurrió en casa, tuve en todo
momento la presencia de mi marido y de mi
matrona, un tesoro de persona. Al principio
no los necesité, pero cuando la cosa empezó
a ponerse intensa de verdad, a partir de los
nueve centímetros de dilatación, fueron mi
tabla salvavidas. Respiraba con ellos a cada
contracción, me ayudaban a mantenerme en
el presente, concentrada en el trabajo que to-
dos estábamos haciendo allí. De verdad sen-
tía que Assum y Dani trabajaban junto a mí en
el parto, su fuerza era mi fuerza y su confianza
era mi confianza. Fueron una fuente de agua
clara en la que beber cuando me sentía des-
fallecer por momentos.

Esta apertura hacia los demás, esta


confianza la estoy trasladando a mi vida co-
tidiana. Está claro que la intensidad del mo-
mento une de una manera especial, pero el
concepto de apoyarte cuando lo necesitas y
de saber que siempre tienes a alguien con el
que compartir una experiencia hace que mi
corazón esté más predispuesto al encuentro
con el otro desde mi yo más genuino.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)
De mi primer parto, (inducido y acabado en
cesárea) aprendí que las mujeres tenemos y
debemos estar informadas. Saber cuáles son
nuestros derechos. Que las protagonistas de
nuestros embarazos y nuestros partos somos
nosotras. Que podemos parir, estamos bioló-
gicamente preparadas para ello, al igual que
sabemos respirar instintivamente; nuestro be-
bés nos guían en el parto. Ellos sí son puro
instinto de millones de años.
La información nos libera.
No podemos dejar el nacimiento de
nuestros hijos en manos de la opinión de
otros. Debemos cuestionarlo todo.
En mi segundo parto (en casa), aprendí
por qué el patriarcado se empeñó y se empe-
ña en robar todo lo referente a la sexualidad
femenina. El empoderamiento de las mujeres
que paren a sus hijos es una fuerza arrollado-
ra que asusta y estoy convencida que ha sido
la fuerza que movió a la humanidad durante
generaciones y que permitió al ser humano
llegar hasta nuestros días; a pesar de los últi-
mos siglos de represión patriarcal.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia, enfer-


mera y madre de día, Murcia (España)
Aprendí que el cuerpo es perfecto y hay que
cuidarlo, que la vida es más sencilla de lo que
imaginamos, y que nuestro instinto es real,
hay que hacerle caso, que el dolor es necesa-
rio, mas no el sufrimiento, y que todo de pen-
de de nuestra percepción. La mente es muy
poderosa pero a veces es necesario callarla,
para sentir el cuerpo en cada poro. Que es di-
fícil soltarse y para hacerlo es necesario con-
fiar, en nadie más que en una misma, que el
nacimiento de un hijo es una transformación
muy intensa que no hay forma de entenderla,
solo hay que vivirla.

Ale Ja, 28 años, mamá de Mariano. Monterrey,


N.L. ( México)

El principal aprendizaje que tuve en mi parto


es que puedo, puedo hacerlo, puedo traer a
un bebé a este mundo aunque las condicio-
nes no sean las ideales. Y eso ya es mucho,
le tengo pánico al dolor, me paraliza, pedí la
epidural a gritos y eso conllevó a cosas que
no me gustaron, pero yo no lo sabía. Ahora lo
sé, yo puedo.
Lo segundo que he aprendido es que
hay que informarse, mucho, quizá demasiado
para lo que debería ser. Si quieres un parto
respetado (el mío no lo fue), si quieres infor-
mación sobre alternativas tienes que buscar-
las tú. No puedes esperar a que la matrona
de tu centro de salud o la que te caiga en el
preparatorio te dé toda la información, por-
que puede que lo haga, pero también pue-
de que no. Así que tienes que moverte mu-
cho si no tienes esa suerte. Y es preferible no
esperar, empezar con calma e ir andando el
camino, es mucho mejor que hacer un sprint
final, porque puede que no llegues a la meta
a tiempo. Así que piano piano y sin agobiarse,
que siempre se viaja más a gusto así.

Isa, 32 años, mamá de Amalia, geóloga.


Zaragoza (España)


De mi parto he aprendido que hay que sentir
y confiar, hacerle caso a tu ser, a tu cuerpo,
a tu intuición, a tu instinto. Hay que elegir la
forma en la que tú creas y te sientas segura,
no en la que quieran los demás y así es más
fácil que todo vaya bien. Hay que ser valiente
y decidido.
“Súperhada”, 39 años, mamá de “Jorgeras”, 1
año, residentes en Madrid (España)

Mi parto me enseñó que las cosas se escapan


a veces a nuestra voluntad, que por mucho
que deseemos y nos imaginemos los aconte-
cimientos de una manera, todo puede cam-
biar en minutos.

Me enseñó que no solo hay que cuidar y pre-


parar el cuerpo durante el embarazo, que lo
más importante es cuidar y preparar la mente
y el alma.

Me enseñó que la naturaleza sabe hacer y si


las cosas no resultan de un modo es porque
la naturaleza ha decidido que fueran de otro.

Me enseñó la importancia del RESPETO.


Mi parto me enseñó la valía de una mujer y la
importancia de tener un gran hombre acom-
pañándola.

Cris, 31 años, mamá de Martín.


Palencia (España)

Que mi cuerpo es maravilloso y que ceder el


control al instinto es lo mejor que pude hacer.
Aprendí que no existe poder más grande que
el amor y el miedo, y que son espejos, y es
mejor respirar y sentir el amor para no parali-
zarse de miedo.

He aprendido a amarme más que nun-


ca, a respetarme, a honrar mis ciclos, mis pe-
chos productores de leche, mi cuerpo que se
expandió en amor y mis piernas fuertes que
soportaron los kilos extra, mi piel que dio de
sí cada instante y que sí se puede, que se pue-
de respirar, conectarse y trabajar en equipo
para dar a luz a otro ser.

Aprendí que tú mandas en tu parto, ni


el doctor, ni las enfermeras, ni la doula, ni tu
esposo… el ritmo lo marcas tú y tu bebé.
Aprendí que no solamente yo, si no todas las
mujeres somos mágicas, somos más fuertes
de lo que pensamos, somos poderosas, da-
doras de vida y de amor.

Aprendí que puedo hacer lo que sea.

Ari Echandi, 33 años,


mamá de Leo, terapeuta.
(México)
SI PUDIERA VOLVER ATRÁS…
— “…en el período que rodea al
nacimiento hay que eliminar todo lo que
es específicamente humano, mientras que
nuestras necesidades como mamíferos
deben ser satisfechas.”

Michel Odent
El bebé es un mamífero.

Si pudiera volver atrás:

No hubiera pedido que me administra-


ran un analgésico en mi primer parto, porque
eso ahora siento que me desconectó en parte
de mí misma, del proceso y de mi bebé.
No permitiría que no me dejasen a mi hija
mientras me daban los puntos de sutura de
mi episiotomía, aunque estuviera con su pa-
dre y fueran escasos los minutos que transcu-
rrieron.
No me sentiría como una enferma es-
tando embarazada, contenta de salir airosa al
superar cada prueba o analítica que tocaba.
No me hubiera tumbado boca arriba
para parir a mi primera hija, porque mi cuerpo
me pedía estar erguida.
No me hubiera olvidado de conectar
con el bebé durante el parto, a sabiendas del
gran trabajo que ellos también realizaron.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

Si pudiera volver atrás…. jamás me dejaría in-


ducir un parto. Nunca. Jamás.

Si mi bebé está tan mal ahí dentro como me


dijeron, ¿cómo podría soportar un parto ar-
tificial? No están preparados para pasar por
eso. Los ritmos, los tiempos, las cascadas hor-
monales… Todos los procesos fisiológicos de
parto no se parecen en nada a los de un parto
artificial.

Las inducciones son intentos patriarcales para


controlar la fuerza de la naturaleza y el senti-
do de la vida que solo puede encontrarse en
el cuerpo de una mujer que pare a sus hijos.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia, enfer-


mera y madre de día, Murcia (España)

Esto ha estado en mi mente mucho tiempo


tras el parto. Me he recriminado mucho mi
ingenuidad, el no informarme, no luchar más
por mi parto y por mi hijo. Me sentía culpable
por todo: por no buscar otras alternativas, por
decidir ponerme la epidural, por no empujar
bastante bien, por no llorar cuando mi hijo
no respiraba tras nacer, por no ir enseguida
a verlo, por no acudir una noche a la toma de
las 3 am a neonatos y por cada cosa que hice
como pude y que ahora juzgo que no fue su-
ficiente.

He pensado muchas veces que por mi


culpa mi hijo tuvo que vivir una experiencia
así. También nosotros lo pasamos mal. Sien-
to que tendría que haber desconfiado del gi-
necólogo, por su fama. Tendría que haberme
negado a que me hiciera el tacto o al menos
explicarle que no quería que me hiciera la
maniobra…no sé. Igual eso no hubiera cam-
biado que mi hijo no respirara al nacer o que
tuviera que ser ingresado. No puedo saberlo.
Una amiga que hace cartas astrales me dice
que cada uno viene a vivir unas experiencias
y que eso era lo que tenía que vivir mi hijo y
que no es mi responsabilidad. Bueno, yo no
soy tan… no sé cómo definirlo… ¿mística? El
caso es que lo agradezco, pero no me aca-
ba de servir. Me siento responsable, más bien
culpable. A veces creo que esto de la culpa va
de serie en la maternidad.

Ha pasado un año y sé que de nada


sirve mirar atrás y empezar una retahíla de “y
si…” que sólo hace generar culpa y duda. Son
dos malas compañeras. Muy malas. Yo hice
las cosas lo mejor que pude en ese momento,
aunque las hiciera mal desde mi punto de vis-
ta. Entonces no era capaz de verlo. Ahora lo
sé y espero no repetir los errores, al menos no
todos. Hice las cosas según quién soy, o más
bien, quién era y no era capaz de hacerlas de
otro modo. No me justifico, sólo trato de en-
tenderlo para poder seguir mi vida sin lastre,
sin quedarme anclada en ese pasado. Lo más
importante: espero haber aprendido algo.
En el futuro me gustaría volver a ser ma-
dre. Me gustaría hacerlo con más consciencia,
cogiendo yo las riendas. Quisiera trabajar mi
miedo al parto, al dolor. Quisiera encontrar un
sitio en el que me respeten, aunque me fas-
tidia tener que pagar por ello…En definitiva,
como no puedo volver atrás, en adelante in-
tentaré poner más de mi parte para que me
pasen las cosas más como yo quiero. Aunque
me cuesta aún quitarme la culpa de encima
y me genere un poco más el pensar que voy
a darle a otro hijo lo que a este le negué por
mi ingenuidad. En fin, parece que me queda
mucha tarea por hacer.

Ainara Soldeinvierno, mamá de Ojos


Negros Saltimbanqui. Alicante (España)
Exigiría silencio absoluto, no es mo-
mento de dar conversación por cortesía.

Pediría luz tenue, música relajante e intenta-


ría relajarme y conectar más conmigo misma,
profundizando en el momento y evadiéndo-
me de él.

Exigiría poder moverme. Me negaría a tactos


innecesarios, a rotura de bolsa.

Pujaría de forma más calmada y pensando en


mi hijo. Sintiéndolo y recibiéndolo. Sin prisas.
Sin miedo.

Exigiría que esperaran antes de cortar el cor-


dón umbilical.
Pediría mil motivos antes de permitir que se
lo llevaran a otra habitación para ponerle oxí-
geno.

Elena Rodríguez Álvarez 32 años, mamá de


Martín, maestra de infantil, Granada (España)


Si pudiera regresar el tiempo a ese 12
de Junio por la madrugada me lo tomaría con
calma. Respiraría más profundo, trataría de
dormir más y dejar el miedo a lo que iba a pa-
sar. Tomaría más agua, tomaría un té, comería
mejor, caminaría sin prisa, hablaría con Leo
más tiempo, acariciaría más mi vientre, me da-
ría un masaje, dejaría el nervio y la ansiedad
en otro lado, lo viviría más conectada con la
realidad y con la emoción.

Si pudiera volver atrás, no permitiría


que me violentaran en el proceso, no dejaría
que nadie marcara el ritmo del parto más que
yo. Aullaría más, pero también reiría más. Se-
ría más consciente de que el dolor disminu-
ye conforme te conectas con la loba que hay
adentro, pondría más música y meditaría para
lograr un proceso más amoroso, no tan inter-
venido.
Si pudiera volver atrás, no permitiría
que se llevaran a Leo a los cuneros, lo pegaría
a mi pecho y lloraría abrazada a él, dándole la
bienvenida al mundo, dejaría de escuchar a
todas las enfermeras y doctores decirme que
eso está mal, seguiría lo que mi instinto me
dijera.
Si pudiera volver atrás, viviría mi parto
en amor, sin miedo, lo viviría muchas veces
más.

Ari Echandi, 33 años,


mamá de Leo, terapeuta.
(México)
MI EXPERIENCIA CON DOULAS
—“Todas las mujeres merecemos el
cuidado de una doula. Algunas mujeres
merecemos convertirnos en doulas,
porque es reparador, y porque es una vía
abierta para dar amor.”
Laura Gutman

Antes de mi embarazo no había oído hablar


nada sobre las doulas. Pero al comienzo de
mi embarazo, investigando por internet me
topé con esta figura. Me sorprendió y decidí
informarme un poco más. Me gustaba y pen-
sé que seguramente me sería de gran ayuda
para afrontar mis miedos. Busqué y busqué y
la encontré. Fue como un hada que nos acom-
pañó durante el embarazo, el duro momento
del parto y una vez nacido Pirata. Ella, con sus
sutiles orientaciones me dirigió hacia un ca-
mino que yo intuía que existía pero necesita-
ba ayuda para coger la dirección correcta. Se
coló en nuestra vida despacito, sin hacer rui-
do y se marchó igual, pero dejando una gran
huella que Pirata, su padre y yo llevaremos de
por vida. Una huella en forma de corazón, ca-
lentito y suave.
Sólo puedo agradecerle todo lo que
me enseñó y me trasmitió, el cobijo que me
dio, que nos dio. Gracias por siempre.

Flappergirls, 39 años,
mamá de Pirata, maestra.
Madrid (España)

Antes no comprendía bien el rol de las doulas


en los partos, así que para mi primer emba-
razo no me interesó el tema. En cambio, para
el segundo fue distinto. Yo sabía que quería
un parto natural en la medida de lo posible,
pero… me daba miedo, me daba mucho res-
peto. Para mí, en ese punto, fue importante
una doula. Antes del parto, ella me informó
de todas las posibilidades que existían y du-
rante el parto me ayudó a sobrellevar las con-
tracciones. Me dio mucha, mucha confianza,
sabía que podía relajarme y concentrarme en
parir, porque ella ya se ocupaba de lo demás,
podía dejar de pensar y concentrarme en mi
cuerpo porque ella estaba allí. Ella me ayudó
a relajarme y a sobrellevar el dolor. Sin ella,
hubiese estado más nerviosa y tensa.

Gema Roldán, 38 años,


mamá de J. y M.
Barcelona (España)

Antes de quedarme embarazada, jamás había


oído hablar de las doulas. Una buena amiga,
me habló de los beneficios del Yoga prenatal
y decidí probarlo. Conocí a una maravillosa
profe de Yoga que se convirtió en mi doula.
Ella me explicó a la perfección cuál sería su
papel en todo el proceso y mi pareja y yo tu-
vimos claro que era eso lo que queríamos y
necesitábamos. Creo que aquel fue mi primer
acercamiento a la maternidad consciente. Yo-
landa, mi doula, me invitaba constantemente
a conectar con mi estado, a entender y res-
petar mis miedos, a escucharme y calmarme.
Con ella hablé mucho del parto y me sentí la
mujer más poderosa del mundo. Desde su
respeto absoluto a cada una de mis decisio-
nes, mi doula supo darme en cada momento
lo que necesitaba. Gracias a ella, comprendí
la importancia de cuidar a una mujer que está
gestando, y en eso las doulas son las grandes
expertas.

Beatriz Saguar González,


mamá de Nicolás, psicóloga.
Madrid (España)

Para nosotros fue especialmente importante


contar con una doula, ya que vivimos lejos de
nuestras familias, éramos padres primerizos,
y teníamos la idea de tener un parto en casa,
o como plan B, un parto respetado en el hos-
pital.

En la investigación que hice a raíz de


mi primer embarazo aprendí acerca de las
doulas y en ese momento supe que quería
parir en casa y tener una doula como guía y
apoyo. Aunque en mi caso no se dio el parto
en casa que buscábamos, nuestra doula nos
aportó un apoyo invaluable durante el parto
en el hospital y después ante las dudas que,
como cualquier pareja primeriza, teníamos.

Aún cuando hayas leído e investiga-
do, la ignorancia te perseguirá hasta que no
tengas la experiencia vivida. Y es ahí cuando
las respuestas a tus preguntas y las recomen-
daciones del caso marcan la diferencia. Las
doulas aportan seguridad y tranquilidad en
esos momentos donde todo pasa muy rápido
y nos falta la experiencia y el conocimiento de
los muchos trucos de la crianza.

La gran parte de mi embarazo la pasa-


mos en una ciudad en donde no iba a parir,
por lo que no fue posible tener a mi doula
durante todo mi primer embarazo. Contacté
por email con varias doulas de Mallorca, lugar
donde nos mudaríamos al final de mi embara-
zo, y les expliqué mi situación. El primer email
que recibí fue de una mujer llamada Magda
de Doulas MAM. Su email fue tan cálido y cer-
cano que sin aún conocerla en persona, intuí
que sería ella la que estaría a mi lado. Cuan-
do llegué a la isla, fue ella la segunda perso-
na que conocí, y aunque no se lo dije en ese
momento, ya no había duda que ella sería mi
doula.
Magda estuvo presente en dos de los
momentos más importantes de mi vida. Mi
doula me guió en varios aspectos, especial-
mente el de la lactancia, por lo que estaré
eternamente agradecida. Llevo a esta increí-
ble mujer, amiga, y madre en mi corazón.
Nuestra doula Magda, no solo es una amiga
entrañable sino, ella y su familia entera son
parte de nuestra familia en la isla. En muchas
ocasiones el vínculo que se crea con una dou-
la como Magda es para siempre.

Maribel, 39 años, profesora de Yoga,


mamá de Izan y Kiran,
Palma de Mallorca, España 

Mi doula se llama Rosa y la conocí hace mu-


chos años, ella estuvo muy cerca en diversas
etapas claves de mi vida, incluido el nacimien-
to de mi hija. Es una mujer con mucha presen-
cia y me ha ayudado de diferentes formas en
cada momento, a veces ha sido a través de su
escucha, en otras sugiriendo o regalando un
libro, y también recuerdo, de forma especial,
sus abrazos. Ella me ha transmitido la con-
fianza en mi potencial y me ha facilitado ser
capaz de seguir el camino de mi corazón, sin
decirme nunca lo que debía hacer o lo que
me convenía.

Su acompañamiento durante el parto


era de gestos sencillos, de miradas y silencios
apropiados a cada momento, de dulzura y
fuerza a la vez. Lo que me une a Rosa va más
allá de las palabras y de una relación profe-
sional, siempre la tengo cerca de mi corazón,
en ese lugar donde guardo las piedras pre-
ciosas.

Lucía, 51 años,
mamá de Nora, doula.
Binissalem (España)
LA VUELTA
A CASA
CON EL BEBÉ
MIS EMOCIONES
DESPUÉS DE PARIR
—“Las mujeres puérperas tienen la
sensación de enloquecer, de perder
todos los lugares de identificación o
de referencia conocidos; los ruidos son
inmensos, las ganas de llorar constantes,
todo les molesta, creen haber perdido las
capacidades intelectuales, racionales. No
están en condiciones de tomar decisiones
domésticas. Viven como fuera del mundo;
justamente, viven dentro del ‘mundo
bebé’.”
Laura Gutman
En el momento exacto después de parir,
cuando estás a punto de conocer físicamente
a tu bebé, yo creí que debía llorar de alegría.
Puede sonar raro, ¿pero no pensáis que hay
momentos en la vida en que parece que se
nos exigen ciertas emociones? Pues eso su-
puse yo sobre el momento de conocer a mi
hijo. Incluso mi marido, durante mi embara-
zo, una vez llego a casa con esta reflexión: “Es
que si no lloras en ese momento de la vida,
¿cuándo vas a llorar?”.

Así que no sé si fue para no decepcio-


narle a él, al médico, al anestesista, a la en-
fermera o ya no recuerdo a cuantas personas
más que estaban asistiendo mi parto en el
hospital, fingí una lagrimita en el momento en
que vi a Adam por primera vez. Pensé que eso
era lo que se esperaba de mí y así lo hice.

Me gusta poder reconocerlo ahora y


ser consciente de cuántas presiones tenemos
como madres que no nos llegamos ni a imagi-
nar, incluso algunas rozando lo absurdo como
esta.
Supongo que vi muchas películas ho-
llywoodienses en las que la mamá llora de
profunda emoción cuando abraza a su hijo
por primera vez. No digo que no pueda ser
así, solo quiero reflexionar sobre el hecho
de permitirnos nuestras emociones auténti-
cas y respetar nuestros sentimientos en cada
momento. Cuando conocí a Adam sentí paz,
curiosidad, alegría, tenía ganas de hablarle y
mirarle, y… nada que tuviera que ver con lá-
grimas. Qué momento tan increíble y fugaz
para estar pensando en el que dirán.

Alba, 28 años, mamá de Adam.


Barcelona (España)

Todo es diferente para mí ahora. Entre otras


cosas, mi cuerpo lleva dieciocho días san-
grando, y hoy a vuelto a escocer, y me ha he-
cho parar de nuevo, y conectar otra vez con
la quietud y la calma que me ofrece este mo-
mento de mi vida, y que a veces me olvido de
honrar y agradecer. 

Causalmente, cuando he parado y he co-


nectado con mi cuerpo, ha dejado de escocer. 
Todo es diferente para mí ahora. Ya no
miro solamente a través de mis ojos, sino que
veo a través de los ojos de mi hija, siento a
través de su piel, oigo lo que ella oye... 

Ahora soy una mamá-bebé, y esta ex-


periencia me trae por completo a mi mundo
interior... donde me doy cuenta de que una
parte de mí todavía resiste, haciendo pla-
nes, queriendo estar activa como antes de
ser mamá (es el miedo a lo desconocido, a
lo nuevo...) y me vienen las palabras apertu-
ra, rendición, recogimiento... Estoy tomando
conciencia ahora de que ya no soy sólo ma-
dre, sino que también soy bebé. Y ella me lo
recuerda a cada instante, pues sólo quiere es-
tar conmigo. En el calorcito que ella conoce,
en el olor que le da seguridad y confianza. Y
cuando me separo unos minutos, yo también
quiero estar de nuevo con ella. Piel con piel.
Corazón con corazón. 

Es como si su reclamo me dijera:


“Mamá, conecta contigo, acepta y honra este
momento de recogimiento, de descanso en
tu cuerpo, en ti misma, conozcámonos y tran-
sitemos este pasaje juntas, porque este mo-
mento no se va a volver a repetir...”. 
Y en esta nueva dimensión de la exis-
tencia me encuentro a mí misma, transparen-
te y sin velo. Con mi alma desnuda, que ahora
sólo Nur puede leer e interpretar, como una
gran maga, llena de sensibilidad, desde su
alma pura que me refleja constantemente.
Por eso la amo más y más cada día. Y porque
me hace volver en mí una y otra vez, y porque
me enseña a profundizar en el lenguaje de las
hadas, el lenguaje del silencio, el lenguaje del
corazón.

¡Gracias maestra!

Noraya Kalam Llinás, 40 años,


mamá, terapeuta.
Madrid (España)

Tengo una amiga médico y ella me hablaba


de la revolución hormonal después del parto,
que si durante el embarazo estaba con alti-
bajos de humor, felicidad y depresión, debía
prepararme para las primeras semanas con
tantos cambios hormonales. No le faltó ra-
zón. Lloré veinte días seguidos. ¿Por qué? Por
todo, felicidad, tristeza, emoción… una mez-
cla de todo y en cada momento lo suyo.
Mis hormonas se relajaron y un día no
lloré tanto, y al siguiente nada, pero mi sensa-
ción de confusión a nivel personal era tremen-
da. Creo que fue frustración, yo quería estar
tranquila, disfrutar y conocer a mi hija, adap-
tarnos la una a la otra, a nuestra nueva vida.
Ya en casa, con visitas, mucho trabajo porque
vino mi familia de fuera, las hormonas… me
sentí invadida, mi intimidad aniquilada. Sólo
me apetecía estar con mi marido, nunca lo he
querido tanto como aquellos días, casi inso-
portable y, con mi querida hija, teníamos tan-
to que aprender la una de la otra.

Esperaba con ansia esa oleada de amor que


había leído muchas veces que llega cuando
en el parto por fin le ves la carita a tu reto-
ño, a mi no me llegó. Berta era una completa
desconocida que no podía dejar de mirar ni
siquiera para dormir. Cerrar los ojos y no verla
era como caer por un precipicio.
Nació Berta y nací yo como madre. Mi iden-
tidad como ser único se quedó aquel 23 de
marzo en el paritorio.
La llegada de Julia fue bien diferente,
con experiencia y consciente de lo que haces
sólo se puede disfrutar. Ni siquiera las hormo-
nas se apoderaron de mi más de tres o cuatro
días.

Pilar Moreno Varela, 38 años,


mamá a tiempo completo de Berta y Julia.
Española residiendo en Alemania

No tuve que volver a casa, porque Leo nació


en casa. Fue el día más feliz de mi vida.

No sé cómo explicar la fuerza que le da a una


mujer un parto salvaje y natural. De repen-
te, te sientes poderosa, te sientes una diosa,
con fuerza para dar vida. Es una sensación
tan grande y tan mágica. Es lo mejor que te
puede pasar siendo mujer, es como una ilu-
minación. Puedo decir que mi parto estuvo
en concordancia con mi esencia, con lo que
yo soy. Nada más parir, me vino una especie
de energía que no sé de dónde la saqué, que
me hacía estar guapísima y con una fuerza in-
mensa…

¿Depresión post parto? Yo tuve subi-
dón post parto.

Leo, tan pequeño, tan frágil, tan parte de mí….


Era parte de mí, pero yo no lo conocía. Recuer-
do que cuando vino mi madre a casa a verme
lo cogió en brazos y sentí celos, ¡sí, celos! Por-
que era mi bebé y yo aún no lo conocía, no
tenía conexión con él y digamos que no po-
día permitir que nadie lo tuviera hasta que los
lazos entre él y yo fuesen fuertes…. Los prime-
ros días lo tuve conmigo todo el tiempo. Todo.
Y fue precioso. Me encantó cuando mi madre
me reconoció que ella había tenido tres hijos
y tenía que venir yo, su hija, a explicarle lo que
era parir. Le parecí muy valiente y le encantó
lo que hice, parir en casa sin miedo y como
una hembra que soy. El reconocimiento de mi
madre hacia mí como mujer fue de lo más bo-
nito que me ocurrió.

Tuve la suerte de que Dani dejara una


camarita muy pequeña grabando el parto, yo
no me enteré de nada. Pude enseñar el par-
to grabado a mis amigas íntimas, a mi madre,
a mi hermana y me encantó poder compartir
con la gente que quiero el mejor momento
de mi vida y explicarles como es, quitarles el
miedo. Eso también fue precioso en el post
parto.

Pero lo más bonito era tenerle a él, a


Leo, al bebé, todo el rato conmigo. No dormía
mucho por las noches, pero recuerdo noches
de quedarme dos horas mirándole atontada y
pensando “cómo te puedo querer tanto cria-
tura, gracias por venir a mi”.

Adela, 31 años, mamá de Leonardo.


Santa Eulalia (Ibiza)


Mis emociones después de parir fueron como
las del “Monstruo de colores”, todas revuel-
tas: alegría, tristeza, cansancio, paz, enfado,
miedo... Miedo sobretodo a este cóctel, a es-
tar sintiendo cosas que pensaba que no iba
a sentir, que no “debería” sentir. Si tener un
bebé es la experiencia más maravillosa del
mundo, ¿por qué estoy triste? ¿Por qué no
tengo ganas de estar con él? Una dualidad
constante, sentir como si estuviera con un pie
en el cielo y otro en el infierno. Y en ocasio-
nes, esa sensación de soledad, pese a estar
siempre acompañada de un pequeño ser.

Después de tener a mi segundo hijo,
me encontré una mañana llorando y llamando
a mi madre (que estaba a cientos de kilóme-
tros), porque me sentía terriblemente sola. Mi
madre no pudo venir y yo me tragué esa so-
ledad. Como me tragué la desesperación por
verme inmersa en un torbellino de emociones
que me ahogaban, llegando a momentos de
locura ya no sé si real o imaginaria. Pero dicen
que todo pasa, o al menos, lo hacemos pa-
sar... Hasta que vuelve a salir, en mi caso con
el tercer parto.

Natalia B. Grabinski, 39 años,


mamá de Suyay, Tehue y Sami, periodista.
Barcelona (España)

Después de tener a mis niños, en ambos ca-


sos por cesárea, mis emociones estaban fue-
ra de control. Recuerdo pasar del embeleso
absoluto, maravillada al observar cada detalle
del cuerpo de mi bebé y al otro instante co-
menzar a llorar con angustia, sintiendo deses-
peración y sin saber qué hacer.
Ojalá hubiese comprendido en aque-
llos duros momentos, que todas mis emocio-
nes eran naturales y normales, que pasarían.
Ojalá me hubiese permitido a mí misma “sen-
tir sin culpa” todo lo que me estaba sucedien-
do.

Con el tiempo comprendí que estába-


mos “fusionados emocionalmente” con mis
hijos. Que simplemente necesitaba seguir
mi instinto, que el bebé transmite a su madre
todo lo que necesita para sobrevivir.

En mi caso, a pesar de las opiniones,


consejos y el “ruido exterior”, logré conectar
con mis niños y pude “estar presente” para
ellos. Pero lo hice confundida, sintiendo culpa
y temor porque mi instinto no coincidía con lo
que “el afuera” me decía.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)
¡Bienvenido bebé! ¡Bienvenida la revolución
hormonal! Inmediatamente después de parir,
cuando mi bebé estaba piel con piel conmi-
go, me sentí rara, amorosa, tierna.

Los dos días en el hospital los recuerdo con


un gazpacho de emociones: amor, alegría,
agobio, preocupación, estrés… Recuerdo en
concreto un tipo de dolor de cabeza, que he
bautizado como “migraña hormonal”, pareci-
do a una resaca de domingo después de una
noche de sábado donde no quería salir y al
final terminé sin querer entrar. Cierto es que
las visitas al hospital fueron muy numerosas,
con niños incluidos, y yo primeriza, y ambos
intentando acoplarnos el uno al otro, tantos
virus rondando el ambiente, y mi bebé tan
tiernito…

Pero cuando vino el torrente de llanto,


que me persiguió durante el primer mes, fue
en el momento de montarnos en el coche e ir
hacia casa. Me senté, le miré, tan pequeño y
tan vulnerable (y yo tan pequeña y tan vulne-
rable también), y lloré… Lloré muchos días, a
muchas horas, y sin muchos motivos… Lloré
friendo un filete, lloré dando un paseo, lloré
mirando a mi bebé, lloré con mi madre, con
mi prima, con mis amigas… con todo el mun-
do. Esta emoción no la podría catalogar como
tristeza, porque no estaba triste, aunque sí a
veces apenada, sin poder explicar el motivo.
Quizá me encontraba sobrepasada, sin poder
controlar nada de la situación, ¡con lo que me
gusta a mí controlar las cosas!

Igual que vino el torrente, se fue. Y al


marcharse, dejó espacio para todo tipo de
emociones positivas: amor, alegría, felicidad,
armonía, paz, tranquilidad… ¡Y estas sí que
parece que han venido para quedarse más
tiempo conmigo!

Blanca, 35 años, mamá de Daniel.


Madrid (España)

Siempre he sido de lágrima fácil, y me emo-


ciono muy rápido. Así que cuando me pusie-
ron a mi bebé encima después de parir, fue
bonito pero yo no sentí ninguna emoción es-
pecial. No se me saltaron las lágrimas. Ni si-
quiera una pequeñita.

A los pocos días de estar en casa, así
de repente, me sentí un poco mala madre por
no sentir esa emoción que siempre imaginé
que tendría en ese momento.

También me confundía la sensación de recha-


zo ante la nueva responsabilidad. Se supone
que como ya eres madre, sabes lo que tienes
que hacer con tu bebé desde el primer ins-
tante y que no debes asustarte por lo que se
te viene encima.

Empecé a pensar que era incompetente para


cuidar al bebé.

Tina, 30 años, mamá de Enrique.


Suiza

Los primeros días fueron muy difíciles. Yo era


un volcán de sentimientos. La angustia, el mie-
do, la soledad, la felicidad, el amor… todo me
invadía. ¡Era un verdadero monstruo de colo-
res! La beba lloraba mucho y para calmarla la
tenía a upa todo el tiempo. Lo más duro eran
las noches. Le daba teta a libre demanda y no
dormía de corrido más de una hora. Me sentía
sola, sola y sola. El hecho de ser madre solte-
ra para mí se había transformado en soledad
pura. No tener quién te releve alguna noche
para consolar a la beba, que te la tenga para ir
al baño. Los dolores de todos los puntos que
me habían hecho, a pesar de ser parto nor-
mal, me invadían. De a poco, con la palabra
y compañía de mi mamá y mis amigas, todo
fue pasando. Mirulina se fue acostumbrando
a nosotras y a la casa. De repente, sin darme
cuenta, teníamos una hermosa rutina y nueva
vida juntas.

Mariflor, 32 años,
mamá de Mirulina, emprendedora.
Buenos Aires (Argentina)

Una de las sensaciones que todos hemos


vivido alguna vez pero que se intensifica-
ron tras el parto es el miedo a morir. Tenía y
tengo mucho miedo de marchar de su lado
tempranamente y que crezca sin los valores
que queremos trasmitirle, sin nuestro apoyo
incondicional, que aunque la familia lo que-
rría y criaría de la mejor forma posible, lleno
de amor, seguramente no sería de la forma
tan respetuosa que nosotros intentamos que
crezca.
Mayor aún que el miedo a morir, es el
miedo a que a él le pase algo, es pensar en la
posibilidad y siento que me falta el aire, una
gran presión me oprime el pecho. Si algo le
sucediera yo no sabría continuar, no querría
vivir más, la vida no tendría sentido. Pero en-
seguida intento desterrar estos pensamientos
de mi mente, no es bueno alimentar este mie-
do porque se apoderaría de nosotros y no se
puede vivir de los miedos.

No todos los sentimientos son así de


oscuros, con la llegada del pequeño descu-
brí un sinfín de emociones hasta el momento
desconocidas para mí. Cuando contaba que
estaba embarazada, otras madres me decían
que lo querría más que a nadie en mi vida y
yo decía que ya tenía a dos niños que quería
más que a mi vida, mi hermano pequeño y mi
sobrina, y me decían “no es lo mismo, no se
puede explicar...” ¡Cuánta razón tenían! De
verdad que es un amor tan grande que no
se puede explicar con palabras, es mirarlo y
sentir que mueres de amor, las lágrimas se
derraman solas, yo no sabía y no creía que se
pudiera llorar más que de tristeza, de alegría
nunca había llorado (me he emocionado mu-
chas veces pero sin llegar a las lágrimas), pero
esto tampoco era alegría, son lágrimas de
amor, un amor que es imposible de conocer
si no se tienen hijos, es sentir que el corazón
se sale del pecho contemplándolo, sentir que
ese milagro de la vida es parte de mí, que es
el mayor tesoro habido y por haber, tan gran-
de y a la vez tan frágil, tan dependiente de no-
sotros.

Esta fragilidad hacía que me sintiera


muy insegura, ¿cómo sabría que lo estoy ha-
ciendo bien? Me dejé llevar, seguí (y sigo) a
mi instinto y al corazón en cada momento y
enseguida me sentí segura y poderosa. Nues-
tro instinto de madre no nos va a fallar, no ha
fallado nunca.

Mayte MS, 31 años,


mamá de Santiago, maestra.
Castellón (España)
PENSAR QUE TODO
VOLVERÁ A LA NORMALIDAD
DESPUÉS DEL PARTO

—“Es como tener el corazón abierto,


con sus miserias, sus alegrías, sus
inseguridades, con todas las situaciones
pendientes por resolver, con lo que
nos falta comprender. Es una carta de
presentación frágil: esto es lo que soy en
el fondo de mi alma, soy este bebé que
llora.”
Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra

Tenía hechos muchos planes, incluso ayudar a


una amiga a montar un empresa en mi ciudad
natal. Al fin y al cabo, los bebés duermen 20
horas al día ¿no? Os juro que lo leí en algún
sitio, o me lo dijo la matrona o yo qué sé. Se
presentaban ante mí 4 meses de baja mater-
nal, era mucho tiempo.
Tiempo libre para hacer millones de
cosas. Yo no iba a cambiar mi vida, me iba a
llevar a mi hija a todas partes donde yo fuese,
e íbamos a disfrutar juntas de mis planes, de
todos mis planes. Compré millones de libros
para leer durante esos 4 meses, y me llegué a
preguntar qué iban a hacer en la oficina sin mí
durante todo ese tiempo.

Cuando nació Ciruelina Azul, estu-


ve dos meses sin coger el teléfono, no tenía
tiempo para nada. Ciruelina Azul se desperta-
ba cada poco, y mientras ella dormía, yo tenía
que preparar el pecho para la siguiente toma,
sacarme leche, recoger, fregar, lavar o plan-
char lo que podía y si conseguía ducharme
era un lujo increíble. Me replanteé mi vida, mi
yo, porque dejé de ser yo, para ser nosotras,
y tuve que entenderme dentro de su vida, de
sus necesidades y del amor que me pedía y
me daba. Era madre, y ser madre era lo más
importante que me había sucedido jamás. Mi
trabajo más importante.
Mamá Ciruelina, 36 años,
mamá de Ciruelina Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)
Cuando llegamos a casa con Pirata
después de salir del hospital era la hora de
la comida. Estábamos como locos por comer
comida china pues durante el embarazo no la
había probado, por eso de intentar comer lo
más sano posible. ¡Qué ilusos! Pusimos a Pira-
ta en su minicuna pegadita a la mesa donde
reposaban suculentos platos de comida china
y comenzó nuestra nueva vida absolutamente
inimaginada. Pirata llora que te llora, y noso-
tros pensando, ¿pero los bebés no comían y
dormían?, ¡Ja!, Pirata comía y veía, le gustaba
tomar su tetilla y acurrucarse en los brazos de
quien fuera, preferiblemente yo, pero si no
era mami, pues cualquier otros brazos. Cabe-
ceaba (que no dormía), mamaba, observaba
y vuelta a empezar. Pero dormir en algún si-
tio que no fueran unos brazos, ¡ni de broma!
Hamaquitas y demás artilugios, nunca, nunca
aceptó estar tumbadito en algo que no fuera
un humano.

Tampoco te da mucho tiempo a pen-


sar, todo va a tal velocidad que haces y punto,
no te queda otra. A veces te paras y piensas,
pobre de mí, ¿y yo que creía que cuando die-
se a luz todo terminaría? ¡Y es cuando todo
empieza! Porque crees que cuando tengas a
tu bebé en casa serás como las familias que
ves en las pelis, o las que ves pasear por la ca-
lle que aparentan paz y armonía. Es una etapa
dura que no te cuenta de verdad, los llantos,
el cansancio, el despiste. Un shock en el que
pasas de vivir tranquilamente contigo misma
y a lo sumo con tu marido, a no estar nunca
contigo misma.

Son mil sentimientos, una explosión y


miras tu vida, los pocos segundos que pue-
des pararte, perpleja, asombrada de como
es vivir de cerca la maternidad, una experien-
cia que por mucho que te cuenten, nunca se
aproximará a la realidad.

Con el tiempo la cosa mejora porque


ya no concibes la vida de otra manera.

Flappergirls, 39 años,
mamá de Pirata, maestra.
Madrid (España)



Esto lo daba por hecho. Tanto que pla-
neé trabajo de leer, preparar clases, etc. para
el periodo de baja por maternidad. Pensé que
me seguiría importando lo mismo el trabajo,
es decir, un montón. Que me apetecería y, so-
bre todo, que tendría tiempo. De nuevo, ¡una
ilusa!

Lo más chocante fue que pensaba que
yo sería igual, pero con un bebé, como si se
tratara de un anexo, de algo más, que te resta
tiempo para otras cosas y ya. ¡No tenía ni idea
de la transformación que supone un hijo/a! Y
por mucho que me llegaban mensajes de ad-
vertencia, no acababa de captarlos.

No creo que se pueda contar ni ima-


ginar un amor así, un cambio tan grande de
prioridades, de forma de mirar el mundo. Mi
hijo me hace cada día una persona más cons-
ciente. Consciente por narices, no por consi-
derarme un ser más “elevado”, sino porque si
llora tengo que parar a ver si es que yo estoy
mal y ni me he enterado; si grita mientras jue-
ga en el salón y yo estoy con él, me hace ver
que no estoy presente, que mi cabeza se ha
ido lejos, pensando cosas inútiles… Creo que
me hace disfrutar más de las cosas y, a pesar
de mi genio aún algo alterado, ser un poco
más sensible también con los demás.

Y por supuesto, desde que ha empeza-


do a comunicarse de una forma más intencio-
nal, es decir, desde que con 2 meses me miró
por primera vez, todo es mucho más intenso.
Me mira, se ríe, me llama, me imita, se ríe si le
imito, me da de comer… Y toda esta interac-
ción que vive como un juego, para mí es el
mejor regalo del mundo mundial. Es un pla-
cer enorme, aunque no siempre me permito
disfrutarlo libremente, sin restricciones, sin
que la mente me bombardee con todo lo que
tengo que hacer o con si se ha ensuciado, o
tiene un moco o lo que sea.

Mi hijo me ha regalado una nueva vida,


otra forma de mirar, de estar en el mundo.

Ainara Soldeinvierno,
mamá de Ojos Negros Saltimbanqui.
Alicante (España)
No sé cómo pude pensar que podría
volver a hacer mi vida anterior como si nada.
Durante el embarazo estaba preparándome
para unos exámenes, que eran justo unas dos
semanas más o menos después de parir. Y
yo pensé, claro como ya habré parido, podré
ir tranquilamente a examinarme. Qué ilusa.
Apenas podía ir al baño sin que mi bebé me
reclamase, ¿cómo iba a ausentarme unas ho-
ras de casa y dejar a mi hijo sin su madre?

Ahí fue cuando empecé a darme cuenta de


que ahora en adelante, toda mi vida seria an-
teponer las necesidades de mi hijo a las mías.
Ya no podía organizar mi vida pensando solo
en mí o en mi marido.

El proceso de hacerme a la idea fue muy duro,


porque lo dices muy fácilmente, pero hacerlo
cuesta mucho esfuerzo. Las rutinas que te-
nía antes ya no existían, de repente me había
convertido exclusivamente en madre 24/7.

Tina, 30 años, mamá de Enrique.


(Suiza)
Nada más cierto. Como madre prime-
riza, después de un embarazo rosa pastel,
imaginas que en cuanto salgas del hospital y
llegues a casa, la vida seguirá igual que antes.
Que retomarás tus responsabilidades, saldrás
a la calle, verás películas y harás la comida,
que te vas a bañar y arreglar, que tu zona de
confort seguirá ahí, esperando por ti.

Cuando te das cuenta que eso que


pensabas es irreal, y que ahora tu vida ha
dado un vuelco, que tu cuerpo es diferente,
que no tienes tiempo de hacer nada porque
temes dejar al niño solo y le pase algo mien-
tras corres por un pan y un vaso de agua a
la cocina… Entonces sabes que eres madre, y
que nada volverá a ser igual.

Ari Echandi, 33 años,


mamá de Leo, terapeuta.
(México)
LOS CONSEJOS DE LOS DEMÁS
ME VUELVEN LOCA
—“Se lamentan algunos de que los
niños vengan al mundo sin manual de
instrucciones, o de que no se pidan
estudios y un título para ser padres. Detrás
de estas frases pretendidamente graciosas
subyace la peligrosa creencia de que no
se puede criar adecuadamente a un niño
sin seguir los consejos del experto de
turno.”
Carlos González
Bésame mucho


Pasé los primeros días después del parto


bastante fuerte y con la sensación de estar
haciendo las cosas bien. No, no tenía miedo,
todo iba bien. Al llegar a casa también llegó
la familia, amigos y demás gente que te quie-
re y que con toda la buena fe intentan ayu-
dar dando consejos y opinando sobre cada
movimiento del bebé y por supuesto de los
padres. Todos saben lo que le pasa a tu hija,
cólicos, reflujo, hambre y un sinfín de comen-
tarios que no hicieron otra cosa que crearme
dudas; Quizás tenían razón y no era bueno
cogerla tanto en brazos, o que durmiera con
nosotros, ¿y si la chafábamos? ¿Con la teta se-
ría suficiente?, a lo mejor no engordaba por-
que mi leche no valía y, los pendientes, ¿me-
jor los primeros días porque de verdad no se
enteran de nada?

Lo que prometía feliz empezó a complicarse.


Empecé a sentir que todo el mundo lo hacía
mejor que yo, que sabían más que yo. Empe-
zaron mis dudas sobre lo que yo sentía, lo que
yo quería hacer y lo que se suponía que esta-
ba bien… lo que todo el mundo hace.

Esto marcó mucho, para bien, el naci-


miento de mi segunda estrella. Al final no hay
nada como hacer las cosas desde el corazón
y con el convencimiento de que sean mejor o
peor siempre son con el amor de una madre,
eso no puede hacer daño.
Pilar Moreno Varela, 38 años,
mamá a tiempo completo de Berta y Julia.
Española residiendo en Alemania
La gente se cree con el derecho y la
obligación de contarte todos los pormenores
de la maternidad, la lactancia, cómo tienes
que cambiar al bebé, cómo alimentarlo, por
qué llora, como hay que hacer cada cosa….
Como si no lo fueras a descubrir tú misma.
Es como si te cuentan su opinión personal
de una trilogía, ¡cuando estás empezando
la primera parte! Desde entonces, cada vez
que una mamá amiga tiene un bebé le digo:
“Tranquila, no escuches a nadie, sigue tu cora-
zón”.

Ana B. Naranjo Martín, 34 años,


mamá de Daniel, trabajadora social.
Granada (España)

“Dale chupete desde que nazca”, “Este-


riliza todo, todos los días y por lo menos hasta
que tengan 2 años”, “¿Cómo sabes si ha comi-
do lo suficiente?”, “No la cojas tanto”… Todos
opinan, mi madre, mis abuelos, mi padre, mi
hermana, otras madres, amigas con hijos y sí,
aunque os parezca increíble las amigas sin hi-
jos también opinan.
No sólo opinan cosas dispares tus fa-
miliares y amigos, si no que los pediatras tam-
poco se ponen de acuerdo. Todos hablan de
crianza, alimentación, etc. Pero ¿Son médicos
o psicólogos? Los primeros meses me volví
loca, no tenía un pediatra fijo (disfruté parte
de la baja fuera de la ciudad, donde vivía para
estar cerca de mi madre y fui varias veces a ur-
gencias) así que me di cuenta rápido de que
cada uno me daba consejos diferentes. Tras
volverme loca, decidí escucharme a mí misma
sobre todo en los temas de crianza y educa-
ción, y más tarde en alimentación.

Leí todo lo que pude sobre crianza y


maternidad, me fié de la OMS y aprendía a
escuchar a mi cuerpo y corazón. Finalmente
pude ir haciendo lo que creí que era mejor
para mis hijas, entendiéndome a mí y mi ma-
nera de ser.

Ahora sigo grupos de crianza respe-


tuosa en foros de Facebook, dan mucho apo-
yo y sirven para aclarar dudas, y lo esencial te
siente acompañada en tu modo de crianza y
funcionan como una tribu.

Mamá Ciruelina, 36 años, mamá de Ciruelina


Azul y Ciruelina Marrón. Madrid-Gijón (España)
Todas las madres sabemos que los
primeros días son un absoluto caos, sobre
todo si se trata de tu primer hijo. Y digo esto
habiendo tenido sólo una hija. Al cóctel de
hormonas que tenemos en el cuerpo se su-
man los días previos al parto en que apenas
descansas ya, el cansancio por el trabajo de
parto, la incomodidad de no estar en tu casa
(no se duerme igual en una cama que no es la
propia), miles de visitas que no te dejan des-
cansar y además, enfrentarte a una situación
nueva para la que no te sientes preparada.

Porque una cosa es la formación teóri-


ca que podamos tener gracias a los cursos o
la lectura de libros, artículos, etc., y otra cosa
muy diferente poner todo eso en práctica.

Pasé de una gran paz interior, una co-


nexión total con mi cuerpo y mi hija, a este
profundo caos. Los tres primeros meses con
Enara fueron para nosotros un absoluto calva-
rio. No dejaba de llorar. Apenas dormía.

Nos decían que tenía cólicos. Y que se


quedaba con hambre. Y que tenía frío. O ca-
lor. Era nuestra única hija y pensábamos que
nuestros padres lo sabían todo sobre la crian-
za y que tendrían razón.

Era la única nieta en las dos familias. Es-


tábamos continuamente acompañados. Nos
decían cómo alimentarla, cogerla, pasear-
la... En cuanto lloraba me decían: “trae, que
te la cojo yo”. Yo me sentía totalmente inútil.
¿Cómo podía no saber qué era lo que necesi-
taba mi hija?

Fue después de dos meses y medio


cuando desperté y fui consciente de lo que
estaba pasando. Realmente no lo estaba ha-
ciendo tan mal. Los primeros días Enara había
pasado de estar con su madre las veinticuatro
horas del día, abrigada y alimentada por su
cuerpo, arrullada por la música y el sonido de
las olas del mar a estar en un lugar con exce-
siva luz, con mucho calor (era finales de julio),
con ruidos constantes y, sobre todo, sin su
madre. Miles de brazos la cogían para sacarse
una foto, para decirle lo bonita que era y eso
la estresaba.

Cuando fuimos conscientes de esto,


David y yo decidimos darnos un tiempo para
nosotros tres. Dejamos de visitar abuelos, tíos,
amigos y no salimos de nuestro pueblo. Enara
se tranquilizó. Se convirtió en la niña dulce y
de la eterna sonrisa que es hoy.

Nos dimos cuenta de que los consejos


de los que nos rodeaban eran bienintenciona-
dos, pero que estaban basados en sus expe-
riencias propias. Y no hay dos niños iguales.
Lo que funciona para uno no tiene que ser vá-
lido para otro. Aprendimos que el instinto lo
es todo. Y que nadie conoce a un niño como
sus padres.

Silvia, 36 años,
mamá de Enera, gestora comercial de banca.
Muskiz, Bizkaia (España)

Normalmente, y en mi caso no iba a ser


diferente, las personas cercanas y las no tan
cercanas tienden a dar consejos en base a sus
experiencias vitales y creencias. Es cierto que
suelen resultar irritantes ya que algunos de
ellos suponen una intromisión en tu forma de
pensar y se efectúan desde un punto de vista
imperativo. Pero realmente yo prefiero cen-
trarme en la maravillosa situación que estoy
viviendo sin permitir que me afecten y sin que
nadie se entrometa en mis decisiones, ya que
son mi responsabilidad.

El problema es cuando tienes alguna


duda real y entre todos convierten esa duda
en algo todavía más difícil de solucionar.

He deseado en muchas ocasiones del emba-


razo, incluso en el puerperio, haber pasado
esta etapa de mi vida con su padre y nadie
más en cualquier otro lugar del planeta. Des-
aparecer lejos de las opiniones del mundo de
mi alrededor.

Ane, 34 años, mamá de Aquiles.


Guipúzcoa (España)

Con amor, con respeto y con muy bue-


nos modales pido a los amigos y familiares
que respeten mi puerperio, momento que,
tanto el papá como yo consideramos de gran
valor para nuestro nuevo núcleo familiar.

A los pocos minutos de llegar a casa


nuestra cama está rodeada. Cada una de las
personas que me rodean buscan obtener
algo de nosotros. Yo, busco paz, silencio y res-
peto. No muy compatibles una cosa con las
otras.

Me siento vulnerable, no tengo fuerzas,


acabo de llegar del viaje más largo e intenso
de mi vida.

Quizás muchas de las personas que me


rodean no tuvieron una maternidad conscien-
te y ahora necesitan de mi bebé para revivir lo
perdido. Se ve en sus ojos. Se siente en el am-
biente. Mi hijo acaba de llegar, necesitamos
olernos, sentirnos, escucharnos el uno al otro.

Dolça Roser, 28 años,


mamá de Lao,
Deltebre (España)
LA CONFUSIÓN MENTAL,
¿QUÉ ME ESTÁ PASANDO?
—“Con un bebé en brazos, habiendo
atravesado un parto, en plena
desestructuración emocional, bajo
los efectos de la pérdida de nuestra
identidad; lo menos que podemos anhelar
es estar desorientadas.”
Laura Gutman
El puerperio en el siglo XXI


El día en el que salí del hospital para volver a


casa tuve una sensación extraña. Era como si
todo a mi alrededor fuera a una velocidad ver-
tiginosa mientras yo me mostraba mucho más
lenta y algo torpe en mis movimientos. Había
leído creo que en el libro de Laura Gutman
“Puerperios y otras exploraciones del alma fe-
menina” esa sensación de lentitud o cambio
de ritmo, pero por primera vez en mi vida la
experimentaba y la verdad es que me resultó
muy desconcertante. A veces me hablaban y
no entendía nada de lo que me decían, me
molestaban mucho los ruidos, los olores fuer-
tes… de pronto se me venían al pensamiento
un montón de recuerdos de cuando era niña,
de mis abuelos, de mi hermana, de mi padre,
de mi madre…

Intentaba explicar lo que sentía pero


no encontraba las palabras, creía que me es-
taba volviendo loca y me daba mucho miedo.
No siempre la gente que me rodeaba me es-
cuchaba o cuando lo hacían no me tomaban
en serio nada de lo que decía porque “estaba
recién parida” y la mayoría de ellos tenía una
extraña forma de animarme para que volviera
a ser la misma de antes.

Solía llorar con frecuencia, aparte de


por el dolor que sentía en mis tetas, porque
nadie me comprendía. Llegué a creer que mi
sufrimiento era sólo mío y que tendría que
atravesarlo sola. Me volví muy silenciosa, una
experta en ocultar cómo me sentía para que
la gente que me rodeaba no me tomara por
una loca.
Todo lo que al parecer había aprendi-
do en la lectura de mis libros parecía no servir-
me, no era capaz de aplicar en mi vida puer-
peral todo ese conocimiento, mi sombra se
apoderaba de mí sin remedio. No era capaz
de pensar con coherencia, me sentía domi-
nada por la tristeza y la melancolía. Recuerdo
esos primeros meses con mucha tristeza, muy
desvinculada de la felicidad que sentí cuando
cogí a mi hija en brazos por primera vez, muy
frágil y débil, sin ganas de ver a nadie, hasta
con ganas de morir.

Soñaba mucho con episodios de mi in-


fancia en los que había sentido mucha falta de
afecto por parte de mis padres, sobre todo de
mi madre y me asustaba mucho pensar que
pudiera hacerle sentir así a mi hija. A veces te-
nía muchas ganas de vengarme de ellos y les
agredía mucho verbalmente.

Finalmente pude ser capaz de atra-


vesar todo ese camino de confusión mental
y emocional pero me costó mucho trabajo.
Cuando me recuperé físicamente de una tre-
menda mastitis que creo que fue la que me
salvó la vida y me reconcilió con mi madre,
fui capaz de encontrar “mi tribu”, acudí a un
grupo terapéutico en el mismo centro en el
que me había preparado para el parto y allí
encontré la ayuda y el apoyo que necesitaba.
Volvía a recuperar mi “cordura” y pude poner-
le palabras a las emociones oscuras que sentí.
A pesar de lo mal que lo pasé creo que fue
necesario ese camino para llegar a ser la ma-
dre que soy hoy en día.

María Sánchez Mateo,


mamá de Gema y recientemente de Elisa.
Cartagena, Murcia (España)

Esa sensación tan única, tan física, tan


hormonal… Dolor de cabeza ante ruidos altos,
sobre todo ante el llanto del bebé. Despistes
en potencia que luego se convierten en olvi-
dos completos. Emociones de máxima felici-
dad acompañadas de la máxima pena, como
si de una bipolaridad constante se tratara.
Esa confusión mental tan específica que solo
ocurre en el puerperio, supongo que como
reacción para que la hembra esté exclusiva-
mente pendiente de su cría y no se despiste
con mariposas que vuelan alrededor. Confu-
siones domésticas del tipo ¿Pongo la lavado-
ra o le doy teta? ¿Si me ducho se despertará y
tendré que salir corriendo con el champú en
el pelo?... Confusiones actitudinales del tipo
tengo que hacer pis con el bebé mamando….
¡Cuánta destreza aprende una en esta época!

Blanca, 35 años, mamá de Daniel.


Madrid, (España)

Para mí lo más duro de este cambio


que ha supuesto la maternidad quizás ha sido
la parte del “nublamiento mental” (así lo he
bautizado). Siento, un año después de mi par-
to, que poco a poco las nubes se van de mi
cabeza y la dejan funcionar. Pero algo se nu-
bló en mi mente durante el parto y ésta no ha
vuelto a ser la misma.

Siempre he sido una persona rápida mental-


mente, hago chistes al vuelo, invento rimas y
canciones, también hablo rápido, me gusta
la eficacia, todo deprisa. Me consideraba in-
teligente, capaz, y confieso que me exaspe-
raba la gente lenta, que no entiende, que no
está atenta, sobre todo en el ámbito laboral.
Por eso, cuando me di cuenta que no podía
entender ni expresar cosas sencillas me sentí
perdida. Necesitaba ayuda y no podía pedirla
porque no era capaz de decir lo que quería,
las palabras no venían. Además, claro, de los
despistes, olvidos… Era incapaz de recordar
cosas como lo que me había dicho mi pareja
esa misma mañana, por ejemplo, su horario
diario de trabajo -aún no lo sé- y también co-
sas tan triviales como que debía cambiar el
pañal. Esto último lo llevaba fatal pues me ha-
bía imaginado como una madre genial y muy
organizada… Me da risa ahora recordarme.

Aún hoy, un año después, padezco de


este nublamiento mental, que parece que se
disipa pero yo sé que está aunque los demás
ya no lo noten tanto. Yo lo noto. Me tranquili-
cé al confesarme una amiga hace poco que
no podía leer ni siquiera una novela porque
no entendía nada. Yo ahora creo que entien-
do el motivo de esta desconexión de la men-
te. La naturaleza sabe que no necesitamos
pensar, sino sentir. Así que nos desconecta
para que no nos salgamos del camino, para
centrarnos en lo importante: criar, amar. Aún
así, reconozco que es difícil verse así y mante-
ner la autoestima. Creo que hablar con otras
mamás y ver que es muy habitual tranquiliza
mucho.

Ainara Soldeinvierno, mamá de Ojos Negros


Saltimbanqui. Alicante (España)

Unas cuatro semanas más tarde de ha-


ber parido, empecé a encontrarme mal. Una
noche a las 5 de la madrugada después de
darle el pecho a mi bebé, al acostarme tuve la
sensación de que se me encogía el corazón.
Sentía como poco a poco dejaba de latir. Me
asusté tanto que empecé a marearme y me
quedé blanca. De repente sudaba, tenía pal-
pitaciones, temblores, sofocos uno tras otro.
Acabé en urgencias y así es como empezó mi
tortura.

Tenía ansiedad postparto.

Creer que te estás volviendo loca de


verdad o que cada vez que te acuestas te vas
a quedar ahí y no vas a despertar más. Sentir
temblores por todo el cuerpo, hormigueo en
la cara, parálisis de la mitad del cuerpo y no
poder apenas moverte. Pues asusta bastante.
Me entraban ganas de llorar y de gritar (pero
no lo hice nunca).

Y de repente oír como llora tú bebé,
que te necesita.

Desconectaba del mundo real y estaba


perdida en mi mundo interior. Hasta que oía
a mi bebé. Que me devolvía a la realidad del
momento. Era como si toda preocupación y
dolor se pausara y no se de dónde sacaba las
fuerzas, pero ahí estaba yo cogiendo al bebé
en brazos para lo que tocase en ese momen-
to.

El haber estado tanto tiempo preo-


cupada, pensando que me pasaba algo, me
frustraba porque no me dejaba disfrutar de
mi hijo todo lo que quería. Siempre estaba
preocupada por si me volvía a dar otro ata-
que de pánico.

Ahora que me encuentro mejor siento como


que me han robado ese tiempo que nunca
volverá.
Tina, 30 años, mamá de Enrique.
(Suiza)
La confusión mental llega desde que
estás embarazada, porque te vuelves olvida-
diza, más relajada y todo gracias a las hormo-
nas que te ayudan a estar tranquila.

Pero después del parto, las cosas se


ponen diferentes. No es fácil manejar el cú-
mulo de emociones que sientes, quieres salir
corriendo y no detenerte, gritar, llorar, saltar,
cantar, bailar… yo había pospuesto la deci-
sión de si volvería al trabajo o no. En el emba-
razo estaba segura que no querría dejar a mi
bebé ni un solo instante, pero honestamen-
te los primeros dos meses me replanteé esta
pregunta muchas veces desde diferentes án-
gulos, y la verdad no era que quisiera volver
al trabajo, pero quería tiempo para mí. Ne-
cesitaba urgentemente un break, una pausa,
un espacio para mí, para recordar quién era y
analizar en qué me había metido.

La confusión es inevitable, mientras


más sumergida estás en el tema de la mater-
nidad y dedicada al bebé, es imposible no
plantearte preguntas de vida, a dónde vas,
por qué decidiste en primera ser madre y qué
haces todos los días, ¿quién es esa mujer que
me ve pálida desde el espejo?...
Ari Echandi, 33 años,
mamá de Leo, terapeuta.
(México)
LA SOLEDAD
ENTRE CUATRO PAREDES
— “… La idea principal es que las mujeres
puérperas no deberíamos estar mucho
tiempo solas. Necesitamos asistencia,
compañía y disponibilidad de otra
persona que no interfiera ni haga
abuso de autoridad, que no juzgue ni
se entrometa, pero que esté presente.
Alguien que se haga cargo de las tareas
delegables… Las mujeres puérperas
necesitamos la presencia real y concreta
de un sostén afectivo y esto es una
prioridad, no un lujo.”
Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra

Las primeras semanas fueron difíciles. Ten-


go la sensación de haber estado un mes en
pijama y casi sin salir. Mi marido se marcha-
ba temprano y no volvía del trabajo hasta la
noche, mi bebé lloraba y lloraba en cuanto la
soltaba. Todo fueron brazos y pecho. Me re-
cuerdo sentada en el sofá, dando el pecho,
llorando muchas veces, me dolía el pecho,
los pezones, me dolía la espalda, necesitaba
hacerme la comida, lavar la ropita del bebé,
asearme, pero sólo tenía una mano libre, la
otra era para sostener a mi niña. Me sentí su-
perada, me sentía sola, no necesitaba visitas
de cortesía, ¡necesitaba un tupper con comi-
da casera y nutritiva!

Gema Roldán, 38 años,


mamá de J. y M.
Barcelona (España)

Ser madre es maravilloso, es precioso y


es también duro. Es empezar una nueva reali-
dad, es darse cuenta de cuán feliz o triste fue
tu infancia, es querer hacerlo lo mejor y no sa-
ber cómo.

Yo vivía en Madrid, mi familia reside


en Asturias, y la familia política en Sicilia. Así
que, estábamos muy solos. A esta situación
hay que añadirle que mi marido, acostumbra-
do a dormir nueve horas al día el hecho de
no descansar le agotó y le superaba. Mi mari-
do es una persona que creció en un entorno
de sacrificio y con poca comunicación entre
sus familiares. Entendía lo que le decía sobre
la crianza respetuosa pero no era capaz de
aplicarla. Se anteponía a sí mismo antes que
nuestras hijas. Y si esto fuera poco, a mi madre
le detectaron un cáncer de útero a los quin-
ce días del nacimiento de Ciruelina Azul. Me
sentí muy sola.

Vivía en un barrio en las afueras de Ma-


drid, lejos de mis amigas, quienes trabajan
mucho por semana y durante el fin de sema-
na querían salir por el centro. No tenían hijos
y muchas, tampoco pareja. Mamá Ciruelina ya
no era la amiga divertida que salía de cañas y
bailaba sin parar. No, Mamá Ciruelina era otra
persona, alguien con ojeras, cansada, que no
leía novelas de moda ni veía los últimos estre-
nos de la cartelera. Me enfadé conmigo mis-
ma por tener esas amigas, que no tenían hijos
y no me entendían. Sé que me quieren y me
apoyaron lo mejor que supieron, pero yo me
sentí muy sola.

¿Cómo podía sentirme sola con la fe-


licidad y compañía que me daba Ciruelina
Azul? ¿Cómo podía sentirme sola y aislada?
Abandonada, descubriendo zonas de mi mis-
ma que no era capaz de imaginar. Me gus-
taba dar el pecho en esas noches largas, y
solitarias. De aquella no había grupos de Fa-
cebook, o por lo menos no los conocía y me
sentía muy sola sin nadie con quien hablar,
sin contar con nadie que me entendiese, que
fuese como yo.

Aunque parezca increíble ser madre


hace que te sientas sola, y aislada. Te sientes
aislada de ti misma y del mundo y la vida que
tenías antes de tener hijos.

Mamá Ciruelina 36 años,


mamá de Ciruelina Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)

A mí nunca me ha molestado la sole-


dad, es más, la necesito de vez en cuando.
Pero la soledad con hijos no es como la so-
ledad con una misma. Por el contrario, es un
acompañamiento continuo e intenso que re-
quiere todo tu tiempo y tu espacio. A veces
el entorno no percibe el desgaste emocional
y físico que supone esta tarea, sobre todo si
hay más de un hijo, y si te quejas encima eres
desagradecida porque “no lo valoras”.
Y es cierto que la crianza de mis hijos
es la ocupación más maravillosa que he vivi-
do, pero hoy en día las mujeres estamos muy
solas, una soledad no prevista por la naturale-
za si nos paramos a pensarlo.

A menudo estamos aisladas en aparta-


mentos de altos pisos, sin relación con otras
madres, vecinas y mujeres con niños. No se
da un reparto natural de tareas o de la aten-
ción. No hay crianza en comunidad, sino en
soledad.

Lo mismo ocurre cuando mamá y papá


trabajan: los turnos se organizan normal-
mente para que siempre uno de los dos está
mientras el otro no, y terminas por ver a tu
pareja aún menos que antes, sólo al final de
la jornada cuando el cansancio de ambos es
muy grande. Entonces sí que a veces se siente
una sola, se echa de manos hablar con otro
adulto, tomar un café mientras los niños jue-
gan, poder decir “voy un momento al baño” y
cerrar la puerta (las madres que estamos solas
nos acostumbramos a ir al baño con especta-
dores).
A veces creo que la propia soledad
hace que nos volvamos un poco neuróticas,
empezamos a observar al bebé demasiado,
vemos problemas donde no los hay… No
hay nadie ahí para decirte “eso es normal, no
pasa nada”. A menudo ocurre que cuando te
reúnes con amigos de toda la vida y pasas la
tarde entre charlas y risas mientras los niños
más mayores juegan animados y los bebés
están en brazos, de pronto ese bebé que te-
nía reflujos terribles no los tiene, o ese bebé
que nunca duerme lleva dos horas como un
tronco en brazos de papá… También ocurre
en los grupos de apoyo a la lactancia, lo he
visto muchas veces: mamás que llegan con
expresión preocupada porque su bebé “no
sabe mamar bien” y después de un par de
horas conversando animada y relajadamente
con otras madres se da cuenta que el bebé ha
estado mamando todo el tiempo y se ha que-
dado dormido con expresión feliz. Y es que si
mamá no se siente sola, no tiene miedo y está
tranquila todo fluye mejor.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora.
Jerez (España)
La vuelta a casa no fue tan traumática
como me advirtieron, contaba con varias co-
nocidas madres recientes que me hablaron
meses antes de la soledad, el agotamiento y el
agobio que habían sentido cuando se encon-
traron solas con el bebé en casa. Afortunada-
mente mi marido contaba con dos meses en-
tre paternidad, vacaciones y la lactancia que
yo le había cedido para estar con nosotros. Mi
madre que vive a novecientos kilómetros vino
para el parto y fue parte importante de esos
primeros días. Mientras ellos se ocuparon de
la casa, el perro y las visitas, yo pude dedicar-
me exclusivamente a Erik. Fue un comienzo de
maternidad maravilloso, me sentía arropada y
querida, pero sobretodo respetada y valora-
da. Hasta que llegó el día en el cual mi madre
tuvo que irse, aquella primera semana sin ella
me sentí perdida, no tenía familia cerca a la
cual recurrir, Erik me necesitaba a mí, pero yo
necesitaba a mi tribu. Intentaba hablar con mi
marido de todo lo que sentía y pasaba por mi
cabeza, pero él parecía ajeno a todo aquello,
comenzamos a no entendernos.

Recurrí a esas madres-conocidas recientes,


“es normal, pasará” me decían, pero nadie me
daba la respuesta que yo esperaba, el apoyo
que necesitaba. ¿Por qué me sentía tan sola?
¿Por qué tan desbordada? Me había prepara-
do durante meses para aquellas primeras se-
manas, era muy consciente de todo el proce-
so por el cual iba a pasar, pero de algún modo
mi vida comenzó a hacerse cuesta arriba. No
recuerdo en qué momento comencé a sentir-
me triste, aún a día de hoy me cuesta com-
prender y explicar aquel proceso. Fue como
una ola que barrió a la mujer que había sido,
dejando solo los rescoldos casi apagados de
aquella que yo recordaba. Tampoco era ca-
paz de comprender donde había quedado el
ideal de madre que había forjado durante es-
tos largos meses de espera. ¿Qué me estaba
ocurriendo?

Mi marido volvió al trabajo, aquellas


semanas tras su vuelta fueron el detonante de
todo. Me encontré sola, sin nadie a quién re-
currir ni con quién hablar. Siempre había sido
una persona limpia y ordenada, ahora era in-
capaz de mantener la casa como antes, me
obsesioné con que todo debía estar como
siempre, limpio, ordenado, pulcro, pero aque-
llo era imposible. Erik vivía pegado a mi cuer-
po, mamando a demanda, durmiendo contra
mi pecho día y noche. Porteaba mientras co-
cinaba, tendía la ropa, compraba, paseaba al
perro, leía… Mi hijo era parte de mi cuerpo, él
era mi refugio, el motivo por el cual me levan-
taba cada mañana y ponía en marcha una má-
quina que cada vez me costaba más dirigir.

Pero a la vez me sentía atada, no se lo


conté a nadie, sentía vergüenza de mi misma,
¿cómo podía pensar eso de mi propio hijo?
Cada día era un lucha por seguir siendo la
mujer perfecta, la madre que siempre había
soñado, me perdí en una vorágine que me
consumió.

La llegada del invierno no ayudó, los


paseos eran cortos y la casa se me venía enci-
ma. La chica dicharachera, risueña y sonriente
pasó a sumirse en el silencio, la tristeza y la
obsesión porque todo estuviese como los de-
más esperaban. No dejarlo llorar era mi prio-
ridad, Erik era un bebé tranquilo mientras es-
taba pegado a mi pecho, pero en el momento
en el cual lo dejaba en la cuna o en los bra-
zos de su padre para poder ducharme o te-
ner unos minutos libres rompía a llorar. Daba
igual si acababa de mamar y dormía como un
bendito, se despertaba en cuanto me sentía
lejos y los llantos se escuchaban por todo el
vecindario. Aquellos minutos sin estar juntos
eran desesperantes, su llanto me ahogaba y
su padre no entendía por qué el niño no se
calmaba en sus brazos.

Me fui creando una coraza, era incapaz


de expresar aquello que sentía por la ver-
güenza que me producía reconocer que los
primeros meses de madre primeriza me es-
taban superando. En lugar de buscar ayuda,
a otras madres, círculos de lactancia donde
hablar y buscar apoyo me quedé en casa en-
cerrada. Viviendo mi maternidad en soledad,
centrándome tanto en mi hijo que terminé
por dejar de mirarme al espejo, hasta que ol-
vidé quién era y acepté la nueva persona que
comenzaba a ser. Vivía superada, estresada,
pendiente de no cometer ningún error en la
crianza, lactancia, obsesionada por mantener
la casa impoluta y la vida perfecta. ¡Qué gran
error!

Me hubiese gustado que alguien me


rescatase de esa prisión que yo misma me
había creado, pero lo cierto es que cuando
preguntaban, decía que todo estaba bien y
no era cierto. Una se crea un mundo ideal a su
alrededor cuando comienza a ser madre, pa-
rece que la idea de sentirse superada, triste y
sola no se acepta como válida. Muchas menti-
mos, quizás por miedo a reconocer que no es
todo tan perfecto como habíamos pensado,
seguramente por qué creemos que se espera
que sigamos siendo perfectas, todo el mundo
pasa por ello, pero nadie habla del tema ¿por
qué nosotras íbamos a ser diferentes?

Lo cierto es que los meses pasan, si


una no lucha termina por hundirse y olvidar-
se. Yo no quería ser así, no quería estar así, mi
hijo no se merecía aquello, pero yo tampoco.
Finalmente me atreví a buscar apoyo en mis
amigas, no eran madres, pero sorprendente-
mente me entendían. Fue gracias a ellas que
comencé a salir de nuevo, a disfrutar de una
tarde a la semana para mí misma sin sentirme
culpable por dejar a Erik unas horas lejos de mi
pecho. Mi pequeño pareció estar de acuerdo
con aquel espacio madre-hijo, era conscien-
te de que para él ambos éramos uno, pero a
la vez necesitaba volver a sentirme yo como
parte de mi misma, dejar de juzgarme como
persona y madre, volver a tomar un café en
solitario, disfrutar de una charla entre adultos,
de unas horas para mí.
Si volviese atrás me diría a misma que
ser perfecta es una quimera, que lo importan-
te es aprender a aceptar el cambio, buscar los
puntos positivos y motivarlos. Si volviese atrás
hablaría más de mis sentimientos, inquietu-
des y miedos. Si volviese atrás me permitiría
errar como persona y como madre, sin casti-
garme por no estar cumpliendo las expecta-
tivas que otros o que yo misma tenía de mí.
Si volviese atrás aprendería a buscar el equili-
brio, pero sobretodo a decirme cada mañana
que este camino es largo y cada etapa lleva
su ritmo, sus cambios, que estoy aprendiendo
a ser madre, que mi maestro es mi hijo y que
soy capaz, que siempre somos capaces.

Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik.


Barcelona (España)
Cosida por una episiotomía requerida
por el uso de fórceps, dolorida, confundida, y
también muy feliz, llegué a mi casa veinticua-
tro horas después de nacer Lila y nos prepara-
mos en familia para recibir la Pascua al domin-
go siguiente.

Los primeros días, algunos resabios de


adrenalina, visitas permanentes y mucho más
ruido del que hoy recomiendo, me “sostuvie-
ron” flotando en una nube de confusión, gi-
rando en un torbellino de emociones. Para ser
gráfica, aún corriendo el riesgo de sonar algo
dura, mi beba y yo éramos una especie de
globo flotando en el aire, ligeras, mareadas,
yendo de mano en mano de los que se acer-
caban a saludar, aconsejar, revisar y acom-
pañar a la novel puérpera con su cachorra
en brazos. Recuerdo haber comido, en esos
pocos días, la caja entera de bombones que
una amiga me había traído como premio a mi
esforzada voluntad por sostener a rajatabla la
dieta sin azúcar de los últimos tres meses de
embarazo, por mi diabetes gestacional.

La desesperación de la soledad mater-


na comenzó un lunes terrible, más lunes que
nunca, cuando mi marido, después de las li-
cencias ordinarias y normales del empleo,
volvió a trabajar. La noche anterior, había sido
de las peores desde la llegada de Lila. Con
migajas de horas de sueño en mi haber y una
beba que percibía mi agotamiento y lo mani-
festaba con llanto, me quedé completamente
sola esa mañana.

Sola con ella. Solas las dos.

Sin el dulzor de los bombones ni la lisonja de


las visitas.
Todos habían “cumplido” y volvieron a sus
mundos de velocidades extremas y falta de
tiempo, a ese que yo misma había perteneci-
do días atrás.
Fue el primer momento en el que saboreé con
angustia la amargura de la soledad materna.
Abatida, cansada, sola, responsable absoluta
de ese pequeño ser que reclamaba mi aten-
ción con su llanto, un llanto que todavía no
entendía, no interpretaba.

Pude, llegando al límite, pedir ayuda:


llamé a mi mamá para que acudiera a mi so-
corro y lo hizo; esa y mil veces más. Afortuna-
damente tenía a quien llamar.
Aún así, mi mamá había tenido su úl-
tima experiencia de puerperio 35 años atrás,
con mi nacimiento, y honestamente el mundo
era otro para todo y ella, como muchas de sus
congéneres, no se permitían vivirlo con cons-
ciencia.

Hoy sé que sus miedos y dolor repri-


mido de aquel entonces anidaron también
en mi corazón; como los de todas nuestras
ancestras lo habían hecho en el suyo. Creo
que parte de mi misión es honrar a mi lina-
je femenino, sanando de una vez y por todas
esas heridas del pasado, aliviando así el dolor
acumulado, generación tras generación, para
Lila y nuestra posteridad, con la asistencia lu-
minosa de todas ellas que nos sonríen desde
la memoria.

Romina L. Minnucci (Pimp!),


37 años, mamá de Lila, escritora y abogada.
Rosario (Argentina)
SENTIR RECHAZO
HACIA EL BEBÉ
— “Todos nos esforzamos por ocultar
aquellas cualidades que no contribuyen
a nuestra autoestima, es decir que nos
avergüenzan o nos hacen miserables.
Me refiero a esos sentimientos que nos
incomodan, como el odio, la ira, la avaricia,
el miedo, la agresividad o la pereza; que al
no querer reconocerlos como propios, los
rechazamos inconscientemente. Así van
creando una vida propia, bajo la superficie
de lo visible. Al igual que las experiencias
dolorosas, los deseos no realizados, los
temores, las experiencias traumáticas, los
abandonos, las necesidades insatisfechas,
los pensamientos desechados por
inútiles o improbables... Van tejiendo
un entramado que, desde la altura de
nuestra consciencia, nos resulta molesto
reconocer como propio. Por ejemplo,
cuando una madre siente rechazo por su
hijo y se avergüenza de ese sentimiento,
es la sombra que aparece (ya que la
propia moral le impide reconocer que hay
una parte de sí misma que efectivamente
rechaza al niño). La sombra es el rincón
de nosotros mismos que nos resulta
impresentable.”
Laura Gutman
La familia nace con el primer hijo

Suena horrible. Tanto que no quieres ni imagi-


nar que esto te está pasando a ti.
En mi caso no lo llamaría rechazo, pero hubo
una clara falta de aceptación por mi parte. No
sé explicarlo muy bien, pero tenía la sensa-
ción de que debía quererle más.

Me sentía en una situación de “calma chicha”,


yo no le deseaba nada malo, ni le odiaba, ni
le quería hacer daño, pero no tenía ganas de
cogerle, no tenía apego hacia él, su llanto me
resultaba molesto y no quería quitarle su ma-
lestar, sólo quería dejar de oírle.

Antes de dar a luz tenía referencias


como esta frase “Parir es la única cita a ciegas
en la que sabes que vas a encontrar el amor
de tu vida”.
Tiempo después de haber superado
todo me dijeron una frase que me gustó mu-
cho más y pensé que de haberla oído antes
me podía haber ayudado: “El bebé y yo ha-
bíamos hablado pero no nos conocíamos”.
Esta frase me encantó, es grande porque es
sincera y es cierto que cuando conoces a al-
guien puede no caerte todo lo bien que es-
perabas. Si es este tu caso, hay que tratarlo
con calma, con ayuda y poco a poco. Claro
que será el amor de tu vida como dice la otra
frase, pero a veces la conquista no es instan-
tánea y hace falta un poquito de tiempo para
que se refuerce el vínculo.

Paloma E, 35 años,
mamá de Eduardo y Esteban, administrativa,
Madrid (España)

Supongo que con la maternidad mu-


chos tomamos consciencia de cuál es el amor
más puro y profundo que existe y en aras de
ese amor voy a hablar de un sentimiento que
casi todos los padres experimentamos, aun-
que sólo sea por unos instantes, y es el recha-
zo hacia un hijo.
Me duele profundamente recordar
esos días en los que mi mente y/o mi cuerpo
me han jugado la mala pasada de sentir ese
rechazo. La primera ocasión fue tras el parto
de mi primer hijo, un parto de 36 horas reple-
to de calamidades (algunas evitables, otras
quiero creer que no) tras el que acabé en
quirófano por una cesárea de urgencia y con
mi hijo en la UCI porque nació en parada y
tuvieron que reanimarle varias veces. No le vi
nacer, no le oí llorar, durante horas fue como
si mi barriga se hubiese vaciado por arte de
magia y cada vez que alguien subía a la ha-
bitación y me decía que el niño estaba bien
y que era precioso a mí me daban ganas de
arrancarle la cabeza de un mordisco, porque
la rabia que sentía por ser la única sin ver a mi
hijo me poseía de manera absoluta.

Pasó un día entero hasta que pude te-


nerlo entre mis brazos y ahí, rajada y agotada,
con mi bebé que tenía que llegar al mundo
entre algodones, brazos y besos, lleno de ca-
bles y rodeado de máquinas… me colapsé.
Quería huir, no era capaz de soportarlo, y se
lo di a su padre para poder asimilar que todo
lo que había imaginado que sería nuestro pri-
mer encuentro se había convertido en otra
cosa. Me duró unos minutos, pero ha sido lo
peor que he sentido en mi vida.

Otro momento de rechazo fue con la


lactancia en tándem, cada vez que el mayor
se agarraba al pecho tenía ganas de zaran-
dearlo, apartarle de un empujón, lo que fuera
con tal de dejar de sentir. Durante meses me
sentí la peor madre del mundo, grité a mi hijo,
le arranqué la teta en varias ocasiones y llo-
ré mares de desesperación. Es terrible sentir
algo así por la persona a la que más amo en el
mundo.

Ya sea porque el bebé llora desconso-


ladamente y nada le calma, porque os sepa-
raron al nacer, porque es muy demandante,
porque tiene una personalidad fuerte, por
una rabieta, por agitación del amamanta-
miento o lo que sea, si notas un rechazo visce-
ral hacia tu cría, hacia lo que más quieres en el
mundo, mi consejo es que no te juzgues muy
duramente, ya es bastante duro y difícil sentir
algo así como para echar más leña al fuego.
Quieres a tu hijo, no eres mala madre, no hay
nada malo en ti, simplemente eres humana. Y
como me dijo un gran compañero y maestro
a propósito de todo esto “Nadie nos preparó
para que alguien nos quisiera tanto”.

Noemí Aguiló, 36 años.


Mamá de Marc, mi bebé de agua y Eric.
Palma de Mallorca (España)

Toda la vida soñando con ser mamá,


escuchando a familiares y amigas que bonito
es todo, ser mamá es lo más bonito del mun-
do…
¿Pero qué hacía yo ahora con un bebé?
¿Cómo iba a cuidarlo?
Nadie nunca te dice lo agotador que es cui-
dar a un bebé. Nadie te explica bien las pre-
siones que vas a tener que vivir de ahora en
adelante.
Te encuentras con tu vida patas arriba, sin po-
der apenas dormir y por más que hayas de-
seado tener a tu bebé y lo quieras con toda tu
alma, a veces sientes como un rechazo que te
hace sentir frustrada y mala madre.

Tina, 30 años, mamá de Enrique. (Suiza)


¡Qué difícil que es no ver un villano
en el niño que “no nos deja” ir a dormir! Y de
pronto… ¡Para!, ¿qué es esto?

De repente me veo culpando a mi hijo, a mi


trabajo, al tráfico, pero sobre todo a mi hijo
por mi cansancio y me empiezo a ahogar
pensando que tengo que dejar de darle teta
pues ya no aguanto y que estoy condenada a
pasar malas noches y cuando estoy en el clí-
max de la frustración, que sumada a la nefasta
tendencia a buscar culpables se transforma
en rabia, recuerdo… ¿No creo yo que siem-
pre la vida nos trae alternativas, que permiten
que las necesidades de todos se satisfagan?

Diana, 30 años, mamá de Narada Agustín.


Lima (Perú)

Era difícil decir que no tenía ganas de


estar con mi propio bebé. Era muy compli-
cado hablar de ello en voz alta o en voz en
off para mí misma. Me he sentido avergonza-
da, sin reconocer este sentimiento con nadie,
hasta que este ha desaparecido.

Pero sí, eso sentía muchas veces. A ve-
ces, si lloraba él, yo aun más alto, pidiendo
que por favor se callara. He llamado a mi pa-
reja o a mi madre, desesperada para que vi-
nieran, que si no me iba de casa y dejaba sola
al niño, que no podía estar con él más tiempo.
Yo estaba hecha un mar de lágrimas, con ata-
ques de ansiedad. Ojos Pardos no paraba de
llorar. Cuando llegaba el padre de Ojos Par-
dos, lo cogía, y ya no lloraba. Eso me hacía
sentir que no era una buena madre, y todo se
hacía un bucle.

Me equivoqué y no pedí ayuda pro-


fesional, ni a nadie. Después he visto que la
necesitaba, pero en ese momento, no veía
ninguna salida. Este rechazo se fue suavizan-
do y desapareciendo día a día, pero fue una
experiencia muy dolorosa, y a la vez uno de
los detonantes del cambio a una maternidad
consciente.

Txell, 36 años, mamá de Ojos Pardos,


mamá viajera, interiorista e ingeniera.
Terrassa, Barcelona (España)
“No tengo ganas de estar con el bebé…
a solas. Siento que me vigila, me estudia, me
exige, y otras veces siento que me odia. Llora
demasiado estando conmigo, se ve más tran-
quilo estando con su papá, o con otras per-
sonas. Estoy cansada y harta, hoy no tengo
ganas de estar con el bebé.” Un pensamiento
repetitivo, que todavía algunas veces se pre-
senta cada vez menos frecuente y fuerte.

Es válido. Ser madre es complejo, a


veces necesitas espacio para respirar y reco-
nectar con quien eres. Hazlo. Sal a caminar, a
tomar un café, al cine, a comer. El bebé estará
bien, y tú te sentirás mejor, con unas ganas de
abrazarlo y conectada con la realidad. Estu-
viste muchos años sola, de repente tienes un
ser que depende 100% de ti, es lógico sentir
todo lo que sientes, pero lo más importante
es reconocerlo y aceptarlo.

Adriana Echandi, 33 años, mamá de Leo.


México.
CUANDO HAY OTROS
HIJOS QUE ATENDER
— “Ser madre es ver las fortalezas que no
sabías que tenías, y descubrir los miedos
que no sabías que existían”.
Linda Wooten

La bimaternidad te lleva a un mundo por un


lado conocido, por otro lado completamente
nuevo.
Conoces qué significa un nacimiento, la
llegada a casa con un bebé, los primeros meses
de lactancia, de falta de sueño y, aunque cada
bebé es un mundo, puede parecer que con el
segundo se camina por terreno conocido.
Pero con el segundo, tienes otro hijo
en casa, otra personita que reclamará tu aten-
ción, que necesitará tu atención, que necesi-
tará de ti, no importa la diferencia de edad
que tengan. Una personita que también esta-
rá en su proceso de aprendizaje, porque an-
tes todo giraba en torno a él o ella, pero ahora
es el/la mayor, y la atención de sus papás se
reparte con un bebé que acaba de llegar a
ocupar su espacio en la familia.

En mi caso, los primeros meses fue-


ron relativamente fáciles. Los horarios de la
guardería, la fascinación de la mayor por ese
bebé, que a su vez apenas lloraba, hicieron
ese primer camino muy fácil. Dedicaba un
rato cada día a la mayor. La iba a buscar a la
guardería, la bañaba y la ayudaba con la cena,
y nos turnábamos el acostarla, dependiendo
de las tomas de su hermana.

Pero llegó un momento en que la pe-


queña empezó a interactuar, a sonreír, a ha-
cer caras, a aplaudir, a reírse a carcajadas, a
querer ganarse la atención de todo el que es-
tuviera cerca. Y justo su hermana estaba de-
jando el pañal en la guardería, y todo fue un
caos. Aparecieron los celos, o más que los ce-
los, aparecieron necesidades de atención por
todas partes. Fue muy difícil de asimilar para
mi, fue difícil hacerle frente.

Lai, 34 años, mamá de dos terremotos,


gerente de servicio y emprendedora.
Catalana residente en Chile
Cuando Olmo nació, Julieta tenía algunos
meses más de los 2 años. Ella aún era peque-
ña para entender muchas de las cosas que su-
pone que llegue a casa un hermanito.
Continuar con su lactancia creo que me ayu-
dó a seguir teniendo momentos a solas con
ellas (y otros con los dos encima).

Intenté buscar instantes de juego o in-


teracción con ella, leyendo un libro o dando
un paseo por ejemplo, para que ella percibie-
ra que yo aún seguía presente también para
ella. Lo hacía cuando su hermano se quedaba
dormido (que afortunadamente eran muchos
ratos y nos lo puso fácil) pero nunca le de-
cía que era por eso, para que no sintiera que
nuestro momento juntas era porque no tenía
otra obligación que atender.

Todos los meses que estuvimos los tres


juntos en casa por las mañanas, hasta que me
incorporé a trabajar (ella no estaba escolariza-
da), la única meta que me proponía cada día
era irme al parque con los dos y echar un rato
de juego con Julieta, a veces cuando Olmo
dormía. Otras veces ella jugaba con otros ni-
ños y yo estaba cerca con su hermano. Esa
era mi única ambición. Por supuesto nada de
casa, comida u otras gestiones. Eso lo dejaba
para cuando el papá ya estaba con nosotros.

La ayuda de los portabebés también


fue muy valiosa para mí. Portear al pequeño
me posibilitaba tener las dos manos libres
para interactuar mejor con la mayor, y portear
a la mayor creo que nos hacía volver a sentir-
nos a ambas cercanas y unidas.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

Ser padres es muy complejo; para mí


es una oportunidad de crecer como persona
pues cada día aprendes algo de tu/s hijo/s.
Cuando tienes el segundo; aunque tienes mu-
cho aprendido y por la mano, te das cuenta
que queda aún mucho por aprender y experi-
mentar. Hace 7 meses que tuvimos a nuestro
segundo hijo y ha sido una experiencia muy
intensa. Todos hemos tenido que adaptarnos
y estamos ayudando a nuestra hija mayor a
que se adapte con la nueva situación: tener
un hermano pequeño después de ser duran-
te 4 años hija única.
En mi caso, he puesto en práctica un consejo
que me dio mi comadrona: “mientras la ma-
yor esté en el colegio, aprovecha para estar
pendiente del bebé. Y cuando regrese del co-
legio, entonces dedícale tiempo, juega, dale
besos…que sienta que estáis por ella”. Eso no
significa que no haya rabietas o celos, pero
facilitará el proceso y darás espacio a la ma-
yor para que exprese cómo se siente y poco
a poco vaya asimilando que es la hermana
mayor. Sobre todo es muy importante estar
calmado (aunque no es tarea fácil) y ponerse
constantemente en su lugar… tú eres el adul-
to, el niño/a no. Tú tienes muchas más herra-
mientas que ellos.

Y algo muy importante, si tu pareja se


hace cargo también de los niños, es muy im-
portante dejarle que haga las cosas a su ma-
nera, pues también estará bien lo que haga y
tú podrás dejar de controlarlo todo y podrás
sentirte más descansada.

Silvia, 38 años,
mamá de Iris y Didac, enfermera.
El Masnou (España)
No es lo mismo volver del hospital con
un bebecito y que te espere la casita ordena-
da, en silencio… a cuando vuelves del hospi-
tal y hay en casa esperándote un niña de 2
años y pico y otra de tres años largos deseo-
sas de coger a su “hermana nueva”. De saber
cómo es eso de que una muñeca se mueva
de verdad…

Ahí es cuando te olvidas de que el bebé duer-


ma en silencio, que tengas todo colocado,
y de que vayas a tener un momento de paz
en… bueno, dejémoslo en mucho tiempo.

Eso sí, paz no habrá en una casa así… o por lo


menos en la nuestra no, pero juerga… un rato.

En la primera semana de vida de la su-


sodicha… ya la habíamos pintado la planta
del pie y habíamos puesto las huellas de los 5
en una cartulina, habíamos corrido una carre-
ra solidaria de 1000 pasos, la habían bañado
sus hermanas, dado masajes, vestido, metido
en su cuco todos los muñecos que tenían (es
que se los dejo para que elija…. Fue su ex-
plicación), chupado su chupete por eso de
recordar viejos tiempos, hecho una tarta para
celebrar sus 7 días con nosotros…

Cuando uno tiene el segundo hijo, el


tercero… la vuelta a casa se vive diferente. Ya
el centro de atención no es el bebé (como
quizá sí lo es cuando es el primero) sino que
se trata más de “hacer familia” de que todos
encuentren su sitio en el nuevo orden pero de
una forma divertida y lúdica. De sincronizar ru-
tinas y horarios. Ver el lado positivo de tener
un hermanito, o en nuestro caso hermanita,
sin negar que para las hermanas mayores es
un cambio difícil y que hay que estar pendien-
tes a cualquier expresión de sus sentimientos.
Creo que es muy importante en la vuelta a
casa el darles a cada hijo un tiempo. Un tiem-
po en el que ellos sientan que son importan-
tes, y hacerles ver, que la vida ha cambiado,
y que aunque ahora los papas estén más ata-
reados y a veces les toque ir “corriendo” a
atender al bebé, eso no significa que no les
quieran, sino que ahora hay uno más a quien
querer en la familia y con quien divertirse.

Y bueno, quizá la que queda para el fi-


nal en estos casos es la mamá (bueno y del
papá ya ni hablamos). Y es importante tam-
bién dedicarse un poquito de tiempo para
estar, para respirar y coger aire para seguir
riendo, cantando… porque es fácil caer en
atender los sentimientos de los demás y no
pensar en una misma y cuidarse un poco.

Angélica Escudero, 35 años. Mamá de Luna,


Vega y Aila, Publicista y educadora infantil.
Salamanca (España)

Cuando hay otros pequeños además


del recién nacido, sobre todo si hay más de
dos, el ritmo diario parece más acelerado, hay
más ruido y menos tiempo para descansar,
todo esto dependiendo si tienes más o me-
nos ayuda. Creo que mi solución fue pararme
más yo, tomarme las cosas con calma y llegar
hasta donde podía. Si delegaba, casi nunca
era en cuestiones de los niños, sino en temas
de la casa como la limpieza y otras labores.
Como disfrutaba con mis hijos nunca me im-
portó estar siempre rodeada de ellos, uno en
brazos, otro a las espaldas, otro en mis rodi-
llas. Aunque sí, a veces echaba de menos no
tener una abuela cerca. En los embarazos lo
único que me llegó a molestar fue que me llo-
raran sobre la barriga. Recuerdo los líos que
se montaban a la hora de ir al colegio, las ma-
yores pidiendo atención y yo vistiendo a las
pequeñas sobre la mesa del comedor mien-
tras vigilaba al bebé.

He echado de menos más calma en el


tema de su educación, que todo fuera más
dulce y suave, con menos peleas, como me
imagino a las mamás de hijos únicos, pero
también las risas y los buenos momentos son
quizás más abundantes en las familias nume-
rosas.

Abedul, 52 años, 5 hijos.


Antas de ulla, Lugo (España)
LACTANCIA
EL DESEO DE DAR TETA,
O NO…
— “Las mujeres que deseamos amamantar
tenemos el desafío de no alejarnos
desmedidamente de nuestros instintos
salvajes”

Laura Gutman
La lactancia salvaje


¿Dar teta a niños con dos años? Menuda lo-


cura. Eso decía yo cada vez que veía mamás
con niños que ya tenían dientes, colgados de
la teta. ¿Están locas o qué? Y ahora podría dar
teta a Irene hasta el día de su primera comu-
nión.
Durante el embarazo ya tuve que tragarme
mis palabras cuando entendí que lo más sano
para un niño es seguir tomando leche mater-
na hasta que se pueda. Defensas y anticuer-
pos por doquier. Parecerá una tontería, pero
vi en youtube todos los capítulos de “bebé
a bordo” en los que una doula (maravillosa
profesional y con vocación) enseñaba a ma-
más a darles el pecho a sus hijos entre otras
cosas. Aprendí cosas acerca de la postura del
bebé, de la boquita y de posibles problemas.
El tema me pareció interesante y me informé
acerca de un grupo de lactancia de mi ciudad
al que poder recurrir en caso de algún pro-
blema.

En esta vida se puede dudar de mu-


chas cosas, pero si algo tenía claro era de que
iba a darle el pecho a mi hija todo el tiempo
que pudiera, le pesara a quien le pesara. En
cuanto salió de mí, me la puse al pecho. La
coloqué entre mis dos pechos y ella comenzó
a buscar. No tenía ni cinco minutos de vida y
ya movía la cabeza buscando. Esa fue la ex-
periencia más impactante y maravillosa de mi
vida. La recuerdo toda manchada y cubierta
con su lanugo, ojitos cerrados y boca abierta,
buscando lo que su instinto le decía. Lo en-
contró y tuvo muchísimo éxito. El calostro hizo
acto de presencia.
Ni las opiniones de enfermeras poco
profesionales ni las de personas que, como
yo hacía, creían tener la razón absoluta, hicie-
ron que yo reculara en mi decisión de dar el
pecho a mi manera. ¿Soy un chupete? Pues sí,
y me encanta serlo. Es mi papel en este mo-
mento y mientras las dos disfrutemos, eso no
va a cambiar.

La lactancia está para disfrutarla, para


desearla. Es un juego de dos en el que si uno
de los dos participantes no quiere o puede
seguir jugando, hay que respetarlo.

María de Tour de Coton, 31 años, mamá de Ire-


ne y la perrita Xena, emprendedora.
Pamplona (España)

Desde niña supe que iba a dar teta.


Viendo la serie “Érase una vez la vida”, descu-
brí que después del nacimiento podías seguir
en contacto con tu bebé a través de la teta,
puesto que seguías transmitiéndole defensas
y nutrientes.

Aquel fue el momento en que decidí


que iba a dar teta. Lo reafirmaron mis amigas
que fueron madres antes que yo y a las que vi
dar teta, en casa o en público, con pudor o sin
pudor, pero lo hicieron.

Por eso cuando tuve grietas, mi niño no


ganaba peso y todo el mundo me decía que
mi leche no le alimentaba, me puse en manos
de una consultora de lactancia y se acabó so-
lucionando. Hoy mi niño tiene 3 años y sigue
tomando teta.

Perséfone, 35 años,
mamá de Manuel, técnica de calidad.
Rubí, Barcelona (España)

Lactancia es una palabra que conocí


cuando estaba embarazada, algunos pensa-
rán en esta palabra como algo natural pero
para mí no lo era, pues Mía fue el primer
bebé que tuve entre mis brazos.

Por alguna razón no tuve casi contacto


con bebés y fue al momento que me entrega-
ron a mi hermosa en los brazos, que conecté
con el poder de ser madre.
Para mí, lo natural era la claridad con la
que sabía que lactar era nuestro camino, era
una imagen que yo visualizaba con fuerza al
imaginarnos juntas… Y así fue…

Después de 21 horas de parto, un 25


de Dic planeta tierra, llegó mi hada azul ul-
tramarino a mis brazos y como momento in-
olvidable recuerdo que lo primero que hizo,
aun con su cordoncito umbilical latiendo, fue
buscar con sus ojitos entreabiertos mi pecho,
buscando una conexión profunda entre mira-
das y así fue que comenzó esta historia que
nos une cada toma de leche un poco más,
cada día, cada noche, aún más.

Madre Luna, 34 años,


mamá de Mía, madre emprendedora.
San Diego, CA (EEUU)

En el mundo cuadriculado y práctico en el


que vivía cuando me quedé embarazada
de mi hija, no entraba el dar teta. No lo con-
templaba, sencillamente. Abogaba por una
lactancia artificial en la que el padre y otros
familiares pudieran también participar, y así
liberar a la madre de esa “carga” que debía
ser amamantar. Con soberbia y arrogancia,
decía en voz alta que yo no era una primate,
que habíamos evolucionado mucho desde el
primer homo sapiens y que eso de sacarse
la teta en cualquier sitio, era hasta vulgar. Y
aunque este último comentario, ocultaba en
realidad un rechazo hacia mi propio cuerpo
y feminidad, probablemente causado por la
educación católica y represiva a la que fui so-
metida de niña, era del todo irrespetuoso y
me avergüenzo de ello.

Ahora, seis años más tarde, algunas de


mis amigas me recuerdan a veces mis pala-
bras de entonces, y de verdad que no sé dón-
de meterme.

Porque mi hija no ha tomado ni un solo


biberón en toda su vida. Y la única leche que
la ha alimentado los primeros tres años de su
existencia, ha sido la mía, leche materna.

¿Qué ocurrió? El destino se encargó


de enviarme un ángel. Joa, una compañera
del cole en el que trabajaba aquellos días, me
dejó como quien no quiere la cosa unas foto-
copias en mi casillero; algunos capítulos de
libros que fueron más tarde para mí, lecturas
de cabecera, Laura Gutman y Carlos González
entre ellas.

Al principio mostré resistencia, ¿pero qué se


había creído? Ella intentó ser respetuosa, aún
así discutimos.

Y aunque en un primer momento no


tenía la menor intención de hacer caso a esas
hojas, las leí. Y fue ahí, justo en ese momento
de desconcierto, de incredulidad, de querer
investigar más y más, cuando inicié la primera
etapa de mi mamamorfosis.

Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y


de Leo (n.n.), maestra y blogger.
Mallorca (España)
NO VOY A PODER MÁS,
LOS PRIMEROS 15 DÍAS…
— “Para dar de mamar hay que estar
dispuesta a perder toda autonomía,
libertad y tiempo para una misma.
Lactancia y libertad no son compatibles”.

Laura Gutman

Eso sentí muchas veces, que no podía más,


que cuando no había pasado ni media hora,
mi hija volvía a querer teta, y se quedaba dor-
mida al instante. Estaba muy cansada, y tam-
bién tenía ganas de tirarme por la ventana,
porque mi pareja no entendía a veces mi can-
sancio y yo me sentía mal por tener más sue-
ño que ganas de amamantar a mi bebé.

Fueron días complicados, porque mi


hija lloraba cuando tras quedarse dormida la
soltaba en la cama o en su cuna. Ella quería
estar conmigo, encima mía, así es como dor-
mía más tiempo, tumbada sobre mi pecho.
El momento de la subida de la leche
tampoco fue fácil. Me dio fiebre y mis pechos
parecían piedras. Mientras encontrábamos el
ritmo mi pequeña y yo, mi producción y su pa-
trón de succión, hubo días difíciles en los que
llegué a cuestionar eso de que la lactancia
materna es la mejor opción.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

Cuando nació mi hija Aurora, sentía un


poco de susto, me preguntaba si lo haría bien,
si mi lactancia sería exitosa sobretodo. Eso era
muy importante para mí. Había escuchado
tantas historias, tantos prejuicios al respecto
que venían desde todos lados, tanto de per-
sonas cercanas como médicos, enfermeras, la
vecina del barrio, ¡hasta la matrona!... que en
definitiva no eran ningún aporte y sólo infun-
dían en mí el temor de que no lo iba a lograr.
Fue tan así, que precisamente los primeros
15 días tomé la decisión de apoyarme con un
biberón de fórmula ya que lamentablemente
había accedido a escuchar las opiniones típi-
cas de que mi bebé posiblemente no queda-
ba satisfecha con mi leche.
Con mucho pesar comencé a darle le-
che artificial, en poquitas dosis, unos 30 ml
en la mañana y otros 30 ml en la noche. Fui
entonces a consultar a la matrona con la cual
me atendía en el consultorio y me recetó unas
pastillitas para “aumentar el flujo de leche”,
pastillitas que resultaron ser ansiolíticos, anti-
depresivos... O sea, la tranquilidad y confian-
za que necesitaba no las podía conseguir de
las personas más cercanas a mí, sino que de
una pastilla... me escandalicé cuando me di
cuenta de eso, era una mujer que había dado
a luz, estábamos yo y mi hija completamente
sanas, ¿por qué no iba a poder?

Es en este momento cuando comencé


a dejar de escuchar toda la opinología habi-
da y por haber, y comencé a informarme, a
hablar con mujeres que habían tenido una
perfecta lactancia, y a nutrirme de personas
abiertas y amorosas respecto a este y otros te-
mas de madres. También tengo que decir que
el apoyo de mi compañero Miguel fue fun-
damental con su infinita contención y amor,
así como también de una amiga nuestra que
es matrona, Andrea, que nunca se cansó de
transmitirnos que íbamos a lograr tener una
lactancia sana y sin problemas.
Gracias a esto, hasta el día de hoy, con
dos añitos, le doy la teta a Aurora, a demanda,
cuando ella quiera el tiempo que quiera. Esta
es la clave de todo. Si pudiera transmitirles un
aprendizaje en este sentido a otras mamás,
sería que cuando tengan dudas sobre darle
el pecho a sus hijos, confíen en sus cuerpos,
confíen en la naturaleza, pregunten sus dudas
a mujeres a las que sí les ha resultado la lac-
tancia, no a los médicos, no a las enfermeras,
no a las personas prejuiciosas (que a veces te
dan consejos pésimos sin siquiera ser madres
ni padres ellos mismos) Lactancia a demanda,
sin horarios (de verdad sin horarios), mucho
amor y confianza en la Madre Naturaleza y con
eso estamos. Eso es lo que intentaré transmi-
tirle a mi niña cuando ella misma se convierta
en madre. ¡Todas podemos!

Jacqueline Santos, 32 años,


mamá de Aurora Luna. Santiago (Chile)

El primer mes viví experiencias no tan


agradables, fue ahí donde empecé a enten-
der de fondo que la maternidad se pinta de
luz y sombra, el yin yang de la existencia.
Mis pezones se lastimaron, algunos
momentos me llegaron a quemar, pero jamás
se quemaron mis inmensas ganas de seguir
por este camino tan hermoso que me conec-
taba con ella más allá.

Llamé a una consultora en lactancia, me expli-


có la forma de acomodar su cabeza, las almo-
hadas especiales me resultaron un tanto incó-
modas, busqué posiciones, formas y colores.
Me sentaba, me paraba, bailaba, me mecía y
poco a poco fui encontrando nuestro camino:
arrullarla y caminar.

Esta fue la forma más armónica que nos


acomodó, yo sentía que ella flotaba en el aire,
yo hacía la forma del infinito con la cadera,
desperté incontables veces a lactar, me per-
dí con ella en el infinito de mil madrugadas,
en su llegada a este mundo a través de cada
toma de leche yo le hacía saber el amor tan
profundo que sentía por ella, sentía que ese
lenguaje silencioso era tan pero tan podero-
so que nada importaba en el camino, solo mi
leche, ella y yo. Yo sentía que teniendo mi le-
che, nada le hacía falta, mama estaba cerca,
toma tras toma segundo a segundo. Y papá,
me sostenía de la mano.
La cuarentena fue para mí cosa seria,
un ritual de amor, un ritual de respeto a mi
cuerpo, al suyo, a nuestro hogar, a su llegada,
al proceso, al nacimiento de esta hermosa fa-
milia de 3, respeto a lo frágil de un alma nue-
va que llega a su cuerpo físico. Viví la cuaren-
tena en mucho silencio, mirándola, por horas,
lactando por más horas, y fue ahí que el sello
poderoso de esta forma de hablar en silencio
se plasmó en mi corazón como un tatuaje de
amor.

Madre Luna, 34 años,


mamá de Mía, madre emprendedora.
San Diego, CA (EEUU)

Los primeros días de lactancia fueron


difíciles. Pensaba que algo que es tan natural
sería sencillo, pero no, no lo es.

En nuestra sociedad en la que la ma-


yoría de nuestras antecesoras no ha amaman-
tado a sus hijos, o lo hicieron durante poco
tiempo, es complicado aprender por el ejem-
plo. Ahí entran irremediablemente las aseso-
ras y los grupos de lactancia.
La clave de una lactancia exitosa es el
agarre. Sin un buen agarre, dar la teta se pue-
de y de hecho se convierte en una pesadilla.
Lo más fácil es que aparezcan grietas y eso
duele horrores. Mis grietas llegaron a sangrar
y cada vez que me ponía a Alicia al pecho
gritaba. Al cabo del rato se pasa pero el aga-
rre duele muchísimo. Incluso llegué a sentir
rechazo por mi bebé. Era verla con la boca
abierta y me ponía de mal humor, pensaba
que comía demasiadas veces para lo que yo
podía seguir padeciendo.

Busqué grupos de asesoramiento en


lactancia en internet y fue gracias a adaptar la
postura y conseguir un buen agarre, que con-
seguí eliminar el dolor y las grietas. Pasé, de
sufrir en una toma, a sentir el placer por saber
lo que es el amamantamiento.

Lo más triste es ser consciente de la


cantidad de lactancias frustradas que hay por
culpa de profesionales de la salud que no tie-
nen ni la más mínima idea acerca de ella.

De no ser por mi insistencia, ya que tras


robarme el nacimiento de mi primera hija no
iba a consentir perder también la lactancia,
habría desistido. Ni la ginecóloga a la que
consulté, ni enfermeras, ni pediatras; nadie
me dijo más que estas palabras: ”las grie-
tas duelen mucho y no se curan.” Y yo digo:
“¡mentira!”. Se curan o no aparecen si el aga-
rre es bueno.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia,


enfermera y madre de día. Murcia (España)

No me había preparado emocional-


mente para el parto. No me había preparado
emocionalmente para el puerperio. Pero sí
que me había preparado para la lactancia. Leí
mucho sobre todo lo relacionado con lactar.
En mi cabeza guardaba todo un manual téc-
nico sobre posturas, agarres, posibles dificul-
tades, síntomas. Tenía mi cojín, mi sillón,... Me
sentía preparada para pasar ese examen, el
de la lactancia a demanda.

Aun así, los primeros quince días, es-


pecialmente a partir del décimo, sentía que
no podía aguantar más. No me dolían los pe-
chos, no tuve una subida de leche molesta, ni
tampoco tuve grietas, fiebre o mastitis. Sim-
plemente, no podía adaptarme al ritmo de mi
hija, se despertaba más de veinte veces por
la noche (al principio incluso apuntábamos
las horas y los tiempos que mamaba en un
registro de observación, ¡qué absurdo!) y por
el día, más de lo mismo. No podía dejarla ni
un minuto, porque lloraba enseguida, sólo se
dormía con la teta, y la necesitaba cerca, para
sus microsueños.

Una prima me dijo que ella había


aguantado quince días, pero como los pri-
meros quince días son los más importantes
para las defensas, no pasaba nada. Estaba tan
desesperada, que me dije a mí misma, venga,
hasta el día quince. Aguantaré hasta enton-
ces, no queda nada.

Pero una noche después, en la que me


caían las lágrimas por el cansancio, F. me dijo
con cara de preocupación, intentando empa-
tizar con mi malestar, “si tenemos otro hijo, le
daremos biberón desde el principio”.

Y aquel comentario, fue como el revul-


sivo que necesité para darme cuenta. Miré
a mi hija, que en aquel momento mamaba
tan tranquila, ambas tumbadas en la cama, y
supe que el problema era mío. Tenía que vivir
la lactancia con mi hija desde otro lugar “no
mental”, tenía que dejar de preocuparme por
cuánto dormía, o si hacía tomas demasiado
largas, intentando buscar un patrón racional
absurdo. Tenía que desconectar mi cabeza y
entrar en mi cuerpo, en el mundo corporal del
que venía mi bebé; un mundo de quietud, de
calma, sin horarios, ni relojes, solo cuerpo y
leche. Debía aflojarme y dejarme llevar por su
ritmo, fuese el que fuese. Se lo expliqué a mi
hija en voz alta, tal y como solía hablarle an-
tes de nacer, y con sus ojitos pardos pareció
asentir, como si me entendiera.

Y sí, la lactancia continuó hasta el día


quince y muchos días más, más de mil.

Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y


de Leo (n.n.), maestra y blogger.
Mallorca (España)
A MIS PECHOS LES PASA ALGO
— “La lactancia necesita despojarse del
mundo material, de lo que es mesurable.
Sólo entrando en la lógica de los mundos
sutiles, la leche puede chorrear en
abundancia”.

Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra


Mi inicio de lactancia fue realmente duro.


Desde el minuto cero sufrí grietas en los pe-
zones debido a un problema de frenillo lin-
gual de mi hija. A la semana empecé a tener
mucha fiebre, pero haciéndome la fuerte no
hice nada, estaba muy centrada en el dolor
que sentía en las tetas por las grietas y apenas
me di cuenta. Lo achacaba al cansancio y a la
falta de sueño. Estaba muy débil, sentía que si
no era capaz de llevar ese dolor era una mala
madre.

La segunda vez que me dio fiebre me
empezó a aparecer una manchita roja en el
pecho que poco a poco fue aumentando de
tamaño hasta llegar casi al cuello. Acudí al
médico pero estábamos en pleno verano y el
profesional que me atendió no me prestó de-
masiada atención, me dio algunos consejos,
que tomara ibuprofeno para la inflamación y
listo, que en unos días me encontraría mejor.
Pero cada vez iba aumentando el dolor y la
fiebre. Tuve que volver al médico en dos oca-
siones más para que me diagnosticaran mas-
titis. Y todo ello con mi bebé a cuestas que
lloraba todo el tiempo y escuchando muchos
comentarios acerca de seguir con la lactan-
cia, de si mi pequeña lloraba porque mi le-
che no le alimentaba, que si la leche de la teta
mala tenía que tirarla porque le haría mal a mi
hija… no podía más y la verdad no sé cómo
pude aguantar tanto mirando ahora al pasa-
do con algo más de distancia. Creo que fue
mi rebeldía o mi orgullo los que me hicieron
seguir adelante, no estaba dispuesta a reco-
nocer que no era capaz de alimentar a mi hija.
Menos mal que contaba con el apoyo incon-
dicional de mi pareja.
Y por fin llegó septiembre y empecé a
asistir a las reuniones de un grupo de lactan-
cia de mi ciudad. No sé si fue casualidad pero
aquel día hablaban de mastitis, también se
daba una clave emocional para la misma, vin-
culando la aparición de la mastitis en la mama
izquierda, la más cercana al corazón, con una
gran soledad vivida por la madre y con algu-
nos conflictos sobre cómo nos nutríamos en
la relación que vivíamos con nuestra propia
madre. Recuerdo que al escuchar esas pala-
bras empecé a llorar y llorar y así estuve du-
rante un buen rato, quería reprimir esas lágri-
mas pero al intentar acallarlas sentía como si
me atragantara con ellas. Finalmente me dejé
llevar y lloré todo lo que pude y lo que por
primera vez me permitía, lloraba libre, sin te-
mor a molestar a nadie con mi llanto, mi hija
también lloraba. Parecía como si al final algo
en nosotras empezara de cero, como si nos
hubiéramos reconocido y encontrado de
nuevo después de un par de meses.

María Sánchez Mateo,


mamá de Gema y recientemente de Elisa,
Cartagena (Murcia)


Siempre fui una defensora de la teta.
Cuando me quedé embarazada, en mi cabe-
za no cabía otra posibilidad. Estaba abierta a
la posibilidad de tener una cesárea, un bebé
prematuro o a cualquier otra posibilidad,
pero no a no dar el pecho. No compré ni un
biberón, ni un sacaleches, pensando que eso
era empezar con mal pie la lactancia materna.
Leí y releí a Carlos González, la Liga de la Leche
y todo lo que podría estar relacionado con la
lactancia. Fue en ese momento, a mis treinta
años, que me fijé en mis pezones. Cómo po-
día ser que no lo hubiera visto antes. Quizás
porque nunca me había dedicado a comparar
pezones, llamarme rara, pero ante mi angus-
tia comprobé que tenía un pezón plano y otro
invertido.

Como ese pequeño inconveniente no


me iba a parar, las últimas semanas de em-
barazo utilicé un aparato que se suponía ayu-
daba con los pezones invertidos. Además es-
tuve practicando algunas posiciones y estaba
deseando empezar con la lactancia.


Así pues Eva nació. Era un bebé pre-
cioso y con hambre. Pasaban pocos segun-
dos desde que empezaba a quejarse hasta
que lloraba desesperadamente reclamando
su teta y la verdad yo no tenía ni idea de qué
hacer con mi pecho y allí empezó mi calvario.
En el hospital me decían que Eva estaba per-
diendo peso, más del habitual, que Eva no se
cogía bien, que la leche no subía. Cada en-
fermera me decía una manera diferente de
ponerla, la enchufaban y se iban. Entonces
empecé con el sacaleches de hospital, las pe-
zoneras, darle el calostro a Eva con una jerin-
guilla, una sonda de la pezonera a la boca de
Eva…. y yo solo me sentía incapaz. No podía
entender como algo que hacían todos los ma-
míferos me podía costar tanto.

Vino una consultora de lactancia al


hospital y a casa. No quería tirar la toalla por
nada del mundo y nos dijeron que Eva tenía
bastante frenillo. En la consulta del pediatra
hicieron un pequeño corte y la cosa mejoró
un poco pero no lo suficiente. Era como si mi
pecho y su boca fueran anatómicamente in-
compatibles. Para esto no etapa preparada….
Empezamos entonces con la rutina de
poner a Eva al pecho, después el sacaleches
de hospital y después suplementar con el bi-
berón de mi leche. El ritual podía durar una
hora o hora y media, por lo que solo me que-
daba otra hora y media hasta el siguiente ri-
tual. Es curioso que nunca antes en mi vida he
usado reloj, nunca. Pero en esa época fui co-
rriendo a comprarme un reloj y vivía angustia-
da entre toma y toma. Precisamente cuando
menos pendiente tendría que estar del tiem-
po. Curiosa la vida.

Cabe decir que en los casi dos meses


que duró mi batalla por dar el pecho tuve tres
mastitis, ya que cada vez que intentaba la lac-
tancia Eva no podía vaciar el pecho. No se lo
deseo a ninguna mujer en el mundo. Yo solo
me sentía muy débil y pensaba “sabía que la
maternidad era cansada, ¿pero tanto?” y po-
bre de mí lo que tenía era una anemia y una
mastitis de caballo.

Para mí esos dos meses fueron muy du-


ros. No por el cansancio, la anemia o las mas-
titis. Fueron muy duros porque para mí, no ser
capaz de dar el pecho a Eva fue como pasar
un proceso de duelo. El duelo de la teta como
lo llamo. Fue una pérdida muy dura y todo un
replanteamiento para mi valía como mujer.

Por suerte, el sacaleches de hospital


funcionaba y tenía suficiente leche para las
tomas de Eva. Fue entonces que tomé una
decisión. Tomé la decisión de seguir sacando
la leche con la máquina para poder darle a
Eva mi leche aunque fuera con el biberón. Y
entonces tuve un sueño.

Soñé que tenía un tercer pezón que no


había estado usando y de él salía nata. Para mí
fue toda una revelación y un alivio.

Comprendí con este sueño que había


estado obsesionada con mi objetivo de dar el
pecho y que las madres además del alimento
físico, que es tan importante, nutren de mu-
chas otras maneras. Tan importante como la
leche es el alimento emocional y espiritual
que le podemos dar a nuestras criaturas y yo
estaba descuidando ese alimento.

A partir de ese punto me dediqué a


disfrutar de mi bebé, a enamorarme y dejar el
reloj en el cajón. Para mi propia sorpresa se-
guí dando a Eva mi leche extraída hasta que
tuvo siete meses y medio. Y lo que es más im-
portante, nunca más he vuelto a juzgar a una
mujer con un biberón.

Cris Moreno, 34 años, mamá de Eva.


De Barcelona residiendo en Francia.

Venía de un parto natural, espontáneo,


fácil. Me sentía como un animal triunfante. Lo
siguiente era dar el pecho, tras el contacto
piel con piel, inmediato al parto.

Tengo los pezones umbilicados hacia


adentro, desde que nací. Son los famosos pe-
zones invertidos, por lo que ya me asesoré
con una muy buena experta en lactancia an-
tes de parir. Tenía leche, podía dar el pecho,
pero sin pezón hacia fuera el bebé no detecta
éste en su paladar, algo que hace que instin-
tivamente succione y mame. Le di a Júlia el
pecho durante dos meses; sabiendo de otras
alternativas, usé pezonera y desde el cuarto
día combiné el pecho con biberón. El motivo
más determinante fue ver cómo perdía peso y
luego le costaba ganarlo, pese mamar todo el
tiempo, y a la vez saber por explicación de la
asesora, que algunos bebés entran en estado
de adormilamiento como recurso a no gastar
energía, si instintivamente sienten que no la
ganan con el alimento.

Sé que muchas mujeres podrán no es-


tar de acuerdo con mi decisión, o estrategia,
y que achacarán a esto el hecho de no salir ai-
rosa de esta situación. Pero lo que yo aprendí
en esta preciosa experiencia pero a la vez de
difícil comunión para Júlia y para mí es que en
la vida hay que ser flexibles.

Quise muy concienzudamente dar el


pecho, me entrené durante horas unas tres
veces con la asesora de lactancia, leí técnicas
y estrategias, tuve paciencia, estuve dando de
mamar con mucha intensidad,… Pero con el
tiempo vi que todo depende de cada bino-
mio madre-hijo particular. Júlia tiene la boca
pequeña y algo de frenillo (no significativo).
Yo, los pezones umbilicados. La conjunción
de su fisiología y la mía era difícil, como difícil
se hacía el camino, le veía a veces esa sensa-
ción en su rostro, que fue evidente el día que
dejó de querer seguir luchando por esa causa
y ante lo cual yo desistí por respeto a lo que
me estaba pidiendo, rechazando la teta.
Júlia y yo estuvimos más tranquilas
desde entonces, todo fluyó con más naturali-
dad. Para mí fue así tras hacer el duelo y dejar
de sentirme culpable. Verla más satisfecha,
plena, me ayudó a entender que el biberón
era una alternativa, para mí la mejor (aunque
seguí durante meses sacándome leche y dán-
dosela con el biberón).

Marta Tarrida, 35 años, mamá de Júlia.


El Masnou (España)

Mis pechos no responden, no respon-


dían, no estaban dispuestos a alimentar a mi
hija y lo intenté todo y más.
Sentirte juzgada por no poder dar el pecho
a tu hija, no es nada comparado con el senti-
miento de culpa que sientes tú como madre,
madre incompleta, madre que le está fallan-
do desde el primer día, madre que se siente
que le está cortando un vínculo.

Poco a poco me fui convenciendo que


no podría conmigo, que ese impedimento
no haría ningún daño a ese vínculo formado
entre mi niña y yo, le di todos los biberones
en brazos, simulando que era mi pecho para
estar piel con piel, intenté alargar la lactancia
mixta lo máximo posible, lactancia mixta es
estar todo el día con el mundo comida, pero
no importaba.

Claudia Gámez A., 38 años, mamá de Zoe.


Madrid (España)

Desde el primer momento que supe


que estaba embarazada tuve claro qué que-
ría amamantar a mi bebé. Nutrirlo de mí, darle
lo mejor. Leí mucho sobre el tema y parecía
algo tan sencillo; emana de tu cuerpo. Duran-
te los nueve meses vas preparando su canas-
tilla, su llegada, pero en casa no teníamos ni
un biberón. Y allí estábamos, todo el día en
el pecho disfrutando de nuestra piel… Pero
algo no iba bien, porque Ella lloraba a pesar
de que yo creía que le estaba dando todo lo
que necesitaba. La verdad que no sé si habré
llegado a ver tres gotas juntas o lo soñé pero
así no la podía alimentar. Insistimos durante
un mes entero, sin hacer caso a todas las que
decían “desiste”. En el sacaleches no conse-
guía ni para un cubito de hielo, y probé con
la cerveza sin alcohol por lo de la cebada…
Nada me funcionó. Me frustró mucho pero a
veces las cosas no salen de la manera que es-
peramos y hay que dejarse llevar, olvidar esa
idea y seguir colocando a tu bebé cerquita
del corazón porque esa paz no se la da el bi-
berón. Sí, le sacia pero no alimenta el alma.

Papelenmisvenas, 36 años,
mamá de Ella, dependienta.
A Coruña (España)
DAR TETA ME DUELE
— “Para amamantar se necesita
introspección, conexión consigo misma y
equilibrio emocional”.

Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra

Dar teta, nunca, nunca, nunca duele.


Si lo hace es porque algo no va bien. Hay que
buscar asesoras de lactancia y no enfermeras,
ni pediatras, ni ginecólogos a no ser que se-
pamos que saben acerca de lactancia mater-
na, sino solo nos ayudarán a acabar con ella.
El agarre es lo más importante. Si hay dolor
hay que ver qué es lo que no va bien. Un freni-
llo corto, una perla de leche… Siempre acudir
a un grupo de lactancia materna.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia,


enfermera y madre de día.
Murcia (España)
Desde el momento de parir, mi hijo se
agarró al pecho como una fiera y la lactancia
iba muy bien. Pero después del tercer día, me
empezaron a doler un poquito los pezones.
Se me hizo una pequeña grieta. Me habían
dicho que las grietas duelen mucho y yo no
quería que se hicieran grandes. Así que, en
contra de lo aconsejable, durante dos días
usé unas pezoneras para que al dar de ma-
mar no me rozara. También me puse lanolina.
Mientras tanto, me informé sobre cómo ama-
mantar y qué posiciones favorecen la lactan-
cia. También visité a la comadrona para que
me recomendara alguna solución. Me dijo
que el bebe succionaba perfectamente. Pasa-
dos los dos días, una vez la pequeña grieta
desapareció, empecé a darle teta sin las pe-
zoneras, y desde este momento el bebé y yo
fuimos aprendiendo el uno del otro. ¡Ahora la
lactancia nos va de maravilla!

Elitsibeta, 37 años,
mamá de Eric, psicóloga y maestra.
Barcelona (España)
Martin pedía cada 2 horas, a veces me-
nos, y yo le ponía al pecho. No es lo mismo
hacerlo que verlo hacer, yo no sabía coger
al niño con naturalidad, me sentía torpe. En
cada toma recordaba todo lo leído, sabía que
el niño no lo estaba haciendo bien porque el
pecho me dolía y el segundo día ya aparecie-
ron las primeras grietas, primero en un pecho
y después en otro. Ponerle al pecho empezó
a ser muy molesto, evitaba que hubiera gen-
te acompañándome porque todas las tomas
empezaban o acababan conmigo llorando.
Ya en casa las grietas no mejoraban sino todo
lo contrario, no soportaba el contacto de la
ropa y cuando se iba acercando el momento
de la toma me ponía irritable y sentía verdade-
ra angustia. Dejé de usar discos de lactancia,
pomadas, tan solo mojaba los pezones con la
leche al final de cada toma y utilizaba un gel
cicatrizante específico para episiotomías a la
hora de ducharme… Empecé a dormir sin su-
jetador de lactancia y tan solo lo usaba para
salir, aunque ni esto quería hacer para evitar
vestirme… No pensé que algo así afectaría
tanto a mi ánimo y limitaría mi vida de esa for-
ma.
El peor momento era el inicio de la
toma, cuando el niño se enganchaba. Llegó un
momento en que el dolor se volvió inaguan-
table, nunca he sentido un dolor tan interno,
tan visceral, tan agudo. En ocasiones duran-
te más de 20 minutos intentaba enganchar a
Martín a mi pecho, quería ponerle, él quería
agarrarse abriendo su boca y yo le intentaba
atraer hacia mí con los brazos mientras de
forma completamente instintiva arqueaba mi
cuerpo alejando la teta del niño. Casi siempre
tenía que haber alguien conmigo que me fa-
cilitara el enganche porque a veces yo sola
era incapaz. Martín lloraba desesperado por
ese juego siniestro que sentía que yo le ha-
cía, retirándole la teta y yo lloraba más que él
por ser incapaz de dar de mamar a mi hijo por
no aguantar lo que tantas aguantan todos los
días, por no sentir lo bonito que es alimentar
a tu hijo con tu cuerpo, por no ser capaz de
entablar ningún vínculo.

Cada día pensaba con todo el dolor de mi co-


razón que iba a ser el último de mi recorrido
por la lactancia materna, hasta que después
de mes y medio de llantos y llagas dejé de
sentir dolor, dejé de mirar el reloj para ver
cuándo pediría la siguiente toma y empecé a
mirar a mi hijo a los ojos mientras mamaba.

Al principio muchas veces me pregun-


té dónde verían lo bello de dar el pecho, el
vínculo, el placer. Creo que yo no empecé
a sentir ese verdadero placer hasta los tres
o cuatro meses de vida de Martín, ahora se
cumplen 15 desde que empezamos este via-
je y cada día pienso la pena que me va a dar
cuando sea el último, porque en mi vida po-
cas veces me he sentido tan conectada con
alguien como cuando Martín coge mi pecho
y veo que se siente seguro del mundo, y me
mira con esos ojos tan despiertos y me dice
tanto. Criar a mi hijo con mi pecho y no ren-
dirme ante el dolor ha sido sin duda una deci-
sión que ha merecido la pena.

Cris, 31 años. Mamá de Martín.


Palencia (España)
MI LECHE NO ES BUENA,
O ESO DICEN…
— “Si el bebé no aumenta de peso ¡en
principio necesita más pecho! Más tiempo,
más seguido. Mucho antes de pensar si
quiera en reemplazar el pecho con leche
de vaca maternizada, tenemos que poder
ofrecerle más cantidad de leche humana.”

Laura Gutman
La Revolución de las Madres


No hay preparación preparto que le haga to-


mar conciencia a una de lo que es la lactancia
y lo complicado que son esos primeros días.
Pero a la vez no hay explicación previa a la ex-
periencia que te permita entender la sensa-
ción vital que tienes al poder darle leche a tu
bebe en paz.

Cuando mi primer hijo, fue a su revisión


de los 15 días había perdido mucho peso. La
pediatra concluyó que me leche no era buena
y por tanto que tenía que darle lactancia mix-
ta. Recuerdo mucho el día y medio posterior.
Tendida en la cama, con mis hormonas albo-
rotadas y sin ganas de hacer más que dormir
con mi bebé y darle leche.

Visto en perspectiva, no es tan grave,


y en algunos casos es inclusive bueno para
compartir roles con los papás, lo que creo
que está mal, es llegar a conclusiones apresu-
radas y no manejar las formas con una mujer
recién parida: ¿Cómo alguien puede ser tan
insensible de decirle algo así a una mamá con
las hormonas en recreo, así sea verdad?

Mi consejo si esto sucede y realmente


quieres seguir alimentando a tu bebé con le-
che materna, es que hables con otras mamis,
pidas consejos, busques asesoría y lo intentes
en diferentes momentos, probablemente en
ese momento la lactancia mixta sea lo que ne-
cesita, pero eso no significa que luego todo
no se pueda reconducir. Pero sobretodo, que
no dejes que ni tú, ni nadie, te hagan perder
el control emocional.

Liliana Orozco Vallejo, 41 años, mamá de Luca


y Daniel, economista. Madrid (España)
Con mi hijo mayor, me salieron doloro-
sas grietas en los pezones durante todo el pri-
mer mes. Yo era consciente de mi rechazo a
dar de mamar a mi bebé, debido al dolor que
me producía. Él no se “prendía” correctamen-
te, yo no sabía cómo ayudarlo. Entonces él se
quedaba con hambre y no subía de peso. Me
dijeron que “mi leche no era buena”, que por
eso mi hijo no engordaba.

Me preguntaba en aquellos momentos


cómo era posible que la Madre Naturaleza
me hubiese hecho diferente a otras madres.
Comencé, por presión de los médicos y fami-
liares, a darle biberón a mi bebé, como com-
plemento del pecho. Ahora comprendo que
era más rápido para ellos resolver con bibe-
rón, antes que enfocarse en ayudarme a re-
solver “mis inconvenientes” con la lactancia.

Insistí todo el mes, a pesar del dolor,


y cuando mis grietas sanaron, empecé en
contra de la presión popular, a darle pecho a
demanda. Al notar que el bebé tomaba más
pecho y mejor, comencé a bajar la leche com-
plementaria. Esto nunca lo mencioné a los
médicos para no entrar en conflictos. Mi bebé
crecía muy bien y ambos disfrutábamos de
los momentos de lactancia.

Hasta los seis meses le di pecho libre-


mente, complementando con muy pocas do-
sis de biberones. Cuando comenzó a ingerir
sólidos, decidí quitarle el biberón y continua-
mos sólo con pecho hasta sus veintiséis me-
ses.

En ese momento, lo que hubiese nece-


sitado era tener a mi lado alguna asesora de
lactancia.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)

“Tu leche ya no le alimenta”… me lle-


garon a decir… “Dale biberón, alimenta más”.
¿Qué nos ha ocurrido cómo sociedad? Cada
madre es libre de alimentar a su bebé como
considere que es mejor, ya sea con biberón o
dándole el pecho. Si elige dar el pecho, po-
dríamos ayudarla a estar bien alimentada y
descansada (en la medida de lo posible), en-
tonces, seguro que nadie necesitará poner en
duda que la leche materna es de calidad.

Llegué a cuestionarme si mi leche no


era buena, pese a todo lo que había leído…
cuánta angustia,… cuánta angustia pueden
llegar a crear esos comentarios de terceros….
Por favor, mimemos a las madres.

Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.


Barcelona (España)
PROBLEMAS DEL BEBÉ
PARA SUCCIONAR
— “El pezón no sirve para mamar, sino solo
para indicar al bebé de dónde tiene que
mamar. Es como la banderita que ponen
en el campo de golf para que desde lejos
sepan dónde está el agujero”.

Carlos González
Un regalo para toda la vida


Pasó el primer mes de vida de mi hija y


la lactancia estaba siendo complicada. Cada
semana nuestro pediatra, que es pro-lactan-
cia afortunadamente y una persona muy res-
petuosa, cercana y agradable, nos animaba
a seguir el mismo camino. Pero el peso que
ganaba la niña semana tras semana no era
demasiado y yo sentía que no se quedaba
tranquila ni satisfecha a pesar de estar mucho
tiempo en la teta.

Hubo una semana en que mi hija ganó
20 gramos y ahí nuestro pediatra dejó de
barajar más opciones y me recomendó que
me extrajera leche con un sacaleches y suple-
mentara al bebé con ella.

Cuando me lo dijo el mundo se me


cayó a los pies. Sentía que estaba perdiendo
la batalla en la que estaba luchando con to-
das mis fuerzas, no sólo físicas sino también
emocionales. Me vine un poco abajo.

El uso del sacaleches fue otro empujón


más contra las cuerdas. ¿Cómo iba a sacarme
leche si mi hija estaba prácticamente todo el
día enganchada? Aun así, lo intenté, desper-
tándome a media noche, mientras ella dormía,
durante el día en una de las siestas e incluso
a veces mientras ella mamaba de una teta me
sacaba mientras de la otra, porque me habían
dicho que el bebé era el mejor estímulo para
mi producción láctea. El esfuerzo fue tremen-
do. Y para colmo, cuando me ponía manos a
la obra con el sacaleches las cantidades que
lograba extraer eran pequeñas (a veces 20 ml,
otras 50, cuando más 80). Mis tetas echaban
humo. Y la sensación de no poder sacar más
me hizo pensar en alguna ocasión que no era
capaz de producir más leche, y mi hija se es-
taba quedando con hambre, por lo que no
estaba siendo capaz de alimentarla como ella
necesitaba...

Aún con todo sobreviví y busqué ayu-


da donde creía que mejor me la podían dar:
en el grupo de apoyo de la lactancia materna
de mi ciudad, Almamar.

Me fui sola a una de las reuniones y


allí me encontré a la por entonces presidenta
de la asociación, Leonor, quien escuchó muy
atenta mi historia. Mi hija había engordado
aproximadamente un kilo en un mes y medio,
y le trasladé mi inquietud por la situación. Me
preguntó si podía ver cómo mamaba y ense-
guida le vio un frenillo sublingual. Julieta tenía
un frenillo demasiado corto para succionar de
una manera correcta en teoría, y puede que
ese estuviera siendo el obstáculo para que al-
canzásemos una lactancia satisfactoria.

Con el diagnóstico de Leo, formada y


requeteformada en temas de LM y concreta-
mente en frenillos sublinguales, me fui al pe-
diatra, y éste me recomendó a un compañero
que en consulta privada hacía frenectomías
sublinguales (corte del frenillo bajo la len-
gua). Así que llamé a la consulta de este otro
pediatra de mi ciudad y me informé. Por telé-
fono parecía un señor amable, educado y res-
petuoso, nada que ver con la realidad que co-
nocimos el día que decidimos ir a su consulta
por desgracia. Él le cortó el frenillo a Julieta,
para eso fuimos, pero el rato que pasamos allí
fue bastante desagradable. Y no me apetece
entrar en más detalle.

Después de liberar la preciosa lengua de


mi hija, la lactancia pareció comenzar a ir mejor.
Ganaba más peso, estaba más tranquila...
Cuando volví a ser madre por segunda vez,
Leo, la asesora de lactancia que me ayudó a
salvar la de Julieta, se había convertido en mi
amiga. Incluso nos quedamos embarazadas a
la vez y pudimos vivir los embarazos y partos
muy cerca la una de la otra.

La lactancia de Olmo, mi segundo hijo,


fue sobre ruedas prácticamente desde el pri-
mer instante; pero curiosamente insté a Leo
para que mirase si tenía frenillo, y su respues-
ta fue un sí rotundo (puede que lo tuviera en
un grado superior incluso). Sin embargo todo
fue como la seda en esta ocasión.
Cuento todo esto porque a veces es
muy sencillo achacar los problemas de la lac-
tancia a causas físicas, cuando en realidad
deberíamos mirar mejor hacia dónde está la
madre, cómo se está sintiendo, y promover su
autocuidado y que reciba cuidados desde su
entorno. Puede que ese sea el origen de las
dificultades. Yo me siento ejemplo de ello.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)


Otros de los problemas que puede ha-
ber al inicio de la lactancia son los “problemas
mecánicos”, como el frenillo lingual corto, la
retracción del mentón o incluso no saber suc-
cionar (sacar la lengua hacia el exterior en lu-
gar de hacia el interior y hacia arriba). En cual-
quier caso, y si la lactancia es tu elección, no
hay que desistir.

Aunque el hecho de succionar sea un acto


reflejo en los bebés, en algunos casos puede
no ser fácil la coordinación mandíbula–len-
gua sobretodo en el post parto inmediato,
donde el bebé puede estar todavía un poco
“aturdido” por la anestesia o por el parto en
sí. Si esto persiste muchos días, es buena idea
consultar un osteópata.

Sea cual sea el problema, y si tienes


claro que quieres amamantar, lo más impor-
tante es la estimulación de las glándulas ma-
marias desde las primeras horas post-parto.
Si se estimulan a un ritmo regular ya sea con
sacaleches o mediante extracción manual, no
se va a frenar la producción de leche, y eso
es básico durante toda la lactancia pero sobre
todo en los primeros días.

Hay que tener cuidado con el uso de


biberones o chupetes puesto que después
pueden confundir el pezón con la tetina y
puede entorpecer la lactancia. Es mejor espe-
rar a tener la lactancia bien establecida.

La lactancia tarda alrededor de 4-6


semanas en establecerse y las primeras 2 se-
manas pueden ser desesperantes desde el
punto de vista de la lactancia (mastitis, ingur-
gitación, dolor en los pezones, adaptarse al
ritmo del bebé) que además se junta con el
bajón hormonal, adaptación a la nueva vida,
los puntos de la episiotomía…
Si algo he aprendido es que merece la
pena luchar porque en muy pocos casos no
se puede realmente no dar el pecho. La pri-
mera causa de no amamantar es la falta de
voluntad de la madre (normalmente por de-
sistimiento), que es comprensible teniendo
en cuenta el contexto del post-parto.

Una vez establecida, podrás disfrutar de ese


bonito vínculo que se crea entre madre-hijo,
el goce de ese momento íntimo con tu bebé.

Laumar, 35 años, mamá de Sol.


(Suiza)

Durante el embarazo de Daibel tuve


tiempo de leer e informarme sobre la lactan-
cia. Tras esas lecturas, gracias a las que com-
prendí los grandes beneficios que nos apor-
taría, tenía clarísimo que iba a esforzarme
mucho por tener una lactancia exitosa. Daibel
nació con ciertos problemas de salud que hi-
cieron muy complicado cumplir lo que, al final
del embarazo, se había convertido en un fuer-
te deseo.
Daibel nunca se enganchó al pecho. Su
hipotonía y su labio leporino lo hacían muy di-
fícil. Recientemente, he comprobado que son
muy pocos los niños con su síndrome que con-
siguen mamar, pero pienso que, con más ayu-
da, serían más los que podrían conseguirlo.

Al nacer, nos separaron, lo que no ayu-


da a establecer la lactancia. No pude ponerle
al pecho hasta que no pasaron unas 48 ho-
ras. Eso tampoco ayuda. Mi estado emocional
tras tener, de forma inesperada, un hijo con la
salud comprometida, también lo hacía difícil.
Que la unidad de neonatos no esté prepara
para que las madres estemos allí las 24 horas,
lo hace imposible.

Aún así, yo me esforcé todo lo que


pude. Durante los más de dos meses que
Daibel estuvo ingresado tras el parto, me ex-
traía leche 8 veces al día y conseguí que el
primer mes tomara todos los biberones de le-
che materna. Aunque las expertas dicen que
una mala noticia no reduce la producción, el
resultado de su resonancia cerebral coincidió
con una merma considerable en la cantidad
que me extraía. Después, sus hipoglucemias
nos obligaron a aumentar el volumen de las
tomas con el fin de mantener los niveles de
glucosa en sangre. Yo ya no tenía suficiente.
Sólo conseguía sacarme leche para uno de
sus ocho biberones diarios. Fue muy frustran-
te y mi preocupación iba en aumento, pero
no me rendía.

Pude conocer a Belén Abarca, una en-


fermera de neonatos que es consultora inter-
nacional certificada en Lactancia Materna por
International Board of Lactation Consultant
Examiners (IBLCE), cuando le tocó trabajar en
el box donde nosotros estábamos. Ya llevába-
mos allí un mes. Ella, que es experta en ase-
sorar sobre lactancia en unidades neonatales,
me explicó algunas cosas que yo podía hacer
para aumentar la producción, como sacar-
me de los dos pechos a la vez o terminar con
unos minutos de extracción manual tras usar
el sacaleches, entre otras. Yo hice todo lo que
me dijo, pero lo cierto es que no obtuve mu-
chos resultados. Habría necesitado más tiem-
po con Belén para que me ayudara, ya que
me consta que gracias a sus consejos otras
madres han conseguido grandes progresos.
Pero ella no trabajaba en mi box habitualmen-
te y tuve suerte de que aquel día se sentara
conmigo cuando hubo un rato tranquilo en
su trabajo. Su compromiso y vocación hacen
que ayude a muchas madres, pero el hospital
no se lo pone fácil. Ojalá nadie la necesitara,
pero recomiendo su página web (http://lac-
tancia-prematuros.com/) a aquellas madres
que tienen a sus hijos hospitalizados y necesi-
ten ayuda con la lactancia.

Tras el alta hospitalaria, asistí a un ta-


ller de lactancia en mi municipio. Aunque les
estoy muy agradecida por el apoyo que me
ofrecieron, hay muy buenas intenciones y me
consta que han ayudado en gran medida a
muchas mujeres y sus bebés, creo que no es
lugar para madres con hijos con necesidades
especiales. Todo lo que allí me propusieron, y
más cosas, ya las había puesto en práctica.

La complicada agenda hospitalaria tras


el alta, en combinación con mi frustración por
no conseguir mejores resultados con las ex-
tracciones, hicieron que tirara la toalla. El do-
lor que eso, aún hoy, me produce es inmenso.
Sé que algún día lo convertiré en orgullo por
haberme esforzado tanto y haberle regalado
tanta salud en cada gota, pero todavía lo es-
toy sanando.
Todo esto me hace concluir que nece-
sitamos más ayuda. La lactancia es importante
y difícil para cualquier bebé, pero lo es más si
tiene una situación especial. Por eso necesita-
mos más apoyo. Necesitamos a más personas
como Belén en los hospitales, posiblemente
con una dedicación exclusiva a temas de lac-
tancia. También deberíamos tener verdade-
ras maternidades en las que no se separe a
las madres de sus hijos, con espacios de des-
canso para nosotras que nos garanticen que
podremos amamantarles las 24 horas, en vez
de tener que abandonarlos para irnos a dor-
mir a casa.

Ana Isabel Íñigo, 30 años, mamá de Daibel.


Rivas-Vaciamadrid (España)
EL BEBÉ NO ENGORDA
— “El bebé se alimenta de la leche,
pero sobre todo del contacto corporal
permanente con su madre”.

Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra


Doy teta pero mi niño sigue teniendo ham-


bre. Llevábamos tres días escuchando sus
lloros sin saber qué le pasaba, intentando cal-
marlo día y noche. Las enfermeras decían que
no me preocupara que si había mamado diez
minutos ya era suficiente. Pero no lo era, diez
minutos no eran suficientes.

Lo que nosotros no sabíamos era que


la leche no me había subido. Cuando lo des-
cubrí, a los tres días de nacer, me sentí desfa-
llecer. Pesaron a mi niño antes y después de
mamar. No había ganado nada de peso. Me
sentí muy mala madre. ¡Por eso lloraba tanto!
Pobrecito, si tenía hambre, ¿cómo no iba a llo-
rar? Todo era culpa mía.

Irremediablemente teníamos que dar-


le suplemento. Pero yo pensaba que enton-
ces se acostumbraría y no querría mamar. La
matrona me dijo que para evitarlo le diera con
una jeringuilla. Dos días estuve alimentado a
mi bebé con una jeringuilla y mucha mucha
paciencia, ya que la leche se le salía continua-
mente de su pequeña boca. No era una forma
natural de tomar leche. Pero lo conseguimos,
y por fin, al quinto día de nacer me subió la
leche. Poco a poco pude dejar las jeringuillas
y la leche de bote, para darle únicamente el
pecho.

Cada semana íbamos al pediatra y nos


decía que había aumentado de peso pero no
lo suficiente. Me instaban a darle biberón y yo
me negué todas las veces. Me dieron mues-
tras y las guardé, alguna le di pero siempre
después de haber tomado teta. A todas horas
tenía a mi hijo pegado a mi teta, comía con él
en la teta y por la noche lo despertaba cada 3
horas para darle de mamar. Fue un mes muy
duro.
Cuando pensaba que ya estaba nor-
malizado, se murió mi abuela, mi niño apenas
tenía 4 semanas y mi leche se resintió. Otra
vez había engordado poco, otra vez a tenerlo
pegado horas y horas. Hasta que por fin, la se-
mana siguiente, la matrona dijo: ahora sí está
la lactancia bien establecida. Por fin, había ga-
nado peso adecuadamente.

A partir de ahí todo fue cuesta abajo,


empezó a sonreír y la lactancia fue cada vez
más fácil. Con 4 meses estaba bien hermoso y
yo bien delgada.

Perséfone, 35 años,
mamá de Manuel,técnica de calidad.
Rubí, Barcelona (España)

Mi hijo tenía mucha prisa por llegar a


este mundo, así que decidió adelantarse cua-
tro semanas de la fecha probable de parto.
Nació en la semana 36 de gestación, afortuna-
damente sano y perfecto, tanto que no necesi-
tó ayuda médica. Midió 45 cms y pesó 2.400
kg. ¡Era diminuto! Hasta nos hemos guarda-
do uno de los primeros pijamitas que le pusi-
mos para recordar lo pequeño que era…
Con las revisiones rutinarias, que a un
prematuro le hacen un poco más exhaustivas,
constatamos que, salirse de la “norma” o de
los famosos “percentiles”, es un agobio. Tan-
to mi pareja como yo creemos que cada uno
elije su forma de nacer y es como es, único e
irrepetible. Pero a pesar de tener muy claro
esto y de que íbamos a respetar el ritmo de
nuestro hijo, en una de esas revisiones, el pe-
diatra nos alarmó de tal manera que decidi-
mos llevarlo al hospital. ¡Qué error el nuestro!
Sólo conseguimos hacerle sufrir el rato que
allí estuvo, porque para un bebé tan pequeño
e indefenso, por muy bien que lo traten, un
hospital es un medio hostil. Ellos necesitan
el calor de mamá y los olores conocidos, así
que ir de mano en mano, haciéndole pruebas
y tumbándolo en camillas, no quiero ni ima-
ginar lo aterrador que le resultó. Menos mal
que las pediatras (dos chicas jóvenes, con opi-
niones totalmente distintas a nuestro pediatra
de zona, un señor que ronda los 65…) nos
tranquilizaron, nos explicaron detalladamen-
te lo que se considera “normal” en el proceso
de engordar y lo que más me ayudó, enten-
dieron que nuestro miedo era lógico, des-
pués de que les contáramos las palabras que
tuvimos que oír. Me sentí cuestionada como
madre y es el peor sentimiento que una, re-
cién parida, puede tener. Todavía estábamos
conociéndonos, aprendiendo la una del otro
y estableciendo nuestros códigos a la hora de
mamar, y ese proceso fue bruscamente inte-
rrumpido, por alguien de fuera.

Es una de las cosas que más me ha cos-


tado perdonarme, el haber caído en la tram-
pa, a pesar de mis opiniones y mi formación
profesional, pero el camino maternal es así…
Hay que tropezar, equivocarse, perdonarse
los errores y seguir adelante, con el convenci-
miento de que tu hijo confía en ti ciegamente
y hagas lo que hagas, seguirás siendo su “su-
permamá”.

Espe, 42 años,
mamá de Nala y Gael, doula y terapeuta.
Zaragoza (España)
Mi hija no llegó a los 3kg al nacer. Cre-
cía poquito a poco. Tomaba pecho a deman-
da y al pediatra no le parecía bien. Me insistía
en cada visita en la necesidad de un orden y
unos horarios, insistía en que le diera biberón
después de haberme enseñado un gráfico y
hablarme de percentiles. Me hizo ir cada se-
mana a una farmacia a pesarla, siempre a la
misma (porque las medidas de una báscula a
otra pueden variar…) y siempre con ropa pa-
recida. Compré el biberón y la leche en polvo
como él me decía, sin embargo, mi hija tenía
las cosas muy claras y sólo quiso teta. Él logró
que me preocupase y me obsesionase. Hasta
que dije basta y cambié de pediatra.
Me pregunté a mí misma si hacía sólo
unas pocas décadas los bebés eran someti-
dos a esa presión por encajar dentro de unos
percentiles de talla y peso… Mi hija estaba
sana, despierta, activa, fuerte, maravillosa,
simplemente engordaba poco. Hoy, después
de varios años, sigue siendo delgada y pien-
so, ¿no será que su constitución es simple-
mente así? ¿Hacía falta generar esa angustia
y ese sentimiento de culpa?
Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.
Barcelona (España)
Cuando en la segunda revisión médica
después de salir del hospital me dijeron que
mi bebé no había engordado, no pude evitar
preocuparme. Para mí, que soy madre prime-
riza y que decidí darle pecho a pesar de no te-
ner referentes (ni mi madre ni hermana dieron
pecho), que me dijeran que mi bebé no en-
gordaba era de lo peor, porque era algo que
no podía controlar. No entendía qué pasaba,
mi hijo mamaba feliz y tranquilo, aunque rápi-
damente se quedaba dormido en el pecho, y
dormir, dormía un montón, sin quejarse ni dar
señas de estar mal.

La enfermera me aconsejó darle un bi-


berón de leche de fórmula para ayudarlo, y a
pesar de que yo no quería darle biberones,
en ese momento le hubiera dado lo que me
hubieran dicho con tal de que cogiera peso.
Esa misma noche, le di su primer biberón, y
dos segundos después de tomarlo, vomitó.
No sólo lo veía poca cosa (solo falta que te
digan no engorda para que tu lo veas aun
mas raquítico) sino que me daba la sensación
que podía estar enfermo (¿porqué iba a vo-
mitar sino?). Las inseguridades de una madre
primeriza pueden llegar a ser tremendas y
empiezas a ver demonios por todas partes.
Probamos diferentes tetinas y biberones, cre-
yendo que al dar con el adecuado las cosas
mejorarían, pero no fue así. Mi bebé rechaza-
ba automáticamente cualquier tipo de tetina,
sólo quería el pecho. Al comentárselo a la pe-
diatra me dijo que le diera más, y yo lo hice,
pero volvió a vomitar. Entonces me dijo que
cambiara de leche, y yo cambié de pediatra.
Lo primero que me preguntó la nueva pe-
diatra fue: “¿tu quieres seguir dándole el pe-
cho?”, y yo contesté decidida que sí. Me dijo
que mi hijo era un niño conformista, y que se
conformaba con lo poco que salía del pecho.
“¿Por qué no quiere el biberón entonces?”,
pregunté. “Pues porque no es tonto”, me con-
testó la pediatra.

Cada dos horas durante quince días te-


nía que ponerme al bebé en el pecho, quince
minutos en cada pecho, durante el día y la no-
che y nada de biberones. Si dormía tenía que
despertarlo, y sí, fue un maratón intensivo y
agotador, pero valió la pena, porque de gol-
pe todo cambió. Mi hijo estaba más tiempo en
el pecho y eso hizo que empezara a producir
más leche, y al producir más leche, mamaba
cada vez más cantidad por lo que rápidamen-
te no sólo recuperó el peso pedido sino que
aumentó considerablemente, estando desde
entonces por encima de la media.

A veces, el sentido común es la mejor


opción.

Nymeria, 33 años, mamá de Unai.


Figueres, Girona (España)
A MÍ NO ME DIERON TETA,
PERO YO SÍ HE PODIDO…
— “Amamantar: una forma de amar”.

Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra


Crecí oyendo a mi madre decir, que no tenía


casi leche. Crecí oyendo a mi madre decir, que
en su época decían que la leche de fórmula
era mejor que la leche materna. Era lo normal,
y mi madre es una madre muy normal. Soy la
segunda, y me distancio de mi hermana en 20
meses. Fui un descuido, de hecho mi madre
nunca quiso tener otra hija. Menudo susto,
ya estaba desbordada con mi hermana, a la
que intentó darle teta, pero desistió pronto.
Mi madre siempre quiso trabajar y se esfor-
zó mucho para estudiar con una beca, por-
que mis abuelos no tenían mucho dinero. Fue
una mujer trabajadora y no entiende que ni
mi hermana ni yo prefiramos estar con nues-
tros hijos a trabajar. Era una elección que ella
no se la podía ni plantear, había visto a esas
mujeres que dependían de un hombre tantas
veces injusto y violento, atadas a una casa y
una familia porque no tenían dinero para ser
independientes y eso no lo quiso para ella, ni
lo quiere para sus hijas.

Mi madre no me dio teta, ella creció lu-


chando por su independencia, luchando por
su libertad. Mi padre, era un hombre de su
tiempo. Trabajaba, leía, hablaba, estudiaba.
Pero no cambiaba pañales, no jugaba en el
suelo, no vestía ni bañaba a sus hijas. A veces
gritaba, porque le molestábamos, además
no dormía bien por las noches. Me contaron
que una noche mi padre me cogió en brazos
de forma violenta y de la desesperación, me
amenazó a gritos con tirarme contra la pared.
Son las historias que se cuentan en familia, y
sabéis, desde esa noche no volvía a desper-
tarme por las noche ni a llorar por las noches,
debía estar tan asustada que a pesar de mis
necesidades no quería compartirlas con mis
padres. Recuerdo tener un miedo atroz a la
oscuridad y de más mayor me despertaba
muchas veces llorando por las noches debido
a pesadillas terribles. No le culpo, lo hizo lo
mejor que sabía, pero mientras escribo estas
líneas se me llenan los ojos de lágrimas por la
soledad que esa niña debió sentir, y esa niña
soy yo.

Mi madre no me dio teta, así que me


perdí momentos maravillosos y deliciosos.
Cuando veo la felicidad de mi hija peque-
ña de 2 años y medio cuando lacta, su tran-
quilidad cuando está tomando tetita, pienso
cómo sería yo ahora si mi madre me hubiera
dado pecho. Cuando ve el modo en que mi
hermana y yo criamos a nuestros hijos, nos ve
darles el pecho, creo que de alguna manera
siente pena de no haber podido vivir esa ex-
periencia, no haber podido vivir esa plenitud,
no haber peleado por su derecho. Si mi ma-
dre nos hubiera dado teta, no hubiera podi-
do dejar a mi hermana con 11 meses en casa
de mi abuela mientras ella estudiaba para la
oposición a miles de kilómetros de distancia.
Una madre nunca olvidará que no estuvo allí,
ni se perdonará haberse perdido el primer
cumpleaños de su hija. Al menos, aprobó el
examen.
Mi madre no me dio teta y aunque me
he perdido momentos maravillosos, la quiero
mucho por todo lo que me dio.

Mamá Ciruelina 36 años,


mamá de Ciruelina Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)

En todo el proceso de autodescubri-


miento que ha supuesto para mí la materni-
dad, una de las cosas más importantes ha sido
re-significar la relación con mi madre. Yo no
he sido una bebé llevada en brazos, alimen-
tada con leche materna, respetada en mis rit-
mos… El contexto social y cultural en el que
nací y las circunstancias personales de mi ma-
dre hicieron que, como muchas mujeres de
mi generación (e imagino que hombres tam-
bién) fuésemos bebés y niños “autocriados”;
yo así lo llamo. Cuando me contaban cómo
fue mi primera infancia y lo autosuficiente que
era, ya de pequeña, no podía evitar que me
invadiera un sentimiento de tristeza, que, aun-
que me cueste reconocer, en algún momento
también ha sido de rabia. Ahora sé que me
criaron como mejor pudieron y supieron y
con el amor como mis padres lo entienden.
Así que en mi proceso personal de
crecimiento, me prometí a mí misma que la
crianza que ofrecería a mis hijos sería distinta.
Y uno de los retos era dar teta. Porque sé que
muchas de las carencias emocionales que de
mayor he descubierto e intento solucionar,
tienen que ver con esa primera infancia, esa
soledad, ese “hazlo tú misma”… Empezando
por haberme perdido el calor y el olor de mi
madre, el sabor de su leche, la seguridad de
que en sus brazos nada malo iba a pasarme.
Mi hijo nació por cesárea y tardamos
una hora en volvernos a mirar a los ojos, des-
pués de encontrarnos en quirófano. Pero en
cuanto me subieron a la habitación y lo traje-
ron, lo primero que hice fue ponerlo a mamar
de mi pecho. Era muy chiquitín, pero sabía
perfectamente lo que tenía que hacer y su bo-
quita se pegaba a mi teta con unas ganas… Y
así, hasta el día de hoy, que tiene 18 meses.
Una de sus primeras palabras fue “teta” y aún
ahora, de vez en cuando, en vez de llamarme
“mamá”, sonríe y me dice: “teeeeetita”, así,
alargando mucho la “e”…

Espe, 42 años, mamá de Nala y Gael, doula y


terapeuta. Zaragoza (España)
Antes de quedarme embarazada, ya
tenía clarísimo que cuando tuviera un hijo iba
a hacer todo lo posible por darle el pecho.

Por circunstancias de la vida, supongo que


porque era muy joven o no debía estar infor-
mada de los beneficios, o por comodidad o
por vergüenza o porque simplemente no qui-
so, mi madre no nos dio el pecho ni a mi her-
mana ni a mí. Fuimos criadas la mar de felices
y sanas con biberón.

Y cuando me quedé embarazada, al expresar


esa decisión tan firme que tenía sobre ama-
mantar a mi bebé, no todo fue fácil. Tenía los
sentimientos a flor de piel, y me encontré con
una madre que no me apoyaba en ese aspec-
to y que cuando salía el tema, ponía en duda
que fuera lo mejor para mi bebé con frases
como: “Y si a ti te falta una vitamina, no se la
pasarás a él y también le faltará.” “Las leches
artificiales tienen todos los nutrientes y vita-
minas que necesitan los bebés.” “¿Vas a dejar
que todo el mundo te vea la teta en cualquier
lugar?” “¿No irás a ser una de esas madres
que incluso cuando el niño tiene dos años se
sacan la teta y le dan? ¡qué asco!”
Con el paso de las semanas le fui expli-
cando que creía en los beneficios de la lactan-
cia y no unos beneficios cualquiera, sino unos
muy importantes. Que además de leche de
alto valor nutritivo y de calidad insuperable,
le estaría aportando a mi bebé calor, cariño,
afecto y nutrición emocional. Ella lo entendió
y a pesar de no poder darme consejos prácti-
cos al respecto, me empezó a apoyar y a res-
petar mi decisión.

He de decir que pese a que a mí no me


dieron teta, la instauración de la lactancia fue
todo un éxito y Kilian se cogió al pecho des-
de el primer momento, y no podría estar más
contenta de la decisión que tomé.

Estefy Muñoz Vaz, 27 años, mamá de Kilian.


Mallorca (España)

Nací de un parto muy difícil, en el que


anestesiaron a mi madre por completo, me
extrajeron con fórceps, fracturándome el
hombro en el proceso y por lo visto tenía una
ictericia grave. Además mi madre tuvo una
reacción adversa a la anestesia, de modo que
tardó algo más de tres días en verme por pri-
mera vez, y según cuenta, el primer instante
en que me vio, yo le devolví una sonrisa y fue
tal la emoción que sintió que se cayó desplo-
mada al suelo, inconsciente.

Después tuve que estar ingresada unos


quince días en el hospital, con un horario de
visitas muy reducido, y justo el día en que po-
día ir a casa, el día de Año Nuevo, mi abuelo
vino a conocerme y se murió. Sí, sufrió una ex-
plosión espontánea de una arteria (aunque ya
estaba enfermo) y se desangró en mi casa. Al
parecer, su último pensamiento fue para mí,
señaló la cuna en la que yo estaba y quiso que
lo llevaran a otra habitación, pero cuando lo
tumbaron en la cama, ya se había ido.

Con este inicio en la vida, es difícil esta-


blecer una lactancia materna. Mi madre dice
que lo intentó, pero que yo lloraba tanto que
no había manera, además por la fractura del
hombro debía tenerme atada a la cuna el ma-
yor tiempo posible, sin moverme, para que
sanara bien y mi brazo se desarrollara con
normalidad.

Sé que ella lo debió pasar muy mal, y


sé que es cierto que se pasaba horas senta-
da junto a la cuna observándome, indefensa y
asustada. Aunque no era eso lo que yo nece-
sitaba.

Al ir creciendo, mi relación con ella


consistió en un querer tenerla contenta, en
un satisfacer sus deseos, convirtiéndome en
la mejor hija, la más responsable, la más inde-
pendiente,… pero siempre con la sensación
interna de que el esfuerzo era demasiado
grande.

Pasaron los años y me convertí en ma-


dre. Una vez, en un grupo de encuentro, cuan-
do hablábamos de nuestras madres, yo hice
el comentario de que no me sentía especial-
mente apegada a la mía, que era como si no
la necesitase (aunque por supuesto la quiero
y la honro). Una mujer sabia, con un gran re-
corrido y formación en maternidad y crianza,
me contestó: “Pero cómo la vas a necesitar si
al nacer sobreviviste sola, sin ella”.

Aquella frase me impactó profunda-


mente. Entendí que es cierto que el nacimien-
to es un momento sagrado que puede afectar
para toda la vida. Y con mis sucesivas búsque-
das a distintos niveles, he ido entendiendo
más tarde, muchas más cosas que con seguri-
dad empezaron a desarrollarse desde mi lle-
gada al mundo: el porqué de mi necesidad
de buscar la aprobación externa, mis proble-
mas con el contacto y el dolor, mi tendencia a
auto-aislarme cuando hay problemas…

Así que para mí, conseguir una lactancia sa-


tisfactoria con mi hija tenía un significado
mucho más profundo. Era la forma de poder
sanar también los miedos, la soledad, el des-
amparo, la falta de leche que viví cuando era
una bebé, y todo lo que me conllevó después.
La lactancia era una forma de vincularme con
mi hija, de alimentarla, de ofrecerle consuelo
y presencia, pero también de sanarme.

Cuando mi hija tomaba la teta era como si mi


yo-bebé también la tomara. Y después de tres
años de esa conexión íntima, sé que salí mu-
cho más fortalecida y completa.

A mí no me dieron teta, pero yo sí he podido.

Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y


de Leo (n.n.), maestra y blogger.
Mallorca (España)
LA ETERNIDAD
DE LAS HORAS DE LACTANCIA
— “Dar de mamar es como un río […] Es
volver a ser lo que somos. Es nuestra
salvación. Es un punto de partida y de
encuentro con nosotras mismas. Es
despojarnos de cultura y atragantarnos de
naturaleza. Es ingresar a nuestros niños
en un mundo de colores, ritmo, aromas,
olores, sangre y fuego, y bailar con ellos la
danza de la vida. ”

Laura Gutman
Mujeres Visibles, Madres Invisibles


Amamantar es estar en un tiempo fue-


ra del tiempo en el que tu bebé y tú siguen
unidos. Es un momento de intimidad, un ma-
ravilloso canal de comunicación que no pue-
de ser relevado por nada, ni por nadie. Hay
complicidad: la mirada de tu bebé absorto te
convierte en el todo, porque él es todo.
Al igual que parir, amamantar es dar
un lugar a la sabiduría de la naturaleza que
te conecta con un ser interior sin vergüenza
y sin juicio, cuando llegas ahí, nada se opone
entre tú y tu bebé. A pesar del cansancio, que
te hace sentir que estás a punto de renunciar,
confiar en tu cuerpo y en su maravillosa ca-
pacidad de nutrir te harán recordar que eres
una mujer llena de luz, protectora, guerrera y
fuente de vida.

Amamantar es una de las maneras que


me recuerdan el regalo de ser madre, es parte
de la vida. Sólo hay que confiar en la sincronía
que encontrarán sus cuerpos con ritmo y con
amor. Es un momento en que nada importa,
es un tiempo que no se mide con nuestro
tiempo, entras a otra dimensión en la que no
hace falta nada, todo es perfecto.

Irene Álvarez, 38 años,


mamá de Tommaso. México, D.F.

He leído muchísimo en estos meses. Las pri-


meras sesiones de lactancia eran infinitas,
todo era nuevo y yo y mi hija teníamos que
acostumbrarnos a un acto que no es tan fácil
como te imaginas: no es fácil dar el pecho,
esta es la verdad. Posturas equivocadas, pe-
zones inflamados, efecto sedativo del pecho
sobre mi hija que lo había elegido su almo-
hada favorita. Todo era tenso al principio, no
sabía qué estaba haciendo, a menudo engan-
chaba una toma con la otra, con el resultado
que me ponía de los pelos pensando en que
mi maternidad consistiría en estas largas ho-
ras tediosas, ¡y nadie me lo había contado!

Luego, poco a poco, todo se enderezó.


Empecé a pensar de verdad que lo importan-
te era disfrutar del tiempo con mi hija, que la
lactancia, si no nos acercaba, no valía la pena.
Cuando la cosa se ponía difícil, prefería darle
un bibe para que se alimentara y pasar tiem-
po precioso de felicidad con ella. Estoy se-
gura que ella “respiró” mi cambio de actitud,
mi pacificación conmigo misma, y ambas nos
relajamos a la hora de la toma: poco a poco
se hizo con el pezón, las posturas se corrigie-
ron, las tomas duraban menos y ya se transfor-
maron en nuestro momento de “apego físico”
particular y privado. Le leía mis lecturas en voz
alta, al ritmo de su succión.
Ahora, que ya no doy el pecho, recuer-
do estas horas con cariño y cuando miro a mi
hija, que es una bebé risueña e feliz, pienso
que el amor no se mide en gotas de leche,
sino en las sonrisas que las dos nos dedica-
mos.

María S., 33 años, mamá de Adriana, médico.


Italiana viviendo en Madrid (España)

Sin duda, uno de los factores más im-


portantes para que la lactancia se establezca
con éxito es olvidarse del reloj.

Para que no me creara estrés me olvidé por


completo de contar el número de tomas, la
duración de cada toma y el tiempo que pasa-
ba entre toma y toma. Los primeros días, o in-
cluso meses, Martín mamaba durante todo el
día. Cuando alguien me preguntaba el núme-
ro de tomas que hacía, yo respondía que una.

Las primeras noches fueron duras. Me recuer-


do toda la noche sentada en la cama dando
pecho, agotada. Hasta que aprendí a cole-
char, dar pecho y dormir a la vez.
Por el día me olvidé de todo. Los pri-
meros días los pase dando teta en el sofá, en
la cama o con el fular.

Efectivamente todo pasa y, con el tiem-


po, la lactancia se regula. Pero nunca sabes
durante cuánto tiempo va a ser así, por lo que
lo mejor es intentar normalizarlo e inventarte
estrategias que te ayuden a sobre llevar esas
horas de lactancia.

Elena Rodríguez Álvarez 32 años,


mamá de Martín, maestra de infantil.
Granada (España)
¿LACTANCIA A DEMANDA?
— “Algunos, al oír hablar de lactancia
a demanda, piensan que es un nuevo
invento de los hippies, y que con
semejante desmadre vamos a criar a una
generación de salvajes indisciplinados.
Pero es justo al revés, la lactancia a
demanda es la de toda la vida, y los
horarios son un invento moderno.”

Carlos González
Un regalo para toda la vida


¡Sentada en mi butaca que sensación de cal-


ma! Solos mi bebé y yo. Reconectando con mi
esencia, mi propio ser.

Nuestra sociedad ha desnaturalizado el pro-


ceso de alimentación del bebé ya bien por
moda o por comodidad. Pretendemos ser
“superwomans” olvidando que somos anima-
les mamíferos.
Dar el pecho es más que alimentar. El
pecho es encuentro, complicidad, olor, tran-
quilidad, seguridad, calor humano, comuni-
cación, energía y sobre todo es fusión ma-
má-bebé. ¿Qué más puedo pedir al placer
de poder alimentar a mi bebé? Me olvido de
horarios, respeto ritmos y así mi leche fluye.

El porteo y el colecho fomentan más


aún esta relación tan intensa.

Parece que voy a contracorriente. La


gente siempre opina: “Estás todo el día con
la teta fuera”. Seguro que desconocen lo có-
modo que es eso de estar con” la teta fuera”.
Leche a temperatura exacta y a disposición
todo el día. Si mientras mi bebé tuvo todo
el alimento que quiso mientras estaba en mi
vientre por qué cuestionarme ahora unos ho-
rarios absurdos si realmente la teta además
de ser alimento lo cura todo.

Olga Torres, 34 años, mamá de Gerard y Núria


Queralt, funcionaria de adm. local.
Mallorca (España)
He dado el pecho a demanda a mis 2
hijos. No he sabido hacerlo de otra manera.
Tanto mi hija como mi hijo mamaban un po-
quito y se quedaban dormidos enseguida,
hacían muchísimas tomas muy cortas. Al ir
creciendo e ir comiendo más cantidad fueron
espaciando las tomas, pero nunca han llega-
do a aguantar esas 3 horas que dicen que hay
que aguantar. Nunca he sido capaz de oírles
llorar y no ofrecerles pecho si es que me lo
buscaban. Nunca he creído que fuesen a mal-
acostumbrarse. Sabían que su mamá estaba
ahí cuando la necesitaban.
Mis pechos son pequeños y siempre he
tenido la duda de si de haber sido algo más
grandes habría tenido más leche ¿quizá así ha-
brían aguantado más entre toma y toma…? Es
de esas preguntas que no tienen respuesta.
Estoy contenta de haber dado el pe-
cho a demanda, ha sido precioso e intenso,
aunque también exigente, física y emocional-
mente. He estado disponible para ellos las
24h y eso conlleva un desgaste, pero como
decía, no he sabido ser madre de otra mane-
ra, es lo que me salía del corazón.
Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.
Barcelona (España)
Sí y mil veces sí. Las enfermeras del
hospital, la comadrona e incluso la pediatra
me decían que nada de darle cuando quisie-
ra, cada tres horas justas. Ni antes, ni después.
Que le diera el chupete y se calmaría.
Primero debo decir que mi hija y el chupete
no son compatibles. Y lo segundo que os diré
es que mi instinto siempre me dijo: dale cuan-
do desee, porque no es malo.

Así que cuando ella quería la teti, ahí


la tenía. Cuando ella quería dormir y quería
mamar antes, pues yo le daba. Quería estar
tranquila, con el pecho de mami a su lado o
mamando, pues ahí lo tenía.

Puede que algunas personas no lo


vean bien, porque se rigen por horarios. Pero
los bebés son eso, bebés y no pretendáis que
sigan un horario, porque al final, claro que lo
seguirán, pero no estarán del todo bien.

Si un bebé llora desconsoladamente


por la noche. ¿Qué haces? Sabes que es el
pecho lo que quiere. Así que yo se lo daba.
Me daba igual que fuera a deshoras. Es un ser
diminuto e indefenso que necesita del calor y
el amor de su madre. ¿Cómo negárselo?
Así que sí. Yo la teta a demanda. Hubie-
ra pasado tres horas, media o dos. Daba igual.
Y la niña superfeliz, risueña,…

Patricia P. Lordén, 34 años,


mamá de Carlota, recepcionista.
Barcelona (España)
LA TETA ES MARAVILLOSA,
LO SOLUCIONA TODO
— “Comprendí que la lactancia no es una
herramienta para conseguir la salud,
sino una parte de la salud misma. No es
un medio, sino un fin. «Evitar la lactancia
artificial porque produce diarrea» me
parece ahora tan absurdo como «evitar
la ceguera, porque los ciegos corren
un mayor riesgo de ser atropellados».
La lactancia no es una forma de evitar
infecciones, como la vista no es una
forma de evitar accidentes. Son partes
normales de una vida plena. Ahora sé que
la lactancia no es un esfuerzo, y mucho
menos un sacrificio, que la mujer hace
por el bien de su hijo, sino una parte
de su propia vida, de su ciclo sexual y
reproductivo. Un derecho que nadie le
puede arrebatar.”

Carlos González

Cuando leía documentos o escucha-
ba a personas prolactivistas dudaba de una
de sus afirmaciones “La teta es maravillosa, lo
soluciona todo”. No sé cuántas veces lo pude
escuchar de boca de algunas de mis compa-
ñeras de trabajo. Tengo que reconocer que
pensaba que era una exageración, pero me
equivocaba.

Fue con el paso de los días, las sema-


nas, cuando fui consciente de que Enara, que
durante los primeros meses apenas durmió y
lloraba muchísimo, se tranquilizaba cuando la
ponía en el pecho. Ahí se relajaba y succiona-
ba con ansia hasta quedarse profundamente
dormida.

Pero la teta no sólo era buena para Ena-


ra. Era mágica para mí. En esos instantes me
olvidaba de todo, cerraba los ojos y le susu-
rraba bajito alguna canción. Y todo eso tenía
un gran efecto sobre mí. Me sentía llena de
paz.

Meses después, cuando volví a traba-


jar, la teta era la forma de reencontrarnos por
las tardes. En cuanto cruzaba la puerta de
casa nos dedicábamos un rato para nosotras.
Si se caía y se hacía daño o no podía
conciliar el sueño o se sentía triste, se acurru-
caba en mi pecho y estaba así hasta que se
dormía o se consolaba.

El lugar daba igual: nuestra casa, un


banco en la calle, en el parque. Lo que conta-
ba era el resultado: nuestra felicidad.

Silvia, 36 años,
mamá de Enara, gestora comercial de banca.
Muskiz, Bizkaia (España)

¿No se duerme? Teta


¿No se despierta? Teta
¿Llora? Teta
¿Se ha caído? Teta
¿Está malita? Teta
¿Estáis fuera y tiene hambre? Teta
¿No llegas a fin de mes? Teta

La teta está ahí para todo. Somos mamíferos.


Ni chupetes ni biberones…teta, teta y luego
ya, a beber del vaso… ¡como una campeona!

Mar, 36 años, mamá de Ariadna,


administrativa, Castellón (España)
Amamantar es el diálogo más antiguo
entre dos seres; dar la teta no puede ser sola-
mente el acto mecánico de brindar alimento.
Es conectar profundamente con otro, es amor
en estado puro.

Alma se despierta buscando teta, aún


dormida se queja, lloriquea, y todavía con sus
ojitos cerrados y su respiración ansiosa busca
y busca. Con su nariz pegada a mi pecho bus-
ca sin parar. Como los cachorros que aún cie-
gos y sólo guiados por el olfato se prenden a
su mamá. Igual, igualito que en la naturaleza
más salvaje me siento en esos momentos; ese
segundo en el que encuentra el pezón y em-
pieza a succionar es sagrado, es el más verda-
dero; el más sincero y primario de todos los
momentos.

La teta es maravillosa porque nos llama


a la tranquilidad, al silencio y a la entrega. Nos
obliga a replegarnos y a detenernos. A huir
de la carrera cotidiana y a estar. Aquí y ahora,
abiertas, ofreciendo, presentes para otro que
no soy yo. La teta sana a la mamá y alimenta
física y emocionalmente al bebé. Todo lo de-
más puede ser delegado, la teta no. La teta es
amor.
Cuando Alma ve que me preparo para
darle de comer balbucea y me sonríe de la
manera más bella. La teta es mi ofrenda blan-
ca para que ella nunca se sienta sola, para
que no se enferme, para que se sienta amada
y protegida. Para que sepa que siempre ha-
brá un pecho que la contenga y unos brazos
que la rodeen.

Ojalá este alimento primigenio pudiera


saciar todas las hambres de nuestra vida adul-
ta. Ojalá con esta agüita se pudieran hechizar
todas las tristezas del futuro. Ojalá todas las
mamás pudiéramos brindar en cada gota el
poder sanador del amor incondicional. Ojalá,
cuando ya no de más de mamar, pueda se-
guir comunicándome con mi niña a través del
silencio y la ofrenda.

Deseo que todas las mujeres del mun-


do tengamos leche suficiente siempre, que
no haya sequía, que fluyan los ríos, que se
inunden de amor las vidas de nuestros bebés.

Marifer, 39 años, mamá de Alma.


Argentina residiendo en Tarragona (España)
LACTANCIA Y OPINIONES EXTERNAS
— “Posiblemente uno de los mayores
depredadores para la fluidez de la
lactancia sea la enorme cantidad de
frases, creencias y palabras que circulan
socialmente con relación a este hecho.
Casi todas nacidas de la ignorancia, la
estupidez, la estrechez intelectual y los
prejuicios surgidos de lo más recalcitrante
de las morales judeocristianas.”

Laura Gutman
La familia ilustrada


La lactancia para mí ha sido de las cuestiones


más indescriptibles e increíbles en este cami-
no de la maternidad. Que de tus pechos bro-
te un líquido blanco, mágico y maravilloso, es
simplemente extraordinario.  La lactancia es
para mí, quizá lo más bello que sucede des-
pués de parir.
Pero no por esto es sencillo. No es como
en las películas, no se da espontáneamente y
la información clara y precisa es nuestra mejor
aliada.

Cuando tenía 5 meses de embarazo


fui a una charla con una puericultora (Sandra
Nicolini), la información que ella nos dio ese
día  fue clave para poder tener una lactancia
exitosa y fue mi mayor escudo ante las opinio-
nes externas.  La frase que quedó resonando
en mi cabeza fue: “si hay dolor, es que algo
no está bien, el bebé no está bien agarrado,
sepáralo y cambia de posición, amamantar no
duele”.  Lo que yo  “tenía claro” hasta ese mo-
mento era que la maternidad dolía y la lactan-
cia por supuesto también.

No sé hasta el momento qué es un pe-


zón agrietado, una mastitis, ni sangre, ni llanto
al alimentar mi bebé, tampoco le di a mi bebé
ninguna otra leche artificial por creer que no
tenía buena producción.

Pero las opiniones bien intencionadas


siempre estuvieron ahí: ¿si se está agarran-
do?, como que no se te forma bien el pezón,
¿estará tomando lo suficiente? ¿Si te baja
buena cantidad de leche? ¿Qué hacemos si
de repente no te baja más? ¿Es normal que
coma tanto? ¿Todo el día está pegado a la
teta?, estos son algunos ejemplos. Frases de
preocupación de los que más te aman, pero
que en momentos de inseguridad generada
por la novedad y la falta de experiencia, no te
suman nada positivo, por el contrario, incre-
mentan las dudas, abren la puerta a las accio-
nes motivadas por el miedo, dichas acciones
pueden llevarnos a dejar de lado la maravillo-
sa lactancia.

Yo me puse en modo testaruda, de-


fendí mis tiempos y los de mi bebé mientras
aprendíamos juntos, nunca acepté tener una
leche de fórmula en mi casa “por si una emer-
gencia”, siempre les repetí: es un proceso,
Gabriel y yo estamos aprendiendo, y entre los
dos podemos. Se lo decía a los otros, pero en
realidad me lo repetía a mí misma, necesitaba
creerlo y aferrarme a esa creencia.

Laura López González, 32 años,


mamá de Muhammad Gabriel, psicóloga.
Buenos Aires (Argentina)
Hay que reconocerlo, la maternidad
trae consigo la falta absoluta de privacidad.
Pero no solamente por el cachorro... Mientras
estamos embarazadas y durante los prime-
ros dos años del bebé, al menos, las madres
“aprendemos” a escuchar todas las opiniones
ajenas con buena cara. No porque queramos
o las necesitemos, o las hayamos pedido, sino
porque por algún extraño motivo, los demás
conocidos o no creen que tienen el derecho
y hasta la obligación de opinar. No con mala
intención, pero muchas veces hay cierto deseo
a comentar su propia experiencia y así pasan
por sobre las decisiones que esa familia o esa
madre o ese padre toma para con su cachorro.

Y las opiniones son un crisol más que


amplio e injustificable de comentarios, suge-
rencias, cuestionamientos y recomendacio-
nes que hasta pueden bordear la amenaza y
en algunas ocasiones encierran cierta mirada
soberbia sobre nuestro desempeño. La lac-
tancia es el mejor ejemplo.

Asumámoslo, nunca nadie estará con-


tento con lo que hace una mamá al alimentar
a su pequeño cachorro, siempre habrá un ojo
prejuicioso y una lengua rápida y ávida por
reproducir una opinión sin que nadie se lo
solicite. Sobrevivir a este sinfín de opinólogos
es toda una estrategia. ¿Que si se puede? Sí,
claro que sí. Y también es posible disfrutar la
lactancia.

Socialmente, no solemos ser mujeres


educadas en las cuestiones naturales de nues-
tro cuerpo (menstruación, desarrollo, sexo) ni
sobre maternidad. Es que aún estamos bajo
la influencia de una sociedad patriarcal, en
donde menstruar es feo y doloroso, hablar de
sexo, orgasmos y embarazo es algo íntimo y
por ende abierto a un mínimo de personas.
Siguiendo con la lactancia, es común que
asumamos que esta será fácil o difícil según
nos lo cuente nuestro entorno. Sin embargo,
no podemos dejar de lado el hecho de que
muchas de nosotras fuimos niñas criadas bajo
publicidades de mamaderas y leche en polvo,
rodeadas de mamaderas para nuestras muñe-
cas. Al menos a mí, nadie nunca me planteó la
duda sobre si realmente era lo mismo la teta
que la leche industrial en mamadera. Inclu-
so, mi propia mirada sobre dar de mamar era
ciertamente prejuiciosa ya que me incomoda-
ba al ver un pecho rebosante de leche y un
cachorro humano hambriento. Sinceramente,
no sé si alguna vez ponderé las bondades de
la lactancia natural o si idolatraba la leche in-
dustrial en mamadera antes de que me pasa-
ra a mí. Pero ahora entiendo que tenía que ver
con mi propio desconocimiento corporal y de
las funciones propias de nuestro género.

Puede ocurrirnos que esta ausencia de


información nos lleve a atravesar el nacimien-
to y repentinamente enfrentarnos a que ama-
mantar no era únicamente poner al bebé en el
pezón. Puede ocurrirnos que todo vaya bien,
pero también nos puede costar. ¿Sabíamos
que teníamos pezón invertido o plano? ¿Al-
guien nos comentó alguna vez que el bebé
puede no mamar correctamente? Las opinio-
nes externas suelen ser tardías y cuando las
situaciones a resolver sobre como alimenta-
mos al cachorro ya están presentes. Y estas
opiniones, suelen también traer un mundo de
desinformación ¿por qué no le das una ma-
madera? ¿Estás segura de que tu leche está
bien? Obviamente, podemos entrar en páni-
co o informarnos y decidir qué hacer.

Actualmente se ha comprobado que


no es lo mismo amamantar que alimentar con
leche maternal industrial. No es igual ni para
el cachorro, ni para nuestro cuerpo, ni para la
relación entre ambos.

Lamentablemente, aún pocos de mi


entorno sabían esto. Por lo cual debí ser silen-
ciosamente combativa con todos ellos y po-
ner cara de nada, dejar que hablaran y buscar
información.

Resultó que una conocida me dijo la


palabra clave “asesora de lactancia” (o pue-
ricultora) y de ahí en más fue un aluvión de
información adecuada. Aprendí posiciones,
aprendí que debía y que no debía comer y fui
rescatando algunas cosas que me comenta-
ban mis allegados “amamantar es íntimo”, “yo
lo disfruté tanto”. Mientras que a otras ya ni
las escuchaba “Vas a ver que a los tres me-
ses se te corta” o “¿Para qué te esforzás si con
una lata y una mamadera se soluciona todo?”
incluso “Incluilo al papá y déjalo que le de él
la mamadera”. Fue difícil, porque todos quie-
ren emitir su opinión y me contradecían. “¿Ya
cuatro meses y sigue con la teta?” Pese a lo
cual, valoré el vínculo que buscaba crear y no
desistí. “¿Podés taparte? Ya tiene seis meses,
¿No te parece que está grande?”. Remonté los
comentarios y las opiniones, las mamaderas
preparadas y tomé firmeza en que lo mejor
que podía dar era lo que mi cuerpo producía.
Entendí contextos sobre cuales surgían las
opiniones ajenas. Aprendí a dejarlos hablar
siempre y cuando no me ofendieran. Inclu-
so cambié de pediatra cuando me insistió en
cortar la lactancia pasados los 6 meses.

El crisol de opiniones externas es in-


menso. Al ir ganando firmeza en mi decisión
de amamantar, fueron apareciendo con ma-
yor frecuencia aquellas que me alentaban y
fueron decayendo quienes no. Pero amaman-
tar es un acto que molesta si el bebé pasa
los tres meses. Aprendí poco a poco que los
tres primeros meses sirven para que nuestros
cuerpos se ajusten y para que esto suceda
debemos tener apoyo de nuestro entorno, o
fortaleza y sabernos retirar y resguardar. De-
beríamos recibir elogios por tal acto de en-
trega, ya que al buscar amamantar por nues-
tros propios medios estamos fortaleciendo la
salud futura del cachorro. Por eso, y porque
con la leche van hormonas hacia el pequeño
que lo unen a nosotras mientras que nuestro
cuerpo se relaja, deberíamos encontrar la ma-
nera de que se defienda el espacio para ama-
mantar en intimidad, en paz, así encontrar la
relajación y poder perdernos en ese romance
que se establece.

Una vez atravesada esta etapa es más


fácil afrontar todo. Incluso los comentarios
externos “¿Todavía tenés leche?”. Jamás ima-
giné que dar de mamar fuera algo tan bello
y revolucionario. Con tanto contexto social.
Es un acto fisiológico tan propio de los ma-
míferos y que desconocemos en tal magnitud
que es inimaginable. Es algo que debería-
mos apreciar y defender. Porque en definitiva
nuestras tetas son glándulas especializadas
en la alimentación de los cachorros primero,
y después todo lo demás. Ahora ya no veo fe-
minismo en dar la mamadera, sino al patriar-
cado entremezclándose en las cuestiones de
género. Finalmente, no busqué convencer
a nadie, pero con mi acción contagié a otras
nuevas mamás y callé varias voces sin susten-
to. Mientras tanto, mi cachorro creció sano y
feliz como buen mamífero.

Cecilia D, 38 años, mamá de Sachayoj y


en espera de otro bebé, bióloga.
Buenos Aires (Argentina)
Si las opiniones externas te molestan,
mejor no des el pecho. Porque no podrás so-
portar que todo el mundo te diga lo que de-
bes o no debes hacer. Te dirán que le das de-
masiado pecho, te dirán que ya es mayorcito.
Que destetes a tu bebé, porque eso es vicio y
un millón de cosas más.

Si le das biberón no estás exenta, por-


que seguro que alguna persona te dirá que
eso no es bueno y que mejor el pecho. Así
que ármate de paciencia, porque las opinio-
nes te las darán y tú no las pedirás.

Recuerdo cuando nació Carlota, todo


el mundo diciéndome, hazlo así, asá. La far-
macéutica me decía que cada tres horas, por-
que me entraría depresión si le daba cuando
quería, porque la niña tendría vicio y yo me
sentiría como una vaca lechera.

La enfermera del hospital me decía


que el pecho no lo cogía bien porque mis pe-
zones eran pequeños. La pediatra que cada
tres horas, o cada dos y media, pero nada de
cada hora u hora y media, porque si no, la
niña estaría sobrealimentada.
Mi lactancia ha sido exitosa por una
simple razón. Porque no he dejado que nadie
me diga lo que tengo que hacer. A ver, decirlo
lo dicen, porque nadie se calla, pero me entra
por un oído y me sale por el otro. Que la niña
quiere mamar y la gente me dice que con 10
meses que tiene ahora es hora de destetar-
la. Mi respuesta siempre es: ¿te molesta que
mame? A mí no me molesta y ella es feliz y
crece sana. ¿Por qué hacer eso? ¿Por qué tú lo
digas? Y así me quedo a gusto, cierro bocas y
si alguien se atreve a replicar, también le con-
testo.

No sientas vergüenza, ya que muchas


de las opiniones externas que recibirás son
para hacer daño. Si dejas que te afecten, la
lactancia acabará demasiado pronto.

Patricia P. Lordén, 34 años,


mamá de Carlota, recepcionista.
Barcelona (España)
Algo que me empezaba a llamar la
atención era que la gente preguntaba mucho
y buscaban darme consejos de cómo llevar
los tiempos, cada cuánto darle y cómo cam-
biar de pecho cada 10 minutos y yo pensaba:
“Pero que complicación” “Si tiene hambre yo
le voy a dar” “Aunque llore por otra cosa pre-
fiero asegurarme que no es hambre así que
se lo ofreceré” “Si me usa de chupete ¡Que
me use! ¡Yo feliz!” “Si se mal acostumbra a es-
tar cargada y en el pecho ¡Perfecto! ¡Qué me-
jor!”… Y así, cada argumento que yo recibía
mi instinto lo contradecía, pero no por llevar la
contraria sino porque realmente lo sentía así y
no entendía que me trataban de decir con ésa
información. Yo sabía que mi bebé me nece-
sitaba y yo a ella, así que continúe siguiendo
mi instinto. Pasaban las semanas y los meses,
haciendo ajustes nuevos, posiciones nuevas,
adaptándonos a los lugares si estábamos de
paseo pero eso sí, siempre a libre demanda.

Bárbara Betancourt, 35 años,


mamá de Mariana y Sebastián y un bebé en
camino, psicóloga. México DF
LACTANCIA DESPUÉS DE CESÁREAS
— “Te cortan la tripa no la leche...”.

Carlos González


Soy la prueba viviente que acredita lo invero-


símil de los mitos sobre lactancia y cesáreas.
Tuve subidas de leche normal, sin problema
ninguno en los dos casos, si bien las tres pri-
meras horas de vida son fundamentales para
el agarre y el correcto establecimiento de los
niveles de prolactina (como posteriormente
lo supe en mis cursos de asesora de lactancia)
sin ellas se puede dar teta también, y estable-
cer lactancias placenteras y prolongadas.

Mis hijos se prendieron a la teta naturalmente,


tres horas más tarde y con tantas ganas, ¡con
muchas más ganas!

Fue maravilloso y lo sigue siendo, 31 meses


después de mi última cesárea seguimos “te-
teando” y a ocasionalmente en tándem.
A L. le dieron suero glucosado en bi-
berón, podría haber existido confusión teti-
na-pezón, ya que antes que mi pecho, mi hijo
probó una sustancia en una tetina de goma.
No fue nuestro caso afortunadamente.
A M. le dieron suero glucosado me-
diante el método feed finger, porque así lo
decidimos su padre y yo.

No son las prácticas ideales ni naturales


para un recién nacido, pero en una cesárea se
intenta hacer lo mejor posible para el bebé,
piel a piel con papá y métodos de lactancia
los menos y cuanto menos invasivos posible
hasta que llegué mamá.

La herida física duele si das el pecho,


puede ser… no fue mi caso, pero puede ser,
quizás porque se desestima alternar posicio-
nes de la madre y el bebé en las tomas. No se
da el pecho de una sola manera, hay muchas
y si se quiere dar teta con cesárea, cómoda y
sin dolor, puedes.

Puedes dar teta perfectamente luego


de la epidural. No hay contraindicación médi-
ca que posibilite dejar de dar el pecho en el
mismo instante que te encuentres con tu hijo.
Con un bebé de 4 y otro de 34 meses necesi-
taba apoyo, fue quizás el momento más duro
en donde tuve que comenzar a soltar todo lo
que guardaba dentro.

El grupo de lactancia —y de crianza, ya que en


estos grupos, las lactancias son solo una parte
de todo lo que allí se trata— encontré a mujeres
que me ayudaron a salir adelante.

Encontré además mamás que habían pasado


por lo mismo, encontré manos en el hombro,
manos que ahora son amigas y me siguen
ayudando y un paño enorme en donde pude
dejar mis lágrimas y parte de mi dolor, que
creía mío… y no… Somos muchas las que su-
frimos en silencio las cesáreas, aunque sean
necesarias.

Como dice M. Paricio: “…tienes dere-


cho a saber que la cesárea duele en el cuer-
po y en alma; más tiempo en el alma que en
el cuerpo, lo pone en todas partes y lo dicen
muchas mujeres como para que no sea cier-
to…”
Una mamá sudañola, 35 años, mamá de L. y
M., arquitecta y fotógrafa. Madrid (España)
Cuando nació mi hijo mayor, me en-
contraba totalmente desinformada acerca de
la lactancia. Como tuve cesárea, pude tener
en mis brazos al niño cerca de una hora más
tarde, y para ser sincera, en ese momento sen-
tí temor de ofrecerle el pecho. Él se encontra-
ba muy adormecido. Llegaron unas enferme-
ras muy amables y lo colocaron en mi pecho,
pero él ya había perdido el fuerte instinto de
succión que tienen durante los primeros mi-
nutos luego del nacimiento.

El inicio de la lactancia con el bebé fue


difícil y doloroso. Me llevó cerca de dos me-
ses comenzar a disfrutarlo y encontrarle el rit-
mo.

Cuando nació mi segundo hijo todo


fue diferente. Habiendo pasado por la expe-
riencia de madre primeriza e inexperta (y des-
informada) con mi hijo mayor, y sabiendo que
nacería por cesárea, me dispuse a comenzar
de otra manera. Sabía que los primeros mi-
nutos luego del nacimiento son muy impor-
tantes, donde el deseo de succión del bebé
es muy fuerte. Le pedí a mi esposo que en
cuanto llegase a la habitación, me recordara
pedir ayuda para colocar al bebé en el pecho
tan pronto como fuera posible. Así lo hizo. A
los minutos de haber nacido, y a pesar de mis
descontrolados temblores a raíz de la anes-
tesia, mi esposo llamó a las enfermeras para
que me ayudasen a colocar al bebé en mi pe-
cho. Aún recuerdo la fuerza de succión de mi
hijo. Lo ayudamos con la posición correcta de
la boca y “prendió” rápido y sin problemas.
Así permaneció los dos días en la clínica, en
mis brazos y tomando el pecho cada vez que
lo pedía. Fueron mi actitud y mi conocimiento
e información los que marcaron la diferencia
entre los inicios de lactancia de mis dos hijos.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)
LACTANCIA Y ALIMENTACIÓN
COMPLEMENTARIA
— “La comida está intrínsecamente
relacionada con la crianza y el amor:
todos queremos mostrar a nuestros bebés
cuánto los amamos y su alimentación es
una manera de hacerlo.”

Gill Rapley

Hasta los 6 meses lactancia materna
exclusiva y a partir de ahí, comenzamos con
BLW (alimentación complementaria a deman-
da). Él sigue con pecho a demanda, lo que
hacemos es darle lo mismo que comemos
nosotros pero adaptado para que él también
pueda comer, y siempre alimentos sanos. Se
sienta a la mesa con nosotros y le ofrecemos
los alimentos. Él decide lo que come y la can-
tidad. Hay días que come algo y otros que
no, de esta manera se acostumbra a diferen-
tes sabores mientras experimenta, y también
aprende a masticar.
Beatriz R., 33 años, mamá de Kimetz.
Bilbao (España)
Júlia estuvo tomando lactancia exclu-
siva hasta que ella decidió empezar a descu-
brir otros sabores.

Entorno a los 6 meses empezaron a llamarle


la atención algunas de las comidas que noso-
tros comíamos y empezamos a dejarle probar.
Me gustaría añadir que en nuestra casa pres-
tamos mucha atención a lo que comemos.
Somos prácticamente vegetarianos, aunque
comemos carne y pescado en algunas ocasio-
nes, consumimos muy pocos lácteos y prácti-
camente todo es integral y ecológico. ¡Ah, y
nada de azúcar refinado!

Además, todavía hoy procuramos no poner


en la mesa nada que ella no pueda comer, de
forma que los tres comemos lo mismo.
La verdad es que no nos informamos mucho
sobre alimentación complementaria. Como
muchas familias recibimos la primera informa-
ción de cómo ir introduciendo los alimentos
de forma progresiva por parte de la pediatra.
Desde el principio decidimos no seguir esas
pautas, ya que no estábamos de acuerdo con
sus indicaciones de darle primero la comida y
de “postre” el pecho.
Así que decidimos dejarle evolucionar
a su ritmo, sin prisa, y ver qué era lo que ella
demandaba.

Para empezar, lo primero que nos sorprendió


es que Júlia no quiso comer absolutamente
nada pasado por el túrmix. Ella quería agarrar
con sus manitas la comida y comer trozos sin
pasar. Y así lo hicimos. Después buscamos in-
formación y encontramos toda una corriente
hablando sobre esta forma de introducir la
alimentación complementaria.

Otra cosa que teníamos clara es que confia-


ríamos en su instinto para cubrir sus necesi-
dades alimenticias, respetando cantidades
y gustos de forma que en ningún momento
la obligaríamos a comer ni más cantidad, ni
nada que ella no quisiera comer.

Por ejemplo algo que hemos tenido que


aceptar es que ella, aunque empezó comien-
do mucha fruta de muy bebé, un día dejo de
comerla y todavía hoy sigue sin querer pro-
barla (sólo admite pasas y arándanos secos).
No sabemos muy bien por qué lo hace, pero
respetamos su momento, y estamos seguros
que como otras cosas, esto también pasará.
Creo también que es importante decir
que Júlia es bastante cíclica con la comida.
Es decir, hay días que come muchísimo, otros
muy poco, otros sobre todo pecho y otros
días sólo quiere comer otras cosas que no son
pecho.

Según nuestra experiencia, el cambio de ali-


mentación es un proceso muy largo, que se
va dando muy poco a poco en el tiempo. Tan
poco a poco, que todavía hoy, a sus casi 2
años, el pecho sigue siendo una parte muy
importante de su dieta.

Para nosotros la clave está en dejar que el


proceso madurativo vaya sucediendo de for-
ma natural y, una vez más, en confiar y respe-
tar a nuestra hija.

María Mamolar López, 36 años,


mama de Júlia.
Getxo, Bizkaia (España)
LACTANCIA PROLONGADA
— “La duración normal de la lactancia
en el ser humano, según diversos datos
antropológicos y de biología comparada,
parece estar entre los dos años y medio y
los siete.”
Carlos González.

Tuve la suerte de no encontrar demasiados


inconvenientes para instaurar la lactancia con
mi cachorro. Esto hizo que mi tránsito por la
lactancia materna no fuera complejo, en espe-
cial considerando otros casos. En los primeros
meses logré que mi interés por la opinión aje-
na tendiera hasta llegar a cero con rapidez. In-
cluso cambié de pediatra cuando intentó que
dejara la lactancia materna a demanda para
pasar a usar leche de fórmula, con la excusa
de que se me iban a caer las tetas y me iba
a sentir menos presionada. Logré hacerlo por
convicción, porque busqué asesoramiento y
contención, porque aprendí que era lo me-
jor que le podía dar, porque me desterré el
patriarcado mental y logré sentir la plenitud
de la entrega de amamantar, incluso cuando
a los 5 meses del nacimiento tuve que volver
a trabajar fuera de casa, con horario reducido.
Pasamos así 3 años y 10 meses, cuando deci-
dimos dejarlo por el nuevo ser que se estaba
gestando.

En todo este tiempo viví cada etapa


con toda la plenitud que pude. Salía a pasear,
fui de compras, di cursos y charlas con el pe-
queño a cuestas dentro de un fular primero,
mei tai más tarde o a upa finalmente. Nunca
antes hubiera pensado que un hijo me iba a
dar tal regalo. Porque verlo crecer con la pro-
pia producción de mi cuerpo primero, ver-
lo calmarse y saciarse, dormirse en paz más
grande simplemente por el contacto es algo
inigualable. Jamás supuse todo lo lindo que
implica esta conexión. Era nuestro momento.
Es cierto que los bebés nos enseñan, mucho.
En realidad todo el proceso desde el emba-
razo nos puede cambiar ya que nos conecta
con nuestros ancestros. ¡Somos animales!
Animales con pelo y tetas para alimentar a los
cachorros. No debería darnos pudor esto. A
mí me generaba pudor ver amamantar. No
entendía el contexto natural que implicaba
ya que estaba sesgada a la mirada patriarcal
dominante. Las tetas como parte del estímulo
sexual para el macho. Claro, bajo esta mira-
da toda teta que nutre a un niño “mayor” (o
sea, todo lo que no sea un pequeñín recién
nacido) está al borde del desnudo obsceno.
¡Como cambié! Ya que no solo di la teta cuan-
do se empezó a alimentar con otros alimen-
tos, sino que fuimos más allá y lo continuamos
cuando comenzó a caminar, luego a hablar y
seguimos hasta que solamente nosotros lo
quisimos. Nunca me planteé hasta cuándo
era necesario dar la teta o por qué. Alguna
vez escuche a una puericultora explicar que
las tetas, según la mayoría de las culturas, no
eran parte del estímulo sexual... y yo lo sentía
así.

En casi cuatro años he escuchado miles


de comentarios. Que la dependencia, que se
me van a caer, que me van a quedar más pe-
queñas, que me tape, que me muerde, que
ya es grande, que no lo libero por mí misma,
que lo estoy dañando de por vida... Lo cierto
es que hasta ahora es un ser seguro, indepen-
diente, amable, tranquilo y afectuoso. Era co-
mún que nos sucediera que en los festejos de
cumpleaños del jardín surgiera el dilema de
las familias por hacerlos dormir a sus niños.
Y si nos preguntaban cómo hacíamos, la res-
ponder “toma teta” todos quedaban callados
y cambiaban de tema. Es triste el prejuicio y
que este mal visto. ¡Tenemos libertad para
elegir!

Pero no solo eso, según la biología y la


antropología la especie actual más cercana a
nosotros -los chimpancés- tienen una lactan-
cia natural larga que puede alcanzar los 5 o
6 años. Así, nosotros deberíamos estar en un
tiempo de lactancia similar (sea consideran-
do el surgimiento de molares, de autonomía
inmunológica o de tiempo de gestación). En-
tonces, ¿por qué se ofenden si le doy la teta a
un nene de 2 años o más? El punto es que im-
plementar la lactancia prolongada, recomen-
dada por la OMS, choca con nuestras pautas
culturales de patriarcado, pero son solo pau-
tas. Pueden modificarse y deben. Tenemos la
libertad para hacerlo. Yo busqué un médico
pediatra que así lo entendiera. Desoí los co-
mentarios dolorosos de los demás. Sabía que
era lo mejor para el cachorro y nuestro vín-
culo. Mantuve la mirada a quienes no me vie-
ron bien y siempre brindé información cuan-
do me criticaron con prejuicio. Convicción y
amor ante todo. Sé que al menos, la lactancia
prolongada como acto de dos seres se puede
intentar en nuestros hogares.

Cecilia D, 38 años, mamá de Sachayoj y en


espera de otro bebé, bióloga.
Buenos Aires (Argentina)

Cuando tuve a mi hija sabía que que-


ría amamantar, aunque ni me planteé duran-
te cuánto tiempo, en principio, esperaba que
ella misma encontrara el momento de decir
adiós a la teta.

Tuve un inicio fácil, pero en la subida de la le-


che estuve desconcertada y me empezaron a
doler los pezones, con una llamada a la ase-
sora de lactancia que estaba de guardia en el
teléfono de ABAM (Associació Balear d’Alleta-
ment Matern), pude resolver la tensión de mis
mamas y el miedo que había surgido por vivir
algo completamente desconocido para mí.
A partir de ahí me fui encontrando con las di-
ferentes situaciones típicas de la lactancia y,
en general, gracias a que en todo momento
estuve bien acompañada por profesionales
afines a mis conceptos de crianza, pude hacer
caso de lo que mi intuición y mi sentido co-
mún me decían.

El primer momento delicado fue que


mi hija ganaba poco peso y tenía un percentil
bajo, allí donde unos decían que había que
aumentar de peso, otros me enseñaban que
todos los percentiles son correctos mientras
haya coherencia en la evolución, y que los
bebés de lactancia materna tienen una tabla
propia que difiere de las de los bebés de bi-
berón.

La siguiente situación que me produjo


desasosiego fue la introducción de alimentos,
porque aunque era relativamente fácil mi hija
prefería tomar el pecho antes que comer y en
aquella época yo no había oído hablar sobre
“la introducción de la alimentación comple-
mentaria guiada por el bebé” (Baby-led Wea-
ning), algo que estoy segura, me hubiera gus-
tado experimentar. Así que hice todo el ritual
de preparar papillas (que procuraba fueran
con alimentos frescos), de insistir en que co-
miera, con lo que más de una vez, al mamar
después de comer, vomitaba todo porque no
le cabía nada más en su pequeña barriga. Fui
aprendiendo que no necesitaba comer tanto,
que su estómago siempre le decía cuando ya
no quería más, y que su salud era una mues-
tra de que para ella estaba bien de esta ma-
nera. Confieso que aún hoy en día (que tiene
11 años), tengo que lidiar con mi tendencia a
desear que coma más, que se acabe el plato,
o que coma en ciertos horarios. Pero las dos
aprendemos cada día a respetar lo que nos
dice el cuerpo.

Mi hija estuvo lactando hasta los 30 me-


ses, nunca tuve problemas por dar de mamar
en público y siempre disfruté de ver su placer
reflejado en todo su ser: la cara de felicidad,
los músculos relajados y cómo se arrebujaba
en algún rincón de mi cuerpo.

Hoy en día seguimos experimentando


esos placeres, para ella mis pechos son lugar
de reposo y de calma, le gusta verlos, tocarlos
y apoyarse en ellos. Forma parte de algunos
de nuestros momentos íntimos, de la misma
manera que, ahora que ha crecido tanto, nos
seguimos arrebujando mutuamente.

Lucía, 51 años, mamá de Nora, doula.


Binissalem, Mallorca (España)

La lactancia es prolongada “en comparación


con”. Con lo que se hace normalmente por
ejemplo, que es no dar o dar muy poco tiem-
po. Pero en realidad una lactancia no se “pro-
longa” simplemente “sucede”. Antes de ser
madre pensaba que daría el pecho unos me-
ses como mucho, mientras “pudiera” y la le-
che no se “acabara”. Después la lactancia sim-
plemente sucedió, mi hijo mamó y yo le di de
mamar, día y noche, semanas y meses. Años.
Y sé que la duración de nuestra lactancia no
es “prolongada” sino normal porque para que
hubiera sido más corta tendría que haber-
la interrumpido abruptamente, destetando,
poniendo una barrera de pronto a algo que
fluía. Y tampoco la he alargado, ha sido más
sencillo, se ha ido terminando, poco a poco,
de mutuo acuerdo no expresado, dejándonos
llevar, como en las demás cosas y etapas de la
vida (primeros pasos, primeras palabras, ma-
duración del sueño…).

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)

¿Pensé alguna vez en dar lactancia prolonga-


da? Sí, sí que lo pensé pero era más un deseo
que no algo que viera factible. Siempre tuve
claro que quería darle el pecho a mi hijo. Los
comienzos fueron duros, ya que tuve muchos
problemas (frenillo, grietas, no engordaba lo
suficiente,…) pero los superamos juntos y me
propuse que sólo le iba a dar leche mía hasta
el año. Ni yogures, ni leche de vaca, ni queso,
ningún lácteo excepto mi leche. Y así lo hici-
mos. No fue difícil. Mi marido estaba tan im-
plicado como yo.

Pasó el año y empezamos a introdu-


cirle otros lácteos. Me quedé embarazada y
me planteé dejar la lactancia. Pero el destino
quiso que aquel bebé no llegara a nacer y al
perderlo, Manuel y yo retomamos la lactancia
que habíamos disminuido a mínimos. Él vol-
vió a engancharse fuertemente a mí y aquello
fue para mí un bálsamo.

Me propuse entonces seguir dándole


el pecho por lo menos hasta los dos años, tal
como recomienda la OMS. Pasaron los meses
y Manuel cumplió dos años. La gente ya em-
pezaba a mirarme mal si le daba el pecho en
la calle, así que restringí esos momentos lo
más que pude. Con la excusa del frío, le decía
a Manuel que mejor en casa calentitos.

No encontré ningún motivo por el que


quitarle el pecho. A él le encanta. Siempre
se duerme a la teta, y cuando está irritable o
lloroso, viene a buscarme, toma su tetita y se
calma. Me encanta disfrutar de ese momento
con él, me encanta ver la cara que pone de sa-
tisfacción. ¿Por qué quitarle eso? No encuen-
tro el motivo. Así que hoy, con 3 años y dos
meses, sigue mamando de su tetita.

Perséfone, 35 años, mamá de Manuel,


técnica de calidad.
Rubí, Barcelona (España)
LACTANCIA EN TÁNDEM
— “No se ha demostrado que continuar
amamantando haga ningún daño y
muchas familias se sienten muy bien de
haber llegado hasta aquí.”

Ana M. Parrilla Rodríguez


Guía práctica para una lactancia exitosa

Si algo tenía claro durante mi primer emba-


razo fue que quería dar el pecho a mi hijo,
a medida que pasaba el tiempo más segura
estaba, leía, me informaba y me hacía fuerte.
Comentarios desde el embarazo de los típi-
cos y si no tienes leche, y si no le alimenta, es
que no sabes qué puede pasar... Aun así yo
estaba segura de que podía, porque si que-
ría, podía. Así fue.
No fue fácil, al ser cesárea y con más de
siete horas de separación la primera noche
fue dura, cambió de pecho cada cinco minu-
tos, agradecer al papá su paciencia y constan-
cia ya que sin él no lo habríamos conseguido.
Me salieron grietas pero yo sabía que podía y
la separación que habíamos tenido me hacía
más fuerte, sentía que tenía que recompen-
sarle el tiempo perdido.

En casa tampoco fue fácil, la compli-


cación en mi cesárea hacía que no pudiese
adoptar cualquier postura, no podía ponerlo
ombligo con ombligo, me ayudaba con un
cojín de lactancia que me prestaron, pero aun
así lo conseguimos y cada vez era más fácil y
placentero. Si podía haber más trabas, a las
seis semanas me fui a trabajar, una vez más
papá interviene, me lo trae a diario a desayu-
nar para que pierda una toma menos, juntos
lo superamos una vez más.

Me quedo embarazada de su herma-


no, no se me ocurre destetar, de hecho me
encantaría una lactancia en tándem, pero em-
piezan las trabas, la doctora de cabecera, la
familia, los “opinólogos” que salen de bajo
las piedras… Pero me da igual, si algo pue-
de generar el destete es que tenga celos de
su hermano, me informo y no hay problema
alguno por mantener la lactancia durante el
embarazo ni cuando nazca su hermano. Se-
guimos disfrutando el uno del otro.

Aproximadamente a los cinco meses


de embarazo cuando él tiene unos 28 meses
poco a poco va mamando cada vez menos,
hasta que un día me dice para mi asombro
“mamá ¿qué le pasa a la teta? La teta no fun-
ciona, no tiene leche”. Reconozco que me
apenó bastante porque desde entonces dejó
de mamar, se dormía y consolaba con “teta
mano” no quería “teta boca”, curiosamente
justo cuando dejó el pecho es cuando mis
analíticas salían alteradas, hierro y calcio ba-
jos por ejemplo.

Nace su hermano, con la subida de la


leche y los pechos como piedras le ofrezco al
mayor y me dice que no quiere, que solo con
la mano. No le insisto, pero un par de semanas
más tarde me pregunta si puede comer teta, a
lo que por supuesto le respondo que sí, des-
de entonces y a fecha de hoy disfrutamos de
una bonita lactancia en tándem (el pequeño
tiene casi diez meses y el mayor va a cumplir
tres años y medio), y ese día estoy segura que
en mi cara se reflejó una de las sonrisas más
bonitas y satisfactorias de mi vida. No se pue-
de describir la sensación, verlos mamar aga-
rrados de la mano, miradas de complicidad
entre ellos…

Os podéis imaginar las miles de críticas


y comentarios recibidos, que si el pequeño
se queda con hambre, que si el hermano le
pega los virus, que si no tiene otro alimento...
Sinceramente el primer día al no haber hecho
tándem desde el principio me preocupó un
poco, pero cuando vi que el pequeño no pro-
testaba, aun habiendo vaciado su hermano
los dos pechos, me di cuenta que la naturale-
za es sabia y se adapta a sus necesidades.

Respecto a la composición de la leche


puedo confirmar que se adapta a las necesi-
dades del pequeño, pues el mayor se había
estabilizado en peso (siempre me lo tacharon
de sobrepeso) y volvió al mismo ritmo que su
hermano (prácticamente a kilo por mes los
dos durante los cinco primeros meses). Por úl-
timo una de las preguntas que suelen hacer-
me es si uno come primero y otro después, la
verdad es que seguimos a demanda, literal-
mente. Lo mismo pueden mamar los dos a la
vez que uno primero y otro luego, beberse el
mayor los dos pechos y luego pedir el peque-
ño o al revés.

Mónica, 33 años, mamá de Kenji y Kai.


El Puerto de Santa María, Cádiz (España)

La lactancia en tándem puede ser una expe-


riencia maravillosa y muy útil para resolver
situaciones en las que no puedes atender a
demandas incompatibles. Es una manera de
decir: estoy aquí para los dos, soy madre de
ambos y me entrego por igual. Los hermanos
se ponen a la mima altura, se miran a los ojos,
a veces se agarran de la mano. Se exploran
y se reconocen sobre el espacio confortable
del cuerpo de mamá.

Pero también he aprendido que hay momen-


tos en los que no es buena idea hacer tán-
dem, es una experiencia intensa físicamente
y puede producir un poco de agitación si es-
tamos nerviosas. Como madre me ha costado
a veces ser coherente con mis emociones y
respetarlas. Pero es importante la honestidad,
y decir a veces de manera sincera “hijo mío,
ahora mismo mamá no puede”.

Cuando soltamos el lastre de los nervios y


conseguimos relajarnos y disfrutar de una lac-
tancia en tándem es una sensación muy pe-
culiar, muy mamífera, muy empoderante. Lo
mejor: poder conciliar el sueño los tres a la
vez, en paz y sin interrupciones…

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)

Siempre supe que si algún día era madre


amamantaría a mí bebé, al menos lo intenta-
ría. Al nacer mi pequeña, inicié la lactancia, y
la verdad es que no pensaba darle durante
tanto tiempo; primero pensé que le daría 3
meses, luego 6 meses, y así fueron pasando
los meses y disfrutaba tanto con la lactancia
que no pensé en el destete.

Recuerdo un día en la clase de postparto, que


nos preparaba con mucho mimo nuestra ma-
trona (gracias Catalina Artigues), y escucha-
ba extrañada a una mamá que hablaba  de
cómo se sacaba leche en el trabajo, y a otra
que daba pecho a su pequeña de dos años.
Cómo iba a pensar en ese momento que yo
me iba a encontrar en la misma situación me-
ses más tarde. 

Cuando mi hija cumplió 19 meses llegó


un nuevo embarazo y siguió mamando a pe-
sar de que en el tercer trimestre me quedé sin
leche. Cuando ya estaba en el séptimo mes
de embarazo, me sentía muy cansada por las
noches, entre el insomnio, síndrome de pier-
nas cansadas, levantarme para ir al baño y dar
teta, apenas dormía, necesitaba descansar
más y pensé, que era la hora de destetarla
por la noche, así cuando naciera el bebe sólo
tendría que amamantar a uno por la noche.

Me resultó muy fácil, le daba un poqui-


to antes de dormir y luego le decía que me
encontraba cansada, que por la noche ya no
le daría tetita y tendría que esperar a que sa-
liera el sol. Ella lloraba unos minutos mientras
yo la abrazaba, y se quedaba dormidita. Em-
pezó a dormir toda la noche desde entonces.

Nació su hermano y empezamos la lac-


tancia en tándem, sentía una inmensa felici-
dad por el nacimiento de mi segundo hijo y al
mismo tiempo un gran sentimiento de culpa-
bilidad por no poder atenderá mi hija mayor
como antes, cuando aún me necesitaba tanto.
Gracias a que ella siguió mamando en el em-
barazo, la lactancia con su hermano fue mu-
cho más fácil, ni pezones doloridos, ni tensión
en las mamas, y la producción de leche esta-
ba ya regulada. La lactancia en tándem ayudó
a disminuir los celos de mi hija mayor y conso-
laba mi sentimiento de culpabilidad por ha-
ber tenido otro hijo cuando ella era aún muy
pequeña.

Es precioso ver como los dos herma-


nos se cogen de la mano, se acarician cuan-
do maman juntos, o ver que la mayor ayuda
al pequeño a ponerse el pezón en la boca;
también hay otros momentos en los que se
molestan y se empujan con los pies porque
quieren mamá para ellos solos; a veces ma-
maban juntos y otras veces prefería que ma-
maran por separado, a veces sentía felicidad,
y otras agobio.

Pasaban los meses y mi hija mayor me


demandaba casi lo mismo que su hermano  y
para mí, llegó un momento que fue demasia-
do, así que decidí que si quería seguir con el
tándem tenía que reducirle las tomas al me-
nos a 4 veces al día. 

Le expliqué que su hermano era muy


pequeño, y que ella ya comía muchas cosas
especiales que el bebé no podía tomar (como
los pistachos que le encantaban), por ello no
podía tomar lo mismo que el bebé. Después
de probar varios trucos que leía por la red, en
la liga de la leche o en algún blog de otras
mamás, como no ofrecer, no negar, contar
hasta 10 cuando ya me cansaba, intentar dis-
traerla antes; Lo que mejor resultó, fue inven-
tarme una canción que le cantaba cuando me
pedía teta y no le tocaba. 

Cuando cumplió los tres años y medio


tuve otra crisis, algunas veces me ponía muy
nerviosa y otras tomas me seguía apetecien-
do, pero así no podía seguir, de esta mane-
ra no. Un día mi hija mayor, me dijo “mamá,
quiero decirle adiós a la tetita para siempre”
(imagino que por lo comentarios que reci-
bía de fuera), y aproveché la ocasión para el
destete. No fue nada fácil, estuve un mes sin
darle teta. Yo no me sentía aliviada, me sen-
tía triste y ella me seguía pidiendo y llorando,
ninguna de las dos estaba preparada, así que
un día me pidió tetita y accedí, ¡pero qué he
hecho!, pensé yo.

Para poder seguir puse varios límites,


sólo le daría en casa una vez al día, y pacta-
mos que seguiríamos hasta que cumpliera los
5 años (si no se destetaba antes), volvió la har-
monía en casa.

Fueron pasando los meses, algunos


días se le olvidaba, y así, hasta que un mes an-
tes de cumplir los 5 años, nos fuimos de via-
je, los peques se lo pasaron genial y nosotros
también y mi hija mayor no se acordó de la
tetita hasta que llegamos a casa. Algún día se
acordaba y cuando quería mamar yo le decía
pero si tú ya no tomas, y ella me contestaba:
“Mamá, todavía no tengo cinco”, así que acce-
día.

El día de su cumpleaños tomó teta por últi-


ma vez como despedida, me dijo que lo de
mamar hasta los cinco había sido una broma,
pero le dije que no, que habíamos hecho un
trato. No me ha vuelto a pedir. A veces se si-
gue colocando sobre mi pecho cuando ama-
manto a su hermano y siguen dándose la
mano. 
Ahora las dos sí que estamos prepara-
das para dar por finalizada esta hermosa eta-
pa llena de magia, felicidad, dulzura, alegría,
amor, y por supuesto también, llena de dudas,
lágrimas y dificultades. Y así fue como poco a
poco, pudimos encontrar un equilibrio entre
sus necesidades y las mías.

Alexandra, 39 años,
mamá de Alegría y Sonrisas.
Mallorca (España)

Conozco personalmente a pocas mujeres en


mi situación, la verdad. Y aunque había leído
experiencias de otras madres no me hacía
una idea más o menos aproximada de lo que
sería, sí sospechaba sin embargo que se con-
vertiría en uno de los episodios más empode-
rantes de mi vida sin duda.

Cuando supe que estaba de nuevo


embarazada no me planteé nada. Decidí no
hacer planes al respecto de la lactancia. L te-
nía casi tres años y podría haberle animado
de alguna forma a dejar la teta, pero no me
apetecía. Él estaba a gusto y yo también, ¿por
qué terminar entonces?
Cuando a los ocho meses de embarazo
la situación cambió y yo ya no me encontra-
ba cómoda, me permití pedirle mi cuerpo de
vuelta. De hecho, mi cuerpo que es mío, me
pedía a gritos un descanso, una pausa y así se
lo comuniqué a mi hijo. No le gustó nada la
idea de dejar de mamar pero tuvo que acep-
tarla. Y lo hizo enseguida. Cuando les cuentas
las cosas como son, sin manipulación ni excu-
sas, suelen pasar estas cosas.

Al verme de vuelta con la hermanita en


brazos me hizo una gran sonrisa y así sin que
nadie le dijera nada, esperó. Esperó su turno,
porque sabía que tarde o temprano, le volve-
ría.

Al principio preferí darles por separa-


do, me apañaba mejor. La bebé estaba tan
pequeñita y frágil. El mayor estaba tan fuerte
y grande… Con ella la necesidad de prestar
atención absoluta a todo lo nuevo y dejarme
llevar por la delicadeza. Con él, el alivio de
lo conocido, la conexión con nuestro antes.
Cada uno con su momento parecen haberse
acoplado a una sincronicidad predestinada.
Son instantes muy diferentes que hay que sa-
ber saborear.
Más tarde comenzamos a hacer pos-
turitas cual acróbatas rodeados de cojines (y
manos ayudadoras) para poder mamar los
dos al tiempo. Es complicado, sobre todo
cuando la pequeña no hacía buen agarre y
las manos ayudadoras se redujeron significa-
tivamente en cantidad… Sin embargo, practi-
camos mucho y lo conseguimos con imagina-
ción, alegría y olvidándote de todo lo demás,
se hace muy divertido.

Salvando los detalles de posturas, arti-


lugios, ayudas y demás, he de decir que esta
lactancia a dos es una de las experiencias más
mágicas de toda mi vida. Hay momentos di-
fíciles, claro que sí… pero sin ellos tampoco
estarían los buenos. Observar esas miradas
cómplices, esa conexión real e intensa cuan-
do se agarran la manita, y sonríen aún con el
pezón en la boca. De los ratos complicados
también se aprende: se aprende a negociar,
a observar, a pedir, a esperar, a compartir…
todo de forma natural y fluida, que así es
como debería ser siempre la vida.

Esta lactancia nuestra nos está regalan-


do múltiples oportunidades de aprendizaje
que siempre nos acompañarán. La más va-
liosa e importante: la verdadera satisfacción
no parte de cumplir obsoletos o modernos
mandatos externos, sino que proviene de la
acción movida solo por el corazón.

Hubo un momento en mi vida en el que


dar la teta me rescató, me empoderó y gra-
cias a ella pude saberme madre. Amamantar
y continuar amamantando a mi primer hijo me
ayudó a revelarme en contra del sistema y de
lo que se esperaba de mí (que era responder
al mandato de mujer trabajadora que deja a
sus hijos inmediatamente para continuar con
su prometedora carrera profesional, sin ama-
mantar y delegando el cuidado de su prole
a terceras personas). Encadenar una lactancia
con otra fue un sentir al que supe responder,
pese a los pocos referentes que hay al respec-
to y las mismas voces que me repetían que
sería complicarme la vida sin necesidad.

Hoy puedo decir con verdadera liber-


tad que lo que nos hace más libres no es ir en
contra de lo establecido, sino escuchar el sen-
tir propio y actuar de acuerdo a él. Y en esa
tarea nos encontramos, como en el tándem:
buscando el equilibrio, la sincronía y la com-
plicidad, respetando los ritmos y las pausas,
aprovechando las fuerzas. Pedaleando siem-
pre hacia delante para un camino más autén-
tico, presente y feliz.

Elena Domínguez Béjar, 31 años.


Las Hurdes, Cáceres (España)
LACTANCIA ARTIFICIAL CONSCIENTE
— “Los bebés tienen necesidad de
leche, sí. Y de recibir caricias. Pero más
todavía de ser amados. Es necesario
hablar a su espalda, es necesario hablar a
su piel, que tienen hambre y sed igual que
su vientre.”

Frédérick Leboyer, Shantala


Siempre digo que a veces la divinidad nos


pone una venda en los ojos para que atrave-
semos experiencias que nos traen grandes
lecciones de vida. El  puerperio, en mi caso,
ha sido una de ellas. 

Durante los nueve meses que duró mi em-


barazo me estuve preparando para el parto,
pero no se me ocurrió que lo que venía des-
pués requería todavía más preparación...

Mi primera semana como mamá de Nur, estu-


vo llena de una dicha extraordinaria por ver la
carita y el cuerpecito de nuestra amada hija,
pero también de sombras, de rompimiento
de viejas estructuras y de oscuridad. 

El primer día no fui consciente de que verda-


deramente había entrado de lleno en otra di-
mensión hasta que vino  Mónica Delgado, la
pediatra de Nur. 

Yo empezaba a darme cuenta de que mi hija


tenía dificultades para comer, o yo para darle
el pecho, y Mónica le hizo una sesión de tera-
pia sacro-craneal a la pequeña para liberarla
de la tensión y el estrés que le podía haber
causado su nacimiento y sus primeras horas
en este mundo. Fue alucinante ver cómo re-
accionaba al tratamiento, cómo su cuerpecito
y su energía se iban transformando. Después
del tratamiento, se quedó dormida y exhausta
en mi regazo, descansando de la intensidad
de su primer día y del encuentro con Mónica. 
Tras la visita de Mónica empecé a despertar a
mi nuevo estado, a tomar conciencia de que
mi hija ya estaba aquí, de que me necesitaba,
de que tenía que cuidar de ella. A Nur le iba
a costar un poco aterrizar, le iban a costar los
comienzos... como a su madre.
Los días que vinieron después estuvie-
ron llenos de felicidad por la bendición de
tener a nuestra hija con nosotros, y también
de lucha, de oscuridad y de sombras, por las
que estuvo transitando mi niña interior, mi
niña-bebé, reflejada en la carita de Nur, y en
mi desesperado intento de amamantarla, de
alimentarla... Finalmente y después de siete
días muy duros, conocí a Gema, presidenta
de Multilacta, una asociación de apoyo a lac-
tancia materna. Gema venía a traerme un sa-
ca-leches que le habíamos alquilado, pero la
sorpresa fue que además, ella me informó de-
talladamente de cómo tenía que amamantar
al bebé, de cómo funcionan los instintos de
éste, y de cómo funcionan los instintos de la
madre. Donde el sacaleches no llega, donde
tú no llegas sacándote leche manualmente, el
bebé sí llega. Y no es verdad que una mamá
no tenga leche. Siempre hay leche. Y el bebé
la encuentra. Tal para cual. Un engranaje per-
fecto.  Y esto me lo contaba una mujer que
conoce hasta  270 posturas para amamantar,
que ha sido madre de dos pares de gemelos,
tan conectada a sus instintos de mujer-ma-
dre-mamífera, que sólo de estar junto a ella
se te despiertan los tuyos. 
Cuando Gema se fue de casa, yo esta-
ba muy animada, y recuperé el apetito rápi-
damente, me entró un hambre voraz, y sentí
una confianza renovada en la naturaleza del
cuerpo de la mujer y del bebé, que están co-
nectados desde el nacimiento de éste.

El problema fue que ya era demasiado tarde...


Cuando a última hora de la tarde empezó a
sangrarme un pecho, Alejandro y yo estába-
mos tan exhaustos física y psicológicamente,
que yo me rompí y tuve que reconocer que
no teníamos más fuerzas, que nuestra hija
necesitaba comer (llevaba varios días suple-
mentándola con suero isotónico y agua glu-
cosada) y que lo mejor que podíamos hacer
era darle el biberón. Así que nos pusimos en
contacto con Mónica quien nos dijo qué leche
comprar, así que bajamos a la farmacia (era ya
medianoche) y compramos unos biberones y
leche para bebés. 

Las horas y días siguientes me estuve


preguntando “¿podía haberse evitado este
sufrimiento?” “¿Y si hubiera conocido a Gema
antes?” “¿Y si hubiera...?” “¿He hecho mal, he
hecho bien?”... pero fueron pasando las horas
(esto es un aprendizaje intensivo) y me he ido
sintiendo cada vez más y más feliz de poder
alimentar a Nur, y he aprendido muchas co-
sas... Entre otras, que me podía haber infor-
mado mejor sobre la lactancia desde el prin-
cipio, que la primera hora de vida de un bebé
es cuando más fácilmente se “engancha” al
cuerpo de la madre y que es muy recomen-
dable que mame entonces, que a las mujeres
que no hemos mamado leche materna nos
cuesta un poco más amamantar después, o
que no estoy tan conectada con mis instintos
como yo creía. Pero lo más importante que he
aprendido, es que los bebés se alimentan no
sólo de la leche, sino del amor y del humor
de la madre, de su energía, del contacto físico
con ella, de su aura. 

Que no siempre “lo mejor” es lo que


nosotros “creemos”, sino que “lo mejor” es
siempre “lo que es”, y que la aceptación y la
rendición a “lo que es”, nos hace humildes y
agradecidos, y por tanto crecemos en amor y
entrega. ¿Acaso no se trata de eso la materni-
dad? 

Noraya Kalam Llinás, 40 años,


mamá, terapeuta. Madrid (España)
Me costó mucho el aceptar que mi hija
no quería mi teta y, tras dos meses de arduo
trabajo con lactancia mixta e intentado que
solamente tomara de mi pecho y ver que el
ponerla al pecho era una lucha constante
donde ella y yo sufríamos, ya que no paraba
de cabecear y no quería, decidí, no sin una
gran pena en el alma, darle biberón de leche
artificial ya que yo con el sacaleches nunca lo-
gré sacarme apenas leche.

Al principio lo hacía de mala gana,


pero luego me di cuenta de que mientras le
daba el biberón seguía existiendo ese vínculo
especial que había con el pecho, de que era
un momento para nosotras solas de tranqui-
lidad y paz y seguía dándoselo en el mismo
lugar que lo hacía cuando le daba teta.

Poco a poco me fue inundando una


alegría inmensa al ver que mi hija aceptaba
el biberón con ilusión y no con lucha, y me re-
concilié con el biberón. Me di cuenta de que
anteriormente daba la teta con tensión y a
partir de entonces, di el biberón con felicidad
y alegría, con amor, con mi hija pegadita a
mi cuerpo, hablándole y cantándole como lo
había hecho cuando mamaba y no dejé que
nadie, salvo mi pareja alguna vez, le diera el
biberón porque quería mantener ese vínculo
especial que se crea al dar de mamar y así lo
hice y he conseguido ser una mamá que da el
biberón con tanto amor como la teta.

Sol, 34 años, mamá de Ara, maestra.
Zaragoza (España)

Esto es una de las cosas más difíciles


que he escrito. Difícil porque requiere de mu-
cha honestidad conmigo misma y de mucha
exposición. Me doy cuenta de que sólo escri-
biendo estas letras, imagino miles de juicios
apuñalándome.

Tal vez esta sea la razón principal exponerlo.


Porque estoy cansada de los juicios. De los
que yo hago, de los que oigo y leo. De los que
muchas mujeres repartimos a diestra y sinies-
tra creyéndonos poseedoras de la verdad, se-
ñalando con el dedo, sin tener la menor idea
de lo que cada una vive carne propia.

Las mismas mujeres  (por supuesto me inclu-


yo) que nos consideramos amorosas y respe-
tuosas, somos despiadadas a la hora de lan-
zar juicios a cuanta persona que actúe fuera
de nuestros esquemas y creencias. Y me doy
cuenta de que así es como me trato a mí mis-
ma.

Son las 4am y después de tener a Ma-


tilde una hora tomando de mi pecho, hoy eli-
jo no amamantar más a mi pequeña que está
a punto de cumplir un mes. Lo elijo desde el
lugar más consciente posible, aunque seguro
hay un montón de cosas que aún no veo. Lo
elijo, sin esconderme en el no puedo, sin cas-
tigarme en el no quiero. Simplemente lo elijo.
Lo elijo siguiendo mi intuición, escuchando mi
cuerpo, siendo respetuosa conmigo. Mirando
a los ojos a Matilde y diciéndole: Hoy elijo no
amamantarte más. Me duele, me cuesta y se-
guramente me perseguirá un rato la culpa y el
fantasma de la mala madre… Caminaré para
ponerme en paz con mi elección.

Lo elijo porque para mí amamantar es


doloroso. Porque mis horas se llenan de an-
gustia tratando de entender porque la leche
no fluye en tu boca. Mis días están colmados
de búsquedas inútiles de soluciones, aseso-
rías, testimonios. No sé si para liberarme un
poco de esta culpa de no ser suficientemen-
te buena madre. Aquella que persevera día y
noche por lograr que crezcas “bien” alimen-
tada. Porque no dejan de rondar en mi cabe-
za todos aquellos beneficios de los que nos
privamos con esta elección. Aún viendo a tu
hermana Eloísa sana, hermosa, feliz. Aún sa-
biendo la calidad de vínculo que tengo con
ella. Una niña que ha crecido a punta de leche
de tarro.

Así que hoy elijo no amamantarte. Es-


toy convencida de que el vínculo amoroso lo
podemos mantener y seguir construyendo de
otras mil maneras. Y que si sigo insistiendo a
pesar de mí, te nutriré con amargura, dolor,
cansancio, autoexigencia. Te cargaré con un
peso que no te corresponde. Porque esta lac-
tancia no tiene un sabor dulce.

Elijo no amamantarte porque aunque


sé que la leche materna es lo mejor, no lo es-
toy sintiendo así. Porque el alimento no sólo
es el líquido que sale de mis tetas, sino tam-
bién todo lo que te trasmito a través de él. Y
observándome, escuchándome, sintiéndome
mi linda Matilde, me doy cuenta de que esto
no es algo que quiera transmitirte.
Elijo ser la Mujer-Madre que me acep-
to, me amo y decido lo más respetuoso, lo
más amoroso y compasivo para  mí. Para po-
der entonces respetarte, amarte y entregar-
me a ti, con lo mejor que tengo y lo mejor que
soy, aquí y ahora.

Hoy elijo no amamantarte Matilde.  Al


menos no como mandato, como exigencia,
como objetivo.   Fluiré, escuchándome, escu-
chándote. Actuando desde ahí. Amándote –
Amándome.

Ana María Constaín, 33 años,


mamá de Eloísa y Matilde.
Bogotá (Colombia)

Es hermoso que actualmente las mujeres se


estén empoderando en cuanto a cómo ser
madres y que se promueva desde tantas es-
feras el parto normal y el pecho. Pero quiero
decirles desde aquí, desde la vereda de una
mujer que no pudo por más que lo deseó (por
una enfermedad crónica que me llegó en el
embarazo), que sin esas prácticas, se puede
lograr un apego seguro y por sobre todo un
hijo feliz.
He visto que lo que necesitan nues-
tros hijos siendo bebés es la cercanía de los
brazos de su mamá, la mirada alegre y tierna
por todo el tiempo que la necesiten recibir,
una buena comunicación; satisfacer su ham-
bre, frío o aburrimiento antes de que suceda,
darles libertad de explorar y jugar mucho con
ellos.
As de Picas, 27 años,
mamá de Celeste, artista.
Santiago (Chile)
LO QUE APRENDÍ
DANDO TETA
— “Las mejores oportunidades para que
cada mujer se conecte con sus aspectos
más naturales, animales, salvajes de su ser
esencial son el parto y la lactancia”.

Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra

Antes de ser madre todo lo que sabía a cerca


del acto de amamantar era que es un acto de
dar. Te das y te rindes a la demanda, a la ne-
cesidad y a la expectativa de un ser que acaba
de aterrizar a tu lado y requiere tus cuidados,
tu entrega y tu valor para salir adelante. Dar
tiempo, dar comida, dar calor, dar amor, dar
cobijo, dar sostén, dar un lugar en el mun-
do… Eso intento ofrecer a mis hijos desde el
momento en el que los sostuve en brazos por
primera vez. No tenía ni idea de que el cami-
no era bidireccional y que se me devolvería
toda esa dedicación en forma de aprendiza-
jes. Las horas y horas en esa conexión íntima
dieron (y siguen dando) mucho de sí y me van
revelando unas cuantas verdades a las que
hasta hace un tiempo no había tenido acceso.

Aprendí a observar. Cuando no hay pala-


bras, cuando no hay lenguaje, cuando no
puedes comunicarte más que desde la ver-
dad auténtica de los gestos, la observación
se hace una compañera indispensable y una
valiosa amiga de la que no puedes separarte.
Yo observo para satisfacer la demanda, pero a
raíz de ahí también he aprendido a observar-
me. Me observo cansada, o irritada, o serena,
me observo dispuesta, me observo desde el
presente y a partir de ahí puedo actuar de una
manera más consciente.

Aprendí a respetar. De la observación al res-


peto hay un paso. No puedes ningunear las
necesidades de una persona si ya te has dado
cuenta de cuáles son, en esencia y auténticas.
Por la misma razón aprendí a respetarme.

Aprendí a escucharme. La lactancia es algo


donde nadie más tiene poder de opinión.
Sentir que no necesito la aprobación, evalua-
ción o juicio de nadie más que de mí misma.
Y aquí algo importante: para ello hay que ser
inmune a las críticas, pero también —y más di-
fícil— a los elogios.

Aprendí a pedir. Sentirte con el permiso de


pedir es sentir que tienes el derecho de es-
tar en paz con el mundo. La lactancia cons-
ciente a demanda en un sistema capitalista y
patriarcal es dura porque te quedas sola con
tu bebé. Aprender a ver las necesidades pro-
pias, sean éstas físicas, cognitivas, sociales o
emocionales, y pedir para cubrirlas puede
salvar lactancias. Yo era una mujer indepen-
diente que todo lo quería hacer de forma au-
tónoma. Cuando parí, sentí la necesidad de
ser acompañada. Cuando puse mi cuerpo a
disposición de mis hijos, supe que alguien
(en muchos casos todo un séquito) debería
cubrirme las espaldas y hacerme de sostén.
Aprendo cada día a pedir todo lo que nece-
sito porque sé que si yo no estoy nutrida, mis
hijos tampoco lo van a estar.

Aprendí a aceptar y aceptarme. Sin queja ni


conformidad sino tolerancia hacia lo que no
se puede cambiar.
Aprendí que mi cuerpo es válido. Fue toda
una sensación de logro para mí, que tanto la
necesitaba. Me ayudó a sentirme madre, a
empoderarme como tal, a sentir que podía
cobijar todas las necesidades de mi hijo y que
yo era capaz, como madre. Me sentí entonces
por fin capaz también como persona.

Aprendí que mi cuerpo es mío. Cuando lle-


gó un día en el que necesité mi cuerpo de
vuelta por diversas razones, pude pedirlo de
vuelta porque supe que era mío.

Todos estos aprendizajes se me han re-


velado de manera paulatina pero significati-
va, cuando te das cuenta de uno ya sabes que
te acompañará siempre. Además, son perfec-
tamente generalizables a otras situaciones de
la vida más allá de la crianza. Tengo la fortu-
na de seguir viéndolos día a día manifestán-
dose de forma poderosa y acoplándose a mi
ser. Como este capítulo de la lactancia sigue
abierto en el libro de mi vida y yo tengo a la
disposición de aprendiz eterna, estoy segura
de que poco a poco podré acercarme a más
verdades. Por ello vivo con gratitud esta en-
trega y eso me ayuda a cruzar los momentos
menos gratificantes.

Elena Domínguez Béjar. 31 años.


Las Hurdes, Cáceres (España)
EL DESTETE
— “La modalidad y duración de la lactancia,
el placer, el contacto, y la libertad
para preparar y asumir la despedida,
son hechos completamente íntimos,
femeninos y libres. Una vez más, es
necesario fortalecer el intercambio entre
mujeres para comprender definitivamente
que el inicio y el fin de la lactancia
son actos absolutamente personales y
autónomos, y no permiten incumbencia
alguna por parte de nadie.”

Laura Gutman
La Revolución de las Madres

Había leído mucho acerca del destete. Algu-


nas personas opinaban que a partir de los
seis meses había que introducir alimentos só-
lidos y que la lactancia pasaba a segundo pla-
no. Pero tenía claro que esa opinión reducía la
lactancia a comer.
También escuché argumentos a favor
de la lactancia prolongada. La verdad es que
cuando comencé a amamantar a Enara ni me
planteé el momento en que iba a finalizar.
Cuando ella quisiera o yo no pudiera. Hasta
entonces seguiríamos disfrutando la una de
la otra.

Nuestro destete fue muy radical. Al


menos para mí. El mismo día en que Enara
cumplió los quince meses, por la noche, an-
tes de cenar, la puse en mi pecho. Pero ella
se revolvió, me miró con sus inmensos ojos
azules y me dijo “no”. Yo me quedé asombra-
da, porque nunca había tenido esa reacción.
Volví a intentarlo y me respondió lo mismo. La
lactancia no podía ser impuesta a ninguna de
las dos, así que decidí dejarlo estar.

Al día siguiente ocurrió lo mismo. Du-


rante tres días intenté ponerla pero me decía
que no. Sin llorar, sin protestar, simplemente
decía “no”.

Y así, de un día para otro fue como se


acabó. Yo me entristecí mucho y durante unos
días sentí una gran pena. Pero, finalmente asu-
mí que había terminado una etapa preciosa a
la que seguirían otras distintas pero llenas de
alegría también.

Silvia, 36 años, mamá de Enara,


gestora comercial de banca.
Muskiz, Bizkaia (España)

A mi parecer, el destete debería darse de for-


ma paulatina y natural, siguiendo los ritmos
de cada díada madre-niño.

En mi caso, con mis dos hijos, se ha dado y se


está dando de esa manera: con mi hijo mayor
el destete sucedió cuando él tenía veintiséis
meses. Actualmente, luego de casi tres años
de lactancia, estoy comenzando a sentir que
mi cuerpo dice “suficiente”. He optado por no
ofrecerle ni negarle el pecho. Intento única-
mente alimentarlo en casa, y lo distraigo de
alguna otra manera creativa, dándole a cam-
bio presencia y atención.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo,
Buenos Aires (Argentina)
Se acercaba su tercer cumpleaños. Y
yo sentía que mis pechos estaban cansados,
llevaba un par de meses planteándome el
destete, aunque no acababa de decidirme,
siempre lo iba retrasando por alguna excusa
u otra. Supongo que me daba miedo cómo
afrontar “sin la teta” nuestra relación.

Pero después de una noche en la que


se despertó más de cuatro veces, y apenas
se enganchaba en el pezón unos segundos
para continuar después con el sueño tranqui-
lamente, decidí que no podía seguir así. En
aquella época, estaba llevando una carga de
trabajo que me sobrepasaba y tenía grandes
problemas para conciliar el sueño. Después
de uno de esos despertares, volver a dormir-
me era casi imposible. No era sano para mí.

Así que al día siguiente, a la hora de


irnos a dormir, le conté un cuento. Ella me
escuchaba muy atenta. Le expliqué con pala-
bras dulces y muy pensadas cómo las tetitas
la habían acompañado desde que salió de la
barriguita de mamá, y estaban tan felices, se
sentían tan orgullosas de haber estado con
ella tanto tiempo, para alimentarla con su le-
che, para calmarla si se hacía daño o estaba
nerviosa, para darle cariño y amor siempre
que lo necesitase. Pero había pasado mucho
tiempo y ahora las tetitas estaban muy cansa-
das, necesitaban marcharse para descansar.
La querían mucho, y se sentían muy agrade-
cidas de haber pasado sus primeros años de
vida con ella, pero la leche se había acabado
y ya no habría más. Querían decirle adiós.

Sunflower me miraba de una manera


tan conectada, que supe que estaba enten-
diendo perfectamente la historia. Al acabar
mi narración, le pregunté: “¿Estás preparada
para decir adiós a las tetitas?” Y ella, muy re-
suelta y segura de sí misma, me contestó con
un rotundo “Sí”. Entonces, espontáneamente
me bajó la camiseta, les dio un beso profundo
a cada una y les dijo, “Adiós tetitas, os quiero”.
Después se dio la vuelta y se durmió ensegui-
da, por primera vez sin necesidad de la teta.
Yo me quedé tan impactada, que lloré un lar-
go rato, emocionada y despidiéndome tam-
bién de la lactancia.

Esa creo que fue la primera noche que


dormimos las dos del tirón en tres años.
Al día siguiente, por la tarde, se cayó
en el parque y se raspó la rodilla. Vino corrien-
do hacia mí, pidiéndome tetita. Le dije: “¿Te
acuerdas mi amor que ayer nos despedimos
de las tetitas? Se han marchado a descansar”.
Ella asintió con la cabeza, las lágrimas rodán-
dole por las mejillas y se sentó en mi regazo,
abrazándome hasta calmarse.

No volvió a pedir ni a tomar tetita nun-


ca más. Y fue a partir de ese momento, que
su padre empezó a acompañarla por las no-
ches a la hora de ir a dormir (una noche él y
otra yo), haciendo todo el ritual de lavarse los
dientes, ponerse el pijama, leer el cuento y la
canción. Él comenzó a tener también más es-
pacio con su hija, que silenciosamente estaba
esperando, y agradeció.

Guardo un recuerdo maravilloso de


nuestro destete, y sé que se dio en el momen-
to que ambas estábamos preparadas.

Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y


de Leo (n.n.), maestra y blogger.
Mallorca (España)
Mi primer destete fue el mío a los 15
meses por voluntad propia. Dice mi madre
que de un día para otro, sin previo aviso, le
mordí y a partir de ahí ya no quise mamar más.
Así soy yo, me cuesta tomar decisiones pero
cuando las tomo, las llevo a cabo al momento.
Mi primer destete como madre fue durante
las noches. Necesitaba dormir, me estaba vol-
viendo loca por falta de sueño. Llevaba más
de un año sin poder dormir bien y de vuelta
embarazada, no me sentía con la fuerza de
dar teta por la noche. Necesitaba descansar
por mi bien y para poder nutrir a mi hijo que
estaba creciendo dentro de mí.

Mi marido fue el que me dio suficiente


valor para llevarlo a cabo. Una tarde me pro-
puso que fuera él quien se encargara de lle-
var al niño a la cama y dormirle sin pecho. Con
mucha paciencia y mimo, consiguió dormirle
en sus brazos y con sus nanas. Y así noche
tras noche. En ese momento todavía mama-
ba durante la noche, pero al menos, me quité
la toma de antes de dormir y tenía un rato a
solas para mí y para dedicarle a mi barriguita
que ya empezaba a crecer.
Luego, mi marido se armó de valor y me
dijo que si quería desmamarlo por la noche,
necesitaba que yo no estuviera. Él se encarga-
ría de volverlo a dormir cuando se despertara.
Así que me fui a dormir a otra habitación. Fue
una noche horrible, despertándome yo tam-
bién y escuchando cada lloro de mi hijo. Me
repetía una y otra vez que estaba en las mejo-
res manos y que su papá le transmitiría paz y
seguridad.

La segunda noche, le dije que necesi-


taba estar cerca de mi bebé, durmiendo en
otra habitación sentía que mentía a mi hijo.
No le daba teta porque yo había decidido
no dársela durante la noche y no porque no
estaba en casa. Así que a partir de entonces
me quedé durmiendo en la misma habitación
pero al otro lado de la cama, mientras que mi
esposo se puso al lado de la cuna colecho.

En tres o cuatro días, mi hijo ya no llora-


ba cuando se despertaba. Buscaba a su padre
y se volvía a dormir en sus brazos. Fue increí-
ble, lo había dramatizado tanto que cuando
pasaron estos días los viví como un éxito y un
alivio. Al cabo de unas semanas, Quim dormía
toda la noche de una tirada. Y al amanecer,
los dos disfrutábamos un montón de nuestro
reencuentro mamando largamente.

Después de 7 meses de lactancia en


tándem, di el paso de destetar completamen-
te a mi hijo mayor de 2 años y 4 meses. Fue
un destete progresivo, que duró unos tres
meses.

Quería destetarlo tranquilamente, sin


prisas y con respeto. Observando a mi hijo
y dando cada paso con seguridad y mucho
amor. Se me ocurrió que la mejor manera de
empezar era poniendo unos límites o normas
inventadas por mí. Al principio le expliqué
que sólo haríamos teta en casa, de esta mane-
ra eliminaba varias tomas de golpe. A veces
necesitaba la ayuda del padre o de otro fa-
miliar para distraerle en un bar, en el parque,
con un tractor...

Me di cuenta que necesitaba relacio-


narme con mi hijo de otra manera que no fue-
ra con el pecho por en medio. Así que creaba
y cuidaba unos momentos con él: sentado en
mis piernas; si se caía y lloraba un buen abra-
zo, una canción; contar un cuento juntos; bai-
lar música abrazados… pero sin la teta.
El siguiente paso fue decirle que sólo
haríamos pecho al despertarnos y para ir a
dormir (mañana, siesta y antes de ir a la cama).
Este paso le costó más, sobre todo teniendo
en cuenta que tenía un hermanito que sí ma-
maba a demanda (a menudo me escondía
por respeto al mayor).

Estuve buscando cuentos sobre el des-


tete pero no encontré. Sobre la teta sí hay va-
rios, pero así como hay muchos sobre dejar
el chupete o el pañal, de destetar ninguno.
Al tener solamente dos años largos, quería
que a través de un cuento entendiera mejor
su destete, que lo viviera lo mejor posible.
Finalmente, elaboré junto a mi hijo mayor un
libro-álbum que se titula “La fantástica historia
de amor de Quim, la teta y mamá” en donde
se ven imágenes desde que nació, mamando
en cualquier sitio, embarazada del segundo
y dando de mamar a Quim, haciendo pecho
en tándem...y termina con fotos de los dos
danzando en el salón de casa, comiendo un
helado, contando un cuento en el sofá... sin
pecho. Es precioso y único en el mundo. Un
regalo especial para mi hijo. Él se encargó de
pegar las fotos que yo previamente había se-
leccionado. Es un libro de imágenes al que yo
le puse un hilo conductor.

Después de dos meses largos de pre-


parar el destete, hice varios intentos de decir-
le “hoy es la última vez que mamas” pero no
fue la última por una u otra razón. Quería que
nuestra última vez fuera especial. Pero no lle-
gaba. Eran excusas, ahora lo veo. No me atre-
vía a terminar ese ciclo.

Hasta que no me decidí de verdad, no


pude destetarlo. Fue un dos de febrero, apro-
vechando que estábamos de visita en casa de
mi hermana y que me encontraba en un lugar
confortable, sostenida por ella y mi marido.
Recuerdo perfectamente que esa mañana me
bañé con Quim (¡qué gustazo bañarse con
los hijos!) y le di un poco de pecho, calenti-
tos dentro del agua. Lo vi claro. Ése era el mo-
mento especial que estaba esperando. Supe
que ésa sería “nuestra última vez”. Así que me
esforcé por grabar en mi memoria esas últi-
mas imágenes y disfrutar del momento. Al ter-
minar, le dijimos adiós a la teta y le expliqué
que ahora ya no mamaría más.
Recuerdo que tuvimos una comida fa-
miliar y fueron momentos muy difíciles: Quim
quería mamar y yo le decía que no una y otra
vez, él no lo entendía y se enfadaba. Me re-
tiré con él al cuarto, sentí que era una cosa
entre mi hijo y yo. Lloramos los dos durante
largos ratos. Al principio Quim se sentía en-
fadado, desconsolado y yo triste al verle así,
pero hacia la tarde nuestro lloro cambió y so-
naba a despedida... terminamos dormidos en
la misma cama. Cuando miro atrás tengo un
recuerdo bonito. Los siguientes días fueron
tranquilos, a veces me preguntaba por el pe-
cho y yo le explicaba de corazón que ya había
terminado esa etapa, Quim lo entendió. Sintió
mi sentir.
Un año después de su destete, todavía a ve-
ces me pide si puede probar mi leche y le doy
una gotita. Me recuerda que cuando era “pe-
queño” él hacía pecho, le digo que sí. Alguna
vez miramos nuestro libro y le hace gracia ver-
se. Otras no quiere mirarlo. Y casi cada día me
toca los pechos con alguna que otra excusa,
creo que ni se da cuenta.

Pathway, 31 años, madre de Quim y Lluc.


Mallorca (España)
Mi hija estuvo mamando hasta los 30
meses, yo siempre pensé que sería hasta que
ella quisiera, pero, pasé por un par de etapas
que me hicieron cambiar de opinión. Cuando
tenía unos dos años me sentí agotada porque
por las noches seguía despertando cada 3
horas más o menos, con lo que llevaba mu-
cho tiempo (incluido parte del embarazo) sin
dormir una noche entera o un mínimo de 5
horas. Yo sabía que otros niños eran aún más
exigentes en cuanto a la frecuencia, así cómo
había otros que en esa edad solo mamaban
esporádicamente, al irse a dormir o desper-
tarse. Pero lo que me pasó era que yo nece-
sitaba dormir de forma continuada, aunque
apenas me despertaba porque dormíamos
juntas, seguía habiendo una interrupción de
mi descanso, así que le planteé que por la no-
che no habría más teta, se lo expliqué y cuan-
do lo llevé a la práctica tuve que consolarle
durante dos noches. Calculo que en la prime-
ra lloró durante 20 minutos, que a mí me pa-
recieron eternos, le acariciaba, le hablaba y le
explicaba mis necesidades, pero ella estaba
muy enfadada, hasta que de agotamiento se
quedó dormida. La segunda noche debieron
ser unos 5 minutos de llanto, a partir de ahí
hubo un cambio y pareció que aceptaba la
situación, supongo que fue importante que
percibiera la fortaleza de mi decisión. Pude
permitirme descansar mejor, a pesar de que
nunca debieron ser más de seis horas segui-
das.

Cuando mi hija tenía unos dos años y


medio, entré en otra fase, notaba la añoranza
de ser algo más que madre, de volver a ser
visible como mujer, encontrar más momentos
solo de pareja y tiempos de separación de
ella más prolongados.

Con una amiga del alma estábamos vi-


viendo muy unidas la crianza de nuestras hi-
jas, y a ella le pasó algo similar, conectamos
con la necesidad de pasar a otra etapa en la
relación con nuestras hijas y planeamos un
destete conjunto. Estuvimos explicándoles a
las niñas que ya se habían hecho mayores y
que a partir del día de la “Fiesta del destete”
ya no iban a tomar teta. Estuvimos hablando
de ello y a la vez que las preparamos para la
fiesta, aprovechamos para disminuir la fre-
cuencia en que les dábamos el pecho.
Hicimos un día entero de eventos en-
tre las dos familias: comida especial, juegos
con harina y agua, bañito de piscina, vestido
blanco para las dos, adornos, confetis, glo-
bos, maquillaje de princesas y corona. Hubo
una muñeca de regalo para cada una, cena
de celebración, tarta con velas,…estuvimos
filmando los diferentes momentos y aunque
ellas no se acuerdan de forma consciente,
aún ahora nos reímos todos cuando vemos lo
que hicimos y la alegría e inocencia con que
lo vivieron.

A pesar de que al acabar la fiesta nos


pidieron “teta” para rematar el día, aceptaron
muy fácil que ya no había más, no hubo llan-
tos, recuerdo que en los días posteriores en
los típicos momentos críticos (como recibir
un golpe o estar cansadas), nos pedían para
mamar, pero de forma natural, incluso estas
peticiones, se resolvían de otras maneras, con
abrazos, besos y canciones.

No sé si ahora lo haría, me queda la


duda de si podría haber “aguantado” un poco
más y quizás haber superado mi crisis perso-
nal que me llevó a hacerlo de esta manera. De
hecho, al cabo de una semana tuvo la enfer-
medad más fuerte que ha tenido hasta ahora,
una “estomatitis aftosa” donde las aftas hicie-
ron que solo tolerara beber horchata durante
unos 10 días. Tiempo después el homeópata
nos explicó que era probable que la enferme-
dad fuera una crisis de crecimiento provoca-
da por el destete.
Durante la crianza he ido aprendiendo a
reflexionar sobre mis actos pero sin culparme,
incluso cuando percibo mis errores, porque
soy muy consciente de que no sirve de nada.
En todo caso ni siquiera sé si fue un error ade-
lantar ese momento por una necesidad mía,
en el sentido de que me doy cuenta a medida
que pasan los años, que no le puedo evitar a
mi hija todas las sensaciones que acompañan
los diferentes aprendizajes de crecimiento,
solo puedo acompañarla, y también en el sen-
tido de que, en cada momento cada una lo ha-
cemos lo mejor que sabemos y podemos. En
algún nivel siento que todo está bien tal como
está, y si ahora estuviéramos en la misma situa-
ción, nos pasarían cosas diferentes porque nin-
guna de las dos somos las mismas.

Lucía, 51 años, mamá de Nora, doula.


Binissalem, Mallorca (España)
VINCULAR DESPUÉS DE LA TETA
— “Es tan sencillo reconocer que las
madres tenemos en nuestras manos la
posibilidad de nutrir amorosamente,
permaneciendo corporal y afectivamente
disponibles para los niños.”

Laura Gutman
La Revolución de las Madres


A pesar de no haber destetado de un modo


voluntario a ninguno de mis hijos, no quiero
dejar de compartir mi testimonio sobre cómo
superar los celos y aumentar la vinculación
cuando uno de los hijos es lactante y el otro
no, así como los sentimientos encontrados
que todas las partes sufren.

Mi hijo mayor se destetó voluntariamente a


los 12 meses, sin llantos, sin dramas. Aquella
primera lactancia había sido feliz, plena y sin
contratiempos. Además dio paso a un niño
que se alimenta sin dificultad ninguna y come
todo tipo de alimentos desde muy temprana
edad. Un caso de éxito total, natural y libre de
papillas.

Aparentemente no era necesario refor-


zar ningún vínculo, pues el que se había crea-
do entre mi hijo y yo era sólido y fuerte. M. es
un niño con una gran inteligencia emocional,
que fue criado desde el mayor apego que
supe y pude darle. El destete por él decidi-
do se había transformado en todo mi tiempo
para él, leer juntos, jugar... Todo fue un proce-
so feliz.

Diez meses después nacería mi segun-


da hija. Su nacimiento vino a reestructurar en
menos de 2 años nuevamente nuestra fami-
lia, su orden, y el modo de relacionarnos en-
tre nosotros.

Mi segunda hija aun toma teta y tiene


27 meses, por lo que no puedo, en puridad,
hablar de destete provocado, pues con nin-
guno de los dos lo he experimentado. Sin em-
bargo, en estos meses he aprendido mucho
sobre cómo vincularme con mi hijo mayor,
que ha sufrido mucho por celos, por querer
re-lactar y no saber, porque lejos de “hacerse
mayor” se hizo pequeño, porque mi niño es-
table se convirtió en un náufrago herido por
el deseo no satisfecho de la cercanía en forma
de teta.

Y a partir de ahí solo mi instinto me ha


llevado a compensar tomas de la hermana,
por guerras de cosquillas, a ponerme la capa
de superwoman y ser capaz de dar la teta iz-
quierda a la pequeña y hacer caricias con la
mano derecha a mi hijo mayor.

Vincularme, conectarme con mi hijo,


reconectarme nuevamente a él ha sido a tra-
vés de mucho, mucho y mucho contacto físi-
co, de tener al menos 15 minutos al día en
soledad para hablar de nuestras cosas, en
dormirle haciéndole cosquillas, en decirle to-
dos los días que le quiero, y preguntarle si lo
sabe (él siempre contesta a sus 4 años: “Y yo
a ti”), y en intentar con todas mis fuerzas que
no sufra.

Cuando a sus 3 años volvió a pedir teta,


no se la negué a pesar la crisis de lactancia
por la que atravesábamos en aquel momento.
Hemos creado una identificación entre la teta
y el abrazo y ante una crisis, pronunciar la pa-
labra mágica “abrazo” siempre funciona.

Zoe Marmat, 37 años,


mamá de Mateo y Marina.
Pedrezuela, Madrid (España)

Cuando la lactancia con mi hijo mayor finalizó,


tuvimos que buscar una nueva manera de co-
municarnos, que fuera reemplazando esos úni-
cos momentos de unión y cercanía profundos.
La mejor forma que encontré para hacerlo fue
estando “disponible” y “presente” para él.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)

Uno de los recuerdos más bonitos que ten-


go, es el de M. buscando mi teta al poquísimo
de nacer. Tenía muy clara la lactancia y nunca
pensé en tener que dejarla cuando mi bebé
tenía dos meses.

Mi caos empezó un día 2 de enero. Fui sola


a la revisión después del parto, fui a que me
dijeran que todo estaba bien y salí de la con-
sulta con las palabras tumor, operación, anes-
tesia general, ovario y urgente retumbando
en mi cabeza. Me acababan de encontrar un
tumor en el ovario derecho de un tamaño
considerable, era importante quitarlo cuanto
antes para intentar salvar el ovario.

Después de estar en estado de shock,


de pensar en cómo decírselo a mi familia, de
llorar, de pensar en no operarme, de patalear,
de negarlo, de noches sin dormir... cuando
asumí que no tenía más remedio que operar-
me, decidí hacerlo lo antes posible, de esta
manera quería cerrar el proceso que me esta-
ba haciendo tanto daño. 

Me reuní con el médico para planificar-


lo todo. Uno de los temas que tenía que tra-
tar era la lactancia. Me recomendó continuar
con ella y durante 24 a 48 horas después de la
operación, usar el sacaleches, para que no se
me repitiera la mastitis que hacia unas sema-
nas acababa de pasar, y esa leche tirarla, pues
podría contener parte de la anestesia. Nunca
me entendí con el sacaleches, así que tenía
un problema. Los días previos a la operación
fui introduciendo algún biberón de leche en
polvo por si acaso. 
El día 15 de Enero a las 5:00 de la ma-
ñana le di la teta por última vez. Me operaron
a las 7:00 de la mañana y, cuando desperté,
me encontraba mal, no paraba de toser, no
me podía mover nada bien, no me encontré
ni con ganas ni con fuerzas de usar un sacale-
ches. Así que pedí que me dieran las pastillas
para cortar la leche y decidí ser la mejor da-
dora de biberones del mundo.

Opté por recuperarme yo. Dar el pe-


cho, a mí, me había costado estar 5kg por de-
bajo del peso anterior a quedarme embara-
zada, la cicatriz me dolía, no podía moverme
por mi misma... así que tomé la que creo que
para mí era la mejor decisión. Un bebé sin su
madre sana es mucho peor que un bebé sin
su teta.

Desde ese momento, para mí, dar el


bibe era tan importante o más que darle teta.
No dejaba que se lo diera nadie más que yo.
Nos sentábamos tranquilamente, ella apo-
yaba su manita sobre mi teta y yo le daba el
biberón mirándonos, repitiéndole lo mucho
que la quería, tocándola, acariciándola, sin-
tiéndonos la una a la otra, creando vínculos...
Dar el biberón puede ser una experien-
cia maravillosa, fíjate cuánto es así que mi hija
tiene año y medio, come y bebe sola, pero el
biberón de la mañana y de la noche quiere
que se lo dé, se pone a mi ladito, me toca, me
coge, me mira mientras lo toma, esos minutos
son sólo para nosotras.

Los vínculos se crean de las caricias,


las miradas, el estar juntos, el sentirnos, una
mañana de juegos con ella, rebozarnos en la
arena... claro que la teta es un vínculo perfec-
to con tú bebe, pero hay otras maneras y si
se quiere, se puede. Por mi parte pienso estar
creando vínculos con ella hasta que no poda-
mos estar juntas.

Alicia Iglesias (Mis retales), 32 años,


mamá de M., diseñadora.
Madrid (España)

No fue fácil para mí. Estaba tan acostumbra-


da a ofrecerle el pecho para casi cualquier
cosa, que encontrar la manera de dormirla,
calmarla ante un golpe, ofrecerle consuelo, o
mi disponibilidad y mi presencia “sin la teta”,
me llevó un tiempo integrar y lograr nuevas
estrategias.
Muchas veces era ella la que me mos-
traba el camino, con sus juegos de movimien-
to y de contacto, en los que yo intentaba en-
trar animando también a mi niña-interior.

Pero todavía hoy, que ella tiene 5 años,


nos sale natural al abrazarnos, coger la pos-
tura que solíamos adoptar cuando la ama-
mantaba. Entonces ella me toca un pecho
(introduciendo a veces la mano bajo la ropa)
y ambas nos quedamos ahí un rato, sintiéndo-
nos como en casa.

Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y


de Leo (n.n.), maestra y blogger.
Mallorca (España)
EL PUERPERIO,
UN TIEMPO
HACIA ADENTRO
SER MADRE NO ES COMO
ME LO HABÍAN CONTADO

— “Frente a la incomprensión de los


procesos esperables durante el puerperio,
creemos que todo está mal cuando
simplemente se trata de una pérdida de
identidad, pérdida de referentes externos
o diversas situaciones de soledad,
desamparo o angustia que merecen
ser tenidos en cuenta como lo que son,
sin teñirlos con falsas interpretaciones.
Necesitamos saber que es un período en
el que las madres recientes abandonamos
los lugares de identificación social o
laboral, y necesitamos sumergirnos en el
mundo interior y silencioso del vínculo
con el bebé; y que esto genera una
conexión con el propio mundo emocional
que puede traernos sorpresas si no
hemos estado acostumbradas a entrar en
contacto con el sí mismo profundo.”
Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra



Me encontraba sola con un bebé muerto de
hambre, llorando todo el rato porque no salía
leche de mi pecho, la gente dándome opinio-
nes y consejos de todo tipo, nadie entendía
como lo quería hacer yo. La prioridad número
uno era cubrir las necesidades de mi bebé,
sin tener en cuenta que, poco a poco, las mías
pasaban a un segundo plano.

Ana B. Naranjo Martín, 34 años,


madre de Daniel, trabajadora social.
Granada (España)

Antes de ser madre imaginaba esa materni-


dad en la que acaricias la tripa, preparas la
habitación del bebé y después te sumerges
en un sinfín de responsabilidades adultas.
Cuando me quedé embarazada comenzó sin
embargo una transformación profunda y dis-
tinta. Mi hijo llegó para enseñarme que la ma-
ternidad no requiere de accesorios, que es un
baile cuerpo a cuerpo en el que los dos nos
entregamos tal y como somos, con nuestras
luces y nuestras sombras. Nunca imaginé un
amor tan cierto, tan salvaje, tan revelador. No
sólo la madre nació en mí, también la niña, la
virgen, la mártir, la santa, la maga... Todas las
caras de mi luna.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)

¡Lo cierto es que no tenía ni la menor idea de


lo que era ser madre! Y no porque no hubiera
ido a las clases preparto o me hubiera leído
varios libros. Hasta tengo sobrinas... pero no
vale, porque apenas las visitas un ratito y eso
no es el día a día.

Quizá cada niño es diferente, pero para mí lo


más duro es tener que “pedir permiso” a mi
pareja para tareas básicas como ducharme.
Digo pedir permiso porque con la niña es im-
posible hacer nada, y es él quien tiene que
encargarse para que yo pueda hacer algo.
Mi niña no es de las que la ponías en la ha-
maca y te sonreía tranquilamente mientras tú
te ocupabas de lo demás. No es que sea una
niña de alta demanda ni mucho menos, pero
quería “estar conmigo” (y aún quiere...) en
todo momento. Ahora se va entreteniendo un
poco más, pero antes era imposible. Así que
el primer año no he hecho más que encargar-
me de ella, 24 horas al día. Gracias a que tenía
la ayuda de la abuela, ¡qué haríamos sin ellas!
Pero sí, sabía que era absorbente pero no sa-
bía hasta qué punto esto era cierto. 

Noe, 34 años, mamá de Antía,


investigadora (ingeniera).
Barcelona (España)

Creo que ser madre no es como lo cuentan.


Solo te dicen la parte maravillosa, pero na-
die te cuenta cosas como que pierdes toda
intimidad, toda tu persona se prepara para tu
bebé (cuerpo y alma). Nadie te cuenta el cam-
bio que hay en la relación con tu pareja. Las
noches, la lactancia, el dormir, el descanso. Se
habla en general.

Mi mejor amiga me contó algo sobre


esto pero nuestro camino ha sido tan largo
hasta que Lur nos dio la oportunidad de ser
su familia que supongo que no nos queda-
mos con esta información. A parte de mi me-
jor amiga, no recuerdo que nadie me dijera el
cambio tan grande que iba a suponer el ser
madre.

Ilargibetea, 35 años, mamá de Lur.


Estella Lizarra (España)
LA PÉRDIDA DE IDENTIDAD
— “Tras observarse mutuamente durante
un buen rato, la Oruga se sacó el narguile
de la boca y, con voz adormilada,
preguntó:
—¿Y tú quién eres?
No es que fuera una forma muy alentadora
de entablar conversación.
—Yo… Es que no lo tengo muy claro,
señora, al menos por ahora —respondió
Alicia un poco cohibida—. En realidad,
cuando me he levantado esta mañana
sí que sabía quién era, pero me temo
que desde entonces he sufrido varias
transformaciones.
—¿A qué te refieres? —preguntó la Oruga
con aspereza—. ¡Explícate!
—Creo que no voy a ser capaz, señora,
dado que yo ya no soy yo ¿comprendes?”.

Lewis Carroll
Alicia en el país de las maravillas


A veces es muy duro convertirse en madre.


Sí, vale la pena. Sí, es la experiencia más po-
derosa que creo que podré vivir. Nada como
cuando sostienes en tus brazos ese ser tan
húmedo, caliente y deliciosamente sucio, que
te mira como diciendo: te conozco.

Pero también es duro, y no sólo por la


falta de sueño, por las secuelas del parto, por
los cuidados que demanda un recién nacido,
y tampoco por el cóctel de hormonas que me
tuvieron llorando y con altibajos hasta varias
semanas después. Tampoco la falta de expe-
riencia y la incertidumbre por si lo estaba ha-
ciendo bien o no, las dudas, comentarios bien
intencionados pero que lo único que hacían
era disparar mi inseguridad.

Fue más que eso, la ruptura total y repentina


con mi propia identidad, con aquello que me
definía: mis proyectos, ambiciones, mi traba-
jo, mis amigos, mi cuerpo, mi tiempo y mi vida.

¿En qué momento me convertí en esa mujer


ojerosa que no tenía un minuto para darse
una ducha?
¿Quién soy ahora?

En esencia seguía siendo yo, más tarde me
di cuenta que era una versión más grande de
mi misma. Pero al principio no lo sabía, no me
encontraba. A nivel de pareja tampoco fue fá-
cil. Si mis ojos no me miraban a mí tampoco
miraban a mi pareja. Todo mi ser era ahora
para otra personita tan pequeña y tan exigen-
te a la vez.

No había nada que lograra vincular


esta nueva vida de cambios de pañal, tetadas
a deshoras y canciones de cuna, con aquella
otra vida que ahora me parece tan remota,
aquella en la que iba y venía a mi antojo, dis-
ponía de tiempo y me pertenecía.

Pero ese tiempo pasa y pasa rápido,


como he dicho antes ahora soy una versión
mucho más grande de mí misma con nuevos
proyectos y muchas ilusiones junto a mi fami-
lia. Y por nada del mundo querría cambiarme
por esa otra que era y que tampoco sabía
acerca del amor.

Pilar Moreno Varela, 38 años,


mamá a tiempo completo de Berta y Julia.
Española residiendo en Alemania


Poco a poco dejas de ser tú, o tal vez
seas más tú que nunca pero no lo sabes toda-
vía. Empiezas a escucharte a ti, a conectar con
tu niña interior, con tu sensibilidad y no con
el modo en el que la sociedad te ha enseña-
do a vivir, a sentir. Yo me perdí en mí misma,
dudé de lo que sentía, de mi modo de hacer
las cosas. Me enfadé, con la superficialidad
de esta sociedad, con los apegos negativos,
con el descaro, con la malaleche. Lloré, lloré
por no saber quién era, o porque ya no era yo
y empezaba a ser otro yo, más humano, con
más amor y dulzura.

Ese yo que soy ahora, eso yo que quie-


re dar, que quiere amar, que por una sonrisa
de un niño trepa el árbol más alto del pueblo.
O tal vez siempre fui esa, la que está subida
en ese árbol centenario, pero nunca me había
escuchado como me merecía.

Gracias a mis hijas, gracias a ellas, y sin


pretenderlo soy más yo que nunca. Gracias a
mis hijas, he vuelto a mi infancia, he llorado
por lo que no tuve, ni nunca tendré, pero he
podido abrazar a mis padres y agradecerles
lo que sí han podido darme. Sin ellas, mis Ci-
ruelinas, nunca hubiera vuelto a ser yo.
Mamá Ciruelina, 36 años,
mamá de Ciruelina Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)

Nadie jamás en la vida te prepara para el de-


rrumbe que implica la llegada a la maternidad,
después de un parto en casa, una lactancia
materna establecida, una crianza con apego,
volverse económicamente dependiente y re-
cibir solo lo que otro piensa es necesario, es
difícil no sentirse fuera de uno mismo, dando
y dando sin parar, no hay tiempo para más.

Recuerdo una ocasión que mi mamá


me llevo a una plaza comercial, tenía tiempo
de no salir a un lugar concurrido, llevaba a
mi bebé en el rebozo, y ya se había queda-
do dormido; De repente como si se conge-
lara la escena, me veo a mí misma parada en
medio de la gente con una sensación como
si estuviera perdida en una realidad alterna,
una falta de pertenencia, me sentí cansada y
nos sentamos, como nunca busqué el contac-
to físico con mi madre, recargué mi cabeza en
su hombro y me dieron unas ganas de llorar
pero me contuve, todo era tan distinto, la per-
cepción del tiempo, del cuerpo, tanto despo-
jo de uno mismo, los planes, los amigos, las
fiestas, todo había quedado atrás.

Ale Ja, 28 años, mamá de Mariano.


Monterrey, N.L. México

A lo largo de mi vida ha habido varios roles


que he sabido interpretar a la perfección, el
primero de ellos el rol de hija, luego el rol de
hermana y en tercer lugar, el rol de mujer tra-
bajadora, de todos ellos del que me sentía
más orgullosa.

Y de pronto me tocaba el rol de ma-


dre. Personalmente creo que por muy bien
que me conociera, la maternidad descu-
brió partes de mí que desconocía. Y en este
nuevo papel no valían ninguna de las reglas
aprendidas con los anteriores, tuve que em-
pezar de cero a construirme. Mi modelo más
cercano, mi propia madre, me daba algunas
claves de lo que no quería ser. Pero no me de-
jaba ser yo misma, mantenía una fuerte lucha
por mantenerme cuerda, a menudo negaba
aquellos aspectos de mí más oscuros que me
hacían sentirme muy triste o aquellos que me
convertían en una persona muy cruel con mi
pareja… No sabía qué era, si una madre amo-
rosa u otra que en determinados momentos
deseaba que todo volviera a ser como antes
de estar embarazada.
María Sánchez Mateo,
mamá de Gema y recientemente de Elisa.
Cartagena (Murcia)

Al nacer mi primer hijo, los primeros meses


tuve la sensación de que “me volvía invisible”
para el mundo. Mi identidad de esfumaba
como agua entre los dedos. La mujer, em-
pleada, estudiante de psicología, indepen-
diente… se convertían en mamá primeriza,
inexperta y asustada. Había desaparecido
para el mundo, me sentía sola.

Con el paso del tiempo pude comprender


que vivir aquella experiencia fue una de las
mejores cosas que pudo sucederme: perder-
me, para poder encontrarme. Poder conectar
con mi interior, con mi intuición, con mi lado
salvaje. Conectar con mi precioso hijo.

Natalia, 38 años, mamá de Agustín y Juan Pa-


blo. Buenos Aires (Argentina)
La pérdida de identidad cuando te
conviertes en madre es brutal. Eres la mamá
de alguien. Punto. Ya no eres aquella perso-
na autónoma e independiente, profesional,
con una gran vida social, aspiraciones miles,
etc. Eres la mamá de alguien, no tienes tiem-
po para ti, no puedes seguir haciendo lo que
hacen tus amigas, sobre todo las que no tie-
nen hijos que en mi caso son muchas, dejas tu
trabajo por un tiempo, pierdes las referencias
externas que te definían y te ubicaban en el
mundo ante ti y ante el resto.

¿Quién eres ahora? Eres la mamá de


alguien. Alguien que te reclama día y no-
che, que no entiende de esperar, que todo
lo quiere para ahora, que no puede estar sin
ti porque tú eres su todo, que te necesita de
verdad.

Una vez superada la lucha interna, una


vez entendido esto, te entregas. Y al entregar-
te a esta nueva misión que has elegido, o te
ha elegido, te relajas e intentas dar el cien por
cien. Nunca volverás a ser quien eras, pero
tienes la oportunidad de explorar este nue-
vo estatus, de reinventarte, de no exigirte, de
focalizarte en lo importante, de hacer limpie-
za interior y exterior, de llegar a la esencia, y
cuando estás ahí ya no quieres volver a ser la
que eras, porque ahora eres tú.

Patricia Estévez-Singerela, 37 años,


mamá de Uma, actriz y diseñadora.
Tenerife (España)
EL BEBÉ Y YO SOMOS UNO
— “Son como dos gotas de agua dentro
del océano. No es posible identificarlas
separadamente. Comprender la presencia
de la “fusión emocional” solo es posible
si observamos más allá de lo terrenal,
palpable y físicamente visible.”

Laura Gutman
Mujeres Visibles, Madres Invisibles

Aran tenía 15 días y fuimos a Sevilla, teníamos


visita con la matrona. Aprovechamos el viaje
desde Córdoba para visitar un mercado, pa-
sear y comer fuera. A mí me temblaban las
piernas y se me nublaba la vista. El mundo ex-
terior me resultaba extraño, lo que había vivi-
do antes me parecía nuevo.

Cuando regresamos a casa por la tarde-noche


Aran tuvo su primer llanto gigante. Yo desea-
ba calmarlo, me arañaba oírlo. Le ofrecí teta,
lo bañamos, lo mecimos, le cantamos, lo aca-
riciamos y su llanto continuaba. Era un llanto
de descarga. Estaba soltando, en nuestro re-
fugio, todo lo vivido por el día. Yo me sentía
confusa. ¿Era yo la que había estado sobrees-
timulada o había sido él, o ambos? ¿Era mío
o suyo el agotamiento? ¿Su descarga era la
mía? ¿Había olvidado cómo desahogarme?

Cuando Aran tenía 4 meses fui al pri-


mer encuentro de un grupo de apoyo a la ma-
ternidad. Estaba trabajando algo que me re-
movía entera y él lloraba desgarrado a pesar
de estar en otro espacio. Estuve unos meses
sin poder llorar y él lo hacía por mí. Yo recha-
zaba partes de mí que su cuerpecito me po-
nía en bandeja a través de vómitos, irritacio-
nes, llantos...

Cuando tenía 11 meses, ya pude co-


nectar con mi rabia, la nombré y la hice mía.
Entonces él dejó de vomitar.

Yo solía llevar mis vivencias a lo mental,


intentaba entenderlas con la razón, y a esto
que me pasaba desde que Aran nació no po-
día ponerle palabras. Me nacía en el vientre y
se movía por mi pecho.
Aran y yo éramos dos y a la vez éramos
uno. Tuve que darme a ser uno siendo dos,
para después volver a ser dos, siendo dos.
Más que un aprendizaje era un rendirme al
momento.

Me molestaban los ruidos, me sobraba


la gente, el exceso de colores me mareaba...
Yo era toda sensorial. Sus vómitos eran mis
angustias, sus eccemas mis llamadas de aten-
ción, sus mocos nuestras salida del territorio
conocido. Sus dolores eran punzones en mí,
sus llantos me encogían el corazón aunque
estuviéramos separados. Mis tetas chorrea-
ban avisándome de que en unos segundos
Aran lloraría de hambre. También compartía-
mos la calma, el sosiego y el placer.

Me sentía confundida a menudo pero


siempre intenté hacerlo participe de lo que
me inundaba. Con dificultad al principio, le
contaba que estaba desbordada y que me
perdía. Sus manos eran pequeñas y su piel
joven, pero su energía era tan pura que me
estremecía cómo miraba mi sentir. Y así, ha-
blándome mucho, abrazándolo y mirándolo a
los ojos, mitigaba mis ebulliciones emociona-
les.
Un día llegué a casa con ganas de vo-
mitar. Mi cuerpo necesitaba expulsar la rabia
y el dolor. Las nauseas crecían con mi respira-
ción ahogada. Aran tenía 16 meses. Me miró a
los ojos y vomitó. Estuvo dos días vomitando,
tiritando, con fiebre. Yo sabía que vomitaba lo
mío, sabía que su cuerpecito echaba lo que
yo no era capaz.

Había leído y escuchado sobre la fusión


emocional entre la madre (sea biológica o no)
y el bebé, y ya había vivido algunas situacio-
nes que me lo confirmaban, pero ese día mis
pensamientos se hicieron entrañas. Ese día el
maremoto de la maternidad dio paso a cierta
calma. Aun había tormentas y a la vez claros
que me permitían la reconstrucción.

Hasta entonces me costaba sostener


esa idea de burbuja emocional conjunta. Me
culpaba, me exigía y me agotaba. Cada vez
que Aran tenía un moco, una pintita en la piel
o un estornudo, me ponía en modo escáner
conmigo misma y me peleaba. Ese día me re-
galó claridad. Yo estaba en otro momento de
mi puerperio, ya menstrual otra vez, añadien-
do deseos y necesidades; estar sola, cuidar-
me, menstruar, crear...estar sin ser madre. En-
tonces pude sentir la fusión con menos culpa,
si no como un hecho.

Para mi “La fusión emocional es curati-


va” como dice Laura Gutman. Es la que me ha
permitido ser mamífera los primeros 14 me-
ses, sin deseo de exterior, sólo de ser alimen-
to, sostén y arrope. También me ha permitido
caminar por donde no quería mirar. Creo que
la conexión que hay entre Aran y yo, que ha
sido bestial y se va transformando y amoldan-
do, es parte de mi cura. Esa conexión me ha
permitido ir al sitio de Aran, sin el lenguaje,
comunicándonos desde lugares que a mí se
me escapaban.

Si hubiera sabido que iba a salir de


aquella sacudida, que no hablaría bebé toda
mi vida, y que Aran se vincularía con amor a
otras personas, me habría dado con más rela-
jo a esa fusión, a mi momento animal, al salir-
me de mi yo anteior.

Marina Bernal Yébenes, 31 años,


mamá de Arán, psicóloga-sexóloga.
Manresa (España)
¿TODAS LAS MADRES SE SIENTEN
TAN SOLAS COMO YO?
— “Los largos nueve meses nos permiten
prepararnos para la ruptura del cuerpo
físico y el quiebre del alma. Esa crisis será
aprovechada, en la medida que estemos
dispuestas a mirar las partes oscuras o
temidas de nuestro “yo soy”. Y esa tarea
pertenece a la mujer-adulta, la mujer-
tierra, la mujer-sangre, la mujer-pájaro.
No lo logra la niña que vive en nosotras,
temerosa de conocer el mundo interno,
desamparada y sola”.

Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra

Ser madre y sentirse sola, parece que son


dos conceptos que no se llevan bien, pero yo
nunca me había sentido tan sola como cuan-
do fui madre. La soledad de las noches largas
sin dormir, la soledad de no saber si lo estás
haciendo bien, la soledad del parque, la sole-
dad de no saber si puedes compartir lo que
sientes.

No todos los sentimientos de una ma-


dre son puros y armoniosos. Criar de otro
modo, es enfrentarte a un modelo extendido
y no saber defenderlo bien es sentirse sola.
Estar cansada y que digan “Deberías dejarlas
dormir solas” “Es que lloran” “Bah, eso sólo
son los primeros días”. Enfrentarte a esas con-
versaciones día tras día, es sentirse sola.

Que tu compañero de vida no entien-


da el amor que tienes para dar, que no entien-
da que aunque sea cansado quieres cogerlas
cada vez que lloren, que piense que tus hijas
te están haciendo chantaje si tienen una ra-
bieta… Todo esto es sentirse sola.

Creer que el mundo funciona de una


manera y tú lo sientes de otra. No entender a
quienes dan prioridad al trabajo, y que ellos
no te entiendan a ti. Alucinar con frases del
tipo “es que ahora ya no hacemos nada juntos”
por parte de tu pareja, cuando en realidad yo
no había hecho tantas cosas ni tan bonitas en
toda mi vida. O escuchar frases de tus amigas
como “lo que necesitas es salir más, deja a tus
hijas con una chica, y vete a cenar con por ahí
y a tomar copas”, eso es sentirse sola. Aunque
te lo digan con amor, aunque sepas que te
quieren, que creen que es lo mejor a ti…

Que pasen esas cosas es sentirse pe-


queña, sola y a oscuras en una habitación muy
grande.

Mamá Ciruelina 36 años,


mamá de Ciruelina Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)

Tuve todo el amor de mi marido a mi dispo-


sición, incondicionalmente pero en muchas
ocasiones me sentía sola. Todo se había pa-
ralizado para mí, mi vida era otra, por primera
vez en no sé cuantos años no trabajaba, mis
ojos ya no me miraban a mí, miraban a otra.
Fue raro. Estaba rodeada de mucha gente
pero estaba sola. No me gustaba el silencio
de las mañanas en casa. Todo estaba quieto,
parado.

Quizás mi situación era algo especial,


mi madre había fallecido muchos años antes,
mi padre y hermanos vivían a 500km pero,
sinceramente no creo que su presencia hu-
biera aliviado esa sensación de soledad.

Me ha pasado con la llegada de mis


dos estrellas, es algo íntimo, interno, como
algo que sólo existe entre tus hijas y tu y no
hay nadie más, como que nadie lo puede en-
tender (una visión algo egoísta, seguramente
a todas os puede sonar esto pero mi sensa-
ción era esa, yo estaba en el planeta madre y
nadie más).

Pilar Moreno Varela, 38 años,


mamá a tiempo completo de Berta y Julia.
Española residiendo en Alemania

Al principio, con el puerperio pesándome so-


bre los párpados, mi útero y mis dudas, lo viví
con bastante pesar y confusión.

“La maternidad es un camino de soledad”. Lo


repetía como un mantra y nadie respondía,
sólo me miraban, a veces desconcertados,
otras con una expresión de compasión, pie-
dad o escepticismo, dependiendo el oyente
de que se tratara. Nadie rompía con el encan-
tamiento hasta que una vez, una amiga, escu-
chándome “mantrear” por enésima vez, me
dijo: “Ah, ¿leíste a Laura Gutman?”, a lo que
respondí incrédula que no, que no la conocía
y ella me dijo “¡Qué loco! Ella dice lo mismo
que vos”.

Desde ese momento, leyendo “El po-


der del discurso materno”, “La maternidad y
el encuentro con la propia sombra”, “La cons-
trucción de la biografía humana” y algunas
publicaciones y videos disponibles en sus pá-
ginas entendí que estaba en lo cierto, que no
estaba loca, que la maternidad era efectiva-
mente un camino de soledad pero que había
muchas solitarias por el mundo pasando por
lo mismo que yo, con la intensidad con la que
yo lo estaba pasando.

Yo, una ex-niña exigida, acostumbrada


y habituada a estar desatenta a mis propias
necesidades, desconectada de mi eje, dis-
pensando energía en las necesidades y re-
querimientos de los demás, con estructuras
de disciplina y rigor arraigadas hasta la mé-
dula, un millón de consejos ajenos y distan-
tes, un puñado de “debe ser” “porque sí” en
los bolsillos y una beba de días en los brazos,
quedé “a la vera de Dios”.
Toda la ayuda externa que podía recibir
era poca para disipar ese dolor y ese vacío. Yo
no sabía quién era ya, de cara a mis sombras,
y por ende no sabía muy bien qué tenía para
darle a esa beba. Empecé dándole lo que se
suponía debía darle y muchas noches me fui
a dormir con una sensación de profunda frus-
tración, desamparo y ganas de “irme lejos”.
Un día vi en mi horizonte un halo de luz de
lo que sería, tiempo después, un faro que me
llevaría a entender, no sólo intelectualmente
sino a comprender desde el corazón y las en-
trañas, sin posibilidad de vivirlo diferente, que
yo estaba a cargo de mi vida y todo lo que su-
cediera en ella iba a suceder como respuesta
inmediata a mis acciones u omisiones. No ha-
bía nadie a quién culpar.

Así, en aquel momento supe que no


existían muchas opciones: o quedaba flotan-
do etérea como una hoja en otoño al antojo
del viento o me “empoderaba”, me erguía de
cara a mis luces y mis sombras y comenzaba a
construir mi propio y nuevo camino, piedra a
piedra, paso a paso.
El real, el auténtico, el mío.
Con ese “Norte” en el morral, empecé mi bús-
queda y así llegaron los primeros claros de luz
de mi amanecer a la consciencia.

Hoy, sigo conversando con los fantas-


mas de mis propias sombras, y me sigue cos-
tando reivindicar mis propias necesidades,
atenderlas, resarcir diariamente a mi propia
niña herida que levantó su cabeza y comenzó
a mirarme a los ojos y así, desde ese lugar de
mayor autenticidad y conexión, elijo maternar
a Lila sin caretas ni disfraces.

Romina L. Minnucci (Pimp!),


37 años, mamá de Lila, escritora y abogada.
Rosario (Argentina)

Durante las horas de lactancia, o cuando su-


puestamente debía dormir y no podía conci-
liar el sueño, empezaba a pensar que mi vida
había cambiado por completo. De repente mi
vida se basaba solo en dar el pecho y cam-
biar pañales. El mundo seguía dando vueltas
pero yo sentía como si se hubiese parado de
repente.
Me sentía rara y sola en el mundo. Y eso
que tenía a mi niño y a mi marido en todo mo-
mento a mi lado. Pero nunca me había senti-
do tan sola, como si no le importase a nadie
en el mundo.

Tina, 30 años, mamá de Enrique.


(Suiza)

Creo que hay varios tipos de soledad. Una


deseada y otras no. Desde que soy madre,
los momentos a solas conmigo misma se han
convertido en algo muy escaso y muy precia-
do: sentarme a leer, darme un baño y cerrar
los ojos, desayunar sentada y relajadamen-
te… La mayoría de días eso es sólo un sueño,
esa es la soledad deseada.

La otra soledad, la no deseada, es la


más presente. La soledad que sientes ante la
incomprensión que genera tu manera de en-
tender la maternidad y la defensa que haces
de ella, la soledad en casa cuando te faltan
manos y descuidas la casa porque antepones
tu bebé/tus hijos a lo demás, la soledad de las
noches en vela cuando crees que no puedes
más pero sigues adelante y vuelves a levantar-
te,… pero sobre todo, la soledad íntima, única
y personal respecto de ti misma, respecto de
la persona que eras y a la que dices “espera”,
porque eres madre, eres esposa o pareja, hija,
hermana, trabajadora,… pero ¿y tú? ¿Dónde
quedas tú como tú, sin más?

Un día te das cuenta de que no te de-


dicas a ti misma ni un momento, te miras al
espejo y te preguntas ¿dónde estoy? ¿Dónde
quedo yo? Y ése es el momento en el que pa-
ras, respiras profundamente y te dices a ti mis-
ma, “te quiero, estoy aquí, no me he ido”, res-
piras de nuevo y te prometes dedicarte una
pequeña parte de ti a ti misma, sólo un poco,
porque un poco ya está bien, ese poco ya te
permite relajarte, destensarte y seguir sin que
la cuerda se rompa.

Un poco está bien porque todo lo de-


más de tu nueva vida también te alimenta y
te da la vida. A tu otra yo le dijiste “espera,
dame tiempo”, no le dijiste adiós. Aquella
quien eras es sólo una parte de quien ahora
eres y esta nueva yo, en su inmensa sabiduría
de madre, sabe que el amor es infinito, que
el amor, tiempo y dedicación que regalas a
tu familia les alimentarán toda la vida. Es el
mayor acto de generosidad que harás nunca.
Simplemente has de procurar cuidarte tam-
bién a ti misma porque no se puede dar sin
recibir y has de equilibrar la balanza para no
vaciarte… y en eso, estás sola, nadie lo puede
hacer por ti. Sabiendo, además, que tú has de
estar bien, porque si no es así, todo lo demás
será en vano, has de ser feliz tú para poder
hacer felices a quienes más amas.

Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.


Barcelona (España)
LA DEPRESIÓN POSTPARTO
Y OTRAS HERIDAS
DEL PUERPERIO
— “Entonces – sin que nos demos cuenta-
comienza a librarse una batalla entre
el adentro y el afuera, entre la luz y la
sombra, entre lo activo y lo pasivo.”

Laura Gutman
La familia nace con el primer hijo

Yo no he sido diagnosticada con depresión,


tampoco he tenido ningún tratamiento rela-
cionado con ello, es más ni siquiera fui a pedir
ayuda de profesionales. Pero mi experiencia
me dice que la depresión post parto existe.

Tenía muchas ganas de llorar, pero ese no era


el mayor de mis problemas, también tenía
mal humor y no reconocía mi cuerpo, pero
esto tampoco era lo más grave. Llevaba fatal
el “qué dirán” o mejor dicho el “qué pensa-
rán” y me costaba la misma vida adaptarme
al nuevo ritmo. Pero todos estos no eran sen-
timientos nuevos, en algún momento: con el
mal de amores, en la adolescencia, cada mes
cuando te baja la menstruación… había teni-
do sensaciones parecidas, sin embargo con-
vertirme en madre fue una carga tan pesada y
tan nueva para mí que no me sentía cómoda
con esa responsabilidad, no la quería y me
molestaba, pero evidentemente ya no había
marcha atrás.
La llegada del bebé había sido nefasta
y hoy reconozco que le culpaba por ello, le
veía el responsable de todo mi desconsuelo y
lo que a otras mamás las hacía felices (dar el
pecho, dormir con el bebé) a mí me provoca-
ba indiferencia.
No sé en qué momento, pero todo
pasó. Hubo un día en que me di cuenta de
que le quería con locura y me sorprendí pen-
sando “siempre ha sido así”.
No puedo evitar el sabor agridulce que
me provoca recordar todo lo relacionado con
el post-parto y el puerperio, pero se ha que-
dado en una triste anécdota que por suerte
con mi segundo hijo no se repitió.
Paloma E, 35 años,
mamá de Eduardo y Esteban, administrativa.
Madrid (España)
Aprendo día a día a vivir con las cesá-
reas de mis hijos, una cicatriz sobre otra, como
quien reescribe una frase que no termina de
cerrar.

Las heridas psicológicas son tan pro-


fundas y amargas que tardan mucho más en
cerrarse que las físicas. Han pasado 5 años ya
de la primera, y sigo dando vueltas a cada ins-
tante vivido, a cada “y si…”

Herrar dos veces el mismo camino, tro-


pezar con la misma piedra, y sentir todo el
tiempo que debo encontrar mis respuestas.
Todas ellas, las científicas y las otras, las “som-
bras”.

Hay mujeres que dicen estar orgullosas


de sus cesáreas, que son una sonrisa dibujada
sobre su útero, que son las heridas de la gue-
rra más linda. 
Yo no.
Jamás podre elogiar a mis cesáreas, solo les
agradezco la vida de mis hijos, solo les agra-
dezco lo más preciado e importante de mi
vida. Pero nada más.
Si ya es difícil el puerperio per se, con
las cesáreas sumé un punto extra de dificul-
tad, la incomodidad física y la vulnerabilidad
psicológica.

No estaba preparada para mi primer


cesárea, pero mucho menos para la segunda,
sufrí depresión post parto (lo descubrí algún
tiempo después) y solo me aferré a lo único
que naturalmente me unía a mis hijos.

Mis tetas, mi leche, mis lactancias me


salvaron del desapego.

Una mamá sudañola, 35 años, mamá de L. y


M., arquitecta y fotógrafa.
Madrid (España)

Para mí, si existió. Y no fue de pocos días o


semanas. Duró meses.
A lo mejor podríamos denominarle de otra
forma. En mi caso maternidad inconsciente.
Golpes emocionales que me llegaban de to-
das partes y no me daba cuenta de donde ve-
nían.
Para describirlo mejor os dejo una referencia
del libro “Tu Eres la mejor madre del mundo”
de José Maria Paricio:
“Si esa sensación de tristeza y agobio
no pasa, si cada vez te sientes más desmoti-
vada y triste, si no logras conciliar el sueño de
ninguna de las maneras, si tienes sentimientos
de incapacidad para cuidar o incluso rechazo
a tu bebé, si temes quedarte a solas con él,
si tienes sensación de pánico y hasta alguna
vez de muerte, y todo esto empieza a durar
más allá de dos o tres semanas, es muy fácil
que tengas una depresión puerperal. Se trata
de una verdadera depresión, con la particula-
ridad de que ocurre en el período de los pri-
meros meses después del parto, hasta dentro
del primer año después; puede incluso em-
pezar bruscamente al mes del nacimiento sin
haber tenido problemas de tristeza antes, y
de hecho, cuando empieza más allá de los 15
días, no es una simple tristeza del parto, sino
una verdadera depresión.”

Txell, 36 años, mamá de Ojos Pardos,


mamá viajera, interiorista e ingeniera.
Terrassa (España)
Mi bebé tenía cerca de 10 meses, esta-
ba con mi marido guardando la ropita que le
estaba pequeña y me puse a llorar, no tenía
un solo recuerdo de haberle puesto esa ropa
a mi bebé, la depresión postparto se había
llevado todos los recuerdos de mi bebé des-
de las 3 semanas hasta los 8 meses…

Y recordé, agotamiento, desidia, es-


trés, no quería saber nada de nadie y menos
de ese ser que llora y llora y no me deja vivir
mi vida, así me sentía yo. Había venido a fas-
tidiarme a hacerme la vida todavía más difícil.
No veía ese amor filio maternal que todo el
mundo dice… y yo solo la odiaba, no había
amor por ningún lado.

No soportaba la idea de estar con mi


bebé a solas, me aterraba quedarme sola con
ella o ir a pasear, cualquier cosa que implica-
rá salir de casa con el bebé. Solo quería que
durmiera y durmiera para que me dejara en
paz y tranquila para que no me molestara.
Al principio, como siempre se me ha
etiquetado como borde y desaboría, pensé
que eso era lo que me pasaba, simplemente
el bebe no me caía bien…

Me sentía enjaulada, toda mi vida de-


bía ser para el bebé; alimentarla, cambiarla,
pasearla y tener todo en orden en casa y yo
por supuesto debía estar perfecta, pero sin
ayuda, esto es imposible… a no ser que de-
jes de dormir. Siempre he sido muy exigen-
te y perfeccionista conmigo misma pero esto
era demasiado, entré en un bucle del que no
veía la salida, me sentía como un bicho raro.
Algo me pasa, las demás madres se las ve tan
contentas con sus bebés y yo solo pienso en
abandonarlo por ahí y que me deje volver a
mi vida de antes.

Pasaron 7 meses hasta que me detec-


taron que además de mi depresión postparto
tenía hipotiroidismo, lo cual por supuesto no
ayudó en nada a la depresión. En cuanto es-
tuve medicada y controlada, comencé a ir un
psicólogo. El ser madre había despertado en
mí un montón de cosas que no estaban cu-
radas/solucionadas y al tener mi bebé, esto
había explotado en mi cabeza. Tenía que asu-
mir que era madre y debía cambiar mi chip,
durante mucho tiempo había ignorado mis
traumas de infancia y ahora con el bebé, para
poder ser una madre, debía enfrentarme a
mis miedos.
Sandra Martínez Zarza, 42 años,
mamá de Carolina y Mateo, secretaria.
Madrid (España)
LA BATALLA CON EL BEBÉ:
SUS NECESIDADES VS. LAS MÍAS

— “El niño es un “otro” y buscará “hacerse


un lugar” dentro del territorio de la madre.
El niño necesita la presencia constante de
la madre, mientras que la madre necesita
estar a solas, al menos un poco. Ése es
el momento en que comienza la guerra
de deseos, o la guerra de necesidades
diferentes”.
Laura Gutman
La familia ilustrada

Llegó a convertirse en un gran reto cubrir mis


propias necesidades. Había momentos que
no bebía ni agua para no tener que ir al baño.
Había otros que necesitaba tiempo para mí,
para respirar, de repente perdí el centro, vol-
cada completamente en mi bebé, sin mirar
en absoluto por mí misma. Ese es un cambio
brutal para la mente y a veces me encontraba
muy perdida.
Ana B. Naranjo Martín, 34 años,
madre de Daniel, trabajadora social.
Granada (España)

Yo lo externaba con neurosis explícita, pero


casi siempre primero estaban sus necesida-
des. Tengo presente cómo siendo muy bebé
Tao, le grité tres veces o cuatro, fueron pocas
y muy feas.

Era la escena así: yo con mucha hambre; la


cocina hasta el gorro de trastes, sin lugar para
preparar la nueva comida, con alguna urgen-
cia de la lavadora (la lavadora desaguaba en
la misma tarja y era un caos), Tao llorando, ahí
explotaba.

Debo decirlo, en más de una ocasión,


quería ir a dárselo al papá pues sentía que iba
a enloquecer y ya no podía más. O bien que-
ría que alguien me viera a través de una bola
mágica y viniera a ayudarme. Yo creo que si
Tao no hubiera sido tan hermoso o buena
onda desde que nació; tan risueño, agradeci-
do, afable, sí me hubiera desquiciado. Y ahora
que lo pienso, es injusto decirlo, pero Tao es
un gran sostén para mí.

Itzel Pineda Vázquez, 33 años, madre de Tao.


Ciudad de México.

Solemos tener interiorizada la imagen de ma-


dre abnegada, entregada por completo a sus
hijos, que antepone las necesidades de ellos
a las suyas propias, y si se comporta de una
forma que no se ésta, está siendo una egoísta.
Pero lo que está claro es que las madres,
cuidadoras desde el minuto cero, también
necesitan ser cuidadas. Y el cuidado puede
venir de los demás, de tu pareja, de tu entor-
no, pero fundamental es también el autocui-
dado. Cuidarte a ti misma, mirarte al espejo
con amor aunque tu cuerpo no sea el mismo,
reservar en tu agenda una hora a la semana
para estar a solas en casa, tranquila y darte un
baño por ejemplo, o salir a pasear. Eso no es
egoísmo, es colocarte como pieza primordial
en el tablero de tu vida. Si haces eso, también
estas enseñando a tus hijos que cuidarse a
uno mismo es muy importante, y menuda lec-
ción de vida valiosa es esa.
Llegar a esta reflexión a mí me ha cos-
tado lo mío. Yo he sido madre abnegada, res-
ponsable y entregada, y quizás aún lo sigo
siendo. No digo que esto sea malo, sino que
se puede ser esto pero teniendo presente
que tus necesidades también tienen que ser
atendidas.

Yo me he olvidado de mis necesidades


cada vez que he parido y he vuelto a tenerlas
en cuenta al año y pico de que naciera mi se-
gundo bebé... Ahora sé que ese no es el ca-
mino que quiero seguir. Quiero atender a lo
mío, conectar con lo mío, porque es desde ahí
desde donde más me puedo dar. Cuanto más
se cuida una persona de estar bien, más po-
sibilidad tiene de regalar bienestar y tender a
ello de una manera fluida, natural. Cuidaré a
mis hijos para que estén bien, lo mejor posi-
ble; pero en esa tarea yo me estaré cuidando
mientras tanto y seré feliz, dejando a un lado
el estar sacrificándome.

En lugar de ver contrapuestas las ne-


cesidades del bebé y mis necesidades como
madre, es interesante posicionarse en otro
lugar y ver las necesidades del sistema o ne-
cesidades comunes. Si contrapongo mi bien-
estar y el del bebé, no estoy posibilitando el
bienestar común. Es por eso que dejar de
atender mis necesidades es dejar de atender
las suyas, porque si yo no estoy bien no podré
cuidar de mi bebé.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

Aún recuerdo mis sensaciones durante los


primeros meses de mis hijos. Recuerdo la ba-
talla que a veces se libraba en mi interior.

Mis necesidades: hambre, deseos de un baño,


dormir, estar sola un rato.
Necesidades de mi bebé: brazos, pecho, bra-
zos, pecho. De forma permanente. Necesidad
de su mamá 100% disponible para él.

Algunos días la batalla era grande, al igual


que mi culpa. Pero allí estaba yo, llorando, con
mi hijo en brazos, mi pecho disponible para
él. Mi corazón, confundido, también.

Natalia, 38 años, mamá de Agustín y Juan Pa-


blo. Buenos Aires (Argentina)
Hay momentos… momentos dulces,
entrañables, preciosos, mágicos, inigualables.
Momentos que grabas a fuego en tu memo-
ria y los recuerdas con el tiempo: aquel olor
dulzón de su piel, sus manitas acariciándote
mientras mamaba, la primera vez que sonrió
o te miró con aquella mirada de “Eres todo
para mí”… Momentos únicos.

Hay también momentos… momentos


difíciles, tristes, neuróticos, agobiantes, ner-
viosos. Momentos que, con el tiempo, deseas
no haber protagonizado. Momentos que, por
suerte o por desgracia, forman parte de nues-
tra historia, pues por algo somos humanos…
Y estos momentos… te tocan directamente.
Te duelen. Te fastidian. Te preguntas: ¿por
qué me sucede esto, si es lo que más deseo
en el mundo? ¿Por qué me siento así? ¿Soy
una mala madre o una mala persona?

No, no lo eres/no lo soy: simplemente,


deseas un momento de libertad. Simplemen-
te, deseas poder levantarte del sofá y tener un
minuto a solas con tu cuerpo, tu único cuerpo,
no con tu cuerpo y el de tu hija recién nacida
enganchado al tuyo 24 horas. Simplemente,
deseas poder darte una ducha de esas largas,
de las de mascarilla para el pelo, peeling cor-
poral y mil aceites esenciales.

Hubo momentos así… en los que, en


cierta manera, imponía mis necesidades a
las de mi hija, sobretodo si tenía a su padre
en casa. Momentos en los que, a pesar de
saber que empezaría a llorar, necesitaba “li-
berarme”, liberar sobretodo mis pezones de
la boca de mi hija… por unos minutos. Ahora
lo recuerdo y me invade una sensación mez-
cla de nostalgia y vergüenza, pues yo era (y
soy) de las que me desahogaba… un minuto
a solas… y luego volvía desesperada hacia los
brazos de mi pequeña, pidiéndole perdón.

Hisui, 33 años,
mamá de Little Light of Love, maestra.
Barcelona (España)

He tenido que hacer muchísimo esfuerzo para


poder “vivir” a través de mis niños y mi ma-
rido. Tal vez en otras circunstancias, con más
recursos que los míos me habría conservado
algún rinconcito de mi vida para mí, pero tal
como vivo yo, no tengo nada para mí.
Mi hija mayor me reclamaba llorando,
pero ya con el segundo hijo pude compren-
der mejor, que ellos me necesitan, que mi vida
puede esperar y la suya no. Fue difícil, pero yo
me rendí totalmente y ellos ganaron. Pero yo
aprendí a vivir mi vida a través de ellos. Pri-
mero me convencí de que viviré tantos años
como para hartarme de la soledad, de libros,
viajes, amigas, misas y clases de Yoga, depor-
te, peluquerías, compras, mis recetas favoritas
y un millón de horas delante de la televisión.

Me digo siempre, que con lo gritona


que soy y lo mal que cocino, mi hija pronto
se irá de casa con la excusa de  estudios o tra-
bajo en algún otro lugar. Y seguro que la no-
via de mi hijo no me querrá ver ni en la foto.
Y segundo, en nuestra familia todos somos
uno. No hay tiempo ni espacio, sólo diferen-
tes oportunidades de la experiencia. Un día
yo seré el marido y me tocará “la suerte” de ir
a trabajar y no estar con los niños, y otro día,
seré yo los niños, despreocupados y felices.
Mi ser lo experimenta todo y lo vive todo, sólo
soy un punto de referencia para su concien-
cia. Cada vez vivo la vida desde diferentes se-
res. Ahora soy madre y lo quiero experimen-
tar a fondo. No pierdo el tiempo lamentando
que para otros es mejor, que ellos, fíjate, ¡no
tienen que pasar las noches sin dormir!

Alma Lazauskaite, 35 años,


mamá de Saule y Nerius.
Tarragona (España)
CRISIS VITAL
— “…es el momento de despojarnos del
antiguo <<yo>>. En plena metamorfosis
espiritual… nada queda en su sitio, y
mucho menos la propia identidad.”

Laura Gutman
Crianza, violencias invisibles y adicciones

Eres consciente de que cuando ese precio


bebé llegue al mundo tu vida cambiará, te
lo ha dicho tu madre, tu hermana, tu amiga,
la vecina del quinto. Aun así, cuando llega la
vida te da un vuelco y una se pregunta en qué
momento pensó que aquello sería diferente a
como se lo estaban contando.

Pensé que estaba preparada para todo aque-


llo, habían sido meses leyendo, escuchando
a otras madres hablar sobre los primeros me-
ses, viviendo con ilusión y contando las sema-
nas para mirar al fin los ojos de mi hijo. Con-
taba con una preparación física y psicológica
para superar aquellos primeros meses, pero
sobretodo tenía las ideas muy claras o eso
pensaba yo. Lo cierto es que nadie te prepara
para las semanas después del parto, las hor-
monas bullen a su libre albedrío para hacerte
pasar de la tristeza a la felicidad en milésimas
de segundo. Te sientes una extraña dentro de
un cuerpo que no se parece en nada al que
lucías antes del embarazo y ni mucho menos
a ese precioso barrigón que has llevado du-
rante meses con orgullo. Una se siente atrapa-
da entre la persona que eras antes y en la que
te has convertido de la noche a la mañana. Si
te lo tomas con filosofía, si el prisma deja ver
su lado positivo simplemente piensas que es
cuestión de tiempo, de aprender a aceptar y
disfrutar a esta nueva mujer-madre maravillo-
sa en la que te has convertido.


Mi crisis vital fue producto de una vida
ajetreada de trabajo, proyectos y viajes, yo
antes de ser madre era una de esas personas
que no sabía parar el reloj, relajarse un fin de
semana era sinónimo de acudir a explosiones
de arte, hacer largas caminatas por la mon-
taña o pasarme el fin de semana trabajando.
Aquella era mi vida y era feliz. ¿En qué mo-
mento pensé que todo aquello era compati-
ble con la maternidad?

Lo cierto fue que cuando Erik estuvo


entre mis brazos me produjo una sensación
de equilibrio que jamás había sentido. La
necesidad de búsqueda se quedó anclada
en la primera mirada de mi hijo, todo cobró
sentido o más bien dejó de tenerlo. Por pri-
mera vez me debatí entre la persona ajetrea-
da, ocupada e impaciente que había sido y la
madre paciente y dedicada que comenzaba a
ser. Podría excusarme diciendo que todo a mí
alrededor cambió, la verdad es otra, era yo la
que estaba cambiando y me negaba a verlo.

Los primeros meses intenté seguir el


ritmo de antes, pero todo quedaba a medias
y aquellos lugares a los que antes había acu-
dido feliz ahora me resultaban vacíos. ¿Qué
era lo que se esperaba de mí? La falta de
comprensión por parte de mi círculo me hizo
intentar cumplir, seguir en la línea marcada
que antes me era tan fácil recorrer. Mientras
que la mujer interior que acaba de nacer me
pedía tiempo, pero sobretodo un cambio de
vida. Me contemplaba corriendo por la vida
con un bebé en brazos, pendiente de sus ne-
cesidades que para ambos eran vitales. Pero
la sociedad no entendía, no comprendían
porque no dejaba a mi hijo con alguien y se-
guía disfrutando de una libertad que ahora
me resultaba una cárcel. Mi motivación era es-
tar junto a mi pequeño, no acudiendo a cenas
o eventos. Lo peor fue que mi marido parecía
ausente a todo esto, recriminándome en oca-
siones mi cambio de actitud hacía la vida.

¿Quería seguir siendo aquella que ya


no me hacía feliz o ser la nueva yo que el mun-
do rechazaba? Intentar seguir aquel ritmo me
producía ansiedad, desánimo y agotamiento.
Pero la nueva yo me llevaba a encerrarme en
la soledad de no contar con el apoyo nece-
sario, nadie a mí alrededor entendía aquella
nueva yo que prefería pasear una tarde con
mi hijo antes que irme al cine con los amigos.
A su vez aquella vida de madre entregada me
agotaba, seguramente porque me culpaba
por no seguir siendo la que esperaban, pero
sobre todo por la auto exigencia que se había
instalado en mi vida pidiéndome ser la mujer
perfecta.

La incomprensión aniquila el alma, el


ánimo pero no la esperanza. Los amigos deja-
ron de llamarme, la ciudad me resultaba fría,
recordaba mi niñez en el campo y una luce-
cita se iluminó por dentro. No quería seguir
allí, viviendo en un lugar que no me llenaba,
rodeada de coches, polución y desconocidos.
Necesitaba volver a los orígenes, a mi tierra,
al pueblo junto a la familia, a criar entre mon-
tañas a educar en la naturaleza, mi marido se
negó en redondo. Por otro lado la vuelta al
trabajo se me hacía cuesta arriba, era incapaz
de plantearme la idea de dejar a Erik en la
guardería, si no aguantaba ni cinco minutos
alejado de mi pecho ¿qué ocurriría en esas
siete horas?

Lo dejé todo, llevaba años gestando un


proyecto que me permitiese vivir de lo que
realmente me gustaba y llenaba. El nacimien-
to de Erik me abrió una puerta que hasta el
momento había permanecido cerrada, siem-
pre encontraba una buena excusa para no
abrirla. Ahora era todo lo contrario, no encon-
traba ninguna para no lanzarme al vacío, daba
miedo, pero la idea de poder trabajar desde
casa, estar con mi hijo y realizarme profesio-
nalmente en lo que siempre había amado me
pareció ser la única opción. Todos a mí alre-
dedor se echaron las manos a la cabeza, mi
marido me apoyó pero sin tener muy claro en
quién se estaba convirtiendo su mujer. Sufrí
una metamorfosis, el detonante fue Erik y su
nacimiento, la llave, la clave, él me dio la fuer-
za, me abrió los ojos mostrándome que había
algo más que ir por la vida corriendo, pen-
diente del reloj, de la perfección, de lo que
el resto del mundo espera. Me sentía feliz por
aquel cambio, el universo parecía confabular
a mi favor para conseguir mis objetivos, per-
mitiéndome estar al lado de mi hijo e involu-
crarme en aquel nuevo proyecto de vida. Aún
así me costó muchos llantos y soledades, ¿por
qué quería dejarlo todo? ¿Por qué no seguía
las pautas marcadas? ¿Por qué no llevaba a mi
hijo a la guardería y me dejaba de historias?
Cada uno de mis pasos me acercaban más
al cambio, pero a su vez me alejaban más de
aquel mundo que hasta ahora había sido mi
vida.

Después de diecinueve meses siendo


madre puedo asegurar que la metamorfosis
se ha completado, o mejor dicho que sigue
produciéndose cada día a cada paso que doy
al lado de mi hijo. Acepté que la vida son eta-
pas, afortunadamente yo quemé, escribí y me
despedí con una sonrisa de cada una de ellas.
La maternidad para mí fue un comienzo, una
búsqueda para realizarme como persona, un
aprender a través de mi hijo, un dejar atrás
todo lo que no me llenaba, un aceptar que la
vida cambia y que ese cambio está en nues-
tras manos porque se produce dentro al traer
una vida al mundo.

Al final nosotros somos quienes lleva-


mos las riendas de nuestra vida, aquello que
se espera de nosotros no es tan importante
como aquello que queremos ser. He escu-
chado muchas veces decir que un hijo es una
carga, para mí es un regalo, uno maravilloso
que te ofrece la oportunidad de encontrar un
nuevo camino, uno de realización y de amor
infinito. Está en nuestras manos llevar a buen
término ese cambio, adentrarnos en la mama-
morfosis con una sonrisa, sabiendo que este
camino es nuestro y somos nosotras quienes
decidimos el cambio.

Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik.


Barcelona (España)

El Puerperio lo viví como una crisis vi-
tal, profunda y aterradora. Todas las estructu-
ras a mi alrededor se desvanecían y me sentía
desvalida emocionalmente.
Esa experiencia fue el punto de partida
de una nueva y renovada visión de la vida, la
maternidad y de mí misma.
Conecté con mi esencia, con mi hijo,
con el sentido de la vida.
El puerperio fue para mí la experiencia
más intensa y transformadora por la que atra-
vesé en mi vida.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)

Lila nació un lunes, feriado en Argentina. Has-


ta el viernes inmediato anterior yo era una
abogada en ejercicio de la profesión, que
trabajaba muchas horas por día, socia en el
estudio jurídico que años atrás había fundado
mi hermano mayor, en dónde yo empecé a
trabajar en mi segundo año de carrera como
asistente.
Todos mis sueños y anhelos que nada
tenían que ver con ser abogada, estaban pro-
lijamente guardados en un arcón, ordenados
alfabéticamente, desde la adolescencia en
donde había decidido perderme en las ex-
pectativas de otros y construir una personali-
dad más acorde con mi medio ambiente, para
acorazarme en ella y ser aceptada y amada. O
al menos eso creía.

Es claro que la primera que dejó de elegirme


y amarme tal como era, fui yo misma.

El nacimiento de Lila hizo explotar ese baúl


en el centro de mi corazón y allí quedaron
desparramados y muy a la vista, todos mis
sueños y anhelos.

De alguna manera, ser mamá me concedió el


don de la visión de la realidad desnuda, sin
maquillaje ni disfraz, y no me gustó lo que vi.
No me parecía en casi nada a lo que realmen-
te era, a mi esencia.

¿Quién era esta persona en la que me había


convertido?, ¿Dónde estaba aquella otra que
había acorazado de adolescente? Si ya no
podía calzarme en los zapatos de ninguna de
esas dos mujeres ¿Quién era, entonces, aho-
ra? ¿Dónde estaban los zapatos que necesi-
taba?

Me sumergí en un “hacer” frenético en mi


casa porque, me decía, “como no estoy tra-
bajando…”; en realidad me estaba ocupando
para no ver lo que ahora estaba expuesto y
resultaba ineludible.

Retomé mi trabajo cuando mi hija tenía


4 meses, aunque con menos carga horaria.
Me separaba de ella por tres horas a la tarde
y la dejaba al cuidado de mi mamá que vivía
a sólo dos cuadras de mi oficina. Lloré todas
las tardes por dos meses. Nada en mi trabajo
me gustaba, ni me reconfortaba, ni me apa-
sionaba. Nada “justificaba” estar separada de
mi hija. Ni siquiera el dinero que, de todas
formas, no era mucho en ese momento ya
que era una época de crisis en el estudio, de
pocos casos y clientes. Hoy no me sorprende
que así haya sido.

A los dos meses, le dije a mi hermano


que me iba del estudio, que trabajaría desde
casa. Al año de eso, dejé de litigar y hoy sólo
hago pequeños trabajos de abogacía que im-
pliquen necesariamente creatividad y escritu-
ra.

Pude hacerlo sólo cuando la necesidad


de cambio y sinceramiento conmigo misma
se tornó casi fisiológica. Llegué a ese límite
extremo en dónde la decisión implicaba mi
salud emocional y con la certeza en el pecho
que anunciaba que si sostenía mi anterior
vida, enfermaría.
Mi verdadera pasión: escribir.

A través de mi historia, me censuré,


me boicoteé, y busqué las mil excusas para
no hacerlo ni siquiera como hobbie. Sabía mi
alma que si me dedicaba a ello tan sólo un
poquito, no podría abandonarlo nunca más y
tendría que hacer de ello, muy a pesar de mis
millones de prejuicios, una forma de vida.

Cuando escribo encuentro emoción, fuerza,


paz. Esos son mis zapatos. La expresión escri-
ta y todo lo que de alguna manera se acer-
que a ello. Soy una enamorada de la palabra
y entendí que no utilizar mi talento, mi don, mi
esencia es negarme a mí misma.
No sé de géneros ni de estilos. De he-
cho, tengo uno muy propio que se animó a
nombrar un amigo mío, nombre que agradecí
y agradezco y al que echo mano cuando el ca-
mino me pide algún rótulo y me cansé de dar
la explicación larga… resulta entonces que yo
escribo “crónicas de exploración personal”.

Hoy, con el apoyo de mi familia pero funda-


mentalmente con mi propio apoyo y sostén,
desde la valentía y la fe de saberme en el ca-
mino correcto, así me defino, me proyecto y
quiero hacer de ello mi forma de vida. Escri-
tora de la vida.

Reivindicarme y redescubrirme como escrito-


ra me convierte en un ser consciente y desde
esa conciencia desperté también a la materni-
dad consciente.

Escribir me convierte en la mejor versión de


mi misma y también en la mejor mamá que
pueda llegar a ser.

Romina L. Minnucci (Pimp!), 37 años,


mamá de Lila, escritora y abogada.
Rosario (Argentina
BAILAR CON MI SOMBRA
— “Esta es la tarea de cada ser humano:
atravesar la vida terrenal en busca de
su propia sombra, para llevarla a la luz y
caminar el propio sendero de sanación…
El bebé se convierte en espejo cristalino
de nuestros aspectos más ocultos. Por
eso el contacto profundo con un bebé
debería ser un período para aprovechar al
máximo.” 

Laura Gutman


Mi sombra se solía manifestar más ferozmen-


te en mis sueños. En ellos volvía a revivir si-
tuaciones vividas en mi infancia que ni tan si-
quiera era capaz de recordar cuando estaba
despierta. Ya despierta se las solía plantear a
mi madre para contrastar información y saber
si realmente habían acontecido. Mi madre no
me daba respuestas o alegaba no recordarlo
o se sorprendía cuando le contaba algunos
detalles, pero me decía que todo eso eran
tonterías y que más me valía dedicarme al
cuidado de mi hija en lugar de pensar en esas
cosas.

Mi sombra estaba relacionada con una


tremenda falta de afecto en mi infancia. No
era muy consciente hasta ese momento de
lo poco cariñosa que era con mi hija, sentía
unos enormes deseos de abrazarla, besarla y
decirle mil cosas bonitas pero a veces me re-
primía esas ganas pues para mí lo natural era
esa falta, la mayor demostración de amor era
no mostrarlo. En mi seno familiar más cerca-
no, madre, padre, hermana, siempre se ha vi-
vido más hacia afuera, hacia la apariencia. Mi
madre y mi padre conmigo eran de una forma
y con la gente de fuera eran de otra, aún hoy
siguen manteniendo ese mismo patrón de
comportamiento. No ha habido muchos mo-
mentos de contacto físico con mis padres, ni
besos, ni abrazos…
No había aprendido a dar afecto y para
obtenerlo tenía que hacer algo a cambio, ser
buena hija, sacar buenas notas, no pelearme
con mi hermana, no contestar, ser amable con
los demás, no faltar a ninguna reunión fami-
liar… porque si no “no me querían” .
De pronto ya no era tan condescen-
diente, siempre estaba muy enfadada y era
muy agresiva verbalmente con mi madre so-
bre todo, pero también con mi pareja. Me sen-
tía muy mal por ello pero tampoco era capaz
de explicarme o cuando lo intentaba siempre
terminaba discutiendo con la otra persona y
emocionalmente muy deshecha. Estaba en
otra frecuencia distinta a la que estaba el res-
to del mundo.

María Sánchez Mateo,


mamá de Gema y recientemente de Elisa.
Cartagena (Murcia)

Esto es lo más duro de la maternidad y de lo


que nadie habla nunca. Las madres siempre
tenemos que dar una imagen de perfectas,
amorosas, infalibles… Y esto no es cierto, a
veces las mamás en soledad lloramos, tene-
mos miedo, nos sentimos cansadas, comete-
mos errores. La maternidad hace que afloren
muchas cosas que no sabíamos ni que esta-
ban ahí, nuestra propia niña interior, nuestros
miedos antiguos, sentimientos hacia nuestra
propia madre… Es un ejercicio brutal de in-
trospección y autoconocimiento. El amor es-
trepitoso de la madre a veces la deja descu-
bierta a corazón abierto ante la aspereza de la
realidad, como el corazón de una cebolla to-
talmente desnuda y despojada de sus capas.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)

A pesar de que tengo tres hijos y he vivido dos


embarazos y dos puerperios, tengo claro que
el puerperio que más disfruté, más contacto
tuve con mi yo profundo y más consciente
me hice de lo que estaba viviendo, fue el pri-
mero. En el segundo, con mellizos y una niña
de dos años, las circunstancias mandaban (y
podríamos decir que lo siguen haciendo), así
que me alegro profundamente de haber vivi-
do mi primer puerperio de forma pausada y
consciente.

Recuerdo que mi hija tenía un par de


meses cuando leí dos artículos (“El puerperio,
una oportunidad para iluminar tu sombra” de
Ramón Soler y “Puerperio y lactancia materna:
recuperar el tempo de la maternidad” de Elena
Mayorga) con los que me sentí totalmente iden-
tificada: alguien había puesto nombre a todas
esas sensaciones que yo estaba sintiendo.
Creo que para que la experiencia de
la maternidad sea realmente transformado-
ra y, por qué no, sanadora, necesitamos vivir
el puerperio sumergiéndonos en lo que nos
ofrece, aunque a menudo suponga un enor-
me amasijo de hormonas, sentimientos y
emociones, y nos ponga la vida patas arriba,
tambaleando muchas de nuestras creencias y
principios.

Nuestra hija era un bebé muy buscado


y deseado, que llegó tras varios tratamien-
tos de reproducción asistida. Al contrario de
lo que le pasa a muchas mujeres tras haber
sufrido tanto para conseguir un embarazo, yo
no tenía miedo; disfruté plenamente de mi
embarazo y de mi barriga. Leí sobre crianza
de hijos y sobre lactancia, y me fui preparan-
do para recibir a aquel ser que pronto estaría,
por fin, entre mis brazos.

En mi caso, las conversaciones con mi


sombra empezaron antes del puerperio, y
se acentuaron con éste. Fui una niña con ca-
rencias afectivas, tratada como adulta desde
muy pequeña, con grandes problemas de
inseguridad y autoestima, y con un amplio
trabajo de terapia para intentar curar tantas
heridas. Cuando me convertí en madre, cuan-
do recibí el regalo de amar a otro ser incon-
dicionalmente y por encima de todo, me hice
más consciente de las grandes taras de mis
padres. Si bien ya había tratado estos temas
a lo largo de los años y había asumido que
yo, como niña, no era culpable, fue al experi-
mentar la grandeza de la maternidad cuando
comprendí que lo natural es anteponer a los
hijos a cualquier otra persona o situación.

Es curioso pero no tuve dudas; no es-


cuché un solo consejo de los que la sociedad
tiene preparados para las madres primerizas.
Salió de mí una fuerza tan primitiva, que me
dejé llevar por ese instinto maternal recién
descubierto, y me llevó a hacer piel con piel, a
pasar interminables horas acunando a mi hija,
a respetar sus ritmos de lactancia, sueño y vi-
gilia sin ningún problema, a dormir con ella
porque era lo natural.

Creo que, para ser una madre cons-


ciente, no sirve copiar un modelo, no pueden
seguirse las directrices de la madre, la suegra,
la prima o la amiga; creo que hay que dejar-
se empapar por ese contacto tan especial
con nuestro yo profundo que el puerperio
nos ofrece, sin miedo a lo que podamos des-
cubrir, y ser críticas con la forma en que he-
mos sido educadas y con nuestros prejuicios
y guiones establecidos. Sólo de esta forma
aflorará la auténtica madre que hay en cada
una de nosotras, la que realmente necesitan
nuestros hijos.

Carmen C., 35 años, mamá de Candela,


Lola y Pablo, empleada de banca.
Málaga (España)

A menos de un mes de parir, el alta médica.


Alta obstétrica, la llaman. Fui a la consulta con
mi marido, mi beba y mi puerperio a cuestas.
Mi obstetra me revisó y todo estaba muy bien,
según él. Me dio el “alta” e hizo un comenta-
rio simpático acerca de volver a la vida marital
normal. Supongo que es un cliché hacer co-
mentarios de ese tipo y quizá en otras circuns-
tancias podría haberlo dejado pasar o reírme,
incluso, sin mayores planteos pero esa vez re-
cuerdo que me enojé profundamente.

No sé qué dejaba ver mi cuerpo —fí-


sico— para justificar el alta. Supongo que los
puntos cicatrizados de la episiotomía, el útero
volviendo al tamaño normal, el cese de hemo-
rragia y una lista de interminables parámetros
de manual que indican un cuadro tal que la
justifica.

Yo me sentía rota. No encuentro una


palabra más elegante ni pretenciosa que de-
fina mi sentir de aquel momento. Es esa, rota,
en todos los aspectos en que pueda enten-
derse.

Sentía el cuerpo roto, el espíritu roto, la men-


te rota. Aún necesitaba sanar, reparar, revisar,
acomodar. No estaba lista para el alta de nada,
ciertamente. Necesitaba continuar en “boxes”
y que los que me rodearan entendieran, com-
partieran y respetaran esa necesidad.

Mi marido, compañero fiel, respetaba


mis pedidos. El problema era que yo no sabía
qué pedir porque no sabía exactamente qué
necesitaba.

La única certeza era que nada podía funcio-


nar de la manera que lo hacía antes de que
naciera mi hija. Sufrí en silencio. Lloré, reí, me
emocioné; volví a sufrir.
Empecé a exudar una ira rancia y pega-
josa. Me esforzaba por abarcar, aún rota, to-
das las áreas de mi vida que se suponía debía
abarcar por estar en casa y no trabajar. O algo
así susurraba mi autoexigencia.

Mi marido había retomado sus estu-


dios y entre el trabajo y el cursado, de lunes
a viernes, estaba en casa escasas horas por la
noche. Yo, sin demasiada ayuda, atendía a mi
hija sola, cocinaba, lavaba la ropa y otras acti-
vidades hogareñas.

Mi casa, mi hija y la ropa estaban impe-


cables. Las bacterias y los virus sucumbían de
sólo mirarme. Lo cierto era que, más allá de
la ayuda que recibiera de mi madre, de una
empleada o de quien fuera, yo no podía de-
jar de “hacer”. Temía simplemente “Ser” por-
que no me conocía realmente y me aterraba
la idea de no gustarme.

A decir de Laura Gutman:“…Eso es un


recién nacido: la manifestación organizada
de la sombra de mí misma, es decir, de todo
lo que rechazo, desconozco o me duele de mi
profundísimo ser esencial…”.
Esa obsesión por “hacer” para no “Ser”
se cobró lágrimas de las dos, de mi hija y
mías. Innecesarias. Injustas. Irreparables. Mi
adicción a la perfección me hizo sufrir. La sen-
sación era de abatimiento por no ser nunca lo
suficientemente buena.

Hoy, con consciencia de ello, me es-


fuerzo todos los días por aceptarme imper-
fecta y amarme tal como soy. Y a Lila, del mis-
mo modo. Amor sin peros ni dimes ni diretes.
Amor incondicional que alumbra mis rinco-
nes más oscuros. A veces lo logro, a veces no,
pero ahora veo siempre lo que es, como es.

Romina L. Minnucci (Pimp!), 37 años,


mamá de Lila, escritora y abogada.
Rosario (Argentina)

Durante mi embarazo, la matrona que me


acompañaba y que estaría en mi parto, me
dio una serie de puntos para trabajar. Entre
ellos, estaba la pregunta “¿Cómo fue tu infan-
cia? ¿Qué recuerdas?” En casi todas las pre-
guntas me extendí y en esa sólo pude poner:
“Tuve una infancia feliz pero no recuerdo casi
nada”. Me pregunté mil veces para qué que-
rría saber aquello, que tendría que ver con mi
embarazo y mi parto. A veces sentía enfado
hacia ella por tocar zonas que me hacían tam-
balear. Otras veces quería ir más allá, saber
más.

Ese día comencé a saberme biográfica y sentí


que había aspectos en mi vida que estaban
encapsulados.

Hasta entonces había vivido desconectada de


mí, cada parte de mi ser iba por un lado, sin
armonía. Entre mi cuerpo, mi mente, mi es-
píritu y mis emociones había cortocircuitos.
Ni siquiera sabía que yo era todo eso. Vivía
destartalada y con la lengua fuera. Me movían
fuerzas externas, no internas.

Ese día algo en mí se rompió. Y como


cuando dibujo una línea del tiempo, comencé
a pintar mi historia. Indagué en mi nacimien-
to, en mis primeros días, en mi infancia, en mis
relaciones de entonces, en mi padre, en mi
madre, en mi hermana, en mis coles, en mis
deseos...

Cuando nació Aran la apertura creció y


se hizo arañazo, y lo que había sido un juego
de investigación, se convirtió en un agujero
negro. Cada vez que me asomaba a él todo
me daba vueltas, salía, me mareaba y desea-
ba volver a entrar para saber qué había en esa
oscuridad. Con la inercia de la inconsciencia y
empujada por mis hormonas puérperas, me
lancé de cabeza.

Lo primero con lo que me topé fue con


mi enfado, me crucé de brazos y apreté los
dientes, como cuando tenía 5 años. Mi padre
y mi madre me molestaban, cuestionaba cual-
quiera de sus acciones y los menospreciaba
pensando que ellos me habían tratado mal y
no sabrían tratar con respeto a mi hijo. Tenía
las garras siempre a punto.

Me enfadé con mi pareja, me enfadé


con el mundo entero, empezando por mí.
Sentía el mundo hostil y violento. Hice mía la
bandera de la crianza con apego, natural, res-
petuosa o como la queramos llamar, y en pro
de ella, me peleaba con todo y con todos.

Abracé a mi niña interior, enfadada y triste.

Cuando conseguía verla, sentía que lo que


necesitaba era un abrazo, largo y profundo.
Yo era una mamá adulta, con un proyecto
profesional, con un bebé que sostener, con
pareja, con comidas por hacer y pañales por
cambiar, y en muchas ocasiones vivía desde
la niña que también soy. Sentía mucha con-
fusión, me sentía perdida y muy metida en la
negritud. Hubo días de mucha mierda, en los
que no veía salida y pensaba que aquel fango
en el que me había metido era un sinsentido,
que yo antes, desenchufada de mí, estaba
mejor.

Comencé terapia. Había días de alivio


y rayos de luz, y muchos días de tormenta.

Me exigí, dudé de mí, me avergoncé, me cul-


pé. Pero siempre había una energía podero-
sa y potente que me daba confianza, que me
sostenía y me decía que era mi camino, que
estaba cultivándome.

Durante mucho tiempo he llamado


mierdas y miserias a mis sombras. Hace algo
más de medio año mi vida dio un gran giro,
pude asentar en mi corazón varios aprendiza-
jes y comenzar a recoger frutos. Uno de ellos
ha sido la gratitud. Sentir que sin mis sombras
no sería yo, que gracias a mi coraza he sobre-
vivido. Ver al personaje con el que he actua-
do mucho tiempo, lo que me ha regalado y
lo que me ha quitado. Mi disfraz ha sido de
dura, de fuerte, de valiente, de inconformista,
de fría, de curiosa...me ha ayudado a llegar
a muchos sitios y también me ha alejado de
mi parte frágil, sutil, blandita, calma...tan ne-
cesaria como la otra. Tomar conciencia de
mis sombras ha sido esencial, pero llegó un
momento en que me sentía empachada de
tantos darme cuenta. Entonces mi cuerpo me
pidió parar, respirar y agradecer mis oscuri-
dades, para poder salir del surco ya conocido
y ser yo con más amplitud e integridad. Hubo
un tiempo que deseé que mi niña dejara de
estar enfadada y le hacía cosquillas, pero ella
no se reía. Aceptar mi enfado y no pelearme
con él me ha aligerado el camino.

Otro aprendizaje ha sido el asentar que


este trabajo dura toda la vida. Voy añadiendo
experiencias y recursos, a veces recojo a pa-
sos enormes y a veces a cámara lenta, pero
no es una labor que comience y se acabe, es
algo que hay que cultivar de forma cotidiana.
Las sombras no se van, como creí y perseguí
un tiempo. Mis sombras son parte de mí, pero
no me peleo (tanto) con ellas, no las rechazo
ni las esquivo; las miro de frente, las abrazo y
las respiro. Desde ahí se hacen más pequeñas
y les hago su hueco en mí. También hay veces
que no puedo con ellas y me doy a la inten-
sidad de las emociones que me vienen, e in-
cluso desde ahí, la sacudida es mucho menor
que antes.

El descenso a mis profundidades me ha en-


señado a saberme muchas en una, a explo-
rarme, a probar, a confiar en mí y en la vida, a
estar más quieta, a escucharme y escuchar, a
no contarme milongas y a respirar.

Entrar en mis sombras ha sido el viaje más


duro e intenso que he hecho jamás, lo he pa-
sado fatal a ratos y me ha regalado grandes
dosis de armonía.

Desde este trabajo diario de paz, me siguen


asaltando los fantasmas a veces, pero sus visi-
tas ya no me dan tanto susto ni hacen que me
esconda bajo las sábanas.

Estar en la sombra también me ha ayudado a


ver mi luz, la mía de verdad y no la que venía
de fuera y perseguía con el aliento entrecor-
tado.
Aceptar mis sombras me ha permitido cami-
nar en el acompañamiento que yo deseo para
conmigo, mi hijo, mi familia y el mundo. No es
una cosa de libros, de gurús, de movimientos,
ni de ideales, es un tema de consciencia. Si
estoy conmigo, si me respeto, te puedo res-
petar y puedo ponerme en tu sitio. Solo des-
de ahí entiendo la crianza consciente, ya sea
con teta, con chupete, con fular, con cuna, con
supernani o con Aletha Solter.

Estar en lo negro me ha ayudado a encontrar


mis certezas, algunas sólidas, otras líquidas. A
veces mi certeza es la duda y en ella me que-
do. A veces mi certeza se gira y cambia de co-
lor, y me doy cuenta y me quedo en ella.

Antes, sin sombra ni luz, me guiaba por des-


tellos ajenos. Hacía míos caminos de otros. He
aprendido mucho de ello y rescato en mi día
a día aprendizajes de todas las personitas y
experiencias con las que he compartido vida.
Y ahora lo hago con conciencia, no por el an-
sia de pertenecer, de que me acepten, de for-
mar parte.

Al ablandarme conmigo misma me he ablan-


dado con el mundo, ¡con el miedo que me
daba deshacerme al ablandarme! Y no me he
esfumado, si no que camino más segura.

Marina Bernal Yébenes, 31 años,


mamá de Arán, psicóloga-sexóloga.
Manresa (España)

Antes de que Leo naciera, vi un repor-


taje sobre una teoría llamada “La Sombra”, ha-
blan muchas personas expertas donde men-
cionan que la sombra en realidad nos sigue
a todos lados y se compone básicamente de
todos nuestros miedos, nuestros pensamien-
tos más profundos y bloqueados y de muchas
cosas que nos hacen sentir culpa, ansiedad,
terror, pánico, rechazo, pero que en realidad
forman parte de nosotros mismos, y que al fi-
nal, lo que uno necesita hacer para librarse de
la sombra es reconocerla y aceptarla.

Cuando me convertí en madre, me di


cuenta que a pesar de tener muchos años
en terapias y trabajando meditación, Yoga y
otros ejercicios de respiración y liberación,
no había llegado al fondo. La maternidad te
ahorra todas esas terapias y ejercicios instros-
pectivos, te muestra claro y directo el tamaño,
grosor, forma y arraigo de tu sombra. Ahí de
repente estaban recuerdos de niña, miedos,
inseguridades y de repente alguno que otro
episodio de ansiedad. Pensaba que ya esta-
ban superados los momentos de inseguri-
dad, la necesidad de ser perfecta y de querer
proyectar una imagen de seguridad y firmeza;
pues me equivoqué. Ahí estaban. Y aparecie-
ron justo en el momento donde me sentí más
vulnerable en mi vida, de hecho creo que eso
les abrió la puerta.

No es sencillo lidiar con la sombra


cuando además debes lidiar con un pequeñi-
to al que no le entiendes nada, pero en reali-
dad creo que es un propósito de la naturaleza,
llevarte al extremo, limpiarte de fondo, es una
oportunidad para liberarte de muchas partes
de esa sombra, para conocerte y ser honesta,
porque eso es lo que necesita ese nuevo ser,
la mejor versión de ti misma.

Sigo teniendo muchos encuentros con


mi sombra, cada vez la veo más cercana y me-
nos intimidante, la siento ahí sentada viéndo-
me, esperando algún momento en que pueda
volver a hacerse presente. Pero hoy, después
de 10 meses he aprendido a reconocerla, a
escucharla, a darle la bienvenida y estar aten-
ta al aprendizaje que quiere dejarme. Debo
confesar que estoy pensando que la quiero,
poquito, pero es una versión de mí que no
usa máscaras, que es cruda, honesta, fuerte,
que no le importan los convencionalismos so-
ciales, ni los horarios, ni nadie más; al final es
parte de mí.

Creo que hay mucho que trabajar, hay


mucho que aprender, pero este proceso de
maternidad ha sido no solamente un reto en
la parte emocional o física, sino que también,
espiritualmente ha sido un lindo despertar, y
como dicen por ahí, no hay luz sin obscuridad.

Ari Echandi, 33 años,


mamá de Leo, terapeuta.
(México)
ENTENDER LO QUE ME SUCEDE
— “El exceso de intelectualización puede
desdibujar las pautas de la naturaleza
instintiva de las mujeres”

Clarissa Pinkola
El aullido la resurrección de la mujer salvaje

Mi hijo y yo nos fuimos de viaje a un lugar


donde todo es perfecto. Es un lugar solitario,
pero muy cálido, ahí no hay error, simplemen-
te no te equivocas, porque los pensamientos
y las acciones vienen del corazón y del instin-
to: fue un viaje hacia dentro, puro y delicioso;
en el que mi hijo y yo empezamos a charlar y
a construir nuestros puentes.

Transcurrido un tiempo me pregunté si nos


quedaríamos allá o regresaríamos. La idea
original vino de un par de amigos, que de for-
ma amorosa y sútil, pero incisiva, preguntaron
si ya los había olvidado, que si en este viaje no
estaba yo invadiendo a mi hijo y con ello, inci-
diendo de manera definitiva en su autonomía
y además, alejando a mi pareja…

Me di un momento para pensar en lo que me


habían dicho. Noté que sus palabras no re-
sonaban con lo que estaba viviendo, yo sólo
quería estar con mi hijo y nada más. Y para
tenerlo bien claro enlisté:

• No tengo ganas de estar con mi pareja, al


menos no sexualmente, pero sí quiero su
aliento, su cercanía, su empatía, su amor.
• No tengo ganas de ver a mis amigos.
• Quiero dormir temprano para estar con mi
hijo al día siguiente fresca y con energía.
Esto implica renunciar a las tertulias de los
viernes, a las reuniones literarias que tan-
to disfrutaba con mis amigos, a las charlas
prolongadas que solía tener con mi mari-
do entre semana, etc.
• Quiero dedicar mi energía y mis esfuerzos
laborales en acompañar a más mujeres en
el proceso de embarazo, parto y post par-
to.

Después de este paréntesis, continué en el


viaje amoroso con mi hijo, gozando y feste-
jando la vida, yo intentando verla a través de
sus ojitos, siempre frescos y curiosos.

Trascurrido un año y nueve meses, mi hijo y yo


regresamos de nuestro viaje, no sé cómo ex-
plicar que ahora estamos aquí, que he vuelto,
que me intereso en otras cosas nuevamente;
ahora él un niño pequeño, divertido, inquieto
y feliz y yo… ya no soy la misma, mi corazón se
abrió y con él mi visión y mi mundo.

Irene Álvarez, 38 años, mamá de Tommaso.


México, D.F.

Estoy totalmente de acuerdo con la creencia


de que la crianza nos conduce a rincones in-
hóspitos de nuestro ser: la pérdida de identi-
dad, la fusión emocional, la soledad, la depre-
sión incluso, la decepción, la lucha… Durante
el puerperio pasamos por muchas e intensas
facetas que nos desconciertan, y lo hacen
hasta tal punto que parece que tu vida ya no
te pertenece y que jamás la volverás a recu-
perar. Y una cosa os diré, ¡así es! Nuestra vida
ya nunca volverá a ser la de antes, ¡ni nosotras
tampoco! y que bello asumirlo desde el amor,
aceptando y afrontando el cambio constante
en el que nos mece la vida.
Yo no me siento engañada, lo que sí
me he sentido en algunos momentos es muy
perdida. Ha sido como si de pronto esa niña
que sigue viviendo en mi interior, que acarrea
con su mochila repleta de las emociones no
sanadas de su infancia, se hubiera desperta-
do de un profundo letargo y quisiera más que
nunca ser vista y escuchada.

Convirtiéndonos en madres creo que


lo que sucede es que nuestro ‘Yo-niña’ se
torna activo, manifestándose de muchas y di-
versas formas, seguramente la mayor parte
de ellas como brotes inexplicables de emo-
ciones muy intensas que nos desbordan y
nos desconciertan. Estamos, por decirlo de
alguna manera, en pie de guerra, cuando de-
beríamos sentirnos colmadas de amor y feli-
cidad ¿verdad? ¡Y encima nos sentimos cul-
pables por sentirnos así! Pues yo os digo que
es normal, mi guerrera sigue con la armadura
puesta y la espada desenfundada. Creo que,
como plantea Laura Gutman, sí se libra una
batalla, una batalla interna, entre los deseos
no atendidos de nuestra niña y nuestro sen-
tido racional por hacerlo mejor con nuestros
hijos e hijas. Es en esa batalla donde nos per-
demos a veces, y donde nuestros esfuerzos
por “hacerlo bien” pueden volverse nuestro
peor enemigo. La autoexigencia (en mi caso
sé que así es) puede arrancarnos del placer
de simplemente estar presentes para condu-
cirnos por la tempestad de lo frustrante, y en
ese oleaje incesante, nos volvemos a perder.

Superwoman, 30 años,
mamá de Superboy, terapeuta.
Piera, Barcelona (España)

Ser madre es maravilloso... y a veces duele...


también. 
Cuando una es madre primeriza el alma que
se abre a otra alma tanto y tanto que a veces
duele.
Duele el “yo” que se resiste a cambiar, duele
nuestro egoísmo porque su tiempo se aca-
ba... duele la rigidez que se quiebra, porque
gracias a ellos, a los hijos, nos convertimos en
junco. 
Duele nuestra mezquindad, que nos quiere
hacer creer que podemos criar a nuestros hi-
jos a nuestra imagen y semejanza... 
Le duele a nuestra independencia, pues el
compromiso sagrado que hemos adquirido
de cuidar a otro ser y amarlo incondicional-
mente requiere de nosotros total aceptación
amor incondicional, y esa es una fuerza que
arrasa con todo lo viejo, duro, rígido y estan-
cado que hay en nosotros. 

Elegir la maternidad consciente es ele-


gir despertar de nuevo a nuestra niña interior,
es entrega y aceptación, una y otra vez, hasta
que todas nuestras estructuras rígidas se ha-
yan derribado, hasta que el soplo divino nos
haga bailar como juncos, hasta que la ener-
gía de la Madre nos haya transformado tanto
y tanto que podamos fluir con la vida como lo
hace el agua en el río, sin resistencias, clara,
pura y transparente...

Noraya Kalam Llinás, 40 años,


mamá, terapeuta. Madrid (España)
¿QUIÉN ME AYUDA?
LA FALTA DE TRIBU
— “El exceso de intelectualización “No sé
si hay más dogmatismo ahora que antes,
pero sí creo que nos afecta más porque
no tenemos tribu, no tenemos tradición
y estamos faltos de referentes. Casi el
primer bebé que vemos en nuestras vidas
es nuestro hijo. Me atrevo a decir que
nuestra generación está peor preparada
para ser padres.”

Carolina del Olmo


¿Dónde está mi tribu?


Cuando nació mi hija mayor no supe pedir la


suficiente ayuda, lo único que hice fue empe-
zar a tener ayuda con la casa un día a la sema-
na. Más adelante, poco después de que ella
cumpliera dos años y tras una época complica-
da, busqué la ayuda de una terapeuta que me
ayudó a resolver temas emocionales y dudas
sobre la infancia. Aquello fue muy importante.
Ahora, en cambio, con mi segunda ma-
ternidad, me he regalado a mí misma, la opor-
tunidad de ser consciente de que necesito
ayuda a más niveles, a nivel práctico y a ni-
vel emocional. A nivel práctico: por ejemplo,
continuo teniendo ayuda en casa un día a la
semana, pero ¿y la comida? los primeros me-
ses hubo días en los que cocinar se convertía
en un reto, esta vez pedí ayuda a mi madre y
compré comida hecha alguna vez.

La ayuda emocional también es impor-


tante. Mi marido, que ahora es mucho más
consciente que la primera vez, está siendo un
pilar fundamental y, además, hay un pequeño
grupo de amigas que también son madres y
que he conocido a raíz de mi primera mater-
nidad, son madres a las que me une la forma
de entender la maternidad, es mi círculo de
mujeres sabias, por decirlo de alguna mane-
ra. Cuando necesitas consejo, desahogarte o
simplemente compartir, sé que están ahí. Son
madres cuya opinión y experiencia respeto.
Es maravilloso.

Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.


Barcelona (España)
Fui dos veces madre en Madrid. Una
ciudad preciosa a la que amo. Una ciudad ma-
ravillosa, donde uno de sus mejores activos
son las cañas cortas y bien tiradas. Esos barrios
castizos, que se llenan con trabajadores incan-
sables, caras llenas de recuerdos, llenas de es-
fuerzo, de valor. Una ciudad que acoge a los
que son de otro sitio, te abre sus brazos. Tam-
bién es cierto que si te vas, te olvida rápida-
mente. Porque todo es rápido en Madrid, todo
está lejos en Madrid, aunque los madrileños se
empeñen en que todo está cerca.

Fui madre dos veces en una ciudad


preciosa que me adoptó hace diez años,
como si fuera su hija. Me sentí una madrileña
más, pero era una madrileña que se quedó
sin familia cuando dejó de tomar cañas en las
terrazas del centro y cuando dejó de salir por
las noches en sus barrios repletos de moder-
nos con gafas de pasta.

Fui madre dos veces, cuando mis ami-


gos, mi familia madrileña, estaba buscando
pareja, así que me quedé huérfana durante
unos años. Los más solitarios, los más duros.
No tenía a nadie cerca, porque además me
mudé cerca del trabajo, que estaba en aquel
barrio que para mis amigos era salir de Ma-
drid y tenían razón. En aquellos años, no cono-
cía los grupos de Facebook, así que no tenía
con quien compartir mis inquietudes, dudas
y métodos de crianza. Al vivir en Madrid y te-
ner dos pequeñas que se llevan un año entre
sí, irme a la asociación de lactancia, u a otro
sitio me suponía una logística agotadora. No
conduzco muy bien y aparco bastante mal (ol-
vídate de los parking con cuestas, ya que me
generan pánico).

En mi entorno, la urbanización donde


vivía y mi trabajo, las madres no solían criar
a sus hijos de forma respetuosa o conscien-
te, y no tenían nada que ver conmigo. Así y
todo, mis vecinas y mis compañeras de traba-
jo fueron mi gran compañía durante esos tres
primeros años de vida de mis hijas, hasta que
pude volver a la tierra donde crecí. Cerca de
mi familia.

Mamá Ciruelina, 36 años,


mamá de Ciruelina Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)
Nunca me imaginé que el hecho de
que Enara fuera la primera nieta y sobrina en
las dos familias y la primera niña de nuestra
cuadrilla me iba a marcar tanto.

Es cierto que, en el momento en que me


quedé embarazada tuve la gran fortuna de
trabajar en una oficina con quince chicas de
edades cercanas a la mía, casi todas con uno
o dos hijos. De hecho tres de nosotras estuvi-
mos embarazadas al mismo tiempo.

Como era nueva mamá, no tenía ni idea de


por dónde empezar. Me ayudaron mucho a
elegir cuna, carrito y el resto de cosas para
Enara. Una de mis compañeras pertenece a la
Liga de la Leche y me asesoró mucho al res-
pecto.

Pero llegó el momento en el que me vi sola,


en mi casa, con un bebé que no paraba de
llorar y sin saber a quién acudir. Porque no ha-
bía en mi entorno familiar o de amigos nadie
en la misma situación. Con mis compañeras
no me unía un vínculo tan estrecho como para
confiarles mis sentimientos.
Fueron tres meses duros, sobre todo
porque nuestras familias, sin mala fe, nos ago-
biaban con consejos, visitas inesperadas, opi-
niones que nosotros interpretábamos como
críticas.

Hasta que confié en que mi instinto me


enseñaría mucho más que todo lo que los de-
más me pudieran decir. Y comencé a tratar con
dos vecinas en mi misma situación que, sim-
plemente, me escucharon. Eso era realmente
lo que necesitaba. Sentir que alguien me escu-
chaba, que empatizaba conmigo y que no me
decía que no lo estaba haciendo mal.

Sin embargo, aún hoy, acuso la falta de “tribu”.


Estoy en una fase distinta a mis amigos, que
ahora comienzan el camino de la maternidad.
A veces me siento sola, perdida y sin saber
a quién recurrir. David me dice que me exijo
demasiado, que no lo hago tan mal como yo
pienso. Pero aunque soy consciente de que
he mejorado, a veces no sé gestionar bien una
situación y me gustaría tener una mamá cons-
ciente a la que acudir en busca de consejo.
Silvia, 36 años, mamá de Enara, gestora co-
mercial de banca. Muskiz, Bizkaia (España)
Cuando estamos embarazadas escu-
chamos a menudo: “Los niños cambian la
vida por completo” “La vida nunca será como
antes”. No lo entendemos, muchas de noso-
tras no sentimos “el amor materno” durante
el embarazo, no sabemos qué nos espera, ni
idea tenemos de las emociones fuertes y los
esfuerzos que llegan con un bebé. Lo pode-
mos imaginar, pero en verdad no lo sabemos
hasta que nazca. Tal vez en las familias nume-
rosas, en las casas donde bajo del mismo te-
cho viven varias generaciones, observando la
llegada de los hermanos, sobrinos o primos
una se puede dar cuenta de qué se trata. Pero
eso no es mi caso.

Cómo muchas mamas modernas tuve


mis hijos sola. Claro, tuve a mi lado los padres
de mis hijos (mis hijos tienen padres diferen-
tes), es lo que elegí y me parecía más correc-
to; estar con mi pareja cuando nazca mi bebe.
Y aunque mis amigos y mi familia me pidieron
regresar a mi país (Polonia), yo elegí dar a luz
lejos de todos, en México. Eso pasó con mi
primer hijo y se repitió con mi hija, aunque
tuve muchísimas dudas acerca de mi deci-
sión.
En mi caso después de cada uno de
mis dos partos sufrí depresión postparto. Has-
ta ahora (mi hija menor tiene 5 meses) tengo
días muy pesados, cuando no me puedo con-
centrar con nada, cuando no tengo fuerza
para nada, cuando de repente viene un can-
sancio tan fuerte, que lo único que me gusta-
ría hacer es acostarme y dejar todo... A veces
quiero correr fuera de mi casa, a veces lloro
con amargura arrepentida de todas mis deci-
siones. Y cada día estoy con mis emociones,
sola. A veces tengo la intención de hablar-
lo con mi esposo y lo espero hasta la noche
cuando regresa del trabajo, pero al regresar,
él está muy cansado y yo muy, muy cansada y
desesperada y lo único que logramos es una
pelea.

Mis experiencias me hicieron entender


que para tener un postparto tranquilo y boni-
to, para poder disfrutar nuestro bebé lo único
que necesitamos es tiempo. Y para poder te-
ner tiempo es necesario tener gente alrede-
dor. No solo tu esposo que regresa del traba-
jo en la noche, sino una tribu, pueblo. Antes
los bebés y los niños crecían así, entre la tribu
(familia, vecinos, amigos etc.).
Creo que a pocas mamás les daría de-
presión postparto si tuvieran a su lado más
gente que la apoyara con la casa, comidas,
limpieza, niños mayores… Pienso, que una
mama después del parto debe que estar con
su bebé y es todo lo que debe hacer.

Yo sentí una gran diferencia cuando vi-


nieron mi suegra y mi cuñada a visitarnos. Sin
hablarlo mucho, entre todas lavamos platos o
limpiamos el piso, cocinamos y cuidamos los
niños. Me sentí tranquila, podía relajarme y
atender a mis hijos con más cariño y pacien-
cia. En estos momentos una puede disfrutar
de verdad de la maternidad.

Y no es necesario que la tribu sea la


familia, también pueden ser amigas y ami-
gas-mamás. Siempre he añorado una comu-
nidad en la que un grupo de familias estén
cerca, y se apoyen, se den consejos, se cuiden
a ratos los hijos, se inviten a comer, y luego se
devuelvan los favores. Es una idea tan bonita
y práctica, y no creo que sea tan difícil de lo-
grar.
Magdalena Urlich, mamá de Krzyś y Anka.
Cancún (México)
Había leído en algún lado eso de que
para educar a un niño/a hace falta la tribu en-
tera. Ahora tengo claro que para criar es im-
prescindible. He notado mucho la falta de tri-
bu, de un entorno de mujeres criando con las
que compartir dudas, miedos, experiencias.

Las mujeres de mi entorno cercano y


las amigas mamás que están lejos no me ser-
vían igual. Ya no estaban en este período y
muchas por desgracia o lo habían olvidado o
me negaban el derecho de vivirlo tal como es.

Encontré algo de apoyo en el taller de


lactancia de mi centro de salud, pero no era
un espacio íntimo y de acompañamiento. En
cambio, sí encontré eso a través de las nue-
vas tecnologías: me salvó el “whatsapp”. Una
amiga me incluyó en un grupo de un taller de
lactancia. En realidad tenía dos grupos, cada
uno en una ciudad.

A veces siento que estaba un poco en-


ganchada, pues lo miraba a menudo y estaba
deseando leer nuevas cosas, al fin y al cabo
eran mi único vínculo con el exterior y mi úni-
ca relación social. En cualquier caso me sirvió
de mucha ayuda. Por supuesto, para resolver
miles de dudas y preocupaciones. Pero sobre
todo para sentirme más acompañada y más
normal, a pesar de todo lo que estaba vivien-
do.

Ainara Soldeinvierno, mamá de Ojos Negros


Saltimbanqui. Alicante (España)

Cuando me quedé embarazada de Sunflower,


acabábamos de comprarnos una casa en un
pueblo a unos 40km de amigos y familiares.
No teníamos ni siquiera conocidos cerca,
pero estábamos a gusto. Era la casa más pa-
recida a la de nuestros sueños que podíamos
tener (una zona tranquila, con aparcamiento
en la puerta, cerca de la montaña, con pisci-
na e incluso un pequeño jardín) y como am-
bos estábamos tan ocupados trabajando (yo
trabajaba en dos colegios y en mi gabinete,
y F. trabajaba y estudiaba), no necesitábamos
compañía.
Y así, llegó nuestra hija.

Estando de baja maternal, tardé algo


más de un mes en salir de casa con ella, noso-
tras dos solas. Con las molestias del postpar-
to, no me sentía capaz de ir a ningún sitio. Y de
todas formas, ¿adónde iba a ir? ¿A comprar al
supermercado? ¿Al horno a por el pan? La al-
ternativa era conducir un rato demasiado lar-
go para visitar a mis padres o a alguna amiga
que estuviese libre.

Alguna vez lo hice, y Sunflower, senta-


da en su sillita de seguridad, lloraba y lloraba
todo el trayecto, y yo no lo podía tolerar. Y en-
tonces me paraba en un hueco de la carretera
para darle un poco de teta y calmarla. Y así
hasta tres y cuatro veces en un viaje. Era una
tortura para ambas.

Y por otra parte, sentía que los demás


estaban muy ocupados con sus vidas y sus
trabajos, y no quería molestar.

Me limitaba entonces, por las mañanas, des-


pués de vestirnos y arreglarnos un poco (lo
que solía conseguir pasadas las doce de la
mañana), a salir por el pueblo a pasear con
ella colgada, al menos para que nos diera un
poco el sol. Pero no solía encontrar a nadie, ni
siquiera a otras mamás o abuelas cuidadoras
en el parque con las que poder conversar. Y
luego volvía a casa, preparaba cómo podía
algo de comer para mí, y esperaba paciente-
mente, con Sunflower en mi regazo, a que F.
llegara de su trabajo y de sus prácticas de la
carrera, que le tenían fuera de casa más de 14
horas.

Otros días, ni siquiera salíamos. Nos


quedábamos todo el día en la butaca, ella y
yo, escuchando música o mirando la televi-
sión.
El tiempo que estuve de baja estuve muy sola
y me volví solitaria.

Y por aquel entonces ni siquiera me


planteé por qué no tenía una tribu que me
acompañara. No me daba cuenta que hasta ese
momento, todas mis energías y esfuerzos en mi
vida los había dedicado al trabajo; hasta el últi-
mo mes de embarazo estuve trabajando como
si nada, intentando demostrar (no sé a quién)
que estar embarazada, no era estar enferma y
que podía hacer de todo, como siempre.

Así que en esos días lentos, en los que a veces


ni cruzaba una palabra con nadie, ¿qué hice?
¿Qué podía hacer? Si apenas empezaba a
abrirme a la inmensidad de mi sombra. Pues
lo único que sabía, lo único que me podría
librar de aquella soledad asfixiante: volver al
trabajo.
Cuando Sunflower tenía apenas tres meses,
volví a trabajar al gabinete por las tardes. No
eran más que 3, como mucho 4 horas, le jus-
tificaba a todo el mundo. Además, sin mí y sin
mi socia (que justamente empezaba también
una baja maternal), el centro se iría a pique.
Tenía que volver. Aunque más tarde com-
prendí, con mucho dolor, la verdad; dejé a mi
hija, la entregué a su abuela (que no dejaba
de decirme las ganas que tenía de que yo tra-
bajara para poder cuidarla), para salvarme a
mí misma.

Tardé todavía dos años, después de


muchas búsquedas y cuestionamientos, en
tomar consciencia y empezar a hacer algunos
cambios.

Y alguna vez me pregunto, ¿qué habría pa-


sado si hubiese tenido una tribu? ¿Un gru-
po de madres amorosas y comprensivas que
me acompañaran en esos días lentos y silen-
ciosos? ¿Habría decidido lo mismo? Quiero
pensar que no. Que estando arropada, todo
habría sido distinto. Y aunque es imposible
volver atrás, y sé que el camino recorrido fue
el único posible, me prometí a mí misma que
compensaría a mi hija de alguna manera por
aquel tiempo que le fallé.
En eso estoy cada día.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)
LA SEXUALIDAD DURANTE
EL PUERPERIO ¿REVOLUCIONADA?

— “La sexualidad no es algo que damos o


que nos dan, y tampoco es un encuentro
ejecutivo, sino más bien un compartir;
algo que, al pertenecernos, decidimos
vivir en común con quien elegimos y a su
vez nos elige, abriendo nuestro instinto y a
menudo nuestro corazón, y compartiendo
un verdadero encuentro de goce,
intimidad y comunión”.

Joan Garriga
El buen amor en la pareja

Mi sexualidad cambió, no sólo a final del em-


barazo, sino una vez que di a luz. Durante un
tiempo a mí ya no me apetecía que tuviéramos
relaciones sexuales con penetración. Yo prefe-
ría recibir caricias dulces, besos infinitos, abra-
zos tiernos... A veces me cuestionaba qué me
estaba pasando y si aquello se correspondía
con una crisis de pareja. Con el tiempo com-
prendí que lo que se pierde es el deseo de la
cópula, pero no el deseo del encuentro.

Sin embargo la sexualidad de mi pareja


no había cambiado. Sus deseos seguían sien-
do los mismos. Esto a veces era fuente de con-
flicto y otras de distanciamiento.

Me parece fundamental decir a tu pa-


reja lo que quieres y lo que te gusta en cada
momento, y no pretender que lo adivine.

Convertirse en padre y madre no signi-


fica dejar de ser amantes, aunque a veces se
nos olvide; y el hecho de seguir amándonos
es fundamental para nuestros hijos, porque
crecerán en el entorno de una familia que se
quiere.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

Evidentemente nuestra situación había cam-


biado. Nuestros hábitos y rutinas también.
Pero se abría ante nosotros otro mundo por
descubrir, y descubrirle a nuestra pequeña. A
nivel emocional tenía una prioridad y pasaba
muy por encima de otras necesidades sexua-
les. Es cierto que el hombre se queda bastante
al margen de esta montaña rusa de emocio-
nes pero yo era incapaz de reanudar nuestros
encuentros sexuales. No me apetecía. Tenía un
trabajo que hacer y mi mente y cuerpo estaban
enfocados hacia allí. Nos costó cerca de cinco
meses volver a tener relaciones, primero por
unos puntos mal curados y luego por la inape-
tencia sexual y miedo al dolor, por qué ocul-
tarlo. Pero cuando volvimos a reencontrarnos
esa sexualidad fue más suave, más placentera.
Como más experimentada.

Ailed, 35 años, mamá de Inés y Marina.


Barberà del Vallès, Barcelona (España)

La maternidad te cambia, por dentro y por


fuera, te cambia tu esencia y tu forma de re-
lacionarte con el mundo. Para mí, una de las
enseñanzas más grandes ha sido el cambio
en la relación de pareja; El paso de pareja a
familia es algo tremendamente trascendental
que muchas parejas no logran superar, y las
que lo logran con el primer hijo, ven tamba-
learse su relación con el segundo. La ausencia
de tribu, la inexistente conciliación, la falta de
ayudas, unidos a nuestro deseo de darles una
educación más consciente a nuestros hijos,
hace que muchas veces la relación de pareja
quede relegada a la mínima expresión.

La intimidad como la conocíamos antes de te-


ner a nuestros hijos se esfuma y sólo lograre-
mos integrar la crianza consciente en nuestra
vida de pareja si realizamos una metamorfosis
conjunta. Hechos hasta ese momento no muy
transcendente, como darse la mano, escuchar
juntos el silencio o que nuestros cuerpos se
toquen entre niño y niño de madrugada, son
instantes muy valiosos que redescubrimos
como la verdadera intimidad de una pareja.

Durante el puerperio inmediato, muchas mu-


jeres experimentan una disminución de su in-
terés por las relaciones sexuales, el cansancio,
las hormonas y el placer que se obtiene con
el amamantamiento podían ser la clave para
explicar otra circunstancia, que no se da en
todas las mujeres. Pero progresivamente todo
se vuelve a colocar en su sitio y el deseo y la
pasión vuelven a nuestras vidas y a nuestras
camas, ahora compartidas en ocasiones con
niños pequeños.
Hace tiempo elaboré esta lista de consejos,
en modo irónico y divertido, para poder te-
ner sexo cuando hay overbooking en la cama
familiar, cuando el tiempo escasea, los niños
duermen poco y el cansancio hace mella en
nuestros agotados cuerpos. El único secreto
es tomárselo con humor, con positividad, con
imaginación y con mucha complicidad. Por-
que puede haber amor sin sexo, pero nunca
amor sin esa conexión entre dos almas que es
la complicidad de pareja.

Espero que os gusten los consejos y os ayu-


den a relativizar la situación tan frustrante que
es querer y no poder:

• La cama es de gente aburrida. O de gente


con mucho tiempo, o de gente que tiene
mucho sexo. En todo caso, no es el único
lugar. Si eres de los comodones, puedes
usar la cama de tu hijo (sí, aquella que
compraste y que sólo sirve para almacenar
los peluches) o una cama de invitados. O
sal de tu zona de confort y echa una manta
al suelo, yeah! ¡La vida es de los valientes!
Tip veraniego: manta al suelo en la terra-
za, además es romántico ¡puedes ver las
estrellas! Y a lo mejor gritar ¡un poquito!
(¡Ah! Y ojo con los vecinos).
• El sofá mola muchísimo. Es grande y có-
modo, mi sofá es de piel así que le da pun-
tos extra por su fácil limpieza. Si no tienes
esa suerte, echa una mantita encima, tenla
preparada cerca, no sea que en la locura
de la noche uses la mantita preferida de tu
hijito. Y sobre todo ten en mente aquellos
pinchis apoteósicos cuando, sentada en
tu sofá,  alguna visita te diga con la prepo-
tencia que les da la ignorancia y la falta de
sexo en sus propias carnes “Pero… ¿Y la
intimidad de pareja?”. Sonrisita malvada.
Dientes, dientes. 
• El sexo ninja es silencioso, no se te olvide
porque los niños que no duermen se sue-
len despertar fácilmente. Aquí no hay tru-
cos, ¡es un ejercicio de contención de las
cuerdas vocales que sólo se consigue con
entrenamiento! Aprovecha para practicar
en situaciones de la vida cotidiana, cuan-
do las niñasbonitas la lían lo más grande,
cuando pintan el sofá, cuando inundan el
baño, cuando esparcen el contenido del
pañal por las paredes… ¡No grites! Míra-
lo como una oportunidad de desarrollar
nuevas habilidades. Cuanto nos enseñan
estos peques. Más majos oiga.
• A quien madruga, los dioses le ayudan.
Pues eso, las seis de la mañana es una
hora buenísima para pinchar, aprovecha
ese último despertar catastrófico de las ni-
ñasbonitas para empezar el día con buen
¿pie? Pues eso, estás descansado porque
has dormido (más o menos), debajo de
las sabanas hace calorcito y seguramente
lleves poca ropa. Cambia de habitación y
empieza el día con alegría XD
• El sexo ninja es rápido, bien porque hay
que elegir entre dormir o fornicar, bien
porque no conseguirás que las niñasbo-
nitas estén entretenidas más tiempo. Hay
que ir al turrón, y hacer el precalentamien-
to a distancia, que si un wasap subido de
tono, que si un comentario picante, que
si una palmadita en el culo, que si un to-
camiento furtivo en el pasillo mientras
recogéis la colada. Todo es válido, ¡pero
recuerda, sólo tienes cinco minutos para
darlo todo!
• Location, location, location. Ahora toca
elegir el lugar, el mejor es el aseo, porque
tiene pestillo, porque es pequeño y se
puede disimular con darse una ducha si te
has quitado la ropa (el sexo ninja es con
ropa, pero aceptamos barco, la pasión es
lo que tiene) y sobre todo porque fornicar
de pie es rápido, ¡cansa mucho! Los alza-
dores para que lasniñasbonitas puedan
usar el lavabo vienen genial si hay mucha
diferencia de altura, y, si no tienes o no
sabes donde los han puesto, pues a apo-
yarse en la pared (esto da para un chiste
fácil, lo sé). Por eso, el sexo contra la pared
es de veinteañeros de discoteca y de pa-
dres de familia, que aunque no lo parezca
tienen mucho que ver. También es buena
idea el wc, pero ten cuidado de no romper
la tapa…
• Póntelo, pónselo. Si no quieres complicar-
te aún más la vida –de momento-, esconde
condones por toda la casa. Nunca sabes
cuándo, ni dónde vas a tener tu oportuni-
dad. Si los niños los encontraran y pregun-
taran para que se sirve, responde con na-
turalidad, “sirve para no tener más bebés”,
nunca le des más información al niño de la
que necesita :) Si has elegido otro método
anticonceptivo, sáltate esta parte :)
• Pide ayuda. Si tus peques ya son los sufi-
cientemente mayores para estar un ratito
sin los papis, pide ayuda a los abuelos o
familiares. No hace falta que digas “nece-
sito echar un pinchi yaya” ellos ya saben
lo que necesitas ¡han estado también ahí!
Podéis aprovechar para tener sexo sin pa-
rar varias horas o echar un pinchi ninja y
dormir el resto del tiempo de cangureo,
¡a gusto del consumidor! Procura que no
pase mucho tiempo entre “encuentros”, en
una ocasión acabé con un par de costillas
fisuradas por darle demasiada emoción
al asunto después de dos semanas de se-
quía. Mi cara al (no)contárselo al médico,
no tiene precio. 
• Al agua patos. Si tienes la suerte de te-
ner cangureo, reserva un spa en pareja, y
cuando salgas del spa, no te vistas, abrigo
encima y para casa. Acuérdate de reservar
un spa cerca de casita o probablemente
no llegaréis a casa. Y no mola nada llamar
a los abuelos desde la comisaría “nos han
detenido por escándalo público, yaya”…
Bueno molar mola, pero no es el decoro
esperable de unos padres de familia.
• Si las  niñasbonitas  duermen menos que
tú y no hay abuelos, ¡creatividad! Creativi-
dad en mi casa= episodio de Peppa Pig,
cinco minutos de niñas bonitas entreteni-
das.  ¡Ay, sí! Es de malísimos padres poner-
les un video para pinchar. Vamos, lo peor
que existe, los buenos padres no hacen
esas cosas.  Niñasbonitas, prometo com-
pensaros cuando seáis mayores, solo con
decir la palabra “Maracuya” me tendréis
ipso facto en vuestra casa y me encarga-
ré de los nietosbonitos durante un par de
horas para que no tengáis que hacer un
master en sexo ninja. A cualquier hora del
día o de la noche. Es mi compromiso, mi
compensación por ser tan malísima madre
:P

Bei M. Muñoz, 31 años, mamá de Abril y


Emma, funcionaria y blogger.
Madrid (España)
EL PUERPERIO FELIZ
TAMBIÉN EXISTE

— “Los derechos fundamentales de las


madres:
El derecho a actuar de manera que
promuevas tu dignidad ante ti y los demás,
siempre que respetes los derechos de los
otros.
El derecho a respetar las diferentes
maneras de ser madre y ser respetada por
la que tú eliges ser.
El derecho a delegar y decir no sin sentirte
culpable.
El derecho a experimentar y expresar tus
sentimientos.
El derecho a tomarte tiempo para pensar,
reflexionar y decidir.
El derecho a cambiar de opinión.
El derecho a pedir lo que necesitas (los
demás, tienen el derecho a dártelo o no).
El derecho a no hacer más de lo que
humanamente eres capaz de hacer.
El derecho a solicitar información.
El derecho a descansar.
El derecho a sentirse bien contigo misma.
El derecho a cuidar y decidir sobre tu
cuerpo.”

Derechos adaptados por Monica Hetzer de “The


assertive Option”your rights and responsabilities”
de P.Jakubowski y A.J. Lange (1978, Research
Press; Champain Ilinois USA)

El puerperio con mi hija Alba fue mucho más


que feliz, fue mágico. Hubo varios ingredientes
que facilitaron que todo fluyese y me transpor-
tase a sentir un estado de gracia casi perpetuo
durante el primer mes. Tuve a Alba en casa, por
parto natural, las hormonas hicieron el papel
que les tocaba y tras el alumbramiento me de-
jaron en un estado casi de éxtasis en el que no
experimenté cansancio alguno, al día siguien-
te hacia vida casi normal, sí que reposaba y no
hacia esfuerzos, claro está, pero me sentía muy
bien, con fuerzas y con mucho ánimo. Recuer-
do que vino a verme mi comadrona para sa-
ber cómo estaba todo y hacer la revisión de las
veinticuatro primeras horas y lo primero que
me dijo fue: “vaya aura desprendes, estás ra-
diante”. Es cierto, estaba radiante, yo misma lo
veía y lo notaba, había vuelto a nacer con Alba
y sentía que la vida era el regalo más precioso,
me propuse celebrarla a cada instante con mi
atención plena.

Durante la primera semana estuvieron


mis padres en casa, además de mi marido y
mi hijo, y se encargaron de varias tareas como
planchar o barrer, mientras Dani estaba todo
el día con Roger. Esto me permitía dedicarme
a mi pequeña al cien por cien que era lo único
que deseaba hacer en esos momentos. Este
periodo de acompañamiento se alargó ya que
Alba nació a finales de julio y Dani al ser pro-
fesor tenía vacaciones hasta septiembre. Me
apoyó muchísimo en esta primera etapa del
puerperio y al cuidar tanto y tan bien de Roger,
éste no sintió apenas celos de su hermanita re-
cién llegada. Yo mientras tanto me pasaba las
horas entre toma y toma, que sentía tremen-
damente placenteras, descansando al lado de
mi hija, con ella en brazos paseando o dedi-
cando tiempo a mi hijo mientras Alba dormía.
Creo que influyó mucho el hecho de que era
nuestra segunda hija y Dani y yo ya sabíamos
lo que nos esperaba así que nos lo tomemos
con mucha calma. Yo me di permiso para re-
lajarme y no intenté hacerme la valiente en
ningún momento, me quité de encima mucha
tensión porque no me propuse volver a estar
como antes del embarazo, volver al mismo rit-
mo de trabajo en casa o intentar atender a mis
dos hijos por igual. Sabía que era imposible y
lo aceptaba, en ningún momento se me pasó
por la cabeza que debía de estar limpiando
los baños y sin embargo estaba paseando con
mi marido y mis hijos… Reconocí el puerperio
como un regalo, sentí a Alba como un regalo y
viví ese periodo realmente como un regalo. De
hecho todo nuestro entorno nos acompañó a
Alba y a mí para vivir esta primera etapa de la
manera de la manera más dulce.

Siento un gran agradecimiento hacia mi


familia que nos acompañó tanto y tan bien, a
mi comadrona que hizo que todo fluyese ha-
cia su lugar natural de alegría y bienestar y a la
vida en general por favorecer que todos estu-
viesen en el lugar que querían estar. Sin todo
esto nuestra vivencia, el primer mes de Alba,
hubiese sido algo menos mágico.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)
Qué miedo le tenía al puerperio. Duran-
te todo el embarazo no dejaba de escuchar
palabras e ideas horribles que me acechaban
para cuando llegase ese momento. Hormo-
nas, noches sin dormir o soledad, por nombrar
algunas. Cuantas veces habré leído en revis-
tas o internet sobre la “depresión post-parto”,
por ejemplo. Yo pasé una depresión después
de que mi primer embarazo acabara en un
aborto. Por ese motivo me asustaba más y me
sentía entre la población vulnerable o más sus-
ceptible a padecer una depresión post-parto.
No fue así, gracias a Dios. No quiero decir que
no sea una realidad existente, pero me gusta-
ría compartir mi experiencia de que no es la
única.

Para mí, el puerperio fue una dulce luna


de miel con mi bebé. Sí, el puerperio feliz tam-
bién existe y se puede disfrutar. Yo lo pasé
prácticamente en pijama y lo disfruté. Hay que
soltarse y relajarse en esos asuntos. La casa, tu
aspecto o los horarios no deben ser tan impor-
tantes. ¡Que placer centrarte solo en tu bebé!
Mis mañanas con Adam estuvieron llenas de
tiernas miradas y de mimos. Todo era lento y
entrañable. Ponía música y bailábamos juntos.
Me enamoré de dar el pecho. Ni siquiera las
noches eran tan terribles como me las habían
pintado. Tenía el mejor regalo del mundo y me
sentía feliz.

Yo cociné y congelé comida durante el


embarazo para no sentirme sobrecargada en
esta época. Fue un truco que me sirvió mucho
y que quiero recomendar a todas las futuras
mamás. Por suerte o por desgracia, no se pue-
de vivir eternamente en pijama y un día vuel-
ves a la realidad, pero disfruta de ello y date el
gusto mientras dura.

Alba, 28 años, mamá de Adam.


Barcelona (España)

El puerperio fue para mí una experien-


cia entrañable, profunda, reveladora y muy re-
frescante. Disfruté de los días y de las noches,
me sentía en estado de gracia, enamorada de
mi hija, de mi pareja y de la vida.

Claro que algunas veces estuve ago-


tada, podía ser una noche que la niña tenía
mocos y malestar porque le salían los dien-
tes, pero tuve el privilegio de estar sostenida
económicamente por mi pareja, hasta los siete
meses de forma total y a partir de ahí de forma
parcial, por lo que me pude permitir descansar
en otros momentos.

También hubo días que parecían muy


largos, pero casi desde el principio tuve el
acierto de hacer red con familias de mi entorno
y en especial con una mujer, que ahora somos
hermanas del alma, que vivía la misma etapa
que yo y teníamos una afinidad muy auténtica,
a pesar de tener diferencias de edad y de cultu-
ra entre nosotras. Juntas íbamos a todos lados,
nos atrevíamos a vivir aventuras con nuestras
hijas que seguramente solas no hubiéramos
sido capaces, nos hacíamos de sostén, de ami-
gas, de canguro, de madres de leche,… nos
reíamos de nosotras mismas mientras imitába-
mos sonidos de animales para entretener a las
niñas o en las diferentes situaciones “críticas”
en las que nos veíamos envueltas.

Nos permitimos ir al ritmo de “bebé”:


pararnos en un arcén para dar de mamar, ir a la
playa a las 18h porque el sol estaba más bajo y
quedarnos hasta que no había luz, estar en un
parque columpiando a las niñas mientras char-
lábamos de nuestras cosas, todo se hacía más
fácil y más ameno. También pasábamos mu-
chos momentos en casa con nuestras parejas,
nosotros vivíamos en el campo y muchas veces
sentí que, junto a nuestros amigos, éramos una
verdadera “tribu”, nacida de forma espontánea
al calor de los encuentros en el colegio de pe-
dagogía Waldorf, donde iban nuestros hijos.

Muchas de las cosas que viví durante el


puerperio fueron nuevas para mí, no siempre
encuentro palabras para explicar lo que sen-
tí, hubo una gran transformación y la “aven-
tura” que imaginé con antelación sobrepasó,
en el mejor sentido, toda expectativa. Percibo
que hubo diversos factores que me permitie-
ron sumergirme en el proceso disfrutándolo:
haber atravesado y sanado, con anterioridad,
mis crisis vitales relacionadas con mis padres
(especialmente con mi madre), haber hecho
consciente mis necesidades primarias desa-
tendidas, haciéndome responsable de satis-
facerlas desde mi parte adulta, rodearme de
personas afines tanto en lo personal como
en lo profesional, participar activamente en el
proceso de descubrir nuevas formas de crear
redes entre familias y hacer caso en cada mo-
mento de lo que me dictaba el corazón.

Lucía, 51 años, mamá de Nora, doula.


Binissalem, Mallorca (España)
ATRAVESAR
LA NOCHE
CON UN BEBÉ
DORMIR CON EL BEBÉ,
EL COLECHO
— “…Hacemos la revolución cada mañana
cuando despertamos sudando envueltas
en el cuerpo del niño pequeño…”

Laura Gutman
La Revolución de las Madres

Descubrí el colecho por casualidad. Dormir


con mi hijo no era algo que me planteara, de
entrada, ni lo veía necesario, pues suponía
que se quedaría tranquilito en su cuna. Tam-
poco me apetecía especialmente, incluso diré
que me daba algo de miedo, de hacerle daño
sin querer, y de que nunca quisiera salir de mi
cama, además de que, bueno... no era muy
normal (o eso creía yo).

La matrona que me vio tras el parto, me


animó a hacerlo, me dijo que no era peligro-
so, aunque yo no estaba muy convencida. Pero
una noche, mientras le amamantaba, tumbada
en la cama, me quedé dormida, y él también.
No pasó nada, nada de nada. Y descubrí la
paz... porque, mientras estuvo a mi lado, no oí
ni una sola queja.

Aparte de la sugerencia de la matrona,


ya había leído, accidentalmente (buscando
orientarme sobre otras cuestiones), algunas
cosas, concretamente que facilitaba el descan-
so (porque el sueño del adulto ayuda a dormir
al bebé, porque se siente protegido, porque
hace más sencilla la lactancia...), y que no im-
plicaba riesgo ninguno, siempre y cuando se
respetaran algunas precauciones básicas (no
fumar, no estar bajo los efectos del alcohol o
las drogas, no usar mantas pesadas ni ropa
con cintas o lazos...), incluso que reducía la
probabilidad de muerte súbita, al favorecer
la lactancia, de un lado, y la vigilancia mater-
na, de otro. Comprendí que mi bebé requería
contacto físico constante, y lo acepté, porque,
al fin y al cabo, era lógico: necesitaba alimen-
to, calor y protección, y sólo podía obtenerlo (y
sólo lo quería) de mí. Formaba parte de su ins-
tinto de conservación, que es lo único que un
bebé tiene. Ya sé que hay niños que duermen
tranquilos en sus cunitas (algunas amigas mías
los tienen), pero mi hijo no.

Así que amplié la información, y decidí


seguir haciéndolo, ya de forma consciente y
voluntaria.

Puse una barrera, para que no se caye-


se (aunque tampoco hacía falta, porque se me
pegaba como una lapa, y no podía moverme
ni un milímetro sin que él lo notara, aprovecha-
ba los despertares para cambiar de pecho que
ofrecerle, y de postura), me recogí el pelo para
dormir, eliminé todo aquello en que pudiera
engancharse, reduje a lo justo la ropa de cama
(al principio fue fácil, porque era verano, luego
hubo que combinar calefacción, colcha fina y
pijama calentito), me coloqué almohadas en la
espalda y bajo las rodillas, para estar más có-
moda (las iba cambiando cuando cambiaba
de posición), y al peque al lado, junto a mi pe-
cho, que a menudo ni me molestaba en cubrir.
De esta forma, comprobé que notaba hasta el
más mínimo movimiento o suspiro, nos coordi-
nábamos hasta los despertares. A veces basta-
ba que le pusiera la mano en la barriguita, no
llegaba ni a llorar. Otras le ofrecía el pecho, y al
rato nos quedábamos dormidos de nuevo, o
ni siquiera llegaba a despertarme del todo (o
apenas me acordaba por la mañana). Papá ni
se enteraba. Y descubrí la sensación, tan bella,
de hallarle a mi lado, cuando se hacía de día,
con los ojitos cerrados todavía, rendido al sue-
ño. También que eran muchos los padres que
hacían lo mismo, porque era su deseo o por
pura supervivencia.

Pilar S., mamá. (España)

No me había planteado dormir con mi bebé


cuando naciera. No conocía de cerca a nadie
que lo hubiera hecho (o no habíamos hablado
del tema) y cuando un familiar nos dijo que iba
a regalarnos una cuna, pues aceptamos sin más.

Mi primera hija me lo dejó claro desde


el principio: “De cuna ni hablar, prefiero dor-
mir encima tuya”. Cuando se dormía a veces la
dejábamos en la cuna y estaba un rato, pero al
poco se despertaba y la sacábamos de allí.
Enseguida comprobé las ventajas de
dar la teta en la cama. Si me despertaba para
que la niña mamara, al instante volvíamos a
dormirnos. La comodidad era absoluta, nada
que ver con tener que levantarte en mitad de
la noche, quedarte sentada mientras mama...
Lo que hicimos con la cuna fue quitarle un la-
teral y adosarla a nuestra cama para tener más
espacio para dormir los tres. Al principio siem-
pre estaba alerta de que no se me fuera a ro-
dar al moverme sin darme cuenta. Sin duda co-
lechar es lo ideal desde mi punto de vista. Y no,
practicar colecho no está reñido con el sexo ni
en nuestro caso ha supuesto pérdida de inti-
midad. Ahora mismo no concibo otra forma de
dormir.

Cuando nuestra hija tenía alrededor de


los 2 años, quiso dormir en otra habitación.
Esa noche su padre y yo nos dormimos tristes.
Esto sin embargo facilitó el destete nocturno,
que inicié porque estaba embarazada y me
molestaba bastante darle teta en la cama.

Cuando nació su hermano siguió dur-


miendo en su habitación y después, por cir-
cunstancias varias, volvió a nuestra cama, y así
hemos estado, durmiendo los cuatro en nues-
tra cama de 150 cm hasta hace muy poquito.
Aquella cuna que nos regalaron antes de na-
cer nuestra primera hija no ha vuelta a salir del
trastero.

Aún a día de hoy me pregunto por qué


al principio era reacia a hablar con la gente del
colecho y a no verlo con la absoluta tranquili-
dad con la que lo hago hoy. Herencia cultural
me imagino.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

Dormir con mis hijos es una de las cosas que


más me gustan en el mundo. En mi casa ha
ocurrido de forma natural, cuando nació nues-
tro hijo su lugar estuvo siempre claro, dos años
después se nos unió su hermana.

Nunca se me ha pasado por la cabeza


dejar a mi bebé solo en otra habitación, me
produce una sensación de absoluta extrañe-
za y contraria a todos mis instintos. Además, la
lactancia no se interrumpe durante la noche, y
era la forma más lógica de descansar.
Aún hoy dormimos todos juntos en una
habitación llena de camas juntas donde el des-
canso es reparador, confortable y en familia.
Me encanta sentir la respiración de mis hijos,
calmar sus malos sueños, saber si tienen fiebre,
o frío, o calor. Creo que lo más natural es que
la manada duerma junta, en un refugio de se-
guridad y calidez. La división por habitaciones,
la separación para dormir, los dormitorios de
bebés con todos sus accesorios… me parecen
un invento metido en la crianza con calzador,
con técnicas de venta y con mucho Estivill.
“Es que no vas a sacar de la habitación a tu hijo
en la vida” Para empezar no tengo ganas de
que se vaya, y lo mismo decían de la teta y no
era cierto. Mi hijo no ha llegado a la universi-
dad tomando teta pese a las numerosas pre-
dicciones futuristas, ya no necesita la teta para
dormir y no se despierta durante la noche. Ha
sido pura maduración. Mis hijos tienen la puer-
ta abierta para dormir solos cuando quieran y
se sientan preparados, y para volver a la madri-
guera si lo necesitan cuando quieran. Es una
norma en mi casa con la que todos estamos
felices y de acuerdo.
Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,
periodista y escritora. Jerez (España)
Cuando nació mi hijo mayor y lo traji-
mos a casa, los primeros días él dormía en su
moisés, junto a nuestra cama matrimonial. Des-
pertaba varias veces cada noche, con hambre,
y yo lo alzaba y le daba el pecho, para luego
colocarlo otra vez en su moisés.

Para ser sincera, yo moría de deseos


de colocar a mi bebé junto a mí, abrazarlo y
abrigarlo con mi cuerpo. Tenía tan arraigada la
creencia de que él “debía dormir en su cuna”,
que no me permitía a mí misma ni siquiera
contemplar esa posibilidad.

Hasta que una noche, cuando él tenía


cerca de un mes, desperté sobresaltada y corrí
a su lado, para descubrir que se estaba aho-
gando con su vómito. Aterrada lo alcé y lo ayu-
dé a eliminar los líquidos de su boca. Luego
de unos segundos (los más largos de mi vida)
comenzó a toser y a respirar con normalidad.
En ese instante comprendí que mi bebé nece-
sitaba dormir conmigo, toda la noche, todas
las noches.

Sin duda, mi instinto maternal me alertó


y desperté para ayudarlo, pero no estaba dis-
puesta a volver a arriesgarme.
Cuando nació mi segundo hijo, dos
años más tarde, durmió con nosotros desde el
primer día.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)
YO LE DEJÉ LLORAR
PARA ENSEÑARLE A DORMIR
— “La indiferencia hacia el llanto del niño
creará adultos indiferentes no solo al
dolor, sino a la simple existencia del otro.”

Ferran Grau Codina

Era el año 2004 cuando nació mi hija mayor, mi


primogénita. Como muchos bebés, al irse dan-
do cuenta de que cuando la ponía a dormir en
su cunita se tenía que separar de su mamá, em-
pezó a protestar. Cada vez era más complica-
do conseguir que se durmiera, de modo que
fui a una librería a comprar el famoso libro del
Dr. Estivill. Lo leí rápidamente y empecé con la
puesta en práctica. El libro insistía en la idea de
la perseverancia de los padres: no debíamos
ceder pese a los lloros de nuestros hijos.

Esa fue la parte más difícil. Recuerdo


que un día la acosté para dormir la siesta justo
después de haber tomado la papilla de ver-
duras y empezó a llorar, y a llorar, y a llorar…
Cuando me acerqué para decirle “Mamá te
quiere y te está enseñando a dormir”, mi hija
era el surtidor del lago de Ginebra. Cuando el
vómito cesó, unos ojos rojos de tanto llorar me
miraban suplicantes en medio de un mar de
papilla verde... La cambié y seguí con el mé-
todo: había que ser perseverante. Tras unos
cuantos días de lloros, el método se impuso y
mi hija se rindió. Sabía que su lloro era inútil,
que no conseguiría lo que más ansiaba: estar
cerca de su madre, lo más cerca posible…

Mi mamamorfosis llegó siete años más


tarde, en el 2011, cuando me quedé embara-
zada de mi segundo hijo. Vi un documental
inglés en el que mostraban seis parejas que
acababan de ser padres. Dos de ellas elegían
seguir un sistema de crianza tipo Estivill, otras
dos una crianza con apego y las dos últimas
optaban por un sistema más intermedio. Ense-
guida me interesé por la crianza con apego y
empecé a leer sobre el tema. Me compré, en-
tre otros, el libro “El concepto del continuum”
de Jean Liedloff y se me caían literalmente las
lágrimas mientras lo leía. Tuve que lidiar con
el sentimiento de culpabilidad por haber apli-
cado un método tan drástico y por haberle
arrebatado a mi hija unas vivencias tan nece-
sarias en la primera etapa de su vida. No sé si
será por el método Estivill, por haber sufrido
la separación de sus padres a los dos años de
edad, o porque ya lo traía de serie, pero ahora,
10 años más tarde, mi hija mayor es una niña
tímida, insegura y con una autoestima tirando
a baja…

Del documental citado anteriormente,


no se me olvidará una imagen de una de las
madres que había elegido el sistema de crian-
za tipo Estivill. Había tenido mellizos y a las po-
cas semanas estaba dando una fiesta en casa
con sus amigos. Los niños estaban dormidos
en su habitación y ella, sonriendo, decía: “Por
fin he recuperado mi vida”. Así pues a ti, que
me lees ahora, sólo te pido una cosa; Si te es-
tás planteando seguir ese método, piensa inte-
riormente si lo haces por beneficio de tu hijo/a
o por tu propia comodidad…

Marta, 40 años, mamá de Elsa, Pau y Noa,


directora de un centro de formación,
Valladolid (España)
A pesar de que mi hija mayor durmió
bien desde que nació, tuvo una etapa en la
que comenzó a hacer muchos despertares y,
como estaba de moda, no se nos ocurrió otra
cosa que poner en práctica con ella el famo-
so Método Estivill. Puedo afirmar que desde
la primera noche advertí a mi marido de que
esos llantos, yo no podía soportarlos y que si
continuábamos adelante, me trasladaba mien-
tras a dormir con mi madre. Fueron pocas no-
ches pero horrorosas.

Menos mal que otra vez de forma pro-


digiosa, la experiencia de otros padres que
nos dijeron que a su hija le pasó lo mismo,
que comenzó a despertarse y descubrieron
que era porque se daba con los barrotes de la
cuna, que probáramos a cambiar a una cama.
¡Y mano de santo! Nos olvidamos de Estivill y
su método y Bichito siguió durmiendo como
el ceporro que nunca ha dejado de ser. Por
supuesto que con mi hijo pequeño ni se nos
ocurrió.

Esther, 46 años,
mamá de Bichito y Cangrejito, periodista.
Madrid (España)
Recuerdo el día que aquel desempo-
derador libro entró en nuestras vidas. La des-
esperación te lleva a hacer cosas impensables
que en otro momento, más sereno y descansa-
do, ni te hubieras planteado.

Una pareja amiga vino a conocer a nues-


tra hija, unas semanas después de nacer. Con
mucho cariño y buena intención, ante nuestras
recurrentes quejas de que Abril no dormía, pu-
sieron en nuestras manos aquel libro menudo
de bolsillo titulado: Duérmete, niño, del Dr.
Eduard Estivill. Y es que vivir en la queja es lo
que tiene. El universo confabula con lo que en-
vías y te manda dos tazas de lo mismo. Aquella
misma tarde me lancé desesperada a su lec-
tura. La mente racional aplaudía las recomen-
daciones y explicaciones del doctor porque
parecían salir de la pura lógica. Pero la apa-
riencia encubría un manual sobre la desnatu-
ralización de la maternidad, sin base científica,
donde la parte inconsciente de la educación
que todos hemos recibido, justifica unas reco-
mendaciones basadas en un modelo patriarcal
y conductista del ser humano que perpetúa un
sistema de dominadores sobre dominados:
adulto domina, niño es dominado. La falta de
conocimientos y la confianza ciega, en aque-
llos primeros momentos, en la autoridad mé-
dica, nos hizo sucumbir a la atracción de poner
en práctica aquél deshumanizado método con
la esperanza de que funcionara y Abril durmie-
ra, pudiendo, al fin, descansar.

Decididos y estúpidos, una noche, lo


aplicamos. La peor noche de mi vida en toda
aquella aventura. Dejamos a Abril en la cuna.
Nada más rozar su espalda el colchón comenzó
a llorar. Según el dichoso método no has de ce-
der a su llanto, a sus ruegos desesperados por
sentir tu cuerpo y tu pecho, por sentirse sola,
abandonada. Has de permanecer impasible
hasta que entienda (¡qué absurdo, sólo tiene
unos días de vida!) que a partir de ahora todo
va a ser así. Sus lágrimas me quemaban como
si fueran fuego. Tienes que ser fuerte y no ce-
der a sus chantajes, como si tu hija viniera di-
rectamente desde los más fieros hampones del
crimen organizado. Así que haces de tripas co-
razón y esperas que el insoportable momento
pase pronto y acabe dormida en su cunita. Le
das la mano a través de los barrotes. Estoy aquí,
le dices. No pasa nada, cariño, le repites. Pero
ella te sigue reclamando sin entender qué es lo
que ocurre, por qué está allí, en esa caja con ba-
rras, sin poder sentirte piel con piel.
Luchó como una jabata. Más de hora y
media sin dejar de llorar hasta que la extenua-
ción pudo más que su vital deseo de sentirme
junto a ella. Durante ese tiempo sólo recuerdo
mi propia lucha interna, agarrándome a lo que
el señor Estivill proponía desde el prólogo mis-
mo de su libro: …como padres de recién na-
cidos… todos sueñan con tener un bebé que
duerma de un tirón y no dé problemas y, si le
enseñáis desde el principio, lo tendréis. ¡Qué
equivocada estaba! ¡Cómo si Abril fuera un
Furby interactivo al que yo enseñara a hacer lo
que deseaba en cada momento!

Caímos, su padre y yo, rendidos por el


sueño y por la evidencia. Aquella sería la prime-
ra y última vez que haríamos algo semejante. El
Dr. Estivill y su método no eran para nosotros.
Aquella no era la manera en la que queríamos
criar a Abril. Aprendimos a aceptar cómo era
ella, su manera de estar en el mundo, y fortale-
cimos nuestra intención de seguir a su lado, sin
intentar cambiarla y hacer de ella algo que no
era. Aceptamos que no era un bebé tranquilo,
con facilidad para dormir. Era despierta, obser-
vadora y con el tiempo nos dimos cuenta que
la falta de sueño le permitía aprender a pasos
agigantados, comenzando a hablar con siete
meses y a darnos grandes lecciones con esa
enorme sabiduría que emana de cada uno de
sus poros.

Ahora, desde la distancia del tiempo y


la reflexión producto de la experiencia, releo el
libro y entiendo porqué desesperada e igno-
rante me lo creí. Dos años después, cuando mi
hija comenzó a regular el sueño por sí misma,
cuando su biología así lo consideró, otro libro
llegó a mí en sintonía con lo que sentía hacia
la crianza: Dormir sin lágrimas, de Rosa Jové.
Y entonces comprendí el motivo por el cual
Abril no dormía cómo yo quería que durmiera,
lo que cambió la manera de enfocar la situa-
ción, añadiendo más valor a mi acercamiento a
la crianza natural y respetuosa, que iba empe-
drando el camino de mi maternidad conscien-
te: los bebés no tienen los mismos ciclos de
sueño-vigilia que los adultos y sus despertares
son más numerosos y contundentes, y así debe
ser porque ¡les va la supervivencia en ello! No
se trata de enseñarles nada y menos a base
de ignorarles o limitarles, sino que se trata de
acompañarles respetuosamente, sin forzar, sin
manipular, sin condicionar ningún aspecto de
su desarrollo, entendiendo que son personas,
seres humanos en evolución repletas de po-
tencial, que sí, que son pequeños en tamaño
pero inmensos en sabiduría. Solo has de creer
con firmeza en ellos y en ti misma, creer en
aprender de tu bebé, porque él o ella te van
a ir diciendo cómo tratarle, cómo atenderle y
entenderle. Has de observar sin prisas y sobre
todo regalándote la oportunidad de hacerlo
desde la tranquilidad y la confianza, porque la
naturaleza sabe lo que tiene que hacer.

Marta, 40 años, mamá de Abril.


Almansa, Albacete (España)
EL BEBÉ LLORA
TODO EL TIEMPO,
¿TIENE CÓLICOS?

— “Es lógico pensar que no todos los


bebés lloran por lo mismo, a alguno
tal vez le duela la barriga, pero otro
tendrá hambre, o frío, o calor, y otros
(probablemente los más) simplemente
necesitan estar en brazos.”

Carlos González
Un regalo para toda la vida


Al cabo de tres semanas de nacer Quim, em-


pezó a llorar cada día sin consuelo cuando el
sol se ponía hasta al cabo de unas cuatro o cin-
co horribles horas. No había nada que lo cal-
mara: ni teta, ni chupete, ni tenerle en brazos,
ni masajitos en la barriga...nos sentíamos im-
potentes ante tal situación.
Sus piernecitas se movían y lloraba des-
consolado. Mi marido y yo lo teníamos en bra-
zos, un rato él, un rato yo. Nos turnábamos ya
que era necesario descansar un poco emocio-
nalmente; a veces mamaba un poco pero muy
nervioso; la mayoría del tiempo, no quería.
Durante el día había estado tranquilo, yo tam-
bién parecía calmada. ¿Qué estaba pasando?

Leí mucho acerca del cólico. Todo esta-


ba relacionado con los gases y la falta de ma-
duración de su sistema digestivo. Y sí, seguro
que esto también era lo que pasaba, pero en
mi adentro sabía que había algo más.
Hablando con una conocida-doula, me pre-
guntó: “¿Por qué no lo llevas más en brazos?
Cuélgatelo siempre de la mochila o el foulard”.
Le irá bien ir en vertical y estar más en contacto
contigo. Al principio me agarré a la idea de lle-
varlo encima porque le era bueno ir en vertical
para facilitar la digestión pero al cabo de un
tiempo entendí que lo más importante para su
mejoría había sido el tenerlo tan cerquita de
mí. Fue mano de santo. Y con un poco de ho-
meopatía, en una sola semana dejó de tener el
cólico.
Con el tiempo, entendí que mi hijo ha-
bía sufrido durante su nacimiento, había sen-
tido los bloqueos de su madre y que al nacer,
nuestro vínculo en lugar de hacerse más fuerte,
se debilitó, en cierta manera, se cortó. El cólico
en su caso siempre lo he sentido como la estra-
tegia que tomó para sacar su duelo, su dolor,
su pena y pedirme a gritos que me agarrara a
él, que le quisiera tal como era, que buscara
en mi interior, que me conectara, que me me-
recía y que me había escogido como madre,
que era su madre favorita y que por favor le
quisiera. Era su manera de sanarse y sanarme.
Me alegro que lo sacara para afuera y que no
se lo quedara dentro. Gracias Quim por insistir
en darnos “nuestra” oportunidad.

Pathway, 31 años, madre de Quim y Lluc.


Mallorca (España)

En la primera visita a nuestro pediatra homeó-


pata ya nos recomendó un par de cosas para
los momentos en los que lloraba por las no-
ches: enrollarlo bien en una mantita, mecerlo
y ruido blanco (podéis ver ejemplos en youtu-
be). Comprobamos asombrados que el bebé
se calmaba así. Lo del ruido era sorprendente.
¡La aspiradora lo calmaba!
Realmente me sorprende que aún se
hable de cólicos siendo que ya se sabe que los
bebés pueden llorar por diferentes motivos y
que esa idea de que les duele la barriga no
está nada fundamentada.
Nosotros vivimos pocos episodios que se ajus-
ten a lo que se suele llamar normalmente cóli-
co, quizá fueron un par de noches. El resto de
días el niño solía llorar al atardecer y si conse-
guíamos estar tranquilos y aplicar todo esto, se
calmaba o lo hacía antes. Desde luego, siem-
pre al brazo y en movimiento.

“En Canadá, Hunzinker y Barr demostra-


ron que se podía prevenir el cólico del lactante
recomendando a las madres que llevasen a su
hijo en brazos varios horas al día. Es muy buena
idea llevar al bebé colgado, como lo hacen la
mayor parte de madres del mundo”. Un regalo
para toda la vida, Carlos González, pág.127

Más tarde leí que en otros países no


existe el cólico del lactante… ¡ni la muerte sú-
bita! Son cosas que sólo pasan en occidente,
donde los niños y niñas pasan muchas horas
lejos de los cuerpos de sus madres e incluso
solos en otras habitaciones. Me quedé pasma-
da y ya la decisión de dar mucho brazo y com-
pañía fue más firme aún. Aunque bueno, he de
confesar que no ha sido una decisión racional,
sino algo que nos nacía y que también mi hijo
reclamaba con fuerza. Mi hijo ha dormido mu-
chas siestas, la mayoría, al brazo, hasta hace
bien poco. Es un placer compartido si se sabe
aprovechar. A veces el entorno no lo entiende y
te exige que lo acostumbres a dormirse sólo o
en el carro, la cuna…y, por supuesto, que apro-
veches para hacer cosas, porque claro, no vas
a estar ahí una hora y pico sin hacer nada. ¡En
fin! Ahora que mi hijo tiene un año, le vemos
muy mayor y cambiado. Tenemos la sensación
de que todo ha pasado muy veloz y vemos
como va conquistando su autonomía poco a
poco, a diario. Por eso sabemos que llegará un
día en el que no quiera brazos, o en el que sea
un adolescente y se plante firmemente frente
a nosotros para decir que él es él y no noso-
tros. En ese momento, me gustaría que tuviera
suficiente papá y mamá internos… y confieso,
que también me gustaría haber recibido una
gran dosis de hijo… Por eso, aún hoy, con un
año, disfrutamos de darle todos los brazos que
podemos.
Ainara Soldeinvierno, mamá de Ojos Negros
Saltimbanqui. Alicante (España)
Comenzó cuando Leo tenía una semana y me-
dia de nacido. Un llanto incontrolable que du-
raba de 11 de la noche a 4 de la madrugada,
durante 2 semanas o más vivimos en el límite
de la desesperación. Sucedía a veces durante
el día también, horas de llanto.

Traté de darle las gotas que recomendó


el pediatra, pero Leo seguía llorando. El diag-
nóstico fue: cólicos del lactante. Algo que no
se ha comprobado pues ningún bebé lo ha
confirmado oficialmente, pero que es muy so-
corrido para ese llanto incontrolable que le da
a los chiquitos. De inmediato comenzamos a
investigar, masajes, el método Rubio (que no
hay en México y URGE), cambié por completo
mi dieta, aceites, rituales y cualquier cosa que
sirviera.

Casualmente esas semanas fueron las


más difíciles para mí emocionalmente, estaba
que no me soportaba. Pero de repente cuan-
do empecé a tranquilizarme, a respirar, un día
hablé con Leo y le dije: “¿Sabes? No todo se
trata de mí, tú también la estás pasando mal, y
así no es la vida, así no es como quiero que la
vivas, te amo, tenme paciencia por favor, pro-
meto relajarme”… Esos días comenzó a dormir
mejor. ¡Tal vez encontré la cura infalible para el
cólico del lactante!

Adriana Echandi, 33 años, mamá de Leo.


México.
CONEXIONES NOCTURNAS
CON EL INCONSCIENTE
— “Tu visión se volverá más clara solamente
cuando mires dentro de tu corazón…
Aquel que mira afuera sueña, quien mira
en su interior despierta”.

Carl Jung

En el silencio de la noche, una madre des-


cansa profundamente hasta que, de repente,
abre los ojos.
En su interior, medio adormecida, sabe que
en 3-2-1 su hija va a despertar y, efectivamen-
te, en… 3-2-1 se despierta.

Esta mágica realidad la identifiqué por


primera vez como algo fisiológico, hace ya 4
años, con las primeras veces que di el pecho
a mi hijo mayor a través de la eyección de la
leche y el inmediato despertar del bebé, que
demandaba el contacto y el alimento del pe-
cho.

Asimismo he podido constatar que hay


una realidad directa, estrecha y no por ello
menos misteriosa, que hace que aun despier-
ta, sea capaz de despertar a mi no tan bebé
lactante de 27 meses, con solo pensar en ella.
¿Qué tan poderoso lazo nos une de esta ma-
nera?

La maternidad me conectó con un in-


consciente profundo, desconocido por mí
hasta ese momento y ha seguido enseñándo-
me situaciones que cuando son presenciados
por mi pareja, parecen casi propias de una
ensoñación. Pero no, son reales, tan reales
como que no puedo escribir pensando en
ella mientras duerme, pues la despierto.

Es como si existiese un mecanismo


desconocido que conecta al bebe con el in-
consciente materno, asociado a la sexualidad
materno-infantil e intrínsecamente relaciona-
da con el desarrollo del género humano.
El inconsciente femenino eclosiona en
la maternidad, ¿cómo sobrevivimos sin esas
conexiones no visibles del inconsciente? ¿No
es sino un mecanismo más de supervivencia?
Quizá podría explicarse por la ancestral opre-
sión de la sexualidad materno-infantil en pro
de una sexualidad solo pensada en la satisfac-
ción adulta, provocando que muchas de las
facultades que se desarrollan en la materni-
dad lo hagan también desde el inconsciente.

Zoe Marmat, 37 años,


mamá de Mateo y Marina.
Madrid (España)

El sueño ha sido la parte más delicada de mi


maternidad. Durante 3 años no he dormido
más de 2 horas seguidas ni un solo día. Y esto,
sin duda, es agotador.

Sin embargo, he de decir que mi expe-


riencia con estas largas y oscuras noches, ha
sido muy enriquecedora, ofreciéndome diá-
logos con mi inconsciente o mejor dicho, con
el de nuestra familia y estirpe.

Saber y sentir que mi hija lloraba desde


bien nacida al despertarse porque para ella
era mucho más agradable el plano del más
allá, que el plano físico que compartimos, me
ha hecho ahondar en mi historia, la que re-
cuerdo y la que no recordaba. Gracias a ella,
recurrí a terapia hipnótica y pude volver a ha-
cer conscientes experiencias y momentos de
mi inconsciente que me han ayudado a sanar
algunas heridas.

Para nosotras, la noche es un momento


mágico para la paz y la conexión con esos es-
tados de no consciencia.

Cristina Saraldi, mamá de Cloe,


CEO de Froggies.
Madrid (España)

La noche a través de los sueños era la que me


permitía seguir indagando en mi inconscien-
te. Había momentos en los que deseaba que
los sueños dejaran de acosarme y otros en los
que mi curiosidad por descubrir mi verdad
me hacía seguir adelante y no dejarme ven-
cer. Durante un tiempo escribí todos y cada
uno de mis sueños al detalle intentando en-
contrar esas respuestas. También leía mucho
el tiempo que estaba dando teta sobre todo
los libros de Laura Gutman y alguno de Jung.
Durante la noche me sentía más lúcida, aun-
que al día siguiente acusara mucho esa falta
de sueño. Me sentía muy productiva y crea-
tiva, tenía muchas ganas de volver a escribir,
de escuchar y cantarle canciones a mi hija, de
inventar…

María Sánchez Mateo,


mamá de Gema y recientemente de Elisa.
Cartagena (Murcia)

Si el inconsciente es esa parte de ti mismo


que reacciona, que sale disparada, como un
monstruito rabioso, entonces lo conozco. Ese
que aparece con facilidad cuando llevas mu-
chas noches durmiendo poco. Una actitud
que te posee cuando surge como una som-
bra y te colapsa y a veces te descontrola y te
hace sentir arrepentimiento, malestar, ofusca-
ción…

En mi experiencia de once meses de


maternidad, he tenido que vivir los días dur-
miendo a trocitos. El despertar de mi hija Ai-
tana me desvelaba muchas noches y a veces
su despertar ha sido justo cuando mi sueño
estaba en plena fase profundo. Es ese mo-
mento en el que conectas con una parte des-
conocida de ti porqué el cansancio te vence.
Debes de estar despierto para atenderla y
abrazarla aunque tu cuerpo y tu mente no lo
estén.

En estos meses estoy aprendiendo a


reconciliarme con los aspectos de mi incons-
ciente y a trasladarlos a la consciencia. El
proceso es lento y cuando llega el aviso de la
sombra, respiro profundamente para poder
vivir los despertares con calma y valorar que
el crecimiento de Aitana necesita de tiempo y
mucha paciencia. Antes de que naciera no me
imaginaba que el sueño sería mi punto más
débil. Ahora sé que me supera por completo
y me ha hecho reflexionar sobre lo que creo
más difícil de las primeras etapas de la mater-
nidad; el dormir poco y no dormir seguido.

A mi lado y cada vez más cerca de Aita-


na está Pau, mi pareja. A partir del momento
en el que he empezado a reconocer mi in-
consciente y mi limitación, él se ha unido a las
noches interrumpidas, haciéndose cargo de
Aitana; alguna noche seguida y otras a horas.
Y mi madre que también me ha acompañado
en este recorrido.
Durante el puerperio y después, para
mí ha habido varios momentos de conexión
con el inconsciente. Ha sido un periodo muy
sensible y en el que he dado un espacio de
tiempo para dejar fluir esta unión tan necesa-
ria para crecer como persona y como madre.

Myriam Serrano Bolívar, 33 años,


mamá de Aitana, profesora.
Ventalló, Girona (España)

Mi inconsciente se mostraba claro y transpa-


rente en mis sueños. Cuando finalmente con-
seguía conciliar el sueño, claro, y desconectar
de todo el ruido mental que me acompaña-
ba durante el día, entonces llegaban; sueños
agitados, algunas veces pesadillas, muchos
reflejos de aspectos, emociones y sensacio-
nes que estaba transitando.
Pero lo más impactante para mí, no era
tener esos sueños, era la conexión que tenía
con mi hija a través de ellos.

Poco antes de su primer año, cuando


ella ya tenía un buen repertorio de palabras,
empezó a despertarse en medio de mis sue-
ños agitados. Gritaba “¡No!” o “Mamá, ¡no!”
y luego estallaba en llantos. Como si con mi
sueño turbulento la hubiese molestado y no
la dejara dormir.

Otras veces, lo experimentaba des-


pués de darle teta, tras alguno de sus mu-
chos despertares nocturnos. Como yo sufría
problemas para conciliar el sueño, mi pensa-
miento volvía siempre al trabajo, conectando
con algún u otro caso que estuviese llevando
entonces, hasta que el cansancio me vencía y
conseguía dormirme. Y esas veces, ella tam-
bién se despertaba muy nerviosa y me grita-
ba, con más fuerza si cabe: “¡No!”.

En algunos de esos episodios, su llan-


to era tan amargo, que podía darme cuenta
de la magnitud de la sombra que me estaba
mostrando. Pero no sabía todavía cómo po-
der afrontarla. Recuerdo una vez, en la que
no se calmaba, que empecé a susurrarle en
voz baja casi a modo de prueba. Le dije que
sabía que era yo la que debía relajarme y des-
cansar, desconectar del mundo mental al que
estaba enganchada, pero que no se preocu-
para, como su mamá que era, encontraría la
manera de solucionarlo. Fue como mágico,
al momento se relajó y se quedó dormida. Yo
también.
Y esta certeza tan absoluta de que am-
bas estábamos fusionadas, que éramos uno,
la vivencié con más claridad, algunos meses
más tarde. Una mañana cualquiera, mientras
nos preparábamos para salir, ella empezó a
narrar el sueño que yo había tenido la noche
anterior.

Tal cual lo describió; la playa en la que


estábamos, que ella jugaba con la arena,
¡todo! e incluso nombró las palabras que yo
había pronunciado en mi sueño. No lo podía
creer. Se lo comenté a F., que se mostró incré-
dulo. Debía estar confundida. Pero es que era
invierno, y justo la noche anterior había soña-
do con aquella playa.

Y estos episodios, se siguieron repi-


tiendo. Todos distanciados en el tiempo, pero
siempre tan impactantes. Una vez incluso, se
despertó por completo en mitad de la noche,
se sentó en la cama, y tan tranquila empezó
a narrar mi sueño. Recuerdo que desperté a
F. y le dije: “¡está diciendo lo que yo estaba
soñando ahora mismo!”. No se lo podía creer,
pero era cierto.
No he conocido nunca a ninguna
mamá que haya tenido este tipo de experien-
cias con sus hijos. Una vez, una conocida me
dijo que tenía una amiga que también había
experimentado lo mismo, pero que era “muy
hippie”.

En cualquier caso, para mí estas expe-


riencias eran la prueba irrefutable, que quizás
necesitaba mi mente racional (de la que he de-
pendido tantos años), para introducirme en el
mundo no reconocido de mi inconsciente.

Después de que Sunflower cumplie-


ra tres años, estas vivencias empezaron a ser
cada vez más escasas. Aunque todavía con
cuatro años (cuando ella ya dormía en su ha-
bitación), se ha despertado alguna vez lla-
mándome, justo en el momento en el que yo
tenía un mal sueño (que ya son casi inexisten-
tes) liberándome de la angustia.
La fusión emocional se va desdibujando, pero
todavía está ahí.

Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y


de Leo (n.n.), maestra y blogger.
Mallorca (España)
LA TRANSICIÓN A SU CAMA
— “No existe una edad concreta en la que
los niños deban empezar a dormir solos.
La respuesta correcta a esta pregunta
sería: el niño debe empezar a dormir
solo cuando esté preparado para ello.
El sueño es un proceso evolutivo y lo
idóneo es esperar a que cada niño esté lo
suficientemente maduro como para querer
dormir solo, en su propia habitación. Por
esta razón, debe respetarse el ritmo y las
necesidades de cada niño”.

Mónica Serrano

En nuestra experiencia, nuestro hijo mayor dur-


mió con nosotros hasta los tres años, cuando
notamos que estaba preparado para dormir
solo en su dormitorio. La transición fue suave y
lenta, pero más rápido de lo que imaginé.

Anteriormente habíamos intentado que
él durmiera en su cuarto, pero con claridad nos
decía que no estaba preparado todavía. En-
tonces optamos por respetar y seguir su ritmo.
Poco a poco, cuando él se dormía, lo trasladá-
bamos a su cama, aunque antes le avisábamos
que íbamos a hacerlo. Las primeras noches
me llamaba y pedía volver con nosotros. En
el transcurso de un mes y medio, comenzó a
dormir toda la noche, de corrido en su cama.
Desde ese momento él duerme feliz en su dor-
mitorio en su cama y sólo viene con nosotros
cuando se encuentra enfermo o en noches de
tormenta.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)


Mi hijo de tres años de edad ha cole-
chado conmigo desde el mismo día en que
llegó al mundo. Las enfermeras del hospital se
extrañaban cuando entraban en mi habitación
por la noche y no veían al bebé en la cunita de
metacrilato... Al llegar a casa, mi hijo tomó po-
sesión de mi cama, de la cual mi marido había
emigrado tiempo atrás debido a sus ronqui-
dos. Así pues, un colchón de 1,50 para dos era
más que suficiente.
Cuando nació mi hija pequeña, hace
un año, mi niño siguió compartiendo mi cama,
que se convirtió en una especie de Tetris: uno a
cada lado y yo en medio de los dos adaptando
mi cuerpo al hueco que ellos, en sus continuos
movimientos a lo largo de la noche, me iban
dejando libre. Pasaban los meses y la pequeña
iba adquiriendo más movilidad en detrimen-
to de la calidad de mi sueño, estableciéndose
una relación inversamente proporcional entre
ambas variables. Así pues, decidí hablar con
mi marido para intentar encontrar una solución
que ayudara a mejorar mi descanso nocturno.
Teníamos muy claro que no queríamos echar
a nuestro hijo de mi cama. Queríamos que la
transición fuera suave y querida por él.

Lo primero que hicimos fue preparar


su habitación. Pusimos allí dos camas, pues la
intención inicial era que compartiera habita-
ción con su hermano mayor. La idea de tener
su propia habitación y su camita le hizo mucha
ilusión, y empezó a querer dormir alguna sies-
ta en ella. Por las noches seguía durmiendo
conmigo. Poco a poco fue habituándose a dor-
mir siempre en su habitación, aunque muchas
noches se acostaba en su cama y amanecía en
la mía… De repente, en mitad de la noche, me
despertaban unos pasitos y una voz que decía:
“Mamá, quiero dormir con ti, en tu habitación”.
Todavía ahora hay bastantes noches en las que
recibo la visita nocturna de mi pequeño duen-
decito, al cual acojo en mi cama con agrado
siempre que me lo pide. Y es que, aunque des-
canse peor, la verdad es que me encanta te-
ner a mis hijos cerca, escuchar su respiración y
despertarme viendo sus caritas…

Marta, 40 años, mamá de Elsa, Pau y Noa,


directora de un centro de formación.
Valladolid (España)

Fue muy simple, nunca forzamos la transición.


Hubo un tiempo en que dormimos los cuatro
juntos y no sabía cómo lo haríamos para que
nuestro hijo mayor se fuera a dormir a su cama
en otra habitación, teniendo en cuenta que no-
sotros continuaríamos durmiendo con nuestro
bebé de meses. Me preocupaba y no sabía
cómo hacerlo.

Le preparamos su habitación (sin gran-


des decoraciones) e íbamos a veces a leer jun-
tos o a jugar un rato. Simplemente le creamos
su espacio para cuando se diera la transición.
Pero nunca le forzamos a dormirse en ella. Mi
madre cuando venía a visitarnos, a veces dor-
mía en una de las camas de su habitación. Y
fue una noche en que abuela y nieto se tumba-
ron a leer un cuento antes de dormirse cuando
ella le propuso dormir juntos. Y Quim accedió,
simplemente. Tenía dos años y medio. A par-
tir de ese día siempre ha dormido en su cama
y no se queja aunque sabe que su hermanito
duerme con nosotros dos. Tiene claro que un
día su hermano dormirá con él en la otra cama
y le hace mucha ilusión pero me doy cuenta
que vive con naturalidad el hecho de que to-
davía duerma con nosotros porque “es peque-
ño, mamá”.

Siento que a veces los adultos nos anti-


cipamos demasiado y que lo vemos más dra-
mático de lo que es. Los niños son sabios y nos
indican el camino si no les forzamos y les deja-
mos ir a su ritmo.

Pathway, 31 años, madre de Quim y Lluc.


Mallorca (España)
EL PADRE
¿TENER UN HIJO ES UNA CRISIS
MATRIMONIAL O MUESTRA EL VERDADERO
VÍNCULO DE PAREJA?

— “Dicen que el símbolo chino de crisis es


el mismo que el de oportunidad, porque
cuando se da una crisis puede haber una
oportunidad de cambio y mejora.”

Rosa Jové
Ni rabietas ni conflictos


Perdidos
Al principio estábamos juntos, perdidos, pero
juntos. Viste nacer a nuestro hijo, cuidaste de
mí la primera noche, le alimentaste cuando yo
me sentía incapaz, me trajiste cosas que me
gustaban, para hacerme sentir bien, pediste a
la matrona que nos ayudara. Una vez en casa
dudamos, pusimos pañales del revés, sufrimos
con un llanto que no cesaba y que no enten-
díamos, pasamos noches en vela. Te conté
mi cansancio, mi tristeza, mis problemas para
querer al bebé que habíamos traído al mundo,
mi desorientación, mis ganas de huir, y tú me
escuchaste. No sé si comprendiste, no lo hice
yo tampoco. Pero luego desperté. Empecé a
comprender que Alex me necesitaba entera
para él, cada minuto, cada segundo, de día y
de noche. Lo acepté, y traté de olvidarme del
dolor, del cansancio, de si estaba guapa o fea,
de mí, en definitiva, y me dediqué a él, en cuer-
po y alma. Así aprendí a ser madre. Fue duro,
pero necesario. Tú no lo entendiste, no lo va-
loraste.

Cuanto más cerca me sentía de mi hijo, más le-


jos me sentía de ti. Te eché de menos, mucho.
Te necesitaba, más que nunca, tu compren-
sión, tu apoyo, tu amor. Sabía que, de momen-
to, todo dependía de mí, y que todo mi tiempo
y mi energía debían ser para Alex, y lo asumí,
tan sólo me hubiera gustado que me escucha-
ras, que te sentaras conmigo y me abrazaras,
que me dijeras que lo entendías, y que tuvie-
ras paciencia, como intentaba tenerla yo, a
la espera del día en que, por fin, podríamos
disfrutar de un minuto a solas. Era consciente
de la dificultad de adaptarnos a nuestro nue-
vo papel (a mí también me estaba costando),
de las cosas que dejábamos atrás, de que ya
nada volvería a ser igual, y quise compartir lo
que iba aprendiendo contigo, para que pudie-
ras evolucionar como yo lo estaba haciendo.
Deseaba que me mostraras tu apoyo. Pero tú
querías que todo fuera como antes, me culpa-
bas que no fuese así, huías, te refugiabas en el
trabajo, en los amigos, o en lo que hiciera falta.
Creo que pensaste que me había vuelto loca.
Me ahogaba de tristeza, y de soledad. Toqué
fondo cuando, después de tu breve, y, afortu-
nadamente, reversible enfermedad, pasado el
miedo de saber que podía haberte perdido,
y la angustia de verme sola con un bebé que
aún me necesitaba demasiado, me rechazaste,
me echaste en cara no haber estado ahí, y te
aferraste a una vida que parecía no incluirnos
ni a Alex ni a mí. Jamás había sentido tanto frío.

Buscándonos
Llegué a pensar que ya no teníamos nada en
común. Me pregunté por qué seguías conmi-
go, e incluso si había alguna otra. Dudé de si
lo nuestro seguía teniendo sentido. Sin embar-
go, no me resignaba a decirte adiós, sin más.
Traté de buscar al hombre que había amado
bajo la piel de aquel desconocido en que te
habías convertido. No dejé de intentar trans-
mitirte qué quería, cómo me sentía, por qué
hacía lo que hacía, qué esperaba de ti, con la
esperanza de hallar un punto de encuentro.
No siempre encontraba las palabras, porque
no siempre sabía poner nombre a mis deseos,
razones y emociones, y porque quería hablar
para que me escucharas, no para que te ale-
jaras aún más, aunque a veces no podía evitar
el reproche. Me moría por saber qué te esta-
ba pasando por dentro (tal vez tú también me
echabas de menos, a lo mejor no sabías cómo
actuar, te sentías excluido, rechazado, o tal vez,
simplemente, todo esto te venía grande), aun-
que tampoco se me hacía fácil preguntar, y no
sé si a ti responder, y en ocasiones me cegaba
la rabia, el dolor de que no estuvieras ahí, de
que no me entendieras, de que no me ayuda-
ras, cuando te necesitaba tanto, de que te ocu-
paras sólo de ti. A medida que el crecimiento
de Alex lo fue permitiendo, quise involucrarte
en ese proyecto, la crianza de nuestro hijo, que
yo cada vez abrazaba con más ilusión, aunque
me agotaba, y que no quería que fuese sólo
mío. Y pretendí hacerte saber que me impor-
tabas, dejando, a medida que pude ir recupe-
rando mi espacio, un hueco para tí, para no-
sotros (una cena romántica por San Valentín,
aunque fuera en casa, un atuendo sexy, una
vez que empecé a sentirme, otra vez, a gus-
to con mi cuerpo, un viaje para tres), aunque
no fue sencillo, porque era poco el tiempo, y
mucho el cansancio, y tampoco acababa de
reconocerte aún. A veces me respondiste con
un guiño cómplice, otras, con indiferencia. El
caso es que seguí sintiéndome sola mucho
tiempo, aunque empezaste a acompañarme
a trechos. No acabábamos de hallarnos, pero
llegué a vislumbrar la esperanza.

Encontrándonos
Al fin hallamos las palabras con que comuni-
carnos, y reconquistamos nuestro espacio. Al
fin empezaste a ser, cada vez más, parte de
este proyecto. Al fin empecé, de nuevo, a con-
fiar en tí, porque me lo pediste con el corazón
asomando a los ojos. Al fin descubrimos que
nos queremos, que deseamos seguir estando
juntos, aunque se nos hayan movido los ci-
mientos. Aceptas, creo, a la mujer que ahora
soy, y yo redescubro en ti al hombre que eres,
que siempre has sido, a la persona que ama-
ba, generosa y noble. Comienzo a dejar atrás
el miedo a perderte, a sentir tu abandono. Aún
nos queda camino por recorrer, en lo que es-
pero que sea una nueva madurez, pero creo
que podemos hallar la manera de andar de la
mano. Hoy sé, más que nunca, que te amo.

Pilar S., mamá. (España)

Todavía no soy capaz de entender que una


pareja decida tener un hijo cuando tienen una
crisis, la pareja está rota o ven que su relación
no remonta. ¿Quién les ha dicho que tener un
hijo une más a la pareja? Puede que sea así, a
la larga. Pero a corto plazo es la mayor prue-
ba de resistencia a la que se puede someter
nadie. Literalmente, te pone al límite. Es una
prueba de fuego y creo firmemente que si no
se rompe la pareja, se hace más fuerte.
Recuerdo mi embarazo “sola”. Y lo pon-
go así, entrecomillado, porque estaba rodea-
da de gente. Pero precisamente quien quería
que estuviera, que era mi marido, no estaba.
Ojo, él no cambió nada. Él seguía con su vida
de siempre. Trabajar, deporte, planes con
amigos, planes conmigo, familia… Y siempre
repetía que su vida no tenía por qué cambiar
cuando naciera la niña, que él iba a seguir ha-
ciendo lo mismo, que los niños no tenían por
qué modificarte… Y lo decía muy convencido,
de una manera muy rotunda. Yo al principio le
daba la razón, pero a medida que pasaba el
tiempo y la barriga crecía, empecé a decirlo
con la boca pequeña.

Algo dentro de mí me decía que no,


que nuestras vidas no volverían a ser lo que
eran y que los dos íbamos a ir a velocidades
diferentes, que con un poco de suerte volve-
ríamos a encontrarnos en el camino, pero que
el principio iba a ser duro. Y así fue.

Nació la niña y los primeros quince días


fueron maravillosos. Él estaba muy pendiente
de mí ya que me costó recuperarme como
unos veinte días. Eso sí, siempre me ha exigi-
do que sea más fuerte físicamente, que no me
queje tanto. Cuando la cuarentena pasó, mi
marido volvió a la normalidad, pero yo no.
Yo daba pecho a oferta y demanda, mi
cabeza estaba siempre donde estaba la niña
y durante los primeros dos meses me convertí
en una gata salvaje que no soportaba que se
repartieran a la niña y la llevaran de brazo en
brazo como si fuera un juguete. Mi instinto de
protección se había disparado y mi marido no
me apoyaba.

Para mí fue terrible sentirme tan sola.


La gota que colmó el vaso fue cuando tuve
mi primera mastitis. Unos amigos vinieron de
visita y yo tenía fiebre, que pude controlar con
un paracetamol. Ya eran las ocho de la tarde
cuando empecé a encontrarme mal de nue-
vo y me fui a la habitación. Irene me reclamó
para comer y mientras le daba el pecho mi
pareja enseñaba a sus amigos lo bien (y alto)
que sonaba el equipo de sonido nuevo. Ahí
ya no pude más. Le llamé y le pedí que se fue-
ran, que no aguantaba más. Que se largaran
de casa a cenar por ahí porque yo no me en-
contraba bien. Y cuál fue mi sorpresa cuando
se fueron, incluido mi marido. Por supuesto la
mirada de reproche por no ser buena anfitrio-
na me la llevé.
Esa noche mi marido trabajaba y yo es-
taba sola en casa con una niña de dos meses
reclamándome todo el tiempo y con 39 de
fiebre, quise que me tragara la tierra. Obviaré
la parte en la que llega la discusión para cen-
trarme en ese final en que los cuentos dicen:
Y fueron felices y comieron perdices. Tres pa-
labras mágicas: Se dio cuenta.

Por fin algo en su cabeza hizo clic y se


dio cuenta de que nunca volveríamos a ser los
mismos ni nuestras vidas iguales. Lloró como
un niño, con ojos asustados y manos temblo-
rosas, siendo muy consciente de lo ciego que
había estado, siempre mirando fijamente a su
objetivo de no cambiar, no variar ni un ápice
su vida para demostrar al mundo que los hijos
no te cambian la vida.

Hoy es el día, siete meses después, en


que les dice a sus amigos lo mucho que le ha
cambiado su vida y lo felices que somos. Pero
para llegar aquí ha habido muchas horas de
conversaciones en las que no nos entendía-
mos y en las que, horas después, parecía que
volvíamos a hablar el mismo idioma.
Se pueden dar mil vueltas, pero nunca
perder de vista el objetivo: entendernos a la
perfección para ser un buen equipo.

María de Tour de Coton, 31 años,


mamá de Irene y la perrita Xena,
emprendedora. Pamplona (España)

Y además es una crisis constante. Al menos


en nuestro caso. Yo he pensado en dejar la
relación al menos una vez cada mes. Él que
es tranquilo y respetuoso ha perdido los ner-
vios en más de una ocasión. Y eso que está-
bamos advertidos, lo cual agradezco pues
me ha ayudado a enfrentarlo de otro modo
saber que esta es la verdadera prueba de fue-
go de la pareja. También me ha servido saber
que otras parejas, que parecen muy compe-
netradas, discuten a menudo y fuerte por el
tema de la crianza. Saber esto que le pasa a
más gente, que es habitual, me hace sentir un
poco más normal, menos preocupada por si
he elegido bien al padre de mi hijo. También
me da esperanzas de qué pasará, pues aún
estamos ahí, aunque ya voy viendo la luz.
Al principio, pensaba que todo iría ge-
nial pues teníamos los mismos criterios a la
hora de educar, o eso pensaba, y habíamos
llegado a acuerdos que para mí eran básicos,
como criar al bebé en casa al menos durante
el primer año. Además mi pareja es una per-
sona muy sensible y observadora, atento a
sus emociones y a las de los demás, y con una
muy buena conexión con la infancia. ¡Qué
más podía pedir!

Por eso fue una sorpresa desagradable


cuando llegaron los primeros desencuentros,
que han sido diarios, fuertes. Los he vivido
muy mal, desde esta emocionalidad mía que
ya estaba un poco a flor de piel y ahora es
pura visceralidad animal. Sobre todo, cuando
el niño lloraba, ahí ya enloquecía, no podía
pensar ni hablar, solo actuar. Esto aún me si-
gue pasando a menudo, aunque con una in-
tensidad menor.

Y es que estamos en ondas emocio-


nales diferentes y tenemos necesidades dis-
tintas. Ambos queremos al bebé, pero no lo
vivimos igual. Recuerdo los primeros meses,
cuando mi hijo se despertaba llorando yo me
despertaba de inmediato con la sensación de
que me estaban mordiendo en el estómago
y dolía. Su llanto me dolía, no podía estar im-
pasible, ni seguir dormida como el padre. Por
esto solo ya actuamos diferente y pueden ve-
nir las discusiones.

Pero además es un momento muy deli-


cado para la mamá. Necesitamos apoyo, com-
prensión. Yo necesitaba todo. Que alguien
pensara y decidiera por mí todo. Yo solo sabía
que tenía hambre pero no quería pensar en
qué hacer para comer, quería comer y que-
ría comer ya. Tampoco quería saber nada de
horarios ni organizaciones, con lo que me
gustan. Así que el padre se tenía que ocu-
par de todo esto, además de la intendencia
(compras, limpieza, ropa, etc.) y por supues-
to, de echar una mano con el bebé algunos
ratos para que yo pudiera ducharme, comer
y hacer mis necesidades. Esto había sido un
acuerdo de pareja que tomamos ya antes
del embarazo. Yo trabajaba y él se ocupaba
de la casa, no era una elección, era nuestra
realidad. Después del parto, físicamente me
encontraba fatal y sufría una tendinitis doble
que no me dejaba ni desabrocharme el su-
jetador. Al principio, necesitaba ayuda hasta
para coger y dejar al niño. Esto le generaba a
él más carga de trabajo y a mí más sensación
de inutilidad, de dependencia y de fracaso.
¡Vaya cóctel!

También necesitaba comprensión por


ejemplo para cuando se me olvidaba lo que
me acababa de explicar o no me había ente-
rado, para cuando había olvidado cambiar el
pañal a mi hijo en toda la mañana, para cuan-
do no sabía dónde había dejado algo, etc.
Cualquier reproche me hacía saltar o hundir-
me. Por si fuera poco, además necesitaba con-
tención, abrazos, apoyo en mi estado emocio-
nal… En fin, ahora que lo escribo me parece
que es demasiado para una persona sola y
yo, en mi situación, no era capaz de verlo y no
paraba de pedir y pedir, exigiendo que todo
estuviera a punto, cuando yo lo necesitaba,
porque claro, con un bebé que mama media
hora cada hora, no tenía un minuto que per-
der.

Reconozco que no debe haber sido fá-


cil tampoco para él. Más aún cuando también
su mundo emocional se removió al ser padre
y recordar aspectos difíciles de su propia in-
fancia.
Para colmo, no hay momentos para
hablar, aclarar malentendidos, disculparse…
Mucho menos para la intimidad o el sexo. Un
abrazo (de los de verdad) es un milagro cuan-
do siempre uno tiene a un niño en brazos. El
sexo pasa a ser casi inexistente y claro, eso
también tensa más las cosas, si no es que es
el motivo de la discusión, porque las necesi-
dades son distintas y cómo están los cuerpos
también, sobre todo si hay episiotomía y due-
le. Visitar a una fisioterapeuta especializada
me vino muy bien en este sentido. Pero bue-
no, aún es una asignatura pendiente.

Ahora tengo un poco más de capaci-


dad de ver las cosas con un pelín de objetivi-
dad e intento entender algunos desacuerdos
y, sobre todo, darles el peso que tienen, no
más. Pero esto me resultaba imposible hace
apenas un mes. De momento no lo he logra-
do, ya digo que seguimos a la greña a diario,
pero ya conseguimos que las peleas fuertes
solo sean una vez a la semana o así... ¡todo un
logro!

Creo que ayuda mucho ver que la cosa


funciona, que sabemos ser padre y madre,
aunque nos equivocamos, que nuestro hijo
está bien, feliz. Me da la sensación que ese
asumir que no somos perfectos ni lo vamos a
ser y ese permitirnos los errores (propios y del
otro) tiene mucho que ver con la mayor tran-
quilidad y complicidad que empieza a respi-
rarse en casa.

Ainara Soldeinvierno,
mamá de Ojos Negros Saltimbanqui.
Alicante (España)
PADRES MADUROS,
O INMADUROS…
— “Los varones emocionalmente maduros,
antes de salir a trabajar cada mañana,
preguntan a su mujer: “¿Cómo estás?”, y
¿Qué necesitas de mí, hoy?”. Es sencillo.”

Laura Gutman
La familia ilustrada


A nosotras nos tocó el padre inmaduro. No es-


taba preparado para ser padre, aunque sí feliz
con la noticia. El mayor de 5 hermanos. Criado
por una mujer nada cariñosa y muy dictatorial,
recibiendo golpes desde bien pequeño y un
padre ausente, en todos los sentidos. Una fa-
milia adinerada, en cuestiones materiales, tu-
vieron siempre lo que quisieron y mucho más.
Un niño inquieto con una gran inteligencia al
que siempre apartaron de la casa familiar (fue
el único de los hermanos que fue a un interna-
do durante muchos años). Fue “diagnosticado”
como el problema en su casa, pero nadie se
paró a ver qué le pasaba y el porqué de ese
comportamiento.

En la edad adulta no mejoró mucho la cosa. Fa-


lló en los estudios y en la vida. Aunque cuando
empezamos juntos, comenzó a madurar. Des-
pacito y a su ritmo. Yo no tuve que hacer mu-
cho, nada más que escucharle y darle cariño.

Mucho estrés del que viví en el embarazo fue su


causa. Un carácter muy fuerte, a veces egoísta
y muy poca paciencia. Tenía constantes peleas
con su familia y a mí me pillaba en el medio.

Aunque está de acuerdo en el modo de crian-


za que hemos elegido, no trata de ir más allá,
de sanar a su niño interior y mejorar como per-
sona y como padre.

Nosotros procuramos hablar las cosas, con cal-


ma. Y así poder mejorar. Nos queda un duro
trabajo por delante. Pero estoy segura que lo
conseguiremos, con mucho cariño, tesón y pa-
ciencia.

Pero lo que es cierto es que en él y sus herma-


nos veo de forma clara que el tipo de crianza
que recibimos de niños nos marca el carácter
y la vida por completo. Nos da seguridad o
nos la quita. Por eso estoy cada vez más firme
y segura de que criar respetuosamente es la
manera.

Echando raíces, 28 años, mamá de Flor.


Amberes (Bélgica)

Mi compañero y yo llevamos doce años


paseando juntos por la vida, compartiendo
nuestro amor, pero también nuestras dudas,
superando nuestros miedos, aceptando nue-
vos retos y acompañando a nuestros tres hijos
a crecer de la mejor forma que sabemos: que-
riéndoles un montón.

En su casa son cinco hermanos y en la mía tres,


así que desde siempre hemos tenido claro que
nos gustaría ser familia numerosa. La verdad es
que entre nosotros las cosas fluyen de manera
natural, la mayoría de las veces nos ponemos
fácilmente de acuerdo en casi todo, también
en la crianza de los niños. Él apoya mis decisio-
nes como, por ejemplo, la de hacer lactancia
materna exclusiva durante los seis primeros
meses con los tres. Me ha respetado en todo
momento en mis tres partos y he sentido el ca-
lor de su fuerza y su templanza siempre a mi
lado.

Intentamos mantener el equilibrio, respetar las


opiniones de los dos y buscar la mejor manera
de adaptarlo a nuestra familia. También nos he-
mos equivocado juntos, por supuesto, sino no
seríamos humanos. Pero de los errores vamos
aprendiendo e intentamos siempre buscar so-
luciones con un enfoque positivo, pues desde
el negativismo y la ofuscación no se pueden
construir puentes sólidos.

Él es un padre maduro, responsable, feliz,


motivado por su profesión, que educa con el
ejemplo en casa, que juega con los niños, que
les hace reír, les cuenta cuentos, los baña, los
ayuda a vestirse, cambia pañales, portea al
bebé en la mochila, los acompaña a la cama o
prepara la cena igual que yo. En casa las tareas
no están repartidas sino que las hacemos entre
los dos y, poco a poco, vamos dando peque-
ñas responsabilidades a los niños para que, en
la medida de sus capacidades, nos empiezan a
echar una mano.
Sentirse apoyada y respetada en todo momen-
to por tu pareja, junto con la convicción de que
estáis actuando tan bien como sabéis, forma
parte de la clave del éxito para llevar una crian-
za consciente y crear un hogar feliz para crecer.

Alba Romera, 33 años.


Mamá de Guim, Biel i Iu.
Sant Gregori (Girona)

Yo lo excluí de nuestra nueva situación y creé


un binomio madre-bebé al cual le veté el acce-
so, en mi deseo de protegerlo de aquel torbe-
llino de emociones para las cuales supuse que
no deseaba ni estaba preparado. Pero más tar-
de me hizo comprender que fue un error; que
sí quiso formar parte de todo aquello. Había
sido la consecuencia de mi sentimiento de cul-
pa por imaginar que desestabilizaba su vida
al “obligarle” a tener una hija y por la falta o
ausencia de comunicación entre nosotros. Se
sentía solo, sufrió mucho por este terrible sen-
timiento y se desvinculó de nosotras estando
cada vez más lejos.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia,


enfermera y madre de día.
Murcia (España)
LO QUE YO NECESITABA DE ÉL
— “Entonces toda la compañía, la
comprensión, la ayuda, la disponibilidad
y la empatía que una tribu entera nos
hubiera ofrecido, ahora se concentra en
una sola persona: el padre del niño.”

Laura Gutman
La familia ilustrada


Necesitaba un abrazo maternal, suave, opor-


tuno y esporádico, un apapacho libre de de-
seo, enroscarme en tus brazos y besarnos sin
ninguna intención oculta. Un hombre sin sed
de contención, ya era suficiente lo que tenía
que dar.
Necesitaba un apoyo permanente, un
oído humilde que escuchara los mil proyectos
aunque no se realizaran, una confianza plena y
un libre albedrío ¿Acaso era mucho pedir?

Ale Ja, 28 años, Mama de Mariano.


Monterrey, N.L. México
Presencia. Necesitaba presencia. Desafortuna-
damente el permiso de paternidad es ridículo.
Quince días que se van volando y que muchos
de ellos se emplean en arreglar papeles: ins-
cribir al bebé en el registro civil, solicitud de
tarjeta sanitaria…
Y parecía que él necesitaba todo lo con-
trario, me daba la impresión de que se inicia-
ba una especie de huida que se manifestaba
en la realización de otro tipo de actividades:
gimnasio, quedar con amigos para echar una
partida… y sinceramente pensaba que yo era
la causante de esa huida, sentía que él se esca-
paba de mí para no tener que acompañarme
en mi tristeza.

María Sánchez Mateo,


mamá de Gema y recientemente de Elisa.
Cartagena (Murcia)

Amor y comprensión. Es lo que más he nece-


sitado y necesito de mi pareja durante todo el
proceso de embarazo y lactancia/crianza. Su
apoyo resulta fundamental para mi bienestar
y por lo tanto para el de nuestro hijo. La des-
vinculación en algunos momentos por parte
del padre de mi niño ha supuesto un sobre
esfuerzo por mi parte para intentar cubrir una
parte esencial de esta aventura. Esto acaba su-
poniendo no poder desarrollar mis funciones
a plenitud para con el niño. Es esencial su labor
en mi cuidado por el bien de toda la familia.
Pero él estaba pasando su propia transición
y su propio trabajo personal por lo que com-
prendo que mi camino un vez más tenía que
ser este. Cada día nos hace más fuertes y lo ha-
cemos todo mejor, así que mi sentimiento es
de satisfacción.
Ane, 34 años, mamá de Aquiles.
Guipúzcoa (España)

Necesitaba que me escuchase, que me com-


prendiera y que me diese su apoyo para darme
fuerzas y defender mi manera de entender la
maternidad. Necesitaba, también, que defen-
diese incondicionalmente los intereses del más
vulnerable, mi bebé. Cuando nació mi hija ma-
yor, no siempre fue así. Sin embargo, durante
los años transcurridos hasta el nacimiento de mi
hijo, con todas las experiencias vividas y todo lo
aprendido, ahora sí ha sido así.
Esa es la idea, aprender siempre.

Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.


Barcelona (España)
Yo necesitaba de él que estuviera entendien-
do el proceso en el que nos encontrábamos
inmersos y que atendiera sobre todo mis ne-
cesidades de apoyo emocional y logístico.
Suena frío quizá, pero si cada uno entiende su
rol dentro de la pareja todo marcha mejor. Yo
necesitaba saber que él estaba ahí a nuestro
lado dispuesto para darnos todo lo que nos
iba haciendo falta mientras yo me ocupaba
de maternar. Y eso lo tuve y lo sigo teniendo.

Patricia Estévez-Singerela, 37 años,


mamá de Uma, actriz y diseñadora.
Tenerife (España)
EL PAPÁ QUE APOYA
Y COMPRENDE
— “El padre no tiene que maternar, tiene
que sostener a la madre en su rol de
maternaje”.

Laura Gutman
La familia ilustrada


David fue desde el principio un padre excep-


cional. Aunque estaba tan superado por la
situación como yo, siempre estuvo para aten-
dernos a las dos.

Pudo unir la baja por paternidad a sus vaca-


ciones, así que estuvimos juntos el primer
mes y medio. No pudo ser mejor padre en
esos momentos tan difíciles, cuando tienes
las emociones a flor de piel y te encuentras
agotada por los días previos al parto y supe-
rada por la nueva situación.

Por las noches me obligaba a irme a dormir a


pesar del llanto de Enara, para que estuviera
descansada para la próxima toma. Se queda-
ba con ella durante horas, paseando por el
pasillo, cantando canciones para consolarla.
Incluso cuando tuvo que volver al trabajo lle-
gaba para comer y me decía que me fuera a
dormir o a nadar a la piscina para relajarme. Y
eso a pesar de que la noche anterior hubiera
estado en vela para cuidarnos.

Ha sido mi mayor apoyo frente a los comenta-


rios que tuvimos que sufrir al principio por las
decisiones que tomábamos. En esos momen-
tos yo no tenía fuerzas para enfrentarme a ells
o, simplemente para obviarlos. Pero él tenía
fuerzas por los dos. Y me dio la serenidad que
había tenido durante el embarazo y que se
esfumó de repente tras el parto.

Siempre me ha apoyado en mis decisiones


(lactancia a demanda, coger en brazos a Enara
cuando lloraba, crianza con apego...) y ha sido
parte activa en todas ellas. No he sido yo la
que tomaba la decisión, sino los dos. Eso me
ha dado una seguridad de estar haciendo lo
correcto que me ha hecho ser una mamá feliz.

Silvia, 36 años, mamá de Enara,


gestora comercial de banca.
Muskiz, Bizkaia (España)

Hay hombres que les gustaría ser mujeres, o


mejor dicho, mujeres-madres, para poder te-
ner bebés en su barriga, dar a luz, amamantar
y sentir “lo que siente una madre”. Mi pareja
es uno de esos hombres. Es madre por edu-
cación y elección (no por biología). Con nues-
tra primera hija, él era quien se despertaba
por las noches desde el primer día, al mínimo
ruidito (yo nunca la oía): él me la ponía al pe-
cho, luego la cogía y la ponía en la cuna para
que yo durmiera mejor (soy muy dormilona).
Él la dormía por las noches en brazos (no se
dormía al pecho, probablemente porque pre-
fería los brazos del padre), todas las noches,
horas y horas. Con la segunda, ya me encar-
gué yo un poquito más pero resultó que las
noches eran tan intensas que nos teníamos
que repartir la tarea, hacíamos turnos. Las no-
ches que él ha dedicado a nuestra familia no
tienen precio.
También inventó mil maneras de cocinar y
presentar ingredientes cuando a la mayor le
costaba comerlos. Evidentemente también
juega con ellas, hace pan y galletas con ellas,
helados… Pero estas cosas ya son algo más
comunes que las hagan los padres con las hi-
jas/os.

¿Por qué cuesta tanto compartir el cuidado de


las criaturas por las noches, y los momentos
de la comida, cuando son malos? No importa
quién trabaje fuera de casa o dentro, quién
se levante una hora más temprano o una hora
más tarde, a quién le cunde más el sueño o
menos. Hay muchas maneras de organizarse
para que las noches, que son esos ratos tan
difíciles, se repartan y no sea siempre una
“carga” para la madre.

El papá que apoya y comprende es, para mí,


una mamá más. El papá que comprende no
sólo se pone en el papel de la madre, sino
que “hace de madre”, o de “padre conscien-
te-postmoderno”, asume todo el cuidado y
tiempo de la criatura, y no le pesa, lo hace
porque lo siente. Es difícil reivindicar esto, lo
sé, porque en mi casa, con mi pareja, no siem-
pre todo es perfecto, pero cabe sentarse a ha-
blar y negociar todo lo que puede hacer más
felices a las personas de tu familia.

Montserrat Jiménez Espinosa, 31 años,


mamá de Abril y Lluna,
catalana en Aranjuez (España)

El hecho de ser madre me dio la posibilidad


de revisar mis actitudes y comportamientos.
También de hacerme consciente de los re-
sultados de mis mensajes, cuando mi hija me
los lanza en contextos diferentes. Ese proceso
autocrítico y especial no hubiese podido aco-
gerse con cuidado sino hubiera sido por mi
marido.

Cuando pensaba en el padre que apo-


ya y comprende, no me imaginaba al compa-
ñero que me asiste en las tareas domésticas.
De hecho, yo hago más que él en ese terre-
no. Y es también porque trabajo en casa y me
cuesta mucho coexistir en un espacio desa-
rreglado o falto de belleza. Debo agradecerle
sin embargo, las veces que ha pedido permiso
al trabajo para poder reemplazarme en casa,
si yo tenía una cita importante. O encargarse
de nuestra niña y de otros niños, para que las
MaMis – la asociación que dirijo - pudiéramos
reunirnos y trabajar. Siempre de muy buena
gana y transmitiéndome calma y tranquilidad.
Ch. también ha cambiado mucho en otras fa-
cetas de su vida, ya que yo no soy muy crea-
tiva o atenta en la cocina. Le ha nacido una
pasión por cocinar y experimentar su amor a
nosotras, presentando platos diversos y ex-
quisitos durante la cena, luego de llegar de la
oficina. Y claro, ese mensaje es también muy
conveniente para mi hija, ya que está crecien-
do en un ambiente en donde no es que los
roles están super definidos entre sus padres,
pero le queda claro, que cada quien hace lo
que le gusta y que lo hacemos por placer y no
por obligación.
Pero bueno, mi marido es un excelente
cocinero pero no brilla por su orden y limpie-
za. Su lado maravilloso está en su ser com-
pañero que motiva y valora lo que su mujer
hace. No sé si será un padre muy comprensi-
vo, pero es un marido especial, solo porque
sabe escucharme y mirarme a los ojos.

Marita Orbegoso Alvarez-Orbedelmar, 47


años, mamá de Rosa Linda, maestra y gestora
educativa. Coordinadora de MaMis en Movi-
miento e.V., peruana residiendo en Berlín.
Tener un compañero de viaje en esta
aventura de la maternidad es una gran ven-
taja. Compañeros que no pongan límite a sus
emociones, que se involucren superando los
prejuicios de una sociedad machista que los
condena a la distancia y a la inexpresividad.
En mi caso, descubrir a mi esposo en esta
nueva faceta fue increíble, verlo desbordado
de amor acunando a nuestro bebé ha sido
algo mágico.

En el camino de la maternidad, des-


de la gestación, pasando por el parto y lue-
go la crianza, contar con una pareja amorosa,
comprensiva, que siempre escucha y apoya,
es una garantía para llevar un embarazo con
tranquilidad y para vivir los cambios del puer-
perio sostenida y tomando decisiones con
otro totalmente involucrado. Las dudas se
resuelven entre dos, se argumenta, se busca
información, sabiendo siempre que comparti-
mos el mismo objetivo: el bienestar de nues-
tro bebé. Los temores se comparten y las car-
gas se reparten, todo es más llevadero.
Sajid (mi esposo) ama a su hijo con locura, y
Gabriel le responde de igual manera, es her-
moso verlos intercambiar miradas, risas, bal-
buceos.
No sé si para transitar el camino hacia
una maternidad consciente es fundamental
que vaya de la mano de una paternidad cons-
ciente, en mi caso creo que sí. No sé si estan-
do sola pudiera tener el tiempo y el espacio
para reflexionar sobre mis prácticas, no sé si
este hombre increíble no estuviera a mi lado,
yo pudiera siquiera estar aquí escribiendo es-
tas palabras para compartir.

Laura López González, 32 años, mamá de Mu-


hammad Gabriel, psicóloga.
Buenos Aires (Argentina)
EL PAPÁ QUE SE SIENTE
EXIGIDO Y SUPERADO
— “La maternidad y la paternidad expresan
al máximo el altruismo. Si un varón
es maduro y no necesita alimentarse
emocionalmente a sí mismo, sabe que
puede involucrarse en el hecho materno a
partir del sostén y la ayuda hacia la díada
mamá-bebé”.

Laura Gutman
La familia ilustrada


Somos diferentes, no somos iguales. Segu-


ramente los cambios que mi cuerpo ha ido
sufriendo durante los 9 meses de embarazo
han influido en que yo sea la madre que soy.
Estoy convencida que mi empeño en ofrecer
la lactancia a demanda a mis hijas, ha hecho
que yo sea la madre que soy. Puede que las
horas que de pequeña invertía en jugar con
mis muñecas, me hayan ayudado a ser la ma-
dre que soy.
Él no ha vivido lo que yo he vivido, y ser padre
le venía grande. Cuando nació mi segunda
hija, pasamos por una crisis muy gorda, por-
que con la primera podía, yo podía con todo
pero con la segunda no. Tuvimos que buscar
el equilibrio de nuevo.

Papá está superado, papá se aburre


con sus hijas, no quiere jugar con ellas (bue-
no un ratito sí, una horita de vez en cuando,
pero más de eso es puro aburrimiento). Papá
no quiere ir al parque le parece el anti plan,
pero tampoco quiere ir a bares porque sus hi-
jas lloran y se quejan todo el rato.
Papá quiere que mamá le haga caso,
quiere que le siga mimando como antes,
quiere que esté descansada, alegre, que ha-
ble de música y cine. Papá, se siente solo y se
aleja, se va a jugar al futbol, al pádel y cocina
siempre que puede. Se refugia en sus hob-
bies, porque no sabe hacerlo mejor. Imagino
que tiene muchas heridas que curar, aunque
no sea consciente de ello, y eso le bloquea su
capacidad para empatizar con sus hijas.
Papá está superado, porque está can-
sado, necesita dormir 8 ó 9 horas al día para
funcionar.
Papá estaba superado, el camino es
muy largo y hemos conseguido volver al equi-
librio, y escucharnos y entendernos el uno al
otro, como compañeros y como padres.

Mamá Ciruelina 36 años, mamá de Ciruelina


Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)

Exigir que los demás hagan lo que haríamos


nosotros es un error. ¿Por qué? Muy fácil, por-
que ni hemos tenido las mismas experiencias,
ni los mismos aprendizajes y muchísimo me-
nos la misma forma de entender la vida.
Algo que siempre le digo a mi marido es que
no tiene empatía, que no sabe ponerse en el
lugar del otro. Pero de tanto como lo repito,
me convierto en la persona menos empática
del mundo “yo no duermo ni tres horas segui-
das”, “yo estoy todo el día con la niña y tú pue-
des desconectar”, “yo, yo, yo…”. ¿Qué consigo
con esto? Pues la misma respuesta: “yo me le-
vanto a las cinco de la mañana”, “yo trabajo
también los fines de semana”…
Somos egoístas por naturaleza y cuando es-
tamos saturados con nuestra rutina tendemos
a reprochar al que tenemos al lado. Yo la pri-
mera.
Hoy es el día que entiendo que no puedo exi-
girle lo mismo que yo haría. Primero porque
la que ha llevado dentro a nuestra hija soy yo.
Mi instinto, sobre todo al principio, era mucho
más salvaje y de protección que el suyo, que
podría decirse que era inexistente. Más bien
estaba descolocado, no sabía por dónde le
venía el aire… Y no lo digo como un despre-
cio ni muchísimo menos. ¡Al revés! ¡Debe ser
dificilísimo tener de repente un hijo! Los pa-
pás, por mucho que nos vean engordar, no lo
tienen dentro, sus hormonas están intactas,
no sienten el dolor o el sufrimiento del parto
y lamentablemente, tampoco sienten la felici-
dad inmensa al alumbrar por fin al bebé.

Creo que nos obsesionamos tanto con la


igualdad que no nos damos cuenta de que es
imposible ser iguales. Cada uno, hombres y
mujeres, tienen un papel en la paternidad y
nuestro objetivo no debería ser la igualdad,
sino ser complementarios, como un puzzle,
como el ying y el yang.

Si hubiera entendido esto cinco meses antes,


nos hubiéramos ahorrado algunas discusio-
nes, pero nos hubiese faltado el aprendizaje.
Hoy puedo decir que amo a mi marido y que
amo mi familia, que luchar por ella hace que
sea un tesoro para mí.

María de Tour de Coton, 31 años, mamá de Ire-


ne y la perrita Xena, emprendedora.
Pamplona (España)

¿Puedo yo como madre-mujer ponerme en


los zapatos de un hombre-padre? Lo cierto es
que no, por mucho que lo intentemos la pa-
ternidad se escapa a nuestro entendimiento,
de igual manera que el hombre-padre pue-
de llegar a vislumbrar lo que siente una ma-
dre, pero nunca sentirlo de la misma manera.
No hablo de que uno ame más al hijo que el
otro, ni mucho menos, el amor no se mide ni
se compara, simplemente se siente diferente
porque somos personas distintas.

¿Cuánto me costó llegar a esta conclusión?


Hablamos muchas veces del tipo de educa-
ción que queríamos para Erik, mucho antes
incluso de ser concebido ya sabíamos que
queríamos colechar, porque compartir el
nido los tres era importante para nuestro cre-
cimiento como familia. No hizo falta hablar de
la necesidad de respeto hacía el bebé que ve-
nía, ambos sabíamos que los gritos, golpes e
insultos no entraban dentro de nuestra forma
de ser, ni mucho menos lo aplicaríamos con
nuestro hijo.

¿Entonces qué ocurrió? ¿En qué mo-


mento papá se sintió superado? Los meses
previos al parto me preparé para ser madre,
mientras mi marido se preparaba para el día
del parto. Era curioso, aquello que para mí era
un proceso natural para él resultaba el Everest
de la paternidad, lo cierto es qué papá siem-
pre tuvo miedo a la sangre, por no hablar de
sus traumáticas experiencias hospitalarias. A
menudo se preguntaba en voz alta si sería ca-
paz de acompañarme en el proceso, papá no
tenía miedo al después, solo a ese instante.
Cuando llegó el momento nada salió como
esperábamos, tras veinticuatro horas con bol-
sa rota Erik seguía sin querer salir y mi cuerpo
ajeno al momento del parto, muy a nuestro
pesar y al de mis matronas terminamos en
cesárea, respetada, pero cesárea. Papá debía
esperar en la sala contigua para hacer piel
con piel, pero en el último momento le entró
el pánico y se marchó en busca de mi madre.
Finalmente lo encontraron y pudo esperarme
como nuestro bebé pegado al pecho a que
yo saliese de quirófano, pero algo ocurrió
aquella noche, nunca se habla de la depre-
sión post-parto del padre ¿existe? Lo cierto es
que mi marido la vivió, entró en shock al ver a
nuestro hijo, no podía dejar de decir que no
se lo creía, pero aquella noche no se quedó
en el hospital y los siguientes días hacía la vi-
sita del médico. No fui consciente en aquellas
primeras semanas que papá se evadía con
excusas para no coger a Erik, le costaba inte-
ractuar con nuestro hijo, lo observaba desde
lejos con miedo incapaz de acercarse y asu-
mir su papel como padre.

Mi crisis vital no ayudó a que mis dos


hombres creasen vínculos, me centré en mi
hijo olvidando a mi marido, esperando que él
tomase las riendas de su paternidad y se unie-
se a la simbiosis que Erik y yo habíamos crea-
do. Pero en lugar de ocurrir lo que yo ansiaba
pasó todo lo contrario, papá se alejó cada día
más. Los meses pasaban, Erik lloraba en sus
brazos y esto no ayudaba a que mi marido se
siéntese padre, cada vez que el niño rompía a
llorar me lo devolvía corriendo con la excusa
de que me necesitaba a mí y no a él. Me en-
contré sola, sola dando de mamar en la ma-
drugada, con un hombre al lado que dormía
a pierna suelta, sola cambiando pañales, pa-
seando, bañando a mi pequeño.

Cuando quise darme cuenta estába-


mos a años luz, yo me sumergía cada día más
en mis cambios, en las necesidades de mi
bebé y en la nueva vida como familia que es-
tábamos creando. Mientras que papá se ale-
jaba en silencio, añorando una etapa que yo
ya había dejado atrás. Leía sobre esos padres
que se funden con su hijo y mujer, que apo-
yan, respetan, que forma ese cincuenta por
ciento tan necesario, la realidad en casa era
muy distinta, yo cargaba con todo mientras mi
marido buscaba a los amigos para salir y pa-
sar el menor tiempo en casa. Erik crecía con
la figura de un padre extraña y silenciosa, yo
callaba, papá ignoraba todo lo que ocurría en
casa o al menos esa era mi sensación. Llegué
a plantearme que quizás se arrepentía de ha-
ber traído a nuestro hijo al mundo, lo cierto
es que ambos crecimos sin padre y de algún
modo aquella figura nos era tan ajena que
no sabíamos cómo encajarla en el papel de
nuestra nueva vida.

Me sentí desbordada hasta que tuve


el valor de sentarme con él para hablar del
tema. Tenía miedo de escuchar aquello que
no quería oír, la relación se había desgasta-
do tanto que sentí que aquella conversación
traería una ruptura segura. Papá me explicó
que no sabía cuál era su papel en la familia,
el suyo traía dinero a casa y desaparecía, has-
ta que un día no volvió. Y él sin darse cuenta
había seguido aquel modelo que tanto había
odiado, convirtiéndose en una persona que
no quería y en una figura paterna lejos de la
que había imaginado. Al principio fue el mie-
do a perder su libertad e identidad, después
no supo cómo formar parte de esa unidad
madre e hijo que habíamos creado. Recuer-
do que me miró angustiado preguntándome
¿cuál es mi papel en esta familia si nuestro hijo
solo te necesita a ti y conmigo llora? Aquella
era la pescadilla que se mordía la cola, papá
pasaba poco tiempo con Erik y nuestro hijo
se sentía extraño en sus brazos por lo qué llo-
raba, aquellos llantos hacían que mi marido
evitase coger al niño y se alejase cada día más
de nosotros. Fueron muchos días de charlas,
discusiones, enfrentamientos y juegos de
egos que no nos llevaban a nada. Yo exigía
su presencia, pero a la par reconozco que no
le dejaba ser él, cada rato que pasaban jun-
tos me lo pasaba indicándole como debía
dar de comer al niño, así no, mejor asá, dale
la vuelta, está cansado, tiene sueño….Cono-
cía muy bien a mi hijo, pero su padre no, a
mi parecer nunca acertaba y yo tenía que ir
indicándole como hacer las cosas. Me ponía
nerviosa ver la poca capacidad de mi marido
para entender a nuestro hijo, eran ya meses
los que llevaba con nosotros ¿cómo no sabía
su padre lo que le gustaba? Nuestro día a día
era un mar de quejas, me quejaba porque no
me ayudaba con el niño, porque no sabía ba-
ñarlo, porque cuando intentaba involucrarse
no lo hacía como yo esperaba, por sus sali-
das, entradas, su falta de interés. Por no estar,
por estar y hacerlo mal, por dejarme sola en el
hospital cuando tanto le necesitábamos, por
querer seguir llevando la vida de antes, por
no sentir como yo sentía aquel vínculo, por…
tantas cosas.

Fue una buena amiga la que ayudó a


romper este círculo vicioso de exigencias por
mi parte y pasotismo por la suya. Me invitó
a salir una tarde solas, como hacíamos an-
tes, aquella no era solo una tarde, debía ser
la primera de muchas, me insistió en buscar
tiempo para mí al menos una vez a la sema-
na, buscar mi espacio y mi tiempo. Me excusé
diciendo que papá no sabía cuidar de Erik,
entonces me dijo que los dejase solos, segu-
ramente la primera tarde Erik lloraría y papá
acabaría histérico, pero las siguientes tardes
irían creando el vínculo. Así lo hice, marché
con el corazón en un puño dejando atrás dos
caritas que me observaban desde el umbral
de la puerta como si me fuese a la guerra. La
primera tarde papá quiso colgarse del pino
más alto, pero la segunda ya se atrevió a ba-
ñarlo solo y a la tercera a salir por primera vez
a la calle con nuestro hijo. Durante aquellas
tardes aprendí a morderme la lengua, mi ma-
rido nunca haría las cosas como yo esperaba,
él era otra persona con sus costumbres y for-
mas, Erik aprendió que con papá las cosas son
de una manera y con mamá de otras. Comen-
cé a pedir ayuda sin exigencias, a comentar
cada paso que íbamos dando con mi marido,
ofreciéndole la oportunidad de integrarse en
la educación, tomando decisiones conjuntas,
dejándolo ser padre a su manera. Comprendí
que él también estaba aprendiendo a ser pa-
dre, yo que he tenido una madre consciente
tenía a mi alcance todas las herramientas ne-
cesarias que me habían enseñado a conocer
desde niña, pero él de padre ausente debía
trazar su propio camino.
Es cierto que a papá se le olvida llevar
pañales o la bufanda cuando salen a pasear,
que a veces tiene que pararse a comprar la
merienda porque se le olvidó en casa, que
cuando Erik llora son los brazos maternos los
que le consuelan. Pero poco a poco yo fui de-
jando ese espacio padre-hijo, observándolos
desde la distancia aprendí que finalmente
ellos solos eran capaces de crear su víncu-
lo. Papá es más divertido, te hace volar has-
ta el cielo, te enseña a tirarte desde el tobo-
gán solo, papá pone música cañera y enseña
a pintar con pincel, papá deja la cámara de
fotos sin miedo a que se rompa, papá es un
amigo y compañero. Papá puede llegar a ser-
lo si mamá deja ese espacio, si deja se exigir
y entiende que ser padre es duro, no hay un
cordón umbilical que una, no hay nueve me-
ses de conexión, su relación comienza el día
del parto y aún hoy la sociedad deja al padre
de lado, la figura del padre no tiene sentido o
eso es lo que nos quieren hacer creer, pero si
el padre lucha por ser ese cincuenta por cien-
to la familia se fusiona y caminan a la par. Pero
si ellos no consiguen encontrar el camino
para crear el vínculo es nuestro deber abrir la
senda y permitir que sean ellos mismos, con-
fiando en que si hubo confianza y amor para
crear un nuevo ser, también debe haberlo
para criarlo juntos.

Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik.


Barcelona (España)
EL PADRE AUSENTE
— “A veces, ante el hecho concreto de
que no hay varón, resulta más sencillo
encontrar apoyos alternativos. Porque
la madre se sabe a sí misma sola. Si
reconoce su soledad, puede pedir ayuda.
Por otra parte, la sociedad la considera
como madre sola. Y ofrece lo que tiene.”

Laura Gutman
La familia nace con el primer hijo

Ahora, a los 4 años de mi hija, puedo decir


que ser mamá soltera no es fácil pero tampo-
co es imposible. Hasta tiene sus beneficios.
Al principio no lo vi tan claro. Ir camino a ser
mamá con un papá ausente fue duro y triste.
Tuve que aprender a dividir mis miedos, mis
duelos, mis angustias. Por un lado, tuve que
resignarme a no estar más en pareja. A hacer
mi duelo como mujer y al mismo tiempo ha-
cer mi duelo como mamá de una bebé que no
tendría a su papá presente. Los primeros me-
ses de embarazo fueron difíciles. Los meses
del medio fueron más estables. Al momento
de nacer la beba, la mezcla de emociones me
invadía. Pero desde el primer segundo hubo
algo mágico que me inspiró a seguir. La luz
de mi hija irradió desde la noticia de su llega-
da. Me dio fuerzas y una nueva visión. Me hizo
consciente y más autocrítica.

La última vez que mi ex se contactó


conmigo estaba embarazada de dos meses.
Desde allí no tuve más noticias. Decidí no for-
zar nada. Me hice cargo de mi decisión de se-
guir sola y él se tendría que hacer cargo de
su decisión de no estar. Pero no me compete.
Que yo hiciera lo mejor que pudiera depen-
dería el bienestar de mi hija. En ese camino
sigo: doy lo mejor de mí para y por ella.

Mariflor, 32 años,
mamá de Mirulina, emprendedora.
Buenos Aires (Argentina)

El papá de Sofía (nuestra bebé) se mantuvo


ausente durante el embarazo, sin embargo se
hizo cargo de los gastos médicos y de mis ne-
cesidades básicas. Me depositó puntualmen-
te cada quincena. De igual forma, cuando na-
ció siguió estando presente de esa forma.
La fue a conocer y visitó durante un par de se-
manas, para luego volver a huir. Al principio,
y con todas las necesidades de Sofía y mías,
me fue muy difícil entender su postura, no en-
tendía por qué me apoyaba económicamen-
te pero era incapaz de ayudarme, de frecuen-
tarla con mayor regularidad, cuando además,
aquellas visitas la cargaba y le decía palabras
bellas, cargadas de amor. Me generaba enojo
e incertidumbre.

Mi familia y personas cercanas desa-


probaron su actitud, y yo también en un prin-
cipio. Estar enojada con él era parte de mi
zona de confort pese a que estaba consciente
de que mantenerme en ese estado me causa-
ba conflictos emocionales y a Sofía también.

La terapia a la que asisto de constelaciones


familiares me abrió un panorama completa-
mente nuevo y distinto a mis creencias y so-
bre lo que en mi familia era válido. Era válido
odiar a los hombres, y no reconocer ninguno
de sus atributos ni contribuciones. Tuve que
desarrollar mi benevolencia, mi gratitud y mi
aceptación de que él hacía lo mejor que po-
día, y que no estaba listo para hacer más, para
verla, para vincularse de otra forma más que
aportando dinero.

Indagando en su historia familiar, a través de


conversaciones con su madre, de manera
compasiva vislumbré que la depresión que él
vive es lo suficiente fuerte como para impe-
dirle estar aquí, que no puede estar disponi-
ble, y que al igual que yo, está lidiando con
sus propios demonios, con el rechazo de su
madre, con la infancia que le tocó y en la cual
sufrió del descuido de los adultos. Sólo así
capté la verdad detrás de su huída, lo percibí
como un humano imperfecto como yo.

También tomé mi parte de responsabilidad


en el asunto: que lo conocí, me enamoré y
al poco tiempo nos embarazamos y yo estu-
ve de acuerdo, pues tenía ya deseos de ser
mamá. No puedo negar que ha sido difícil,
que hay días en que deseo tener un poco más
de tiempo para mí, para ir a una clase de Yoga
sin tener que hacer malabares para encontrar
con quien dejarla unas horas, o contar con al-
guien que llegue del trabajo y con quien pla-
ticar sobre cómo estuvo el día. Me ha dolido
ver en los parques a padres con sus hijos y
saberme en una situación distinta. He llorado
su ausencia, al principio como pareja y padre,
ahora sólo como padre. También me ha he-
cho falta esa persona con quien compartir los
logros de Sofía y que me reconozca los míos.
En ese aspecto aun sigo resolviéndolo y la pe-
sadez continúa aunque cada vez es menor.
Cuando me siento triste por criar a mi
hija en soledad, me recuerdo una frase que
leí hace tiempo “el Universo siempre te da lo
que necesitas para evolucionar, no más, no
menos” y así es. Cuando la concebimos yo es-
taba segura de que quería criarla con apego,
estar para ella en total disponibilidad durante
los primeros años, sin tener que trabajar, para
brindarle el apego y seguridad emocional
que requiere.
Hoy Sofía tiene 9 meses, y el papá ha estado
con ella menos de 10 veces. Sigo recibiendo
dinero y gracias a ello no me he visto en la
necesidad de trabajar y dejarla en guardería
o al cuidado de alguien más. Me ha costado
mucho agradecer esta circunstancia, enten-
der que así es como debe ser, por lo menos
ahora.
Isabel, 27 años, mamá de Sofía, artista plástica
de pancitas sagradas (México)
EL PUNTO DE VISTA DEL PAPÁ
— “Las mujeres solemos confundir apoyo
emocional hacia nosotras mismas con
ayuda concreta en la crianza del hijo. Pero
son dos situaciones bien distintas. Una
madre que recibe apoyo puede apoyar a
su vez al niño. Una madre desemparada se
ahogará en un vaso de agua y reclamará
desde la soledad cualquier cosa, en
cualquier momento, sin lograr nunca
quedar satisfecha. Esto provocará el
desconcierto del varón, que ya no sabrá
qué hacer para tranquilizarla.”

Laura Gutman
La familia nace con el primer hijo


Ser padre, es algo que siempre había tenido


en mente, pero nunca me había planteado
cuando sería el momento, solo sentía que era
algo que ocurriría en mi vida…
Ni por asomo me podía imaginar lo que su-
ponía en realidad… Es una experiencia sin re-
torno… Afortunadamente.
En los primeros meses de embarazo,
ni siquiera era consciente de la cuenta atrás
que se había iniciado, de la vida que venía en
camino y de cómo transformaría el pequeño
mundo que habíamos construido en pareja…

Veía que en Patry se estaba produciendo una


revolución, tanto física como mental, y aun-
que en todo momento sentí que era algo de
los dos, era en su cuerpo donde estaba ocu-
rriendo y yo parecía un espectador, sabiendo
que algo grande iba a ocurrir pero sabiendo
también que seguía siendo un espectador…

En todo el proceso del embarazo ella


se leyó muchísimos libros, páginas, Blogs, y
demás, y a medida que iban pasando los me-
ses iba preparando su cuerpo y su mente, te-
nía muy claro que quería un parto natural y
se esforzaba por mentalizarse ¡y estar fuerte!
Eso me hacía sentir muy orgulloso de ella y
admirar su valentía, y autodeterminación… Es
una luchadora.

Cuando estábamos en el paritorio, quizás fue-


se el momento en mi vida en el que más aco-
jonado he estado y aunque tenía plena con-
fianza en Patry porque se había preparado a
fondo para ese momento, sentí que solo po-
día esperar y agarrar fuerte su mano para que
supiese que estaba allí pero sin poder hacer
nada más… ¡Y eso me aterraba! Cuando vi la
cara de Uma y hasta que cogió el primer so-
plo de vida y empezó a llorar, a mí se me ha-
bía parado literalmente el corazón….

Algo que me resultó muy curioso los


primeros días de tener a nuestra pequeña en
casa era que cuando me acercaba a ella para
darle un beso y olerla parecía como si estuvie-
se recibiendo una descarga de vida y de amor
con una fuerza como jamás lo había sentido,
ahí empecé a entender que ser padre no se
puede explicar, tienes que vivirlo.

¡La vida nos cambió! Es algo que te di-


cen pero que no llegas a creer…
Y en mitad de ese huracán de sentimientos,
aprendizaje, descubrimientos, reflexiones,
pañales e insomnio en el que me sentía más
vivo que nunca y más cansado de lo que re-
cuerdo, iban pasando los meses y nuestro ca-
chorro crecía y se nos caía la baba…

El primer año se pasó volando, y son


tantos los cambios que se van produciendo
en esa pequeña personita que cuando me
quise dar cuenta ya estaba dando sus prime-
ros pasos… También recuerdo que fue una
etapa en la que se puso a prueba nuestra re-
lación, aunque ahora siento que nos hizo más
fuertes, más generosos ¡y más conscientes de
la decisión que habíamos tomado!
Desde muy pequeña nuestra hija ya mostraba
tener un carácter especial, una personalidad
muy marcada, y cuando empezó a hablar ya
nos lo confirmó. Se planteaban nuevos retos
en esta segunda etapa de la crianza, el prime-
ro, empezar a darte cuenta de todas las cosas
que haces que decías que no ibas a hacer...
De cómo cosas que ves en ella y que no quie-
res que haga son el reflejo de ti mismo… Y
suma y sigue…

Tengo la suerte de que mi pareja y yo


vemos el mundo de una forma muy parecida
y tenemos claro cómo queremos educar a
nuestra hija, aunque no siempre somos capa-
ces de llevarlo a cabo como nos gustaría. Pero
seguimos empeñados en conseguirlo….
En estos tres años y medio que lleva-
mos embarcados en esta aventura sin prece-
dentes, puedo asegurar que es lo más intenso
que he experimentado y que no me imagino
en estos momentos como sería mi vida sin ha-
ber escogido este camino….

Iago, 36 años, pareja de Patricia Estévez,


papá de Uma. Tenerife (España)
SUPERAR EL DESEQUILIBRIO
EN LA PAREJA
— “El amor de la pareja es algo real y tiene
unas coordenadas y hay que ubicarlo con
algo grande, pero que depende de cómo
cada uno lo trabaje y lo cuide y lo cultive.”

Enrique Rojas
El amor: la gran oportunidad


A pesar de su amor incondicional y de su apo-


yo en todo momento, he de decir que siem-
pre he notado el desequilibrio entre nosotros,
como padres. Yo siempre voy por delante in-
formándome, conversando, leyendo acerca
de todas las etapas que vamos superando y
las que están por llegar, y siempre sugiriéndo-
le que se lea y reflexione sobre tal o cual cosa.
En estos momentos, por ejemplo, en que mi
hija mayor está en la preadolescencia a mí me
sirven muchísimo las reflexiones de pedagó-
gos como Maite Vallet o filósofos como J.A.
Marina, para entender que la adolescencia
puede ser una etapa maravillosa.
Siento que el ritmo lo marco yo y la voz que
más se oye, es la mía. Es verdad que hay re-
conocimiento por su parte y quiero creer que
esta situación responde más a una forma de
ser que a una dejación de responsabilidades.
Yo suelo tener un criterio más claro y además
soy mucho más vehemente a la hora de expo-
nerlo, sin embargo, a veces ocupo parte de su
espacio como padre y eso nos trae muchos
problemas.

Esther. 46 años. Mamá de Bichito y Cangrejito.


Periodista. Madrid (España)

Desde el nacimiento de nuestra primera hija


hasta aproximadamente los dos años de ésta,
pasamos un infierno emocional (coincidiendo
con mi depresión postparto no diagnostica-
da). Llegamos al borde de la separación.
Comenzamos a ver la salida del túnel al em-
pezar a hablar de nuestros sentimientos.
La comunicación salvó nuestro matrimonio.
Fue al tocar fondo cuando empezamos a ex-
presar, aceptar y comprender sentimientos.
Tomamos las riendas y enmendamos la si-
tuación. Sabíamos que éramos los mismos y
nuestros sentimientos como pareja estaban
ahí aún.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia,


enfermera y madre de día.
Murcia (España)

Cuando una mujer se convierte en madre el


marido deja de tener sentido, el hombre se
convierte en un cero a la izquierda, es olvi-
dado porque ya no es necesario. ¿A quién
se le ocurrió tal patraña? Estuve escuchando
esta frase desde que decidimos ser padres,
lo peor es que mi marido se lo creyó a pies
juntillas. Ninguno de los padres con los que
hablaba le dijeron que ser padre es tan im-
portante como ser madre, que es una pieza
clave en la familia, no solo el Señor que trae el
sustento a casa, porque eso era antes y esta-
ba mal, porque ser padre es mucho más que
contemplar desde la lejanía como crecen tus
hijos. Reconozco que cuando llevas una vida
ajetreada y sin un minuto para tomar aliento
encajar la maternidad-paternidad es quizás
más duro que cuando eres una persona pa-
ciente y tranquila. Reconozco que las madres
tenemos la suerte de ir creciendo con el bebé
que se gesta en nuestras entrañas, que debe
ser duro no sentir ese amor que nace en el
mismo instante de la concepción, pero me
niego como persona a creer que un padre,
que un hombre como persona es incapaz de
sentir ese amor puro, infinito y verdadero que
solo se siente por un hijo, por dos, por tres,
por los que sean.

Me remonto a lo antes descrito en este


libro, en cada uno de mis puntos, en la prepa-
ración emocional durante el parto, en la tris-
teza de la llegada a casa sin tribu ni ayuda, en
el shock que sufrió mi marido al convertirse
en padre, en la soledad entre cuatro pare-
des, en todo el proceso de crecimiento que
sufrimos ambos por separado y a destiempo.
Porque mientras yo me dirigía hacía la luz, co-
menzaba un nuevo proyecto y me sumergía
superando mis miedos en mi maternidad au-
gurando una nueva vida que me hacía feliz.
Él, mi compañero, mi mejor amigo, mi socio,
mi amante, mi camarada y mi marido retroce-
día a la adolescencia como los cangrejos. No-
sotros, que habíamos caminado de la mano,
levantándonos el uno al otro, animándonos,
corriendo, llorando, amándonos, sufriendo,
riendo, soñando, luchando unidos. Nos veía-
mos separados por la obra más perfecta que
habíamos traído al mundo, nuestro hijo. Qué
injusto, no fue Erik quién nos separaba, éra-
mos nosotros que como personas adultas e
individuales caminábamos por distintos sen-
deros, madurando a destiempo hasta perder
el camino a casa.

Un hijo no une o separa a la pareja, es


la pareja quién pierde el norte y deja que la
relación se marchite, sea por la razón que sea
la culpa es solo nuestra, de ambos, pero no
del fruto del amor, no de los hijos. Ellos son
meros espectadores de una pareja que se
rompe porque es incapaz de sentarse a ha-
blar o de llegar a un acuerdo. En nuestro caso
fue la falta de comunicación, esa que antes
fluía se topó con un muro de incomprensión,
porque yo quería que él me entendiese y él
necesitaba que yo comprendiese. Tú por mí,
yo por ti, al final cada uno barría para su lado
de la casa exigiendo que el otro se pusiera en
sus zapatos y a la conclusión que llegamos
es que lo mejor era que cada uno tomase
su camino por separado, porque juntos nos
resultaba imposible seguir. Yo añoraba mi
tierra, quería criar a mi hijo en las montañas,
aquella ciudad donde vivíamos no era la mía,
me sentía extraña, sola, olvidada. Él no sabía
cuál era su papel en la familia, se perdió en
la idea de qué yo ya no lo necesitaba, en que
mi hijo y yo formábamos una unidad donde él
no tenía cabida, sentía que ya no le amaba y
yo le recriminaba que ya no me quería. ¡Qué
absurdo! Pero era así, cada uno soñábamos
con un modelo de vida que no correspondía
con lo que necesitaba el otro. Lo más fácil era
romper con todo, pensamos que aquello era
lo mejor para todos, nuestro hijo no se me-
recía crecer en una ambiente viciado donde
su madre lloraba y su padre se escapaba por
no saber cómo afrontar aquella situación. Lle-
gamos hasta la puerta del abogado y allí nos
derrumbamos, durante meses fuimos dos ex-
traños, los besos dolían por las palabras no
dichas, cada uno se montó una película sobre
el otro, éramos incapaces de entendernos. Lo
peor es que aún nos amábamos, sí, lo peor,
porque si ya no hay amor todo es más fácil,
pero nosotros seguíamos sintiendo las mari-
posas en el estómago, solo que se nos olvidó
reírnos juntos.

Nadie nos dijo que la pareja también


pasa por un proceso de cambio, que el puer-
perio es para ambos, que dos almas que se
han unido pueden sentirse dispares cuando
un hijo viene a la vida. Nadie nos explicó que
hay parejas que pasan por esta fase y que si
luchan son capaces de afrontar esto y todo
lo que venga. Es más fácil romper con todo,
pero esa ruptura significaba perdernos no
solo como familia, sino como pareja y todo lo
que habíamos formado hasta ese momento.
Nos costó medio años darnos cuenta de que
teníamos un problema, otro medio año llegar
a la conclusión de que aquello que nos ocu-
rría no era tan irracional, pero lo más doloro-
so fue el proceso de cambio por separado, el
ser conscientes de que podíamos vivir sepa-
rados, pero no queríamos, no podíamos y no
nos daba la gana. ¿Entonces cómo lo hace-
mos?

Fue sorprendente lo que ocurrió cuan-


do buscamos momentos a solas, nos pasá-
bamos horas hablando de lo que sentíamos
como cuando nos conocimos. Lo que mi ma-
rido pensaba no era tan diferente a lo que yo
llevaba meses guardando, aquella sensación
de estar desubicados, aquellas exigencias
auto impuestas eran las mismas, desde distin-
to ángulo acabamos siendo conscientes de
que ambos pasábamos por el mismo proceso
y que durante aquella crisis en lugar de apo-
yarnos como habíamos hecho siempre op-
tamos por separarnos. Podría decir que nos
tocó enamorarnos de nuevo, nos queríamos
con el alma pero la pasión se había apagado
entre noches sin dormir, cambios de pañal y
salidas de dientes. En una de esas salidas a
solas me dijo algo que nunca olvidaré, “debe-
mos aprender a amar a la persona en la cual
nos hemos convertido, pero sobretodo amar-
nos el uno al otro como los adultos-padres
que somos ahora, si conseguimos superar
esto podremos con todo lo que nos venga”.
Durante aquel proceso de autoconocimien-
to y aceptación aprendimos a que debíamos
hablar sin miedo, no hablo de miedo a los
reproches del otro, sino a nosotros mismos.
Sincerarme ante él y reconocer que estaba
sintiéndome superada me aterraba, pero a él
le ocurría lo mismo.

Después de todo era mucho más fácil


apoyarnos el uno en el otro y caminar jun-
tos, permitirme caer, errar como persona era
necesario, pero sobretodo hacerle entender
que necesitaba que en aquellos momentos
fuese mi muleta, porque la mujer que siempre
se sostenía sola ahora era incapaz de hacerlo,
aunque él insistiese en qué yo era la piedra
angular de la familia, necesitaba que se hi-
ciese cargo y asumiese su responsabilidad.
Fueron meses duros, meses en los que al fi-
nal del túnel solo veíamos oscuridad, segura-
mente porque nos equivocamos de camino,
poco a poco nos fuimos reconduciendo has-
ta volver a juntar nuestras manos, sostener la
familia, avanzar a la par, aprender a esperar
al otro, a levantarlo, a guiarlo en la oscuridad
y comprender que veníamos de educaciones
diferentes, que hasta la fecha poco habían im-
portado y que ahora responsables de nuestra
propia familia debíamos crear nuestras pro-
pias reglas, nuestra propia vida deshaciéndo-
nos de los miedos del pasado, descargar la
mochila de nuestra infancia nos permitía via-
jar ligeros y centrarnos en el futuro que que-
ríamos darle a nuestro hijo.

Hay días buenos, días en los que rom-


períamos con todo para marcharnos a la otra
punta del mundo, días en los que nuestra vida
nos parece perfecta, días que nos amamos,
días en los que no estamos de acuerdo en
nada. Pero sobretodo cada día hay más días
en los que estamos felices juntos, volvemos a
reírnos, mucho, como antes. Erik nos mira al
vernos abrazados, se ríe cuando nos acurru-
camos en el sofá para besarnos y recordarnos
que nos queremos, pero sobretodo nos mira
con ese amor de ver a sus padres unidos, feli-
ces y juntos. Seguramente vengan más crisis,
muchas más, superarlas o no depende noso-
tros, y si hay amor siempre hay esperanzas.

Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik.


Barcelona (España)
MADURAR COMO PAREJA
Y COMO FAMILIA
— “Un cambio de perspectiva trae un
cambio en los sentimientos.”
Enrique Rojas
El amor: la gran oportunidad


Somos una pareja joven. Con joven me refiero


a reciente. Que se quiere mucho. Que no se
esperaba un hijo. Llevábamos menos de un
año juntos cuando un bebé llamó a nuestra
puerta. Así que teníamos mucho que madurar
en nuestra relación.
Los dos tenemos un carácter fuerte. Y los dos
estábamos recuperándonos de un periodo
anterior muy negativo en nuestras vidas.
Discutíamos mucho. No nos conocíamos lo
suficientemente bien.
Pero la verdad que muchas peleas eran por
entender mal las cosas. Yo soy española pero
él aunque sus padres son españoles, y habla
perfectamente español en ciertas ocasio-
nes el no usarlo de manera adecuada nos ha
dado lugar a buenas discusiones. Además al
ser bilingüe a veces sin darte cuenta traduces
cosas que en otro idioma puede resultar algo
completamente distinto.

En cuanto me di cuenta de eso, hemos


mejorado mucho. He tratado de poner más
atención y adaptarme un poco más a su ma-
nera de hablar. Y aunque todavía hay mucho
que mejorar vamos poco a poco.

Además él estaba acostumbrado a te-


ner muchas horas para él. Estaba enganchado
a un montón de series americanas que veía
semanalmente. A parte de vez en cuando se
enganchaba a un juego de la play station o al
ordenador. Al nacer el bebé esas horas que
él tenía para sí mismo, se reducen drástica-
mente. Lo que ha dado lugar también a varios
conflictos que hemos solucionado ponien-
do unos días en semana para hacerlo. Com-
prender que ahora hay otra personita ajena
a ti más importante que tú y tus necesidades.
Para algunos hombres a veces es más difícil
de asimilar, puesto que nosotras los llevamos
dentro y van creciendo en nuestro interior.
Como pareja todo se resiente. No te-
néis la misma paz y tranquilidad de antes,
para hablar y pensar con claridad. Los pri-
meros meses el cansancio hace mella. Mayor
irritabilidad, peleas absurdas... Todo se hace
más difícil pero todas esas etapas pasan y es
cierto que los días son largos y los años son
cortos. Los niños crecen muy rápido y esas
etapas más difíciles pasan y siempre llega la
calma. Hay que aprender de los errores y que
eso nos lleve a mejorar como personas.

Echando raíces, 28 años, madre de Flor.


Amberes, Bélgica

Nuestro camino como madre y padre no ha


sido muy accidentado, pero sí muy emocio-
nante, lo más emocionante de nuestras vidas.
Los dos supimos, con naturalidad, que quería-
mos a esa criatura cuando descubrimos que
yo estaba embarazada. Supimos que que-
ríamos que naciera en casa, en la calidez y el
refugio de nuestra casa. Supimos cómo que-
ríamos criarla, ya desde antes de que naciera.
Creo que desde el principio nos tomamos la
maternidad y paternidad como una aventura,
como un universo que se abría para que lo
descubriéramos por nosotros mismos. Qui-
zás ahí esté la clave de todo lo que ha venido
después, de nuestro proyecto Esto no es una
escuela: quizás esta ha sido la primera vez
en nuestras vidas en que hemos sentido que
podíamos tomar las riendas de una parte tan
importante de nuestras vidas, que el camino
se bifurcaba, que había que tomar decisiones
y posicionarse, que no cabía la posibilidad de
dejarse llevar por la corriente.

Esto ha supuesto una necesidad de autoco-


nocimiento enorme, de bucear en quiénes
deseamos ser y cómo queremos que sea
nuestra vida, individualmente y como pare-
ja. Por supuesto, también como familia, por-
que el rumbo de nuestras vidas es conjunto,
nos apoyamos mutuamente. Siento que más
que una pareja nos hemos convertido en un
equipo, y que nuestra familia es un proyecto
a construir cada día, mediante la escucha y el
diálogo, la imaginación y el trabajo continuo. 
Nuestra madurez viene del descubrimiento
de que somos autores de nuestra vida. De que
es necesario apartarse de las cosas que no
nos ayudan a ser felices, a crecer como perso-
nas. Que eso es una decisión impostergable,
que no puede eludirse con excusas. Siempre
se puede vivir de forma más consciente, más
cercana al corazón, a la intuición, al deseo. Es-
tamos en busca de eso. No dejamos casi nada
al azar en esa búsqueda, el tiempo pasa y no
podemos permitirnos desperdiciarlo, hay que
ir a por eso que ansías porque mañana puede
ser tarde.

La madurez viene también por la enorme res-


ponsabilidad (y a la vez alegría) de ser madre
y padre, de desear con todas nuestras fuer-
zas la felicidad de nuestra hija, de observarla
cada día y entender, desde su propia mirada,
sus necesidades. Es fundamental en este pro-
ceso que estamos haciendo quitarnos el ro-
paje del adulto, tratar de ver el mundo desde
los ojos de la niña o niño que es nuestra hija
o hijo, y entender sus razones, que no son las
nuestras, porque vienen directas del corazón.
 
Diana de Horna, 42 años, mamá de Jara.
Santa Cruz de Tenerife (España)

Alguien me dijo una vez que si un matrimo-


nio superaba el primer año con un hijo, po-
dría superar cualquier cosa. Al principio no lo
entendí. Hasta que lo viví. La llegada de Júlia
a nuestra familia ha sido lo mejor que nos ha
pasado en la vida, pero nosotros también he-
mos estado ahí.
Y es que todo lo que se vive con la llegada de
un bebé es de tal intensidad emocional, que
sumado muchas veces al cansancio, se con-
vierte en una bomba de relojería constante.
Además, la crianza respetuosa y con apego
que nosotros hemos elegido para criar a nues-
tra hija supone una importante renuncia tem-
poral a nuestros propios ritmos (sobre todo
los de la madre y desde ahí los de la pareja),
con lo que los cambios son aún más grandes
y más duraderos en el tiempo.

Como muchas parejas, nosotros hemos


pasado nuestros momentos de cansancio, de
duda, de presión, de diferencia de creencias/
opiniones y de distanciamiento emocional y
físico lo mejor que hemos sabido y que he-
mos podido.

Ahora sabemos que todo pasa, y que


durante los momentos difíciles es mejor man-
tenerse lo más tranquilos y centrados posible,
y tener presente la certeza de que todo pa-
sará con el tiempo, y que todo, por su propia
naturaleza, tenderá a un nuevo equilibrio.
Ha sido un largo e intenso viaje del
que, gracias a nuestro amor y a nuestra cla-
ra decisión de continuar juntos, hemos salido
más grandes, más ricos, fortalecidos.

María Mamolar López, 36 años,


mama de Júlia.
Getxo-Bizkaia (España)
CRIANZA
DE HIJOS
PEQUEÑOS
CRIANDO EN BRAZOS
— “Para el bebé, estar en brazos de su
madre es el lugar esperado, en lo más
recóndito de su ser sabe que es su
lugar, y lo que experimenta mientras
está en brazos es aceptable para su
continuum, satisface sus necesidades
actuales y contribuye adecuadamente a su
desarrollo.”

Jean Liedloff
El concepto del continuum
El mejor regalo que me hicieron con mi pri-
mera hija fue el pañuelo portabebés o ban-
dolera. Cuando todavía estaba embarazada,
amigas con bebés, me decían que no tenían
tiempo ni para ducharse, y yo pensaba que
eran un poco exageradas, pero en cuanto na-
ció Naya y no me podía separar del sofá, sin
tiempo apenas para ir al baño (por cierto, la
mayoría de las veces la llevaba conmigo, sólo
me faltó aprender a ducharme con ella en
brazos…), me di cuenta que razón tenían.

Como soy una persona muy activa, en ese mo-


mento, me acordé que ese trozo de tela de 5
metros que me habían regalado podía empe-
zar a hacer su uso, así que a partir de ahí mi
hija todo el día en mis brazos, feliz de la vida,
su mamá que no podía parar quieta, igual de
feliz. Podía hacer cosas por la casa, meditar,
hacer Yoga, ir en metro, ir a por la compra, ju-
gar con tus otros hijos, llevarles de la mano,
hasta ir a recoger setas, comerme unas pipas
en el parque…

Así que bendito pañuelo y benditos los bra-


zos de la mujer fuertes para sostener y amar a
nuestros hijos.
Y a las palabras ajenas: “no le cojas tan-
to que se acostumbra”, les respondo: “eso es
lo que busco, que se acostumbre a mi olor, a
mi calor y a mi amor.”

Hansmuk, 37 años, mamá de Naya e Iris, pro-


fesora de educación física y kundalini Yoga.
Madrid (España)

He criado y crío a mis dos hijos en brazos por-


que así me ha salido de las entrañas. Los he
cogido, acurrucado y estrujado cada vez que
ellos lo han pedido y cada vez que yo lo he
sentido. Me ha dado siempre igual ese dicho
tan estúpidamente popular “si lo coges lo vas
a malacostumbrar”, primero porque no he
consentido dejar llorar a mis hijos ante su pe-
tición de que los cogiera, y segundo porque
me he dado cuenta rápido de que, antes de
lo que te crees, ya quieren correr solos y esa
etapa se esfuma.

Afortunadamente una valiosa exten-


sión de nuestros brazos a nuestra disposición
son los portabebés. Desde que los conocí me
enamoré por completo. Fulares, meitais, mo-
chilas, bandoleras...Cualquier cosa para tener
a mis bebés (o niños más mayores) cerca, al
alcance de mis besos.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

No hay mejor forma de criar. De nuevo las im-


posiciones externas desde que el niño nace
para que lo sueltes donde sea: cuna, carro,
hamaca, los brazos de la vecina, una guarde-
ría… me parecen una intromisión violenta en
nuestra naturaleza como madres. Decir que
un niño se “malacostumbra” a los brazos de
su madre es tan absurdo como decir que un
pez se malacostumbra al agua. Un niño ne-
cesita estar en brazos biológicamente y por
derecho. Recuerdo que a veces mi padre
me preguntaba con sana curiosidad cuando
mi hija era más pequeña: ¿siempre llevas a
Claudia en brazos? Y yo le contestaba “Sí, y lo
hago con premeditación y alevosía”. Y es que
¿por qué razón voy a renunciar a lo mejor? Es
una pena que se desconozca el buen arte del
porteo, es una clave para darle la vuelta al día
a día con hijos, y hacer la crianza más fácil.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)
El fular me observaba. Lo había com-
prado desde el embarazo. Decía “nubecita”
porque cuando no sabía el nombre de mi
nena así la nombraba: nubecita, mi pedacito
de cielo. Julieta tenía pocos días de nacida…
iba a ir a registrarla. ¿Usarlo? Se me hacía una
tarea difícil, ¡no es igual que ensayar con un
peluche! Pero abordé el asunto. La tomé en
mis brazos y con mucho cuidado la fui colo-
cando, acomodando su cuerpo entre la tela
del fular. ¡Qué comodidad viajar así!

Por supuesto el mundo del porteo también


era nuevo para mí, ni siquiera sabía que exis-
tía el término. Fui descubriendo amarres, te-
las, modelos. Y fueron cambiando conforme
Julieta fue creciendo. Ella no conoció la ca-
rreola, no le gustaban; ni a mí. Yo podía ir y
venir, hacer o no hacer y ella cerca y feliz.

Marleen Berlanga Avilés, 35 años,


mamá de Julieta, actriz.
México D.F.
LA VUELTA AL TRABAJO
— “El trabajo asalariado que es un modo
de trabajo que consagra esta forma de
existir en la que la mujer y la maternidad
no tienen cabida.”

Casilda Rodrigáñez

Los planteamientos mentales en relación al


trabajo antes del embarazo, durante y des-
pués son variables como las estaciones del
año… y si, además, tienes varios hijos la per-
cepción puede ser hasta opuesta con uno u
otro y se multiplican los sentimientos encon-
trados. Esta es una de las muchas consecuen-
cias de la acción alteradora de la maternidad
sobre las mujeres.

Recuerdo que estando embarazada del


primer hijo pensaba la de cosas que haría du-
rante una baja maternal “tan larga” y ¡con tan-
to tiempo libre! ¿No decían las revistas para
padres que los bebés duermen unas 16 horas
al día los primeros tres meses? La realidad me
golpeó duramente y, tras una vertiginosa baja
maternal, me incorporé al trabajo cansada y
confundida, pero aliviada. Ser madre prime-
riza es agotador y no me dejó tiempo más
que para aprender la técnica de cuidar a un
bebé. El cansancio, cierta frustración por no
tener tiempo para mí misma y la añoranza de
mi vida anterior me hicieron volver al trabajo
con ganas de recuperar mi mundo perdido,
aunque luego descubrí que eso ya no sería
nunca posible...

Cuando una madre reflexiona sobre la


vuelta al trabajo tiene en cuenta una larga lista
de consideraciones: la necesidad económica
de ingresos, el miedo a perder el puesto de
trabajo, las consecuencias de una posible re-
ducción de jornada, el deseo de retomar los
proyectos laborales, la opinión de la pareja y
del resto de la familia, la percepción social y
cultural en nuestro entorno, la delegación del
cuidado de nuestro hijo, etc. Sin embargo, la
pregunta más importante que cada madre
debería hacerse es: “¿qué deseo hacer real-
mente?” Algo tan esencial como escucharnos
profundamente para tomar la decisión que
más feliz nos haga, puede llegar a vivirse con
un gran sentimiento de culpabilidad y sufri-
miento.

Según el momento vital de cada ma-


dre el planteamiento es distinto, pero algunas
madres vuelven al trabajo sintiendo un des-
garro emocional al separarse de su bebé. En
muchos casos no pueden permitirse reducir
sus ingresos, pero es difícil reconocer que,
en ocasiones, no tenemos el valor de acep-
tar una pausa laboral, plantear una reducción
de horarios o, incluso, un cambio de vida.
Romper con lo establecido, o con lo que se
espera de nosotras, no es fácil. Esto nos pue-
de llevar a tomar decisiones racionales que se
opongan a las de nuestros sentimientos y son
especialmente dolorosas tras la maternidad
pues es una experiencia que abre las puertas
a nuestra parte emocional, dejando al cora-
zón especialmente expuesto y sensible. Por
otro lado, quedarse al cuidado de los hijos es
una decisión que puede también atormentar;
sentir que no cumples tus propias expectati-
vas laborales, que te autoimpones el cuidado
de los hijos o el sentimiento de dependencia,
pueden llevar a vivir con angustia esta deci-
sión.
Por si fuera poco, las expectativas que
se tienen durante el embarazo respecto del
hijo se transforman con su llegada y, por tan-
to, no debería vivirse de forma negativa adap-
tar las decisiones a los cambios y aceptar su
evolución en el tiempo, ¡claro que se puede
cambiar de opinión! En este escenario, la
vuelta al trabajo tras un segundo hijo puede
plantearse inicialmente de forma similar al
primero, pero muchas madres nos sorpren-
demos viviendo esta realidad de forma muy
distinta, llegando a cuestionar nuestras emo-
ciones profundamente.

En mi caso, conociendo ya la práctica


de criar a un bebé y aceptando que mis pro-
yectos podían esperar, me volqué, sin más
expectativas, en criar amorosamente al nuevo
recién nacido dejándome sorprender por su
amor. Cuando llegó el momento de reincor-
porarme al trabajo sentí en mi interior que no
deseaba separarme de mi hijo, pero solo es-
cuché a mis propias explicaciones racionales.
La vuelta fue traumática y dolorosa.

Afortunadamente, la vida me dio un


tercer hijo con el que viví de forma distinta a
los dos anteriores mi maternidad; no mejor,
simplemente como la mujer diferente que era
en ese momento. Al fin escuché a mi corazón
que me pedía una etapa más larga junto a
este nuevo ser.

Marta García RN, 39 años, mamá de Jaime, Da-


niel y Guille, ingeniera agrónoma.
Madrid (España)

Después de la alegría de la materni-


dad, llegó el momento de volver al trabajo,
cuando mi hija contaba sólo con 6 meses.
Una gran tristeza se adentró en mi corazón,
me sentí engañada y perdida.

Sin entender muy bien por qué un mes antes


de incorporarme, cada vez que pensaba en
la separación, se me caían las lágrimas, ¿por
qué me costaba tanto separarme de ella? La
dejaba con su padre, seguro que estaría bien,
me repetía.

No era tan fácil como me lo habían contado,


hasta ese momento sólo había oído tú ve a
trabajar que estar en casa con los niños es
muy duro, ¿Y dejarla? Eso sí que fue duro, por
qué eso nadie me lo había contado.
Llegó el día, me sentí obligada a empezar a
trabajar, era mi deber pensaba, quería seguir
siendo independiente económicamente. Me
levanté para ir a trabajar, la amamanté antes
de irme, y empecé a llorar, salí de casa y se-
guía llorando, cogí el tren y no podía parar de
llorar, ¿por qué estoy llorando si la volveré a
ver en unas horas? Aun así seguí llorando has-
ta llegar a mi puesto de trabajo.

Pasaban los días y mi hija no comía ni


dormía hasta que yo llegaba, me sentía fatal y
mala madre, ¿cómo era capaz de levantarme
y dejarla cada mañana? ¿Cómo no pensé en
la posibilidad de pedirme una excedencia?
En ese momento me di cuenta que el mundo
laboral estaba hecho para y por los hombres,
vivía en una sociedad patriarcal, y hasta ese
momento ni había reparado en ello, había es-
tado viviendo asumiendo roles masculinos.
Empecé a cuestionarme y hacerme miles de
preguntas, ¿Quién soy? ¿Qué es ser mujer?
¿Cómo encaja una mujer en un mercado la-
boral hecho para y por los hombres? ¿Cómo
trabaja una mujer? ¿Cómo quiero criar y edu-
car a mis hijos? ¿Cómo quiero vivir?...Para
contestar a todas estas preguntas tenía que
empezar por mi propio autoconocimiento.
Y esta experiencia me ha llevado a que-
rer encontrar la manera de poder trabajar en
femenino, y poder compaginar el trabajo y la
maternidad, sin que esta sea un impedimento.

Alexandra, 39 años,
mamá de Alegría y Sonrisas.
Mallorca (España)

La vuelta a una parte de tu vida, a una parte


de una tú que ya no existe. Justamente me he
reincorporado esta semana, ha sido toda una
experiencia, he estado fuera casi un año, he
vuelto y todo sigue igual, menos yo.
Lo primero que hice antes de empezar a tra-
bajar fue la reorganización familiar, pensar
qué horario me iba mejor, cómo nos podía-
mos combinar mi pareja y yo para cuidar a la
pequeña y si teníamos apoyo de la familia y
en qué nos podían ayudar.

En nuestro caso, los abuelos trabajan y


no se pueden quedar con Maia, tuvimos que
pensar en llevarla a la guardería, tantas veces
que dije que mi hija no iría nunca… Así es la
vida, nunca digas nunca. Mi horario es de 8h a
13h, entro un poquito antes para salir justito y
poder ir a buscar a la pequeña a la guardería,
comemos todos y pasamos la tarde y la no-
che juntas. Mi pareja levanta a Maia, la viste, le
prepara el desayuno y la lleva a la guardería,
ella está allí de 9.30h a 13h.

Lo segundo que estoy haciendo es


adaptarme a este mundo racional y muy poco
animal, yo estoy muy emocional y muy instin-
tiva, soy una mamífera, y me cuesta a veces
concentrarme durante mucho tiempo, tengo
poco interés en las conversaciones superfi-
ciales y triviales de los compañeros, mante-
nerme en la superficie de las relaciones y no
gritar tengo una hija preciosa en medio del
despacho.
Pienso que el nivel de conexión entre madre
e hija, o hijo, durante el primer año de vida,
aparte de emocional es muy físico, a mí me
sale leche del pecho cuando pienso en Maia.
Lo tercero que estoy haciendo es descubrir-
me, conocerme nuevamente, para poder
realizar mi trabajo de la mejor manera. Soy
educadora social y mediadora, mi ámbito de
actuación es infancia y familias en riesgo de
exclusión social, me encanta mi trabajo pero
desde que soy mamá me estoy dando cuenta
de que hay cositas que me cuestan un poqui-
to más hacer, tengo algunos casos de negli-
gencias, violencia, abusos… y conecto con mi
hija y eso hace que me vuelva aún más justi-
ciera de lo que ya era, e intente ser una su-
perhéroe para salvar al menor, cuando sé que
eso no es bueno, ni me hace ningún bien. He
de aprender a gestionar estas situaciones.

Sobre el trabajo me gustaría decir, que


cada mujer encuentra su momento para vol-
ver, pero hablar de una baja maternal de 16
semanas, no tiene ningún sentido. Yo creo que
deberíamos tener un año de baja cobrando el
sueldo completo, sabemos de la gran impor-
tancia de la vivencia de los primeros años de
vida para el desarrollo feliz y sano de la per-
sona, y el papel que desempeña la madre y el
padre en estos años, por lo tanto creo que no
hacen falta más argumentos de los que ya hay
para defender este derecho que debería ser
universal.
La imagen de la mamá ejecutiva, que lleva la
casa, y que tiene un bebe precioso y feliz es
ficticia, no somos superwomans ni lo preten-
demos ser, queremos ser y disfrutar de lo que
somos, madres y mujeres que trabajan.

Thais, 25 años, mamá de Maia, educadora


social. Deltebre, Cataluña (España)
Lo primero que pensaba era: ¿termi-
nará mi producción de leche? Miles de botes
aguardaban en el refrigerador y en el conge-
lador. Preparar a Julieta para aceptar el bibe-
rón…tratar de acumular más y más leche. El
kit vuelta al trabajo estaba listo, yo no. En mi
trabajo ni apoyaban ni frenaban la lactancia.
A veces había lugares privados para sacarme
la leche, otras (las más) me las ingeniaba. Via-
jaba mucho, y en el asiento del autobús apro-
vechando la oscuridad sólo se escuchaba el
chorro cayendo en mis botecitos. Todavía son
anécdotas que cuentan mis compañeros de
trabajo. Pocas horas, muchas horas. Mis hora-
rios variables. Contaban las horas para regre-
sar. Julieta tan pequeña y yo tan lejos. Extra-
ñar se volvió costumbre. Y también los celos.
Porque la abuela la consolaba mejor que yo.
En el trabajo nadie tiene hijos, no entendían
mi premura por acabar las funciones, por ha-
cer rápidos los ensayos. Quería correr, volar si
fuera posible. Todos mis ratos libres para ella.
¿Por qué dura tan poco la licencia médica?

Marleen Berlanga Avilés, 35 años,


mamá de Julieta, actriz. México D.F.
Tuve la suerte de poder estar con mi
bebé hasta que tuvo diez meses y medio. Y
tuve la suerte de poder escoger una escuela
infantil que me gusta y poder hacer un perio-
do de adaptación de tres semanas en las que
conviví con la que iba a ser su educadora y
sus compañeros y pude comprobar cómo se-
ría su día a día allí. Aun así, el día en el que le
dejé allí solo por una hora no pude contener
las lágrimas. No quería dejarle allí, quería es-
tar cada minuto de su vida a su lado. Aún aho-
ra lo recuerdo y se me saltan las lágrimas.
Me encanta mi trabajo, quería regresar a él,
además lo necesitaba económicamente, pero
también necesitaba estar con él y no perder-
me nada de lo que le sucediera, poder ofre-
cerle la teta si se caía, verle como disfrutaba
saboreando lo que le habían ofrecido de co-
mida o animarle a dar sus primeros pasos tra-
tando de alcanzar algo.

Este sentimiento poco a poco se va suavizan-


do, en mi caso siempre sigue ahí, tras unos
cuantos días sin ir a la escuela siempre me
cuesta volver a dejarle pero intento disfrutar
del tiempo en mi trabajo y buscar las cosas
positivas de su estancia en la escuela.
Os diría que es normal ese sentimiento, que
intentéis paliarlo haciendo aquello con lo que
estéis más convencidos y que podáis llevar
a cabo y que os entreguéis a vuestros hijos
el tiempo que podáis estar con ellos y entre-
garos a vuestro trabajo y disfrutar con él el
resto del tiempo porque os dará fuerza, ener-
gía, optimismo y felicidad que transmitiréis a
vuestros hijos e hijas, y eso es lo más impor-
tante para mí.

La vuelta al Trabajo es terrible. Al me-


nos lo fue para mí. Está claro que hay muchos
factores que influyen. Yo dejaba cada día mi
hijo a su abuela paterna y la manera de criar y
entender ciertas coses eran diferentes. Ade-
más me iba a trabajar a un sitio dónde tam-
poco era feliz, y la necesidad que tenía por
estar con mi hijo me superaba día a día. Todo
el mundo me decía que me acostumbraría,
que no pasaba nada,…. Empecé a trabajar
cuando mi hijo no tenía cumplidos los 4 me-
ses y cuando tuvo un año y 2 meses tomé la
decisión de dejar de trabajar. Necesitaba pa-
rar, encontrarme, reconducir mi maternidad,
estar más con mi hijo…. Muchas cosas puse
en la balanza y no siempre se puede ni es
fácil, pero lo hice y ha sido una decisión tan
inteligente que ha hecho que me convierta
en madre consciente, que disfruto de mi ma-
ternidad, que aprendo, que estudio y que en
este tiempo reconduzco mi vida hacia lo que
quiero o al menos o lo intento. Gracias a que
volví a trabajar y fui capaz y pude decir hasta
aquí, voy caminando hacia dónde quiero, ha-
cia mi esencia, hacia lo que yo soy, y todo eso
con la fuerza que ser madre me ha dado y no
tenía.

Montse Tribó, 35 años, mamá de Arnau y


un bebé en camino, maestra de educación
infantil. Mallorca (España)
¿QUÉ HAGO CON LA CULPA?
— “Hicimos lo que pudimos desde el
primer momento que dimos a nuestro
hijo la bienvenida a la vida, pero ahora
tenemos la oportunidad de retomar el
hilo de la relación y mejorarlo. Por tanto se
trata de tomar conciencia y de asumir la
responsabilidad del cambio. Porque nunca
es tarde.”

Yolanda González Vara


Amar sin miedo a malcriar

Desde que soy madre pienso bastante en el


sentimiento de culpa, tengo curiosidad por
saber si es intrínseco a la condición de madre
o es algún tema mío, porque yo antes de ser
madre, la había experimentado muy poquitas
veces, y ahora, va saliendo de vez en cuando.
También me pregunto si los hombres la ex-
perimentan mucho, según mi experiencia, no.
Mi pareja al menos, nunca se ha sentido cul-
pable por nada, aunque sinceramente tam-
poco creo que tenga razones para sentirla.
Pero a la pregunta: ¿me siento culpable por ir
a trabajar? La respuesta es sí. Sé que me sien-
to culpable, porque en realidad estoy bien en
el trabajo, estoy pocas horas fuera de casa,
solo por la mañana, llegó a la 13h y voy a re-
coger a Maia a la guardería, comemos todos
y estamos toda la tarde y noche juntas. Creo
que si estuviera mal en el trabajo, añorándola
mucho, no me sentiría tan culpable… Pensar
que ella no está tan bien como yo es lo que
más culpabilidad me genera. Intento asumir
esa culpa y tirarla afuera. A mí la culpa no me
sirve de nada. Tampoco pienso en ningún
momento en que tenga que compensar a mi
hija por mi ausencia durante la mañana, ella
sabe que cuando estoy, estoy de verdad y eso
cuenta. Y sé que poco a poco ella se acostum-
brará a la situación y estará mejor.

En realidad creo que me siento culpa-


ble para obtener la aceptación de los otros,
a veces tengo la sensación que me justifico y
doy argumentos para conseguirlo.
Supongo que las madres tenemos mucha
presión social, debemos cumplir con el papel
de madre perfecta, y también presión inter-
na, no equivocarnos como hicieron nuestras
madres con nosotras, y si a eso le sumamos la
personalidad de cada una, en mi caso que soy
una persona exigente y perfeccionista pues,
ahí está. Cuando no soy la madre que lo deja
todo por su hija, me siento culpable. Porque
siento que no lo hago todo por ella, y nece-
sito que los otros me acepten y digan que en
realidad hago todo lo que puedo y más.

Intento ser consciente para identificar


la culpa y deshacerme de ella, pienso que no
se puede realizar una crianza desde la cul-
pa, no, porque entonces compensas muchas
veces esa culpa con regalos materiales, y te
quedas ahí atrapada, intentando cubrir vacíos
del pasado y no avanzas, y los vacíos del alma
no se llenan con regalos sino con aceptación
y amor, sin culpas ni reproches.

Thais, 25 años,
mamá de Maia, educadora social.
Deltebre, Cataluña (España)
Creo que todas las madres, trabajemos o
no, hemos tenido que enfrentarnos a la culpa.
Mientras estuve de baja me sentía culpable si
me encontraba demasiado cansada y desea-
ba con todas mis fuerzas que Enara se dur-
miera para poder descansar, o si me escapa-
ba una hora a nadar o a pasear mientras mi
marido se quedaba con ella.
Cuando volví a trabajar me asaltó otro tipo de
culpa: la idea de que estaba abandonando a
mi hija para recuperar mi carrera profesional.
Realmente no tenía otro remedio. Económica-
mente era inviable pedir una excedencia. Y la
dejaría con sus abuelos que la adoran duran-
te las mañanas. Pero ahí estaba la culpa.
Y tras un par de meses de lucha interior, miré
hacia fuera. Y vi a mi alrededor muchas ma-
dres como yo, con el mismo sentimiento de
culpa. Fui consciente de que castigarse por
vivir una situación que, en la mayoría de los
casos, era impuesta por la necesidad econó-
mica no era práctico. No llevaba a ninguna
parte ni se solucionaba nada con ello.

Siempre he sido una persona muy vis-


ceral, pero mi condición de nueva madre me
hizo ser más práctica. Si no puedo pasar tanto
tiempo como quisiera con mi hija, lo que ten-
go que hacer es disfrutar con ella todo lo que
pueda. Sin remordimientos.
Y aprendí a valorar las noches en que se dor-
mía en mis brazos. Entonces alargaba un poco
esos minutos antes de dejarla en la cuna. Y
paladeaba cada segundo de lactancia. O los
momentos en que la bañaba. Tenía menos mi-
nutos, pero más intensos y llenos de felicidad
y agradecimiento. Ya no me sentía culpable
por no estar siempre, sino agradecida por,
simplemente, estar.

Silvia, 36 años, mamá de Enara,


gestora comercial de banca.
Muskiz, Bizkaia (España)

Darle su espacio y después… ¡¡sacudírtela!! Sé


que es muy fácil decirlo y bastante más difícil
hacerlo, pero es lo único que se puede hacer
con ella si quieres seguir siendo persona.

Hace poco a mi hija se le salió el codo,


se cayó, la levanté y empezó a llorar. Pudo ha-
bérsele salido por la caída, es cierto, pero “sé”
que fue al levantarla. Ella lloraba, yo me tra-
gué las lágrimas y unos amigos me acercaron
al hospital más cercano donde se aseguraron
de que no hubiera nada roto y se lo recolo-
caron. Ella paró de llorar y se durmió, cuando
llegamos a casa se me abrazó y ahí rompí yo a
llorar, le pedí perdón, le di los miles de besos
que la tensión del momento me había impe-
dido darle (en las crisis me vuelvo un robot,
hago lo que tengo que hacer y tiro para ade-
lante) y nos desahogamos juntas.

Ejemplos así hay miles durante el pri-


mer año de nuestros hijos: dejarla en la guar-
dería, otitis, bronquiolitis, viajes de trabajo,…
La culpa siempre está ahí dispuesta a llamarte
mala madre, a sentirte juzgada por los demás.
Y sólo he encontrado dos maneras de supe-
rarla: en cuanto a los demás hacer caso omi-
so, tú te has informado y has tomado la mejor
decisión basándote en las circunstancias que
tienes, nadie más que tú está en tus zapatos;
En segundo lugar, perdónate, no eres perfec-
ta, cometes errores pero siempre pensando
en lo mejor, pide disculpas cuando lo sientas
necesario, llora, medita… desahógate y per-
dónate, hay cosas que simplemente pasan y
tampoco quieres envolver a tu hija/o en papel
de burbujas, ¿no?

Isa, 32 años, mamá de Amalia, geóloga.


Zaragoza (España)
La culpabilidad, es necesario quitarte
la culpabilidad. Porque cuando piensas que
por mi culpa mi hija tuvo que nacer antes de
tiempo, que por mi culpa mi hija tuvo que
estar un mes sola en prematuros, que por mi
culpa mi hija no ha podido tomar leche ma-
terna… Te generas un montón de sentimien-
tos negativos que no te ayudan en nada, ni
a ti ni a tu hija. Y lo más sano es asumir que
las cosas son como son, que no fue algo que
escogiste, pero que pasó así. Y que ahora lo
mejor que puedes hacer es aceptar el pasado
y dedicarte hoy en cuerpo y alma a tu niña. Y
por qué no, pensar en las cosas buenas que
aportó esa situación. Porque siempre hay co-
sas buenas.
Neiza, 33 años, mamá de Sun y Moon,
administrativa, Girona (España)

La culpa te quema por dentro. Creo


que lo único que se puede hacer es aprender
de ella. Aprender e intentar cambiar o mejo-
rar. A veces es imposible, pero otras sólo es
cuestión de mirar las cosas con nuevos ojos,
con otro enfoque y creer que sí podemos.
Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.
Barcelona (España)
Este es mi tema favorito. Creo que to-
davía hay pocas personas en el mundo que se
atrevan a ser libres realmente de la culpa. Me
dan ganas de gritar, de enviarlo cada día por
el Whatsapp, Facebook o Twitter, que la culpa
no sirve para nada y hay que olvidarse de ella.
A veces gritamos o algo peor. O simplemente
violentamente sacamos las manos del niño de
la sopa o le apartamos del paso de peatones
dónde de repente se pone a jugar. Y nos sien-
ta tan mal, nos duele y ya somos muy malas
madres. Pero no hay nada que hacer con la
culpa, la tenemos que tirar por la borda sin
más. La culpa atrae un castigo, y yo siempre
digo, que una mamá que sufre es el niño que
sufre también. Los niños nos necesitan felices.
Nuestros hijos necesitan que volvamos a in-
tentarlo otra vez, pero mejor. Realmente no
hay padres ideales y todos seremos juzgados
muy duro por nuestros hijos. Pero hasta el más
crítico hijo, apreciará el intento de sus padres
de pasar por la misma situación pero con más
tranquilidad y paciencia.

Alma Lazauskaite, 35 años, mamá de Saule y


Nerius. Tarragona (España)
¿Qué madre no se ha sentido culpable en al-
gún momento? ¿Al empezar a trabajar, al de-
jar su hijo/a en la guardería, al tener ganas de
regresar a la vida de antes,…? Todas las que
conozco al menos, yo incluida.

Me sentí muy culpable al empezar a


trabajar cuando mi hija tenía apenas tres me-
ses de vida. En aquel momento pensaba que
era lo que “tenía” que hacer para mantener
el negocio, pero una parte de mí me estaba
avisando que podría buscar una alternativa,
siempre hay alternativas. Sin embargo, no es-
taba preparada para escuchar aquella voceci-
ta interna. Preferí quedarme resguardada en
la seguridad de lo que más se parecía a mi
vida anterior, antes de ser madre, y que su-
pongo que anhelaba.
Pero el destino siempre te va dando señales
para que encuentres tu verdadero camino,
y una de esas señales fue la formación que
Laura Gutman inició en Barcelona hace unos
años. Sus libros me habían gustado tanto
(aunque algunos no los llegaba a compren-
der del todo todavía), que al saber que podría
conocerla y aprender de ella directamente,
no me lo pensé dos veces.
En todos y cada uno de los encuentros
que he tenido con Laura Gutman he aprendi-
do mucho. Es una de esas mujeres que desti-
la sabiduría por todos sus poros y cuando la
escuchas hablar te quedas medio embobada,
absorbiendo todo lo que dice. 
Además es muy accesible y si te acercas a ella,
ya sea para que te firme un libro o comentarle
alguna cosa, suele preguntarte “¿Te quedaste
con ganas de decirme algo más?”, y en  una
de esas ocasiones le pregunté sobre este sen-
timiento que solía acompañarme desde que
fui madre.

Ella me habló de la culpa en estos términos:

La culpa de las madres es un sentimiento in-


útil. Al  bebé no le sirve para nada, y es muy
egoísta además. 
Una madre que solo piensa en lo culpable
que  se siente por dejar a su bebé, busca en
realidad la compasión de los demás. Lo que
hace es mostrar todo el tiempo lo mucho que
sufre, pero  eso no es mirar al bebé, ni a sus
necesidades reales y genuinas, eso es mirarse
a una misma “Porque yo, porque yo, porque
yo,…”.  
Este mensaje tan claro me hizo reaccio-
nar. Fue como un fogonazo increíble. 
Entendí que podemos trabajar (o lo que sea)
si queremos, si nos hace bien, si lo necesita-
mos. El niño no sufre porque su mamá trabaje
o necesite irse a dar una vuelta. 
El niño pequeño sufre cuando las madres
arrastramos nuestras incapacidades emocio-
nales y nuestra poca disponibilidad afectiva y
emocional para satisfacer las necesidades de
amparo que merece. 

Por eso la culpa, no es más que una


forma que tenemos de percibir que no esta-
mos siendo honestas con nosotras mismas, y
como dice Laura “no sirve para nada”.
Si nos sentimos muy culpables puede ser un
buen síntoma para empezar a cuestionarnos,
a  indagar  sobre nosotras mismas y nuestra
historia emocional, ayudándonos a conectar,
a entender, a evolucionar. Pero no solas.

Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y


de Leo (n.n.), maestra y blogger.
Mallorca (España)
EL TRABAJO COMO REFUGIO
— “LSiempre es posible seguir trabajando,
si es nuestro deseo o nuestra necesidad,
sin que el niño tenga que pagar los
precios del abandono emocional. Con
frecuencia utilizamos el trabajo como
refugio y excusa perfecta para no
someternos al vínculo que nos hace
fundirnos con los hijos.”

Laura Gutman
Mujeres visibles, madres invisibles

Trabajar como madre a tiempo completo y


desear tener un trabajo para refugiarte no es
nada extraño. Sucede a menudo. Sobre todo
en esos ratos en los que te descubres sin ras-
tro de tu identidad anterior. Toda una vida for-
mándote: universidad, idiomas, trabajos mil,
viajes, cursos, talleres, workshops, jornadas,
charlas, seminarios… de repente decides pa-
rar porque sabes que tu bebé te necesita. Y
quieres estar a la altura. Y quieres estar con
él. Poco a poco la rutina hogareña te abduce.
Y de repente un día te sorprendes buscando
trabajo como una loca con la excusa de que
te hace falta el dinero cuando en realidad lo
que necesitas, quieres o estás buscando es un
trabajo fuera de casa que te devuelva a tu vida
anterior en la que tan segura te encontrabas.
Necesitas volver a conversar con esa mujer a
la que tan bien conocías que eres tú misma
hace unos años. Pero resulta que esa mujer ya
no está disponible. Sufrió una metamorfosis
que la convirtió en eso que eres ahora. Y no te
reconoces ni dentro del mismo vestido.

Hay días en los que quisieras volver a


ser ella. Otros días, simplemente te felicitas
por haber sabido ponerla en “pause”.
Cuesta reconocerlo, porque un día tomaste
una decisión y la defendiste a capa y espada.
Cuesta admitirlo porque crees que te vas a
sentir culpable, pero está bien mirar las ver-
dades de frente. Quieres irte. Bien. Acéptalo.
Probablemente no lo hagas finalmente, pero
está muy bien decirse a una misma las verda-
des con las que nos topamos aunque creamos
que nos van a hacer daño. En realidad lo que
hace más daño es negarse, mutilarse, ocultar-
se… esconder eso que has intuido o sentido
y hacer como que no está ahí. Pero sí que está
ahí y no se evapora por arte de magia por mu-
cho que lo desees. Si ves una verdad como
esta solo puedes hacer una cosa: aceptarla y
hacerle un hueco en tu vida. Porque los niños/
as sí perciben lo que nosotras queremos ne-
garnos. Observa.

Evidentemente éste es uno de los te-


mas más tabú dentro de la corriente de la
crianza natural o maternidad consciente, pero
si está ahí, más vale mirarle a la cara y reco-
nocerlo. Ponerle palabras a la situación, ex-
presarla, y puede que ya no tengas que hacer
nada más al respecto. Puede que con asumir
esa necesidad tuya ya esté todo lo que nece-
sitabas cubierto. Date permiso para sentir y
continúa con la vida, que nunca es tan oscura
como a veces la imaginamos.

Elena Domínguez Béjar, 31 años.


Las Hurdes (Cáceres)
“Yo te adoraba pero para serte sincera, des-
cansaba en el trabajo”. No una sino varias ve-
ces mi madre me dijo esa frase, pero solo la
comprendí hasta que nació mi hija.
En mi país, México, la baja por maternidad
son tres meses, tres escasos meses. En mi
caso, el médico me envió a descansar un 6 de
junio, mi hija nació el 18 de ese mes y me rein-
corporé a mi puesto cuando ella cumplió dos
meses y medio.

Como madre apegada, dejar a tu cría


a esa edad es por lo menos, angustiante, y lo
fue. Mi pequeña se alimentaba exclusivamen-
te de leche materna y pese a mis esfuerzos de
extracción de leche, ella nunca tomó lo que le
dejaba porque nunca aceptó el biberón. Eso
se transformó en una fuente de preocupación
constante, ya que me esperaba las seis horas
del turno –una hora menos debido al permiso
por lactancia- para alimentarse.
Pese a eso, debo admitir que el trabajo fue mi
refugio, yo adoro a mi hija —tal como alguna
vez me dijo mi madre— pero lo cierto es que
cuando nació sentí que perdí mi norte.

Para explicarme diré que esos prime-


ros meses me encontré con mis horarios alte-
rados, mis rutinas destruidas y sin distinguir la
noche del día. Reincorporarme laboralmente
pese a todo, reajustó mis días, los hizo más
cansados pero al mismo tiempo, me brindó
ese espacio personal en el que podía recupe-
rarme a mí misma.

No quiero que se me malentienda, mi


prioridad es mi hija, tanto que actualmente
ya no trabajo fuera de casa sino que renun-
cié para no seguir perdiéndome nada más
en su desarrollo. Sin embargo, esas horas en
aquellos primeros meses fueron el modo de
relajar el agotamiento de la maternidad, y es
que muchas veces me sentí tan agobiada du-
rante esos dos meses y medio que estuve en
casa con mi pequeña, sentía que debía inclu-
so vigilar su respiración, comía cuando podía,
muchas veces me bañé hasta media noche
buscando la hora en que mi pequeño retoño
tuviera el sueño más profundo y me permitie-
ra escaparme unos minutos a la ducha. Tantas
veces me fui a la cama sin lavarme siquiera los
dientes. Sin embargo, regresar al trabajo me
obligó a volver a una vida de adultos, en el
que el epicentro no era mi niña.


Comprendo que se escucha horrible
pero también fue necesario en ese momento,
fue la manera en que logré equilibrarme. Hoy
entiendo que pude haber encontrado una
mejor forma, que lo que verdaderamente ne-
cesitaba era al menos un par de horas para mí,
leyendo un libro, viendo una película, dando
un paseo, solo un tiempo que me permitiera
respirar del maternaje. También entendí que
era solo cuestión de tener paciencia y adap-
tarse, convertirse en madre es probablemen-
te uno de los mayores cambios sino es que el
cambio máximo en la vida de una mujer, des-
pués de eso ya no se vuelve a ser la misma.
Nunca podré volver a comer tranquilamente
o escaparme a algún bar hasta después de la
medianoche, o al menos no lo haré en varios
años, pero eso ya no es un problema, al fin
logré acoplarme a mi hija y ella a mí.

Actualmente, la noche es mi momen-


to, luego de que se duerme mi pequeña, me
escabulló de su lado a leer, escribir, ver tele-
visión o hasta navegar en las redes sociales
sin preocuparme, puedo gastar esas horas
nocturnas en lo que me plazca –incluyendo la
relación de pareja- porque ya no terminó mis
días rendida como antes, porque ya mi cuer-
po y mi mente se ambientó a mi nueva reali-
dad, a mi realidad de madre, en la que debó
pensar por dos, en la que debo cocinar y al
mismo tiempo buscar entretener a mi hija, en
la que debo realizar no dos sino a veces hasta
tres actividades al mismo tiempo. La naturale-
za y su sabiduría actuaron en mí, en mi cuer-
po y en mi cansancio, mi esposo me pregunta
a menudo cómo puedo dormir cinco o seis
horas por noche y mantenerme todo el día
de pie, lo cierto es que por tres noches que
duerma eso, tengo que dormir doce horas se-
guidas las siguientes dos, pero esa rutina me
ayuda a mantenerme equilibrada, relajada y
con la cabeza despejada para el día a día.

Como la mayoría de las vivencias hu-


manas, la maternidad no es un camino recto
y que todas deban seguir de la misma forma,
creo que se vale utilizar el ingenio, readaptar-
nos, olvidarnos de los horarios o cambiarlos
a nuestra conveniencia, claro con ciertas ru-
tinas, por ejemplo las horas de comida y de
dormir para los niños, pero por lo demás, po-
demos buscar espacios aquí y allá para noso-
tras mismas, es francamente necesario y se
puede lograr sin salir de casa, simplemente
buscando alguna o varias actividades que nos
relajen, que hasta nos apasionen, es parte de
ser felices y siendo felices, seremos madres
más paciente y más comprensivas.

Belem Duarte, 31 años, mamá de Amanda,


ingeniera en excedencia. Berlín (Alemania)

El trabajo puede ser un refugio, para muchas


personas lo es. Yo también he intentado refu-
giarme en el trabajo, pero a la larga no fun-
ciona. El trabajo de educar y criar a un hijo es
tan extenuante que cualquier otro trabajo te
puede resultar ¡hasta relajante! Lo digo en se-
rio. He estado en rodajes de 18 horas al día
que no me hacen sentir ni la mitad de exhaus-
ta que algunos días en casa. Pero los refugios
al final son sólo eso…un lugar donde pasar el
temporal…

Patricia Estévez-Singerela, 37 años,


mamá de Uma, actriz y diseñadora.
Tenerife (España)
¿QUIÉN CUIDA A MI BEBÉ?
— “Embarcarnos en un proyecto familiar
requiere el máximo de generosidad y la
convicción de tener que construir una
cadena de sostenes para que la crianza de
los niños sea posible.”

Laura Gutman
La maternidad y el encuentro con la propia sombra


Cuando las escasas semanas del permiso de


maternidad iban pasando y me daba cuenta
que tenía que separarme de mi hijo, lo pasé
realmente mal. No podía ni quería volver al
trabajo. En nuestro caso, una guardería o un
canguro eran las únicas posibilidades viables
que nos planteábamos, y al visitar la primera
lo tuve claro: mi hijo tenía que estar conmigo.
¿Pero cómo? Por un lado, coger una exceden-
cia suponía renunciar a mi sueldo durante un
tiempo, y en plena crisis económica no pare-
cía una opción muy sensata. Y por otro lado,
¿qué pasaría con mi carrera profesional? ¿Y
qué pasaría con mi vida? Yo tenía un puesto
de trabajo de cierto reconocimiento y “solo”
ser madre no sabía si me llenaría suficiente.
Pero después de darle muchísimas vueltas
junto a mi marido, y hacer un montón de nú-
meros… ¡nos tiramos a la piscina! Habíamos
optado por una crianza consciente y respe-
tuosa que nos encantaba y éste era un paso
importante que nos beneficiaría mucho como
familia.

Después de dos años de excedencia,


hemos tenido que valorar nuevamente y he
optado por dejar definitivamente mi puesto
de trabajo. Supongo que todo este tiempo
con mi hijo me ha servido para darme cuen-
ta de qué quiero hacer yo con mi vida: como
madre, como esposa, como mujer, como
profesional, como persona. Pero ha sido una
decisión muy fácil y muy difícil a la vez. Fácil
porque sé que conmigo es con quien mejor
estará y a mí esto me llena de satisfacción y
me compensa con creces. Verlo crecer cada
día sin perderme ni un segundo es un rega-
lo para mí. Pero también muy difícil porque a
nivel social tendemos a valorar a las personas
por el puesto de trabajo que ocupan, y renun-
ciar al trabajo me supuso enfrentarme al mie-
do de quedar relegada en la sombra a nivel
social.

Alguna vez me he encontrado con al-


guien que me ha preguntado “¿cómo te va
ahora que no haces nada?”. Es así, la sociedad
en general no lo entiende. Pero cuando miras
la vida con conciencia, te das cuenta que lo
que realmente importa es el amor y las rela-
ciones humanas. Yo siento que si compagina-
ra mi labor como madre y mi trabajo en estos
momentos, tendría un nivel de estrés muy ele-
vado y nuestra calidad de vida, como familia,
disminuiría. Claro que hay días que estoy can-
sada y que no puedo más, pero sé que estoy
donde debo estar y esto me da paz y tranqui-
lidad.

Aunque tengo que reconocer que no


es tarea fácil. He leído muchísimo sobre edu-
cación y crianza. He asistido a charlas, talleres
y grupos de crianza. Y todo ello me está per-
mitiendo aprender a “estar presente”, a respe-
tar y respetarme, a resolver conflictos sin jui-
cios, a gestionar mis emociones para poder
ser un ejemplo para mi hijo, a poner límites
firmes pero des del amor, y también, claro
está, a observar y proporcionar el ambiente
y los recursos necesarios en cada etapa de
aprendizaje.

Anna, 30 años, mamá de Marc.


Mataró (España)

La tribu, mi madre, D. (El padre y mi primer


amor). Lo único que necesito es saber que los
quieren, que los tratan con amor y respeto.
Que les tienen en consideración. Que lo que
ellos sientan será siempre validado.

Dafna Arad, 31, mamá de Ad. y Li.


Barcelona

Me crié en una familia que nunca estaba. Cada


uno por sus motivos, o no estaban o estaban
sin estar. Tenía claro que no quería esto para
mi hijo. Por eso una condición para tenerlo
fue que se pudiera quedar en casa al menos
el primer año y que le pudiéramos cuidar.
Realmente el trato fue que lo cuidara el pa-
dre, puesto que no tenía un trabajo a jornada
completa ni estable y yo sí, y económicamen-
te no nos podíamos permitir que yo dejara de
trabajar un tiempo o redujera jornada. Una
lástima. Pero en ese momento, también un ali-
vio pues no me sentía segura de poder ocu-
parme de mi hijo y ya, es decir, de no trabajar
y solo criar. Me daba miedo esta situación, así
que me vino de perlas la crisis económica y
la falta de ofertas laborales. Mi pareja renun-
ciaría a buscar un trabajo mejor o a aceptar
más horas sueltas en el actual, para así poder
quedarse con nuestro hijo.
Después este acuerdo resultó no ser
tan beneficioso como creí, pues deseaba es-
tar con mi hijo y me sentía mal por tenerlo
que dejar.
Otras veces el malestar venía porque no con-
fiaba en nadie tanto como en mí, es decir,
nadie iba a hacer las cosas como yo las haría
con mi hijo, porque nadie le sentía como yo.
Su padre es un ser especial, atento, conecta-
do. Siempre ha estado muy pendiente de él y
sabía casi siempre lo que necesitaba, incluso
mucho mejor que yo. Pero yo soy la madre, la
loba, la que lo defiende del mundo, lo abraza,
lo que chorrea cuando empieza a tener ham-
bre, la que lo amamanta, la que se despierta
en la noche porque ha cambiado el ritmo de
su respiración o porque tiene hambre y ya va
a despertar justo un minuto después. Nadie
lo quiere como yo.
Me costó un poco más dejarlo con mi
madre. Un par de mañanas no pudimos cua-
drar horarios, así que los dos salíamos a traba-
jar y el bebé se quedaba con mi madre unas
tres horas. No era lo que queríamos ni era lo
ideal. Desconfiaba de ella y me sentía mal por
hacerlo. Hubiera querido tener un agujeri-
to para vigilarla, para asegurarme de que le
atendía muy bien y no descuidaba sus emo-
ciones, sus necesidades, más allá del pis, la
caca y comer. Me veía a mí misma tardando el
doble para vestirme, retrasándome con cual-
quier excusa, interfiriendo continuamente,
pretendiendo ser necesaria sin serlo realmen-
te… Me iba triste, angustiada, nerviosa… Poco
a poco fui descubriendo que “milagrosamen-
te” el niño estaba bien, contento. A pesar de
que mi madre no ha leído ninguno de los li-
bros que consulto y releo, a pesar de no tener
mucha idea de crianza con apego, a pesar de
interferir en el juego del niño y muchas más
actuaciones que no comparto… mi hijo está
bien, está feliz, y lo que más me sorprende,
pues con tanta preocupación no había caído
en ello: mi hijo conoce y quiere a su abuela. Y
esto es un regalo para todos.
Ainara Soldeinvierno, mamá de Ojos Negros
Saltimbanqui. Alicante (España)
Ya al plantearme tener hijos, vi que la
vida profesional que llevaba no encajaría bien
con la manera que quería educar a mis hijos.
Quería cuidarlos yo, pasar el máximo tiempo
con ellos. Para qué tenerlos si eran otros los
que los iban a cuidar y, lo que es peor, ¡a dis-
frutar! Quería verlos crecer, no perderme ni
una sola cosa y darles la tranquilidad de estar
en casa, sin los horarios, las prisas o el estrés
de los adultos, ya tendrán tiempo para eso.

Dejé encantada el trabajo para dedi-


carme a mis hijos y era muy consciente que
ahí acababa mi carrera profesional. Al menos
en el sector en el que estaba trabajando, sa-
bía que no me podría reenganchar más tarde.
Pero no me importó entonces ni me importa
ahora. Hay quien pensará que es un sacrificio
demasiado grande. Para mí no lo es en abso-
luto. Es más bien una suerte, me he liberado
del peso de lo establecido. Ahora voy a tener
que reinventarme y, con más madurez, segu-
ro que encontraré un camino mejor para mí.
Es la mejor decisión de mi vida, lo veo refle-
jado cada día en mis tres hijos, en como son,
como se comportan, como crecen. Están feli-
ces, tranquilos, no tienen miedos ni angustias.
¡Verlos crecer así es un regalo!

Judith, 39 años, mamá de Roger y Martí y Jú-


lia. Tarrasa (España)
COMO ENTENDÍ Y
ME DI CUENTA
DE LAS NECESIDADES
DE MIS HIJOS
— “A veces se limita a los hijos por el
qué dirá la sociedad, o los parientes…
Anteponemos entonces cuidar la imagen
que mostramos al exterior, en vez de
cuidar del Alma de nuestro hijo.”

Cristina Romero
Pintarás los soles de su camino

Hoy ha sido un día muy especial. Decidí cen-


trar toda mi atención en mi hijito de dos años,
Manuel. Desde que me gané una beca para
estudiar una maestría internacional en dan-
za y antropología, dos de mis pasiones en la
vida, no he estado muy presente para él. Me
esforcé muchísimo por observarlo y escuchar-
lo, por demostrarle toda mi atención, cariño y
amor. El respondió de manera increíble. Du-
rante toda la tarde estuvo amoroso y afectuo-
so con los otros niños, que eran menores que
él, y fue particularmente amoroso conmigo.
Me sentí extremadamente feliz.

De repente una ola de tristeza se apo-


deró de mí: claramente vi cómo últimamente
mi hijo no se siente feliz conmigo. Todas las
noches, cuando llego a casa después de tratar
con todas mis fuerzas de buscar herramientas
externas para convencer teóricamente a ‘ex-
pertos’ acerca de la importancia de dar un rol
más prominente a los niños en su propia edu-
cación. Mi hijo, mi maestro, esta usualmente
de mal humor. Llora desconsoladamente y
puede ser agresivo conmigo. Yo entiendo
que está demandando mi atención y me sien-
to muy culpable. Me siento triste, impotente
y frustrada de no avanzar rápidamente en mi
trabajo para poder estar más tiempo con él.

Cada día Manuel me enfrenta con mis


sombras y desde que lo tuve he tratado de
múltiples maneras, de encontrar herramien-
tas externas que me ayuden a lidiar con ellas.
Esta búsqueda me ha llevado en diferentes
direcciones: a veces dolorosas, a veces satis-
factores, o incluso contradictorias. Sin embar-
go, la presión para encontrar las respuestas
correctas nunca ha desaparecido. Irónica-
mente, en el proceso de reflexionar acerca
de la importancia de bailar y dejar que los
niños sean nuestros maestros, me encuentro
más desconectada de mi propio cuerpo que
nunca, y cada vez tengo menos tiempo para
mi hijo.

Darme cuento de esto no ha sido fá-


cil, ha sido un proceso muy doloroso que me
ha hecho cuestionarme y verme a mí misma
usando múltiples y contradictorios “roles”,
“máscaras”, o formas de ser y estar en el mun-
do. Últimamente, he vuelto a recordar mis ex-
periencias haciendo trabajo de campo en Co-
lombia. Inspirada en el trabajo realizado por
comunidades rurales que bailan en medio de
la guerra para cza paraados. humano y vulne-
rablitir, respetar y promover el repesto por los
demas.de usan la danza paraados. humano y
vulnerablonocer el pasado como condición
para comprender el presente y poder dimen-
sionar el futuro, por fin empiezo a compren-
der que para transformar mis “sombras” debo
dejar que las respuestas surgen desde el “in-
terior”. Si quiero ser una madre, estudiante,
profesora, investigadora, ser humano cons-
ciente y coherente, tengo que empezar por la
auto-exploración y confiar en mí misma para
poder aprender de mi hijo, y poder trasmitirle
el auto-conocimiento y respeto por el otro.
Mi hijo me enseña todos los días algo nue-
vo y yo quiero enseñarle que no necesita ser
perfecto para ser amado y feliz. Quiero que
mi hijo crezca explorando múltiples posibi-
lidades de ser y entender el mundo. Quiero
que su autoestima se base en sus propias ex-
ploraciones y no en juicios externos. Quiero
ayudarlo a encontrar su propio camino, sin
miedos de cometer errores, o de compartirse
como verdaderamente es: humano y vulnera-
ble.

Diana T, 29 años,
mamá de Manuel, investigadora.
Bogotá (Colombia)

Cuando mi hija mayor tenía dos años sabía en


qué dirección quería enfocar su crianza pero
algo fallaba en mi modo de llevarlo a la prác-
tica. La situación en casa era difícil. Entonces,
conocí a una terapeuta que había sido maes-
tra Waldorf. Hablé con ella y me ayudó infinito
a la hora de comprender a mi hija y sus nece-
sidades.
La personita de dos años que tenía
ante mí, me estaba intentando transmitir que
algo no funcionaba. Comprendí que ella ne-
cesitaba que la rodease de serenidad, firme-
za, amor, respeto, ritmos, necesitaba empa-
parse de todo eso. Interiorizarlo. Necesitaba
que yo, como madre, crease y salvaguardase
un espacio vital en el que poder crecer sin-
tiéndose segura. Lentamente fui puliendo de-
talles y todo fue mejorando. Aquellos meses
supusieron un punto de inflexión en mi com-
prensión como madre.

Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.


Barcelona (España)
COMO ENTENDÍ Y ME DI CUENTA
DE LOS SÍNTOMAS QUE ME MOSTRABA
— “Los síntomas son palabras atrapadas en
el cuerpo.”

Pep Agut

Esta frase con la que comienza el apartado


me marcó mucho. Tendría 17 años cuando la
vi en una exposición del artista junto con pa-
labras como “desamar, desdecir, inhacer...” Lo
pensé mucho. Si le digo a mi madre que me
encuentro mal siempre me pregunta el por
qué. Así que con mis hijos cada síntoma me
ha llevado a buscar una razón.

Dafna Arad, 31, mamá de Ad. y Li.


Barcelona (España)

Mi hija mayor desde el año y medio hasta que


cumplió los dos años, no engordó un gramo
ni creció un milímetro. Primera voz de alarma.
En casa mi hija era una niña normal, en la guar-
dería me insinuaron problemas de comporta-
miento, se encerraba en sí misma, no hablaba
¿era la misma niña? Otra señal de alarma. De
noche, pesadillas e imposibilidad de dormir
dos horas seguidas. Otra señal más.

Hay muchas pequeñas señales que has


de ir desgranando, interpretando y descifran-
do y poco a poco vas comprendiendo lo que
tus hijos te dicen sin palabras, simplemente
porque ellos no tienen aún esas palabras para
expresarse.

Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.


Barcelona (España)

Durante meses Ojos Pardos no soportaba


desengancharse de mí cuando volvía de la
guardería. Le costaba dormirse, se levantaba,
y aun se levanta algunas veces llorando, con
miedo, y tarda un buen rato a sentirse bien.
Cuando estábamos su padre y yo, y necesita-
ba que le acompañásemos en su lloro, para
dormirse, o cuando no se encontraba bien,
empezó a rechazarme por completo. Sólo
quería a su padre.
Cuando empecé a transformar mi vida, todo
eso fue cambiando poco a poco. Vivo el mo-
mento presente con mi hijo y mi familia, dis-
frutando de cada momento, cada mirada,
cada sonrisa… Sin preocuparme demasiado
ni identificarme con las rutinas diarias, con lo
que tengo que acabar sí o sí hoy. Soy cons-
ciente de que cuidándome a mí y a mi pareja,
cuidamos a Ojos Pardos.

Y Ojos Pardos ha dado un cambio. Ha ido re-


cuperado la confianza en mí. Y eso para mí, ha
sido lo más importante.

Txell, 36 años, mamá de Ojos Pardos,


mamá viajera, interiorista e ingeniera.
Terrassa, Barcelona (España)
CÓMO ENTENDÍ Y ME DI CUENTA
DE QUE MI HIJO ES MI ESPEJO
— “Cuando pensamos que nadie nos
observa... están esos hermosos ojos
viendo cada paso que damos; porque
algún día quieren ser como nosotros. Para
ellos somos padres fenomenales, somos
sus héroes; por esto y mucho más vale la
pena tomarse unos segundos y pensar
antes de actuar.”

Gigiola Núñez

Recuerdo la primera vez que me di cuenta


de que sus emociones, sensaciones, acti-
tudes eran espejo de las mías. Fue tras una
reunión con su profesora de Infantil, cuando
Bichito tenía 3 años. Me decía que la notaba
muy nerviosa y que le había llamado mucho
la atención porque fue de repente. Como me
preguntó si pasaba o había pasado algo en
casa como para que estuviera así, caí en la
cuenta de que yo llevaba tres o cuatro días
nerviosa porque mi marido me dijo que via-
jaba durante ocho días fuera de España por
cuestiones laborales. Era una situación que
por aquel entonces me ponía muy tensa y
ansiosa, anticipando el esfuerzo que me es-
peraba. Luego, pude comprobar muchas más
veces que aquello era así y que mi hija, tanto
en las emociones, como en su actitud era un
espejo de mí misma y no solía gustarme.
Además me enferma ver en ellos algunas ac-
titudes y formas de ser de las que yo no estoy
especialmente orgullosa y que parecen haber
“heredado”.
En cualquier caso, así es como mi papel de
madre me ha ayudado a conocerme mejor, a
ser más consciente y a modificar conductas
para ser cada día un poco mejor, para estar
cada día un poco más satisfecha conmigo.

Esther. 46 años. Mamá de Bichito y Cangrejito.


Periodista. Madrid (España)
“Mamá, tranquila, tranquila, te estás ponien-
do nerviosa”, me dijo Abril, entonces de 34
meses, cuando me vio una vez más perder los
nervios en 10 días consecutivos.

Unos días antes, Abril gritaba, patalea-


ba, me intentaba pegar, tiraba cosas al sue-
lo, se cabreaba violentamente tanto conmigo
como con Lluna (20 meses menor que Abril)…
Era horroroso. Lluna estaba más enérgica que
nunca, un poco rebelde también. Un día llegó
Javi y me dijo: “veo a Abril con la mirada per-
dida, como desquiciada”. Esa palabra se me
clavó en el alma, tal y como ella describía a la
niña, así me veía yo, desquiciada y perdida.

Un día sales de ti misma, te pones los


prismas de “soy otra mamá y estoy mirando
una escena de otra familia” y alucinas con las
reacciones que en realidad estás teniendo tú
misma. Ese día, decides pedirle ayuda a un
profesional. Ese día sentí que había tocado
uno de mis primeros fondos (sé que la crianza
me pondrá frente a mis ojos más situaciones
dolorosas), y no podía permitirme perpetuar
aquella situación.


Llevaba ira guardada, llevaba can-
sancio acumulado, me dedicaba muy pocos
minutos al día a mí o simplemente me sepa-
raba muy pocos minutos al día de mis hijas,
me sentía lejos de mi pareja, me sentía, de
repente, muy lejos de mi papel en la vida, de
mi maternidad. Y es que ser madre cuidado-
ra-educadora exclusivamente es un privilegio,
pero también puede ser muy agotador física y
mentalmente si no sabes dónde estás y para
qué estás. Yo creía que lo sabía, pero lo que
me había pasado es que mis hijas van cre-
ciendo, y yo tengo que adaptarme día a día
a sus nuevas demandas y necesidades, y mis
hijas habían dado un paso más allá, y yo me
sentía perdida. Laura Gutman, a quien acabo
de descubrir, dice en “La maternidad y el en-
cuentro con la propia sombra” “El bebé sien-
te como propios todos los sentimientos de la
mamá, sobre todo aquellos de los que no te-
nemos conciencia.” En mi caso me ha pasado
con unas niñas pequeñas (que no son bebés),
que me estaban enseñando que el nivel de
tensión que ellas soportaban con uno de sus
máximos referentes era justamente la tensión
que yo sentía en mi interior conmigo misma.


Me senté y revisé qué quería hacer con
mi vida, si la maternidad sin trabajo profesio-
nal fuera de casa era lo que quería, y si sí era
lo que quería (porque soy incapaz de renun-
ciar a ello), de qué maneras podía sentirme
mejor y dar la mayor protección y amor a mis
hijas.

Montserrat Jiménez Espinosa, 31 años, mamá


de Abril (2012) y Lluna (2013). Catalana en
Aranjuez (España).

Mirando a mis hijos, puedo verme a mí mis-


ma. Cuando los noto irascibles, enojados y
descarto que se trate de alguna necesidad no
satisfecha (hambre, sueño), intento observar-
los profundamente y pensar “¿qué es lo que
me está pasando a mí que se manifiesta en
mis hijos?”. Y entonces suelo encontrar la res-
puesta.
He descubierto que el clima familiar depende
en gran parte de cómo me siento yo. Si estoy
tranquila, balanceada y presente, las cosas flu-
yen. Si en cambio me siento ansiosa o algo me
preocupa, el caos en casa no tarda en llegar.
Mis hijos son mi espejo.

Natalia, 38 años, mamá de Agustín y Juan


Pablo.
Buenos Aires (Argentina)

Estoy viviendo casi como una revelación el


hecho de que Adam cada día me esté hacien-
do de espejo. Me resulta fascinante, a la vez
que profundamente removedor, el camino de
descubrimiento de mi misma que recorro a
través de mi hijo. Me gusta tomármelo como
una oportunidad, te animo a que no la desa-
proveches. Si estás alerta y observas bien a tu
pequeño, puedes llegar a aprender mucho.
Creo que la primera vez que me di cuenta de
que Adam me hacía de espejo era cuando lo
veía relacionarse con sus abuelos, mis papás.
Mis padres están separados y cada uno tie-
ne nuevas parejas, así que por mi parte Adam
tiene cuatro abuelos. Adam conecta muy bien
con mi papá y con mi mamá, pero rehúye a la
novia de mi padre y al marido de mi madre. Al
principio intenté poner de excusa que mis pa-
dres eran los que realmente prestaban aten-
ción a Adam, los que se implicaban con él, los
que le amaban “de verdad”. Aunque no pasó
mucho tiempo hasta que abrí los ojos al he-
cho de que Adam me mostraba algo que yo
callaba. ¿No está acaso mi yo más niña dolida
por la separación de mis padres? ¿Es Adam el
que está rechazando a las nuevas parejas de
mis padres o soy yo?

Tengo otros ejemplos muy evidentes.


En sus primeros meses de vida Adam durmió
toda la noche de un tirón con mucha tran-
quilidad. Esa etapa fue una luna de miel con
el bebé. Cuando volvimos a la realidad, a la
adaptación a ser una triada, a todo el traba-
jo que supone tener a un peque y sacar un
hogar adelante… llegaron nuestros primeros
problemas de pareja. Adam empezó a des-
pertarse muchísimo y llorando. Aunque tam-
bién entonces le estaban saliendo los dien-
tes… nunca me sorprendió la coincidencia de
sus despertares con esa época difícil entre su
papá y yo.

Esto fue solo el principio, sigo desta-


pando un montón de cosas sobre mí misma
cuando le observo. Cuando lo veo en relación
a los demás, por ejemplo, Adam se comporta
como un niño tímido y le cuesta relacionarse
con el otro. Todo lo social ha sido siempre de
tremenda dificultad para mí. También a Adam
le cuesta mucho ser ordenado, pero es que
esa es mi lucha diaria en el hogar... Supongo
que este camino de descubrimiento a través
de Adam solo acaba de empezar para mí. Es-
pero estar a la altura para liberar a mi peque-
ño de esas cargas que no son suyas.

Alba, 28 años, mamá de Adam.


Barcelona (España)

Mi hija es el espejo más fiel y hermoso que


nunca pude imaginar. En nuestro caso, ade-
más, nos parecemos mucho físicamente.

El concepto de espejo ya lo tenía an-


tes de nacer ella, aun así, muchas veces que
la evidencia se me ha puesto delante, me ha
parecido increíble el grado de precisión de
mi hija para mostrar lo visible y lo invisible.
Lo veo en su postura corporal, en el tono de
voz, en su sensibilidad, en su ira, en sus mie-
dos, en lo que le estresa, en la creatividad, en
los valores que la mueven, en la inteligencia,
en los gestos de la cara o en su energía.
Cuando era más pequeña, si ella se mostraba
de manera que me costara comprenderla, me
servía mucho indagar en mi interior para “ver”
lo que a mí me pasaba realmente. Ella sacaba
a la luz, antes que yo, lo que llevaba dentro.

A medida que se hace mayor la veo


más a ella, tan única y especial, auténtica en
sus formas y respuestas. Las dos nos distin-
guimos mejor y aprendemos a querernos tal
como somos.

Lucía, 51 años, mamá de Nora, doula.


Binissalem, Mallorca (España)
MIS HIJOS SACAN LO MEJOR Y
LO PEOR DE MÍ
— “Tus hijos te escogen y tú los escoges
a ellos para realizar un profundo trabajo
en el planeta. Os estáis educando el uno
al otro para este propósito. Tú eres tanto
el padre como el hijo. No existe una
diferencia real.”

James F.Twyman
Mensajes Mágicos


Mis hijas me dan el doble de toda la energía


que me quitan. Es precioso poder observar
el mundo a través de sus ojos. Su mirada me
lleva a las hojas verdes de los árboles, a los
despertares de las flores, y a tocar la tierra con
fuerza.

Pero a veces tengo prisa, a veces estoy


triste, cansada, nerviosa y me enfado. A veces
grito, y doy golpes con el pie al suelo. Y ¿por
qué Ciruelina Marrón no puede dormir todas
las noches del tirón? Y ¿Por qué me llevan la
contraria? ¿Por qué por las mañanas no quie-
ren lavarse los dientes? ¿Por qué llegamos
siempre tarde al cole? ¿Por qué la mayoría de
las rabietas pasan en la calle y me muero de la
vergüenza?
A veces estoy nerviosa y pierdo los
nervios. A veces tengo prisa, pero ellas nun-
ca la tienen. A veces estoy triste, pero si hago
el tonto consigo que ellas sonrían siempre. A
veces estoy cansada, pero su abrazo sanador
hace que se abran mis ojos. Cada vez que les
grito, les pido perdón y les ruego que me re-
cuerden que eso no se hace, que no les gusta
y no está bien. Así que no es de extrañar que
Ciruelina Azul me diga “Mami, no nos gusta
que nos grites, respira y tranquila”. Les pido
perdón y me dicen “tranquila mami, no pasa
nada. Te perdonamos”. Creo que cuando
pierdo los nervios es porque en la casa don-
de crecí, son así de gritar mucho y me sale.
Espero seguir aprendiendo con ellas, apren-
diendo a ser una mamá más paciente, más
consciente.

Mamá Ciruelina 36 años, mamá de Ciruelina


Azul y Ciruelina Marrón.
Madrid-Gijón (España)
Mi hijo consigue sacar todo lo mejor
de mí, y en segundos lo peor. Creo que así
son todos los niños, y es genial.

Cuando fui consciente que era lo normal, tra-


té de buscar alternativas, mujeres que con su
experiencia me ayudasen a controlarme. Aho-
ra cuando estoy al límite, salgo de la habita-
ción, respiro y vuelvo a entrar más calmada.
Es muy difícil controlarte y aún no lo he logra-
do por completo. Esto me ayuda también a
disfrutar mucho más de los momentos bue-
nos, es bonito que tu hijo te ayude a ser mejor
madre.

Leire, 31 años, mamá de Oier, dependienta.


Pamplona (España)

Yo no sabía muchas cosas de mí....hasta que


mi hija me lo enseñó. Ella ha conseguido sacar
lo mejor y lo peor de mí. Todas esas cosas que
uno mismo esconde o tiene guardado con su
mejor llave para que no hacernos daño o para
no mostrarnos al mundo por miedo.
Pero ellos consiguen que seamos auténticos,
que nos mostremos tal y como realmente so-
mos.
Entre otras cosas, he descubierto que
tengo más paciencia de lo que me imagina-
ba. Que es cierto que el amor hacia un hijo
crece cada día. Ahora sé que no tolero el es-
trés ni el desorden en mi vida. He aprendido
que, después de un momento de rabia o en-
fado, todo puede volver a ser maravilloso sin
que tengan que pasar días, simplemente con
una sonrisa.

Natalia, 37 años, mamá de Aiko,


educadora familiar. Islandia

Qué gran verdad, mi hija me lleva de un ex-


tremo al otro, hay días en los que saca a una
mamá consciente, paciente, conectada, con
herramientas para los conflictos, con energía
para ella, una mamá que siente que puede
con todo, que es feliz y afortunada por tener-
la.... Mientras que hay otros en los que me
siento desbordada, me atasco en los conflic-
tos, mi paciencia es escasa y pienso que no
puedo. Y así va transcurriendo la crianza entre
los días altos y los días bajos, menos mal que
los días neutros también existen ¡y que la ba-
lanza va equilibrándose!
También mi hija pone al descubierto la
educación que yo he recibido, y a veces quie-
ro desprenderme de cosas y no sé cómo. En
momentos críticos te sale esa peor cara que
pone de manifiesto todo el trabajo que aún
queda por hacer y las zonas que aún tienes
que limpiar dentro de ti.

Beatriz R., 33 años, mamá de Kimetz.


Bilbao (España)
ACEPTAR LAS RABIETAS
— “Nadie pide lo que no necesita.”

Laura Gutman


A veces es complicado no perder los nervios


cuando tu hijo por la causa más insignificante
que te pueda parecer, llora, patalea, grita y se
tira por el suelo.

Cuando te posicionas en el acompaña-


miento respetuoso, te sales del círculo en el
que él está metido y con mucha paciencia y
amor permaneces junto a él hasta que se le
pase, la rabieta pasa y la situación que se ge-
nera es de calma.

Desde el principio de las rabietas de


mis hijos yo he optado por esta manera de
acompañarlos. Me ha salido de dentro, por
sentido común y bienestar propio y ajeno.
No me he sentido bien ignorándolos en esos
momentos, ni ridiculizándolos. También hay
veces que me desbordo, que el momento
conecta con algo que llevo dormido dentro.
Es entonces cuando intento parar, tomar aire,
cambiar el escenario. Casi siempre funciona.

Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo.


Córdoba (España)

Es darle vueltas a un mismo tema: todo em-


pieza por aceptarse a una misma. Las rabietas
no son más que la necesidad no satisfecha de
que me alimenten, me acepten, de que me
quieran, de que me hagan caso. Si a un adulto
le cuesta controlar su manera de reaccionar
ante la falta de la satisfacción de estas nece-
sidades, ¿cómo se nos ocurre esperar que un
pequeño sea más capaz?

Dafna Arad, 31, mamá de Ad. y Li.


Barcelona (España)
Tengo que reconocer que antes de ser ma-
dre, yo era de esas que pensaba que un niño
con una rabieta era culpa de los padres.
Ahora sé que las rabietas no solo son norma-
les, sino que son síntoma de que nuestros hi-
jos están creciendo sanos y están aprendien-
do cosas nuevas cada día y con cada rabieta.
La manera en que los padres gestionemos
esos momentos, es la clave para que éstas
sean relevantes, o no.
En mi opinión, la única manera de sobrellevar
una rabieta (tanto para nosotros como para
nuestros hijos) es aceptando que es normal y
acompañarles de forma respetuosa y cariño-
sa, en todo momento.

Natalia, 37 años,
mamá de Aiko, educadora familiar.
Islandia

Teniendo una hija mayor que habló muy pron-


to, las rabietas parecían haber pasado de lar-
go por casa. Todo se podía hablar. Hasta que
llegó la pequeña y la mayor tuvo que sacarse
el pañal “por orden” de la guardería. Ahí pa-
samos dos semanas terribles, en las que mi
agotamiento y su negación pudieron con el
don de la palabra. Había rabietas y malhumor,
pero también muchos abrazos y contención.
Poco a poco ella bajó el muro y yo fui dejando
que el cansancio no afectara mi paciencia.

Pero la pequeña, de pocas y tardías pa-


labras, ha plantado en casa más rabietas de
las que creía podían existir. Desde los 18 me-
ses, el No y el gesto de negarse a algo que no
la convencía ha llenado la casa. Mucha lectura
previa (tras la experiencia anterior) me hacía
enfrentar sus rabietas con calma, hablándole
mucho, intentando contenerla y comprender-
la. Pero su comprensión de lenguaje también
iba más lenta que la de su hermana y tras se-
manas y meses de intentar contenerla; suma-
da a una etapa de celos y mucho llanto de su
hermana, mi paciencia se agotó. Mi momento
no era el mejor y sencillamente, estallé. Me
había sentido de cada vez peor humor pero
escucharme gritarles fue muy duro para mí.
Sabía que no era culpa de ellas, que solo esta-
ban actuando acorde a su edad, sino mía. Esa
noche, al acostarla, mi hija me abrazó y me
perdonó con ese gesto. Desde ese momento,
supe que necesitaba volver a reinventarme.
Me di cuenta que no era suficiente con defen-
der cierta manera de criar, no era suficiente
con empaparme de la teoría. Tenía que con-
vertirme yo en esa madre que quería ser, y
cambiar mis prioridades de verdad. Dejar de
correr, de hacer 20 cosas a la vez. Parar, escu-
charlas, estar presente conscientemente.

Las rabietas son una manifestación que


los pequeños no controlan. Pero de la teoría
a la práctica, con el día a día que llevamos, es
difícil. Pero hay que romper esa barrera que
levanta la sociedad en que vivimos, mirar a tu
hijo/a a los ojos, y ponerte en su lugar. No es
fácil, como os acabo de contar, no lo fue para
mí. Pero se puede.

Desde ese momento en casa no ha


habido ni un grito más (bueno…mentira…
cuando las veo a punto de cruzar la calle sin
mirar o cayéndose de cabeza del sofá el gri-
to de alerta no me lo quita nadie) Mi malhu-
mor casi ha desaparecido, he recuperado la
paciencia por la que toda la vida he recibido
tanto elogio. No me molesta el desorden, no
me importa si derraman un vaso de zumo o
un plato lleno de cereales con yogur. No me
importa que los horarios en nuestra casa no
se cumplan todos los días. En resumen, me
relajé. Dejé de verlo como una tarea y lo vi
como algo que hay que disfrutar.
Tuve que encontrarme con una hija con
las ideas muy claras para aprender, pero le
agradezco que me enseñara. Sus rabietas han
desaparecido.

Desaparecieron progresivamente
poco después de ese cambio. Todavía se
enfada, y mucho, cuando no consigue hacer
exactamente lo que quiere y como lo quiere.
Hemos pasado por muchos meses de gritos
agudos como expresión de desacuerdo/ra-
bia/frustración por su parte. Ahora ya esta-
mos verbalizando el enfado y explicando por
qué nos enfadamos. Paso a paso.

No ha sido una etapa fácil, ni para la


familia ni para su hermana que ha recibido
pellizcos y algún golpe de una hermana que
no sabía expresar enfado. Pero lo estamos lo-
grando. Y siento que no es hemos ido unien-
do mucho en el camino.

Lai, 34 años, mamá de dos terremotos,


gerente de servicio y emprendedora.
Catalana residente en Chile
ENTENDIENDO SU LLANTO
— “Nuestra sociedad tiende a creer que
un niño que no llora es un niño bueno,
que un niño que no reclama atención
constante es un niño que se porta bien. La
realidad es otra; ese niño es un niño con
el corazón roto. Probablemente es un niño
que odia la sociedad. Un niño debería
sentirse bienvenido y valorado. Entre
nosotros, no hay casi nadie que se sienta
así”.

Jean Liedloff
El concepto del continuum


“¿Es buena? ¿Llora mucho?” “Todos los niños


son buenos”, contesto. “Si lloran es por algo,
no lo hacen por molestar”. Los últimos diez
días nos hemos dedicado entre otras cosas, a
descifrar el lenguaje con el que se comunica
Nur y a interpretar sus señales.
Algunos niños no lloran, pero lo hacen por al-
guna razón especial. Muchas veces es porque
han decidido cuidar así a su madre. O prote-
gerla. Yo no lloré.
Pero la mayoría de niños lloran, y gesticulan
mucho, porque esta es su manera de comu-
nicarse. También es la manera que tienen de
soltar estrés... como los adultos, cuando llora-
mos...
Alex y yo hemos aprendido que cuando Nur
llora es porque:

• Tiene hambre
• Tiene gases
• Demanda atención y mimos
• Necesita succionar
• Tiene sueño
• Le duele la barriga o está estreñida (ya ha
pasado un par de veces)
• Libera su estrés

A veces, las razones por las que llora un Nur


quedan en el misterio... ¡ella también tiene
derecho a tener sus secretos!
El desafío constante consiste en adivinar
cuando llora por una cosa o por la otra, y si
no, en aceptar que a veces, nuestra hija llora
por alguna razón misteriosa que sólo ella co-
noce, y que es un alma libre, libre para llorar,
libre para gritar y para expresarse.
Y respirar... y darle mimo, calor humano, com-
prensión y presencia permaneciendo dispo-
nibles. Y envolverla en amor, sabiendo que
ella es amor, y que viene del amor.

A veces los bebés lloran las lágrimas


que no ha llorado la madre, o las que no llo-
ra… es decir, los bebés manifiestan a su ma-
nera los sentimientos que la madre no exterio-
riza, pues están fusionados emocionalmente
con ésta y viven completamente dentro de los
campos energéticos de la madre.
Laura Gutman explica muy bien este fenóme-
no en su libro “La maternidad y el encuentro
con la propia sombra” :

“El bebé se constituye en maestro, en guía,


gracias a su magnífica sensibilidad y a su es-
tado de fusión con la madre o persona que
la suplante. Siendo tan puro e inocente, no
tiene aún la decisión consciente de relegar a
la sombra los aspectos que cualquier adulto
despreciaría. Por eso manifiesta sin tapujos
todo sentimiento que no es presentable en
sociedad. Lo que desearíamos olvidar. Lo que
pertenece al pasado. El bebé se convierte en
espejo cristalino de nuestros aspectos más
ocultos. Por eso, el contacto profundo con un
bebé debería ser un período para aprove-
charse al máximo. [...] En la medida que una
mujer se hace cargo de su propia sombra, in-
vestiga, se cuestiona... libera al hijo de la ma-
nifestación de esa sombra.”

Si la madre es capaz de hacerse cons-


ciente de sus sentimientos en cada momen-
to, puede evitar así el llanto innecesario del
bebé, y ayudarle a que se desvincule de lo
que está sintiendo, lo que se consigue expli-
cándole al bebé, en primera persona, como
se siente una y que nada tiene que ver con él,
y que la madre puede hacerse cargo de estos
sentimientos por sí misma.
Y el bebé entiende. Y colabora. ¡Son tan sa-
bios!

Durante las últimas semanas, he po-


dido comprobar que esto efectivamente es
así, y poco a poco voy aprendiendo a vivir en
este estado de fusión, de unión tan profunda
que existe entre un bebé y su madre. Y como
siempre, sigo buceando en mi sombra, en mis
profundidades... mientras vivo uno de los mo-
mentos más hermosos y conmovedores de mi
vida...

Noraya Kalam Llinás, 40 años,


mamá, terapeuta.
Madrid (España)

Tendemos a alejar de nosotros toda cosa que


consideremos negativa. Y el llanto ha entrado
en la lista negra. Y si la razón que lo ha ocasio-
nado no nos convence, aunque normalmente
aparece sesgada, no lo aceptamos.

Del mismo modo queremos que nues-


tros hijos estén bien. Y nos desgarra oír que
no lo están. Para eso está diseñado el llanto
para resultar molesto y que encontremos una
solución. Y cuando no somos capaces de fre-
narlo nos sentimos muy fracasadas como ma-
dres.

Dafna Arad, 31, mamá de Ad. y Li.


Barcelona (España)
ENTENDIENDO SUS ENFERMEDADES

— “Enfermedad significa pues la pérdida


de una armonía o, también, el trastorno de
un orden hasta ahora equilibrado.”

T. Dethlefsen y R. Dahlke
La enfermedad como camino


Ahora, cuando mi hijo mayor ha cumplido sie-


te años y mi peque, cuatro, comienzo a enten-
der todo esto de las enfermedades.
Yo me he pasado los tres primeros
años de la vida de mi hija rodeada de Vento-
lín, aerosoles, Apiretal alternándolo con Dal-
sy cada cuatro horas, nervios, angustia y una
ansiedad terrible. La bronquiolitis en nuestra
casa estaba a la orden del día. Era día sí y día
también. Y no salíamos de esa espiral, junto
con los vómitos.
Una persona muy especial, me indicó
que los niños son “nuestros espejos” y que
con sus enfermedades nos quieren decir
algo, que ellos ven los que nosotros de ver-
dad sentimos y que es por este lado por don-
de debemos empezar. Con estas palabras
rondando en mi cabeza me dediqué a inves-
tigar y he descubierto que para la medicina
tradicional china los mocos y enfermedades
de bronquios indican pena o tristeza.

Mi hija es una niña alegre, juguetona, inquieta


y llena de risas, pero y ¿yo? ¿En qué situación
me encuentro? ¿Cómo vivo mi día a día? He
decidido cambiar, sanarme a mí misma (por
mí y por mis hijos). Ha despertado en mí una
conciencia que antes estaba oculta, me he mi-
rado en ese espejo que mi hija me muestra.
Con esto no quiero decir que todos los casos
sean igual, pero en mi caso sé que es así, y
por este motivo lo quería compartir porque
aunque a algunos os suene raro o “a chino”,
si puede ayudar a alguna otra persona como
me ha ayudado a mí ya merece la pena.

Nuestros hijos nos traen muchos men-


sajes y debemos aprender de ellos, no aca-
llarles, todo lo contrario, debemos aprender
de su forma de vida, de su mirada, de su risa…
Y sanar lo que en nosotros está mal.

Y que pasó con los vómitos. Eran otro


síntoma de mi hija que soportamos y sufrimos
ambas durante más dos meses a todas horas.
Esto es aún más simple, mi hija vomitaba por-
que no quería separarse de mí, porque con
dos años no quería ir a la escuela y los ner-
vios y el estrés que le producía le afectaba al
estómago, seguramente porque lo que ne-
cesitaba era estar con su madre, pero yo no
me paré a escucharla (ni a ella ni a mí) y me
convencí de que era lo mejor para ambas. De-
cisión errónea.

Hoy cambiaría muchas de las cosas


que hice por desconocimiento. Lo que ten-
go claro es que hay que escuchar a nuestros
hijos, comprender e intentar aceptar la en-
fermedad que tienen, acompañarles en ese
momento con mucho amor y paciencia y mi-
rar más allá por si nos quieren decir algo más
que a simple vista pasamos por alto.

Belén Conejero Gónez, 37 años, mamá de Ro-


drigo y Alicia, periodista y educadora infantil.
Madrid (España)
Fue cuando mi hijo ya tenía unos me-
ses que tuve la oportunidad de asistir a una
charla de una pediatra que explicaba la rela-
ción entre enfermedad y emoción, y nos con-
tó cómo la fusión entre madre-hijo hace que
las sombras de la madre se muestren a través
de enfermedades en el hijo.
Recordé entonces que mi hijo recién nacido,
y aún en el hospital, tuvo un poco de febrícula
y vi claramente que podía tener una relación
directa con una emoción mía reprimida de
ira de la que todavía me acordaba. Fui rela-
cionando los pocos episodios de fiebre que
había tenido y para todos podía encontrar
una explicación emocional mía. Esto me hizo
pensar.

Mi primera reacción fue sentirme cul-


pable. Parecía que si yo no era capaz de ha-
cerme cargo de mis emociones, mi hijo “su-
fría” las consecuencias. Pero luego me lo miré
desde otro prisma y entendí que eran oportu-
nidades para mí para poder sanar viejas heri-
das y crecer como persona.
Y tuve una gran oportunidad al poco tiempo,
cuando mi hijo empezó a sufrir de estreñi-
miento severo que no mejoraba con la dieta
ni con los consejos que nos daba el pedia-
tra “tradicional”. Hice varias sesiones de bio-
descodificación, constelaciones familiares,
e indagué qué era aquello que yo no podía
soltar. Fue una época difícil para mí porque
se me removió todo, a la vez que sentía una
gran impotencia viendo que el estreñimiento
no se acababa de resolver y las semanas y los
meses iban pasando. Al final, no tuve más re-
medio que confiar y soltar.

Supongo que no fue nada en concre-


to, sino un poco de todo: simplemente un día
nos dimos cuenta que había desaparecido el
problema.

Anna, 30 años, mamá de Marc.


Mataró (España)

Antes oía a alguno de mis niños toser y tem-


blaba, ahora oigo una tos, miro y observo y sé
que tengo dos opciones. Puedo caer en la irri-
tación, rabia, desesperación, tristeza o enfado
o puedo tomármelo como un mensaje de que
algo no se está tratando de la mejor manera y
es una oportunidad de crecer y aprender.
Cuando Rainbow tenía cuatro meses, y Queen
Elsa y Rayo tenían 3 años vivimos un punto
de inflexión en nuestras vidas. Rainbow era
muy bebé y estaba casi siempre encima de
mí mamando. Desde su nacimiento, Queen
Elsa y Rayo se mostraban atentos y jugueto-
nes con el bebé, pero había momentos en
los que se sentían muy sensibles, las lágrimas
asomaban más a sus ojos y sus llamadas de
atención se repetían con más frecuencia. Yo
empecé a desesperarme ante las demandas
de tres niños tan pequeños y me sentí muy
desbordada. Queen Elsa cayó enferma con
una bronquiolitis, que duró dos semanas, y a
la que se sumaron Rayo y Rainbow. Rainbow
finalmente tuvo que ser hospitalizada tres no-
ches. Recuerdo mi tristeza y dolor ante las pa-
labras de la pediatra. Pero, como no hay mal
que por bien no venga, las horas de espera
y tranquilidad en el hospital me ayudaron a
serenarme y a aceptar que necesitaba ayuda.
Me puse en contacto con un médico homeó-
pata (ya habíamos probado la homeopatía
antes, pero en momentos de impaciencia ha-
bía recurrido a la medicina académica más
veces de las que yo hubiera deseado). En
mis sesiones con él, no sólo llegué a conocer
mejor a mis hijos sino que también llegué a
conocerme mejor a mí misma y a observar al-
gunos patrones de mi comportamiento que
desencadenaban una serie de reacciones en
mis niños que luego yo no aceptaba.
Mi homeópata se convirtió en mi terapeuta
y fue también quien me animó a leer “La en-
fermedad como camino” de T. Dethlefsen y
R. Dahlke, y gracias a él y a este libro enten-
dí que mis hijos me muestran lo que muchas
veces yo no veo, que hacen de espejo de mis
propias emociones, bloqueos, inseguridades
o miedos. Son mis pequeños maestros, los
que me enseñan a quererme más, a valorarme
más y a querer gestionar todas las emociones
que se han ido estancando en partes de mi
cuerpo y mi mente y que yo no era consciente
de que existían.
Como bien explican en el libro “los padres
no tienen culpa de los trastornos de los hijos,
pero los trastornos de los hijos reflejan los
problemas de los padres”. Y en este sentido,
cada enfermedad me ha enseñado algo, me
ha mostrado algún rasgo de mi carácter que
anteriormente yo había reprimido, alguna
creencia limitadora que se seguía repitiendo
sin yo ser consciente de ello o una indicación
de que mis niños necesitaban algo de mí que
yo no les estaba dando.
Así que cuando están enfermos intento
conectar más con ellos, mirarles a los ojos y
mostrar mi comprensión, apoyo y amor, por-
que sé que su enfermedad es un mensaje
para ellos y para mí, y sé que tengo que estar
presente, con el corazón abierto y la mente
serena para dejar que esa emoción, esa ener-
gía que se ha bloqueado, sea validada y así
pueda seguir fluyendo. Me ha resultado cu-
rioso comprobar cómo al ser consciente de
algo que había reprimido, al iluminar una par-
te de mi sombra, los síntomas de una enfer-
medad específica han ido desapareciendo.
Y es en estas ocasiones cuando siento que
el poder ya lo tenemos dentro de nosotras y
que sólo necesitamos los recursos y las herra-
mientas que nos ayuden a conectar más con
ese poder sanador y confiar en los procesos
de la vida.

Hoy veo la sanación como una vuelta


a la unidad que somos, un proceso holístico
en el que debemos trabajar con nuestro cuer-
po, nuestra mente y nuestras emociones para
ser más nosotras mismas, poder disfrutar de
ese regalo y compartirlo con las personas que
amamos, y en un sentido más amplio, con la
vida misma.

Ruth, 41 años, mamá de Queen Elsa, Rayo y


Rainbow, profesora. Castellón (España)

A mi pequeño Perdigón le salió un brote por


todo el cuerpo que sólo iba a más. Menudo
cuerpecito con ronchas rojas, pobrecito. Y
encima le picaba y aunque era pequeñito ya
se rascaba en cuanto se le desnudaba. Proba-
mos diferentes homeopatías y cremas para
esto que llamaban “piel atópica” y que se ha
generalizado tanto en la sociedad que parece
algo de ellos incluso, algo típico que tienen
los bebés. Pero no, como se viene diciendo
el niño es nuestro, de las madres y de ellas
capta energías que no sabe cómo gestiona,
o lo hacen a través de la piel o de moquetes,
o de otras formas. Pero vamos que ya se le
puede dar cremas o medicamentos o incluso
me comentaron que unos vecinos se muda-
ron a vivir al mar porque allí mejoraba con la
humedad y el mar (puede ser que eso ayude
¿o quizá era lo necesitaba la madre?).
En fin que hasta que no caí en la cuenta que
el problema era mío, hasta que no me paré
a analizarlo, medité, reflexioné sobre qué me
podía estar moviendo así, hasta ese momento
Perdigón no se curó (aunque claro, usar cre-
mitas mientas tanto ayudan a que lo pique
tanto) y fue tan simple como empezar a dedi-
carme tiempo a mí misma, empecé clases de
Yoga y una parte de mí se tranquilizó, se sintió
mejor, y el pequeño ¡se relajó!

Tiempo a una misma: algo que con la


maternidad consciente es difícil y fácil a la
vez; Difícil porque todo lo haces para el be-
bito, todo tu mundo gira a su alrededor y si
te da tiempo lees sobre temas variopintos
conscientemente, pero tiempo para ti, eso es
otro cantar. En mi caso darme cuenta del ac-
tual tiempo que disponía para mí que no era
disfrutado; empecé a disfrutar tomando un
te mientras él dormía, me di cuenta de que
a gustito estaba tumbada en el sofá yo soli-
ta conmigo misma mientras él dormía, me lo
permití, me lo decía a mí misma (creo que la
palabra da mucha luz) empecé a hacer cons-
cientes esos ratos míos, aunque fueran corti-
tos… Y todo empezó a fluir. Creo que cuando
te das cuenta que algo te ocurre, lo llevas a
los sueños y meditas, las soluciones práctica-
mente vienen solas…
Con esto no quiero decir que cada vez que le
pase algo al peque es por mí, que ellos tam-
bién tienen que pasar por algunos procesos
ellos solitos como el dolor de dientes, o tripi-
ta… Ni tampoco quiero que nadie se sienta
culpable por ello, sino que se den cuenta, y le
pongan solución que es lo importante.

Carmen Molina, 31 años,


mamá de Perdigón, madre de día.
Madrid (España)

En mi caso, nuestro bebé comenzó a tener


una serie de problemas respiratorias cuando
tenía tan sólo seis mesecitos, los cuales deri-
varon en diversos ingresos (alguno de hasta
casi dos semanas de duración) y un par de vi-
sitas a la UCI.
Al pequeño desde el primer caso se le
empezaron a administrar aerosoles y comen-
zamos a tener un control más exhaustivo de la
situación, sobre todo preventivamente. Yo ya
había comenzado a trabajar y su padre por las
exigencias laborales estaba bastante ausente.
Comenzamos a llevarle tan solo unos días a
la guardería para poder cubrir nuestras nece-
sidades. No hizo más que empeorar la situa-
ción. Fue entonces cuando decidí recortarme
más la jornada laboral para poder estar con
él la mayor cantidad de tiempo posible y con-
trolarlo más de cerca por cualquier problema
que surgiera. Desde ese momento la mejoría
ha sido exponencial, el niño sigue tomando
tratamientos preventivos pero de los ingresos
ya nos hemos olvidado por completo. Mi opi-
nión es que en muchas ocasiones el que no
pasen todo el tiempo que puedan requerir de
sus padres puede producir ciertos síntomas
en nuestros pequeños o agravar otros que ya
padezcan. Nuestras atenciones y dedicación
pueden ser la mejor medicina.

Esta sería la explicación desde el punto


de vista paterno. Pero yendo más allá. Incons-
cientemente yo no llevaba bien la separación,
no me gustaba la idea de dejar a nuestro
pequeño con nadie, además de que mi hijo
estaba reflejando la situación de ahogo que
vivíamos su padre y yo, porque nos ha llevado
un proceso duro estar donde estamos. Nece-
sitaba respirar y liberarse de ciertos momen-
tos. Era yo la que me ahogaba. Es mi espejo.
Por eso dentro de un seguimiento médico, lo
que más ha ayudado a mi hijo en sus enfer-
medades ha sido el propio bienestar familiar.
Yo respiro y él también.
Ane, 34 años, mamá de Aquiles.
Guipúzcoa (España)
MEDICINA ALTERNATIVA
PARA MIS HIJOS
¿SÍ O NO?

— “La medicina es el arte de imitar los


procedimientos curativos de la naturaleza.”

Hipócrates

Soy terapeuta holística, mi labor es ayudar a


las personas a encontrar la harmonía en su sa-
lud y en su vida. Llevo trabajando con las tera-
pias complementarias a nivel personal desde
los dieciséis años, a nivel profesional desde
hace seis y en todo este tiempo he podido
constatar los beneficios de una dieta adecua-
da, la mayor de las medicinas físicas y una de
las más grandes energéticas, y la eficacia en
el tratamiento de diversas enfermedades de
los métodos no convencionales, como la fito-
terapia o la homeopatía.
Antes de que mis hijos nacieran estaba
tomada la decisión de que siempre iría a bus-
car un tratamiento más acorde a su naturale-
za dejando los tratamientos químicos para el
final. Una vez nacieron la cosa fue algo dife-
rente pues lo que eran teorías mentales muy
fundamentadas quedaron relegadas a un
segundo plano, mi miedo visceral podía por
momentos y todo lo que sabía sobre la salud,
tratando a mis hijos se diluía casi por comple-
to. Así que en un primer momento cuando
mi hijo mayor empezó con dermatitis severa
le di crema con cortisona, entre otras cosas.
Evidentemente paliábamos eficazmente los
síntomas pero no la raíz del problema y aquí
comenzó nuestra cruzada personal con Roger
en brazos y varios problemas de salud, que
si bien no eran graves, molestaban bastante.
Empezamos con tratamientos homeopáticos
y a día de hoy seguimos, Roger hace bastan-
te tiempo que los únicos medicamentos que
toma son: algo de salbutamol cuando el asma
se le complica, si es que llega a tenerlo por-
que con la homeopatía la mayoría de las veces
conseguimos frenarlo a tiempo, y una dosis
de apiretal si le sube mucho la fiebre y de ma-
nera brusca, para descartar meningitis. A par-
tir de aquí todo lo tratamos muy eficazmente
a través de la alimentación, con homeopatía,
con terapia energética y con medicinas que
nos están tratadas como tal todavía, como pa-
sear por el bosque, bailar Biodanza y hacer
extra de besos y abrazos. Sólo me queda una
herramienta preventiva que enseñarles a mis
hijos que son la respiración consciente, la re-
lajación y la meditación pero todo se andará.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)

Y digo yo… ¿Por qué no? ¡Claro que sí! Pien-


sa una cosa, durante el embarazo te prohíben
tomarte cualquier tipo de medicamento…y si
te duele algo, ¿qué haces? ¿Aguantarte? Pues
no, no es necesario; pues hay un gran abani-
co de terapias naturales que pueden ayudar-
te aunque estés embarazada (acupuntura, au-
riculoterapia, homeopatía, oligoterapia, reiki,
osteopatía, Yoga, naturopatía, reflexología, y
un largo etc.). Y si lo has probado y ves que te
va genial y te beneficia, ¿por qué no hacerlo
con tus hijos?
Eso no significa renunciar a la medicina con-
vencional; todo lo contrario, es darte cuenta
de dónde están los límites de cada tipo de
medicina y poder complementarlas, quedarte
con lo mejor de cada una de ellas. En nuestro
caso, hemos experimentado que cuanta más
medicina alternativa utilizamos y más ecoló-
gico comemos, menos necesitamos de la tra-
dicional para curar esos resfriados, otitis, etc.,
típicos en edades infantiles. Pues el enfoque
de la medicina alternativa es sobretodo pre-
ventivo (potenciar el sistema inmunitario) y
en caso de enfermedad resolverlo de forma
completa ya que interviene en varios planos
de la persona y no únicamente en el físico.

Silvia, 38 años,
mamá de Iris y Didac, enfermera.
El Masnou (España)

Mi hija Júlia no ha sido vacunada, ni ha consu-


mido ningún tipo de medicina farmacológica.
Lo único que en dos ocasiones, muy pero que
muy puntuales, ha tomado, ha sido homeopa-
tía.
Es cierto que al principio de tomar la decisión
hubo algunos momentos de inseguridad,
pero para nosotros las consecuencias que la
vacunación puede conllevar superan el mie-
do a dejar de utilizarlos.
En cualquier caso nuestra postura no exclu-
ye la utilización de ningún recurso que, en un
momento dado, pueda ser necesario. Pero
siempre y cuando realmente sea necesario.
Creemos firmemente que hay otras formas al-
ternativas de ayudar al organismo a encontrar
el equilibrio para seguir adelante, mucho más
respetuosas y en armonía con la propia natu-
raleza de la persona.

María Mamolar López, 36 años,


mama de Júlia. Getxo-Bizkaia (España)
NO QUIERE COMER

— “Habitualmente a la hora de comer


aparece la exigencia como actitud
preponderante: lo que debería ingerir,
lo que es indispensable y lo que no se
discute. (…) Es interesante advertir que
los niños a quienes más se exige y más
se presiona van perdiendo la capacidad
de saber qué quieren. Acostumbrados a
responder al deseo del otro, se pierden de
su propia búsqueda.”

Laura Gutman
Mujeres visibles, madres invisibles


La alimentación es uno de los asuntos a los


que más atención prestamos los padres. A to-
dos nos parece fundamental. Cuando un niño
no come todo lo bien que nos gustaría surge
la preocupación y podemos llegar a la deses-
peración.
Daibel no es buen comedor. El rechazo
a la comida es una de las características de su
síndrome. No lo voy a negar, me cuesta asu-
mirlo. A veces me frustro. Daibel es un niño
que hace hipoglucemias (bajadas de glucosa
en sangre) por lo que es muy peligroso que
no coma. Además, me cuesta vivir con pacien-
cia que mi ropa y la suya esté siempre llena de
restos de comida.
En esta situación, una alimentación comple-
ta, equilibrada y saludable es más que fun-
damental, por ello tratamos de enriquecer
sus comidas para que sean lo más nutritivas
posible. Con el consejo de Estela, naturópa-
ta experta en alimentación infantil, que tiene
un negocio precioso al ladito de nuestra casa,
Naturonium, fuimos haciendo algunos cam-
bios en la alimentación de Daibel que cree-
mos que son muy beneficioso para él y que
los puede aplicar cualquier persona.

Uno de los primeros cambios tuvo que


ver con la con la leche. Estaba tomando leche
de vaca. Yo no me atrevía a quitarla porque,
básicamente, era la única fuente de grasa que
había en su alimentación y es primordial en el
caso de un niño con bajo peso, que rechaza
la comida y tiene retraso en el crecimiento. Yo
sabía que la leche de vaca no es de las más
saludables, pero desconocía las alternativas.
Estela me aconsejó cambiar a leche de cabra
u oveja, ya que, aún siendo de origen animal,
son más nutritivas y digeribles, y así sigo apor-
tándole la grasa de la que yo no quería pres-
cindir.
La leche de vaca que no es ecológica, la que
más se vende en nuestro país, no es el me-
jor alimento para nuestros hijos. Y esto es así
porque los animales suelen estar alimentados
con piensos que contienen productos trans-
génicos y porque se les aplican hormonas y
antibióticos que terminamos consumiendo,
generando en nuestro organismo alergias e
intolerancias y resistencia a algunos medica-
mentos. Además, ciertos procesos que sufre
la leche hacen que se destruyan algunos de
sus nutrientes, lo que, por ejemplo, provoca
que no absorbamos bien el calcio que con-
tiene. Además, la leche de algunas razas de
vaca contiene una proteína que aumenta la
mucosidad. El invierno de 2015 ha sido espe-
cialmente duro para nosotros a causa de in-
fecciones respiratorias, por lo que reducir la
cantidad de mucosidad era fundamental para
nosotros. Un simple cambio de alimentación
nos ha ayudado.
Las leches de cabra y oveja contienen más
cantidad de calcio y triglicéridos. Son más di-
geribles porque el tamaño de sus crías es más
parecido al de los bebés humanos. No con-
tienen la proteína Beta-CM-7, la que aumenta
la mucosidad. A los animales no se les aplica
antibiótico porque se les ordeña a mano, lo
que favorece que no tengan las infecciones
en las ubres que sí tienen las vacas por ser or-
deñadas con máquinas. Además, si podemos
conseguir leche de cabra u oveja de origen
ecológico, procedente de animales alimenta-
dos en pastos, estaremos dándoles a nuestros
hijos un alimento nutritivo y saludable para su
organismo.

También elaboramos nuestra propia


leche de avena, que le aporta muchos benefi-
cios, como mejorar las digestiones, mantener
buenos niveles de glucosa y aporte de pro-
teínas de calidad, fundamentalmente. Para
nosotros era importante que los cambios en
la alimentación de Daibel no nos supusieran
un gran trastorno en el precio de la cesta de
la compra, ya que la situación económica fa-
miliar es la que es con un autónomo en casa
y una desempleada que no puede buscar tra-
bajo porque tiene que cuidar de su hijo en-
fermo. Comprar leche de cabra u oveja ya nos
sale más caro que la de vaca, pero elaborar
nosotros mismos la leche de avena sale muy
barato. He calculado que obtenemos un litro
por un coste aproximado de 15 céntimos. Sí,
15 céntimos. Siendo así, hasta nos podemos
permitir elaborarla con agua mineral embote-
llada, que tiene menos residuo.
A la leche de avena le añadimos un trozo pe-
queño de alga kombu, lo que aumenta la can-
tidad de calcio. Cocemos los copos durante
dos horas junto con el alga y, al final le aña-
dimos una cucharada sopera de semillas de
sésamo, que también contiene mucho calcio.
Lo trituramos y colamos y está listo para con-
sumir.

Antes de acudir a Estela, ya elaboraba


los purés de Daibel con verdura y fruta ecoló-
gica. Me encantaría no darle la alimentación
triturada, pero Daibel no coge todavía obje-
tos con las manos y su deglución está aún por
perfeccionar. Ahora enriquecemos su alimen-
tación con algas, semillas y germinados. Así
sus comidas son mucho más nutritivas y be-
neficiosas para su organismo.
Actualmente, Daibel come dos purés
diarios. Uno de ellos lo enriquecemos con
semillas trituradas de lino, que favorecen el
tránsito intestinal, importante para él que pa-
dece estreñimiento. Al otro puré le añadimos
germinados, los primeros brotes de las semi-
llas. Se trata de un alimento muy nutritivo, ya
que el germinado de una semilla, que puede
tener unos tres centímetros de largo, contie-
ne todos los nutrientes de una fruta o verdu-
ra completa. Los cultivamos en nuestra coci-
na y los recolectamos cada semana. Es muy
sencillo. Hemos probado los de zanahoria,
brócoli, rúcula, fenogreco y girasol. Nosotros
los comemos en ensaladas y a Daibel se los
ponemos troceados en los purés después de
haberlos calentado, ya que así guardan mejor
sus propiedades.
También conviene reducir al mínimo el consu-
mo de azúcares refinados, sal y, por supuesto,
alimentos que tengan aditivos como conser-
vantes, colorantes o potenciadores de sabor.
Daibel no toma nada de esto. Nosotros no he-
mos eliminado el gluten de su alimentación,
pero sí que nos aseguramos de que los ce-
reales que tome sean integrales, que tienen
más fibra, le aportan más energía y ayudan a
mantener sus niveles de glucosa.
Estas pautas alimentarias son completamente
aplicables y beneficiosas para cualquier per-
sona de cualquier edad, no solo para Daibel y
su circunstancia especial.

Ana Isabel Íñigo, 30 años, mamá de Daibel.


Rivas-Vaciamadrid (España)

Si no quiere comer… Respira… Tranquila… Es


difícil, es frustrante, te sientes impotente… Lo
sé, he estado ahí. Yo contaba la comida que
mi hija comía por cucharaditas, nada de ml, ta-
zas, platos o piezas de fruta,… yo decía “se ha
comido cinco cucharaditas” o tres, o las que
fuesen. Un niño que no quiere comer es duro.
Y en cada visita al pediatra, el gráfico de los
percentiles siempre en mínimos o por debajo
del mínimo,… No llegué a empujar la comida
con un chupete ni nada de eso, sí insistí, sí la
distraje, sí la senté delante del ordenador y le
puse dibujos… hasta que un día dije ¡basta!
La comida es un placer además de una nece-
sidad, se ha de disfrutar y no temer. Han ido
pasando los años y mi hija come de todo, eso
sí, en pequeñas cantidades y ella práctica-
mente nunca tiene hambre, pero… está fuer-
te, ágil, despierta y sana. Aun así, he de reco-
nocer que hay días en que aún me desespero
y alguno incluso en que me enfado.

Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.


Barcelona (España)
NO QUIERE COMER

— “Habitualmente a la hora de comer


aparece la exigencia como actitud
preponderante: lo que debería ingerir,
lo que es indispensable y lo que no se
discute. (…) Es interesante advertir que
los niños a quienes más se exige y más
se presiona van perdiendo la capacidad
de saber qué quieren. Acostumbrados a
responder al deseo del otro, se pierden de
su propia búsqueda.”

Laura Gutman
Mujeres visibles, madres invisibles


La alimentación es uno de los asuntos a los


que más atención prestamos los padres. A to-
dos nos parece fundamental. Cuando un niño
no come todo lo bien que nos gustaría surge
la preocupación y podemos llegar a la deses-
peración.
Daibel no es buen comedor. El rechazo
a la comida es una de las características de su
síndrome. No lo voy a negar, me cuesta asu-
mirlo. A veces me frustro. Daibel es un niño
que hace hipoglucemias (bajadas de glucosa
en sangre) por lo que es muy peligroso que
no coma. Además, me cuesta vivir con pacien-
cia que mi ropa y la suya esté siempre llena de
restos de comida.
En esta situación, una alimentación comple-
ta, equilibrada y saludable es más que fun-
damental, por ello tratamos de enriquecer
sus comidas para que sean lo más nutritivas
posible. Con el consejo de Estela, naturópa-
ta experta en alimentación infantil, que tiene
un negocio precioso al ladito de nuestra casa,
Naturonium, fuimos haciendo algunos cam-
bios en la alimentación de Daibel que cree-
mos que son muy beneficioso para él y que
los puede aplicar cualquier persona.

Uno de los primeros cambios tuvo que


ver con la con la leche. Estaba tomando leche
de vaca. Yo no me atrevía a quitarla porque,
básicamente, era la única fuente de grasa que
había en su alimentación y es primordial en el
caso de un niño con bajo peso, que rechaza
la comida y tiene retraso en el crecimiento. Yo
sabía que la leche de vaca no es de las más
saludables, pero desconocía las alternativas.
Estela me aconsejó cambiar a leche de cabra
u oveja, ya que, aún siendo de origen animal,
son más nutritivas y digeribles, y así sigo apor-
tándole la grasa de la que yo no quería pres-
cindir.
La leche de vaca que no es ecológica, la que
más se vende en nuestro país, no es el me-
jor alimento para nuestros hijos. Y esto es así
porque los animales suelen estar alimentados
con piensos que contienen productos trans-
génicos y porque se les aplican hormonas y
antibióticos que terminamos consumiendo,
generando en nuestro organismo alergias e
intolerancias y resistencia a algunos medica-
mentos. Además, ciertos procesos que sufre
la leche hacen que se destruyan algunos de
sus nutrientes, lo que, por ejemplo, provoca
que no absorbamos bien el calcio que con-
tiene. Además, la leche de algunas razas de
vaca contiene una proteína que aumenta la
mucosidad. El invierno de 2015 ha sido espe-
cialmente duro para nosotros a causa de in-
fecciones respiratorias, por lo que reducir la
cantidad de mucosidad era fundamental para
nosotros. Un simple cambio de alimentación
nos ha ayudado.
Las leches de cabra y oveja contienen más
cantidad de calcio y triglicéridos. Son más di-
geribles porque el tamaño de sus crías es más
parecido al de los bebés humanos. No con-
tienen la proteína Beta-CM-7, la que aumenta
la mucosidad. A los animales no se les aplica
antibiótico porque se les ordeña a mano, lo
que favorece que no tengan las infecciones
en las ubres que sí tienen las vacas por ser or-
deñadas con máquinas. Además, si podemos
conseguir leche de cabra u oveja de origen
ecológico, procedente de animales alimenta-
dos en pastos, estaremos dándoles a nuestros
hijos un alimento nutritivo y saludable para su
organismo.

También elaboramos nuestra propia


leche de avena, que le aporta muchos benefi-
cios, como mejorar las digestiones, mantener
buenos niveles de glucosa y aporte de pro-
teínas de calidad, fundamentalmente. Para
nosotros era importante que los cambios en
la alimentación de Daibel no nos supusieran
un gran trastorno en el precio de la cesta de
la compra, ya que la situación económica fa-
miliar es la que es con un autónomo en casa
y una desempleada que no puede buscar tra-
bajo porque tiene que cuidar de su hijo en-
fermo. Comprar leche de cabra u oveja ya nos
sale más caro que la de vaca, pero elaborar
nosotros mismos la leche de avena sale muy
barato. He calculado que obtenemos un litro
por un coste aproximado de 15 céntimos. Sí,
15 céntimos. Siendo así, hasta nos podemos
permitir elaborarla con agua mineral embote-
llada, que tiene menos residuo.
A la leche de avena le añadimos un trozo pe-
queño de alga kombu, lo que aumenta la can-
tidad de calcio. Cocemos los copos durante
dos horas junto con el alga y, al final le aña-
dimos una cucharada sopera de semillas de
sésamo, que también contiene mucho calcio.
Lo trituramos y colamos y está listo para con-
sumir.

Antes de acudir a Estela, ya elaboraba


los purés de Daibel con verdura y fruta ecoló-
gica. Me encantaría no darle la alimentación
triturada, pero Daibel no coge todavía obje-
tos con las manos y su deglución está aún por
perfeccionar. Ahora enriquecemos su alimen-
tación con algas, semillas y germinados. Así
sus comidas son mucho más nutritivas y be-
neficiosas para su organismo.
Actualmente, Daibel come dos purés
diarios. Uno de ellos lo enriquecemos con
semillas trituradas de lino, que favorecen el
tránsito intestinal, importante para él que pa-
dece estreñimiento. Al otro puré le añadimos
germinados, los primeros brotes de las semi-
llas. Se trata de un alimento muy nutritivo, ya
que el germinado de una semilla, que puede
tener unos tres centímetros de largo, contie-
ne todos los nutrientes de una fruta o verdu-
ra completa. Los cultivamos en nuestra coci-
na y los recolectamos cada semana. Es muy
sencillo. Hemos probado los de zanahoria,
brócoli, rúcula, fenogreco y girasol. Nosotros
los comemos en ensaladas y a Daibel se los
ponemos troceados en los purés después de
haberlos calentado, ya que así guardan mejor
sus propiedades.
También conviene reducir al mínimo el consu-
mo de azúcares refinados, sal y, por supuesto,
alimentos que tengan aditivos como conser-
vantes, colorantes o potenciadores de sabor.
Daibel no toma nada de esto. Nosotros no he-
mos eliminado el gluten de su alimentación,
pero sí que nos aseguramos de que los ce-
reales que tome sean integrales, que tienen
más fibra, le aportan más energía y ayudan a
mantener sus niveles de glucosa.
Estas pautas alimentarias son completamente
aplicables y beneficiosas para cualquier per-
sona de cualquier edad, no solo para Daibel y
su circunstancia especial.

Ana Isabel Íñigo, 30 años, mamá de Daibel.


Rivas-Vaciamadrid (España)

Si no quiere comer… Respira… Tranquila… Es


difícil, es frustrante, te sientes impotente… Lo
sé, he estado ahí. Yo contaba la comida que
mi hija comía por cucharaditas, nada de ml, ta-
zas, platos o piezas de fruta,… yo decía “se ha
comido cinco cucharaditas” o tres, o las que
fuesen. Un niño que no quiere comer es duro.
Y en cada visita al pediatra, el gráfico de los
percentiles siempre en mínimos o por debajo
del mínimo,… No llegué a empujar la comida
con un chupete ni nada de eso, sí insistí, sí la
distraje, sí la senté delante del ordenador y le
puse dibujos… hasta que un día dije ¡basta!
La comida es un placer además de una nece-
sidad, se ha de disfrutar y no temer. Han ido
pasando los años y mi hija come de todo, eso
sí, en pequeñas cantidades y ella práctica-
mente nunca tiene hambre, pero… está fuer-
te, ágil, despierta y sana. Aun así, he de reco-
nocer que hay días en que aún me desespero
y alguno incluso en que me enfado.

Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.


Barcelona (España)
LA RETIRADA DEL PAÑAL
¿RESPETANDO SUS RITMOS?

— “Controlar esfínteres no se aprende


por repetición, como leer y escribir. Se
adquiere naturalmente cuando se está
listo, como la marcha o el lenguaje verbal.”

Laura Gutman

Con mi esposo hemos intentado respetar y


acompañar el ritmo de nuestros hijos, en cada
aspecto de su crecimiento. No vemos por qué
no hacerlo en lo que respecta a la retirada del
pañal.
Creo que los niños están biológicamente ma-
duros para controlar esfínteres a partir de los
3 años, algunos antes, otros incluso cerca de
los 4 años.
Estuve atenta a las señales que podían indi-
carme que mi hijo mayor se encontraba listo
para “dejar los pañales”, lo que sucedió cuan-
do él tenía tres años y medio. Entonces, un día
de calor le retiré su pañal y le coloqué sus pri-
meros calzoncillos. Ese día, se orinó una vez.
Sin darle mayor importancia, lo limpié y le dije
que, de ser posible, la próxima vez que sintie-
ra deseos de ir al baño, me lo hiciese saber
antes. Así lo hizo, y desde ese momento, mi
hijo va al baño sin problemas.

Nada de angustia, ni suya ni mía. Sim-


plemente respetando su ritmo.

Mi hijo menor, que tiene dos años y ocho me-


ses, aún no ha dado señales de estar maduro
para la retirada del pañal. Lo observo, estoy
atenta. Cuando sienta que llegó el momento,
haremos la prueba, y veremos qué pasa.

Natalia, 38 años,
mamá de Agustín y Juan Pablo.
Buenos Aires (Argentina)

Casi todos los amiguitos de mi hijo van a la


guardería por lo que la retirada del pañal
ha sido bastante rápida y dirigida. Yo nunca
quise presionarlo a pesar de que me decían
que ya podía empezar que no esperara mu-
cho. Yo le fui proponiendo si quería hacer
pis en el wáter o en la bacinilla pero ante las
negativas nunca insistí. Se negaba en rotun-
do. Si cuadraba que estábamos en la finca de
mis padres y estaba desnudo pedía el pañal
para hacer sus necesidades. Hasta que un día
el mismo me dijo que no quería más pañal.
Que quería wáter. Lo había visto hacer a uno
de sus amiguitos. Fue increíblemente rápido.
Desde ese día no volvió a usar pañal ni de día
ni de noche. Solo se le ha escapado un par
de veces. Ellos son sabios y se conocen. No
intentemos que sigan nuestro ritmo.

Sarah, 32 años,
mamá de Eloi, diseñadora gráfica.
Vigo (España)
MI ESTILO DE CRIANZA

— “La atención y el amor de los padres a


sus hijos debería ser siempre permanente
e incondicional. Sólo así se puede educar
bien en todo momento. Atenderlos
siempre no es sinónimo de malcriar, sino
de educar correctamente.”

Rosa Jové
Ni rabietas ni conflictos


La lactancia a la cual me aferré con uñas, dien-


tes y tetas, me ha dado lazos de amor tan pro-
fundos… mucho más profundos que la cica-
trices sobre mi útero, tan profundos que han
creado un vínculo tan sincero y duradero que
traspasa la lactancia.
Criarlos respetuosamente es fruto de horas
de leche y amor, sin más.
No quiero decir que sea el único canal por
donde generar vinculo, pero si ha sido el mío,
el nuestro. Papá en esto también ha sido muy
importante, su apoyo, su contención o su sim-
ple “Tranquila, toda va a ir bien”.
Entre los “y si…” que inevitablemente me sigo
planteando 5 años después de mi primera
cesárea, el que más persiste es ¿criaría igual a
mis hijos si hubiesen nacido de otra manera?

Hoy soy la mujer-madre que soy des-


pués de haber ahondado mucho las sombras
de mi maternidad, y definitivamente no soy ni
de cerca el tipo de mujer-madre que pensaba
ser.
Por lo cual, un comienzo distinto al esperado,
un parto no soñado ni planeado ha modifica-
do mi forma de ver las cosas.
Puedo afirmar que la maternidad me ha dado
esas riendas para tirar de mi carro a mi ma-
nera, soy cada día un poco más libre, crío
consciente y respetuosamente porque nues-
tra historia comenzó de una manera inespe-
rada, y aquello debía revertirse, me uní emo-
cionalmente a mis niños como la única salida
posible de ese agujero mental, sentimental y
real   —tengo dos costuras... una sobre otra—
en el cual estaba sumergida.
Llegué a esta maternidad consciente del
modo menos esperado, intentando subsanar
acontecimientos.
Fue todo un desafío en sus comienzos y lo si-
gue siendo, una amiga dice que criar con res-
peto, es a veces una carrera de fondo, sabe-
mos que lo bueno está por venir, pero el día a
día se hace cuesta arriba.
Nadie nos ha enseñado a criar de esta manera
(nuestras referencias son libros, otras madres
y padres, pero sobre todo nuestro instinto) al-
gunas mamás llegan a esta manera de criar
informadas y convencidas, yo no.
He bajado muy hondo en mis penas para lle-
gar donde hoy estoy, donde observo a mi
familia -yo incluida- siendo extremadamente
felices…
¿Y acaso no es solo eso lo que importa?
Mi maternidad consciente es mi “yo” mu-
jer-madre transformada. Capas de mi misma
en otras mujeres, en la naturaleza, me abrazo
y me reciclo, me perdono, crío y recuerdo... a
la niña que fui, a mis épocas embarazada, a la
mujer que era y la madre que soy.
Soy nieta, hija, madre y abuela en conexión
conmigo misma.
Creo que la maternidad consciente se apren-
de y se aprehende desde y por nosotras mis-
mas, solas en el interior de nuestra alma fe-
menina, dentro de nuestro útero y en libertad,
en total libertad!
Aún no encuentro todas las respuestas que
hay en mí, me convertí en madre y se recon-
virtió mi vida, las cicatrices han cerrado, las
heridas de a poco, han abierto mi útero para
que nacieran mis hijos, si eso no es parir-par-
tir-separar-dividir, yo no he tenido un parto,
he tenido dos.
Parafraseando a Ibone Olza: “Con la fuerza
que me da recordarme herida con mis tetas y
criando de manera consciente para saberme
curada”.

Una mamá sudañola, 35 años,


mamá de L. y M., arquitecta y fotógrafa.
Madrid (España)

Lo más importante es Ella y cómo se siente.


No imponemos nada. Hemos vivido estos tres
años observándola y preguntándole que ne-
cesita en cada momento. Hablamos mucho
para que sepa expresar sus emociones. La
frustración es muy difícil y el genio se apodera
de nosotros. Con constancia y mucha entre-
ga. Deberían vender paciencia en los herbo-
larios… Si les explicas las cosas todo es más
sencillo. Ella escucha, reacciona y no siempre
de manera positiva pero veo que es una niña
con carácter y no necesita gritos, castigos ni
límites.
Quiero conseguir y consigo que piense, que
se dé cuenta de lo que es peligroso, lo que es
divertido, que no tienes que ceder a algo por-
que sí cuándo no le apetece, que lo que no te
gusta que te hagan no puedes hacerlo, para
que empatice con los sentimientos de los de-
más…Yo promuevo una crianza con apego y
disponibilidad total, consciente y poniéndo-
me en su lugar para poder comprenderla, y
respetuosa con Ella en todos los términos:
personalidad, ritmos… ¡Queremos que sea
Ella misma! ¡Única cómo es!

Papelenmisvenas, 36 años,
mamá de Ella, dependienta.
A Coruña (España)

Aunque sólo soy madre desde hace tres años,


siento como cada día construimos juntos
nuestro estilo de crianza. Recuerdo que cuan-
do estaba embarazada, mi terapeuta me pre-
guntó en una ocasión, qué estilo de crianza de
los que tenía cerca, me gustaba más. Aquella
pregunta me hizo reflexionar por primera vez
en profundidad sobre lo que significaba tener
un estilo de crianza.
Algunas cuestiones las hablé con mi pareja
antes de convertirnos en madres y otras las
hemos ido decidiendo sobre la marcha.

Si tuviera que definir mi estilo de crian-


za, diría se está basado en el respeto absoluto
hacia mi hijo, en lo adelantarme a los proce-
sos y dejar que sea su propio desarrollo el que
marque el ritmo. Con él estoy aprendiendo a
restarle importancia a los tiempos. Disfruto de
cada etapa sin obsesionarme sobre si ya de-
bería haber aprendido esto o lo otro. Me im-
porta especialmente el terreno de lo emocio-
nal y me preocupo constantemente de que
Nicolás se sienta acompañado sea cual sea la
emoción que sienta. Para ello, le transmito mi
disponibilidad absoluta cuando me necesita.
Ya hay muchos momentos en que está jugan-
do él solo y no me necesita a su lado.

Beatriz Saguar González,


mamá de Nicolás, psicóloga.
Madrid (España)
LAS NORMAS Y LOS LÍMITES
— “Si ordeno —decía habitualmente—, si
ordeno a un general que se transforme en
ave marina y si el general no obedece, no
será culpa del general. Será culpa mía”.

Antoine de Saint-Exhupery
El principito


Mis once principios básicos son estos (me ha


costado bastante descubrirlos y aprenderlos),
si los sigo, todo va bastante bien, pero aun
así, a veces los olvido:

1. Respetar y comprender sus ritmos como


niños (que no son los míos, como adulta).
2. Comprender que yo soy su ejemplo, así
que toca coherencia entre lo que digo y lo
que hago.
3. Ofrecerles seguridad, serena y firme.
4. Confiar en ellos.
5. Confiar en mí (porque entonces transmito
firmeza)
6. Elegir bien cuando digo “no”, porque los
“no” constantes pierden fuerza y significa-
do.
7. Procurar recordarme que me he de cuidar
yo un poco también… para que sea más
fácil mantener la calma. Si yo mantengo la
calma todo es más sencillo.
8. Observar y comprender sus necesidades
profundas, leer entre líneas. Muchas veces
detrás de una trastada o una pataleta se
esconde algo que necesitan que sepamos
y que no saben expresar.
9. Ritmos y rutinas, insisto, ritmos y rutinas:
me ha costado mucho, muchísimo apren-
der esto pero… ¡bienvenidos sean! por-
que todo fluye entonces con facilidad.
10. El efecto espejo: si yo respondo con en-
fados, hastío e impaciencia de manera
continuada, mi hija lo interioriza y hace lo
mismo… ¡no falla!
11. Imaginación para intentar evitar el choque
frontal, muchas veces llegas antes a don-
de tú los quieres llevar dando un rodeo.

Si cumplo todo eso, los límites, casi, casi vie-


nen solos.
Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M.
Barcelona (España)
Pocas, coherentes y estables. Me importa que
tengan una estructura en su día a día, ritmos
que se repiten de forma coherente y que les
ayuda a situarse en el espacio y en el tiem-
po. Conforme crecen vamos revisando cómo
ajustar esa estructura. El mayor tiene casi 7
años y ahora empieza a ser autónomo en cier-
tas cosas, aunque pide ayuda y cercanía por-
que lo necesita, no porque no sepa hacerlo
solo. Mi educación fue muy normativa y debo
cuidarme de no ser rígida, no tener prisa, dis-
poner de tiempo. 

Ana Gómez Poveda,


mamá de Marcos y Javier, trabajadora social.
Alicante (España)

Reconozco sentir cierto rechazo hacia las pa-


labras “normas y límites”. Creo que de tanto
usarlas se han desvirtuado y han dejado de
tener el sentido que tenían originalmente. Es
una obviedad decir que los niños necesitan
normas y límites en su contexto de crianza;
ahora bien, la importancia, para mí, radica en
el sentido que damos a esas normas, es decir,
el para qué.
Cada vez son más las familias que con-
sultan porque sienten que sus hijos no cum-
plen las normas o no entienden de límites. Y
son muchos los padres y madres que se mues-
tran receptivos a reflexionar sobre el sentido
de dichas normas.

Cuando mi hijo rondaba el año de


edad, ya había empezado yo a darle alguna
vuelta a determinadas normas que no ter-
minaba de entender. Y determiné que no
impondría a mi hijo ningún límite sin antes
haberlo sometido a una reflexión. ¿Por qué
no voy a dejar saltar a mi hijo en el sofá? A él
le apasiona, y a mí, me importa poco que se
puedan deformar los cojines. En mi estilo de
crianza hay normas, las justas para sentir que
Nico crece en un contexto protector. Pero me
niego a llenar nuestro día a día de límites que
limitan (si, es una redundancia paradójica)
nuestro disfrute.

Hace tiempo decidí negarme en rotun-


do a pelear frecuentemente con mi hijo para
hacerle cumplir normas. Y estoy aprendiendo,
que desde la escucha y la negociación, todo
fluye mucho mejor y nos evitamos decenas
de desencuentros. Me niego a pelear con él
si un día no le apetece bañarse. O si quiere
quedarse 10 minutos más en la calle mirando
una fila de hormigas. Antes de imponerme,
prefiero reflexionar sobre si merece la pena
o no. Y la sorpresa, es que estoy encontrando
un montón de situaciones en las que encuen-
tro otra manera de hacerle entender a Nico lo
que toca.

Beatriz Saguar González,


mamá de Nicolás, psicóloga.
Madrid (España)
ENTENDIENDO LOS CELOS
ENTRE HERMANOS

— “Si los niños mayores están


acostumbrados a ser mirados y
escuchados genuinamente por sus
padres, no pueden existir los celos. Porque
en esos casos no hay nada que el niño
pequeño pueda quitar al otro.”

Laura Gutman
Mujeres visibles, Madres invisibles

Mis hijos se llevan dos años y medio de dife-


rencia entre sí. La única semana que recuer-
do como la más difícil, fue la primera, cuando
mi hijo menor llegó a casa y el mayor era aún
muy pequeño. Esa semana él estuvo irrecono-
cible, berrinche tras berrinche, enojado con
nosotros, sus padres.
Solo una semana tardó en darse cuenta
de que su hermano no venía a quitarle nada,
sino todo lo contrario: sumaba. Traía la posi-
bilidad concreta de aportar más amor en la
familia.
Mi esposo y yo le hicimos sentir eso desde
el principio. Nos ocupamos cada día de que
se sintiera escuchado, contenido, amado. Al
igual que su hermano menor. Nos esmera-
mos en no hacer diferencias entre ellos ni eti-
quetarlos (el tranquilo, el terrible).
Les hacemos notar que cada uno es único y
maravilloso, y que amamos y aceptamos sus
diferencias.
Ellos desarrollan entre sí una relación hermosa.
Juegan, comparten, se cuidan, se miman. Por
supuesto que también se pelean, pero el 90%
del tiempo su vínculo es fluido y tranquilo.
Creo que esto se debe en gran parte a la pos-
tura que hemos tomado con mi esposo, de
ocuparnos de que ambos se sientan amados
y comprendidos. Ellos entienden que cada in-
tegrante de la familia es especial, que nadie
le quita nada a nadie. Que el hecho de que
seamos más, expande el amor entre nosotros.
Mis hijos están cultivando una maravillosa re-
lación, que deseo dure para toda la vida.

Natalia, 38 años, mamá de Agustín y


Juan Pablo. Buenos Aires (Argentina)
“Mamá mima a Marta”. Esta no es una
frase para aprender la letra “m”, sino algo que
escribió en un papelito mi hermana mayor
cuando éramos pequeñas, en plena crisis de
celos, y que posteriormente metió dentro de
un libro. Años más tarde, ya de mayores, en-
contramos el papelito y nos echamos unas ri-
sas…
Y es que la relación entre hermanos no es
nada fácil, muchas veces aparecen sentimien-
tos contradictorios. Hace un año que nació
mi hija y día sí día también tengo que estar
protegiéndola de los arrebatos de celos de
su hermano, de tres años de edad. A veces
son abrazos-serpiente que resultan demasia-
do efusivos, abrazos que rodean el cuello y
aprietan peligrosamente… Otras veces son
agresiones directas: pellizcos, golpes, empu-
jones... Afortunadamente, la pequeña tam-
bién recibe besos y caricias de su hermano,
pero se los da con cuentagotas.

Es complicado saber cómo hay que re-


accionar frente a esa agresividad ocasionada
por los celos. He leído mucho sobre el tema y
la mayoría de autores insisten en la necesidad
de no pretender negar, reprimir o erradicar
los celos. Se trata de un sentimiento natural.
Lo antinatural sería no tenerlos en esa situa-
ción. Para mi hijo su hermana es una amena-
za, una personita que ha llegado de repente
y con la que debe compartir tanto el afecto
de sus padres como sus juguetes, la cama de
mamá... Además, con el tiempo la pequeña
va adquiriendo movilidad y va invadiendo
su espacio. Como madre, poco a poco voy
entendiendo los celos de mi hijo e intento
acompañarle en su aprendizaje. Debe apren-
der a tener una hermana menor, a compartir
con ella, a dejarla desarrollarse como perso-
na. A la vez, intento asegurarme de que él se
sienta muy querido e intento que entienda
que querer a su hermana no hace que a él le
queramos menos.

Marta, 40 años, mamá de Elsa, Pau y Noa,


directora de un centro de formación.
Valladolid (España)

Los celos son un sentimiento totalmente hu-


mano por lo que no debemos censurar ni re-
ñir a los niños cuando lo experimentan, sino
tratar de comprenderles y aportarles su es-
pacio de cariño necesario. Todos los exper-
tos coinciden en decir que los celos son algo
normal que todos los niños (y adultos) expe-
rimentan a lo largo de la vida y, por tanto, sin
angustiarnos demasiado, debemos buscar la
mejor manera de sobrellevarlo. Al menos esto
es lo que nosotros intentamos en casa, aun-
que, por supuesto, hay momentos de todo y
no siempre encontramos la mejor respuesta.
Un ejemplo de los celos entre hermanos, en
nuestro caso, ha sido la llegada de nuestro
tercer hijo. El momento en que un bebé nace
es un acontecimiento feliz para toda la familia
pero, a la vez, muy duro para el hermano que
hasta entonces era el pequeño y que, ahora,
es el mediano. Guim, nuestro hijo mayor tenía
seis años cuando nació el pequeño Iu, y Biel
tenía tres años, así que cada uno ha recibido
la llegada del nuevo hermanito atendiendo
a la naturaleza de su edad y, también, de su
personalidad.

La llegada de Iu a casa fue algo mara-


villoso para todos, pero Biel ha vivido (y aun
lo vive un poco) un proceso de aceptación
lento. Hasta entonces él era el pequeño de
la familia y ha visto como perdía su papel de
hijo menor, su protagonismo, la exclusividad
de estar siempre en brazos o incluso sus mo-
mentos de estar a solas con mamá o papá.
Me contaron una vez una manera di-
vertida de entender lo que pasa en el cora-
zón de un niño de tres o cuatro años cuando
llega un bebé a la familia, desde el punto de
vista de un adulto. Es como si llega un día tu
pareja a casa con un amante y te dice: “Mira
cariño, te quiero mucho, mucho, pero a partir
de ahora a él/ella va a vivir con nosotros. Le
vamos a querer mucho, también le voy a dar
muchos abrazos y besitos, y también dormirá
en nuestra cama. Pero no te preocupes que
a ti también te quiero”. Para cualquier adul-
to esto sería una situación horrible, ¿verdad?
Pues imaginad para un niño de tres años que
no tiene la capacidad de racionalizar como
nosotros.

Los niños muy pequeños viven la llega-


da de un nuevo hermano como una amenaza,
como si les robaran a mamá, por eso es im-
portante comprenderles, intentar no dramati-
zar la situación, mimarlos mucho y no obligar-
les a querer a su hermano del día a la mañana,
pues necesitan su tiempo. Es muy normal que
los primeros días verbalicen que no quieren al
bebé o que les molesta. Biel, por ejemplo, las
primeras semanas nos preguntaba cada día:
“¿Y cuándo se morirá?” refiriéndose al bebé.
Otras veces me decía: “Mamá tengo una idea.
Déjalo fuera en el suelo y así se morirá”. Lo
importante es no escandalizarse ni reñirlos,
porqué estas reacciones son totalmente nor-
males en niños de esta edad.

Con el tiempo y la convivencia ha


aprendido a ver a su hermano como un miem-
bro más de la familia, a normalizar la situación
y a quererle. Ahora cada mañana le canta can-
ciones para hacerle reír y cada noche le da un
beso antes de acostarse.

Alba Romera, 33 años.


Mamá de: Guim, Biel i Iu.
Sant Gregori (Girona)
REPRESIÓN DE LAS NECESIDADES
DE LOS NIÑOS
EN LA SOCIEDAD OCCIDENTAL

— “No negocies tu autenticidad a cambio


de una mirada de aprobación.”

Jorge Bucay

A mi entender la crianza respetuosa tiene


como máxima el respeto hacia el bebé, a sus
ritmos, tiempos, necesidades, deseos y evolu-
ciones. El respeto al bebé nace con él mismo,
cuando digo nace no me refiero al parto en
absoluto, sino al día de su creación, se debe
empezar a respetar al bebé dentro del vien-
tre materno. Yo empecé a amar y respetar a
mi hija cuando estaba dentro de mí. Porque
existe el maltrato prenatal, los cuidados de
la madre al bebé empiezan desde el inicio
de todo, ya que todo aquello que haga o no
haga tiene consecuencias en el bebé desde
el minuto cero.
En el campo médico todo lo que no es indis-
pensable para la salud del niño no es respe-
tuoso con él. Los embarazos con pruebas de
más, son invasivos para el bebé, al igual que
los partos no respetados. Cuando yo cumplí
las 40 semanas tenía miedo de no ponerme
de parto y que me lo indujeran, porque no
quería por nada del mundo que nadie le qui-
tara a mi hija la decisión más importante de
su vida, nacer. Yo quería respetar sus tiempos,
pero me era difícil por la presión médica, que
sin haber problemas en el embarazo lo que-
rían interrumpir pasada la semana 41, cuando
ellos creen que ya es suficiente, hasta me ha-
cían dudar de mis capacidades de mujer, en
lugar de empoderarme y darme seguridad,
me la quitaban. Por suerte Maia decidió nacer
3 días después de la fecha prevista.
Una vez nacidos, las pruebas médicas, algu-
nas innecesarias, como medir al bebé des-
pués de nacer, las gráficas y las tablas “de la
normalidad”, muchos bebés que se alimentan
con lactancia materna, si no están dentro de
estas gráficas se les da suplemento de leche
artificial, y ahí ni si respeta al bebé, ni a la ma-
dre, vacunas que sobran, etc…
El bebé cuando nace, tarda unos nueve me-
ses a tener las habilidades de cualquier otro
mamífero recién nacido, estos nueve meses
se definen como exogestación del bebé. Du-
rante este tiempo estar en contacto físico per-
manente con la madre, quien cubre todas sus
necesidades, es fundamental para poder de-
sarrollarse plenamente, pero ¿qué pasa con la
baja maternal? Pues otra falta de respeto para
el bebé y la madre, la exogestación debería
ser un derecho universal de los niños, en rea-
lidad, hablamos mucho de los derechos del
niño, pero no de los derechos del bebé.
Las mamás que trabajamos y no tenemos
apoyo familiar, tenemos que resignarnos y
llevarlos a guarderías, espacios artificiales,
donde sobran los estímulos, el regazo de su
madre es substituido por asientos de plástico,
hay ruidos y muchos colores, gente que no lo
conoce lo cambia y lo viste, mientras que el
bebé, que no entiende nada, añora la natura-
lidad de su entorno, el regazo de su madre, su
olor, su voz y sus pechos, y la tranquilidad de
su rutina y ambiente conocido.
Cuando van creciendo, tenemos miles de ac-
cesorios y juguetes que los sobreestimulan
y no respetan sus ritmos, como los camina-
dores, corre-pasillos, y mil juguetes con mu-
siquitas…, ahora con las nuevas tecnologías,
se incrementa el no respeto a las necesidades
de los niños, primero porqué se les “duerme”
mirando la televisión cuando lo que más ne-
cesitan ellos es movimiento, se les dejan ta-
blets y móviles que recortan su imaginación
y matan su creatividad. Y por ende los papás
están todo el día enchufados al móvil, tablet,
ordenador, dejando muchas veces, las nece-
sidades de sus hijos de lado.
A todo esto se le añade la concepción de la
gente, sus consejos y el marco cultural.
Cuando eres madre la gente se da la licencia
de aconsejarte en todo, todas tienen remedio
para todo, y a todas les ha pasado lo mismo…
pero cuando tú explicas que tienes un bebé
de tres años que toma pecho, o una niña de
5 años que duerme contigo, muchas ya no te
aconsejan, te juzgan.
Hasta que no se produzca un cambio de mira-
da sobre el bebé, viéndolo como un ser ma-
ravilloso, que nos ha elegido para emprender
su camino y no para amargarnos con lloros y
tareas, no dejaremos de tener trabas para rea-
lizar una crianza respetuosa.

Thais, 25 años, mamá de Maia,


educadora social. Deltebre, Cataluña (España)
Socializar le llaman a vivir a expensas
de lo que los demás opinen y seguir unas
pautas estipuladas por no sé quién, que debe
ser más listo que el resto. Ella por suerte aún
no siente la obligación de saludar cuándo no
le apetece, ¡aunque el adulto de enfrente la
pueda tildar de maleducada! En qué mundo
vivimos, tan hipócrita.
Cometí un error muy grande. Me fallé a
mí misma, y lo peor, a Ella. No puedo escribirlo
sin emocionarme y tanta gente pensará “está
loca”. La llevé a la guardería. Sí, ¡sólo eso!
Para quién eso no sea nada claro, yo
lo pasé fatal. Tenía siete meses y fueron días
contados. Ni Ella quería ir ni yo llevarla. Llorá-
bamos. Ni una hora estábamos una sin la otra.
“Se socializan”, “se inmunizan”, “se acostum-
bran”. ¡Es todo mentira! El sistema no está
preparado para que seamos mamás a tiempo
completo y yo tengo el privilegio de conciliar,
pero que nadie que no lo necesite me diga
que los niños allí están muy bien. Se divier-
ten, pero también contigo. Duermen, pero
más tranquilos en tus brazos. Lloran, pero tú
no estás allí. Todo funciona así y terminas por
sentirte un bicho raro.
Papelenmisvenas, 36 años, mamá de Ella,
dependienta. A Coruña (España)
A veces, mi esposo y yo, intentamos
evitar conversaciones con personas que no
siguen nuestra forma de pensar respecto a la
crianza. De esta manera podemos evitar in-
cómodas interacciones a la hora de conver-
sar con familiares, amigos y desconocidos.
Nosotros decidimos tener en brazos a nues-
tro bebé, nunca ignorar sus llantos e inten-
tar saciar su curiosidad exponiéndolo a todo
aquello que le llama la atención, pero man-
teniéndolo en un ambiente seguro. Estas son
características que algunas personas cerca-
nas y lejanas a nosotros nos han criticado.

Cuando cargaba a mi hijo en el cangu-


ro de tela llegué a escuchar comentarios de
personas desesperadas porque Indio estaba
sumamente incómodo cuando en realidad él
se encontraba muy alegre explorando su en-
torno o tranquilamente dormido. En relación
a la lactancia, también he escuchado perso-
nas preocupadas porque yo no le di agua a
mi bebé durante sus primeros seis meses de
vida y mucho menos ni chispa de alimentos
sólidos. No lo hicimos porque no los nece-
sitaba y ahora que mi Indio está creciendo y
continúa siendo lactado podrán imaginar que
las preocupaciones para los demás suelen au-
mentar. Aquí dimos al clavo, las preocupacio-
nes es de los demás no nuestras. Mi esposo
y yo estamos seguros de las decisiones que
tomamos respecto a nuestros hijos y en los
momentos en los que dudamos, buscamos
información y consultamos con otros padres.
Al final somos nosotros los padres, vaya la re-
dundancia, de nuestros hijos.

Teresita de la Tierra, 27 años, mamá de Indio,


madrastra de Arquera. Puerto Rico

Del mismo modo que se le exige a un niño


que bese a extraños se le niega totalmente la
pena, la tristeza, el dolor o cualquier expre-
sión de un sentimiento negativo. “estás muy
feo”, “ no llores”... Mi hijo Ad. durante una
época decía: “¡Soy feo y malo! “ y yo le decía
“puedes ser todo lo feo y malo que necesites”
porque creo que también es una necesidad
transitar por eso.

Dafna Arad, 31 años, mamá de Ad. y Li.


Barcelona (España)
Yo creo que el problema está en que
se les trata como bebés para algunas cosas y
se pretende que sean adultos en otras. Tienen
que entender que después de 9 meses pega-
ditos a sus mamás 24 horas, después del trau-
ma del parto tienen que dormir lejos de ella.
Que si llor,a ella no lo tiene que coger siempre
porque lo va a estar viciando. Tiene que saber
y entender que llegados a una cierta edad el
pediatra va a decirle a su mamá que no le de
tanta teta, que mejor puré de verduras…. Con
lo que le gusta a él la teta. Como dice Car-
los Gonzalez el problema empezó cuando se
le ha dado a los pediatras tanto poder. Antes
las madres criaban por instinto y ahora piden
permiso.

Sarah, 32 años,
mamá de Eloi, diseñadora gráfica.
Vigo (España)

La sociedad hace tiempo que olvidó las ne-


cesidades de los niños, es evidente. Yo hasta
que he sido mamá ni me lo había planteado,
sobre todo porque desconocía las necesida-
des de los niños, estaba demasiado ocupada
en mis propias necesidades.
Esto de que los niños tengan que estar
calladitos y quietos ¿de dónde se lo han sa-
cado? ¿Que los niños compartan sus cosas?
¿Que den besos sin ganas y pidan perdón sin
sentirlo? Esto no son las necesidades de los
niños, esto son historias de adultos.
Tampoco los niños necesitan con cuatro me-
ses separarse de sus mamás, ni estar sentados
en aulas durante horas aprendiendo cosas
que nos les toca aprender, ni ser etiquetados,
ni estar estresados por la cantidad de trabajo
que se llevan a casa del cole, ni tener unos pa-
pás que trabajan tantas horas para comprar
cosas que en realidad no necesitan, que no
tienen ni tiempo para jugar con ellos…
Los niños sólo necesitan que respetemos sus
tiempos, su pureza y sus ganas de aprender.
Necesitan tiempo. Bajemos un poco el ritmo y
hagamos la prueba, es alucinante lo que cam-
bian las cosas.

Beatriz R., 33 años, mamá de Kimetz.


Bilbao (España)

En la sociedad occidental se tiende a pensar


que las necesidades de los niños quedan per-
fectamente cubiertas colmándoles de aten-
ciones y de bienes materiales, y muchas veces
olvidamos una de las necesidades principales
de los niños: el respeto. Les tratamos como
inferiores y en muchas ocasiones reprimimos
sus necesidades sólo porque sus actos nos
resultan molestos, sin pararnos a pensar que
tras cada acto puede haber un motivo razona-
ble y aceptable.
“Es tan fácil admitir que cada reacción
misteriosa, cada momento difícil del niño, es
un capricho […] pero hemos de pensar que
siempre existe una causa a toda manifesta-
ción del niño, no existe fenómeno alguno que
no tenga su razón de ser” (Maria Montessori,
El Secreto de la Infancia)
En mi opinión el problema de los con-
flictos entre niños y adultos se basa en la acti-
tud defensiva que asumimos los adultos ante
el pequeño “invasor”, ya que consideramos
que va a comprometer nuestra comodidad o
a dañar nuestros preciados bienes materiales.
Se produce así “la represión de los actos del
niño, en un ambiente donde reina el adulto”
(Maria Montessori, El Secreto de la Infancia).

Cristina Tébar, 34 años,


mamá de Alejandro y Sara.
Vera (Almería)
ESCOLARIZACIÓN TEMPRANA
¿SÍ O NO?
— “Educar quiere decir sacar de dentro, no
meter de fuera. No somos cubos vacíos
que hay que llenar. Somos fuego que hay
que encender.”

Dr. Mario Alonso Puig

Cuando decidimos no escolarizar a mi hija


mayor, no sabíamos que íbamos a ser obje-
to de críticas, ya escuchábamos comentarios
desagradables por no ir a la guardería, con
argumentos tan sólidos como que no iba a
aprender a comer, o los colores o a ser inde-
pendiente. Era bastante ridículo porque co-
nozco pocos niños más autónomos que ella,
los colores se los sabía con año y medio por-
que empezó muy pronto a hablar y con un añi-
to ya comía perfectamente con cubiertos. Las
críticas se acentuaron cuando llegó septiem-
bre y no empezó el cole; aunque realmente
solo tiene 3 años y la mayoría de nosotros em-
pezamos el colegio con 6 y la escolarización
no es obligatoria hasta esa edad. Las críticas
son de todo tipo, pero las podríamos dividir
en dos: las que nos acusan de ser unos pa-
dres prepotentes y creernos mejor que los
demás, y las que afirman que nuestra hija va a
ser una paria social.

La gran crítica es que no van a aprender


a sociabilizarse, ni a compartir. Y a mí me da
la risa, porque aunque muchísimos maestros
son estupendos y empiezan a darse cuenta
de cuáles son las necesidades reales de los
niños y, a pesar de los recortes, las trabas y los
ratios bestiales, hacen un trabajo estupendo
por la educación emocional de los pequeños;
en muchos centros sin embargo se hipotecan
el proyecto educativo de infantil con libros
de texto a cambio de unas pizarras digitales
subvencionadas por la editorial de turno. Hay
fichas, hay inglés a saco, hay sillas de pen-
sar, hay machaque en lectoescritura.  No hay
apenas aprendizaje vivencial. Hay castigos.
Hay evaluaciones externas. Hay deberes obli-
gatorios y repetitivos. Los conflictos se solu-
cionan en la silla de pensar y a compartir se
aprende a la fuerza. Esto desde luego no es
lo que queremos para nuestra hija. Sin contar
que por las circunstancias culturales y socia-
les, el período de adaptación, tan necesario
para algunos niños, es casi inexistente a mi
juicio (al juicio de otros padres debería ser
aún más escaso, claro…). En la escuela infantil
esto suele ser más flexible, pero aunque co-
nozco algunas estupendas, la tónica general
suelen ser también las fichas y el  aprender
cuanto más y más pronto, mejor. Lo que no
comparto en absoluto. No se parece en nada
a la educación libre, basada en los principios
Montessori que me gustaría que tuvieran mis
niñas.

Cuando estuvimos buscando cole para


ella, recorrí varias jornadas de puertas abier-
tas. Salvo en un par de centros el panorama
era desolador. Y tan sólo en uno de ellos me
gustó la forma que tenían de abordar los con-
flictos, y no al 100%. Pero no le dieron plaza. 
Y así se lo cuenta ella a la cantidad ingente
de personas que le preguntan porque no va
al colegio. Y muchos incluso me miran como
si fuera una madre negligente y me espetan
que la próxima vez eche la inscripción en pla-
zo. ¡Qué atrevida es la ignorancia! Este cole-
gio sigue siendo el lugar que tenemos pen-
sado para primaria… O quizás nos mudemos
o quizás nos planteemos una opción privada,
aunque mi prioridad siempre fue apostar por
la educación pública. Pero hasta entonces,
aprenderán en casa, y en la casa de campo, y
en el supermercado y en el parque. Y donde
cuadre, porque el mundo es su cole.

Su sociabilidad a los 3 años está más


que garantizada por las tardes que pasa en
la ludoteca municipal, las tardes de juegos en
el parque, las tardes de risas con los primos,
los fines de semana con amiguitos y ¡su her-
mana! Me parece esencial para su vida futura
que pasen mucho tiempo juntas, no recuerdo
apenas amiguitos de la guardería (sólo uno,
con el que me casé), pero mi hermano estará
siempre conmigo. Ver como su relación ma-
dura cada día, ver como pelean y como lo ges-
tionan, como se miran y se buscan es de las
cosas más maravillosas que me ha dado esta
maternidad en tándem. Los únicos recuerdos
desagradables que tenemos de los días que
Abril estuvo hospitalizada tienen que ver con
separarlas por la noche. El llanto desolador
por tener que dormir en distinto sitio se me
clava aún en el corazón. Abril es muy sociable,
a pesar de ser tímida, y enseguida se rodea
de un montón de niños y hace “amigos para
siempre”. Emma es distinta, quizás precisa-
mente por eso, forzar una escolarización para
la que no está preparada sería un error.

Lo mejor de que no vayan al colegio/


escuela infantil es que disfrutan de la vida
lentamente, se levantan sin prisas, se acues-
tan sin nervios y el resto del día hacen lo que
les apetece, juegan a lo que quieren, apren-
den lo que necesitan y están con quien más
quieren. Tienen oportunidades todo el tiem-
po para aburrirse, que es uno de los motores
del aprendizaje. Lo peor para ellas es que la
mayoría de los niños, aún pequeños, sí que
están escolarizados y por las mañanas hay
pocas oportunidades de socializar en nues-
tro entorno, pero se tienen la una a la otra….Y
para nosotros, supongo que lo más difícil es
conciliar trabajando ambos. Nuestra vida se-
ría muchísimo más sencilla si las niñas estu-
vieran escolarizadas.  Pero aun así, elegimos
tirar de ahorros y cogerme excedencia hasta
que Emma tuvo 15 meses y desde entonces
media jornada y turnarnos a las niñas. Es muy
estresante, es duro, desde luego no es como
ser dos padres solteros, pero es agotador no
tener relevo y apenas pasamos tiempo juntos.
Los conflictos los arreglamos con wasaps y no
con besos como hemos hecho los últimos 15
años. Aun así nos compensa. Nos compensa
cada día porque creemos que las niñas están
donde mejor pueden estar. Nos considera-
mos muy afortunados, pero es muy injusto
escuchar que nos creemos mejores padres
que el resto, que somos gafapastas progres
y ñoños que adoctrinamos a nuestras hijas.
Muy injusto escuchar que somos prepotentes
viendo nuestra gimkana diaria. Cada familia
hace lo que considera, si las niñas no están
escolarizadas es porque queremos y pode-
mos. Hay familias que preferirían no escola-
rizar, en el cole o la escuela infantil, pero no
les queda más remedio, porque hay que traer
un sueldo a casa y la conciliación en este país
no existe... Y hay familias que aún sin trabajar
uno de los padres escolarizan incluso antes
de los tres años porque así lo han decidido.
Y es estupendo si a ellos les funciona y es lo
que desean.

Nosotros tenemos suerte de poder


llevar a cabo la opción que deseamos, una
grandísima suerte. A nadie debería moles-
tarle, pero molesta. Igual que molestaba que
les diera teta, que durmieran con nosotros o
no las dejáramos con los abuelos de bebés
para tener tiempo de pareja. Lo que más me
ha sorprendido de la maternidad es que mis
decisiones pueden ofender a los demás, sim-
plemente por ser contrarías a las suyas. 

Bei M. Muñoz, 31 años, mamá de Abril y


Emma, funcionaria y blogger.
Madrid (España)

¿Escolarizarlos tempranamente sí o no? Pues


eso es algo que tiene que decidir cada uno,
hay que ver si se puede o no, hay que ver si
dan las cuentas para poder mantener al pe-
que en el hogar, si la madre o el padre puede
pedir excedencia un tiempito, etc… yo con
mi experiencia recomiendo y mucho, que se
queden los niños en el hogar, mínimo hasta el
primer año, y lo ideal sería que los tres prime-
ros años pudieran permanecer ahí.

Como madre de día, siempre pregunto


a los papás si no tienen alguna alternativa a
traerlo a la casita, si no tienen algún familiar
o alguna persona que se lo pueda quedar en
casa por lo menos ese primer año de vida, es
lo que recomendamos nosotras, que tengan
esa atención exclusiva de amor y respeto. Por
desgracia (o suerte), la vida se ha complicado
desde que la mujer entró a formar parte del
mundo laboral y más si estas en una ciudad
que no es la tuya, sin familia cerca, lo cual es
una realidad hoy en día.

Si no queda otra opción, si os resulta


imposible el no escolarizarlo, por las razones
que cada uno tenga (espero que no sea por
el mítico: es que quiero que se relacione con
otros niños, puesto que esto es falso y los ni-
ños no empiezan a conectarse con otros has-
ta los 2´5-3 años), os invito a que investiguéis
sobre las madre de día, no sólo porque yo
lo sea, sino porque realmente creo en ello y
pienso que es el mejor regalo que les puedes
hacer a tus hijos: una infancia respetada.

Podéis plantearos que os gustaría más


a vosotros como niños: estar con tres o cuatro
niños más y con una persona que os acom-
paña y que os deja libremente moveros por
el espacio, que está ahí para vosotros, para
mimaros y miraros el tiempo que necesitéis y
que tiene el tiempo y la dedicación para es-
cucharos, un lugar donde no hay prisa para
comer, donde se respetan los ritmos y tiem-
pos de cada uno; o bien una escuela llena de
niños (en las clases de bebes hay 8 niños para
una maestra, en 1-2 años, 15 niños para una
maestra y en 2-3 años 20 niños por maestra)
donde las maestras os imponen un montón
de normas, muchas de las cuales no tienen
ningún sentido (las ponen para poder llegar
a controlar a tantos niños), donde el movi-
miento está restringido, no se tiene libertad
para el juego libre, apenas puedan llegar a
escuchar unos segundos a cada niño, donde
te cambian el pañal a prisa y corriendo y sin
mirarte, donde las maestras están agobiadas
porque no les da tiempo a hacer todo lo que
está programado, etc… así son la mayoría de
las guarderías, yo he trabajado en ellas.
Está claro que hay excepciones, hay algunas
escuelas en las que se trabajan por proyec-
tos y respetan más a los niños, pero simple-
mente por la cantidad de niños que hay por
aula, todo se convierte en tiempos límite y
prisas para casi todo. No hay tiempo real
de dedicación y observación a cada niño.

Carmen Molina, 31 años,


mamá de Perdigón, madre de día.
Madrid (España)
EDUCACIÓN ALTERNATIVA
COMO OPCIÓN EDUCATIVA
— “En las escuelas, hay mucha más
“cabeza” que “corazón”, mucha más
“mente” que “cuerpo”, mucha más
“ciencia” que “arte”, mucho más “trabajo”
que “vida”, muchos más “ejercicios” que
“experiencias”… mucha más pesadumbre
y aburrimiento que alegría y entusiasmo.”
José María Toro

Decidí que mi hijo Ad. iría a un proyecto al-


ternativo paulatinamente. A medida que iba
creciendo cada vez me resultaba más aterra-
dor imaginarlo entrando en una guardería
tradicional. No me identificaba con nada de
lo que allí pasaba. Sobretodo recordaba mi
experiencia con la comida y con las exigen-
cias. Y los deberes... Y cada vez tenía más cla-
ro que quería ofrecerle a Ad. la oportunidad
de decidir lo que come y a qué juega en todo
momento. Y tenía muy claro que el juego libre
es su tarea más importante.

Dafna Arad, 31 años, mamá de Ad. y Li.


Barcelona (España)
Definitivamente no creo en la educa-
ción que ofrece actualmente nuestro país, es
obsoleta, está basada en unos principios in-
adecuados y no veo a niños ni niñas felices.
Sé que hay excepciones de personas que ha-
cen de sus centros un lugar diferente luchan-
do contra todo esto y es admirable, pero de
momento es un movimiento aleatorio y mino-
ritario, por lo que no confío en este sistema
para que mi hija pase tantas horas en él. No
me quedo tranquila.

He decidido una educación alternativa


por estos motivos. No quiero que adoctrinen
a mi niña, que le quiten las ganas de descu-
brir que tiene, que la comparen con otros
treinta a través de calificaciones absurdas,
que usen premios o castigos para conseguir
obediencia, no quiero que le corten las alas.
Sí me gustaría no tener que acudir a un sitio
alternativo y que todos los niños y niñas de
este país fuesen respetados en sus ritmos de
crecimiento y en sus necesidades en los cen-
tros públicos. Pero desgraciadamente este no
es el caso en nuestro país y dudo que lo sea
en mucho tiempo.
Beatriz R., 33 años, mamá de Kimetz.
Bilbao (España)
Soy Técnico Superior de Educación In-
fantil. Mientras estudiaba descubrí que exis-
tían otro tipo de pedagogías que no eran
la tradicional en este país. Que apenas son
nombradas y que no se estilan en muchos si-
tios pero que cada vez se oyen con más fuer-
za porque la gente desea un cambio.
Criando en casa con apego, me chirriaba mu-
cho la forma de educar, más aun con niños
tan pequeños que deberían estar jugando,
investigando, descubriendo, moviéndose…
es su forma de aprender natural, no estar sen-
tados rellenando fichas.

Al tener a Alia fui aún más consciente


de que no deseaba eso para ella y me he ido
sumergiendo cada vez más en crianzas más
respetuosas como Montessori y Waldorf.

Patricia, 34 años, mamá de Alia.


Leganés (Madrid)

La primera infancia es algo crucial para el


desarrollo del ser humano. Con cada movi-
miento que realiza un niño, con cada juego,
aprende algo nuevo, desarrolla sus propios
esquemas cerebrales, se van haciendo las co-
nexiones necesarias para el crecimiento men-
tal y corporal. Por eso cada movimiento es
importante y en los colegios ordinarios, este
movimiento, este juego tan necesario es frus-
trado, prohibido, desde bien pequeños se les
obliga a trabajar sentados y hacer fichas sin
ningún significado o interés para ellos, sim-
plemente para mostrar a los padres que es-
tán haciendo algo, que están “aprendiendo”.
Cuando lo lógico es cada uno vaya haciendo
su propio aprendizaje a través del juego y el
movimiento.
Por eso, y otras razones digo sí a las escuelas
alternativas. Es para mí la mejor opción, pero
cada uno tiene que valorar lo que tenga que
valorar.

He trabajado en colegios tal y como
los conocemos hoy en día y es algo muy pre-
ocupante como están, como se manejan. Al-
gunos son puros negocios para ganar dinero
y otros, bueno ahí están, acumulando niños,
forzándoles a permanecer estáticos y senta-
dos casi durante 6 horas al día, exigiéndoles
memorizar datos... Entiendo que a algunos
padres esto les parezca bien pero a mi es algo
me chirriaba en la cabeza, incluso cuando era
alumna de estos sitios; hasta que un día hizo
clic.
Investigué, descubrí y estudie diferentes pe-
dagogías como la Waldorf, Montessori, Rebe-
ca Wild, Reggio Emilia… todas y cada una de
ellas válidas, muy válidas. Porque respetan al
menor, les dejan aprender a su ritmo, les per-
miten razonar con lógica, comunicarse y ex-
presarse mejor con niños y acompañantes, les
ofrece un mundo de posibilidades, descubrir
sus propios límites, aumentar su creatividad,
relacionarse en el respeto…

Este siguiente curso, nuestro pequeño


empezara en una escuelita activa, donde las
familias son participes de todo, donde somos
una gran familia, un equipo, una comunidad
(esto no ocurre en las escuelas ordinarias)
donde él podrá aprender investigando, ju-
gando, descubriendo por sí mismo y para no-
sotros esto es muy importante.

Carmen Molina, 31 años,


mamá de Perdigón, madre de día.
Madrid (España)
BENEFICIOS
DE LA CRIANZA RESPETUOSA
A LARGO PLAZO
— “Criemos niños que no tengan que
recuperarse de sus infancias.”
Pam Leo

Yo lo veo como un árbol, allí donde se han


creado profundas raíces, allí donde hay un
buen terreno abonado, una proporción ade-
cuada de agua, luz y sombra, se despliega el
esplendor y el potencial de aquel fruto que
en su día solo fue semilla.

Lucía, 51 años, mamá de Nora, doula.


Binissalem, Mallorca (España)

Esto es comparable a hablar de los benefi-


cios del amor a largo plazo ¿acaso alguien
los pone en duda? El niño que se ha sentido
amado, protegido, escuchado y sostenido
durante su infancia se convertirá en un adulto
capaz de amar, seguro de sí mismo, tolerante
y comprensivo. Es cierto que a veces requie-
re un poco de fe y paciencia, porque estamos
habituados a presenciar a nuestro alrededor
un tipo de crianza más autoritaria e inflexible,
que no admite demoras: “haz esto y hazlo
ahora mismo”. No hay lugar para que el niño
haga lo correcto por sí mismo y porque lo ha
interiorizado, sino que es obligado a ejecutar-
lo de inmediato aunque no lo comprenda.

En la crianza respetuosa a veces te


planteas si lo estás haciendo bien, es como
plantar una semilla y regarla pacientemente
cada día. “No tiene sentido gritar a una planta
para que crezca más deprisa” leí en una oca-
sión, y es así. Un buen día brotan flores bellas:
gestos de amor y empatía en tus hijos, capa-
cidad de razonamiento justo, educación que
han aprendido no por obligación ni chantajes
sino por ejemplo directo y vivencias dentro
de un hogar pacífico. Y cuando obtienes esos
frutos la satisfacción es indescriptible.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)
Un niño que crece siendo respetado
aprende a respetar a los demás. Éste es el pri-
mer y principal beneficio, y debería ser sufi-
ciente para justificar que la crianza respetuosa
es el único camino hacia una sociedad mejor,
pero hay muchos otros beneficios.
Un niño que crece siendo respetado desarro-
lla una relación sana con sus padres. No les
teme pero les respeta. No les obedece por
temor o sumisión sino porque considera que
sus motivos son razonables. Y este modelo se
extenderá en su vida adulta a sus relaciones
con figuras de autoridad.
Un niño que crece siendo respetado se siente
seguro de sus capacidades y puede desarro-
llar todo su potencial.
Un niño que crece siendo respetado también
respetará a los niños cuando sea adulto, con-
tinuando así el círculo virtuoso que consegui-
rá cambiar el mundo a través de la crianza y la
educación.

Cristina Tébar, 34 años,


mamá de Alejandro y Sara.
Vera (Almería)
SER MADRE
CONSCIENTE
ANTES DE SER MADRE
YA ERA UNA MUJER CONSCIENTE
— “Es de suma importancia conectarnos
con nosotros mismos, para saber en
realidad quiénes somos, para descubrir
la relación que tenemos con cuanto nos
rodea, y hacia dónde vamos. Basta de
acumular títulos, y diplomas fuera, primero
hay que redescubrir lo de dentro.”

Suzanne Powell


Con los años he observado y cada día estoy


más convencida de ello, que uno ya nace con
predisposición a desarrollar ciertos potencia-
les o aspectos de su alma. Existen los anhelos
que nos llaman durante nuestra vida y nos in-
citan a bailar, a estudiar magisterio, bellas ar-
tes, ingeniería química, a viajar o a leer ávidas
de experiencias y conocimientos. También
están los “dones” innatos con los que nos
desenvolvemos con una facilidad pasmosa a
veces. En mi caso mi facilidad, mi “don” innato
era tener consciencia de ser algo más que un
cuerpo y que hay otras realidades además de
la física. Mi anhelo ha sido siempre trascender
la realidad cotidiana y casi todo lo que he he-
cho en mi vida ha estado dirigido a sentir la
sublimación.

Para mí ha sido sino un paso más el in-


tentar aportar consciencia a mi maternidad,
de hecho, considero que yo no tenía otra op-
ción, no podía escoger entre ser consciente
o no serlo, porque lo era de entrada. Ahora
bien, podía elegir mirar o no mirar, podía de-
cidir si hacerme caso a mí misma y a lo que
sabía sobre el alma humana o ir a contraco-
rriente y hacer lo que se supone que debe
hacer una madre convencional. Me hubiese
ido mal si hubiese escogido esta última op-
ción porque al fin y al cabo me hubiese es-
tado traicionando a mí misma. Yo soy naturó-
pata especializada en terapia energética, leo
campos áuricos, chakras y registros akashicos.
Me dedico a acompañar a las personas hacia
vidas más sanas, más plenas y más conscien-
tes. Hubiese sido una incoherencia tremenda
por mi parte si hubiese obviado que mis hijos
tienen un alma y por lo tanto unos sentimien-
tos, una mente y una estructura energética
en construcción que se desarrollará mejor o
peor en tanto la educación y los cuidados que
reciban desde que fueron concebidos.

Para mí era importante transmitir des-


de un primer momento amor a mis hijos, pues
de siempre he sabido que el amor es la ener-
gía con la que el universo está construido, por
lo tanto es la energía conductora que todo lo
crea y todo lo sana. Así que antes de nacer
Roger leí con detenimiento sobre el colecho,
la lactancia materna, la sombra y la crianza
con apego. No tuve ninguna duda sobre qué
era lo más amoroso y en qué cosas debía te-
ner cuidado, una vez nacidos mis hijos ya solo
se trataba de ir buscando respuestas dentro
de mí misma hacia lo que necesitaban o no.

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)
Podemos decir que era una mujer
consciente en muchos aspectos o en varios
de importancia para mí.
Consciente de mí misma, de mis deseos, de
mis sueños y alegrías; de mis frustraciones,
del injusto mundo de mierda en el que había
caído, de lo que quería construir en mi vida,
de lo que quería cuidar en mí y en el plane-
ta…
Consciente de que mi vida es mi mensaje.
A pesar de tener 22 años había viajado bas-
tante, me había encontrado conmigo y quería
ser madre. Hacía tiempo que lo deseaba.
A menudo me pregunto si el haber sido una
mujer consciente previamente, posibilitó y/o
condicionó el camino de escucha que he se-
guido en mi maternidad. ¿Y si no hubiera sido
una mujer “desinquieta”? ¿Y si tuviera por cos-
tumbre no escucharme a mí misma? ¿Si no
fuera mujer-filósofa?... ¿Habría podido conec-
tar con mi hija y mi maternidad?
Porque mamás hay muchas, pero ¿cuántas?, o
mejor, ¿cuáles y por qué tomamos el camino
de una maternidad consciente y respetuosa?
¿Cuáles son las condiciones para que se pue-
da dar esa maternidad?
Yo, personalmente, no puedo decir que la
consciencia que siento ahora sea comparable
a la de entonces… Por tanto, ¿qué ha ocurrido
en el camino?
Creo que la condición sine qua non es la
Apertura. Puedes no haberte planteado nada
en tu vida, seguir la ruta social o familiar sin
preguntarte por nada… Pero si estás abierto,
con cualquier experiencia propia, conversa-
ción, artículo, charla, vídeo, etc. puede saltar
la chispa.
El haber sido esa “mujer consciente” no me
llevó en absoluto a saber perfectamente lo
que tenía o quería hacer. Lo voy escuchando
por el camino. Me fui enterando, asombrando
y decidiendo transitar sendas desconocidas.
Crecía con ella en mí, con mis dudas, mis pro-
fundos sentimientos, latidos y pulsiones, con
la vida misma…
En esta continua reconstrucción y repensar, en
esta consciencia de lo que soy, lo que quiero
(para mí y para mi hija), me he sentido conec-
tada no sólo con quien soy ahora, sino con
quien he sido, los caminos que he tomado,
lo que he sentido y vivido… Esa consciencia
me conecta con el juego, con la sensación de
la infancia de dejarse llevar, de ser arropada,
contenida, colmada; pero también avergon-
zada, frustrada, chantajeada, con mis miedos
infantiles, mis necesidades, mi llanto.
Me hace mirar a mi hija Maití a los ojos y des-
cubrirme en lo que crece, participando mu-
tuamente en nuestras vidas.
Y como una espiral que no termina de girar,
cada nueva vuelta trae nuevas sorpresas e in-
quietudes que tratamos de vivir juntas.

Sara Mesa Flores, 29 años, mamá de Maití.


Tenerife, Canarias (España)

La maternidad me pilló por sorpresa, pero


preparada. Al llamarme a mí misma “mujer
consciente” quiero decir que me sé escuchar,
que sigo mis sueños, que escucho y cuido mi
cuerpo, que amo a mi familia, amigos y a mi
pareja, que disfruto de la naturaleza, que tra-
bajo en algo que he montado yo en lo que
creo y que hace bien a la gente y que he via-
jado y aprendido muchas cosas como para
tener y querer quedarme tranquila dedicán-
dome a la crianza de mi retoño. Sobretodo
quiero decir que trato de vivir el presente y
de dar las gracias por todo lo que tenemos,
lo que somos y por la vida en sí. También soy
consciente de las atrocidades del mundo e
intento ser lo menos incoherente posible con
todo eso, pero no me torturo si no puedo
conseguir no hacer ninguna incoherencia. Si
las hago, soy consciente y lo observo.
Hago Yoga y practico su filosofía, soy profe-
sora de Yoga. Esto me ha ayudado tanto y
más en el embarazo, el parto y ahora la ma-
ternidad. ¿Sabíais que Yoga significa unión
de cuerpo y mente? ¿Sabíais que no todos
los tipos de Yoga consisten en hacer asanas
o posturas? ¿Sabíais que hay un Yoga que se
llama Karma Yoga? Pues ese es el Yoga que
más practico ahora, el Yoga de las madres
conscientes. Conscientes de que ahora llega
una época en la que tu vida se dedica a dar a
otro ser sin esperar ni pedir nada a cambio.
Dar simplemente por amor al ser, a la vida y
porque sale natural. Dar sin esperar, ese es
el Karma Yoga. Simplemente hay que dar lo
mejor que se pueda sin esperar el fruto de la
acción ni importarnos su resultado y siempre
viviendo el presente. Pues bien, eso estoy tra-
tando de hacer con el pequeño. Y, también,
sabiendo que todo pasa, que todo es imper-
manente… Que si no me dedico a cuidar aho-
ra a mi bebé, se hará mayor dentro de nada y
ya habrá pasado… impermanencia.
Y hablo de consciencia sabiendo lo importan-
te que es educar al pequeño en el amor, en la
no violencia, en la aceptación de la vida, en la
amistad, en la naturaleza, en la curiosidad por
la vida… Es una labor tan importante, ya que
ellos son el futuro. ¿Qué trabajo hay mejor y
más importante que ser la persona que ense-
ña a vivir a otra? Es mucha responsabilidad
como para no tomársela todo lo en serio que
uno pueda. Y tengo la suerte de poder com-
patibilizar mi trabajo con mi bebé y estar todo
el rato con él, o casi todo. Y cantarle, jugar con
él, bañarle, pasearle, ir con él a la piscina, dar
con él clases de Yoga para mamás y bebés,
hacer visitas con él, dormir a su lado, hacer la
compra… Siempre escuchándole a él e inten-
tando seguir sus ritmos. Pero todo tiene sen-
tido cuando él está a mi lado. Hasta estar en
la fila de la compra, si miro su carita y le hago
una tontería me recuerda, en el acto, lo be-
llo que es vivir. Y sus sonrisas por la mañana
son lo mejor de este mundo, así, sí que tengo
ganas de vivir cada día a su lado. Y si, se aca-
baron las salidas por la noche, a las ocho en
casa… Pero no es problema porque siempre
estoy muy cansada, ¡así vivimos mejor el día!
Parece mentira pero cuando no era madre me
creía consciente y plena y ahora que lo soy y
descubro lo colmada que me siento al entre-
garme a mi bebe, al darle todo mi amor y mi
tiempo, solo ahora entiendo que antes estaba
vacía. ¿O acaso hay mayor plenitud que la ca-
pacidad de dar amor al otro?
Como dice la grandiosa Laura Gutman
(de la cual soy fiel seguidora) en su libro “la
maternidad y el encuentro con la propia som-
bra”, el bebé y la mamá siguen fusionados
en el mundo emocional”, después del parto.
Todo lo que hay que hacer es no perder esa
fusión… Si eres una persona consciente antes
de ser madre, es mucho más fácil y natural se-
guir fusionada con el bebé que si tienes pro-
blemas de cualquier tipo.

Adela, 31 años, mamá de Leonardo.


Santa Eulalia, Ibiza (España)
ANTES DE SER MADRE
ERA DE TODO MENOS CONSCIENTE
— “¿Somos tan arrogantes como para
pensar que ahora, precisamente ahora, lo
estamos haciendo todo bien?”.

Carlos González
Bésame mucho

Antes de convertirme en madre era una mujer


bastante rígida en cuanto a los niños, intran-
sigente diría yo. Mi ignorancia respecto a la
maternidad y sobre todo el desconocimien-
to absoluto de las necesidades evolutivas y
emocionales de los más pequeños hacían de
mí un tipo de mujer del que hoy en día huyo y
me produce una gran tristeza.
Durante el embarazo de Alicia, una
amiga me habló del libro de Carlos González
“Bésame mucho”, lo leí, y toda mi vida giró y
se tambalearon mis creencias arcaicas. A par-
tir de ahí, comencé a interesarme por todos
sus libros, acudí a charlas, a grupos de lactan-
cia, a grupos de madres respetuosas; descu-
brí a Rosa Jové y gracias a todo ello mis hijas
son afortunadas porque su madre se convirtió
en una mamá consciente.

Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia,


enfermera y madre de día.
Murcia (España)

Supe que estaba embarazada justo una se-


mana después de recibir un ascenso en mi
trabajo. Llevábamos tiempo intentándolo, así
que fue una gran alegría, pero reconozco que
de lo primero que pensé era en cómo me las
iba a arreglar para que no influyera dema-
siado en mi carrera profesional. Estuve unas
semanas preocupada por cómo dejar todo
atado cuando llegara el momento del parto y
la baja, para que mi ausencia en el trabajo no
se notara mucho. Y me acuerdo de comuni-
car la noticia a mis compañeros con un poco
de sentimiento de culpa, porque se tendrían
que encargar de mis tareas durante un tiem-
po. Ahora me doy cuenta de lo desconectada
que estaba porque deseaba muchísimo ser
madre pero no era consciente de lo que real-
mente implicaría para mí.
Estar embarazada me llenaba de felici-
dad. Y me pasaba horas leyendo y pensando
en cómo decorar su habitación, qué comprar
para cuando naciera, qué necesitaría en el
hospital, y tantas otras cosas que luego no
nos sirvieron de mucho.

Pero pese a mi felicidad, también sentía


un poco de angustia porque veía y vivía el em-
barazo con miedo, sin confianza en mí, desco-
nectada de la naturaleza… Tenía la sensación
que mi cuerpo no sabía qué hacer y cualquier
síntoma me alarmaba y dependía muchísimo
de personas externas que con pruebas médi-
cas me dijeran que todo iba bien. ¡Y todo iba
bien! Pero yo no me sentía poderosa, no me
sentía capaz.
Al principio no pensaba mucho en el parto,
simplemente lo veía como un trámite y con-
fiaba que el personal médico y mi ginecóloga
en concreto sabrían mejor que yo qué hacer.
Y la verdad es que tampoco pensaba mucho
en el modo de crianza que queríamos. De he-
cho, ni me planteaba que había distintos mo-
dos…
Por ejemplo, sin saber que el colecho era una
opción, preparamos una habitación para el
bebé con todo lo que nos dijeron que sería
necesario. Teníamos tan integrado que “el
niño tenía que dormir en su habitación desde
el primer día”, que sencillamente no sabíamos
que podía (¡y debería!) ser de otra forma. U
otro ejemplo con el cochecito: lo compramos
sin saber tan siquiera que se podía portear…
Y luego resultó que el porteo nos gustó tanto
que dos años después aún tenemos el coche-
cito nuevo en su caja.
Pero, claramente, mi hijo tenía otros planes
para nosotros… Así que “por casualidad”, ha-
cia la mitad del embarazo, empecé a hacer
clases de Yoga para embarazadas y allí conocí
a una persona fantástica, mamá de dos niños,
que me recordó que somos mamíferos y me
habló de la crianza natural. No sé cómo, pude
dejar a un lado mis creencias y prejuicios, y
pude escucharla con el corazón, sin juzgarla,
y su mensaje me llegó; era como si de pronto
hubiera descubierto un mundo nuevo en el
que yo encajaba a la perfección. Ya no había
vuelta atrás, la crianza consciente era nuestro
camino. Semana tras semana, me empoderé,
empecé a confiar en mí, en mi instinto, y pude
conectar con mi embarazo y con mi hijo. Fue
maravilloso. Y fue todavía más maravilloso el
hecho que el nuevo camino lo empezamos
juntos como familia, pues mi marido, aunque
al principio tenía un poco de miedo y resis-
tencia, lo aceptó y lo apoyó, y nuestro mundo
cambió a partir de ese momento.

Anna, 30 años, mamá de Marc.


Mataró (España)

Antes de conocer a mi marido nunca me ha-


bía planteado ser madre. En mi vida las co-
sas importantes eran mi profesión, que recién
comenzaba y que tampoco me gustaba mu-
cho, sólo cerraba mis ojos y seguía. Vivía sin
cuestionarme nada, sin pararme a pensar en
las cosas realmente importantes de la vida, no
miraba hacia al lado.

Pame, 33 años y 3 años de madre de Alba,


emprendedora, chilena viviendo en España
EL DÍA EN QUE
MI PERCEPCIÓN CAMBIÓ…
— “Yo soñaba que la vida era alegría,
desperté y vi que la vida es servicio; serví y
vi que el servicio era alegría”.

Proverbio hindú


Y yo que me pensaba que había sido siempre


consciente… Más que consciente, era sensi-
ble, muy emotiva y con estas emociones a flor
de piel me gestionaba mis batallas mentales
como podía.
A raíz del nacimiento de mi hija Aitana, la per-
cepción del entorno me cambió, las batallas
mentales más intensas, y ya no me servían los
caminos recorridos hasta entonces. La ma-
ternidad ha contactado directamente con mi
parte no escuchada, mis necesidades y las de
mis pequeñas. Curiosamente hasta que no
llegué a reconocer este punto no me di cuen-
ta de mi desconexión.
En el momento en el que he decido escuchar-
me, escuchar a las peques, a confiar en mí, en
mi instinto y dejar de buscar soluciones, fór-
mulas mágicas, consejos, orientaciones exter-
nas… todo encaja.

Laia Font Maldonado, 35 años, mamá


de Aitana y Abril, bióloga, instructora de
porteo y educadora de masaje infantil.
Terrassa, Barcelona (España)

Todo en mi vida giraba en torno a horarios, vi-


vía en un mundo cuadriculado entre mi traba-
jo en la oficina y la empresa audiovisual que
había constituido años antes junto con mi ma-
rido. Nuestras semanas eran una locura entre
el trabajo para terceros y los proyectos en los
cuales nos embarcábamos, rodajes, eventos,
oficina, más rodajes, más eventos. Mis maña-
nas comenzaban con maquillaje, tacones y sa-
lir corriendo a las siete de la mañana hasta las
diez de la noche de lunes a viernes. Los fines
de semana los pasaba entre focos, cámaras,
actores y rodajes interminables. Cuando de-
cidimos ser padres la gente se echaba las ma-
nos a la cabeza, no teníamos tiempo ni para
respirar, pero éramos felices con aquel trajín
de vida donde nos movíamos como peces en
el agua.
La crisis llegó tres meses después del naci-
miento de Erik, habíamos cuadrado ¡cómo
no! esos meses para poder ocuparnos al cien
por cien de nuestro pequeño, pero la vuelta
a mi trabajo estaba cada vez más cerca y me
vi incapaz de volver. Habíamos apostado por
una crianza con apego, una lactancia prolon-
gada, una educación incompatible con el rit-
mo de vida que llevábamos hasta casi el día
del parto. La sola idea de dejar a mi hijo en
manos ajenas y desconocidas durante horas
me aterraba, lo iban a cuidar bien, pero no era
el calor de su madre el que tendría durante
horas, ¿y si lo dejaban llorar? ¿Y si no lo tra-
taban como nosotros? ¿Cómo estaría sin mí?
¿Cómo estaría yo sin él?

La soledad entre cuatro paredes, la


falta de familia y apoyo cercano, la vuelta al
trabajo, todo se me hacía un mundo, comen-
cé a padecer una ansiedad que me ahoga-
ba, una sensación de no estar viviendo como
quería, de no estar siguiendo mis instintos,
mis necesidades y las de mi hijo. Durante los
meses de baja maternal me había dedicado
a trabajar en la Productora Audiovisual des-
de casa, los proyectos crecieron y los clientes
también. La idea de seguir esa línea, trabajar
desde casa, estar con mi hijo y dedicarme a
los que llevaba años aspirando no me pareció
tan descabellada. Después de sopesar todas
las opciones me di cuenta de qué tenía que
hacerlo, de algún modo el nacimiento de Erik
me había abierto la puerta para alcanzar mis
sueños, mi hijo me había dado el mayor rega-
lo de todos, entre ellos el valor suficiente para
aspirar y dedicarme a lo que siempre había
amado. Mi marido no las tenía todas consigo,
le asustaba la idea de que me lanzase a un
proyecto tan importante, dejar atrás la estabi-
lidad económica con la que contábamos has-
ta ahora y comenzar a ser autónoma. Aun así
me confesó que llevaba meses dándole vuel-
tas a esta idea, él también se veía incapaz de
dejar a Erik en la guardería, por muy buena
que fuese un hijo necesitaba a su madre.

Cuando mi jefe me llamó para vernos


y hablar de mi vuelta al trabajo, el estómago
se me hizo un nudo, me costaba dormir y co-
mer, estaba muerta de miedo, insegura ante
la decisión tomada a la par que feliz. Como
si el universo de hubiese alienado a mi favor
no me hizo falta hablar, la empresa había en-
trado en ERE durante mis meses de ausencia,
me invitó a marchar o reducir jornada por un
sueldo miserable. Intenté aguantar la sonrisa,
lo cierto es que desbordaba felicidad y sin
decirle nada acepté mi marcha. Recuerdo vol-
ver a casa radiante, aquello era la señal de un
comienzo, de un cambio.

Me sumergí en el trabajo, pasaba horas


pegada al ordenador dando forma al nuevo
proyecto, relanzándolo, aun así seguía sin-
tiéndome vacía, aquella vida era lo que siem-
pre había soñado, aunque lejos de mi tierra
y la naturaleza tenía prácticamente todo lo
que había pedido. Pero seguía sintiéndome
sola, alejada del mundo y lo peor es qué no
me sentía conforme con la madre que esta-
ba siendo. Erik estaba a mi lado, pero sentía
que el tiempo que le dedicaba era mínimo,
mi cabeza giraba en torno al trabajo nueva-
mente, solo había cambiado la oficina por el
despacho en casa. Una noche al acostarme
rompí a llorar desesperada, triste y sola, Erik
dormía a mi lado, acurrucado en mis brazos.
Intentaba reprimir aquella angustia contra la
almohada cuando dos enorme ojos gris ver-
dosos se abrieron frente a mí. Estaban llenos
de comprensión, de amor puro, un amor irra-
cional que surgía de las entrañas, sentí que
ese vínculo madre-hijo era aún más fuerte de
lo que yo misma pensaba. Erik tenía menos
de un año, aun así su profunda mirada me
hizo sentirme arropada, posó su manita sobre
mi cara, se incorporó y pegó sus labios a los
míos. Era la primera vez que me besaba, olía
a vida, pasó sus manos alrededor de mi cuello
y me quedé dormida junto a él, sintiéndome
afortunada por haber traído a una personita
tan especial a este mundo. Porque es así, cada
uno de nuestros hijos es especial y único, y
nosotras como mujeres-madres lo somos a la
vez para ellos.

Su primer beso fue el comienzo de un


nuevo día, el punto y final de mi crisis vital. A
la mañana siguiente cambié horarios, modifi-
qué esa perspectiva absurda de atarme a las
responsabilidades mundanas, de intentar ser
la mujer perfecta, de pasarme el día pendien-
te del trabajo. Mi hijo necesitaba una madre
que estuviese a su lado, una madre que en-
tendiese de sus necesidades y compartiese
tiempo, ese que yo no le estaba dedicando.
Erik necesitaba su espacio como persona,
pero dentro de ese espacio entraba yo como
madre, era mi mano la que necesitaba para
moverse por el mundo, al menos hasta que él
mismo decidiese soltarse, y aun así yo debía
estar ahí, permitiéndole superar cada etapa a
su tiempo, no al mío. Era mi deber como ma-
dre parar el reloj y permitir que mi hijo cre-
ciese a su ritmo, ayudarlo a encontrar las he-
rramientas necesarias para convertirse en la
personita que él eligiese ser, acompañarlo sin
juzgarlo, sin pretender que aquel bebé que
yo había traído al mundo se amoldase a mis
horarios y necesidades de persona adulta. No
quería robar una infancia, Erik era mi igual y
debía ser tratado con la dignidad que todo
ser vivo merece. Era su derecho crecer desa-
rrollando su máximo potencial, respondiendo
a su propia, única y original esencia. Me to-
caba a mí como adulta y madre ponerme en
sus zapatos, ver la vida desde su perspectiva,
aprender a su lado a la par que le mostraba el
mundo, pero sobretodo respetar su ritmo ma-
durativo, sus pasos cortos que lo acercaban
al mundo. Comenzar a caminar a su lado me
permitió darme cuenta de qué el mundo con-
tenía una belleza que hasta la fecha no había
podido contemplar, los adultos pasamos por
la vida con prisas, preocupaciones y exigen-
cias, olvidando que los altos en el camino son
necesarios para tomar aire, saber hacía don-
de nos dirigimos y aprender a contemplar
todo lo que nos rodea.
Erik ha sido mi maestro, mi guía y mi
muleta. Mi puerta a una maternidad diferente,
una que se disfruta desde el corazón, una que
te enseña a que todo llega, a su ritmo, con pa-
ciencia, viviendo cada momento con la inten-
sidad del que descubre por primera vez una
flor, una a la que te puedes dedicar a contem-
plar y observar meciéndote en los momentos,
abriendo el alma.

Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik.


Barcelona (España)

Si mi hijo mayor no hubiese nacido a las 28


semanas de gestación, probablemente no
hubiera “despertado” nunca. Esa circunstan-
cia marcó mi proceso personal porque me
hizo ser más consciente de sus necesidades
emocionales. Por ello buscamos una escuela
diferente donde se sintiera arropado, respe-
tado y querido. Y allí he crecido como madre
descubriendo nuevos caminos y una nueva
mirada hacia mis hijos.

Ana Gómez Poveda, mamá de Marcos y Javier,


trabajadora social, Alicante (España)
Seguramente yo era una madre consciente
cegada por métodos inconscientes. Pero no
me abrí del todo hasta que leí el libro de Car-
los González “Comer, amar, mamar”. Cuando
leí a este autor mi chip cambió por completo.
Me liberé de prejuicios, de normas hasta aho-
ra establecidas y de algún modo me di cuenta
de que era una oportunidad para sanar a mi
“niña interna”.
Recomiendo este libro a todas las em-
barazadas, a todos las madre y padres. Por
nuestros hijos y porque todos queremos ser
padres felices.

Elena Rodríguez Álvarez 32 años,


mamá de Martín, maestra de infantil.
Granada (España)

Para mí educar hijos es interesante. Descu-


bres en ti cosas que de otra forma no hubie-
ran salido.
Cuando me quedé embarazada de mi hija
mayor leí, fui a charlas sobre crianza natural
y asistí a unas clases alternativas de prepara-
ción al parto, donde la visión sobre la mater-
nidad fue cambiando. Pues yo era de las que
pensaba que los hijos debían hacer lo que
decían sus padres.
Así que con Elsa lo fui poniendo en práctica.
Cuando me quedé embarazada de Ana, hice
un curso con otras madres conscientes sobre
maternidad, basado en terapia Gestalt y allí
salió todo: mi niña, mi consciencia, mi adoles-
cencia, y mi maternidad.

Siempre tuvimos claro que íbamos a


cuidar de nuestras hijas. Tengo suerte que en
mi empresa no me han puesto problemas, así
que ahora estoy de excedencia y cuido a mis
hijas; Elsa de 5 años y Ana de 11 meses. No
solo las cuido sino que juego con ellas, les
doy teta, les lavo la ropa, baño, les doy de co-
mer, etc. Además las educo lo mejor que pue-
do, y aplico todos mis conocimientos que ya
están adquiridos; empatizo con Elsa cuando
me cuenta algún problemilla del cole, duer-
mo a Ana en brazos casi todas las noches, y
a Elsa le leo cuentos, colechamos la familia
entera, si están enfermas o se hacen daño las
arrullo para que se sientan acompañadas por
su mamá, si se enfadan les dejo que griten, es
su enfado, lo respeto e intentamos buscar una
solución, las ayudo a socializarse en esta so-
ciedad que no entiende bien a los niños. Esto
y más, ya digo que hago lo mejor que puedo.
Pero a veces estamos cansadas y gritamos y
lloramos, y me sale lo peor de mí, una fiera
sobreexcitada. Entonces mi hija mayor me
dice, ¿mamá estás cansada? ¿Estás enfada-
da?, ¿por qué me gritas? no me gusta que me
trates así. Y le digo, es verdad cariño, lo siento
no debo hablar así, pero es que estoy cansa-
da, perdona.

Entonces me siento orgullosa, porque


está mereciendo la pena el esfuerzo de cada
día con todo lo que hago por ellas.
Si un vaso lo llenamos de amor y respeto,
cuando se derrame caerá amor y respeto.

Septiembre, 40 años,
mamá de Elsa y Ana.
Teruel (España)

El día que mi percepción cambió… bueno,


fue un momento puntual en que algo se des-
pertó en mí de golpe. A pesar que desde que
tuve a mi niña Lucía poco a poco fui sintiendo
que tenía que mejorar, ser una versión mejo-
rada de mí misma, por ella…por las dos.

Un día estábamos las dos en la cama, y


mi hija tendría unos 20 meses; de repente se
me quedó mirando, con su manita cogió mi
cara y en su media lengua me dijo: “mamá,
uapa”; con una ternura difícil de describir.
En ese momento tuve claro por primera vez
que para mi hija yo era su universo; y sentí la
necesidad imperiosa de ser merecedora de
tanto amor, siendo su mamá nada más…… y
nada menos: desde entonces intento apren-
der de mis errores, ser consciente de todas y
cada una de sus necesidades.
Porque para mí, ella y sus hermanos son los
destinatarios de mi amor, mi mejor sonrisa, y
mis abrazos más cálidos.

Rosamar, 42 años,
mamá de Lucía, Adrián e Iria.
Madrid (España)
DESTAPANDO
MI CEGUERA EMOCIONAL
DESCUBRO…
— “Hace mucho tiempo aprendí que para
sanar mis heridas, necesitaba tener el
valor de enfrentarlas.”

Paulo Coelho

Destapando mi ceguera emocional descubro


que todos somos niños en busca de amor; de
aceptación. Y descubro que lo más difícil es
aceptar en lo que no nos han aceptado. Amar
donde nos han rechazado. Pero debemos
apostar por el amor, que no es ceguera sino
visión, que no es sordera, sino que escucha
atentamente para atender y ofrecer amparo.

Dafna Arad, 31 años, mamá de Ad. y Li, Barce-


lona (España)
Desde el nacimiento de Lu hasta hoy
han transcurrido dos años plenos de expe-
riencias, reflexiones y cambios, pero sobre
todo de mucha felicidad de ser mamá.

La maternidad me hizo entender que


no se necesita tener un hombre al lado para
formar una familia; que no son el cambio de
casa o las comodidades que les brindamos
a nuestros hijos lo que los hacen felices. En-
tendí que la maternidad es una etapa en la
que las mujeres tenemos la oportunidad de
cumplir la obligación de brindar bienestar a
nuestros bebés y, también, la que tenemos
con nosotras mismas de disfrutar, sentir y vivir
a plenitud esa maravillosa experiencia.
Comprendí que ser una buena madre es un
título de responsabilidad tan grande como el
cargo gerencial más alto en una compañía, y
que el tiempo… el tiempo, ese escaso tiem-
po que necesitan nuestros bebés, es lo mejor
que les podemos dar. Tomando las palabras
de Laura Gutman, debemos ser conscientes
de que no solo es importante la calidad, sino
también la cantidad de tiempo que les dedi-
camos.
Tener a mi hija me dio toda la fuerza
para virar el rumbo de mi vida; lo primero que
hice fue separarme de mi pareja, de un hom-
bre bueno que, sin embargo, no sentía como
un compañero de viaje. Siempre será el papá
de mi hija y le agradezco profundamente por
acompañarme y apoyarme durante el tiempo
que compartimos nuestras vidas. También he
decidido dejar mi trabajo, cambiar de país y
regresar a mi tierra natal para estar cerca de
los míos; reencontrar lo que realmente me
apasiona y disfrutar con mi hija todo el tiem-
po que me sea posible.

Mafe, 40 años,
mamá de Lu, ingeniera industrial.
Duitama (Colombia)

Nunca imaginé que la maternidad me hiciera


darme cuenta de tantas cosas que hay escon-
didas en mí, ni que mi hija me haría de espejo
para poder ver mi interior. Estaba acostumbra-
da a conocerme poco a poco, pero al ser ma-
dre siento como si todo fuera a cámara rápida.

Y estoy contenta de que sea así, por-


que pienso que es bueno para mí, para mi
hija y para mi familia. Me gusta estar con mi
hija con la mente y los ojos abiertos para
captar todo lo que ella y las situaciones que
vivimos me puedan enseñar. Me fascina la
alegría que desprende y me hace el camino
fácil, cosa que agradezco muchísimo. Sí, hay
momentos duros, e intento aprender de ellos
y emprenderlos como una oportunidad para
evolucionar un poquito más. No sé qué tipo
de madre soy, sólo sé que quiero transmitir a
mi hija mucha consciencia.

Lluna Plena, 34 años, mamá de Estel.


Tortosa (España)
QUÉ ES PARA MÍ
LA MATERNIDAD CONSCIENTE
— “Hasta que lo inconsciente no se haga
consciente, el subconsciente seguirá
dirigiendo tu vida y tú le llamarás destino.”

Carl Jung

Es vivir intensamente mi nacer como madre.


Es no dejar que nada ocurra porque sí. Es ca-
minar hacia donde yo quiero. Es confiar en mí
y en mi instinto. Es creerme que yo sé cómo
hacerlo. Es pensar mucho en mi hijo y en lo
que quiero ofrecerle. Es dar lo mejor de mí,
y también aquello que no me gusta tanto.
Es confiar en él. Es acompañarle. Es conec-
tarme y escucharme. Es no hacer nada que
me produzca disonancia. Es ser coherente y
consistente. Es respetar a mi hijo por encima
de todo lo demás. Es respetarme y quererme
como madre. Es mirar a mi madre con otros
ojos. Es sanar a mi niña interior.
La maternidad consciente es el viaje más bo-
nito que estoy haciendo.

Beatriz Saguar González,


mamá de Nicolás, psicóloga.
Madrid (España)

Para mí es un estado que se alcanza, a través


del trabajo con una misma. Una madre no
nace consciente al cien por cien, entre otras
cosas, porque hasta que no vives plenamente
lo que la maternidad significa no puedes in-
tegrar algún concepto en ti. La naturaleza es
así, primero existe el pensamiento sobre algo,
luego surge el sentimiento que se une a la
idea y finalmente se le da un cuerpo a través
de la acción. La maternidad no podía ser di-
ferente. Primero lees libros, acudes a charlas,
cursos, hablas con otras madres… tienes una
idea de lo que la maternidad puede significar
para ti, pero no sabrás qué regalo hay dentro
del paquete hasta que lo no abras. Cuando
tengas a tu hijo en brazos y vayas pasando
por diferentes etapas será el momento en el
que decidas ser una madre consciente o no.
Una puede ir predispuesta e informada, pero
la información no te hace consciente, aunque
sí más cultivada y eso es importante, porque
si deseamos cambiarnos a nosotras mismas
para llegar a la consciencia necesitaremos
una base en la que fundamentarnos. Nuestro
hijo nos llevará a los límites de lo conocido
y nosotras elegiremos si cruzar el umbral o
no. Si no cruzamos el umbral nos quedamos
como estamos, nuestro hijo nos seguirá em-
pujando, pues ha venido a eso, entre otras co-
sas, pero podemos hacer caso omiso, desde
luego. El otro camino es cruzarlo y encontrar-
te al otro lado desecha por fortuna y renacida,
parte de las sombras se quedan atrás y tu sa-
biduría como mujer, como madre, aumenta.
Una de las cosas que he aprendido a base de
sobrepasar mis límites muchas veces es que
hay que seguir los dictados del alma, tenien-
do en cuenta lo que nos advierte la mente, sin
dejarnos paralizar por los miedos que alber-
ga, y permitiéndonos sentir una situación con
toda su amplitud de perspectivas. Como ma-
dre consciente he aprendido a ir por la vida
con la mente abierta, el corazón en la mano y
mi consciencia en el cuerpo para saber cómo
estoy y qué está pasando en mi vida, externa-
lizándolo a mis hijos y así saber cómo están,
qué necesitan y en qué los puedo ayudar o
guiar en su aprendizaje y crecimiento. La ta-
rea que más hago como madre es observar
y observarme ante las situaciones. Para tener
una comunicación veraz con mis hijos necesi-
to saber, para darles lo que precisan necesito
conocer y esto sólo lo percibo observando,
sin juzgar, sin entrometerme en sus juegos o
en su manera de hacer y de ver la vida, así ten-
go de primera mano toda la información que
necesito. Luego medito más o menos profun-
damente sobre qué me están comunicando,
o que me comunica me pareja o yo misma,
y me permito sentir y dejo que surjan en mí
ideas, sentimientos, imágenes, intuiciones…
Al final siempre acabo con un collage mon-
tado sobre lo que hay que hacer y es mejor
para todos. Voy a encontrar información si es
que la preciso o ayuda si es que mis hijos las
requieren y adapto en casa lo que necesario,
cambio rutinas, incluyo novedades, etc. Todo
depende de la información que mis hijos, mi
marido o yo estemos dando en un momento
determinado.

Siempre me guío por mí misma ante


la crianza de mis hijos, compartiendo con mi
marido las decisiones, pero desoyendo en nu-
merosos casos lo que la norma indica. Como
he comentado, me gusta observar, analizar,
probar y constatar y no me gusta hacer nada
porque siempre haya sido así, porque sea lo
que toque o sea la moda. Siempre me he con-
siderado una libre pensadora, y al ser madre
también me he convertido en una libre “senti-
dora” y me dejo guiar mucho más por mis ins-
tintos, por lo tanto sobre mi conciencia cae la
responsabilidad de la educación que reciben
mis hijos, su salud física, emocional y psicoló-
gica, entre otras cosas.

No hay una maternidad única, un mé-


todo, una regla, no hay patrones, cada hijo es
especial, único y trae un regalo de conscien-
cia bajo el brazo si sabemos abrir la caja. Para
abrir el paquete yo he aprendido que no sólo
debemos tener en cuenta lo que nos gusta-
ría vivir como mujeres en nuestra maternidad,
sino también lo que nuestros hijos necesiten
experimentar como personas y el entorno en
el que nos estamos desarrollando. Vuelvo de
nuevo sobre el observar, no juzgar, permitir
expresarse con libertad… para saber apren-
der de ellos y con ellos y para guiarlos mu-
cho mejor en el camino. También considero
vital mirar alrededor, no sólo a nosotras, no
sólo a nuestros hijos, sino también a la vida,
porque de ella de ella vendrá lo que estemos
demandando para nosotros, ya sea sabiduría,
conocimiento, relaciones, medios físicos o co-
nexión con la realidad que somos.

Nuestros hijos son vida pura, de ella


vienen y a ella van, igual que nosotras, pero
nuestra sociedad nos ha desconectado de
una unión y comunicación genuinas con ella.
Considero que mi labor es volver a reconectar
y enseñar a mis hijos el valor de amar la vida y
tenerla por compañera y maestra. La vida no
es esa cosa que pasa sin más. La vida es una
pulsión, un ritmo, una vibración, que es y se
expresa por doquier, es la esencia del amor,
la belleza, la verdad, la alegría… ¡Y ellos son
vida!

Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de


Roger y Alba, Consultora y terapeuta holística.
Tortellà (España)

Para mí se simplifica en la manera que es-


cogemos para educar y comunicarnos con
nuestros hijos. Aquí están algunos puntos que
considero fundamentales:

Los padres conscientes respetan las etapas


madurativas del niño en lugar de forzarlos a
seguir ritmos externos impuestos, con expec-
tativas reales y fieles a ese crecimiento natural.
Los padres conscientes cuestionan lo que se
ha hecho siempre y no tienen miedo a hacer
cosas de un modo distinto, más adaptado a
las necesidades reales de sus hijos.

Los padres conscientes educan desde la em-


patía. Ofrecen explicaciones, alternativas, y
pautas. No dan órdenes.

Los padres conscientes respetan a sus hijos.


Son flexibles y son capaces de pedir perdón
cuando se equivocan.

Los padres conscientes forman niños cons-


cientes, respetuosos, independientes, empá-
ticos y responsables, niños que piensan por
sí mismos.

Los padres conscientes aplican la autocrítica


y el crecimiento personal para mejorar no tan
solo a sí mismos sino también a sus hijos.

Dandelion, 34 años, mamá de Nina y Talia,


Madre de día basada en Montessori.
Girona, (España)
Aprender. Dejar lo prejuicios. Parir.
Amar. Respetar. Querer llegar a tus profundi-
dades. Luchar por lo que crees. Acompañar.
Amamantar. Pedir ayuda. Llorar y reír. Com-
partir. Dar sin esperar nada a cambio. Renun-
ciar. Volver al origen. Parar. Intuir. Reencontrar.
Besar. Abrazar. Mirar adentro. Limpiar. Rein-
ventar. Conectar. VIVIR.

Beatriz R., 33 años, mamá de Kimetz.


Bilbao (España)

Para poder desarrollar una maternidad cons-


ciente creo que necesario estar presente en
el aquí y el ahora. Durante mucho tiempo en
mi vida vivía entre dos aguas, entre la ansie-
dad del pasado y el miedo a lo que pudie-
ra ocurrir en el futuro. Poco a poco, y con un
gran trabajo terapéutico detrás, me fui dando
cuenta de que esa forma de estar en la vida
no me genera más que tensión y angustia, y
me propuse aprender a vivir de otra manera.
Vivir el presente, el momento, olvidando que
ocurrió y qué ocurrirá, tratando de dejar un
lado el pensamiento, ese diálogo interior que
no te lleva a ningún lado. Cuando me propu-
se ser madre, pensé que toda esa vorágine
emocional no podía invadir a mi bebé como
lo había hecho conmigo, y por eso trabajé y
trabajo cada día para vivir el ahora y disfrutar
de cada momento, porque mi pequeña se lo
merece.

Trato de que mi nivel de exigencia con-


migo misma nunca sea excesivo, es decir, du-
rante demasiado tiempo en mi vida he sido
muy perfeccionista, tenía la idea de que siem-
pre debía demostrar mi valía pero nunca pa-
recía ser suficiente y lo pasaba mal. Esa parte
poco a poco está en mi proceso de cambio,
ahora trato de dar la importancia justa, el tiem-
po justo a cada cosa y sobretodo me permito
tener errores sin sentirme culpable. Creo que
eso es fundamental en la maternidad cons-
ciente, saber que puedes equivocarte que es
sano y normal y que es parte de ese proceso
de aprendizaje que es ser madre.

Tengo claro que mi papel como madre


es ser acompañante del proceso de desarro-
llo de mi hija, respeto su ritmo propio en cada
aspecto de su crecimiento. Creo firmemente
en que los niños son un espejo de sus padres
y por ello, como quiero que ella aprenda a ser
respetuosa, paciente, empática la doy respe-
to, paciencia, empatía…, porque solo cuan-
do un niño experimenta algo será capaz de
aprenderlo y desarrollarlo posteriormente.

Mamá de Garbancita, 33 años.


Madrid (España)

Para mí, es un sentimiento que me conecta


con el alma de mi hijo, una constante mirada
hacía él y hacia mí misma, que me empuja a
mejorar como persona, a estar atenta a sus
necesidades reales, momentos y sentimien-
tos, ayudarlo a ser libre y genuino. Implica
afrontar la gran responsabilidad que tenemos
y ser conscientes de la huella que nuestros ac-
tos dejarán en él.

Ana B. Naranjo Martín, 34 años,


madre de Daniel, trabajadora social.
Granada (España)

Este camino recorrido hasta hoy me abre el


mundo a lo más real para mí: a criar respetuo-
samente a mi hija, con mis equivocaciones Y
a criarme a mí misma de la forma más respe-
tuosa posible como mamá. Porque tuve que
aprender (y es continuo, pues somos inacaba-
dos, como dice el pedagogo brasilero Freire)
a ser respetuosa conmigo para poder serlo la
mayor parte del tiempo posible con mi hija.
Acepto, a veces con dolor pero siempre con
amor y respeto, todos los estados y sensacio-
nes sentidas, vividas:
Extrañé mi panza.
Me descolocó el hecho de dejar de ser el cen-
tro “del mundo”... la mariposa había salido de
mi vientre para conquistarlo.
¡Muchas veces no supe qué hacer con un
bebé tan chiquito que no te habla!
Muchas veces necesité dormir muchas horas
con la necesidad de espacio físico y mental.
Me he enojado y levantado la voz retando a
mi hija por cosas sin sentido... el desborde.
Lloré varias veces porque no me hacía caso.
Alguna vez no he entendido su llanto
¿Sigo enumerando?
Ser mamá consiente es para mí, entre muchas
cosas, poder destapar todo esto para repen-
sarnos y cambiar. Soy una mamá-humana y
acepto esto.
Esta experiencia me abrió puertas que no
recordaba, me conectó con mujeres-ami-
gas-hermanas y con mi madre... mi ma-
dre-mujer.
Me veo en los ojos de mi hermosa mariposa
y me descubro mujer-madre. Hija-mujer-ma-
dre.
Soy la mujer que quiero... muchas otras la que
puedo ser.
Soy la madre que quiero... muchas otras la
que puedo ser.
Soy mamá consiente... muchas otras no.
De eso se trata...

Guadalupe Trava, 30 años,


mamá de Lola-mariposa, educadora.
Buenos Aires (Argentina)

Para mí es no pasar por la maternidad de


puntillas, sino sumergirme de lleno y hasta el
fondo. Disfrutando plenamente y aceptando
también el dolor. Aplicando esa consciencia
de ser (madre) también a mi herencia como
mujer: ¿de dónde vengo?, ¿qué cargas invisi-
bles llevo? La maternidad consciente es des-
baratar el mundo para construirlo de nuevo,
soñar con hacer las cosas mejor por nuestros
hijos, atreverse a proyectar, a conciliar, a re-
clamar derechos que hemos descubierto
como inquebrantables. La madre consciente
no es perfecta, comete tantos errores como
cualquiera, pero sabe pedir perdón y sabe a
dónde se quiere dirigir. El camino del amor
no siempre es el más fácil, sobre todo en una
sociedad en la que no se concede importan-
cia a la díada madre-hijo ni otorga espacio ni
tiempo real para los niños.

Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia,


periodista y escritora. Jerez (España)

Todos nosotros tenemos un subconsciente, ya


que es como un contenedor de sentimientos,
creencias, recuerdos y vivencias almacenadas
porque en un determinado momento nuestro
cuerpo escogió dejar ahí, es un mecanismo
de defensa, si no lo veo, no duele igual. Si
no somos conscientes, nuestra conducta está
guiada según sus dogmas.
Para mí la consciencia tiene que ver
con acoger con curiosidad todo aquello que
es importante y que necesita atención de los
estímulos que vienen tanto del interior como
del exterior. Aplicada a la maternidad, se trata
de estar atenta a las necesidades de mi hija,
teniendo en cuenta la etapa evolutiva en la
que esté y a la vez, ver cómo respondo yo a
ellas, según también mi estado interno. Hay
que ver, ver y ver... A la vez no juzgar, acoger y
respetar.
Creo que es un proceso a veces arduo, por-
que desde el nacimiento hay una simbiosis
real, donde se confunde lo mío con lo de ella,
y al revés. “Esto que me sucede no sé si es
mío o suyo”, me digo con frecuencia. Y es que
a veces las mamás necesitamos algo y pen-
samos que son ellos quienes necesitan, o a
veces nos piden a gritos algo y estamos cie-
gas, sin poder ver. Porque ver, muchas veces
implica contactar con el dolor, miedo, incerti-
dumbre.
Como dice un profe que tuve “lo importante
no es lo que pasa, sino lo que hacemos cuan-
do pasa”. Un buen consejo que recibí hace
poco asemejaba la maternidad a una danza:
pueden haber dificultades de adaptación du-
rante el baile, pero la tendencia es a ir acomo-
dándose el uno al otro, hasta bailar al uníso-
no. Y un baile en pareja es gratificante.
Podemos también ser conscientes de lo be-
llo, lo armónico de la relación, disfrutando de
cada día de crecimiento de nuestros hijos. Lo
importante es realmente observar, sin pre-
concebir, y responder. A la vez, tener una au-
togestión que nos permita estar disponibles
para ellos.
Desde este estado de consciencia, creo que
todo fluye, y la intuición evoluciona, siendo un
sostén de seguridad para nuestros hijos.
La consciencia nos ayuda a responder, que no
reaccionar según patrones pasados aprendi-
dos en el pasado del modelo familiar o de ex-
periencias infantiles.
Todo hijo tiene un instinto de vida que le im-
pulsa a desarrollarse. Como mamás debemos
observar y ayudar a que crezca desde el ca-
riño, estímulo, estructura, reconocimiento y
amor, mucho amor.
Vivir la maternidad siendo consciente está
siendo enriquecedor y transformador. Una
intensidad bellísima. Una vocación alcanzada.
¡Viva la maternidad consciente!

Marta Tarrida, 35 años, mamá de Júlia.


El Masnou (España)
NECESITÉ TENER
MÁS HIJOS PARA APRENDER
— “La vida no te dice nada, te lo enseña
todo; y es tan buena maestra que si no
aprendes la lección, te la repite.”

Anónimo

La maternidad abre nuestro cuerpo para dar a


luz a un nuevo ser, pero también a una nueva
madre. Podemos aceptarlo y fluir en ese to-
rrente nuevo de experiencias sin saber hasta
qué mar llegaremos o podemos cerrarnos
a esta experiencia por el temor a sufrir blo-
queando la posibilidad de crecer como per-
sonas. Hay madres que experimentan esta
acción transformadora desde el inicio per-
mitiendo que el hijo llegue a nuestro rígido
árbol con savia nueva haciendo crecer ramas
en direcciones imprevistas. Otras somos más
duras de roer.
Cuando un huevo comienza a resque-
brajarse porque el pollito tiene que nacer, ya
no hay vuelta atrás o el pollito morirá. Por mu-
cho que nos resistamos la maternidad abre
una grieta en nuestra vida a través de la cual
entra luz en nuestro cascarón. Cada golpe de
pico, cada resquicio, cada fisura son necesa-
rios; todos ellos son los que permiten que
nazca el ave. Sin embargo, en mi mundo or-
ganizado y bien establecido no aceptaba las
rupturas. Así pues, el primer hijo trajo confu-
sión, ruidos, negación y el comienzo del des-
barajuste de mi vida. Ahora sé que tenía que
aprender, en primer lugar, a cuidar a un bebé
físicamente, algo para lo que no fui prepara-
da y, en segundo lugar, a tejer poco a poco
los lazos del amor que no surgieron instintiva-
mente con su llegada.

La vida debió percibir el potencial de


crecimiento latente ya que me permitió tener
un segundo hijo. Otra vez como madre, pero
distinta de la primera, pude establecer tierna
conexión con el nuevo bebé, recogiendo lo
aprendido del anterior. Pero tras unos meses
de auténtica plenitud llegó una crisis personal
que resolví con las herramientas que encon-
tré en aquel momento: médicos y pastillas.
También esto fue necesario en mi camino.
Esta experiencia dolorosa y los largos proce-
sos de fertilización asistida para llegar a tener
aquellos dos hijos me hicieron decidir racio-
nalmente que no deseaba más niños. No ha-
bía comprendido el origen de mi crisis ante-
rior y había vendado la herida sin sanarla para
poder seguir caminando, aunque cojeando.
Aunque los médicos nos aseguraron de que
“las posibilidades de tener un hijo de forma
natural eran del 1%”, usábamos métodos an-
ticonceptivos para garantizar que no tendría-
mos otro, con alguna que otra excepción…
así que fue una gran sorpresa saber que es-
taba embarazada del tercero. Una vez más la
vida deseaba que yo terminase de aprender
una lección incompleta.

Acepté este nuevo ser con incredu-


lidad preguntándome qué es lo que había
aprendido de los anteriores, qué es lo que
hice mal para sumirme en la oscuridad y,
sobre todo, sin saber cómo defenderme de
nuevas dificultades. El miedo a sufrir hizo que
recibiera a este hijo con cautela y, en medio
de un torbellino de sentimientos, una nueva
crisis apagó mi vida durante unos meses. Acu-
dí a las herramientas que conocía: más médi-
cos y más pastillas, pero con menos fe. Algo
dentro de mí me decía que buscase otras
formas de curar mi desesperanza. La familia,
buenos amigos y terapeutas diferentes de los
tradicionales me ayudaron a comprender los
mensajes que los hijos traen prendidos en sus
corazones, pero también a aceptarme, a per-
donarme y a recoger en mi mochila todas es-
tas experiencias para seguir creciendo en mi
camino de madre y mujer. ¡Sólo espero haber
aprendido lo suficiente como para que la vida
no tenga que regalarme un cuarto hijo!

Cuando las grietas comienzan a apa-


recer en nuestros huevos blancos, lisos y re-
dondos nuestro primer impulso es cubrirlas
para proteger al ser interior. Pero es a través
de estas rendijas por donde se cuela irreme-
diablemente la luz que avisa que algo está
cambiando, que hay que salir del cascarón y
estirar las alas. Al escucharlos la madre y sus
hijos crecen. Y vuelan.

Marta García Rodríguez Navas, 39 años,


mamá de Jaime, Daniel y Guille, ingeniera
agrónoma. Madrid (España)
En estos tiempos, ser mujer es sinónimo de
multitarea. Y cuando se es madre, más. Y en
ocasiones, una puede dejarse llevar por la ru-
tina, el trabajo, el estrés. Pasan entonces los
días, las semanas, meses e incluso años; y un
día te das cuenta que te has perdido muchas
cosas. Que sus grandes hitos te los relata la
cuidadora de la guardería. Que prácticamen-
te lo único que haces con tu hijo es dormir,
porque os pasáis el día separados. Y que, al
nacer otro hijo, el agobio se multiplica, el tra-
bajo, las exigencias. Y se dividen las vivencias,
y los recuerdos se esfuman. El “ruido” del día
a día impide que te comuniques incluso con-
tigo misma.
Me di cuenta de que necesitaba un cam-
bio ya en el segundo embarazo, cuando advertí
que no dedicaba tiempo a hablar, o a cantar al
bebé. Mucho menos a acariciarle, a través de la
barriga creciente. Todo lo que sí hice con el pri-
mero, vivir el embarazo con intensidad.
Pero grandes acontecimientos vitales,
problemas en el embarazo, una mudanza de
norte a sur del país… no me dejaron cen-
trarme en lo que realmente importaba. Y me
abandoné. Simplemente me dejé arrastrar
por el río de la vida sin detenerme a ver el
paisaje. Y después de un parto complicado,
los siguientes meses se convirtieron en una
serie de imágenes borrosas, que aún hoy no
consigo identificar. Necesité casi un año para
alejarme de los fantasmas de la culpa y del
miedo y decir basta. Y plantearme, por mi
bien y por el de los niños, cambiar la forma
de ver las cosas.
Dice el maestro zen Thich Nhat Hanh:
“en la distracción, no sabemos que estamos
vivos; no experimentamos plenamente la vida
porque nuestra mente y nuestro cuerpo no
están en el aquí y ahora”. Supongo que esta
reflexión me ayudó a dar un primer paso ha-
cia la maternidad consciente: centrarme en el
aquí y el ahora, e ir poco a poco, saborean-
do todo lo que la vida, o el día nos depara. Y
conectar de esa manera con quien te rodea,
valorando las pequeñas cosas del momento.
Porque muchas veces, cuando algo va mal,
te das cuenta de lo que realmente importa.
No los grandes acontecimientos, tampoco las
cosas materiales. Son las palabras, los ges-
tos, las caricias y lo que representan. Esa es la
energía que al final, como madres, hace que
se mueva nuestro mundo.
Almudena Sánchez Bou, 35 años, mamá de
Juan Pablo, Santiago, Julián y Fátima.
De Requena, Valencia (España)
LO QUE APRENDO
DE MIS HIJOS CADA DÍA
— “La maternidad es un punto de vista
privilegiado para defender la revolución,
para ir a por un cambio muy muy gordo a
nivel social”.

Carolina del Olmo


¿Dónde está mi tribu?


Mi hija me ha devuelto, como un cataclismo, a


mi infancia. A la sorpresa, la alegría, la curiosi-
dad, y también a la tristeza, al dolor de la se-
paración desde el corazón de una niña. Me ha
enseñado a jugar. A reír por cualquier cosa. A
reírme de mí misma. A aprender como apren-
de una niña, sin miedo, con toda su fuerza de
voluntad, con ansias enormes de conocer el
mundo. A vivir en este momento de ahora, a
disfrutarlo, sin desviar la mirada al pasado ni
al futuro.
Me ha enseñado a mirarme dentro des-
de mis orígenes, a entenderme desde la niña
que fui, a ser más tolerante conmigo misma y
con mis errores. A su lado he aprendido el va-
lor de una madre, del contacto de su piel con
la mía, de un abrazo “porque sí” a cualquier
hora, la necesidad vital que ella tiene de mi
presencia, y que yo tengo de la suya. He re-
descubierto la belleza de la dependencia, de
saberme necesaria para otra persona, de sa-
ber que necesito a esa criatura a quien nunca
hubiera podido imaginar antes de ser madre.

He aprendido que la palabra “inde-


pendencia” encierra muchas trampas cuando
la usamos adultos que parecemos programa-
dos para darle más importancia al trabajo que
a las necesidades esenciales de nuestras hi-
jas e hijos; programados para acelerar todo,
incluyendo la vida de un niño; programados
para perder de vista que la “independencia”
tiene que tener como base el amor y la liber-
tad. Si no, no es “independencia”, es soledad.
Y que eso, el amor y la libertad, es lo primero
que le estamos negando a nuestros  hijos tan-
tas y tantas veces... sin darnos cuenta.
Con mi hija he aprendido cosas que
nunca debiera haber olvidado. He aprendido
a distinguir eso que es realmente importante:
el entusiasmo, las ganas de vivir, la risa... Y po-
der compartirlo todo, incluso la pena. Con mi
hija aprendo que aún hay una niña dentro de
mí; que tengo que mimarla, cuidarla, y com-
prenderla para comprenderme a mí misma. Y
que sólo si escucho a esa niña podré vivir una
vida plena, en la que cada paso sea auténtico,
sentido desde el corazón. 

Diana de Horna, 42 años, mamá de Jara.


Santa Cruz de Tenerife (España)

Mi hija sabe vivir aquí y ahora, yo a veces lo


olvido. Ella sabe expresar de forma auténti-
ca lo que siente en cada momento, yo a ve-
ces debo pararme para mirar dentro y darme
cuenta de lo que siento. Ella mueve su ener-
gía desde que se levanta hasta el momento
de caer rendida en la cama, incluso cuando
está parada pintando, y yo observo qué me
pasa realmente cuando su energía me des-
borda. Su corazón vibra por todos los seres
de la tierra y me recuerda que estamos conec-
tadas a todo lo que nos rodea. Le encanta la
magia que esconden las cosas y despierta en
mí historias que no sabía que llevaba dentro.
Sus increíbles preguntas consiguen mis mejo-
res respuestas. Juntas percibimos claramente
los placeres sencillos de la vida. Mi hija me
enseña que los mejores aprendizajes son los
que van en doble dirección y en beneficio de
todas las partes. Ella me regala sonrisas cada
día y pone una sonrisa en mi cara.

Lucía, 51 años, mamá de Nora, doula.


Binissalem, Mallorca (España)

Son muchas cosas las que me han enseñado


mis hijos, cosas que todavía estoy aprendien-
do.
Mi hija mayor Lucía me sorprende con su ca-
pacidad de disfrute; todo a su alrededor es
interesante, y es capaz de sacarle el jugo a
cualquier situación, sitio o momento. Si esta-
mos en casa es estupendo porque puede leer,
pintar…; Si salimos a la montaña ¡es genial!,
por el olor de los árboles, el poder explorar,
buscar minerales, encontrar animales…; Si
bajamos al parque el arenero, se puede con-
vertir en un mundo fantástico…
Me ha enseñado que la capacidad para ser fe-
liz es innata a nosotros, y que al margen de los
conflictos o problemas de los adultos siempre
hay que buscar un hueco para encontrarse de
nuevo y disfrutar de las cosas cotidianas.
Mi niño Adrián me ha enseñado la generosi-
dad, y el perdón; porque cuando le regaño –
con o sin razón- él al rato ya ni se acuerda, me
quiere exactamente igual. Los niños son así:
sólo buscan la seguridad del amor de sus pa-
dres, de sus cuidadores; no guardan rencor,
son puros y buenos por naturaleza, aunque a
veces a los adultos nos intenten hacer creer
otra cosa.

Como dice C. González en su libro Bé-


same mucho: “….nuestros hijos nos perdo-
nan, cada día, docenas de veces. Perdonan
sin doblez, sin reservas, sin reproches... Se les
pasa el agravio mucho antes que a nosotros”.
Y mi pequeñita, Iria, me hace ver a cada ins-
tante lo importante que es demostrar el amor;
lo importantes que son los besos y los abra-
zos, no puedo dejar de achucharla ¡y ella se
deja querer!

Rosamar, 42 años, mamá de


Lucía, Adrián e Iria, Madrid (España)
Mi hija me está enseñando a atravesar
mi propia infancia y comprender mi manera
de crecer. Me está enseñando a superar la
violencia y a utilizar esa fuerza que genera la
ira instintiva de una manera eficaz, por ejem-
plo para exigir respeto. Algún día espero ser
todavía más ágil y cuando sienta ese golpe de
ira que viene a mis entrañas, sonreírle y afron-
tar desde el placer por conocer esa fuerza,
como he visto en algunas películas.
Me está enseñando a poner palabras, expre-
sión y sentido a lo que realmente es impor-
tante para mí. Con ella estoy descubriendo el
amor puro, flujo que fue interrumpido tantas
veces en mi vida y en la de mi familia. Con ella
estoy tejiendo de nuevo las redes de todas
mis relaciones y momentos con el amor y la
frescura de lo nuevo que ella trae.

Recuerdo que durante el primer año,


el mundo me parecía pura violencia y la so-
ciedad un laberinto de obstáculos. Me dolía
profundamente no sentir ese asombro por las
cosas sencillas de la vida, de la naturaleza y
sobretodo las personas. Las personas me pa-
recían densas, enfermas, exceptuando algu-
nas a las que sí alcanzaba a ver y comprender.
En medio de mi lucha material y mi voluntad
de ser la mejor madre para mi hija, me esforcé
en volver a encontrar en cada persona su va-
lor, en cada experiencia, en cada día un senti-
do, una dirección.

Ahora ya estoy convirtiendo en hábito esa vo-


luntad de construir, de aportar, de compren-
der y de esa energía renovada dentro de mí
puedo sacar la paciencia, tolerancia y referen-
cias educativas que necesita mi hija. Puedo
acompañar sus descubrimientos, sus viven-
cias, tengo espacio.
Antes, con todos mis pensamientos viejos
y decepcionados, había muy poco espacio
para el asombro. Ahora que puedo encontrar
la manera de generar espacio, me siento más
capaz de integrarme e integrarla en el mundo
donde estamos. Yo también he vuelto a nacer,
yo también soy una niña con ella, otra vez ha-
ciendo manualidades, otra vez mostrando mi
cariño con humor y espontaneidad, otra vez
cantando y bailando.
Espero y confío que dentro de nosotras se
estén creando las bases para lo que la vida
nos ponga delante, soy consciente que es un
mundo de contrastes y quiero sentirme pre-
parada para comprender y sacar siempre las
mejores fuerzas para crecer juntas.
Mi hija me enseña a respetar mis pro-
pios límites, a ser más disciplinada, concreta
y correcta en mis decisiones y compromisos.
También en mi manera de manifestar el amor.
No sé si hay otra vía para despertar a tantos
niveles. Para mí, ser madre me está ayudando
a palpar cada capa de la que se está forman-
do mi ser, aunque sea sólo para trasmitírse-
lo a ella o para no ser un obstáculo para lo
que ella ha venido a experimentar. Pero sobre
todo para disfrutar, eso es lo que me enseña
mi hija, me enseña dónde está el orden para
que podamos disfrutar.

Noche Magnética, 35 años, mamá de Kerala,


3 años, Barcelona (España)

Si algo he aprendido gracias a mi hijo, mi


maestro, es que he de dejarme llevar por lo
que me dice el corazón cuando mira a los
ojos oscuros de este niño, que son mis pro-
pios ojos. A veces me sale, a veces no. Inten-
to no castigarme tanto. He aprendido que
ser mamá o papá consciente educando a un
hijo desde el respeto, el apego, el acompaña-
miento, o como se quiera llamar, es costoso,
duro y es un trabajo a largo plazo, pero es el
más gratificante del mundo y del que no me
arrepiento en absoluto.

Curly Brown, 44 años, mamá de Little D,


profesora de secundaria. Valladolid (España)

Nuestros hijos son una gran fuente inagota-


ble de aprendizaje. Son sin duda nuestros
grandes maestros. Estas son algunas de las
enseñanzas:

• Que el amor es infinito.


• Vivir hay que vivir el momento.
• Los niños nos despiertan virtudes olvida-
das.
• Que no podemos controlarlo todo.
• Que nuestros propios intereses pasan a
segundo plano.
• Que no se termina nunca de aprender.

Hemos aprendido a conectar de nuevo con la


fuente divina del entusiasmo, la creatividad, y
la posibilidad infinita donde todo se puede.
Este chorro refrescante de energía vital diaria
nos inyecta ganas para soñar con ellos e in-
tentarlo todo.
Hacemos especial hincapié en compartir lo
que aprendemos. En la noche, al ponerlos
a dormir, tenemos la costumbre de “revisar”
todo lo que aconteció ese día. Les pregunta-
mos:

• ¿Qué fue lo que más feliz te hizo hoy?


• ¿Qué aprendiste hoy?
• ¿Qué agradeces hoy?

Y nosotros también contestamos a las mismas


preguntas. Así no solo aprendemos de ellos
pero compartimos nuestros propios aprendi-
zajes.

Maribel, 39 años,
profesora de Yoga, mamá de Izan y Kiran.
Palma de Mallorca, España 

Mis dos grandes maestros, mis hijos


Samuel y Raúl me enseñan a mantenerme en
el presente, desde el corazón, conectada con-
migo misma, estando presente cuando estoy
con ellos, pudiendo verles como dos Seres
hermosos que me han elegido como canal
para venir a cumplir su propósito. Aprendo a
aceptar aquello que no me gusta
Me ayudan a recordar mi inocencia, la espon-
taneidad y naturalidad, el fluir de las emocio-
nes expresadas justo en el momento que las
sienten, sin reservarse nada
Me muestran la importancia de respetar mis
necesidades antes de satisfacer las suyas, la
tolerancia.
Son un enorme espejo que me muestra aque-
llo que me queda por resolver en mi propia
vida
Son grandes maestros de AMOR, porque
ellos son Amor Puro y yo también…aunque a
veces lo he olvidado.

Montserrat, 40 años, mamá de Samuel y Raúl.


Vive en Celrà, Girona (España).
SITUACIONES
DIFÍCILES
CUANDO EL BEBÉ ES PREMATURO
— “Contacto físico, mirada, amor. Todo lo
que necesita un niño es oxitocina”.

Irene García Perulero

Un día, hablando con unos amigos de cómo


me pilló por sorpresa el parto de Gael, que
se adelantó 4 semanas a la fecha probable de
parto, uno de ellos me dijo: “pero si hay 9 me-
ses parar prepararse…” Esa frase se quedó
en mi cabeza, dando vueltas.
Y sí, es así… pero no; me explico: es verdad
que hay 40 semanas, más o menos, para
prepararse para el parto. Pero puede pasar-
te como a mí, que estaba tan centrada en vi-
vir el día a día, en disfrutar el momento y las
sensaciones, que pensé que todavía “tenía
tiempo”.  Sin embargo, mi pareja, a veces más
“conectado” que yo misma, ya llevaba días di-
ciéndome: “mira que puede ser en cualquier
momento” y yo le contestaba: “sí, sí...pero to-
davía falta”.  El peque tenía muchas ganas de
conocernos y decidió darse prisa en nacer.

En nuestro caso, Gael estaba perfec-


tamente formado, muy chiquitín, pero con
todos sus órganos funcionando a la perfec-
ción y sin necesidad de ayuda externa.  Pero
no siempre es así: hay verdaderos bebés-mi-
lagro que sobreviven y que demuestran lo
fuertes que son algunos pequeños (o peque-
ñas).  Pero a pesar de que nuestro hijo no tuvo
ninguna complicación, un bebé prematuro
necesita una atención extra, así que decidi-
mos que las 4 primeras semanas de vida fue-
ran, en el exterior, lo más parecido posible a
como se sentiría en mi útero.  No salimos de
casa, estuvimos pegaditos 24 horas, piel con
piel y apenas tuvimos visitas. Comía a todas
horas y no hacíamos otra cosa que olernos y
acostumbrarnos. Y siento que fue una buena
decisión, porque crece día a día, sano y her-
moso, sin ninguna secuela de haber nacido
en la semana 36. 

Hay quien dice que ser prematuro


imprime carácter; personalmente, creo que
cada uno nace cuándo y cómo elige; cada
uno de nosotros tiene una personalidad pro-
pia que ya demuestra en sus primeros minu-
tos de vida y en sus primeras decisiones. Mi
hijo es activo, movido, quiere experimentar
todo el tiempo y así nació... Rápidamente y
con sus hermosos ojitos muy abiertos, para
no perderse nada.

Espe, 42 años,
mamá de Nala y Gael, doula y terapeuta.
Zaragoza (España)

Mi hijo mayor nació con 28 semanas justas de


gestación. No hubo motivos físicos para ello,
y estuvo dos meses ingresado pasando de la
UVI de neonatos a diferentes salas hasta el
alta definitiva. Luego dos años de estimula-
ción y fisioterapia.
Todo le ha ido muy bien siempre, ha
superado todas las pruebas y no tiene secue-
las físicas derivadas de la prematuridad. Era
tan frágil que daba apuro hacerle daño, pero
para mí lo más sorprendente era la fuerza que
me transmitía por querer seguir adelante.
Cuando iba al hospital a hacer de “canguro”
poniéndolo piel con piel, suspiraba profun-
do... y yo le cantaba canciones que en ese
momento representaban todo lo que sentía.
Que consiguiera lactar fue un logro emocio-
nante, y cada uno de sus avances era un rega-
lo. Sin duda hay una huella de ese tiempo de
soledad, y lo que nos ha enseñado es a cui-
dar mucho su espíritu, su sensibilidad, a dar-
le más seguridad de lo habitual, a no dar por
hecho ciertas cosas y estar atentos a lo que
él necesita. También a no sobreprotegerlo, a
ayudarle a madurar, a crecer, y a retroceder
cuando haga falta. Sin duda los niños eligen
dónde y cuándo nacer...

Ana Gómez Poveda,


mamá de Marcos y Javier, trabajadora social.
Alicante (España)
CUANDO EL BEBÉ ESTÁ ENFERMO
— “Uno se busca en la felicidad y se
encuentra en el sufrimiento”.

Henry Bataille

Recuerdo todas las intenciones que tenía en


mi cabeza antes de que mi hijo naciese: parto
respetado, no epidural, lactancia a demanda,
colecho, homeschooling... el plan perfecto.

Sin embargo, la mayoría de las veces la vida


tiene su propio guión, y todos mis propósitos
pronto tuvieron que ser modificados: el parto
tuvo que ser intervenido y con epidural por
motivos de vida o muerte (la mía y la de bebé
estuvieron en peligro); la lactancia a deman-
da pronto se transformó en “bibis” a deman-
da, pues mi leche desapareció después de
varios sustos importantes, relacionados con la
saludo de mi hermano y de mi pequeño y ya
no pudo ser recuperada; el colecho al pare-
cer no era compatible con las ideas del padre
de mi hijo, por aquel entonces mi pareja, hoy
ya simplemente “ el padre de mi hijo”; el ho-
meschooling inviable después del divorcio,
yo tenía que trabajar para salir adelante...
Así que tuve que flexibilizarme y aprender
que es mejor aceptar que luchar contra lo in-
evitable...

Pero lo más difícil de digerir, lo más


duro, doloroso y desgarrador de asumir, fue
que mi primer hijo, aquel pequeño ser inde-
fenso, lleno de posibilidades era portador de
una mutación genética determinante de una
“enfermedad” (aunque yo prefiero hablar de
“condición”) de las denominadas “raras”, una
situación que vino anunciada en forma de
manchita blanca en su abdomen y que mi
intuición me hizo investigar, hasta dar con el
diagnóstico antes que cualquier médico. Cla-
ro que tuve que pasar por la tipificación de
“mamá primeriza paranoica” del primer pe-
diatra insensible con el que me topé, en lo
que más tarde se convertiría en un largo pe-
regrinar de médico en médico...pero eso no
consiguió frenarme, al contrario, me dio más
fuerza para seguir buscando lo que mi cora-
zón me decía que estaba ahí ya...
Y claro, al final lo encontré: el diagnóstico: de-
vastador, irremediable, un arrancar de cuajo
todos los sueños de felicidad compartida que
mi cabecita de “mamá soñadora primeriza”
había fabricado.

Recuerdo que cuando se confirmó


lo que yo ya sabía, dejé de ver más allá de
20 centímetros a mi alrededor, literalmente.
Sentí que algo moría dentro de mí, el dolor
me invadía, espeso, sordo… no era capaz de
sostenerme en pie: alguien me sujetaba pero
yo no veía, ni siquiera era capaz de atender
a mi hijo que estaba en una camilla dormido
por la anestesia; acababa de salir de una re-
sonancia magnética que confirmaba que su
cabecita era un campo de minas, sembrado
de pequeños tumores, benignos pero que
comprometerían toda su vida, su desarrollo,
su calidad de experiencia vital... ¿hasta qué
punto? Nadie lo podía predecir, ni asegurar...
las posibilidades eran todas y a la vez ningu-
na. Algunas personas tenían una vida “ nor-
mal” sin apenas darse cuenta de semejante
“condición” y otros pasaban el trance en la
cama, sin apenas poder moverse o hablar...y
entre estos extremos, todas las posibilidades
cabían, pues cada caso era único, un abanico
de incertidumbre se desplegaba ante mi ros-
tro arañado de lágrimas.
A esas alturas yo ya había leído bastante so-
bre la enfermedad y conocía las opciones, so-
bre todo “lo peor” que podría pasar, es decir,
lo que aparece en internet si pones Esclerosis
Tuberosa. Los días siguientes entré en un tú-
nel negro, negro negro...no nos despegába-
mos de la cama del hospital y cuando bajaba
a tomar algo a la cafetería, apenas distinguía
lo que había en el menú. Y mientras él, mi pe-
queño, seguía creciendo, tan contento y ri-
sueño como siempre. A veces costaba creer
que todo hubiese cambiado en tan solo unas
horas... ¿o tal vez nada había cambiado? Tal
vez lo único que había que hacer era acep-
tar, entender que cada realidad es única, que
cada proceso vital de cada persona viene
dado con multiplicidad de características va-
riables, y todas son igualmente diferentes, ex-
traordinarias y maravillosas a la vez.

Uno de esos días en el hospital, cuan-


do el médico de turno me contó todo lo peor,
todo aquello que yo ya sabía pero que no
quería escuchar, mientras observaba su boca
moverse en un rictus de conmiseración, re-
cuerdo perfectamente sentir el palpitar de un
grito de esperanza dentro de mí que le pre-
guntaba:

—Vale doctor, ya me ha contado lo peor…


Ahora quiero saber si hay alguna posibilidad
de que todas esas otras opciones terribles no
aparezcan y mi hijo tenga una vida “normal”,
¿es posible?

Creo que la respuesta le cogió por sorpresa


en forma de “sí” y entonces mi corazón ba-
rrió a un lado el resto de oscuros presagios,
el montón de miedos y aprensiones y gritó:
“Vale, ¡pues a por esa realidad es a por la que
vamos!”.

Hoy han pasado cinco años de aquello. El ca-


mino ha sido largo y a veces complicado: ha
supuesto renuncias, pérdidas, dolor y agota-
miento, pero también mucho aprendizaje y
crecimiento, tanto de mi pequeño, como mío
y del resto de la familia. Hoy sí hago colecho;
sí hacemos educación alternativa en un es-
pacio de aprendizaje activo y vivencial que
hemos creado para mi hijo y otras familias; sí
asumo una maternidad consciente como el
mejor, más arduo y enriquecedor de mis “tra-
bajos”; y sí, mi hijo tiene una vida “normal”, si
de etiquetas se trata, y los fantasmas, las peo-
res probabilidades no se han materializado,
al contrario se han transmutado, en posibili-
dades, en felicidades compartidas. Su médi-
co de aquel entonces, el que me confirmó el
sí de la esperanza, tal vez piense que es un
milagro, uno de esos casos “levemente afec-
tados”...yo también lo pienso, aunque algo
dentro de mí me sigue susurrando que tal
vez, sólo tal vez se trate de algo más. Tal vez
se trate de una decisión que hemos converti-
do en creencia y, como tal, en verdad...tal vez
se trate de epigenética; tal vez se trate de que
todos somos creadores de nuestra realidad
y cómo tales, podemos transformarla según
nuestras creencias o pensamientos. Tal vez, y
sólo tal vez, acompañar a nuestros hijos sea
más un camino de aprendizaje que de ense-
ñanza; un camino de despertar a una nueva
conciencia.

Raquel Galavís, 41 años,


mamá de un niño de 6 años, actriz,
Vigo (España)
Iba aprendiendo y decidiendo paso a paso.
Pero todo era vertiginoso y no tenía bien de
donde asirme.
De pronto todo iba a cambiar. A los 40 días
mi instinto me decía que algo no andaba del
todo bien. En sueños sabía exactamente que
sucedía, pero en la vigilia lo olvidaba otra vez.
Acudí al pediatra, a mis padres (también mé-
dicos), a mi tío pediatra… todos me tranqui-
lizaban: es normal en una madre primeriza,
pero todo está bien. Yo deseaba creerlo, pero
sabía que no era así. Los ojos de mi nena bai-
laban mucho. Se movían de un lado a otro,
mucho, demasiado. Acudí a un especialista.
“Creo que mi hija está ciega”. “No señora, su
hija sí ve. Sólo que nació sin iris”.
Siguieron un montón de palabras sobre estu-
dios genéticos, síndrome, cáncer, etc.

Salí del consultorio con mi nena en


brazos y mi corazón en sombras. El camino
de regreso a casa era interminable. No podía
aceptarlo. Mi cabeza no entendía nada y por
dentro sentía que me iba hundiendo más y
más. En Internet el síndrome cobró nombre,
las cifras, los diagnósticos, el panorama en
general oscuro.
Vino el llanto, el grito, el enojo, la culpa, el en-
cierro. No quería ver a nadie, mucho menos
a mis primas con hijos de casi la misma edad
que Julieta, ni a los vecinos cuyos hijos eran
sanos. ¿Cuál era el futuro para mi nena? ¿Qué
pasó? ¿Por qué no se detectó?

Soñaba que todo había sido una pesadilla y


despertar era doloroso. Quería un milagro.
Quería creer y confiar. Pero no ¿De dónde
vino la fuerza? No lo sé. De mí, de mis ances-
tros, de mi madre siempre cerca, de todos mis
seres queridos, de Dios. Empecé a informar-
me sin alarmarme, leer y entender qué es lo
que tenía mi nena. Encontré un libro de una
asociación mexicana del síndrome. Marqué y
me asesoré. Me tranquilicé. Haría lo que ten-
dría que hacer. Resguardar, prevenir.
Síndrome de WARG (Tumor de Wilms, Aniri-
dia, Retraso, problemas Genitourinarios).

Muchas visitas médicas, los pañales de


tela tuvieron que ser sustituidos, muchos es-
tudios, lentes, cuidados, terapias. Y a los 18
meses, cuando me acostumbraba al síndro-
me y pensaba que todo marchaba bien…vino
el segundo abismo. El cáncer.
Dentro de mi estilo de crianza también
estaba el alejarme lo más que pudiera de la
medicina alópata…y ahora la quimioterapia
era imprescindible. Muchas citas. Largas ho-
ras con mi nena recibiendo químicos por sus
venas. No lo podía creer. El diagnóstico una
vez más era desalentador: tumor en ambos
riñones. La estancia en el hospital fue un tor-
mento. Mi nena dormía en una cuna, yo cerca
de ella pero en una silla; pero a pesar de las
críticas seguí con la lactancia y luchaba por-
que se respetaran los derechos de mi nena.
Insistían en alejarme de mi nena cuando la
iban a canalizar o inyectar, pero yo abogaba
por su derecho a estar acompañada y siem-
pre gané. La pérdida de peso, de cabello,
de equilibrio….muchas cosas que agrieta-
ban mi corazón. Pero también aparecieron
otras puertas. Los remedios, la alternativa, la
cercanía. Julieta estuvo siempre rodeada de
oraciones y bendiciones de muchas personas
que ni siquiera conozco en persona. Entender
el karma, las decisiones tomadas en otros pla-
nos, la importancia de disfrutar cada instante,
los altibajos emocionales, la fortaleza como
ejemplo y sostén. Entender que ella nos eli-
gió a su papá y a mí y estar a la altura.
La cirugía nos alejó varios días. Las vi-
sitas eran cortas y limitadas. Pero yo seguía
sacándome leche, rezando, meditando. En-
contrando mi centro entre tanto llanto o preo-
cupación o alboroto externo.
Ella ahora está en vigilancia. Con sus cuida-
dos, entendiendo que su mundo es y será
siempre diferente al mío. Ayudando. Dándole
herramientas y aprendiendo con ella.

Los retos continúan. En todos aspec-


tos. ¿Qué hacer con mi paciencia? ¿Cómo no
explotar? ¿Por qué le grité? ¿Por qué pasa tal
o cual cosa? A veces pareciera que todo es un
caos y siento que no he aprendido nada. Pero
siempre retomo el camino. Porque estoy con-
vencida que es el mejor regalo de vida que
puedo hacerle a Julieta y que ella me está
brindando.

Estuve a punto de no escribir nada.


Sentía que no podía ser parte de un libro de
mamás conscientes después de la crisis más
reciente. Pero luego recordé que el ser una
mamá consciente no es ser una mamá perfec-
ta. Es ser una mujer que se atreve a ver su in-
terior, que busca el cambio, que lucha con sus
sombras y las trata de iluminar. Que aprende
de los errores, que quiere disfrutar la crianza,
que no importa cuántas veces caiga siempre
habrá motivo para volver a andar. El hermoso
motivo es ese pequeño ser que merece el es-
fuerzo porque lo mejor es brindarle la opor-
tunidad de escribir una historia diferente a
partir de la conciencia.

Marleen Berlanga Avilés, 35 años,


mamá de Julieta, actriz. México, D.F.

Llegaste y mi vida dio un giro de 180 grados.


Fue inesperado. Sentimientos inciertos y por
momentos agresivos, quería entender por
qué. Si todos los bebés a mi alrededor nacen
sanos, ¿por qué el mío no? Hoy tienes 7 años
y sigo sin descifrar muchas cosas. Día con día
aprendo a desprenderme de esas emociones
y te acepto tal como eres. Te ayudo en todo
lo que mi corazón y mi capacidad maternal te
pueden dar.

De ti aprendo tantas cosas: fortaleza,


lucha, valor. Comprendo que de tu mano lle-
garemos a donde queramos. Por ti me supero
y no me dejo vencer pese a que los escena-
rios dictados por los médicos son oscuros.
Sólo me basta mirarte cada mañana, el co-
mienzo de un nuevo día en tu vida me da la
energía necesaria para tomarte de la mano y
continuar nuestro recorrido.

En ocasiones te imagino sin discapa-


cidad. Corres, brincas, me llamas tan rápido
que apenas y entiendo tus palabras. Te trans-
formas en el clásico niño que no saldrá de la
juguetería con las manos vacías. Pero yo te
tengo a ti, mi pequeño gigante amante de los
números, de las letras, de la música… Tú no
necesitas juguetes para ser feliz, sólo pides mi
mano para ayudarte a brincar y regalarme las
mejores carcajadas.

Apenas tenemos 7 años en esta aven-


tura tan distinta a la de los demás. Tengo tanto
que aprender y compartir, que parece que es-
tudio un Doctorado contigo. Siempre lo digo,
tú eres un hijo maestro… Llegaste a este mun-
do a enseñar, y yo, yo soy tu mejor alumna.
Me enseñas los verdaderos retos en la vida, a
luchar día a día, a ver milagros donde no creía
que existieran, a ser agradecida y, sobre todo,
a amar incondicionalmente.
De ti aprendí a ser mamá de una ma-
nera difícil, incluso fría. ¿Por qué? Naciste y te
arrebataron de mi lado. No pude tocarte, ni tú
a mí. La angustia por no tenerte a mi lado era
tan grande que hasta el mismo aire me asfi-
xió. Pero en ese momento también compren-
dí que eres un guerrero. Me impresiona ver
cómo siendo un niño demuestras fortaleza y
no te dejas doblar por nada ni por nadie. Eres
un roble.

Sé que soy una mamá diferente. Des-


de el primer día lo supe. Me ven diferente y
me tratan diferente. Y todo esto hizo que me
sintiera sola. Eso me dolió en su momento,
de hecho aún me duele, aunque cada vez
menos. Ahora soy más fuerte para enfrentar
lo que venga. Y esa fortaleza la usaré para
ayudar a una nueva mamá, una como yo, que
tendrá que recorrer con su pequeño el mismo
camino que nosotros.

Erika Guajardo, 39 años,


mamá de Pablo, química farmacéutica.
México DF
CUANDO LA MAMÁ ESTÁ ENFERMA
— “Vive la maternidad en el presente.
Celebra la vida cada día. Y cuida de ti
como lo haces de tus hijos.”

Mónica Manso

De todas mis facetas como madre esta es


una de las que más me interesa y preocupa
contigo. Muchas veces entre miedo e incerti-
dumbre me permito aventurarme dentro de
tu cabeza.
Vine al mundo con ciertas patologías que
dificultan mi vida diaria. Tener los músculos
rígidos y la columna resquebrajada al estar
contigo se traduce en incertidumbre por el
bienestar de nuestra relación.
Soy de las madres que permiten subir a los
árboles, que miden el grado de diversión por
lo sucias que estén las rodillas. Solo tenerte
cerca me revoluciona. Puedo sentir tu fuerza
interior cuando tus ojitos centelleantes me
hablan de algún juego, ver incluso como con
5 años te adaptas a situaciones que la mayo-
ría de niños de tu edad ni siquiera imaginan.
Aunque sólo sea tener que explicar cuando
llegas al parque porque tu madre lleva bastón
o está en silla de ruedas.

He visto resignada como te quedas tar-


des con tus abuelos porque tienen que llevar-
me al hospital para tratar mi dolor. Observo
como juegas en el suelo con papa mientras
entre pastillas y remordimientos yo me quedo
en el sofá intentando matar mis propios de-
monios mientras tú matas algún dinosaurio.
En cada una de esas situaciones pienso des-
esperadamente como te sentirás, si me echa-
rás de menos, desde lo más profundo de mi
corazón no paro de pensar cómo puedo ex-
presarte mi amor.

Cuando me dijeron que podías tener


déficit atencional, me lancé como una leona
por sacarte del pozo, con una fuerza bruta, y
es la misma que me impulsa a buscar nuevas
pedagogías, nuevas formas de educación res-
petuosa, nuevos recursos para tu desarrollo.
Pero entendí que el mayor déficit atencional
que puede tener un niño es la falta de amor.
Créeme que me duele en el alma porque dis-
tingo perfectamente tus heridas de guerra,
algo que ni siquiera puedes comprender y
que quizás te lleve parte de tu bagaje apren-
der y sanar.

Siento no ser yo quien te vista por las


mañanas.
Siento no levantarme asiduamente en tus
despertares nocturnos y delegar esa faceta,
por mucho que siempre te tape al acostarte o
te de un beso cuando ya no me ves.
Lamento verme forzada a estar en un segun-
do plano en muchas situaciones y aunque
seas mi mayor empuje, mi mayor motivación,
mi más inmensa alegría con solo verte, hay
ciertos dolores que pican más que los físicos.
Ciertas limitaciones que invalidan más que
cualquier otra.
Y todo lo que digo no puede dejar de sonar-
me a excusa.

No soy superwoman. Me permito caer;


pero siempre, en cada una de esas situacio-
nes pienso en ti, me repito “levántate y ve”
por muy distante y fría que haya sido la no-
che. Y se me escapa el tren.
Tu infancia vuela y entre dolor de espalda y
malestar emocional, vuelan mis besos, mis
abrazos, mi tiempo invertido en dedicarte
amor, que es cada uno de los momentos, in-
cluso cuando estas en el colegio.

Te quiero por encima de todas las per-


sonas. A sabiendas que he de dejarte marchar
cuando seas grande. Te amo. Y aunque mis
piernas no funcionen como las demás, mis
abrazos lo hacen mejor que ningunos.

Permíteme quererte como una madre


enamorada.

Ester, mamá de J. Alcorcón.


Madrid (España)

Cuando mama está enferma, y ha atravesado


un cáncer con quimioterapia, y se siente dé-
bil y sin fuerzas para cuidar de sus pequeños.
Como madre debes recordar que ellos ven y
sienten todo lo que pasa. Y que lo mejor es no
ocultarles nada. Explicarles de la forma más
sencilla posible lo que está pasando para que
ellos lo puedan entender. Si les deja partici-
par lo asumirán como un hecho “normal” y
no se angustiarán tanto. Con mi hijo de casi
dos años, al principio le decíamos que estaba
enferma pero él no lo entendía, luego descu-
brimos que si les decíamos que mama tenía
daño comprendía mejor lo que pasaba. Por-
que con esa edad el concepto enfermedad
no significa nada, pero sí que saben que es
hacerse daño.

También es muy importante encontrar


formas en que ellos puedan expresar sus sen-
timientos, como por ejemplo la representa-
ción de situaciones en un teatrillo.

Neiza, 33 años,
mamá de Sun y Moon, administrativa.
Girona (España)

Dice una frase que la vida nos pone obstácu-


los pero que los límites los ponemos noso-
tros. Y estoy de acuerdo.

Ejercía mi trabajo de directora gerente en un


conocido centro cultural de la isla. El trabajo
era exigente pero muy satisfactorio. Gracias a
la implicación de mi marido, la crianza de mis
dos hijos de 4 y 2 años estaba controlada y no
era un obstáculo para mi dedicación profesio-
nal. ¿Os habéis fijado en las palabras que he
usado?: Obstáculo. Así lo veía yo. En ese mo-
mento no era consciente de lo que me estaba
perdiendo.

Quiso la vida que tras cinco años de


trayectoria brillante, en el trabajo las cosas se
torcieron para mí. Al mismo tiempo se me de-
claró un repunte de un trastorno bipolar olvi-
dado e ignorado. Caí en una depresión que
me apartó doblemente de todo lo que más
me importaba: mi trabajo, mi trayectoria pro-
fesional, y mi familia.

Recuerdo una noche, todos ya en nues-


tras habitaciones, le dije en susurros a mi ma-
rido que tenía la sensación de que me había
perdido los seis primeros años de mis hijos. Él
no me juzgó, ni me dio la razón, simplemente
se limitó a hacer una observación: te quedan
los seis próximos hasta que ya no sean niños.
Y esa frase me devolvió a la realidad. Tomé
conciencia del momento vital en el que me
encontraba.

Podía y quería hacer algo con mi vida.


Tras haberlo perdido todo sólo había un ca-
mino: el de la recuperación, crear una nue-
va vida con unos nuevos objetivos y valores,
con un cambio de prioridades. Aún estaba a
tiempo. Podía rescatarme a mí misma, y con
ello rescatar a mis hijos y darles una madre. La
que no habían tenido en su primera infancia
y que sabiamente habían sustituido abuelos,
abuelas, tías, tatas, madrinas y sobre todo y
sobre todos, su padre.

Han sido años de reconstrucción y cre-


cimiento interior. A medida que he acompa-
ñado a mis hijos en su desarrollo como per-
sonas, me he sorprendido aprendiendo de
ellos de una manera que nunca me hubiera
imaginado.
Hoy mis hijos ya son mayores de edad. En la
actualidad Mar y Toni son unos jóvenes adul-
tos emocionalmente equilibrados y maduros,
que generan admiración por donde pasan.
Hijos de una madre que ha hecho de los
obstáculos que le ha puesto la vida su mejor
triunfo, de una madre que supo poner punto
y seguido para seguir viviendo de manera co-
herente y consciente. No ha sido fácil. Pero el
resultado bien ha merecido la pena.

Wikitoria, 46 años, mamá. Mallorca (España)


Mi maternidad ha sido, es y será el pai-
saje y el motivo de vida más hermoso de mi
camino pero, a veces, el miedo nos apuñala
por la espalda.
La felicidad nació con mi hija. A los seis me-
ses, la posibilidad de que yo pudiera padecer
una grave enfermedad, enterró aquel arreba-
tador sentimiento bajo una asfixiante capa de
miedo, de terror. La incertidumbre me llevó
a querer protegerme del dolor, a refugiarme
y, entonces, decidí  volver a casa y esperar y,
quizá, con suerte, con mucha suerte, empezar
de cero.
Empezar sí, de cero no. Regresé a mi ciudad,
pero el miedo que pretendía abandonar en
mi huida viajaba en mi equipaje como un po-
lizón incorpóreo y silencioso.
¿Cómo explicar ese miedo, cómo desactivar-
lo? ¿Cómo modelar con palabras aquel senti-
miento recurrente, narcotizante y ponzoñoso?
¿Cómo perdonarme aquel comportamiento?
El miedo nos convierte en auténticos desco-
nocidos para nosotros mismos.

Todas las pruebas y los informes mé-


dicos fueron favorables. Estaba sana, com-
pletamente sana. La lacerante posibilidad de
estar enferma desapareció, se esfumó y, poco
a poco, con voluntad pero también con ra-
bia, fui rompiendo la capa de terror que cu-
bría mi día a día y me dejé ser y sentir. Fueron
tres  meses muy tristes. La posibilidad de no
poder criar a mi hija me destrozaba, me hun-
día, me desesperaba.

Sara acaba de cumplir veinte años.


Nuestra relación está llena de cariño, de ter-
nura, de comprensión, de complicidad y so-
bre todo de amor: un amor profundo y sólido
que hemos ido construyendo entre las dos,
desde el respeto, la admiración, la sensibili-
dad, la esperanza, la amistad, LA LIBERTAD.

He vivido y vivo la maternidad de


una manera profunda y consciente, desde
un acompañamiento incondicional y respe-
tuoso. Es una relación llena de reciprocidad
en la que ambas damos y recibimos, ambas
aprendemos y enseñamos y ambas crecemos
sin perder de vista la niña que las dos, alguna
vez, fuimos.

Sigo pensando y sintiendo que lo que


sucedió hace, ya, veinte años, fue un milagro.
La vida es un milagro. El amor es un milagro.
Cada persona que llega a este maravilloso
Mundo es un milagro y todos sabemos que
los milagros llegan con la felicidad debajo del
brazo... ¿verdad?

Nice Cordelia, 49 años,


mamá de Sarah, enfermera en excedencia.
Barcelona (España)

Si una está enferma, hacerse cargo del aviso,


volverse todo lo saludable que se pueda y
nunca ponerse en el papel de víctima, tampo-
co de mártir, simplemente recuperar la salud
como un asunto más, pero de vital importan-
cia, porque nuestros hijos nos necesitan pre-
sentes y despiertas.

As de Picas, 27 años,
mamá de Celeste, artista.
Santiago (Chile)
CUANDO LA MAMÁ ESTÁ EN DUELO
— “No puedes evitar que el pájaro de la
tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí
puedes evitar que anide en tu cabellera.”

Provervio chino


Cuando pierdes a alguien de repente, sin avi-


sar, es como si te hubieras tragado un pedrus-
co enorme. Y que ocurre si acabas de cumplir
tu mayor sueño, ser madre y aun estas en fase
de adaptación y con una depresión postparto
increíble. ¿Cómo superas esta situación?

De repente se fue, sin más y sin avisar,


pero a cambio apareció dolor, mucho dolor.
El fallecimiento de mi suegra lo cambio todo,
la alegría por el nacimiento se había esfuma-
do, mi marido estaba roto de dolor y verlo su-
frir me producía angustia y mucho dolor. Y el
bebé cada vez lloraba más, dormía peor, no
comía,…la angustia iba en aumento y está-
bamos en una espiral de la que no sabíamos
cómo salir.
No sé cómo, mi depresión pasó a un
segundo plano, había que ponerse manos a
la obra y reorganizarlo todo, nuestras emo-
ciones y nuestro día a día. Me sentía mal por
todo, por él, por el bebé, por culpa de mis
hormonas, por perder la leche y por no poder
ayudar en nada.
Nos sentamos, hablamos y decidimos que la
situación debía cambiar, por el bien de todos.
¿Pero cómo superar tanto dolor y esa sensa-
ción de angustia?
Hablamos muchísimo de lo que sentíamos y
de lo que necesitábamos. Decidimos centrar-
nos en el pequeño de la casa y que mi marido
focalizara todas sus emociones en el bebé,
que esa rabia que sentía se convirtiera en ter-
nura y amor. Dormían juntos en el sofá, en la
cama, lo cambiaba, le daba el biberón y en
su cara aparecía una sonrisa con cada movi-
miento o ruido nuevo. Verlos más tranquilos a
los dos, hizo que me sintiera menos culpable
por todo y poco a poco fuimos aceptando la
nueva situación.

Nuestra cultura nos enseña que debe-


mos ocultar nuestras lágrimas, pero no nues-
tras risas. A los niños se les dice que no deben
llorar porque parecen niñas. No dejamos que
nuestros hijos vean nuestras lágrimas de pena
o de dolor. Nosotros decidimos tomar otro
camino. Le hicimos participe de nuestra pena
por el fallecimiento, pero a la vez le dimos
todo el amor del mundo, compartimos con él
nuestras necesidades y nuestras emociones y
aunque tan solo era un bebé de un mes, pa-
recía que nos entendía. Era nuestro hijo y no-
taba los cambios que se habían producido de
repente, también sufría la perdida.

A partir de aquí pudimos empezar a su-


perar lo que nos tocó vivir en aquel momento
de nuestra vida.

Bruna, 44 años, mamá de Bruno y Mauro,


profesora en excedencia.
Tel Aviv (Israel)

Descubrí que estaba embarazada pocos


meses después de que mi madre enferma-
ra. Siempre imaginé que, si un día llegaba a
ser madre, sería algo que podría compartir
con ella, preguntarle mil dudas… Y la única
pregunta en mi cabeza durante meses fue si
llegaría a conocer a su nieto. La enfermedad
avanzó a la vez que mi embarazo y sus fuerzas
se agotaron apenas tres semanas después de
que él naciera. Nunca llegó a sostenerlo en
brazos, porque en los poquitos días que pu-
dieron estar juntos, ella ya no estaba conscien-
te, pero de algún modo, su cuerpo aguantó lo
suficiente para que coincidieran en esta vida.
Fueron días extraños. Vino mucha gente al ta-
natorio, amigos, familia, conocidos… Y la gran
mayoría, conocieron allí a mi pequeño. Eso,
sin duda, lo hizo más llevadero para todos. Es-
pecialmente para mí. En medio del dolor, ese
pequeño ser al que aún estaba conociendo,
reclamaba toda mi atención. Recuerdo soste-
nerlo en mis brazos, verle mamar con fuerza,
tranquilo, ajeno a todo lo que sucedía a su al-
rededor… Lo mejor y lo peor de toda mi vida,
sucedió con escasos días de diferencia: la
vida tiene esa forma de recordarnos lo frágil y
maravillosa que puede llegar a ser.

Su, 42 años, mamá de Héctor.


Zaragoza (España)
CUANDO HAY MÁS HIJOS
A LOS QUE ATENDER
(FAMILIAS NUMEROSAS)
— “Aunque tengas una familia numerosa,
otórgate un espacio personal donde nadie
pueda entrar sin tu permiso.”

Alejandro Jodorowsky

Tres era mi número perfecto. Yo quería tener


tres hijos. Estando embarazada de Elsa, me
sentía poderosa, dichosa, la mujer más afortu-
nada de este mundo. Dos hijos sanos y ahora,
embarazada de una niña. Feliz. Todos vivimos
la llegada de Elsa con mucha felicidad. Aun-
que nos quedaba la pena de que su abuela
paterna no la pudo conocer. Falleció dos me-
ses antes. Y se fue sin poder hacerle coletas.
Su ilusión. Aunque sentíamos esa pérdida
muy adentro, Elsa vino a aliviar ese dolor. Y yo
sigo pensando que de algún modo, la cuida.
Como sus hermanos, que la achucharon en
cuanto la vieron en el hospital. Y de repente
nos habíamos convertido en familia numero-
sa. Ángel con 5 años, Oliver con 2 y la recién
llegada, Elsa.

Parto del convencimiento de que cada


niño es único, tiene su ritmo, que debe ser
respetado en todo momento. Pero he de re-
conocer que a veces cuando hay tres peques
en casa con edades distintas, cada uno con
necesidades diferentes, vives situaciones con
impotencia. De no poder llegar a satisfacer
sus necesidades en cada momento. No soy la
misma madre ahora con tres hijos, que cuan-
do solo tenía a Ángel. Yo he cambiado. A ve-
ces me gustaría ponerme una capa con la que
poder sentirme de nuevo como mamá prime-
riza, sentirme así también con Oliver y con
Elsa. Pero no puede ser. Ya no soy mamá pri-
meriza. Ahora tengo tres hijos. Y los momen-
tos mágicos que vivimos y disfrutamos juntos
son infinitos, pero también hay momentos
en los que no te puedes triplicar y te frustras.
Como esos ratos en los que tienes a un bebé
de pocos meses enganchado a la teta, y tu
hijo de poco más de dos años se levanta de
la siesta un poco enfadado, o tiene una rabie-
ta, o quiere que te acuestes con él, o tienes
que cambiarle el pañal, o un montón de cosas
más. Cuántas noches Oliver me llama desde
su cama para que vaya, y yo tengo a Elsa en
mi cama tomando la teta. Poquito a poco la
desengancho de la teta y sigue durmiendo.
¡Conseguido! Los dos tienen su cachito de
mamá. Y voy al reclamo de Oliver. Pero hay
días, que no, y ahí voy yo. Con Elsa prendi-
da, a colarnos en la camita de Oliver. En este
caso, mamá compartida.

Momentos en los que una madre tiene


tres necesidades que atender. O de cuidado,
o de alimentación, o de mimos, de lo que sea.
A mí me viene genial explicarles que no soy
un pulpo, que sólo tengo dos manos. Que
ellos son tres peques y que todos a la vez no
podemos hacerlo. Sí que es verdad que a me-
dida que van creciendo van entendiendo más
esas explicaciones. Me gusta mucho eso de
ponernos en el lugar del otro, trabajar la em-
patía. Además todos nos vamos conociendo
más, y sabemos nuestros límites. Esto ayuda
mucho.

Disfruto mucho haciendo planes to-


dos juntos, en pack de 5. Pero desde que soy
mami de 3 disfruto mucho de cada uno a so-
las. De hecho, procuramos buscar esos mo-
mentos con cada niño. Con Elsa resulta más
sencillo, porque durante la mañana, hasta
que llegan sus hermanos del cole, está sola
conmigo. Pero con sus hermanos es más com-
plicado. Pero me repito a mí misma, como un
mantra, que hay que buscarlos. Por ellos, y
también por mí. De hecho, mi ser a veces cla-
ma por esos momentos. Por coger de la mano
a Ángel solo y que me cuente la retahíla de
nombres rarísimos que se sabe de los Poke-
mon. O pintarle la cara a Oliver y leerle mil ve-
ces el cuento de Cenicienta. Esos momentos
con cada uno de ellos también son únicos. Mi
atención sólo con cada uno de ellos. La unión
familiar es muy importante, básica para que
el ambiente en casa sea enriquecedor y es-
temos todos a gustito. Pero el tiempo a solas
con cada hijo creo que no se puede eludir,
todo lo contrario, hay que buscarlo y rebus-
carlo. Esa conexión con cada hijo me resulta
imprescindible. No me quiero perder nada.
Y en ellos estamos, viviendo esos momentos
mágicos por tres y disfrutando de la esencia
de cada uno.

Esmeralda, 38 años, mamá de Ángel, Oliver y


Elsa. Salamanca (España)
En ocasiones querría ser pulpo. Y tener
brazos para todos. También me gustaría po-
der estar en varios sitios a la vez…. Pero no se
puede, ¿verdad?

La realidad es que tenemos nuestras


limitaciones, que las situaciones que vivimos
también son lo que son, y que en el momen-
to en que decidimos tener más de un hijo ya
asumimos, aunque no lo hagamos de una ma-
nera plenamente consciente, que el tiempo
que dediquemos a cada uno de los niños va a
ser menor.
Y en los momentos en que se dedica
más tiempo a un hijo (por enfermedad, por
alguna situación especial –mejor llamarlo así),
la sensación de culpabilidad acude a nosotras
para meternos una idea despiadada en la ca-
beza: “mala madre, abandonas al otro niño”,
“no vas a ser capaz de llevarlo todo adelante”,
y otras perlas por el estilo.
Porque sí, llegará el día en que sientas
que no puedes más, que quizá esto te queda
grande. Cansancio, estrés, preocupaciones,
no sólo hacen mella en nuestro cuerpo, de-
jándonos rendidas en cuanto cae la noche,
sino en nuestra mente. Y nos convertimos en
nuestras peores juezas.
Es momento de asumir lo que somos,
nuestras virtudes y nuestros defectos, pero
no buscando la crítica, sino para saber en
qué punto debe saltar nuestra “alarma inte-
rior” y buscar ayuda. Conocer nuestros lími-
tes, tener una red externa disponible (familia,
amigos, vecinos), y ser humildes. Nadie, salvo
nosotras mismas quizá, nos pide que seamos
súper mujeres, madres perfectas que hacen
todo, guapísimas, en forma, a la última… Sea-
mos realistas, aceptémonos. Tengamos claras
nuestras prioridades. Al final, todo se resume
en querer que nuestros hijos estén bien. La
cuestión es ¿están mejor si termino de fregar
los platos, o si pinto o leo con ellos? Porque la
plancha o la lavadora esperarán, pero nues-
tros hijos seguirán creciendo.

Almudena Sánchez Bou, 35 años, mamá de


Juan Pablo, Santiago, Julián y Fátima.
De Requena, Valencia (España)

Creo que ser madre más de una vez, espe-


cíficamente cinco veces, es un reto en varios
aspectos, primero tener hijos seguidos, exige
tiempo, dedicación y de una u otra forma do-
nar tu vida a ellos, pues nadie se encarga de
cuidar cinco chiquitos. Físicamente hay un
desgaste en ti, en tu cuerpo. Pero creo que
lo más fuerte, es la presión social que recibes
como mamá, la gente nos cuenta en los cen-
tros comerciales y nos mira de forma crítica,
conocidos nos preguntan si ya compramos
televisión y llegan a decirme si ya voy a cerrar
la fábrica.

Esto lo he superado gracias al amor de


Dios y de mi esposo, con confianza hemos
avanzado con nuestros hijos, nunca nos ha
faltado nada, hasta mi esposo tiene un traba-
jo donde nos pagan el 90% de los estudios
de nuestros hijos, la salud y brinda espacios
recreativos que aquí en Bogotá son bien cos-
tosos.

Tenemos cinco hermosos hijos y hoy


en día que nuestras hijas mayores tienen 11
años, Matis 9, Anama 7 y Juanjo 5, doy gracias
a Dios por decidir por mí. Soy la mujer más
feliz con mis hijos, me llenan de vitalidad, de
entusiasmo, de alegría y de fortaleza. Pienso
que formar a cinco hijos es más fácil que for-
mar uno solo.
En casa nunca hay silencio, ni días aburridos.
Creo que los fines de semana son más pesa-
dos que entre semana, hay clases de depor-
tes, hay fiestas, hay encuentros de nuestra co-
munidad, hay paseos familiares, hay de todo.

Lina, 41 años, mamá de Sary, Gaby, Matis,


AnaMa, Juanjo, trabajadora social.
Bogotá (Colombia)
CUANDO MAMÁ Y PAPÁ SE SEPARAN
— “Los divorcios ocurren de un modo
muy parecido a como han sucedido las
cosas dentro de la relación de pareja.
Si la violencia, el desacuerdo, la falta de
comprensión, la exigencia, el maltrato, la
desidia, el desprecio o la indiferencia han
sido la moneda de cambio afectivo, pues
esos mismos elementos estarán presentes
cuando la separación de los cónyuges se
presente”.

Laura Gutman
La familia ilustrada


“Vida” nació en Julio. Su nacimiento, como


el mes en el que llegó, vino cargado de días
luminosos, sofocantes momentos y jornadas
agotadoras. Pero la amaba. Llegó a través de
cesárea; sufrimiento fetal agudo fue el diag-
nóstico para finalizar así, el estupendo emba-
razo que había tenido.
Jamás imaginé que aquella maravillosa llega-
da, trajera consigo la pérdida del amor que la
gestó.

A medida que Vida fue creciendo, los


miedos, las inseguridades, etc. aparecieron y
sin manual de instrucciones. Nadie nos había
contado esa parte tan visceral del proyecto
que por falta de conocimiento y formación
derivó en que su papá y yo fuéramos aleján-
donos cada día más; dos puntos de vista que
por más que yo intentaba que fueran comple-
mentarios, no hicieron más que enmudecer-
nos y distanciarnos.

A eso hubo que sumarle la poca ayuda


con la que contamos, (casi ninguna); fuimos él
y yo para gestionar ese increíble mundo. Las
numerosas horas de trabajo fuera de casa, el
agotamiento, el remordimiento y demás, es-
taban complicando cada días más lo que se
supone iba a ser la experiencia más maravillo-
sa de nuestra vida.

Me pedí excedencia y disfruté enorme-


mente esos meses; le cantaba, la paseaba,….
Hasta que tuve que volver a trabajar y ella
tuvo que conocer la guardería.
A medida que pasan los años me voy dan-
do cuenta de lo ignorante que era en cuan-
to a todo este tema y cómo dejé que los de-
más decidieran por mí. No tenía formación
post-parto-mamá. Básicamente, pensaba que
sólo con desear y querer a los hijos, la educa-
ción, los valores, etc., venían solos, ya que a
mi madre le funcionó.
A pesar de todo, queríamos aumentar la fa-
milia, así que decidimos la opción del aco-
gimiento. Íbamos a realizar un acogimiento
permanente, pero cuando estaban a punto
de darnos la idoneidad, mi marido tuvo du-
das con el proceso y lo paramos.

En el trabajo siempre he tenido turnos


partidos y a medida que Vida estaba crecien-
do, fui notando que cada vez corría más para
hacer todo y veía menos resultados en cada
sitio.
Hace casi tres años no pude más y aun sabien-
do que podían despedirme (mi pareja está en
paro), solicité reducción de jornada por guar-
da legal y ya sólo trabajo una tarde.

Ahora VEO a mi niña, pero todos estos


años, ese vacío de energía, ese sin vivir de es-
trés, han hecho mella en la pequeña y en mí.
Con los años me ha dado cuenta que
mi pareja y yo no teníamos las mismas priori-
dades a la hora de criarla; nuestras escales de
valores, se diferenciaban considerablemente
y a medida que Vida crecía era más difícil disi-
mular nuestras diferencias hacía su educación
y ella incluso se daba cuenta. Un día llegó a
plantearme por qué no me separaba.
Esto me ha llevado a divorciarme después de
meditarlo y considerarlo muchos años, pues
entre otras muchas cuestiones, yo no quería
hacer de Vida una “niña de maleta”.
Cuando decidí finalizar mi vida de pareja, le
propuse al padre de Vida seguir viviendo en
la misma casa pero que hiciéramos vidas se-
paradas, así ella no vería afectada la relación
con su padre. Aunque al principio pareció
funcionar (cesaron las discusiones), ahora ya
no es así y estoy a la espera de que se marche.
Quiero pensar que no es tarde para educar
a este tesoro de la forma más sana y relaja-
da posible. No quiero que mi hija me vuelva a
preguntar por qué decidir ser madre, porque
según ella piensa; “es una pesadez”.

Vida va a cumplir 9 años. Me quedan


muchísimos años para compensar la torpeza
que hemos cometido su padre y yo, para en-
señarle que es posible todo con respeto, que
Naturaleza solo hay una y será la casa donde
siempre viva y cientos de cosas más. Ella tiene
toda la vida para valorarlas y sé que aunque
no será fácil, lo conseguiremos.

Tatiana, 37 años, mamá de Vida,


administrativa. Cádiz (España)
CUANDO PAPÁ Y/O MAMÁ
TIENEN OTROS HIJOS
— “Las familias han cambiado en el
concepto y en la realidad. Ahora los niños
tienen hermanos por parte del padre, por
parte de la madre, por parte de la segunda
pareja del padre, sobrinos que son hijos
de medios hermanos y hermanastros con
quienes no tienen lazos sanguíneos, pero
sí convivencia fraterna. Madrastras que
no se parecen en nada a las brujas de los
cuentos y padrastros a quien aman y a
veces pierden después del último divorcio
de la madre.”

Laura Gutman
La familia ilustrada


Mi esposo es padre de una niña de doce años


de edad a quién llamamos Arquera. A pesar
de que ella no vive todos los días con noso-
tros, hemos compartido muchos momentos
y experiencias juntos. El ambiente en el que
Arquera crece, cuando no está con nosotros,
no es el que quisiéramos para ella, escasea el
respeto, el cariño y la comprensión. Lo men-
ciono para que puedan entender por qué se
me ha hecho difícil ser parte de su vida sin
preocuparme por ella.
Mi papel como madrastra ha sido un
reto, pero no puedo negar que he estado re-
cibiendo un aprendizaje interminable. Quisie-
ra poder ofrecerle a Arquera aquellas herra-
mientas emocionales que pueda necesitar en
diversas etapas de su vida. Mi esposo ha in-
tentado hacer algo más por su hija conversan-
do y pidiendo acción de parte de maestros y
trabajadores sociales de las diversas escuelas
en las que ella ha estado. Sin embargo, por
más seria e importante que nosotros veamos
la situación sobre los malos tratos y ejemplos
no muy positivos que ella recibe, las autori-
dades escolares no hacen nada al respecto.
Tampoco autoridades pertenecientes a otros
departamentos de nuestro sistema de gobier-
no. Esto nos ha frustrado mucho y a mí se me
ha hecho difícil aceptar que no toda la vida de
Arquera está en nuestras manos, aunque sea
una menor de edad.

Cuando la conocí, yo no tenía hijos to-


davía y me tocó ofrecerle mi cuidado sin ex-
periencia como mamá, lo que se me hizo en
ocasiones difícil porque no solía comprender
las razones de su conducta cuando parecía
retarnos o por qué ella aún no había apren-
dido algunas destrezas que le hubiesen ense-
ñado disciplina y autosuficiencia. Mi esposo
ha sido clave en mi aprendizaje y desarrollo
como madre y madrastra, él me ha enseñado
a comprender cómo y por qué los niños se
comportan como niños. He aprendido con él a
cambiar mis expectativas respecto a Arquera,
ya que no recibe nuestra crianza las 24 horas
del día y que ella necesita de nosotros mucho
amor, y ejemplos que le ayuden a desarrollar-
se como un ser humano feliz. También él me
ha enseñado que mis frustraciones respecto a
su crianza no pueden afectarle a ella, no pue-
do transferirle tal emoción pues ella no es cul-
pable de ello. Esto último puede suceder con
nuestros propios hijos y de todas maneras los
padres tenemos que evitar que esto suceda
porque podemos afectar de forma negativa
su crianza. Sean nuestros hijos biológicos o
de crianza, ellos necesitan nuestros mejores
ejemplos para que puedan crecer y convertir-
se en los mejores padres posibles.

Teresita de la Tierra, 27 años,


mamá de Indio, madrastra de Arquera.
Puerto Rico
CUANDO PAPÁ Y MAMÁ
SON DE DIFERENTES CULTURAS

Todos somos diferentes y únicos, nazcamos


donde nazcamos.
Todos, a la vez, somos iguales.
En mi viaje de la maternidad estoy acompaña-
da por un compañero que es de tierras muy
lejanas; en aquellas tierras lo que es criar en
nuestras tierras es malcriar.
Allí paren en casa, entierran la placenta, cole-
chan, portean y dan teta sin prisas ni fecha de
caducidad, algo tan normal allí, y aquí parece
que sea una moda de madres hippies

Al poco de parir en una isla del medi-


terráneo donde vivimos, nos fuimos los tres
juntos a pasar el puerperio a su tierra lejana,
Sumatra. Fue un largo viaje pero tú tenías teta
y brazos, y yo los brazos de papá, así que me
sentí fuerte para tan largo viaje.
Allí creciste sin chupetes, biberones, ni jugue-
tes de mil colores, ni babyeinstein y sin báscu-
las semanales que te pusieran en un percentil,
notaba que crecías pues pesabas en mis bra-
zos y la ropa se hacía pequeña, allí nadie ex-
trañaba que estuvieras todo el día en brazos
o teta o que durmiéramos juntos, aquí mucha
gente cuestiona “lo estás malcriando”.

Suerte de compañero en esta aventura,


pues a pesar de culturas totalmente diferen-
tes, compartimos la misma visión de crianza.

Dunia, 36 años, mamá de Doan, fisioterapeuta


y antropóloga. Ibiza (España)
CUANDO MAMÁ
FUE UNA NIÑA ABUSADA
— “La mejor herencia de una madre a una
hija es haberse sanado como mujer”.

Christiane Northrup


Con el pasar de la vida he descubierto que las


mujeres sufrimos recurrentemente de acoso,
violencia, abuso sexual. El número de mujeres
víctimas es evidentemente mayor que el de
hombres. Un tabú más del que poco se ha-
bla; sea en el ámbito familiar, en el colegio o
en el transporte público; a veces un instante,
otras veces un abuso continuo y prolongado,
el cual siempre tiene consecuencias físicas y
psicológicas.

Provengo de una familia promedio, en


mi casa nunca hubo lujos, pero tampoco su-
frimos carencias, esta es una historia por des-
gracia muy común. Yo, la que te escribe, su-
frí en mi infancia y juventud violencia sexual.
Hace mucho tiempo dejé de considerarme
una víctima, no fue fácil. Me esmeré en ver-
me a mí misma como una guerrera, una so-
breviviente. No recibí terapia ni ningún tipo
de ayuda formal, seguro habría sido lo mejor,
simplemente no fue mi caso.

Viví feliz e hice a un lado lo que me


paso, al menos eso creí. Crecí a la defensiva,
disimulaba mis temores con autocontrol, me
plantaba frente a quien fuera con mucha se-
guridad en mi misma, lo cual no me salvo de
tomar malas decisiones de pareja que me lle-
varon a cometer otro tipo de errores graves,
tampoco me libró de la culpa, de sentirme
usada, depreciada, pecadora y sucia. Agra-
dezco que a pesar de todo, no perdí el rum-
bo, me equivoqué y me hundí más, pero salí
a flote, estudié, terminé una carrera, trabajé,
seguí funcionando, siempre tuve el apoyo de
mi familia, aunque guardamos silencio, nunca
hablamos del tema, como si no hubiera suce-
dido, no es un reproche, es solo aceptar la fal-
ta de herramientas que tuvimos para atender
nuestra situación.
Conocí a un gran hombre, una perso-
na con quien puedo compartir mis más tris-
tes secretos, que no me juzga, alguien que
conociendo toda mi historia apostó por mí
para formar una pareja, una familia. Mi espo-
so luchó a mi lado por un embarazo que no
llegaba, en el proceso, me motivó a hacer las
paces con mi pasado, a sanar. A pesar de lo
difícil que nos fue concebir, decidimos hacer
un esfuerzo desde el primer día por tener hi-
jos emocionalmente sanos y no convertirles
en víctimas de nuestras inseguridades.

Hoy tengo una bebé de meses en mis


brazos y no puedo dejar de pensar que el pe-
ligro existe, es real, nos acecha. No quiero que
mi niña viva bajo una burbuja de cristal, por
eso creo que la información adecuada a su
edad y desarrollo será vital. He decidido tam-
bién, librarla de conceptos tan dañinos como
la culpa y el pecado y en cambio instruirla en
conocer, amar y respetar su cuerpo como un
regalo. Entiendo que el primer paso es pro-
veerla de confianza en ella misma y en noso-
tros. Sé que en el camino, podremos cometer
errores, pero mi compromiso es fomentar su
aprendizaje con información veraz, proteger
su inocencia, que mi legado sea que aprecie
la belleza de la naturaleza de su cuerpo y ex-
perimente una vida sexual responsable, res-
petada, plena, libre de miedos y prejuicios, tal
como aprendí a ejercerla yo.

Mi niña me ha inspirado a mejorar, a


cambiar, a aportar algo a este mundo, es por
eso que decidí darle un giro a mi vida, cam-
biar mi profesión, estoy estudiando para certi-
ficarme como educadora perinatal en Lamaze
Internacional, confío que poco a poco pode-
mos ser motor del cambio que queremos en
este mundo.

Vero GM de 33 años,
mamá de un ángel en el cielo y Elisa RG.
Viven en Cancún, Quintana Roo (México)

Mi nombre es Laura, tengo 38 años, estoy fe-


lizmente casada y soy madre de 2 hijos, una
hija de 6 años y un hijo de 2.
La motivación que me ha llevado a querer
participar en este proyecto, ha sido la de po-
der ayudar con mi testimonio a otras mujeres
que como yo hayan sufrido abusos sexuales
y malos tratos en la infancia y de adulta; para
que rompan sus miedos, recuperen sus cuer-
pos, sus sensaciones robadas y se permitan la
magia de gestar, parir, lactar y criar a unos hi-
jos desde el respeto, el amor y la convicción,
de que la sanación es posible.
Porque para ser madres conscientes tenemos
primero que ser, mujeres conscientes.

Como les ocurre a muchas personas


que han sido víctimas de abusos sexuales en
la infancia, empecé a ser consciente de ello
con las primeras relaciones de pareja, pero no
fui capaz de afrontarlo hasta que me divorcié
e hice terapia para superar los malos tratos
a los que me sometió mi primer marido. En
ese momento fue cuando todo saltó por los
aires, me hundí por completo, creí morirme...
Pero renací, salí adelante, sobreviví y recupe-
ré mi cuerpo anestesiado hasta entonces y to-
das mis sensaciones corporales. Construí una
vida nueva, una familia y deseé por encima de
todo ser madre, gestar vida dentro de mí.

Ya recuperada, al menos lo suficiente


para poder continuar con la vida, busqué una
ginecóloga que ofreciese partos respetados
en Madrid, una vez la encontramos fuimos en
busca de nuestra pequeña Paula.
Recuerdo su embarazo, como uno de
los momentos más dulces y bonitos de mi re-
cién estrenada vida como mujer consciente.
A mi lado estaba el amor de mi vida, un amor
paciente que supo aguardar nuestro tiempo
desde la adolescencia, mi primer amor, y yo
el suyo. Esperábamos nuestro primer hijo, ilu-
sionados, felices, conscientes y plenos.

Y llego el día del parto, un parto de-


seado, consciente y respetado. Todo fue muy
bien, hasta casi el último momento. A mi gi-
necóloga no le había contado nada de los
abusos sexuales que había sufrido en mi in-
fancia, no me sentía capaz. Y en el momen-
to que mi bebe ya coronaba, mi ginecóloga
empezó a masajearme el periné con aceite de
rosa de mosqueta, con la intención de facilitar
así el último tramo del parto, el expulsivo. En
ese instante me bloquee, me agarrote de tal
manera que creí que no podría seguir, me di-
socié porque no podía soportarlo. Al final mi
hija nació con la ayuda de la famosa maniobra
de Kristeller.

Es el día de hoy, que no soporto el olor


del aceite de rosa de mosqueta, me teletrans-
porta directamente al dolor, al miedo. Para los
que hemos sufrido abusos en la infancia, el
tema de los olores nos conecta muchas veces
con recuerdos y sensaciones de los abusos
sufridos. No tengo muchas imágenes, supon-
go que me disociaba para soportarlo, pero
hay olores que jamás olvidaré y que me co-
nectan directamente con todo aquello. Olo-
res, sensaciones, recuerdos, miedo, dolor, va
todo unido, uno te lleva a lo otro.
Creía erróneamente que ya lo había supera-
do todo, había hecho terapia, había buscado
una ginecóloga con parto respetado preci-
samente intentado asegurarme así que no
me tocasen, pero no estaba preparada para
aquel imprevisto.

El tiempo pasó, por el camino perdi-


mos 3 bebés y el milagro llegó con nuestro
hijo pequeño. ¡Cuánto enseñan los hijos! Has-
ta los que no llegas a abrazar…

Nuestro pequeño milagro llegó con placenta


previa oclusiva total, no teníamos elección en
estos casos la cesárea está estrictamente indi-
cada, por seguridad para la madre y el bebé.
Yo que había planeado un parto en casa y de
repente me encontré con que tendría que en-
frentarme a mi peor pesadilla, ¡una cesárea!
Sola, inmovilizada, rodeada de gente, desnu-
da, insensibilizada por la anestesia, tocada,
rajada, manoseada, fría, sucia, fue horrible. 

Cómo me verían que llamaron a mi


marido para que pasara al quirófano y menos
mal, porque creí perder el conocimiento.

Y nació mi hijo, y lo supe desde el primer mo-


mento, aunque estaba anestesiada de medio
cuerpo, él ya no estaba allí, ya no estaba den-
tro de mí. Me lo pusieron encima, lo miré y
no puedo dejar de acordarme de lo que dije,
“por Dios si se parece a él”, pobrecito hijo mío,
que no tiene culpa de nada. Y solo sé que llo-
ré y lloré hasta que me quedé sin lágrimas,
todas las que en su día no me permití.

Hoy sé que la vida siempre te da la


oportunidad para que superes aquello que
no hiciste y los nacimientos de mis hijos fue-
ron muy dolorosos en el plano emocional,
pero necesarios y muy sanadores. Vinieron a
la vida y yo renací con ellos, ya no era hija....
era madre, ya no era una víctima, era una su-
perviviente.
La vida me regaló la oportunidad de ser ma-
dre de 5 hijos, solo 2 llegué a abrazar y a lac-
tar gozosamente. A mi hija mayor le di pe-
cho hasta los 5 años y en tándem 1 año con
el pequeño. El pequeño tiene ahora 2 años
y medio y aún seguimos aquí teteando, dis-
frutando el uno del otro hasta donde la vida
nos lleve.
Todos mis hijos, inclusive los que no
llegué a abrazar, han traído a mi vida la luz, la
alegría, la fuerza, las ilusiones y las ganas de
vivir que un día me robaron. Ellos vinieron a la
vida a través de mí y yo renací con cada uno
de ellos.
Por todo ello doy gracias a la vida, porque
siempre es más lo que te da, que lo que te
quita.

Ser consciente de todo mi pasado fue


muy doloroso pero también necesario para
poder seguir hacia delante, darme la opor-
tunidad de ser, de sanar, de amar y sentirme
amada libremente, de gestar la vida y aceptar
la muerte dentro de mi vientre.

Ser una mujer consciente, para renacer
como madre.

Laura, 38 años, mamá a tiempo completo de


Paula y Romeo. Madrid (España)
CUANDO MAMÁ ES ADOPTIVA
— “Lo que cuenta no es el derecho de
cualquiera a adoptar un niño sino el
derecho del niño a no ser adoptado por
cualquiera.”

Fernando Savater

Olivia llegó físicamente a mi vida cuando con-


taba con cinco años de edad, pero formaba
parte de ella desde hacía mucho tiempo.
Fue en mi adolescencia cuando decidí que
quería adoptar un niño y, cosas del destino,
la vida me recordó esa decisión cuando me
planteaba tener un segundo hijo.

Yo tenía una enfermedad crónica y los


médicos me pautaron una medicación con
la que me dijeron que no podía tener hijos,
con lo que me planteé retomar mis sueños de
adolescente y ser madre adoptiva. Así que se
lo propuse a mi marido y nos pusimos en mar-
cha. Cinco años después llegamos a casa con
Olivia, de cinco años, y muchos daños, sobre
todo emocionales, que reparar.

Cuando me preguntan (porque te ase-


guro que me lo han preguntado mil veces), si
me arrepiento de haber adoptado una niña
“mayor” (léase como “no bebé”), siempre
digo que no, pero que es algo muy muy duro.
Son niños que, en el mejor de los casos, “sólo”
han sufrido la pérdida, por diversas razones,
de su familia biológica. Y si eso es duro para
cualquier persona, para un niño de tan corta
edad lo es mucho más. Son niños que en mu-
chas ocasiones no han podido desarrollar un
apego seguro y presentan graves carencias
emocionales.

Para todo ello no te preparan en los


cursos de formación que tienes que hacer
antes de obtener el certificado de idoneidad.
Supuestamente, es en esos cursos donde de-
berían darnos herramientas para manejar es-
tas situaciones, pero no lo hacen, por lo que
cuando llegas a casa con tu hijo y te enfrentas
a la realidad, es muy frustrante. Sientes rabia,
impotencia, confusión... te sientes perdido.
Pero te aseguro que hay salida, que con los
recursos adecuados, todo eso se torna más
manejable y se consiguen paliar esos daños
en estos menores.

Desde aquí quiero decirte que adoptar


un niño es algo maravilloso, que no hay que
tener miedo a pedir ayuda para manejar las
dificultades que se puedan presentar en casa,
con ayuda y apoyo de tu círculo, las situacio-
nes que en algún momento nos pueden pare-
cer imposibles de superar se tornan más lle-
vaderas y manejables, consiguiendo disfrutar
de la relación paterno/materno-filial.

Si estás en proceso de adopción o tie-


nes en mente adoptar un menor, mi recomen-
dación es que desde este momento, empie-
ces a informarte de las carencias, no físicas,
que presentan estos menores para poder
hacer acopio de las herramientas y recursos
necesarios que te permitan manejar las situa-
ciones que probablemente te toque vivir. Con
esto no estoy diciendo que no adoptes, sino
todo lo contrario, la adopción es un acto mara-
villoso, increíble, brutal, pero al igual que lees
sobre la maternidad biológica cuando estás
embarazada, creo que es positivo leer sobre
las necesidades de los menores que llegan a
la adopción si esa es la forma de maternidad
que has elegido.

Vega, 39 años, mamá de Hugo,


Olivia y Penélope, educadora social.
Mallorca (España)
CUANDO PAPÁ ES AGRESIVO

El papá de mi hijo no se esperaba un bebé.


No era su sueño y al quedarme embarazada,
pienso que por sentirse obligado, permane-
ció a mi lado mentalmente y a veces física-
mente. Con el parto cada uno sentimos cosas.
Viajamos a nuestra infancia, nos encontramos
con un bebé desconocido, con obligaciones
y tiempo para esa pequeña criatura que de-
pendía de nosotros.
Él no estaba preparado. Por ello se convirtió
en una tormenta. El papá aparecía y desapa-
recía a días o semanas. Pero eso no era pro-
blema. Adoraba a su hijo en momentos pun-
tuales y cortitos, siempre que sonreía.
Sin embargo, la situación en casa no era bue-
na si él no estaba de buen humor. Ahora doy
una patada por aquí, que no he tenido buen
día. Ahora grito porque te has dejado un vaso
en la mesa. Ahora rompo un mueble de los
abuelos ya que veo que, aunque es viernes y
tienes un bebé de 8 meses, quieres quedarte
en casa en vez de venir por la noche conmigo.
Ahora que son las 3 de la mañana y el bebé
llora, me lo llevo bruscamente al otro dormi-
torio y si le hago sangre, no pasa nada. Te voy
a joder la vida. Eres lo peor. Te voy a… Eres…

Entre tanto, mi bebé en tensión y la tor-


menta crecía y crecía.

Yo me sentía sola, triste, deprimida,


avergonzada (¿Esto me está pasando a mí?,
¿Qué van a decir los demás?), asustada (¿Y
si…?), en tensión (Cuando entre hoy por la
puerta, ¿vendrá de buen humor?). Había gen-
te a mi alrededor que me insinuaba cosas o
me decía claramente las cosas: eso es denun-
ciable, ¿te vienes a dormir a mi casa? Veniros
Sol y tú una temporada…
Pero llegó el momento que, tres años des-
pués del nacimiento de mi peque, por fin
quise dar un pasito adelante. Mi peque por
aquel entonces se ponía en tensión al ver a su
padre, no quería verlo (“mamá, él te grita”). Yo
no quería estar viviendo con una pareja al que
ya no quería y que me tenía totalmente absor-
bida y en tensión. Quería respirar tranquila en
mi propia casa y sobretodo quería que Sol no
viviera eso como algo normal.
Me informé, pregunté y me separé. Me costó
tiempo regular la situación y aunque el papá
de mi hijo es su papá y así va a ser siempre, la
tormenta ha desaparecido (o casi). Ahora he
dado más pasitos. Ahora puedo caminar.

Duna, 29 años, mamá de Sol,


educadora infantil.
Aragón (España)
CUANDO PAPÁ
TIENE OTRA FAMILIA A LA VEZ

Soy mamá desde el año 2009, digo soy mamá


porque el soy te cambia desde el nacimiento
de un hijo. Ya dejas de ser tú por un tiempo y
cuando vuelves a intentarlo te das cuenta que
has cambiado. Voy a contar mi historia.

Conocí a un hombre al que empecé a


admirar muchísimo, era capaz de manejar a
su antojo a ochenta hombres al mismo tiem-
po sin ser un sinvergüenza como la mayoría
de hombres que había conocido hasta ahora.
El caso es que hablamos, nos presentamos y
comenzamos a trabajar juntos, y de ahí a salir
del trabajo y a tomar una copa, que a veces
se convertían en cena porque aun estábamos
juntos a esa hora.
Acabamos emparejados con la peculiaridad
de que él está casado. Él me lo dijo cuando
comenzamos a pasar más tiempo juntos, y
también me dejó claro que no se iba a sepa-
rar. Tuve muchas dudas. Me gustaba mucho, y
ya le quería también, pero no sabía si podría
compartirlo. Pasé unas semanas pensándo-
melo, pero finalmente acepté que la relación
fuera así y él también estaba dispuesto. Y ese
fue el comienzo de nuestra relación polígama.
A los tres años nació Francisco, que había-
mos hablado de concebirlo y no tomábamos
ningún método anticonceptivo, pero cuando
le llegó la noticia se sorprendió un montón,
como si él tuviera claro que no podía, bueno,
es que de hecho nos habíamos hecho prue-
bas de fertilidad y los médicos dijeron que no
era imposible, pero era dificilísimo.
Así que, tras su sorpresa, no sé muy
bien por qué, no sé si por su manera de pen-
sar sobre el embarazo o por qué, pero no vol-
vimos a tener relaciones sexuales, ni durante
el embarazo, ni después, y ahora por proble-
mas de erección.
El caso es que Francisco tiene para 6
años y seguimos sin sexo, algo a lo que hay
que plantear una solución y, una vez contado
esto os cuento que el embarazo fue triste por-
que parecía que mi compañero no lo acepta-
ba muy bien.
Pero tengo que decir que estaba ahí cada día
físicamente cumpliendo y, tras el nacimien-
to de Francisco al principio un poco distan-
te pero luego me apoyó en todo y me dejó
tomar las decisiones que yo viera sin ningún
impedimento. Él me decía, sólo tienes que
pensar en ti y en el niño y así, con esa tran-
quilidad viví mi maternidad y la disfruté todo
lo que pude. Estuve con mi bebé hasta casi
que cumplió los 2 años de excedencia en el
trabajo y cuando me reincorporé laboralmen-
te, lo hice a media jornada, así que el niño lo
dejaba en la escoleta a las 08.30 y a las 13.30
lo recogía y pude seguir disfrutando de él to-
das las tardes.

Mi compañero ayuda en lo que puede,


un poco económicamente y en las labores de
la casa, y no me arrepiento de haber elegido
eso de tener una pareja compartida. Él está
con nosotros siempre, y nos queremos y res-
petamos, pero si tengo ganas de que algún
día Francisco pueda conocer a sus hermanos,
que tiene tres de más de 20 años, porque el
papá me saca a mí 27 años. Así aparecen pre-
guntas por parte de mi hijo como ¿quién va
a morir antes, el abuelo o el papá? ¿Quién es
más viejo?
Bueno estos ratos no son fáciles, y cuando
pregunta ¿dónde va papá por las noches
cuando él vuelve a su casa? Yo no le miento,
entiendo que lo mejor es vivirlo con la misma
naturalidad con la que yo la vivo y le contes-
to: “Papá se va a su otra casa, papá tiene dos
casas”.

Respecto a lo de que una mujer es una,


antes de la maternidad y otra después, en mi
caso yo trabajaba en la construcción y me en-
cantaba, pero después de ser madre dejó de
gustarme cada vez más hasta el punto que
me he salido del gremio.
Ahora veo más importante lo no mate-
rial y veo la verdadera importancia de cono-
cer la naturaleza de la que tan lejos estamos
hoy en día, así que aquí estoy escribiendo un
fragmento de libro, en paro con un único ob-
jetivo de criar y acompañar a mi hijo lo mejor
que pueda y deseosa de tener una vida tran-
quila y sedentaria, todo lo contrario de lo que
hubiera pensado nunca antes.

Francisca, 37 años,
mamá a tiempo completo de Pablo.
Mallorca (España)
AGRADECIMIENTOS

Gracias a F. y Sunflower, mis dos amores, mi sostén. Gracias


por apoyarme y darme fuerzas para lanzarme a por todas
en esta aventura. Han sido meses de muchas horas roba-
das a la madrugada, también a las tardes de juego y a los
ratos de familia, habéis sido tan comprensivos y me habéis
ayudado tanto… Os quiero más que nunca, sois mi mayor
tesoro.

Gracias a las 200 caras de la Luna, por contribuir a que este


sueño de crear una tribu de madres conscientes fuese real.
Habéis sido muy valientes y generosas, compartiendo una
parte de vosotras mismas, algunas incluso apareciendo fí-
sicamente en el booktrailer. Todo esto que dais en #ma-
mamorfosis, lo recibiréis de forma exponencial, porque el
mundo entero os lo agradecerá.

Gracias a todas las madrinas que han invertido un ratito de


su tiempo a dedicarnos unas palabras amorosas y cercanas
para el libro, contar con vuestro especial apoyo ha servido
para que este proyecto cobrara más valor. Os admiramos a
todas y cada una de vosotras, y me permito hablar en nom-
bre de todas las caras de la Luna.

Un agradecimiento muy especial se merecen estas mamás


que además de contribuir con su testimonio, han aporta-
do su trabajo profesional para que #mamamorfosis viese
la luz:

Natalia de Momo.es por su diseño de portada. La matrios-


ka ya se ha convertido en un símbolo de #mamamorfosis
internacional. Gracias por dejarte llevar por tu creatividad e
inspiración y regalarnos esta maravilla.

Laura de MHP Audiovisuales, y su pareja César, sin vuestro


trabajo tan profesional y entregado produciendo y dirigien-
do el booktrailer de #mamamorfosis, muchas personas no
conocerían este proyecto. Sois magníficos.

Aida, por ser una relaciones públicas tan eficiente y maravi-


llosa. Sin tu apoyo, no hubiese podido hacer llegar nuestra
voz a tantas madrinas. Has sido como un ángel en el camino.

Gracias también a Lucía, Gemma, Patricia, Pilar, Cris, Es-


meralda, Laia, Claudia, Samantha, Romina, Adriana y Yolan-
da por facilitarme vuestros contactos y apoyarme en todo
momento con apoyo logístico y periodístico. Con vuestra
ayuda extra habéis contribuido a que #mamamorfosis lle-
gue aún más lejos.
Muchísimas gracias a otros profesionales que nos han apo-
yado desde el principio:

Josep Bordes del grupo musical Pepet i Marieta por re-


galarnos esa maravillosa canción “Algo está cambiando”
como banda sonora del booktrailer y la producción de un
videoclip que acompaña a la publicación de este libro. Esta
canción tan preciosa siempre quedará grabada en mi cora-
zón y en el de todas las caras de la Luna. Gracias Josep, tu
talento es un regalo.

Gessamí de la editorial Minis que se ofreció desde el princi-


pio para el diseño interior y maquetación del libro, lanzán-
dose a la piscina y apoyándonos con ilusión a pesar de ir a
contrarreloj. Eres la mejor.

Gracias a la vida por permitirme vivir este proyecto. Deseo


que sea el punto de inicio de un proyecto de madres cons-
cientes que tenga verdadera continuidad.
SOBRE AGUAMARINA

Aguamarina, pseudónimo de Maribel Jiménez Espinosa,


nació en 1981 en Mallorca. Licenciada en Psicología por
la Universidad de les Illes Balears y diplomada en Magiste-
rio de Audición y Lenguaje por la Universidad Pontificia de
Salamanca, trabaja en la enseñanza pública y hasta hace
muy poco en su consulta particular que dejó para iniciar un
camino que le ha llevado inesperadamente a convertirse
en blogger. Es mamá de Sunflower de 5 años y viaja por el
mundo en familia intercambiando casa. La maternidad, la
crianza y la educación respetuosa y consciente son temas
que le preocupan mucho y que desea fomentar y difundir.

Aguamarina es creadora del blog De mi casa al mundo


donde comparte su creatividad, experiencia y enfoque
personal semanalmente.
DATOS DE CONTACTO
DE LAS CARAS DE LA LUNA

En las siguientes páginas aparecen los con-


tactos, ordenados alfabéticamente, de todas
las madres que han colaborado en la elabora-
ción de este libro aportando sus testimonios
y que se ofrecen desinteresadamente a escu-
char, acompañar y ayudar a toda mamá que
lo solicite.

NOMBRE, EMAIL Y WEB (si la tiene)

Adela, 31 años, mamá de Leonardo, Santa Eulalia, Ibiza (España),adelagcastiella@gmail.


com
A. Mamá de Garbancita, 33 años. Madrid (España),anapedagoga2011@hotmail.com
Abedul, 52 años, 5 hijos, Antas de Ulla, Lugo. (España),mamaoca5@gmail.com
Adriana, mamá de Mathias, de Colombia residiendo en Alemania,arenasadriana@gmail.
com
Aguamarina, 33 años, mamá de Sunflower y de Leo (n.n.), psicóloga y maestra, Mallorca
(España),aguamarina@demicasaalmundo.com
www.demicasaalmundo.com
Ailed, 35 años, mamá de Inés y Marina. Barberà del Vallès, Barcelona (España),delia.
llach@labiana.com
Ainara Soldeinvierno, mamá de Ojos Negros Saltimbanqui. Alicante (España),ainara.
soldeinvierno@gmail.com
Alba Romera, 33 años. Mamá de: Guim, Biel i Iu. Sant Gregori, Girona (España),albaro-
merasan@gmail.com
pessigollesipetons.wordpress.com
Alba, 28 años, mamá de Adam, Barcelona (España),mamadeadam@hotmail.com
Ale Ja, 28 años, Mama de Mariano, Monterrey, N.L. México,ale.lozanof@gmail.com
Alexandra, 39 años, mamá de Alegría y Sonrisas, Mallorca (España),desomniarealitat@
gmail.com
www.desomniarealitat.com
Alhelí Pérez, 38 años, mamá de Layla Yumari. (México),danzayembarazo@gmail.com
Alicia Iglesias (Mis retales), 32 años, mamá de M., diseñadora, Madrid (España),misreta-
les@hotmail.com
www.misretales.com
Alicia Santiago es: Perséfone, 35 años, mamá de Manuel, técnica de calidad. Rubí,
Barcelona (España), persefonediana@gmail.com
Alma Lazauskaite, 35 años, mamá de Saule y Nerius, Tarragona (España),alma.lazauskai-
te@gmail.com
www.mejorandominutricion.com
Almudena Sánchez Bou, 35 años, mamá de Juan Pablo, Santiago, Julián y Fátima.
Requena, Valencia (España),alsanbou@yahoo.es
Almudena, 37 años, madre de Ángel, trabajadora social y profesora de yoga. Los
Abrigos, Tenerife (España),caalpeol@hotmail.com
Ana B. Naranjo Martín, 34 años, Madre de Daniel, trabajadora social. Granada (España),-
mamaorangutana@gmail.com
Ana Gómez Poveda, mamá de Marcos y Javier, trabajadora social, Alicante (España),le-
raelx@hotmail.com
Ana Isabel Íñigo, 30 años, mamá de Daibel, Rivas-Vaciamadrid (España),info@crianza-
magica.com
crianzamagica.com
Ana María Constaín, 33 añoS, Mamá de Eloísa y Matilde. Bogotá (Colombia),amcons-
tain@gmail.com
Ane, 34 años, mamá de Aquiles, Guipúzcoa (España),maui37@icloud.com
Angela Clar, mamá de Axel, educadora infantil. Girona (España),a.clar83@yahoo.es
Angélica Escudero Martin, 35 años. Trimadre de Luna, Vega y Aila, publicista y educadora
infantil. Salamanca (España),angelica@asociacionb612.com
Anna, 30 años, mamá de Marc, Mataró (España),badia.anna@gmail.com
Ari Echandi, 33 años, mamá de Leo, terapeuta. (México),adriana.echandi@gmail.com
https://plus.google.com/+AdrianaEchandiblog/posts
As de Picas, 27 años, mamá de Celeste, artista. Santiago (Chile),asdepicaslacarta@gmail.
com
Bárbara Betancourt, 35 años, mamá de Mariana y Sebastián y un bebé en camino,
psicóloga, México DF.,barbara.betancourt@hotmail.com
Beatriz R., 33 años, mamá de Kimetz, Bilbao (España),beatriz81r@gmail.com
Beatriz Saguar González, mamá de Nicolás, psicóloga. Madrid (España), beatrizsaguar@
hotmail.com
Begoña Machancoses Martinez, 38 años, mamá de Marco Hoang Machancoses, perio-
dista y community manager freelance,Valencia (España),begotimac@yahoo.es
Bei M. Muñoz, 31 años, mamá de Abril y Emma, funcionaria y blogger. Madrid (Espa-
ña),tigriteando@gmail.com
www.tigriteando.com
Belem Duarte, 31 años, mamá de Amanda, ingeniera en excedencia. Berlín (Alemania),-
belemdr@gmail.com
Belén Berlanga, 31 años, mamá de Teo, fisioterapeuta. Guadalajara (España),bethle-
hem18@gmail.com
Belén Conejero Gónez, 37 años, mamá de Rodrigo y Alicia, periodista y educadora
infantil. Madrid (España), belenconejero@hotmail.com
Blanca, 35 años, mama de Daniel, Madrid (España),bvergaraduran@gmail.com
Brisa, 35 años, mamá de Azul. Medellín (Colombia),madrebrisa@gmail.com
Bruna, 44 años, mamá de Bruno y Mauro, profesora en excedencia, Tel Aviv (Israel),elia-
nabruma@gmail.com
Carmen C., 35 años, mamá de Candela, Lola y Pablo, empleada de banca, Málaga
(España),wakandamama@hotmail.com
Carmen Molina, 31 años, mamá de Perdigón, madre de día, Madrid (España),carmen-
molina59@hotmail.com
Facebook: La casita del Ombú
Carmen, mamá de Gabriel. (España),macaralia@hotmail.com
Carolina Fraile-Maceín, 34 años, mamá de Lorenzo, Mi Conciencia con Patas. Puerto de
la Calderilla, Salamanca (España),Criarteconciencia@gmail.com
Cecilia D, 38 años, mamá de Sachayoj y en espera de otro bebé, bióloga. Buenos Aires
(Argentina),ceciliadiminich@gmail.com
www.desdece.blogspot.com.ar
Chelita, 38 años, Mamá de Nicolás y Luis, (Argentina),zgriselda2002@yahoo.com.ar
Claudia Gámez A., 38 años, Mamá de Zoe, Madrid (España),gamezclau@yahoo.com
Cris Moreno, 34 años, mamá de Eva. De Barcelona residiendo en Francia.,reikignv@
hotmail.com
Cris, 31 años. Mamá de Martín, Palencia (España),cbajoc@hotmail.com
Cristina Saraldi Froggies, mamá de Cloe, Madrid (España),cristina@froggies.es
froggies.es
Cristina Tébar, 34 años, mamá de Alejandro y Sara. Vera, Almería (España),montessorien-
casamail@gmail.com
www.montessoriencasa.es
Curly Brown, 44 años, mamá de Little D, profesora de secundaria. Valladolid (España),-
mamacurlybrown@gmail.com
Dafna Arad, 31, mamá de Ad. y Li., Barcelona (España),dafnaydani@gmail.com
Dandelion, 34 años, mamá de Nina y Talia, madre de día basada en la filosofia Montes-
sori. Girona, Catalunya (España),arrelsidentsdelleo@gmail.com
Diana de Horna, 42 años, mamá de Jara. Santa Cruz de Tenerife (España),diana@
estonoesunaescuela.org
www.estonoesunaescuela.org
Diana T, 29 años, mamá de Manuel, investigadora. Bogotá (Colombia),dianatere85@
gmail.com
https://semillasdepatrimonio.wordpress.com
Diana, 30 años, mamá de Narada Agustín. Lima (Perú),dianacposada@gmail.com
Dolça Roser, 28 años, mamá de Lao. Deltebre (España),r.arques@gmail.com
Duna, 29 años, mamá de Sol, educadora infantil. Aragón (España),dunapelanci@hotmail.
com
Dunia, 36 años, mamá de Doan, fisioterapeuta y antropóloga. Ibiza (España),decastello-
nasumatra@gmail.com
Echando raíces, 28 años, madre de Flor, Amberes, Bélgica,echandomisraices@gmail.
com
Elena Domínguez Béjar, 31 años. Las Hurdes, Cáceres (España),elenadbejar@gmail.com
Elena Ramos es: Septiembre, 40 años, mamá de Elsa y Ana. Teruel (España),e-lenara-
mos@hotmail.com
Elena Rodríguez Álvarez 32 años, mamá de Martín, maestra de infantil, Granada (Espa-
ña),lenix_r@hotmail.com
Elisa, 35 años, mamá de Julieta y Olmo. Córdoba (España),mimaresnaranja@yahoo.es
Elisabet Fernández Ruiz, 31 años, Madre de Roger y Alba, Consultora y terapeuta holísti-
ca. Tortellà (España),bustia@elisabet.cat
www.elisabet.cat
Elitsibeta, 37 años, mamá de Eric, psicóloga y maestra, Barcelona (España),elitsibeta@
gmail.com
Erika Guajardo, 39 años, mamá de Pablo, química farmacéutica, México DF,eri_guajar-
do@yahoo.com.mx
Esmeralda, mamá de Ángel, Oliver y Elsa. 38 años. Salamanca (España),hola@halaque-
chulo.com
www.halaquechulo.com
Espe, 42 años, mamá de Nala y Gael, doula y terapeuta. Zaragoza (España),esperanzaru-
biosanchez@hotmail.com
Estefy Muñoz Vaz, 27 años, mamá de Kilian. Mallorca (España),burratatxo@gmail.com
Ester, mamá de J. Alcorcón, Madrid (España),misskafeina@hotmail.com
madremagnum blogspot
Esther Santiago Hernández, 36 años, mamá de Nohan, psicóloga y musicoterapeuta.
Pinto, Madrid (España),lavozdelamaternidad@gmail.com
www.lavozdelamaternidad.com
Esther. 46 años. Mamá de Bichito y Cangrejito. Periodista. Madrid (España),erosinos@
gmail.com
Flappergirls, 39 años, mamá de Pirata, maestra. Madrid (España),trashandrock@gmail.
com
Francisca, 37 años, mamá a tiempo completo de Pablo. Mallorca (España),mjpsico@ono.
com
Gema Roldán, 38 años, mamá de J. y M., Barcelona (España),paragemarp@yahoo.es
Gemma y la manada, 37 años, mamá de Lucía y Maya, profesora universitaria y científi-
ca, Málaga (España),gemma.herranz@gmail.com
http://comounamanada.blogspot.com.es
Guadalupe, 30 años, mamá de Lola, educadora, Banfield (Argentina),guadalupetrava@
yahoo.com.ar
Hansmuk, 37 años, mamá de Naya e Iris, profesora de educación física y kundalini yoga.
Madrid (España),lunafu@hotmail.com
www.sunieyoga.com
Hisui, 33 años, mamá de Little Light of Love, maestra. Barcelona (España),domadefru@
gmail.com
Iago, 36 años, pareja de Patricia Estévez, papá de Uma, Tenerife (España),pestevezafon-
so@gmail.com
Ilargibetea, 35 años, mamá de Lur, Estella Lizarra (España),ilargibetea2014@gmail.com
Inma, 38 años, mamá de Alicia y Julia, enfermera y madre de día, Murcia (España),dos-
candelas@hotmail.com
www.facebook.com/lacasitadelfarol
Irene Álvarez, 38 años, mamá de Tommaso. (México),irene@koru-nacimientos.com
www.koru-nacimientos.com
Irene, 42 años, madre de Rafael, ingeniera, Madrid (España),idiazfer@gmail.com
Isa, 32 años, mamá de Amalia, geóloga, Zaragoza (España),isaoct64@gmail.com
Isabel, 27 años, mamá de Sofía, artista plástico de pancitas sagradas. (México),eluniver-
someama@outlook.com
https://www.facebook.com/mistressgreen
Itzel Pineda Vázquez, 33 años, Madre de Tao. (México),nicoatole@hotmail.com
Jacqueline Santos, 32 años, mamá de Aurora Luna, Santiago (Chile),jacque.irene.
santos@gmail.com
Judith, 39 años, mamá de Roger y Martí y Júlia, Tarrasa (España)
Lai, 34 años, mamá de dos terremotos, gerente de servicio y emprendedora,
catalana residente en Chile.,jufranch@gmail.com
asicomolopienso@gmail.com
www.asicomolopienso.com
Laia Font Maldonado, 35 años, mamá de Aitana y Abril, bióloga, instructora de porteo y
educadora de masaje infantil. Terrassa, Barcelona (España),Laiafont_m@hotmail.com
Laumar, 35 años, mamá de Sol.(Suiza),blaumar24@gmail.com
Laura Butragueño, 29 años, mamá de Erik, Barcelona (España),baberosyclaquetas@
gmail.com
http://baberosyclaquetas.blogspot.com.es/
Laura López González, 32 años, mamá de Muhammad Gabriel, psicóloga, Buenos Aires
(Argentina),laura.lop23@gmail.com
Laura, 38 años, mamá a tiempo completo de Paula y Romeo. Madrid (España),lau-
ra_mamamorfosis@yahoo.com
Leire, 31 años, mamá de Oier, dependienta. Pamplona (España),leireripodas@gmail.com
Lila Guerrero, 29 años, mamá de María, doula y artista escénica. (México),tribucoma-
dres@gmail.com
co-madres.blogspot.com
Liliana Orozco Vallejo, 41 años, mamá de Luca y Daniel, economista. Madrid (España),li-
liana.orozco@gmail.com
Lina, 41 años, mamá de Sary, Gaby, Matis, AnaMa, Juanjo, trabajadora social. Bogotá
(Colombia),lcarrillo.egs@gmail.com
Lluna Plena, 34 años, mamá de Estel, Tortosa (España),airunem@hotmail.com
Lucía, 51 años, mamá de Nora, doula. Binissalem, Mallorca (España),lluciadoula@gmail.
com
Luna Fernández, 26 años, mamá de Dalia y Ananda, doula. Sevilla (España),lunafernan-
dezmunoz@gmail.com
nacimientoencasa-vidar.es
Macarena A.M., 51 años, mamá de Helena y Martín, profesora. Barcelona (España),
betismd@gmail.com
Madai Guido, 30 años, mamá de Ruby y Jade, Playa del Carmen (México),madielob@
gmail.com
Madre Luna, 34 años, mamá de Mía, madre emprendedora. San Diego, CA (EEUU),luna-
madreluna@gmail.com
https://www.facebook.com/madrelunablog
Mafe, 40 años, mamá de Lu, ingeniera industrial. Duitama (Colombia),mafevivasm@
hotmail.com
Magdalena Urlich, mamá de Krzyś y Anka. Cancún (México),leniniada@yahoo.com
Mamá Ciruelina 36 años, mamá de Ciruelina Azul y Ciruelina Marrón, Madrid-Gijón
(España),mamaciruelinas@gmail.com
Mar, 36 años, mamá de Ariadna, administrativa, Castellón (España),mar.martinez.ros@
gmail.com
María de Tour de Coton, 31 años, mamá de Irene y la perrita Xena, emprendedora.
Pamplona (España),maria@tourdecoton.es
www.tourdecoton.es
María Fina, 44 años, mamá, arquitecta. Puerto Pirámides (Argentina),mariafina.felipefe-
rreyra@gmail.com
http://www.casitarojapuertopiramides.blogspot.com.ar/
María S., 33 años, mamá de Adriana, médico. Italiana viviendo en Madrid (España),ms.
infante@gmail.com
María Sánchez Mateo, mamá de Gema y recientemente de Elisa, Cartagena, Murcia
(España),amanafebrero@hotmail.com
Maribel, 39 años, Profesora de Yoga, Mamá de Izan y Kiran, Palma de Mallorca, (Espa-
ña),shaktiyoguini@gmail.com
shaktiyoguini.wix.com/celebracionesdematernidad
Marifer, 39 años, mamá de Alma. Argentina residiendo en Tarragona (España),marifer-
laudecina@gmail.com
Mariflor, 32 años, mamá de Mirulina, emprendedora, Buenos Aires (Argentina),conmiru-
laporelmundo@gmail.com
conmirulaporelmundo.wordpress.com
Marina Bernal Yébenes, 31 años, mamá de Arán, psicóloga-sexóloga, Manresa (España),-
bernal.marina@gmail.com
Marita Orbegoso Alvarez -Orbedelmar, 47 años, mamá de Rosa Linda, maestra y
gestora educativa. Coordinadora de MaMis en Movimiento e.V., natural de Lima, Perú y
residiendo en Berlín (Alemania),orbedelmar@hotmail.com
http://mar-i-pasos.blogspot.com
www.mamisenmovimiento.de
Marleen Berlanga Avilés, 35 años, mamá de Julieta, actriz. México, D.F.,yemaya.mar@
gmail.com
Marta García Rodríguez Navas, 39 años, mamá de Jaime, Daniel y Guille, ingeniera
agrónoma. Madrid (España),marta.triptofano@gmail.com
Marta Tarrida, 35 años, mamá de Júlia, El Masnou (España),martatarrida@hotmail.com
Marta, 40 años, mamá de Elsa, Pau y Noa directora de un centro de formación, Vallado-
lid (España),martacgue@yahoo.es
Marta. 40 años. Mamá de Abril. Almansa, Albacete (España),martasanbc@gmail.com
Mayte MS, 31 años, mamá de Santiago, maestra, Castellón (España),mamadesde2012@
gmail.com
Mireia Sanmartin, 37 año, mamá de Quim, Lleida (España),mireiasanmi@gmail.com
Mónica Hetzer, 37 años, mamá de Marta y Paula, Berlin (Alemania),m.hernandez47@
gmail.com
Mónica, 33 años, mamá de Kenji y Kai. Cádiz (España),monica.mauduitarniz@gmail.com
Montse Tribó, 35 años, mamá de Arnau y un bebé en camino, maestra educación
infantil. Mallorca (España),montsetribo@hotmail.com
Montserrat Jiménez Espinosa, 31 años, mamá de Abril y Lluna, catalana en Aranjuez
(España).,montse2002@hotmail.com
http://unamicamesijaesta.com
Montserrat, 40 años, mamá de Samuel y Raúl. Vive en Celrà, Girona (España).,info@
crearvida.cat
Myriam Serrano Bolívar, 33 años, mamá de Aitana, profesora. Ventalló, Girona (Espa-
ña),ymia2@yahoo.es
Natalia B. Grabinski, 39 años, mamá de Suyay, Tehue y Sami, periodista. Barcelona
(España),nbgrabinski@gmail.com
www.lostraposdemama.com
Natalia, 37 años, mamá de Aiko, educadora familiar. (Islandia),nagohi@hotmail.com
Natalia, 38 años, mamá de Agustín y Juan Pablo, Buenos Aires (Argentina),natalia_ma-
maconsciente@hotmail.com
http://mieducacioncreativa.com
Nayi, 37 años, mamá de Laura y María, mediadora familiar, Las Palmas de Gran Canaria
(España),naiaradps@santamariadeguia.es
Neiza, 33 años, mamá de Sun y Moon, administrativa, Girona (España),unboletpetito@
gmail.com
Neus F, 31 años, mamá de Nuara. Celrà, Catalunya (España),amazonesenpijama@gmail.
com
amazonesenpijama.blogspot.com
Nice Cordelia, 49 años, mamá de Sarah, enfermera en excedencia. Barcelona (España),-
tresinorres.22@gmail.com
Noche Magnética, 35 años, mamá de Kerala. Barcelona (España),claudiadakhil@gmail.
com
Noe, 34 años, mamá de Antía, investigadora (ingeniera), Barcelona (España),noe.
madresconscientes@gmail.com
Noemí Aguiló, 36 años. Mamá de Marc, mi bebé de agua y Eric. Palma de Mallorca
(España),tierralunarroja78@hotmail.com
Noraya Kalam Llinás, 40 años, mamá, terapeuta. Madrid (España), norayakalam@gmail.
com
www.norayakalam.com y www.elblogdenoraya.blogspot.com
Nuria, 32 años, mamá de Lucas, maestra. Madrid (España),nursermar@hotmail.com
Nymeria, 33 años, mamá de Unai. Figueres, Girona (España),Nymeria3101@gmail.com
Olga Torres, 34 años, mamá de Gerard y Núria Queralt, funcionaria de administración
local. Mallorca (España),aprendiendoaser2010@gmail.com
Paloma E, 35 años, mamá de Eduardo y Esteban, administrativa, Madrid (Espa-
ña),pal_433@hotmail.com
Pame, 33 años y 3 años de madre de Alba, emprendedora, chilena viviendo en España,-
mumslowcreative@gmail.com
Papelenmisvenas, 36 años, mamá de Ella, dependienta. A Coruña (España),papelenmis-
venas@gmail.com
Pathway, 31 años, madre de Quim y Lluc.Mallorca (España),enchantingpathway@gmail.
com
Patricia Estévez-Singerela, 37 años, mamá de Uma, actriz y diseñadora, Tenerife (Espa-
ña),pestevezafonso@gmail.com
www.facebook.com/singerela
Patricia P. Lordén, 34 años, mamá de Carlota, recepcionista, Barcelona (España),mami-
recientecuenta@gmail.com
mamirecientecuenta.blogspot.com.es
Patricia, 34 años, mamá de Alia, Leganés (España),p_v71@hotmail.com
Pilar Moreno Varela, 38 años, mamá de Berta y Julia, mamá a tiempo completo. Españo-
la residiendo en Alemania,infocriarcreando@gmail.com
Pilar S., mamá (España),pilarsebastian@hotmail.com
Pilar, 38 años, mamá de Clara, administrativa, Barcelona (España),segurapili_7@hotmail.
com
Raquel Galavís, 41 años, mamá de un niño de 6 años, actriz, Vigo (España),contacto@
raquelgalavis.com
www.raquelgalavis.com
Romina L. Minnucci (Pimp!), 37 años, mamá de Lila, escritora y abogada. Rosario (Argen-
tina),rominaminnucci@hotmail.com
www.pimpminnucci.blogspot.com.ar
Rosa María Sánchez, 29 años, mamá de Israel y Valeria, dependienta. Sevilla (Espa-
ña),roossmary@msn.com
Rosamar, 42 años, mamá de Lucía, Adrián e Iria, Madrid (España),rosa.lopez.castro@
madrid.org
Ruth Cañadas Cuadrado, 36 años, mamá de Nico y Emma, doula. Madrid (España),info@
otanana.com
www.otanana.com
Ruth, 41 años, mamá de Queen Elsa, Rayo y Rainbow, profesora. Castellón (España),ru-
thworld@hotmail.com
Samantha Schlack Serrano, 27 años, mamá de Kaelí Arnau, Ciudad Parral (Chile),sam@
blut.cl
Sandra Martínez Zarza, 42 años, mamá de Carolina y Mateo, secretaria. Madrid (Espa-
ña),smzarza@hotmail.com
Sara Mesa Flores, 29 años, mamá de Maití. Tenerife, Canarias (España),sara_mes@
hotmail.com
Sarah, 32 años, mamá de Eloi, diseñadora gráfica, Vigo (España),saraconh82@gmail.com
Silvia, 36 años, mamá de Enara, gestora comercial de banca. Muskiz, Bizkaia (España),si-
sanch@hotmail.com
Silvia, 38 años, mamá de Iris y Didac, enfermera, El Masnou (España),silvialorente77@
gmail.com
Silvia, 39 años, mamá de Nicolás y Milena, contable. Buenos Aires (Argentina),silvia.
coria@gmail.com
Sol, 34 años, mamá de Ara, maestra. Zaragoza (España),sol_yluna@outlook.es
Su, 42 años, mamá de Héctor.Zaragoza (España),2015.prolit@gmail.com
Súperhada, 39 años, mamá de Jorgeras. Madrid (España),laurarevuelta5@hotmail.com
Superwoman, 30 años, mamá de Superboy, terapeuta. Piera, Barcelona (España),lena-
du85@hotmail.com
Tatiana, 37 años, mamá de Vida, administrativa. Cádiz (España),compartiendocrianza@
gmail.com
Teresita de la Tierra, 27 años, mamá de Indio, madrastra de Arquera. (Puerto Rico),teresi-
tadelatierra@gmail.com
Thais, 25 años, mamá de Maia, educadora social. Deltebre, Cataluña (España),thaisca-
be@gmail.com
http://thaiscasanova.blogspot.com.es
Txell, 36 años, mamá de Ojospardos, mamá viajera, interiorista e ingeniera. Terrassa,
Barcelona (España),tusojospardos@hotmail.com
www.llenandolamochiladesonrisas.com
Una mamá sudañola, 35 años, mamá de L. y M., arquitecta y fotógrafa, Madrid (Espa-
ña),unamamasudanola@gmail.com
www.unamamasudanola.com
Vega, 39 años, mamá de Hugo, Olivia y Penélope, educadora social. Mallorca (España),-
vegaconsciente@gmail.com
Veida, 36 años, mamá de Petunia, docente. Buenos Aires (Argentina),veida.argentina@
gmail.com
Vero GM de 33 años, mamá de un ángel en el cielo y Elisa RG. Cancún, Quintana Roo,
(México),verogutierrezm@gmail.com
Victoria Ramírez, 34 años, mamá de Vera y Alba. Córdoba (España),tharsita@gmail.com
Victoria, 36 años, mamá de Pestiño. Berlín (Alemania),victoriamenor@gmail.com
Wikitoria, 46 años, mamá, Mallorca (España),victoriavives.alcudia@gmail.com
Yolanda Rosado, mamá de Liam y Claudia, periodista y escritora. Jerez (España),yolan-
darosado@gmail.com
www.telodigobajito.com
Zoe Marmat, 37 años, mamá de Mateo y Marina, Madrid (España),lovainense@yahoo.es

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