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Teorías emocionales
Francisco Martínez-Sánchez
Enrique G. Fernández-Abascal
Francesc Palmero
1. INTRODUCCIÓN
Donald Hebb (1949) afirmó que el hom bre pertenecía a la más em ocional de todas las
especies. Esta afirmación tenía el objetivo de rebatir una idea am pliam ente extendida,
que sostiene que el grado de em otividad correlaciona negativamente con el desarrollo
filogenético y la sofisticación del SNC. Hebb trataba de explicar lo paradójico que resul
ta que el prim ate m ás evolucionado es, además, el m ás em ocional; y esto, a pesar de los
m ecanism os de control socioculturales que regulan la alta emotividad humana.
Randolph C om elius (2000), al igual que años antes lo hiciera B. F. Skinner, se pre
guntaba si eran necesarias las teorías de la em oción; en este capítulo tratarem os de de
m ostrar si no su necesidad, al m enos constatarem os la existencia de diversas tradiciones
investigadoras que han formulado formas diferentes, si bien com plem entarias, de enten
der la naturaleza de la emoción.
Tratarem os de argum entar tam bién que durante el desarrollo de la Psicología como
ciencia, el concepto de em oción ha evolucionado paralelam ente a los paradigm as teóri
cos dom inantes, por cuanto su objeto de estudio se enm arca necesariam ente en las coor
denadas espacio-tem porales en las que se gesta, en un intento por dar respuestas a las
dem andas que históricam ente se le han requerido.
Nos proponem os justificar la tesis que sostiene que cada una de la teorías explican, e
incluso predicen considerablem ente, alguna dim ensión de la em oción; y todo ello sin
olvidar, como señalaba M andler (1979), que en esta disciplina se ha producido el fenó
meno contrario al acaecido en otros procesos psicológicos básicos y es que, en lugar de
aparecer las teorías como producto de la investigación experim ental, los modelos teóri
cos han ido frecuentem ente por delante de las evidencias em píricas, e incluso, en oca
siones, alejados del sustento empírico. Todo esto es reflejo, sin duda, de la propia com
plejidad de los fenómenos que abordamos.
Revisaremos desde los antecedentes históricos hasta la evolución de los principales
m odelos teóricos, sus program as de investigación, así como las aportaciones individua
les que explican la situación conceptual actual. A pesar del inevitable reduccionismo
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que impone com partim entar num erosas contribuciones plurales, creem os que esta taxo
nom ía responde a la expresión de la propia historia de esta disciplina, lo que es tanto
como decir de gran parte de la psicología; de este modo revisarem os los m odelos con los
que los científicos han tratado de organizar y explicar la realidad de lo tangible y lo
inobservable, de algo tan constitutivamente humano como son las emociones.
2. ANTECEDENTES TEÓRICOS
DE LA PSICOLOGÍA DE LA EMOCIÓN
¿Qué es una emoción? Esta cuestión, planteada por W illiam Jam es (1842-1910) en 1884,
fue objeto de preocupación para los filósofos presocráticos, interesados por aprehender
la razón de lo irracional que frecuentem ente caracteriza a las emociones.
En la Grecia clásica, pasión y razón se asem ejan a la m etáfora del señor y el esclavo:
a la razón le com pete el firme control de los «peligrosos» im pulsos afectivos, o ideal
m ente la consecución de la arm onía entre am bas (Solom on, 1993). Dicha m etáfora de
term ina dos principios que han perm anecido casi inalterados hasta nuestros días: 1) la
emoción representa un papel jerárquicam ente inferior a la razón (es más prim itiva y ani
m al) por lo que debe ser controlada por la razón, y 2) la distinción razón-em oción refleja
la existencia de dos dim ensiones antagónicas.
Para A ristóteles, ambas dim ensiones, racional e irracional, forman una unidad, en
tendiendo las em ociones cargadas de un elem ento cuasiracional que incluía creencias y
expectativas, considerándosele, por ello, un precursor de las teorías cognitivas emocio
nales (Lazaras, 1993).
Durante la Edad Media, las em ociones se vincularon a las pasiones. El conocimiento
de los «hum ores» y las «tem perancias» intentó explicarlas; «los pecados de la pasión»,
que para el judeocristianism o condenan al fuego eterno, no son sino una com pleta lista
de emociones — ira, envidia...— ; por el contrario, las «virtudes superiores» — amor, fe...—
com partían con la razón superiores jerarquías, alejadas de las ciénagas a las que arras
tran las emociones.
Vives (1492-1540), adelantándose a su época atribuye a las pasiones la posibilidad
de motivar e influir sobre las percepciones sensoriales y el com portam iento (Schmidt-
Artzert, 1981). Como los hum anistas, los «m édicos filósofos» del renacim iento español,
Huarte de San Juan y Sabuco de Nantes, se interesaron por las emociones; así, Sabuco
(1587) señala su capacidad para influir sobre la salud (Pedraja y Quiñones, 1996).
Posteriorm ente, especial repercusión tuvo la obra de Descartes, cuyo dualismo men-
te-cuerpo influyó decisivamente en el pensam iento occidental. Para Descartes, la con
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ducta humana es el resultado del alm a racional, m ientras que la conducta animal (propia
de las em ociones) es automática. Éste es, en esencia, el denom inado «error de Descar
tes1» (Damasio, 1994), la radical separación entre cuerpo (m ecánico y dim ensionable)
y mente (adim ensional e indivisible); sostener que el razonam iento, el juicio moral y el
sentimiento pueden existir separados del cuerpo, en definitiva, «que las operaciones más
refinadas de la m ente están separadas de la estructura y funcionam iento de un organismo
biológico» (Dam asio, 1994, p.249).
Para Spinoza, las em ociones son pensam ientos erróneos que nos hacen entender equí
vocamente el m undo produciendo displacer. Con el em pirism o inglés se rom pe con el
pasado, la im portancia dada al asociacionism o y el hedonism o fueron los instrumentos
que m arcaron esa ruptura, patente en las obras de Hume, Mili y tanto otros. Así, para
Hobbes, la conducta está motivada por la búsqueda del placer y la evitación del dolor. El
asociacionismo defendido por Locke instituye uno de los principales axiomas de la psi
cología, puesto que la asociación entre estím ulos y respuestas es la base del aprendizaje
de m uchas respuestas emocionales.
Hume, un escéptico em pirista escocés, apunta la posibilidad del análisis científico
«como de las leyes del m ovimiento» de las em ociones (Hume, 1739). En su obra, ideas
y creencias (pensam iento) juegan un destacado papel en la génesis emocional.
Por su parte, Kant, m antiene la distinción entre, razón e «inclinaciones» (emociones),
atribuyéndoles cualidades disruptivas para la razón, al igual que posteriorm ente sosten
drán los filósofos alem anes del siglo xix.
En suma, razón y em oción, la integración de ambas, o la reducción de la emoción a
un género inferior de razón, ha sido una solución largamente adoptada por la filosofía,
manteniéndose la distinción y supeditación jerárquica de la prim era sobre la segunda.
La confluencia de estos antecedentes tal vez pueda explicar el porqué en gran medida se
mantienen como opuestos cognición y afecto; mente y cuerpo; pensamiento y sentimiento;
razón y em oción; racional e irracional. En cualquier caso, debemos reconocer el papel
que la filosofía desem peñó al abordar recurrentem ente las emociones, por mucho que
erróneamente valorara fundam entalm ente su dim ensión disruptiva sobre la adaptativa.
Un antecedente del interés por las em ociones aparece en la obra de Charles Darwin (1809-
1882), especialm ente en La expresión de las em ociones en el hombre y los animales
(1872). Darwin conceptualiza éstas en térm inos de formas expresivas evolucionadas que
cumplirían una función adaptativa, y por ende, para la supervivencia de la especie. No es
de extrañar que sus propuestas fueran inicialm ente rechazadas por una sociedad que
equiparaba la em oción al ciego instinto animal, y que creía que el hom bre se regía exclu
sivamente por el razonam iento consciente.
1 Damasio (1994) se pregunta si este dualismo no está presente tanto en la metáfora de la mente como
un programa informático que sostuvo la primera psicología cognitiva, como en los neurocientíficos que
insisten en que la mente puede ser explicada exclusivamente en función de acontecimientos cerebrales,
olvidando al ambiente físico y social que lo rodea. Por otra parte, resulta paradójico que muchos cogniti-
vistas crean que pueden entender la mente sin recurrir a la neurobiología, y sin embargo no se consideren
dualistas.
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3. MODELOS TEÓRICOS
DE LA PSICOLOGÍA DE LA EMOCIÓN
Tres son los principios que regulan las expresiones faciales emocionales: 1) el de los El contexto se ha revek
hábitos útiles asociados: alude a su función adaptativa, desarrollada inicialm ente por en el reconocimiento expre
aprendizaje, para convertirse finalmente en un rasgo heredado y transm itido de genera gunos casos no exista una
ción en generación; 2) el de antítesis: entiende la expresión conform ada por categorías es: puede darse alegría si:
expresivas m orfológicam ente opuestas; así, la expresión de alegría se caracteriza, entre rw inistas como Ekman (lí
otros rasgos, por la elevación de las com isuras de los labios, m ientras que la tristeza explicable aludiendo a que
muestra un patrón expresivo antitético (descenso de las com isuras labiales) y, por último cluso en ausencia de eme
3) el de acción directa del sistem a nervioso: refiere la coordinación de los principios convicción de la relación i
anteriorm ente expuestos, así como su asociación a m arcados cambios fisiológicos que ficar expresiones emocioní
posibilitan la secuencia adaptativa-expresiva (Com elius, 1996). identificar la expresiones <
Sobre estas prem isas, la tradición evolutiva se constituyó progresivam ente en una (más m arcadas en una mit
fecunda línea investigadora que ha contribuido al establecim iento de diversos princi signos asociados habitúala
pios que regulan las em ociones; su influencia perdura en diversas líneas de investiga bal, etc.) (Ekman, Davidso
ción actuales de las teorías neo-darw inistas, tales como los estudios sobre el feed b a ck Hasta tal punto se ha at
facial, el desarrollo onto y filogenético de las em ociones y la existencia de em ociones sostienen que lo que en re
básicas. A dem ás, constituye un antecedente de la psicología experim ental anim al y la piocepción, esto es: el feedl
etología. kins, 1962). Este proceso
m usculatura facial, los cam
4.1.1. Postulados defendidos por las teorías neodarwinistas de la zona) y la actividad c
la activación emocional.
Las teorías neodarwinistas contem poráneas tienen en común considerar la expresión fa Por último, hemos de h
cial como un elem ento capital en la em oción. Para ello, sus autores m ás influyentes em ociones, tem a que desg
(Izard, Ekman, Tomkins y Plutchik), aducen que los m úsculos faciales están altamente tructuras orgánicas implica
diferenciados, siendo capaces de expresar un amplio rango expresivo afectivo. sas que contribuyen a los p
Subyace a este planteam iento un principio am pliam ente aceptado, a saber, si el in afectadas secuencialmente
cremento del potencial de la com plejidad en la conducta em ocional es uno de los m eca vocal de la emoción está
nismos para el avance de las especies, deberían identificarse las conductas m ás sofistica funcional de los estímulos
das que a lo largo de la evolución se han beneficiado de las emociones. nández-D ols, 1990; Mártir
Los principios fundam entales sobre los que asientan estas teorías sostienen que las
emociones: 1) son reacciones adaptativas y precisas para la supervivencia; 2) son here
dadas filogenéticam ente y desarrolladas ontogenéticam ente siguiendo procesos m adura L a hipótesis de la univers
tivos neurológicos; 3) poseen bases expresivas y m otoras propias; 4) son universales y Para verificar esta hipótes
esencialm ente com partidas por los individuos de todas las sociedades y culturas; 5) existe prim ates, invidentes, niños
un número determ inado de em ociones básicas, variable para los diversos autores (gene M allo, 1990; Levenson, 15
ralm ente entre 7 y 11), y 6) cada em oción tiene aparejada un estado m ental cualitativa En su conjunto, los esti
mente propio (Páez, Echebarría y Villarreal, 1989). tadas por estímulos inducii
la expresión facial de invic
La expresión fa c ia l em ocional Ortega, Iglesias, Femánde
El estudio clásico en ei
La capacidad para reconocer expresiones em ocionales y hacer patentes las propias es de revelaron que los nativos i
capital im portancia para adaptarnos al medio, así como por su dim ensión comunicativa cían correctamente las era
y facilitadora de la interacción interpersonal. en éstos, la expresión de i
El argumento esgrim ido con m ayor vehemencia para dem ostrar la existencia de emo disponía a atacarlos; si er
ciones básicas es el hecho de que tanto la expresión como el reconocim iento parecen ser rabioso tendrem os diferen
procesos innatos y universales (Chóliz, 1997); a este respecto se sabe que los animales físico.
superiores pueden reconocer expresiones de amenaza, sum isión, cortejo, etc. (van Hooff Finalmente, en los esti
y A u reli, 1994). evolutivos sostienen que 1;
Teorías emocionales 295
El contexto se ha revelado como uno de los factores que en m ayor m edida influyen
en el reconocim iento expresivo facial. Los propios neodarwinistas no niegan que en al
gunos casos no exista una correspondencia biunívoca entre expresión y em oción; esto
es: puede darse alegría sin sonrisa y viceversa. Sin em bargo, este hecho para neoda
rwinistas como Ekman (1992) no dejaría de ser la excepción que confirmara la regla, y
explicable aludiendo a que nuestra especie es capaz de realizar gestos em ocionales in
cluso en ausencia de em oción. A pesar de ello, y ahí se ratifica con m ayor fuerza la
convicción de la relación em oción-expresión, existen procedim ientos capaces de identi
ficar expresiones em ocionales «falsas»; así, Ekman (1980) dem ostró la posibilidad de
identificar la expresiones em ocionales sim uladas, ya que éstas suelen ser asim étricas
(más m arcadas en una m itad del rostro) y más duraderas, además de carecer de otros
signos asociados habitualm ente a las genuinas (m ovim ientos corporales, prosodia ver
bal, etc.) (Ekman, Davidson y Freisen, 1990).
Hasta tal punto se ha atribuido im portancia a la expresión facial que diversos autores
sostienen que lo que en realidad constituye propiam ente la em oción no es sino su pro-
piocepción, esto es: el feed b a ck (retroinform ación) consciente de la conducta facial (Tom-
kins, 1962). Este proceso supone que la inform ación procedente de la actividad de la
musculatura facial, los cambios en la tem peratura paralelos (dada la alta vascularización
de la zona) y la actividad de las glándulas de la piel del rostro, propician conjuntamente
la activación em ocional.
Por último, hemos de hacer alusión, aunque brevem ente, a la expresión vocal de las
emociones, tem a que desgraciadam ente ha sido insuficientem ente investigado. Las es
tructuras orgánicas im plicadas en la producción de la voz (m úsculos, cartílagos y m uco
sas que contribuyen a los procesos de respiración, fonación y articulación) pueden verse
afectadas secuencialm ente por el estado afectivo. Se cree que el com ponente expresivo
vocal de la em oción está filogenéticam ente determ inado, respondiendo al significado
funcional de los estím ulos con el objeto principal de com unicar señales afectivas (Fer-
nández-Dols, 1990; M artínez-Sánchez, 2001; Scherer, 1986).
Para verificar esta hipótesis se han analizado las expresiones faciales em ocionales de
primates, invidentes, niños, así como de diferentes culturas (Fernández-Dols, Iglesias y
Mallo, 1990; Levenson, 1994).
En su conjunto, los estudios en que se han observados las expresiones faciales susci
tadas por estím ulos inducidos experim entalm ente, así como los derivados del estudio de
la expresión facial de invidentes, parecen confirm ar su carácter universal (Ekman, 1994;
Ortega, Iglesias, Fernández-Dols y Corraliza, 198i2)*______
El estudio clásico en este campo lo llevaron a cabo Ekman y Friesen (1971) quienes
revelaron que los nativos de una aislada y prim itiva cultura de Nueva Guinea, recono
cían correctam ente las em ociones básicas de m odelos occidentales. Ekman señala que
en éstos, la expresión de m iedo era asociada a la presencia de un cerdo salvaje que se
disponía a atacarlos; si en nuestra sociedad sustituim os el cerdo salvaje por un perro
rabioso tendrem os diferentes contextos, pero el mismo tema: la am enaza ante un daño
físico.
Finalmente, en los estudios sobre el desarrollo de la expresión facial, los psicólogos
evolutivos sostienen que la expresión emocional está ligada a la m aduración de los pro
296 Psicología de la motivación y la emoción
cesos neurales. Durante el curso del desarrollo, las em ociones em ergen y estructuran
siguiendo el curso madurativo propio de nuestra especie. Se sabe que durante los prim e
ros años de vida no existe una fuerte concordancia entre la em oción y su correspondien
te configuración facial (Camras, 1992), sin embargo, los estudios realizados con bebés
por el grupo de Izard, concluyen la naturaleza innata y universal de las em ociones (Izard
y M alatesta, 1987).
Como vemos, en conjunto, se dispone de num erosos apoyos a la idea de la universa
lidad de la expresión facial (Ekm an y Oster, 1979; Izard, 1994).
Paul Ekman
Para Ekman (1994) los acontecim ientos que sirven como antecedentes a cada em o
ción son tam bién, en parte, específicos de cada cultura, ya que m uchos de ellos reflejan
los acontecim ientos m ás significativos para nuestros antepasados, puesto que las res
puestas em ocionales han ido surgiendo paralelos a la evolución, iniciándose para m ovi
lizarlos adaptativamente en respuesta a sucesos significativos; no obstante, su expresión
facial sí es universal. Por últim o, a partir de las em ociones básicas se generarían las
emociones secundarias. Asimismo, cada em oción posee elem entos diferenciales que se
manifiestan a tres niveles: facial-expresivo, subjetivo-cognitivo y fisiológico.
2 Este punto es cuestionable, puesto que en los primates mostrar los dientes se interpreta en ocasiones
como una señal de sumisión.
298 Psicología de la motivación y la emoción
Silvan Tomkins
Tomkins propuso que el afecto constituye un sistem a motivacional innato. N uestra vi
vencia de las em ociones procede fundam entalm ente de la propiocepción de la expresión
facial. Según Tomkins (1984), existe un conjunto limitado de em ociones agrupadas en
dos dim ensiones: positivas (interés, sorpresa y alegría) y negativas (angustia, m iedo,
vergüenza, asco e ira). Todas presentan patrones de respuesta innatos que se activan ante
estím ulos congruentes y expresan, principalm ente, por vías faciales.
Según Tomkins, cada em oción alm acena en áreas subcorticales un program a especí
fico, responsable de su m anifestación al ser activado. Según M oltó (1995), la principal
aportación de Tomkins a la psicología de la em oción consistió en proporcionar un marco
teórico para el estudio de la expresión facial de las em ociones, en m otivar a Carroll Izard
y Paul Ekman a su estudio, y finalm ente en abordar la «hipótesis del feed b a ck facial».
«Para el sentido común, cuando perdem os nuestra fortuna nos sentim os abatidos
y lloramos; si tropezam os con un oso, tem blam os y echam os a correr; si un rival
nos insulta, nos encolerizam os y lo golpeam os. La hipótesis que defendem os
considera incorrecto este orden; sostiene que uno de los estados de ánimo no es
inm ediatam ente inducido por el otro, sino que entre los dos se interponen los
cambios corporales y que la tesis m ás racional es la de decir que estam os tristes
por que lloramos, irritados porque reñim os, m edrosos porque tem blam os, y no en
orden inverso [...] sin los estados corporales consecutivos a la percepción, esta
últim a sería un mero estado cognoscitivo [...] desprovista de calor emocional»
(James, 1890, p. 1068).
3 En realidad, para Lange los cambios fisiológicos son la emoción en sí misma, mientras que para
James lo es la propiocepción de éstos.
Teorías emocionales 299
La teoría de Jam es-Lange se asienta sobre cinco principios: 1) cada emoción posee
un patrón fisiológico específico de respuestas som ato-viscerales y motórico-expresivas;
2) la activación fisiológica es condición necesaria para la existencia de una emoción; 3)
la propiocepción de la activación fisiológica ha de ser contingente con el episodio emo
cional y, finalm ente, 4) la elicitación de los patrones de activación característicos de una
emoción podría, al m enos teóricam ente, reproducirla.
Además del valor que le confieré«ser la prim era teoría psicológica estructurada sobre
la emoción, se ha considerado (Palmero, 1996) que la inclusión de elem entos percepti
vos y valorativos de los cambios fisiológicos em ocionales constituyen un antecedente de
las teorías cognitivas contem poráneas (Fernández-Abascal y Palmero, 1996).
Las críticas a la teoría de Jam es-Lange no se hicieron esp erar4. Walter B. Cannon la
cuestiona proponiendo la «teoría talám ica de las em ociones» en Bodily changes in pain,
hunger, fe a r and rage (Cannon, 1929); ésta sostiene básicam ente que para experim entar
una emoción han de producirse una serie de acontecim ientos que se inician con la per
cepción del estím ulo que, a su vez, produce una activación talám ica favorecedora de dos
efectos simultáneos: activa m úsculos y visceras, a la vez que envía feedback informativo
al córtex. D e'este modo, experiencia subjetiva em ocional y cambios corporales transcu
rren paralelam ente sin relación causal mutua.
Sé desprende de lo expuesto que, más que la correspondencia directa entre una em o
ción particular asociada a unos cambios fisiológicos propios, existiría un sistem a gene
ral de defensa que prepararía al organism o para enfrentarse a las situaciones significati
vas m ediante la lucha o la huida. Años más tarde Hans Selye (1946) describió el patrón
de respuestas fisiológicas al estrés prolongado, sim ilar al descrito por Cannon, que de
nominó Síndrome General de Adaptación.
Al contrario que Jam es, C annon5 (1927) sostuvo que el tálamo era la estructura ca
pital para la experiencia em ocional, criticando cinco aspectos de la teoría de James: 1) la
separación total de las visceras del SNC no altera el com portam iento emocional; 2) los
cambios corporales que( acaecen en todos los estados em ocionales son muy similares; 3)
los órganos internos que se suponen retroalim entan el cerebro durante la emoción son
relativamente insensibles, cuestionando su influencia en el feedback emocional; 4) los
cambios ocurridos en los órganos internos son dem asiado lentos para producir la expe
riencia em ocional, y 5) la inducción artificial del estado em ocional no produce senti
mientos em ocionales (Fernández-Dols y Ortega, 1985; Mayor, 1998).
Finalmente, critica la falta de concordancia entre la experiencia subjetiva y fisiológi
ca (justificada por poseer tiem pos de latencia superiores), con lo que supuestam ente se
desbarata la relación causal sobre la que se asienta la teoría de James: activación (proce
so biológico) seguido de la propiocepción (experiencia subjetiva). En este punto Cannon
4 Posiblemente también porque James no propuso ningún mecanismo alternativo para generar el sen
timiento que corresponde a un cuerpo excitado por la emoción (Damasio, 1996).
5 A Cannon debemos también el desarrollo del concepto de homeóstasis a partir del propuesto por
el fisiólogo Claude Bemard en el siglo xix en el curso de sus estudios sobre la función glucogénica del
hígado.
Teorías emocionales 319
alude a los trabajos de Gregorio M arañón (1924) argumentando que los cambios visce
rales inducidos experim entalm ente no evocan verdaderas em ociones.
Paralelam ente a Cannon, Bard (1928) realizó diversos experim entos de inducción
experimental de la denom inada «rabia decorticada»6, de ahí que su teoría sea conocida
también como Cannon-Bard o «Teoría de la Emergencia» al sostener que una emoción
señala una situación de emergencia, que activa el organismo para restituir el equilibrio
alterado; por tanto, la em oción es entendida como un fenómeno de origen predom inan
temente talám ico subcortical Se considera que la principal contribución de esta teoría
fue proponer la existencia de centros específicos en el SNC para la experiencia emocio
nal, iniciando así la tradición neurológica en el estudio de las em ociones (Grzib y Bria-
les, 1996).
En 1937, Papez propone que las estructuras neurales del «cerebro antiguo» (conoci
do desde entonces como el Circuito de Papez) jugaban un papel capital en la emoción.
Sobre la hipótesis que sostiene que los vertebrados inferiores poseen conexiones anató
micas y fisiológicas entre los hem isferios cerebrales, el tálam o dorsal e hipotálam o, Pa
pez (1937) supone que las conexiones cortico-hipotalám icas podrían explicar el substra
to neural de la emoción. Propone que tras llegar al tálam o, las aferencias sensoriales se
dividen en tres rutas: a la corteza cerebral (corriente de pensam iento), a los ganglios
basales (corriente de movimiento) y al hipotálam o (corriente de sentimiento).
Klüver y Buey (1937) propiciaron tam bién un decisivo avance de los conocimientos
de los m ecanismos biológicos de la emoción, al describir un síndrom e consistente en
que los prim ates que habían sufrido la extirpación quirúrgica de partes del lóbulo tempo
ral, m ostraban grandes cambios en su conducta en el postoperatorio (m ostrándose dóci
les, sin dar m uestras de m iedo e ira). Observaronvtambién que dejaban de percibir el
sentido de m uchos objetos pues trataban de ingerir objetos no com estibles, además, su
conducta sexual se hizo más prom iscua. Estos estudios concluyeron que las estructuras
corticales habían de tener tam bién un papel determ inante en la emoción.
M ás tarde, M acLean (1949) propone que el lóbulo límbico y determ inadas estructu
ras subcorticales constituyen un sistem a funcional: el sistem a límbico o «cerebro visce
ral», considerando el encéfalo como un sistem a de tres capas superpuestas. La capa má&
antigua y profunda representa nuestra herencia encefálica reptiliana (cerebro reptilia-
no), se corresponde con la organización del troncoencéfalo y es responsable de la con
ducta autom ática necesaria para la supervivencia (por ejemplo, la respiración). Con el
tiempo, sobre ésta se desarrolló una nueva capa, el «cerebro m am ífero antiguo», encar
gada principalm ente de la conservación de la especie, que incluiría las estructuras neu
rales, el hipotálam o y la amígdala, que m edian en la experiencia em ocional; le corres
ponderían tam bién las funciones de alim entación, evitación, escape, lucha, y la búsqueda
de placer. Por último, fruto de la evolución surge una tercera capa denom inada «cerebro
m amífero nuevo», a la que se atribuyen funciones relacionadas con las capacidades ra
cionales y verbales.
Por su parte, Olds y M ilner (1954), cuando intentaban im plantar un m icroelectrodo
en la formación reticular, con el fin de verificar el im pacto de la estim ulación eléctrica
6 La denominada «falsa ira» se provocaba al extirpar partes d ercórtex a perros, se caracterizaba por
que sus ataques estaban desorganizados y torpemente dirigidos. Bard atribuyó al córtex cerebral una fun
ción de control inhibitorio de la responsividad emocional, mientras que a las estructuras subcorticales la de
las conductas emocionales de ira.
Teorías emocionales 301
Los prim eros desarrollos del concepto de activación, para describir los cambios fisioló
gicos periféricos em ocionales, se deben a Elisabeth Duffy (1962).
Inicialm ente el concepto de activación o arousal que propuso ésta presupone una
concepción unidim ensional de la activación, que describe la am plitud de cambios fisio
lógicos que va desde el sueño a la excitación extrema. La em oción no sería sino la con
ciencia de los ajustes som áticos ante las dem andas ambientales. Esta concepción unidi
m ensional se m antuvo durante m ucho tiem po, influyendo en algunas de las teorías
emocionales m ás relevantes.
A partir de los trabajos de Lacey cobraron im portancia los m odelos específicos de
activación. Los trabajos del m atrim onio Lacey cuestionan el concepto unitario de activa
ción: «el arousal electrocortical y autonóm ico pueden considerarse como diferentes for
mas de arousal, com plejas en sí m ismas (...) ninguna de ellas puede utilizarse como más
válida que otra» (Lacey, 1967, p. 16-17). De este modo se acepta que el arousal som áti
co y conductual pueden estar disociados, que los indicadores com únm ente aceptados de
activación pueden correlacionar pobrem ente entre sí {fraccionamiento direccional), así
como que ciertas situaciónes tienden a elicitar el m ismo patrón de reactividad psicofisio-
lógica (estereotipia situacional).
Asimismo, form ulan el concepto de especificidad de respuesta individual, para des
cribir un patrón persistente de respuestas som áticas provocadas en respuesta a una am
plia variedad de acontecim ientos del entorno: «un conjunto de funciones autonómicas
que tienden a responder de acuerdo a un patrón idiosincrásico de activación autónoma,
constituyendo éste la form a característica de expresión del nivel máximo de activación
bajo cualquier situación de estrés» (Lacey y Lacey, 1958, p. 50). Años después, ambos
conceptos acuñados por los Lacey se extendieron a otras áreas tales como la función
neuroendocrina, en particular al estudio de la reactividad horm onal al estrés (Fem ández-
Abascal y M artínez-Sánchez, 1998).
Uno de los m odelos m ultidim ensionales de activación más am pliam ente aceptados es el
propuesto por Gray (1982), quien sostiene que el SN de los m am íferos está compuesto
por tres sistem as capaces de procesar tipos específicos de información: 1) El sistema de
aproxim ación conductual (BAS), un sistem a de feedback negativo, activado por estím u
los asociados al reforzam iento y el cese u om isión del castigo (alivio no punitivo); 2) El
sistema de inhibición conductual (BIS), activado por estím ulos condicionados asociados
al castigo, a la om isión o cese del refuerzo, así como los estím ulos novedosos y, por
último, 3) El de lucha-huida (SLH), que responde a los estím ulos condicionados e in-
condicionados aversivos, e igual que el BIS responde con la secuencia «parar, mirar,
escuchar, y prepararse para la acción».
302 Psicología de la motivación y la emoción
Estos tres sistemas, junto al subjetivo, se corresponden con tres niveles de análisis:
conductual (análisis de input-output), neural (estructuras y funciones cerebrales), y cog-
nitivo (procesam iento de la inform ación). La predom inancia de cada uno de estos siste
mas, perm ite una taxonom ía en la que se corresponde la patología con el predom inio de
uno, o varios, de estos sistemas: en la ansiedad el BIS, en el pánico el SLH, etc.
El cerebro es un sistema com plejo que constituye el principal sistema fisiológico hum a
no; ser fruto de m illones de años de evolución le ha posibilitado formas altam ente efi
cientes de conservación y procesam iento de la información. A éste le corresponden dos
funciones principales: una regulatoria, operando para el m antenim iento de las funciones
estables del medio orgánico (hom eostasis), además de otro grupo de funciones que pro
veen soporte a las dem andas conductuales, este papel supone interrum pir la homeostasis
como consecuencia, en ocasiones, de la em oción (Levenson, 1994b).
Las estructuras neuroanatóm icas m ás directam ente im plicadas en la em oción se ubi
can en el sistem a límbico, que incluye el hipotálam o, el septum, la circunvolución del
cíngulo, la corteza entorrineal, parte de la am ígdala y el tálam o anterior. Muchas de las
conexiones del sistem a lím bico guardan relación con la expresión conductual de las
em ociones por m edio de vías polisinápticas que vinculan las estructuras lím bicas con
los tres sistem as efectores de expresión em ocional: endocrino, autónom o y somático
(M artin, 1998).
Para Ledoux (1994), en presencia de un estím ulo em ocional, el cerebro valora su
significado y responde en función de éste. A nivel neural, la evaluación del estím ulo y el
control de la respuesta se realiza en una estructura clave en la evaluación y producción
de respuestas defensivas ante estím ulos am enazantes: la am ígdala, una pequeña estruc
tura sobre el tallo encefálico, que representa un im portante papel de la codificación del
significado em ocional de los estím ulos sensoriales, así com o en la regulación de las
expresiones emocionales. Así, por ejem plo, los anim ales que tienen lesionada la am íg
dala responden norm alm ente al uso de los objetos, pero son insensibles a su significado
emocional primitivo. Está relacionada con el tronco cerebral, im plicado en el control de
las reacciones preprogram adas, conductas típicas de las especies y las reacciones endo
crinas.
A un nivel superior, las áreas de asociación del córtex carecen de conexión con las
áreas m otoras del tronco cerebral, im plicadas en las reacciones estereotipadas, mientras
que poseen conexiones con el sistem a de control m otor en el neocórtex y el ganglio
basal. Por otra parte, suponem os que otras áreas del córtex y del hipocam po, especial
m ente las áreas de asociación neocortical están más im plicadas en la cognición (Palme
ro, 1996).
Al hipocam po se le atribuye, adem ás de intervenir en la m em oria, la función de
m ediar en el procesam iento cognitivo de la em oción, éste «com para la inform ación en
trante con las predicciones elaboradas y, si se detecta una discrepancia, se facilita la
focalización de la atención e inhibe la conducta m otora en curso» (Derryberry y Tucker,
1992, p. 332). Al contrario que la am ígdala, m adura m ás tarde, por lo que si la primera
es capaz de conferir en etapas tem pranas cualidad afectiva a la experiencia, el hipocam
po tiene un proceso lento de m ielinización que concluye sobre el cuarto o quinto año de
vida.
* Teorías emocionales 303
que a su vez han recibido inform ación de la am ígdala, el hipotálam o y estructuras límbi-
co-reticulares (Adrián, 1993). Los pacientes con síndrome frontal (traumatism o cráneo-
encefálico prefrontal) muestran: 1) reducción de la espontaneidad emocional; 2) apatía y
respuestas em ocionales aletargadas, y 3) enlentecim iento verbal y alexitim ia (dificultad
para identificar y expresar las emociones).
l
Predom ina en esta orientación el interés por la respuesta sobre el proceso emocional,
que queda reducido a un epifenóm eno, fruto de los distintos tipos de aprendizaje.
Esta prem isa explica el relativo desinterés que el conductism o m ostró hacia la em o
ción, ¿por qué interesarse por «algo» constitutivamente subjetivo, si no es observable y
sólo puede ser evaluando indirectamente — inferido— observando sus correlatos?
Con el advenim iento del m anifiesto conductista de 1913 respecto a lo que es, y lo
que no, científico, se prim ó el estudio del aprendizaje frente a otros procesos. De hecho,
es difícil obtener inform ación en tom o a la visión que de la em oción tienen los teóricos
conductistas y neoconductistas, por lo que habitualm ente es preciso acudir a textos de
psicología del aprendizaje para obtener esta información. Del mismo m odo — tal vez en
justa correspondencia— , los m anuales de em oción reducen a contados tópicos la dim en
sión conductual de la emoción.
Sirva esta prem isa para justificar lo convencional — y hasta escaso— que pueda pa
recer este epígrafe, sin embargo, creemos que se corresponde justam ente con el escaso
interés suscitado por la emoción durante una parte importante de la historia de la psicología.
Para J. B. Watson, las em ociones son reacciones corporales a estím ulos específicos (Tor-
tosa y Mayor, 1992) en las que el elemento subjetivo — caja negra— apenas carece de
valor. ^
Sobre las observaciones realizadas en la conducta de recién nacidos, Watson propo
ne la existencia de tres tipos de estím ulos incondicionados (El) que generarían respues
tas incondicionadas (RI) con cualidad em ocional: el miedo ante situaciones aversivas, la
ira causada por la inm ovilización corporal, y el amor en respuesta a la estim ulación de
las zonas erógenas. Sobre estas tres pautas de reacción simples, y por condicionamiento
clásico, podrían generarse la m ayor parte de las reacciones afectivas. De este modo,
estím ulos inicialm ente neutros al asociarse con El adquieren carácter emocional.
Watson y Rayner (1920) dem ostraron la posibilidad de adquirir y suprim ir el miedo
empleando el condicionam iento clásico, m ostrando cómo Albert, un niño de 11 meses,
podía aprender a sentir miedo a una rata blanca, y generalizarlo más tarde a otros estí
mulos. El proceso constó de cinco fases: 1) com probaron que Albert no tenía miedo a los
animales, pero sí {respuesta incondicionada-RT) ante un fuerte ruido producido al gol
pear una barra metálica; 2) se expuso la rata (estímulo condicionado-EC) al niño al tiempo
que se golpeaba una barra m etálica (estímulo incondicionado aversivo-El). La respuesta
incondicionada (RI) fue un violento sobresalto, acompañado de llanto e intentos de hui
da; 3) tras seis ensayos de em parejam iento EC (ra ta )-El (ruido); 4) al presentar exclusi
Teorías emocionales 305
vamente la rata se produjo el llanto y los m ovim ientos de alejam iento, finalmente 5) al
presentarle objetos tales com o conejos, abrigos de piel, etc., se produjo la RC, y con ello
la generalización del EC (Romero, 1995).
Más tarde, Skinner propone que las em ociones son predisposiciones de conducta o
estados inferidos a partir de la fuerza o debilidad de una respuesta, fenómenos media-
cionales entre estím ulos y respuestas relacionadas directam ente con la activación del
organismo (Carpintero, 1989). Estes y Skinner (1941) describieron el fenómeno deno
minado «respuesta em ocional condicionada», consistente en que tras haberse producido
un condicionam iento clásico aversivo, el El causante del m iedo adquiere propiedades
inhibidoras de la conducta suprim iendo las respuestas instrum entales reforzadas positi
vamente. De este m odo se dem ostraba la interacción entre un estado em ocional negativo
— miedo— con el estado previo (hedónicam ente agradable) producido por la conducta
operante.
Otra línea de investigación del condicionam iento em ocional fue desarrollada por
Mowrer (1939); éste consideró el miedo como un im pulso motivacional aprendido por
principios pavlovianos, m ientras que la respuesta m otora se adquiría por condiciona
miento instrum ental, siendo el reforzador la reducción del im pulso (miedo). Los estu
dios en que se som etieron a ratas a procedim ientos de escape m ostraron que las conduc
tas de evitación estaban m otivadas por el m iedo a la descarga eléctrica, m ientras que el
cese del estím ulo aversivo contingente con la respuesta de escape se convertía en un
reforzador negativo; finalmente,'^ruando las descargas eran inescapables se increm enta
ba el nivel de ansiedad (M owrer y Viek, 1948).
Rescorla y Solomon (1967) sobre los postulados de Mowrer, desarrollan la teoría de
los dos factores que describe la interrelación entre el condicionam iento clásico e instru
mental. Presuponen que los EC adquieren propiedades tanto em ocionales como infor
mativas; así, cuando en el condicionam iento instrum ental la respuesta produce el cese
de la recom pensa (castigo negativo u om isión), se induce frustración, m ientras que si se
produce el cese de un estím ulo aversivo (condicionam iento de evitación o escape), el
estado em ocional resultante es el alivio o relajación.
En suma, durante el condicionam iento clásico el El no sólo produce una reacción
visceral y m otora específica, sino tam bién un estado emocional, cuya cualidad depende
de la naturaleza del El (apetitiva o aversiva) y del tipo de condicionamiento (excitatorio
o inhibitorio). Igua: nente, el condicionamiento instrum ental im plica la adquisición de
una respuesta motora, una expectativa y un estado emocional cuya cualidad depende también
tanto del tipo de El como del proceso de condicionamiento utilizado (Tarpy, 1975).
El papel de la em oción como variable que im pulsa y motiva fue profusam ente estudiada.
Así, N. E. M iller m ostró en 1948 cómo una situación inicialm ente neutra, puede llegar a
producir, por condicionam iento clásico, un estado de miedo capaz de im pulsar (motivo
aprendido) la adquisición y el m antenim iento de nuevas conductas instrum entales (evi
tación) para alejarse y reducir el estado displacentero (habitualm ente descargas eléctricas).
La teoría de los procesos oponentes propuesta por Solomon y Corbit (1974) explica
la interacción entre el estado afectivo y el aprendizaje. Básicam ente sostiene que la pre
sentación de un refuerzo induce un estado afectivo prim ario (A), seguido de otro secun
dario (B) de valencia hedónica opuesta; tras sucesivas presentaciones del reforzador,
306 Psicología de la motivación y la emoción
disminuye la intensidad del estado afectivo prim ario, debido al incremento de intensidad
del secundario (Figura 12.2). Para Solom on (1980) en situaciones tales como el consu
mo de drogas, el estado afectivo secundario inducido (síndrom e de abstinencia) por la
retirada del reforzador (droga) im pulsa a la búsqueda de reforzadores (droga) para redu
cir sus efectos displacenteros.
K. Spence (1960) atribuye a la em ocionalidad el carácter de variable que contribuye
al nivel impulsivo general (drive), explicando las diferencias individuales en el condi
cionam iento aludiendo a variables em ocionales (Pelechano, 1973). Asim ism o, Spence
predijo que los sujetos podían diferir en la intensidad de las respuestas em ocionales frente
a estím ulos aversivos, siendo los más emotivos quienes tendrían una m ejor ejecución
frente a estos estím ulos, dado su m ayor nivel de impulso.
J. Taylor (1951) se interesó en la década de los cincuenta del siglo pasado por la
responsividad emocional, al estudiar la ansiedad, dem ostrando que ésta influía en el con
dicionam iento clásico aversivo de la respuesta palpebral ante un soplo de aire; así, los
sujetos con altos niveles de ansiedad em itían un m ayor núm ero de RC que los sujetos
con bajos niveles. Taylor entiende la ansiedad como una variable im pulsora, capaz de
producir efectos positivos y negativos sobre el rendim iento en función de las distintas
situaciones. Como vemos, la principal aportación de Spence y Taylor a la psicología de
la emoción fue el estudio em pírico de la ansiedad, subrayando su dim ensión energizan-
te, así como el desarrollo de instrum entos para m edirla (Pelechano, 1973).
Proceso oponente
fensión) producía un determ inado tipo de aprendizaje activo que generaba una interfe
rencia proactiva con un nuevo aprendizaje de éxito. Propuso, como mecanismo explica
tivo de este efecto, que la exposición a acontecim ientos incontrolables produce indefen
sión debido al desarrollo de la creencia de que no se puede influir (ausencia de control)
sobre la aparición futura de acontecim ientos aversivos.
La indefensión provoca tres grupos de déficit principales: m otivacionales (apatía o
inactividad), cognitivos (la expectativa de incontrolabilidad dificulta el aprendizaje pos
terior de la controlabilidad) (Ferrándiz, 1989) y emocionales: «cuando el sujeto termina
aprendiendo que no puede controlar el traum a, el m iedo dism inuirá y será sustituido por
la depresión» (Seligm an, 1975, p. 85).
Posteriorm ente, Abramsoi^, Seligman y Teasdale (1978) reform ularon su teoría in
corporando las atribuciones causales para explicar el inicio y m antenim iento de trastor
nos afectivos com o la depresión, sosteniendo que quienes han sido expuestos a aconteci
mientos incontrolables desarrollan una incapacidad para cam biar su conducta, al esperar
que los acontecimientos futuros serán igualmente incontrolables (M iller y Seligman, 1975).
Además, Seligman propone el concepto de «preparación biológica», según el cual la
asociación de eventos am bientales — entre ellos los aprendizajes— pueden ser descritos
dentro de un continuo en cuyos extremos se ubican las asociaciones preparadas (fáciles
de aprender), y en el otro las contrapreparadas (difíciles de asociar), y entre ambos se
ubicarían las asociaciones fruto de la experiencia. Sobre estas prem isas propone que el
desarrollo de las fobias son un ejemplo de aprendizaje preparado, ya que éstas pueden
ser el resultado de un condicionam iento clásico ante estím ulos para los que el organismo
está biológicam ente predispuesto a reaccionar por su relevancia, por ello es m ás fácil
condicionar el m iedo a las arañas — estím ulo relevante filogenéticam ente— que a una
escoba; por este motivo, las fobias son muy resistentes a la extinción, se aprenden con
una m ínim a exposición y, m uchas de ellas, sé producen ante objetos de origen natural.
Bandura (19715,*1977, 2001) propone que la conducta em ocional puede aprenderse ob
servando las reacciones em ocionales de los otros y sus consecuencias.
Para Bandura (1986), el aprendizaje vicario em ocional incluye dos procesos: el pri
mero, está relacionado con la activación em ocional vicaria, en la cual las reacciones
emocionales del m odelo (expresiones faciales, vocales y m ovim ientos corporales) indu
cen estados virtualm ente sim ilares en el observador: «los observadores resultan fácil
mente afectados por las expresiones em ocionales ajenas» (Bandura, 1976, p. 153); el
segundo proceso refiere la forma en que los acontecim ientos asociados a las emociones
elicitadas vicariam ente llegan a tener por sí m ismas poder de activación emocional. Una
vez que se han aprendido estas contingencias, la simple presencia de las señales prem o
nitorias bastan para inducir estados em ocionales en el observador.
Para que se produzca el aprendizaje em ocional en el observador, éste ha de ser cons
ciente (prestar atención) de la relación existente entre estím ulos y respuestas em ociona
les. De este m odo pueden explicarse algunas fobias que no son producidas inicialm ente
por la exposición directa a los objetos fóbicos, sino por la simple observación de quienes
responden con tem or; así por ejem plo, los m iedos de las m adres son frecuentem ente
transm itidos y com partidos por los hijos.
308 Psicología de la motivación y la emoción
Bandura señala que las experiencias aversivas pasadas del observador pueden facili
tar su activación emocional al observar la conducta de un modelo que m anifiesta sufri
m iento o dolor. Es preciso, por último, señalar que se valora el papel de los procesos
valorativos en el aprendizaje viario de las respuestas em ocionales, por cuanto los proce
sos de atribución requieren elem entos valorativos de la significación del estím ulo, la
situación, y su relevancia para el m antenim iento de la estabilidad.
En suma, los modelos conductuales han puesto de manifiesto que las emociones pueden
aprenderse por condicionamiento clásico e instrum ental, así como por aprendizaje ob-
servacional. La m ayoría de los estudios han analizado el aprendizaje de em ociones ne
gativas tales como la ansiedad y el miedo, actuando en algunos casos estas emociones
como variables energizantes y m otivadoras. En otros casos, la em oción puede interrum
pir o suprim ir la conducta en curso, tal y como sucede en los experim entos de supresión
condicionada. Finalmente, estos m odelos se han interesado tam bién por el estudio de los
procesos por los que estos estados em ocionales pueden reducirse o extinguirse, algo que
ha contribuido decisivamente al desarrollo de tratam ientos efectivos para diversas pato
logías em ocionales.
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•\ '
6.1. Introducción
La suposición básica desde la que parten los m odelos cognitivos de la emoción sostiene
que las especies capaces de aprender — especialm ente los m am íferos— poseen la fun
ción biológicam ente útil de evaluar constantem ente el entorno'en relación al m anteni
miento de su bienestar. Las criaturas más avanzadas y com plejas realizan evaluaciones
más refinadas y sutiles que los organism os simples. Estos procesos, que se conocen con
el nom bre de «evaluaciones», perm iten responder selectivamente a los cambios en las
condiciones am bientales capaces de provocar daños o beneficios, facilitan la elabora
ción de estrategias a largo plazo, favoreciendo anticipaciones muy sofisticadas a las con
diciones futuras y perm itiendo, en últim a instancia, adaptarse.
Todas estas teorías com parten la asunción de que la em oción es el resultado de los
patrones evaluativos, fruto del procesam iento cognitivo (tanto consciente como no cons
ciente) en presencia de estím ulos relevantes. Se entiende que estos procesos son alta
mente subjetivos, lo que explicaría que un mismo acontecim iento pueda suscitar dife
rentes reacciones afectivas en distintas personas (Scherer, 1997).
Tradicionalm ente, el estudio de las relaciones entre la em oción y la cognición ha
girado en tom o a la delim itación de la secuencia causal donde ubicar ambos procesos,
esto es, si la em oción es finalm ente un fenómeno pre o postcognitivo, incluso, si requie
re el concurso de un elem ento cognitivo valorativo (proceso acognitivo) (Figura 12.3);
en otras palabras, si es posible la em oción indepéndientem ente de la consciencia y la
voluntad (M artínez-Sánchez, 1998). *
En este apartado revisarem os el estado actual de la cuestión, analizando paralela
mente las diversas posiciones teóricas y contribuciones al estudio de la dim ensión cog-
nitiva de la emoción. Para ello, es preciso delim itar inicialm ente el concepto de cogni
ción. Este tiene al menos dos acepciones, que discurren paralelas, en la literatura de la
Psicología de la Emoción: «percepción de conciencia» y «procesam iento com plejo de la
Teorías emocionales 309
Proceso Precognitivo
Proceso Postcognitivo
información». Desde la prim era acepción cabe preguntarnos si la com pleja respuesta
emocional puede acaecer sin experiencia consciente; por su parte, desde la óptica del
procesamiento de la inform ación, podem os plantearnos si la ocurrencia de una emoción
depende de la elaboración particular que el sujeto realiza del sentido y las propiedades
del evento que la provoca.
Veremos cómo las respuestas a estas cuestiones son necesariamente complejas; sin
embargo, podem os afirm ar que el sentido de un acontecim iento (sus im plicaciones en el
bienestar y el lpgro de metas), constituyen los determ inantes prim arios de la m ayoría de
las eipociones, por encim a incluso de las cualidades estimulares. Por otra parte, la deter
minación del papel de la conciencia en la causación de la emoción es un tem a más pro
blemático. A nuestro juicio, la conciencia del significado de un acontecim iento em ocio
nal no es sólo, ni necesariam ente, la causa común de la emoción, si bien constituye parte
de la experiencia emocional en sí. Es el resultado de un procesam iento encauzado a la
emoción, y, por tanto, es m ucho más que una condición que la inicia.
Gregorio M arañón
Schachter y Singer
Años más tarde, Schachter y Singer (1962), siguiendo los postulados de M arañón, de
fienden que la activación fisiológica indiferenciada determ ina la intensidad de la emo
ción, m ientras que su cualidad estará determ inada por la interpretación del estado de
hiperactivación (las creencias, etiquetas verbales o indicios contextuale's) — componente
cognitivo— . En otras palabras, la conciencia de un estado de hiperactivación induce al
sujeto a atribuirla o etiquetarla en función de los indicios situacionales en que se en
cuentra. La evaluación cognitiva de la activación fisiológica es una condición necesaria,
pero no suficiente, para desencadenar la emoción. Además, la intensidad de la activa
ción fisiológica se corresponderá con la intensidad em ocional, pero esta activación fisio
lógica será inespecífica en sí m isma en ausencia del elem ento evaluativo-cognitivo.
En el trabajo clásico, Schachter y Singer (1962) m anipularon el nivel de activación
fisiológica inyectando a algunos sujetos adrenalina y a otros un placebo. Algunos suje
tos inyectados con adrenalina fueron inform ados correctam ente de los efectos que ésta
les produciría (A -Inj. m i e n t r a s otros no recibieron inform ación alguna (A -Ign.); al ter
cer grupo (A-F.Inf..) se les sum inistró inform ación errónea sobre sus efectos. Todos los
sujetos fueron expuestos a una m anipulación situacional diseñada para establecer un
contexto evaluativo de ira o de euforia, de ese m odo se pretendía que un grupo tuviera
un grado de activación que pudieran atribuir a una causa, m ientras que otros experimen
taran activación inexplicada; finalm ente, a los sujetos se les ponía al azar en una situa
ción alegre (el actor confabulado con los experim entadores jugaba con un aro y hacía
aviones de papel) o de ira (el actor se m ostraba extrem adam ente enfadado y violento,
tirando objetos al suelo) para darles oportunidad de que «etiquetaran» su estado de acti
vación provocado por la adrenalina.
Los resultados del experim ento m ostraron que quienes poseían inform ación adecua
da de los efectos de la adrenalina atribuyeron su activación a ésta, m ientras que quienes
no tenían inform ación o ésta era inadecuada, utilizaron los estím ulos o señales contex
túales para explicar sus cambios corporales. En la situación de ira los resultados no fue
ron tan claros, posiblem ente porque a los sujetos se les prom etió subir su nota, y tenían
miedo a perderla si m anifestaban sus sentimientos.
Teorías emocionales 311
Este trabajo perm itió a Schachter (1964) form ular la «teoría bifactorial de la emo
ción» o «del arousal más cognición» que defiende que: 1) ante un estado de activación
para el que el organism o carece de explicación éste es «etiquetado» y experimentado
subjetivamente en función de la valoración contextual realizada; 2) la experiencia emo
cional se m anifestará exclusivamente en presencia de un grado de activación no explica
da, y 3) se experim entará una em oción en la m edida en que la activación fisiológica sea
percibida por el sujeto.
Ambos factores, activación e interpretación (atribución causal), son necesarios para la
aparición de la emoción: «la presente formulación [...] mantiene simplemente que facto
res cognitivos y situacionales determinan las etiquetas aplicadas a cualquiera de los diver
sos estados de activación fisiológica» (Schachter, 1964, p. 71). Independientemente de la
escasa replicabilidad de los resultados que, su trabajo tuvo un m ayor impacto teórico que
experimental, generando una importante línea de investigación centrada sobre la impor
tancia de la interpretación de la situación como elemento responsable de la emoción.
Como vemos, en la misma línea de lo propuesto por Cannon (1927) y M arañón (1924),
hasta la aparición de las teorías de la valoración cognitiva, se entendía que la interpreta
ción de la activación fisiológica determ inaba la cualidad em ocional, m ientras que la in
tensidad em ocional estaba determ inada principalm ente por la m agnitud de la activación
fisiológica.
Para estas teorías, la valoración está en el inicio de la em oción, valoración que está cen
trada en diversos aspectos del entorno: atención o novedad, placer o displacer, certeza o
incertidumbre. Posteriorm ente, conform e evolucionaron estos m odelos, los elementos
valorativos que se incluyeron se hicieron progresivam ente más sofisticados: percepción
de control, atribución, adecuación a las normas, etc.
Magda A rnold
Arnold (1960) fue la prim era autora en proponer la prim acía de los procesos valorativos
situacionales en la aparición de la em oción, acentuando la dim ensión hedónica estimu
lar como elem ento clave de la cualidad em ocional, en una secuencia causal en la que
este proceso está ubicado con anterioridad a la activación fisiológica y la posterior emo
ción. Según Arnold, el sujeto continuam ente realiza valoraciones del entorno, evaluacio
nes que lo aproxim an a lo agradable y alejan de la estim ulación aversiva. La emoción se
desencadena fruto de la valoración hedónica del estím ulo, m ientras que los sentimientos
surgen tras la determ inación valorativa de las consecuencias de la emoción. Por tanto, la
emoción sólo es posible tras la percepción y evaluación estimular.
Nico H. Frijda
Frijda (1986, 1988, 1993), en la m isma línea que Arnold, acentúa la significación de
objetivos e intereses presentes en los estím ulos para el sujeto en la aparición de la emo
ción; añade a los postulados de ésta un im portante elem ento mediador, la valoración de
cómo m anejar la situación; el concepto de tendencia de acción, claram ente funcionalis-
312 Psicología de la motivación y la emoción
ta. Para Frijda (1988) existen una serie de patrones de valoración y de respuesta ante
eventos particulares de carácter universal, por lo que una pérdida personal induce uni
versalmente tristeza. Por últim o, la em oción cumple una función motivacional ante los
eventos significativos que im plica la m ovilización de recursos (activación); por ejemplo,
el miedo motiva a la acción para autoprotegerse, prevenir y anticiparnos a un aconteci
m iento potencialm ente lesivo.
R ichard Lazarus
Por su parte, Lazarus ubica la cognición (entendida fundam entalm ente com o valora
ción) en el inicio del proceso emocional, seguida de la activación fisiológica y sus se
cuencias, y todo ello dentro de un proceso transaccional en que intervienen numerosas
variables m ediacionales entre estos elementos.
En el contexto del estudio del estrés, atribuye las diferencias individuales en la res
puesta al estrés a la m ediación de los procesos psicológicos de evaluación cognitiva y
afrontamiento en la continua interacción sujeto-medio (M artínez-Sánchez y García, 1993).
La evaluación cognitiva describe la interpretación subjetiva que «determ ina las conse
cuencias que un acontecimiento dado provoca en el individuo» (Lazarus y Folkman, 1984;
p. 56); distingue entre evaluación primaria (interrogación que el individuo se hace en tor
no a si la situación es beneficiosa o perjudicial) y secundaria (consecuente a una evalua
ción primaria estresante, amenazante o desafiante, consiste en la propia interrogación ¿qué
puede y debe hacerse?). La interacción entre la valoración prim aria y secundaria determi
nará el grado de estrés, así como la intensidad y valencia de la emoción consecuente. Este
proceso es continuo y puede ser modificado sobre la base de continuas reevaluaciones.
Por su parte, el desarrollo del concepto de afrontamiento, entendido como un proceso
dinámico de búsqueda de estrategias encaminadas a la resolución del problema, ocupa un
destacado lugar dentro de sus aportaciones a la Psicología de la emoción, al que define
como «los esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan
para manejar las demandas específicas externas y/o internas que son evaluadas como exce
dentes o desbordantes de los recursos del individuo» (Lazarus y Folkman, 1984; p. 164).
Más allá de la resolución del problem a y sus resultados, el afrontamiento cumple dos
grandes tipos de funciones: el dirigido a la emoción y el dirigido al problema. El primero
trata de regular la respuesta emocional m anifiesta suscitada mediante la realización de
procesos muy variables que van desde la evitación, la m inim ización y la atención selecti
va, hasta procesos de reevaluación y distracción. Por su parte, el afrontam iento dirigido al
problema trata de alterar éste; es más probable que surja cuando la evaluación cognitiva
ha resuelto la posibilidad de modificar las condiciones lesivas, am enazantes o desafiantes
del entorno, em pleando estrategias dirigidas a la definición, búsqueda de soluciones y
alternativas encaminadas a su resolución. Ambos tipos de afrontamiento están fuertemen
te relacionados, pudiendo coexistir o interferirse entre sí (Folkman y Lazarus, 1980).
En suma, para Lazarus, la em oción es el resultado de un proceso de evaluación de la
relación (presente, im aginada o anticipada) entre la persona y su am biente, proceso que
incluye componentes: a) cognitivo-subjetivos; b) fisiológicos, y c) expresivos. Esta teo
ría, es denom inada «cognitiva-m otivacional-relacional» (Lazarus, 1982, 1991).
En síntesis, para los teóricos de la valoración el elemento esencial y diferenciador de
las em ociones son los procesos cognitivos de valoración de los acontecim ientos. La
emoción es considerada, generalm ente, como un fenómeno postcognitivo en el que la
Teorías emocionales 313
valoración es condición necesaria y suficiente para que se suscite una emoción. Asimis
mo, los procesos valorativos no finalizan con la respuesta em ocional, sino que continúan
durante ésta influyendo constantem ente sobre los procesos cognitivos.
La teoría de la atribución, propuesta por Bernard W einer (1980, 1985), sostiene que el
proceso emocional es un fenómeno post-atribucional que sigue la secuencia: acción, re
sultado, atribución y emoción.
Supone que tras la estim ulación ambiental acontece una valoración prim aria relativa
a sus consecuencias agradables o desagradables. Este proceso induce una prim era emo
ción que es analizada sobre la base de sus consecuencias, en función de dicha atribución
de causalidad emerge la em oción más elaborada, que ulteriorm ente ejercerá un papel
motivacional sobre la conducta.
La cognición (atribución) ocupa un papel central en el m odelo propuesto por Weiner,
y perm ite diferenciar y precisar la reacción emocional. W einer (1980, 1985) propuso
tres dim ensiones de causalidad para explicar un resultado: 1) lugar (locus) de causalidad
interno-externo, se refiere al lugar dónde reside la causa, es decir, si se debe a factores
personales o am bientales; 2) controlabilidad, para distinguir la causas que están bajo el
control personal o bajo la influencia de factores no controlables por el sujeto (incontro-
labilidad); y 3) estabilidad, dim ensión relacionada con el hecho de si las causas son
relativamente estables o varían a través del tiem po (inestabilidad).
Según esta teoría, tras un éxito una atribución de locus de causalidad interna (por
ejemplo de habilidad) produciría orgullo, m ientras que si es externa (el éxito se debe a la
intervención de terceras personas), puede generar sentim ientos de gratitud. Tras un fra
caso se experim entará culpabilidad o vergüenza cuando éste se atribuye a un factor in
terno y controlable (por ejem plo, por ausencia de esfuerzo). La incom petencia puede
sentirse tras atribuir un fracaso a factores internos e incontrolables (por ejemplo, la au
sencia de habilidades), m ientras que cuando el fracaso se atribuye a un factor externo e
incontrolable (por ejem plo, el com portam iento de otras personas), emerge la ira.
Tras las teorías basadas en la evaluación irrum pieron las teorías del procesam iento de la
información, que utilizan como mecanismo explicativo la conjunción entre el procesa
miento de la inform ación y la reacción subjetiva suscitada por la emoción.
Bosque
istado Puede
Moverse ánimo atacar
■a
-o
Necesidad
Golpear
Sensación Taquicardia
Asustado
a, o
ü -o Moverse Excesivo
c¿
rápido
Evitación
Activación
cardiaca
«Tengo
Orientación
miedo»
Seguimiento
visual
Expresión
facial
Figura 12.4. Representación esquemática del modelo de Lang (Adaptada de Lang, 1985, p. 160).
fuerte que ha estim ulado vigorosam ente el conocim iento de las relaciones m utuas entre
la em oción y el resto de los procesos psicológicos básicos. Es preciso señalar que el
interés de Bower está centrado casi exclusivamente en el estudio de la memoria, utili
zando la emoción como una variable independiente que ejerce un importante papel en la
memoria.
De sus investigaciones se desprende una serie de relevantes conclusiones: 1) las
emociones actúan como un filtro selectivo de la inform ación que se percibe, al prestar
mayor atención a los estím ulos em ocionalm ente congruentes con el estado emocional;
2) la inform ación que se aprende en un estado em ocional concreto se recuerda con m a
yor facilidad cuando el sujeto se encuentra en un estado em ocional sim ilar — aprendiza
je dependiente del estado— ; y 3) el estado em ocional influye tanto en los juicios o valo
raciones respecto a la propia persona como de los demás.
Num erosos estudios experim entales corroboran estos postulados, para los que elabo
ra una teoría que considera que cada emoción está com puesta por un nodo específico en
la memoria, y que éste está com puesto por etiquetas asociativas, por etiquetas verbales,
conductas, cogniciones y sucesos asociados a este estado. La estructura en «nodo» per
mite la activación de otros paralelos a los que se encuentre conectado éste. El proceso
por el que se crean estas asociaciones es el aprendizaje y el refuerzo de lazos asociati
vos. Así, cuando un sujeto se encuentra bajo un estado de ánimo determinado, éste pue
de activar los nodos asociados a él y facilitar el recuerdo de los sucesos, pensamientos,
descriptores verbales, etc., que m ediante el aprendizaje y el bagaje vital se han gestado.
316 Psicología de la motivación y la emoción
Tabla 12.2. Argumentos propuestos por Zajonc (1980, 1984) para defender la primacía del afecto
sobre la cognición .
1.° Las reacciones afectivas tienen primacía filo y ontogenética, precediendo incluso a la cog
nición en algunas fases del desarrollo humano.
2.° Las reacciones emocionales acaecen con mayor rapidez que los fenómenos cognitivos.
3.° Existen estructuras neuroanatómicas con cierto grado de especialización, tanto para la
cognición como ¡tara la emoción. Así, las estructuras subcorticales, como el sistema lím-
bico, están ligadas a las respuestas afectivas, mientras que las corticales están ligadas
preferentemente a la cognición.
4.° En ocasiones la evaluación y la cognición no están relacionadas, ya que no siempre que
se produce un cambio en la evaluación se produce concomitantemente un cambio en la
emoción. ;*
5.° Los estados afectivos son, en ocasiones, difíciles de verbalizar, por lo que se puede sospe
char que no tengan‘un origen cognitivo.
6.° Se pueden reproducir fenómenos afectivos por procedimientos experimentales, estimula
ción intracraneal, administración de drogas o por la activación de la musculatura facial.
7.° Las reacciones emocionales tienen una dimensión de inevitabilidad, ocurren independien
temente de la voluntad, y una vez que acaecen, es difícil controlarlas.
/
320 Psicología de la motivación y la emoción
7.1. Introducción
Bajo este nom bre se encuadran las teorías propuestas, entre otros por Theodore Kemper
y James Averill, quienes valoran principalm ente los factores sociales y culturales en la
construcción, m anifestación y expresión emocional.
Comúnmente se acepta que los factores socioculturales afectan a la form a en que se
experim entan las em ociones. Los antropólogos han señalado que la valoración de un
evento puede explicarse en una alto grado aludiendo a las diferencias culturales, y hasta
históricas, en los patrones de v aloración10. Los procesos educativos y de socialización,
las norm as sociales, las estructuras de valores y prescripciones m orales, a la vez que
constituyen procesos que unifican socialm ente las em ociones, perm iten — pará estas teo
rías— a su vez explicar las diferencias individuales en los patrones de respuesta em ocio
nal, su expresión y su regulación (M oltó, 1995). Al contrario que en las posiciones ante
riorm ente revisadas, las em ociones son construcciones sociales que se vivencian dentro
de un espacio interpersonal (Parkinson, 1995).
Comparte esta posición algunos de los presupuestos teóricos fundamentales de las
posiciones anteriorm ente revisadas; del m odelo biológico m antiene la funcionalidad de
las em ociones, al sostener que las norm as sociales m odulan las respuestas emocionales
innatas para favorecer la adaptación social; por su parte, de la orientación cognitiva su
brayan el papel de la valoración en la explicación de los fenóm enos emocionales, por
cuanto ésta vendría a definir la significación de las situaciones estim ulares en relación al
bienestar, e incluso el tipo de em oción que em ergerá de cada proceso.
Dentro de las teorías psicosociales de las em ociones, Echebarría y Páez (1989) dife
rencian aquellas que sostienen que las em ociones son el resultado de las relaciones so
ciales, de las que postulan que, en realidad, las em ociones no son sino construcciones
sociales m oduladas por las propias experiencias personales.
10 La cuestión sobre las potenciales diferencias culturales en los patrones de valoración de la emoción
se enmarca en el debate de la universalidad o especificidad de los antecedentes de la emoción (Scherer,
Wallbott y Summerfield, 1986; Scherer, Matsumoto, Wallbott y Kudoh, 1988).
Teorías emocionales 321
cuales son más proclives a identificar y expresar el m alestar em ocional en térm inos so
m áticos.
Se entiende que la experiencia em ocional es percibida y expresada más intensam en
te por los sujetos de las culturas individualistas que en las colectivistas (M arkus y Kita-
yama,1991; Scherer, M atsum oto, Wallbott y Kudoh, 1988). Del mismo modo, se valora
más el hablar de uno m ism o y revelar a los otros sentim ientos em ocionales.
Las culturas individualistas, como la anglosajona (Estados Unidos, Canadá, Austra
lia y Reino Unido) y la europea occidental, que valoran los aspectos internos y autóno
mos de las personas, refuerzan la vivencia de intensidad em ocional subjetiva, mientras
que las colectivistas, com o las de Am érica Latina, África y Asia, que enfatizan la perte
nencia al grupo, la fam ilia y las norm as y obligaciones m anifiestan m enor intensidad
afectiva. Las personas individualistas orientan m ás a la atención hacia sus reacciones
internas, piensan m ás sobre ellas y dan más im portancia a éstas a la hora de tom ar deci
siones, de esta form a intensifican sus estados emocionales. Por el contrario, las culturas
colectivistas se guían m ás por las reglas obligatorias de relación con otros, por las accio
nes abiertas, por lo que atenderán y reflexionaran más sobre la interacción con otros y
menos sobre sus reacciones internas.
La distancia de poder describe la forma en que cada cultura acepta cómo se reparte o
distribuye desigualm ente el poder social.
Se cree que en las culturas con alta distancia de poder, existe una alta distancia emo
cional que separa a los subordinados de las autoridades. Así, el respeto y la deferencia
formal hacia los individuos de m ayor estatus social (padres, personalidades, etc.), son as
pectos muy valorados (Hofstede, 1991). En estas culturas los sujetos pueden ser menos
expresivos em ocionalmente, debido a que la expresión social de la intensa afectividad
implicaría falta de deferencia, por lo que se considera menos aceptable la expresión públi
ca emocional; consecuentemente, las personas aprenden a reprimir e inhibir sus emociones.
Diversos estudios confirman que las personas socializadas en culturas con alta dis
tancia de poder (por ejemplo, M éxico), puntúan más bajo en las reacciones internas de
rivadas de las em ociones negativas, lo cual im plicaría un bajo perfil emocional y una
cultura em ocional más perm anente (Páez y Vergara, 1995). M atsumoto (1989) encontró
que las personas de culturas con alta distancia de poder, otorgaban m enor intensidad a
las emociones negativas (miedo, cólera-enfado y tristeza) que los sujetos pertenecientes
a culturas con baja distancia de poder. Basabe et al., (1999), dem ostraron igualmente
que la distancia de poder está fuertem ente relacionada con la experiencia emocional.
Las culturas que aceptan como legítim o las fuertes diferencias de poder entre las
personas, com o las latinas europeas (por ejem plo, Francia), asiáticas (M alasia) o de
Am érica (Guatem ala) informan una m ayor frecuencia de em ociones negativas, que las
personas de culturas en las que las relaciones son más igualitarias, como Costa Rica o
Dinamarca. Generalm ente, las culturas denom inadas de alta distancia jerárquica se ca
racterizan por una fuerte desigualdad de ingresos entre los más ricos y los más pobres.
La prohibición acerca de hablar sobre tem as personales se extiende hasta la propia
familia en las culturas de alta distancia de poder, y en las culturas colectivistas asiáticas,
donde el silencio es una forma de expresión de la arm onía fam iliar y social (Kirmayer,
1987).
Teorías emocionales 323
James R. Averill
Jam es R. Averill (1980) considera que las em ociones son roles o síndrom es transito
rios socialm ente constituidos, en otras palabras: las em ociones se constituyen por y
para el contexto social (Averill, 1980). Las norm as sociales que conform an estos sín
drom es están representadas psicológicam ente com o estructuras cognitivas o com o es
324 Psicología de la motivación y la emoción
quemas: «síndrom es em ocionales son papeles creados por la sociedad e im plem enta-
dos individualm ente [...] el sentido de una em oción puede encontrarse prim ariam ente
dentro de un sistem a sociocultural (Averill, 1980, p. 337). D efine la em oción como
«papeles sociales transitorios (un síndrom e socialm ente constituido) que incluye una
valoración de la situación y su interpretación en térm inos afectivos» (Averill, 1980,
p. 312).
Esta definición incluye la consideración de la em oción como síndrom e, entendido
como un proceso que acaece substancialm ente de m anera similar, en el que se incluyen
de m anera variable respuestas subjetivas, expresivas, fisiológicas y reacciones de afron
tam iento (Averill, 1980). Cada uno de estos com ponente son, por separado, suficientes
para que acaezca una emoción.
Averill valora tam bién el papel de los procesos de valoración en la respuesta em ocio
nal, no en balde fue alum no de Richard Lazarus con quien colaboró al inicio de su carre
ra investigadora.
El punto capital de la obra de Averill es la consideración de la em oción com o un
conjunto de respuestas socialm ente prescritas que siguen a la exposición a una situa
ción concreta; de este m odo, la em oción com o un conjunto de papeles asociados a
reglas sociales y sistem as de valores, determ inan y m odulan la relación social del indi
viduo con su entorno. Esta concepción im plica que estas reglas son aprendidas a tra
vés de los procesos de socialización dentro de cada cultura particular, por tanto, cada
cultura posee una serie de reglas específicas que rigen im plícitam ente la respuesta
em ocional.
Estas estructuras — sim ilares a la gram ática del lenguaje— proporcionan la base para
la valoración de los estím ulos, la organización de las respuestas y el control de la con
ducta. Además, las em ociones incluyen un conjunto de respuestas tanto subjetivas como
conductuales y fisiológicas. Por últim o, la em oción se conceptualiza como una «pasión»
disruptiva, esto es, se padece.
En resumen, y tras abordar la teoría social constructivista vem os cómo las culturas
individualistas, femeninas y de baja distancia jerárquica tienen m ayor libertad de expre
sión verbal y no verbal de las em ociones. En estas culturas las personas se sienten libres
para expresar sus sentim ientos, incluso la ira. Esta m ayor tendencia a vivir y com unicar
emociones en las culturas individualistas se ve reforzada cuando el nivel de desarrollo
socio-económ ico es m ayor (Basabe et al., 1999). En las culturas femeninas parece no
sólo vivenciarse y expresarse más intensam ente las em ociones no com petitivas sino que
también, especialmente en países individualistas y sin grandes diferencias en roles sexuales
como los Estados Unidos, em ociones como la ira se expresa abiertam ente sin miedo al
rechazo social (Páez y Vergara, 1995; Fernández y Vergara, 1998).
8. CONCLUSIONES
Como hemos tratado de argum entar a lo largo de este capítulo, cada una de las grandes
tradiciones de investigación ha aportado m étodos y program as de investigación orienta
dos a facetas particulares de la emoción, que no han hecho sino enriquecer nuestro cono
cimiento sobre las emociones.
Hemos intentado exponer tam bién que a lo largo del desarrollo teórico de la Psicolo
gía de la Emoción, su objeto y m étodo de estudio ha evolucionado paralelam ente a los
Teorías emocionales 325
paradigmas teóricos dom inantes, así como que cada uno de los modelos teóricos revisa
dos han sido capaz de explicar, e incluso predecir considerablem ente, alguna faceta de la
emoción.
De la perspectiva biológica persiste en la actualidad el concepto de funcionalismo
emocional, por cuanto las em ociones tienen una base biológica, y, por tanto, forman
parte la herencia filogenética que nos posibilita una adecuada adaptación al medio am
biente cambiante que nos rodea. Resta que seamos capaces de delim itar qué facetas de
ese funcionalism o están pre-organizadas, y cuales, por el contrario, son producto de la
cognición y de la cultura.
El concepto de adáptación, tan vigente actualm ente, es otro de los legados de la
perspectiva biológica; las em ociones forman parte de la herencia, y son, por tanto, un
elemento central que perm ite la adaptación del individuo a su entorno. De las aportacio
nes individuales revisadas a lo largo de este capítulo perduran m uchos de sus postulados
teóricos, especialm ente el interés por la expresión facial de las em ociones, un tema que
actualmente acapara gran parte del interés de los teóricos de la psicología de la emo
ción, en cada una de las áreas en que se subdivide: el desarrollo ontogenético de las
expresiones faciales, el control de las expresiones faciales, la universalidad de las emo
ciones, la hipótesis del feedback facial, y finalm ente, la especificidad fisiológica de las
emociones. Hemos tratado de exponer tam bién que cada uno de estos grandes temas
sigue abierto, y sospecham os que lo seguirá por m uchos años más. Paulatinamente ha
ido cobrando más im portancia el interés por la neurobiología de las emociones — legado
de autores como Cannon— , así com o por el estudio de la activación. Fruto de estos
estudios sabemos que la em oción está m ediada por estructuras neurales, en especial por
el sistem a límbico.
De la perspectiva conductual hem os tratado de desarrollar su contribución al papel
del aprendizaje en la emoción. En la situación teórica actual perduran incuestionados
gran parte de los principios que se establecieron: las em ociones pueden aprenderse, en
parte, por diversos m étodos como el condicionam iento clásico, el condicionamiento ins
trum ental y a través del aprendizaje vicario. La psicología clínica está especialmente en
deuda con el m odelo conductual, ya que la terapia de conducta basada en los modelos
pavlovianos y skinerianos de aprendizaje ha sido aplicada durante m uchos años con mayor
o m enor éxito en diversos trastornos emocionales.
La perspectiva cognitiva de las em ociones ha supuesto reabrir viejos problemas con
una nueva óptica. A pesar de que, como han señalado diversos autores, la situación ac
tual de la psicología cognitiva de las em ociones se caracteriza por su pobre integración
teórica, creem os que el interés por la evaluación y el procesam iento de la información
como puerta de entrada a la em oción nos ocupará m uchos años más, ya que si en algo
coinciden las teorías cognitivas de la em oción es en considerar que no son las situacio
nes estim ulares por sí m ismas las que determ inan las reacciones emocionales, sino las
evaluaciones e interpretaciones (así como la forma de afrontarlas), que de ellas hacen
los sujetos.
La integración de las técnicas conductuales a los principios de la psicología cogniti
va — lo que se ha dado en llam ar conductual-cognitivo— está ofreciendo a los clínicos
resultados esperanzadores, especialm ente en el tratam iento de la depresión y la ansiedad.
Otra línea de investigación que habrá de arrojar resultados brillantes es la que estu
dia la influencia e interacción de la em oción con el resto de los procesos psicológicos
básicos, y no sólo en la m em oria como hemos visto al tratar la obra de Bower. La emo
326 Psicología de la motivación y la emoción
ción está dejando de conceptualizarse como una disfunción; la em oción m edia de m ane
ra decisiva en el funcionam iento psicológico y fisiológico.
Con relación a las teorías del procesam iento de la inform ación, creemos que, aun
estando en fase de desarrollo, la consideración de las em ociones desde la óptica funcio
nal y m ulticom ponencial, en los térm inos propuestos por Scherer, han de contribuir de
cisivamente al desarrollo de nuestra disciplina, y lo que es más, su reconocim iento cien
tífico.
Por último, de las teorías psicosociales subrayamos sus aportaciones en relación con
la im portancia de la cultura sobre las reacciones em ocionales, en especial, sobre los
procesos de valoración y expresión de la emoción.
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