Está en la página 1de 44

CAPÍTULO

Teorías emocionales

Francisco Martínez-Sánchez
Enrique G. Fernández-Abascal
Francesc Palmero

1. INTRODUCCIÓN

Donald Hebb (1949) afirmó que el hom bre pertenecía a la más em ocional de todas las
especies. Esta afirmación tenía el objetivo de rebatir una idea am pliam ente extendida,
que sostiene que el grado de em otividad correlaciona negativamente con el desarrollo
filogenético y la sofisticación del SNC. Hebb trataba de explicar lo paradójico que resul­
ta que el prim ate m ás evolucionado es, además, el m ás em ocional; y esto, a pesar de los
m ecanism os de control socioculturales que regulan la alta emotividad humana.
Randolph C om elius (2000), al igual que años antes lo hiciera B. F. Skinner, se pre­
guntaba si eran necesarias las teorías de la em oción; en este capítulo tratarem os de de­
m ostrar si no su necesidad, al m enos constatarem os la existencia de diversas tradiciones
investigadoras que han formulado formas diferentes, si bien com plem entarias, de enten­
der la naturaleza de la emoción.
Tratarem os de argum entar tam bién que durante el desarrollo de la Psicología como
ciencia, el concepto de em oción ha evolucionado paralelam ente a los paradigm as teóri­
cos dom inantes, por cuanto su objeto de estudio se enm arca necesariam ente en las coor­
denadas espacio-tem porales en las que se gesta, en un intento por dar respuestas a las
dem andas que históricam ente se le han requerido.
Nos proponem os justificar la tesis que sostiene que cada una de la teorías explican, e
incluso predicen considerablem ente, alguna dim ensión de la em oción; y todo ello sin
olvidar, como señalaba M andler (1979), que en esta disciplina se ha producido el fenó­
meno contrario al acaecido en otros procesos psicológicos básicos y es que, en lugar de
aparecer las teorías como producto de la investigación experim ental, los modelos teóri­
cos han ido frecuentem ente por delante de las evidencias em píricas, e incluso, en oca­
siones, alejados del sustento empírico. Todo esto es reflejo, sin duda, de la propia com­
plejidad de los fenómenos que abordamos.
Revisaremos desde los antecedentes históricos hasta la evolución de los principales
m odelos teóricos, sus program as de investigación, así como las aportaciones individua­
les que explican la situación conceptual actual. A pesar del inevitable reduccionismo

289
290 Psicología de la motivación y la emoción

que impone com partim entar num erosas contribuciones plurales, creem os que esta taxo­
nom ía responde a la expresión de la propia historia de esta disciplina, lo que es tanto
como decir de gran parte de la psicología; de este modo revisarem os los m odelos con los
que los científicos han tratado de organizar y explicar la realidad de lo tangible y lo
inobservable, de algo tan constitutivamente humano como son las emociones.

2. ANTECEDENTES TEÓRICOS
DE LA PSICOLOGÍA DE LA EMOCIÓN

Para m uchos investigadores, la prim era teoría em ocional estructurada es la formulada


por W illiam James en 1884; sin embargo, antes que James, los pensadores de todas las
épocas se interesaron por las emociones. De hecho, este interés no es privativo de la
psicología, así, por ejem plo, los antropólogos se interesan por el lenguaje emocional de
distintas culturas, m ientras los sociólogos estudian el im pacto de los cambios sociales
en la experiencia em ocional.

2.1. Antecedentes filosóficos

¿Qué es una emoción? Esta cuestión, planteada por W illiam Jam es (1842-1910) en 1884,
fue objeto de preocupación para los filósofos presocráticos, interesados por aprehender
la razón de lo irracional que frecuentem ente caracteriza a las emociones.
En la Grecia clásica, pasión y razón se asem ejan a la m etáfora del señor y el esclavo:
a la razón le com pete el firme control de los «peligrosos» im pulsos afectivos, o ideal­
m ente la consecución de la arm onía entre am bas (Solom on, 1993). Dicha m etáfora de­
term ina dos principios que han perm anecido casi inalterados hasta nuestros días: 1) la
emoción representa un papel jerárquicam ente inferior a la razón (es más prim itiva y ani­
m al) por lo que debe ser controlada por la razón, y 2) la distinción razón-em oción refleja
la existencia de dos dim ensiones antagónicas.
Para A ristóteles, ambas dim ensiones, racional e irracional, forman una unidad, en­
tendiendo las em ociones cargadas de un elem ento cuasiracional que incluía creencias y
expectativas, considerándosele, por ello, un precursor de las teorías cognitivas emocio­
nales (Lazaras, 1993).
Durante la Edad Media, las em ociones se vincularon a las pasiones. El conocimiento
de los «hum ores» y las «tem perancias» intentó explicarlas; «los pecados de la pasión»,
que para el judeocristianism o condenan al fuego eterno, no son sino una com pleta lista
de emociones — ira, envidia...— ; por el contrario, las «virtudes superiores» — amor, fe...—
com partían con la razón superiores jerarquías, alejadas de las ciénagas a las que arras­
tran las emociones.
Vives (1492-1540), adelantándose a su época atribuye a las pasiones la posibilidad
de motivar e influir sobre las percepciones sensoriales y el com portam iento (Schmidt-
Artzert, 1981). Como los hum anistas, los «m édicos filósofos» del renacim iento español,
Huarte de San Juan y Sabuco de Nantes, se interesaron por las emociones; así, Sabuco
(1587) señala su capacidad para influir sobre la salud (Pedraja y Quiñones, 1996).
Posteriorm ente, especial repercusión tuvo la obra de Descartes, cuyo dualismo men-
te-cuerpo influyó decisivamente en el pensam iento occidental. Para Descartes, la con­
Teorías emocionales 291

ducta humana es el resultado del alm a racional, m ientras que la conducta animal (propia
de las em ociones) es automática. Éste es, en esencia, el denom inado «error de Descar­
tes1» (Damasio, 1994), la radical separación entre cuerpo (m ecánico y dim ensionable)
y mente (adim ensional e indivisible); sostener que el razonam iento, el juicio moral y el
sentimiento pueden existir separados del cuerpo, en definitiva, «que las operaciones más
refinadas de la m ente están separadas de la estructura y funcionam iento de un organismo
biológico» (Dam asio, 1994, p.249).
Para Spinoza, las em ociones son pensam ientos erróneos que nos hacen entender equí­
vocamente el m undo produciendo displacer. Con el em pirism o inglés se rom pe con el
pasado, la im portancia dada al asociacionism o y el hedonism o fueron los instrumentos
que m arcaron esa ruptura, patente en las obras de Hume, Mili y tanto otros. Así, para
Hobbes, la conducta está motivada por la búsqueda del placer y la evitación del dolor. El
asociacionismo defendido por Locke instituye uno de los principales axiomas de la psi­
cología, puesto que la asociación entre estím ulos y respuestas es la base del aprendizaje
de m uchas respuestas emocionales.
Hume, un escéptico em pirista escocés, apunta la posibilidad del análisis científico
«como de las leyes del m ovimiento» de las em ociones (Hume, 1739). En su obra, ideas
y creencias (pensam iento) juegan un destacado papel en la génesis emocional.
Por su parte, Kant, m antiene la distinción entre, razón e «inclinaciones» (emociones),
atribuyéndoles cualidades disruptivas para la razón, al igual que posteriorm ente sosten­
drán los filósofos alem anes del siglo xix.
En suma, razón y em oción, la integración de ambas, o la reducción de la emoción a
un género inferior de razón, ha sido una solución largamente adoptada por la filosofía,
manteniéndose la distinción y supeditación jerárquica de la prim era sobre la segunda.
La confluencia de estos antecedentes tal vez pueda explicar el porqué en gran medida se
mantienen como opuestos cognición y afecto; mente y cuerpo; pensamiento y sentimiento;
razón y em oción; racional e irracional. En cualquier caso, debemos reconocer el papel
que la filosofía desem peñó al abordar recurrentem ente las emociones, por mucho que
erróneamente valorara fundam entalm ente su dim ensión disruptiva sobre la adaptativa.

2.2. Antecedentes evolucionistas

Un antecedente del interés por las em ociones aparece en la obra de Charles Darwin (1809-
1882), especialm ente en La expresión de las em ociones en el hombre y los animales
(1872). Darwin conceptualiza éstas en térm inos de formas expresivas evolucionadas que
cumplirían una función adaptativa, y por ende, para la supervivencia de la especie. No es
de extrañar que sus propuestas fueran inicialm ente rechazadas por una sociedad que
equiparaba la em oción al ciego instinto animal, y que creía que el hom bre se regía exclu­
sivamente por el razonam iento consciente.

1 Damasio (1994) se pregunta si este dualismo no está presente tanto en la metáfora de la mente como
un programa informático que sostuvo la primera psicología cognitiva, como en los neurocientíficos que
insisten en que la mente puede ser explicada exclusivamente en función de acontecimientos cerebrales,
olvidando al ambiente físico y social que lo rodea. Por otra parte, resulta paradójico que muchos cogniti-
vistas crean que pueden entender la mente sin recurrir a la neurobiología, y sin embargo no se consideren
dualistas.
292 Psicología de la motivación y la emoción

Basándose en observaciones com parativas entre especies, concluyó la existencia de


la continuidad expresiva em ocional entre las especies, si bien lo que en el animal es
propio del instinto, en nuestra especie cobra cualidad em ocional. Dedujo, además, que
el com portam iento expresivo em ocional no es exclusivamente aprendido, sino fruto de
un program a evolutivo biológico-genético (Ulich, 1982). Así, las em ociones son vistas
como m eros restos heredados de prim itivas respuestas adaptativas, cuyo objeto principal
es el de servir a las más recientes y avanzadas capacidades mentales: «los movimientos
que producen los m úsculos faciales al reírse el hom bre y diferentes familias de monos
resultan bastante com prensibles si creem os en la procedencia de todos ellos de un pro­
genitor prim itivo común» (Darwin, 1872, p. 14).

2.3. Antecedentes fisiológicos y neurológicos

A lo largo del siglo xix se produjeron notables avances científicos en la fisiología y la


neurología que contribuyeron decisivamente al posterior desarrollo científico de las teo­
rías de la emoción. Las m anifestaciones fisiológicas em ocionales fueron objeto de estu­
dio de los fisiólogos (Schm idt-Atzert, 1985).
De la fisiología adopta la psicología el m étodo experim ental, y se desliga aún más de
la filosofía, deslum brados por el descubrim iento del potencial de acción m uscular (Boys-
Reymond), del impulso nervioso (Bernstein, Helm holtz) y tantos otros avances. La fi­
siología está tam bién en gran m edida detrás de los trabajos de Jam es y Lange; del mis­
mo modo, las aportaciones de la reflexología rusa (Sechenov) y posteriorm ente de Pavlov
la dotaron de una m etodología sistem ática (Fernández-Abascal, 1995).
Por otro lado, la neurología confiere al cerebro el estatuto de órgano rector de la
mente, en el que residen — se localizan, dijeron los frenólogos— las funciones humanas,
y entre ellas las em ociones. El propio Broca fue el prim ero en señalar el papel de «le
grande globe limbique» en la em oción (M artin, 1998). Los trabajos de Gall, Wemicke y
más tarde Bejterev, Cajal y Luria favorecieron el nacim iento de la psicología experimen­
tal (Quiñones, García y Pedraja, 1989).
El conjunto de todas estas aportaciones perm iten tam bién explicar la oportunidad de
la formulación de la prim era teoría sistem ática de las emociones; no cabe-duda que Ja­
mes encontró un campo fértil en que sem brar su teoría.

3. MODELOS TEÓRICOS
DE LA PSICOLOGÍA DE LA EMOCIÓN

Tradicionalmente, las más relevantes contribuciones teóricas en la psicología de la emo­


ción se han clasificado en cuatro grandes corrientes: Biológicas, Conductuales, Cogniti-
vas y Sociales.
Las teorías explicativas de corte biológico predom inaron hasta bien entrado el si­
glo xx; m ás tarde, el conductism o dio paso a los m odelos m ediacionales y a éstos le
siguieron finalm ente las teorías de orientación cognitiva y social. Cada uno de estos
modelos aportó, como verem os seguidam ente, m étodos y program as de investigación
orientados a facetas particulares de la emoción, que no hicieron sino enriquecer nuestro
conocim iento.
Teorías emocionales 293

Figura 12.1. Representación de la evolución histórica de los modelos teóricos dominantes en la


psicología de la emoción (Adaptada de Fernández-Abascal, 1997).

4. LOS MODELOS BIOLÓGICOS

La influencia de la obra de Darwin ha perdurado históricam ente en la psicología de la


emoción en diversas orientaciones teóricas. Del m ismo m odo, los trabajos de James,
Lange y Cannon, son recurrentem ente revisados actualmente; en este apartado describi­
remos sus aportaciones así como su situación actual.

4.1. La aproximación evolucionista

En La expresión de las emociones en el hombre y los animales (Darwin, 1872) se postu­


la que los procesos evolutivos son aplicables no sólo a los rasgos m orfobiológicos, sino
también a las em ociones.
Esta form ulación es em inentem ente funcional: la expresión emocional posee una fu n ­
ción adaptativa; de ella se deriva im plícitam ente que: 1) es universal; 2) está determina­
da genéticam ente, y 3) responde a una función com unicativa-adaptativa ante situaciones
de emergencia, incrementando las posibilidades de supervivencia (Femández-Dols, Iglesias
y Mallo, 1990; M ayor y-Sos-Peña, 1992).
Esta concepción perm itiría, al menos teóricam ente, establecer un listado de emocio­
nes y sus correspondientes funciones; así la expresión de ira (erguirse, agitar las extre­
midades, etc.) serviría para am edrentar a otro congénere comunicándole la posibilidad
de un enfrentam iento (M oltó, 1995).
El supuesto carácter universal de la expresión y reconocim iento facial emocional
vendría a confirm ar la existencia de patrones innatos de respuesta, su continuidad filo-
genética, así como un com ponente de aprendizaje que perm ite que éstas evolucionen
(Palmero, 1996). Darwin dedicó gran parte de su quehacer a fundamentar su hipótesis,
para lo que realizó observaciones en prim ates y humanos, tratando de validar su carácter
universal.
294 Psicología de la motivación y la emoción

Tres son los principios que regulan las expresiones faciales emocionales: 1) el de los El contexto se ha revek
hábitos útiles asociados: alude a su función adaptativa, desarrollada inicialm ente por en el reconocimiento expre
aprendizaje, para convertirse finalmente en un rasgo heredado y transm itido de genera­ gunos casos no exista una
ción en generación; 2) el de antítesis: entiende la expresión conform ada por categorías es: puede darse alegría si:
expresivas m orfológicam ente opuestas; así, la expresión de alegría se caracteriza, entre rw inistas como Ekman (lí
otros rasgos, por la elevación de las com isuras de los labios, m ientras que la tristeza explicable aludiendo a que
muestra un patrón expresivo antitético (descenso de las com isuras labiales) y, por último cluso en ausencia de eme
3) el de acción directa del sistem a nervioso: refiere la coordinación de los principios convicción de la relación i
anteriorm ente expuestos, así como su asociación a m arcados cambios fisiológicos que ficar expresiones emocioní
posibilitan la secuencia adaptativa-expresiva (Com elius, 1996). identificar la expresiones <
Sobre estas prem isas, la tradición evolutiva se constituyó progresivam ente en una (más m arcadas en una mit
fecunda línea investigadora que ha contribuido al establecim iento de diversos princi­ signos asociados habitúala
pios que regulan las em ociones; su influencia perdura en diversas líneas de investiga­ bal, etc.) (Ekman, Davidso
ción actuales de las teorías neo-darw inistas, tales como los estudios sobre el feed b a ck Hasta tal punto se ha at
facial, el desarrollo onto y filogenético de las em ociones y la existencia de em ociones sostienen que lo que en re
básicas. A dem ás, constituye un antecedente de la psicología experim ental anim al y la piocepción, esto es: el feedl
etología. kins, 1962). Este proceso
m usculatura facial, los cam
4.1.1. Postulados defendidos por las teorías neodarwinistas de la zona) y la actividad c
la activación emocional.
Las teorías neodarwinistas contem poráneas tienen en común considerar la expresión fa­ Por último, hemos de h
cial como un elem ento capital en la em oción. Para ello, sus autores m ás influyentes em ociones, tem a que desg
(Izard, Ekman, Tomkins y Plutchik), aducen que los m úsculos faciales están altamente tructuras orgánicas implica
diferenciados, siendo capaces de expresar un amplio rango expresivo afectivo. sas que contribuyen a los p
Subyace a este planteam iento un principio am pliam ente aceptado, a saber, si el in­ afectadas secuencialmente
cremento del potencial de la com plejidad en la conducta em ocional es uno de los m eca­ vocal de la emoción está
nismos para el avance de las especies, deberían identificarse las conductas m ás sofistica­ funcional de los estímulos
das que a lo largo de la evolución se han beneficiado de las emociones. nández-D ols, 1990; Mártir
Los principios fundam entales sobre los que asientan estas teorías sostienen que las
emociones: 1) son reacciones adaptativas y precisas para la supervivencia; 2) son here­
dadas filogenéticam ente y desarrolladas ontogenéticam ente siguiendo procesos m adura­ L a hipótesis de la univers
tivos neurológicos; 3) poseen bases expresivas y m otoras propias; 4) son universales y Para verificar esta hipótes
esencialm ente com partidas por los individuos de todas las sociedades y culturas; 5) existe prim ates, invidentes, niños
un número determ inado de em ociones básicas, variable para los diversos autores (gene­ M allo, 1990; Levenson, 15
ralm ente entre 7 y 11), y 6) cada em oción tiene aparejada un estado m ental cualitativa­ En su conjunto, los esti
mente propio (Páez, Echebarría y Villarreal, 1989). tadas por estímulos inducii
la expresión facial de invic
La expresión fa c ia l em ocional Ortega, Iglesias, Femánde
El estudio clásico en ei
La capacidad para reconocer expresiones em ocionales y hacer patentes las propias es de revelaron que los nativos i
capital im portancia para adaptarnos al medio, así como por su dim ensión comunicativa cían correctamente las era
y facilitadora de la interacción interpersonal. en éstos, la expresión de i
El argumento esgrim ido con m ayor vehemencia para dem ostrar la existencia de emo­ disponía a atacarlos; si er
ciones básicas es el hecho de que tanto la expresión como el reconocim iento parecen ser rabioso tendrem os diferen
procesos innatos y universales (Chóliz, 1997); a este respecto se sabe que los animales físico.
superiores pueden reconocer expresiones de amenaza, sum isión, cortejo, etc. (van Hooff Finalmente, en los esti
y A u reli, 1994). evolutivos sostienen que 1;
Teorías emocionales 295

El contexto se ha revelado como uno de los factores que en m ayor m edida influyen
en el reconocim iento expresivo facial. Los propios neodarwinistas no niegan que en al­
gunos casos no exista una correspondencia biunívoca entre expresión y em oción; esto
es: puede darse alegría sin sonrisa y viceversa. Sin em bargo, este hecho para neoda­
rwinistas como Ekman (1992) no dejaría de ser la excepción que confirmara la regla, y
explicable aludiendo a que nuestra especie es capaz de realizar gestos em ocionales in­
cluso en ausencia de em oción. A pesar de ello, y ahí se ratifica con m ayor fuerza la
convicción de la relación em oción-expresión, existen procedim ientos capaces de identi­
ficar expresiones em ocionales «falsas»; así, Ekman (1980) dem ostró la posibilidad de
identificar la expresiones em ocionales sim uladas, ya que éstas suelen ser asim étricas
(más m arcadas en una m itad del rostro) y más duraderas, además de carecer de otros
signos asociados habitualm ente a las genuinas (m ovim ientos corporales, prosodia ver­
bal, etc.) (Ekman, Davidson y Freisen, 1990).
Hasta tal punto se ha atribuido im portancia a la expresión facial que diversos autores
sostienen que lo que en realidad constituye propiam ente la em oción no es sino su pro-
piocepción, esto es: el feed b a ck (retroinform ación) consciente de la conducta facial (Tom-
kins, 1962). Este proceso supone que la inform ación procedente de la actividad de la
musculatura facial, los cambios en la tem peratura paralelos (dada la alta vascularización
de la zona) y la actividad de las glándulas de la piel del rostro, propician conjuntamente
la activación em ocional.
Por último, hemos de hacer alusión, aunque brevem ente, a la expresión vocal de las
emociones, tem a que desgraciadam ente ha sido insuficientem ente investigado. Las es­
tructuras orgánicas im plicadas en la producción de la voz (m úsculos, cartílagos y m uco­
sas que contribuyen a los procesos de respiración, fonación y articulación) pueden verse
afectadas secuencialm ente por el estado afectivo. Se cree que el com ponente expresivo
vocal de la em oción está filogenéticam ente determ inado, respondiendo al significado
funcional de los estím ulos con el objeto principal de com unicar señales afectivas (Fer-
nández-Dols, 1990; M artínez-Sánchez, 2001; Scherer, 1986).

La hipótesis de la universalidad de la expresión fa c ia l em ocional

Para verificar esta hipótesis se han analizado las expresiones faciales em ocionales de
primates, invidentes, niños, así como de diferentes culturas (Fernández-Dols, Iglesias y
Mallo, 1990; Levenson, 1994).
En su conjunto, los estudios en que se han observados las expresiones faciales susci­
tadas por estím ulos inducidos experim entalm ente, así como los derivados del estudio de
la expresión facial de invidentes, parecen confirm ar su carácter universal (Ekman, 1994;
Ortega, Iglesias, Fernández-Dols y Corraliza, 198i2)*______
El estudio clásico en este campo lo llevaron a cabo Ekman y Friesen (1971) quienes
revelaron que los nativos de una aislada y prim itiva cultura de Nueva Guinea, recono­
cían correctam ente las em ociones básicas de m odelos occidentales. Ekman señala que
en éstos, la expresión de m iedo era asociada a la presencia de un cerdo salvaje que se
disponía a atacarlos; si en nuestra sociedad sustituim os el cerdo salvaje por un perro
rabioso tendrem os diferentes contextos, pero el mismo tema: la am enaza ante un daño
físico.
Finalmente, en los estudios sobre el desarrollo de la expresión facial, los psicólogos
evolutivos sostienen que la expresión emocional está ligada a la m aduración de los pro­
296 Psicología de la motivación y la emoción

cesos neurales. Durante el curso del desarrollo, las em ociones em ergen y estructuran
siguiendo el curso madurativo propio de nuestra especie. Se sabe que durante los prim e­
ros años de vida no existe una fuerte concordancia entre la em oción y su correspondien­
te configuración facial (Camras, 1992), sin embargo, los estudios realizados con bebés
por el grupo de Izard, concluyen la naturaleza innata y universal de las em ociones (Izard
y M alatesta, 1987).
Como vemos, en conjunto, se dispone de num erosos apoyos a la idea de la universa­
lidad de la expresión facial (Ekm an y Oster, 1979; Izard, 1994).

4.1.2. Principales desarrollos teóricos de la orientación neodarwinista

Paul Ekman

Ekman, el principal autor de esta corriente, ha contribuido decisivamente al estudio de la


expresión facial em ocional con el desarrollo de un procedim iento de análisis sistemático
de los m ovimientos de la m usculatura facial, el Facial Action Coding System (FACS)
(Ekman y Friesen, 1978). Este sostiene la existencia de patrones universales que relacio­
nan ciertas em ociones (tristeza, alegría, ira, temor, deseo, asco, interés y sorpresa) a
respuestas específicas de los m úsculos faciales; para éste, las em ociones poseen las si­
guientes características:

1. cada em oción tiene un patrón transcultural de expresión facial, presente también


en especies inferiores2,
2. implican m últiples señales, tanto faciales como vocales,
3. tienen una lim itada duración facial (de 0,5 a 4 segundos), y
4. las expresiones faciales pueden ser inhibidas y sim uladas, salvo la sorpresa,
5. la intensidad de la expresión facial refleja la m agnitud de la vivencia emocional,
6. existen estím ulos transculturales capaces de provocar em ociones, por ejemplo,
la pérdida de un objeto y la tristeza; sin embargo, esta asociación puede estar
m ediada por el aprendizaje,
7. las evaluaciones de estím ulos se producen especialm ente ante estím ulos am bi­
guos o complejos,
8. los estados de ánimo se producirían por em ociones de corta duración, así como
por el concurso de situaciones y cambios bioquím icos (enlerm cdad, fatiga, etc.),
9. existen patrones neurofisiológicos universal es/y específicos asociados a cada una
de las em ociones básicas.

Para Ekman (1994) los acontecim ientos que sirven como antecedentes a cada em o­
ción son tam bién, en parte, específicos de cada cultura, ya que m uchos de ellos reflejan
los acontecim ientos m ás significativos para nuestros antepasados, puesto que las res­
puestas em ocionales han ido surgiendo paralelos a la evolución, iniciándose para m ovi­
lizarlos adaptativamente en respuesta a sucesos significativos; no obstante, su expresión
facial sí es universal. Por últim o, a partir de las em ociones básicas se generarían las
emociones secundarias. Asimismo, cada em oción posee elem entos diferenciales que se
manifiestan a tres niveles: facial-expresivo, subjetivo-cognitivo y fisiológico.

2 Este punto es cuestionable, puesto que en los primates mostrar los dientes se interpreta en ocasiones
como una señal de sumisión.
298 Psicología de la motivación y la emoción

Silvan Tomkins

Tomkins propuso que el afecto constituye un sistem a motivacional innato. N uestra vi­
vencia de las em ociones procede fundam entalm ente de la propiocepción de la expresión
facial. Según Tomkins (1984), existe un conjunto limitado de em ociones agrupadas en
dos dim ensiones: positivas (interés, sorpresa y alegría) y negativas (angustia, m iedo,
vergüenza, asco e ira). Todas presentan patrones de respuesta innatos que se activan ante
estím ulos congruentes y expresan, principalm ente, por vías faciales.
Según Tomkins, cada em oción alm acena en áreas subcorticales un program a especí­
fico, responsable de su m anifestación al ser activado. Según M oltó (1995), la principal
aportación de Tomkins a la psicología de la em oción consistió en proporcionar un marco
teórico para el estudio de la expresión facial de las em ociones, en m otivar a Carroll Izard
y Paul Ekman a su estudio, y finalm ente en abordar la «hipótesis del feed b a ck facial».

4.2. La tradición psicofisiológica: William James y Cari Lange


i.

El eco de la formulación de la teoría periférica de las em ociones de W illiam James per­


dura, con diversas reinterpretaciones, hasta nuestros días, más de cien años después de
ser publicada.
La postura de James aparece, básicam ente en los mismos térm inos, en tres fuentes
distintas, el prim er trabajo en M ind («W hat is an em otion?») (James, 1884), en el capí­
tulo 25 de The Principies o f Psychology (James, 1890), así como en «The physical basis
o f emotion» (James, 1894).
En contra de la teoría clásica im perante en aquel m om ento, Jam es postula:

«Para el sentido común, cuando perdem os nuestra fortuna nos sentim os abatidos
y lloramos; si tropezam os con un oso, tem blam os y echam os a correr; si un rival
nos insulta, nos encolerizam os y lo golpeam os. La hipótesis que defendem os
considera incorrecto este orden; sostiene que uno de los estados de ánimo no es
inm ediatam ente inducido por el otro, sino que entre los dos se interponen los
cambios corporales y que la tesis m ás racional es la de decir que estam os tristes
por que lloramos, irritados porque reñim os, m edrosos porque tem blam os, y no en
orden inverso [...] sin los estados corporales consecutivos a la percepción, esta
últim a sería un mero estado cognoscitivo [...] desprovista de calor emocional»
(James, 1890, p. 1068).

En otras palabras, la percepción de un estímulo relevante genera una serie de res­


puestas corporales (fisiológicas y m otoras), siendo la percepción contingente de éstos la
que provoca la experiencia emocional.
Cari Lange (1884), fisiólogo danés, propuso de forma independiente un año más tarde
una teoría similar; si bien ambas entendían las emociones como fruto de la propiocepción
de los cambios fisiológicos (de ahí que tradicionalmente se conozca esta teoría como de
James-Lange), Lange acentuó el peso de los factores vasculares en la respuesta em ocional3.

3 En realidad, para Lange los cambios fisiológicos son la emoción en sí misma, mientras que para
James lo es la propiocepción de éstos.
Teorías emocionales 299

La teoría de Jam es-Lange se asienta sobre cinco principios: 1) cada emoción posee
un patrón fisiológico específico de respuestas som ato-viscerales y motórico-expresivas;
2) la activación fisiológica es condición necesaria para la existencia de una emoción; 3)
la propiocepción de la activación fisiológica ha de ser contingente con el episodio emo­
cional y, finalm ente, 4) la elicitación de los patrones de activación característicos de una
emoción podría, al m enos teóricam ente, reproducirla.
Además del valor que le confieré«ser la prim era teoría psicológica estructurada sobre
la emoción, se ha considerado (Palmero, 1996) que la inclusión de elem entos percepti­
vos y valorativos de los cambios fisiológicos em ocionales constituyen un antecedente de
las teorías cognitivas contem poráneas (Fernández-Abascal y Palmero, 1996).

4.3. La tradición neurológica

Las críticas a la teoría de Jam es-Lange no se hicieron esp erar4. Walter B. Cannon la
cuestiona proponiendo la «teoría talám ica de las em ociones» en Bodily changes in pain,
hunger, fe a r and rage (Cannon, 1929); ésta sostiene básicam ente que para experim entar
una emoción han de producirse una serie de acontecim ientos que se inician con la per­
cepción del estím ulo que, a su vez, produce una activación talám ica favorecedora de dos
efectos simultáneos: activa m úsculos y visceras, a la vez que envía feedback informativo
al córtex. D e'este modo, experiencia subjetiva em ocional y cambios corporales transcu­
rren paralelam ente sin relación causal mutua.
Sé desprende de lo expuesto que, más que la correspondencia directa entre una em o­
ción particular asociada a unos cambios fisiológicos propios, existiría un sistem a gene­
ral de defensa que prepararía al organism o para enfrentarse a las situaciones significati­
vas m ediante la lucha o la huida. Años más tarde Hans Selye (1946) describió el patrón
de respuestas fisiológicas al estrés prolongado, sim ilar al descrito por Cannon, que de­
nominó Síndrome General de Adaptación.
Al contrario que Jam es, C annon5 (1927) sostuvo que el tálamo era la estructura ca­
pital para la experiencia em ocional, criticando cinco aspectos de la teoría de James: 1) la
separación total de las visceras del SNC no altera el com portam iento emocional; 2) los
cambios corporales que( acaecen en todos los estados em ocionales son muy similares; 3)
los órganos internos que se suponen retroalim entan el cerebro durante la emoción son
relativamente insensibles, cuestionando su influencia en el feedback emocional; 4) los
cambios ocurridos en los órganos internos son dem asiado lentos para producir la expe­
riencia em ocional, y 5) la inducción artificial del estado em ocional no produce senti­
mientos em ocionales (Fernández-Dols y Ortega, 1985; Mayor, 1998).
Finalmente, critica la falta de concordancia entre la experiencia subjetiva y fisiológi­
ca (justificada por poseer tiem pos de latencia superiores), con lo que supuestam ente se
desbarata la relación causal sobre la que se asienta la teoría de James: activación (proce­
so biológico) seguido de la propiocepción (experiencia subjetiva). En este punto Cannon

4 Posiblemente también porque James no propuso ningún mecanismo alternativo para generar el sen­
timiento que corresponde a un cuerpo excitado por la emoción (Damasio, 1996).
5 A Cannon debemos también el desarrollo del concepto de homeóstasis a partir del propuesto por
el fisiólogo Claude Bemard en el siglo xix en el curso de sus estudios sobre la función glucogénica del
hígado.
Teorías emocionales 319

imposible pensar en la em oción sin conciencia de ella m isma; alegan en defensa de su


posición que la experiencia inm ediata de la em oción inform a al sujeto de la naturaleza e
importancia de un evento que la causa, lo que daría el carácter de urgencia a los senti­
mientos que les m otiva a tener prioridad en el procesam iento cognitivo; en otras pala­
bras: los efectos inform ativos y m otivacionales de la em oción dependen de la experien­
cia consciente.
LeDoux (1994c) m edia en la disputa sosteniendo que si bien las em ociones han de
ser necesariam ente conscientes, es preciso diferenciar la experiencia em ocional del pro­
cesamiento em ocional, ya que la experiencia em ocional es el resultado del procesam ien­
to emocional. Las em ociones, en tanto que estados de conciencia afectivam ente carga­
dos y subjetivam ente experim entados, no pueden ser inconscientes, sin em bargo, el
procesam iento em ocional — no consciente— es el que produce em ociones conscientes.
Es decir, el contenido de la conciencia está determ inado por procesos que no son accesi­
bles a la conciencia.
L a m ayoría de las teorías de la em oción aceptan im plícitam ente que la experiencia
em ocional es fruto del proceso de evaluación no propositivos, no conscientes, ya sea
por el feed b a c k corporal (Jam es, 1890), el feed b a c k facial (Izard, 1981), y la activa­
ción fisiológica y cognitiva (Schachter y Singer, 1962). Todos ellos sostienen, de una
u otra form a, que al acceder la activación em ocional a la conciencia se provoca la
em oción.
Sostenem os que en este proceso el cerebro debe, en prim era instancia, evaluar el
estim uló y determ inar si es em ocionalm ente significativo, antes de producir la secuen­
cia de m anifestaciones em ocionales de activación que afloran a la conciencia m edian­
te las m anifestaciones em ocionales que percibe el sujeto (feedback); m ientras que la
evaluación em ocional provoca la conciencia de la experiencia em ocional, la evalua­
ción, en sí, se m antiene a un nivel preconsciente. En otras palabras, el contenido de la
conciencia em ocional está determ inado por los procesos que ocurren de m anera no
consciente, de tal m anera que las experiencias em ocionales (sentim ientos de m iedo o
ira, por ejem plo) reflejan la representación en la conciencia del procesam iento de la
inform ación que se ha producido en los sistem as cerebrales especializados en m ediar
los procesos de evaluación de los estím ulos y en m ediar, tam bién, en la secuencia de
respuestas conductuales y viscerales características de cada em oción (M artínez-Sán-
chez, 1998). —
Esta posición es com patible con las teorías que sostienen que el procesam iento em o­
cional no consciente (el afecto vs. la cognición) es el punto de entrada para que la expe­
riencia em ocional se haga consciente y surja la emoción. En el ám bito fisiológico esta
posición se vería apoyada por los trabajos en que, en el contexto del estudio del miedo
aprendido, se ha dem ostrado la existencia de vías que transm iten la inform ación senso­
rial desde el tálam o a la am ígdala, sin que se dé una intervención prim era de los sistemas
corticales, lo que se puede interpretar com o una evidencia de que existe un procesa­
m iento em ocional precognitivo o preconsciente (LeDoux, 1994b). De hecho LeDoux
propone el concepto de, sistem a de evaluación amigdalino, por cuanto a la am ígdala se
le atribuyen funciones de valoración sobre estím ulos em ocionalm ente relevantes para el
organism o.
Por su parte, para Scherer (1994d) la form a m ás acertada de abordar el problem a es
diferenciar entre nivel y tipo de procesam iento. Considera m ás fructífero determ inar la
naturaleza del procesam iento de la experiencia em ocional que precede a la em oción,
300 Psicología de la motivación y la emoción

alude a los trabajos de Gregorio M arañón (1924) argumentando que los cambios visce­
rales inducidos experim entalm ente no evocan verdaderas em ociones.
Paralelam ente a Cannon, Bard (1928) realizó diversos experim entos de inducción
experimental de la denom inada «rabia decorticada»6, de ahí que su teoría sea conocida
también como Cannon-Bard o «Teoría de la Emergencia» al sostener que una emoción
señala una situación de emergencia, que activa el organismo para restituir el equilibrio
alterado; por tanto, la em oción es entendida como un fenómeno de origen predom inan­
temente talám ico subcortical Se considera que la principal contribución de esta teoría
fue proponer la existencia de centros específicos en el SNC para la experiencia emocio­
nal, iniciando así la tradición neurológica en el estudio de las em ociones (Grzib y Bria-
les, 1996).
En 1937, Papez propone que las estructuras neurales del «cerebro antiguo» (conoci­
do desde entonces como el Circuito de Papez) jugaban un papel capital en la emoción.
Sobre la hipótesis que sostiene que los vertebrados inferiores poseen conexiones anató­
micas y fisiológicas entre los hem isferios cerebrales, el tálam o dorsal e hipotálam o, Pa­
pez (1937) supone que las conexiones cortico-hipotalám icas podrían explicar el substra­
to neural de la emoción. Propone que tras llegar al tálam o, las aferencias sensoriales se
dividen en tres rutas: a la corteza cerebral (corriente de pensam iento), a los ganglios
basales (corriente de movimiento) y al hipotálam o (corriente de sentimiento).
Klüver y Buey (1937) propiciaron tam bién un decisivo avance de los conocimientos
de los m ecanismos biológicos de la emoción, al describir un síndrom e consistente en
que los prim ates que habían sufrido la extirpación quirúrgica de partes del lóbulo tempo­
ral, m ostraban grandes cambios en su conducta en el postoperatorio (m ostrándose dóci­
les, sin dar m uestras de m iedo e ira). Observaronvtambién que dejaban de percibir el
sentido de m uchos objetos pues trataban de ingerir objetos no com estibles, además, su
conducta sexual se hizo más prom iscua. Estos estudios concluyeron que las estructuras
corticales habían de tener tam bién un papel determ inante en la emoción.
M ás tarde, M acLean (1949) propone que el lóbulo límbico y determ inadas estructu­
ras subcorticales constituyen un sistem a funcional: el sistem a límbico o «cerebro visce­
ral», considerando el encéfalo como un sistem a de tres capas superpuestas. La capa má&
antigua y profunda representa nuestra herencia encefálica reptiliana (cerebro reptilia-
no), se corresponde con la organización del troncoencéfalo y es responsable de la con­
ducta autom ática necesaria para la supervivencia (por ejemplo, la respiración). Con el
tiempo, sobre ésta se desarrolló una nueva capa, el «cerebro m am ífero antiguo», encar­
gada principalm ente de la conservación de la especie, que incluiría las estructuras neu­
rales, el hipotálam o y la amígdala, que m edian en la experiencia em ocional; le corres­
ponderían tam bién las funciones de alim entación, evitación, escape, lucha, y la búsqueda
de placer. Por último, fruto de la evolución surge una tercera capa denom inada «cerebro
m amífero nuevo», a la que se atribuyen funciones relacionadas con las capacidades ra­
cionales y verbales.
Por su parte, Olds y M ilner (1954), cuando intentaban im plantar un m icroelectrodo
en la formación reticular, con el fin de verificar el im pacto de la estim ulación eléctrica

6 La denominada «falsa ira» se provocaba al extirpar partes d ercórtex a perros, se caracterizaba por
que sus ataques estaban desorganizados y torpemente dirigidos. Bard atribuyó al córtex cerebral una fun­
ción de control inhibitorio de la responsividad emocional, mientras que a las estructuras subcorticales la de
las conductas emocionales de ira.
Teorías emocionales 301

sobre el aprendizaje y la atención, descubrieron accidentalm ente los centros neurológi-


cos im plicados en el refuerzo, poniendo de m anifiesto la existencia de «centros» de pla­
cer y dolor. A partir de estos trabajos se dem uestra que la conducta de auteestimulación
se obtiene m ediante la estim ulación eléctrica de num erosas zonas subcorticales y algu­
nas frontales.

4.3.1. M odelos basados en la activación

Los prim eros desarrollos del concepto de activación, para describir los cambios fisioló­
gicos periféricos em ocionales, se deben a Elisabeth Duffy (1962).
Inicialm ente el concepto de activación o arousal que propuso ésta presupone una
concepción unidim ensional de la activación, que describe la am plitud de cambios fisio­
lógicos que va desde el sueño a la excitación extrema. La em oción no sería sino la con­
ciencia de los ajustes som áticos ante las dem andas ambientales. Esta concepción unidi­
m ensional se m antuvo durante m ucho tiem po, influyendo en algunas de las teorías
emocionales m ás relevantes.
A partir de los trabajos de Lacey cobraron im portancia los m odelos específicos de
activación. Los trabajos del m atrim onio Lacey cuestionan el concepto unitario de activa­
ción: «el arousal electrocortical y autonóm ico pueden considerarse como diferentes for­
mas de arousal, com plejas en sí m ismas (...) ninguna de ellas puede utilizarse como más
válida que otra» (Lacey, 1967, p. 16-17). De este modo se acepta que el arousal som áti­
co y conductual pueden estar disociados, que los indicadores com únm ente aceptados de
activación pueden correlacionar pobrem ente entre sí {fraccionamiento direccional), así
como que ciertas situaciónes tienden a elicitar el m ismo patrón de reactividad psicofisio-
lógica (estereotipia situacional).
Asimismo, form ulan el concepto de especificidad de respuesta individual, para des­
cribir un patrón persistente de respuestas som áticas provocadas en respuesta a una am­
plia variedad de acontecim ientos del entorno: «un conjunto de funciones autonómicas
que tienden a responder de acuerdo a un patrón idiosincrásico de activación autónoma,
constituyendo éste la form a característica de expresión del nivel máximo de activación
bajo cualquier situación de estrés» (Lacey y Lacey, 1958, p. 50). Años después, ambos
conceptos acuñados por los Lacey se extendieron a otras áreas tales como la función
neuroendocrina, en particular al estudio de la reactividad horm onal al estrés (Fem ández-
Abascal y M artínez-Sánchez, 1998).

4.3.2. E l m odelo de Gray

Uno de los m odelos m ultidim ensionales de activación más am pliam ente aceptados es el
propuesto por Gray (1982), quien sostiene que el SN de los m am íferos está compuesto
por tres sistem as capaces de procesar tipos específicos de información: 1) El sistema de
aproxim ación conductual (BAS), un sistem a de feedback negativo, activado por estím u­
los asociados al reforzam iento y el cese u om isión del castigo (alivio no punitivo); 2) El
sistema de inhibición conductual (BIS), activado por estím ulos condicionados asociados
al castigo, a la om isión o cese del refuerzo, así como los estím ulos novedosos y, por
último, 3) El de lucha-huida (SLH), que responde a los estím ulos condicionados e in-
condicionados aversivos, e igual que el BIS responde con la secuencia «parar, mirar,
escuchar, y prepararse para la acción».
302 Psicología de la motivación y la emoción

Estos tres sistemas, junto al subjetivo, se corresponden con tres niveles de análisis:
conductual (análisis de input-output), neural (estructuras y funciones cerebrales), y cog-
nitivo (procesam iento de la inform ación). La predom inancia de cada uno de estos siste­
mas, perm ite una taxonom ía en la que se corresponde la patología con el predom inio de
uno, o varios, de estos sistemas: en la ansiedad el BIS, en el pánico el SLH, etc.

4.3.3. M odelos psicobiológicos actuales

El cerebro es un sistema com plejo que constituye el principal sistema fisiológico hum a­
no; ser fruto de m illones de años de evolución le ha posibilitado formas altam ente efi­
cientes de conservación y procesam iento de la información. A éste le corresponden dos
funciones principales: una regulatoria, operando para el m antenim iento de las funciones
estables del medio orgánico (hom eostasis), además de otro grupo de funciones que pro­
veen soporte a las dem andas conductuales, este papel supone interrum pir la homeostasis
como consecuencia, en ocasiones, de la em oción (Levenson, 1994b).
Las estructuras neuroanatóm icas m ás directam ente im plicadas en la em oción se ubi­
can en el sistem a límbico, que incluye el hipotálam o, el septum, la circunvolución del
cíngulo, la corteza entorrineal, parte de la am ígdala y el tálam o anterior. Muchas de las
conexiones del sistem a lím bico guardan relación con la expresión conductual de las
em ociones por m edio de vías polisinápticas que vinculan las estructuras lím bicas con
los tres sistem as efectores de expresión em ocional: endocrino, autónom o y somático
(M artin, 1998).
Para Ledoux (1994), en presencia de un estím ulo em ocional, el cerebro valora su
significado y responde en función de éste. A nivel neural, la evaluación del estím ulo y el
control de la respuesta se realiza en una estructura clave en la evaluación y producción
de respuestas defensivas ante estím ulos am enazantes: la am ígdala, una pequeña estruc­
tura sobre el tallo encefálico, que representa un im portante papel de la codificación del
significado em ocional de los estím ulos sensoriales, así com o en la regulación de las
expresiones emocionales. Así, por ejem plo, los anim ales que tienen lesionada la am íg­
dala responden norm alm ente al uso de los objetos, pero son insensibles a su significado
emocional primitivo. Está relacionada con el tronco cerebral, im plicado en el control de
las reacciones preprogram adas, conductas típicas de las especies y las reacciones endo­
crinas.
A un nivel superior, las áreas de asociación del córtex carecen de conexión con las
áreas m otoras del tronco cerebral, im plicadas en las reacciones estereotipadas, mientras
que poseen conexiones con el sistem a de control m otor en el neocórtex y el ganglio
basal. Por otra parte, suponem os que otras áreas del córtex y del hipocam po, especial­
m ente las áreas de asociación neocortical están más im plicadas en la cognición (Palme­
ro, 1996).
Al hipocam po se le atribuye, adem ás de intervenir en la m em oria, la función de
m ediar en el procesam iento cognitivo de la em oción, éste «com para la inform ación en­
trante con las predicciones elaboradas y, si se detecta una discrepancia, se facilita la
focalización de la atención e inhibe la conducta m otora en curso» (Derryberry y Tucker,
1992, p. 332). Al contrario que la am ígdala, m adura m ás tarde, por lo que si la primera
es capaz de conferir en etapas tem pranas cualidad afectiva a la experiencia, el hipocam ­
po tiene un proceso lento de m ielinización que concluye sobre el cuarto o quinto año de
vida.
* Teorías emocionales 303

LeDoux (1994) propone la existencia de dos tipos de respuestas emocionales: 1) El


tipo I, producido de m anera inm ediata e involuntaria, es elicitado cuando la amígdala
evalúa estím ulos de valencia afectiva. Representa los patrones de reacción ante estím u­
los clave gestados a lo largo de la evolución de la especie, por ejem plo, la paralización y
expresión facial de m iedo ante estím ulos am enazantes, generando respuestas autonómi­
cas, endocrinas y som áticas incontrolables. 2) El tipo II, parcialm ente bajo control voli­
tivo, es específico para cada individuo, refleja las predicciones y consecuencias acaeci­
das en pasadas situaciones similares. Frecuentem ente sigue a las del Tipo I, representando
las estrategias del organismo para afrontar la situación activadora.
El sistem a opera, según LeDoux, en una secuencia que se inicia cuando el núcleo
lateral de la am ígdala recibe señales de las áreas de procesam iento sensorial del tálamo
y córtex, así como de las áreas asociativas corticales. El núcleo lateral proyecta hacia el
núcleo central, y los dos directam ente a través de las conexiones intraam ígdala al núcleo
basal.
Como vemos, la im portancia dé la am ígdala es vital, especialm ente la fracción del
núcleo lateral (puente sensorial y cognitivo de entrada) y vasolateral. Éste proyecta al
núcleo basal, el cual tiene diversas proyecciones hacia la am ígdala central, la estría,
áreas neocorticales de asociación y el hipocam po. Las respuestas tipo II están tam bién
m ediadas por la am ígdala, ya que cuando se lesiona ésta se dificulta el condicionam ien­
to de evitación.
Respecto al papel de la corteza en la em oción, las aportaciones sum inistradas por la
clínica neuropsicológica7 m uestran que el hem isferio izquierdo (HI) está especialmente
im plicado en el procesam iento de em ociones positivas, m ientras que el derecho (HD)
parece estarlo en las negativas (Tucker, 1981). Una lesión en el HI provocaría una pre­
dom inancia del derecho, y la consecuente aparición de estados em ocionales negativos;
por el contrario, lesiones en el derecho provocan estados incontrolados de indiferencia-
ción em ocional o euforia.
En lo referente a la identificación, expresión facial em ocional y verbal, tam bién se
m uestra una m ayor participación del HD, provocándose serias dificultades de entona­
ción em ocional cuando el HD se halla lesionado (León-Carrión, 1995) o durante el Test
de W ada8. Al m ism o tiem po, aparece una clara dificultad para representar y reconocer
estados em ocionales en los dem ás (M anning, 1988). Así, lesionados cerebrales derechos
e izquierdos aparecen afectados al m ism o nivel en tareas de decodificación de frases que
no poseen prosodia em ocional (preguntas, afirm aciones, etc.), sin embargo, cuando han
de reconocer-frases que contienen prosodia em ocional los lesionados en el HD se m ues­
tran claram ente inferiores en su ejecución.
Davidson (1993) propone un m odelo en el que las regiones anteriores derecha e iz­
quierda (prefrontal y tem poral anterior) están im plicadas en la evitación de estímulos
negativos y aproxim ación a los positivos respectivam ente, así el afecto negativo, espe­
cialm ente en la tristeza y sus patologías, se asocia al decrem ento en la activación ante­
rior izquierda.
Los lóbulos frontales juegan tam bién un im portante papel, ya que reciben informa­
ción de las proyecciones nerviosas provenientes del tálam o (núcleos m ediodorsales),

7 Para una revisión véase Damasio (1996)


8 Éste consiste en inyectar amital sódico en las carótidas para anestesiar uno u otro hemisferio cerebral.
304 Psicología de la motivación y la emoción

que a su vez han recibido inform ación de la am ígdala, el hipotálam o y estructuras límbi-
co-reticulares (Adrián, 1993). Los pacientes con síndrome frontal (traumatism o cráneo-
encefálico prefrontal) muestran: 1) reducción de la espontaneidad emocional; 2) apatía y
respuestas em ocionales aletargadas, y 3) enlentecim iento verbal y alexitim ia (dificultad
para identificar y expresar las emociones).
l

5. LOS MODELOS CONDUCTUALES

Predom ina en esta orientación el interés por la respuesta sobre el proceso emocional,
que queda reducido a un epifenóm eno, fruto de los distintos tipos de aprendizaje.
Esta prem isa explica el relativo desinterés que el conductism o m ostró hacia la em o­
ción, ¿por qué interesarse por «algo» constitutivamente subjetivo, si no es observable y
sólo puede ser evaluando indirectamente — inferido— observando sus correlatos?
Con el advenim iento del m anifiesto conductista de 1913 respecto a lo que es, y lo
que no, científico, se prim ó el estudio del aprendizaje frente a otros procesos. De hecho,
es difícil obtener inform ación en tom o a la visión que de la em oción tienen los teóricos
conductistas y neoconductistas, por lo que habitualm ente es preciso acudir a textos de
psicología del aprendizaje para obtener esta información. Del mismo m odo — tal vez en
justa correspondencia— , los m anuales de em oción reducen a contados tópicos la dim en­
sión conductual de la emoción.
Sirva esta prem isa para justificar lo convencional — y hasta escaso— que pueda pa­
recer este epígrafe, sin embargo, creemos que se corresponde justam ente con el escaso
interés suscitado por la emoción durante una parte importante de la historia de la psicología.

5.1. La emoción condicionada

Para J. B. Watson, las em ociones son reacciones corporales a estím ulos específicos (Tor-
tosa y Mayor, 1992) en las que el elemento subjetivo — caja negra— apenas carece de
valor. ^
Sobre las observaciones realizadas en la conducta de recién nacidos, Watson propo­
ne la existencia de tres tipos de estím ulos incondicionados (El) que generarían respues­
tas incondicionadas (RI) con cualidad em ocional: el miedo ante situaciones aversivas, la
ira causada por la inm ovilización corporal, y el amor en respuesta a la estim ulación de
las zonas erógenas. Sobre estas tres pautas de reacción simples, y por condicionamiento
clásico, podrían generarse la m ayor parte de las reacciones afectivas. De este modo,
estím ulos inicialm ente neutros al asociarse con El adquieren carácter emocional.
Watson y Rayner (1920) dem ostraron la posibilidad de adquirir y suprim ir el miedo
empleando el condicionam iento clásico, m ostrando cómo Albert, un niño de 11 meses,
podía aprender a sentir miedo a una rata blanca, y generalizarlo más tarde a otros estí­
mulos. El proceso constó de cinco fases: 1) com probaron que Albert no tenía miedo a los
animales, pero sí {respuesta incondicionada-RT) ante un fuerte ruido producido al gol­
pear una barra metálica; 2) se expuso la rata (estímulo condicionado-EC) al niño al tiempo
que se golpeaba una barra m etálica (estímulo incondicionado aversivo-El). La respuesta
incondicionada (RI) fue un violento sobresalto, acompañado de llanto e intentos de hui­
da; 3) tras seis ensayos de em parejam iento EC (ra ta )-El (ruido); 4) al presentar exclusi­
Teorías emocionales 305

vamente la rata se produjo el llanto y los m ovim ientos de alejam iento, finalmente 5) al
presentarle objetos tales com o conejos, abrigos de piel, etc., se produjo la RC, y con ello
la generalización del EC (Romero, 1995).
Más tarde, Skinner propone que las em ociones son predisposiciones de conducta o
estados inferidos a partir de la fuerza o debilidad de una respuesta, fenómenos media-
cionales entre estím ulos y respuestas relacionadas directam ente con la activación del
organismo (Carpintero, 1989). Estes y Skinner (1941) describieron el fenómeno deno­
minado «respuesta em ocional condicionada», consistente en que tras haberse producido
un condicionam iento clásico aversivo, el El causante del m iedo adquiere propiedades
inhibidoras de la conducta suprim iendo las respuestas instrum entales reforzadas positi­
vamente. De este m odo se dem ostraba la interacción entre un estado em ocional negativo
— miedo— con el estado previo (hedónicam ente agradable) producido por la conducta
operante.
Otra línea de investigación del condicionam iento em ocional fue desarrollada por
Mowrer (1939); éste consideró el miedo como un im pulso motivacional aprendido por
principios pavlovianos, m ientras que la respuesta m otora se adquiría por condiciona­
miento instrum ental, siendo el reforzador la reducción del im pulso (miedo). Los estu­
dios en que se som etieron a ratas a procedim ientos de escape m ostraron que las conduc­
tas de evitación estaban m otivadas por el m iedo a la descarga eléctrica, m ientras que el
cese del estím ulo aversivo contingente con la respuesta de escape se convertía en un
reforzador negativo; finalmente,'^ruando las descargas eran inescapables se increm enta­
ba el nivel de ansiedad (M owrer y Viek, 1948).
Rescorla y Solomon (1967) sobre los postulados de Mowrer, desarrollan la teoría de
los dos factores que describe la interrelación entre el condicionam iento clásico e instru­
mental. Presuponen que los EC adquieren propiedades tanto em ocionales como infor­
mativas; así, cuando en el condicionam iento instrum ental la respuesta produce el cese
de la recom pensa (castigo negativo u om isión), se induce frustración, m ientras que si se
produce el cese de un estím ulo aversivo (condicionam iento de evitación o escape), el
estado em ocional resultante es el alivio o relajación.
En suma, durante el condicionam iento clásico el El no sólo produce una reacción
visceral y m otora específica, sino tam bién un estado emocional, cuya cualidad depende
de la naturaleza del El (apetitiva o aversiva) y del tipo de condicionamiento (excitatorio
o inhibitorio). Igua: nente, el condicionamiento instrum ental im plica la adquisición de
una respuesta motora, una expectativa y un estado emocional cuya cualidad depende también
tanto del tipo de El como del proceso de condicionamiento utilizado (Tarpy, 1975).

5.1.1. La emoción com o impulso

El papel de la em oción como variable que im pulsa y motiva fue profusam ente estudiada.
Así, N. E. M iller m ostró en 1948 cómo una situación inicialm ente neutra, puede llegar a
producir, por condicionam iento clásico, un estado de miedo capaz de im pulsar (motivo
aprendido) la adquisición y el m antenim iento de nuevas conductas instrum entales (evi­
tación) para alejarse y reducir el estado displacentero (habitualm ente descargas eléctricas).
La teoría de los procesos oponentes propuesta por Solomon y Corbit (1974) explica
la interacción entre el estado afectivo y el aprendizaje. Básicam ente sostiene que la pre­
sentación de un refuerzo induce un estado afectivo prim ario (A), seguido de otro secun­
dario (B) de valencia hedónica opuesta; tras sucesivas presentaciones del reforzador,
306 Psicología de la motivación y la emoción

disminuye la intensidad del estado afectivo prim ario, debido al incremento de intensidad
del secundario (Figura 12.2). Para Solom on (1980) en situaciones tales como el consu­
mo de drogas, el estado afectivo secundario inducido (síndrom e de abstinencia) por la
retirada del reforzador (droga) im pulsa a la búsqueda de reforzadores (droga) para redu­
cir sus efectos displacenteros.
K. Spence (1960) atribuye a la em ocionalidad el carácter de variable que contribuye
al nivel impulsivo general (drive), explicando las diferencias individuales en el condi­
cionam iento aludiendo a variables em ocionales (Pelechano, 1973). Asim ism o, Spence
predijo que los sujetos podían diferir en la intensidad de las respuestas em ocionales frente
a estím ulos aversivos, siendo los más emotivos quienes tendrían una m ejor ejecución
frente a estos estím ulos, dado su m ayor nivel de impulso.
J. Taylor (1951) se interesó en la década de los cincuenta del siglo pasado por la
responsividad emocional, al estudiar la ansiedad, dem ostrando que ésta influía en el con­
dicionam iento clásico aversivo de la respuesta palpebral ante un soplo de aire; así, los
sujetos con altos niveles de ansiedad em itían un m ayor núm ero de RC que los sujetos
con bajos niveles. Taylor entiende la ansiedad como una variable im pulsora, capaz de
producir efectos positivos y negativos sobre el rendim iento en función de las distintas
situaciones. Como vemos, la principal aportación de Spence y Taylor a la psicología de
la emoción fue el estudio em pírico de la ansiedad, subrayando su dim ensión energizan-
te, así como el desarrollo de instrum entos para m edirla (Pelechano, 1973).

5.1.2. La indefensión aprendida

El fenómeno de la indefensión aprendida descrito por Seligman (1975), consiste, básica­


mente, en la percepción subjetiva de la ausencia de contingencia entre las respuestas
emitidas ante una situación y sus consecuencias, cuando a un sujeto se ha expuesto con
anterioridad a una experiencia aversiva incontrolable que interfiere con el aprendizaje
de escape y evitación.
Seligman y sus colaboradores utilizaron experim entalm ente perros para dem ostrar
que la exposición a descargas no contingentes con sus respuestas (inducción de la inde-

1 min. Proceso primario

Proceso oponente

F igura 12.2. Representación gráfica de la evolución del estado afectivo.


Teorías emocionales 307

fensión) producía un determ inado tipo de aprendizaje activo que generaba una interfe­
rencia proactiva con un nuevo aprendizaje de éxito. Propuso, como mecanismo explica­
tivo de este efecto, que la exposición a acontecim ientos incontrolables produce indefen­
sión debido al desarrollo de la creencia de que no se puede influir (ausencia de control)
sobre la aparición futura de acontecim ientos aversivos.
La indefensión provoca tres grupos de déficit principales: m otivacionales (apatía o
inactividad), cognitivos (la expectativa de incontrolabilidad dificulta el aprendizaje pos­
terior de la controlabilidad) (Ferrándiz, 1989) y emocionales: «cuando el sujeto termina
aprendiendo que no puede controlar el traum a, el m iedo dism inuirá y será sustituido por
la depresión» (Seligm an, 1975, p. 85).
Posteriorm ente, Abramsoi^, Seligman y Teasdale (1978) reform ularon su teoría in­
corporando las atribuciones causales para explicar el inicio y m antenim iento de trastor­
nos afectivos com o la depresión, sosteniendo que quienes han sido expuestos a aconteci­
mientos incontrolables desarrollan una incapacidad para cam biar su conducta, al esperar
que los acontecimientos futuros serán igualmente incontrolables (M iller y Seligman, 1975).
Además, Seligman propone el concepto de «preparación biológica», según el cual la
asociación de eventos am bientales — entre ellos los aprendizajes— pueden ser descritos
dentro de un continuo en cuyos extremos se ubican las asociaciones preparadas (fáciles
de aprender), y en el otro las contrapreparadas (difíciles de asociar), y entre ambos se
ubicarían las asociaciones fruto de la experiencia. Sobre estas prem isas propone que el
desarrollo de las fobias son un ejemplo de aprendizaje preparado, ya que éstas pueden
ser el resultado de un condicionam iento clásico ante estím ulos para los que el organismo
está biológicam ente predispuesto a reaccionar por su relevancia, por ello es m ás fácil
condicionar el m iedo a las arañas — estím ulo relevante filogenéticam ente— que a una
escoba; por este motivo, las fobias son muy resistentes a la extinción, se aprenden con
una m ínim a exposición y, m uchas de ellas, sé producen ante objetos de origen natural.

5.1.3. E l aprendizaje vicario de emociones

Bandura (19715,*1977, 2001) propone que la conducta em ocional puede aprenderse ob­
servando las reacciones em ocionales de los otros y sus consecuencias.
Para Bandura (1986), el aprendizaje vicario em ocional incluye dos procesos: el pri­
mero, está relacionado con la activación em ocional vicaria, en la cual las reacciones
emocionales del m odelo (expresiones faciales, vocales y m ovim ientos corporales) indu­
cen estados virtualm ente sim ilares en el observador: «los observadores resultan fácil­
mente afectados por las expresiones em ocionales ajenas» (Bandura, 1976, p. 153); el
segundo proceso refiere la forma en que los acontecim ientos asociados a las emociones
elicitadas vicariam ente llegan a tener por sí m ismas poder de activación emocional. Una
vez que se han aprendido estas contingencias, la simple presencia de las señales prem o­
nitorias bastan para inducir estados em ocionales en el observador.
Para que se produzca el aprendizaje em ocional en el observador, éste ha de ser cons­
ciente (prestar atención) de la relación existente entre estím ulos y respuestas em ociona­
les. De este m odo pueden explicarse algunas fobias que no son producidas inicialm ente
por la exposición directa a los objetos fóbicos, sino por la simple observación de quienes
responden con tem or; así por ejem plo, los m iedos de las m adres son frecuentem ente
transm itidos y com partidos por los hijos.
308 Psicología de la motivación y la emoción

Bandura señala que las experiencias aversivas pasadas del observador pueden facili­
tar su activación emocional al observar la conducta de un modelo que m anifiesta sufri­
m iento o dolor. Es preciso, por último, señalar que se valora el papel de los procesos
valorativos en el aprendizaje viario de las respuestas em ocionales, por cuanto los proce­
sos de atribución requieren elem entos valorativos de la significación del estím ulo, la
situación, y su relevancia para el m antenim iento de la estabilidad.
En suma, los modelos conductuales han puesto de manifiesto que las emociones pueden
aprenderse por condicionamiento clásico e instrum ental, así como por aprendizaje ob-
servacional. La m ayoría de los estudios han analizado el aprendizaje de em ociones ne­
gativas tales como la ansiedad y el miedo, actuando en algunos casos estas emociones
como variables energizantes y m otivadoras. En otros casos, la em oción puede interrum ­
pir o suprim ir la conducta en curso, tal y como sucede en los experim entos de supresión
condicionada. Finalmente, estos m odelos se han interesado tam bién por el estudio de los
procesos por los que estos estados em ocionales pueden reducirse o extinguirse, algo que
ha contribuido decisivamente al desarrollo de tratam ientos efectivos para diversas pato­
logías em ocionales.
\
•\ '

6. LAS TEORÍAS COGNITIVAS

6.1. Introducción

La suposición básica desde la que parten los m odelos cognitivos de la emoción sostiene
que las especies capaces de aprender — especialm ente los m am íferos— poseen la fun­
ción biológicam ente útil de evaluar constantem ente el entorno'en relación al m anteni­
miento de su bienestar. Las criaturas más avanzadas y com plejas realizan evaluaciones
más refinadas y sutiles que los organism os simples. Estos procesos, que se conocen con
el nom bre de «evaluaciones», perm iten responder selectivamente a los cambios en las
condiciones am bientales capaces de provocar daños o beneficios, facilitan la elabora­
ción de estrategias a largo plazo, favoreciendo anticipaciones muy sofisticadas a las con­
diciones futuras y perm itiendo, en últim a instancia, adaptarse.
Todas estas teorías com parten la asunción de que la em oción es el resultado de los
patrones evaluativos, fruto del procesam iento cognitivo (tanto consciente como no cons­
ciente) en presencia de estím ulos relevantes. Se entiende que estos procesos son alta­
mente subjetivos, lo que explicaría que un mismo acontecim iento pueda suscitar dife­
rentes reacciones afectivas en distintas personas (Scherer, 1997).
Tradicionalm ente, el estudio de las relaciones entre la em oción y la cognición ha
girado en tom o a la delim itación de la secuencia causal donde ubicar ambos procesos,
esto es, si la em oción es finalm ente un fenómeno pre o postcognitivo, incluso, si requie­
re el concurso de un elem ento cognitivo valorativo (proceso acognitivo) (Figura 12.3);
en otras palabras, si es posible la em oción indepéndientem ente de la consciencia y la
voluntad (M artínez-Sánchez, 1998). *
En este apartado revisarem os el estado actual de la cuestión, analizando paralela­
mente las diversas posiciones teóricas y contribuciones al estudio de la dim ensión cog-
nitiva de la emoción. Para ello, es preciso delim itar inicialm ente el concepto de cogni­
ción. Este tiene al menos dos acepciones, que discurren paralelas, en la literatura de la
Psicología de la Emoción: «percepción de conciencia» y «procesam iento com plejo de la
Teorías emocionales 309

Proceso Precognitivo

Proceso Postcognitivo

F igura 12.3 Relación entre cognición y emoción.

información». Desde la prim era acepción cabe preguntarnos si la com pleja respuesta
emocional puede acaecer sin experiencia consciente; por su parte, desde la óptica del
procesamiento de la inform ación, podem os plantearnos si la ocurrencia de una emoción
depende de la elaboración particular que el sujeto realiza del sentido y las propiedades
del evento que la provoca.
Veremos cómo las respuestas a estas cuestiones son necesariamente complejas; sin
embargo, podem os afirm ar que el sentido de un acontecim iento (sus im plicaciones en el
bienestar y el lpgro de metas), constituyen los determ inantes prim arios de la m ayoría de
las eipociones, por encim a incluso de las cualidades estimulares. Por otra parte, la deter­
minación del papel de la conciencia en la causación de la emoción es un tem a más pro­
blemático. A nuestro juicio, la conciencia del significado de un acontecim iento em ocio­
nal no es sólo, ni necesariam ente, la causa común de la emoción, si bien constituye parte
de la experiencia emocional en sí. Es el resultado de un procesam iento encauzado a la
emoción, y, por tanto, es m ucho más que una condición que la inicia.

6.2. Evolución histórica

Gregorio M arañón

Se considera el trabajo de Gregorio M arañón (1924) el iniciador de las denom inadas


teorías basadas en la interacción entre la actividad fisiológica y los procesos cognitivos
(Ferrándiz, 1996); éstas sostienen que la activación fisiológica es una condición necesa­
ria, aunque no suficiente, para que se produzca una reacción em ocional, haciéndose ne­
cesario el concurso de. los procesos valorativos del estado de activación y el contexto en
que se produce.
M arañón (1924) en su conocido trabajo «Contribución al estudio de la acción em oti­
va de la adrenalina», puso de m anifiesto la im portancia de los factores cognitivos en la
experiencia em ocional. De sus resultados se deduce la recíproca necesidad de ambos
310 Psicología de la motivación y la emoción

factores (activación fisiológica y el com ponente cognitivo) para la existencia de una


emoción. Al igual que dem ostraran posteriorm ente otros autores (Cantril y Hunt, 1932),
la sola activación por la inyección de catecolam inas no es suficiente para producir una
emoción; así, m ientras que en el estudio original de M arañón m uchos de los 210 sujetos
(aproximadam ente un tercio del total) a los que se inyectó la adrenalina respondían sen­
tir em ociones «vegetativas», «frías», y no se sentían tem erosos o alegres, si no «como si
lo estuvieran» a juzgar por su sequedad de boca y palpitaciones; el resto de los sujetos
experim entó em ociones «psíquicas».
Del trabajo de M arañón se derivan relevantes im plicaciones teóricas: l) -puede diso­
ciarse el componente fisiológico — em oción fría— , del subjetivo — emoción psíquica,
caliente— ; 2) el efecto de la activación adrenalítica induce un estado de inminencia afectiva,
que requiere la presencia de elem entos cognitivos (recuerdos o im ágenes) que permitan
explicar esa activación fisiológica; 3) no puede darse em oción sin activación fisiológica,
ni emoción sin com ponente cognitivo; y 4) el estado em ocional es fruto de la interacción
de ambos com ponentes (Ferrándiz, 1986).

Schachter y Singer

Años más tarde, Schachter y Singer (1962), siguiendo los postulados de M arañón, de­
fienden que la activación fisiológica indiferenciada determ ina la intensidad de la emo­
ción, m ientras que su cualidad estará determ inada por la interpretación del estado de
hiperactivación (las creencias, etiquetas verbales o indicios contextuale's) — componente
cognitivo— . En otras palabras, la conciencia de un estado de hiperactivación induce al
sujeto a atribuirla o etiquetarla en función de los indicios situacionales en que se en­
cuentra. La evaluación cognitiva de la activación fisiológica es una condición necesaria,
pero no suficiente, para desencadenar la emoción. Además, la intensidad de la activa­
ción fisiológica se corresponderá con la intensidad em ocional, pero esta activación fisio­
lógica será inespecífica en sí m isma en ausencia del elem ento evaluativo-cognitivo.
En el trabajo clásico, Schachter y Singer (1962) m anipularon el nivel de activación
fisiológica inyectando a algunos sujetos adrenalina y a otros un placebo. Algunos suje­
tos inyectados con adrenalina fueron inform ados correctam ente de los efectos que ésta
les produciría (A -Inj. m i e n t r a s otros no recibieron inform ación alguna (A -Ign.); al ter­
cer grupo (A-F.Inf..) se les sum inistró inform ación errónea sobre sus efectos. Todos los
sujetos fueron expuestos a una m anipulación situacional diseñada para establecer un
contexto evaluativo de ira o de euforia, de ese m odo se pretendía que un grupo tuviera
un grado de activación que pudieran atribuir a una causa, m ientras que otros experimen­
taran activación inexplicada; finalm ente, a los sujetos se les ponía al azar en una situa­
ción alegre (el actor confabulado con los experim entadores jugaba con un aro y hacía
aviones de papel) o de ira (el actor se m ostraba extrem adam ente enfadado y violento,
tirando objetos al suelo) para darles oportunidad de que «etiquetaran» su estado de acti­
vación provocado por la adrenalina.
Los resultados del experim ento m ostraron que quienes poseían inform ación adecua­
da de los efectos de la adrenalina atribuyeron su activación a ésta, m ientras que quienes
no tenían inform ación o ésta era inadecuada, utilizaron los estím ulos o señales contex­
túales para explicar sus cambios corporales. En la situación de ira los resultados no fue­
ron tan claros, posiblem ente porque a los sujetos se les prom etió subir su nota, y tenían
miedo a perderla si m anifestaban sus sentimientos.
Teorías emocionales 311

Este trabajo perm itió a Schachter (1964) form ular la «teoría bifactorial de la emo­
ción» o «del arousal más cognición» que defiende que: 1) ante un estado de activación
para el que el organism o carece de explicación éste es «etiquetado» y experimentado
subjetivamente en función de la valoración contextual realizada; 2) la experiencia emo­
cional se m anifestará exclusivamente en presencia de un grado de activación no explica­
da, y 3) se experim entará una em oción en la m edida en que la activación fisiológica sea
percibida por el sujeto.
Ambos factores, activación e interpretación (atribución causal), son necesarios para la
aparición de la emoción: «la presente formulación [...] mantiene simplemente que facto­
res cognitivos y situacionales determinan las etiquetas aplicadas a cualquiera de los diver­
sos estados de activación fisiológica» (Schachter, 1964, p. 71). Independientemente de la
escasa replicabilidad de los resultados que, su trabajo tuvo un m ayor impacto teórico que
experimental, generando una importante línea de investigación centrada sobre la impor­
tancia de la interpretación de la situación como elemento responsable de la emoción.
Como vemos, en la misma línea de lo propuesto por Cannon (1927) y M arañón (1924),
hasta la aparición de las teorías de la valoración cognitiva, se entendía que la interpreta­
ción de la activación fisiológica determ inaba la cualidad em ocional, m ientras que la in­
tensidad em ocional estaba determ inada principalm ente por la m agnitud de la activación
fisiológica.

6.3. Teorías basadas en la valoración cognitiva

Para estas teorías, la valoración está en el inicio de la em oción, valoración que está cen­
trada en diversos aspectos del entorno: atención o novedad, placer o displacer, certeza o
incertidumbre. Posteriorm ente, conform e evolucionaron estos m odelos, los elementos
valorativos que se incluyeron se hicieron progresivam ente más sofisticados: percepción
de control, atribución, adecuación a las normas, etc.

Magda A rnold

Arnold (1960) fue la prim era autora en proponer la prim acía de los procesos valorativos
situacionales en la aparición de la em oción, acentuando la dim ensión hedónica estimu­
lar como elem ento clave de la cualidad em ocional, en una secuencia causal en la que
este proceso está ubicado con anterioridad a la activación fisiológica y la posterior emo­
ción. Según Arnold, el sujeto continuam ente realiza valoraciones del entorno, evaluacio­
nes que lo aproxim an a lo agradable y alejan de la estim ulación aversiva. La emoción se
desencadena fruto de la valoración hedónica del estím ulo, m ientras que los sentimientos
surgen tras la determ inación valorativa de las consecuencias de la emoción. Por tanto, la
emoción sólo es posible tras la percepción y evaluación estimular.

Nico H. Frijda

Frijda (1986, 1988, 1993), en la m isma línea que Arnold, acentúa la significación de
objetivos e intereses presentes en los estím ulos para el sujeto en la aparición de la emo­
ción; añade a los postulados de ésta un im portante elem ento mediador, la valoración de
cómo m anejar la situación; el concepto de tendencia de acción, claram ente funcionalis-
312 Psicología de la motivación y la emoción

ta. Para Frijda (1988) existen una serie de patrones de valoración y de respuesta ante
eventos particulares de carácter universal, por lo que una pérdida personal induce uni­
versalmente tristeza. Por últim o, la em oción cumple una función motivacional ante los
eventos significativos que im plica la m ovilización de recursos (activación); por ejemplo,
el miedo motiva a la acción para autoprotegerse, prevenir y anticiparnos a un aconteci­
m iento potencialm ente lesivo.

R ichard Lazarus

Por su parte, Lazarus ubica la cognición (entendida fundam entalm ente com o valora­
ción) en el inicio del proceso emocional, seguida de la activación fisiológica y sus se­
cuencias, y todo ello dentro de un proceso transaccional en que intervienen numerosas
variables m ediacionales entre estos elementos.
En el contexto del estudio del estrés, atribuye las diferencias individuales en la res­
puesta al estrés a la m ediación de los procesos psicológicos de evaluación cognitiva y
afrontamiento en la continua interacción sujeto-medio (M artínez-Sánchez y García, 1993).
La evaluación cognitiva describe la interpretación subjetiva que «determ ina las conse­
cuencias que un acontecimiento dado provoca en el individuo» (Lazarus y Folkman, 1984;
p. 56); distingue entre evaluación primaria (interrogación que el individuo se hace en tor­
no a si la situación es beneficiosa o perjudicial) y secundaria (consecuente a una evalua­
ción primaria estresante, amenazante o desafiante, consiste en la propia interrogación ¿qué
puede y debe hacerse?). La interacción entre la valoración prim aria y secundaria determi­
nará el grado de estrés, así como la intensidad y valencia de la emoción consecuente. Este
proceso es continuo y puede ser modificado sobre la base de continuas reevaluaciones.
Por su parte, el desarrollo del concepto de afrontamiento, entendido como un proceso
dinámico de búsqueda de estrategias encaminadas a la resolución del problema, ocupa un
destacado lugar dentro de sus aportaciones a la Psicología de la emoción, al que define
como «los esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan
para manejar las demandas específicas externas y/o internas que son evaluadas como exce­
dentes o desbordantes de los recursos del individuo» (Lazarus y Folkman, 1984; p. 164).
Más allá de la resolución del problem a y sus resultados, el afrontamiento cumple dos
grandes tipos de funciones: el dirigido a la emoción y el dirigido al problema. El primero
trata de regular la respuesta emocional m anifiesta suscitada mediante la realización de
procesos muy variables que van desde la evitación, la m inim ización y la atención selecti­
va, hasta procesos de reevaluación y distracción. Por su parte, el afrontam iento dirigido al
problema trata de alterar éste; es más probable que surja cuando la evaluación cognitiva
ha resuelto la posibilidad de modificar las condiciones lesivas, am enazantes o desafiantes
del entorno, em pleando estrategias dirigidas a la definición, búsqueda de soluciones y
alternativas encaminadas a su resolución. Ambos tipos de afrontamiento están fuertemen­
te relacionados, pudiendo coexistir o interferirse entre sí (Folkman y Lazarus, 1980).
En suma, para Lazarus, la em oción es el resultado de un proceso de evaluación de la
relación (presente, im aginada o anticipada) entre la persona y su am biente, proceso que
incluye componentes: a) cognitivo-subjetivos; b) fisiológicos, y c) expresivos. Esta teo­
ría, es denom inada «cognitiva-m otivacional-relacional» (Lazarus, 1982, 1991).
En síntesis, para los teóricos de la valoración el elemento esencial y diferenciador de
las em ociones son los procesos cognitivos de valoración de los acontecim ientos. La
emoción es considerada, generalm ente, como un fenómeno postcognitivo en el que la
Teorías emocionales 313

valoración es condición necesaria y suficiente para que se suscite una emoción. Asimis­
mo, los procesos valorativos no finalizan con la respuesta em ocional, sino que continúan
durante ésta influyendo constantem ente sobre los procesos cognitivos.

6.4. Teorías basadas en la atribución

La teoría de la atribución, propuesta por Bernard W einer (1980, 1985), sostiene que el
proceso emocional es un fenómeno post-atribucional que sigue la secuencia: acción, re­
sultado, atribución y emoción.
Supone que tras la estim ulación ambiental acontece una valoración prim aria relativa
a sus consecuencias agradables o desagradables. Este proceso induce una prim era emo­
ción que es analizada sobre la base de sus consecuencias, en función de dicha atribución
de causalidad emerge la em oción más elaborada, que ulteriorm ente ejercerá un papel
motivacional sobre la conducta.
La cognición (atribución) ocupa un papel central en el m odelo propuesto por Weiner,
y perm ite diferenciar y precisar la reacción emocional. W einer (1980, 1985) propuso
tres dim ensiones de causalidad para explicar un resultado: 1) lugar (locus) de causalidad
interno-externo, se refiere al lugar dónde reside la causa, es decir, si se debe a factores
personales o am bientales; 2) controlabilidad, para distinguir la causas que están bajo el
control personal o bajo la influencia de factores no controlables por el sujeto (incontro-
labilidad); y 3) estabilidad, dim ensión relacionada con el hecho de si las causas son
relativamente estables o varían a través del tiem po (inestabilidad).
Según esta teoría, tras un éxito una atribución de locus de causalidad interna (por
ejemplo de habilidad) produciría orgullo, m ientras que si es externa (el éxito se debe a la
intervención de terceras personas), puede generar sentim ientos de gratitud. Tras un fra­
caso se experim entará culpabilidad o vergüenza cuando éste se atribuye a un factor in­
terno y controlable (por ejem plo, por ausencia de esfuerzo). La incom petencia puede
sentirse tras atribuir un fracaso a factores internos e incontrolables (por ejemplo, la au­
sencia de habilidades), m ientras que cuando el fracaso se atribuye a un factor externo e
incontrolable (por ejem plo, el com portam iento de otras personas), emerge la ira.

6.5. Teorías basadas en el procesamiento de la información

Tras las teorías basadas en la evaluación irrum pieron las teorías del procesam iento de la
información, que utilizan como mecanismo explicativo la conjunción entre el procesa­
miento de la inform ación y la reacción subjetiva suscitada por la emoción.

La Teoría bio-inform acional de Lang


Peter J. Lang (1979, 1985) elabora un m odelo teórico que trata de dar explicación de los
procesos cognitivos que median en la representación central y la expresión de la res­
puesta em ocional. La denom inada «Teoría bio-inform acional» o «M odelo de procesa­
miento de im ágenes em ocionales», pone de relieve que los pensam ientos (actividad cog-
nitiva-imaginativa), las reacciones psicofisiológicas (actividad visceral y somato-motora)
y la conducta m anifiesta están estrecham ente unidas.
314 Psicología de la motivación y la emoción

Se entiende la em oción como el fruto de la interrelación de estos sistemas de res­


puesta, y el resultado final de una disposición a la acción determ inada por una estructura
de inform ación específica alm acenada en la memoria. Cuando, en presencia de un estí­
mulo emocional, se activa esta estructura, se produce la reacción emocional m ediante un
patrón expresivo cognitivo, fisiológico y conductual. La estructura de inform ación de la
emoción está codificada en la m em oria en forma de proposiciones que se organizan en
redes asociativas, sobre la base de «relaciones lógicas entre conceptos relacionados»
(Lang, 1979, p. 499), y finalm ente es procesada como una unidad cuando se accede a un
número crítico o determ inado de proposiciones.
En el procesam iento de esta red, de naturaleza neural, la actividad de una unidad es
transm itida a la adyacente, y dependiendo de la fuerza de la activación, la estructura
entera puede verse involucrada. La probabilidad de que la red en su conjunto procese se
increm enta en función del núm ero de unidades inicialm ente activadas.
Para Lang (1990) la im agen em ocional es el resultado de: 1) los estím ulos que cir­
cundan la situación (detalles físicos, estím ulos visuales, auditivos, etc.); 2) proposicio­
nes verbales (explicación del sujeto, atribuciones, autoafirm aciones, etc.); 3) eventos
som atom otores — reactividad fisiológica— ; 4) características del procesador, y 5) los
ajustes físicos y postulares ante todo el proceso.
Las redes proposicionales contienen tres tipos de inform ación; veam os como ejem­
plo el miedo a las serpientes, propuesto por el propio Lang. La prim era categoría infor­
mativa de las proposiciones, describe la inform ación relacionada con los estím ulos ex­
ternos y el contexto en que se produce (el color de la serpiente, longitud, movimientos,
etcétera, así como otros aspectos contextúales tales como el que el sujeto esté sólo). En
la segunda categoría se alm acena inform ación relacionada con las respuestas m anifies­
tas y encubiertas que se producen en ese contexto (verbalizaciones como «¿qué hago?»,
m anifestaciones de activación como la taquicardia, hipersudoración, etc., y la conducta
verbal y expresiva) (Lang, 1985, p. 160). Estos procesos pueden ser procesados de ma­
nera narrativa, de acuerdo a reglas de estilo, sintaxis y gramática. Una respuesta normal
puede estar basada en el conocim iento asociativo, definido por las palabras utilizadas,
que denom inan a la m ism a historia con diferentes palabras, y explican tanto el porqué
como las consecuencias probables de ese acontecimiento. Véase Figura 12.4.
Esta red representa un miedo típico como una red conceptual de inform ación propo-
sicionalmente almacenada. Las subunidades están relacionadas por asociación, y los output
funcionales son un program a visceral y somatomotor. El prototipo puede ser activado
por una entrada cualquiera que provenga de cualquier estím ulo que contenga informa­
ción sim ilar a la alm acenada en la red. Las proposiciones de la red se representan con
discos circulares que contiene^ el nom bre y las etiquetas que unen conceptos. El modelo
tiene tres niveles de codificación, el nivel superior es el de código sem ántico del lengua­
je, que incluye tres amplios tipos de información: estím ulos, significados y proposicio­
nes de respuesta. La base de representación de la red entera es el código eferente que
organiza la respuesta.

La aportación de Gordon H. Bower

Bower ha estudiado la influencia de la emoción sobre los procesos cognitivos, en espe­


cial sobre la m em oria, el pensam iento y la percepción (Bower, 1981, 1994). Aunque no
se trata de un m odelo de la emoción propiam ente dicho, su im pacto teórico ha sido tan
Teorías emocionales 315

Bosque
istado Puede
Moverse ánimo atacar

■a
-o

Necesidad
Golpear
Sensación Taquicardia
Asustado
a, o
ü -o Moverse Excesivo
c¿
rápido

Evitación
Activación
cardiaca

«Tengo
Orientación
miedo»

Seguimiento
visual
Expresión
facial

Figura 12.4. Representación esquemática del modelo de Lang (Adaptada de Lang, 1985, p. 160).

fuerte que ha estim ulado vigorosam ente el conocim iento de las relaciones m utuas entre
la em oción y el resto de los procesos psicológicos básicos. Es preciso señalar que el
interés de Bower está centrado casi exclusivamente en el estudio de la memoria, utili­
zando la emoción como una variable independiente que ejerce un importante papel en la
memoria.
De sus investigaciones se desprende una serie de relevantes conclusiones: 1) las
emociones actúan como un filtro selectivo de la inform ación que se percibe, al prestar
mayor atención a los estím ulos em ocionalm ente congruentes con el estado emocional;
2) la inform ación que se aprende en un estado em ocional concreto se recuerda con m a­
yor facilidad cuando el sujeto se encuentra en un estado em ocional sim ilar — aprendiza­
je dependiente del estado— ; y 3) el estado em ocional influye tanto en los juicios o valo­
raciones respecto a la propia persona como de los demás.
Num erosos estudios experim entales corroboran estos postulados, para los que elabo­
ra una teoría que considera que cada emoción está com puesta por un nodo específico en
la memoria, y que éste está com puesto por etiquetas asociativas, por etiquetas verbales,
conductas, cogniciones y sucesos asociados a este estado. La estructura en «nodo» per­
mite la activación de otros paralelos a los que se encuentre conectado éste. El proceso
por el que se crean estas asociaciones es el aprendizaje y el refuerzo de lazos asociati­
vos. Así, cuando un sujeto se encuentra bajo un estado de ánimo determinado, éste pue­
de activar los nodos asociados a él y facilitar el recuerdo de los sucesos, pensamientos,
descriptores verbales, etc., que m ediante el aprendizaje y el bagaje vital se han gestado.
316 Psicología de la motivación y la emoción

Por el contrario, este estado inhibirá el recuerdo de nodos asociativos no vinculados o


incongruentes con el estado de ánimo del sujeto. 'Cuanto m ás frecuente sea una expe­
riencia repetida de asociaciones entre una situación, y sus factores contextúales, y todo
lo que envuelve el nodo (etiquetas verbales, conductas, cogniciones y sucesos asociados
a este estado), el nodo podrá activarse a partir de cualquier extrem o de la red semántica
(M artínez-Sánchez, Campoy, Palmero y Abascal, 1999).
La m ecánica por la que se rige este m odelo presupone, siem pre basándose en pro­
cesos de tipo asociativo, que las proposiciones y conceptos están unidas a nodos afec­
tivos. Todo acontecim iento que tenga una dim ensión reactiva de carácter afectivo es
alm acenado en la m em oria en un triple patrón com puesto por la descripción del su­
ceso, la em oción que ha generado, así com o por la regla interpretativa que perm ite
explicar la secuencia afectiva que ha provocado en el sujeto (para una revisión véase
acosta, 1990).

6.6. ¿Afecto o cognición?: Lazarus o Zajonc

El debate entre Lazarus y Zajonc se estableció en tom o al papel de la cognición en la


emoción. Lazarus (1982, 1984) defendía la necesidad de cierto tipo de «análisis del sen­
tido o significado» de un estím ulo para que sea posible la em oción, entendiendo la emo­
ción como un proceso prioritariam ente postcognitivo en el que la evaluación precede
siempre a la emoción.
Zajonc (1980, 1984), un psicólogo social interesado por el afecto, por el contrario
defendía, aludiendo a diversas evidencias experim entales, que las reacciones afectivas
pueden ser elicitadas m ediante sutiles procesos subcorticales; el procesam iento emocio­
nal se produce en paralelo en una secuencia en la que en una prim era fase que la reac­
ción afectiva (sentim iento) tiene prim acía sobre pensam iento (el procesam iento de la
inform ación a un nivel superior), para adoptar posteriorm ente una posición más pragmá­
tica (véase Zajonc, M urphy y Inglehart, 1989), que sostiene que la em oción y la cogni­
ción son sistem as separados y relativamente independientes.
En realidad, como verem os seguidam ente, esta discusión es puram ente semántica,
pues depende fundam entalm ente de qué entendam os por cognición (Scherer, 1994).
El conocido debate entre Lazarus y Zajonc — que en algunos m om entos alcanzó
gran brillantez intelectual, llegando incluso a provocar la tom a de partido de cuan­
tos estaban interesados por el tem a— , no es sino la m aterialización de la pugna entre
dos posturas, dos m aneras de entender la psicología de la em oción: la biológica y la
cognitiva.
Zajonc defiende una postura próxim a a los postulados bi^logicistas que sostiene que
la emoción no requiere necesariam ente cognición, y aporta 5una serie de argumentos en
defensa de esta tesis (Tabla 12.2).
Respecto al prim ero de los argumentos de Zajonc (1980,, 1984), (esto es, que a lo
largo del desarrollo fílogenético, las em ociones, en tanto que procesos adaptativos ante
un medio hostil, requerirían un sistem a de respuesta inm ediato — el sistem a afectivo—•,
capaz de facilitar la adaptación al entorno), a nuestro juicio, parece difícil aceptar que
nuestros antepasados debieran realizar com plejos procesos de valoración antes de emitir
respuestas de lucha o huida. Este argumento cuestiona seriam|ente que la cognición sea
un antecedente de la activación afectiva. Por tanto, deberíam os adm itir la independencia
Teorías emocionales 317

Tabla 12.2. Argumentos propuestos por Zajonc (1980, 1984) para defender la primacía del afecto
sobre la cognición .

1.° Las reacciones afectivas tienen primacía filo y ontogenética, precediendo incluso a la cog­
nición en algunas fases del desarrollo humano.
2.° Las reacciones emocionales acaecen con mayor rapidez que los fenómenos cognitivos.
3.° Existen estructuras neuroanatómicas con cierto grado de especialización, tanto para la
cognición como ¡tara la emoción. Así, las estructuras subcorticales, como el sistema lím-
bico, están ligadas a las respuestas afectivas, mientras que las corticales están ligadas
preferentemente a la cognición.
4.° En ocasiones la evaluación y la cognición no están relacionadas, ya que no siempre que
se produce un cambio en la evaluación se produce concomitantemente un cambio en la
emoción. ;*
5.° Los estados afectivos son, en ocasiones, difíciles de verbalizar, por lo que se puede sospe­
char que no tengan‘un origen cognitivo.
6.° Se pueden reproducir fenómenos afectivos por procedimientos experimentales, estimula­
ción intracraneal, administración de drogas o por la activación de la musculatura facial.
7.° Las reacciones emocionales tienen una dimensión de inevitabilidad, ocurren independien­
temente de la voluntad, y una vez que acaecen, es difícil controlarlas.

entre em oción y cognición, y lo que es más, podríam os supeditar la cognición a la emo­


ción en num erosos ocasiones, apareciendo la prim era como fruto de la evolución de la
especie, para la cual, la em oción ha jugado un papel indiscutible.
Respecto a la segunda suposición, los trabajos en los que se ha utilizado el «efecto
de la mera exposición» 9 (Kurist-W ilson y Zajonc, 1968) y las técnicas de «priming
afectivo» y de presentación de estím ulos degradados (M urphy y Zajonc, 1993) demues­
tran que una diapositiva de una expresión em ocional expuesta en una fracción de tiempo
(normalm ente de 4 m ilisegundos) es suficiente para evocar una respuesta afectiva, sin
conciencia del sujeto. Esta evidencia vendría a dem ostrar que las reacciones emociona­
les ocurren con m ayor rapidez que los fenómenos cognitivos.
Con relación a la tercera de las afirm aciones de Zajonc, esto es, que existen estructu­
ras neuroanatóm icas independientes para ambos sistemas, tiene diversas apoyaturas, ta­
les como la relativa especialización hem isférica, o la existencia en num erosas especies
de vías aferentes que desem bocan directam ente en el hipotálam o. LeDoux Sakaguchi y
Reis (1983) dem ostraron la existencia de vías que transm iten la inform ación sensorial
desde el tálam o a la am ígdala sin el concurso de sistem as corticales.
Que las em ociones son inevitables, acaecen independientem ente de la voluntad del
sujeto, es un hecho incontrovertible,, por mucho que los clínicos sean capaces de instruir
a sus pacientes sum inistrándoles técnicas de autocontrol em ocional. La existencia de

9 El «efecto de la mera exposición» describe un hallazgo de Kunst-Wilson y Zajonc (1968), quienes


demostraron que la exposición repetida de un estímulo (por ejemplo, al presentar un grupo de polígonos
irregulares), expuesto en períodos de tiempo tan cortos en que el sujeto no es consciente de su presencia,
provoca una valoración positiva posterior de este estímulo al ser comparado con la preferencia mostrada
hacia otros estímulos desconocidos.
318 Psicología de la motivación y la emoción

m em orias em ocionales en ausencia de la corteza sensorial establecidas por LeDoux,


Romanski y Xagoraris (1989), basadas en proyecciones tálam o-am ígdala, establecidas
en épocas tem pranas de la vida pueden explicar que si bien pueden condicionarse las
conductas em ocionales con el trabajo terapéutico, las em ociones a ellas ligadas perm a­
nezcan inalterables durante el tiempo. Del mismo modo, debemos aceptar que las em o­
ciones son difíciles de alterar una vez iniciadas, ya que no responden a argumentos lógi­
cos ni propositivos. Por otra parte, el argumento de Zajonc de que son difíciles de verbalizar,
logra un m ayor grado de consenso, m ientras que por el contrario su principal vía de
expresión se m aterializa a través de vías no verbales; sólo el hom bre y algunos m am ífe­
ros — argumenta Zajonc (1980)— poseen córtex, por tanto, sólo ellos son susceptibles
de poseer lenguaje y cognición. Por el contrario, todos los animales poseen troncoencé-
falo, y, por tanto, poseen emociones. Esto hace que la cognición y la emoción puedan ser
considerados procesos independientes.
Otra prueba que converge en la independencia viene avalada por el hecho de que en
numerosas ocasiones nuestros pensamientos (evaluaciones conscientes) son independientes
del contenido concreto ante el que nos emocionamos; en este caso está presente la di­
mensión hedónica (prioritariam ente afectiva) sin poder recordar el contexto o valoración
que., supuestamente la suscitó. En el ám bito clínico este punto es especialm ente relevan­
te, puesto que, por ejem plo, una paciente agorafóbica experim enta tem or hacia los espa­
cios abiertos a pesar de los intentos por reconceptualizar la situación, a pesar incluso de
ser capaz de aprender a m odificar sus evaluaciones del entorno, reinterpretándolo en
térm inos no aversivos.
En realidad, la posición de Zajonc no es contraria a la valoración: para él, la respues­
ta afectiva responde a una rápida y simple valoración de la valencia de la estim ulación,
algo que coincide sustancialm ente con lo que defienden las teorías basadas en la valora­
ción. Ellsworth (1994) afirma que Zajonc describe sólo la prim era parte del proceso, la
relativa a la valencia, en la que no sería preciso un proceso valorativo consciente, esta
fase daría lugar a posteriores dim ensiones valorativas: capacidad de control, obstáculos,
potencial de afrontamiento. El mismo Zajonc afirmaba en 1989 «Por supuesto, em ocio­
nes más complejas que las simples polaridades afectivas, como el orgullo, la decepción,
los celos o el desprecio, obviam ente requieren m ayor participación de los procesos cog­
nitivos» (Zajonc, M urphy y Inglehart, 1989).

6.7. Posiciones actuales: afecto y cognición

Respecto al problem a de si las em ociones requieren cognición, a nuestro juicio, la res­


puesta depende del concepto de cognición. Si por cognición entendem os procesamiento
de la inform ación sensorial, habrem os de convenir que sí; por el contrario, si definimos
la cognición en térm inos de valoración y el análisis preposicional consciente, creemos
que no; la m ayoría de las experiencias em ocionales no son^cognitivas, o al menos re­
quieren prim ariamente una escasa participación cognitiva. »
En la actualidad poco hemos avanzado respecto al problem a, por lo que pueden de­
limitarse aún claram ente dos posturas antagónicas respecto a la participación de la cog­
nición en la emoción. En defensa de que las em ociones surgen necesariam ente tras una
primera evaluación se alinean autores como Clore (Clore, 1994; Ortony, Clore y Collins,
1996) quienes sostienen que la valoración cognitiva debe ser consciente, por cuanto es
Teorías emocionales 319

imposible pensar en la em oción sin conciencia de ella misma; alegan en defensa de su


posición que la experiencia inm ediata de la em oción inform a al sujeto de la naturaleza e
importancia de un evento que la causa, lo que daría el carácter de urgencia a los senti­
mientos que les m otiva a tener prioridad en el procesam iento cognitivo; en otras pala­
bras: los efectos inform ativos y m otivacionales de la em oción dependen de la experien­
cia consciente.
LeDoux (1994c) m edia en la disputa sosteniendo que si bien las emociones han de
ser necesariam ente conscientes, es preciso diferenciar la experiencia emocional del pro­
cesamiento em ocional, ya que la experiencia emocional es el resultado del procesam ien­
to em ocional. Las em ociones, en tanto que estados de conciencia afectivamente carga­
dos y subjetivam ente experim entados, no pueden ser inconscientes, sin em bargo, el
procesam iento em ocional — no consciente— es el que produce emociones conscientes.
Es decir, el contenido de la conciencia está determ inado por procesos que no son accesi­
bles a la conciencia.
La m ayoría de las teorías de la em oción aceptan im plícitam ente que la experiencia
em ocional es fruto del proceso de evaluación no propositivos, no conscientes, ya sea
por el feed b a c k corporal (Jam es, 1890), el feed b a c k facial (Izard, 1981), y la activa­
ción fisiológica y cognitiva (Schachter y Singer, 1962). Todos ellos sostienen, de una
u otra form a, que al acceder la activación em ocional a la conciencia se provoca la
em oción.
Sostenem os que en este proceso el cerebro debe, en prim era instancia, evaluar el
estím ulo y determ inar si es em ocionalm ente significativo, antes de producir la secuen­
cia de m anifestaciones em ocionales de activación que afloran a la conciencia m edian­
te las m anifestaciones em ocionales que percibe el sujeto {feedback); m ientras que la
evaluación em ocional provoca la conciencia de la experiencia em ocional, la evalua­
ción, en sí, se m antiene a un nivel preconsciente. En otras palabras, el contenido de la
conciencia em ocional está determ inado por los procesos que ocurren de m anera no
consciente, de tal m anera que las experiencias em ocionales (sentim ientos de m iedo o
ira, por ejem plo) reflejan la representación en la conciencia del procesam iento de la
inform ación que se ha producido en los sistem as cerebrales especializados en m ediar
los procesos de evaluación de los estím ulos y en m ediar, tam bién, en la secuencia de
respuestas conductuales y viscerales características de cada em oción (M artínez-Sán-
chez, 1998).
Esta posición es com patible con las teorías que sostienen que el procesam iento em o­
cional no consciente (el afecto vs. la cognición) es el punto de entrada para que la expe­
riencia em ocional se haga consciente y surja la emoción. En el ámbito fisiológico esta
posición se vería apoyada por los trabajos en que, en el contexto del estudio del miedo
aprendido, se ha delnostrado la existencia de vías que transm iten la inform ación senso­
rial desde el tálam o ,a la am ígdala, sin que se dé una intervención prim era de los sistemas
corticales, lo que se puede interpretar com o una evidencia de que existe un procesa­
m iento em ocional precognitivo o preconsciente (LeDoux, 1994b). De hecho LeDoux
propone el concepto de sistem a de evaluación amigdalino, por cuanto a la am ígdala se
le atribuyen funciones de valoración sobre estím ulos em ocionalm ente relevantes para el
organismo.
Por su parte, para Scherer (1994d) la forma más acertada de abordar el problem a es
diferenciar entre nivel y tipo de procesam iento. C onsidera m ás fructífero determ inar la
naturaleza del procesam iento de la experiencia em ocional que precede a la emoción,

/
320 Psicología de la motivación y la emoción

incluyendo el nivel en que ocurre la em oción y el tipo de procesam iento cognitivo y


neurológico que se requiere; esta posición tiene su base teórica en el m odelo percep-
tual-m otor propuesto por Leventhal (1984) y el de chequeo de evaluación de estím ulos
de Scherer (1984). Sostienen que un estím ulo puede ser procesado a nivel sensorio-
motor, esto es, a bajo nivel, independiente de las asociaciones o esquem as alm acena­
dos, o de las estructuras conceptual-asociativas que potencialm ente pueden elicitar una
em oción.
Finalmente, podem os considerar que la dualidad cognición-em oción no es sino un
problem a artificial, ya que ambos conceptos son etiquetas elaboradas para describir fe­
nómenos que indudablem ente cum plen una labor funcional como puntos de referencia
para exam inar num erosas relaciones funcionales. Convendríam os que afecto y 'c o g n i­
ción transcurren en paralelo, en sistem as regulatorios de feedback, dentro de un procesa­
m iento continuo de la inform ación a diversos niveles.

7. LAS TEORÍAS SOCIAL CONSTRUCTIVISTAS

7.1. Introducción

Bajo este nom bre se encuadran las teorías propuestas, entre otros por Theodore Kemper
y James Averill, quienes valoran principalm ente los factores sociales y culturales en la
construcción, m anifestación y expresión emocional.
Comúnmente se acepta que los factores socioculturales afectan a la form a en que se
experim entan las em ociones. Los antropólogos han señalado que la valoración de un
evento puede explicarse en una alto grado aludiendo a las diferencias culturales, y hasta
históricas, en los patrones de v aloración10. Los procesos educativos y de socialización,
las norm as sociales, las estructuras de valores y prescripciones m orales, a la vez que
constituyen procesos que unifican socialm ente las em ociones, perm iten — pará estas teo­
rías— a su vez explicar las diferencias individuales en los patrones de respuesta em ocio­
nal, su expresión y su regulación (M oltó, 1995). Al contrario que en las posiciones ante­
riorm ente revisadas, las em ociones son construcciones sociales que se vivencian dentro
de un espacio interpersonal (Parkinson, 1995).
Comparte esta posición algunos de los presupuestos teóricos fundamentales de las
posiciones anteriorm ente revisadas; del m odelo biológico m antiene la funcionalidad de
las em ociones, al sostener que las norm as sociales m odulan las respuestas emocionales
innatas para favorecer la adaptación social; por su parte, de la orientación cognitiva su­
brayan el papel de la valoración en la explicación de los fenóm enos emocionales, por
cuanto ésta vendría a definir la significación de las situaciones estim ulares en relación al
bienestar, e incluso el tipo de em oción que em ergerá de cada proceso.
Dentro de las teorías psicosociales de las em ociones, Echebarría y Páez (1989) dife­
rencian aquellas que sostienen que las em ociones son el resultado de las relaciones so­
ciales, de las que postulan que, en realidad, las em ociones no son sino construcciones
sociales m oduladas por las propias experiencias personales.

10 La cuestión sobre las potenciales diferencias culturales en los patrones de valoración de la emoción
se enmarca en el debate de la universalidad o especificidad de los antecedentes de la emoción (Scherer,
Wallbott y Summerfield, 1986; Scherer, Matsumoto, Wallbott y Kudoh, 1988).
Teorías emocionales 321

7.2. Presupuestos teóricos: determinantes sociales y culturales


de la emoción

Un aspecto en el cual la cultura ha m ostrado ejercer una importante función moduladora


sobre las em ociones es en el control o regulación de su expresión. Cada cultura posee
norm as y reglas sobre cómo y cuándo se deben controlar o expresar abiertamente las
emociones. Posiblem ente, sea en el aspecto expresivo en donde se observan las princi­
pales diferencias entre las culturas (Páez y Casullo, 2000).
Algunas sociedades no poseen descriptores verbales para referirse a ciertas emocio­
nes (por ejem plo, para la tristeza en ciertas culturas del Pacífico), por lo que cuando
éstos experim entan una pérdida, la expresan y sienten como estado físico descrito, por
ejemplo, en térm inos de cansancio. Otras culturas poseen, por el contrario, un lenguaje
muy sofisticado, en el que abundan los descriptores em ocionales.
La variable de género ha sido especialm ente estudiada por esta orientación, m ostrán­
dose la existencia de diferencias en la m anera en que se experim entan y expresan las
emociones. Así, por ejem plo, dentro del área de investigación relativa a las alteraciones
en la capacidad para expresar sentim ientos, la bibliografía sobre el tema, sugiere dos
claras respuestas predictivas y opuestas para hom bres y mujeres. Así, en lo referente a la
dificultad para distinguir entre sentim ientos y sensaciones corporales, los autores afir­
man que las m ujeres presentan un déficit importante, m ientras que los hombres detecta­
rían los cambios fisiológicos de form a más acertada que las m ujeres, y utilizan los sínto­
mas fisiológicos internos para determ inar cómo se sienten (Roberts y Pennebaker, 1995).
Con respecto a la dificultad para describir los sentim ientos, la literatura sobre el tem a
sugiere que los hom bres presentan un m ayor déficit. Las evaluaciones narrativas confir­
man que la m ujer es m ás expresiva públicam ente que el hom bre (por ejemplo, las m uje­
res presentan una m ayor tendencia para com unicar sentim ientos y revelarlos) (Rim é,
Philippot, Boca y M esquita, 1992; M artínez-Sánchez, Páez, Pennebaker y Rimé, 2001).
Se sabe tam bién que las m ujeres com unican o revelan más, expresan más sentim ien­
tos y presentan un m ayor soporte em ocional, m ientras que el hom bre tiende a evitar
hablar sobre sí m ism o (Dindia y Alien, 1992).
A raíz del influyente trabajo de Hofstede (1991) se delim itaron tres grupos de varia­
bles dicotóm icas que influyen decisivamente en la expresión y vivencia emocional: 1) la
pertenencia a culturas colectivistas o individualistas; 2) la pertenencia a culturas de alta
o baja distancia de poder y, 3) la pertenencia a culturas m asculinas o femeninas.

Colectivismo e individualism o y emoción

Las culturas colectivistas subrayan la im portancia de las relaciones interpersonales, y


valoran en m enor m edida los sentim ientos internos que las individualistas, por cuanto
los papeles sociales y la pertenencia al grupo constituyen la propia base de la identidad
personal. Estas culturas valoran prioritariam ente a los demás, especialmente la familia
y los grupos de referencia cercanos, y sobre éstos los intereses colectivos sobre los per­
sonales.
Por el contrario, las culturas individualistas enfatizan y valoran positivamente los
sentimientos internos, por ello, prom ueven y fom entan la introspección y la atención
sobre la experiencia em ocional íntima, para lo que han desarrollado lenguajes y descrip­
tores em ocionales muy sofisticados, en contraposición a las culturas colectivistas, las
322 Psicología de la motivación y la emoción

cuales son más proclives a identificar y expresar el m alestar em ocional en térm inos so­
m áticos.
Se entiende que la experiencia em ocional es percibida y expresada más intensam en­
te por los sujetos de las culturas individualistas que en las colectivistas (M arkus y Kita-
yama,1991; Scherer, M atsum oto, Wallbott y Kudoh, 1988). Del mismo modo, se valora
más el hablar de uno m ism o y revelar a los otros sentim ientos em ocionales.
Las culturas individualistas, como la anglosajona (Estados Unidos, Canadá, Austra­
lia y Reino Unido) y la europea occidental, que valoran los aspectos internos y autóno­
mos de las personas, refuerzan la vivencia de intensidad em ocional subjetiva, mientras
que las colectivistas, com o las de Am érica Latina, África y Asia, que enfatizan la perte­
nencia al grupo, la fam ilia y las norm as y obligaciones m anifiestan m enor intensidad
afectiva. Las personas individualistas orientan m ás a la atención hacia sus reacciones
internas, piensan m ás sobre ellas y dan más im portancia a éstas a la hora de tom ar deci­
siones, de esta form a intensifican sus estados emocionales. Por el contrario, las culturas
colectivistas se guían m ás por las reglas obligatorias de relación con otros, por las accio­
nes abiertas, por lo que atenderán y reflexionaran más sobre la interacción con otros y
menos sobre sus reacciones internas.

D istancia de p oder y emoción

La distancia de poder describe la forma en que cada cultura acepta cómo se reparte o
distribuye desigualm ente el poder social.
Se cree que en las culturas con alta distancia de poder, existe una alta distancia emo­
cional que separa a los subordinados de las autoridades. Así, el respeto y la deferencia
formal hacia los individuos de m ayor estatus social (padres, personalidades, etc.), son as­
pectos muy valorados (Hofstede, 1991). En estas culturas los sujetos pueden ser menos
expresivos em ocionalmente, debido a que la expresión social de la intensa afectividad
implicaría falta de deferencia, por lo que se considera menos aceptable la expresión públi­
ca emocional; consecuentemente, las personas aprenden a reprimir e inhibir sus emociones.
Diversos estudios confirman que las personas socializadas en culturas con alta dis­
tancia de poder (por ejemplo, M éxico), puntúan más bajo en las reacciones internas de­
rivadas de las em ociones negativas, lo cual im plicaría un bajo perfil emocional y una
cultura em ocional más perm anente (Páez y Vergara, 1995). M atsumoto (1989) encontró
que las personas de culturas con alta distancia de poder, otorgaban m enor intensidad a
las emociones negativas (miedo, cólera-enfado y tristeza) que los sujetos pertenecientes
a culturas con baja distancia de poder. Basabe et al., (1999), dem ostraron igualmente
que la distancia de poder está fuertem ente relacionada con la experiencia emocional.
Las culturas que aceptan como legítim o las fuertes diferencias de poder entre las
personas, com o las latinas europeas (por ejem plo, Francia), asiáticas (M alasia) o de
Am érica (Guatem ala) informan una m ayor frecuencia de em ociones negativas, que las
personas de culturas en las que las relaciones son más igualitarias, como Costa Rica o
Dinamarca. Generalm ente, las culturas denom inadas de alta distancia jerárquica se ca­
racterizan por una fuerte desigualdad de ingresos entre los más ricos y los más pobres.
La prohibición acerca de hablar sobre tem as personales se extiende hasta la propia
familia en las culturas de alta distancia de poder, y en las culturas colectivistas asiáticas,
donde el silencio es una forma de expresión de la arm onía fam iliar y social (Kirmayer,
1987).
Teorías emocionales 323

Masculinidad, fem in id ad y emoción

La dimensión de fem inidad-m asculinidad cultural describe el énfasis relativo puesto en


la armonía y com unión interpersonal, en oposición al logro individual y a la asertividad,
que caracteriza a las diferencias de género.
Los valores dom inantes en las culturas femeninas son la bondad e igualdad para con
los otros. Una consecuencia eventual im portante de los valores culturales de la femini­
dad es la obligación percibida de proveer soporte emocional y promover el reparto so­
cial de la em oción, m ientras que las culturas m asculinas enfatizan las diferencias entre
los roles sexuales. La expresión emocional de los papeles de género en las culturas occi­
dentales es aceptada para las m ujeres, m ientras que se supone que los hombres encubren
o disimulan su em otividad, con la excepción de la expresión de ira.
Las culturas denom inadas «femeninas» que enfatizan la im portancia de la coopera­
ción, la m odestia y el apoyo a los más débiles, como Costa Rica y los países Escandina­
vos, m uestran m ayor bienestar que las culturas «m asculinas», como Estados Unidos y
Méjico, que enfatizan la com petencia y las recom pensas m ateriales. El m ayor apoyo
social y menores exigencias de las culturas «fem eninas» y el m enor apoyo y m ayor exi­
gencias en las culturas «m asculinas» son los procesos que probablem ente producen es­
tas diferencias en bienestar subjetivo.
Un estudio transcultural com parando m uestras de Am érica (M éxico y Chile) y Euro­
pa (Bélgica y España), confirma que las sociedades catalogadas como femeninas (Chile
y España), com partían socialm ente las em ociones en m ayor m edida que las culturas
«masculinas» (Bélgica y M éxico) (Páez y Vergara, 1995). Por el contrario, los miembros
de culturas’tan m asculinas como la japonesa, com parten en m enor medida sus em ocio­
nes, incluso con sus allegados (Yogo y Onue, 1998).

7.3. Principales desarrollos teóricos

Theodore D. Kem per

Uno de los más destacados representantes de esta corriente es Theodore D. Kemper.


propone una teoría em ocional en donde un gran núm ero de em ociones diferentes pue­
den predecirse sobre las relaciones de estatus y de poder que m antienen los individuos
(Kemper, 1981); para Kemper, las norm as sociales y culturales no construyen las em o­
ciones, sino las relaciones sociales. Sostiene que los déficit de poder serian la condi­
ción social para la aparición del m iedo y la ansiedad, m ientras que la pérdida de estatus
sería la base social para la ira o la tristeza. Por otra parte, cada em oción estaría asociada
con una reacción fisiológica específica. De este modo, el miedo estaría relacionado con
un increm ento de adrenalina, m ientras que la ira lo estaría con un aum ento de noradre-
nalina.

James R. Averill

Jam es R. Averill (1980) considera que las em ociones son roles o síndrom es transito­
rios socialm ente constituidos, en otras palabras: las em ociones se constituyen por y
para el contexto social (Averill, 1980). Las norm as sociales que conform an estos sín­
drom es están representadas psicológicam ente com o estructuras cognitivas o com o es­
324 Psicología de la motivación y la emoción

quemas: «síndrom es em ocionales son papeles creados por la sociedad e im plem enta-
dos individualm ente [...] el sentido de una em oción puede encontrarse prim ariam ente
dentro de un sistem a sociocultural (Averill, 1980, p. 337). D efine la em oción como
«papeles sociales transitorios (un síndrom e socialm ente constituido) que incluye una
valoración de la situación y su interpretación en térm inos afectivos» (Averill, 1980,
p. 312).
Esta definición incluye la consideración de la em oción como síndrom e, entendido
como un proceso que acaece substancialm ente de m anera similar, en el que se incluyen
de m anera variable respuestas subjetivas, expresivas, fisiológicas y reacciones de afron­
tam iento (Averill, 1980). Cada uno de estos com ponente son, por separado, suficientes
para que acaezca una emoción.
Averill valora tam bién el papel de los procesos de valoración en la respuesta em ocio­
nal, no en balde fue alum no de Richard Lazarus con quien colaboró al inicio de su carre­
ra investigadora.
El punto capital de la obra de Averill es la consideración de la em oción com o un
conjunto de respuestas socialm ente prescritas que siguen a la exposición a una situa­
ción concreta; de este m odo, la em oción com o un conjunto de papeles asociados a
reglas sociales y sistem as de valores, determ inan y m odulan la relación social del indi­
viduo con su entorno. Esta concepción im plica que estas reglas son aprendidas a tra­
vés de los procesos de socialización dentro de cada cultura particular, por tanto, cada
cultura posee una serie de reglas específicas que rigen im plícitam ente la respuesta
em ocional.
Estas estructuras — sim ilares a la gram ática del lenguaje— proporcionan la base para
la valoración de los estím ulos, la organización de las respuestas y el control de la con­
ducta. Además, las em ociones incluyen un conjunto de respuestas tanto subjetivas como
conductuales y fisiológicas. Por últim o, la em oción se conceptualiza como una «pasión»
disruptiva, esto es, se padece.
En resumen, y tras abordar la teoría social constructivista vem os cómo las culturas
individualistas, femeninas y de baja distancia jerárquica tienen m ayor libertad de expre­
sión verbal y no verbal de las em ociones. En estas culturas las personas se sienten libres
para expresar sus sentim ientos, incluso la ira. Esta m ayor tendencia a vivir y com unicar
emociones en las culturas individualistas se ve reforzada cuando el nivel de desarrollo
socio-económ ico es m ayor (Basabe et al., 1999). En las culturas femeninas parece no
sólo vivenciarse y expresarse más intensam ente las em ociones no com petitivas sino que
también, especialmente en países individualistas y sin grandes diferencias en roles sexuales
como los Estados Unidos, em ociones como la ira se expresa abiertam ente sin miedo al
rechazo social (Páez y Vergara, 1995; Fernández y Vergara, 1998).

8. CONCLUSIONES

Como hemos tratado de argum entar a lo largo de este capítulo, cada una de las grandes
tradiciones de investigación ha aportado m étodos y program as de investigación orienta­
dos a facetas particulares de la emoción, que no han hecho sino enriquecer nuestro cono­
cimiento sobre las emociones.
Hemos intentado exponer tam bién que a lo largo del desarrollo teórico de la Psicolo­
gía de la Emoción, su objeto y m étodo de estudio ha evolucionado paralelam ente a los
Teorías emocionales 325

paradigmas teóricos dom inantes, así como que cada uno de los modelos teóricos revisa­
dos han sido capaz de explicar, e incluso predecir considerablem ente, alguna faceta de la
emoción.
De la perspectiva biológica persiste en la actualidad el concepto de funcionalismo
emocional, por cuanto las em ociones tienen una base biológica, y, por tanto, forman
parte la herencia filogenética que nos posibilita una adecuada adaptación al medio am­
biente cambiante que nos rodea. Resta que seamos capaces de delim itar qué facetas de
ese funcionalism o están pre-organizadas, y cuales, por el contrario, son producto de la
cognición y de la cultura.
El concepto de adáptación, tan vigente actualm ente, es otro de los legados de la
perspectiva biológica; las em ociones forman parte de la herencia, y son, por tanto, un
elemento central que perm ite la adaptación del individuo a su entorno. De las aportacio­
nes individuales revisadas a lo largo de este capítulo perduran m uchos de sus postulados
teóricos, especialm ente el interés por la expresión facial de las em ociones, un tema que
actualmente acapara gran parte del interés de los teóricos de la psicología de la emo­
ción, en cada una de las áreas en que se subdivide: el desarrollo ontogenético de las
expresiones faciales, el control de las expresiones faciales, la universalidad de las emo­
ciones, la hipótesis del feedback facial, y finalm ente, la especificidad fisiológica de las
emociones. Hemos tratado de exponer tam bién que cada uno de estos grandes temas
sigue abierto, y sospecham os que lo seguirá por m uchos años más. Paulatinamente ha
ido cobrando más im portancia el interés por la neurobiología de las emociones — legado
de autores como Cannon— , así com o por el estudio de la activación. Fruto de estos
estudios sabemos que la em oción está m ediada por estructuras neurales, en especial por
el sistem a límbico.
De la perspectiva conductual hem os tratado de desarrollar su contribución al papel
del aprendizaje en la emoción. En la situación teórica actual perduran incuestionados
gran parte de los principios que se establecieron: las em ociones pueden aprenderse, en
parte, por diversos m étodos como el condicionam iento clásico, el condicionamiento ins­
trum ental y a través del aprendizaje vicario. La psicología clínica está especialmente en
deuda con el m odelo conductual, ya que la terapia de conducta basada en los modelos
pavlovianos y skinerianos de aprendizaje ha sido aplicada durante m uchos años con mayor
o m enor éxito en diversos trastornos emocionales.
La perspectiva cognitiva de las em ociones ha supuesto reabrir viejos problemas con
una nueva óptica. A pesar de que, como han señalado diversos autores, la situación ac­
tual de la psicología cognitiva de las em ociones se caracteriza por su pobre integración
teórica, creem os que el interés por la evaluación y el procesam iento de la información
como puerta de entrada a la em oción nos ocupará m uchos años más, ya que si en algo
coinciden las teorías cognitivas de la em oción es en considerar que no son las situacio­
nes estim ulares por sí m ismas las que determ inan las reacciones emocionales, sino las
evaluaciones e interpretaciones (así como la forma de afrontarlas), que de ellas hacen
los sujetos.
La integración de las técnicas conductuales a los principios de la psicología cogniti­
va — lo que se ha dado en llam ar conductual-cognitivo— está ofreciendo a los clínicos
resultados esperanzadores, especialm ente en el tratam iento de la depresión y la ansiedad.
Otra línea de investigación que habrá de arrojar resultados brillantes es la que estu­
dia la influencia e interacción de la em oción con el resto de los procesos psicológicos
básicos, y no sólo en la m em oria como hemos visto al tratar la obra de Bower. La emo­
326 Psicología de la motivación y la emoción

ción está dejando de conceptualizarse como una disfunción; la em oción m edia de m ane­
ra decisiva en el funcionam iento psicológico y fisiológico.
Con relación a las teorías del procesam iento de la inform ación, creemos que, aun
estando en fase de desarrollo, la consideración de las em ociones desde la óptica funcio­
nal y m ulticom ponencial, en los térm inos propuestos por Scherer, han de contribuir de­
cisivamente al desarrollo de nuestra disciplina, y lo que es más, su reconocim iento cien­
tífico.
Por último, de las teorías psicosociales subrayamos sus aportaciones en relación con
la im portancia de la cultura sobre las reacciones em ocionales, en especial, sobre los
procesos de valoración y expresión de la emoción.

9. BIBLIOGRAFIA

Abramson, L. T.; Seligman, M. E. P. y Teasdale, J. (1978): Leamed helpelssness in human: criti­


que and reformulation. Journal o f Abnormal Psychology, 87, 49-74.
Acosta, A. (1990). Emoción y cognición. En J. Mayor y J. L. Pinillos (eds.), Historia, teoría y
método (pp. 197-234). Tratado de Psicología General, vol. 1. Madrid: Alhambra Universidad.
Adrián, J. A. (1993): Neuropsicología de las emociones. En D. Páez Rovira (ed.), Salud, expresión
y represión social de las emociones (pp. 309-335). Valencia: Promolibro.
Arnold, M. B. (1960): Emotion and personality. Nueva York: Columbia University Press.
Averill, J. R. (1980): A constructivist view o f emotion. En R. Plutchick y H. Kellerman (eds.).
Emotion: Theory, Research and Experience. Theories o f emotion (vol. 1). Nueva York: Acade-
mic Press.
Bandura, A. (1976): Social learning theory. New Jersey: Prentice-Hall.
Bandura, A. (1977): Self-efficacy: toward a unifying theory of behavioral change. Psychological
Review, 84, 191-215.
Bandura, A. (2001): Social cognitive theory: an agentic perspective. Annual Review o f Psychology
52, 1-26.
Bard, P. (1928): A diencephalic mechanism for the expression of rage with special reference to the
sympathetic nervous system. American Journal o f Physiology, 84, 490-515.
Basabe, N., Páez, D., Valencia, J., González, J. L., Rimé, B., Pennebaker, J. y Diener, E. (1999):
El Anclaje Sociocultural de la Experiencia Emocional de las Naciones: un análisis colectivo.
Boletín de Psicología, 62, 7-42.
Bower, G. H. (1981): Mood and memory. American Psychologist, 36, 129-148.
Bower, G. H. (1994): Some relations between emotions and memory. En P. Ekman, y R. J. David-
son (eds.), The nature o f emotion. Fundamental questions (pp. 303-305). Nueva York: Oxford
University Press.
Camras, L. A. (1992): Expressive development and basic emotions. Cognition and Emotion, 6
(3-4), 269-284.
Cannon, W. B. (1927): The James-Lange theory of emotions: A critical examination and an alter-
native theory. American Journal o f Psychology, 39, 106-124.
Cannon, W. B. (1929): Bodily Changes in pain, hunger, fe a r and rage. Nueva York: Appleton.
Cantril, H. y Hunt, W. A. (1932): Emotional effect produced by inyection of adrenalin. American
Journal o f Psychology, 44, 300-307.
Carpintero, H. (1989): La psicología contemporánea. Notas acerca de su desarrollo histórico. En
J. Mayor y J. L. Pinillos (eds.), Historia, teoría y método (pp. 281-312). Tratado de Psicología
General, vol. 1. Madrid: Alhambra Universidad.
Teorías emocionales 327

Chóliz, M. (1997): Expresión y regulación de las emociones. E. G. Fernández-Abascal (ed.), Psi­


cología General: Motivación y Emoción (pp. 209-247). Madrid: Centro de Estudios Ramón
Areces.
Clore, G. C. (1994): Why emotions are never unconscious. En P. Ekman y R. J. Davidson (eds.).
The nature o f emotion (pp. 285-290). Oxford: Oxford University Press.
Comelius, R. (1996): The sciencie o f emotion. New Jersey: Prentice Hall.
Comelius, R. (2000): Theoretical approaches to emotions. ISCA Workshop on Speech and Emo­
tion, Belfast.
Damasio, A. R. (1994): Descartes' error. Emotion, reason, and the human brain. Nueva York:
Grosset/Putman Boook.
Darwin, C. (1872): The expression o f the emotions in man and animals. London: Murray (Traduc­
ción: La expresión de las emociones en los animales y en el hombre. Madrid: Alianza Edito­
rial, 1984).
Davidson, R. J. (1993): The neuropsychology of emotion and affective style. En M. Lewis y J. M.
Haviland (eds.), Handbook o f emotions (vol. 1, pp. 143-154). Nueva York: Guilford.
Derryberry, D. Y Tucker, D. M. (1992): Neural mechanisms o f emotion. Journal o f Consulting and
Clinical Psychology, 60, 329-338.
Dindia, K. y Alien, M. (1992): Sex differences in self-disclosure: a meta-analysis. Psychological
Bulletin, 112, 106-124.
Duffy, E. (1962): Activation and behavior. Nueva York: Wiley.
Echevarría, A. y Páez, D. (1989): Emociones: perspectivas psicosociales. Madrid: Editorial Fun­
damentos.
Ekman, P. (1980): Asymmetry in the facial expression. Science, 209, 833-834.
Ekman, P. (1992): Facial expression and emotion. American Psychologist, 48, 384-392.
Ekman, P. (1994): Strong evidence for universal in facial expressions: A reply to Russell’s mis-
taken critique. Psychological Bulletin, 15, 268-287.
Ekman, P. y Freisen, W. V. (1971): Constants across cultures in the face and emotion. Journal o f
Personality and Social Psychology, 17, 124-129.
Ekman, P. y Friesen, W. V. (1978): Facial Action Coding System. Palo Alto: Consulting Psycholo-
gists Press.
Ekman, P. y Oster, H. (1979): Facial expressions o f emotion. Annual Review o f Psychology, 30,
527-554.
Ekman, P., Davidson, J. R. y Freisen, W. V. (1990): Emotional expression and brain psychology:
the Duchenne smile, Journal o f Personality and Social Psychology, 58, 342-353.
Ellsworth, P. C. (1994): Levels o f thought and levels o f emotion. En P. Ekman y R. J. Davidson
(eds.), The nature o f emotion (pp. 192-196). Oxford: Oxford University Press.
Estes, W. K. y Skinner, B. F. (1941): Some quantitative properties to anxiety. Journal o f Experi­
mental Psychology, 29, 390-400.
Fernández, I. y Vergara, A. (1998): La dimensión de masculinidad-feminidad y los antecedentes,
reacciones mentales y mecanismos de autocontrol emocional. Revista de Psicología Social,
13, 171-179.
Fernández-Abascal, E. G. (1995): (Coord.), Manual de Motivación y Emoción. Madrid: Centro de
Estudios Ramón Areces.
Fernández-Abascal, E. G. (1997): (Coord.), Psicología General: Motivación y Emoción. Madrid:
Centro de Estudios Ramón Areces.
Fernández-Abascal, E. G. y Martínez-Sánchez, F. (1998): La reactividad fisiológica al estrés. An­
siedad y Estrés, 4( 2-3), 111-118.
Fernández-Abascal, E. G. y Palmero, F. (1996): El concepto de emoción: la semilla de James.
Revista de Historia de la Psicología, 77(3-4), 263-272.
Fernández-Dols, J. M. (1990): Comportamiento no verbal y emoción. En J. Mayor y J. L. Pinillos
(eds.). Tratado de Psicología General. Motivación y Emoción (pp. 255- 307). Madrid: Alhambra.
328 Psicología de la motivación y la emoción

Femández-Dols, J. M. y Ortega, J. E. (1985): Los niveles de análisis de la emoción: James, cien


años después. Estudios de Psicología, 21, 35-56.
Femández-Dols, J. M., Iglesias, J. y Mallo, M. J. (1990): Comportamiento no verbal y emoción En
S. Palafox y J. Vila, J. (eds.), Motivación y emoción (pp. 99-145). Tratado de Psicología Gene­
ral, vol. 8. Madrid: Alhambra Universidad.
Ferrándiz, A. (1986): Marañón: un antecedente de las teorías cognitivas de la emoción. Revista de
Historia de la Psicología, 7(3), 3-14.
Ferrándiz, P. (1989): Indefensión aprendida. En R. Bayés y J. L. Pinillos (eds.), Aprendizaje y
condicionamiento, (pp. 271-303). Tratado de Psicología General, vol. 2. Madrid: Alhambra
Universidad.
Folkman, S. y Lazarus, R.S. (1980): An analysis of coping in a middle-aged community sample.
Journal o f Health and Social Behavior, 21, 219-239.
Fridja, N. H. (1986): The emotions. Nueva York: Cambridge.
Frijda, N. H. (1988): The laws o f emotion. American Psychologist, 43, 349-358.
Frijda, N. H. (1993): The place of appraisal in emotion. Cognition and Emotion, 7, 357-387.
Gray, J. A. (1982): The neuropsychology o f anxiety: an enquiry into the functions o f the septo-
hippocamal system. Oxford: Oxford University Press.
Grzib, G. y Briales, C. (1996): Psicología general. Madrid: Editorial Centro de Estudios Ramón
Areces, S.A.
Hebb, D. O. (1949): The organization o f behavior: A neuropsychological theory. Nueva York: Wiley.
Hofstede, G. (1991): Cultures and organizations. Londres: McGraw-Hill.
Izard, C. y Malatesta, C. Z. (1987): Perspectives on emotional development: Differential emotions
therory o f early emotional development. En J. Doniger (ed.), Handbook o f infant development,
(pp. 494-554). Nueva York; John Wiley and Sons, (2nd. ed.).
Izard, C. E. (1977): Human emotions. Nueva York: Plenum.
Izard, C. E. (1994): Innate and universal facial expressions: evidence from developmental and
cross-cultural research. Psychological Bulletin, 115(2), 288-299.
James, W. (1884): What is an emotion. Mind, 9, 188-205. Traducción: ¿Qué es una emoción?
Estudios de Psicología, 21, 57-73, 1985.
James, W. (1890): The principies o f Psychology, (Edición de 1947. Buenos Aires: EMECE Edi­
tores).
James, W. (1894): The physical basis o f emotion. Psychological Review, 1, 516-529. Reimpreso en
Psychological Bulletin, 101(2), 205-210, 1994.
Kemper, T. (1981): Social constructionist and positivist approaches to the sociology o f emotion.
American Journal o f Sociology, 87, 336-362.
Kirmayer, L. J. (1987): IV Languages o f suffering and healing: Alexithymia as a social and cultu­
ral process. Transcultural Psychiatric Research Review, 24, 119-136.
Klüver, H. y Buey, P. C. (1937): «Psychic blindness» and other symptoms following bilateral tem­
poral lobectomy in rhesus monkeys. American Journal o f Physiology, 119, 352-353.
Kunst-Wilson, W. R. y Zajonz, R. B. (1968): Affective discrimination o f stimuli that cannot be
recognized. Science, 207, 557-558.
Lacey, J. I. (1967): Somatic response patteming and stress: Some revisions o f activation theory.
En M. H. Appley y R. Trumbull (eds.), Psychological Stress: Issues in Research. Nueva York:
Appleton Century Crofts.
Lacey, J. I. y Lacey, B. C. (1958): Verification and extensión o f the principie o f autonomic respon­
se stereotypy. American Journal o f Psychology, 71, 50-73.
Lang, P. J. (1979): A bio-informational theory of emotional imaginery. Psychophysiology, 16(6),
495-512.
Lang, P. J. (1985): The cognitive psychophysiology o f emotion: fear and anxiety. En A. H. Huma
y J. D. Maser (Ed.), Anxiety and the anxiety disorders (pp. 131-170). Hillsdale, N.J. LEA.
Lange, C. G. (1884): The Emotions. Baltimore: Williams & Wilkins.
Teorías emocionales 329

Lazarus, R. S. (1993): From psychological stress to the emotions: A history of changing outlooks.
Annual Review o f Psychology, 44, 1-21.
Lazarus, R. S. (1982): Thoughts on the relations between emotion and cognition. American Psy-
chologist, 37, 1019-1024.
Lazarus, R. S. (1984): On the primacy o f cognition. American Psychologist, 39, 124-129.
Lazarus, R. S. (1991): Cognition and motivation in emotion. American Psychologist, 46, 352-367.
Lazarus, R. S. (1991): Progress on a Cognitive-Motivational-Relational theory o f emotion. Ameri­
can Psychologist, 46, 819-834.
Lazarus, R. S. y Folkman, S. (1984): Stress, appraisal and coping. Nueva York: Springer-Verlag.
Traducción: Estrés y procesos cognitivos. Barcelona: Martínez Roca, 1986.
LeDoux, J. E. (1996): The emotional brain: the underpinnings o f emotional life. Nueva York: Si­
món and Schuster.
LeDoux, J. E. (1994): Cognitive-emotional interactions in the brain. En P. Ekman y R. J. Davidson
(eds.), The nature o f emotion (pp. 216-223). Oxford: Oxford University Press.
LeDoux, J. E. (1994b): Emotional processing, but not emotions, can occur unconsciously. En P.
Ekman y R. J. Davidson (eds.). The nature o f emotion (pp. 291-292). Oxford: Oxford Univer­
sity Press.
LeDoux, J. E., Romanski, L. y Xagoraris, A. (1989): Indevility o f subcortical emotional memo-
ries. Journal o f Cognitive Neuroscience, 1, 238-342.
LeDoux, J. E., Sakaguchi, A. y Reis, D. (1983): Subcordical efferent projections o f the medial
geniculate nucleus medíate emotional responses conditions to accoustic stimuli. Journal o f
Neuroscience, 4(3), 683-698.
León-Carrion, J. (1995): Manual de neuropsicología humana. Madrid: Siglo Veintiuno de Edito­
res, S.A.
Levenson, R. W. (1994): Human emotion: a functional view. En P. Ekman y R. J. Davidson (eds.),
The nature o f emotion (pp. 123-126). Oxford: Oxford University Press.
Levenson, R. W. (1994b): The search for autonomic specificity. En P. Ekman y R. J. Davidson
(eds.), The nature o f emotion. Oxford: Oxford University Press.
Leventhal, H. (1984): A perceptual motor theory o f emotion. En K. R. Scherer y P. Ekman (eds.),
Approaches to emotion (pp. 271-292). Hillsdale, N. Y.: Lawrence Erlbaum.
MacLean, P. D. (1949): Psychosomatic disease and the «visceral brain»: Recent developments
bearing on the Papez theory o f emotion. Psychosomatic Medicine, 11, 338-353.
Mandler, G. (1979): Emotion. En E. Hearts (ed.), The first century o f experimental psychology
(pp. 275-321). Hillsdale (N. J.): LEA.
Manning, L. (1986): Interhemispheric asymmetry in facial recognition: relationship to field de-
pendence. Cortex, 4( 12), 601-610.
Marañón, G. (1924): Contribution a I’étude de l’action émotive de l’adrenaline. Revue Francaise
d ’Endocrinologie, 5, 301-325. Traducción: Contribución al estudio de la acción emotiva de la
adrenalina. Estudios de Psicología, 21, 75-89, (1985).
Markus, H. y Kitayama, S. (1991): Culture and the Self: Implications for cognition, emotion and
motivation. Psychological Review, 98, 224-253.
Martin, J. H. (1998): Neuroanatomía. Madrid: Prentice-Hall.
Martínez-Sánchez, F. (1998): La dimensión cognitiva de la emoción. II Congreso Iberoamericano
de Psicología. Madrid: Julio.
Martínez-Sánchez, F. (en prensa): Parámetros acústicos de la expresión vocal emocional.
Martínez-Sánchez, F. y García, C. (1993): Emoción, estrés y afrontamiento. En A. Puente (ed.),
Psicología Básica. Introducción al estudio de la conducta humana (pp. 497-531). Madrid:
Editorial de la Universidad Complutense. Eudema.
Martínez-Sánchez, F., Campoy, G., Fernández-Abascal, E. G. y Palmero, F. (1999): Emoción y
memoria. En Sánchez Cábaco, A., Arana, J. M. y Crespo, A. (eds.). Prácticas de Psicología de
la memoria (pp. 199-208). Madrid: Alianza Editorial.
330 Psicología de la motivación y la emoción

Martínez-Sánchez, F., Páez, D., Pennebaker, J. W. y B. Rimé. (2001): Revelar, compartir y expre­
sar las emociones: efectos sobre la salud y el bienestar. Ansiedad y Estrés, 7(2), 111-135.
Matsumoto, D. (1989): Cultural influences on the perception o f emotion. Journal o f Cross-Cultu-
ral Psychology, 20, 92-105.
Mayor, L. (1998): Hacia una psicofisiología funcionalista. Crítica de Cannon a la teoría periférica
de la emociones de James y propuesta de una teoría talámica. En F. Tortosa (ed.). Una historia
de la psicología moderna (pp. 270-271). Madrid: McGraw-Hill.
Mayor, L. y Sos-Peña, M. R. (1992): La concepción de Darwin acerca de las emociones: notas
sobre su significación actual. Revista de Historia de la Psicología, 13(2-3), 229-235.
Miller, W. R. y Seligman, M. E. P. (1975): Depression and leamed helpessness in man. Journal o f
abnormal Psychology, 84(3), 228-238.
Moltó, J. (1995): Psicología de las emociones. Entre la biología y la cultura. Valencia: Albatros.
Mowrer, O. H. (1939): A stimulus-response analysis and its role as a reiforcing agent. Psychologi-
cal Review, 46, 553-565.
Mowrer, O. H. y Viek, P. (1948): An experimental analogue o f fear from a sense o f hepleness.
Journal o f Abnormal and Social Psychology, 43, 103-200.
Murphy, S. R. y Zajonc, R. B. (1993): Affect, cognition, and awareness: affective priming with
suboptim al and optim al stim ulus. Journal o f Personality and Social Psychology, 64,
723-739.
Olds, J. y Milner, P. (1954): Positive reinforcement produced by electrical stimulation o f septal
area and others regions o f rat brain. Journal o f Comparative and Physiological Psychology,
47, 419-427.
Ortega, J. E., Iglesias, L, Fernández-Dols, J. M. y Corraliza, J. A. (1983): La expresión facial en
ciegos congénitos. Infancia y Aprendizaje, 21, 83-96.
Ortony, A., Clore, G. L. y Collins, A. (1996): La estructura cognitiva de las emociones. Madrid:
Siglo XXI. (Trabajo original publicado en 1988).
Páez, D. y Casullo, M. (2000): Alexitimia y cultura. Buenos Aires: Paidós.
Páez, D. y Vergara, A. (1995): Culture Differences in Emotional Knowledge. En J. A. Russell, J.
M. Fdez-Dols, A.S.R. Manstead y J. C. Wellenkamp (eds.). Everyday Conceptions o f Emo­
tion. Londres: Kluwer Academic Press.
Páez, D., Echebarría, A. y Villareal, M. (1989): Teorías psicológico-sociales de las emociones. En
L. Echebarría y D. Páez (eds.) Emociones: perspectivas psicosociales (pp. 43-141). Madrid:
Editorial Fundamentos.
Palmero, F. (1996): Aproximación biológica al estudio de la emoción. Anales de Psicología, 12(1),
61-86.
Papez, J. W. (1937): A proposed mechanism o f emotion. Archives o f Neurology and Psychiatry,
38, 725-743.
Parkinson, B. (1995) Ideas and realities o f emotion. Routledge.
Pedraja, M. J. y Quiñones, E. (1996): El bachiller Sabuco. En M. Sáiz, y D. Sáiz (eds.), Personajes
para una historia de la psicología en España (pp. 95-114). Madrid: Pirámide.
Pelechano, V. (1973): Personalidad y parámetros. Valencia: Psicología Vicens.
Plutchik, P. (1980): Emotion: a psychobioevolutionary synthesis. Nueva York: Harper & Row.
Plutchik, R. (1991): The Emotions. Nueva York: University Press.
Quiñones, E. García, J. y Pedraja, M. J. (1989): El uso de instrumentos en la investigación psico­
lógica. En J. Mayor y J. L. Pinillos (eds.), Historia, teoría y método (pp. 373-390). Tratado de
Psicología General, vol. 1. Madrid: Alhambra Universidad.
Rescorla, R. A. y Solomon, R. L. (1967): Two-process learning theory: relationships between Pa-
vlovian conditioning and instrumental learning. Psychological Review, 74, 151-182.
Rimé, B., Philippot, P., Boca, S. y Mesquita, B. (1992): Long-lasting cognitive and social conse-
quences of emotion: Social sharing and rumination. En W. Stroebe y M. Hewstone (eds.),
European review o f social psychology (Vol. 3, pp. 225-258). Chichester: Wiley.
Teorías emocionales 331

Roberts, T. M. y Pennebaker, J. W. (1995): Gender differences in perceiving intemal State: toward


a his and hers model perceptual cue use. Advances in Experimental Social Psychology, 27,
143-175.
Romero, A. (1995): Aprendizaje mediante condicionamiento. Murcia: DM.
Schachter, S. (1964): The interaction o f cognitive and physiological determinants of emotional
state. En L. Berkowitz (ed.), Advances in experimental social psychology, (pp. 49-80). Nueva
York: Academic Press.
Schachter, S. y Singer, J. E. (1962): Cognitive, social, and physiological determinants of emotio­
nal state. Psychological Review, 69, 379-399.
Scherer, K. R. (1986): Vocal affect expression: A review and a model for future research. Psycho­
logical Bulletin, 99, 143- 165.
Scherer, K. R. (1994): Emotions serves to decouple stimulus and response. En P. Ekman y
R. J. Dávidson (eds.), The nature o f emotion (pp. 127-130). Oxford: Oxford University
Press.
Scherer, K. R., Matsumoto, D., Wallbott, H. y Kudoh, T. (1988): Emotional experience in cultural
context: A comparison between Europe, Japan and the USA. In K. Scherer (ed.), Facet o f
emotion: Recent research. Hillsdale, NJ: L. Erlbaum.
Scherer, K. R., Wallbott, H. G. y Summerfield, A. B. (1986): (eds.), Experiencing emotion: a
crosscultural study. Cambridge: Cambridge University Press.
Scherer, K. S. (1997): The role of culture in emotion-antecedent appraisal. Journal o f Personality
and Social Psychology, 75(5), 902-922.
Schmidt-Atzert, L. (1985): Psicología de las emociones. Barcelona: Herder.
Seligman, M /E . P. (1975): Helpelssness: on depression, development, and death. San Francisco:
Freeman. Traducción: Indefensión: En la depresión, el desarrollo y la muerte. Madrid: Debate,
1981.
Selye, H. (1946): The general adaptation syndrome and diseases of adaptation. Journal o f Clinical
Endocrinology, 6, 217-230.
Solomon, R. C. (1993): The philosophy o f emotions. En: M. Lewis y J. M. Haviland (eds.), Han-
dbook o f emotions (pp. 3-15). Nueva York: Guilford Press.
Solomon, R. L. (1980): The opponent-process theory of acquired motivation. American Psycholo-
gist, 55(8), 691-712.
Solomon, R. L. y Corbit, J. D. (1974): An opponent-process theory o f motivation: 1. Temporal
dynamics o f affect. Psychological Review, 81, 119-145.
Spence, K. W. (1960): Behavior Theory and Leaming. Englewood Cliffs, Nueva Jersey: Prentice-
Hall.
Tarpy, R. (1975): Principies o f animal leam ing and motivation. Traducción: Aprendizaje y moti­
vación animal. Madrid: Debate, 1987.
Taylor, J. A. (1951): The relationship of anxiety to the conditioned eyelid response. Journal o f
Experimental Psychology, 41, 81-92.
Tomkins, S. S. (1962): Affect, Imagery, Consciousness. Vol. I. The Positive Affects. Nueva York:
Springer.
Tomkins, S. S. (1984): Affect theory. En K. R. Scheerer y P. Ekman (eds.), Approaches to emotion
(pp. 163-196). Hillsdale, N. J.: Lawrence Erlbaum.
Tortosa, F. y Mayor, L. (1992): Watson y la psicología de las emociones: evolución de una idea.
Psicothema, 4( 1), 297-315.
Tucker, D. M. (1981): Lateral brain function, emotion, and conceptualization. Psychological Bu­
lletin, 89, 19-46.
Ulich, D. (1982): Das Gefühl. Munich: Verlag Urban & Schwarzenberg.
van Hooff, J. y Aureli, F. (1994): Social homeostasis and the regulation of emotion. En S. H. M.
Van Goozen, N. E., Van de Poli y J. A. Sergeant (ed.), Emotions. Essays on emotion theory
(pp. 197-217). New Jersey: LEA.
332 Psicología de la motivación y la emoción

Watson, J. B. y Rayner, R. (1920): Conditioned emotional reaction. Journal o f Experimental Psy­


chology, 3, 1-14.
Weiner, B. (1980): A cognitive (attibution) emotion activation model of motivated behavior. Analysis
o f judgements o f helpgiving. Journal o f Personality and Social Psychology, 39, 186-200.
Weiner, B. (1985): An atributional theory of achievement motivation and emotion. Psychological
Review, 92, 548-573.
Yogo, M. y Onoe, K. (1998): The social sharing o f emotion among Japanese students. Internatio­
nal Society for Research on Emotion, Wuerzburg, Alemania.
Zajonc, R. B. (1984): On the primacy o f affect. American Psychologist, 39(2), 117-123.
Zajonc, R. B. (1980): Feeling and thinking; preferences need no inferences. American Psycholo­
gist, 55(2), 151-175.
Zajonc, R. B. Murphy, S. T. y Inglehart, M. (1989): Feeling and facial efference: implications of
the vascular theory of emotions. Psychological Review, 96, 395-416.

También podría gustarte