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Eje temático III:

"La Naturaleza de los Regímenes Políticos:


Democracia, República, Comunismo y Populismo."

Título:
“¿Populismo o Democracia?
Reflexiones en torno a la promesa y la representación política desde
la perspectiva del Análisis Político del Discurso”

Por Ma. Cristina Ruiz del Ferrier*

A modo de la introducción a la discusión

Hace varias décadas que desde diversas perspectivas y corrientes de pensamiento de la teoría
política contemporánea se reflexiona en torno a la categoría de populismo. Diferentes
disciplinas suelen señalar los múltiples riesgos y problemas que el populismo encarna como
categoría y como fenómeno político. En ese marco, puede decirse que si existe un factor
común entre tan variados estudios es el hecho de que se destaque la imprecisión del
término1. En líneas generales, y desde la especificidad que atañe a la teoría sociopolítica,
pueden identificarse por lo menos cuatro enfoques disponibles para el estudio teórico de este
tema.
La primera de dichas perspectivas, más conocida como la perspectiva “clásica” del
populismo, comprende el fenómeno como verdaderamente problemático y lo postula en
consecuencia en franca línea de continuidad con la demanda política de modernización de
las sociedades parsimoniosas de los países de América Latina. La teoría de la modernización
social, hija de la tradición estructural-funcionalista, concibe al populismo como un
fenómeno que aparece en los países subdesarrollados y que se encuentran jalonados por la
necesidad de iniciar y consolidar la transición de las sociedades tradicionales hacia la
constitución de sociedades modernas. (Germani, 1956, 1973,1978; Di Tella, 1965, 1973; et.
al.).
La segunda perspectiva, de cuño histórico-estructural, entiende al populismo en
relación a un cierto estadio de desarrollo del capitalismo latinoamericano y como respuesta a
la crisis del modelo agroexportador y a las formas oligárquicas del Estado Nacional. Como
se recordará, para esta perspectiva, el principal problema no reside en la necesidad de
modernización social, sino en la relación económica asimétrica entre el centro y la periferia.

*
Licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becaria doctoral del CONICET.
Docente-Investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. E-Mail: ruizdelferrier1@yahoo.com.ar
1
Así lo expresan algunos autores: “Es casi un lugar común en la literatura acerca del populismo comenzar
destacando la vaguedad e imprecisión del término y la multitud heterogénea de fenómenos que abarca (…)
sirve para referirse a una variedad de fenómenos: movilizaciones de masas (de raíces urbanas o rurales)
elitistas y/o anti-elite, a partidos políticos, movimientos, ideologías, actitudes discursivas, regímenes y formas
de gobierno, mecanismos de democracia directa (referéndum, participación), dictaduras, políticas y programas
de gobierno, reformismos, etc.” (Mackinnon y Petrone, 1999: 11).
A diferencia de la perspectiva anterior, la causa de este problema lejos de ser endógena a los
países latinoamericanos, se identifica como exógena a ellos. (Cardoso y Faletto, 1999; Ianni,
1973; et. al.).
La tercera perspectiva está integrada por los aportes de una serie de autores que en
líneas generales hacen hincapié en las distintas oportunidades y restricciones de tipo
coyuntural que rodean y afectan de diversos modos a los sectores o clases sociales. Las
producciones que componen esta perspectiva analizan particularmente las condiciones
económico-sociales de los trabajadores que se producen en determinadas coyunturas
históricas. (Adelman, French, Horowitz, Tamarin, James, 1990).
Finalmente, la cuarta perspectiva se compone por un conjunto de estudios no
esencialistas que rastrean teóricamente la especificidad del populismo. Concibiendo la
naturaleza discursiva de lo social, la racionalidad de la constitución del pueblo como
directamente vinculadas a la incidencia de la dislocación social, la contingencia de las
lógicas de articulación de demandas y la percepción de su emergencia sociopolítica, se
enfatiza el plano discursivo-ideológico como presupuesto medular de la teoría de la
constitución de las identidades políticas. (Laclau, 1978; 2005). En ese marco interpretativo,
Ernesto Laclau postula que lo que caracteriza a un discurso populista es una determinada
articulación de interpelaciones popular-democráticas como conjuntos de fuerzas antagónicas
a la ideología dominante del momento histórico considerado. (Laclau, 1978; 2005).
En el marco de este estado de situación, despojados de pretensiones de
exhaustividad, nos concentraremos en esta última perspectiva para problematizar algunas
cuestiones que atañen en primer lugar, a la decisión analítica de postular a las demandas
como las unidades mínimas del análisis. En segundo lugar, nos interesa debatir el rol de la
promesa y del proceso de representación política en condiciones democráticas tal como
Ernesto Laclau lo propone en su teoría del populismo. Finalmente, adscribiendo a los
presupuestos ontológicos y epistemológicos del denominado pensamiento político
posfundacional (Marchart, 2009) con los que sin duda comulga la teoría laclauniana sobre la
constitución de las identidades políticas, consideramos un problema teórico de implicancias
prácticas vinculado a la organización y funcionamiento del populismo en relación a la
democracia.

I. El problema de la unidad de análisis

La perspectiva del Análisis Político del Discurso (en adelante: APD) se caracteriza por una
serie de presupuestos epistemológicos (multidisciplinariedad: estructuralismo, filosofía del
lenguaje, fenomenología, hermenéutica, etc.) y presupuestos ontológicos (el debilitamiento
del carácter absoluto de los fundamentos del pensamiento moderno, la constitución
discursiva de la realidad, el rol de la dislocación de lo social, etc.). En este marco
interpretativo, Ernesto Laclau, específicamente en su obra La razón populista (2005),
considera la constitución de las identidades políticas en tiempos de capitalismo globalizado
a partir de una decisión analítica que marca a fuego sus presunciones iniciales: la unidad
mínima de análisis no comprende a los individuos, ni a los grupos o clases sociales, como
tampoco a las ideologías, ni a las prácticas; sino a las demandas2. Teniendo en cuenta este
presupuesto, y considerando que las demandas en sentido lacaniano implican necesidades y
deseos, postulamos que esta teoría de la constitución de las identidades políticas obstruye la
posibilidad de repensar lo político en torno de otras probables implicancias que aún también
en condiciones democráticas son pasibles de ser tenidas en cuenta.
2
Recordemos que en el marco de la teoría del populismo de Ernesto Laclau, las demandas se comprenden en la
doble acepción del término inglés demand. Esto es, como petición y como reclamo. (Laclau, 2005).
En primer lugar, consideremos la categoría de individuo. Si retomáramos como la
unidad mínima del análisis de la teoría laclauniana la noción de individuo, más allá de las
concepción liberal de individuo racional, instrumental y utilitario; probablemente podríamos
establecer un contrapunto analítico de igual a igual respecto a la unidad mínima de análisis
de la tradición (neo)liberal, reforzando una de las pretensiones centrales que persigue la
perspectiva del APD al considerar al liberalismo su principal tradición antagónica.
En segundo lugar, si abandonáramos la noción de individuo como la unidad mínima
del análisis, y en cambio consideráramos a los grupos o clases sociales, probablemente no
desactivaríamos los aportes sustantivos que la sociología política supo ofrecer a la
comprensión del populismo y de la democracia durante largas décadas. Lo mismo
podríamos decir respecto de la categoría de movimientos sociales. Sin embargo, y como
sabemos, ni el APD ni la teoría laclauniana de las identidades políticas parten del análisis de
estos actores colectivos.
En tercer lugar, consideremos a la ideología en el marco del análisis del APD en
general y en la teoría del populismo en particular. Si bien la ideología es considerada en
relación al carácter identitario de una cierta lógica populista, esta se atribuye antes que a los
sujetos, a la incidencia del contexto contingente de articulación de demandas populares. En
suma, y a pesar del carácter posmoderno y posfundacional que caracteriza a esta perspectiva,
ponemos en entredicho la posibilidad de pensar la constitución de las identidades políticas
sin el sustento subjetivo de la ideología como componente analítico central.
Finalmente, en torno a la relación entre la ideología y las prácticas, por caso la teoría
foucaultiana podría ofrecer puentes comunicantes útiles con respecto al presupuesto
laclauniano de las demandas como unidades mínimas del análisis. De hecho, Laclau
reconoce -aunque sin concesiones- que las prácticas políticas como unidades de análisis
podrían ser contempladas dependiendo de cómo se conciba el pasaje de la ideología a las
prácticas. Escuchemos a Laclau en este respecto y como una defensa de su idea de
articulación de demandas:

“(…) Las dificultades para determinar el carácter político de los sujetos de ciertas prácticas
no pueden sino reproducirse en el análisis de las prácticas como tales, en la medida en que
estas últimas simplemente expresan la naturaleza interna de esos sujetos. Sin embargo, existe
una segunda posibilidad –a saber, que las prácticas políticas no expresen la naturaleza de los
agentes sociales sino en cambio, los constituyan–. En ese caso, la práctica política tendría
cierto tipo de prioridad ontológica sobre el agente –este último sería meramente un
precipitado histórico de la primera–. En términos ligeramente diferentes: las prácticas serían
unidades de análisis más importantes que el grupo –es decir, el grupo sólo sería el resultado
de una articulación de prácticas sociales–. Si este enfoque es correcto, podríamos decir que
un movimiento no es populista porque en su política o ideología presenta contenidos reales
identificables como populistas, sino porque muestra una determinada lógica de articulación
de esos contenidos –cualesquiera que sean estos últimos–.” (Laclau, 2009: 52)

¿Cuáles son esos “contenidos reales” susceptibles de ser identificados como populistas?
Lo sabemos: no son contenidos ligados a los individuos, ni a las clases sociales, ni a la
ideología de los sujetos, como tampoco vinculados centralmente a las prácticas. Se trata de
contenidos bajo la denominación de una cierta “articulación de demandas populares”. Los
alegatos antes citados por parte del padre de esta teoría, responden a la indeterminación de lo
que es específicamente populista cuando no se postula a las demandas como las unidades
mínimas de análisis. Insistimos: consideramos que ha sido preciso detenernos a analizar
brevemente la decisión de seleccionar a la demanda como la unidad mínima de análisis de la
teoría laclauniana de la constitución de las identidades política a fin de poder problematizar
algunos posibles efectos interpretativos que operan en el marco de las denominadas
“condiciones democráticas”.

I. ¿La democracia como condición? Promesa y Representación política

Así como en el punto anterior hemos dado cuenta del problema que conlleva la decisión
analítica de postular a las demandas como las unidades mínimas del análisis, en estas líneas
quisiéramos referirnos a otro problema teórico que es la ponderación de la democracia como
condición. La forma en la que se concibe la democracia tanto como una idea-fuerza del
APD, como a un presupuesto en La razón populista (2005) entendida como condiciones
democráticas, opera en ambos casos como “trasfondo” en el análisis. A nuestro modo de ver,
bien por el contrario y una vez más, esta decisión analítica reviste implicancias teóricas y
prácticas paradojales. Nuestro argumento en este punto es que la teoría laclauniana lejos de
contemplar la democracia como el “friso” o “telón de fondo” del análisis, constituye el nudo
principal de su teoría política de constitución de las identidades. Sin lugar a dudas, tres
conceptos clave marcan los puntos medulares de la teoría de las identidades políticas sobre
el populismo: la política, la hegemonía y la representación. Intentaremos a continuación
fundamentar este presupuesto bajo dos términos contemplados en su teoría del populismo:
en primer lugar, la promesa política como horizonte de plenitud que permite anudar las tres
categorías. En segundo lugar, la representación política como instancia de legitimación de la
hegemonía y la política.
En relación a la operatoria de las demandas populares en la lógica de la equivalencia,
consideramos que la categoría de promesa como un horizonte simbólico de plenitud opera
en la teoría de Laclau como un presupuesto ontológico que colabora en interpretar el proceso
complejo de identificación política de la masa respecto al líder. En este punto, consideramos
que en el pasaje analítico de las unidades mínimas de análisis a las constitución de las
lógicas equivalencias cuya conformación depende del salto cualitativo de las demandas
democráticas a demandas populares, se pierde de vista el peso específico de las necesidades
en sentido lacaniano respecto de los deseos de los sujetos. ¿Cómo aprehender este nivel de
análisis? ¿Cómo establecer la percepción (individual y agregativa/colectiva) de cuáles son
las principales “demandas democráticas” que devendrán en “demandas populares” bajo los
efectos de solidaridad y condensación de la lógica equivalencial por su mutua condición de
insatisfacción? Resulta claro que la teoría de constitución simbólica de las identidades
políticas no da cuenta explícitamente de esta cuestión, y sin embargo, la pone enfáticamente
en juego al interior del proceso de constitución de las identidades, de la hegemonía y
también como parte componente del imaginario social por el cual se producen las
identificaciones colectivas que alimentan el proceso de representación política. Asimismo,
en torno a la categoría de promesa de completitud que desde un registro simbólico lacaniano
compromete un imaginario de satisfacción total (imposible) de las necesidades colectivas,
consideramos que se produce un salto sin mediaciones entre las expectativas individuales de
completitud y de satisfacción que se encuentran agregadas –y por lo tanto diluidas en cuanto
tales–, y las demandas sociales o colectivas. En este punto, y por lo considerado más arriba,
insistimos en las implicancias teóricas que conlleva la decisión analítica de tomar como
unidad mínima de análisis a las demandas y no a los sujetos, los individuos, los grupos o las
clases sociales, entre otros posibles. En consecuencia, si bien la teoría laclauniana no niega
al sujeto como autor de sus demandas (necesidades y deseos), las demandas populares por sí
mismas no pueden explicar cómo se resignifica la promesa de completitud o cómo se
redefine el horizonte de plenitud, ni cómo se produce la metamorfosis de la hegemonía
frente a la existencia de las pretensiones contra-hegemónicas. Como se sabe, para dar cuenta
del “cambio sociopolítico”, la teoría de construcción de las identidades no recurre a las
demandas sino a un nivel de análisis propio a otros tipos de presupuestos ontológicos: la
contingencia y la dislocación constitutiva de lo social.
Hasta aquí, lo relativo a la cuestión de la promesa. Postulemos a continuación
algunas reflexiones en torno al proceso de la representación política 3 en la teoría de E.
Laclau que desde nuestro punto de vista se encuentra muy vinculado al problema de la
promesa como horizonte de plenitud. Así como el teórico argentino suele referirse al
problema de la ambigüedad e imprecisión del concepto de populismo que caracterizan a las
lecturas disponibles sobre el tema, Laclau en sus escritos también suele referirse a la
representación política como una categoría que tradicionalmente ha sabido suscitar
desconfianza y escepticismo4. Esta denuncia respecto a ciertas lecturas que han devaluado la
categoría de representación política, sin embargo no conlleva una propuesta alternativa
como sí ocurre en el caso del problema del populismo frente a la literatura sobre el
fenómeno. En otras palabras, consideramos que la postulación enfática y recurrente del
teórico argentino en torno a poner en valor la categoría de representación política aún no se
encuentra lo suficientemente desarrollada en su teoría del populismo 5. Aun considerando los
análisis propuestos por la teoría laclauniana en términos de la funcionalidad de la
representación a partir de los efectos políticos de conjunto y para la consolidación siempre
provisoria de la legitimación de la hegemonía en sus vertientes horizontales –de
identificación entre los representados– y verticales –de identidad entre el representante y
los representados–; resulta poco desarrollado teóricamente en proporción a la importancia
que este tema adquiere para la teoría de la constitución de las identidades políticas. Por
tomar un solo ejemplo que ilustre lo que queremos problematizar, cabe recordar que Laclau
desdeña el rol de los partidos políticos tradicionales como actores políticos representativos,
apostando sus principales argumentos a favor del rol del líder al mencionar la necesidad de
una “representación de un nuevo tipo” (¿?) y la creación de “lenguajes más universales” que
den a las demandas populares otro tipo de unidad (¿?). Sin embargo, esto depende
centralmente del tipo de articulación política, y en líneas generales, nada se dice en estas
direcciones. A modo de propuesta, nos preguntamos si la inclusión de la categoría de
voluntad política en el análisis, tanto por parte de los representados como por parte del
representante, no constituiría acaso una posible contribución al esclarecimiento del problema
de la representación política.

Reflexiones finales: ¿Populismo o Democracia?

En estas páginas, quisimos dar cuenta de algunos de los principales problemas de la teoría
de constitución de las identidades políticas propuesta por Ernesto Laclau en su obra La
razón populista (2005) en el marco más general del Análisis Político del Discurso. Partimos
de la reseña de los estudios disponibles sobre el populismo, para luego circunscribirnos
específicamente en la teoría laclauniana. Una vez inscriptos en ella, postulamos el problema
que contrae la elección analítica de la unidad mínima de análisis para identificar allí algunos
de los efectos que la teoría descarta parcialmente y que a nuestro criterio –aunque de manera

3
Sobre la teoría de representación, véase Laclau, E. (1996). Emancipación y Diferencia. Buenos Aires: Ariel;
y Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
4
En este respecto, la filosofía rousseauniana ha contribuido a la desconfianza sobre la representación política
considerada como un mal menor (e inevitable) para las democracias modernas indirectas.
5
En este sentido, lo mismo puede decirse respecto a la categoría central de la figura del Líder como tal, tanto
para el proceso de identificación como para el proceso de representación política.
diferencial– portan otro tipo de capacidad interpretativa para analizar el mismo fenómeno,
esto es, la constitución de las identidades políticas en condiciones democráticas.
En segundo lugar, quisimos dar cuenta de por lo menos dos categorías privilegiadas
de la teoría del populismo, como son por caso, la promesa como horizonte de plenitud y la
representación política como proceso de interpelación e identificación de la masa con el
líder. Analizar brevemente ambos términos en forma relacional tal como lo propone Ernesto
Laclau en La razón populista, nos permitió preguntarnos por la eficacia teórica de los
presupuestos ontológicos del APD en el caso de la promesa, y de sugerir la propuesta de
interpretar la categoría de voluntad política de los representados y del representante o líder
como componente medular de la eficacia del proceso de representación política.
Las reflexiones anteriores tuvieron como objeto central hacer explícita una tensión
que nuestra lectura de la teoría laclauniana identifica en torno a la idea del populismo “como
la forma en que se constituye el pueblo como agente histórico”. Nos parece que a esta altura
de los argumentos, cabe preguntarse: ¿Qué sucedería si cada vez que Laclau hace referencia
al populismo lo sustituimos por la categoría de democracia? ¿Qué efectos analíticos e
interpretativos se desprenderían de dicha sustitución? Los problemas de la promesa como
horizonte de plenitud y de la representación política, ¿no se ajustarían más al problema de la
lógica de la democracia antes que al problema de la lógica del populismo? En este sentido,
¿no estaríamos acaso indicando así antes que una confusión teórica, otra forma de
reivindicar la potencia de la teoría laclauniana? Postulamos que lo que está implícito –y por
lo tanto en juego– en la teoría política de Laclau es una suerte de pretensión de explicar la
dinámica del populismo bajo las formas en que esta lógica de construcción de las
identidades políticas se organizan y constituyen en condiciones democráticas, pero que en
todo caso, y a nuestro modo de ver, pertenece a la propia dinámica de organización y
funcionamiento de la democracia.
Para finalizar, proponemos tomar en consideración el tema de “las variaciones
populistas” (Laclau, 2005). El modo en el que Laclau concibe las variaciones, esto es, como
tendencias –populismos de derecha o de izquierda, etc.–, termina por reponer el componente
ideológico que se pretendía minimizar en el análisis, tal como quedó demostrado al inicio de
estas páginas. En otro sentido, el hecho de incluir dentro de las variaciones populistas
también al institucionalismo –que en consecuencia podemos hacer extensivo a la tradición
(neo)liberal de la democracia–, nos parece una evidencia más que confirma nuestros
argumentos. Insistimos: no se trata de poner en relevancia la centralidad de la lógica política
del populismo, sino de enfatizar la centralidad que estos razonamientos abonan a la propia
lógica política de la democracia. No es el populismo el que como lógica política puede
adoptar variaciones tan polares como el institucionalismo o el populismo. Es la democracia
la que puede dar lugar a diferentes constitución políticas, sean estas institucionales, sean
estas populares. Estamos afirmando que la teoría que nos ofrece Ernesto Laclau sobre la
constitución de las identidades políticas en tiempo de capitalismo globalizado, antes que
comprender una obra refinada del populismo es ante todo una teoría de la dinámica, el
funcionamiento y la organización de nuestras democracias.
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