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II
Todos los Derechos Reservados
Oiga la narración del cuento en: http://www.cuentosdesdegotiasan.blogspot.com
La música que oyes suena a tráfico de autos, a multitudes que se desplazan apuradas, a
taxímetros que marcan el tiempo al ritmo del dinero, a vendedores de “perros calientes”, a
escaleras mecánicas y ascensores, a unos cuantos sí y a muchos no.
Pero la música que quieres oír está dentro de tí, tiene ese ritmo citadino que se lo da la
rutina de un trabajo que a toda costa tienes que conservar, y que se parece al de los cantos
de los antiguos esclavos cuando trabajaban el campo.
Esas canciones que llegaron a la ciudad y buscaron refugio en los barrios pobres, que se
instalaron en bares de mala muerte y se convirtieron en sustento de los músicos no
académicos y en estribillo de las putas baratas.
Y después del Blues alguien inventó el jazz, y ¿qué te importa a ti Negro Julio si es blues o
jazz, total, se supone que eres un ignorante de esas cosas?.
--- “Chasqueo los dedos, con ese 1,2,3 1,2 el piano empieza. Luego se unen los
demás instrumentos. Llegado un momento se mantiene la misma melodía que parece
que no acaba, y en una pausa de un segundo el piano queda solo. Después, la trompeta;
entonces la batería….
Y quedo solo al final con mi saxo. No debería ser el orden, pero yo soy el Negro Julio y
quiero ser la estrella. El sudor cae por mis sienes, mientras mis mejillas se inflan y
desinflan rítmicamente. Ése es mi sueño.
Mi realidad desafina, y mis pobres vecinos callan resignados, porque el Negro Julio es
buena gente”.
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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol. II
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Pero, la vida para él tenía su recompensa, la mejor de todas; tenía a Matilde, su mulata.
Era la única que soportaba desde cerca al Negro ensayando una y otra vez con ese saxo; y
que después se paraba y cantaba aquellas melodías, queriendo parecerse a Luis Armstrong.
Lo único que lograba Julio era carraspera, y la Matilde se compadecía, lo miraba con
resignada paciencia y trataba de ayudarlo comprándole en el mercado jengibre para la
garganta.
Un día, Matilde amaneció enferma y no hubo remedio en este mundo que la pudiera
curar. Matilde se fue en un sueño, pero dejó un suspiro en el corazón de Julio. Era el
aliento para soplar el saxo y liberar el genio del blues en el alma de Julio.
Las notas salían armónicas, bellas y tristes y se oían en el vecindario. Todos oían y se
asombraban de ese nuevo Julio que tocaba su saxo de esa manera extraordinaria. Por fin
había aprendido. Ahora era un músico de blues.
Y pasó el tiempo.
El primer Día de los Muertos quiso recordar a Matilde. Se sentó entonces en el viejo sofá,
agarró su saxo, y empezó a improvisar.
Las notas llegaron hasta el cielo y la ciudad se llenó de melodías hermosamente tristes. Era
el blues de la ciudad, el blues de la gente que sólo quería cerrar los ojos y dejarse llevar.
Esa música que una vez hacía soportar el trabajo de esclavo y que hacía que el látigo no
fuera necesario. Esa música que -si bien había evolucionado en la ciudad- servía para lo
mismo. Te recordaba quién eras, de dónde venias y hacia dónde íbas.
Y es que para ser un buen músico de blues hay que ser negro, tener buenos pulmones,
tener un gran corazón y estar inmensamente triste.
Y lloraba. Después, recordaba detalles de la vida con su mulata y salían del saxo tristes
melodías.
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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol. II
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---"Matilde me haces falta... Matilde, ¿dónde está mi jengibre? Lloro todos los días por
tí..
Me lleno de aire,
me impulso desde abajo,
y rompe mi corazón un grito de negro.