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Introducción
¿Cuáles son las razones que nos motivan a detenernos en un tema como este? ¿Por qué hoy
se hace cada vez más un motivo no solo de interés sino también de extrema necesidad el
conocer el rol que tiene el Espíritu Santo en la adoración de la iglesia?
Creo que existen básicamente dos razones para que hoy se siga discutiendo entre los
círculos cristianos este tema. Por un lado, está el criterio apologético que cierto sector de
la cristiandad asume. Este sector entiende que se ha caído en prácticas que no son
coherentes con las que las Escrituras (o la tradición bautista) entienden como correctas,
sienten que se ha incurrido en excesos bajo el estandarte de que el Espíritu Santo ha
iniciado una renovación en la iglesia teniendo como su instrumento la adoración. Suena como
si este sector dijera: “¡Qué se habrán creído estos para decir y hacer estas cosas en el
nombre del Espíritu Santo!”
Existe, sin embargo, según mi parecer un sector que ante el avance de los grupos de
renovación que hace un énfasis en la adoración se pregunta si tal vez se tenga que revisar
nuestra teología de una manera honesta para encontrar errores que nos han conducido a
descuidar la adoración como una ministración del Espíritu Santo a favor de la iglesia. En
este sector la pregunta que se podría plantear sería: “¿No será que podemos estar
equivocados?” O: “¿No nos habremos equivocados en algo, después de todo?”
Sea lo uno o lo otro, lo cierto es que hoy, a pesar de que han pasado algunas décadas desde
el inicio de los movimientos de renovación, el debate sobre el tema que abordaremos sigue
vigente por lo que hablar del rol del Espíritu Santo sigue siendo un tema de interés o de
extrema necesidad.
I. La adoración
En estas últimas décadas han surgido muchas corrientes de adoración que han hecho mucho
más difícil su definición. Estas han dado mayor importancia a las formas que a la naturaleza
misma de la adoración. Así la adoración ha sido considerada verdadera o espiritual cuando
se ha cantado coros o himnos; cuando se ha aplaudido o se ha dejado de hacerlo; o cuando
se levanta las manos o no se ha hecho, etc. Como resultado de esto las discusiones y
divisiones que se han dado en la iglesia se dieron solamente en el nivel de la forma antes
que en la naturaleza misma de la adoración.
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Otro factor que ha contribuido a no hacer posible una definición adecuada de adoración ha
sido confundir las preguntas:” ¿Qué es la adoración?” con “¿Cuándo existe adoración?”
Mientras la primera busca la esencia o la naturaleza de la adoración, la segunda apunta a las
consideraciones que hacen posible tal actividad. Ahora el problema de esta confusión se
manifiesta a causa de la relación que existen entre la experiencia y la conceptualización de
las cosas. Conceptúo tal como lo experimento y siendo la experiencia en la adoración
diversas en un mismo individuo y en diferentes, entonces surge el problema de cómo definir
la oración, siendo más fácil desencadenar en la segunda pregunta anteriormente
mencionada. Aquí se cumple lo que se afirma de los bautistas: “Donde dos o tres bautistas
se juntan, hay por lo menos cuatro opiniones distintas”.
Otro factor más que queremos abordar es el que afirma que por ser una actividad
sobrenatural su definición es imposible. Así afirma Hugo McElrath: “Después de todo, la
adoración es algo sobrenatural, y por lo tanto, en un sentido, está más allá de la
comprensión, el razonamiento y la definición humana”(1). Se apela aquí a la sobrenaturalidad
de la adoración, y aunque aceptamos este hecho, no podemos pensar que Dios nos ha dejado
en la oscuridad para ignorar en que consiste ésta. No poder definirla podría llevarnos, como
en realidad lo a hecho, a subjetivismos que serían dañinos para su praxis en la iglesia.
2. Definición de la adoración Son muchas las definiciones que se han dado sobre la
adoración. Sin pretender agotarlas, mencionaremos algunas que consideramos de
importancia.
(1) Adorar es reverenciar, con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como
cosa divina. Reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido.
(2) La adoración es un acto definido de la criatura en relación con Dios. La adoración es
inclinarse uno delante de Dios en reconocimiento de adoración y en contemplación
hacia Dios. (R.A. Torrey, Como Obtener la Plenitud del Poder, p. 72).
(3) Adorar a Dios es una necesidad tan profunda para el alma humana como la luz del
sol para la planta. Así como las hojas de un girasol se vuelven hacia la luz del sol, así
también nuestra alma es atraída por Dios. (Joao Falcao Sobriho, Teología de la
Mayordomía Cristiana, p. 20).
(4) Adorar es despertar la conciencia por la santidad de Dios, alimentar la mente con la
verdad de Dios, purificar la imaginación por la hermosura de Dios, abrir el corazón
al amor de Dios y dedicar la voluntad al propósito de Dios. (William Tyndale).
(5) La adoración es la respuesta humana a la revelación de Dios en Cristo.
3. Aspectos en la adoración
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oyó, ni han subido en corazón de hombre . . .” (1 Cor. 2:9) y quien nos ayuda a pedir
como conviene (Rom.8:26).
b. La adoración como diálogo en acción. En la adoración Dios toma la iniciativa
revelándose y el hombre responde. Dios nos vuelve a hablar, y el hombre vuelve a
responder. Esta no es un monólogo, es más un diálogo. Como afirma McElrath: “La
adoración como respuesta no implica que es un acto que hacemos una vez y nada
más. Es más bien un estado continuo de la mente y del espíritu a medida que
confrontamos la revelación continua de Dios”(3). Podemos considerar como ejemplo
de este diálogo, la experiencia de Isaías en el templo (Isa. 6:1-8), o la de Jeremías
narrada en el cap. 1.
c. La adoración como ofrenda. Adorar es ofrecer ofrendas a Dios. En el Salmo 96:8
se afirma: “Dad a Jehová la honra debida a su nombre. Traed ofrendas, y venid a
sus atrios”. Aquí la adoración no implica tan solamente palabras sino ante todo
también una acción. “Yo llevo algo para ofrecer a Dios”. Y esto que llevo es siempre
lo mejor “No ofreceré a Jehová mi Dios holocausto que no me cueste nada” (2 Sam.
24:24).
d. ¿Qué ofrendo, luego al Señor? Mi ser mismo es el sacrificio que rindo, mi ofrenda a
Dios en su más alta expresión (1 Ped. 2:5; Rom. 12:1).
e. La adoración como celebración. En la adoración el hombre expresa en forma
gozosa la victoria de Dios en Jesucristo. Se celebra de manera jubilosa a Dios, lo
que él es y lo que él ha hecho. Un ejemplo de la adoración como celebración la
encontramos en el cántico de Moisés y María en Éxodo 15:1-18: “¡Cantaré a
Jehovah, pues se ha enaltecido grandemente! ¡Ha arrojado al mar caballos y
jinetes!” (15:1). Como afirma McElrath: “Como celebración es una actividad gozosa y
agradable. Es una actividad en la cual nos atrevemos a creer en que Dios mismo se
agrada”(3).
f. La adoración como drama. Existe un drama en el encuentro entre Dios y el
hombre. Es el drama de la respuesta a la iniciativa divina. Es el drama en el que el
hombre se entrega de una manera simbólica a la divinidad. En este drama los
adoradores son los actores principales, el auditorio solamente tiene a Dios como
único espectador viendo y escuchando las oraciones y alabanzas. Es él quien mira en
las vidas y en los corazones de los actores, el que discierne los motivos de la
adoración y de su culto. En este drama, los pastores y directores de adoración no
son sino los apuntadores entre bambalinas que ayudan a la congregación a que haga
bien su trabajo. Ellos actúan como co-adoradores con la congregación, estando
enfrente de ellos algunas veces para hablar o para cantar en la presencia de Dios, y
a veces para cantar o hablar en beneficio de las personas, en la presencia de Dios.
El orden del culto viene a ser el libreto o el argumento de este drama (4).
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Al concluir esta parte creemos que podemos definir la adoración tomando en consideración
los aspectos señalados por Hugo McElrath. “La adoración es una actividad del hombre con
carácter sobrenatural, por ella el hombre responde como una ofrenda a los hechos de Dios
en Cristo, a veces celebrándolos, otras estableciendo un diálogo con él; desarrollándose
estos dentro de un ambiente de drama, el cual es inherente a todo encuentro entre Dios y
el hombre”.
1. El Espíritu de la experiencia Cuando nos decidimos hablar del Espíritu Santo, ¿cómo lo
hacemos? ¿Cómo una cosa o cómo una persona? Obviamente existe una diferencia entre
ambos modos de percibir este asunto. Si es una cosa, a ella la definimos, y en tanto
inanimada, ella desarrolla su ser en función de nosotros y de nuestra experiencia. Lo
utilizamos. Si esto no es así, entonces el Espíritu Santo define su propio ser, su propia
existencia. Luego él desarrolla su ser independientemente de nosotros, y su relación con
nosotros es definida por él, desarrollándose en igualdad de condiciones, de ser personal a
ser personal. Como ser personal, es un ser de experiencias, es decir de vivencias, y
esencialmente de convivencia.
Luego, ¿qué define su igualdad? ¿De qué naturaleza es esta? Se afirma que lo que Jesús
era a los discípulos, el Espíritu tendría que ser a la iglesia. Earl C. Davis dice al respecto:
“Como lo describe gráficamente James Denney: ‘ Ningún apóstol, ni escritor del Nuevo
Testamento recordaba jamás a Jesús’ porque él estaba siempre cerca. Por lo tanto, yo
entiendo mejor la naturaleza y la obra del Espíritu Santo si simplemente pienso de él como
el invisible pero siempre presente Jesús”(5). Guillermo Hendriksen comenta de Juan 14:16:
“El pasaje indica claramente que el Espíritu Santo no es sólo un poder sino una persona, al
igual que el Padre y el Hijo. Es otro Ayudador, no un Ayudador diferente. La palabra otro
indica uno como yo que ocupará mi lugar, y hará mi trabajo”(6).
2. La iglesia adora por el Espíritu Santo Una experiencia vital a la cual el Espíritu Santo
condujo a la iglesia fue la adoración. Se encuentra a los creyentes adorando en el templo y
en las casas (Hech. 2:46, 46), adorando en circunstancias diversas, incluso en momentos de
amenaza o prisión (Hech. 4:22 ss.; 16:25).
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Analizaremos a continuación algunas de las evidencias que nos muestra el Nuevo
Testamento en cuanto al papel del Espíritu Santo en la iglesia primitiva.
Tomando esto como trasfondo para 12:3, Pablo está pensando en dos
afirmaciones que se estaban dando en el culto público: una que afirmaba que
Jesús era anatema, frase que obviamente no podía nunca ser guiada por el
Espíritu Santo; y otra que afirmaba que Jesús era el Señor. Esta declaración
muestra su reconocimiento de una intervención del Espíritu Santo en la vida del
adorante, y del papel de éste en la adoración. Sin la obra del Espíritu Santo,
afirmaría Pablo, el hombre no podría llamar Señor (en su sentido real) a Jesús en
el acto de la adoración.
Estos capítulos también nos permiten poder afirmar que el Espíritu Santo
conduce o ayuda a su pueblo en la adoración al conceder ciertos dones que la
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hacen posible. Por lo que se discute en el capítulo 14, resulta obvio que tanto el
don de lenguas como el de profecía tenían un uso preferencial en el culto público.
Si bien Pablo no menciona otros, es del todo factible que un número mayor haya
sido involucrado en el culto público, como elementos de adoración en la primera
iglesia.
Pretendemos en esta sección hacer una síntesis de lo que hemos tratado hasta aquí. La
pregunta que nos va ha conducir en esta tercera sección es: ¿Cómo obra el Espíritu Santo
en el adorador? O: ¿De qué manera actúa el Espíritu Santo en el individuo que adora?
Que la condición del adorador sea importante es algo que el Señor Jesús lo establece como
una verdad ineludible. Él sostiene que hay un verdadero adorador y que éste es aquel que
adora al Padre en espíritu y verdad. Termina afirmando: “el Padre busca tales [adoradores]
que le adoren” (Juan 4:23). Luego, no todos son adoradores verdaderos, no todos son
guiados e inspirados por el Espíritu Santo para una adoración espiritual. De hecho solo la
realizan aquellos en los que él tiene control sobre sus vidas (1 Cor. 12:2).
Asumir el control del Espíritu Santo sobre la vida del adorador es de sustantiva
importancia. Si Él no lo asume, la adoración será meramente carnal y ella no es solamente
dañina, sino además una abominación para Dios. Malaquías confrontaba a los sacerdotes de
su tiempo que habían caído en semejante situación al presentar pan inmundo sobre el altar
de Dios como un acto de adoración: “ ... , oh sacerdotes que menospreciáis mi nombre... en
que ofrecéis sobre mi altar pan indigno... pensando que la mesa de Jehová es despreciable”
(Mal. 1:6, 7). Sobre el peligro de una adoración no guiada por el Espíritu Santo R.A.Torrey
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afirma: “La adoración que la carne promueve es abominación a Dios. No toda adoración
ferviente y honrada es adoración en el Espíritu. Un hombre puede ser muy honesto y muy
honrado en su adoración, y, sin embargo, no estar sometido a la dirección del Espíritu Santo
en este asunto; por tanto, su adoración es en la carne. Aun cuando haya una gran fidelidad a
la letra de la Palabra, la adoración puede no ser ‘en el Espíritu’, es decir, inspirada y dirigida
por Él”(9).
Poco se ha enfatizado el papel del Espíritu Santo en el adorador. Hemos puesto mayor
atención en la liturgia o en las formas y hemos pasado por alto el hecho de que todo intento
de presentar ofrendas de adoración depende en gran medida del carácter de aquel que la
presenta, y que a fin de cuentas el carácter del adorador le deviene de su experiencia con
el Espíritu Santo, de su ser lleno de Aquel “por el cual adoramos a Dios y nos gloriamos en
Cristo Jesús” (Fil. 3:3). Toda ofrenda que provenga de una vida guiada por la carne no
puede, ni podrá nunca, ser una ofrenda de adoración grata a Dios, así tenga esta la forma
más estilizada o la más anticuada, así exprese renovación en la liturgía o conserve los
rasgos más conservadores. La razón es esta: quien determina la adoración es el Espíritu en
el adorador.
2. El Espíritu en la adoración.
(1) En el culto público. La iglesia básicamente adora en el culto público que se desarrolla
en el templo. En estas últimas décadas este ha sido el lugar que por excelencia se ha
convertido en el escenario de la más grande renovación. Todo se ha preparado
cuidadosamente para asegurar que quienes participen del culto de adoración puedan
alcanzar un verdadero encuentro con Dios. La música apela a los sentidos y a los
sentimientos, y conduce al adorador de un estado de exaltación y júbilo a otro de profunda
emoción que trae como consecuencia un profundo quebrantamiento. El sermón, luego, apela
al alma y hace que ella sea saciada del hambre que por la Palabra tiene. Después,
dependiendo de las diversas tendencias, surgen los rituales que buscan llenar la necesidad
de experiencias reales que el adorante quiere conseguir con el Dios de los cielos. Nada se
ha descuidado y dejado al azahar para satisfacer la necesidad del hombre actual que quiere
realmente adorar. Pero, ¿cuál es el papel del Espíritu Santo en todo esto? ¿Cómo se
manifiesta él en el culto público?
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En el contexto de libertad y restricción, podemos también considerar a los dones
espirituales dados por el Espíritu Santo, los cuales juegan un papel importante en la
adoración. En 1 Corintios capítulo 14, Pablo describe el uso de los dones en el culto público
de la iglesia. Habla concretamente del dones de lenguas y de las profecías, aunque nos
sugiere la música (“cantaré con el espíritu”; v.15). Él afirma: “Doy gracias a Dios que hablo
en lenguas más que todos vosotros. Sin embargo, en la iglesia [es decir, en el culto]
prefiero hablar cinco palabras con mi sentido...” (vv. 18, 19). Más adelante nos dice: “¿Qué
significa esto, hermanos? Que cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene un salmo o una
enseñanza, o una revelación o una lengua o una interpretación. Todo se haga para la
edificación” (v. 26) ¡No son acaso cada una de estas una manifestación de los dones dados
por el Espíritu Santo!
Hoke Smith llama la atención al hecho de cómo era el desarrollo del culto en Corinto, que
puede ser más o menos la característica de las demás iglesias del primer siglo. Por lo que
Pablo señala es evidente que había mayor oportunidad para la participación de todos los
concurrentes y que se oían varias voces en lugar de una sola voz desde el púlpito. Smith
dice: “...al ir al culto uno no sabría realmente quién iba a hablar o cuántos iban a hablar o
qué iban a decir”(12). Esto nos plantea las preguntas siguientes: (1) ¿Hasta qué punto una
liturgia formal e inflexible puede estar sofocando el papel del Espíritu en la adoración,
dejando solamente a la gente como receptores pasivos de todo ese engranaje llamado
ministerio de adoración? (2) ¿De qué manera ayudaría dejar a la espontaneidad del Espíritu
los hechos que se desarrollan dentro del culto público? ¿Cuáles son los peligros que
tendríamos que enfrentar si dejamos todo a la espontaneidad?
Pablo, en Romanos 12:1, hace del creyente una ofrenda permanente de adoración. Hay una
radical diferencia con anteriores conceptos en los que el hombre es el que presenta
ofrendas y sacrificios como un acto de adoración a su Dios. En esos actos hay adoración en
relación con el momento en que los sacrificios son presentados y no antes, por ejemplo un
cordero sólo es ofrenda en tanto es llevado al altar y presentado en sacrificio a Dios, y no
antes. En este nuevo concepto, es el hombre quien es a su vez el que adora y la ofrenda
ofrecida en adoración. El cómo adorador se presenta así mismo como ofrenda de adoración.
Su capacidad de adorador depende de su condición de ofrenda, estableciéndose así una
relación indisoluble. Pablo plantea que el adorador debe presentarse como ofrenda y
obviamente no está pensando que esto es algo esporádico o temporal, sino que esto es una
actitud que debe ser mantenida de manera constante en todo creyente, como manteniendo
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entonces también una actitud de adoración constante. Esto dice Pablo, es vuestro culto
racional o espiritual.
Tomando como base este hecho es que podemos entender a Pablo sosteniendo la necesidad
de la llenura del Espíritu Santo a fin de podamos siempre en todo tiempo hablar con
“salmos, himnos y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en nuestros
corazones” (Ef. 5:18, 19), pues esto no es sino un culto racional o espiritual.
NOTAS
(1) Hugo McELRATH, “La Teología de la Adoración”. En Diálogo Teológico, # 14. C.B.P. 1979, p.11.
(2) Ibid., pp.10-38.
(3) Ibid., p.32.
(4) Ibid., p.38.
(5) C. Earl DAVIS, “La Vida en el Espíritu”. El Paso; C.B.P. 1988, p. 21.
(6) Guillermo HENDRICKSEN, “El Evangelio según San Juan”. Michigan; Subc. de Literatura. 1981, p. 548.
(7) DAVIS, op.cit., p. 9.
(8) Hoke SMITH, “Teología Bíblica del Espíritu Santo”. El Paso; C.B.P. 1976, pp.88,89.
(9) R.A. TORREY, “Como Obtener la Plenitud del Poder”. El Paso; C.B.P. 1980, pp.72,73.
(10) McELRATH, op. cit., pp. 10,11.
(11) Ibid. p. 11
(12) SMITH, op. cit., p. 89.
(13) HENDRICKSON, op. cit., p. 180.
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