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Ensayo sobre El último lector Jair García-Guerrero

La economía de Toscana

El último lector (190 pp, Edit. Mondadori, México, 2004) es el nombre de la más
reciente novela del escritor regiomontano David Toscana. Es un libro que puede
ser tolerado sin indigestión.

En esta novela del también autor de Lontananza, Duelo por Miguel Pruneda
Santa María del Circo, entre otras, podemos determinar el estado evolutivo de un
autor que toma como plataforma su ciudad natal, sus alrededores y personajes, y
con ellos crea sus personajes universales.

La historia que se entreteje en las páginas de El último lector se ubica en un


pueblo cercano a Monterrey, llamado Icamole, localizado al sur, desconocido. Es
más, se trata de un pueblo fantasma, en cuyas calles no se ha hecho nada: no se
ha gestado ninguna personalidad, no han inventado otra forma de endulzar el
paladar, ni tiene algún ojo de agua con propiedades curativas. Es esta atmósfera
Rulfiana, Garcíamarquesina, la que ha escogido nuestro autor para construir su
lector terminal.

Y la historia es la siguiente: un bibliotecario jubilado, dueño de una librería


vacía de lectores, tiene un hijo que encuentra una niña muerta en su noria y la
entierra entre las raíces del árbol de aguacates del patio de su casa, mientras que
el pueblo se muere de sed, por lo que uno de sus vecinos va y viene cada semana
a traerles agua en su carreta; este aguador es acusado del asesinato de la menor,
al mismo tiempo en que la madre de la difunta visita el pueblo y conoce al
bibliotecario jubilado mencionado. A continuación expongo mis apuntes sobre esta
novela que es ya un clásico de la literatura latinoamericana.

El texto en su totalidad está estructurado con una técnica convencional en


los libros de Toscana; la utilización del renglón continuo, típico de él, resulta en
una afortunada demostración de la belleza que la prosa puede llegar a tener:

En sus páginas, El último lector nos recuerda lo valioso y fructífero que


representa tener a las letras de nuestro lado, y son sus personajes centrales,
Lucio y Remigio, quienes nos muestran las dos caras de la moneda, que nos
pueden caer si en nuestra vida nuestras manos libres tienen libros o no.

Más aún, el mecanismo que se expone en la vida de Lucio, nuestro


bibliotecario solitario de Icamole, es didáctico y objetivo: la vida se debe buscar en
las letras, en la literatura, y ésta, no se debe dividir en ficción y no ficción
solamente.

Directo como es, David Toscana no solo nos introduce en la acción desde
el arranque cuando Remigio encuentra la niña perdida en el pozo de agua: sus
Ensayo sobre El último lector Jair García-Guerrero

incisiones de las distintas escenas son penetrantes y verticales, pero también


sencillas al drama a efectuarse. Un ejemplo de lo anterior es cuando Toscana
escribe que los habitantes de Icamole comienzan la huida de la sequía; el inicio de
la frase, certero, es La sequía alcanzó un punto intolerable. Con esta frase,
Toscana evita explicaciones pesadas, redundantes, y nos lleva, más que nos
cuenta, la escena desértica del conflicto.

Otros ejemplos de su velocidad están las frases Lucio tiene hambre, El


chivo se halla atado al árbol, Entra una mujer vestida de negro y lentes oscuros,
entre otras, que son inicios filosos de un párrafo inquietante, una escena activa,
atípica en los escritos de cuentos tradicionalistas.

También los finales son soberbios. Toscana, con elegante ingenio, cierra
sus capítulos sin conclusiones absurdas, o como diría Lucio, sin ideas tan cortas
como el pene del imbécil que las escriba. Su máxima expresión de la constancia
que maneja Toscana en las conclusiones de sus diálogos, la descubrirá el lector
precisamente al fin de la novela, cuando Lucio reflexione sobre una última novela
singular.

Al margen de los incisivos arranques, y de las luminosas conclusiones que


El último lector contiene, resalta un elemento técnico interesante. Este consiste en
el empleo, por parte de Toscana, de la mayor parte de los recursos incluidos en el
inicio de la historia, y así reciclar los elementos sin llegar a empobrecer con ello la
creatividad. Con esta abstracción de economía, David Toscana, nos reafirma los
conceptos ya establecidos páginas atrás, con singular maestría y buena memoria.

Es así que recordaremos en mas de una ocasión la cáscara de durazno de


los aguacates, la piel tersa de Herlinda, el paraguas que cae al río, la gordura de
Antúnez, la mano de Babette, y finalmente, el morir avergonzado, indigno.

El reciclaje utilitarista de los ladrillos de la historia tiene su máxima


expresión en el libro de Toscana cuando al final de la novela Remigio quisiera mas
elementos para mencionar, cuando el recuerdo de Herlinda llega hasta él: nuestro
personaje solo guardó en su memoria un par de recuerdos: un caldo salado, una
silla metálica sin acojinamiento, una mujer hablando de alimento para chivos... y la
pregunta es: ¿David Toscana es codo cuando escribe, por ser de Monterrey? ☼

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