Está en la página 1de 21

A) Organización y trabajo

Los mecanismos de interacción humana conforman sistemas de organiza-


ción social. Las diversas formas en que las agrupaciones humanas se perciben
como sociales, en el sentido de que la relación y la interacción se consideran
como propias a la condición grupal o a las situaciones de proximidad, son muy
importantes para entender las características de la vida en común. Las diversas
organizaciones sociales son a veces el motor del cambio social y otras la razón
de la continuidad de ciertas cualidades culturales. Estas formas de agrupación
humana, que llamamos sociedades intermedias para diferenciarlas de la familia
por un lado y de la sociedad en general por otro, a menudo se han consolidado
en torno a las relaciones mercantiles. Por eso la sociología de las organizacio-
nes se centró durante un tiempo en el estudio de la empresa como modelo pa-
radigmático de organización. Piénsese, por ejemplo, que a finales de los 80
aproximadamente la mitad de las 100 más grandes unidades económicas eran
corporaciones y no países: en ese momento sólo 19 países tenían un P.I.N. ma-
yor que las ventas anuales de la General Motors. Hoy en día, sin embargo, el
concepto de organización es más amplio y, además de empresas, la sociología
de las organizaciones estudia no sólo las mercantiles sino también las políticas,
culturales, etc.
De todas formas, todavía se considera como criterio conformante de una
organización la división del trabajo en un entorno cerrado para la consecución
de unos fines variados pero conocidos. Por ello en el estudio de las sociedades
intermedias el análisis sociológico del trabajo es de capital importancia. Si tene-
mos en cuenta que el cambio organizacional es el motor del cambio social (pen-
semos, por ejemplo, en el efecto de la tecnología en los cambios operados en las
sociedades modernas), para entender el mundo contemporáneo será indispensa-
ble plantearse las consecuencias sociales de lo que se aprecia como progreso
118 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL ORÍ.

técnico. En definitiva, la sociedad industrial, fruto de la llamada revolución in-


dustrial, es consecuencia de ciertos cambios organizacionales llevados a cabo al
tiempo que se introduce de manera generalizada en el mundo occidental una de-
terminada tecnología. El hecho de que muchos sociólogos hayan visto en la na-
turaleza de estos profundos cambios estructurales, quizá los más grandes en la
historia de la humanidad, el punto de inflexión que motiva el nacimiento y la
consolidación de nuestra disciplina, explica por qué dedicamos un capítulo al
estudio del trabajo humano y de los cambios tecnológicos.

1. ¿QUÉ ES TRABAJO?

Al hacernos esta pregunta no estamos planteando una cuestión retórica. Si


nos paramos a pensar qué entendemos nosotros por trabajo veremos que es difí-
cil llegar a una respuesta satisfactoria que englobe todas las situaciones huma-
nas en las que los protagonistas de las mismas piensan que están trabajando. No
es de extrañar, por tanto, que el estudio del contenido del trabajo, su valoración
social, sus fines y modos nos haya deparado diversas interpretaciones y abierto
nuevas vías de investigación. La dificultad de llegar a una distinción entre tra-
bajo y no-trabajo ha llevado a algunos autores, entre los que se encuentran es-
critores tan eminentes como Garfinkel, Silverman y Giddens, a afirmar que toda
actividad humana es trabajo en la medida en la que directa o indirectamente hay
interacción social y la sociedad como tal transforma la naturaleza y se transfor-
ma a sí misma continuamente. Otros autores, como Arendt, nos dan una pers-
pectiva más restrictiva al incorporar la finalidad y autoconciencia de la persona
que realiza la actividad de que se trate al concepto de trabajo. Pero volvamos a
la cuestión inicial.
¿Cómo distinguiremos trabajo de ocio y otras actividades? ¿Es el empleo
remunerado el único trabajo? ¿Dónde termina el trabajo y empieza el hobbyl
¿Son el arte y la contemplación trabajo? Realmente hemos de llegar a un cierto
acuerdo sobre el significado del trabajo si después queremos apreciar el verda-
dero sentido de expresiones como civilización del ocio o sociedad del bienestar.
Además, el trabajo es parte central en las formulaciones de los sociólogos clási-
cos sobre las características de la realidad social. Nosotros vamos a entender
aquí trabajo en sentido amplio y siguiendo a Watson (1987; 83) como el ejerci-
cio de actividades que capacitan a la persona para mantener cultural y mate-
rialmente su existencia cotidiana en el ambiente donde se encuentra. Este ejer-
cicio de actividades supone la actualización de las potencias personales en
provecho propio o de otros. Naturalmente, para nosotros trabajo es algo más que
empleo y en nuestra definición englobamos tanto el trabajo doméstico como to-
das aquellas ocupaciones que la sociedad espera que sus miembros ejecuten
bien sea por necesidad, personal o social, o bien voluntariamente pero siempre
respondiendo a unos ciertos condicionamientos ambientales. En este sentido
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 119

queremos subrayar la importancia del entorno que es lo que en cierta manera de-
fine el carácter de nuestra actividad. Es decir, para nosotros el trabajo no tiene
una definición unívoca y transtemporal; el trabajo es fruto también, por tanto,
de una construcción social.
Hemos de reconocer, sin embargo, que la mayoría de los estudios realiza-
dos sobre el trabajo hoy en día se refieren al empleo remunerado. Y esto consi-
derando que este tipo de trabajo tiene una historia muy limitada que no se re-
monta más allá de unos doscientos años. En la medida en que esta concreción
pueda ser consecuencia de un estado general de opinión, nosotros la asumimos
y la haremos punto de referencia en nuestras disquisiciones, pero hemos de ser
conscientes de los inconvenientes que acarrea. Para evitarlos tendremos siem-
pre presentes en todo momento, y de acuerdo con la definición dada, a los tra-
bajos no remunerados y a las variantes al concepto de empleo formal tal y como
se entiende en el mundo occidental.
Efectivamente, estudios diversos y la investigación antropológica pueden
presentarnos conclusiones quizá sorprendentes. En muchas sociedades primiti-
vas, el tiempo dedicado al trabajo no pasa de 4 ó 5 horas diarias cual es el caso
de los aborígenes australianos y los bosquimanos sudafricanos que siguen el es-
tilo de vida tradicional. En nuestra propia tradición se tienen datos para calcular
que en la Roma del siglo IV el número de fiestas al año era de 175 días. En la
Edad Media el gremio de artesanos de París tenía sólo 194 días hábiles al año.
Si comparamos esto con las 70 y hasta 80 horas semanales que llegaron a traba-
jar los obreros en las fábricas de los países industrializados de Europa a media-
dos del siglo XIX, nos damos cuenta de las variaciones a que ha estado sujeto el
trabajo a lo largo del tiempo.
Pero quizá las diferencias más importantes son culturales y apuntan a la fi-
nalidad del trabajo. Bien podemos ver el trabajo como aquello que hace posible
la continuidad física de la vida asegurando el nivel de subsistencia, o bien pode-
mos ver en él aquello que da sentido a la vida y a través de lo cual se llega a la
autorrealización personal. Podemos verlo como un deber penoso o como un de-
recho individual o social que tiene que estar amparado por el Estado. Si consi-
deramos la escala de valores de un monje medieval, un yuppy neoyorquino o un
trabajador de subsistencia en la economía informal de una gran ciudad del ter-
cer mundo, podemos obtener tres distintas acepciones del trabajo. Por eso afir-
mamos que el trabajo en su descripción de contenidos, modos y fines está so-
cialmente construido: no existe una cosa objetiva y permanente llamada trabajo.
La diferencia entre trabajo y no-trabajo raramente se refiere al tipo de actividad.
Más probablemente esa diferencia estriba en el contexto social que reconoce y
acepta la actividad humana concreta, contexto que naturalmente varía espacial
y temporalmente.
Queremos ahora comentar, con brevedad, dos actividades que tienen tre-
menda importancia y que invariablemente han tenido distinto tratamiento en las
120 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL

investigaciones referentes al trabajo en la sociedad industrializada. Son el tra-


bajo doméstico y el desempleo. El término «mujer trabajadora», queremos re-
marcarlo de nuevo, es ciertamente equívoco, pues a la evidencia de la carga de
trabajo que la mayoría de las mujeres desempeñan en el hogar se le ha super-
puesto el fenómeno creciente de la participación de la mujer en el mercado la-
boral como asalariada. A las personas que trabajan en el hogar, por contraposi-
ción, no se les incluye a veces dentro del status social de trabajador. La razón
está en que en una sociedad en la que el valor de las cosas viene dada por el pre-
cio, a aquellas personas que trabajan fuera del sistema de intercambios moneta-
rios no se las considera económicamente activas y, por tanto, su trabajo, si se le
puede llamar así, carece de valor. Esto nos parece un despropósito que tiene
consecuencias lejanas, pues muchas de las desigualdades que se producen en el
mundo del empleo formal remunerado, por lo que se refiere a la presencia de la
mujer en ciertos sectores profesionales y dentro de ellos en el acceso a puestos
de dirección, tienen su origen en una desvalorización del trabajo doméstico.
Como apunta Pahl (1988; 471), el hecho de que el empleo remunerado de la
mujer muchas veces tenga que acomodarse a las exigencias de un trabajo do-
méstico socialmente infravalorado hace que, en muchos casos, la mujer vaya so-
brecargada y no pueda tener las mismas expectativas que el hombre para acep-
tar nuevas responsabilidades ya sea dentro o fuera del hogar. En este contexto
no está de más repetir la famosa sentencia publicada por primera vez en un in-
forme de las Naciones Unidas, en 1980: «las mujeres constituyen la mitad de la
población del mundo, realizan dos tercios de las horas que se trabajan en el
mundo, reciben una décima parte del salario mundial y son titulares de una cen-
tésima parte de la propiedad mundial».
En el examen de los trabajos de investigación llevados a cabo recientemen-
te en diversos países, tal y como muestra Grint (1991), se observa que, a pesar
de la evolución de las formas de trabajo y el cambio de mentalidad, la división
sexual del trabajo imperante sigue teniendo connotaciones patriarcales. Mien-
tras que pueden obtenerse medias reales de 44 horas semanales de trabajo para
la población masculina asalariada, en la población femenina se llega a las 70 ho-
ras, 33 de ellas de trabajo en el hogar. Por todo esto, vemos pertinente llevar a
la práctica las consecuencias de nuestra afirmación de que el trabajo es algo más
que el empleo remunerado y que el trabajo doméstico ha de ser realmente teni-
do como tal para los efectos de consideración social y práctica que todo trabajo
tiene.
Un caso inverso es el desempleo, donde podemos encontrar situaciones en
las que se obtiene una remuneración sin necesariamente desempeñar un trabajo.
Cuando una situación de desempleo masivo y permanente se pretende estabili-
zar de manera no traumática y se acepta el desempleo como una «ocupación»,
estamos quizá llevando al límite la idea de que trabajo es igual a empleo remu-
nerado. Esta opinión, que nosotros consideramos desacertada, se basa en la idea
de que la remuneración, en el peor de los casos, es una compensación por el es-
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 121

fuerzo realizado al trabajar o por las frustraciones que el trabajo o la ausencia


del mismo pueden provocar. Aquí, la diferencia entre trabajo y no-trabajo es
meramente monetaria y se supone la centralidad exclusiva del dinero en la vida
de unas personas que se autocalificarían antes como desempleadas que como
jardineros, madres o artesanos, Esta es quizá una de las mayores contradiccio-
nes de nuestra sociedad, donde la centralidad del trabajo está enfrentada con su
escasez, donde los graves traumas que provoca su ausencia se intentan remediar
con compensaciones transitorias y donde el desamparo de los que no tienen de-
recho a remuneración está acentuado por la falta de alternativas a lo que estre-
chamente se considera un trabajo normal. No siempre ha sido así y también aho-
ra afortunadamente están apareciendo situaciones que abogan por una mayor
flexibilidad en el trabajo. Quizá es tiempo ahora de dar una visión retrospectiva
sobre qué se ha entendido por trabajo.

2. PERSPECTIVA HISTÓRICA

Las tradiciones greco-latina y judeo-cristiana, de las cuales es heredera


nuestra civilización, han tenido distintas y contrapuestas visiones del trabajo a lo
largo del tiempo. Por lo que sabemos a través de las obras de Platón y sobre todo
de Aristóteles, en la Grecia clásica se tenía una baja opinión del trabajo en el
sentido más convencional del término. La idea de un trabajo como medio de
subsistencia, y por tanto de carácter más o menos necesario, era considerada in-
noble y alejada de las condiciones que promueven la virtud. Por otro lado, la li-
bertad de decidir cada día la ocupación del tiempo de manera que exista la posi-
bilidad real de dedicarse al cultivo de las virtudes, la contemplación intelectual
y especialmente a la política, era considerada como un patrimonio inexcusable
de todo ciudadano libre. El trabajo del ciudadano libre tenía, pues, como carac-
terística fundamental el hecho de no estar sometido a necesidad y no eran las ac-
tividades, manuales o comerciales las que se consideraban degradantes (podían
ser incluso recomendables) sino su imposición permanente sobre el individuo.
Esta mentalidad explica en cierta manera la esclavitud. Los griegos entendían la
esclavitud no como se puede haber entendido en otras épocas, sino de manera
parecida a como hoy hablamos de alguien que es esclavo de su trabajo. La escla-
vitud no era entonces, como afirma Arendt (1977), un mecanismo de explota-
ción con vista a disponer de una mano de obra barata, sino más bien un intento
de separar el trabajo de subsistencia de los requerimientos de una vida verdade-
ramente humana, en el sentido de que aquello que el hombre compartía con los
animales no era verdaderamente humano. Así, la sociedad griega estaba dividi-
da entre esclavos, artesanos libres y extranjeros, por un lado, y ciudadanos libres
que no tenían que ocuparse de la subsistencia, por otro. La libertad se convertía
en prerrogativa aristocrática, opinión que ha estado presente durante mucho
tiempo en la historia sustentada por el servilismo, la esclavitud y el apartheid.
122 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL

La esclavitud sigue moldeando la ideología del trabajo en Roma. Sin em-


bargo, aquí hay tres factores que marcan diferencias con respecto a la Grecia
clásica: el aumento desorbitado del número de esclavos, que hace que el escla-
vo pase a desempeñar como mano de obra barata y dominada uno de los pilares
del sistema romano de producción y consumo; la influencia del pensamiento es-
toico y el consecuente auge de una mentalidad preigualitaria en claro contraste
con el sistema esclavista, y, por último, el desarrollo del derecho romano que
sienta las bases para una posible implantación de una estructura de derechos
globales para un marco político universal, anticipo de las posteriores formula-
ciones del derecho natural. A partir de estos condicionantes, con la desaparición
de la esclavitud, se podrá hablar más adelante de la aparición de una mentalidad
nueva que verá en el trabajo un verdadero vehículo de interacción social. Pero
esto, en la antigüedad está todavía muy lejano. Una verdadera ideología del tra-
bajo no puede desarrollarse cuando la fuerza de trabajo puede quedar totalmen-
te privada de libertad, autonomía y dignidad sin peligro para la pervivencia del
sistema. En este sentido, podemos afirmar que el sistema esclavista antiguo es
más una antiideología del trabajo que otra cosa.
El advenimiento del cristianismo ciertamente provoca un cambio cultural
profundo que da origen a diversas ideologías del trabajo. Tras la primera admo-
nición paulina —«el que no trabaje que no coma»— hecha en el marco de un
igualitarismo universal y al tiempo que van tomando forma diversas tradiciones
al amparo del mandato del génesis —«henchid y sojuzgad la tierra»—, del én-
fasis en la pobreza voluntaria o de la distinción entre vida activa y vida contem-
plativa, van a surgir varias teorías y formas de organización social que van a de-
jar su impronta en la historia social del mundo occidental. Por lo que se refiere
al período medieval es quizá Tomás de Aquino el exponente más significativo.
Para el de Aquino el trabajo es un «bonum arduum», un bien arduo, una activi-
dad respetable y costosa pero que debe estar en todo momento condicionada por
las exigencias de la vida espiritual. Aunque Tomás de Aquino rescata el trabajo
del estado de postración en que lo dejó su mentor Aristóteles, su visión refleja
en cierta manera el dualismo medieval entre el espíritu y la materia. El trabaja-
dor podía y debía ejercitarse en el intercambio de servicios con objeto de mejo-
rar su vida, pero en orden a una finalidad trascendente. Por otro lado, la regla
benedictina llamaba la atención sobre el peligro de la ociosidad y ordenaba un
trabajo regular a horas fijas. El trabajo se podía imponer como penitencia y era
también una disciplina que contribuía a la resignación y forjadura de las virtu-
des. Ciertos trabajos como aquellos que practicaban la usura, de dudosa finali-
dad trascendental, fueron tremendamente discutidos y hasta proscritos en cier-
tos lugares. Es ciertamente difícil hacer un balance general de cómo se entendía
el trabajo en el medievo, máxime cuando la teoría y la práctica diferían amplia-
mente y el grado de implementación de la estratificación feudal no parece que
fuese uniforme en toda Europa. Sí parece evidente que al tiempo que las servi-
dumbres sociales fueron dando paso a las servidumbres económicas y los cen-
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 123

tros de autoridad se fueron uniformando en torno al poder real, éste empezó a


dispensar privilegios a ligas comerciales y gremios, lo que aceleró la aparición
del capitalismo.
En este punto hemos de mencionar a Max Weber que estudió en profundi-
dad las relaciones entre religión y cambio social. Sus investigaciones en torno a
la época de la Reforma le llevaron a publicar La Ética protestante y el Espíritu
del capitalismo, obra que a veces no ha sido correctamente entendida. Weber no
quería decir que el protestantismo fue la sola causa dominante en la aparición
del capitalismo, ni que contrariamente al espiritualismo medieval católico el
«materialismo» protestante supusiese un incentivo y apoyo al capitalismo (An-
thony, 1977; 40). Weber subrayó el concepto de llamada o vocación al trabajo
implícito en la predicación de Calvino, concepto al que era ajeno Lulero que
aunque después parece que cambió de opinión, inicialmente sostuvo que la ad-
quisición de riquezas más allá de lo necesario para la digna subsistencia era un
claro síntoma de ausencia de gracia. Los calvinistas creían que una minoría de
personas estaban predestinadas al bien o al mal eterno aunque no era posible co-
nocer el carácter de la predestinación, pues no se presentaba con signos exter-
nos. Esta creencia, según Weber, fue cambiada en la práctica de la cura pastoral
y contra los pronunciamientos del mismo Calvino, en el sentido de que vino a
ser necesario creerse predestinado y rechazar cualquier duda al respecto como
una tentación. Los calvinistas pasaron así a conformar un modelo de vida de
disciplina, trabajo y buenas obras, no como un medio para obtener la salvación
eterna, sino como una manera de reducir las dudas al respecto ante uno mismo
y ante los demás. Esta ideología —la ética protestante del trabajo— conformó,
según Weber, el reclutamiento y la educación de una fuerza de trabajo dispues-
ta al sacrificio y, más importante, la aparición de una vida económica racional y
de carácter burgués donde el trabajo duro y la vida frugal producen el ahorro y
la acumulación de capital. La obra de Weber tiene puntos abiertos a la crítica, no
obstante, debe considerarse como una aportación clásica e importante.
Quizá podíamos acabar esta breve reseña histórica centrándonos en nues-
tro tiempo, donde confluyen distintas teorías y actitudes sobre el sentido del tra-
bajo. Sin duda alguna el cuerpo ideológico más importante está formado por los
documentos de lo que se ha venido en llamar Doctrina Social Católica (DSC)
aparecidos desde 1891, fecha de la publicación por León XIII de Rerum Nova-
rum, primero de doce trabajos entre los que cabe destacar también Laborem
Exercens (1981) y Centesimas Annus (1991) de Juan Pablo II. De entre los mu-
chos conceptos y temas que están presentes en la DSC merecen resaltarse los
principios de subsidiaridad y de solidaridad que se refieren respectivamente a la
iniciativa y al beneficio social, y los conceptos de trabajo objetivo y subjetivo
que se entiende como la autorrealización del hombre a través de su trabajo. La
DSC afirma la dimensión intrínseca del trabajo, un complemento esencial del
proceso de personalización. El trabajo aparece así también como un derecho hu-
mano que es necesario ejercer independientemente de su necesidad para la sub-
124 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL ORGf

sistencia. Dentro de esta concepción pueden enmarcarse las teorías estéticas de 3. E


Eric Gilí (el trabajo como creación artística) y la espiritualidad de Josemaría Es-
crivá (la santificación del trabajo).
Pero además de una concepción intrínseca del trabajo podemos encontrar nami
hoy en día una concepción extrínseca donde el trabajo es visto como aquello bre r
que hace posible la autorrealización fuera de él. Bien en el ocio o bien en otro portí
trabajo no remunerado. Podemos traer a colación aquí los estudios del grupo socii
MOW (1987) sobre la centralidad del trabajo, es decir, la opinión media sobre base
el valor del trabajo en la vida de las personas. Después de largas investigaciones punt
en 8 países industrializados, las conclusiones mostraban que la centralidad del ferer
trabajo seguía siendo alta en la mayoría de los casos. Aunque también en la ma- mayí
yoría de los casos (26,5%) el trabajo venía detrás de la familia (39,5%) como la de c(
ocupación más importante. Pero realmente, el dato que nos interesa saber aquí tensi
es qué tipo de adscripción al trabajo tiene esa mayoría con alta centralidad y las cuen
razones, cuando se dan, de la baja centralidad. Como este dato también puede ima£
ser de interés al lector, proponemos se estudie para el caso personal el esquema sens¡
siguiente. embi
hace
orientación del sentido primario tipo de adscrip- compromiso relación trabajo- ción
trabajo del trabajo ción a la empresa personal no trabajo cíale

medio para débil: no es el clara distinción:


cálculo de
Instrumental conseguir un fin principal interés no se mezclan las
beneficios
(beneficio) ni autorrealiza relaciones

intercambio de
cierto tipo de la posición
pertenencia a la se da una cierta
identificación laboral es signo
Burocrática organización por mezcla en las
basándose en el de identificación
avance en la relaciones
contrato social
carrera

se dan relaciones
económico, pero moral cuando las relaciones informales
limitado por la hay identidad de sociales en el estables fuera del
Solidaria trabajo son ámbito
existencia de una fines, alienante
lealtad de grupo cuando no enriquecedoras estrictamente
laboral

moral en la
servicio sin medida en que se
fuerte: existe
límites acotables la considera un se hace difícil la
Trascendente conciencia de
al ámbito vehículo de distinción
autorrealización
próximo integración
social
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 125

3. EL TRABAJO Y LA TEORÍA DEL VALOR

Nosotros pensamos que el trabajo es central en la vida social. Por eso opi-
namos que toda consideración sobre la estructura y fin de la sociedad y del hom-
bre mismo descansa sobre la idea de trabajo. Tomando en consideración la im-
portancia que tiene el trabajo en la vida humana cabría esperar que toda doctrina
sociopolítica o económica propusiese cierto entendimiento del trabajo como
base de exposición de elaboraciones posteriores. El trabajo tendría que ser el
punto de referencia de las distintas teorías económicas y también el elemento di-
ferenciador. Sin embargo, una profunda teoría del trabajo se echa en falta en la
mayoría de las ideologías económico-políticas. El trabajo se ha hecho depender
de consideraciones de eficacia pragmática en la economía planificada y de las
tensiones propias al sistema de mercado en la economía libre. Tomando en
cuenta que, como dijo Schumacher, el recurso más importante es la iniciativa,
imaginación e inteligencia del hombre mismo (1979; 2), parece mentira que la
sensatez del que produce importe tan poco al político moderno. El trabajo es, sin
embargo, de capital importancia, y dentro de ello es crucial lo que el trabajo
hace o produce al que trabaja. La motivación social, la integración y participa-
ción en la vida comunitaria, la satisfacción en la empresa y en las relaciones so-
ciales dependen en gran manera del trabajo.
Al sentido del trabajo no se le concede siempre la importancia que merece.
El porqué y para qué del trabajo se responden casi siempre en contextos que no
son del todo afortunados desde el punto de vista de la salud social. La situación
de irresponsabilidad que se vive en la cadena de producción no es más que un
reflejo de que el trabajo es entendido, muchas veces, como una utilidad del mer-
cado que puede comprarse y venderse, es decir, separarse del individuo que le
da sentido. La irresponsabilidad del trabajador es quizá uno de los principales
problemas del sistema de producción moderno. Cuando el objetivo básico de
todo el sistema económico es alzar la productividad al menor coste, el trabajo
humano es marcado por la indeseabilidad. Es decir, hay que ahorrarlo; es, como
si dijésemos, un estorbo necesario para la eficacia y el beneficio de la produc-
ción a gran escala. El resultado, como Schumacher también dijo muy bien, es un
espíritu de irresponsabilidad hinchada que rehuye desinflarse con incrementos
salariales, aunque sea a menudo estimulado por ellos (1979; 2).
El tema de la irresponsabilidad individual en el sistema de producción mo-
derno es importante y ha preocupado a la mayoría de los estudiosos del trabajo.
Se trata de encontrar un sistema o unas adecuaciones que permitan al trabajador
ícil la participar activa y responsablemente en la producción, pero con un protagonis-
mo propio y no delegado y que resulte en soluciones viables para la empresa
misma. Todo esto descansa en un concepto del trabajo verdaderamente huma-
no, es decir, en una teoría del trabajo coherente y lógica al tiempo que viable.
En este sentido, y éste es el punto de partida, el trabajo es un concepto metae-
126 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL

conómico. Metaeconómico porque no creemos que deba estar sujeto a las con-
sideraciones de la planificación económica general, sino viceversa: es la econo-
mía la que debe amoldarse, y esto por su propio beneficio, a una concepción
equilibrada del trabajo. Constituye un error grave equiparar trabajo y factores
de producción; sería tanto como anular la personalidad individual. Cuando el
trabajo se considera como un factor de producción sin más, nos encontramos
con que la estructura económica falla en respetar la independencia funcional del
valor del trabajo humano como algo propio del individuo, y como consecuencia
se pone en duda la mutua independencia de la Economía y la Sociología. En
este sentido, nosotros podemos decir que el trabajo tiene un fin en sí mismo y
que, por tanto, hay que diferenciar conceptualmente el trabajo y el producto del
trabajo.
Esta diferenciación ideológica es de capital importancia, pues condiciona
a la Economía a buscar una teoría del valor que, al tiempo que reconoce la utili-
dad del mercado para la sociedad, sea compatible con el entendimiento del tra-
bajo, como un concepto primariamente metaeconómico. Esto constituye un reto
para los economistas. No es fácil convertir unos sistemas de producción orien-
tados al beneficio, y donde capital y trabajo se consideran dos fuerzas extrañas,
en un sistema de participación, responsabilidad y autonomía. Lo que se propo-
ne en concreto es una reconciliación de principios entre lo que Suranyi-Unger
(1972) llama concepción ideal-cualitativa y la concepción material-cuantitativa.
El contraste entre lo ideal y lo material, por un lado, y la cantidad y la calidad,
por otro, es un dualismo inherente a la moderna teoría del valor, la neoclásica, y
que también está presente en la formulación de Marx. La actitud material-cuan-
titativa se manifiesta en el pragmatismo de la planificación económica a gran
escala, que considera que los procesos económicos están inmersos totalmente en
la realidad material hasta el punto de identificarse con ella. Por otro lado, la ac-
titud ideal-cualitativa, claramente distinta de la anterior, trata de compensar la
polarización precedente dando unos cimientos ideológicos donde el trabajador
pueda realizarse con su trabajo y no solamente con la recompensa del mismo.
La preponderancia de la concepción material-cuantitativa da razón de la
preeminencia dada en nuestro tiempo a la eficacia económica de la acción hu-
mana y a las operaciones en gran escala. Es decir, se defiende la concepción uti-
litarista de la actividad del hombre y como consecuencia del trabajo humano.
Entre otras cosas, se trata de dar un análisis eminentemente materialista del pro-
ceso económico, aunque quepa también una interpretación idealista sobre las
bases ontológicas de la economía. En definitiva, la permanencia de la bipolari-
zación idea-materia, o lo que es lo mismo, ética-práctica, conlleva una diferen-
ciación radical entre el mundo de los bienes y el comercio, que resulta de la in-
ventiva y el trabajo humanos, y el mundo de la razón y las realidades
metaeconómicas, que son las que dan sentido a ese trabajo pero que, en la prác-
tica, muchas veces no llega a tenerlo. Hay que dejar que las dos concepciones se
fundan, que la Economía sea capaz de explicarse a sí misma y que las ideas abs-
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 127

tractas dejen de ser puramente autónomas. La coherencia de los planteamientos


económicos, en tanto en cuanto inciden en el mundo del trabajo, deben respetar
la funcionalidad del trabajo humano, lo que significa que deben hacer compati-
ble su utilidad social con su funcionalidad personal. El modo de hacer esto po-
sible es encontrar una teoría del valor que reconcilie la materia y la razón, la fi-
nalidad y la acción; en concreto: que defienda el trabajo de interpretaciones
meramente economicistas. Para elucidar este punto vamos a repasar el adveni-
miento de las teorías del valor.
La teoría del valor clásica, propugnada por los iniciadores de la economía
moderna, afirma que la medida del valor es el trabajo. El trabajo es la fuente
del precio y principio de toda ley económica. Para los clásicos, el precio de un
bien de consumo, que hace referencia a su valor de intercambio y no a su valor
de uso, debe estar basado en el trabajo y cansancio que ha llevado a producir
ese bien de consumo, o en el trabajo y cansancio que uno puede ahorrarse me-
diante su uso. Lo primario en el precio es el trabajo que contiene el producto,
que «vale» más o menos según represente más o menos trabajo. Este precio, que
puede ser llamado precio natural, debe coincidir además con la cantidad nece-
saria para amortizar las inversiones en alquiler, salarios, materia prima y trans-
porte del que elabora el bien. La riqueza de la persona coincide, por tanto, con
su capacidad para trabajar, lo que incluye su preparación, eficacia y la calidad
que transmite a sus productos. Estamos, por tanto, tal y como defiende Adam
Smith en su Riqueza de las Naciones, ante una concepción del valor que expli-
ca el origen de la riqueza a través del trabajo y donde la fijación de precios de
mercado constituye una aspiración secundaria determinada en todo caso por el
trabajo mismo. Esta teoría del valor representa el inicio de la ciencia económi-
ca y en ella está consagrado el principio de que el trabajo es el origen del valor
y, por tanto, de que el trabajo es un concepto metaeconómico. Los clásicos:
Adam Smith, Owen, William Godwin y David Ricardo hasta cierto punto, de-
fienden la unificación de criterios entre la concepción materialista y la idealista
y la idea del entendimiento del trabajo humano como un fin en sí mismo. Sin
embargo, con el desarrollo posterior de la ciencia económica esta concepción no
va a permanecer.
De la teoría clásica del valor se pasa a la neoclásica, que es la que ha esta-
do más en boga en el mundo occidental hasta nuestros días. La moderna teoría
del valor defiende que ya que con la teoría clásica no se podía dar razón de los
gustos y demandas de bienes a gran escala, es decir, que estas corrientes no es-
taban representadas en el precio, no se podía pretender que los precios reales es-
tuviesen basados solamente en el trabajo invertido en los diferentes bienes. Para
los neoclásicos, la oferta y la demanda tienden a producir un precio real, que es,
a su vez, un factor determinante del valor del producto. Lo que para Adam
Smith era el trabajo, para Marshall es el mercado capitalista. Los precios y, en
definitiva, el valor son determinados por las fuerzas ocultas que presiden las
transacciones económicas, que si se dejan actuar libremente y sin interferencia
128 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL ORGANi

representan una más acertada fuente de valor que el trabajo. El valor, según esta recto c
teoría, es, por tanto, ajeno al producto en sí mismo, pues viene a depender de la trabajo
situación coyuntural del mercado. Una vez asentadas estas premisas, que divor- de las 1
cian el valor del trabajo, se presenta el problema de explicar las variaciones de El
precios. Para los neoclásicos, si los precios cambian mientras que el trabajo se sentido
mantiene constante, no es por otra razón más que porque el valor también cam- él la ve
bia. El valor se identifica con el precio y éste con la ley de la oferta y la deman- rienda
da, es decir, con el mercado, mientras que el trabajo debe supeditarse a los con- dilemaí
dicionamientos que la venta y el suministro le imponen.
En resumen, tenemos una situación donde el valor es debido a una infini-
dad de variables no conocidas de antemano y donde la fluctuación de precios 4. Los
origina una fluctuación de valor, siendo el mercado la fuerza reguladora. Los
neoclásicos, pues, solucionan el problema de encontrar una justificación a las
variaciones de precio en el mercado abierto, rechazando la explicación dada por rroika S(
Smith sobre el origen del valor y desviando, como aconsejan Marshall y Key- una con
nes, el centro de gravedad del sistema económico del trabajo al mercado. La sobre lo
puerta quedaba abierta también para establecer una distinción perpetua entre la produce
ética y la práctica económica. apreciar
un lado,
Marx, por otro lado, también corregiría a Smith. Para Marx, que no podía pitalism
aceptar las explicaciones de los neoclásicos, el problema de cómo encontrar una gue org;
explicación lógica a la variación de la razón trabajo-precio en los distintos pro- y el indi
ductos representaba también una separación de los postulados de Adam Smith. creíame
No obstante, Marx no podía aceptar una explicación que no considerase el traba- gen de 1
jo como única fuente de valor. El tenía que reconocer el carácter finalista del tra- desviaci
bajo y, al mismo tiempo, salvar el escollo de la determinación del precio en el Durkhei
sistema de mercado, que se consideraba necesario (para Marx, el capitalismo era
tan necesario como superable). A.SÍ, para formular \ma teoría de\I que diese
desde U
al trabajo el carácter determinante como única fuente de riqueza, Marx introduce del Estí
el concepto de trabajo acumulado bajo el que se agruparían todos esos factores tros inti
no estrictamente laborales, como cooperación, tierra y capital. De este modo, y que el f
gracias al nuevo concepto, la variación en el precio de mercado de los bienes de socialis
consumo, que no podía ser explicada directamente por el trabajo, en el sentido alienad
que había dado a este término Adam Smith, debía explicarse utilizando el con- a la bun
cepto de trabajo acumulado, que en la mayoría de los casos se refería al capital organizi
antagónico. Según esta explicación, el trabajo es todavía la fuente del valor, pero grado y
no el trabajo directo, como señalaban los clásicos, sino también el abstracto e in- cionalid
directo, que no es exactamente cualificable. En resumidas cuentas, vemos que, cuál es 1
como ocurría con los neoclásicos, la búsqueda de una coherente teoría de precios
en el mercado nos lleva a abandonar los postulados clásicos y, en concreto, el de-
jar de considerar al trabajo personal directo como la única fuente del valor.
Vista un poco la evolución y el rechazo que ha tenido la teoría del valor de
los economistas clásicos, nos damos cuenta de que la concepción del trabajo di-
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 129

recto como determinante del valor y del precio, y la idea de la funcionalidad del
trabajo y la disociación entre trabajo y cosa trabajada mueren con la imposición
de las leyes del mercado sobre el individuo que trabaja.
El reto que tiene el hombre moderno, si quiere volver a dar al trabajo un
sentido como vehículo de realización personal, es precisamente tratar de ver en
él la verdadera fuente de valor. El cómo pueda hacerse esto tras una larga expe-
riencia de predominio de ideas neoclásicas constituye uno de los más atractivos
dilemas de la economía futura.

4. LOS ENFOQUES CLÁSICOS

Los sociólogos clásicos y en concreto esos padres fundadores que forman la


troika sociológica por excelencia: Marx, Durkheim y Weber, tuvieron todos ellos
una concepción del trabajo, que en su mayor parte derivaba de los presupuestos
sobre los que se discutía el advenimiento de la sociedad industrial o el sistema de
producción y consumo capitalista. De las similitudes y diferencias que se podían
apreciar en estos presupuestos surgirían distintas concepciones del trabajo. Por
un lado, como nos recuerda González Anleo (1991; 127), Marx consideró el ca-
pitalismo, forma consagrada de la economía, como el factor causal del desplie-
gue organizativo del trabajo, con sus implicaciones traumáticas para la sociedad
y el individuo. A su vez, Durkheim denunció a la industrialización y, más con-
cretamente, a un proceso excesivamente veloz de industrialización como el ori-
gen de los costes personales y de las patologías y conflictos del trabajo, con las
desviaciones sociales consiguientes. La anemia y el conflicto de clases son, para
Durkheim, consecuencias de la falta de reglamentación del trabajo. La solución,
desde la perspectiva durkheimiana, estriba en el desarrollo del papel regulador
del Estado y en el establecimiento de las asociaciones ocupacionales como cen-
tros intermediarios de regulación y de solidaridad. Weber, por su parte, piensa
que el factor clave es la racionalización y esto tanto en el capitalismo como en el
socialismo emergente, en los que la burocracia, con las formas de apropiación y
alienación que le acompañan, constituye un rasgo necesario. La única alternativa
a la burocracia es la involución social, la vuelta en todos los terrenos a las micro-
organizaciones y al marasmo administrativo. En definitiva, el incremento en el
grado y en la forma de la división del trabajo procede de la emergencia de la ra-
cionalidad en las sociedades occidentales modernas. Pero veamos más en detalle
cuál es la posición de cada uno de nuestros autores.

Marx

Lo que diferencia esencialmente a la especie humana de las demás es la ca-


pacidad que tiene ésta de producir los medios para su propia subsistencia y me-
130 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL

joramiento material. Para Marx, el mundo del trabajo encierra el secreto y nos
da los indicadores para saber si una sociedad está o no encaminada a la libera-
ción, bienestar y atmósfera de felicidad a que está llamada la raza humana. El
análisis de la sociedad contemporánea y más en concreto el sistema de produc-
ción y consumo capitalista y no el industrialismo en general representa para
Marx un grave obstáculo para la consecución de esas metas.
Marx distingue entre objetivación y alienación. Objetivación es el produc-
to del trabajo que el hombre hace a partir de la materia prima que conlleva la
creatividad de los productos y al mismo tiempo está separado de él conceptual-
mente. La producción de bienes es necesaria para la vida social, el sosteni-
miento de la estructura material sobre la que se asienta y, también, para la
autorrealización del potencial humano. Sin embargo, dice Marx, en el sistema
de producción capitalista, o sea donde los bienes de producción están ostenta-
dos por una minoría, donde la mayoría sólo dispone de su fuerza de trabajo, y
donde la producción está orientada al lucro a través del mercado, el resultado no
es la objetivación sino lo contrario, la alienación, es decir, la imposibilidad de la
autorrealización a través del trabajo y, por ende, la imposibilidad de la realiza-
ción humana misma.
El concepto de alienación es tremendamente importante en Marx y en todo
el marxismo posterior, que en algunos puntos ha incorporado nuevos elementos
de análisis y explicación. Vamos a detenernos en él.
El término «alienación» fue introducido en la Sociología a través del estu-
dio de las obras del joven Marx, que a su vez elaboró sobre un concepto prove-
niente de la filosofía idealista alemana. No estamos, sin embargo, ante un térmi-
no universalmente aceptado como válido ni ante el que exista un acuerdo global
sobre lo que significa. En las obras de los diferentes autores que han estudiado
el tema encontramos diferentes acepciones e interpretaciones sobre el uso, sig-
nificado y valor que se debe dar a este concepto.
«Alienación» es un concepto que tiene un papel fundamental a escala teó-
rica en la obra de Hegel y, en general, en todo el idealismo alemán del siglo
XIX. La alienación sería una forma de antítesis próxima al no-yo que introduce
Fichte: aquello que me impide ser yo mismo. Así, la alienación se manifestaría
en la enajenación del sujeto pensante en su objeto; algo que, según Fichte, pro-
duce una forma de vacío existencial que tiene como consecuencia la negación
de la personalidad y de la autorrelización individual. Feuerbach dirá que la for-
ma de alienación típica es la religiosa. Para él, la religión no sería más que un
traspaso a Dios de lo que es propio del hombre, con lo que éste queda desposeí-
do. Dios estaría inventado por la irresponsabilidad, al poner una sociedad teo-
céntrica todo lo que tiene que estar girando en torno al hombre alrededor de un
Dios que «libera» por enajenación de lo que es esencialmente humano. Aunque
Hegel ya menciona la existencia de una cierta alienación de tipo económico-so-
cial producida por el maquinismo, la consagración del concepto, al referirlo a
personas concretas y a las clases sociales, se debe principalmente al Marx de los
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 131

primeros años, de los Manuscritos Económico-filosóficos de 1844 y de La Ideo-


logía Alemana de 1845, al que se ha venido prestando mayor atención última-
mente. Con todo, hay que recalcar que el término «alienación» es premarxista y
que a pesar de la elaboración a que ha sido sometido, no sólo por el marxismo
sino también por el existencialismo y por el positivismo, sigue teniendo un oscu-
ro halo idealista, por lo que algunos no dudan en calificarlo de ficción intelectual.
Otro intento de constatación científica de la alienación sería el promulga-
do por los que se refieren a la alienación como la carencia de los medios insti-
tucionales necesarios para la consecución de los bienes culturales pertinentes y
hasta cierto punto también necesarios (Merton, 1964; 140-201). Sin embargo,
esta pretensión de los defensores del análisis estructural-funcional no ha sido
ampliamente aceptada.
Desde una perspectiva positivista, también podíamos reseñar el esfuerzo
de aquellos que defienden la constatación empírica de la alienación mediante la
comparación de situaciones y estados psicológicos distintos, susceptibles de
medición como respuesta al cambio o la permanencia de ciertos factores estruc-
turales (Seeman, 1959; 783-791). De nuevo nos encontramos con el intento de
diluir el significado histórico del término «alienación» en otro concepto distin-
to, menos abstracto y, por tanto, más asequible a la medición y al cálculo. En
esto estaríamos casi identificando alienación con insatisfacción, dos conceptos
que aunque sólo sea por cuestión de grado deben quedar teóricamente separa-
dos. Vemos, no obstante, que estos intentos infructuosos de concreción para el
contenido del término al que nos estamos refiriendo dejan en evidencia que la
alienación no está, ni mucho menos, claramente delimitada a escala teórica.
Hemos de notar que, aunque partamos de Marx, es en el revisonismo mar-
xista donde encontramos las más detalladas explicaciones sobre la alienación,
pero no es tema ese en el que convenga entrar ahora. Marx había apuntado cua-
tro manifestaciones específicas de la alienación. La primera era la alienación
producida en el trabajador cuando el producto de su trabajo era apropiado por
otros, escapando así del control por parte de quien lo había producido. Esto im-
plicaba otra manifestación de la alienación, consistente en la venta obligatoria
de la capacidad de trabajar, con lo que el trabajo pasa a ser una actividad ajena
al trabajador. El obrero no tiene más remedio, por coacción externa, que comer-
ciar con su cuerpo y capacidad de producir en un modo afín al esclavismo por
horas y con lo que desaparece toda satisfacción intrínseca. Un tercer tipo de
alienación es, según Marx, el producido por la desaparición de las cualidades
específicamente humanas que distinguen el trabajo del hombre de la rutina ha-
bitual del animal. Estas cualidades están asentadas sobre el hecho de que el tra-
bajo sea libre, querido, gratificante y enriquecedor, en una palabra, que sea ver-
daderamente humano. Por último, la alienación también se manifiesta en las
relaciones sociales cuando se convierten en relaciones de mercado que vicien
esencialmente la convivencia. Los individuos ya no son libres, son vendedores
132 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL ORCt

obligados o compradores por apropiación de trabajo y es su posición en el mer- Durl


cado lo que les define y caracteriza antes que las cualidades humanas. Marx
hizo notar con esto que, aunque las necesidades de beneficio y acumulación de
capital parezcan adquirir vida propia en una superestructura ajena al individuo, deriv
realmente no es así. El mercado de trabajo en el sistema de producción basado
en la ley de la oferta y la demanda implicaba, para Marx, una mediatización de
la persona manifestada en que esos mecanismos impersonales que aparecían
neutros disfrazaban el hecho de que el capital tiene origen en el trabajo humano
y en concreto en la explotación del trabajo humano.
En Marx, la utilización del concepto de alienación, como ya hemos apun-
tado, parece diluirse o ser sustituido a lo largo de su obra. De hecho, algunos
marxistas modernos opinan que Marx abandonó el concepto de alienación en su
obra de madurez cambiándolo por el de explotación. Incluso hay marxistas que
opinan que no es del todo adecuado seguir manteniendo la vigencia del término
(curiosamente Juan Pablo II lo ha reivindicado en sus últimos escritos). Por esta
razón, los análisis revisionistas parten a modo de redescubrimiento de la obra
del joven Marx. En este sentido, sin duda alguna, la aportación más lúcida y no-
table al tema es la de Adam Schaff. Schaff parte de una afirmación un tanto sor-
prendente en un marxista al decirnos que la alienación no debe considerarse
siempre como algo negativo (1979; 23). Naturalmente, creemos que esto es un
signo de coherencia con lo que afirma en otro lugar al explicar por qué en los
países socialistas también se ha dado la alienación, que en la práctica no puede
erradicarse por completo (1968; 142, 208). Esto estaría de acuerdo con la pos-
tura de algunos otros autores como Gorz que afirman que Marx en sus obras de
madurez vino a entender que el marco en el que se desarrollaba el trabajo huma-
no no pertenecía al ámbito de la libertad sino al de la necesidad, en el sentido de
que incluso en una sociedad socialista la verdadera libertad había que buscarla
fuera del ámbito laboral.
La alienación, como vemos, tiene para Marx su origen principal en un con-
flicto de clase. En efecto, el conflicto de clase que está presente en las relaciones
de trabajo a causa de la propiedad de los medios de producción determina todas
las otras formas de conflicto; sexual, étnico o nacional. Concomitantemente, la
eliminación del conflicto de clase destruye el fundamento de todo conflicto y,
por tanto, lo que produce la alienación también. Es decir, los problemas de iden-
tidad en el trabajo tienen, para Marx, una solución política. Esto nos parece de-
masiado exclusivista y bastante alejado, si no en sus inicios sí en sus consecuen-
cias, de la consideración del trabajo como un concepto metaeconómico. Marx
sólo analiza un tipo de trabajo, el trabajo asalariado que tiene lugar en el seno de
la factoría industrial o en los campos de labor y, naturalmente, pasa un poco de
largo de todas las otras formas de explotación que no tienen su origen en la cla-
se social. En definitiva, si bien Marx intentó un enfoque sociológico del trabajo,
vino a obtener una teoría sociológica de la factoría industrial. A pesar de ello su
aportación ha sido y es tremendamente importante para la sociología del trabajo.
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 133

Durkheim

La contribución de Emile Durkheim a una teoría sociológica del trabajo se


deriva fundamentalmente de sus elucidaciones en La división del Trabajo Social
y en su teoría sobre la anomia. Inicialmente, como nos recuerda Lucas Marín
(1968; 105), Durkheim se pregunta por la función o papel que tiene \ división
del trabajo en la sociedad en cuanto elemento persistente, o lo que es lo mismo,
a qué necesidad corresponde. La respuesta inmediata parece ser: la de aumentar
la fuerza producida y la habilidad del trabajador. Sin embargo —en su opi-
nión—, la ley se cumple en ámbitos más amplios que el económico y, por tanto,
la respuesta de los economistas, y concretamente de Marx, no puede sernos su-
ficiente. La función de la división del trabajo no es que aumente el rendimiento
de las tareas divididas, sino el hacerlas más solidarias. La división del trabajo
comenzó para integrar más la sociedad, a fuerza de diversificarla funcionalmen-
te. En consecuencia, la división del trabajo va más allá de lo económico, pues
estriba en el fondo en los modos de cohesión social que imponen los diversos ti-
pos de solidaridad. Esta última es un fenómeno totalmente ético que se revela en
sus manifestaciones jurídicas. Éstas corresponden a dos tipos fundamentales de
solidaridad que, a su vez, determinan dos tipos extremos de sociedad ya men-
cionados: la «solidaridad mecánica» y la «solidaridad orgánica». La solidaridad
orgánica, que se da en las sociedades modernas, afirma la sociedad frente al in-
dividuo en el sentido de que el individuo tendrá una función social más clara-
mente definida y precisa. En este sentido, como afirma Rodríguez Ibáñez (1989;
94), la «solidaridad orgánica» constituye para Durkheim, a la vez, un diagnósti-
co de las tendencias propias de la nueva sociedad, y un ideal al que siempre hay
que tender. La división del trabajo, la especialización funcional, el modelo de
vida asociativo más que comunitario (o, lo que es lo mismo, basado en la libre
contratación y no en el miedo a la sanción, propio de la «solidaridad mecáni-
ca»), todo esto vigoriza a la sociedad moderna, dotándola de una unidad y diver-
sidad al mismo tiempo. Sin embargo, el autor era consciente de que no existía
(ni probablemente podría existir nunca) una «solidaridad orgánica» perfecta. En
concreto, Durkheim destacaba una serie de factores de crisis que le preocupa-
ban: enfrentamiento entre empresarios y trabajadores, con la consiguiente quie-
bra del progreso económico; exceso de especialización científica y pérdida del
horizonte teórico-moral en la investigación; defectos de organización social y
crisis de los valores.
Esto nos lleva de lleno al concepto de anomia. Por anomia, Durkheim en-
tiende una situación de desorganización, de falta de eficacia en la división y
aceptación de cometidos, aun a pesar de que pudiera existir consenso en torno a
valores integradores. La anomia —literalmente, «falta de normas»— es la situa-
ción propia de las sociedades en trance de modernización. Los objetivos están
claros en ellas —crecimiento, extensión de derechos y deberes—, pero no se
vislumbran los métodos más eficaces para conseguirlos, quebrándose en conse-
134 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL ORG,

cuencia la aceptación de las cargas y las reglas de comportamiento por un nú- forn
mero considerable de personas. De esta forma aumentan el delito, las conductas sam
marginales y también el suicidio «anémico», el típico de quien no puede sopor- histc
tar la falta de soluciones creadas por la desorganización. El concepto de anomia tas c
ha hecho fortuna en la Sociología, sobre todo en la sociología de las conductas dam
marginales y la delincuencia, a cargo, por ejemplo, de Robert Merton y la escue- dadí
la de sociología urbana de Chicago. nos
En este momento quizá convendría matizar alguna diferencia entre la ano- sobr
mia durkheimiana y la alienación marxiana. En este sentido, hay que hacer posi
constar aquí, como muy bien dice Mestrivic (1987), que alienación y anomia, se se o
diferencian en que al referirnos a la anomia nos estamos refiriendo a un hecho cont
social total en el que también y siempre intervienen aspectos psicológicos y bio- pror.
lógicos. Durkheim entendió la anomia como conjunción de lo socio, psico y fi- laé]
siológico produciendo, entre otras cosas, un debilitamiento del instinto fisioló- por!
gico de conservación. Por tanto, la anomia, como hecho social total, no es sólo que
la ausencia de normas, es algo más y tiene un efecto globalizador sin fronteras dad
entre lo externo y lo interno, entre sujeto y objeto. Esto no ocurre con la aliena- una
ción, que no puede concebirse, según Marx, como hecho social total al apoyar- tamt
se dialécticamente en esa distinción entre lo interno y lo externo y poner en con-
traposición al sujeto con su circunstancia.
Otra diferencia de planteamiento entre Marx y Durkheim cabría recalcar.
Mientras que la crítica marxiana al sistema de división del trabajo en el capita-
lismo primitivo podría parecer afín a la interpretación de Durkheim de los efec-
tos patológicos de cierta división del trabajo, la alternativa marxiana apuesta por
una reintegración de las habilidades y la durkeimiana, por otro, lado apuesta por
la expansión y profundización del sistema de especializaciones de acuerdo con
las naturales inclinaciones de cada individuo. Durkheim veía que era posible su-
perar las consecuencias anómicas de la división del trabajo y encontrar un tra-
bajo u ocupación no forzada, en la que se pudiesen valorar los méritos indivi-
duales, mediante alguna forma de instituciones o corporaciones que sirvieran de
puente entre las partes concernientes. En este sentido, el optimismo de Durk-
heim se contrapone al pesimismo marxiano. Sin embargo, para Durkheim, como
para Marx, el trabajo está del todo sujeto al tipo de organización social y tam-
bién para los dos tiene cierto aspecto mesiánico: para el primero como forma
de cimentación de la solidaridad (orgánica) y para el segundo como plasmación de
cierto igualitarismo social. mier
vidu
dele
sam
Weber
prin<
man
Ya nos hemos referido antes, al comentar La Ética Protestante y el Espíri- jo c<
tu del Capitalismo, a la postura de Weber sobre las influencias culturales en la una
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 135

formación de pautas de comportamiento social. El mensaje de la obra es preci-


samente ese, pues varias de sus elucidaciones, por lo que se refiere al análisis
histórico de la evolución de la conciencia capitalista, no están en absoluto exen-
tas de crítica al constatar, por ejemplo, el fracaso capitalista en zonas acendra-
damente protestantes como Escocia y el triunfo del mismo en determinadas ciu-
dades estado italianas y en Bélgica. Pero esto no resta méritos a Weber. Como
nos recuerda Arendt (1974; 332), la grandeza del descubrimento de Max Weber
sobre los orígenes del capitalismo radica precisamente en demostrar que resulta
posible una enorme y estrictamente mundana actividad sin tener que preocupar-
se o disfrutar del mundo, actividad cuya motivación más profunda es, por el
contrario, el interés y preocupación por el yo. La alienación del mundo, y no la
propia alienación como había creído Marx, ha sido la marca de contraste de
la época moderna. Efectivamente, la época moderna ya no sólo se caracteriza
por la pérdida de la «certitudo salutis», de la certeza de la salvación, que es lo
que en opinión de Weber realmente cambia la estimación del trabajo en la socie-
dad y por tanto propicia el nacimiento de una nueva ética, se trata también de
una sociedad en contradicción con respecto al valor del trabajo mismo. Como
también nos recuerda casi dramáticamente Arendt (1977; 15):

«La Edad Moderna trajo consigo la glorificación teórica del trabajo, cuya
consecuencia ha sido la transformación de toda la sociedad en una sociedad de tra-
bajo. Por lo tanto, la realización del deseo, al igual que sucede en los cuentos de
hadas, llega un momento en el que sólo puede ser contraproducente. Puesto que se
trata de una sociedad de trabajadores que está a punto de ser liberada de las trabas
del trabajo, y dicha sociedad desconoce esas otras actividades más elevadas y sig-
nificativas por cuya causa merecería ganarse esa libertad. Dentro de esta sociedad,
que es igualitaria porque ésa es la manera de hacer que los hombres vivan juntos,
no quedan clases, ninguna aristocracia de naturaleza política o espiritual a partir
de la que pudiera iniciarse de nuevo una restauración de las otras capacidades del
hombre. Incluso los presidentes, reyes y primeros ministros consideran sus cargos
como tarea necesaria para la vida de la sociedad y, entre los intelectuales, única-
mente quedan individuos solitarios que mantienen que su actividad es trabajo y no
un medio de ganarse la vida. Nos enfrentamos con la perspectiva de una sociedad
de trabajadores sin trabajo, es decir, sin la única actividad que les queda. Está cla-
ro que nada podría ser peor».

La interpretación weberiana de esta situación se centra en el redescubri-


miento del peso de la individualidad en el sentido de que la acción humana indi-
vidual tiene consecuencias inintencionadas pero relevantes para la configuración
del entorno sociocultural. Si a esto añadimos el énfasis que pone Weber en el de-
sarrollo de la burocracia y en el proceso de racionalización, tenemos quizá los
principales elementos propios de la sociología del trabajo de Weber que confor-
man los enfoques comtemporáneos al respecto. Para Weber en el lugar de traba-
jo confluyen no sólo una necesidad económica sino también la aceptación de
una ética de trabajo y de una autoridad burocrática. Esto construye un sistema
136 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL ORGAN1ZAC1C

de relaciones flexible y estable al mismo tiempo, donde cada individuo se posi- los aspectos
ciona socialmente de acuerdo con unas perspectivas de movilidad y sus circuns- tante, etc.), j
tancias de prestigio, ingresos, etc. No estamos, como en Marx, ante una estruc- míenlos clai
tura de trabajo alienante en un sistema que no facilita el acceso del trabajador a En este sent:
la propiedad de los medios de producción. Para Weber las características del tra- trabajo, un i
bajo no están supeditadas a los condicionamientos de clase en el sentido marxia- analizar y s(
no del término. El concepto de clase y la estratificación social weberiana son través de él
mucho más amplios y quizá convenga detenernos en este punto, ya que esto pue- dentro del ei
de ayudarnos a entender la visión que Weber tiene del trabajo, menos determina- mantener uri
da por agentes externos que la visión de Durkheim y, ciertamente, que la de Weber en la
Marx. actividad lat
Las apc
Siguiendo a Rodríguez Ibáñez (1989) podemos decir que Max Weber fun-
son tremend
de en su análisis de las clases sociales la dimensión económica o de ingresos,
tigiiedad nos
la de prestigio o status y la de movilidad, estableciendo clasificaciones y po-
chas masas \a «peí
niendo ejemplos de clases sociales características, en virtud de que sea una u
otra de esas variables la variable dominante. Weber establece una primera divi-
acertada. To
sión entre clases propietarias, pero mucho más moderna es la escala de clases
capital en la
determinada por la posición de cada una de ellas ante el mercado (y no ya estric-
neos y conti:
tamente ante la propiedad objetiva o la producción). Weber da un paso, con res-
embargo, en
pecto a Marx, al utilizar como telón de fondo de las clases sociales unas diferen-
toda su intej
cias económicas que afectan ya al conjunto de la producción, el consumo y la
mación y pn
especulación financiera (el «lucro»), y no sólo la posición objetiva o de origen.
nuestros auti
Con arreglo a esta dimensión de mercado, el autor distingue entre «empresa-
del empleo)
rios» y «trabajadores», con unas «clases medias» interpuestas, formadas por los
la sociedad.
campesinos, el artesanado independiente, los funcionarios, los empleados (a los
que llama «funcionarios privados»), los profesionales liberales y los trabajado-
res autonomizados (las dos últimas categorías pueden, eventualmente, llegar a
engrosar los escalones más bajos de los empresarios si prosperan). Dentro de los
«empresarios», Max Weber distingue entre comerciantes, armadores e industria-
les, empresarios agrarios, banqueros y financieros y (en el caso de que hayan
prosperado y acumulado lo suficiente) profesionales liberales y trabajadores au-
tonomizados. Por fin, dentro de los trabajadores, el autor habla de tres niveles o
«especies cualitativamente diferenciadas»: los trabajadores cualificados, los se-
micualificados y los no cualificados (como los «braceros»). Según se ve, Weber
sintetiza la tipología del sistema de clases (bloque empresarial, bloque trabaja-
dor, zonas intermedias) con la del sistema de estratificación y movilidad social
(que prevé niveles alto, medio y bajo en cada uno de los bloques, contemplan-
do además posibilidades de ascenso de una a otra demarcación de clase). Se tra-
ta de un cuadro que anticipa los esfuerzos de flexibilización y multidimensiona-
lidad realizados últimamente.
La movilidad y flexibilidad presentes en la estratificación social weberiana
dejan ciertamente al trabajo una gran amplitud de maniobra, aunque la fuerza de
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 137

los aspectos organizativos (racionalidad y burocracia) y culturales (ética protes-


tante, etc.), por otro lado, marquen la actividad productiva con unos condiciona-
mientos claros si bien no pueden considerarse como determinantes extrínsecos.
En este sentido, Weber no se esfuerza en construir una teoría metaeconómica del
trabajo, un deber ser de la actividad laboral. Más bien centra sus esfuerzos en
analizar y separar las características del trabajo moderno en la medida en que a
través de él se manifiesta la acción social. Esto lo vemos perfectamente lógico
dentro del enfoque weberiano cuando consideramos las dificultades inherentes a
mantener una actitud neutra con respecto a los valores, una de las exigencias de
Weber en la tarea del sociólogo, al tiempo que dar un juicio de finalidad sobre la
actividad laboral.
Las aportaciones de Weber en la consideración sociológica del trabajo nos
son tremendamente útiles. Algunas de sus elucidaciones sobre el trabajo de la an-
tigüedad nos parecen aplicables al estado de alienación cultural en que viven mu-
chas masas humanas en la gran urbe moderna. En este contexto, la expresión we-
beriana «pensionópolis de un proletariado de consumidores» es tremendamente
acertada. Toda su elaboración sobre la ética del trabajo ha tenido una influencia
capital en la investigaciones de muchos sociólogos e historiadores contemporá-
neos y continúa siendo un punto de referencia fundamental. Hay un aspecto, sin
embargo, en el que Weber, junto con Durkheim y Marx, falla al no percibir en
toda su integridad el protagonismo social de la mujer como agente de transfor-
mación y progreso social a través de un trabajo libremente elegido. Ninguno de
nuestros autores estudiaron los lazos existentes entre una organización patriarcal
del empleo y de la organización laboral con la vigente construcción patriarcal de
la sociedad.

También podría gustarte