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1. ¿QUÉ ES TRABAJO?
queremos subrayar la importancia del entorno que es lo que en cierta manera de-
fine el carácter de nuestra actividad. Es decir, para nosotros el trabajo no tiene
una definición unívoca y transtemporal; el trabajo es fruto también, por tanto,
de una construcción social.
Hemos de reconocer, sin embargo, que la mayoría de los estudios realiza-
dos sobre el trabajo hoy en día se refieren al empleo remunerado. Y esto consi-
derando que este tipo de trabajo tiene una historia muy limitada que no se re-
monta más allá de unos doscientos años. En la medida en que esta concreción
pueda ser consecuencia de un estado general de opinión, nosotros la asumimos
y la haremos punto de referencia en nuestras disquisiciones, pero hemos de ser
conscientes de los inconvenientes que acarrea. Para evitarlos tendremos siem-
pre presentes en todo momento, y de acuerdo con la definición dada, a los tra-
bajos no remunerados y a las variantes al concepto de empleo formal tal y como
se entiende en el mundo occidental.
Efectivamente, estudios diversos y la investigación antropológica pueden
presentarnos conclusiones quizá sorprendentes. En muchas sociedades primiti-
vas, el tiempo dedicado al trabajo no pasa de 4 ó 5 horas diarias cual es el caso
de los aborígenes australianos y los bosquimanos sudafricanos que siguen el es-
tilo de vida tradicional. En nuestra propia tradición se tienen datos para calcular
que en la Roma del siglo IV el número de fiestas al año era de 175 días. En la
Edad Media el gremio de artesanos de París tenía sólo 194 días hábiles al año.
Si comparamos esto con las 70 y hasta 80 horas semanales que llegaron a traba-
jar los obreros en las fábricas de los países industrializados de Europa a media-
dos del siglo XIX, nos damos cuenta de las variaciones a que ha estado sujeto el
trabajo a lo largo del tiempo.
Pero quizá las diferencias más importantes son culturales y apuntan a la fi-
nalidad del trabajo. Bien podemos ver el trabajo como aquello que hace posible
la continuidad física de la vida asegurando el nivel de subsistencia, o bien pode-
mos ver en él aquello que da sentido a la vida y a través de lo cual se llega a la
autorrealización personal. Podemos verlo como un deber penoso o como un de-
recho individual o social que tiene que estar amparado por el Estado. Si consi-
deramos la escala de valores de un monje medieval, un yuppy neoyorquino o un
trabajador de subsistencia en la economía informal de una gran ciudad del ter-
cer mundo, podemos obtener tres distintas acepciones del trabajo. Por eso afir-
mamos que el trabajo en su descripción de contenidos, modos y fines está so-
cialmente construido: no existe una cosa objetiva y permanente llamada trabajo.
La diferencia entre trabajo y no-trabajo raramente se refiere al tipo de actividad.
Más probablemente esa diferencia estriba en el contexto social que reconoce y
acepta la actividad humana concreta, contexto que naturalmente varía espacial
y temporalmente.
Queremos ahora comentar, con brevedad, dos actividades que tienen tre-
menda importancia y que invariablemente han tenido distinto tratamiento en las
120 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL
2. PERSPECTIVA HISTÓRICA
intercambio de
cierto tipo de la posición
pertenencia a la se da una cierta
identificación laboral es signo
Burocrática organización por mezcla en las
basándose en el de identificación
avance en la relaciones
contrato social
carrera
se dan relaciones
económico, pero moral cuando las relaciones informales
limitado por la hay identidad de sociales en el estables fuera del
Solidaria trabajo son ámbito
existencia de una fines, alienante
lealtad de grupo cuando no enriquecedoras estrictamente
laboral
moral en la
servicio sin medida en que se
fuerte: existe
límites acotables la considera un se hace difícil la
Trascendente conciencia de
al ámbito vehículo de distinción
autorrealización
próximo integración
social
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 125
Nosotros pensamos que el trabajo es central en la vida social. Por eso opi-
namos que toda consideración sobre la estructura y fin de la sociedad y del hom-
bre mismo descansa sobre la idea de trabajo. Tomando en consideración la im-
portancia que tiene el trabajo en la vida humana cabría esperar que toda doctrina
sociopolítica o económica propusiese cierto entendimiento del trabajo como
base de exposición de elaboraciones posteriores. El trabajo tendría que ser el
punto de referencia de las distintas teorías económicas y también el elemento di-
ferenciador. Sin embargo, una profunda teoría del trabajo se echa en falta en la
mayoría de las ideologías económico-políticas. El trabajo se ha hecho depender
de consideraciones de eficacia pragmática en la economía planificada y de las
tensiones propias al sistema de mercado en la economía libre. Tomando en
cuenta que, como dijo Schumacher, el recurso más importante es la iniciativa,
imaginación e inteligencia del hombre mismo (1979; 2), parece mentira que la
sensatez del que produce importe tan poco al político moderno. El trabajo es, sin
embargo, de capital importancia, y dentro de ello es crucial lo que el trabajo
hace o produce al que trabaja. La motivación social, la integración y participa-
ción en la vida comunitaria, la satisfacción en la empresa y en las relaciones so-
ciales dependen en gran manera del trabajo.
Al sentido del trabajo no se le concede siempre la importancia que merece.
El porqué y para qué del trabajo se responden casi siempre en contextos que no
son del todo afortunados desde el punto de vista de la salud social. La situación
de irresponsabilidad que se vive en la cadena de producción no es más que un
reflejo de que el trabajo es entendido, muchas veces, como una utilidad del mer-
cado que puede comprarse y venderse, es decir, separarse del individuo que le
da sentido. La irresponsabilidad del trabajador es quizá uno de los principales
problemas del sistema de producción moderno. Cuando el objetivo básico de
todo el sistema económico es alzar la productividad al menor coste, el trabajo
humano es marcado por la indeseabilidad. Es decir, hay que ahorrarlo; es, como
si dijésemos, un estorbo necesario para la eficacia y el beneficio de la produc-
ción a gran escala. El resultado, como Schumacher también dijo muy bien, es un
espíritu de irresponsabilidad hinchada que rehuye desinflarse con incrementos
salariales, aunque sea a menudo estimulado por ellos (1979; 2).
El tema de la irresponsabilidad individual en el sistema de producción mo-
derno es importante y ha preocupado a la mayoría de los estudiosos del trabajo.
Se trata de encontrar un sistema o unas adecuaciones que permitan al trabajador
ícil la participar activa y responsablemente en la producción, pero con un protagonis-
mo propio y no delegado y que resulte en soluciones viables para la empresa
misma. Todo esto descansa en un concepto del trabajo verdaderamente huma-
no, es decir, en una teoría del trabajo coherente y lógica al tiempo que viable.
En este sentido, y éste es el punto de partida, el trabajo es un concepto metae-
126 SOCIEDADES INTERMEDIAS Y EL ENTORNO SOCIAL
conómico. Metaeconómico porque no creemos que deba estar sujeto a las con-
sideraciones de la planificación económica general, sino viceversa: es la econo-
mía la que debe amoldarse, y esto por su propio beneficio, a una concepción
equilibrada del trabajo. Constituye un error grave equiparar trabajo y factores
de producción; sería tanto como anular la personalidad individual. Cuando el
trabajo se considera como un factor de producción sin más, nos encontramos
con que la estructura económica falla en respetar la independencia funcional del
valor del trabajo humano como algo propio del individuo, y como consecuencia
se pone en duda la mutua independencia de la Economía y la Sociología. En
este sentido, nosotros podemos decir que el trabajo tiene un fin en sí mismo y
que, por tanto, hay que diferenciar conceptualmente el trabajo y el producto del
trabajo.
Esta diferenciación ideológica es de capital importancia, pues condiciona
a la Economía a buscar una teoría del valor que, al tiempo que reconoce la utili-
dad del mercado para la sociedad, sea compatible con el entendimiento del tra-
bajo, como un concepto primariamente metaeconómico. Esto constituye un reto
para los economistas. No es fácil convertir unos sistemas de producción orien-
tados al beneficio, y donde capital y trabajo se consideran dos fuerzas extrañas,
en un sistema de participación, responsabilidad y autonomía. Lo que se propo-
ne en concreto es una reconciliación de principios entre lo que Suranyi-Unger
(1972) llama concepción ideal-cualitativa y la concepción material-cuantitativa.
El contraste entre lo ideal y lo material, por un lado, y la cantidad y la calidad,
por otro, es un dualismo inherente a la moderna teoría del valor, la neoclásica, y
que también está presente en la formulación de Marx. La actitud material-cuan-
titativa se manifiesta en el pragmatismo de la planificación económica a gran
escala, que considera que los procesos económicos están inmersos totalmente en
la realidad material hasta el punto de identificarse con ella. Por otro lado, la ac-
titud ideal-cualitativa, claramente distinta de la anterior, trata de compensar la
polarización precedente dando unos cimientos ideológicos donde el trabajador
pueda realizarse con su trabajo y no solamente con la recompensa del mismo.
La preponderancia de la concepción material-cuantitativa da razón de la
preeminencia dada en nuestro tiempo a la eficacia económica de la acción hu-
mana y a las operaciones en gran escala. Es decir, se defiende la concepción uti-
litarista de la actividad del hombre y como consecuencia del trabajo humano.
Entre otras cosas, se trata de dar un análisis eminentemente materialista del pro-
ceso económico, aunque quepa también una interpretación idealista sobre las
bases ontológicas de la economía. En definitiva, la permanencia de la bipolari-
zación idea-materia, o lo que es lo mismo, ética-práctica, conlleva una diferen-
ciación radical entre el mundo de los bienes y el comercio, que resulta de la in-
ventiva y el trabajo humanos, y el mundo de la razón y las realidades
metaeconómicas, que son las que dan sentido a ese trabajo pero que, en la prác-
tica, muchas veces no llega a tenerlo. Hay que dejar que las dos concepciones se
fundan, que la Economía sea capaz de explicarse a sí misma y que las ideas abs-
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 127
representan una más acertada fuente de valor que el trabajo. El valor, según esta recto c
teoría, es, por tanto, ajeno al producto en sí mismo, pues viene a depender de la trabajo
situación coyuntural del mercado. Una vez asentadas estas premisas, que divor- de las 1
cian el valor del trabajo, se presenta el problema de explicar las variaciones de El
precios. Para los neoclásicos, si los precios cambian mientras que el trabajo se sentido
mantiene constante, no es por otra razón más que porque el valor también cam- él la ve
bia. El valor se identifica con el precio y éste con la ley de la oferta y la deman- rienda
da, es decir, con el mercado, mientras que el trabajo debe supeditarse a los con- dilemaí
dicionamientos que la venta y el suministro le imponen.
En resumen, tenemos una situación donde el valor es debido a una infini-
dad de variables no conocidas de antemano y donde la fluctuación de precios 4. Los
origina una fluctuación de valor, siendo el mercado la fuerza reguladora. Los
neoclásicos, pues, solucionan el problema de encontrar una justificación a las
variaciones de precio en el mercado abierto, rechazando la explicación dada por rroika S(
Smith sobre el origen del valor y desviando, como aconsejan Marshall y Key- una con
nes, el centro de gravedad del sistema económico del trabajo al mercado. La sobre lo
puerta quedaba abierta también para establecer una distinción perpetua entre la produce
ética y la práctica económica. apreciar
un lado,
Marx, por otro lado, también corregiría a Smith. Para Marx, que no podía pitalism
aceptar las explicaciones de los neoclásicos, el problema de cómo encontrar una gue org;
explicación lógica a la variación de la razón trabajo-precio en los distintos pro- y el indi
ductos representaba también una separación de los postulados de Adam Smith. creíame
No obstante, Marx no podía aceptar una explicación que no considerase el traba- gen de 1
jo como única fuente de valor. El tenía que reconocer el carácter finalista del tra- desviaci
bajo y, al mismo tiempo, salvar el escollo de la determinación del precio en el Durkhei
sistema de mercado, que se consideraba necesario (para Marx, el capitalismo era
tan necesario como superable). A.SÍ, para formular \ma teoría de\I que diese
desde U
al trabajo el carácter determinante como única fuente de riqueza, Marx introduce del Estí
el concepto de trabajo acumulado bajo el que se agruparían todos esos factores tros inti
no estrictamente laborales, como cooperación, tierra y capital. De este modo, y que el f
gracias al nuevo concepto, la variación en el precio de mercado de los bienes de socialis
consumo, que no podía ser explicada directamente por el trabajo, en el sentido alienad
que había dado a este término Adam Smith, debía explicarse utilizando el con- a la bun
cepto de trabajo acumulado, que en la mayoría de los casos se refería al capital organizi
antagónico. Según esta explicación, el trabajo es todavía la fuente del valor, pero grado y
no el trabajo directo, como señalaban los clásicos, sino también el abstracto e in- cionalid
directo, que no es exactamente cualificable. En resumidas cuentas, vemos que, cuál es 1
como ocurría con los neoclásicos, la búsqueda de una coherente teoría de precios
en el mercado nos lleva a abandonar los postulados clásicos y, en concreto, el de-
jar de considerar al trabajo personal directo como la única fuente del valor.
Vista un poco la evolución y el rechazo que ha tenido la teoría del valor de
los economistas clásicos, nos damos cuenta de que la concepción del trabajo di-
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 129
recto como determinante del valor y del precio, y la idea de la funcionalidad del
trabajo y la disociación entre trabajo y cosa trabajada mueren con la imposición
de las leyes del mercado sobre el individuo que trabaja.
El reto que tiene el hombre moderno, si quiere volver a dar al trabajo un
sentido como vehículo de realización personal, es precisamente tratar de ver en
él la verdadera fuente de valor. El cómo pueda hacerse esto tras una larga expe-
riencia de predominio de ideas neoclásicas constituye uno de los más atractivos
dilemas de la economía futura.
Marx
joramiento material. Para Marx, el mundo del trabajo encierra el secreto y nos
da los indicadores para saber si una sociedad está o no encaminada a la libera-
ción, bienestar y atmósfera de felicidad a que está llamada la raza humana. El
análisis de la sociedad contemporánea y más en concreto el sistema de produc-
ción y consumo capitalista y no el industrialismo en general representa para
Marx un grave obstáculo para la consecución de esas metas.
Marx distingue entre objetivación y alienación. Objetivación es el produc-
to del trabajo que el hombre hace a partir de la materia prima que conlleva la
creatividad de los productos y al mismo tiempo está separado de él conceptual-
mente. La producción de bienes es necesaria para la vida social, el sosteni-
miento de la estructura material sobre la que se asienta y, también, para la
autorrealización del potencial humano. Sin embargo, dice Marx, en el sistema
de producción capitalista, o sea donde los bienes de producción están ostenta-
dos por una minoría, donde la mayoría sólo dispone de su fuerza de trabajo, y
donde la producción está orientada al lucro a través del mercado, el resultado no
es la objetivación sino lo contrario, la alienación, es decir, la imposibilidad de la
autorrealización a través del trabajo y, por ende, la imposibilidad de la realiza-
ción humana misma.
El concepto de alienación es tremendamente importante en Marx y en todo
el marxismo posterior, que en algunos puntos ha incorporado nuevos elementos
de análisis y explicación. Vamos a detenernos en él.
El término «alienación» fue introducido en la Sociología a través del estu-
dio de las obras del joven Marx, que a su vez elaboró sobre un concepto prove-
niente de la filosofía idealista alemana. No estamos, sin embargo, ante un térmi-
no universalmente aceptado como válido ni ante el que exista un acuerdo global
sobre lo que significa. En las obras de los diferentes autores que han estudiado
el tema encontramos diferentes acepciones e interpretaciones sobre el uso, sig-
nificado y valor que se debe dar a este concepto.
«Alienación» es un concepto que tiene un papel fundamental a escala teó-
rica en la obra de Hegel y, en general, en todo el idealismo alemán del siglo
XIX. La alienación sería una forma de antítesis próxima al no-yo que introduce
Fichte: aquello que me impide ser yo mismo. Así, la alienación se manifestaría
en la enajenación del sujeto pensante en su objeto; algo que, según Fichte, pro-
duce una forma de vacío existencial que tiene como consecuencia la negación
de la personalidad y de la autorrelización individual. Feuerbach dirá que la for-
ma de alienación típica es la religiosa. Para él, la religión no sería más que un
traspaso a Dios de lo que es propio del hombre, con lo que éste queda desposeí-
do. Dios estaría inventado por la irresponsabilidad, al poner una sociedad teo-
céntrica todo lo que tiene que estar girando en torno al hombre alrededor de un
Dios que «libera» por enajenación de lo que es esencialmente humano. Aunque
Hegel ya menciona la existencia de una cierta alienación de tipo económico-so-
cial producida por el maquinismo, la consagración del concepto, al referirlo a
personas concretas y a las clases sociales, se debe principalmente al Marx de los
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 131
Durkheim
cuencia la aceptación de las cargas y las reglas de comportamiento por un nú- forn
mero considerable de personas. De esta forma aumentan el delito, las conductas sam
marginales y también el suicidio «anémico», el típico de quien no puede sopor- histc
tar la falta de soluciones creadas por la desorganización. El concepto de anomia tas c
ha hecho fortuna en la Sociología, sobre todo en la sociología de las conductas dam
marginales y la delincuencia, a cargo, por ejemplo, de Robert Merton y la escue- dadí
la de sociología urbana de Chicago. nos
En este momento quizá convendría matizar alguna diferencia entre la ano- sobr
mia durkheimiana y la alienación marxiana. En este sentido, hay que hacer posi
constar aquí, como muy bien dice Mestrivic (1987), que alienación y anomia, se se o
diferencian en que al referirnos a la anomia nos estamos refiriendo a un hecho cont
social total en el que también y siempre intervienen aspectos psicológicos y bio- pror.
lógicos. Durkheim entendió la anomia como conjunción de lo socio, psico y fi- laé]
siológico produciendo, entre otras cosas, un debilitamiento del instinto fisioló- por!
gico de conservación. Por tanto, la anomia, como hecho social total, no es sólo que
la ausencia de normas, es algo más y tiene un efecto globalizador sin fronteras dad
entre lo externo y lo interno, entre sujeto y objeto. Esto no ocurre con la aliena- una
ción, que no puede concebirse, según Marx, como hecho social total al apoyar- tamt
se dialécticamente en esa distinción entre lo interno y lo externo y poner en con-
traposición al sujeto con su circunstancia.
Otra diferencia de planteamiento entre Marx y Durkheim cabría recalcar.
Mientras que la crítica marxiana al sistema de división del trabajo en el capita-
lismo primitivo podría parecer afín a la interpretación de Durkheim de los efec-
tos patológicos de cierta división del trabajo, la alternativa marxiana apuesta por
una reintegración de las habilidades y la durkeimiana, por otro, lado apuesta por
la expansión y profundización del sistema de especializaciones de acuerdo con
las naturales inclinaciones de cada individuo. Durkheim veía que era posible su-
perar las consecuencias anómicas de la división del trabajo y encontrar un tra-
bajo u ocupación no forzada, en la que se pudiesen valorar los méritos indivi-
duales, mediante alguna forma de instituciones o corporaciones que sirvieran de
puente entre las partes concernientes. En este sentido, el optimismo de Durk-
heim se contrapone al pesimismo marxiano. Sin embargo, para Durkheim, como
para Marx, el trabajo está del todo sujeto al tipo de organización social y tam-
bién para los dos tiene cierto aspecto mesiánico: para el primero como forma
de cimentación de la solidaridad (orgánica) y para el segundo como plasmación de
cierto igualitarismo social. mier
vidu
dele
sam
Weber
prin<
man
Ya nos hemos referido antes, al comentar La Ética Protestante y el Espíri- jo c<
tu del Capitalismo, a la postura de Weber sobre las influencias culturales en la una
ORGANIZACIÓN Y TRABAJO 135
«La Edad Moderna trajo consigo la glorificación teórica del trabajo, cuya
consecuencia ha sido la transformación de toda la sociedad en una sociedad de tra-
bajo. Por lo tanto, la realización del deseo, al igual que sucede en los cuentos de
hadas, llega un momento en el que sólo puede ser contraproducente. Puesto que se
trata de una sociedad de trabajadores que está a punto de ser liberada de las trabas
del trabajo, y dicha sociedad desconoce esas otras actividades más elevadas y sig-
nificativas por cuya causa merecería ganarse esa libertad. Dentro de esta sociedad,
que es igualitaria porque ésa es la manera de hacer que los hombres vivan juntos,
no quedan clases, ninguna aristocracia de naturaleza política o espiritual a partir
de la que pudiera iniciarse de nuevo una restauración de las otras capacidades del
hombre. Incluso los presidentes, reyes y primeros ministros consideran sus cargos
como tarea necesaria para la vida de la sociedad y, entre los intelectuales, única-
mente quedan individuos solitarios que mantienen que su actividad es trabajo y no
un medio de ganarse la vida. Nos enfrentamos con la perspectiva de una sociedad
de trabajadores sin trabajo, es decir, sin la única actividad que les queda. Está cla-
ro que nada podría ser peor».
de relaciones flexible y estable al mismo tiempo, donde cada individuo se posi- los aspectos
ciona socialmente de acuerdo con unas perspectivas de movilidad y sus circuns- tante, etc.), j
tancias de prestigio, ingresos, etc. No estamos, como en Marx, ante una estruc- míenlos clai
tura de trabajo alienante en un sistema que no facilita el acceso del trabajador a En este sent:
la propiedad de los medios de producción. Para Weber las características del tra- trabajo, un i
bajo no están supeditadas a los condicionamientos de clase en el sentido marxia- analizar y s(
no del término. El concepto de clase y la estratificación social weberiana son través de él
mucho más amplios y quizá convenga detenernos en este punto, ya que esto pue- dentro del ei
de ayudarnos a entender la visión que Weber tiene del trabajo, menos determina- mantener uri
da por agentes externos que la visión de Durkheim y, ciertamente, que la de Weber en la
Marx. actividad lat
Las apc
Siguiendo a Rodríguez Ibáñez (1989) podemos decir que Max Weber fun-
son tremend
de en su análisis de las clases sociales la dimensión económica o de ingresos,
tigiiedad nos
la de prestigio o status y la de movilidad, estableciendo clasificaciones y po-
chas masas \a «peí
niendo ejemplos de clases sociales características, en virtud de que sea una u
otra de esas variables la variable dominante. Weber establece una primera divi-
acertada. To
sión entre clases propietarias, pero mucho más moderna es la escala de clases
capital en la
determinada por la posición de cada una de ellas ante el mercado (y no ya estric-
neos y conti:
tamente ante la propiedad objetiva o la producción). Weber da un paso, con res-
embargo, en
pecto a Marx, al utilizar como telón de fondo de las clases sociales unas diferen-
toda su intej
cias económicas que afectan ya al conjunto de la producción, el consumo y la
mación y pn
especulación financiera (el «lucro»), y no sólo la posición objetiva o de origen.
nuestros auti
Con arreglo a esta dimensión de mercado, el autor distingue entre «empresa-
del empleo)
rios» y «trabajadores», con unas «clases medias» interpuestas, formadas por los
la sociedad.
campesinos, el artesanado independiente, los funcionarios, los empleados (a los
que llama «funcionarios privados»), los profesionales liberales y los trabajado-
res autonomizados (las dos últimas categorías pueden, eventualmente, llegar a
engrosar los escalones más bajos de los empresarios si prosperan). Dentro de los
«empresarios», Max Weber distingue entre comerciantes, armadores e industria-
les, empresarios agrarios, banqueros y financieros y (en el caso de que hayan
prosperado y acumulado lo suficiente) profesionales liberales y trabajadores au-
tonomizados. Por fin, dentro de los trabajadores, el autor habla de tres niveles o
«especies cualitativamente diferenciadas»: los trabajadores cualificados, los se-
micualificados y los no cualificados (como los «braceros»). Según se ve, Weber
sintetiza la tipología del sistema de clases (bloque empresarial, bloque trabaja-
dor, zonas intermedias) con la del sistema de estratificación y movilidad social
(que prevé niveles alto, medio y bajo en cada uno de los bloques, contemplan-
do además posibilidades de ascenso de una a otra demarcación de clase). Se tra-
ta de un cuadro que anticipa los esfuerzos de flexibilización y multidimensiona-
lidad realizados últimamente.
La movilidad y flexibilidad presentes en la estratificación social weberiana
dejan ciertamente al trabajo una gran amplitud de maniobra, aunque la fuerza de
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