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“Macri, basura, vos sos la dictadura!”, estalló la multitud reunida en las puertas del registro
civil de Beruti y Coronel Díaz cuando, luego de una interminable espera, llegó la noticia de que el
matrimonio entre Alex Freyre y José María Di Bello no se iba a realizar. Las idas y vueltas habían
sido muchas y, cuanto más tiempo pasaba, más crecía la expectativa. La primera boda gay de
América Latina estaba en duda a raíz del fallo de la jueza Martha Gómez Alsina, titular del
juzgado nacional en lo civil nº 85, quien el lunes pasado había ordenado su suspensión. Pero las
expectativas resurgieron ayer por la mañana cuando su colega porteña Gabriela Seijas emitió
una resolución para confirmar su anterior dictamen a favor de la pareja y ordenó “llevar la
celebración del matrimonio tal como ha sido planificada para el día de la fecha”. La propia Seijas,
acompañada por el secretario del juzgado, se presentó en el registro civil de Palermo para
entregar la notificación.
Con ese marco, pasado el mediodía, los novios fueron al registro civil para reclamar el
casamiento acompañados por amigos y militantes de organizaciones de gays y lesbianas.
También concurrieron madres de Plaza de Mayo, dirigentes vinculados al kirchnerismo, como el
diputado Claudio Morgado y el legislador electo Francisco “Tito” Nenna, y otros políticos, como
Aníbal Ibarra y la socialista Silvia Augsburger, autora de uno de los proyectos de matrimonio
entre personas del mismo sexo cuyo tratamiento resultó recientemente frustrado en el Congreso
Nacional.
Pero los asistentes no sabían si estaban en una fiesta o en una protesta. Lo que pasaría
finalmente era una incógnita y la confusión era idéntica en la calle y en los despachos de los
funcionarios. Y los que más querían saberlo eran los novios, de riguroso frac con la cinta roja de
la lucha contra el sida. “No nos vamos de acá hasta que nos casen. La jueza le ha notificado
nuevamente hoy al señor Macri que podemos casarnos si queremos. ¡Y sí, queremos!”, exclamó
Freyre de pie. Los novios se besaron. Los fotógrafos disparaban sus flashes. La pareja finalmente
entró y por varias horas los que estaban afuera no supieron más nada de ellos por un largo rato.
Afuera, la gente se ponía impaciente. La presidenta de la Federación Argentina LGBT, María
Rachid, tomó la palabra con un visible enojo: “Señor jefe de Gobierno, Mauricio Macri, no borre
con el codo lo que escribió con la mano. Su obligación como funcionario público es cumplir con el
fallo judicial que está firme y ordena que haya hoy un casamiento en este registro”, advirtió.
Estallaron los aplausos. Se escucharon los primeros cantitos contra el jefe de Gobierno. Ya no
parecía un festejo. Ya era una protesta.
Finalmente, el jefe de Gobierno decidió suspender la boda. La gente estalló en furia. Hubo
gritos, cantitos, insultos, aunque no se produjo ningún desborde. La consigna de la Federación
era hacer una protesta enérgica pero pacífica. “Tenemos el amor y la razón de nuestro lado”,
dijo Alex, ovacionado por la multitud. Mauricio Macri, que semanas atrás se había ganado la
simpatía de muchos, volvió a su papel de villano. “Usted jugó con las ilusiones de miles de
personas, nos mintió, ahora nos demuestra que Mauricio sigue siendo Macri y que no va a estar
bueno Buenos Aires”, dijo Rachid. El clima ya era otro.
Desde la Jefatura de Gobierno juraron a los periodistas que el jefe de Gobierno no había
cambiado de posición. “Si los casábamos, la otra jueza iba a anular la boda. Es mejor apelar la
sentencia y pedirle a la Corte que se pronuncie”, dijo un alto funcionario de la Ciudad. “Mauricio
va a seguir defendiendo el matrimonio gay porque está convencido”, aseguró.
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Más tarde, el Gobierno de la Ciudad emitió un comunicado asegurando que Macri “ratifica
su posición en defensa de las libertades individuales y la igualdad ante la ley” y anunciando que
recurriría a la Corte Suprema para rechazar la sentencia de Gómez Alsina y “en defensa de la
autonomía de la Ciudad de Buenos Aires y de la Justicia local”.
“No les creo nada. Si quieren que les creamos, que demuestren su compromiso con hechos,
ordenando al registro que celebre la boda”, le dijo a este diario María Rachid. Pero la titular de la
Federación también reclamó “a los diputados del Frente para la Victoria que den quórum y
reúnan al Congreso esta semana para votar la ley de matrimonio entre personas del mismo
sexo, para que esta situación absurda se termine de una vez”. A todo esto, el ministro de la
Corte Suprema de Justicia Carlos Fayt aseguró que el máximo tribunal va a expedirse sobre el
fondo de la cuestión a partir de los dos casos que tiene en estudio, aunque no precisó fechas.
Podrá ser la Corte.
Un significado democrático
Este 1 de diciembre podría haber sido un día histórico. Alex y José María debían ser
declarados “marido” y “marido”. Con esa simple frase –la del clásico “los declaro…”–, Argentina
hubiera sido –todavía podemos conseguir que lo sea– el primer país en Latinoamérica en
celebrar una boda entre personas del mismo sexo.
La boda significaba algo más que la posibilidad para Alex y José María de obtener la
protección y reconocimiento del Estado, poder usufructuar mutuamente el patrimonio construido
tras años de amor y vida de pareja, brindarse asistencia médica en caso de enfermedad o poder
cobrar una pensión cuando uno de los dos falte. Significaba que hoy podríamos habernos
despertado en un país mejor. Un país más democrático, con más derechos, más plural y, por
sobre todas las cosas, un país que estaría empezando a reconocer a todas y todos por igual –al
menos en el acceso al matrimonio– por haber comenzado a eliminar la única discriminación que
aún subsiste en esa institución tan significativa en nuestras sociedades. Por razones que aún no
comprendemos, el inmenso consenso parlamentario que despierta este tema no pudo verse
expresado en las bancas del Congreso y como legisladoras y legisladores nos privamos de hacer
historia por mano propia. Tenemos aún una oportunidad para remediar esta omisión del
Parlamento. A mis compañeras y compañeros de bancas les pido que el derecho por el que
luchan Alex y José María, junto a otras parejas, sea el derecho de todas y todos los argentinos
que así lo deseen.
Silvia Augsburger (Diputada (PS), autora de uno de los proyectos de matrimonio gay)
El fallo que permitía el casamiento entre dos hombres fue dictado por una jueza
incompetente para resolver ese tipo de cuestiones, que en la ciudad de Buenos Aires deben ser
resueltas por el fuero Nacional en lo Civil.
Estoy de acuerdo con la suspensión del matrimonio entre dos hombres, ya que el Código
Civil establece que el matrimonio debe ser celebrado entre un hombre y una mujer, lo que, por
otra parte, resulta del orden natural. Esto no es una cuestión de carácter religioso, como pareció
entender el jefe de Gobierno Mauricio Macri, puesto que se trata del matrimonio civil. El fallo que
permitía el casamiento entre dos hombres fue dictado por una jueza incompetente para resolver
ese tipo de cuestiones, que en la ciudad de Buenos Aires deben ser resueltas por el fuero
Nacional en lo Civil. La unión de dos personas del mismo sexo no constituye un matrimonio, y
aun cuando se entendiera que ello es una discriminación, la misma no sería arbitraria o injusta,
como tampoco lo es la prohibición del matrimonio entre hermanos, o entre un padre o una
madre y un hijo. Nada impide a los homosexuales casarse, pero siempre que sea con otra
persona del sexo opuesto, lo que también comprende a los heterosexuales.
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Eduardo Sambrizzi es vicepresidente de la Corporación de Abogados Católicos.
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CUANDO NUNCA ES SIEMPRE por veronica gago
Página12 / Viernes, 27 de noviembre de 2009
Vecinos autoconvocados piden más seguridad. ¿Alcanza con conseguir más fondos para
modernizar a la policía? Despliegue mediático del crimen y pánico social. La ciudad está estriada
por un mapa del delito que la segmenta. Su repertorio de amenazas prolifera pero, sobre todo,
desorienta: ¿quién es capaz de entender y anticiparse a los “nuevos delincuentes”? El Estado se
revela incapaz de un control efectivo sobre el territorio y tal constatación dispara el miedo. Estos
son algunos de los ejes que la historiadora Lila Caimari (Conicet Universidad de San Andrés)
analiza en La ciudad y el crimen. Delito y vida cotidiana en Buenos Aires, 1880-1940
(Sudamericana). Su libro, a pesar de referirse a un período histórico del siglo anterior, no puede
escapar al contexto de lectura que impone la agenda de estos días. Tampoco lo pretende. Por el
contrario, traza líneas que permiten problematizar la sensación de “puro presente” que, según
Caimari, condensa esa frase tan escuchada cada vez que el delito ocupa el centro del debate
público: “Nunca estuvimos peor”.
¿Cómo explicar que cada época está convencida que los delitos que sufre son
siempre peores que los existentes en el pasado?
–Hay una estructura conceptual que surge cada vez que el delito se instala en el centro del
debate público y que lleva siempre a presentar el tema como puro presente: “Nunca estuvimos
en este lugar y nunca estuvimos tan bajo como en este lugar”. Lo dicen los editoriales de los
medios y las historias concretas que encarnan o ilustran las formas de una supuesta decadencia
moral. La emergencia de la preocupación por el crimen está vinculada a la emergencia de la
modernidad urbana. Y, por lo tanto, viene de la mano de las visiones conservadoras o
nostálgicas de un pasado imaginario, premoderno, en el cual las complejidades de las
interacciones sociales de la gran ciudad no estaban. Se añora un lugar donde las relaciones
sociales son legibles, comprensibles, y donde no existe la opacidad y la violencia de la sociedad
moderna. En general se trata de una crítica antimoderna: la añoranza del barrio o del vigilante
de esquina de antaño, del gaucho matrero en oposición al delincuente moderno, o del
delincuente que pone en riesgo su cuerpo en oposición al que usa armas y ya no requiere de
ningún arte o saber específico.
La idea que subyace es que el tipo de delincuente anterior tenía aun un código
que el actual ha perdido...
–Creo que esto apunta a un desfase que hay en la evolución de las prácticas delictivas
concretas, que es una historia que también debe ser contada. No se puede hablar de delito sin
hablar de representaciones del delito y al mismo tiempo de las prácticas concretas del delito.
Creo que son historias que están entrelazadas porque con cada novedad en las prácticas
delictivas surgen desafíos de inteligibilidad. Entonces, esta idea de que antes había códigos y
ahora no es una idea que también tiene que ver con la dificultad para comprender cuáles son las
nuevas reglas de esas prácticas. En ese sentido, la figura del “pibe chorro” es muy emblemática
porque supone una idea de desprofesionalización y desjerarquización absoluta, cuando por el
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contrario los trabajos etnográficos sobre los pibes chorros de Daniel Míguez muestran que hay
reglas, que esa práctica sí tiene sus códigos. Sólo que en comparación a la historia del delito
organizado del pasado, la acción de los pibes chorros resulta no inteligible.
En el caso del secuestro, además, la amenaza parece volverse más difusa y móvil:
ya no sólo está ligada a prevenirse de una zona peligrosa.
–Esto justamente es lo que produce muchísima ansiedad. Porque cuando irrumpe una
nueva forma de delito genera una ansiedad que es la de no conocer aun las reglas de su
funcionamiento. Ahí es donde se dice: “No hay códigos”. Esto sucede hasta que se acomoda la
decodificación de tal práctica. Cuidado que puede pasar que no se acomode nunca, que no se
naturalice tal tipo de prácticas. Los secuestros extorsivos, cuando surgen en los ’30, son
importantes porque suponen un salto operativo y una selección de víctimas: se trata de familias
de clase acomodada, en un contexto de polarización ideológica y de crisis del liberalismo, y en
un clima nacionalista antimigratorio. Son contextos de lectura que marcan todo. Del mismo
modo que el contexto actual marca una forma de lectura de mi propio libro, que es difícil que
escape a las reglas de lectura de su tiempo. Pero efectivamente el secuestro desestabiliza la
idea de lugares de peligro delimitados. Es una ruptura que se vincula a la nueva movilidad en las
ciudades y a sus afueras.
¿Cómo funciona la difusión del crimen a nivel social? ¿Cuáles son sus efectos?
–El crimen, por un lado, rompe lazos sociales porque genera miedo y, por otro, genera lazos
punitivos, incluso puede generar movimiento social de pedido de castigo. A mí por eso me
interesa la historia de ese periodismo que relata el crimen porque es la historia de qué se relata
y cómo se relata. Después hay toda una historia, que es como de trastienda, que es la relación
entre el periodismo y la policía. Esta es otra dimensión a tener en cuenta porque es una de las
condiciones de posibilidad del relato y de la información. El periodismo, por un lado, tiene una
relación siempre crítica con la policía y, por otro, la necesita como proveedora de datos.
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A LA DERECHA DE SU TELEVISOR por natali schejtman
Página/12 Domingo, 22 de noviembre de 2009
La mecha se había encendido en la primera mitad del año, cuando Susana Giménez acuñó
la desafortunada frase “El que mata tiene que morir” y recibió un numeroso apoyo de miembros
encumbrados de la farándula. Pero en la última semana, el tema volvió con mayor intensidad,
declaraciones de todo tenor y enfrentamientos abiertos. Tinelli, D’Elía, Mirtha Legrand, Susana
Giménez, Viviana Canosa, Jorge Rial, conductores, periodistas, noticieros, programas de
chismes: las palabras de la farándula atravesaron toda la grilla de la pantalla. ¿Son producto de
un giro a la derecha? ¿Responden a intereses? ¿Sorprende que lo digan o que lo celebren? ¿Cuál
es su peso real en la opinión de la sociedad? Radar entrevistó a Alejandro Dolina, Carlos
Ulanovsky, Pedro Saborido y Artemio López para abordar las diversas aristas que la polémica
parece tener.
¿Está mal ser rico? ¿A quién puede no importarle el tema inseguridad? ¿Por qué no
podemos vivir como en Miami?
Estas y otras preguntas, tan profundas teóricamente como ligerísimas en su enunciado,
fueron desparramadas como cotillón de carnaval carioca en las últimas semanas de televisión.
Este vendría a ser un estadio más en una escalada de dardos que irrumpieron este año con
vivacidad renovada y que parecieran estar corriendo de a poco la definición –siempre dinámica–
de lo que es y no es corrección política. El puntapié más emblemático –pero no el primero– de
esta última tendencia fue de Susana Giménez a principio de año, cuando, dolida por el asesinato
de su asistente, cacareó su postura arrebatada, exigiendo que “el que mata debe morir”, y que
“termínenla con los derechos humanos”.
Imposible saberlo, pero podríamos llegar a imaginar que en otro momento, estos
exabruptos hubieran sido repudiados de manera unánime y convertidos en una perlita lastimosa,
de esas que mejor no haber grabado. Como le pasó a Fernando Siro, al que se recurría para
escandalizarse y quien murió con el mote de “controvertido actor y director”. Bueno, no era
Susana Giménez. ¿Pero será su carácter de muy famosa suficiente para generar el efecto de
dominó de cartas sobre la mesa al que asistimos en los últimos meses? Imposible saberlo.
Hay mucha más materia prima que habla de un clima caldeado, reproducida infinidad de
veces por los programas de archivo que los convierten en slogans, aunque sea para criticarlos
con fervor. La tentación de caer en los reduccionismos es, por otro lado, un mal que abunda en
estos días y no sólo en la pantalla: mirar con buenos ojos una nueva ley de medios es oficialista
y temer por la inseguridad es de derecha.
Pero ante un elenco variopinto de famosos ocupándose de la coyuntura, mejor separar las
manifestaciones, espontáneas o no, antes que juntarlas. Susana Giménez agregó al lema “el que
mata tiene que morir” un pedido de más represión para parar el caos (a días de haber lanzado
su primera consigna, relativizó lo dicho agregando un “en la cárcel”, mandato que obedeció a su
condición de católica). Cacho Castaña le dio el visto bueno a su declaración y llegó a pedir la
construcción de un paredón para que “empiecen a desfilar”, dijo, canchero, ahora que está de
moda animarse a más. Sandro, lo mismo: a favor de que el que mata muera, en contra de la
pena de muerte debido a su cristiandad (¿?). Desde entonces, Susana Giménez no ha parado de
hablar del tema, yendo y viniendo entre insultos e indignaciones. Moria Casán opinó en un
resumen editado y producido por TVR hace ya un tiempo: “Para un tipo que hace algo malo,
matarlo me parece demasiado compasivo porque se le termina enseguida, y meterlo en la cárcel
me parece muy largo porque lo tengo que mantener yo, así que realmente no sé lo que hay que
hacer”. En las últimas semanas, Mirtha Legrand editorializó varios de sus almuerzos pidiéndole a
la Presidenta que diga “cómo van a cuidarnos”, preocupada porque “nos están matando a todos,
nos están matando todos los días; no se puede vivir así” y porque volvió de Miami lamentando
que ahí puede no estar agarrándose la cartera.
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Marcelo Tinelli fue, como suele suceder, hábil y empático: habló de la inseguridad de la
misma manera que te habla un kiosquero que teme por su renta, utilizando la palabra paz en
reiteradas ocasiones. Luego, se dirigió a Luis D’Elía. Las idas y venidas de esta comedia de
enredos (porque en este caso lo es, de hecho hace no mucho D’Elía participó en el programa
para vérselas con su imitador) generó escenas tales como un nuevo discurso de Tinelli. Sin
música de fondo ni voz exaltada, habló de cómo él había hecho su dinero, de la sed revanchista
de D’Elía (“Luisito, mi amor”) y le respondió de paso al senador Pichetto. Incluso llegó a
desenrollar una presentación del programa emulando a Moulin Rouge, en alusión a la acusación
de D’Elía según la cual Tinelli era el dueño del prostíbulo. En la misma arena colorinche y en el
marco de una confrontación de grupos mediáticos existente, Viviana Canosa, periodista
chimentera ex miembro de las huestes de Jorge Rial, instó a que “basta de generar pánico en la
gente”. Hastiados ella y su panel, pidieron, en resumidas cuentas y desde Canal 9, profundidad
en los análisis o buena onda y entretenimiento y Canosa sentenció, enfurecida y bocasucia: “No
vamos a evitar la realidad y está bueno que contemos lo que pasa y lo que sentimos, pero de ahí
a empezar a crear pánico en la gente es un horror y es una vergüenza. Dejemos de ser tan
golpistas. Es un espanto. No se puede ver la televisión ni de tarde ni de noche, todo el día es un
horror, pánico, no se puede vivir así. Es horrible”, dijo. Su escolta panelista se destacó al
referirse a Mirtha Legrand como tilinga por quejarse de la inseguridad en la misma frase en la
que hablaba de su viaje a Miami. Rial, desde el canal que pertenece a Francisco de Narváez,
toma otra postura, agresiva e insistente, pero no tan encasillable, y pide a líderes del gobierno y
la oposición, como Pino Solanas o Gabriela Michetti, que aparezcan en el tema, entre otros
muchos despotriques. En su programa, entrevistó a Chiche Gelblung sobre el boom de la
farándula y le preguntó si él sentía esa suerte de “tic del progresismo” que impide que “el
famoso, el popular, el que tiene un medio” tenga derecho a opinar. Entre otras muchas cosas,
Chiche confesó que está “cagado de miedo” y habló, sin exaltarse, de los problemas del discurso
progresista en materia de inseguridad.
En tanto, en la ficción para adolescentes Casi Angeles hubo una escena en la que una
mandataria anunciaba vía tevé el haber tomado posesión de todos los medios nacionales.
Cruces interdisciplinarios (Hebe de Bonafini vs. Moria Casán, con penoso espectáculo de
esta última en el programa de Pettinato incluido; Pichetto vs. Tinelli, Mirtha y Susana; D’Elía vs.
Todos), tonos alzados y cambios de opinión variados forman parte de una programación que
puede analizarse desde lo mediático (la pasión de la tele por el escándalo) y desde lo político
(quién está con quién). La porosidad de los géneros televisivos no es nueva en la pantalla (¿qué
es un noticiero?, ¿qué es un programa de espectáculos?), pero hoy absorbe, refleja y potencia el
asunto desde el show business. Y la llamada crispación sintoniza en el dial de los extremos. Al
respecto, Pedro Saborido, guionista y creador de Peter Capusotto y sus videos, relativiza el paño:
“Me parece que son 4 o 5 los que hablan con la medianía general... Es lo que muchos dicen en la
calle, todos los días. No siento que sean cuadros de la derecha los que están hablando, ésa es
una intuición. Que terminen siendo funcionales es otra cosa, pero no me imagino a Susana
Giménez en reuniones de alto vuelo político de la derecha. Cuando uno lo escuchaba a Borges
decir que la democracia era un abuso de las estadísticas eso sí era más glamoroso y sofisticado.
Por otro lado, también para los políticos hoy la utilización de los medios como plataforma es
habitual. Es más efectivo ir al programa de Morales Solá que hacer un acto. Todos de alguna
manera comparten el terreno televisivo, hay una mezcla y se rompen las fronteras. En definitiva,
mirás todo con el mismo aparatito. Cambiás de canal de un programa político a Dr. House”.
Saborido trae a la discusión el camino invertido: el de los políticos televisados, convertidos en
actores de un reality (en la campaña fue impresionante). Menciona entonces la influencia del
debate de candidatos previo a las últimas elecciones: “Hay gente que te decía la voy a votar a
Michetti porque la vi más suelta, más fresca. Prat Gay estaba muy duro, como si de repente los
políticos tuvieran que dar bien en cámara”.
BAR DO
Con el repertorio citado de frases lapidarias, lejos, muy lejos parece estar la época en que
en el 2004, con Kirchner en la presidencia, el dream team de Polémica en el bar se atrincheraba
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como víctimas del ninguneo del progresismo que empezaba a ser oficial. Después de haber
recogido muy pocos premios Martín Fierro desde Radio 10, denunciaban que en esa era, en la
que el premio iba para los Alivertis, darle el premio a Baby Etchecopar hubiera generado una
silbatina.
Hoy, los bares no dejan de ser el terreno romántico de la charla política. Como si fuera un
espejo programado, el café actual es De las Palabras, y allí Rafael Bielsa, Artemio López y
Eduardo Valdez e invitados también se hacen carne de su extraño lugar de oficialismo en la
periferia. Vale la pena recordar, durante la vuelta de la democracia, la frase acuñada por Sergio
Velazco Ferrero, que denominaba “la patota cultural” a aquellos que estaban ocupando lugares
en la pantalla y por los cuales veía amenazado el suyo. Carlos Ulanovsky, periodista e
investigador de la radio y la televisión, autor del reciente ¡Qué desastre la TV! Pero cómo me
gusta... junto a Pablo Sirvén, propone pensar el asunto desde los desplazamientos: “El inicio de
época o de nueva etapa política implica el desplazamiento de determinadas figuras de la
televisión. No siempre es una censura, o no es necesariamente ideológica. Le pasó a Mirtha
Legrand con Alfonsín, que finalmente no pudo arreglar contrato con ningún canal de aire y recién
volvió 10 años después con Menem. También sucede que acá hay una idea de que los puestos y
lugares de trabajo se ganan para toda la eternidad y la verdad es que no es así. Aunque el caso
de Mirtha demuestre que es bastante parecido a eso”.
De alguna manera son esos factores dinámicos y culturales los que después pintan el color
de una época. ¿Estamos, acaso, ante el momento de la televisión radicalizada? ¿Están
legitimados la violencia verbal y los pedidos de represión, entre otras cosas?
El consultor Artemio López, director de la consultora Equis, señala: “En la aparición de
Tinelli, Legrand y Susana hay cierta diversidad... no es todo lo mismo. Susana y Mirtha no se
fueron a la derecha, lo que pasa es que hoy tienen más visibilidad porque el discurso que
normalmente propagan está más visible en función de la editorialización de los medios que las
contratan. Creo que en el caso de Tinelli es distinto. Tiene que subir la apuesta porque durante el
año pasado lo trató bien a Kirchner”. Pero entonces... ¿quejarse de la inseguridad es siempre
opositor? “En líneas generales, sí”, dice López. “Como es un tema que nadie va a resolver tal
cual está planteada la sociedad hoy en día en lo social y lo económico (además de que no es
grave en el contexto latinoamericano), y tiene una complejidad infinita, está contra todos los
niveles de gestión nacional, municipal y provincial. Es un comodín, pero produce efectos
discretos. No tan contundentes.”
Quizá también haya que tener en cuenta las impurezas del medio. Si los políticos se
presentan en programas de espectáculos, ¿por qué los conductores no pueden dar su mirada de
la realidad? Según las características actuales –y también en base a la reflexión de Saborido–,
parece ser más probable que un político se esfuerce en dar mejor en cámara que que un
conductor se concientice acerca de la necesidad de fundamentar y arraigar una opinión en el
marco de un análisis profundo. Eso podría explicar algún aspecto del panorama. En una pantalla
que encontró en la mezcla el multitarget, los temas se pasan de boca en boca. Los políticos
hablan en Intrusos en el espectáculo (cuyo nombre se resignifica permanentemente), Mirtha
Legrand recibe un día a Cafiero (con quien protagonizó una discusión de antología), otro día a
Silvina Escudero, y combina el anuncio de su intención de marchar contra la inseguridad con un
spray para el pelo. Así y todo, quedó demostrado que con su estilo pudo arrinconar a más de un
político en campaña. En el libro de Sirvén y Ulanovsky, los autores citan un artículo del anuario
del año 2007 (otro año de elecciones) de televisión.com.ar que mencionaba que los programas
políticos estaban como “perdidos en la pantalla”. El sitio observa una recurrencia durante este
año de elecciones, y concluye: “Almorzando con Mirtha Legrand tomó el lugar del programa
político de la televisión argentina, apoyado en la falta de ciclos del género y en la debilidad de
los que están”.
Ulanovsky analiza la situación de los dichos faranduleros, sin caer en lugares comunes:
“Todos tienen derecho a opinar. No por eso merecen el término de derechistas. Sin embargo,
veo que esas opiniones prenden muchísimo, un poco porque estos famosos tienen una influencia
innegable y otro poco porque una de las preocupaciones presentes es la seguridad. Lo curioso es
que es más influyente lo que dice Susana que Stornelli, Arslanian o Aníbal Fernández, con cifras
que prueban que la inseguridad bajó”, dice, en alusión a una escena en la que Stornelli señala
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números de la provincia de Buenos Aires y Mirtha le pregunta: “¿Usted está seguro de lo que
dice?”. Sigue Ulanovsky: “Hay un montón de espacios y cámaras dedicadas a propiciar el
escándalo, el club de la pelea, como si éste fuera el único sentido de la TV. Y muchas veces
enganchan a los famosos. Para algunos medios es una manera fácil de hacer oposición. Tal vez,
aquellas personas que son más influyentes deberían ser más cuidadosas en sus juicios. Bueno,
algunos dirán: Kirchner es influyente y no es cuidadoso al confrontar con diversos sectores”.
¿Hablan las figuras públicas por convicción, son voceros de una estructura mayor? ¿O las
dos cosas a la vez y cada uno está donde debe estar? Alejandro Dolina reflexiona sobre el asunto
de una manera integral. Y dice: “No solamente es la farándula la que está preocupadísima por el
tema de la inseguridad, sino también la sociedad toda a partir del gran despliegue que los
medios hacen de ese problema, que es ciertamente un problema, pero que existe también en
otras sociedades sin que se produzca un fenómeno con el énfasis con el que se está produciendo
en la Argentina. La farándula se hace eco de esa circunstancia, que a mí me parece que le pone
una especie de glamour, les pone cierta gracia y hasta cierta simpatía a algunos pensamientos
que habitualmente no son simpáticos, glamorosos ni graciosos. En la Argentina yo tengo la
sensación de que la derecha se ha adueñado del sentido común. Pensamientos que hasta no
hace mucho eran vergonzantes se explican ahora públicamente incluso con orgullo. Y cuando
figuras muy conocidas adhieren a esos pensamientos y le ponen su cara famosa y hacen su
testimonial, entonces las muchedumbres se entusiasman. Ese pensamiento tiene otro aval. Los
medios saludan las opiniones de la derecha, las auspician, las festejan, y ahora la farándula las
firma con su prestigio. Yo no considero que esté mal que un artista se pronuncie
individualmente. Y desde luego puede tener opiniones de derecha. No debe combatirse eso.
Cómo vamos a prohibirle a Susana Giménez que diga lo que piensa”.
¿La derecha estaría volviendo al centro de la escena? ¿O estamos ante una radicalización
de los discursos mediáticos en general? Al pensar en el escenario ideológico, Dolina continúa:
“Yo diría que, simplificando mucho, podría leerse así: el neoliberalismo desea un Estado ausente,
desea que el Estado no intervenga en su prosperidad. Que no venga a recortarla, por ejemplo,
con impuestos. Ahí desean que los mercados actúen y que eso provoque naturalmente la riqueza
de unos y la pobreza de otros. Pero claro, cuando se produce la riqueza de uno y la pobreza de
otros van quedando –y así ha ocurrido históricamente en la Argentina– fuera del mercado de
consumo muchísimas personas que pierden su trabajo, que se ven acorralados en unas formas
de vida cada vez más marginales, más miserables. Parte de esa gente reacciona. ¿De qué
manera? Tiene empleos irregulares, cartonean, protestan, hacen piquetes, y llegado el caso
delinquen, porque ha sido eliminada del mercado de consumo y de producción y algo tienen que
hacer. Ahora bien, cuando se produce este fenómeno, cuando esas masas irrumpen de distintas
formas, siempre de maneras desagradables naturalmente para los buenos burgueses que han
prosperado, estas personas que antes eran partidarias del laissez faire, laissez passer, que
querían que el Estado se mantuviera ajeno, entonces exigen que ese Estado intervenga. Ya no es
para regular qué se planta y dónde, sino para reprimir. Y entonces aparece el tema de la
inseguridad. Y aparece el sentido común: a las personas que tratan de apoderarse de lo que es
nuestro entonces hay que castigarlas, que encarcelarlas, y llegado el caso, matarlas. Esa es a
grandes rasgos la ideología que impera. En algunas personas ciertos sucesos les producen unas
reacciones emocionales que fácilmente las precipitan en este pensamiento. Ahora bien,
generalmente la gente de la farándula pertenece a los que están en peligro de que los roben y
por ahí sus beneficios sean reducidos, etcétera. Naturalmente producen una reacción de clase,
una reacción de la clase dominante que se ve amenazada por algunos emergentes que son
resultado de gravísimos problemas sociales que este país tiene. Quiere decir que sí, son
representantes de una clase dominante, y sí, configuran claros panoramas del pensamiento de
derecha. Por más que este pensamiento esté adornado de florilogios republicanos como la
libertad, derecho a transitar libremente, a comprar y a vender, a comerciar y a tener una
propiedad privada que es inviolable. Y cuando ese pensamiento se tiñe de intolerancia, tenemos
derecho a nombrarlo como fascismo. Una de las características principales del fascismo es que
las culpas no provienen de acciones de las personas sino de pertenencias a los grupos. Uno es
culpable no por haber hecho algo, sino por pertenecer a un grupo que ya a priori es considerado
culpable de todos los males. Todo esto debe preocuparnos porque genera en la sociedad
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argentina una pulsión de violencia, un ansia desmedida de castigo. Yo creo que es preferible la
admisión de un cierto grado de intensidad del delito a la creación de un cuerpo de represión tal
que para impedir ese grado de delitos se convierta en una tiranía insoportable para todos
nosotros”.
BLABLABLA
Acorde con una teoría que el periodista español Ignacio Ramonet sostiene desde hace años,
y que encontró una comprobación alucinante en la cobertura de la caída de las Torres Gemelas
en el año 2001, hoy la enorme cantidad de información no deja espacio para fichar qué piezas
clave están faltando en el tablero. Esa idea de nueva censura rige para todo. ¿Qué discurso
político –más racional y documentado– queda sepultado por las palabras mediáticas que apoyan
un “ellos” (los delincuentes) y un “nosotros” (los que vivimos en riesgo)?
Ulanovsky señala otro aspecto a tener en cuenta: “A mí me molesta mucho cuando se
termina con frases apocalípticas, del tipo ‘Así no podemos seguir’. Por ejemplo, la frase de
Georgina Barbarossa: ‘La Argentina es Colombia’. Hay que tener una mínima información para
hablar de la situación. Hay frases que son la materia prima que la televisión necesita pero que
generan en el corto y en el mediano plazo mucho desasosiego y desesperanza”.
Víctor Hugo Morales pide en su programa de radio que se reproduzcan comentarios más
lúcidos, y también hay algo del orden de la sensatez. Los dichos de Luis Alberto Spinetta, por
ejemplo, acaso por no ser representativos de un sistema binario de opinión, fueron mucho
menos tratados. En el programa radial de Ernesto Tenembaum, Spinetta se planteaba una
situación dilemática, sin resolución para él, frente a la sensación de bronca e impotencia luego
de un asesinato irreflexivo por un lado; la idea fundamentalista de la pena de muerte a los
delincuentes por otro; y la sobrevivencia de quienes mataron a 30 mil personas.
El recorte mediático está en lo alto del debate. Así como en los noticieros televisados el
testimonio directo de la víctima adquiere un impacto estremecedor, el carácter personal de las
peleas político-mediáticas no da demasiado aire a un análisis de la situación objetivo y
documentado. “Habría que hacer una investigación muy seria y profunda para ver si el tema de
la inseguridad está estimulado por los medios –dice Ulanovsky–. No hay que descreer de la
fidelidad de ciertas estadísticas oficiales, pero eso se contrapone absolutamente con el saldo que
le deja a uno ver la televisión o escuchar la radio. Tampoco hay que caer en hablar en función de
cómo me fue a mí. Yo creo que hay un montón de elementos que me llevan a pensar que hay
más inseguridad que en otras épocas.”
Ese es un tema: ¿nos podemos acostumbrar a una permanente sospecha frente a todo lo
que vemos?
El arrebato, la opinología catástrofe y la furia comunicada fueron avistadas, antes que por
Canosa, por la dupla estelar de Diego Capusotto y Pedro Saborido. Ellos, mentores de Bombita
Rodríguez, el montonero alegre, eligieron para la radio a Arnaldo Pérez Manija, que reproduce la
pregunta hastiada de Catilina como nombre de su programa: “¿Hasta cuándo?” (dentro del
programa Lucy en el cielo con Capusottos). Allí, desliza a lo largo de unos minutos una sucesión
de muertes y de desgracias que acontecen en el país todos los días, con efusividad infeliz y
acelerada. Muertes, corrupción, pedidos de renuncia desencajada (¡Renuncie montonero Cobos,
re-nun-cie!) hablan de comunicadores pero también de oyentes. Dice Saborido: “Evidentemente
reflejó la sensación de mucha gente de lo que se puede vivir a la mañana. Creo que la entrada
tan clara de los medios a jugar en el mapa los pone más en el centro y también, por otro lado,
algunos periodistas tienen la idea de que el ejercicio de la profesión consiste en estar todo el
tiempo indignado. Yo tengo la sensación, no estoy seguro, de que la gente desconfía más de los
medios desde hace un tiempo. De todos modos, me parece que hay distintos niveles. La
televisión aborda temas sabiendo que impactan. Después viene si es bueno o malo. Pero
también creo que hay gente a la que le encanta escuchar ese tipo de noticias a la mañana. Yo
creo que están los comunicadores sinceros, los que sinceramente están disconformes o son
críticos, los que lo hacen porque funciona y los que directamente operan. ¿Arnaldo Pérez Manija?
Está entre los últimos dos”.
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Es extraño el lugar de las ideologías en todo esto. Por un lado, el sesgo ideológico es
evidente en el desprecio por los derechos humanos o el pedido de pena de muerte. Por otro, no
necesariamente se pueden sacar conclusiones a partir de preocupaciones genuinas por la
violencia y la seguridad (de hecho, el cuidadoso discurso de Marcelo Tinelli no puede ser
calificado como extremista). Tal vez, la objeción más evidente que puede hacerse a este último
discurso es la recurrente desconexión entre desigualdad e inseguridad.
Para Artemio López, sin embargo, al formar todo parte de un conflicto entre grupos
empresarios y gobierno, tampoco lo ideológico es tan preponderante: “Yo pondría en segundo
plano el componente ideológico. Es darle una lectura que excede a la confrontación. Durante el
conflicto del subte había tapas que parecían escritas por mi amigo Jorge Altamira, y no quiere
decir que los grupos empresarios se vayan a afiliar con el Partido Obrero”.
Los arrebatos famosos sobre la pena de muerte tienen, seguramente, un efecto en la
temperatura de los espectadores y sus reclamos. Para Artemio López, sin embargo, su poder real
como desestabilizadores no es absoluto: “Yo no veo que la opinión de famosos tenga un poder
erosivo tan grande. Después de lo de Blumberg, que juntó medio millón de personas... Es como
después de Led Zeppelin: todos suenan como una bandita de cuarta”.
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ESCENAS EN EL CENTRO COMERCIAL por julián gorodischer
Oscar Steimberg recorre la plaza seca, se detiene ante la vidriera de Levi´s, utiliza el baño
extrañamente público y se pregunta: ¿Acaso un "no lugar" puede permitirnos percibir de manera
constante nuestras diferencias?
A las diez, hora de apertura, el shopping está encendido, como si hubiera precalentado
durante la noche. Somos un puñado en la entrada y el pasillo sobre Anchorena: quince flequillos
esperando a ver Crepúsculo, la legión extranjera de Starbucks, dos sufrientes de traje con 29
grados a la sombra que se niegan a empezar el día arrojados a los bancos de la plaza seca, un
trío de rateados de la escuela Herzl de Once, tres niños sueltos que empiezan a angustiarse,
Oscar Steimberg y yo sintiendo el despertar del monstruo.
En los pasillos del antiguo mercado, estamos obligados a respetar la dirección derecha-
izquierda, abajo-arriba, a lo sumo ir contra la corriente sin variaciones personales de estilo.
–El recorrido por el shopping no se hace únicamente para encontrar objetos –comenta
Steimberg, pasando por la puerta de Frávega–, se hace para encontrar estímulos. Se lo recorre
esperando un estado de ánimo, una inquietud, una ansiedad que quizás nos lleve a algo ya que
lo otro no lleva a nada.
Una vez que caminaba por estos pasillos de "vidrieras de un lado y abismo abigarrado del
otro", se cruzó con un matrimonio de ancianos. La mujer iba del lado de la vidriera, el hombre a
su izquierda. El hombre iba con expresión "enfurruñada", dice, "harto". En un momento pasaron
por una vidriera de ropa masculina formal y la mujer dijo con entusiasmo: "¿Vos no necesitás un
sobretodo?". El hombre, sin dejar de mirar hacia delante, contestó: "Tengo uno y no lo uso
nunca".
–Pensé en la desgracia del señor obligado a hacer el recorrido, pero después en que en un
matrimonio no siempre se siente lo que se expresa y en que, en general, los sentimientos son
contradictorios.
Para ese hombre debió ser agradable ese paseo –sospecha ahora– en el que las diferencias
entre señora y señor se manifestaron tan nítidas.
–Voy a acompañar a mi mujer al shopping para demostrarme a mí mismo que sigo siendo
¡ese hombre!, no un esclavo de la moda.
–Pero sí esclavo de tu mujer.
–Ser esclavo de una mujer me permite percibir de manera constante nuestras diferencias.
–Dice Beatriz Sarlo en La ciudad vista: "El shopping se ha convertido en la plaza pública que
corresponde a la época".
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–En términos generales es cierto. La diversidad social es muy amplia, pero el recorrido
promete siempre una menor acotación de sentidos que una calle o un pasaje, donde la
continuidad permanente de las transformaciones no es una obligación a cumplir por los actores
del entorno. Y socialmente aquí el margen no se ve, o es otro y habría que llamarlo de otro
modo.
Luego, nos ubicamos justo en el centro del gran cuadrado de cemento que constituye el
corazón del shopping, su plaza seca.
–La plaza seca era el espacio previo o adyacente a edificios centrales, o monumentales. Si
no, no había plaza seca. En este caso se trata de un espacio amplio, que no es un espacio verde,
pero que en su perímetro no tiene monumentos arquitectónicos ni novedades que puedan
señalarse como tales.
–¿No es el antiguo Mercado del Abasto el monumento que a la vez contiene y da marco?
–Pero la plaza seca es un prólogo para una acción, o un epílogo. Desde la plaza seca debe
percibirse eso que puede considerarse como obra o historia. El Mercado del Abasto acá no se
percibe.
–Cito a Sarlo: "De vez en cuando caminando debajo de las obstruidas bóvedas se pueden
ver los restos de lo que fue el Mercado del Abasto" (Tiempo presente).
–Ya no pasa. Hasta eso es fugaz. Acá ni un solo fragmento de visión posible te recuerda al
Mercado del Abasto; ni siquiera las columnas que pueden verse desde la vereda. Este es el
momento del atrio. En tiempos de religiones con especificaciones más compartidas el atrio
permitía (y limitaba) el acceso de aquellos que todavía no habían sido incorporados a la situación
religiosa: aquí promete la inmersión en una comunidad fugaz.
Llegamos a la antesala de los baños. Se ven teléfonos públicos que lucen anacrónicos junto
a la venta exacerbada de celulares en el resto del predio. Las puertas de emergencia rojas con
barrotes metálicos sugieren la posibilidad de una catástrofe. Todo el sector (antesala, cubículo
para discapacitados, Caballeros y Damas) es un conjunto cerrado al que hay que ingresar, una
cueva escindida del centro.
Bien limpito
–Ah, la cuestión del baño –evoca Steimberg–. Ya es difícil encontrar un bar o un restaurante
de Buenos Aires que no trate de negar el baño a los no clientes. En los cines todavía se puede ir
a los baños sin ver la película. Por ahora, el baño del shopping es, de alguna manera, un retorno,
un fragmento del espacio público que había ido perdiéndose.
–Señorita –pregunto a una empleada que nos cruzamos–, ¿cada cuánto limpian?
La empleada:–Constantemente señor..., todo el tiempo.
–¿Por qué, Oscar, se organiza la tarea como un continuo, negándole la posibilidad de la
pausa?
–Yo pensé que por lo menos nos iba a decir cada 20 minutos –reconoce Steimberg–. Pero
cuando lo privado pasa la frontera de lo íntimo, el espacio de la planificación efímera empieza a
estar en riesgo. El continuum es el ritmo de un espacio que piensa el tiempo a intervalos
mínimos.
Vidriera Levi's
Este logotipo se hizo notar hace dos meses al exhibir torsos desnudos de varones y mujeres
jóvenes en un contexto general que privilegia la mostración de prenda. Hoy llama la atención
suprimiendo totalmente la fotografía y haciendo dominar una leyenda ("Are you ready") en la
vidriera, junto a rayos y centellas como de cómic sin competencia icónica que dispute campo
visual. En lo personal no registro antecedentes de una vidriera que haya extinguido la fotografía
de su fachada de manera tan tajante.
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–La fotografía retornará como siempre –relativiza Steimberg–. La palabra también es
polisémica, pero con la imagen no se puede decir "No". Por ahora el lugar de la imagen se
reserva aquí a la ropa, que ya es tan fugaz como la fotografía.
–Oscar, ¡durante todo nuestro paseo pusiste en cuestión la novedad!
–Estoy cansado de decepcionarme. Ahora creo entender eso de Barthes: "El buen viajero es
aquel que busca solamente matices de diferenciación".
Ultima Coca
Sentados en un bar enquistado en medio del pasillo de la planta baja, pregunto al profesor:
¿Nos detuvimos o seguimos circulando? "Estamos en un híbrido", me dice. "Como todo lo híbrido
es oscuro. El afuera puede confundirse con el adentro, pero es indudable que pedí mi gaseosa y
ubiqué un libro sobre la mesa, entonces me permito construir una articulación de
provisoriedades que finalmente será única para mí y para los otros".
–Estamos solos pero acompañados, y la multitud nos roza pero nos concede el diálogo
íntimo.
–Una vez vi a un señor escribiendo en un bar muy ruidoso, rodeado de papeles. Era muy
parecido a Sartre, lo que daba a la escena un carácter dramático pero con sentidos que uno
podría creer ya definidos. Y me pregunté: ¿por qué, ese que para escribir escapa de su casa, no
busca una biblioteca pública? Ese bar tendría que ser para él un infierno.
–¿Por qué permanece en el infierno, entonces?
–Para no seguir a merced de sus elocuencias secretas.
Oscar Steimberg es semiólogo, sus últimos libros son El volver de las imágenes (comp.),
Posible patria y otros versos (poesía) y El pretexto del sueño (ensayos breves).
Contra el espacio chatarra
En la ciudad cualquier disputa, por abstracta o pintoresca que sea, se dirime en términos
territoriales. Todo lo que hacemos en ella es político. En una ciudad como Buenos Aires, que
cuenta con pocos espacios por redefinir, la renovación ha significado liberar trabas jurídicas y
entregar tierra a la iniciativa inmobiliaria.
Detrás de los docks recuperados para el consumo hedonista, que buscaron posicionar a
Buenos Aires como capital gastronómica, Puerto Madero se estableció como nuevo distrito del
poder económico, incontaminado de la city y de su cercanía promiscua con la plaza pública. Este
emblema de la era menemista –y su mayor aporte a la capital– recuperó el agujero dilapidado
con una mezcla astuta de puesta en valor e inversiones globales. Hoy es sede de importantes
empresas (Repsol con su edificio de César Pelli) y vivienda de matrimonios sin hijos o divorciados
cuyos hijos partieron de casa. Ciudad dentro de la ciudad, es el satélite verde que emerge
después de cruzar las vías inactivas y el yuyal. Estos ofician de frontera material y metafórica,
son un retén natural de campo para el asaltante real y el imaginario.
Siguen ausentes de Puerto Madero áreas de servicios más allá de los restaurantes pero es
cierto que esto lleva tiempo: le llevó una década a la Villa Olímpica de Barcelona y le está
llevando veinte años a la avenida Karl Marx de Berlín equiparse de pequeños negocios. Madero
conserva su norma de páramo lujoso y barrio cerrado en propiedad horizontal, sólo que aquí no
hay escuelas. Su historia se repliega al sur, en los terrenos proyectados hace un siglo para
espacio de desahogo público, para las noches gratas –y gratis– del verano.
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natal de Borges, para encontrar un chalecito alpino de ladrillo a la vista. La gentrificación hizo
que muchos vecinos cedieran el líving de sus casas en alquiler y se trasladaran detrás de una
pared levantada de apuro, a los fondos de las casas chorizo. La mayoría opta por mudarse. Las
torres al otro lado de Juan B. Justo pueden aspirar, en términos de valor, al ranking de Junkspace
–espacio chatarra, según llamó Rem Kolhaas a la mala arquitectura y la ciudad invivible que ésta
engendra (hay traducción en la revista Otra parte). Lejos de defender una conservación
fundamentalista, estas líneas reclaman planeamiento para una ciudad que sigue las peores
pautas mundiales de exclusión urbana. Buenos Aires ya tiene su lugar en "el planeta de favelas"
que estudió el urbanista Mike Davis.
Matilde Sánchez
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LA MADRE Y LA MUJER PUBLICITARIAS por sandra russo
Somos peligrosos bichos de consumo, aunque ese desvío de la especie está tan
sólidamente cristalizado en nuestras percepciones, que cargamos con nuestros tics de
consumidores con la misma resignación con la que se carga la estatura o la neurosis. Y la
cuestión más jodida no es que estemos empujados todo el tiempo a comprar algo, sino la puesta
en sentido de valores publicitarios dentro de nuestra subjetividad.
Pasan cosas raras entre la ficción y la realidad. Es más, cada uno tiene su propia idea de lo
que es ficción y lo que es realidad. Y a eso debe sumársele que vivimos rodeados de una
realidad superpuesta a otra (la realidad mediática sobre la vida real), que desenfoca
permanentemente nuestras percepciones e ideas para reenfocarlas hacia donde ella las orienta.
La realidad mediática, por otra parte, está compuesta por capas que por ejemplo, en la
actualidad, hacen que dentro de todas las ficciones televisivas diarias se haya incorporado la
publicidad no tradicional, de modo que personajes de ficción consumen papas fritas de verdad o
se toman un analgésico de venta libre.
Los deseos son reales, forman parte de nuestras vidas reales, igual que las frustraciones y
los miedos. Pero incluso ese entramado de sustancia nuestra, de sustancia esencial, eso que
somos antes que mujeres u hombres, antes que altos o bajos o lindos o feos, adquiere formas
ficcionales proporcionadas por la realidad mediática. De acuerdo con esa imaginería colectiva
impulsada por los medios, por ejemplo, las mujeres deseamos ir a un spa. Se da por hecho. ¿Qué
mujer no desearía parar por un día su actividad diaria, para ser masajeada, encremada, hormada
en un sauna o enfangada con barro egipcio para salir de allí con un piel de treinta si tiene
cincuenta, y de diez si tiene treinta? Pues bien: hay un marketing del bienestar que no tiene en
cuenta a la gente fóbica, porque ése debe ser mi caso. Ni loca pasaría un día en un spa, con
extrañas hablándome de sus secretos cosmetológicos mientras me refriegan barro por el cuerpo
como si fueran enfermeras de nursery y yo un bebé manipulable y sin duda deseoso de ser
alzado a upa.
Otro borde curioso entre ficción y realidad se da en la imagen de madres que promueve la
publicidad. Para empezar, las madres de la publicidad son en general mujeres en la instancia de
usar productos de limpieza y/o de una canasta familiar ampliada con una lista infinita de
variedades de postrecitos, flancitos, yogures, leches fortificadas o gelatinas. Las mujeres
aparecen casi exclusivamente en las publicidades de cremas antiarrugas, champúes o ropa y
perfumería. No son la misma la madre y la mujer. La madre publicitaria es modosita, sonriente y
católica. La mujer siempre que puede tiende a ser fatal.
La madre publicitaria ama que las medias de sus hijos estén blancas. Alcanza con eso. Las
medias blancas, eternamente grises o negras en los hijos reales que criamos. Las poníamos con
la ropa blanca en el lavarropas, quizá las refregábamos, quizá hasta llegamos a usar algo
especial para blanquearlas. En mi caso, naturalmente, fue lavandina, y así quedaron de
agujereadas. En la vida real, muchas mujeres no manejamos como Dios manda una casa, si el
parámetro es el comportamiento ficcional de la madre publicitaria. Y las mujeres reales
entramos en contradicción con eso. En algún lugar pesa no haber hecho a mano ningún disfraz
en la vida escolar de nuestros hijos, o no haber sido esa madre encantadora de la publicidad del
postrecito, que el centavo que ahorró durante un año comprando una marca más barata lo usó
para comprarle al niño un sacapuntas. ¡Qué mejor ejemplo sobre la administración del dinero
que ese centavo que se convirtió gracias a la tenacidad en un vistoso sacapuntas! Bueno, ése es
uno de los ejemplos que no hemos dado.
La mujer publicitaria de las cremas, por su parte, es proactiva con su aspecto personal, y
tiene la paciencia de hacer el tratamiento completo: por la noche demaquillante y nutrición, por
la mañana, hidratación. La mujer publicitaria más arrolladora, la de belleza y determinación más
importantes, hace el tratamiento completo pero con diferentes cremas, ya que hay una variedad
de cada paso para los pómulos, otra para el contorno de ojos y una tercera para el contorno de
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la boca. En la vida real, somos muchas las que nos acordamos de la crema de limpieza cuando
vamos por el tercer mate del día siguiente.
La mujer publicitaria sabe caminar con tacos altos, sabe hacerse compresas en los ojos y
renovarse en quince minutos, y sobre todo sabe lo que quiere: ¡nada más que un producto! Las
mujeres en la vida real muchas veces no sabemos lo que queremos, pero estamos seguras de
que ese enigma no es de marca, ni siquiera de primera línea.
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ENTREVISTA AL HISTORIADOR EZEQUIEL ADAMOVSKY1 por
claudio martyniuk
Buena parte de los estereotipos e imaginarios argentinos del siglo XX ha estado ligada a un
nebuloso sentido de identidad de clase media. Cómo se ha ido configurando esta identidad y qué
perfiles fue adoptando a lo largo de las décadas son interrogantes que disparan visiones
ideológicas, posicionamientos políticos confrontativos y construcción de linajes históricos
justificatorios. El historiador Ezequiel Adamovsky ha buscado otras respuestas sobre un
"nosotros" de pies esquivos y algunas de las que presenta se proyectan sobre nuestro horizonte.
1
Argentino. Historiador e investigador del CONICET. Profesor de la UBA. Doctor en Historia por la Universidad de Londres. Ha sido
investigador invitado en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas, Francia. Su último libro es "Historia de la clase media
argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003" (Planeta, 2009).
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¿Funcionarios, universitarios y docentes no fueron tejiendo antes una identidad
de clase media?
Desde fines del siglo XIX hay procesos de clasificación y de jerarquización. Por la educación,
el dinero, el consumo, la vivienda y el barrio, se armaron modos de distinguirse y estrategias de
hacerse de una imagen de "decencia" -tal era la palabra que se usaba- que distinguía un
universo que no era el del pueblo bajo y tampoco la clase alta. Como ve, la identidad de la clase
media surge de una curiosa idea de decencia.
¿Por ejemplo?
Uno de los ejes de la identidad y el orgullo de clase media pasa por el consumo de bienes
educativos y culturales. Y en la Argentina, la cultura, hasta la década de 1990 -ahí cambió
bastante- fue más importante que el dinero como elemento definitorio de quién es y quién no de
clase media.
Para Adamovsky "hay un eje de la identidad de clase media que es el étnico. Y así como por
omisión la clase media fue antiperonista, por omisión la clase media argentina es blanca; es
decir, se considera como descendiente de inmigrantes europeos. Y acá esa identidad se armó
por oposición implícita, pero muchas veces explícita, con el bajo pueblo al que se consideraba
negro o criollo, cabecita negra. De modo que se armó una cierta combinación de modos de
distinción propiamente de clase, con modos de distinción que pasan por rasgos étnicos. Y está
muy presente en toda la historia de la identidad de clase media el orgullo de ser blanco, y se
diga o no, por no ser negro, por no ser como la clase baja.
Esto no empezó con el peronismo. Los conservadores le decían a Yrigoyen que era un
cacique de los negritos. Y en la época de las montoneras, en el siglo XlX, ya se empleaban
expresiones despectivas".
Adamovsky no se refiere a personas concretas sino a la identidad de clase media. Y para él,
"los sectores medios no actúan políticamente como bloque, son muy distintos unos de otros, y
sus actitudes no son mucho mejores ni mucho peores que las de la clase baja. Pero me parece
que es necesario discutir esa identidad de clase media justamente por su componente tan
antiplebeyo con el que nació, porque esto, en términos políticos, impide la solidaridad entre
sectores medios y sectores bajos. Y en esa fragmentación, o en esa imposibilidad de lazos de
solidaridad, es donde avanzan proyectos políticos que representan intereses de las clases altas".