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Crítica
Del griego krisis y kritikós; en latín criticus, capaz de discernir;
proveniente del verbo krínein –separar, decidir, juzgar-; de raíz
indoeuropea krei –discriminar, distinguir. Emparentado con las
expresiones latinas cerno, que significa separar (dis-cernir), y
cribrum -crimen, juicio y acusación.
Intelectuales
“Los privilegiados promueven intereses especiales,
pero los intelectuales deberían ser los primeros en
cuestionar el nacionalismo patriótico, el pensamiento
corporativo y el sentimiento de superioridad clasista,
racial o sexual”
(Edward W. Said, 2007: 15)
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Rubén Dittus: La crítica y los intelectuales. Documento de trabajo. Escuela de Periodismo UCSC, 2009.
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Años más tarde Horkheimer dirá que la teoría esbozada por el pensar
crítico no obra al servicio de una realidad ya existente, sino sólo expresa su
secreto (Horkheimer, 1973). En cuanto teoría, la Crítica asoma como un modo
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Dicha libertad, sin embargo, es ilusoria. Las “mallas del todo”, como
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y censuras, los tabúes y fetiches. Este rasgo eterniza la Crítica como acción
cultural. Así, la cultura es asumida por una arquitectura institucional que la
invisibiliza y una permanente Crítica que la hace visible.
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El ocaso del que habla Brunner sólo se explica a partir de la soledad que
movilizó y sigue movilizando al clásico intelectual, aquel personaje que evita el
contagioso gregarismo propio del que reacciona como mero testigo de la
realidad social, dejando que las cosas pasen sin alterar el curso de los
acontecimientos. Es el riesgo para quien por su políticamente no correcta
actividad, es condenado a ser quemado en la hoguera o al destierro definitivo.
Es su permanente crítica al poder público, desde lo público, el que lo eleva a tal
exclusiva categoría.
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comunicación.
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“Los que poseen la posición dominante, los que tiene más capital
específico, se oponen en numerosos aspectos a los recién llegados, a
los que llegaron tarde, los advenedizos que no poseen mucho capital
específico (...) Los recién llegados tienen estrategias de subversión
orientadas hacia una acumulación de capital específico que supone
una alteración más o menos radical de la tabla de valores, una
redefinición más o menos revolucionaria e los principios de
producción y apreciación de los productos” (Bourdieu, 1990: 216-
217).
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Pero, ¿por qué darle crédito sólo al apocalíptico? ¿Dónde queda aquel
crítico integrado, máximo heredero del progresismo intelectual? Quizás porque
la decadencia seduce y gana adeptos, porque es más fácil de seguir y
justificar. ¡Qué paradoja! El apocalíptico como orientador de las masas a través
de la imagen de la desintegración de los valores (como buen Apocalipsis) y los
llamados a la unidad nacional; he aquí la máxima contradicción de la crítica.
Será, también, porque los textos apocalípticos son el resultado de la cuidadosa
sofisticación lograda para el consumo de sus no-iguales. Si es así, las
diferencias con la crítica integrada serían sólo adjetivas, formando ambos
(apocalípticos e integrados) parte del debate desde, en torno y para la masa.
¿Acaso el apocalíptico consuela al lector, como dice Eco en su introducción? La
respuesta está en el imaginario del superhombre. Según el mito, éste suele ser
intachable, se eleva por encima de la banalidad y se opone al orden silenciador
que censura toda forma de disidencia. El superhombre que propone el crítico
apocalíptico exige un mundo que no es para él. Y si no es para él no lo es para
nadie. Tiene razón Eco cuando afirma que, a pesar de que el superhombre no
está cómodo con el mundo que le toca vivir, a la larga “nadie puede escapar a
esas condiciones, ni siquiera el virtuoso” (Eco, 1999: 30). La salida no está
lejos, sino cerca del objeto de la crítica. La estrategia que asoma se denomina
fetichización. En efecto, la creación de conceptos fetiche –a pesar que
obstaculizan el discurso crítico- genera reacciones emotivas que potencian el
seguimiento y la adopción como un vulgar mea culpa. Dicha reproducción de
ideas en serie tampoco afecta la autoridad moral del crítico, en la medida que
sus dardos siguen el camino del gusto y el ethos del consumo masificado. Se
enfrenta, como se sabe, a lectores, audiencias, internautas y telespectadores
cada vez más alfabetizados y “entendidos” en cuestiones propias de la Alta
Cultura, ya sea desde la sátira, la representación o la caricatura. Desde allí, se
enfatiza la soledad y lucidez del intelectual frente a la aparente torpeza del
hombre medio. Se puede decir, entonces, que los rasgos negativos de la
cultura de masas suelen ser, al mismo tiempo, las virtudes de una épica elite
intelectual. Una crítica que se empina en la soledad de su mirada y se distancia
de las voces que le reclaman. Una crítica carente de cadenas, partidos y
dirigentes. Se trata de un intelectual que se mueve por la obsesión de modelos
de conducta y puntos de referencia axiológica. Todo según una estricta escala
de valores, que explica el discurso del buen gusto y su rechazo a la vulgaridad
del hombre medio. A menudo se sirven del concepto de la televisión como
servicio y de las nuevas tecnologías como formas que alteran los sanos
procesos comunicativos cara a cara. Su desconfianza hacia los mass media se
explica por el caprichoso supuesto de la pureza de las almas y la virginal
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conciencia infantil. Una elite que se autodefine como reserva moral ante una
masa crédula que se deja engañar por los invisibles ataques del consumo
moderno. Una elite intelectual que publica desde un tribunal responsable,
cauteloso, atento, no manipulable e inmune a las influencias. Desde aquel
púlpito paternalista busca dosificar ante los ciudadanos más atentos los
efectos de la industria cultural, temerosos de un colectivo y brutal
“atragantamiento”.
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“El Mayo del 68 encarna en este sentido una figura inédita: sin
objetivo ni programa definidos, el movimiento fue la insurrección sin
futuro, una revolución en el presente que testimoniaba a la vez el
declinar de las escatologías y la incapacidad de proponer una visión
clara de la sociedad venidera. Sin proyecto explícito y sustentado por
una ideología espontaneísta, Mayo del 68 no fue sino un paréntesis
de corta duración, una revolución frívola, una pasión revolucionaria
más que una movilización de fondo (...) el Mayo del 68 se organizó
conforme al eje temporal de la moda, el presente, en un happening
más parecido a una fiesta que a los días que conmueven el mundo”
(Lipovetsky, 1990: 276).
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