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La vorágine postmoderna en Managua Salsa City

“A las seis en punto de la tarde, Dios le quita al fuego a Managua y le deja la mano libre
al Diablo”. Desde las primeras líneas de su novela Managua Salsa City ¡Devórame otra
vez!, Franz Galich nos sumerge en un torbellino de violencia, crimen, intrigas, sexo y
drogas que son los ejes transversales de la narrativa postmoderna. Se trata de una literatura
de la desesperanza y el desencanto que toma como referente a la sociedad actual que
presenta una crisis de los grandes valores éticos y morales para dar preeminencia al
hedonismo, el desenfreno de los bajos instintos y un libertinaje sin tregua.

Galich sondea de una manera vívida, grotesca y descarnada el submundo que constituye la
vida nocturna de Managua, donde a diario se desencadena una carnavalización absoluta que
da rienda suelta a todo tipo de excesos. El tiempo novelesco es de exactamente doce horas,
lapso en que Satanás ejerce su poderío sobre la ciudad, durante el cual “empiezan a salir los
diablos y diablas” para invadir las zonas rojas y comenzar el diario trajín de delincuencia,
placer y depravación.

La trama radica básicamente en el juego de seducción entre Pancho Rana, celador de una
mansión lujosa quien lleva una sórdida vida delincuencial, y la Guajira, prostituta y jefa de
una banda de asaltantes. La meretriz acepta los avances de Pancho Rana, quien se hace
pasar por un hombre rico, fingiendo ser una muchacha inocente y como parte del usual plan
para asaltarlo y robarle el carro, o en caso de tener dinero, como le parece a la Guajira,
desvalijar su casa. En el proceso, recorren centros de diversión a lo largo de la capital hasta
que se llega al pretendido asalto, un verdadero baño de sangre que se convierte en el clímax
de la novela.

En la novela se explota en toda su dimensión la vida carnavalesca. Según Bajtin (1986:


172) “Esta es una vida desviada de su curso normal, en cierta medida, la ’vida al revés’ el
‘mundo al revés’ ”. Este es definitivamente un modelo que desborda las páginas de
Managua Salsa City.
Sus protagonistas pertenecen, como lo ha señalado el propio autor, "al fondo del barril".
Son seres del inframundo que no conocen otro estilo de vida que no este relacionado con la
transgresión de lo establecido y la agresión.

Por otro lado, Eco (1989: 17) plantea que “si bien el carnaval antiguo estaba limitado en el
tiempo, el carnaval moderno multitudinario está limitado en el espacio: está limitado a
ciertos lugares, ciertas calles o enmarcado a la pantalla de la televisión”. En este sentido
encuentro relación con el recorrido espacial que efectúan los protagonistas por los sitios
más “calientes” y peligrosos de la capital: bares, clubes de desnudistas, salas de baile y
moteles. Galich se refiere a la existencia de antros de perdición en los que se puede poner
en práctica una vida desordenada y donde predominan los vicios que aquejan a la
humanidad como el consumo de drogas, alcohol y el sexo sin control.

En la obra, se percibe este espacio paratópico, dado que se describe una atmósfera lúgubre
aderezada por individuos entregados a vivir la diversión al máximo sin detenerse a pensar
en las consecuencias de sus actos. Galich nos lleva por el centro recreativo La Piñata, el
dancing club El Madroño, el Night Club Aquí Polanco, la Rotonda de Bello Horizonte, el
Munich, entre otros puntos ardientes en plena noche de juerga. Representativo de este
ambiente es “la mentada Calle Ocho, un enjambre de bares de mala muerte, donde bajo la
mascarada del licor, la prostitución y la droga eran moneda de libre circulación.” Galich
(2001: 73)
Para otorgarle mayor verosimilitud al relato, el autor maneja con mucha propiedad el argot
de los rufianes, el llamado escaliche, en las estructuras dialógicas. Sin duda este elemento
le brinda dinamismo, flexibilidad y realismo a la trama que avanza con un ritmo ágil, que
sin el uso de este lenguaje simplemente no podría construirse.

Se presenta una clara desviación de las reglas y normas establecidas. Las mismas figuras de
autoridad que deberían asegurar su cumplimiento se han rendido ante los manjares de la
corrupción, contribuyendo así a la criminalidad, el desorden y la creciente descomposición
social. Así se lee en la novela “Pero chiva no nos caiga la pesca. No hombre, todavía no es
hora de que se acerquen por estos lados, además, sólo pasan recogiendo su mordelona y
no se vuelven a aparecer en toda la noche”. (id:30)

Más adelante se vuelve a hacer referencia de cómo los policías son de los principales azotes
de la noche, pero no por garantizar el orden, sino por cometer fechorías y entronizar la
violencia. Así en voz de la Guajira nos llega la siguiente evidencia: “… dejaré esta vida
que hasta peligrosa es porque en una de esas te encontrás con unos policías por la verga y
te pueden hasta palmar si no les das lo que te piden, que siempre son reales y una
culiadita cada uno…” (id:55)

Lo anteriormente planteado es la materialización de lo que expresa el psicoanalista Blanco


(2003: 3): “ La posmodernidad que nos atraviesa pareciera fundar una nueva ética: todo
puede hacerse, decirse, mostrarse. No hay Juicio Final, ni obediencia debida, es decir:
completa impunidad. En la posmodernidad se muestran los acontecimientos como
anomalías sin consecuencias, que no dependen de ninguna ley.”

A lo largo de la diégesis se muestra un desenfreno total en el que el fin supremo es el


placer, un auténtico culto al cuerpo y un interés único por el presente, conductas que
evidentemente van dejando al margen la moral. Precisamente el hedonismo es una de las
características más marcadas de esta filosofía postmoderna. El acto sexual se ve despojado
de cualquier implicación espiritual y sentimental sublime para quedar en una simple pulsión
instintiva. La psicóloga Morín (1964: 107) asevera: “La alegría de amar se ha convertido en
deseo de gozar: es el triunfo del instinto [...], se acabaron los disfraces, las máscaras y las
barreras sanitarias. Eros desnudo y enaltecido se alza ahora en el corazón de la ciudad”.

Lo único que importa es la satisfacción carnal, que incluso se torna en una obsesión
enfermiza que debe ser satisfecha a toda costa. Las violaciones aparecen como actos
comunes que ya ni siquiera sorprenden pues se presenta que los “machos” consiguen lo que
desean aunque sea por la fuerza.
Pancho Rana sale en actitud de cazador y desde que divisa a la Guajira lo único en que
piensa es en gozar “de este palo de hembra… ya me hago trepado en semejante cu…
liacán”, se dice a sí mismo. Posteriormente cuando ya ha alcanzado los máximos niveles de
placer al poseer a semejante mujer, contempla vivir en concubinato con ella mientras
mantuviera ese cuerpo de diosa que lo volvía loco, pues en realidad se ve a la figura
femenina como un objeto destinado simplemente a brindar placer.

Los protagonistas se rinden a sus impulsos animalescos y experimentan un sexo salvaje que
los deja exhaustos. Las relaciones sexuales entre Pancho Rana y la Guajira son
ampliamente descritas en el libro que las refieren con mucho ímpetu y voluptuosidad, en
una narración rebosante de erotismo. “Se entregó al fuego y se adentró al bosque
incandescente que la calcinaba” (id: 52)… “una ráfaga como salida de un volcán arrasó
con mis carnes y temblé como bestia en gloriosa agonía, gemí y casi relinché, como
yegua, rugí como leona y quedé temblando, esperando la violenta fuerza que acechaba
sobre mis carnes” (id: 58).

La Guajira despertaba la lujuria en todos los hombres por su exuberante belleza pero ella
misma está consiente que por dentro está vacía pues ha llevado una existencia mezquina.
De esta forma reflexiona: “Aquí estoy yo, una mujer pobre que tiene la suerte de ser bonita
y atractiva pero que en el fondo soy una auténtica mierda, que no sirvió para mayor cosa,
más que para culpar y vivir de la riña.” (id: 54). Se da la pérdida de la esencia humana, la
falta de respeto y autoestima, lo que conlleva a una existencia carente de sentido, que en un
círculo vicioso, hunde a las víctimas cada vez más.

En toda la obra nos enfrentamos a situaciones límite porque precisamente ellas son las que
hacen sentir vivos a los actantes. En este mundo de excesos ya nada parece ser suficiente
para satisfacerlos. Pancho Rana ostenta una actitud temeraria para demostrar que es él
quien tiene el control de la situación, por ello, acelera como un desquiciado el vehículo que
maneja, ostenta el dinero con el que cuenta y se muestra excesivamente valiente en el
enfrentamiento con los asaltantes cuando estos irrumpen en la casa.
Pero no sólo el protagonista muestra este gusto por vivir al límite. Mientras los
protagonistas se encuentran en el famoso Munich, irrumpen en la historia dos sujetos que se
ven cautivados por la sensualidad de la Guajira y experimentan un impulso irresistible por
poseerla. Ambos son descritos como libidinosos pero la falta de escrúpulos es mayor en uno
de ellos quien “era partidario de la violencia, pues, como decía él mismo, lo excitaba, me
pone tilinte…” (id: 88)

En este mismo sentido, se entienden las adicciones al alcohol y las drogas que tienen
efectos alucinantes para desinhibir y potenciar el alcance de los actos que se puedan
cometer bajo sus efectos. Es una manera de evadirse de la realidad y entrar en una
construcción mental fantasiosa donde todo es posible. Con estas “mágicas sustancias” se
adquiere valor y felicidad efímera que finalmente aliena a los individuos.

Lo interesante de Managua Salsa City es que Galich muestra los niveles de descomposición
social propios de la postmodernidad como una consecuencia del conflicto armado de los
años ochenta en Nicaragua. Pancho Rana es un exmilitar miembro de las tropas especiales
del ejército sandinista, mientras que los integrantes de la banda de asaltantes eran de la
Resistencia. Como tales habían sido entrenados y sin duda alguna la guerra los marcó de
por vida convirtiéndolos en seres desalmados, violentos, obligados a mostrar una falsa
valentía para probar su hombría y sobrevivir.

Se trata de individuos que habían aprendido a valorar sólo el aquí y ahora por la
incertidumbre del mañana, adoptando en consecuencia, una actitud nihilista ante el mundo.
Lo más importante para ellos es vivir al máximo el momento pues no se sabe si existirá un
futuro. Así lo indica Pancho Rana “... sólo en el monte me he de haber tirado a unas cien
chavalas, pues por el poblado donde pasábamos agarrábamos algo, ya sea a las buenas o
a las malas, la mayor parte de las veces era a vergazo limpio, pues no se dejaban que uno
las carreteara, y ni modo, en el monte, bajo los vergazos de la contra uno no sabía en qué
momento podía quedar tilinte, así que había que darle viaje a las que se pudiera…” (id:
74)
Estos sujetos, tras la pacificación del país, redireccionan la agresión, para la que fueran
entrenados o predispuestos por el conflicto, contra la sociedad civil y ellos mismos. Es la
guerra la que ha abierto el espacio donde este tipo de violencia es posible y aceptada. Una
vez terminados los enfrentamientos es difícil modificar los comportamientos. Es más, la
formación militar les da los insumos básicos para llevar una vida de crimen: “ Perrrarenca
pese a una lesión que tenía en la rodilla, se movía con bastante agilidad y cierta
seguridad. Los años que estuvo en las filas de la contra le servían en el tipo de vida que
llevaba ahora” (id: 102)

Por su parte, Pancho Rana también hacía gala de sus habilidades adquiridas en las tropas
especializadas en misiones secretas y peligrosas. Perrarenca así lo reconoce: “… sabía que
el enemigo que enfrentaba era cosa seria. Este hijueputa pertenece o perteneció a las
fuerzas especiales (…). Ahora sí la agarramos del mero cuello. La Guajira ya ha de estar
pilas, pues estos que matan así son malos, desalmados.” (id:108)

Lo escalofriante de relato de Galich, es que sabemos que más allá del contenido ficcional,
el escritor retrata una realidad palpable a diario en esta ciudad de los mil demonios. Las
situaciones, los lugares y ambientes son verdaderos. Acontecimientos como los contenidos
en esta novela llenan las páginas de sucesos de los diarios y forman parte de las estadísticas
policiales. El discurso novelístico es un retrato de la Managua que cobra vida cada noche.
Este carácter repetitivo, de prolongación de esta sórdida realidad, queda expuesto en el
cierre de la narración, la cual adquiere un carácter circular:
“Eran las seis en punto de la mañana. Dios volvía a ponerle la llama a Managua y le
amaraba nuevamente las manos al Diablo. Diablos y diablas volvían a sus madrigueras
después de una vertiginosa noche.” (id: 126)

Así se cierra un ciclo que inexorablemente se reinventa a diario. Queda claro que esta es
una noche de tantas en Managua y que la violencia, el crimen, las drogas y el sexo
retornarán con la oscuridad para devorar nuevamente a quienes se rindan a su dinámica de
placer vacuo e intrascendente. Algunos regresarán al día, otros desaparecerán para siempre
en las tinieblas.
BIBLIOGRAFÍA

Bajtin, Mijail (1986). Problemas de la poética de Dostoievsky . México D. F.: F. C. E.

Eco, Umberto; V. V. Ivanov y Mónica Rector (1989). ¡Carnaval! México D. F.: Fondo de
Cultura Económica , S. A. de C. V.

Galich, Franz. (2001) Managua Salsa City ¡Devórame otra vez!. Tercera edición. Anamá
Ediciones Centroamericanas.

Morín, Violette y Joseph Majault (1964). El erotismo: mito moderno. Madrid: Euramerica
S.A

Reich Wilhelm et all (1971) . Sexualidad: ¿Libertad o repression? México D. F.:


Editorial Grijalbo

BIBLIOWEB

Blanco, Arturo (2003). Tribulaciones de un "moderno" en la "posmodernidad".


http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=408

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