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L A S A L U C I N A C I O N E S : F E N Ó M E N O S Y E S T R U C T U R A por José María Alvarez

Publicado en Uno por Uno, Revista Mundial de Psicoanálisis, n° 45, 1997, p. 125 - 138

Todo el problema de las alucinaciones parece estar rígidamente encorsetado por el hecho de ser
definidas, casi unánimemente, como "percepciones sin objeto". Si nos adscribiéramos a esta definición,
poco más podríamos añadir, salvo glosar los logros de la fenomenología mental al diferenciar distintos tipos
de alucinaciones, ya sea en función de su interioridad o exterioridad, al clasificarlas en relación con las
fuentes sensoriales de las que parecen proceder, al desentrañar su valor diagnóstico y pronóstico, así como
al indicar su forma de presentación en los distintos tipos de trastornos, y al diferenciarla s, por último, de
otros fenómenos próximos como las ilusiones, los sueños, los éxtasis, los delirios, las interpretaciones, las
intoxicaciones, etc.1
Estas breves pinceladas resumen fríamente el trabajo de ciento cincuenta años de observación del
fenómeno más consustancial y llamativo de la locura. Muchos observadores se han detenido ahí,
conformándose con nombrar y discriminar; otros, los más osados, han promovido teorías explicativas: unas
neuropatológicas, otras psicológicas, y otras incluso mixtas.
Encontraste con la circunspección y reiteración de descripciones y argumentos, destaca la pasión, la
fascinación, que las alucinaciones han concitado a los ojos de clínicos, filósofos y profanos. Es por excelencia
el problema central de la psicosis, en especial lo que se ha dado en llamar las alucinaciones psíquicas, que
en mayor o menor medida, así lo entiendo, están siempre presentes en ella, pues no hay una sin las otras.
Estaremos de acuerdo en que una teoría consistente debe siempre proveernos de las respuestas que
la clínica plantea. Lanzaré ahora tres preguntas, y a partir de ellas intentaré poner a prueba las
descripciones y lucubraciones más esgrimidas por los psicopatólogos en este terreno: primera, ¿qué
diferencia, por ejemplo, la alucinación de la ilusión?; segunda, ¿por qué determinado sujeto se ve
sorprendido por una alucinación acusatoria y no por un pensamiento tormentoso?; finalmente, ¿por qué
dicho sujeto alucinó tal palabra y no otra?
La primera de las preguntas tiene fácil respuesta para la fenomenología mental; cualquier clínico
medianamente experto podría discriminar entre una y otra. La segunda se sitúa más allá de la
fenomenología descriptiva y requiere de una teoría, sea orgánica o psicológica, que diferencie distintas
organizaciones mentales, con sus diversos mecanismos, sus síntomas más propios, etc.; se trataría de lo que el
psicoanálisis llama una clínica diferencial de las estructuras. La última de las preguntas interroga no sobre la

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estructura psicótica, sino sobre la particularidad de un sujeto psicótico; en este punto, el psicoanálisis parece
ser el único que puede proponer respuestas.
Este será, por tanto, el itinerario de mi exposición: de la fenomenología del sujeto trastornado en sus
percepciones que ve y oye lo que no se ve y no se oye, como decía J.-P. Falret, al sujeto parasitado y
desintegrado por un lenguaje que habla solo. Evitaré a propósito, en la primera parte de la exposición, las
teorías etiopatogénicas con las que se ha tratado de dar cuenta de la naturaleza de las alucinaciones; tienen
actualmente muy poco interés.

1.- Las percepciones sin objeto

Recordaré ahora, brevemente, los hitos más destacados relativos al problema que nos ocupa. Mirando
la historia a cierta distancia es posible situar dos constantes. Primeramente, la uniformidad con la que se ha
definido la alucinación desde Esquirol hasta el Tratado de las alucinaciones de Henri Ey, publicado en 1973. En
segundo lugar, el desplazamiento que se fue produciendo paulatinamente de las alucinaciones más bizarras a
las más sutiles, y que llevó, por una parte, a relacionarlas con el lenguaje y, por otra, a la descripción del
Pequeño Automatismo Mental como evidencia clínica de la emancipación del lenguaje de una fuente parásita
que es el sujeto.
Se ha convertido ya en una cita clásica el primer párrafo que dedica Esquirol a las alucinaciones: "Un
hombre que tiene la convicción íntima de una sensación actualmente percibida, aún cuando ningún objeto
hiera sus sentidos, se encuentra en un estado de alucinación; es un visionario"2. En esta definición vemos
suficientemente destacada, tanto la convicción del alucinado, de la que unas páginas después dirá: "tan
entera, tan franca, que ellos raciocinan, juzgan y obran en consecuencia de sus ilusiones (...)", como la
diferencia que establece entre alucinación e ilusión: en la primera no sólo falta el objeto que excitaría los
sentidos, sino que en ocasiones éstos ni siquiera funcionan, como ocurre en sordos y ciegos alucinados; en la
ilusión, por el contrario, hay un objeto exterior que es erróneamente percibido. Por tanto, lo que caracteriza la
alucinación desde el punto de vista del clínico que la observa y nombra es que no hay un objeto exterior que
justifique la percepción que el alucinado no vacila en atestiguar; en definitiva, y como gustaba decir a Leuret
en aquellos días hablando del delirio: nuestra razón es la medida de la locura de los otros3.

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Aunque el célebre aforismo "percepciones sin objeto" no está recogido tal cual en las páginas
esquirolianas, J.-P. Falret, su alumno díscolo, se la atribuyó y así sigue repitiéndose hasta nuestros días.
No pasaron ni diez años cuando Baillarger, en 1846, presentó sus voluminosas Mémoires de
l’Académ ie Royale de M édicine. Sin grandes variaciones sobre las conclusiones de Esquirol, este autor, una
vez que se aventura en la determinación de la naturaleza de las alucinaciones, sienta las bases de una
diferenciación que todavía se mantiene: la oposición entre las alucinaciones psicosensoriales y las
alucinaciones psíquicas. "Se pueden distinguir dos tipos de alucinaciones - escribe Baillarger-, las unas
completas, compuestas de dos elementos y que son el resultado de la doble acción de la imaginación y de
los órganos de los sentidos: se trata de las alucinaciones psico-sensoriales; las otras, debidas únicamente al
ejercicio involuntario de la memoria y de la imaginación, son por completo extrañas a los órganos de los
sentidos, falta en ellas el elemento sensorial, y son por eso mismo incompletas: se trata de las alucinaciones
psíquicas”4. Existen enfermos que incluso han soportado los dos tipos, y cuando se trata de voces, los
propios pacientes las distinguen arguyendo: unas de las voces que escucho son fuertes, sonoras, como las
voces ordinarias; las otras, las psíquicas, son voces secretas, interiores, muy distintas a las que entran por
los oídos. Esta diferenciación, a la que llega nuestro autor por la disimilitud que los místicos establecen
entre locuciones intelectuales que ocurren dentro del alma y voces corpóreas que golpean los oíd os del
cuerpo5, fue en el futuro generalmente aceptada, salvo algunas repugnancias a considerar alucinaciones
propiamente a fenómenos no sensoriales o sin estesia, como es el caso de H. Ey y H. Claude 6, o por juzgar
tal distinción como una cuestión baladí de grados, como Falret padre 7.
Quizás, lo más sustancial de la aportación de Baillarger sea la caracterización que hace de las
alucinaciones psíquicas, y en este punto transcribe expresiones de enfermos muy esclarecedoras; se verá en
ellas la relación consustancial que une tales alucinaciones con el lenguaje: "conversaciones de alma a alma
con interlocutores invisibles"; "que escuchan el pensamiento, el lenguaje de la poesía"; "voces puramente
interiores"; "conversación sin sonido"; "el lenguaje del pensamiento"; "conversaciones por intuición, por
magnetismo, con interlocutores invisibles"; "una voz interior que la carne y la sangre no comprenden";
"escuchar el pensamiento a distancia por un sexto sentido", etc. Además de la convicción íntima e
inquebrantable que muestran todos los alucinados respecto a sus alucinaciones, evidenciada desde antiguo
por el uso de algodones para taparse los oídos y actualmente por la utilización de walk-man, y que les llevan
a consumar actos que las voces les ordenan, Baillarger enfatiza sobremanera que las alucinaciones psíquicas
conciernen exclusivamente al oído, mientras que las psicosensoriales interesan a todos los sentidos.

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Se advierte así claramente la antigua relación con la que se vinculó las alucinaciones psíquicas con el
lenguaje que se impone automáticamente, incoerciblemente, al margen de la voluntad y del pensamiento
del que el sujeto se reconoce como agente; el propio Baillarger lo refiere muy nítidamente cuando precisa:
"pronuncian ellos mismos las palabras con la boca cerrada como lo hacen los ventrílocuos". Más tarde
veremos que son precisamente este tipo de alucinaciones las que llevaron a Séglas a describir las
alucinaciones psicomotrices verbales y a Clérambault a nombrar y detallar el Síndrome de Pasividad o
Pequeño Automatismo Mental. Así planteadas las cosas, no le falta razón a Baillarger cuando opina que se
pueden tener alucinaciones sensoriales sin ser un alienado, pero cuando se producen alucinaciones
psíquicas es seguro que se trata de un alienado.
Al paso adelante dado por Baillarger en la colonización de los fenómenos alucinatorios, le siguieron
inmediatamente algunas contribuciones menores: la de J.-P. Falret y las discusiones, algunas muy
acaloradas, que transcurrieron en el seno de la Société Médico-Psychologique entre 1855 y 1856, y de las
que da buena cuenta la excelente revisión histórica del Profesor Lantéri-Laural .
De Falret padre destacar únicamente el enojo que manifestó por la vinculación entre sueño y
alucinación. Aunque sus argumentos son en gran medida peregrinos, por ejemplo: el que sueña está
dormido y el que alucina está despierto, apunta que "( ...) en los sueños la representación de las imágenes
predomina mucho más en el sentido de la vista; por el contrario, en la locura las alucinac iones se revelan
con más frecuencia en el oído" 9. Tal prevalencia de las alucinaciones del oído la explica por "( ...) la relación
existente entre el pensamiento y su expresión mediante la palabra" 10.
Las discusiones en la Sociedad Médico-Psicológica, entre febrero de 1855 y mayo de 1856, recogen a
grandes rasgos los problemas planteados desde Esquirol y desmenuzados por Baillarger relativos a la
naturaleza orgánica (el cerebro), psicológica (el alma) o mixta de las alucinaciones; las diferencias no
siempre aceptadas entre alucinación, sueño, éxtasis e ilusión; entre alucinaciones sensoriales y psíquicas, y
la consustancialidad o no de las alucinaciones y la locura. Empero, todos reconocieron la certeza co n la que
se presenta la alucinación y los distintos tipos posibles de éstas en función de los órganos sensoriales. Citaré
únicamente la opinión escéptica de un agotado Parchappe, tras una pomposa intervención: "No sé cómo se
puede tener una alucinación ni tampoco cómo se tiene una sensación, un sentimiento o una imaginación".

2.- Las alucinaciones psicomotrices verbales

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Saltamos ahora cuarenta años de historia para asistir a una pequeña revolución que se produjo en el
pequeño mundo de la psicopatología, cuando un alienista del asilo de la Salpétriére, Jules Séglas, se percató
de los gorjeos y los bisbiseos, de las palabras pronunciadas en tonos quedos y de los esbozos silábicos
emitidos por ciertos alienados que decían oír lo que ellos mismos pronunciaban sin saberlo; Séglas
sentenciaba así que las alucinaciones psíquicas de Baillarger no tenían su fuente en el exterior sino que
estaban relacionadas de alguna manera con el lenguaje 12. Llamó a estas alucinaciones "psico-motrices
verbales", y desde entonces, excepto para quienes no han querido entenderlo, que fueron y son multitud,
no hubo ya más dudas sobre el hecho tan simple de que el alucinado es al mismo tiempo el receptor y el
emisor, salvo que no se reconoce como tal 13.
La obra de Séglas sobre las alucinaciones es muy amplia y se desarrolla a lo largo de cuatro décadas. Su
primer gran trabajo es Des troubles du langage chez les aliénés, de 1892. Se aprecian allí claramente los
conocimientos de aquellos días sobre las afasias, entre cuyos modelos prefiere el de Tamburini y Tanzi, de los
que se sirve para trenzar una teoría simple del lenguaje, que puede resumirse así: "Es un hecho psicológico
generalmente admitido hoy en día que la palabra no es sino un auxiliar de la idea, que puede existir sin la
palabra que la representa y que habitualmente se forma antes que ésta o sin ésta" 14 ; es decir, primero y ante
todo está la idea, y después la palabra que puede valernos para penetrar en los pensamientos y los
sentimientos.
Los momentos más álgidos del texto se hallan en la descripción de las alucinaciones verbales y
especialmente las psicomotrices verbales, sean sin movimiento articulatorio, con un esbozo de éste o con
pronunciación completa. Lo característico de todas las alucinaciones verbales, tanto las auditivas, las visuales
o las psicomotrices, es que el enfermo las percibe en forma de palabras, que reproducen muy a menudo el
propio pensamiento (eco del pensamiento), o como decía uno de sus pacientes: el hombre es puesto al
desnudo, volviéndose, por así decirlo, "un cristal para todo el mundo"15; otros pacientes se explicaban así: "no
oigo hablar, siento hablar", "es un pensamiento oído", "son veces sin sonido que no tienen intensidad, ni
timbre, que no vienen del exterior hacia la oreja". Para no abundar más, citaré un breve y precioso pasaje que
transcribe la explicación de otro de sus pacientes: "Hay-dice el enfermo-un verbo interior articulado dentro
del pecho y que depende del sistema simpático. Es mucho menos accesible al oído que otra forma de verbo
interior que parte del pecho y se articula por los labios (voz labial). Es un verbo subjetivo que habla dentro de
sí, independientemente de uno mismo; eso parte del pecho y hace mover los labios. Se comprende lo que dice
la voz labial únicamente con los movimientos de los labios y sin articular nada ni en alto ni en voz baja. Algunas
veces la voz labial resuena en la oreja como una voz cuchicheada. Finalmente, hay también el principio que se

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expresa por nuestros propios labios y entonces se da un lenguaje completamente articulado y a veces
inteligible, pues uno se siente empujado a pronunciar palabras cuyo sentido no se entiende". A menudo -
comenta Séglas- le ocurre tras esta impulsión que, queriendo decir cualquier cosa, experimenta lo contrario
que su pensamiento, "la frase queda transformada por una impulsión labial" 16. Mayor es aún la evidencia de
la joven a la que se conocía en su Servicio como la enferma que habla sola y que, cuando trataba de hacer
callar las voces, apretaba los dientes para que no la hicieran hablar, pero jamás se tapaba los oídos".
En resumen, siempre que Séglas apreciaba palabras en las alucinaciones las clasificaba entre las
alucinaciones verbales, ya fueran palabras oídas, vistas o efectivamente pronunciadas aún sin saberlo; el resto
de las alucinaciones no estaban, según él, vinculadas con el lenguaje. Veremos más adelante cómo una teoría
del lenguaje distinta, en la que el sujeto está sometido a éste y no al revés, nos permitirá entender la relación
inmanente entre cualquier tipo de alucinación y lenguaje.
Al final de su vida, en el Prólogo al libro de Henry Ey Hallucinations et délires, Séglas redondeará sus
aportaciones: "En resumen, lo que constituye por ahora lo más característico de estos fenómenos no es el
hecho de manifestarse como más o menos parecidos a una percepción exterior, sino ser fenómenos de
automatismo verbal, un pensamiento verbal separado del yo, podría decirse que un hecho de alienación del
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lenguaje" . Retengamos esta breve apreciación, muy coherente con todos los desarrollos anteriores del
autor, pues sobre el germen del mencionado automatismo, es decir de la emancipación o xenopatía del
lenguaje, de la extrañeza con la que el enfermo asiste a su propio lenguaje del que no se siente agente,
veremos edificarse una de las más bellas páginas de la historia de la clínica mental: las formas iniciales del
síndrome de Automatismo Mental de G. G. de Clérambault. En seguida se percatarán de la correspondencia
que hay entre los fenómenos retratados por el maestro de la Enfermería, todos ellos en el límite de la
fenomenología, y la concepción del lenguaje desplegada por Lacan 19; son puros significantes vaciados de
todo significado o la carcasa de las palabras desprovista de significación y afectos.

3.- El Pequeño Automatismo Mental

Un poco al margen de lo que se cocía en las salas de los grandes próceres de la clínica parisina, desde
el mirador de la Enfermería Especial de la Prefectura de Policía, Clérambault gestó su construcción del
Automatismo, fruto de una mirada capaz de captar lo invisible de las psicosis. No se trata ni de la teoría del
automatismo de Baillarger ni del automatismo psicológico de Pierre Janet, tampoco se trata de la Spaltung
de Eugen Bleuler ni de la dissociation de la personnalité de Gilbert Ballet.

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Según Clérambault, tanto las alucinaciones sensoriales como los delirios son secundarios a un
proceso elemental autónomo, al que llamará de muchas maneras: Pequeño Automatismo Mental, Síndrome
de Pasividad, Síndrome de Parasitismo, o Síndrome S. "Por Automatismo — escribe el autor-yo entiendo los
fenómenos clásicos: pensamiento precedido, enunciación de actos, impulsiones verbales, tendencia a los
fenómenos psicomotores; a menudo yo los menciono especialmente. Son los fenómenos señalados por
Baillarger y descritos magistralmente por Séglas. Los opongo a las Alucinaciones Auditivas, es decir a las
voces a la vez objetivadas, individualizadas y temáticas; también los opongo a las Alucinaciones
Psicomotrices Caracterizadas; en efecto, esos dos tipos de voces, las auditivas y las motrices, son tardías con
relación a los fenómenos sutiles" 20. Así pues, la pregunta pertinente es: ¿qué es lo primario o elemental?
Aquí el autor se muestra implacable describiendo, y recurre a neologismos para ello, una serie de
fenómenos primarios en el límite de lo aprehensible; todos ellos son en un principio neutros, anideicos y
atemáticos, no son sensoriales y están siempre al principio de cualquier psicosis alucinatoria crónica.
Llegados a este punto es necesario detallar algunos de tales fenómenos elementales, que
transcribiré con los términos del autor. Opone entre ellos los fenómenos sutiles a los ideo-verbales. Los
primeros se caracterizan por constituir interferencias en el curso del pensamiento, pero son interferencias
sin contenido: juegos de palabras, entonaciones bizarras, flujo incoercible de representaciones visuales,
emancipación de los abstractos, devanado mudo de los recuerdos; vacío del pensamiento, perplejidad sin
motivo; paso de un pensamiento invisible, impresión de adivinación del pensamiento, etc. También l os
fenómenos ideoverbales son neutros y atemáticos, siendo su modelo el eco del pensamiento; además de
éste, los fenómenos clásicamente descritos: extrañeza del pensamiento, enunciación de gestos e
intenciones, actos comentados; a estos añade nuestro autor: palabras explosivas, juegos silábicos, kiries,
absurdidades; intuiciones y veleidades abstractas, detenciones del pensamiento abstracto, etc. Todos estos
son los fenómenos iniciales, es decir el Pequeño Automatismo Mental. "La tendencia a la verbalizació n se
realiza progresivamente: indiferenciado al principio, el pensamiento se torna gradualmente auditivo o
verbomotriz; las voces se constituyen con cuatro caracteres: verbales, objetivas, individualizadas y
temáticas. (...) El fondo común de estos fenómenos es un trastorno, por así decir, molecular del
pensamiento elemental;(...)" 21 . Tras estos fenómenos iniciales, elementales o primarios, se edifica, en
muchas ocasiones, el Síndrome completo de Automatismo Mental o Triple Automatismo: trastornos del
pensamiento y del lenguaje, voces, y automatismos motores y sensitivos 22. Cuando se llega a este estado,
las manifestaciones más conspicuas dominan el cuadro clínico, pero la psicosis como tal es ya antigua. Me
permito anotar unas palabras ilustrativas de una de sus pacientes, Amélie, costurera en un convento: "La

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enferma habla de sí misma con fórmulas del siguiente estilo: "Cuando se dice "ella", se tiene la impresión de
hablar de dos personas. Cuando se dice ella, eso quiere decir que es doble y que es la persona que habla.
Hay algo que es más fuerte que la persona. Hay algo que habla cuando quiere, y que se para cuando deja de
hablar. En el momento en que quiere hablar, hay algo que la detiene. Un alma de otro no puede habitar en
un cuerpo"23.
Para concluir estos apuntes sobre Clérambault, dejar claro que para él el Automatismo es causa y no
efecto de la disociación del yo; se muestra así enconadamente contrario a la concepción ideogenética
(Séglas): "La idea que domina en la psicosis no es la generadora, aunque la psicología común parece
indicarlo y la psiquiatría clásica lo confirma. El nudo de esas psicosis es el automatismo, la ideación es
secundaria. En esta concepción, la fórmula clásica de las psicosis está invertida" 24. Aunque el autor defiende
una teoría organogenética mecanicista, no queda ya duda sobre este punto crucial: no puede concebirse un
sujeto de la idea previo a un sujeto del lenguaje. Volveremos más adelante sobre esto.
Nuevamente damos un gran salto en la historia de la psicopatología, y nos situamos en 1973, en el
Tratado de las alucinaciones de H. Ey. Este autor, volviendo sobre la definición clásica de Esquirol, le añade
una breve coletilla: "una percepción sin objeto a percibir", es decir, que la alucinación consiste en percibir un
objeto "que no debe ser percibido o, lo que equivale a lo mismo, que únicamente es percibido por una
falsificación de la percepción" 25. La ambigüedad gramatical del "a percibir" indica tanto percibir un objeto
aunque no pudiera percibirse, como percibirlo aunque no debiera ser percibido; en definitiva: "Alucinar, es
pues para el Sujeto tomarse él mismo por objeto de una percepción de la que bien podemos decir que es
una percepción sin objeto a percibir, pues jamás el Sujeto en sí mismo y en ninguna de sus modalidades o de
sus partes tiene el derecho de percibirse como un objeto exterior a sí mismo" 26.
Entre otras razones, recordamos ahora la enorme contribución de Ey porque habla decididamente de
un sujeto, pero toda la cuestión reside ahí, ¿qué sujeto? O para decirlo de otro modo: ¿hay un sujeto capaz
de integrar las percepciones,
y por tanto puede estar potencialmente trastornado para integrarlas?, o bien ¿los objetos de la
percepción están al margen de un sujeto incapaz de percibirlos unívocamente? La respuesta afirmativa a la
primera cuestión nos pone en la senda de todo lo hasta aquí apuntado, lo que llamaba al principio los logros
de la clínica clásica en la colonización del fenómeno alucinatorio. Pero si damos nuestra conformidad a la
segunda pregunta, entonces nos situaremos de lleno en la concepción de Lacan sobre la alucinación.
Las pinceladas fenomenológicas expuestas hasta aquí nos muestran un sujeto, aunque no se habla
de él, activo, integrador y unificador de la percepción. Al tomar intencionadamente el sesgo de las

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alucinaciones más evidentemente verbales, hemos llegado finalmente al Síndrome de Pasividad o Pequeño
Automatismo Mental, donde lo que resulta más llamativo es la pasividad del sujeto frente al significante; o
para decirlo más claro: hemos asistido al desplazamiento desde un sujeto integrador de las percepciones,
que alucinaba por un defecto en dicha integración, hasta un sujeto atomizado y parasitado por los retornos
de un lenguaje que habla solo.
Tenemos, por tanto, dos concepciones frontalmente contrapuestas: la del común de los clínicos,
incluido Freud, y la de Lacan. Se podría añadir incluso una tercera, la de M. Merleau-Ponty, quien plantea,
para escándalo de los alienados en el sentido común, que la alucinación no es una percepción sin objeto
puesto que no es una percepción 27. Pasaré sin más dilación a exponer algunas consideraciones de la teoría
de Latan, y para ello les pediría que retuvieran las observaciones clínicas de Baillarger, yespecialmente las
de SéglasyClérambault.

4.- Del sujeto integrador al sujeto


desintegrado por el significante

Aunque parezca muy dificultoso salirse de la máxima esquiroliana, a condición de no sumarse a la


posición de Merleau-Ponty, Lacan propone alternar las prioridades: "Nos atrevemos efectivamente -escribe en
1959- a meter en el mismo saco, si puede decirse, todas las posiciones, sean mecanicistas o dinamistas en la
materia, (...) sí todas, por ingeniosas que se muestren, por cuanto en nombre del hecho, manifiesto, de que
una alucinación es un perceptum sin objeto, esas posiciones se atienen a pedir razón al percipiens de ese
perceptum, sin que a nadie se le ocurra que en esa pesquisa se salta un tiempo, el de interrogarse sobre si el
perceptum mismo deja un sentido unívoco al percipiens aquí conminado a explicarlo"".
En lo que sigue trataré de comentar este párrafo de apariencia tan intrincada. Se trata, al contrario que
en el resto de teorías y descripciones, de una doble inversión: primero, que el sujeto, lejos de estructurar al
perceptum, aparece como el que padece la percepción, y no sólo eso, sino que es efecto o está afectado por lo
percibido; segundo, que el perceptum ya está constituído, aunque introduce ciertos equívocos29. No podría
entenderse esta consideración si no se sostiene que no hay perceptum fuera del campo del lenguaje, o lo que
es lo mismo, que el lenguaje constituye y determina el hecho perceptivo: "El poder de nombrar los objetos
estructura la percepción misma. El percipi del hombre no puede sostenerse sino en el interior de una zona de
nominación. Mediante la nominación el hombre hace que los objetos subsistan en una cierta consistencia". Se
plantea así que el hecho primero es el significante y el sujeto su efecto, o para decirlo en otros términos: toda

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percepción está sometida al orden simbólico, y éste determina y produce el sujeto; es todo lo contrario de lo
que se sobreentiende en la clínica clásica y la psicología general, en tanto consideran que el lenguaje es un
instrumento que usa el sujeto para comunicarse.
Aún hay más: la cadena significante puede imponerse por sí misma al sujeto en su dimensión de voz,
sin necesidad de que intervenga ningún órgano sensorial; una evidencia de esto la encontramos en las
alucinaciones auditivas que padecen algunos sordos psicóticos, otra más cercana a todos nosotros son los
fenómenos hipnagógicos o hipnopómpicos, que hacen estallar nuestra siempre frágil identidad en varios
polos: el oyente, el emisor, el aludido en el enunciado, etc.; se aprecia ahí la distribución o atomización del
sujeto en varias posiciones. Y nada más claro aún que cuando estamos ante un sujeto con alucinaciones
psicomotrices verbales: él musita palabras que atribuye a otro. Se sea psicótico o no, no hay manera de hablar
sin dividirse, pues cuando hablamos también nos escuchamos.
Pero antes de abordar las "voces" del psicótico, haré unas breves consideraciones sobre las paradojas
de la percepción de la palabra, la palabra de otro y la palabra propia.
Escuchar la palabra de otro induce siempre una sugestión, un encantamiento del oyente por la cadena
hablada que se impone y sujeta. Por su parte, la percepción de la propia palabra introduce un efecto de
división subjetiva, pues hay siempre un instante de suspenso o incertidumbre que se instala entre el tiempo
en que se oye la voz y la atribución de la frase a la voz que la enuncia; ese, en el caso del psicótico, es el
momento propicio para la alucinación31. Ilustraré este punto con un célebre ejemplo de las presentaciones de
enfermos en Sainte Anne, recogido con ligeras diferencias en el Seminario III y en "De una cuestión preliminar
a todo tratamiento posible de la psicosis".
Se trata de una mujer que vive con su madre; están aisladas, solas, deliran con lo mismo; han huido del
marido de la hija que la amenazó con "cortarla en rodajas". Tienen una vecina de vida disipada, a la que
frecuenta un amante maleducado. Un día, en el pasillo la hija se encontró con el amante y oyó: "Marrana".
Si planteamos la alucinación como un elemento o elementos significantes que han sido arrancados de
la cadena significante, escuchados realmente y atribuida su enunciación a otro, debemos interrogarnos sobre
el pensamiento o el dicho que precede a dicha alucinación. La joven paranoica, que había sido ya muchas
veces examinada por los especialistas, respondió a Lacan que antes había pensado o dicho "(Yo) vengo de la
charcutería". Entre esta frase y la alucinación hay una ruptura de la cadena hablada, precisamente en el
instante de vacilación, un tiempo de suspenso en la asignación. Mientras la enferma se atribuye y se reconoce
como agente de la frase "Vengo de la charcutería", imputa al otro haber pronunciado el significante
"Marrana"; es decir, que atribuye su propia palabra a otro, pero esa palabra aparece en lo Real, es realmente

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escuchada. La paciente rechaza así su certeza de ser precisamente lo que apunta más directamente al corazón
de su ser; y eso no podría ser otra cosa que "marrana", pero lo rechaza o forcluye de la forma más radical
posible: lo escucha como voz en lo Real y atribuye su enunciación a otro. De no hablarse por alusión o por
intermedio de un otro, conjetura Lacan, la paciente se diría: "Yo, la marrana, vengo de la charcutería, ya estoy
disyunta, cuerpo fragmentado, membrana disyecta, delirante, y mi mundo se cae en pedazos al igual que
yo"32. Pero en la psicosis, eso que está forcluido en lo simbólico, eso que el sujeto no asume de ninguna de las
maneras, vuelve a presentársele como proveniente de lo Real y ajeno a su propia endofasia. En este punto, las
pinceladas trazadas por Freud en las neurospsicosis de defensa, en el análisis de las Memorias del
Magistrado Dr. Schrebery en algunos fragmentos del caso del "hombre de los lobos", coinciden plenamente
con los desarrollos posteriores de Lacan33. Nada magnifica tanto la teoría de éste como la explicación de la
psicosis, la concordancia que logró establecer entre clínica y teoría.
¡Qué distinta la represión del neurótico! Un sujeto histérico pensaría y diría, por ejemplo: "Todos los
hombres son unos cerdos"; nada retornaría de lo Real, ninguna ilusión de no ser agente de sus propios
pensamientos o dichos34.
Por último, unas palabras sobre las "voces" del psicótico para mostrar la estructura invariable de la
alucinación. Me arriesgaré a decir que siempre están presentes, en mayor o menor medida, en la psicosis y
sólo en la psicosis. Hay fenómenos parecidos en la histeria, pero se trata mayoritariamente de imaginerías,
es decir de proyecciones imaginarias muy vívidas, que el sujeto simboliza e integra en relación con su propia
historia; también en algunos estados, como el delirium alcohólico, pero el sujeto no las asume como suyas y
las critica. En la alucinación es distinto, pues el defecto es simbólico y no imaginario; en ella, el sujeto está
concernido y apelado ineluctablemente; hay, como escribía Clemens Neisser explicando las paranoias
agudas, una "significación personal". En los psicóticos que han debutado recientemente en esa nueva
dimensión de la experiencia se aprecia siempre la perplejidad, la certeza o presencia real de la "voz ", y el
sentimiento de estar concernidos por ella. Algunos saldrán del enigma que destruye su identidad narcisista
inventando una significación delirante; en este punto se trata de una decisión y elección personal. Mientras
la estructura de la alucinación es siempre idéntica e invariable, porque es la matriz mínima de la relación del
sujeto psicótico con el lenguaje, el relleno explicativo delirante, de llegar a producirse, es variable y depende
del estilo de cada quien.

NOTAS

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1.- Conferencia pronunciada en las I Jornadas de Psicopatología del Hospital Psiquiátrico "Dr.
Villacián ", dedicadas a la Esquizofrenia y celebradas en Valladolid los días 26 y 27 de abril de 1996.
2.- Esquirol, E.: Tratado completo de las enajenaciones mentales consideradas bajo su aspecto médico,
higiénico y médico-legal, Madrid, Imprenta del Colegio de sordomudos, 1847 (1838), p. 67.
3.- Cfr. F. Leuret, Fragments psychologiques sur la folie, París, Crochart, 1834.
4.- Baillarger, J.: Recherches sur les maladies mentales, T. 1, París, Masson, 1890, p. 379. El mismo
texto puede leerse, salvo muy ligeras variaciones gramaticales, en "Des hallucinations, des causes qui les
produisent, et des maladies qui les caractérisent", en Mémoires de l'AcadémieRoyaledeMédicine, T. XII, J.-B.
Baillére, París, 1846, pp. 273-275.
5.- "Se comprueba -escribe Baillarger- que lo que los autores místicos designaron con el nombre de
locuciones intelectuales, nosotros lo hemos llamado alucinaciones psíquicas". (Baillarger, J.: Recherches, p.
435).
6.- Cfr. H. Claude y H. Ey, "Évolution des idées sur 1'hallucination. Position actuelle du problème",
L'Encéphale, nº 5, 1932, pp. 9-25. La definición que ellos proponenes: percepción sin objeto que se
caracteriza por el hecho de que "un objeto irreal es percibido y creído real" (p. 9).
7.-Actualmente es frecuente asimilarlas alucinaciones psíquicas a las pseudoalucinaciones, pero este
último término es increíblemente inespecífico, y más aún en la literatura norteamericana. Como lo hizo
originariamente Hagen en 1837, muchos las consideran fenómenos normales, como las experiencias
hipnagógicas, porque el sujeto las critica. Otros, como V. Kandinsky y K. Jaspers se esforzaron por
diferenciarlas de las alucinaciones propiamente dichas, apelando ala ausencia de objetividad, de corporeidad y
de exterioridad espacial; el primero las definió como representaciones sensoriales de la memoria y la fantasía.
Todos ellos se extravían porque no llegan a entrever, como lo hizo Baillarger, Séglas o Clérambault, que si hay
algún fenómeno patognomónico de locura es precisamente la alucinación psíquica. No vale la pena insistir
más; leyendo a Clérambault se disipan todas las dudas y el asunto se zanja definitivamente. Cfr. Kandinsky,
V.J.: "Zur lehre von den Halluzinationen", Archiv für Psychiatrie, nº 11, 1881, p p. 453-464, y Kritischeund
Klinische Betrachtungen im Gebiete de rSinnestkuschungen, Berlín, 1885; Jaspers, K.: "Análisis de las
percepciones equívocas (vivacidad y juicio de realidad)" (1911) y "Las pseudopercepciones (análisis crítico)" ,
en Escritos psicopatológicos, Madrid, Gredos, 1977, pp. 243-314 y 315-394, respectivamente.
8.- Cfr. G. Lantéri-Laura, Les hallucinations, París, Masson, 1991.
9.- Falret, J.-P.:Des maladies mentales etdes asiles d'aliénés, París, J.-B. Baillére,1864, p. 220. La
búsqueda de analogía entre sueño y locura, y aún más, explicar ésta por la semejanzas con el primero, es una

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labor antigua. Griesinger sucumbió a esa articulación: "Algo que podría ponernos ya sobre la vía de la gran
analogía de la locura con los estados de sueño, es la corroboración que nos ofrecen muy a menudo los
enfermos tras su curación, ya que para ellos, todo el tiempo que ha durado su locura les parece actualmente
como un sueño, a veces dichoso, otras, y eso es lo más frecuente, penoso y lúgubre, y que para algunos,
durante la locura, su vida anterior, normal, les daba la impresión de un sueño pasado" (Griesinger,
W.:Traitédesmaladies mentales. Pathologie et Thérapeutique, París, Delahaye, 1865; traducción de la segunda
edición alemana de 1861). Freud, que leyó a Griesinger, tuvo la misma desafortunada tentación: "(...) y así,
tenemos derecho a decir que trabajamos en el esclarecimiento de la psicosis cuando nos empeñamos en sacar
a la luz el secreto del sueño" (Freud, S.: La interpretación de los sueños, Obras Completas, vol. IV, Buenos
Aires, Amorrortu Editores, 1987, p. 114). Otra línea distinta de investigación, en este caso las intoxicaciones
por hachís, llevó a J. Moreau de Tours en la misma dirección; Cfr. J. Moreau (De Tours),Du haschich et de
l'aliénation mentale, París, Fortin y Masson,1845. En mayor o menor medida, todos estos cuadros muy
imaginativos de ensueños vívidos, de distintas etiologías habitualmente tóxicas o infecciosas, llevaron a Régis
a describir elonirismo a partir de 1893; Cfr. E. RÉ GIS, La délire onirique des intoxications et des infections,
Burdeos, Gounouilhou, 1900.
10.- Falret, J.-P.: Des maladies mentales, p. 255.
11.- Parchappe, J.B.: Annales médico psychologiques, 1856, serie 3, t. II, p. 444.
12-"( ...) es sobre todo la alucinación psicomotriz verbal la que interesa a los elementos psicomotores
de la función del lenguaje" (Séglas, J.: Des troubles du langage chez les aliénés, París, Rueff, 1892, pp. 118-
119). Pocas variaciones se aprecian en las Lefons cliniques sur les maladies mentales etnerveuses, París, Asselin
y Houzeau, 1895; lo mismo que cinco años después en su conferencia "Pathogénie physiologie pathologique
de 1'hallucination de l'ouie", Congrès des médicins aliénistes et neurologistes de France et des pays de langue
française; Sesión VII, Nancy, 1-5 de agosto de 1896, París, Masson,1897, t. I, pp. 3-73; y lo mismo podría
decirse de su enorme contribución al Tratado de Ballet; Cfr. J. Séglas, "Sémiologie des affections mentales",
en G. Ballet, Traité de Pathologie mental, Dion, París, 1903, pp. 74-270; véanse, en especial, de la página 195
a la 222.
13.- Cfr. J. Lacan, El Seminario de Jacques Lacan. Libro HL Las psicosis, 1955-1956, Barcelona, Paidós,
1980, pp. 39 y 40.
14.- Séglas, J.: Des troubles du langage, p. 2-3.

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15.- Entre los numerosos estudios sobre las alucinaciones verbales, puede consultarse
especialmente: Daniel Lagache, "La alucinaciones verbales y la palabra", en Obras 1(1932-1938), Buenos
Aires, Paidós, 1982 (1934), pp. 33- 136.
16.- Séglas, J.: Des troubles du langage, p. 183. Algunas partes del mencionado trabajo de Séglas,
como algunos otros de Clérambault que se citarán más adelante, pueden encontrarse en J. Ma. Álvarez y F.
Colina (Dirs.), El delirio en la clínica francesa, Madrid, Dorsa, 1994.
17.- Cfr. J. Séglas, Leçons cliniques (lección del 14 de enero de 1894).
18.- Séglas, J.: "Prólogo", en H. Ey, Hallucinations et délires, París, Alcan, 1934, p. VI.
19.- Vincent, T.: "De l'automatisme mental á la forclusion (Notes sur Hnfluence de De Clérambault
sur la pensée lacanienne)", L'Evolution psychiatrique, 49, 4, 1984, pp. 1119-1131.
20.- Clérambault, G.G.: "Définition de l'Automatisme Mental" (1924), en Oeuvres Psychiatriques, t. II,
París, P.U.F., 1942, p. 492.
21.- Clérambault, G.G.: "Les psychoses hallucinatoires chroniques" (1925), Oeuvres psychiatriques, t.
II, p. 485.
22.- Son muchos los trabajos que han glosado los trabajos de Clérambault sobre el Automatismo.
Remitiré al lector únicamente a tres: F. Colina, "El vigía de la palabra", en G.G. De
Clérambault,Elautomatismo mental, Madrid, Eolia-Dor, 1995, pp. 7-18; J.-A. Miller, "Enseñanzas de la
presentación de enfermos", Ornicar?, nº3, 1981, pp. 47-64; o también en nuestra Tesis Doctoral La psicosis
paranoica en la clínica psiquiátrica franco-alemana (1800-1932), t. 1., Barcelona, Universidad Autónoma,
1992, pp. 328395.
23.- Clérambault, G.G.: "Automatisme mental et scission du moi" (1920), Oeuvres psychiatriques, t.
11, p. 457.
24.-Clérambault, G.G.: "Psychoses á base d'automatisme" (1925), Oeuvres psychiatriques, t. II, p.
529.
25.- Ey, H.: Traité des hallucinations, t. 1, París, Masson, 1973, p. 47. 26.- Ey, H.: Traité, p. 47.
27.- Cfr. M. Merleau-Ponty, Phénoménologie de laperception, París, Gallimar, 1945.
28.- Lacan, J,: "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", en Escritos 2,
México, Siglo XXI, p. 218.
29.- Cfr. J.-A. Miller, Clínica diferencial de las psicosis, Buenos Aires, Simposio del Campo freudiano,
1991, pp. 39-41.

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30.- Lacan, J.:El Seminario de Jacques Lacan, Libro 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica
psicoanalítica (1954-1955), Barcelona, Paidós, p. 257.
31.- Cfr. J.-A. Miller, Clinique deJacques Lacan, (Seminario mecanografiado), sesión del 3 de marzo de
1982; del mismo autor, "Jacques Lacan et la voix", Quarto, nº54, 1994, pp. 47-52 (1989); asimismo, P.
Naveau, "Hallucination et temps logique",Quarto, n 54, 1994, pp. 26-30.
32.-Lacan, J.: El Seminario de Jacques Lacan: Libro III, op. cit., p. 81.
33.- En el artículo "Las neuropsicosis de defensa" de 1894, Freud precisará: el mecanismo psicótico
consiste en el rechazo por parte del Yo (verwerfung) de la representación y su afecto, pero tal representación
inconciliable se entrelaza con un fragmento de realidad "objetiva", presentándose así con la vividez propia de
la alucinación. En el texto sobre Schreber, publicado en 1911, Freud, corrigiendo su definición de proyección,
matizó: lo cancelado adentro retorna desde afuera. En la misma línea insistió en el "caso del hombre de los
lobos": cuando una percepción interna es rechazada reaparecería como viniendo del exterior. Todas estas
consideraciones muy puntuales cuadran a la perfección con la noción lacaniana de forclusión; si Freud se
hubiera guiado únicamente de esas cosideraciones podría haber construido una explicación coherente de la
alucinación, pero también se complicó con precisar las relaciones entre alucinación, psicosis y sueño. Por otra
parte, desentrañó el mecanismo de producción y el sentido de las alucinaciones "negativas", pues éstas,
efectivamente, corresponden a fenómenos neuróticos determinados por la represión. Cfr. respectivamente:
"Las Neuropsicosis de defensa", Obras Completas, t. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1986, p. 59;
Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito
autobiográficamente, 0. C., t. XII, p. 66; De la historia de una neurosis infantil, 0. C., t. XVII, p. 78 y ss.
34.- Entre los numerosísimos comentarios a la ilustración clínica "Marrana", véase especialmente: C.
Soler, "Respuestas de lo Real", Seminario del Campo Freudiano, Bilbao, sesión del 3 de octubre de 1987, pp. 2-
29 (mecanografiado).

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