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Siempre listo y en silencio. ¿Quién más que yo supo la intimidad de cada clase?
Alumnos preferidos y denigrados. Preguntas curiosas. Gestos casi heroicos en el
ejercicio de la docencia. Pero también vi alumnos humillados y muchos llantos en
un rincón escondido de¡ aula. Risas. Promesas de un año lectivo intenso y
aprovechado al máximo. Objetivos perfectamente logrados. Otros años vi los
mismos ejercicios de¡ año anterior copiados de la misma carpeta didáctica con la
misma cara de aburrimiento.
Algunos dicen que la palabra pizarra proviene del latín fissus: hendido, abierto y
otros comentan que viene del vasco (pizarri).
El pizarrín, por otra parte, era una barrita de lápiz o de pizarra que se usaba para
escribir o dibujar en las pizarras de piedra.
Su prima hermana, la tiza, mi socia inquebrantable, era ya en el siglo pasado
sinónimo de escritura y magisterio: en las academias y escuelas se le daba la
función de "lapicero", es decir, el de elemento de escritura sobre superficies más
amplias que el de la hoja del estudiante. Se le solía llamar también "Clarión".
A comienzos de este siglo muchas aulas estaban rodeadas por hermanos míos.
Es decir, no ocupaba solamente el lugar de privilegio al frente de la clase, sino que
también ocupábamos las paredes laterales del aula. ¿Para qué tantos pizarrones?
Los nuevos tiempos exigían bastante trabajo de los chicos y mayor actividad del
alumno. Para eso yo era una herramienta fundamental, y tenerlos ocupados en
prácticas de cuentas o dictados a muchos alumnos a la vez, era una costumbre
muy frecuente, ya que en los laterales de las aulas podían ubicarse muchos chicos
que practicaran dictados, multiplicaciones o divisiones por tres cifras. Lo que
fuera...
¿Tizas digitales? ¿Encerados de vidrio? Quién sabe. Hacia allá vamos. Nosotros
somos lo de menos porque... ojo... lo que es ¡reemplazable es quien escribe sobre
nosotros. Aquí no pueden faltar alumnos. Y.. por más que algún tecnólogo quiera
reemplazarlos, no pueden faltar los docentes. De ellos, 0 por ellos y para ellos es
todo nuestro trabajo. Nosotros somos testigos mudos de lo que ellos hacen. No
tenemos palabras ni ideas. No somos el centro de sus universos. Lo son ellos. Por
más chips y pantallas de cristal líquido que nos instalen. Lo más importante
seguirá siendo el color de sus sueños sobre cualquiera de nosotros. Y esos
sueños brillan tanto sobre una pizarra descascarado como sobre un monitor de
última generación.