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Perspectiva: Periódico La Prensa de Panamá

El doble discurso de EU
El Medio Oriente exhibe su inconformidad con la mano de hierro de EU que previene
representación democrática, ahorca libertades económicas, cultiva corrupción y premia
a tiranos...

JAVIER ARGÜELLO LACAYO

La guerra contra Gaddafi es legal, humanitaria y


necesaria. A la vez, es inusual e incomoda para
Estados Unidos (EU) porque tiene décadas
sosteniendo dictaduras y monarquías en Medio
Oriente, armándolas y entrenándolas, valorando el
petróleo sobre todas las cosas.

Ahora Medio Oriente quiere saborear la democracia


y el estado de derecho que EU supuestamente
promueve. También hay extremistas alérgicos a toda
influencia norteamericana, ansiosos por el poder. Al
promover una imagen opuesta a las incomodidades
que la influencia norteamericana les causó, el pueblo
los confunde con una solución, sin darse cuenta de
que canjean cáncer por sida. Latinoamérica es
experta en estos canjes.

En la política exterior norteamericana debería existir una simbiosis, fría y estratégica,


entre defender principios y promover intereses. A lo largo del último siglo, EU se ha
dejado seducir por sus intereses (y fuerza militar), traicionando sus principios de forma
descarada, como una superpotencia inmadura. Como resultado, fomenta nacionalismo,
populismo, extremismo, y desconfianza a su modelo político y económico en los países
que ha manoseado fuertemente. EU tiene que revertir esta tendencia para prevenir su
declive.

La tecnología, admirable acceso a información en EU y la globalización, irónicamente


han facilitado comparar la retórica con la realidad; destapando enormes contradicciones.
Intenta dar la impresión de que sus actos militares son nobles, mientras le es servil a los
intereses de un grupo pequeño que domina su complejo militar.
Si examinamos la política exterior motivada por intereses, encontramos que desde 1900
EU ha tenido 50 conflictos militares internacionales complementados con actividades
clandestinas conllevadas por la CIA. La misión inaugural de la CIA fue un golpe de Estado
en Irán en 1953 (Operación Ajax) para remover al presidente electo Mossadeq, quien
amenazaba los intereses petroleros de EU.

En Irán, la CIA financió demostraciones contra el primer ministro Mossadeq, creando la


imagen de un líder comunista ateo. Para despertar el extremismo islámico
bombardearon a un líder musulmán prominente, culpando a Mossadeq. Radicalizaron a
los islámicos. Restauraron la monarquía sumisa a Norteamérica liderada por el shah
Reza Pahlevi. Los medios de comunicación norteamericanos declararon que los iraníes
habían defendido heroicamente su soberanía contra invasores comunistas. En realidad,
fueron invadidos y conquistados.

La CIA remplazó a Mossadeq con el general Zahedi, un fascista que intentó crear un
gobierno pro-nazi. EU compensó el golpe, entregándole $73 millones al consolidar el
poder y facilitarle petróleo a EU.

Ojalá Irán fuera un caso histórico y aislado, pero es el modelo operativo vigente en el
Medio Oriente y África para EU y lo fue con Latinoamérica por varias décadas. Manuel
Noriega fue el último líder latinoamericano de la guerra fría aliado convertido en
enemigo: dictador militar traficante de drogas y empleado de la CIA desde 1967 hasta
que dejó de obedecer a Norteamérica en 1989.

Esta política de títere o enemigo norteamericano ha contribuido a la polarización del


hemisferio, donde, como reacción perversa, elegimos déspotas autoritarios con
promesas nacionalistas que empobrecen.

Desde 1953 se le atribuyen más de 40 intervenciones a la CIA, con cerca de 24 golpes de


Estado que frecuentemente reemplazan a un presidente democráticamente electo, con
un dictador que vele por los intereses norteamericanos.

La fórmula suele ser la misma: desinformación mediática para desacreditar al líder,


seguida por una operación militar clandestina que parezca ser una lucha local en busca
de los valores norteamericanos.

La política exterior basada en defensa de principios ha sido caracterizada por la inacción


del Departamento de Estado. La serie de genocidas que ocurrieron durante el siglo XX
revela una política de hacer caso omiso. Ejemplos de esto se encuentran en Camboya,
Irak, Sierra Leona, Darfur, Bosnia, Rwanda y Kosovo. Resultado: casi un millón de
muertos en la última década del siglo pasado.

Incluso, EU ha patrocinado genocidas: Guatemala (década de 1950), y el sureste de Asia


(1960-1970). La falta de ímpetus para intervenciones humanitarias radica en que no hay
cabildeo detrás de principios, mientras que está bien organizada la venta de armas a
dictadores y extracción de petróleo.

EU siempre trata de llevarnos a la misma conclusión: los tiranos como Mubarak, Hussein
y Noriega, quienes ahorcan libertades, destruyen instituciones y aplastan valores
democráticos, empobrecen a sus países. Insinúa que fracasaron por no emular a EU.
Frecuentemente, estos déspotas son producto directo de la política exterior de EU; no
estarían en el poder sin su apoyo. Los líderes que hoy vilipendiamos fueron entrenados
militarmente y financiados económicamente por EU. Lo más trágico es que con el abuso
de poder, EU desacredita su modelo de economías libres, democracia y estado de
derecho. Es preocupante. Realmente es el mejor modelo socio-económico.

Los ciudadanos de Siria, Yemen y Bahrein están igual de ansiosos por ser libres, y son
asesinados por expresar su deseo. Hay más tiranos corruptos y asesinos subsidiados por
la “ayuda externa” de EU: Guinea Ecuatorial, Chad, Camerún, y Etiopia. Serán
desapercibidos por CNN, pero son ollas de presión. Libia está obligando a la política
exterior norteamericana a ser menos contradictoria. El Medio Oriente exhibe su
inconformidad con la mano de hierro de Estados Unidos que: previene representación
democrática, ahorca libertades económicas, cultiva corrupción y premia a tiranos
sumisos con ayuda externa. La era de dictadores sumisos está terminando. Difícilmente
surgirá un arco iris pro-estadounidense al otro lado del conflicto.

EU necesita aprender a no reaccionar con un impulso militar infantil impune ante una
tentación económica cortoplacista. No para santificarse, para prevenir una caída
precipitosa.

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