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FORMULA DENUNCIA

Sr. Secretario del


Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados y Funcionarios
Dr. ULISES GIMENEZ

RAUL JOAQUIN PEREZ, Diputado de la


Provincia de Buenos Aires, domiciliado en la calle 467 e/142 y 146 de City
Bell, Partido de La Plata, constituyendo domicilio a todos sus efectos en
Avda. 53 entre 7 y 8, 1er. Piso (Honorable Cámara de Diputados) como
mejor proceda en derecho, al Sr Secretario me presento y digo:
I.- OBJETO: Que vengo a formular la pertinente
denuncia, en los términos del art. 26 de la ley 13.661 (t.o. ley 14.088), contra
los magistrados que integran la Sala I del Tribunal de Casación Penal de la
Provincia de Buenos Aires, Horacio Daniel Piombo y Benjamín Ramón
Sal Llargués, a los efectos de que se investigue si la conducta de los citados
jueces en el trámite y sentencia dictada en la causa N° 18560 “AVALOS,
Francisco Domingo s/Recurso de Casación” constituye genéricamente la
causal de mal desempeño en el ejercicio de sus funciones y más
específicamente encuadrada en alguno de los supuestos descriptos por los
incisos a), d), e), h) e i) del art. 21 de la citada ley 13.661.

II ANTECEDENTES:
1) El Tribunal en lo Criminal Nº 4 del Departamento
Judicial Morón, condenó a Francisco Domingo Ávalos Gómez, a la pena de
18 años de prisión, accesorias legales y costas, por ser autor penalmente
responsable de cuatro abusos sexuales con acceso carnal agravados por ser
ministro de un culto en concurso ideal con dos hechos de promoción de la
corrupción de menor de edad calificados por intimidación, todos en concurso
real entre sí (arts. 12, 29 inc. 3º, 40, 41, 54, 55, 119 inc. 3º en función del
tercer párrafo del mismo dispositivo y 125 del CP).
2) Los hechos fijados en la sentencia y que han dado
base a la condena son los siguientes:
Ávalos, pastor de la Iglesia Evangélica “Jesús es el
Camino”, ejercía su ministerio en la localidad de Parque San Martín, Partido
de Merlo. Allá por el año 2000 introdujo en sus fieles la idea de un inminente
fin del mundo y que sólo se salvarían quienes engendraran hijos de él, por ser
“elegidas de Dios”, y que encarnarían en figuras bíblicas. Ávalos citaba a sus
“elegidas” diciéndoles que debían mantener relaciones sexuales con él, y
engendrar un hijo como una “obra” para el mundo, esa era su “misión en la
tierra”.
Las víctimas en la citada causa resultaron dos de las
menores “elegidas” por el Pastor para la salvación, Daniela Ruiz y Jésica
Beatriz Díaz, de 14 y 16 años de edad al momento de los hechos
respectivamente, quienes luego de mantener relaciones sexuales en varias
oportunidades con Ávalos, tuvieron cada una un hijo del Pastor, tal como lo
corroboran las pericias de análisis comparativo de ADN. Adviértase que
incluso Carmen Beatriz Zalazar, progenitora de Jésica Díaz, fue también una
de las “elegidas” habiendo engendrado un hijo de él.
Se desprende de las constancias colectadas que para
alcanzar la cópula con las menores, Ávalos construyó un contexto
intimidatorio. El procesado “Pastor” actuó sobre dos menores que
presentaban factores de vulnerabilidad (necesidad de contención), y con su
distorsionada interpretación de la Palabra Bíblica, proclamándose un
“elegido” de Dios, hizo creer que la ira de Dios caería sobre ellas si no se
sometían a la voluntad del Señor, proporcionando sus cuerpos para procrear
los hijos de su simiente como instrumentos divinos, por el que se asegurarían
su propia salvación y la de sus familias, claro está, todo ello frente a la
inminencia del fin del mundo que había anunciado a sus fieles.
En el caso la libre determinación de las menores estuvo
bloqueada por la hábil, persistente y constante “penetración psicológica” o
“hechizo” de Ávalos, apareciendo así las notas de la intimidación propia del
tipo legal, donde el consentimiento es por ello nulo.
Los jueces del Tribunal de Morón que juzgaron en
primera instancia al mencionado Avalos, explican con fundamento en
estudios especializados que los líderes religiosos que explotan sexualmente a
sus congregantes, siguen a menudo el mismo patrón de conducta: primero, el
líder establece con base en su autoridad religiosa vínculos con una persona
particularmente vulnerable; posteriormente, explota esa confianza personal,
basada en factores como la fe y la superstición, así como la relación de
subordinación a la autoridad. Juega un papel crucial para perpetrar la
explotación la complicidad de los allegados a los ministros.
El pastor sostiene una relación jerárquica de autoridad
sobre sus congregantes y frecuentemente tiene acceso a información privada
sobre vulnerabilidades personales de los mismos; dicha información es
obtenida en general a través de la consejería pastoral, en la confesión de los
pecados, o proporcionada por terceros que confían en el líder espiritual para
ayudar a un ser querido. La posesión de dicha información pone en un estado
especial de vulnerabilidad a las menores.
La práctica carnal en esas condiciones es razonablemente
eficiente para promover la corrupción de las menores, la naturaleza de esos
actos vinculados a la especial motivación del autor y la influencia
perturbadora sobre el propio sistema de creencia de las menores,
trascendieron la órbita sexual, instalándose en la esfera psíquica de las niñas,
comprometiendo la natural y normal disposición a una vida sexual sana, al
persistir las repercusiones emocionales vinculadas a los episodios abusivos
que padecieron. (el subrayado me pertenece).
En síntesis, durante todo el año 2000, y posiblemente
desde un tiempo antes, se fue urdiendo entre el imputado y la Sra. González,
que oficiaba como colaboradora suya, toda la historia del fin del mundo y de
su fecundación salvadora. Falsa profecía que no se reveló sino a un grupo
“elegido” de mujeres, probablemente por sus condiciones de mayor
vulnerabilidad, influenciándolas y sometiéndolas psicológicamente bajo todo
el poder del fanatismo religioso que también se les inculcaba, al punto que, al
menos las menores no estuvieron en posición de negarse a lo que en realidad
era, la satisfacción de los deseos sexuales del imputado, que se fue valiendo
de su grey como de un harem.
3) Dicha sentencia fue recurrida a Casación por el
Defensor del procesado Dr. Luis Sergio González, invocando entre otras
cosas arbitrariedad en la administración de las pruebas, y el presunto
consentimiento prestado en forma libre por las víctimas menores de edad.
4) Oído el Sr. Fiscal de Casación, y casi siete años
después de iniciada la causa, recién el 15 de marzo del año 2011, la Sala
Primera del Tribunal de Casación Penal dictó sentencia, casando
parcialmente la sentencia de grado, absolviendo libremente a Domingo
Francisco Ávalos Gómez respecto de los delitos de corrupción de menor
de edad calificado por intimidación, reduciendo la pena prácticamente a
la mitad, o sea a nueve (9) años y seis (6) meses de prisión, accesorias
legales y costas.

III.- TRAMITE DE LA CAUSA Y SENTENCIA:


A.- La primera irregularidad grave cuya
responsabilidad pesa exclusivamente en cabeza de los magistrados que
integran la mencionada Sala I del Tribunal de Casación está constituída por la
injustificada e inaudita demora en el trámite de la causa, desde su inicio
mediante el pertinente recurso defensista y el dictado de la polémica
sentencia motivante de la presente denuncia: CASI SIETE (7) AÑOS a partir
de la promoción del recurso. Fácil es advertir no solo la mora en administrar
justicia que atenta contra el derecho a ser juzgado en un plazo razonable, sino
también, como contracara el beneficio adicional otorgado al procesado que
amén de la inusitada reducción de su condena que resulta de su polémica
absolución del el delito de corrupción de menores, ve totalmente licuada su
ya reducida sanción en virtud de la denominada ley del dos por uno, es decir
el art. 7 de la derogada ley 24390, todo ello por el morosa trámite procesal en
Casación.B.- Ahora bien, la mencionada mora en el trámite procesal no es la
única irregularidad a investigar. Al margen de las transgresiones
estrictamente jurídicas (art. 125 del C.P. y 18 de la Constitución Nacional) y
por lo tanto opinables contenidas en el acto sentencial, que podrán ser o no
objeto de impugnación judicial por parte de los legitimados en el proceso
penal respectivo, la discriminatoria argumentación central en que se basa el
voto del Juez Horacio Daniel Piombo para llegar a su conclusión, al que
adhiere su colega Benjamín Sal Llargués, conculca claramente el principio de
igualdad que emana del art. 16 de la Constitución Nacional; los arts. 1, 19 y
24 de la Convención Americana de Derechos Humanos; 1, 2 incs. c y d y 3
de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación
contra la mujer; arts. 2 inc. c, 7 incs. a y e y 9 de la Convención de Belem do
Para, 19.1 de la Convención de los derechos del niño y 1 de la ley 23.592 de
actos discriminatorios.
Transcribo para un mejor entendimiento, el argumento
citado, en virtud del cual la sentencia del Tribunal de Casación absuelve al
imputado Avalos en relación al delito de promoción y facilitación de la
corrupción de menores de edad (art. 125 del Código Penal Argentino):
“…No veo, con la diáfana claridad que la restricción de
la libertad humana reclama, los presupuestos del delito de corrupción…
Entiendo que todos los delitos que se edifican sobre
conceptos sociales o culturales, sufren el impacto de la transformación del
significado que tales entidades del lenguaje sufren con el correr de los
años…
…hoy sólo situaciones muy excepcionales de deterioro
moral, como las que implican despertar prematuramente la sexualidad de un
menor no púber (causa 24.106); o desviarla, llevándola al exhibicionismo
masivo o a la aberración (causa 25.808), vgr.: convencer acerca de la
naturalidad del trato sexual entre padres e hijos (causa 16.704), pueden
permitir aplicar una figura que condensaba inicialmente ideas más pacatas o
victorianas.
Lo hecho por el encartado, tener relaciones con
mujeres que viven en comunidades en las que el nivel social acepta
relaciones a edades muy bajas; que además, poseían experiencia sexual –
incluso en yacer con otros hombres- y respecto de las cuales también operó
el ejemplo brindado por otros sujetos para convencerlas de tener sexo
natural con el objeto de estar en condiciones de concebir un hijo, no lo veo
como algo moralmente edificante pero tampoco como un quehacer
aberrante, repulsivo, que hiera la integridad sexual o que constituya, como
se ha dicho, “la pompa de la deshonestidad”, marcando –claro está- al
concepto de honestidad con el variable contenido actual. Propugno
entonces, su extrañamiento del ámbito calificatorio…”. (El resaltado con
negrita me pertenece).
Con independencia del desacierto técnico-jurídico que
supone la eliminación de la figura de la corrupción de menores de la
calificación legal aplicable al caso, las razones en las que reposa tal
conclusión resultan de inusitada gravedad, presentándose como
violatorias de principios constitucionales y de tratados internacionales
de Derechos Humanos, al punto que de mantenerse el fallo en crisis en
los términos en que fuera dictado podría generar responsabilidad
internacional en cabeza del Estado Argentino.
Repasemos las razones brindadas por el magistrado
ponente: “Lo hecho por el encartado, tener relaciones con mujeres que
viven en comunidades en las que el nivel social acepta relaciones a edades
muy bajas; que, además poseían experiencia sexual –incluso en yacer con
otros hombres-... no lo veo como algo moralmente edificante pero tampoco
como un quehacer aberrante, repulsivo, que hiera la integridad sexual”.
Como antes se dijo la ley penal argentina establece en
relación a la figura en trato un estándar objetivo de protección: la edad de
dieciocho años.
Es decir que para ser sujeto pasivo de este delito basta
con revestir el carácter de menor de dieciocho años, estándar coincidente con
el establecido por la Convención de los Derechos del Niño en su artículo
primero.
A los efectos de acordar la tutela penal, la figura citada
no diferencia entre hombres y mujeres, por lo que realizar distinciones
basadas en el género atentaría contra los compromisos asumidos por el
Estado Argentino.
La propuesta del magistrado votante parece consistir en
negar el amparo penal a un colectivo de personas a las que identifica como
mujeres que pertenecen a clases sociales en las que las relaciones,
suponemos sexuales, son aceptadas desde edades tempranas.
Reparemos un poco en la selección efectuada y en la
perversión del razonamiento.
Si bien no se lo dice expresamente, la mención al nivel
social alude claramente a grupos desventajados.
Las mujeres, que resultan niñas en los términos de la
Convención, que hayan tenido por fortuna desarrollarse en grupos
desfavorecidos deberán sumar a esa desigualdad de base una nueva:
nadie las protegerá en caso de que un adulto quiera corromperlas.
El colectivo así delineado presenta una triple
condición de vulnerabilidad: la menor edad, el género y la condición
social que –para el asombro– termina utilizándose como avieso
argumento para negarles la protección penal.
Precisamente ante situaciones en las que el derecho
internacional de los Derechos Humanos ha señalado la existencia de
desigualdades que deben ser revertidas y ha intentado proteger con
mayor intensidad, decisiones como la que se estudia proponen un
retroceso.
Insistimos en que la cuestión va más allá del acierto o no
que supone excluir una figura penal de un proceso, la cuestión es ciertamente
más delicada y viene representada por la categórica y general afirmación de
que las niñas de condición social más vulnerable no pueden ser víctimas del
delito de corrupción de menores.
La interpretación con ese alcance de una norma de
derecho interno por parte de un magistrado, configura a nuestro
entender una grave violación a los instrumentos internacionales citados.
Expresamente en la Convención interamericana para
prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer, conocida como
Convención de Belem Do Para, el Estado argentino se comprometió entre
otras cuestiones a:
a. abstenerse de cualquier acción o práctica de
violencia contra la mujer y velar por que las autoridades, sus funcionarios,
personal y agentes e instituciones se comporten de conformidad con esta
obligación;
e. tomar todas las medidas apropiadas,
incluyendo medidas de tipo legislativo, para modificar o abolir leyes y
reglamentos vigentes, o para modificar prácticas jurídicas o
consuetudinarias que respalden la persistencia o la tolerancia de la
violencia contra la mujer

Pareciera que la resolución cuestionada no honra,


precisamente, el compromiso internacional asumido. Antes bien, parece
recalcitrar a prácticas y pensamientos que creíamos perimidos.
Bajo el viejo paradigma de la “honestidad” situaciones
de discriminación como la que aquí se critica resultaban moneda corriente e
implicaban, por ejemplo, que se negara la posibilidad de ser sujeto pasivo de
violación a la esposa (en relación al delito cometido por el marido) o a la
mujer que ejercía la prostitución.
La propuesta es en este caso novedosa pero revela, en
esencia, el mismo mecanismo y los mismos prejuicios.
Afortunadamente en los albores del siglo XXI estos
exabruptos ya no son tolerados de manera tan pacífica. Las instancias
internacionales propician otra mirada, la Comisión Interamericana en su
Informe del año 2007 sobre “Acceso a la justicia para mujeres víctimas de
violencia” realizó las siguientes consideraciones que parecen pensadas a la
medida del fallo que aquí se cuestiona:
La influencia de patrones socioculturales
discriminatorios puede dar como resultado una descalificación de la
credibilidad de la víctima durante el proceso penal en casos de
violencia y una asunción tácita de responsabilidad de ella por los
hechos, ya sea por su forma de vestir, por su ocupación laboral,
conducta sexual, relación o parentesco con el agresor, lo cual se
traduce en inacción por parte de los fiscales, policías y jueces ante
denuncias de hechos violentos. Esta influencia también puede
afectar en forma negativa la investigación de los casos y la
valoración de la prueba subsiguiente, que puede verse marcada por
nociones estereotipadas sobre cuál debe ser el comportamiento de
las mujeres en sus relaciones interpersonales.
Tomando nota de lo mucho por hacer que el Estado
Argentino tiene en materia de género, en la línea antes esbozada el Comité
para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer señaló en el año
2004 entre otras cuestiones a la Argentina que:
378. El Comité expresa su preocupación por el
incremento en la incidencia de la violencia contra las mujeres... Al
Comité le preocupa asimismo que los autores de actos de violencia
escapen con frecuencia al castigo.
379. El Comité insta al Estado Parte a que vele
por la aplicación de un enfoque comprensivo en relación con la
violencia contra las mujeres y las niñas, teniendo en cuenta su
recomendación general 19 sobre la violencia contra la mujer. Dicho
enfoque debe comprender la aplicación efectiva de la legislación
vigente, a nivel provincial, para luchar contra todas las formas de
violencia contra las mujeres… El Comité recomienda también que el
Estado Parte inicie una campaña nacional de sensibilización pública
sobre la violencia contra las mujeres y la inaceptabilidad social y
moral de dicha violencia, especialmente en el período de dificultades
que vive actualmente el país, y que incremente sus esfuerzos por
impartir a los funcionarios públicos, en particular el personal
encargado de hacer cumplir la ley, el personal del Poder Judicial y
los profesionales de la salud, una capacitación sensible a las
cuestiones de género en lo tocante a la violencia contra las mujeres,
que constituye una violación de los derechos humanos de las
mujeres.
Nuevamente podemos vislumbrar como cuestiones a
tener en cuenta: la violencia contra las mujeres, en especial contra las más
vulnerables, la preocupación por la impunidad de los agresores y la necesidad
de que los operadores –entre ellos los jurídicos– actúen guiados por estas
preocupaciones y busquen atenuar antes que agravar las desigualdades.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha
señalado el especial contenido de la obligación de investigar de parte de los
estados en casos de violencia de género, haciendo hincapié en las razones por
las cuales la impunidad en materia de género resulta particularmente
intolerable, así ha dicho en el “Caso González y otras ("Campo Algodonero")
Vs. México”, Sentencia de 16 de noviembre de 2009, que:
400. En los casos en los que se incumple con la
obligación de investigar conductas delictivas que involucran a la violencia
contra la mujer, la impunidad de los delitos cometidos envía el mensaje de
que la violencia contra la mujer es tolerada. Esto favorece la perpetuación y
la aceptación social del fenómeno, la inseguridad y la desconfianza en la
administración de justicia.
Hicimos referencia a la condición de mujeres que la
sentencia que se recurre utiliza para negar la protección penal. También se
menciona su pertenencia a un determinado nivel social como cuestión que
demostraría una mayor experiencia en esto de yacer con otros hombres
parafraseando al magistrado ponente.
Nuevamente se advierte que una especial condición de
vulnerabilidad de la víctima es usada en su contra.
Contraviniendo expresamente lo dispuesto por el art. 1
de la Convención Americana de Derechos Humanos que expresamente
establece que: Los Estados partes en esta Convención se comprometen a
respetar los derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre
y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin
discriminación alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión,
opiniones políticas o de cualquier otra índole, origen nacional o social,
posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.
El fallo cuestionado plantea que no todas las personas
menores de 18 años de edad merecen la protección del art. 125 del Código
Penal, pues quedan fuera de él las mujeres de cierto nivel social. A la luz de
lo antes dicho ello acarrea la vulneración de la norma citada a la luz del
principio de igualdad (arts. 24 de la CADH y 16 de la Constitución
Nacional).
Los jueces como parte de uno de los poderes del Estado
pueden a través de sus decisiones hacer incurrir al Estado en responsabilidad
internacional.
Al respecto aclarando el alcance del art. 1 de la
Convención Americana, la Corte Interamericana de DDHH ha recordado en
el caso de la “Masacre de Mapiripán Vs. Colombia” del 2005 que:
108. El artículo 1.1 es fundamental para
determinar si una violación de los derechos humanos reconocidos
por la Convención puede ser atribuida a un Estado Parte. En efecto,
dicho artículo impone a los Estados Partes los deberes
fundamentales de respeto y garantía de los derechos, de tal modo que
todo menoscabo a los derechos humanos reconocidos en la
Convención que pueda ser atribuido, según las reglas del Derecho
Internacional, a la acción u omisión de cualquier autoridad pública,
constituye un hecho imputable al Estado que compromete su
responsabilidad internacional en los términos previstos por la misma
Convención. Conforme al artículo 1.1 es ilícita toda forma de
ejercicio del poder público que viole los derechos reconocidos por la
Convención. En tal sentido, en toda circunstancia en la cual un
órgano o funcionario del Estado o de una institución de carácter
público lesione indebidamente uno de tales derechos, se está ante un
supuesto del deber de respeto consagrado en este artículo.
Al propio tiempo en el caso “La Cantuta Vs. Perú” del
año 2006 la Corte ha enfatizado que:
Los jueces como, como parte del aparato del
estado también están sometidos a ella [la Convención Americana de
Derechos Humanos], lo que los obliga a velar porque los efectos de
las disposiciones de la Convención no se vean mermadas por la
aplicación de leyes contrarias a su objeto y fin y que, desde un
inicio, carecen de efectos jurídicos.
En el caso que nos ocupa no ha sido la ley lo que resultó
contrario a la Convención sino su aplicación, interpretación mediante, en el
supuesto concreto. Pero tanto atenta contra la Convención una ley que no se
adecue a sus estándares como que para la interpretación de una ley
doméstica válida se recurra a prácticas reñidas con los derechos
fundamentales. En ambas situaciones se aprecia una violación al deber de
los Estados de adecuar el derecho interno.
Así lo ha entendido la Corte Interamericana en el caso
“Almonacid Arellano vs. Chile” del año 2006 al señalar que el deber de
adecuación comprende:
i) la supresión de las normas y prácticas de
cualquier naturaleza que entrañen violación a las garantías previstas
en la Convención... y
ii) la expedición de normas y el desarrollo de
prácticas conducentes a la efectiva observancia de dichas garantías

De mantenerse el fallo tal como fue dictado, el estado


argentino incumpliría además con el deber de prevención al que –entre otros
casos– se refiriera la Corte IDH en el precedente “Velazquez Rodríguez Vs.
Honduras” del año 1998:
174.- El Estado está en el deber jurídico de
prevenir, razonablemente, las violaciones de los derechos humanos,
de investigar seriamente con los medios a su alcance las violaciones
que se hayan cometido dentro del ámbito de su jurisdicción a fin de
identificar a los responsables, de imponerles las sanciones
pertinentes y de asegurar a la víctima una adecuada reparación.
175.- El deber de prevención abarca todas
aquellas medidas de carácter jurídico, político, administrativo y
cultural que promuevan la salvaguarda de los derechos humanos y
que aseguren que las eventuales violaciones a los mismos sean
efectivamente consideradas y tratadas como un hecho ilícito que,
como tal, es susceptible de acarrear sanciones para quien las cometa,
así como la obligación de indemnizar a las víctimas por sus
consecuencias.
Ya ha quedado clara la irrazonable discriminación (arts.
16 y 28 CN) en razón del género y la condición social de las víctimas, resta
sumar un último ingrediente a este análisis desde la perspectiva del Derecho
Internacional de los Derechos Humanos; la condición de niñas de las
víctimas.
En virtud de ella, y a través de la Convención de los
derechos del Niño en su artículo 19:
1. Los Estados Partes adoptarán todas las
medidas legislativas, administrativas, sociales y educativas
apropiadas para proteger al niño contra toda forma de perjuicio o
abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o
explotación, incluido el abuso sexual, mientras el niño se encuentre
bajo la custodia de los padres, de un representante legal o de
cualquier otra persona que lo tenga a su cargo.
2. Esas medidas de protección deberían
comprender, según corresponda, procedimientos eficaces para el
establecimiento de programas sociales con objeto de proporcionar la
asistencia necesaria al niño y a quienes cuidan de él, así como para
otras formas de prevención y para la identificación, notificación,
remisión a una institución, investigación, tratamiento y observación
ulterior de los casos antes descritos de malos tratos al niño y, según
corresponda, la intervención judicial.

La última condición de vulnerabilidad que


presentaban las víctimas, la menor edad, también trae consigo un
estándar elevado de protección, quizás el más alto posible, pero ello no
ha sido obstáculo para que los Magistrados en Casación que aquí se
denuncia consideraran que una niña, mujer y de humilde extracción no
puede ser alguna de aquellas personas que pueden ser corrompidas en el
normal desarrollo de su vida sexual.
La gravedad de la afirmación se patentiza si se
atiende a que han sido los jueces de un Alto Tribunal quienes así han
concluido cuando, es precisamente a los magistrados a quienes más cabe
exigir en materia de respeto y vigencia efectiva de los derechos
fundamentales.
El Poder Judicial como poder de Estado está obligado a
“acatar” y a “hacer acatar” los preceptos internacionales y estos deberes son
quizás más fuertes que los del Ejecutivo y los del Legislativo, por ejercer
aquel el control de los controladores (HITTERS Juan Carlos. Derecho
Internacional de los Derechos Humanos. En: La Ley 2006-E, 818).
En definitiva, todo lo reseñado lleva a concluir que tanto
la injustificada demora en el trámite de la causa, que atenta contra el derecho
a ser juzgado dentro de un plazo razonable, a la par que ha diluído la exigua
condena (así reducida por los propios jueces de Casación) en virtud del
cómputo privilegiado de dos días por cada uno de prisión preventiva (según
el art. 7 de la derogada ley 24.390), como los discriminatorios fundamentos
de la sentencia casatoria, violatorios del Derecho Internacional de los
Derechos Humanos y que podrían acarrear responsabilidad al Estado
Argentino (ver la normativa pormenorizadamente señalada supra), justifican
de sobra la formulación de la presente denuncia y por ende, la investigación
por parte de la Secretaría a vuestro cargo.
IV.- PRUEBA: Ofrezco como prueba la totalidad de las
constancias obrantes en la causa N° 18.560 caratulada “AVALOS, Francisco
Domingo S/RECURSO DE CASACION”, que tramita por ante la Sala I del
Tribunal de Casación de la Provincia de Buenos Aires, la que se solicitará
mediante el oficio de estilo.
Sin otro particular, saludo a Ud. muy atentamente.

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