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Kevin Morán
—Ok.
“Quisiera ir pero aún no puedo controlar esto”. Dijo mientras veía desde
su ventana a la gente caminar por las calles.
Adrián era una persona normal hasta que descubrió que podía ver espíritus,
almas, fantasmas, demonios, etc. etc. Al principio se asustó mucho. Luego
descubrió que ellos le tenían más miedo, porque perdía la razón cuando
veía a uno, se abalanzaba hacía el alma, la víctima. Lo devoraba. Los
devoraba. Perdía el conocimiento pero al cabo de un rato recordaba todo.
Siempre pasaba. Y apenas tenía 15 años.
“Es muy aburrido estar aquí, todo está gris. Yo prefiero lo gris de las
calles del centro de Lima. Ni un alma en mi casa, pero mira como caminan
por las calles…”, pensó.
Adrián había aprendido a verlos sin querer. Los espíritus aprendieron muy
a la mala. Cuando tuvieron que salir de sus escondites para huir de Adrián
cuando en las noches, endemoniado, salía a cazar.
“No iré, no iré”, decía con los ojos cerrados. Tampoco podía dormir. Al
cabo de un rato, y en su aburrimiento, se paró solo para ir al baño y luego a
pegarse como una mosca al vidrio de su ventana que abrió para tomar aire.
Tenía una vista amplia de hacía donde se dirigían.
Todas están como poseídas y sus voluntades, qué aún conservan, ausentes.
Día de los muertos, día en el que salen de sus escondites. Día en que cobran
más fuerza. Día en que lo bebés, niños, niñas y, por supuesto, Adrián,
pueden verlos, interactuar y, claro, que ellos también. Aunque en la mente
de Adrián la idea de devorarlos sigue presente y es algo que junto al
hambre trata de controlar con toda la voluntad que un adolescente puede
tener.
No había gente, ni carros. Solo los transparentes y algo que los hacía huir.
Eran puntos rojos que Adrián no lograba ver bien. Pronto salieron más que
los acorralaban y engullían. Adrián se puso una chaqueta y salió de su casa
con el corazón golpeando y guiando.
Adrián bajaba las escaleras. Por un momento pensó en que era mejor no ir.
No le importó su propia opinión. Este edificio no tiene ascensor. En la
puerta no había nadie y como vio desde la ventana de su casa tampoco
había nadie en las calles. La presión le estaba ganando el control de si
mismo.
Salió corriendo para ver qué cosa es lo que pasaba en las calles, y mientras
seguía corriendo todo se iba despejando al punto de
estar completamente solo. Paró un rato. Los carros estaban curiosamente
aplastados.
El cielo luce gris y el ambiente es muy húmedo. Las bestias vienen más
rápido y también se suman otras a las que no les importan el devorar a un
ser tan vivo como Adrián. Adrián se vio a si mismo cuando devoraba a
otros espíritus, cuando por fin se dejó llevar y la locura y éxtasis lo
absorbió por completo.
Una masa oscura salió. Se materializó desde su sombra. Dos tentáculos que
parecían tener conciencia propia.
El sonido peculiar que escuchó volvió a repetirse con más intensidad y los
tentáculos mostrando los afilados dientes volvieron a la oscuridad de la
sombra de Adrián
—Al centro, más al centro—, dijo Adrián riendo y corriendo un poco más
rápido.
Parece que el de la oz recordó algo al ver la mirada de Adrián. Tiro la oz al
suelo solo para que Adrián tuviera algo de confianza.
—Como a tu abuelo
— ¿Mi abuelo?—
—Sí…
Quizá hizo mal en nombrar a su abuelo o quizá lo hizo con ese propósito.
—Créeme que sí.
— ¿Cómo?
—Ustedes solo son energía y ahora serán de utilidad, ¿qué hay de malo en
eso? Solo tomo lo que quiero y todos felices, claro, ustedes…
—Zorro…
—No puede ser—fue lo último que dijo antes de ser partido en dos.
Adrián ya no pudo soportar más. Colapso. Vomito dos veces antes de caer
al suelo, desmayado. Los espíritus estaban inmutables en sus lugares pero
muchos de ellos se movían haciéndole espacio a una tercera persona.
Caminaba despacio, tenía arrugas, una bufanda y unos zapatos muy viejos.
Posó su mirada en el cuerpo del chico desparramado y lentamente camino
hacía él. Los demás la miraban de pies a cabeza queriendo averiguar qué
tramaba.
— ¿Cómo estás?
— ¿Cómo sabes tú?—le dijo el joven mirándola a los ojos— ¿qué es lo que
soy?
—Un demonio que viene a la tierra a acabar por completo con la energía de
las almas. Así impiden que puedan cruzar al paraíso. También son
culpables de muchas desgracias.
— ¿Cómo cuales?
—Como los accidentes de tránsito— soltó una risita— una vez que tiene a
las almas sin poder cruzar a ninguna parte, las acorralan. Por eso se
autodenominan pastores.
—Lo que por ahora te diré es que no eres malo, no eres un monstruo. Cazas
lo que necesitas cazar. Cazas, por instinto a aquellas almas malignas. De
alguna forma tú purificas su energía. De alguna forma.
—Me voy querido, ya nos volveremos a ver. —le dijo cuando le guiñó el
ojo.
—Se va tan pronto, señora, ¿no se quiere quedar a desayunar con nosotros?
— le dijo la mamá de Adrián.