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Cazador Adrián

Kevin Morán

Adrián está pasando el día encerrado en su casa porque no quiere salir a la


calle. Hoy es 1 de noviembre, día de los muertos.

—Adrián, dime, ¿vas al cementerio?— le pregunto Caín, su amigo, al que


no le quedaba mucho crédito y quien había quedado hoy en ir al cementerio
“El ángel” con Adrián y otros amigos para tomar fotos.

—No, no puedo, lo siento.

—Ok.

“Quisiera ir pero aún no puedo controlar esto”. Dijo mientras veía desde
su ventana a la gente caminar por las calles.

Adrián era una persona normal hasta que descubrió que podía ver espíritus,
almas, fantasmas, demonios, etc. etc. Al principio se asustó mucho. Luego
descubrió que ellos le tenían más miedo, porque perdía la razón cuando
veía a uno, se abalanzaba hacía el alma, la víctima. Lo devoraba. Los
devoraba. Perdía el conocimiento pero al cabo de un rato recordaba todo.
Siempre pasaba. Y apenas tenía 15 años.

“Es muy aburrido estar aquí, todo está gris. Yo prefiero lo gris de las
calles del centro de Lima. Ni un alma en mi casa, pero mira como caminan
por las calles…”, pensó.

El vive en un edificio nuevo en el Centro de Lima. Muy alto era y él estaba


casi en el último piso, confinado. Veía como todas las almas
se diferenciaban de la gente común por el color de sus cabezas. Blancos
transparentes, cabellos oscuros y una que otra muy rubia. Los transparentes
solo se dirigían hacía una dirección, la que llevaba a los dos cementerios
principales. Era como una procesión sin anda. Se escuchaba un sonido
único, no eran claxon, era muy propio de ellos cuando están en grupo.

Adrián había aprendido a verlos sin querer. Los espíritus aprendieron muy
a la mala. Cuando tuvieron que salir de sus escondites para huir de Adrián
cuando en las noches, endemoniado, salía a cazar.

Adrián se sentó en el mueble. Miró su reflejo en el televisor. Intranquilo, se


tocaba la frente, revolvía su cabeza, y su no tan largo cabello. Miraba al
techo, aburrido. Todavía estaba en pijamas. Ahora jugaba con sus dedos.
En el mueble también estaba el cubo que su hermano no guardó. El se
negaba a jugar con cubos porque sentía que de poco a poco lo absorbía. Era
una sensación extraña y perturbadora que casi siempre terminaba en una
jaqueca terrible.

El sonido peculiar que hacían aquellos espíritus retumbaba en las paredes


de la casa de Adrián. Era un sonido que no molestaba mucho pero que lo
llamaba a querer ir a donde estaban ellos. El no quería, y cada vez se
agarraba más fuerte al mueble para evitar salir.

“No iré, no iré”, decía con los ojos cerrados. Tampoco podía dormir. Al
cabo de un rato, y en su aburrimiento, se paró solo para ir al baño y luego a
pegarse como una mosca al vidrio de su ventana que abrió para tomar aire.
Tenía una vista amplia de hacía donde se dirigían.

Todas están como poseídas y sus voluntades, qué aún conservan, ausentes.
Día de los muertos, día en el que salen de sus escondites. Día en que cobran
más fuerza. Día en que lo bebés, niños, niñas y, por supuesto, Adrián,
pueden verlos, interactuar y, claro, que ellos también. Aunque en la mente
de Adrián la idea de devorarlos sigue presente y es algo que junto al
hambre trata de controlar con toda la voluntad que un adolescente puede
tener.

“Aunque puedo verlos, su transparencia me asusta”, pensó. “tengo hambre


y no es de comida, por que ni así puedo estar lleno. “Si estoy un poco más
cerca… no aguantaría. Soy un monstruo”

Al rato se sentó en su escritorio. Todo estaba desordenado. La Pc no le


sirve porque anda con un virus maldito. Las cartas de su enamorada siguen
en donde deben estar. Adrián sacó una hoja, también un lapicero. Se sentó
y escribió algo mientras garabateaba:

“HOLA ME LLAMO ADRIÁN, PRONTO CUMPLIRÉ AÑOS, Y NO


QUIERO HACERLES DAÑO…”

Cuando sintió que algo le hinco el corazón. Se agarró el corazón


fuertemente antes de sentir un leve temblor. Casi se cae pero logró llegar a
la ventana. Se contenía.

No había gente, ni carros. Solo los transparentes y algo que los hacía huir.
Eran puntos rojos que Adrián no lograba ver bien. Pronto salieron más que
los acorralaban y engullían. Adrián se puso una chaqueta y salió de su casa
con el corazón golpeando y guiando.

Un piso más abajo, vivía una viejita. La tornamesa que miraba lucia intacta.


A ella le dicen la loca en todo el edificio y así a sido durante los 40 años
que viene viviendo aquí. Son los niños del ayer los que le pusieron ese
apodo. Ella feliz. La tornamesa reproducía una canción. Se podría decir que
acompañara a Adrián. Quizá la puso con esa intención. Feria,
de Maurice Ravel.

Adrián bajaba las escaleras. Por un momento pensó en que era mejor no ir.
No le importó su propia opinión. Este edificio no tiene ascensor. En la
puerta no había nadie y como vio desde la ventana de su casa tampoco
había nadie en las calles. La presión le estaba ganando el control de si
mismo.

Salió corriendo para ver qué cosa es lo que pasaba en las calles, y mientras
seguía corriendo todo se iba despejando al punto de
estar completamente solo. Paró un rato. Los carros estaban curiosamente
aplastados.

“Debí quedarme arriba”, pensó mientras se agarraba el corazón.

Siguió corriendo y más adelanta lo sorprendió un ser rojo como en los


juegos de video que el siempre veía. “No puedo creer cuanta razón tienen
los diseñadores de los personajes de…”, una explosión lo hizo detener para
cubrirse con su casaca. Habían hecho explotar un carro.

La adrenalina siempre es la culpable de esos intentos arriesgados por salvar


a alguien en problemas, también de la fuerza sobrehumana que adquieren
algunos cuando de querer salvarse se trata. En este caso la adrenalina puede
ser la culpable de que Adrián siga queriendo meterse más al centro de lima
tomando calles que, repletas de almas estaban.

Un monstro rojo lo estaba siguiendo, eran dos en realidad, tres con el que


lo seguía desde los techos de las casas más antiguas. Habían otros
devorando a las almas que habían acorralado más adelante. ¿Quiénes eran
en verdad?
Los pobres estaban siendo devorados por aquellas bestias. Como si de
ovejas de rebaño se trataran. Era horrible la escena. Eran muchos. Tres
persiguiéndolo. Adrián corría más rápido. Cuando vio a una niña, alma,
pequeña, muy lacio. Que lo miraba sin miedo antes de ser devorada por uno
de esos seres. Adrián paró. “Más miedo hay que tenerle a los vivos que a
los muertos”, fue lo que recordó, es algo que su abuelo paterno le había
dicho cuando era un poco más pequeño, antes de ser devorado por la
muerte.

Su abuelo era muy especial con él. Es el que más estuvo al pendiente


cuando sus padres trabajaban en el extranjero. Ahora solo estaba con
mamá. Su abuelo, le enseño muchas cosas. Cosas que hasta hoy le sirven.
Nadie más le enseño como él. Es por eso que detesta a los profesores. Es
por eso que no le cae muy bien su madre, aunque jura que la quiere aunque
no esté. Su abuelo le enseñó a no temer a la oscuridad cuando el lloraba y
gritaba y cuando se hacía pis en la cama por eso. También le enseño que la
vida solo estaba por un momento y que lo que viene después es quizá lo
que tenga más importancia, aunque la vida se vive una sola vez y hay que
aprovecharla. Su abuelo, era muy sabio, “como todos los abuelos”, siempre
decía. “Pero, la vida de los niños aunque estén en otro lugar, siempre será
la más importante, es por eso que te cuido, Adrián”.

El cielo luce gris y el ambiente es muy húmedo. Las bestias vienen más
rápido y también se suman otras a las que no les importan el devorar a un
ser tan vivo como Adrián. Adrián se vio a si mismo cuando devoraba a
otros espíritus, cuando por fin se dejó llevar y la locura y éxtasis lo
absorbió por completo.

Risitas. “Me pregunto si…”


Dos trataron de agarrarlo con las dos enormes garras. Adrián a penas puedo
esquivarlo. Los dos siguientes intentaron aplastarlo y lo único que siguió
haciendo fue correr.

“Ja Ja Ja”, su mirada había cambiado totalmente, “Mátenme si pueden”.

Es muy distinto ahora.

—Qué grandes… necesitaré más espacio…

Una masa oscura salió. Se materializó desde su sombra. Dos tentáculos que
parecían tener conciencia propia.

—Esto será suficiente— dijo mientras se regocijaba en ese mismo lugar y


lloraba hasta de risa.

Entonces uno de los tentáculos fue directo al cuello de la primera criatura.


El segundo tentáculo se encargo de arrancarle la cabeza. Luego el brazo la
pierna. El primer tentáculo engullo lo que restaba. Cuando las otras
criaturas se abalanzaron contra Adrián, el solo siguió muriendo de risa.

Un tercer tentáculo apareció de su sombra y fue directo al vientre. Tuvo la


misma suerte del otro. Había mucha sangre regada.

El sonido peculiar que escuchó volvió a repetirse con más intensidad y los
tentáculos mostrando los afilados dientes volvieron a la oscuridad de la
sombra de Adrián

—Al centro, más al centro—, dijo Adrián riendo y corriendo un poco más
rápido.

Las criaturas también iban en esa dirección.


El corazón de Adrián seguía latiendo fuerte.

Cuadra a cuadra iba llegando al cementerio.

La canción de Ravel había parado ya hace mucho.

Adrián todavía estaba presente pero renegando. ¿Quién estaba detrás de


todo esto? Eso averiguaría.

Cuando llego a estar en medio de los dos cementerios más importantes de


lima camino despacio, despacio. Y sus tentáculos se materializaron
nuevamente. Y gruñían a aquellas almas que estaban a cada lado parados,
sin hacer nada, a su suerte, porque venían siendo devorados por alguien
mucho más fuerte.

—Es temporada de caza, por qué te cruzas en mi camino…—, dijo un


encapuchado. Portaba una oz.

Adrián no dijo nada. Los tentáculos lo señalaron directamente, impacientes.

— ¿Quién eres tú?

— ¿Qué me darás si te lo digo?— dijo extendiendo su oz—Lo cierto es que


soy un Pastor y este es mi rebaño.

— ¿Rebaño? ¡Qué haces con ellos!

—Reciclar. — Dijo a secas—yo me dedico a extraerles la energía a todas


estas pobres y descarriadas almas. Ninguna fue a parar en el cielo, así
que…

Parece que el de la oz recordó algo al ver la mirada de Adrián. Tiro la oz al
suelo solo para que Adrián tuviera algo de confianza.
—Como a tu abuelo

— ¿Mi abuelo?—

—Sí…

—Eso quiere decir que…

Quizá hizo mal en nombrar a su abuelo o quizá lo hizo con ese propósito.

De nuevo, el corazón intranquilo de Adrián empezó a latir más fuerte, y


esta vez con ganas de algo de sangre. Parece que los tentáculos amorfos
también se descontrolaron.

Las otras criaturas se abalanzaron contra Adrián y este se defendió mientras


pensaba en alguna manera de llegar lo más rápido hacia el Pastor para así
cobrar venganza. Estaba totalmente endemoniado.

—Cierto…—empezó a recordar el pastor—Ese viejo dio una buena pelea.

—es imposible, déjanos pasar. No, nos puedes mantener atrapados aquí por


mucho más tiempo.

—Créeme que sí.

— ¿Cómo?

—Ustedes solo son energía y ahora serán de utilidad, ¿qué hay de malo en
eso? Solo tomo lo que quiero y todos felices, claro, ustedes…

—Zorro…

Una de esas criaturas en llamas fue directo hacía el abuelo de Adrián, y


cuando este tomo contacto se volvió azul. El Abuelo ahora tenía control de
esa bestia y terminó por hacerlo combatir contra el mismo pastor. Lo
mismo hizo con las otras criaturas que intentaron atacarlo. En eso el pastor
se sorprendió de que un humano pueda utilizarlos a su antojo. Al pastor no
le quedaba más remedio que acabar con sus propias bestias.

—esto se acaba ahora.

Los últimos cuatro zorros rojos que acababa de convertir el abuelo no


sirvieron de nada contra la guadaña personal del pastor. Ahora ambos
estaban cara a cara. El abuelo sabía que este era su final aunque se negó. La
guadaña al cielo y un corte letal hicieron del abuelo añicos. Los otros
espíritus miraban con horror. Era morir o morir. No había muchas
opciones. El abuelo era el único que le podía hacer frente pero acababa de
caer.

—No te dejaré, no te dejaré— gritaba fuera de control Adrián—, no dejaré


que me comas. Yo te comeré. Mientras terminaba de engullir a los últimos
demonios veía con excitación al pastor. En el fondo seguía buscando la
venganza.

Dio un brinco enorme, sobrehumano, hasta llegar al pastor. No le hizo daño


porque el sujeto se dio cuenta lo suficientemente rápido para defenderse
con su guadaña y cortar algunos tentáculos de Adrián.

Gritaba de dolor pero al rato esos mismos empezaron a regenerarse. Y reía


de su buena suerte.

El tipo de la guadaña decidió hacerle frente al igual que con su abuelo.


Estaba seguro de que su guadaña lo atravesaría y que de una vez a acabaría
con el problema. Entonces le dio un golpe directo en la frente que Adrián a
penas pudo evitar. Y en ese momento la buena suerte del Pastor se acabó,
Porque uno de los tentáculos de Adrián logró morderlo en el cuello. Otro,
donde debería estar su pierna. Otro tomó la guadaña. El pastor sentía que
poco a poco toda su energía se drenaba. Para eso servían los tentáculos,
para drenar energía.

—No puede ser—fue lo último que dijo antes de ser partido en dos.

Adrián ya no pudo soportar más. Colapso. Vomito dos veces antes de caer
al suelo, desmayado. Los espíritus estaban inmutables en sus lugares pero
muchos de ellos se movían haciéndole espacio a una tercera persona.

Caminaba despacio, tenía arrugas, una bufanda y unos zapatos muy viejos.
Posó su mirada en el cuerpo del chico desparramado y lentamente camino
hacía él. Los demás la miraban de pies a cabeza queriendo averiguar qué
tramaba.

—Oh, muchacho—dijo—, te esforzaste demasiado.

Pronto tomó su mano para asegurarse de que estaba vivo.

Al día siguiente, Adrián despertó en la cama de su habitación. Su mamá


estaba en la cocina preparando un arroz chaufa como nunca. El reloj daba
las 9 de la mañana y su hermano veía televisión en el mismo mueble donde
olvidó el cubo. Una anciana también estaba en el lugar. Antes había
conversado con la mamá de Adrián. Le mintió. Le dijo que vio al
muchacho bajar las escaleras cuando de repente cayó cerca a su puerta

—Tuvo suerte de no caer por las escaleras— mencionó—, habría muerto al


instante.
Según la anciana, le dio una fuerte fiebre que no bajo sino después de
llevárselo a su habitación, y con remedios caseros pasados de generación
en generación.

Su madre estaba complacida de que la vecina haya salvado a su hijo sin


imaginar que es lo que hizo un día antes. Ahora seguía con los últimos
ingredientes para el arroz chaufa mientras la anciana iba al cuarto del joven
a despedirse.

— ¿Cómo estás?

—Me siento asqueroso. — respondió.

—Creo que es normal.

— ¿Cómo sabes tú?—le dijo el joven mirándola a los ojos— ¿qué es lo que
soy?

—Conocí a alguien así hace mucho—dijo antes de soltar un suspiro—.


Sabes… lo que ayer viste es la pura realidad, algo amargo para tu edad,
pero… ya te acostumbraras. Tu abuelo, fue muy valiente al enfrentarse
contra ese pastor.

— ¿Qué es un pastor en realidad?

—Un demonio que viene a la tierra a acabar por completo con la energía de
las almas. Así impiden que puedan cruzar al paraíso. También son
culpables de muchas desgracias.

— ¿Cómo cuales?
—Como los accidentes de tránsito— soltó una risita— una vez que tiene a
las almas sin poder cruzar a ninguna parte, las acorralan. Por eso se
autodenominan pastores.

—Y porque yo puedo verlos y porque esa sensación…

—Lo que por ahora te diré es que no eres malo, no eres un monstruo. Cazas
lo que necesitas cazar. Cazas, por instinto a aquellas almas malignas. De
alguna forma tú purificas su energía. De alguna forma.

—Me voy querido, ya nos volveremos a ver. —le dijo cuando le guiñó el
ojo.

—Se va tan pronto, señora, ¿no se quiere quedar a desayunar con nosotros?
— le dijo la mamá de Adrián.

—No quiero incomodar, preciosa. Gracias.

Así tomó su pequeño bolso y se retiro sin más explicación. La bruja, le


decían.

—Me siento asqueroso. — decía Adrián en su mente.

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