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Sentimiento

Kevin Morán.

—Al diablo los corazones— decía el joven Emilio. —Quiero matar este
sentimiento. De verdad y no sé cómo. No se puede. Lo odio, odio este
sentimiento. Es desesperante estar atado a una expectativa como esta.
—De verdad quieres matar ese sentimiento— le susurró alguien al oído.
—Sí, quiero— replicó
—Pero… eso no seria natural ni humano.
—No es humano tener que sentir algo que no logrará tener futuro.
— ¿Y si tiene futuro? —dijo y Emilio se quedó callado como
reflexionando por un momento.
—Quizá si yo…—paró un instante. —Pero soy muy cobarde. Lo mejor
seria deshacerse de esto por completo.
—No hay marcha atrás, ¿estás de acuerdo?
—Sí.
Estaba frente a la muerte. Quien acudió a los lamentos de una alma joven
que buscaba desesperadamente deshacerse de algo que dañaba su espíritu
en cierta medida. Algo que quebraba y hacía llorar al alma de aquel
muchacho. Y la muerte le pone fin a situaciones como esta.
Emilio no le tenía miedo. Estaba como en transe. Su corazón latía mucho
más fuerte frente a la siniestra figura. Quería que le arrancaran el corazón o
lo que sea que tenga que ver con ese fuerte sentimiento.
—Estoy seguro, muchacho, que lo lamentarás. — le decía como última
advertencia. —De todas maneras es una molestia para tu pequeña alma y
no lo destruiré por si quieres venir a buscarlo, pero eso sí, tendrá un precio.
La noche y la luna cobraban más fuerza y Emilio en su habitación estaba a
punto de cometer algo de la que ya tenía advertido quizá se arrepienta en el
futuro. Así eran las cosas y su cobardía le pedía seguir adelante con su
decisión. Las maderas crujían. Aún tenía el nombre de esa persona en su
cabeza rogando no ser extirpada. La tenía y no fue piadoso, la decisión ya
estaba dada y la muerte solo era el medio y una solución fiable de que
pronto no sentiría nada de nuevo y que por lo pronto se encontraría bien
otra vez, sin aquella tortura.
La muerte de le acercó lentamente. El pecho de Emilio empezó a brillas de
color rojo por momentos. Eran pequeñas pulsaciones las que sentía. Latía
más fuerte que su corazón. Era una zona prohibida, la que nadie nunca
debía tocar. Sin embargo ya le había dado acceso a la muerte quien se
disponía a retirar todo rastro de ese brillo del cuerpo del muchacho.
Todo se concentró en una pequeña bolita roja que brillaba por ratos. La
muerte inmediatamente la tomó y la guardó en su capa. Nadie más era
testigo de lo que acababa de ocurrir.
Emilio se sintió débil y cansado y sus recuerdos se reorganizaban. No
aguantó, había algo que quería recordar pero por más que se esforzaba no
lo lograba. Colapsó y se quedó dormido sobre su cama.
La muerte se desvaneció.
—Nos volveremos a encontrar, chico… —dijo.

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