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Diario de una esquisofrenica

El libro de Sechehaye que comento hoy es quizás uno de los últimamente que más me han
impresionado tanto humana como intelectualmente. La obra consta de dos partes diferenciadas
en la primera parte, “La realización simbólica” la doctora Sechehaye narra el desarrollo
patológico de una esquizofrenia en una joven llamada Renée, desde sus inicios en la pubertad
hasta la edad adulta, terminando con la curación de la enferma gracias a la terapia de
realización simbólica. En la segunda parte la propia enferma en “Diario de una esquizofrénica”
expone sus experiencias con la enfermedad, el trato degradante que sufre como enferma
mental, el terror que le acompaña en cada una de sus vivencias y su paulatino restablecimiento.
Este artículo se divide en estas dos partes.

PRIMERA PARTE: LA REALIZACIÓN SIMBÓLICA

Sechehaye propone una terapia novedosa que hoy por hoy parece rechazada por la psiquiatría
oficial. Para la doctora las alucinaciones o las conductas alteradas del esquizofrénico no son
simples afloramientos sin sentido de una mente trastornada sino que son plasmaciones de
necesidades psíquicas insatisfechas. Desde la perspectiva psicoanalítica esta idea no debe
resultar extraña ya que los síntomas neuróticos también son considerados en el psicoanálisis
como intentos de restablecer la economía psíquica del paciente. Renée había sido desahuciada
por la psiquiatría de su época y todo apuntaba a que “se trata de una esquizofrénica en sus
comienzos (está en la edad en que a menudo se desarrolla una hebefrenia), no es posible
ayudarla mucho, pues está en el camino de la desintegración mental, común en estos casos” (La
realización simbólica cap. II) sin embargo, el método de Sechehaye logró el total
restablecimiento de Renée.

La clave del método de Sechehaye es que considera que la patología del enfermo mental “habla”
de sus necesidades psíquicas, de nuevo, esto no debería resultar chocante desde el psicoanálisis
toda vez que uno de los elementos de la terapia psicoanalítica original era la interpretación de
los sueños del paciente como manifestación de su vida psíquica profunda. Lo novedoso del
método de Sechehaye es que no sólo ve las alucinaciones o conductas anómalas de Renée como
“síntomas” de su patología sino también como intentos simbólicos de superar el estado
esquizofrénico. De este modo la patología “habla” a la enferma de la enferma misma; la
alucinación, las visiones del “Otro Mundo” no son afloramientos de las cloacas de lo irracional
sino exhibiciones simbólica de necesidades profundas de la enferma. El camino de la enfermedad
es también el camino del restablecimiento psíquico, el camino que transcurre por el “Otro
Mundo” es también el que llevará a Renée hacia esta alucinación socialmente admitida llamada
“Mundo Real”.

Aunque no estoy del todo de acuerdo con la perspectiva terapéutica del método de realización
simbólica me interesa el tratamiento de Sechehaye porque, consciente o inconscientemente
recuerda a los sistemas arcaicos de iniciación cuya estructura básica “muerte y resurrección” es
una constante obvia en todo el método de la doctora: las voces que hablan a Renée, las
visiones, su hablar caótico y sin aparente sentido son una puerta del “Otro Mundo”, que es un
cielo y un infierno, en donde la enferma se sumerge (como Hércules descendiendo al Hades)
para quedar atrapada en él o para salir victoriosa de la lucha con el Cancerbero.

Leyendo a Sechehaye quizás podamos comprender la ineficacia de la psiquiatría oficial que


impera en la actualidad. La depresión, la esquizofrenia o la ansiedad son llamadas desde el otro
lado del espejo, llamadas terribles, no lo ignoro, pero llamadas que nos invitan a la “muerte y
resurrección” de una estructura psíquica que, por las razones que sea, se ha vuelto ya
inoperante. Hoy en día las drogas (medicinas aturdidoras de la conciencia) o las ficciones
colectivas han sustituido a la iniciación; nos quedamos temerosos en las puertas del Averno y
llamamos a nuestra cobardía “sensatez”. Con una pastilla queremos olvidar lo que nuestra alma
grita pero no podemos olvidar que olvidamos y así sucede que esa llamada pasa sobre nosotros
como una estrella fugaz, sin dejar rastro en nuestro espíritu, desapareciendo en el horizonte y
abandonándonos en nuestras tristes seguridades a la espera de la siguiente crisis que nos
dejará, de nuevo, tan vacíos de vida como nos encontró.

SEGUNDA PARTE: DIARIO DE UNA ESQUIZOFRÉNICA

Aún a riesgo de parecer exagerado creo que he leído pocos relatos tan extraordinariamente
dramáticos como el diario de Renée, con el agravante de que cuenta hechos verídicos que se
repiten día a día en ciento de miles de personas con alguna patología mental. La paulatina
desconexión de la enferma con el mundo real es narrado con un inexorable fatalismo y un
profundo sentimiento de angustia y soledad. La certeza de que al final Renée fue reintegrada a
la realidad hace que la lectura de esta tragedia sea algo más soportable.

El primer capítulo del diario de Renée se titula “Aparición de los primeros sentimientos de
irrealidad”, un título muy oportuno con el que comenzar ya que la lucha de Renée contra esta
invasión de irrealidad en su vida será el motivo principal del diario. Lo terrible de la irrealidad no
es lo que la irrealidad misma representa sino el sentimiento de soledad y de desligazón con el
mundo “normal” que experimenta la enferma. Las visiones no son en sí mismas terribles, puede
que algunas tengan hasta cierto encanto onírico, lo que las hace terrible es la fractura con el
mundo humano “normal” que rodea a Renée.

“[...] pero a pesar del juego y de la conversación, no lograba volver a la realidad: todo me
parecía artificial, mecánico, eléctrico; o también me excitaba voluntariamente: reía, saltaba,
movía las cosas a mi alrededor, las sacudía para intentar hacerlas volver a la vida. ¡Eran
miembros terriblemente penosos!

¡Cuán feliz era cuando las cosas permanecían en su cuadro habitual, cuando la gente estaba
viva, normal y, sobre todo, cuando yo tenía contacto con ella!”

M.-A. Sechehaye; La realización simbólica. Diario de una esquizofrénica; FCE, primera


reimpresión 1973; p. 134

Esto viene a corroborar la idea de que el enfermo que sufre algún tipo de psicosis no teme tanto
las alucinaciones en sí sino el sentimiento de soledad y de desligazón con la realidad socialmente
admitida que le rodea. La irrealidad, conforme avanza el deterioro mental de Renée, se asocia
cada vez más al aislamiento y la ruptura de los lazos que unen a la enferma con el mundo de lo
humano, entonces las alucinaciones sí se tornan terroríficas. No puedo dejar de preguntarme
sobre lo que ocurriría si el entorno social del enfermo mental en vez de rechazar lo visionario lo
asumiera como otro modo de acceso a la realidad; de hecho, como creo que he comentado en
alguna otra ocasión, esto es lo que ocurre en algunas sociedades arcaicas en donde las
“alucinaciones” del chamán no son entendidas como síntomas patológicos sino como visiones
complementarias de lo real.

Renée continúa su diario explicando el clima de irrealidad que la rodea y el terror que le produce
estos encuentros inesperados con lo irreal. El encuentro con la doctora Sechehaye parece
apaciguar en algo la desesperación de Renée, la misma doctora admite en su trabajo que el
hecho de escuchar a la enferma le ayuda a salir de la vorágine de aislamiento en la que parece
sumirse. Sin embargo, el contacto de Renée con la doctora retrasa su ruptura con el mundo real
pero no lo frena. Al final Renée se autoagrede obedeciendo a un omnipresente “Sistema” y debe
ser ingresada. Por mucho que se haya teorizado sobre lo espantoso que puede ser para un
enfermo mental su ingreso en un centro psiquiátrico estas líneas del diario de Renée nos hacen
enmudecer:

“La idea de entrar a una “Casa de iluminados” [nota: por iluminados Renée se refiere a enfermos
mentales con síntomas alucinatorios] me angustió mucho. Fue como si se hubiera sellado mi
definitiva entrada en el país de la Iluminación. Supliqué que se me retuviera en la clínica, lloré y
prometí no obedecer más al Sistema, pero nada valió: debía ser trasladada. Mis promesas, por
lo demás, no eran válidas, puesto que era incapaz de sostenerlas. Sin embargo, yo sabía que si
no requería una vigilancia permanente, me retendrían en la clínica. A pesar de esta certidumbre
y a pesar, sobre todo, de mi intenso deseo de permanecer cerca de Ginebra, en un lugar en el
que “mamá” pudiese verme todos los días, y de mi terrible miedo de sentirme encerrada en la
“Casa de Iluminados”, no logré desobedecer a los impulsos del Sistema: por el contrario, éstos
parecían aumentar bajo la influencia de mi deseo de verlos disminuir.

Y llegó el terrible día: vinieron a buscarme en un automóvil y mi enfermera me acompañó.


Según se había resuelto, debía entrar a la clínica privada dependiente de un asilo de un cantón
alejado de Ginebra; desgraciadamente hubo un error y no fui llevada a esta clínica, sino al asilo,
a un pabellón para mujeres agitadas. Cuando me metieron a la sala de observación y pude ver
esos enormes barrotes en las ventanas, esas mujeres que aullaban vociferando injurias y en las
más extrañas posturas, creí que iba a morirme de angustia. Mi enfermera desapareció sin
despedirse de mí. Enloquecida de terror permanecí sola en medio de este decorado alucinante,
sumida en la desesperación. Una enfermera me condujo al baño, me ayudó a desvestirme, me
puso una enorme camisa de tela burda y me bañó con agua casi helada. Temblaba de frío, de
fatiga y de miedo. Me sentía como un pájaro caído del nido y rodeado de peligros mortales.”

op. cit. ; pp.155-156

Como es lógico el deterioro mental de la enferma se agudiza y los contactos con el mundo real
se vuelven escasos o nulos, el título del octavo capítulo del diario “Me hundo en la irrealidad” de
fe da lo triste de este proceso. La enferma habla inarticuladamente y parece no reconocer nada
ni a nadie, a penas a la doctora Sechehaye, pero lo más horrible de esta situación es que según
el diario de Renée en este estado ella era plenamente consciente de su situación y de su
soledad. Es más que probable que cuando consideremos que un enfermo mental “ha perdido el
juicio” estemos expresando el deseo de que el enfermo no sea consciente de su situación más
que una realidad objetiva. Incluso más adelante cuando Renée cae en un estado de estupor e
indiferencia vegetativa admite que “Los médicos se imaginaban que no comprendía las órdenes
y sus indicaciones, pero yo comprendía perfectamente todo lo que pasaba a mi alrededor” (op.
cit. p. 184). Todos estos testimonios de Renée vienen a mostrar como el enfermo mental es más
consciente de su situación de lo que nos gustaría imaginar.

Tras la grave recaída de Renée la doctora Sechehaye descubre el método que permitirá a la
enferma recuperar el contacto con la realidad. La doctora se esfuerza en interpretar el
significado simbólico de las alucinaciones de Renée y desentrañar las necesidades psíquicas que
estos “síntomas” manifiestan. De este modo se establece un puente simbólico entre la doctora y
Renée que paulatinamente se hace extensivo al resto de la humanidad. La interpretación de lo
simbólico se hace a través del psicoanálisis lo mismo que podría haberse hecho a través de otro
sistema de interpretación simbólica, eso es lo de menos, lo importante es que al final la enferma
oye y entiende la llamada de la Iluminación y restablece el lazo con el mundo real. La última
frase del diario de Renée viene a abundar en la idea de que lo terrorífico de la Iluminación no era
la Iluminación misma sino la soledad en la que sume a la enferma mental; la última frase de
Renée en su diario viene a abundar en la idea de que la “enfermedad mental” posee una
importante faceta social que no debería ser desdeñada.

“Sólo quienes han perdido la realidad y vivido por años en el país inhumano y cruel de la
Iluminación, pueden saborear el goce de vivir y medir el inestimable valor de ser parte de la
humanidad”

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