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Monólogo sobre los rumores vagabundos y ladrones huídos quien sabe de qué justicia,

vaya Usted a adivinar.


„Usted se puede equivocar sobre muchas cosas,
pero por lo menos tiene que tener una conciencia Por el sur los ganados pasaban el cerro Colorado, óigame
para equivocarse“ Usted. Por el norte hasta cruzaban el puente de los
gentiles, allí donde se comienza ya a bajar al bosque de
William Poundstone las yungas. Y los ganaderos, forzados detrás.

Cómo dice? Ah, sí, como no! Entre nosotros había por
Yo era entonces un mocoso, le digo. Si la mollera no me supuesto también herejes y rebeldes, pero en comparación
engaňa trabajaba todavía en la chacra de mi tayta, ya con los del ganado los nuestros eran blanditos nomás. Los
fallecido. La familia tenía pues un terrenito en las borregos y las cabras del pueblo, dedicados como las vacas
afueras del pueblo, sabe Usted. Vivíamos de los frutos de del valle nada más que a lo suyo, obligaban igualmente a
la tierra, y además teníamos un corral para la cría de nuestros pastores a acercarse bien peligrosamente a lo
cerdos y otras bestias menores. Cuyes, chinchillas, prohibido, obvio! Pero bien que ellos se cuidaban de no
conejos, chivos, esa caterva. Yo me encargaba de desaguar traspasar nuestras lindes, ay carajo! Y en caso de que
los bebederos, transportaba al valle el estiércol para el ésto ocurriera por descuido no dejaban de protegerse con
trigo, alimentaba las gallinas de la vieja, y cosas así. sus amuletos y plegarias hasta saberse otra vez como quien
Un trabajo cretino pero necesario, Usted comprende. Al dice en casa, sabe Usted. En ésto no se diferenciaban
final del día ayudaba aún a mis hermanas a pelar las papas nadita de nosotros, los agrícolas. En el pueblo todos
que recibíamos en trueque por la venta de los huevos. estábamos pues cortados más o menos por la misma tijera.
Nadie quería ser visto con malos ojos por el vecino, como
En esos aňos no existía pues eso que hoy con tanta Usted puede imaginar.
ligereza llaman la libre vocación. No, seňor. Esos eran
tiempos muy duros, óigame Usted. El clima se había vuelto Fíjese Usted, por el este los pastores llegaban hasta el
tan caprichoso que las cosechas eran magras tres y cuatro mismo río Grande mientras que por el oeste se iban hasta
estaciones seguidas, y no sólo los animales pasaban los arenales ... Ay, los arenales! Así se los llamaba por
hambre. Todos teníamos que ayudarnos como podíamos, le el color tan pálido de los pastos que daban, sabe Usted.
digo. Mis hermanas, por ejemplo, Albertina y Adelaida, dos En ellos se respiraba ya el olor del mar, según contaban.
muchachas lindas como luceros, auxiliaban a la vieja con Algas, cochayuyos, conchas, esas cosas. Pero de ésto yo no
las cosas para el mercado antes de partir a la escuela, y sé más que de oídas porque nunca los acompaňé, le aclaro.
cocinaban al mediodía cuando regresaban para que los más Allá en los arenales pastaban además unos toros que las
chicos no nos muriéramos de debilidad. Y por si eso aún le comadres decían eran rezagos de los rebaňos abandonados
parece poco lavaban y zurcían además cada día la ropa que por los egipcios después del diluvio, sabe Usted. Sí, sí,
lo necesitaba, atendían las camadas recién paridas de por los egipcios, tal como se lo digo. Esa tribu semítica
conejos y chinchillas, cuando las había, porque estos del norte de Africa. Las buenas mujeres creían pues que
bichos se mueren por la menor zonzada, y se daban todavía ese continente y el nuestro habían sido uno solo y el
un tiempecito para jugar con nosotros los chibolos antes mismo hace milenios atrás, las pobres ignorantes. Pero
de que la vieja nos mandara a gritos a la cama. Pero mis esos toros no eran sin embargo bravos, no tema Usted.
hermanas lo hacían con gusto, sabe Usted. Habían nacido Bastaba el ademán de tirarles un chungo para espantarlos.
con ese sino, digo yo. Además los pastores les habían atado bolsas de cuero en el
cuello repletas de azufre para que los borregos y las
Pero bueno, como le iba diciendo, cuando empezaron a cabras no buscaran su compaňía, y ésto los entontecía. No,
escucharse los rumores creímos que era cosa de chirigota, los arenales no eran desaconsejables por los toros, sino
claro que sí. Al principio ninguno de nosotros les dió por otras razones más turbias. Pero de ellas no puedo
crédito, ya le digo. Acaso no se nos había repetido desde contarle nada con sentido, Usted perdone.
chirricuatros que del otro lado de los cerros vivían
dragones de tres cabezas? Y no sólo los menores nos Sí, es bien curioso cuán pocos claros pensamientos nos
creíamos tales patraňas; los tíos y los abuelos estaban hacíamos sobre las verdaderas existencias del mundo, me
todos igual de engaňados con las mismas chifladurías, no escucha Usted? Qué se había hecho nuestra razón, le
se ría Usted. Tanto es así que ninguno se atrevía a vadear pregunto. Y no es que entre nosotros faltaran los audaces,
el río Grande, se lo aseguro. Para no decir nada de ir a como le digo. Lo que pasa es que nuestro coraje alcanzaba
las hondonadas de la otra banda. Ni siquiera cuando el río sólo para juegos y diversiones vulgares, supongo yo.
se secaba ponían un pie en el lecho, allá por agosto o Perversas, indecentes, si Usted quiere, pero a la larga
septiembre de cada aňo del Seňor. Ningunito, créame Usted. candorosas, inofensivas. Aburridos de las tareas tan
Las comadres y los borrachines del pueblo se encargaban ingratas que nos ocupaban un día sí y otro también, con la
pues de repetir que los que cruzaban a la otra margen ya barriga llena, eso sí, pero el corazón distraído, hartos
no regresaban jamás. Los más truculentos decían que de la de cazar lagartijas o de seguir el vuelo de los cóndores,
tierra del otro lado salían cabezas sin cuello, dizque le robábamos una o dos gallinas a la vieja y, para ponerle
buscando refugio del polvo o de las lluvias, qué sé yo, un ejemplo, las llevábamos entre los arbustos para
con ojos moviéndose desesperados de arriba abajo, le digo. culearlas por turno imaginando que eran la “flaca” Sialer
Yo personalmente escuché cierta vez que allá más abajo, ya y su hermana, la “negra”, nietas de don Ezequiel, el
en la comarca caliente de las yungas, vivía una raza de alcalde muerto. Dos serranas pitucas muy bien formadas, le
personas con costumbres muy violentas, sabe Usted. Seres digo. Habráse visto tal majadería, dígame Usted!
que eran hombres y mujeres al mismo tiempo, cubiertos con
pieles animales en lugar de vestidos y largas melenas Enamorado, me pregunta? Pues sí, claro que lo he estado.
polvorientas. Sanguinarios eran esos personajes, se me Amaranta, así era su nombre. Ella fue mi primer amor, le
dijo, óigame Usted. Andaban dizque armados con flechas confieso. Casi lo había olvidado, y fíjese que entonces me
empapadas de un brevaje capaz de paralizar en el momento a dió mucho qué pensar, óigame Usted. Más tarde Amaranta se
un semejante. casaría con un gringo millonario de la costa, pero
entonces era apenas una muchacha estirada y pálida, aunque
Cómo que para qué? Para comérselo ha de ser, pues no? Cómo sus pechos eran ya robustos y redondos. Cierta vez tuve un
no iba uno a tenerles miedo, óigame! Ajá, ya vé Usted. Es encuentro vespertino con ella que me abrió los ojos al
la razón de que los enclenques nos diéramos vuelta misterio de la hembra, le cuento.
bastante antes del varadero, le digo. Preferíamos ignorar
desde bien lejos tan turbias amenazas, Usted ya me Que dónde fue? Quizá en los matorrales del divisadero
comprende. Qué se había hecho nuestra curiosidad, me mientras se celebraba el carnaval o acaso en la ensenada
pregunto yo ahora. Quiero decir, la de nosotros los más durante las fiestas del pueblo, no estoy seguro. Amaranta
renacuajos y la de los otros, los que empezaban a usar llevaba esa noche un traje de brocado blanco tan elegante
pantalón largo y carabina por esos aňos. Creíamos a como el de una reina, recuerdo, lo que hace cualquiera de
rajatabla esas pesadillas, palabra de honor! las dos fechas igual de ciertas, sabe Usted. Amaranta se
disfrazaba pues siempre para los carnavales y un aňo fue
Pero, bueno, como iba contándole, cuando comenzó a decirse además elegida reina del pueblo, fíjese Usted. Aquí entre
que detrás de las lindes del valle no habían pues los tan nosotros, ése no fue un encuentro entre hermano y hermana
mentados enemigos del alma y del cuerpo, de primera como los que tenía con Albertina o Adelaida en el juego de
intención nadie lo tomó en serio. Después de todo no era las escondidas. No, no, esa fue una entrevista de hombre y
tampoco la primera vez que rumores parecidos se esparcían mujer desbandados por el aguardiente, créame. Èsta es la
por el pueblo y caseríos aledaňos, sabe Usted. Y siempre razón de mi sorpresa, ahora que lo pienso. Porque Amaranta
eran los mismos quienes comenzaban con esas revelaciones: era una muchacha más bien mojigata, sabe Usted; de esas
la gente de los ganados. Èstos estaban pues siempre de que saludan y bajan enseguida los ojos al suelo. No estoy
aquí para allá, obedeciendo nomás las leyes de su negocio. seguro por eso de que haya sido realmente ella. Pero si no
Claro, como a las vacas y las mulas les falta la luz de la fue Amaranta, quién más puede haber sido? Un hada buena?
conciencia se iban hasta bien afuera, siguiendo mansitas
su hambre bastante muy arriba de las punas. Para las La hembra es misteriosa de por sí, óigame Usted. Amaranta,
bestias nada de criaturas temblorosas de incontables por ejemplo. Cuando traté de besarla retiró de primera
cabezas, me sigue Usted? Quién sabe hasta dónde llegarían intención la cabeza, fíjese. Quise entonces hundir el
nada más que en la dirección de los pastos! rostro en sus pechos, y ella respondió alejando su cuerpo;
apenas si logré rozar los labios sobre el escote de su
No, no, qué va! Esas eran reses lecheras compradas en un vestido. Un brocado sin ninguna pollera debajo, óigame
principio por el alcalde, don Ezequiel Sialer, que en paz Usted, porque enseguida mis manos encontraron sin
descanse, y luego rematadas al mejor postor para darle problemas el camino de sus piernas en la penumbra. Y es
ingresos al cabildo. Así fue. Esas bestias estaban que yo la apretaba bien fuerte por la cintura, claro. La
réqueteacostumbradas a las alturas; con ellas no había blandura de sus muslos presionándome el vientre y sus
pierde. Y además la gente de los ganados eran todas gentes largas pantorrillas apretujadas entre las mías me pusieron
transhumantes, sin origen, forasteras. Una mezcla de al ratito dura la verga, eso sí. Y ella que no era tonta
no dejó de notarlo porque fue entonces que se arrodilló en
el barro con su vestido de reina y me desabrochó
apresuradita el pantalón. No le estoy mintiendo, no. Aquí
donde me ve ahora viejo y barrigón, yo era muy fuerte y
apuesto entonces, y no es improbable que yo también le
gustara, no le parece? Sin previo aviso Amaranta me dió
una mamada celestial mientras yo no atinaba a otra cosa
que a gemir de un modo muy dulce que no conocía, se lo
aseguro.

No, pues, yo era muy zonzo entonces, no le estoy diciendo?


Estas cosas que Usted me reclama ahora no se me
ocurrieron, no. Y para pena de mi corazón lo que ocurrió
esa tarde fue sólo un fuego de paja, me entiende? De esos
que se encienden y ahí mismito se apagan, sabe Usted.
Porque al día siguiente Amaranta volvió a ser como por
brujería la muchacha lejana y modosa de costumbre, y no
tuvimos otro encuentro semejante. Sea como sea, en la
ocasión yo recibí mi primer placer de la boca de esa
mujer, le digo. Amaranta, o quien quiera haya sido, ella
me enseňó cosas muy serias aquel anochecer, se lo juro.
Entonces supe que en el mundo habían misterios más grandes
que lo de detrás de los cerros. Sí, seňor. Adentro de uno
mismo, Usted me comprende? Cuánto lo puede cambiar a uno
un encuentro, óigame Usted!

Pero no quiero distraerme de lo que le estoy contando. En


la época que estoy rememoriándole las cosas empezaron a
ponerse ya más serias, créame. Quiero decir, más serias
para los espantos, claro. Ya no eran sólo noticias de boca
las que se escuchaban en el poblado; ahora se pasaban de
mano en mano piedras del otro lado de los cerros, yerbas y
flores que no conocíamos. O se nos describían paisajes de
sueňo, climas que parecían inventados. Cómo eran posibles
prodigios semejantes en tierras habitadas por demonios, de
las que no se volvía? Así fue cómo poco a poco nuestra
convicción comenzó a mermar, óigame Usted. Pero bien
lentamente porque la vieja se santiguaba en la boca y nos
mandaba a jugar al patio con un palmazo en el culo cada
vez que veía o escuchaba de esas rarezas. Así todo volvía
enseguida a quedar envuelto en un manto de nieblas.

Pero no por mucho tiempo más porque, tercos como eran, los
del ganado repetían sin tartamudear que de fantasmas no
habían visto ni las sábanas, qué jodidos! El abuelo les
respondía con seriedad que el castigo del mentiroso es
tomar por realidades sus propios falsedades, claro. Pero
ésto era justo lo que pasaba más bien con nosotros, ahora
ya se sabe.

No, no podía durar, ésto es seguro. Los tiempos habían


comenzado a cambiar, le digo. Pronto la carretera
transoceánica alcanzaría además el valle. Y esa sí que fue
una sorpresa para todos. El bullicio de los forasteros con
sus bultos y maletas y la pestilencia de los camiones
repletos de mercadería y manufacturas diversas cambiaron
por completo el pueblo, óigame Usted. Yo creo que a más
tardar entonces fue cuando algo bien importante para el
estatucúo (se dice así, verdad?) terminó de desportillarse
en cada uno.

Habíamos estado soňando que el valle era el mundo, se da


cuenta? Un mundo chiquitito, claro, pero seguro y
duradero. Un refugio frente a las amenazas y peligros
agazapados en el átomo. Por suerte habían grietas en sus
confines, rendijas que poco a poco se iban agrandando y
permitían ver cada vez más mejor al otro lado. De hecho no
pasaría mucha agua bajo el puente de los gentiles hasta
que finalmente varios de nosotros pudimos contemplar en
detalle lo que para esos hombres del ganado había sido lo
más normal desde tantísimos aňos. Con nuestros propios
ojos de la cara, óigame Usted. Estos mismos ojos con que
estoy mirándolo en este momento, Usted me comprende,
verdad? Y no todo lo que vimos resultó bonito, créame.

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