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I

“Working class hero is something to be…”


John Lennon

Su padre apenas si había terminado el colegio cuando embarazó a una


muchacha provinciana que acababa de entrar a quinto de media.

Nació con las facciones un tanto desproporcionadas. Blanco, de cabello lacio


y negro, crecería con los ojos saltones y una nariz aguileñ a que lo haría
resaltar entre la gente.

Tuvo una infancia algo tranquila en un tugurizado barrio del Centro, que
só lo le dejó una cicatriz en el brazo. El trompo, la pelota y su primera
enamoradita lo mantuvieron ocupado. Tan ocupado que nunca se ocupó
bien de sus estudios.

Antes de terminar el colegio, sus amigos, los “palomillas” de la promoció n, lo


llevaron a que “se hiciese hombre” con las putas que siempre había visto
pero nunca deseado. Desde entonces, se volvería asiduo visitante de aquella
calle de la Avenida Arequipa.

Como tantos jó venes de su edad de ascendencia criolla, su orgullo de “gente


antigua” o de “limeñ o viejo” que le venía por el lado del padre no fue má s
que una ficció n en una urbe cada vez má s mestiza y en la que él mismo se
sentía cada vez má s ajeno.

Bohemio popular, trabajó para sí un par de añ os en una imprenta,


invirtiendo sabia y copiosamente sus ingresos en la bebida y en las mujeres
que su corazó n sentía que amaba.

Una joven de cuerpo generoso, como las que suele haber en Lima, lo
terminaría cautivando. Decidido a formar un hogar, buscó trabajo en las
distintas fá bricas de Lima. Ya era tiempo de “sentar cabeza”, aunque la
situació n econó mica del país no lo dejara del todo tranquilo.

Una fá brica de herramientas y estructuras metá licas le acogería. Su juventud


le permitiría acceder al SENATI, donde tomaría cursos de metalmecá nica.
Para sus jefes, era toda una promesa. Para su pareja, un verdadero dolor de
cabeza. Sobretodo cuando se hizo amigo de un tal Vitaut, que lo llevaba a
fiestas y reuniones todos los fines de semana.
Pese a que se había mudado junto a su pareja a una pequeñ a casa en el Cono
Norte, la relació n no marchaba bien. Decidieron terminar y él volvió a casa
de sus padres.

La inflació n era realmente insoportable. Por suerte, ya no tenía que


mantener a nadie excepto a sí mismo. Sin embargo, las colas, la devaluació n
de la moneda en cuestió n de segundos y el diario encarecimiento de las
cosas hacían de la existencia una verdadera mierda.

El ajuste y el recordado “Dios nos ayude” supusieron el despido de la


mayoría del personal de su empresa. No fue só lo una noticia en la televisió n.
Ese día, llamaron a todos aquellos que no eran obreros calificados o ya eran
muy viejos y los echaron a la calle, dá ndoles un sol como liquidació n.

Al estar en SENATI, pudo haberse quedado, pero no lo hizo. No quería que


luego le pasara algo similar. Ademá s, sentía que tenía dignidad, igual que
todos aquellos grandes amigos que había hecho y que ahora estaban
desempleados. Compartió su suerte. Recibió dos soles de liquidació n y ese
día caminó , igual que muchos, de su trabajo a su casa, con la esperanza de, al
día siguiente, poder comprar algunos panes y filtrantes de té.

***

Un golpe de suerte fue para él entrar a trabajar en aquel restaurante. Era


mozo, pero vaya que era un mozo. Un argentino loco le enseñ aba el arte de
impresionar a los visitantes regulares de aquel restaurante pituco.

Se caso y tuvo dos hijas con una mujer que siempre pensó que aquello de ser
mozo era temporal. Sin embargo, hizo una suerte de carrera, paseando por
diversos restaurantes conocidos y destacando siempre por la calidad de sus
servicios.

Su mujer lo dejaría.

Cuando yo lo conocí, el verano de este añ o, llegaba siempre escuchando


mú sica en un mp3. Se colocaba su traje y era uno de los que mejores
propinas recibía. Pese a la diferencia de edad, conversá bamos mucho
mientras almorzá bamos en la cocina o cuando los sá bados, en el descanso de
la tarde, me invitaba cigarrillos.

Tengo el gusto de decir que fui uno de los primeros a los que le contó que
volvería a ser papá .

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