Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
y su significado antropológico
(Primera parte)
Resumen
El propósito de este artículo es analizar las teorías más importantes del sacrifi-
cio primitivo en antropología de la religión. Dividido en dos partes, en la primera
abordamos a los principales autores de la primera antropología científica (Tylor,
Frazer, Robertson Smith), centrándonos en sus hallazgos esenciales y en las carac-
terísticas metodológicas de su trabajo. Mostraremos un hilo conductor en el trata-
miento del objeto sacrificial, que conduce desde el intelectualismo de Tylor y Frazer
al colectivismo de Robertson Smith.
Abstract
The purpose of this article is to analyse the most important theories of the prim-
itive sacrifice in the anthropology of the religion. It is divided in two parts, in the
first one we approach the main authors of the first scientific anthropology (Tylor,
Frazer, Robertson Smith), focusing on their findings and on the methodological
characteristics of their work. We will show a guide in the treatment of the sacrifi-
cial object, from the intellectualism of Tylor and Frazer to Robertson Smith´s col-
lectivism.
oscilar o pendular entre distintos saberes que, con ánimo sintético, englobamos bajo
el nombre genérico de “antropología de la religión”. Este saber humanístico, de
grandes aspiraciones, nos suele descubrir, sorprendentemente, que muchas de las
ideas que destaca el etnólogo acerca del sacrificio son similares a las que destaca el
historiador de las religiones, y viceversa. En ocasiones, este vínculo aparece fuerte-
mente arraigado, permitiendo vislumbrar una explicación general y unitaria.
Lo que diferencia principalmente a las disciplinas que componen la antropolo-
gía religiosa es su motor de búsqueda, o dicho de otra manera, la función y la arma-
zón metodológica que cada una de ellas concibe acerca de su trabajo científico.
Unas, como la historia de las religiones, inciden en el conocimiento diacrónico, his-
tórico, concentrado en el pasado. Otras, en cambio, en el conocimiento sincrónico,
a-histórico y fijado en el presente, como es el caso de la etnografía. Todas ellas, por
medio del “rodeo antropológico”, pretenden un conocimiento de la realidad huma-
na en sus caracteres más esenciales. Algunas, como la etnología, extreman la cau-
tela y concentran sus miras en objetos reducidos y, sobre todo, controlables. Otras,
como la filosofía de la religión o las antropologías de lo sagrado, buscan esencias y
estructuras generales, y esto a través de una comparación constante. Nuestro reco-
rrido explicativo de las teorías del sacrificio debe tomar en consideración no sólo el
contenido de dichas teorías, sino también el lugar del que proceden.
En orden a poner un poco de luz en tema tan complejo, vamos a seguir unos
puntos concretos de exposición. En primer lugar, nos centraremos en algunos auto-
res fundamentales de la primera antropología científica, exponiendo no sólo sus teo-
rías del sacrificio, sino también las características metodológicas de sus pensamien-
tos. Estos autores desarrollaron la posibilidad de plantear nuevas preguntas acerca
del sacrificio y la religión primitiva, obviadas hasta el momento. En la segunda
parte, dedicaremos nuestra atención a la escuela sociológica francesa, que abrió
considerablemente el campo del análisis. Posteriormente, dedicaremos sendos epí-
grafes a dos grandes autores de la antropología religiosa, Mircea Eliade y René
Girard. Por último, trataremos de ofrecer una visión sintética de nuestra materia.
5 Esta afirmación, sin embargo, debe ser matizada, pues supone uno de los principales factores
que explican una mala interpretación muy asumida del evolucionismo antropológico. Son comunes las
manifestaciones de Tylor y de Frazer defendiendo una secreta coherencia de las operaciones del pen-
samiento primitivo. Pero, a pesar de estas cautelas, reconocieron que todas estas operaciones estaban
basadas en falsas premisas. Véase por ejemplo, Frazer, J. G., La rama dorada, p. 312 y Tylor, E. B.,
Cultura primitiva I, p. 38. La misma advertencia ya es sugerida por Lévi-Strauss, C., en la cita de Tylor
que inaugura Las estructuras elementales del parentesco, vol I, p. 9.
6 La crítica contundente a la antropología evolucionista tiene uno de sus principales focos en el
establecimiento del “trabajo de campo” como criterio de lo científico y en una estratégica retirada res-
pecto de las teorías demasiado ambiciosas, que intentan copar el objeto de estudio con el estableci-
miento de pautas generales. En este sentido, el “resultado editorial” de la antropología práctica suele
presentarse bajo la forma de la monografía cultural, no inaugurada, pero sí popularizada por los escri-
tos de Franz Boas, Bronislaw Malinowski y otros etnógrafos.
7 La elección del término “primitivo” para designar a este tipo de sociedades ha constituido uno
de los más encendidos debates terminológicos de la antropología. Es una palabra demasiado vaga y a
la que van vinculados viejos fantasmas de explotación colonial. Aunque diversos autores han plante-
condición del investigador ha sido fuertemente criticada, en tanto que reflejo de una
conciencia de superioridad por parte del analista, que desemboca en un etnocentris-
mo inevitable. No visitar las culturas implicaba desconocer su lenguaje y su vida
social. Pero, en cambio, no mermaba la capacidad del analista para asegurar, desde
el sillón, la verdadera explicación de las creencias e instituciones primitivas. A esto
hay que sumar otro problema no menos importante. Se ha criticado a menudo que
algunos investigadores, debido principalmente a esa ausencia de contacto con la
realidad estudiada, manejaban poca y mala información. Las fuentes en las que
basan sus teorías generales son provenientes de informantes dudosos, de escasa cre-
dibilidad. Al tiempo que es probable, en ocasiones, que los datos recogidos no fue-
ran de primera mano, sino a su vez recogidos de otros viajeros, que a su vez los
recogieron de otros viajeros. Esto provoca que los datos científicos puedan llegar a
ser, prácticamente, leyendas, es decir, que su contenido original haya sufrido una
degradación importante de la información.
Ha de decirse que esta situación es aplicable a casos muy específicos. Todos
aquellos que, de manera muy necesaria, han negado la validez de estas característi-
cas metodológicas, también han reconocido la importancia de la empresa evolucio-
nista. Supone el primer intento serio de acopio de materiales de diversa índole, con
el ánimo de clasificarlos y definirlos, tratando de establecer y organizar la materia
de una nueva ciencia. Lo que más ha molestado a la antropología del siglo XX no
ha sido, evidentemente, esta labor organizativa de la antropología evolucionista.
Resulta meritoria por innumerables razones. Se trata más bien de criticar esa mira-
da decimonónica según la cual los fenómenos estudiados se ubican en fases o eta-
pas humanas de perfectibilidad. De este modo, sirven sólo como elementos que se
ordenan en una relación de inferioridad o de superioridad. A partir de este “abuso”
metodológico se despliegan todas los demás críticas. Admitir esta férrea ubicación
jerárquica tiene como consecuencia una distinción, siempre muy polémica, entre lo
“primitivo” y lo “civilizado”. Ciertamente, esta presunción de superioridad ha pro-
vocado la mala comprensión de ciertos temas.
En el caso concreto del sacrificio, es meritoria esa misma pretensión de querer
dar con la clave del enigma, repasando numerosos testimonios del pasado y de la
actualidad. E. B. Tylor y J. G. Frazer fueron grandes ampliadores de la materia. Ya
no se trataba tan sólo de proseguir la interpretación del sacrificio judeocristiano,
labor que llevaba haciendo la teología desde hacía siglos, sino de fijar la atención
en formas sacrificiales más básicas y cronológicamente anteriores, cuya compren-
Ancient Society, La sociedad primitiva. En sus estancias breves visitó algunas de las tribus que más
bibliografía van a producir: los ottawas, los shawnees, los omahas, etc. Morgan fue un gran defensor
de los indios y uno de los inspiradores de “La liga de los Iroqueses”. También William Robertson
Smith realizó viajes: “Visitó el norte de África en 1879 y se quedó impresionado por lo que le pareció
que era una clara evidencia de totemismo entre los beduinos del Sinaí”. Véase Morris, B., Introducción
al estudio antropológico de la religión, p. 144.
11 Este proceso, aquí resumido en unas pocas líneas, ocupa casi la totalidad del segundo volumen
de Cultura primitiva y, en este sentido, posee numerosos vericuetos y explicaciones adicionales. Véase
Tylor, E. B., Cultura primitiva II, pp. 21-405, especialmente pp. 30-93. La preocupación por el alma,
tal como se manifiesta en el sueño, o en soportes “dobles” como la sombra, el reflejo o el retrato, fue
también interés de Lubbock y Frazer, y de autores posteriores y heterogéneos como Otto Rank, El
doble o Erwin Rohde, Psique.
12 La teoría de Tylor tiene su paralelismo en la interpretación del culto funerario de Herbert
Spencer. Según parece, ambos autores se acusaron en vida de plagio. Véase Harris, M., El desarrollo
de la teoría antropológica, p. 182. Sin embargo, la teoría del animismo ha gozado de una mayor reper-
cusión, afectando a muy diversos autores como Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, etc. A pesar de
la réplica de Marett por postular una forma aún más primitiva de religión, a la cual llamó animatismo,
la proyección de las argumentaciones de Tylor ha sido históricamente más poderosa.
16 Esta manera de pensar influyó notoriamente en varios autores de la época. Uno de los que se
beneficiaron fue el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. En sus estudios de la Grecia clásica corrobo-
ra esa “Edad de Oro”, esa fase arcaica de cercanía, en la que hombres y dioses se sentaban juntos en
la misma mesa. En las clases que imparte en Basilea, en 1875, habla del hombre sacrificial griego
como aquel que “trataba con sus dioses como una casta inferior se trataría con una casta superior, más
poderosa, más noble, pero de la que se sabe de una común descendencia con ella”. Nietzsche, F., El
culto griego a los dioses, p. 258.
17 Tylor, E. B., Cultura primitiva II, pp. 417-8.
Ahora resulta claro cómo en una nación tras otra, al ser el hombre la imagen de la divi-
nidad, la sociedad y el gobierno humanos se convirtieron en el modelo del que se copia-
ron la sociedad y el gobierno divinos. Lo que los jefes y los reyes son entre los hom-
bres, eso mismo son los grandes dioses entre los espíritus menores. Se diferencian de
las almas y de los seres espirituales menores que hasta aquí hemos considerado espe-
cialmente, pero la diferencia es más de rango que de naturaleza. Son espíritus persona-
les que reinan sobre espíritus personales. Sobre las almas desencarnadas y los manes,
los genios locales de rocas y fuentes y árboles, la hueste de los demonios buenos y
malos y el resto de la comunidad de los espíritus se alzan estas deidades más podero-
sas, cuya influencia está menos confinada a los intereses locales o individuales y que
según les plazca pueden actuar directamente dentro de su vasto dominio, o controlarlo
y gobernarlo a través de los seres inferiores de su mismo género, sirvientes, agentes o
mediadores suyos18.
De este modo comprendemos ya que las tres fases del sacrificio reseñadas más
arriba han de comprenderse como los diferentes modos en los que un subordinado
se relaciona con un superior, a través de la historia. Aquí está en germen el gran des-
cubrimiento en el que se sumergirá la escuela sociológica francesa. En efecto, Tylor,
si bien apunta dicha correspondencia, no profundizó en la efectiva relación entre la
religión y la organización social. Se mantuvo, salvo ocasionales derroteros, en el
margen establecido por la psicología individual del hombre primitivo.
3. Magia y religión
Muchas de estas ideas van a ser heredadas por otro autor esencial en nuestra
materia: James George Frazer (1854-1941). Su trabajo ejerció y aún ejerce una
influencia poderosísima. Su obra esencial, La rama dorada, en su edición abrevia-
da, sigue siendo objeto de fértil lectura. Haciendo gala de una increíble erudición,
Frazer se convirtió, en su momento, en el gran especialista de la religión primitiva.
Dedicó miles de páginas a analizar, con cautela y precisión, los fenómenos mágicos
y religiosos de las sociedades primitivas y arcaicas. Como pronto veremos, el tema
del sacrificio goza de una especial importancia.
Según Frazer, la humanidad ha recorrido tres periodos a lo largo de su devenir:
magia, religión y ciencia. En el primero, el hombre primitivo se hace con la reali-
dad por medio de determinadas técnicas. Sus conjuros y hechizos tratan de ejercer
18 Idem, p. 334.
20 Frazer considera, además, que esta práctica se encuentra en el mundo entero. Es popularmen-
te conocido el caso del “muñeco vudú”, combinación de los dos tipos de magia: de la imitativa, en
tanto que el muñeco creado es una réplica del sujeto, y de la contagiosa, en tanto que proceder sobre
uno es proceder sobre otro. Pero Frazer destaca que esta práctica no siempre se utiliza con fines malé-
ficos. Se utiliza también para curar enfermedades e incluso para facilitar partos o adoptar niños.
21 Frazer, J. G., Magia y religión, p. 24.
22 Ídem, p. 96.
tras del telón visible de la naturaleza. Es evidente que la concepción de agentes perso-
nales es más compleja que un sencillo reconocimiento de la semejanza o contigüidad de
ideas; una teoría que presupone que el curso de la naturaleza lo determinan agentes
conscientes es más abstrusa y profunda y requiere para su comprensión un grado más
alto de inteligencia y reflexión que la apreciación de que las cosas se suceden unas tras
otras tan sólo por razón de su contigüidad o semejanza23.
una especie de artimaña o “treta malévola” perpetrada por las clases altas de las
sociedades arcaicas. Frazer escribe, por ejemplo, que en Tesalia y en Beocia “reina-
ba de antiguo una dinastía en la que los reyes, por el bien del país, debían ser sacri-
ficados al dios llamado Zeus Lafistianos, pero que ellos idearon desviar la respon-
sabilidad fatal a sus hijos, de los que el mayor era generalmente el predestinado al
altar”. Un poco antes nos dice: “Cuando un primer rey consiguió rescatar su vida
logrando que se aceptara la de otro en lugar de la suya, tuvo que demostrar que la
muerte de otro serviría para el objeto tan bien como podría servir la suya”28. Para
Frazer, esta búsqueda de chivos expiatorios resulta de una invención consciente, de
una trampa que realizan a sabiendas los reyes y los hombres poderosos, entre ellos
la casta sacerdotal. Así el sacrificio se va plagando de terribles sustituciones, de
“pantomimas” que desvían la violencia a un número creciente de sustitutos.
Por último, el fenómeno de la expiación, esto es, la posibilidad de transferir una
culpa o responsabilidad a otros seres inocentes, es resultado de un erróneo proceso
mental, una confusión de lo material y lo inmaterial, de lo físico y lo mental. Frazer
nos dice que, al igual que se puede transferir un peso, un fardo, de una espalda a
otra, del mismo modo, según el primitivo, se transfiere un peso psíquico o afectivo.
Por tanto, y en paralelo con Tylor, la explicación del sacrificio radica en un lamen-
table error, una funesta asociación de ideas, de consecuencias desastrosas.
La noción de que podemos transferir nuestras culpas y dolores a otros seres que los
soportarán por nosotros es familiar a la mente del salvaje. Se origina en una confusión
obvia entre lo físico y lo mental, entre lo material y lo inmaterial; por ser posible tras-
ladar una carga de leña o piedras, o lo que sea, de nuestros hombros a los hombros aje-
nos, el salvaje cree igualmente posible transferir la carga de sus penas y tristezas a otro
para que la sufra en su lugar. Con esta idea actúa y el resultado es un número infinito
de tretas malévolas para endosar a otro cualquiera la pesadumbre de la que un hombre
quiere sustraerse. En pocas palabras, la idea de delegar el padecimiento es corriente-
mente entendida y practicada por las razas situadas en un nivel inferior de cultura inte-
lectual y social29.
Por lo que hemos visto hasta el momento, encontramos bastantes rasgos comu-
nes en las antropologías de Tylor y Frazer. Aun cuando disientan en algunas cues-
28 La rama dorada, pp. 339-342. La cursiva es nuestra, y pone de manifiesto la importancia del
elemento manipulador consciente en su teoría de la religión, elemento no compartido por autores pos-
teriores como Girard.
29 Idem, p. 608. Véase una formulación similar en Le bouc émissaire: étude comparée d´histoire
des religions, p. VII.
tiones fundamentales, impera en ambos una misma manera de ver el asunto. Este
epígrafe tiene como objetivo dar constancia de algunas de tales recurrencias.
a) De entrada, ambos autores entienden que la cultura primitiva y arcaica incu-
rre en absurdos y errores. Sus creencias son fruto de un falso razonamiento analó-
gico, en el cual los conceptos de causa y efecto permanecen confundidos e inverti-
dos. Desde estas equívocas operaciones cognoscitivas, se despliegan todas las idio-
sincrasias de las culturas simples, toda la variedad socio-cultural que el investiga-
dor puede acaparar. Tylor concluye lapidariamente: “Los absurdos en que coinciden
ampliamente las razas inferiores pueden, más bien, tener su origen en auténticos
errores”30. Frazer, por su parte, abundó en epítetos similares, coincidiendo en la
“rústica inteligencia del salvaje”, en su “mente rudimentaria” y “errónea ingenui-
dad”, en la “ilusión infantil” en la que consisten sus pensamientos y acciones31.
b) Tanto Tylor como Frazer estudian al hombre primitivo desde el punto de vista
de la psicología individual, dando la primacía explicativa a las operaciones de la
mente del salvaje y a sus descubrimientos cognoscitivos, reales aunque falaces. En
Tylor, como vimos, el hombre primitivo “se da cuenta” de la concepción del alma,
originando el animismo. En Frazer, el hombre primitivo “se da cuenta” de la inuti-
lidad de su magia, comenzando a venerar y personalizar a la naturaleza. En ambos,
como buenos evolucionistas, son los individuos más aptos los que llegan a tal cono-
cimiento, extendiéndolo posteriormente. Este aspecto de su pensamiento catapultó
un sinfín de críticas de la antropología inmediatamente posterior, que consideraba
demasiado mentalista el enfoque adoptado por los antropólogos angloparlantes. No
sólo en lo referente a la frecuente reducción al ámbito individual de sus investiga-
ciones, sino también en el hecho de considerar al hombre primitivo como una espe-
cie de “filósofo frustrado”, un ser condenado a preguntarse por ideas acerca del
mundo, la muerte, etc., obteniendo invariablemente respuestas estúpidas, aunque
coherentes en su estupidez.
c) Sumado a esto, también comprobamos una mirada al hombre primitivo como
un ser temeroso ante todo lo que le rodea. En Tylor, enfocado en los sueños del sal-
vaje, en los que se le aparecen difuntos y extrañas visiones. En Frazer, enfocado en
el terror ante la naturaleza ingobernable. En los dos casos, la realidad circundante
puede parecerle al salvaje un lugar peligroso y amenazador. Plagada de espíritus a
menudo maléficos, de inclemencias naturales, de vecinos sospechosos, lo real pro-
duce terror32.
30 Tylor, E. B., Cultura primitiva II, p. 423.
31 Frazer, J. G., Magia y religión, pp. 23, 24, 43, 95. De la magia dirá: “es un sistema espurio de
leyes naturales, una errónea guía de conducta, una falsa ciencia y un arte abortado”. Adviértase, no
obstante, lo que afirmamos en la nota 5: la coherencia última de estas operaciones para aquellos que
las practican.
32 Estas ideas tendrán, del mismo modo, gran repercusión en autores posteriores como Lucien
Lévi-Bruhl o Jean Cazeneuve. Véase La mentalidad primitiva y Sociología del rito, respectivamente.
Esta nueva manera de contemplar el asunto suponía reconocer algo obviado por
los antropólogos intelectualistas. Afirmar la consistencia de las conductas rituales,
de la formación y establecimiento de sus instituciones, tenía por fuerza que llevar a
la comprensión de que la religión no podía ser producto de un error. Debía haber
sido fruto, en cambio, de una necesidad coherente. Dicho de otra manera, debía
poseer una función específica en las sociedades. De otro modo, ¿para qué existirí-
an las religiones? Tylor y Frazer sólo se habían acercado a este problema de modo
tangencial, no involucrándose plenamente.
Ya Fustel de Coulanges, en su obra La ciudad antigua, había investigado la fun-
ción de lo religioso en las sociedades arcaicas, concluyendo que ésta no podía ser
otra que la cohesión y la integración sociales. La religión trata de mantener unido
al pueblo, domesticando sus impulsos y dotando de orden y estabilidad pacífica a la
comunidad. Por su parte, W. R. Smith, en su clásica obra Lectures on the religion of
the semites, había llegado, por otros caminos, a similares conclusiones. Partiendo
del estudio de la religión semita y árabe, afirmó la función identificadora del sacri-
ficio ritual. Esto suponía subrayar la centralidad del rito en la religión primitiva,
además de considerar el sacrificio como elemento fundamental de la misma34.
Para Smith, el significado de la religión no es otro que social, esto es, persigue
el mantenimiento de la identidad, continuidad y cohesión del grupo. Durkheim lle-
garía a escribir unas conocidas palabras acerca de él que reflejan fielmente el con-
tenido y originalidad de su obra:
Es sabida la revolución que los trabajos de Robertson Smith han introducido en la teo-
ría tradicional del sacrificio. Hasta él, no se veía en el sacrificio más que una especie de
tributo u homenaje, obligatorio o gracioso, análogo al que los hombres deben rendir a
sus príncipes. Robertson Smith fue el primero en destacar que esta explicación clásica
no tenía en cuenta dos características esenciales del rito. En primer lugar, el rito consti-
tuye una comida; son los alimentos lo que constituye su materia prima. Además se trata
34 Idem, p. 27: “The origin and meaning of sacrifice constitute the central problem of ancient reli-
gion”.
de una comida en la que los fieles que la ofrecen toman parte al mismo tiempo que el
dios al que se ofrece. Ciertas partes de la víctima quedan reservadas a la divinidad; otras
quedan atribuidas a los que realizan el sacrificio, que las consumen (...) Ahora bien, un
gran número de sociedades cree que las comidas realizadas en comunidad crean entre
los asistentes un vínculo artificial de parentesco. En efecto, parientes son aquellos seres
que tienen naturalmente la misma sangre y la misma carne.
Pero la alimentación recrea sin cesar la sustancia del organismo. Así, pues, una común
alimentación puede producir los mismos efectos que un origen común. Según Smith, el
objeto de los banquetes de sacrificio consistiría en hacer comulgar al fiel y su dios en
una misma carne con la finalidad de establecer entre ellos vínculos de parentesco. Desde
este punto de vista, el sacrificio aparecía bajo una luz completamente nueva. Su elemen-
to constituyente esencial no era ya, como se había creído durante tanto tiempo, el acto
de renuncia que la palabra sacrificio expresa comúnmente, sino, ante todo, un acto de
comunión alimenticia35.
Conclusión
Bibliografía