Una niña a la que le doblaba la edad y se dejaba coger por el trasero Y le dolía y le gustaba que me gustara su dolor Lo único que valdría la pena extrañar Si extrañar y recordar nos está permitido en la muerte Son los momentos de languidez y distracción En que fuimos nada y éramos sin embargo el centro de un cine De maravillas y horrores del que pudimos salvarnos, pero estábamos cansados Tan cansados…
Sí, cuando ya no esté
Echaré de menos el cine, sin este mundo Los thrillers de terroristas con aviones secuestrados que estallan al atardecer de un domingo por el cielo de una ciudad de mormones Pero sobre todo las de ladrones geniales Películas en las que robar y matar es un arte y lo malo es bueno y lo bello es bello al final
Echaré de menos este pitillo de hierba olorosa y alucinante
Que fumábamos después de singar
Un mattress en el piso de sábanas y colchas deshechas
Abrazados a un vaso de whisky Delante una tele con niños CNNenses elevando las escudillas de un arroz Que no alcanzaba para los niños de los otros canales
Comiendo del mismo huevo y bebiendo del mismo café
Eramos como dos hermanitas polacas lejos de Cracovia
Y era entonces y siempre como somos a veces…
II.
Gracias por haberme elegido a mí entre hombres por miles
Que pagarían por estar contigo Gracias por no cobrarme por ese toto que vale una Venecia Y que hiede precisamente a las aguas podridas de esa ciudad de amores aburridos Gracias por ser tan puta y tan buena conmigo Gracias por permitirme a mí, tu trapo de rey El honor de meterte la lengua en el culo… III.
El místico que se esposa con su cristo al hierro de una cama
El policía que se acuesta con criminales El amo que acaricia a su esclavo El psiquiatra que al séptimo día se acuesta con un loco El maestro que se tira a una niña de doce sin cumplir El pastor que se lo teme a sus ovejas La trabajadora social blanca que se acuesta con negros La vida en sí misma con sus imágenes y su materia Así me siento y te presiento Mi criminal, mi esclavo, mi loco, mi niña, mi oveja, mi negro Mi divino esposo
IV.
Ni en las veras ni en los lejos, ni en los antes ni en los después
Ya nunca serás la de mi pregunta Ya nunca seré el de tu respuesta
La ciudad arde como un libro
Y en cada paso de cuesta coinciden desesperación y sabiduría
Qué fue de la pizca de aquel viento que en los dobleces del otoño Aclaraba entre las ramas y las hojas el cielo de una nube
En ocasiones nos contábamos historias de vivir un día
Al lado de un zoológico y un jardín de animales con agua De compartir turnándonos la misma silla de ruedas Del brazo y de la mano ante las inocentes ringlas de jaulas
Si tuviera que concebir los apéndices de mis miedos
Ese espejismo en el que el amor y la muerte equivocan sus gestos
Las paredes son almas que en sus confines parecen
Tener el claror de que una vez sus puertas fueron ventanas