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Es sabido que por decisión del Ejecutivo Nacional fue suspendida la transmisión de las
novelas colombianas “El Capo” y “Rosario Tijeras”, lo que incrementó la publicidad de las
mismas, así como la venta ilegal de los respectivos “cd quemados”, ante la gran curiosidad
que generó esta medida. De esta forma prácticamente todo el país conoció ambas historias
y su desenlace en tiempo récord, pues muchos sacrificaron un fin de semana completo por
ver todos los capítulos y saber qué pasaba al final.
Según el comunicado de prensa un grupo de activistas planteó que “si hay tanto material
para hacer novelas con elementos de nuestra venezolanidad, por qué tenemos que importar
ahora el narcotráfico, el sicariato, el consumo de drogas, la trata de personas, la prostitución
y el lenguaje soez para entretener”.
Por su parte, Eritza Liendo, comunicadora y profesora universitaria, sugiere que las
regulaciones de la Ley Resorte resultan positivas en aspectos como las estratificaciones por
horario: "Lo que se escape de ahí es responsabilidad de los consumidores, de los adultos y
adolescentes de la casa. Es la familia la que está llamada a poner esos límites. ¿Por qué
socavar el derecho de los individuos a ver lo que les da la gana? Si en efecto creen que la
telenovela tiene tanta penetración, por qué no ha sido utilizada para educar, para imponer
un modelo de mejor sociedad, de convivencia".
El tema incita a la reflexión educativa: el espectador como ente pasivo ante la televisión
como promotora de conductas y como modelo de lo socialmente exitoso. Algo trillado, con
bandos a favor y en contra y que muy bien sirve para evadir lo verdaderamente importante:
la responsabilidad de las familias, concretamente de los padres de familia, en tratar estos
temas de manera honesta, espontánea y asertiva para acompañar a sus hijos en el proceso de
descubrimiento y comprensión del mundo que los rodea.
En particular el caso de “El Capo”, presenta una historia inspirada en la vida de Pablo
Escobar Gaviria, criminal colombiano muerto en 1993, quien fue miembro del Congreso y
generoso filántropo, además de líder del Cártel de Medellín y una de las personas más ricas
del mundo, debido a las ganancias obtenidas por el narcotráfico. Pero, en el caso de la serie
que nos ocupa, no sólo se presenta el lado malo de “El Capo”, sino que se destaca que
como todo ser humano, también existe un lado bueno, o al menos “no tan malo”.
Es allí donde la adecuada participación, discusión, reflexión, explicación y apoyo familiar
resultan fundamentales para la correcta comprensión por parte de los niños, niñas y
adolescentes del contexto sociopolítico en el que están inmersos, pues aunque se quiera
tapar el sol con un dedo, la realidad los asalta al colocar los pies fuera de la protección del
hogar ( y muchas veces aún dentro de éste).
Es interesante ver como estas series, igual que toda la gran cantidad de novelas
colombianas que hemos comprado y consumido en los últimos tiempos, dan cuenta de los
valores de la sociedad colombiana, como por ejemplo, el hecho de que en “El Capo” ese
bajo mundo delincuencial no aparece vinculado a la brujería, santería o ningún tipo de
fuerza que no sea la permanente presencia e invocación a Dios e incluso la redención que
sólo él otorga.
También resulta importante el planteamiento de que el amor toca y trastoca a todas las
criaturas del universo: desde la inocente enfermera Luzdary, hasta el mismo Capo y sus
guardaespaldas Perrys, Chemo y Tato. El amor verdadero sigue siendo el sentimiento rey,
ante el cual se rinden humildes y poderosos. El único capaz de producir milagros.