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SOBRE “EL CAPO” Y OTROS DOLORES

María Eugenia Calzadilla Muñoz

Es sabido que por decisión del Ejecutivo Nacional fue suspendida la transmisión de las
novelas colombianas “El Capo” y “Rosario Tijeras”, lo que incrementó la publicidad de las
mismas, así como la venta ilegal de los respectivos “cd quemados”, ante la gran curiosidad
que generó esta medida. De esta forma prácticamente todo el país conoció ambas historias
y su desenlace en tiempo récord, pues muchos sacrificaron un fin de semana completo por
ver todos los capítulos y saber qué pasaba al final.

Según el comunicado de prensa un grupo de activistas planteó que “si hay tanto material
para hacer novelas con elementos de nuestra venezolanidad, por qué tenemos que importar
ahora el narcotráfico, el sicariato, el consumo de drogas, la trata de personas, la prostitución
y el lenguaje soez para entretener”.

Por su parte, Eritza Liendo, comunicadora y profesora universitaria, sugiere que las
regulaciones de la Ley Resorte resultan positivas en aspectos como las estratificaciones por
horario: "Lo que se escape de ahí es responsabilidad de los consumidores, de los adultos y
adolescentes de la casa. Es la familia la que está llamada a poner esos límites. ¿Por qué
socavar el derecho de los individuos a ver lo que les da la gana? Si en efecto creen que la
telenovela tiene tanta penetración, por qué no ha sido utilizada para educar, para imponer
un modelo de mejor sociedad, de convivencia".

El tema incita a la reflexión educativa: el espectador como ente pasivo ante la televisión
como promotora de conductas y como modelo de lo socialmente exitoso. Algo trillado, con
bandos a favor y en contra y que muy bien sirve para evadir lo verdaderamente importante:
la responsabilidad de las familias, concretamente de los padres de familia, en tratar estos
temas de manera honesta, espontánea y asertiva para acompañar a sus hijos en el proceso de
descubrimiento y comprensión del mundo que los rodea.

En particular el caso de “El Capo”, presenta una historia inspirada en la vida de Pablo
Escobar Gaviria, criminal colombiano muerto en 1993, quien fue miembro del Congreso y
generoso filántropo, además de líder del Cártel de Medellín y una de las personas más ricas
del mundo, debido a las ganancias obtenidas por el narcotráfico. Pero, en el caso de la serie
que nos ocupa, no sólo se presenta el lado malo de “El Capo”, sino que se destaca que
como todo ser humano, también existe un lado bueno, o al menos “no tan malo”.
Es allí donde la adecuada participación, discusión, reflexión, explicación y apoyo familiar
resultan fundamentales para la correcta comprensión por parte de los niños, niñas y
adolescentes del contexto sociopolítico en el que están inmersos, pues aunque se quiera
tapar el sol con un dedo, la realidad los asalta al colocar los pies fuera de la protección del
hogar ( y muchas veces aún dentro de éste).

La educación no es sólo asunto de la escuela, ni ésta es solamente el sitio donde se deja a


los hijos todo el día mientras trabajamos; la educación es un proceso integral que se inicia
desde antes de la concepción y se desarrolla a lo largo de la existencia, donde los padres
tenemos que participar con el mayor interés y amor del mundo, aunque muchos aún no lo
sepan, no lo entiendan o no lo deseen. Su sello será el que determine el destino de lo que la
escuela intente hacer: todo comienza en el hogar.

Es interesante ver como estas series, igual que toda la gran cantidad de novelas
colombianas que hemos comprado y consumido en los últimos tiempos, dan cuenta de los
valores de la sociedad colombiana, como por ejemplo, el hecho de que en “El Capo” ese
bajo mundo delincuencial no aparece vinculado a la brujería, santería o ningún tipo de
fuerza que no sea la permanente presencia e invocación a Dios e incluso la redención que
sólo él otorga.

También resulta importante el planteamiento de que el amor toca y trastoca a todas las
criaturas del universo: desde la inocente enfermera Luzdary, hasta el mismo Capo y sus
guardaespaldas Perrys, Chemo y Tato. El amor verdadero sigue siendo el sentimiento rey,
ante el cual se rinden humildes y poderosos. El único capaz de producir milagros.

Estos planteamientos y su asimilación desprevenida ciertamente pueden producir simpatía


en personas poco reflexivas o mal orientadas, pero la solución jamás puede ser la represión,
sino el apoyo a las familias para el ejercicio de su rol como educadores permanentes y el
fortalecimiento y consolidación del rol social del docente, para desarrollar en él las
competencias pedagógicas que le permitan comunicarse con sus estudiantes y ambos
actores: familia y hogar logren integrar acciones y esfuerzos para abordar llanamente éste y
otros temas que resultan vitales en la conformación de los valores y la personalidad de los
educandos.

Lamentablemente, esto no es lo que está en el centro de la preocupación en un país donde


los docentes completan su salario depauperado vendiendo pruebas y notas y donde los
padres están todo el día demasiado ocupados y estresados en la resolución del problema
económico, cediendo su rol orientador a los “amigos” de sus hijos, reales o virtuales: los
que frecuentan en la escuela, los que ven por Facebook, Messenger o Twiter y a los que,
como “El Capo”, admira en pantalla, mudo desde un sillón.

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