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Mondolfo Rodolfo - Pensamiento Antiguo 1 y 2
Mondolfo Rodolfo - Pensamiento Antiguo 1 y 2
EL PENSAMIENTO
ANTIGUO
CAPITULO I - PLATON............................................................................................................................................222
CAPÍTULO II - ARISTÓTELES...............................................................................................................................311
RODOLFO MONDOLFO.
Universidad Nacional de Córdoba, invierno de 1942.
[El Sol, Atón Ra, es el espíritu que sube sobre las aguas, y da
lugar así a la primera tríada cósmica, de la cual se deriva
después toda la enéada divina de los elementos y de las
potencias cósmicas],
Hay algunos que creen que, también los más antiguos, que vivieron
mucho tiempo antes que la generación presente, los primeros en
tratar de los dioses, han pensado de la misma manera (que Tales)
respecto a la naturaleza, ya que hicieron de Océano y Tetis los pro-
genitores de la generación, y el agua, llamada por los poetas
Estigia, la presentaron como juramento de los dioses: ahora bien, lo
más venerable es lo que es más viejo, y la cosa más venerable de
todas, es el juramento. (ARIST., Metaf., I, 3, 983b).
"Me parece que cada uno de ellos (los filósofos que quieren
definir cuáles y cuántas son las cosas) nos relata una especie de
mito, como si fuésemos niños: uno, que los seres son tres, y que
algunas veces, se combaten entre sí, y otras, habiendo
entablado amistad, nos hacen asistir a sus bodas, nacimientos y
educación de la prole. Otro, diciendo que son dos (húmedo y
seco o calor y frío), los une y los desposa. La estirpe de los
eleatas, entre nosotros, que comienza desde Jenófanes, o quizá
antes, nos relata sus mitos, como si lo que se llama "todas las
cofas", fuese una sola cosa. Ciertas musas jónicas (Heráclito)
después, y algunas sicilianas posteriores a ellas (Empédocles),
concuerdan en pensar que ofrece mayor seguridad entrelazar
distintos mitos entre si, y decir que ¿ser es múltiple y uno, y que
es mantenido unido por el odio y el amor" (Sofista, 242c).
"Hay algunos que creen que, también los más antiguos, que
vivieron mucho tiempo antes de la generación presente, los
primeros en tratar sobre los dioses, han pensado de la misma
manera (que Tales) respecto a la naturaleza, ya que hicieron de
Océano y Tetis los progenitores de la generación, y hacían jurar
a los dioses por el agua, llamada por sus poetas "Estigia",
considerándola la cosa más venerable, o sea más antigua de
todas". (Metafísica, I, 983, b).
Nadie puede huir de los males enviados por los Dioses ( ESQUILO, Los
siete sobre Tebas).
[El concepto de que los males derivan de culpas de las que son
responsables los hombres, domina después en HESÍODO, Las obras
y los días, todo el relato de la culpa de Prometeo (robo del fuego
divino) y el del envío de Pandora con la copa llena de todos los
males, y toda la historia de las cinco edades, que señalan una
decadencia progresiva desde la edad de oro, como consecuencia
de culpas crecientes. De tanto en tanto, el concepto de la
culpabilidad del hombre se insinúa como tendiendo a ser acogido
también en ESQUILO, por quien, sin embargo, ya han sido citadas
las afirmaciones de la fatalidad ineluctable al hombre. Otras
veces, en cambio, para él, es la culpa humana la que engendra
la culpa ulterior: "La acción impía (de los padres) engendra otras
semejantes en las generaciones siguientes de su raza"
(Agamenón, 759 y ss.). Y también, dada esta producción de
culpa por culpa, el hombre tiene la posibilidad de resistir con su
voluntad y, por medio de estas inhibiciones, puede salvarse del
hado que le incumbe: "Desecha el principio del funesto impulso. .
. Porque el demonio, cambiando por el cambio del querer que
sucede con el tiempo, pudiera quizá tornarse en viento más
plácido" (Los siete sobre Tebas, 687, 705, y ss.)].
Ferécides de Siros, fue el primero que afirmó que las almas de los
hombres son eternas (CICERÓN, Tuscul., I, 16, 38).
[Entre el fin del siglo VII y los comienzos del VI a. de C., el pro-
blema cosmológico es el primero en destacarse netamente como
objeto de investigación sistemática distinta, del indistinto
complejo de problemas que ya ocupaban la mente de los
griegos, aún antes del surgimiento de una reflexión filosófica
verdadera y propia. Este desarrollo sistemático es el resultado de
varios factores: la asimilación de conocimientos científicos
(especialmente astronómicos y matemáticos) provenientes de
las civilizaciones orientales (y muy particularmente, de
Mesopotamia y Egipto); la acentuación del interés por la
observación de la naturaleza, como consecuencia del desarrollo
de la navegación y de la colonización, de la agricultura y de la
técnica; la mayor facilidad para observar el mundo exterior y
para aprehender las grandes líneas de los fenómenos mayores y
de sus Vicisitudes regulares y constantes. De todo ello se deriva,
en los comienzos de la filosofía griega, el predominio del
problema de la naturaleza: es decir, del principio primordial
generador de todas las cosas, del proceso de formación y del
orden del cosmos, del ciclo de generaciones y disoluciones de la
realidad universal. Pero los conceptos directivos y sistemáticos
de las primeras concepciones naturalistas, habiendo sido
tomados del mundo humano y social, demuestran, con plena
evidencia, que el problema de la naturaleza está asociado a los
relativos a la vida y a las creaciones del hombre y de la
sociedad. Ya notaba PLATÓN (Sofista, 242 c), que también los
filósofos naturalistas relatan una especie de mitos, hablando de
guerras, bodas y generaciones entre los elementos, y ARISTÓTELES
(Metafísica, 982 y 984), acercaba el mitólogo al filósofo, y
Hesíodo a Parménides, porque en el origen del Cosmos, colocan
igualmente a Eros. . . Pero, más importante aún, es el hecho de
que el concepto mismo de Cosmos deriva del mundo humano
(orden de la danza, del adorno personal, del ejército y del Es-
tado), y también de él proviene el concepto de ley, sin el cual no
se habría constituido la idea de la naturaleza como totalidad
orgánica.
I TALES DE MILETO.
También ARISTÓTELES (De coelo, III, 5): "más liviano que el agua más
denso que el aire, que dice que, siendo infinito, circunda todos
los cielos". Y en la Física, III, 5: "hay algunos que lo hacen
infinito, pero no aire o agua, para evitar que las otras cosas sean
destruidas por su infinitud: ya que tienen una oposición reciproca
(por ejemplo, el aire es frío, el agua húmeda, el fuego caliente), y
si una de ellas fuera infinita, sin más ni más las otras serían
anuladas; ahora bien, ellos dicen que aquello de lo cual derivan
estas cosas, es algo diverso".
[Créese que todo este pasaje sea una referencia textual de las
palabras de ANAXIMANDRO. La injusticia reciproca de los seres, por la
cual deben pagar la pena con la disolución, consiste ya sea en su
generación misma, que es un desprendimiento del seno del ser
infinito por medio de separación de opuestos (caliente, frío; seco,
húmedo; etc.), sea en la lucha sucesiva a esta escisión de los
contrarios, en la cual cada uno trata de superar al otro. A la
injusticia debe seguirle la expiación según el concepto de ley
moral y jurídica, que Solón ya aplicaba a la sociedad humana,
con el tiempo como juez inflexible, que castiga a los culpables en
su persona o en la de sus descendientes. Se tiene así una
concepción de legalidad universal, que constituye la metafísica
de Anaximandro: la noción de comunidad jurídica, extraída de la
experiencia social humana y proyectada en el cosmos, hace
inmanente a este, una ley y un orden.
El mundo de lo humano, de la cultura, da los conceptos
fundamentales para la interpretación del mundo de la
naturaleza; y lo divino, principio primordial, resulta no solamente
principio material y fuerza generadora de todas las cosas, sino
también razón ordenadora y reguladora del cosmos. Los
problemas de la sustancia, de la causa, del fin y del orden, cuyo
surgimiento lo presenta Aristóteles como progresión de tres
fases sucesivas (cfr. Metafísica, I, 3-4, ya citada), Μ hallan, en
cambio, englobados todos juntos desde las primeras
concepciones del naturalismo jónico].
Los que buscan oro, cavan mucho y encuentran poco (22). Quizá
nunca logres hallar los límites del alma, cualquiera sea el camino
que recorras: tan profunda es su razón (frag. 45).
Cfr. para el tiempo: "los unos dicen ser (el tiempo) el movimiento
del cielo, los otros, la esfera misma" (ARISTÓTELES, Fis., IV, 10, 218).
También AECIO, I, 21, escribe: Pitágoras dice que el tiempo es la
esfera del continente. Y así, igualmente, para el alma: "por ello
muchos de los sabios dicen unos, que el alma es una armonía;
otros, que tiene una armonía" (ARISTÓTELES, Pol., VIH, 5, 1340).
Parece además, que ellos consideran que los elementos del número
son el par y el impar, y de ellos, el uno finito y el otro infinito, y la
unidad compuesta por ambos (ya que también es par e impar), y
que consideran que el número consta de unidad, y todo el universo
de números. . . Lo que les es propio, es lo siguiente: que creyeron
que el finito, el infinito y el uno no eran otras sustancias, como el
fuego o la tierra u otra cosa semejante, sino que consideraron al
mismo infinito y al mismo uno como sustancia de las cosas de las
cuales son predicados, por eso también creyeron que el número era
sustancia de todas las cosas (ARISTÓTELES, Metafísica, I, 5, 986-87).
[Por qué motivo lo uno es participe del par (infinito) y del impar
(finito), nos lo refiere TEÓN de Esmirna (A, V): "Aristóteles, en su
obra sobre los pitagóricos, dice que lo uno participa de las dos
naturalezas. En efecto, agregado a un número par, engendra uno
impar; agregado a uno impar, engendra uno par, lo que no
podría hacer si no participara de las dos naturalezas. Por eso la
unidad es llamada par-impar" (frag. 199, de ARIST.).
PLUTARCOlo explica mejor (en STOBEO, I, 22, 19): "Y de las cosas divi-
didas en dos partes iguales, del impar queda una unidad en el
centro; del par queda un espacio vacío, sin patrón y sin número,
como defectuoso e incompleto". Esta explicación se halla
confirmada por otro pasaje de PLUTARCO y do NICÓMACO. Para
entenderla, debe pensarse en el uso pitagórico de representar
los números geométricamente, por medio de piedrecillas o
puntos. Disponiendo los puntos por parejas : : : , se percibe que
en los números pares, una recta divisoria no encuentra un limite
que la detenga
. . .
. . .
le opone un límite].
Según dicen también los pitagóricos, el todo y todas las cosas están
determinados en tres dimensiones; pues el fin, el medio y el
principio tienen el número del todo, y éstos el número de la trinidad
(ARISTÓTELES, De coelo, I, 1, 268).
Porque todas las cosas las reducían a los números desde la unidad
y la díada, y llamaban números a todos los seres, y el número se
completa en el diez, y el diez es la suma de los primeros cuatro,
contados continuadamente; por ello, también, llamaban a todo el
número tetractis (número cuaternario) (Pithag. Vita ap. Phot. bibl.
cod., 249, p. 439).
Otros de estos mismos, dicen que los principios de las cosas son
diez, dispuestos en series (de parejas de contrarios): finito-infinito,
impar-par, unidad-multiplicidad, diestra-siniestra, macho-hembra,
en reposo-en movimiento, recta-curva, luz-tiniebla, bien-mal,
cuadrado-oblongo. Parece que también Alcmeón de Crotona, ha
pensado de la misma manera, sea que él haya tomado de ellos la
teoría, sea que ellos la hayan tomado de él, porque cuando
Pitágoras era ya de edad avanzada Alcmeón se hallaba en plena
juventud y sostuvo doctrinas similares a las de aquellos. Dice,
efectivamente, que la mayor parte de las cosas humanas, se hallan
dispuestas en parejas de opuestos, pero sin exponer, como
aquellos, tales oposiciones en un orden determinado, sino al azar,
como blanco-negro, dulce-amargo, bueno-malo, grande-pequeño. Él
las amontonó confusamente con las otras; los pitagóricos, en
cambio, determinaron el número y el catálogo de las oposiciones.
Entonces, podemos aprender de ambos que el principio de los seres
son los contrarios; pero, sólo de una parte (es decir de los
pitagóricos), el número y el nombre de ellos (contrarios) (ARISTÓTELES,
Metafísica, I, 5, 986).
[La diferencia entre las dos teorías, del ser y del tener una
armonía, se relaciona probablemente al problema de la
supervivencia del alma. Crf. PLATÓN, Fedón, 85-86, donde SIMIAS,
discípulo de FILOLAO, observa que, como si se dijese que, rota la
lira o bien cortadas y despedazadas sus cuerdas, la armonía
subsiste todavía, así sucedería con el alma, armonía del cuerpo:
"estando nuestro cuerpo formado de calor y frío y mantenido por
la sequedad y la humedad y cosas semejantes, nuestra alma es
una especie de mezcla y armonía de estas cosas, cuando se
hallan unidas entre sí, convenientemente, y en las medidas
exigidas. Si nuestra alma es una armonía, es evidente que
cuando nuestro cuerpo se halla muy laxo o tenso por las
enfermedades u otros males cualesquiera, el alma debe morir
inmediatamente". Esta critica, puesta en labios de un pitagórico,
tiende a poner en guardia contra las groseras interpretaciones
del alma armonía, que conducirían a la negación de la
inmortalidad del alma, la cual, al contrario, se halla entre los
puntos fundamentales de la doctrina órfico-pitagórica.
[La nueva vía, que abre el camino a los eleatas, está, pues, en
haber negado el ciclo de la génesis y de la disolución del mundo
y el movimiento universal de rotación afirmado por los jónicos.
Pero en Jenófanes, esto se halla enlazado a su concepción
religiosa del cosmos],
Dice Jenófanes que quien asegura que los dioses tienen un naci-
miento, comete impiedad, lo mismo que quien afirma que mueren:
efectivamente, de ambas maneras sucede que en un cierto
momento los dioses no existan. (ARISTÓTELES, Retórica, II, 23, 1399).
Hay un solo Dios, el más grande entre los dioses y los hombres, que
no se asemeja a los hombres ni por el cuerpo ni por el pensamiento
(frag. 23).
Cfr. ARISTÓTELES (De coelo, II, 13, 294). "Algunos, en efecto, por esto
" (para explicar que la tierra es firme) dicen que la parte que se
halla debajo " de la tierra es infinita, y que en el infinito tiene sus
raíces, como Jenófanes de " Colofón, por no tener la pena de
investigar la causa. Por lo cual, Empédocles " les dirigió la
siguiente crítica: Si la profundidad de la tierra y el éter difuso "
son infinitos, como los dichos de la lengua se hallan vanamente
esparcidos por " muchas bocas, las cuales muy poco ven del
universo".
Jenófanes cree que existe una mezcla de la tierra con el agua, y que
con el tiempo, aquélla se libera de la humedad, diciendo que
existen pruebas de que en el medio de la tierra y en los montes se
encuentran conchas y en las latomías de Siracusa se encuentran
impresiones y huellas de peces y de focas y en Paros una impronta
de lasca en la profundidad de la piedra, así como en Malta capas de
restos marinos de todas las especies. Y todo esto acontece, según
su opinión, porque antiguamente todo se hallaba cubierto de fango
y en el fango se han conservado las impresiones y las huellas. Y
todos los hombres desaparecen cuando la tierra, abismada en el
mar, se convierte en fango; y después comienza nuevamente la
generación y este cambio se produce en todos los mundos. (HIPÓLITO,
Refutat., I, 14).
De las nubes inflamadas proviene el sol. (AECIO, II, 20, 3). De las
nubes inflamadas nacen los astros; extinguiéndose cada día,
vuelven a encenderse de noche como carbones; su salida y su
ocaso son abrasamientos y extinciones. (AECIO, II, 13, 14).
[La solución para ARISTÓTELES, es ésta: "es falso sostener que el que
precede no puede ser alcanzado, pues hasta que precede no es
alcanzado, pero, sin embargo, es alcanzado, si se concede que
se puede superar una distancia finita" ibid. Pero esto se hace
concebible, sólo abandonando la hipótesis de la infinita
divisibilidad, sobre la que se funda este primer par de
dificultades. El abandono de 1a infinita divisibilidad es
precisamente la premisa de la segunda pareja de aporías: que
intentan demostrar que desde el nuevo punto de partida (la
detención de la división en un átomo), se vuelve inevitablemente
al primero (la renovación del proceso de división ulterior)].
AAAA
B B B B ---------->
<-------- C C CC
I. EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO.
[En tal ciclo, la duración de cada serie cíclica (gran año), está
.indicada en tres veces diez mil años, en el frag. 115].
[En los fragmentos que nos han llegado, faltan las descripciones
del pleno triunfo de la Discordia y separación de los elementos
(miembros)].
Y ninguna cosa es igual a otra cosa, sino que aquello que abunda
más, más distintamente da y dio su característica a cada cosa (del
frag. 12). Estando cada cosa caracterizada de acuerdo a lo que en
ella predomina, en efecto, parece oro aquello en que predominan
las partículas de oro, si bien haya en él todas las cosas. (SIMPLICIO,
Física, 272).
[Así, también ARIST., (De gen. corr. loc. cit.): "No constituyen uno,
en cuanto se encuentran en contacto. Y engendran al
componerse y complicarse, pero, de aquello que en realidad es
uno, no se engendra la multiplicidad, ni la unidad de lo que en
realidad es múltiple; sino que esto es imposible". Esto sirve para
explicar lo que ARISTÓTELES dice en Física, III, 4, 203: "Todos los que
después consideran que los elementos son infinitos, como
Anaxágoras y Demócrito (el uno con la panspermia de las
homeomerías, el otro de las formas atómicas), dicen que lo
infinito es continuo por contacto".
Cfr. CICERÓN, Acad. pr., II, 23, 73: "Y este METRODORO de Chios, que
tuvo por él (Demócrito) la máxima admiración, al principio de su
libro intitulado De la naturaleza, escribe: "yo afirmo que nosotros
no sabemos si sabemos o ignoramos algo, y que ni aún sabemos
si sabemos o no sabemos esta cosa misma, ni, absolutamente, si
existe alguna cosa o no"].
GORGIAS DE LEONTIUM.
I. LA FILOSOFÍA Y EL CONOCIMIENTO
[Por medio del parangón con el ojo, PLATÓN tiende aquí hacia el
método indirecto de la autoobservación, que te encuentra más
claramente explicado en las Magna moralia, de escuela
aristotélica; "de la misma manera que cuando queremos ver
nuestro propio rostro, lo vemos mirando en un espejo, así
cuando queremos conocernos a nosotros mismos, nos podremos
conocer mirando en el amigo, porque el amigo es, por decirlo así,
un otro yo" (c., 15, 1213)].
Muy razonablemente, él buscaba las esencias (el qué cosa es), pues
trataba de razonar, y la esencia de las cosas es el principio de los
razonamientos (Metaf., XIII, 4, 1078).
V. EL BIEN.
Por consiguiente el vicio del alma es el más feo de todos, pues su-
pera a los otros no sólo por el dolor que produce, sino también por
un daño que excede toda magnitud, y por un mal horrendo, si
debemos atenernos a tu razonamiento (PLAT., Gorgias, 477).
Pues bien, ¿tú desearías más bien recibir injusticia que cometerla?
—Verdaderamente, no quisiera ni una cosa ni la otra; pero, si me
encontrara obligado (a elegir entre) cometer o recibir injusticia,
elegiría, más bien, el recibirla, que el cometerla (ibid., 469).
I. LA ESCUELA CIRENAICA.
[Cfr. SÉNECA, Ep. 89, 12; quien casi con las misma) palabras,
explica que]: "también ellos vuelven a introducir, por otra vía, lo
que querían alejar".
Dicen que las cosas dolorosas, cuyo fin es el dolor, son males, las
placenteras, bienes, cuyo fin es el no engañoso placer; las inter-
medias, ni bienes ni males, cuyo fin no es ni bueno ni malo, es de-
cir, una sensación intermedia entre placer y dolor. (SEXTO EMPÍRICO,
Adv. Math., VII, 199).
Creo haber oído decir a alguno, que no se puede dar razón de los
primeros elementos (por así decir) de los que estamos
compuestos nosotros y cada cosa. Cada uno puede ser
nombrado por sí, pero no u puede agregar nada más, ni como es
ni como no es, pues debía atribuírsele esencia y no esencia; en
cambio, nada debe agregar quien sólo quiere decir una cosa
dada por sí misma. Ya que no se puede agregar el atributo si
mismo, ni aquél, ni sólo, ni esto, ni otros semejantes en gran
número. Pues estos atributos, corriendo alrededor, se agregan a
todas las cosas, aunque siendo diversos de aquéllas a las que se
añaden, y sería necesario, en cambio, si algo pudiese expresarse
en sí mismo y tuviese una razón suya propia, que se lo
expresase sin todo el resto.
Los esclavos sirven a sus amos; los viles sirven a sus deseos (Dióg.
L., VI, 66).
(Óptimos) los que desprecian riqueza, fama, placer y vida, por estar
por encima de sus contrarios, miseria, ignominia, fatiga, muerte
(Dióg. en STOB., Flor., 86, 19).
El ideal y la acción del cínico. — ¡Oh, hombre de bien!, ¿de qué país
eres? —De todo país. —¿Qué quieres decir con ello?— Que soy
ciudadano del mundo. —¿De quién eres secuaz?— De Hércules. . .
Como Hércules, hago la guerra a los placeres, y., por mi propia
cuenta me he librado al oficio de purgar la vida humana. . . Yo soy
el libertador de los hombres, el médico de sus pasiones; en suma,
soy el profeta de la franqueza y de la verdad. —¡Oh! profeta!. . .
¿de qué modo me instruirás y me dirigirás?— Si te tomo como
discípulo, te despojo de la molicie, y te encierro u la pobreza y en
este manto. Te obligaré a fatigarte, a cansarte, dormir en tierra,
beber agua, nutrirte de cualquier alimento, tal como lo ofrezca la
ocasión. Si tienes riquezas y quieres escucharme, las arrojarás al
mar. No te preocuparás de tu esposa, de los hijos ni de la patria; no
serán ya nada para ti (Luciano, Viter. suctio, 7, 11).
I. EL CONOCIMIENTO.
Pero si para cada uno será verdadero aquello que él crea por vía de
la sensación, . . ¿por qué, amigo, Protágoras debía ser tan sabio
como para creerse en el derecho de oficiar de maestro de los
demás y nosotros más ignorantes y obligados a ir a su escuela,
puesto que cada uno es medida de su propio saber? (XVI, 161, c-
d). . . Y esto es lo más gracioso de todo: que por reconocer como
verdaderas las opiniones de todos, él debe admitir que es
verdadera la sentencia de los que opinan en contra de su sentencia,
y creen en consecuencia que él piensa falsamente. —En verdad, es
así. —Pero, entonces, ¿no llegará a admitir que es falsa su opinión
propia, si reconoce como verdadera la que cree que él piensa
falsamente? (XXII, 171, a-b).
Ahora bien, ¿no es acaso éste el modo más fácil y bello de condu-
cirlos hacia lo todavía desconocido? —¿Cómo? —Conduciéndolos
primero nuevamente a los casos en que han opinado rectamente de
estas mismas letras, y luego, colocando junto a ellos los casos que
todavía no conocen, para mostrarles, por medio de la comparación,
la semejanza e idéntica naturaleza de ambos complejos. Hasta que,
habiendo comparado lo que les era todavía desconocido con
aquello sobre que habían ya manifestado su recta opinión, les
resulte aclarado, y por esas aclaraciones, convertidas en modelos,
se obtenga que cada uno de los elementos sea denominado como
diverso de los otros si es distinto, y como idéntico, siempre consigo
mismo en la misma relación, si es idéntico. —Exactamente. —Por lo
tanto, hemos entendido suficientemente que la formación del
modelo (universal) se obtiene cuando lo que es idéntico en otra
cosa separada, opinado rectamente y confrontado en la una y en la
otra, venga a constituir una sola opinión verdadera para ambas.
(Polit., XX, 277-8).
12. El filósofo mira hacia lo alto: las almas pequeñas y las grandes.
— En realidad, sólo el cuerpo (del filósofo) habita entre los muros
de la ciudad, pero su mente, en poco, o mejor dicho, en nada
estima todas estas cosas y despreciándolas, pasa con rapidez,
como dice Píndaro, por todas partes, midiendo cuanto existe
encima y debajo de la tierra; estudiando los astros en el cielo,
escrutando toda y en todo, la naturaleza de los seres, a cada uno
en su universalidad, sin rebajarse a ninguna de las cosas vecinas
que lo rodean. —¿Cómo te explicas eso, Sócrates? —Se cuenta,
Teodoro, que también Tales, estudiando una vez los astros y
mirando hacia lo alto, cayó en un pozo, y una pequeña sierva de
Tracia, burlona y graciosa, se mofó de él, diciendo que por querer
mirar el cielo, no distinguía lo que le era próximo y se hallaba bajo
sus pies. Estas palabras pueden aplicarse a todos los que se
dedican a la filosofía. . . Pero, amigo mío, cuando el filósofo eleva
consigo a alguien para que huya y evite cuestiones como éstas:
"¿en qué te injurio o me injurias tú a mí?"—, para investigar, en
cambio, la justicia en sí y la injusticia en sí; qué es cada una de
ellas y en qué difieren de todo el resto y entre ellas. . ., cuando
sobre todos estos problemas tiene que explicar las razones el que
tiene alma pequeña y es caviloso y casuístico, he aquí que tiene
que pagar el tributo (de las burlas dirigidas al filósofo): siente el
vértigo de estar suspendido en las alturas, y mirando hacia abajo,
sorprendido y admirado, por la falta de hábito, inquieto, dudoso y
balbuceante suscita las risas, no de las siervas de Tracia o de
cualquier ignorante (pues éstos no tienen conciencia de ello), sino
de todos los que se han educado en forma contraria a los
esclavos. . . El filósofo. . . sin deshonor, puede parecer sencillo y
que no es útil cuando se empeña en menesteres serviles. . ; pero el
otro, capaz de realizar todas estas cosas con precisión y rapidez, no
sabe mantener el gesto del hombre libre. . . (Teet., XXIV-V, 173-5).
212
¿Y qué? ¿Si uno pudiese imitar la esencia de cada cosa singular, con
las letras y las silabas, no mostraría tal vez qué es cada cosa?
(XXXIV, 423).
7. Las ideas como modelos y causas finales del mundo de las cosas
y de su creación. — Todo aquello que se engendra, es necesario
que sea engendrado por alguna causa, sin la cual, no es posible que
ninguna cosa sea engendrada. Y cuando el artista de cualquier obra
que se quiera, mira con amor a aquello que es eternamente lo
mismo, y empleándolo como ejemplo, lleva al acto la idea y la
virtud de aquello, es necesario que haga algo bellísimo. . . Lo que
hay que considerar es a qué ejemplo haya contemplado el artífice
divino al hacer el mundo. Pero es evidente a todo hombre, que
contempló lo eterno (Timeo, V, 28; cfr. también Filebo, XIV, 26-27).
Existe, por una parte, lo que es siempre a causa de otro ser, y por
la otra, aquello por causa de lo cual se engendra, en cada caso, lo
que nace por causa de otro. . . Tomemos, entonces, estos otros dos
géneros. . . —¿Cuáles? —El uno, la generación de todas las cosas; el
otro, la esencia. . . Ahora bien ¿de cuál de estos dos, diremos que
es a los fines del otro? ¿La generación a los fines de la esencia, o la
esencia a los fines de la generación?. . . Yo digo que a los fines de la
generación se preparan ciertamente para todos las medicinas y
todos los medios y toda la materia; pero que cada particular
generación individual, se produce después a los fines de una
esencia particular, y la generación toda entera a los fines de la
esencia toda entera . . Ahora, aquello para cuyos fines se vendría a
engendrar siempre lo que se engendra para los fines de otra cosa,
está en el lado del bien, pero aquello que se engendra siempre para
los fines de otra cosa, debe estar colocado en otra parte (Filebo,
XXXIII, 53-54).
9. ¿Las ideas son creadas por Dios, o bien existen en si y por sí?
— ¿Estamos habituados a decir que los artífices. . . mirando la idea,
hacen unos los lechos y construyen los otros las mesas de las que
nos servimos y así para las demás cosas? Porque ninguno de los
artífices crea la idea misma. . . Pero. . . ¿cómo llamarás a este
otro artífice? —¿Cuál? —Aquel que hace todo lo que hace cada
uno de los obreros pero crea también todas las plantas que nacen
en la tierra y fabrica a todos los animales, a los demás y a sí mismo,
y además, la tierra, el ciclo, los dioses y todo lo que existe en el
cielo y en el Hades debajo de la tierra. . . Ahora el Dios. . .
queriendo ser verdaderamente creador de un lecho único
verdaderamente existente, pero no uno cualquiera, ni ser él un
fabricante cualquiera de lechos, creó este lecho de naturaleza
única. —Así parece, en verdad. —¿Quieres, entonces que lo
llamemos creador de esto o de algo similar? —Es justo, pues ha
hecho esta y todas las otras cosas en su naturaleza (Rep., X, 1-2,
596-7).
Esencia de cada uno (de los números) es aquella que está tomada
una sola vez, tal como del 6 no es el ser dos veces (el 3) o tres
veces (el 2), sino aquel que está tomado una sola vez; porque 6 es
una sola vez. 6 (Metaf., 1020 a).
Pues el alma que tiene sed, en cuanto tiene sed, no quiere sino
beber, y a esto aspira y esto desea. —Evidentemente. —Entonces,
si mientras tiene sed, algo la detiene y la disuade, ¿no habrá en ella
algo distinto de lo que tiene sed y la arrastra como animal a beber?
¿Pues, hemos dicho, no podría uno mismo, con lo mismo de sí y
respecto al mismo objeto, hacer a un tiempo cosas contrarias? —
No, ciertamente . —¿Qué diremos pues de éstos? ¿Quizá que en su
ánimo hay una fuerza que incita y otra que veda beber, diversa y
más fuerte que la otra estimulante? —Me parece bien, dijo. —Y la
fuerza que veda, ¿no entra, tal vez (cuando entra), por medio del
razonamiento, mientras que la que empuja y arrastra, entra por la
vía de los afectos y turbaciones? —En efecto, así parece. —No sin
razón pues (dije) estimaremos que son dos facultades, y distintas
entre ellas, llamando facultad racional a aquélla por la cual el alma
razona, y aquélla por la cual ama y sufre hambre y sed y se inflama
con otros deseos, irracional y apetitiva. . . He aquí, por lo tanto,
determinadas estas dos facultades inherentes a nosotros en el
alma; pero, ¿es quizá una tercera, aquella por la cual nos enfure-
cemos, la de la ira? ¿o con cuál de las dos tendría naturaleza
común? —Quizá (dijo) con la segunda, la apetitiva. —Pero, dije. . .
(439), ¿no sentimos, a menudo, cuando los deseos violentan a uno
contri la razón, que él se injuria a sí mismo y se enfurece con el
apetito que lo violenta interiormente, y, como entre dos partes en
lucha, la facultad pasional contrae alianza con la razón?. . . ¿Y qué?
Cuando uno tiene la convicción de sufrir una injusticia, ¿no se
acalora y se consume y toma el partido de lo que le parece justo,
aun sufriendo hambre y frío, etc., y persistiendo vence, y no
abandona la obra generosa antes de haberla cumplido o de
sucumbir, o ser apaciguado por ella, vuelto en sí por la razón, como
el perro por el pastor? —Justamente. . . —Pero observa también. . .
que de la facultad pasional nos parece lo contrario de antes.
Entonces, en efecto, la creíamos semejante a la apetitiva; ahora, en
cambio, decimos que resulta muy distinta, y, antes bien, que en el
tumulto del alma asocia más sus armas con la racional (440) . . . a
no ser que se halle viciada por mala educación. —Es menester que
ella sea reconocida como una tercera facultad (dijo). —Ciertamente,
dije yo, si resulta distinta de la racional, como resultó diversa de la
apetitiva. —Pero no es difícil que resulte, dijo, pues también se
puede observar en los niños, que apenas nacidos, están llenos de
furor, mientras parece que algunos nunca alcanzan la razón, y la
mayoría, muy tarde ya. —Sí, por Zeus (dije yo), tienes razón. Y
también en las bestias puede verse que es así. (Ibid., 441).
Por ello, las almas son siempre las mismas. — Si es así, observa que
las almas son siempre las mismas. Pues no pueden disminuir, no
destruyéndose alguna ni aumentar su número. Pues si algo inmortal
aumentase en número, debes saber que el aumento debía provenir
de lo mortal; y entonces, al final, todo seria inmortal (Rep., X, 11,
611).
V. EL BIEN Y LA VIRTUD.
La escala de los bienes. — Los bienes son de dos especies, los unos
humanos, los otros divinos; y de los divinos dependen los otros, y si
un Estado acoge en sí a los mayores, adquiere también los
menores; si no, permanece privado de ambos. Los menores son
primero la salud; segundo, la belleza; tercero, la fuerza cuarto, la
riqueza Primero y principal de los bienes divinos es el intelecto,
segundo, después del intelecto, el hábito moderado del alma; de
éstos, mezclados con la firmeza, nace la justicia, cuarto es la
firmeza. . De todos estos bienes, los humanos deben mirar a los
divinos, y los divinos al principal, que es el intelecto (Leyes, I, 6,
631).
¿No te parece, pues, que la dialéctica se eleve como cima sobre las
demás, y que no es justo colocar ninguna otra disciplina por encima
de ella, y que, antes bien, se obtiene con ella el término de todas
las ciencias? —Me parece bien (ibid., 14, 534).
Éste es, querido mío, el principio tan bello y temerario del que nace
la tiranía. . . Parece que el exceso de libertad no conduce sino a un
exceso de esclavitud, a los individuos y a los Estados. . . Los
cabecillas de las facciones, despojando a los poseedores de
riquezas, las distribuyen al pueblo, pero conservan mucho más para
ellos. . . Luego, pues, un cabecilla, que. . . envíe al exilio y condene
a muerte. . . , después de esto, es fatal que sea muerto por los
enemigos, o que se convierta en tirano y, de hombre, se transforme
en lobo. . . Todos los que han llegado a este extremo recurren al
famoso recurso tiránico de pedir al pueblo una guardia para salvar
al defensor del pueblo. . . Y entonces ese jefe se planta sobre el
carro del Estado, convirtiéndose de jefe en tirano. . . Y ante todo,
provoca siempre guerras para que el pueblo se halle siempre
necesitado de un jefe. . . Y, por eso mismo, ¿no tendrá siempre
necesidad de guardias tanto más numerosas y fieles, a medida que
por su conducta, vaya aumentando el odio de los ciudadanos hacia
él? (ibid., 15-18, 563-7).
Y a todos es evidente que no hay Estado más infeliz que aquel que
se halla bajo el peso de una tiranía. . . Si, pues, el hombre es
semejante al Estado. . . , también el alma sometida a tiranía. . . ,
siempre arrastrada por la fuerza del furor, será llena de tumulto, de
confusión y de arrepentimiento (Rep., IX, 4-5, 576-7).
total) una vez que han nacido, está en el poder morir lo más pronto
posible (Eudemo, fr. 6, Walzer = 44 Rose).
Porque todos eligen, sobre todo, las cosas de acuerdo a los propios
hábitos... es evidente que el hombre racional elegirá, por encima de
todas las cosas, el conocer racionalmente, pues éste es el acto de
su facultad. De manera que es evidente que, de acuerdo al juicio
más soberano, la razón cognoscitiva es el mejor de los bienes. Por
eso no se debe huir de la filosofía, si, como creemos, la filosofía es
adquisición y empleo de la sabiduría y la sabiduría se halla entre los
bienes máximos; y no se debe por amor a las riquezas, navegar
hacia las columnas de Hércules y exponerse a menudo a los
peligros y, en cambio, querer evitar fatigas y gastos para conocer
(Protrépt., fr. 5, Walzer = 52 Rose).
B. El sistema maduro.
I. CIENCIA Y FILOSOFÍA.
Pero las ciencias más perfectas son aquellas que conciernen más a
los principios. . . Pero más susceptible todavía de enseñanza, es la
ciencia que investiga las causas, pues enseña quién indica las
causas de cada cosa. Y quien escoge el aprender y el saber por sí
mismo, escogerá, sobre todo, la ciencia por excelencia, y tal es la
ciencia de lo conocible por excelencia, o sea, de los principios y las
causas, porque por su intermedio y por ellas, se aprenden las otras
cosas, pero no ellas por las cosas subordinadas. Y la ciencia que
hace conocer el fin de todo obrar —que es el bien en cada cosa y lo
óptimo universalmente en toda la naturaleza— es la ciencia de
principios por excelencia y que está por encima de toda otra
subordinada. (Metaf., I,2,982).
Y sólo por ignorancia creen algunos que también haya que de-
mostrar esto, pues es ignorancia no saber distinguir las cosas que
se deben demostrar y cuáles no. Ya que es absolutamente
imposible que haya demostración de todo, pues se llegaría hasta el
infinito, y por ello, no habría ya más demostración. (Metaf., IV, 4,
1005).
[Cfr. también Metaf., III, 2, 997. ¿De qué manera podrá haber
ciencia de ellos? Ya sabemos ahora qué es cada uno de ellos; por
eso se sirven de ellos también otras disciplinas como de
principios conocidos. Pero si pudiese haber de ellos una ciencia
demostrativa, sería necesario que tuviese un objeto especial, con
sus determinaciones y sus axiomas (pues no es posible que una
demostración lo sea de todas las cosas); en efecto, cada
demostración debe ser (derivada) de principios determinados y
moverse en torno a un objeto determinado y estar (compuesta)
de proposiciones determinadas: así que sucedería que todos los
objetos de las demostraciones constituirían un solo género, pues
todas las demostraciones se sirven de axiomas].
II. EL SER.
10. Las cuatro causas: forma, materia, causa eficiente o motora, fin.
— Es evidente, entonces, que necesitamos adquirir la ciencia de las
causas primeras (pues decimos que sabemos cada cosa, cuando
creemos conocer la causa primera); pero la palabra causa se usa en
cuatro sentidos, uno de los cuales es que consideramos como causa
la sustancia y la esencia [forma] (en efecto, el porqué se reduce por
último al concepto, y causa y principio son el porqué primero); otro,
la materia y el sustrato; un tercero, aquél de donde proviene el
principio del movimiento [causa eficiente]; un cuarto, la causa
opuesta a ésta, o sea el fin y el bien (pues éste es el fin de toda la
generación y de todo el movimiento) (Metaf., I, 3, 983).
Pero esto no puede seguir hasta el infinito, sino que debe detenerse
en un punto, y habrá algo que será causa primera del movimiento
(VII, 2, 242).
Siendo acto puro es único. Todas las cosas que son múltiples de
número contienen materia: pues es uno e idéntico el concepto de
múltiples, como por ejemplo, de la especie hombre, y es uno, por
ejemplo, Sócrates. Pero la esencia pura, que es la primera de entre
todas, no tiene materia, pues es acto puro (Metaf., XII, 8, 1074).
III. LA NATURALEZA.
Por necesidad son las mismas las divisiones del tiempo y las del
movimiento. . . y del espacio en el cual se cumple el movimiento. Si
el movimiento es divisible, también lo es el tiempo. . . La conse-
cuencia por excelencia del cambio es la divisibilidad de todos y al
infinito, pues a lo mudable le corresponde inmediatamente el ser
divisible e infinito. (Fís., VI, 5, 235).
IV. EL ALMA.
También por eso parecen vivir todas las plantas, pues aparentan
tener en sí una facultad y principio tal, por el cual crecen y
decrecen en sus partes opuestas. . .; y hasta que pueden nutrirse,
viven siempre. Y esta facultad puede existir separada de las otras,
pero, en cambio, las otras no pueden, sin ella, existir en los mor-
tales (De an., II, 2, 413).
Cada uno de los hombres delibera (sólo) en torno a las cosas que él
mismo puede realizar en acto. . . Y no deliberamos en torno a los
fines, sino a las cosas que pertenecen al fin. En efecto, ni el médico
delibera si deberá sanar, ni el orador si persuadir, ni el político si
hará buenas leyes, ni ningún otro en torno al fin; sino que,
establecido un fin, consideran cómo y con qué medios se lo-
grará . . . No toda investigación es deliberación (por ejemplo, las
investigaciones matemáticas), pero sí toda deliberación es
investigación, y lo que es último en la resolución, es primero en la
generación... Luego, siendo el objeto de la resolución deliberada
una cosa deseada entre aquéllas que se hallan a nuestro alcance,
también será apetito de cosas en nuestro poder la resolución,
proveniente de deliberación: porque cuando, después de haber
deliberado, juzgamos, apetecemos de acuerdo a la deliberación.
(Et. n., III, 3, 1112-13).
II. La justicia como justo medio — mejor recibir que hacer injusticia.
— De estas distinciones resulta evidente que la acción justa es un
medio entre el hacer y el recibir injusticia: pues el uno significa
tener más, el otro menos (de lo debido) . . . Por ello la injusticia es
exceso y defecto, porque es propia del exceso y del defecto: exceso
de lo que es absolutamente útil a sí mismo, defecto de lo que es
perjudicial (Et. n., V, 5, 1133).
Por eso es necesario que las cosas, de las que hay cambio, sean
comparables de algún modo: para ese fin fue inventada la moneda,
que es como un medio: porque ella todo lo mide, de allí también lo
mas y lo menos. . . Entonces, habrá reciprocidad cuando sea res-
tablecida la igualdad (Et. n., V, 5, 1133).
Pero no solamente para vivir, sino más bien para vivir bien (III, 5,
1280). Pues todos hacen todo por amor de lo que les parece su
bien, es evidente que todas las asociaciones tienden a un bien, y
tiende, sobre todas, al bien supremo entre todos, la que es la
suprema entre todas y comprende a todas las otras: que es la que
se llama Estado y sociedad política (Pol., I, 1, 1252).
Los esclavos, tales por naturaleza. — A otros, el poder del amo les
parece contrario a la naturaleza. Por ley (dicen) el uno es esclavo y
el otro libre por naturaleza no hay diferencia. Por eso no es justo,
pues es por violencia (Pol., I, 2, 1253).
Mejor es que la masa sea soberana, antes que los optimates, que
son pocos . Porque puede darse que los muchos, aunque entre ellos
cada uno no sea un gran hombre, empero en su conjunto, sean
mejores que aquellos, no individualmente, sino como masa (III, 6,
1281).
Pero, ser el Estado virtuoso no es obra del azar, sino más bien de
ciencia y de voluntad deliberadas (Pol., VII, 12, 1332).
a) ESPEUSIPO:
1. Las sustancias y los principios. — Platón cree que las ideas y los
entes matemáticos son dos sustancias, y, además que la de los
cuerpos sensibles constituye la tercera sustancia. En cambio,
Espeusipo cree también que las sustancias son aún más,
comenzando por lo Uno, y que los principios de toda sustancia son:
1°, el de los números; 2°, el otro de las magnitudes; 3°, el del alma,
y de esta manera, extiende el número de las sustancias (ARIST.,
Met., VII, 2, 1028).
b) JENÓCRATES:
I. LA FILOSOFÍA Y SU OBJETO.
II. LA CANÓNICA.
III. LA FÍSICA.
IV. LA ÉTICA.
Placer y dolor son las dos afecciones que hallamos en todo animal:
la una favorable, la otra contraria: criterio de 1a elección y de la
aversión. (Dióg. L., X, 34).
El sabio, la ley y la vida pública. — Las leyes existen por los sabios,
no para impedir que realicen, sino que reciban injusticia (frag. 530,
USEN.).El sabio no participará de la vida pública, si no sobreviene
una causa para ello (frag. 9, Us.). Vive ignorado (frag. 551). En la
seguridad, obtenida hasta cierto límite por los hombres, se deriva,
plena de potencia y purísima facilidad de vida, la seguridad de la
existencia tranquila y alejada de la turba (Sent, princ., 14).
16. Es más dulce hacer el bien que recibirlo. — Ellos (los epi-
cúreos) dicen en alguna parte, que es más dulce hacer
el bien que recibirlo (PLUTARCO, Non posse suaviter, etc., XV, 4).
10. Tal ciclo de las cosas es el Hado. — Todas las cosas suceden,
fatalmente, dicen Crisipo en los libros Acerca del Hado, y
Posidonio. . . y Zenón y Boeto. Y el hado es la concatenación causal
de las cosas, o razón según la cual se gobierna el mundo (DIÓG. L.,
VII, 149). En los libros sobre el hado y en otros. . . (dice Crisipo):
Hado es la razón del mundo o razón de las cosas gobernadas en el
mundo por la providencia, o razón según la cual sucedieron las
cosas pasadas, suceden las presentes, sucederán las futuras
(ESTOBEO, egl., I, 79). Es la verdad eterna fluyente desde toda la
eternidad. Porque siendo así, nada ha acontecido que no haya sido
futuro e igualmente nada es futuro, de lo cual la naturaleza no
contenga las causas eficientes. Por lo que se comprende que el
hado no es aquello que se dice por superstición, sino lo que se dice
en sentido natural, causa eterna de las cosas, porque las pasadas
han sucedido y las por venir sucederán (CICER., de divin., I, 55,
125).
IV. LA ÉTICA.
Sucede, por naturaleza, que los hijos sean amados por los padres:
principio del cual se deriva la sociedad común del género humano,
que en consecuencia nosotros buscamos. . . También entre las
bestias se puede percibir la fuerza de la naturaleza, y observando el
cuidado que ponen en el parto y en la cría, nos parece escuchar la
voz misma de la naturaleza. Por lo que. . . parece que estamos
impulsados por la naturaleza misma a amar a aquellos que
engendramos. De lo que se deriva que también sea natural entre
los hombres, una común honra de los hombres; por eso es
necesario que el hombre, por el hecho mismo de ser hombre, no
parezca extraño al hombre. . . Por eso somos aptos, por naturaleza,
a las uniones, consorcios, ciudades (CicER., De fin., III, 19, 62-3).
La fuente principal para las tres fases es SEXTO EMPÍRICO, con sus
obras: Pyrrhoneiai hypotyposeis y Adversas mathematicos (es
decir, Esbozos de Pirronismo o lineamientos pirronianos y Contra
los doctrinarios)].
Por ello, por otra parte, concluimos que son persuasivos los ar-
gumentos por los cuales demostramos que es necesario afirmar
que la causa existe, pero que también son persuasivos aquellos que
demuestran que no conviene afirmar que haya una causa: y entre
éstos no se puede preferir una parte, no existiendo ni un signo, ni
criterio ni demostración reconocida, como ya se ha establecido. Por
eso también es necesario suspender el juicio sobre la existencia de
la causa (ib., 19-29).
1. SÉNECA.
10. Dios: razón del universo — el ser del cual no se puede pensar
nada superior — su inmanencia en el alma humana y vida del alma
en Dios. — Cuando haya alcanzado a medir a Dios sabré que todo
es estrechísimo (Problemas naturales, I, praef., 17). ¿Qué es Dios?,
la mente del universo. ¿Qué es Dios?, todo aquello que ves y todo
aquello que no ves. En fin, así se nos hace visible su grandeza, de la
cual no se puede pensar nada más grande, dado que por sí misma
lo es todo, y por fuera y por dentro contiene su obra. ¿Qué diferen-
cia existe entre la naturaleza de Dios y la nuestra? Nuestra mejor
parte es el alma; en él, ninguna parte se halla fuera del alma: es
todo razón (ib., 13-14). Director y custodio del universo, alma y
espíritu del mundo, señor y artífice de esta obra, a la que todo
nombre conviene. . ., del cual dependen todas las cosas, causa de
las causas. . ., que provee con su consejo a este mundo. . ., de
quien han nacido todas las cosas, de cuyo espíritu vivimos todos
(Problemas naturales, II, 45).
II. EPICTETO.
Recuerda, pues, que si tomas por libres aquellas cosas que son
esclavas por naturaleza, y por tuyas las que son ajenas, te
sobrevendrán continuamente obstáculos tras obstáculos, y te
hallarás afligido, turbado. . . Por el contrario, si no tomas por tuyo
sino aquello que verdaderamente te pertenece y consideras ajeno
lo que realmente pertenece a otros, nadie podrá jamás
coaccionarte, nadie podrá obstaculizarte, nadie podrá dificultarte,
no te quejarás de nadie, no causarás a nadie, no tendrás ningún
enemigo, nadie te dañará, puesto que, en efecto, jamás recibirás
daño alguno (Manual, 1).
16. Cada hora y cada acción como si fuese la última. — Tal como
si ahora debieras abandonar la vida ya, así debes hacer, decir y
pensar cada cosa. . . (II, 11). La perfección moral es esto: vivir
cada día como si fuese el último . . (VII, 69). . . .Como si fuese la
última de tu vida, así realizarás cada una de tus acciones... (II,
5) ...con el fin de que así, con pureza de conciencia, te
sorprenda la última hora. . . (VI, 30).
Como las hojas... "tal como el viento esparce las hojas sobre la
tierra...; así las generaciones de los hombres" (Ilíada, VI, 147-9).
Hojarasca son también tus hijos, pobres hojas los que te aclaman
como fieles y te celebran, o bien, al contrario, imprecan en contra
de ti o te censuran y calumnian ocultamente; pobres hojas,
igualmente, los que recibirán tu fama postuma. Todas éstas "nacen
en la estación de primavera", luego el viento las abate, y después la
selva engendra otras en su lugar. La corta duración es común a
todas las cosas; pero tú huyes y persigues cada cosa del mismo
modo que si disfrutaran de vida eterna. Un poco más aún, y
cerrarás los ojos; otro poco más aun, y ya otro llorará a quien te ha
sepultado (X, 34). Vuelve a pensar nuevamente en aquellos que
montaron en ira por cualquier cosa, o que gozaron de gran fama, o
sufrieran infortunios, o fueron víctima de la inamistad o de
cualesquiera otros accidentes; luego, pregúntate: ¿dónde se hallan
todos ellos ahora? Humo, cenizas y leyenda, y ni siquiera leyenda...
(XII, 27).
b) Les grados del amor y del servicio de Dios: el premio más alto al
mayor mérito. — Concederé los primero) premios (dice Dios) a
quien me sirve por mi mismo; los segundos a quien me sirve para
sí, esperando conseguir bienes o creyendo encontrar la liberación
de los castigos. Pues aunque el culto de éstos sea mercenario y no
puro, no por eso se halla menos en el círculo de lo divino y no va
errando fuera de él. El premio que le corresponderá a quien me
honra por mí mismo, será la amistad; al que lo hace por su utilidad,
no será la amistad, sino el no ser considerado extraño... Pues no
ignoro que además de no convertirse en peores, se harán mejores
ejerciendo una pura y sincera piedad con la continuidad del culto.
(De Abr., 368). Únicamente es merecedor de una buena acogida
quien ha puesto su esperanza en Dios. (De pr. et p., 912).
Ver sin ser visto: he aquí lo que es propio del Dios primero. (De Isis
y Osiris, 75). Él mismo está alejadísimo de la tierra, incorruptible,
incontaminado y puro de toda sustancia que lleve aparejada a sí
misma corrupción y muerte. Y las almas de los hombres, mientras
permanecen en este mando, rodeadas por los cuerpos y las
alecciones, no tienen nada en común con Dios, sino en la medida
en que se acercan a él de manera parecida a la del sueño con el
pensamiento por medio de la filosofía. En cambio, cuando son
liberadas, alcanzan lo incognoscible, invisible, impasible y puro, y
éste, que es Dios, es jefe y rey de ellas, que dependen de él y
contemplan insaciablemente y desean su belleza, inefable e
inexpresable para los hombres. (Ibíd., 79).
f) Las dos almas del hombre. — Otros, entre los que se cuenta
también Numenio, creen que nosotros poseemos no tres partes de
una sola alma o dos, la racional y la irracional, sino dos almas... la
racional y la irracional. (ESTOBEO, Égl. fis., 41, 25).
CAPÍTULO IV - LOS NEOPLATÓNICOS
Pues bien, ¿acaso con una parte de sí mismo el Intelecto verá otra
parte de sí mismo? Pero así habría un vidente (sujeto) y un visto
(objeto) ; ahora bien, esto no es un conocerse a sí mismo. . .
Ni tampoco debe suponerse que este mundo haya sido mal en-
gendrado, porque en él existan muchas cosas molestas: ésta es una
sentencia de quien lo supone mayor de lo que es, si lo juzga
idéntico al mundo inteligible y no imagen suya. De otra manera,
¿qué imagen más bella se podría obtener de él? ¿Qué otro fuego
más bella (imagen) de aquél de allá, que el nuestro de aquí? ¿o qué
otra tierra además de ésta, después de aquella de allá arriba? ¿Qué
otra esfera más perfecta, santa y ordenada en los movimientos
después de aquella rotación allá del mundo inteligible sobre sí
mismo? ¿Qué otro sol, después de aquél, preferible a éste que
vemos? (II, 9°, 4). Y no con razón se podría reprochar a este mundo
el hecho de que no fuese bello, ni el más perfecto de los seres
corpóreos, ni acusar a la causa de su ser. . ., pues lo creó en su
totalidad bello, suficiente y en armonía consigo mismo... Quien
acusa al todo por las partes, pues, hace una absurda acusación:
porque es necesario considerar a las partes en relación con el todo,
si son acordes y armónicas, no considerar el todo en relación a
algunas partes más pequeñas (III, 2°, 3). Y tampoco son
absolutamente inútiles éstos (males) para el orden y la plenitud del
universo. . . También el vicio tiene una función útil al todo,
convirtiéndose en ejemplo de la ley y produciendo muchas
consecuencias útiles... Y esto de beneficiarse también con el mal,
es propio de la más grande potencia (III, 2°, 5).
IV. EL HOMBRE.
[La última fase del neoplatonismo esta señalada por una intensa
vuelta a la obra de comentario de PLATÓN y de ARISTÓTELES: un
comentador de éstos, TE-MISTIO (fines del siglo IV), es el precursor;
otro, PLUTARCO ( + 432) llamado el grande por sus discípulos, es el
fundador, y son comentaristas a la par, sus sucesores, SIRIANO y
PROCLO, el más grande de todos (410-485), y DAMASCIO y SIMPLICIO, con
los cuales termina la escuela, dispersada por el edicto de
Justiniano (529) que prohíbe la enseñanza de la filosofía en
Atenas, confiscando el ingente patrimonio de la escuela
platónica. De esta manera la filosofía pagana queda inte-
rrumpida en su desenvolvimiento, pero, ya con BOECIO (480-527),
el neoplatonismo ha comenzado a preparar las primeras
orientaciones del pensamiento medioeval cristiano en Occidente,
el cual tendrá la De consolatione philosophiae entre las fuentes
iniciales para obtener conocimiento y guía.
Las obras que han llegado hasta nosotros (ed. Cousin, París,
1820 y 1864) además de los Himnos y los tratados de
astronomía y matemática, y el De pro-vid. libert. et malo (del
cual sólo poseemos la traducción latina medieval de G. de
Moerbeke), son los Comentarlos al Timeo, al Parménides, al
Cratilo, a la Repúbl., al Alcib., de PLATÓN (ed. en la colección
Teubneriana, Leipzig) y La Teología según Platón y la Inst.
teológica (traducción italiana de LOSACCO: Elementos de Teología,
1907, Lanciano). Todas éstas han ejercido gran influencia sobre
el pensamiento religioso y místico de las edades siguientes,
especialmente la última, de la cual un árabe desconocido, en el
siglo X, sacó un extracto que traducido al latín con el titulo de
Liber de causis fue comentado también por ALBERTO MAGNO y por
SANTO TOMAS. En todo esto había un reconocimiento de la
importancia que el neoplatonismo ha tenido para la formación
misma de la doctrina cristiana, la que, aun en la lucha de la que
salió victoriosa, asimilaba conceptos fundamentales de aquélla
(trinidad, trascendencia de Dios, dualismo de espíritu y cuerpo,
etc.,) beneficiándose en el proceso de formación de los dogmas].