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DICTADOS

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Por la puerta abierta se accedía al despacho La Antártida es la fábrica de hielo del planeta
más grande que haya visto en mi vida. El Tierra. Cada año se desprenden de este
escritorio tenía las dimensiones de una mesa continente 1500 kilómetros cúbicos de agua
de ping-pong y un flexo halógeno iluminaba dulce congelada, lo que supone 1500 billones
tres montones de carpetas marrones que de litros de agua, la mitad de la cantidad que
encuadernaban en su interior papeles de bebe la humanidad en un año. Es agua que
diversos formatos. Sobre la mesa había lleva miles de años congelada y que sale en
también un gran paquete de pósters forma de témpanos tan grandes como islas. El
anunciando en Tesis un concierto de Mecano y más grande fue avistado en 1965 y tenía una
tres conjuntos de rock catalán. Un poco más superfície como la de Cataluña. Este año se ha
allá, otro halógeno, lámpara de pie, delimitaba desprendido el tercero en la lista de los más
con su luz un espacio dedicado a la lectura: grandes, que tiene un tamaño como el de
sofá, mesita con botella y vasos de whisky, Asturias.
libro abierto, boca abajo para no perder el El País (adapt.)
punto.
Cero a la izquierda, Andreu Martín (adapt.)

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Guillermo, un muchacho de 11 años, decide El cuarto era de techo bajo, con un encalado
fingirse enfermo para no ir al colegio porque muy viejo. Enfrente de la puerta había una
noha hecho sus deberes. Su padre le pregunta ventana chiquita. La cama de la abuela era de
qué le pasa y a Guillermo se le ocurre decir madera oscura, ancha y larga. La cabecera
que le duele al hablar. El muchacho permanece estaba sobre la pared de la izquierda. Sobre la
mudo mientras su padre va a buscar a su cabecera había un ramo de olivo. La abuela
vecino, que es médico. El médico lo examina. tenía una mecedora junto a la ventana. La
Guillermo no habla y hace ruidos raros. El mecedora tenía dos cojines muy aplastados;
médico se da cuenta de la mentira y se dirige a uno para el respaldo, y el otro, para el asiento.
su padre para decirle que la enfermedad es En medio del cuarto había una camilla y siete
grave y que intentará operar allí mismo, y sin arcas junto a las paredes. Las arcas eran todas
anestesia. distintas y de distintos tamaños...

Guillermo el conquistador, Richmal Crompton Alfanhuí, Rafael Sánchez Ferlosio

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Le dije que iba a llamar a la doctora y ella dijo Me la encontré en la calle y entonces no era
que sí, que la llamara enseguida. El tipo que más que una gatita desvalida y hambrienta que
me atendió dijo que no estaba en casa. No sé maullaba, asustada. Al verme, se acercó
por qué se me ocurrió que mentía y le dije que vacilando, y empezó a restregarse en mis
no era cierto, porque yo la había visto entrar. vaqueros, dando vueltas entre mis pies,
Entonces me dijo que esperara un instante y al frotando su cabecita contra mis pantorrillas,
cabo de cinco minutos volvió al aparato e con esos ademanes que hacen los gatos para
inventó que yo tenía suerte, porque en ese captar nuestra atención. ¡Uf, a ver quién se
momento había llegado. Le dije “ mire qué resistía ante aquella monada! Y yo, claro, la
bien” y le hice anotar la dirección y la cogí en mis manos. Y me pareció tan débil y
urgencia. pequeña que pensé que se moriría antes de
llegar a casa.
“Sábado de gloria” en Relatos inquietantes, Cuando los gatos se sienten tan solos,
Mario Benedetti (adapt). Mariasun Landa
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Mucha gente se cree que Manhattan es Nueva Miles de seres extrañísimos la miraban.
York, cuando simplemente forma parte de Guardando un silencio hostil, esperaban su
Nueva York. Una parte especial, eso sí. Se discurso. Unos eran gigantes verdosos,
trata de una isla en forma de jamón con un parecidos a los reptiles prehistóricos de la
pastel de espinacas en el centro que se llama Tierra. Ese de la primera fila re recordaba a
Central Park. Es un gran parque alargado por una vaca de hojalata construida por un herrero
donde resulta excitante caminar de noche, loco. Aquel otro que la miraba era todo ojos:
escondiéndose de vez en cuando detrás de los catorce o quince grandes ojos unidos entre sí
árboles por miedo a los ladrones y asesinos por unos hilos, como si los llevase
que andan por todas partes y sacando un arracimados un vendedor de globos. Muchos
poquito la cabeza para ver brillar las luces de escaños estaban vacíos. Pero ella sabía que no
los anuncios y de los rascacielos que era debido a que faltase mucha gente, como en
flanquean el pastel de espinacas, como un los parlamentos de la Tierra, sino porque los
ejército de velas encendidas para celebrar el habitantes de numerosos planetas eran
cumpleaños de un rey milenario. microscópicos, y algunos incluso invisibles.

Caperucita en Manhattan, Oposiciones a bruja y otros cuentos,


Carmen Martín Gaite José Antonio del Cañizo (adapt.)
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Una tarde, a finales de la primavera, se oyó, a Era el amanecer de un bonito día de mayo,
una hora desacostumbrada, el tañido de la cuando los setos están verdes y las flores
campana que había en lo más alto del castillo engalanan los prados; cuando crecen las
de Tunstall. Desde los lugares más lejanos y margaritas, los narcisos y las primaveras a lo
desde los más cercanos, y en el bosque y en largo del borde de los zarzales; cuando
los campos que bordeaban el río, la gente florecen los manzanos y cantan los pájaros;
abandonó sus trabajos para acercarse cuando los muchachos y las muchachas se
corriendo hacia donde se oía la campana; y en miran con pensamientos dulces. Mientras
la aldea de Tunstall, unos cuantos campesinos caminaba por el sendero, Robin silbaba
se quedaron escuchando, perplejos, aquella alegremente, pensando en la bella Marian y en
extraña llamada. sus ardientes ojos...

La flecha negra, Robert L. Stevenson Las alegres aventuras de Robin Hood,


Howard Pyle
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Tal vez adivinaba que ya no sería largo el Lo recuerdo como si fuera ayer, meciéndose
trecho por cubrir en aquella jornada. Pero como un navío llegó a la puerta de la posada, y
estuvo lleno de escollos y dificultades: tras él arrastraba, en una especie de angarillas,
montículos y depresiones del terreno, frondas su cofre marino; era un viejo recio, macizo,
espesas, ríos atravesados, campos pedregosos, alto, con el color de bronze viejo que los
altos zarzales, puentes colgantes que oscilan a océanos dejan en la piel; su coleta embreada le
su paso, arenas movedizas que amenazaban caía sobre los hombros de una casaca que
con tragárselos, serpientes que se dejaban caer había sido azul, tenía las manos agrietadas y
desde los árboles, zonas pantanosas pobladas llenas de cicatrices, con uñas negras y rotas; y
por mosquitos, espesas telarañas, pasos el sablazo que cruzaba su mejilla era como un
angostos entre peñascos, vapores hipnóticos costurón de siniestra blancura.
que salían de las oquedades de la tierra.
La isla del tesoro, Robert L. Stevenson
El Mago de Esmirna, Joan Manuel Gisbert
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13 14 El peine
Los pantalones vaqueros tienen más de ciento En excavaciones arqueológicas llevadas a
cincuenta años de historia. Se inventaron cabo en Escandinavia, entre otros objetos del
pensando en los vaqueros del oeste americano ajuar del hombre prehistórico apareció el
y en los mineros que explotaban y excavaban peine. El ejemplar hallado, hecho de hueso,
las minas en busca de oro. Por este motivo, al tiene diez mil años de antigüedad. Su forma, la
principio se confeccionaron con un tejido de la mano, recuerda que ésta fue seguramente
extraordinariamente resistente y prácticamente el primer peine del que se valieron los seres
irrompible: la tela de lona. No tenían nada que humanos primitivos para poner orden en su
ver con las actuales exigencias de marca y de poblada cabeza. El arqueólogo encargado del
diseño exclusivo, se trataba solamente de ropa yacimiento exclamó:”¡Qué antigua es la
de trabajo. coquetería humana!”.

Historia de las cosas, Pancracio Celdrán


(adapt.)

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Las observaciones por satélite son Desde el aire habían visto el maravilloso
indispensables porque dan una visión global paisaje del Reino Prohibido: entre la
del volcán. Observamos cosas que no pueden majestuosa cadena de montañas nevadas había
verse en una foto aérea. Podemos conocer el una serie de angostos valles y terrazas en las
aumento de la temperatura del cono volcánico laderas de los cerros donde crecía una
y calcular cuántos miles de toneladas de lava y lujuriosa vegetación semitropical. Las aldeas
cenizas expulsa el volcán en una erupción. Si se veían como blancas casitas de muñecas,
conocemos la duración de los periodos de salpicadas por aquí y por allá en sitios casi
actividad y reposo de un volcán, podemos inaccesibles. La capital quedaba en un valle
deducir cada cuánto tiempo entra en erupción. largo y angosto, encajonado entre montañas.
Este dato permite a los vulcanólogos hacer Parecía imposible maniobrar el avión allí, pero
previsiones sobre futuras erupciones. el piloto sabía muy bien lo que hacía. Cuando
por fin tocaron tierra, todos aplaudieron
Reportero Doc, núm. 63. celebrando su asombrosa pericia.

El Reino del Dragón de Oro, Isabel Allende


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Hay que reconocer que hacía mucho tiempo Las camareras de aquel bar llevaban lacitos en
que no ensayábamos, y los números no el pelo y circulaban de una mesa a otra en
salieron tan bien como cabía esperar. Probó patines. A pesar de lo cual, mantenían la
suerte el domador, que intentó el increíble bandeja con sus vasos, botellas y copas de
número de la torre de elefantes. Al son de una helado en equilibrio estable. Sin caerse ellas ni
cancioncilla, iban subiendo y construyendo la tirar la bandeja, que parecía pegada a su mano,
torre. Todo marchaba bien, hasta que empezó a frenaban los patines mediante una leve torsión
subir el tercer nivel de elefantes. Y, de repente, del tobillo, y en seguida recuperaban el
del peso se hundió el pavimento y cayeron impulso necesario para deslizarse otra vez
todos hechos un ovillo por el enorme agujero, sobre las baldosas blancas y negras, camino de
de donde empezó a salir agua a borbotones. la barra o de las mesas, iluminadas con velas
Tuvieron que venir los bomberos y cuatro o rojas al amparo de una campanita de cristal.
cinco grúas para arreglar aquel desbarajuste.
Caperucita en Manhattan, Carmen Martín
Historia de una receta, Carles Cano (adapt.) Gaite (adapt.)
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